Virgen de los Abdominales, ¿por qué me lo pones tan difícil?
—Uh, ¿estás bien, princesa? —Carlos me pregunta cuando me uno al
grupo—. Estás toda roja. —¿Princesa? —Ares pregunta, llegando a nosotros. Carlos sonríe como tonto. —Sí, ella es mi princesa, la dueña de este humilde corazón. Y así fue como se creó el minuto de silencio más incómodo del día. Ares cruza las manos sobre su pecho, dándole una mirada asesina a Carlos. Dani y yo nos miramos sin saber qué hacer. Carlos sigue sonriendo inocentemente. Apolo nota la tensión. —Ah, Carlos, tú siempre tan gracioso. —Vamos a jugar. —Dani cambia la conversación. Sorprendentemente, Ares le sigue la corriente. —Claro, ¿qué les parece si el primer duelo lo tenemos Carlos y yo? Carlos señala a Ares y luego a él mismo. —¿Tú y yo? —Sí, pero un duelo sin premio no es divertido. Carlos se emociona. —Bien. ¿Cuál es el premio? Ares me mira y me espero lo peor. —Si ganas, te puedes llevar tres juegos originales de mi colección. La cara de Carlos se ilumina tan fácilmente. —¿Y si pierdo? —Llamas a Raquel por su nombre de ahora en adelante. Nada de princesa o lo que sea que estés acostumbrado a usar con ella. La frialdad en su voz, en su petición, me recordó a lo helado que puede llegar a ser este chico. Carlos se ríe a grandes carcajadas sorprendiéndonos a todos. Nadie dice nada, creo que nadie se mueve. Yo abro mi boca para decirle que él no tiene ningún derecho a meterme en mi vida y en cómo me llaman los demás, pero Carlos se me adelanta. —No. —¿Cómo? —Si es así, entonces no juego. Ares baja sus manos. —¿Te da miedo perder? —No, soy una persona muy bromista, pero lo que siento por ella no es una broma para mí. Ares aprieta su mandíbula. —¿Lo que sientes por ella? —Así es, y puede que no sea correspondido, pero por lo menos tengo el coraje de gritarlo a todo el mundo y no ando manipulando y creando estúpidos juegos para alcanzar lo que quiero. Oh. Los nudillos de Ares se ponen blancos de lo fuerte que está apretando sus puños. Carlos le sonríe. —Los hombres luchan por lo que quieren abiertamente, los niños actúan de esta forma —dice señalando a Ares. Ares se contiene y parece ser tan difícil para él. Sin decir nada, se da la vuelta y sale del cuarto de juegos tirando la puerta detrás de él. Dejo salir un suspiro de alivio. Carlos me sonríe como siempre. Dani se sienta en el sofá a nuestro lado. —¡Estás loco! Pensé que iba a morir de un infarto. Apolo tiene una expresión que no puedo entender. ¿Está enojado? Por primera vez no puedo leer su tierna cara. —Tuviste suerte, no debiste provocarlo así. Carlos se levanta. —No le tengo miedo a tu hermano. Apolo sonríe y no es dulce, es esa sonrisa tan descarada que portan los Hidalgo cuando algo no les gusta. —Hablas mucho de madurez, pero acabas de provocar a alguien estando consciente de sus fuertes emociones para quedar como el maduro y la víctima. ¿Quién es el que anda en estúpidos juegos? Ya vuelvo. Se va por la misma puerta por la que desapareció su hermano. Independientemente de quién tenga la razón, Apolo siempre va a estar del lado de Ares, pues son hermanos después de todo. Los enigmáticos hermanos Hidalgo. 39 EL SENTIMIENTO Lluvia... La lluvia siempre me pone de un humor tan melancólico. Mi cuarto está semioscuro, solo mi pequeña lámpara ilumina la habitación dándole un tono amarillo a todo. Estoy acostada en mi cama, mis ojos en la ventana viendo las gotas caer, Rocky está a mi lado en el suelo con su hocico sobre sus patas frontales. Desde que llegué de la casa de Ares, no me he movido de la cama. Ya han pasado unas cuantas horas, la noche cayó, oscureciendo todo. Una parte de mí se siente culpable y no sé por qué. Hicimos lo correcto al irnos, ellos nos dejaron solos. Además, no queríamos que otra pelea tomara lugar entre Carlos y Ares. Estoy pensando demasiado. La lluvia se vuelve más fuerte, así que me levanto a cerrar mi ventana, lo menos que quiero es que se moje todo mi cuarto. Cada vez que me acerco a esas cortinas, recuerdo las primeras veces que interactué con Ares. Cuando, por fin, llego a la ventana, mi corazón se detiene. Ares está sentado en aquella silla donde lo vi la primera vez, está inclinando hacia delante, sus manos sosteniendo la parte de atrás de su cabeza, sus ojos fijos en el suelo. Parpadeo en caso de que me lo esté imaginando; sin embargo, no importa cuándo rectifique mis ojos. Ares está ahí, sentado, la lluvia cayendo sobre él. Está empapado, su camisa blanca se pega a su cuerpo como una segunda piel. ¿Qué mierda está haciendo? Estamos en otoño, por Dios, puede pescar un resfriado. Me aclaro la garganta. —¿Qué estás haciendo? Tengo que alzar mi voz porque el ruido de la lluvia la ahoga, Ares levanta su cabeza para mirarme. La tristeza en sus ojos me deja sin aliento por un segundo, una sonrisa tierna se forma en sus labios. —Bruja. Trago grueso, cada vez que me llama así causa estragos en mi ser. —¿Qué estás haciendo ahí? Te vas a enfermar. —¿Te estás preocupando por mí? ¿Por qué parece tan sorprendido de que lo esté? —Por supuesto. —Ni siquiera pienso para responder. De alguna me ofende que él crea que no me importa en lo absoluto. Él no dice nada, solo aparta la mirada. ¿Se va a quedar ahí? —¿Quieres subir? —Independientemente de nuestra situación actual no puedo dejarlo ahí, luciendo tan triste. Sé que algo le pasa. —No quiero molestarte. —No me estás molestando, solo pórtate bien mientras estés aquí y estaremos bien. —¿Que me porte bien? ¿A qué te refieres? —Nada de seducirme y esas cosas. —Está bien. —Levanta su mano—. Palabra de dios griego. Sube y tan pronto como pone sus pies en mi habitación, me doy cuenta de que tal vez no fue una buena idea decirle que viniera; uno, porque se ve jodidamente sexy todo empapado y, dos, porque está mojando toda mi alfombra. —Tienes que quitarte esa ropa. Él me da una mirada de sorpresa. —Pensé que nada de seducción. Giro la mirada. —Está empapada, no te hagas ideas, quítatela en el baño. Veré qué puedo encontrar que te quede. Obviamente, no encuentro nada que le quede a Ares, solo una bata de baño que le regalaron a mi madre hace tiempo y que nunca usó. Me paro frente a la puerta del baño. —Solo encontré una bata. Ares abre la puerta y esperaba que estuviera tapándose con la misma o algo así, pero no, la abre y sale en bóxers como si fuera la cosa más normal del mundo. Dios santo, pero qué bueno está. Yo me sonrojo, y miro hacia otro lado, extendiéndole mi mano con la bata hacia él hasta que la agarra. —¿Te estás sonrojando? —No —digo actuando casual. —Sí lo estás, aunque no entiendo por qué, si ya me has visto desnudo. ¡No me lo recuerdes! —Ya vuelvo. Él toma mi mano, con la desesperación clara en su voz. —¿A dónde vas? —Puse a hervir leche para hacer chocolate caliente. De mala gana, suelta mi mano. Cuando vuelvo, está sentando en el suelo frente a la cama con su espalda contra la misma, jugando con Rocky. Ni siquiera mi perro se puede resistir a él. Se ve tierno con esa bata blanca de baño, le paso su taza de chocolate caliente y me siento a su lado, Rocky viene a mí a lamerme el brazo. Nos quedamos en silencio, tomando sorbos de nuestras tazas, observando la lluvia golpear el cristal de la ventana. A pesar de que tenemos suficiente distancia entre nuestros cuerpos como para que Rocky pase entre nosotros, aún siento esos nervios que me dan cuando él está cerca. Me atrevo a mirarlo y sus ojos están ausentes, perdidos, observando la ventana. —¿Estás bien? Él baja la mirada a la taza de chocolate en sus manos. —No lo sé. —¿Qué pasó? —Algunas cosas. —Pasa el dedo por la orilla de la taza—. Estaré bien, no te preocupes. Dejo salir un suspiro. —¿Sabes que puedes confiar en mí? Él me mira y sonríe. —Lo sé. No quiero presionarlo, sé que cuando él se sienta listo para contarme lo que le está pasando lo hará. Ahí, admirando la lluvia y con una taza de chocolate, nos quedamos en silencio, simplemente disfrutando estar juntos. *** ARES HIDALGO Esto se siente bien. Nunca pensé que estar en silencio con alguien podría llegar a ser tan reconfortante, especialmente con una chica. Lo único que había compartido con chicas hasta ahora habían sido silencios incómodos, miradas incómodas y muchas excusas para alejarlas. Pero con Raquel hasta el silencio es diferente, todo con ella ha sido tan jodidamente distinto. Desde la primera vez que hablamos, Raquel ha sido tan impredecible, esa fue la primera característica de ella que capturó mi atención. Cuando esperaba una reacción de ella, hacía algo completamente diferente a lo que me había imaginado, y eso me intrigaba. Disfrutaba molestarla, hacerla sonrojar y ver esa arruga en sus cejas cuando se enojaba. Sin embargo, nunca planeé sentir algo más. Solo es diversión