Está en la página 1de 106
Silvia Ratto Indios y cristianos Entre la guerra y la pazenlas fronteras PUES. El gran malon de 1853 Boia ac tabrero ae 1852, 1 gobernador de ls provincia de Buenos Aes, Juan Manuel de Rost, fue derrotado on los campos de Caseros por un coalicién dirigida por su antiguo colaborador Jus: to José de Urquiza,a la vez gobernador de Entre Rios, De esta manera terminaba un largo periodo de mas de veinte afios en Ios cuales Rosas habia sido la figura central de la politica rioplatense y comenzaba una etapa de gran inestabilidad en Buenos Aires en la cual los grupos definides como prorrosistas y antirrosistas tejieron débiles y cam- biantes alianzas politica. En este contexto,en la madrugada del 24 de fe- brero de 1853 los pobladores del sur de la provin— cin de Buenos Aires, entre los arroyos Quequén Grande y Chico, Cristiano Muerto yTres Arroyos, despertaron sobresaltadamente, Un sonido que ha~ cfa tiempo no se escuchaba les helé Ia sangre. Los {i campalia bonaerente a mediados del siglo XIX, gritos ensordecedores de los indios en son de gue~ Pra habfan quedado en el recuerdo, Desde que el gobernador Rosas concerté las paces con un gran nimero de indigenas en Ia década de 1830, la re~ Iacién con lo nativos se mantenia en una relativa, calma, quebrada exsporidicamente por algunos ro- bos de ganado de poca envergadura, Pero esta vez, parecia distinto; el bullicio era tan fuerte que hacia, suponer un atague en masa. Los hombres,a medio, vestir, salicron de sus ranchos mientras sus muje~ res ¢ hijos intentaron esconderse en las viviendas La campafia del sur bonaerense se iba poblando Ientamente; las estancias existentes entre los arro~ yos mencionados se hallaban bastante dispersas y_ ho existian ni fuertes militares que protegieran sus habitantes ni poblados urbanos en donde éstos pudieran ampararse ‘Los atacantes, procedentes de espacios muy dis- antes entte sf, habjan cabalgado durante varios dia’ hasta Megar al lugar convenido para la reunion, Una vez congregados y segiin establecfa la tictica indigena de apropiacién de recursos, habjan pasa~ do gran parte de la noche vigilando los estableci~ mientos rurales esperando la primera claridad para caer sobre ellos. Cuando los rayos del sol ilumina- ron a escena, una gran confusién reinaba en la zona, Numerosos indios a caballo intentaban arrear cantidades inmensas de ganado, Otros se abalanza- ban sobre las mujeres y los nifios, que corrian de- sesperadamente tratando de encontrar un lugar para ocultarse; muy pocos lo lograrian, y la mayor parte emprenderia una nueva vida como cautivos cen las tolderias. Los hombres intentaron organizar tuna defensa que, desde el inicio, se mostraba ing fil ante un enemigo que los superaba en néimero. Ni siquiera las escasas armas de fisego con que contaban podian hacer demasiada diferencia en el enfrentamiento, Los mismos indios las poseian a través de los intercambios que, desde hacia mis de tun siglo, los vinculaba con los mercados hispano- criollos y, mis recientemente, por la presencia de desertores y renegados entre sus filas, los que, hu- yendo del servicio militar y de la policia, habian buscado amparo en territorio indigena, A pocas horas de iniciado el ataque, los indios se retiraron con ganado y cautivos, La regién pre— sentaba un aspecto desolador: cadiveres de indios y eriollos yacian por doquier; algunos ranchos e- taban envueltos en lamas: los gritos de guerra de Jos indigenas fueron reemplazados por el Ianto, de los sobrevivientes que se lamentaban por la pér~ ida de sus bienes y/o el cautiverio de sus familias Pasada la conmoci6n inicial, comenzaron a di~ fandirse las primeras noticias del malén, Los po- bladores coincidian en que habrian participado mis de 4.000 indios en el mismo. Ataques de seme~ Jante envergadura no se vefan desde Ia década de 1820, cuando la frontera sufrié constantes y masi- vos malones. Las pérdidas de caballos, vacas y ove~ jas alcanzaban a unas 100.000 cabezas. Segin los vecinos, el ataque habia unido a fuerzas indigenas ‘quc, hasta el momento, habjan mantenido su auto- noma de accién y,ademis, se hallaban enfrentadas entre ellas, En efecto, los vecinos decian que el ma~ 16n habfa sido dirigido por los caciques Calfucu~ 14, Pichuin y los “indios amigos” del cantén deTa~ palgué. El primero de los caciques habia arribado a las pampas, procedente del otro lado de la cordi~ llera,en la década de 1840, habia establecido una alianza con el gobernador Rosas; el cacique ran~ quel Pichuin era uno de los sucesores del célebre jefe Yanquetruz, que jamas habia aceptado pactar 3 con el gobierno de Buenos Aires. Los “indios ami- 208", por su parte, formaban una agrupacién lide rada por el cacique pampa Catriel, asentada en el tertitorio bonaerense desde inicios de la década de 1830, y constituia uno de los principales apoyor in- dligenas de Fosas.A estas Fuerzas indigenas se agre- gaba una division comandada por el general Ma- nucl Baigorria, Este era un militar unitario que habfa buscado refugio entre los ranqueles eseapan— do de la guerra civil que a comienzos de la década de 1830 enfientaba a unitarios y federales. Su es- tadia en las tolderias se prolongé por espacio de veintian aftos, durante los cuales establecié s6lidas relaciones con los caciques ranqueles, Pero el rumor mis impactante que difundieron los pobladores era que los mismos indios “iban dando la voz de que lo hacian mandados por Ur- ‘quiza con la orden de Hevarse cl ganado de esa par- te de la provine: 2Qué habfa sucedido en la pro- vincia para que se pasara de una relaci6n bastante armoniosa con los indigenas, como la que se ha- bia experimentado durante el gobierno de Rosas, un ataque de esta naturaleza que no séla convo- caba a fuerzas indigenas muy diversas, sino que pa- recia involucrar a importantes personajes de la po~ Iitica local criolla? El episodio relatado nos serviré como excusa para reformular algunas ideas muy arraigadas den- tro de la historia argentina. Por un lado, la supues~ ta agresividad intrinseca de los pueblos indigenas, cuya relacién con los blancos se asentaba bésica~ mente en el conflicto, Por otro lado, y aunque pa- rezca contradictorio, na imagen pasiva de los na- tivos que responden en sus acciones a directivas procedentes del “mundo civilizado”. En el caso. que describimos,y segiin las noticias que se difun— dieron,el malén parece haber sido organizado por figuras importantes de la politica criotla, Las dos ‘eriores esquematizan y deseriben de manera incorrecta Ja relacién entre indigenas y blancos. Esta estuvo marcada por una diversidad de contactos en donde el conflicto fue s6lo uno de cellos. Al lado de él se desarrollaron vinculos paci- ficos derivados del intercambio comercial, el ta bajo indigena en estancias de la campafia y, aun, matimonios interémicos, es decir, entre indivi- duos de distintos grupos étnicos. Pero, y ése seri el centro de Ia historia que relataremos a continua as as cién, las relaciones diplomiticas entre los indige- nas y el mundo criollo se basaban esencialmente ‘en relaciones personales entre Ios caciques y sus interlocucores “ttbio en lov individuos vobre los que #e ateate- ba'el vinetilo, incidia, a nivel mis general, en la ‘misma relici6in Fao nos levaré también a cone cere wide indigena como un conglomerado de diversos grupos natives relacionados entre sé por riollos. De manera que, cualquier lazos de alianza pero, también, por fuertesrivalida- des. exte complejo escenarioylosideresindige- fa purieron en juego diferentes ticticas politicas en funcién de objetivos propios tanto respecto de fotos pueblos nativos como de Jos gobiernos his pano-eriollos ‘Comencemos entonces por conocer a los pro- ‘tagonistas de Ia historia haciendo primero un re- corrido por el tereitorio indigena, que se exten dia desde los Kites impuestos por cl gobierno criollo hasta més alli de los Andes. Se verd que en a1 habitaba una diversidad de grupos vinculados entre sf por relaciones de amistad y también de “conflicte-¥ que contactos similares los unfan con las poblaciones hispano-criollas a ambos lados de la cordillera, Las relaciones diplomiticas entre in- dios y blancos durante el siglo XIX siguieron un curso oscilante, Esto produjo que por momentos se lograra una relativa paz primando la diplomacia yen otros, cl conflicto fuera In nota dominance ex- presado por los malones llevados a cabo sobre las cestancias de Ia campafia o por campafias militares que se introducian en territorio indio. Un recorrido por el territorio indigena A partir de la década de 1860, los dirigentes del faruro Estado argentino comenzaron a plantearse “de manera imperiosa la necesidad de avanzar terri- torialmente sobre el espacio indigena para incor~ porar mis tierras a la economia criolla. Esta urgen— cia se debia a que el 4rea bajo control del gobierno habia quedado demasiado chica, para una produc- cién ganadera que erecta sin cesar, incentivada por una demanda ultramarina que también aumenta- ba constantemente, En los proyectot que se desa~ rrollaron a partir de entonces, se insistia en que el avance se realizarfa sobre un “desierto”.De hecho, 4 6 1a campaia militar de Roca que represents el Gl- timo exlabén de una serie de expediciones sobre tertitorio indigena y el fin de la autonomia de los pueblos nativos, se conoce precisamente como la “conquista del desierto”. Con esta expresign se bbuscaba justificar la acupacién de wn espacio que fe consideraba escasamente pablado y con una economia basada en el pastoreo, la caza y, fanda- mentalmente, la apropiaci6n de recursos, activida- des que no coincidian con la concepeidn eriolla de un aprovechamiento racional de la tierra, basa~ da en la produccién agricola y ganadera. Pero cl territorio indfgena distaba mucho de ser wh desier- co. Este se componfa de espacios ecolégicamente muy distintos, con diferentes recursos naturales y animales donde las agrupaciones indigenas que lo habitaban desarrollaron diversas formas de ongani- zaci6n social y politica ‘A comienzos del siglo XIX, el espacio indige- na pampeano era un extenso territorio con tes imprecisos. Es que en algunas jurisdiceiones del Virreinato del Rio de Is Plata Ia Knea fronteriza marcada por una serie de fuertes y fortines refle- jaba bastante mal la eeparacién entre uno y otro er pacio, ya que la expansi6n espontinea de los pobla~ dores habia dejado algo atras ese limite oficial. Por 0, el espacio indigena comenzaba a partir de los Gltimos azentamientos hispano-criollos de las dis tintas provincias y se extendia por el sur y cl este hasta la costa. En el oeste, la cordillera no funcioné nunca como una barrera o limite infranqueable sino ‘que, por el contrario, era cruzada asiduamente por habitanees de ambos lados. Este amplio cerritorio estaba conformado por geografias muy diferentes. Partiendo de las uiltimas poblaciones criollas de la campafia bonaerense, se extendia una amplia lla ‘ura ¢achonada de tanto en tanto por arroyos y la~ ‘gunas que desbordaban en momentos de crecida, 39 produciendo fértiles campos de inundacién, Hacia el sudoeste el relieve comenzaba a mostrar algu- ras elevaciones que terminaban en las serranfas de ‘Tandilia yVentania. El cambio del paisaje se acom- Pafiaba con la presencia de algunos montes espe- sosy tupidos, Este espacio era una zona privilegia- da para el cultivo y el pastoreo de ganado. Luis de la Cruz, Alcalde del Cabildo de Con- cepcién, en el reino de Chile, habia cruzado la cordillera en 1806 con la intencién de concertar con algunos grupos indigenas la construccién de tun paso que uniera las poblaciones espasiolas a ambos lados. En su diario de viaje, De la Cruz se maravillaba por la riqueza ganadera de lo que los indigenas denominaban campos de castas, que eran“unos campos poblados de muchas yeguadas alzadas, de las que toman los Indios considerables partidas para docilizar y para vender a los Indios chilenos [...] es tan crecido el ntimero de estas Ye~ guadas que [los indios] aseguran son un cordén, desde la costa hasta estas Fronteras, que es inago- table, y su origen lo fandan en que algunas Ma- nnadas de sus antepasados se alzarian,y de hay han procreado”. Parte de este espacio era considerado el cora- z6n del territorio habieado por los indigenas del sur de la provincia, y estaba limitade por el rfo Sauce y la costa del mar hacia el sudoeste y por la Sierra de la Ventana hacia el oeste. Dieciséis aos después del viaje de De la Cruz (11822), Pedro An drés Garcia, un oficial espafiol experimentado en asuntos de frontera y en el trato con los indigenas, realizé una expedicién hasta la zona para pactar con algunos caciques. Garcia se vio igualmente sorprendido por la riqueza ganadera que vela y no dejé de anotar en su diario de viaje que los “in- mentos rodeos de ganado de toda especie, se mul- tiplican més allé de todo célculo {...] El transite por esta campiia lo hicimos apartando la inmensa cantidad de ganados que de todas clases se presen. taban sobre Ia marcha”. La riqueza de la campaiia as y tuna variedad increible de especies animales para la caza: gamos, ciervos, avestruces, liebres y mulitas En medio de estas ondulaciones se hallaban de~ presiones del terreno, algunas de ellas de gran ex- se vela complementada con diversidad de pla tensi6n, como las Salinas Grandes al este de la ac~ twal provincia de La Pampa. Las Salinas era un. reservorio de sal que era aprovechade por distin- tos grupos indigenas y también por los vecinos de Buenos Aires. Todos los afios partian de la campa- fa tropas de carretas que, gracias a acuerdos pact ficos con los naturales, se dirigian a las Salinas para abastecerse de sal. Durance el siglo XVII eran or- ganizadas por los particulares, pero a partir del si= glo siguiente pasaron ala 6rbita del Cabildo, quien, se encargé de su convocatoria. EI costo de las ex pediciones era adelantado por el Cabildo (ineluia sueldos de escolta, capellin, bagueano, ciruijano, obsequios para los indios, ete.), que luego lo co- braba en impuestos a la sal cuando Tas earreta He~ gaban a la ciudad. Estas expediciones eran acom- pafladas también por negociantes de la ciudad y la campatia, que aprovechaban este ingreso al terri torio indigena para intercambiar bienes en las mis— nas tolderfas, Pasando esta zona, y siguiendo direccién oes- te,se entraba en una regién de montes al sur de las actuales provincias de San Luis y Cérdoba, La re- gi6n era nombrada por los indigenas como Mamil “Mapu, que significaba precisamente pais del mon- te en mapudangun, una suerte de lengua franca en todo el espacio indigena, que habia sido impuesto por las poblaciones del oeste de Ia cordillera. En esta rea predominaban los algarrobos, caldenes, chafiares y espinillos, E] Mamil Mapu estaba deli mitado, hacia el oeste, por el complejo Atuel-Sa~ lado-Chadileuva y el rio Colorado. Bn las zonas bajas se enconteaban fértiles valles y una cantidad de pequefias lagunas Siguiendo hacia el oeste y el sur de Ia zona de montes se pasaba a amplias reas semidesérticas, denominadas por los viajeros europeos que habian_ podido cruzatlas como “travesias”. Esta zona se ¢2 racterizaba por su aridez, suclos pedregosos y are: nales, El escaso nivel de precipitaciones apenas permitia el surgimiento de una vegetaci6n escasa. Mis alld de las travesias, la geografia cambiaba sustancialmente dando paso a los fértiles valles cordilleranos. A ambos lados de Ia cordillera cre~ cian bosques de araucaria cayo fruto, el pebuen 0 piftén, era un elemento esencial en Ia dieta de los grupos que vivian en la regién. Con los piflones se hacia harina, pan y también se usaba para prepa~ rar una bebida fermentada, Este fruto era consu— mido principalmente durante el invierno, cuando 2 2% Ja caza no alcanzaba a cubrir las necesidades ali- mentarias del grupo. Como se ha dicho, la cordi- lera no era una barrera inffangueable para las po= Blaciones nativas situadas al este y al oeste sino que, por el contzario, era atravesada por partidas indigenas a través de pasos y boquetes de baja al- tura y ficilmente transitables en los meses de deshielo, ‘Al sur de los espacios descripeos se encontraba Ja meseta patagénica. Esta regién mostraba dos Paisajes bien diferentes y contrastantes. La llanura atagénica se componia de terrenos secos y dridos que mostraban una suave pendiente hacia el Adlin— ico. En algunas partes las depresiones del terreno se cubrian de agua en las escasas épocas de Muvias ¥y,al cristalizarse por efecto de la atidez del suelo, se formaban salinas. Pero desde los Andes descien- den los rfos Negro y Colorado, que quiebran la se— quedad del cerreno. En ambas mérgenes crecian valles muy fértiles circundados, en el cas6 del rio Negro, por sauces de gran altura. Ambos rios, en época de deshielo, desbordaban y los terrenos ad- yacentes se inundaban para luego cubritse de una vegetacién indigena. Un mundo indigena diverso pero Interconectado Este espacio tan heterogénce estaba habitado por grupos que habfan desarrollado diferentes modos de vida. Al oeste de la cordillera habitaban Jos mapuches, término que en mapudungun, su Tens, sighilica “hombre de ls tierra”. Entre ls actividades que realizaban se encontraba la agri cultura lo que habia levado 4 que estos grupos {esarollaan un modo de vida sedentario con vi- viendas permanentes, El patrén de asentamiento de los pucblos de la pampa y Patagonia era muy diferente. La economia de alguno de ellos se basa- ba en a caza y recoleceién, lo que derivaba en la Tecesidad de moverse por dl territorio buscando recursos, Fero esta movilidad no eta caprichosa sino que segufa ritmos y rutas estacionales. Ast, ckistian tolderias centrales donde permanecian las mujeres, los ancianos y los nifios, y tolderias mé- viles en las que se desplazaban los hombres duran- te el tiempo que duraran las expediciones de caza. 25 26 Otros grupos habian desarrollado una econo- ‘mia pastoril, que daba mayor estabilidad a sus cam- pamentos sin legar a convertirse en plenamente sedentarios, Los motivos de lor cambios de asen— tamientos tenfan que ver con el agotamiento de campos y aguadas, indispensables para el alimento del ganado y para la misma poblacién. Como ob: servé Garcia en su viaje hacia la Sierra de la Ven— tana:"Continuamente secan los lagos y sis habi- tantes tienen que cargar sus viviendas y arrear sus tropas de ganado hasta encontrar otro, en donde vuelven a domiciliarse:de modo que sus poblacio- nes no son constantes en un mismo punto. En la estacién del estio tienen que abandonar todas sus campafias y abrigarse en las faldas de Ia Sierra de la Ventana, en donde se hallan buenas aguadas; y en la Siguiente se retornan a sus terrenas 0 posesiones” Para poder desplazarse con cierta regularidad, las viviendas, ageupadas en tolderias, debian ser de ficil ransporte. La tolderfa era un conjunto de tol dos, construcciones realizadas con tun esqueleto de madera o huesos, segin los recursos del Inger, ¥ cubiertas de pieles y cueros de los animales que ea zaban, En cada toldo vivia una familia integrada por los padres ¢ hijos, y otros parientes como abuclos,tfos y sobrinos, Pero, ademés, os integran- tes de las tolderias se hallaban relacionados entre si por lazos familiares. En cada toldo la auroridad la tenia el padre de familia-Y, por encima de ellos, se encontraba el cacique de la tolderia. En las tolderias se producian los bienes necesa~ ios para la subsistencia, Cada una ter su propio rebaito de ganado, del que obtenian carne para ali~ mentacién y materias primas para la confeccién de manufacturas, La introduccién del ganado equine en la economia de estos grupos habia modificado los hibitos alimentarios de estas poblaciones, ya que la carne de yegua pasé a ser una de las comi- das preferidas para los indigenas. Pero el caballo no: servia solamente como medio de desplazamiento ¥ de alimentacién; el cucro, asimismo, se convirtié ‘en materia prima esencial para realizar distintas ac~ tividades artesanales. Con cero se hacian los ape ros de los caballos, las botas, algunas vestimentas y se utilizaha para Ja construccién de sus viviendas. Dentro de las tolderias vivian también refiagia~ dos, desertores y cautivos procedentes del mundo criollo. Las fanciones que cumplian estos persona~ Fa as jes variaban mucho. En el caso de los cautivos, que eran tomados en los malones o adquiridos por in— tercambios con otros grupos, el papel que cum- plian dependia del sexo y de la edad. Las cautivas mujeres generalmente eran tomadas como esposas por los caciques y/o jefes de familia. Como las otras esposas de su marido, ya que estos grupos racticaban la poligamia, se integraban a las distin~ tas actividades econémicas realizadas por las mu- Jeres: el cuidado del ganado y la realizacién de ta- reas domésticas. Los nifios cautives generalmente eran tomados y cuidados como hijos, cridndose con los otros nifios indigenas. Finalmente, los esca~ sos cautivos varones adultos que eran tomados ser- vian como peones o dependientes de sus duefios, Los refugiados eran individuos hispano-crio~ los que habian buscado refagio en las tolderias es- capando de la justicia. Es muy dificil legar a una estimacién numérica sobre la cantidad de refugia~ dos existentes en las tolderfas debido a que, fre- cuentemente, adoptaban en su vestimenta una apariencia indigena tanto por decisién propia como por requerimiento de los mismos nativos. Segtin el relato de Gonzilez de Najera, capitin es- pafiol que eseribié una crénica sobre los indios mapuches,“no tienen los indios a los fugitivos es paftoles en mis de estimacién de lo que conacen gue es importa su consejo, favor y ayuda, no de- Jando también de aborrecerlos, como a espafioles [---] a fin de poder tratar con ellos sin que les tur bbe el sentido, la apariencia y muestra de espafioles, los obligan desde el principio no sélo a que anden, descalzos a su usanza y vestidos en su habito, pero a que traigan las barbas peladas como ellos y por- que hasta los nombres que tienen de espafioles les dan pesadumbre, les hacen que los muden, dindo- les otros de los que ellos usan”. A pesar de estas prevenciones por el hecho de ser espaoles, los indigenas estimaban mucho los conocimientos particulares que tenfan estos per- sonajes otorgindoles, en ciertos casos, un lugar de gran importancia en la tolderia. Por ejemplo, el conocimiento de Ia lengua indigena podia conver tir al refugiado on lenguaraz, es decir, en intérpre~ tes para la relacién con los blances: la capacidad de leer y escribir, en secretario de los caciques, encat gado de leer correspondencia de los gobiernos hispano-criollos y/o de escribir las misivas de los 3° Iideres étnicos;1a experiencia con armas de fuego, en un guerrero mis;el conocimiento del terreno y de Ios recursos ganaderos en los puestos fronteri- z0s, en gufa para las incursiones de caza de ganado. Este iiltimo era el caso que relataron unas cautivas rescatadas a Francisco de Viedma, expedicionario enviado por la Corona espafiola a las costas pata g6nicas. Segiin el relato de las mujeres, en los tol- dos donde habjan estado cautivas existia “un cris tiano [...] que esti actualmente bombeando y bicheando [es deci de las Fronteras de Buenos Aires donde tienen més espiando] en todos los pagos ganado [...] es el Gnico confidente y baquean ‘que tienen los Indios para st entrada y robos, sin el qual no pueden hacer nada con acierto. Que lo mis del tiempo est ocupado en esta diligencia y cuando les avisa a los Indios, inmediatamente van, a dar el golpe, pero con tanta inteligencia,acierto y seguridad que no les sucede contratiempo alguno”, Para las autoridades hispano-criollas la existen~ cia de estos personajes en las tolderias era muy pe~ ligrosa,y por ello, en las negociaciones diplomsti- cas con los eaciques, uno de los puntos recurrentes para llegar al acuerdo de paz era exigir a los indi genas que entregaran alos desertores que vivian en. las tolderfas, Los gobiernos hispano-criollos intentaron ca~ tegorizar a los pueblos indigenas con quienes se relacionaban dindoles nombres que en ocasiones reproducian la forma en que los mismos indios se nombraban y en otros referian al Iugar en donde habitaban. Un ejemplo del cambio en la forma de yombrar 4 los indigenas es el de los mapuches, que no figuran en la dacumentacién correspondiente a fines de la Colonia ni en la del siglo XIX con ese nombre. A inicios de la conquista se los Hlamé an as, palabra que en quechua significa rebelde, por ‘que estos grupos mostraron desde may temprano, tuna fuerte resistencia al dominio espaiiol. Con el tiempo se extendié el términe auca a todo grupo, rebelde. Pero el nombre mis comin para los ma- puches fire el de araucanos, debido a Ja zona que habitaban, comprendida entre os rios Bio Bio y Tolten, Esta recibié el nombre de Araucania por la abundancia de araucarias que se encuentran en. lla. En la regién pampeana, el término ranqueles © —rankulche, gente de los carrizales en mapudun— » 2 gun— designaba a los grupos que vivian al sur de las actuales provincias de Mendoza, Cérdoba y Santa Fe; los llamados indios pampas tenfan ese nombre por la zona donde vivian, centrada entee las sierras de Tandil y Ventana; los tehuelches en la regién patagénica, al sur del rio Colorado ¥, final- ‘mente, los pehuenches, llamados asf por tener su lugar de asenitaiiicnto en los bosques de araucatias cen Ia zona cordillerana, cerca de la actual New- quen. Pero esos nombres dificilmente hacfan referen= cia a una identidad érnica particular. Es que la fuerte conexién entre los grupos a ambos lados de 1h Cordillera derivé en un profundo mestizaje bio- logico y cultural, es decir, en una mezcla o unidn, entre personas y tradiciones culturales de distintot grupos étnicos. En este proceso de mestizaje tuvo ‘un papel fundamental la Hamada “araucanizacién, de las pampas", que consisti6, en una primera eta- pa que puede ubicarse en el siglo XVII, en la di- fusién de elementos culturales tipicos de los gra~ os indigenas ubicados al ou lado de la cordillera (tejido, metalurgia y cultivo unidos a ciertos ritua- les y creencias) que impactaron primero en la zona cordillerana, para bajar lentamente hacia las pam- pas. En un segundo momento la araucanizacién se expreté en el asentamiento poblacional de grupos trasandinos que, en ocasiones, se unieron a pobla~ ciones nativas. Los rangueles eran, ellos mismos, producto de la unién de grupos que habjan migta- do del este de la cordillera y grupos natives que se habfan ubicado a fines del siglo XVIII en la vegi6n, de Mamil Mapu. Algunos licidos observadores blancos eran conscientes de este fenémeno de mestizaje. Asi recurriendo nuevamente a Garcia, el oficial in- tentaba explicar la pertenencia de un cacique con quien habia parlamentado en 1822 en la Sierra de laVentana de una forma que parece un verdade- ro trabalenguas, Deeia Garcia que el jefe “no per tenecia ni a Jos aucases, ni ranqueles, mucho me~ nos a los huilliches! porque habita en puntos muy distances en donde se nos aseguré tenia su resi- dencia [,..] No pertenecia a los primezos porque ocupaba el terreno de los segundos, ni pertenecia * Gente del sar 2 34 4 estos porque sus antiguos predecesores eran de Ja primera tribu [...] Sus relaciones con ambas son continaas y en los pactes, incursiones o tra tados es consultado por las dos, sin pertenecer 4 ninguna”, Este fiagmento es claramente demostrative del grado de interrelacién que existia entre las pobla~ ciones a uno y otro lade de la cordillera que se ex- presaba en ¢l establecimiento de grupos mapuches ‘en las pampas y, ademas, en. la unién de distintas agrupaciones, dando origen a lo que se denomina procesos de emogénesis, es decir, de creacién de nuevos grupos étnicos. La economia y el poder en las tolderias El asiduo contacto entre pueblos a ambos la- dos de Ja cordillera se remontaba al periodo prehispinico, pero experimenté un notable in. cremento en el periodo colonial de la mano de a aparicién del ganado europeo. Los recursos ganaderos que tanto asombraban a los viajeros ¥ oficiales espafioles tenian su origen en los ani- males que habian eraido los primeros conquista~ dores. Se reprodujeron répida y libremente en las Hanuras pampeanas y se apropiaron de ellos de manera diferente tanto los indigenas como los pobladores espaitoles, Indudablemente el caballo, fue el ganado mis y mejor aprovechado por la rotalidad de los grupos nativos que con una asombrosa rapides se convirtieron en hibiles ji- netes, La posesién de caballos posibilitaba exten der las expediciones de caza hacia territorios que dificilmente se hubieran podido aleanzar a pie 0 que hubieran requerido campaias mucho mas extensas, Pero también produjo cambios nota bles en el arte de la guerra. Ya no se combatia a pie, sin que comenzaron a organizarse cuerpos de caballerfa indigena que se desplazaban con luna velocidad que asombraba a los mismos sol- dados espafioles El ganado vacuno tuvo una adopeién mis tar- dia y limiada a algunos grupos del norte del rio Negro. El aprovechamiento de estos recursos ga~ naderos no se limité al este de la cordillera, sino que fue altamente demandado por los mapuches, Asi, caballos y vacas eran arreados desde largas dis~ 35 36 cancias hast su dessin final en los mereados trans Zordilleranos. Ta sbundancis de ganado permitié incremen- tar los contactor a ambos lados de la cordillera. Ba «ste intercambio participaron la mayor pare de los grupos indigenas asentados en el espacio por don- de transitaba el ganado, Con el tempo, cada uno de ellos se expecializé en determinadas activida- des. Grupos ubicados entre las sierrs de Ventania ¥ Tandilia organizaron sus propios rebaiios domés~ ticos, desarollando una economia pastor. Vincw- Inda con esta actividad se desarvollé una incipien- te tecnologia pecuaria con la construcciéa de corrales y potreros de picdra, que se hallaban cercanos a las rutar de comercio indigena. Entre Jos puchlos de la zona cordillerana, algunos se jeacion de Ia sal existente all; otros, ala adquisicign y en dedicaron ala extraccién y comerci: gorde de ganado para su venta al oeste de los Andes. La intensificacin del intercambio se verified en un transito mas constante de partidas de co- mercio, que fueron estableciendo rastrilladas 0 3 minos que conectaban las regiones mis importan- _especializacién regional. Pero esta participac tes, Si bien no existia entre estas poblaciones la idea de propiedad privada, habia zonas, como por cjemplo el cruce de los rios, sobre las que existia tun control directo por parte de algunos jefes in- digenas. Para garantizar el paso por ellos habia dis- tintas estrategias: podian pagarse “derechos de aso” © bien establecerse alianzas con los grupos que tenian el dominio sobre esas Areas. Estas ali zas se basaban generalmente en matrimonios en tre los grupos. Asi, los “parientes” aseguraban el acceso a determinados recursos o el paso por ras trilladas, De manera que, a inicios del siglo XIX, las agrupaciones indigenas pampeano-patagénicas compartian un sistema econémico que tenia un fundamento muy importante en el comercio de ganado y que habia derivado en un proceso de ‘en los circuitos de intercambio no significaba la inexistencia de conflictos entre diverios grupos, Por el contrario, el incremento de estos contac tos comerciales Ievé a que los conflictos se cen— traran precisamente en el control de 2 régicas para el desarrollo del comercio en gran 37 8 escala, como por ejemplo ricas zonas de pastoreo, rutas de comercio 0 rastrilladas y pasos cordille~ Pero ademés, el ganado cimarrén, es decir, el ganado salvaje que pastaba libremente en Ios cam- pos, comenzé a agotarse en el siglo XVIII y, para- Iclamente, aumenté la demanda de ganado por parte de los grupos indigenas ubicados al oeste de la cordillera. Este doble proceso de disminucién, del recurso ganadero ¢ incremento de la demanda, derivé en una modificacién en las formas de apro~ piacién del mismo. Las expediciones de caza en los denominados campos de castas, ya bastante dismi~ nuidos, dieron paso a malones que tenfan como, objetivo el ganado de las estancias rurales en las fronteras del Virreinato del Rio de Ia Plata, Para que estor malonet fueran exitosos, generalmente se concertaban slianzas entre distintas agrupacio- nes, Estas uniones eran fagaces y convocadas con el tinico objetive de obtener ganado de los esta— blecimientos fronterizos de manera que, produci~ do el malén, los grupos se separaban, Para organi zar estos ataques er necesario que todos los grupos participantes delegaran el mando militar con una sola persona, en un cacique que se conver- ta en el jefe de Ia campaia. Entre los grupos indigenas de la regién pampea- nna los caciques carecian de un fuerte poder sobre sus indios, La eleccién de éstos era realizada den- tro del grupo y dependia de la habilidad que los candidatos al cargo tuvieran come lideres. Pero en la medida en que su gestién al frente de la agra~ pacién no fuera exitosa, el cacique perdia la con- fianza y el apoyo de sus seguidores, que elegian a otto jefe en su lugar. Esta debilidad de Ia estructu, ra politica permitia que frecuentemente algunos sectores 0 familias de un grapo,en desacuerdo con su cacique, decidieran sbandonarlo e incorporar- Bn qué se basaba la habilidad de los lideres in digena:? Las caracteristicas de los liderazgos fueron, cambiando a lo large del tiempo. En los inicios del periodo colonial era importante que el jefe euvie~ ra una buena capacidad de mando para organizar a importantes cantidades de guerreros que se en~ fientaran a las tropas espaolas que querfan con- quistar su territorio. Poco después, esa capacidad de mando se extendié a la capacidad de garantizar » « cexitosas campaiias de apropiacién de ganado en las cstancias rurales. Para ello debfa conocerse el ter torio adonde se dirigian, las posibilidades econé— micas y los recursos de ganado del mismo, y el tipo y envergadura de la defensa que existia en Ia re~ gi6n. Esa informacion era obtenida por el envio de “bomberos”, personas que estudiaban Ia zona du- rante algunos dias, por los desertores y refugiados que existian en las tolderias, antiguos habitantes de Ia campaiia y, por ello, en mejores condiciones de aportar datos, Pero hacia fines del perfodo colonial la tension, centre la sociedad blanca y la indigena comenzé a retroceder, dando lugar a relaciones mis pacificas EI motivo del cambio se encontraba en la nueva politica aplicada por la Corona espaftola, que bus- caba disminuir el costo de la guerra en sus domi~ nios coloniales. En reemplazo de esta via de con- Aicto se busc6 un acercamiento con los pueblos nativos, autorizando y fomentando el comercio ue hasta entonces habia estado fuertemente res twingido por el temor de que los indigenas se pro- curaran de armas de fuego por esta via. Sin embar- 20, los mismos espaitoles comenzaron a depender en cierto grado de algunos bienes de produceién, nativa, como los tejidos ¢ instrumentos de apero, ¥y de recursos existentes en territorio indigena, co- mo la sal, Los indigenas, por su parte, se habian, convertido de avidos demandantes de bienes de consumo como tabaco, yerba, azticar y bebidas al~ cohélicas que incoxporaron répidamente a su die~ ta. En estas condiciones, el gobierno colonial de~ cidié apostar al intercambio como forma de relacién, manteniendo ciertas prohibiciones y re~ gulando las formas del mismo. Asi, las redes co- merciales que hasta el momento habian cruzado todo el espacio indigena comenzaron a incluir nuevos mercades, esta vez hispano-criollos, tam= bin ubicados a ambos lados de Ia cordillera. De manera que tanto en las fronteras del Virreinato del Rio de Ia Plata como en la frontera de la Arau~ cania, las comitivas de comercio indigenas fueron, reemplazando a los malones que caian sobre las Estas nuevas condiciones de la relacién modifi~ caron asimismo las cwalidades para ser un cacique exitoso. Ya no era esencial su capacidad guerrera sino, por el contrario, la habilidad diplomética 2 para negociar las mejores condiciones de relacién con los gobiernos hispano-criollos. Asi, un buen Jjefe era aquel que lograba Ia apertura de las rela- ciones de comercio, la obtencién de regalos por parte del gobierno —elemento caracteristico de os encuentros diplomaticos nterétnicos— y, en el mejor de los casos, proteceién y ayuda militar para defenderse de sus enemigos. Sin perder de vista el amplio espacio que aca bamos de describir, com firertes conexiones en su interior, et hora de que centremor la mirada en tun Ambito particular de estas relaciones interét- nicas: Ia frontera bonacrense. Un poco de historia, Indios y criollos a inicios del siglo xix Desde fines del periodo colonial, Ia relacién, entre los hispano-criollos y los indigenas del sur de la provincia de Buenos Aires habia entrado en una etapa de relativa paz, Las memorias de los élcimos virreyes mencionaban las constantes comitivas in digenas que se acercaban ala ciudad para entrevis~ tarse con ellos o que se presentaban ante el Cabi do para reafirmar su amistad con el gobierno, Una amistad que Hegaba 2 incluir la propuesta de ay dar militarmente al gobierno para luchar contra sus enemigos. Asi sucedi6 en diciembre de 1806, cuando una delegacién de caciques pampas offe- ci6 en la misma sala del Cabildo ante unos sorpren~ didos vecinos y con motivo de la posible invasién de los ingleses, el auxilio de “20.000 guerreros bien armados”. Poco después, una embajada que representaba a otros caciques volvié a ofrecer una ayuda de 10,000 indios de pelea. La oferta fue ca lurosamente agradecida por lot cabildantes, que despidieron a los representantes indigenas con muchos regalos, pero no fixe aceptada. La presen— cia de un grupo tan numeroso de indios armados cen las cercanfas de la citsdad creaba ms temor que Ia posible ayuda que podian aportar. Pero las relaciones entre indigenas ¢ hispano- criollos no se limitaban a su faz diplomitica, El intercambio mercantil era, sin lugar a dudas, la principal esfera de contacto entre las dos socieda— des. Las autoridades virreinales hacian referencia a las periédicas partidas de comercio indigenas 46 que legaban a la misma ciudad de Buenos Aires. Escenas de indios recorriendo las calles de tierra con sus caballos cargados de plumas de avestruz, mantos de piel (© quillangos) y cueros de nuteia © parados en Ia puerta de los comercios donde vendian sus productos, como retraté el viajero in- glés Emerick Essex Vidal en una conocida acuare- Ja, eran habituales para los vecinos del barrio de Montserrat. Es que precisamente en ese barrio se encontraba la conocida como “esquina de las Pampas”, en Ia actual Plaza Lorea, donde se en- frentaban dos casas de comercio en las que para ban las partidas de comercio indigena, a las que sus propietarios hospedaban los dias que duraran los intercambior. Esos intercambios se realizaban asimismo en distintos puntos de Ia campafia, El gobierno virrei- nal intenté infructuosamente fiscalizar y regular este comercio, indicando que los tratos debian rea lizarse en lugares especialinente designados para ellos y los participantes debian contar con licen~ cias otorgadas por el gobierno, las que debian ser controladas por los comandantes de frontera. En la Prictica, los intercambios no seguian estas dispo- Siciones, sino que las desbordaban permanente- mente, Las partidas indigenas no contaban, en ge~ neral, con las licencia mencionadas y tampoco pa- saban necesariamente por las guardias autorizadas para el intercambio, sino que se realizaban en las mismas casas de los pobladores de la campaia con los cuales los indigenas habian desarrollado una re~ lacién y un conacimiento personal. De manera in- “Versa, los comerciantes hispano-criollos se inteo~ ducian frecuentemente en territorio indigena sin. contar con los pasaportes exigidos para ello, en los que debfan constar los bienes que evaban para in- tercambiar La posibilidad de este cruce constante a uno y ou territorio lleva a que se deba replantear la idea de frontera como una linea que separa de manera rigida dos mundos culturales diferentes. Desde fi- nes del periodo colonial, el limite oficial hasta donde legaba el dominio efectivo de la goberna~ cin de Buenos Aires se ubicaba en el curso del rio Salado. Esta Iinea demarcatoria se hallaba custodia- da por una cadena de fuertes y fortines que se ubi- caban en Ins localidades de Chascomatis, Monte, Lujén, Salto, Rojas, Ranchos, Lobos, Navarro y “6 6 Areco, Cada uno de estos puntos contaba con una pequefia dotacién militar y,en sus alrededores,iban creciendo los niicleas de asentamiento de los po- bladores civiles, que se dedicaban ala produccion agraria. Sin embargo, ese limite no impedia el con- tinue trinsito de indios hacia la campafia bonae~ rense con fines de intercambio, pero también para buscar trabajo estacional como peones en las estar ccias rurales.Tal era el cas0 de los indios Cicilio Yan- dai y su hijo José, que servian como peones en la chacra de José Garcia, en el partido de Ranchos, pero mantenian su familia en las tolderias existen- tes cruzando el rfo Salado, a seis leguas del pueblo? Para mediados de la década de 1810, el incre~ mento del comercio internacional incentivé a los productores bonaerenses a obtener mayores exce- dentes pecuarios que pudieran ser vendidos en el exterior. Pero para ello era necesario también in- crementar las tierras en explotacién, Esta neces dad llevé a algunos pobladores a cruzar el rio Sa~ 2 Archivo Histérico de la Provincia de Buenos Aires (en sdelante, AHPBA), Archivo del Crimen,34-2-36, expte.19. ado con sus arreos de ganado vacuno ¢ instalarse en campos pertenecientes a los pueblos nativos. La tarea no seria sencilla pero tampoco imposible, y dependia de las negociaciones personales que rea~ lizaran los nuevos ocupantes y los poseedores de Ia sierra El caso del hacendado de la estancia Miraflores, Francisco Hermégenes Ramos Mejia, es el mis conocido, En 1815, Ramos Mejia obtuvo Ia con- cesin en propiedad de sesenca y cuatro leguas cuadradas al sur del rfo Salado. Su permanencia en tun tertitario an poblado por indigenas dependis fen gran medida de las relaciones amistosas que creé con algunos grupos natives, a quienes permi- 116 mantener sus tolderfas dentro de Ia estancia. te Ricei, “una SegGn sefiala su bidgrafo, Ch ver que hubo celebrado estos arreglos, se dispuso, 2 convertir a los indios a los principios de una re~ ligién nueva que ideé en medio de las lecturas con que entretenia su soledad... Bsa religion habia ca~ tequizado alos indios, y Ramos Mexia, por medio de la bondad y de la perseverancia, habia llegado a ser una especie de pontifice querido y respetado”. Lo cierto es que redacté un catecismo con el cual ” a ‘enseflaba su propia religién a los indigenas que vi~ vian en su estancia,a los que él mismo impartia los sacramentos de bautismo y casamniento. Esta parti- cular relaci6n Hevé a que se convirtiera en una de las personas mis respetadas por los principales ca~ jues del sur de la provincia. ‘Una leyenda sobre el destino de su cuerpo da cuenta de esta peculiar relacién con los indigenas, Don Francisco murié en 1825 en su estancia Los “Tapiales, situada en el partido de La Matanza, Su cuerpo se mantuvo algunos dias en una de las salas de la chacra hasta que el gobierno autorizara su inhumacién. Pero ésta no pudo realizarse porque al tercer dia entraron a la sala unos indios, comaron el féretro con el cuerpo de don Francisco y lo depo- sitaron sobre una carreta que tenfan fuera de la casa. Alli los esperaban otros indios que, en forma de cortejo,acompafiaron a pie a la carreta, que cruzan- do el rio Matanzas se interné en territorio indige- nna, Segiin la leyenda, sigue siendo un misterio el lu gar en que don Francisco fue enterrado. Pero si Ramos Mejia fue un personaje que co- bbré mayor visibilidad en Ia relacién con los indi genas, no fue el Gnico y mucho menos el primero, de una cantidad de ocupantes de tierras que, mas alls de la Kinea fronteriza, establecieron relaciones similares con los nativos. En efecto, al menos ya desde 1811 otros habitantes de la campafia habian poblado de ganado las tierras al sur del Salado. Gre~ gorie Dominguez, vecino de Magdalena, habia de~ nunciado en 1811 un terreno de cuatro leguas, © 10.000 hectireas, entre los montes de Monsalvo y ‘Vecino, que tenfan como fondo la Laguna del Hi- nojal. El terreno se situaba a ochenta leguas de la ciudad, en pleno territorio indigena. En momen- tos en que poblaba estas tierras, no tenia mis veci- ios que los indigenas de la zona. Pero Dominguez no gestioné solamente con el gobierno, mediante denuncia,su instalacién en este lejano espacio, sino que debié pedir el permiso de Ios indios “que eran los Gnicos habitantes de aquellos campos entonces desconocidos y tenian su residencia en dicho pa- rae", quienes mas tarde le hicieron donacién de dichas tierras“en pago y compensacién de los mu~ chos servicios y socorro que les hizo en sus nece- sidades".Con poco tiempo de diferencia, Julian Sa lomén se instalé cerca de Dominguez, en tierras gue se extendian hasta los Montes del Tordillo. ° se Contemporineamente a la llegada de Ramos Mejia, los vecinos de la campafta Mauricio Piza~ ro, Santos Calvento y Eladio de Ja Quintana se habjan asentado también en las cercanias de la La~ guna de Kaquel Huincul, habiendo obtenido del gobierno la concesidn de los terrenos que ocupa- ron. Un juicio por limites de tierras que involucsé alos tres hacendados en 1825, permite conocer la mecinica de instalacién en tierras ubicadas fuera del control del gobierno. Si bien éste habia reali zado Ia concesién de los terrenos demunciados por los vecinos, en ningan caso Hegé a realizarse la medicién de los mismos debido, precisamente, & gue ellos se encontraban en el interior del cerri- torio indigena, lo que causaba mucho temor a las personas que debfan encargarse de realizar la tarea Segiin declaré Pizarro, él mismo “levé una vez a jun agrimensor hasta sus tierras pero éste regresé ante el rumor constante de invasiones de indios que en la época se daban repetidamente”, y agre- gaba que “esta falta de mensuras era general en todo el terreno exterior a la linea de Frontera”. En los tres casos mencionados se repitié Ia compra 0 arriendo de las tierras a “los salvajes que tenfan sus tolderias vecinas a st poblacién” y que “eran real mente entonces sus propietarios porque los oct paban con sus tolderias y sin que fuerza alguna de nuestro Gobierno hiciese el menor acto que ten diese a expulsarlos y manifestar su dominio”? Los nuevos pobladores reconocian que Ios indigenas ‘eran los poscedores del territorio y que, al no ha~ berse producido su expulsién por parte del go- bierno, la o¢ ypacién y puesta en produccién de las tierras debéa hacerse mediante la compra o el al~ quiler a los grupos que las ocupaban, De manera que hacia mediados dela década de 1810 varios vecinos de Ia campafia se aventuraron, 4 poblar esas tierzas Iejanas combinando el pedido meramente formal al gobierno para obtener la concesién de las tierras que ocupaban con la ne~ gociacién constante Hevada a cabo con los indige- nnas que habitaban la zona, Precisamente esta rela Gién cotidiana que involucraba frecuentemente la posibilidad de sufrir ataques, era un argumento ° AMPA, Escribanfa Mayor de Gobierno 146-11752- 53 2 usilizado por los productores para obtener la pro~ piedad de la tierra en un tiempo en el cual el go- bicrno no habia podido efectivizar su dominio so- bre ese espacio y ellos ya lo ocupaban por compra a los mismos indios, compra que habian hecho ‘on nuestra propia sangre”. De manera gue en el espacio fronterizo se combinaban relaciones pa: ficas,y de negociacién, que permitéan la conviven— cia entre algunos indigenas y criollas, con la posi- bilidad, no s6lo latente, de conflictos con otros grupos nativos que se expresaban fandamental- mente en el robo de ganado, Negociacién y con- iicto eran las dos caras de sina misma realidad en estos espacios donde el control del Estado atin no se habia afirmado. La revolucion entre los indios Las relaciones poco conflictivas que caracteri- zaron el vinculo interétnico desde fines del pe- riodo colonial comenzaron a resquebrajarse con la caida del gobierno virreinal y la guerra revolucio~ naria que le sigui6. Este proceso de creciente con f k f { I I fiictividad tavo su lugar de inicio en el Reino de Chile y revela claramente el estrecho contacto que existfa entre Jas poblaciones 4 ambos lados de la cordillera. En Chile, el bando patriota logré ripidamente concentrar la resistencia realista en el sur del terri- torio, pasando el rio Bio Bfo, Esta zona habia sido. hasta el momento el érea donde se localizaban las comunidades indigenas soberanas, que habfan lle~ gado a establecer una relacién pacifica con los es pafioles. Lo primero que sucede con la caida del gobierno espafiol es el desmoronamiento de las re~ laciones diplomiticas que habian existido hasta el momento y gue se basaban, principalmente, en la realizacién de periédicos parlamentos donde no slo se discutian los puntos centrales de Ia rela ii, sino que Sérvian asimnismo come momentos de intercambio. Ademis, las autoridades colonia- Jes habian creado cargos de gobernadores para los caciques mas importantes, que los situaban en una posicién de privilegio dentro de la estructura so~ cial mapuche. Todo este orden se vino abajo con la indepen- dencia, cuando lot patriotas intentaron integrar a 33 34 Jos indigenas como ciudadanos chilenos. Esta me- dida era, para los patriotas, una forma de equiparar a indios y criollos dentro de lo que se esperaba fue~ ra una nueva nacién. Para algunos caciques, por el contzario, significaba el fin de sus privilegios. Este malestar experimentado por algunas comunidades indigenas se sum6 al arribo de chilenos realistas que buscaban refugio en sus tierras y, con el obje~ ‘vo de captar la ayuda de Ios nativos, prometian un retorno ala estructura colonial. Ambos hechos de~ cidieron que la gran mayoria de los grupos indige nas de esta regi6n se aliara a la causa realists Pero la llamada Guerra a Muerte, nombre con el que se conoce en Ia historia chilena a la lucha entre realistas y patriotas, no se circunseribié al territorio chileno, sino que se traslad6 hacia las pampas. Presionados y perseguidos por las tropas independentistas, grupos mixtos de espaftoles ¢ in digenas cruzaron la cordillera para establecerse en las amplias planicies que se absfan al este. Sin em- bargo, los objetivos de estos aliados no eran los mismos. Para los realistas se trataba de mantener la oposicin hacia el régimen patriota establecido en, ‘Santiago esperando recomponer fuerzas y, parale~ lamente, llevar sus acciones sobre provincias del ex: Virreinato del Rio de la Plata, también en poder de los patriotas. A los grupos indigenas, esta alian- za les permitia contar con fuerzas militares espa~ olas, mucho mis efectivas que las suyas por el uso) ‘de armas de fuego, para lograr sus propios fines: apoderarte de conas estratégicas de las anuras del Un ejemplo de estas alianzas fue la realizada entre los hermanos realistas Antonio, Santos, Pablo y José Antonio Pincheira y algunos grupos indige~ nas boroganos, que tenfan su asentamiento origi- nario en la regiém de Boroa,en Chile. La coalicién cemigré al este escapando de las fuerzas patriotas, asencindose, en un primer momento, en tierras pehuenches. Para las autoridades chilenas, la hui- da de los Pincheira no significaba el fin del proble~ ma, Con ¢l objetivo de terminar definitivamente con ese foco rebelde, se enviaron fuerzas patriotas en su persecucién. Esas fiuerzas patriotas también estaban conformadas por una alianza blanco-india en la que cada parte tenia sus propios objetivos Mientras los patsiotas chilenos buscaban liquidar la banda de los Pincheira, los indigenas nuclea- 55 6 dos con el liderazgo del cacique Venancio Cofuc- pan, esperaban dirimir conflictos con los boroga- ros, sus ancestrales enemigos. Esta importante migracién de poblacién desde el o¢ste cay6 sobre los pueblos natives de la pam- pa, creandose una nueva red de alianzas y conflic~ tos por la ocupacién de espacios estratégicos y por In apropiacién de recursos. En definitiva, la presen= cia de los nuevos pobladores, enfrentados a su vez entre ellos, generé a partir de mediados de Ia dé- cada de 1810, un estado de conflictividad inusita- da hasta entonces, ‘A este escenario agitado se agregaba la llegada a las tolderias pampeanas de una cantidad impor- tante de desertores de los mismos ejércitos revo- lucionarios, que buscaban escapar del agobio de un servicio militar que parecia no tener fin. La resin simultinea de desertores patriotas, refugia~ dos realistas e indigenas transcordilleranos, llevé a que los grupos originarios de la pampa comenza— ran a mirar con mayor atencién hacia los nuevor gobiernos revolucionarios de Buenos Aires y de otras provincias buscando reconstituir los lazos di plomaticos que, con la caida del gobierno vierei- | | nal y al igual que habia sucedido en Chile, se ha- bian desarticulado. Sin embargo, durante gran parte de la década de 1810 los esfuerz0s del gobierno de Buenos Ai- res estuvieron centrados fundamentalmente en sostener la causa independentista por el interior del territorio del ex Virreinato del Rio de la Pla~ ta. Este objetivo concentraba mayoritariamente la atencién y recursos del gobierno. Por tal mo- tivo, su politica indigena se limitaria, por el mo ‘mento, a intentar mantener la neutralidad de los pueblos de la pampa, Pero éstos esperaban mis del gobierno. Hlay un episodio temprano que muestra clara mente los cambios que se estaban produciendo en el mundo indigena pampeano por la Hegada de nuevos contingentes trasandinos y la falta de en- cendimiento entre los primeros y el gobierno bo- naerense en los primeros afios revolucionarios. EL episodio tuvo como protagonistas a las autoridades de la Primera Junta de Gobierno y a los indigenas que habitaban la zona de las Salinas Grandes. En. junio de 1810, la Junta de Gobierno encomend6 a Pedro Andrés Garcia, coronel espafiol que era el 7 8 principal referente en los asuntos de frontera, que orgonizara la nueva expedicién a las Salinas Grandes y que, aprovechando Ia entrada en terri- torio indigena, intentara sostener las relaciones pacificas que existian con los indigenas de la re~ gidn, Pero Garcia se encontré con una situacién, ‘ue dificilmente se hubiera imaginado. Los caci- ques que tenian un largo perfodo de asentamien- to en la zona se hallaban inguietos por el arribo de contingentes del otro lado de Ia cordillera que, reconociendo el alto valor estratégico de las Sa- linas, pretendian arrogarse un control exclusive, de sus recursos. Para los antiguos pobladores, las Salinas eran de usuffucto comin, por lo cual cualquier persona, indios de ambos lados de la cordillera y aun espaioles, podian ir a cargar sal de ella, La pretensin de los nuevos pobladores implicaba un abierto desafio y presagiaba fucetes conflictos, Esta situaci6n Nev a que los grupos que man= tenjan hacia tiempo una elaci6n pacifica con el gobierno intentaran afianzarla atin mis offeciendo a Garcia que se establecieran “pueblos de expafio- les" en Jas mismas Salinas, El argumento que le dicron al oficial expasiol en apoyo de la propuesta era la de fomentar los intercambios comerciales que los unian de antaio. Sin embargo, en las con- “Versaciones mantenidas con varios caciques se hizo evidente que habia un motive més. El esta~ Dlecimiento de un poblado espafiol aliado signifi- caba contar con una proteccién clara ante cual- quier intento de los “inteusos” por obtener el dominio exclusivo de la region. Finalizada la expedicién a las Salinas, los caci~ ques se presentaron en diversas oportunidades al Cabildo offeciendo sus tierras y su ayuda para que se estableciera una guardia en ellas. Las delegacio- nes indias ante el Cabildo se produjeron en octu- ‘bre de 1811, enero de 1812, mayo de 1812 y,como, Gltino intento, en febrero de 1815. Los represen antes indigenas s6lo pedian en contraprestaci6n el “guxilio del gobierno en caso de ser atacados por otros grupos que egaban desde el sur y el oeste. Estos oftecimientos de ayuda militar, de manera milar a lo que sucedié en ocasin de las Invasio- nes Inglesas, fueron agradecidos por las autorida- des revolucionarias con entrega de obsequios, pero no legaron a concretarse. El pedido de asenta~ 9 miento expaftol en las pampas, por el contratio, siquiers fue considerado por el Cabilao, Sin embargo, la buena disposicién de algunos Aideresnativos ance un posible avance sobre sus te- tras motivé que el gobierno encargara 2 militares ue fenfan conocimiento del expaclo pamnpeano para que propusieran la forma en que considers ban viable encarar la expansign terivora atte lo fancionarios que preventaron Aut pro- pets de avances, el mis representative del perio do fe, nuevamente, el coronel Pedro Andrés Gar eis, que produjo distintos informe: en lor sfos 1811 y 1814, en los que destacabs la necesidad de mantener usa politica de negociacién como for- sma de evitar las incursiones de los Indigenas. El alc espatol proponis realizar I expansion te- rricorial negoclande con los indigenas el erspaso de sus erras de manera similar al avance esponts- neo que habian estado realizando tor pobladores de ls campaia. El proyecto inchufa,al igual que se planteaba en Chile, la idea de incorporara lovin. dios & la sociedad criola, haciendo “de ellos una thitma familia con nosotros”. Estas expresiones fueron muy comunes durante la primera década revolucionaria, en la que se sostuvo una tendencia Gloindigenista que buscaba integrar al indio dentro de una imaginaria “nacién americana” como her- mano y compatriota. Con los mismos fundamen- ros, el general Francisco Xavier de Viana, secreta~ rio de Estado del gobierno de Posadas, present6 en 1815 un plan de avance territorial que suponia la realizacién de tres etapas sucesivas, al final de las cuales se deberfa llegar a los rios Negro y Diaman- re. El proyecto se basaba en la concertacién de pac~ tos de amistad con los principales caciques de la re~ gién: Epumer, Vietoriano y Quinteleu. A partir de 1815, el gobierno realiz6 una avan- zada traspasando lo que hasta ese momento habia sido el limite oficial de su territorio, es deeit, el rio Salado. A lo largo de ese afto se establecieron al este de la Bahia de Samborombén el presidio Las Bruscas o Santa Elena, que tenfa el objetivo de ale~ jar a los presos politicos de la capital; un destaca~ mento miliciano nombrado San Martin en inme- diaciones de la Laguna de Kaquel Huincul; y la Estancia de la Patria, establecimiento cuyo objeti~ vo fixe abastecer de ganado a los anteriores, En agosto de 1817, una nueva fundacién tavo lugar 6 & cerea de los Montes del Tordillo: el curato de Nuestra Sefiora de los Dolores y la Comandancia politica de las Islas del Tordillo. Al afio siguiente se fandé el pueblo de Dolores. En ninguno de estos casos, y a pesar de las pro~ puestas de Garcia y de Viana, medié una negocia~ cién con las poblaciones indigenas existentes en la zona, sino que se traté de acciones tnilacerales del gobierno. Este tipo de avance contrastaba fuerte~ mente con los asentamientos que, parslelamente, seguian realizando los particulares. Los pobladores ave habjan pasado el Salado y organizado su vida a partir de acuerdos con los grupos natives consi- deraban que, cualquier avance que levara a cabo el gobierno descanociendo este modo de vida que se habia creado, podia generar serios problemas, ha~ ciendo peligrar, incluso, a permanencia misma de estos establecimientos. Bate riesgo latente no tar darfa en estallar cuando cl gobierno demostrara su interés en proseguir con esta linea de ocupacién territorial agresiva. Una confictividad en ascenso Desde mediados de la década de 1810, algunas incursiones indigenas en busca de ganado comen- zaron a dejarse sentir sabre los establecimientos de la campafia bonserense. Estos ataques respondian a una demanda creciente de ganado proveniente del ‘mundo indigena, que se vefa constantemente in- crementado por la legada de grupos trasandinos y ‘desertores. Pero a pesar de esta mayor conflictivi- dad, los informes de los comandantes de los pues- tos de frontera mostraban que estos ataques no ha~ bian producido una interrupeién total de las relaciones cotidianas que se desarrollaban en la campaiia. Por ejemplo, en febrero de 1814 el comandan- te de Is Guardia del Monte reportaba un robo de ganado agregendo que con el botin los indios ha- bia hecho su “faena de cueros, sebo y grasa que luego vendian en la campafia"”. De manera que el ganado robado vol manufacturado, la campa- fia bonaerense, de donde habia sido hurtado. Ea el norte de Ia provincia la situacién era similar. Fl co- mandante de Lujén, don Manuel Corvalén, anun- 6 claba que el vecino Juan Soto, "“recientemente le~ gado con procedencia de los toldos, le prevenia gue los indios se aprestaban a iniciar hostilidades, por lo cual las familias radicadas en Ias poblacio- nes expuestas a las depredaciones abandonaban sus hogares ¢ intereses movidas por el pavor”. El pa- saje de personas a uno y otto lado de la frontera| mostraba una frecuencia constante en todo el pe- riodo, y ademis de los contactos comerciales que presumiblemente eran su mayor fandamento, cum plian un rol fundamental en la obtencién de in- formacién. De manera que los ataques coexistian con tratos comerciales y movimientos de pobla- cién en la campafia cercana al Salado. La fronte- ra, en ese sentido, conjugaba niveles de trate pa- cifico con incursiones y robo de ganado, ereando tuna situacién de “violencia latente” en este es pacio. Durante los afios 1819 y 1820 los ataques se in= crementaron y la frontera norte cobré una especial significacién. Los grupos natives mis cercanos a ese sector de la provincia se vieron presionados por varios frentes, todos los cuales intentaban cap~ tar fuerzas indigenas para sus propios fines. Por un | lado, se hallaba el jefe “chileno” Pablo Levnopin, recién arribado a las pampas, que habia entablado relaciones con algunos grupos ranqucles. Por otro lado, se incrementaba la presencia de desertores y de pobladores contrarios a la politica del Director Supremo Juan Martin de Pueyrredén, que, en al gunos casos, buscaban refugio en las tolderias, pero cen ottos esperaban obtener la colaboracién de les caciques para hostilizar a las fluerzas portenas. Fi nalmente, y cerrando este convulsionado escena— rio, se encontraba en las pampas el oficial chileno José Miguel Carrera y su tropa de soldados patrio- tas que, luego de la derrora suffida en manos de los realistas en Rancagua en 1814, habia crazado a cordillera buscando refugio en Mendoza La actuacién de Carrera en territorio riopla- tense se inicié con el conflicto que lo enfrenté con clentonces gobernador de Cuyo, José de San Mar- fn, Esa enemistad se hizo mis tarde extensiva a otros incegrantes de la Logia Lautaro, compafieros ¥ apoyos fandamentales del Plan Continental de San Martin, como el Director Juan Martin de Pueyrredén, a quienes Carrera consideraba traido- ves a la causa americana por sus ideas monirquicas, 65 66 Luego de tna estadia en los Estados Unidos y de la prisién y muerte sufrida por sus hermanos, José Miguel Carrera concibié la idea de unirse a los caudillos del Litoral Bstanislao Lépez, gobernador de Santa Fe, y Francisco Ramirez, gobernador de Entre Rios, contrarios a la politica directorial De manera que el espacio indigena se hacia cada vez més complejo. Inclufa una diversidad de actores sociales con objetives bien distintos que originaban nuevas alianzas y,a la vez, provocaban conflictos dentro de las mismas agrupaciones indi- ‘genas. En este contexto, en noviembre de 1819 el gobierno directorial impuls6 la realizaci6n de un parlamento con Jos ranqueles de Mamil Mapu con el objetivo de captarlos.ante el incremento del ac cionar de partidas montoneras federales en Ja campata norte y el temor de que éstas involucra~ ran a grupos indigenas. La comisién negociadora fue encabezada por Feliciano Chiclana, que ante- riormente, como asesor del Cabildo en 1803 y come integrante del Primer Triunvirato en 1811, habia sido un firme defensar de la politica de pac- tos con los grupos indigenas de la pampa. La de~ cisiGn del gobierno por iniciar estos contactos res~ pondia 4 requerimientos de algunos caciques, en~ tre los que se contaba Nicolas Quintana, inquie~ cos también ellos por Ia presencia cada vez mayor de grupos armados realistas y patriotas en sus tol derias, De manera similar a otros encuentros di plométicos en territorio indigena, la comisién conté con un “introductos", es decir, una persona de confianza de los jefes indigenas, que era el en- cargado de guiar a la comisién hasta las tolderias donde se realizaria el parlamento. En este caso, se conté con la ayuda de don Juan Francisco Ulloa, vecino y Alcalde de Hermandad, del partido fron= terizo de Salto, que tenia amistad con algunos ca~ ciques ranqueles Uno de los puntos principales que Chiclana expuso a los caciques reunidos en el parlamento, fae el pedido de gue no ampararan a los espafioles en sus tolderias. Los jefes aceptaron la demanda, lo {que decidi6 al delegado del gobierno 2 aumentar sus pretensiones pidiendo que tampoco prestaran apoyo a los “indios chilenos” amigos de los espa- floles, entre los que se encontraba el cacique Pa- blo Levnopan. La respuesta de los caciques puso en. evidencia que también ellos se hallaban preocupa~ or 68 dos por la presencia de estos nuevos contingentes. El arribo del cacique Levnopin, vinculado para entonces con Carrera, habia producido una divi- sin de los jefes ranqucles entre aquellos que ha bian concertado una alianza con los recién Wega dos y otros que se habian mantenido apartados, La positiva respuesta de los caciques hizo creer al 6o- misionado Chiclana que la alianza con el gobier- no bonaerense era un hecho. Sin embargo, la rela~ cién no era tan directa. Si el gobierno no offecta en reciprocidad por este compromise de > gles algiin claro Beneficio para ellos, el acuerdo se apoyaba sobre bares muy débiles,y en la medida en ue apareciers otto aliado que ofteciera mejores oportunidades, éste naufragarfa, Como fire habi- tual a lo largo de exta década ¥ Ia siguiente, estas negociaciones no tavieron continuidad y la con- flictividad fronterirs sigui6 un ritmo axcendente EL1® de febrero de 1820 se produjo en los cam- pos de Cepeds el enfientamicrito entre 2.000 sol- chdos directoriales y fuerzas muy inferiores de los caudillos del Litoral en las que participaron mili- cias indigenas ranqueles, La victoria de estos titi~ mos produjo la cafda del gobierno directorial, que intentaba mantener unido a gran parte del ex te~ rritorio del Virreinato del Rio de la Plata. Gon la desaparicién del Directorio se aceleré un proceso de organizacién de las provincias que, en algunos casos, egaron a convertirse en estados provincia~ les auténomos. La batalla de Cepeda, sin embargo, no aquieté definitivamente el conflicto con las provincias del Litoral, y en marzo la agitacién po- itica volvié a instalarse, Simuleéneamente, las au toridades de campafia informaban sobre un recru- decimiento de los malones por la zona de Lobos, Lujén y Navarro. Los informes seflalaban que los maloneros pertenecian a caciques relacionados con las fuerzas de Carrera, En agosto de 1820 les enfrentamientos civiles se renovaron. Las fuerzas bonaerenses, a cargo del recién nombrado gobernador Manuel Dorrego, enfrentaron y expulsaron a Estanislao Lépez y José Miguel Carrera de Morén, de San Nicolis y Per- amino sucesivamente. En este contexto, y con el objetivo de controlar la frontera oeste de la pro- vincia, el vecino Ulloa volvié a cobrar especial re~ levancia, ya que el gobierno le encomendé la rea~ nudacién de los contactos diplomiticos con los 69 ° indios intentado captar a algunos caciques y obte~ ner la mayor informacin posible sobre lo que es~ taba sucediendo en territorio indigena. Segin los formes de Ulloa, podia contarse con la colabo- racién de dieciocho jefes indios. Luego de la derrota de Pavén, en septiembre, Lopez y Carrera abandonaron la campaiia bonae~ rense, Poco después, el encuentro en el Gamonal invirtié la relacién de fixerzas, El exitoso resultado Mevé al gobernador de Santa Fe a cesar las hostili dades y pactar con Buenos Aires abandonando la alianza con Carrera. El oficial chileno organizé su campamento cerca de Rosario, donde recibié la visita de catorce capitancjos enviados por Pablo Levnopén, que le ofrecié proteccién y el auxilio, del niimero de indios que necesitara. Por la paz fir~ mada con Buenos Aires, Lopez se habia compro~ metido a desarmar a Carrera, pero en los hechos s6lo se limied a conseguir que abandonara su cam- pamento de Rosario, Carrera debié internarse en. territorio indigena, pero antes de abandonar la campafia bonacrense Hevé a cabo, con la colabora- cin de fuerzas indigenas del eacique Levnopin y sus aliados, un ataque al pueblo de Salto. El malén SR se produjo en diciembre de 1820 y perduré por mucho tiempo en la memoria de los vecinos por las enormes pérdidas sufridas en ganado y perso~ nas cautivadas. Al regresar de la incursién, Carrera intent convencer a los caciques de devolver las cautivas obtenidas tratando él mismo de apropiar~ se de algunas para Inego liberarlas. Pero los caci- ques no accedieron al pedido. Segin sefialaba Wi liam Yates, oficial de Carrera, los jefes indios “no estuvieron de acuerdo porque ese principio cho- caba con lo mas intimo de sus habitos guerreros y afectaba el concept que ellos tienen de la honta. En efecto, el honor y los prestigios de un Indio se juzgan por el séquito de sus cautivos. Exterminan a los hombres y sino se apoderan de Jas mujeres y nifios aparecen sin cautivos y se re- sienten mucho sus prestigios [...]¥ si algin jefe por muy popular que fuera, tratara de hacer la guerra privandolos de ese derecho, nadie le acompasiaria" En esta deseripcién se refleja la'dificultad que existia por acordar una forma de accionar comin en las incursiories mixtas entre fuerzas criollas © \digenas. Es que las pricticas de apropiaciém de n n recursos era la tetica central de los ataques indi. genas. Su participacién en los conflictos blancos se basaba, en primera instancia, en los lazos perso- nales que unfan a los caciques con determinados personajes del mundo hispano-criollo. Las alianzas no se hacfan en apoyo a tendencias politicas que no significaban demasiado para los Iideres indige- znas ahora representadas por las tendencias direc torial o antidirectorial y més tarde por las de fede~ rales y unitarios— sino con figuras concretas con quienes habian establecide una relacién personal de confianza, Por tal motivo, su ineorporacién a tuno de los bandos en pugna no signifieaba el com- Promiso con una posicién politica determinada, sino el auxilio como fuerzas militares que opera ban segiin sus propias ticticas guerreras. En el caso del ataque a Salto, la toma de cautivos significaba, para el oficial chileno, un exceso y una prictica jinhumana; para los indfgenas formaba parte inte- grante de las empresas maloneras que buscaban ad~ quirir recursos, dentro de los que se incluia tanto ganado como personas. Mirando hacia el sur Mientras exo sucedia en el norte de la campa~ fia, la frontera sur experimentaba un curso bastan- te diferente, Desde 1810 el comercio rioplatense se liberé de las rertricciones impuestas hasta en— tonces por la Corona espafiola; se ampliaton los mercados exteriores para la produccién local y se abrié la introduccién masiva de productos impor- tados. El establecimiento del libre comercio fo- menté la exportacién de bienes que tenfan una demanda creciente en mercados, fandamencal- mente, europeos. Los principales rubros de expor~ tacién eran el cuero —de vacunos y de equinos—, algunos de sus derivados como grasa, sebo, crines yy carne salada o tasajo, que se elaboraba en estable~ cimientos especiales llamados saladeros, Fsta nue— va politica favorecié sobre todo a Buenos Aires que, ademis de exportar bienes derivados de la produccién ganadera, acaparé desde 1820 los ju- gosos ingresos de la Aduana, por donde entraban productos importados de todo tipo —textiles, ob- jetos de metal, harinas y otros alimentos— que luego se redistribufan a las demas provincias. El a ™ puerto de Buenos Aires era el tinico habilitado para la introduecién de bienes importados y para Ja salida de la produccién interna. Unos y otros, aunque en mayor medida los primeros, debian pa~ gar un impuesto en la Aduana, Hacia 1820 y en fiancin de la demanda de los mercados externos, uno de los objetivos priorita- ridi del gobierno bonacrense fae Ja expansin te- rritorial hacia el sur para incorporar tierras férti- les que permitieran incrementar la exportacion de productos pecuarios, La expansion debia rea~ lizarse sobre un espacio ocupado por indigenas. La politica de fronteras durante la primera mitad de la década de 1820 se caracteriz6 por seguir una .ea oscilante que combiné acciones negociado- ras con algunos grupos indigenas y expresiones de facrza a través de expediciones militares. Esta Auctuante politica se explica por el excaso cono- cimiento que el gobierno cenia sobre la comple Jidad del mundo indigena al sur de la provincia, que lo ev, en ocasiones, a encarar acciones mi~ litares en represalia por malones sobre grupos que no habjan participado en los mismos. Estos erro res de diagnéstico fueron pagados con un incre mento de Ia hostilidad indigena, como se veri mis adelante. La primera accién del gobierno provincial fac la firma de un pacto de amistad con los jefes indigenas de la zona, En marzo de 1820, wtilizan do Ia mediacién del hacendado Francisco Ra- mos Mejia, se firmé un tratado en su estancia Miraflores con representantes de los principales grupos indi jenas del sur de la provincia, El tra- tado establecta, entre otros puntor, la regulacién del intercambio y el compromiso por mantener Ia paz y armonia entre las partes. Pero, ademss, 6 establecia una nueva linea divisoria entre lot tervitorios que avanzaba sobre siereas indfgenas reconociendo la ocupacién espomtines protgo- pizada por los hacendados, pero a la vor, s¢ g8- rantizaba que ose avance no proseguiria. En efec~ torel punto 4 del tratado estipalaba qu Ia linea Givisoria de ambasjarisdicciones estaria marca- da por el terrene ocupado por los hacendados que habian traspasado el rio Salado y que en adelante ningdn habitante de la provincia de Buenos ‘Aires podta sequi interndndose en el teritoro in gena. 15 6 Pero este inicio diplomitico pronto fue shan- donado y reemplazado por medidas mis agresiva, Como se ha visto,en diciembre de 1820 se produ- Jo el malon sobre el pueblo de Salto. Como res- puesta al ataque,el gobernador Martin Rodriguez planeé una expedici6n al sur con el objetivo de cattigar a los invasores. La decisi6n de aceuar sobre elsurde la provincia se justficaba en que si bien el gobernador reconocia que Carrera y los ranque- les habSan sido Jos autores del ataque, estaba eon vencido de que habia recibido la ayuda de pareia- Fidades indfgenss del se 2Cal babra sido Ia impresién que tavieron Tes ince peeps] alee] lapeefetecst coeeasae ejércita de mids de 1.000 efectivos cuando, segiin el trtado fiemado pocos meses atrls, ese texrito- so no volvertaaserrezado por pobladores dela pro- vines? Esta contradiccién entre acciones diploms— sicasy expedicioncs militares levadas a cabo por el gobierno bonacremse produjo una gran descon- fanzay desconcierto en los grupos indigenas de la region pampeana, Entre 1820 y 1824 a cada nego ciacion de paz sig una campaha militar que buscaba expandir 6 consolidar el territorio-pro- vincial, Si el tratado de Miraflores fue violado con Ti primera expedicion militar de 1821, las nego- ciaciones real 1822 con caciques de Ia zona de Sierra de la Ven- tana fueron seguidas por una segunda expedic adas por Pedro Andrés Garcia en. que se extendié entre marzo y julio de 1823 y cul- ming en el establecimiento del Fuerte Indepen- dencia, en la actual ciudad de Tandil, Esta funda- Gdn repretenté la adquisicién de una importante superficie para el estado provincial y Ia pérdida de ticos campos de pastoreo para los grupos indige- nnas, que no dejarfan de reclamarlos en los aiios “subsiguicnces "En la misién realizada por el vecino de Carmen, de Patagones Mateo Dupin, el cacique Pooti, que tenfa su asentamiento cerca de dicho fuerte, ex- presaba la desconfianza que se habia instalado en~ tre los grupos nativos por la secuencia de acciones gubernamentales: “Vino entre nosotros el Sor de Garcia [refirién- dose a las negociaciones realizadas en el aio 1822 en Sierra de la Ventana} com igual comisién a la que Ud. trae ¢ hicimos la paz de buena fe, Tratan los chilenes y ranqueles de hacer nueva invasién, ” 8 nosotros avisamos al sefior gobernador de sus in- tenciones y mandamos a Buenos Aires muchas re- mesas de efectos; pero en pago de nuestro aviso el hizo prender nuestros comerciantes decomis6 sus haberes, entré a mano armada en nuestro territo- rio y edificé una fortaleza [Tandil] que nos quita nuestras mejores tierras. La guerra actual no pro- mete ventajas a ninguno de los partidos y de todo. corarén deseo que cese”. A-este descontento generalizado por el curso. de las relaciones diplomiticas se agregaba el hecho de que las mismas negociaciones de paz ignoraban tun elemento central en estos encuentros, que eran, los obsequios que los comisionados repartian en— tre los principales caciques y éstos luego distribufan, sus indios, La importancia y el rol que jugaban, estos bienes en la sociedad indigena eran general- mente ignorados por los blancos, Para éstos, el indio era un constante pedigiiefio, que mostraba tun insaciable interés por los regalos que se repar- tian en estas ocasiones, Lo que no egaban a en- tender algunos comisionados era que estos bienes formaban parte de las relaciones politicas en este tipo de sociedades, En efecto, para los indigenas los regalos representaban una retribucién por la amis- tad y las paces que se estaban aceptando; se cam biaba alianza por bienes, Estos, ademés, debjan ser “yedistribuidos por los caciques principales entre otros jefes menores para consolidar las negociacio- nes de paz. En la medida en que los regalos no al- canzaran para contentar a sus seguidores, el curso de la negociacién podia fracasar. Esta serie de desinteligencias respecto de la diplomacia indigena culmin6 con el ataque que el gobernador Martin Rodriguez emprendié so- bre uA personaje muy respetado por los indios. Considerando que dentro de su estancia Miraflo- res se amparaba a indios maloneros, Rodriguez ordené Ia prisién de Ramos Mejia,a quien con- sideraba culpable de encubrirlos.El capataz de la estancia,José Luis Molina, eseap6 con algunos in dios y logeé organizar una fuerza de 1.500 lanzas con las que atacé el destacamento de Kaquel Huincul. Esta politica agresiva del gobierno no era re- chazada solamente por los grupos indigenas mis directamente afectados. Los mismos productores agropecuarios, aunque coincidian en la necesidad ~ de avansar la ffontera, refan mis convenicnte ha cer dicho avance de manera concertada por los in=, dligens,negociando con ellos ocupacién de sus Gerras mediante algin tipo de retribucién. En de- Giniiva,no hactan mis que recomendar la etrate- fa que muchos de ellos habian aplicad desde ha cla mis de una década para acneane de manera particular en terzitorio indigena. Entre lor pro- uctores que aconsejaban esta via de avance tc on contraba Juan Manuel de Rosas; propietario de Sere en la fronters que, de igual manera que Raz tos Mejia alojaba a grupos indigenas cn estan tia Los Cerrillos. La campana, en llamas Ante el avance militar del ejército provincial, los indigenas intentaron reclamar de manera di- plomitica un resarcimiento por la pérdida de sus terras. La negativa absoluta del gobierno por eon siderar el tema derivé en la ruptura de las relacio— nes y en el inicio de una etapa signada por una reciente agresividad indigena que se expresé en malones sobre los nuevos asentamientos agrope- Guarios. Entre los afios 1823 y 1825, la contflictivi- Gad fronteriza aleanz6, un nivel sin precedentes. Las incursiones indigenas siguieron un ritmo es- tacional, incrementindose a partir de la primave- 12. Los primeros ataques comenzaron 4 sentizse con fuerza en la primavera de 1823 y cubrieron un, arco que se extendia desde Chascomis hasta Ia Guardia de Lujan. Se esperaba que el reciente~ mente creado Fuerte Independencia cumplicra la fancién de avanzada de un territorio al que debia proteger: Sin embargo, la facilidad con que las par- ‘idas indigenas egaban a localidades como Ran- chos, Monte y Lobos, ubicadas varias leguas a la retaguardia del fuerte, reflejaban que el espacio en- exe el nuevo destacamento militar y el curso del Salado atin no se hallaba suficientemente prote- gido. Poco después, los partidos del norte de la pro vincia también fueron atacados por partidas indi- genas, En enero de 1824, y luego de un malén so- bre el pueblo de Pergamino, el gobernador de Santa Fe, Estanislao Lépez, se comprometié a lo- calizar en la frontera compartida entre ambas pro- a vincias una dotacién de 200 soldados. A pesar de estas prevenciones, en marzo se registr6 una nuc~ va incursién sobre los campos inmediatos al pue~ blo de Areco. En junio de 1824, algunas partidas atacaron las poblaciones de Lobos y Monte provocando un importante éxodo de poblacién. Segrin informa ba Rosas, que se hallaba en su estancia San Martin, ubicada en el partido de Caftuelas,“el camino esti eno de familias que se retiran™. Las expresiones del Alcalde de Lobos en referencia al ataque son, verdaderamente clocuentes, Carlos Wright infor maba al comisario de Lujin, Francisco Sempol, que “los indios nos han dejado en un estado de~ plorable en su invasién del 3 de junio en que en- traron tan sutilmente que cuando fueron sentidos estaban a media legua de distancia del pueblo, ro~ bando las haciendas y evandose cautivos, cuyo ndimero calculada por bajo excede de 300. Vale decir a Ud, que a na haber sido el haber tirado yo 2 cafionazos los cuales les hicieron retirar hubiera mos perecido todos; que vinieron hasta las quin- tas del pucblo de cuyas inmediaciones llevaron va as cautivas, El nGimero de los vecinos muertos pasa de 40 los que se han hallade y en fin nos han dejado cn un estado que no se halla un caballo ni Desde Areco ¢l informe del comisario de poli~ cia reproducia expresiones similares; en octubre del mismo afi caracterizaba de “formidable el destrozo hecho por los birbaros en el partido tan- to en los habitantes como en las haciendas”” ‘Durante estos conflictivos afios se hizo eviden te la imposibilidad del ejército provincial por de- tener la agresividad indigena y la escasa eficacia de las entradas en territorie indigena. De las tres ex- pediciones del gobernador Martin Rodriguez, sélo la segunda fue exitosa al poder establecerse un, nuevo fuerte en territorio indio. Las otras campa~ fas terminaron en un rotundo fracaso, ya que fue~ ron constantemente hostigadas por partidas sueltas gue practicaban una guerra de guerrillas que ter~ ming por desgastar al ejército. La tictica indige~ na de hostigamiento constante era efectiva, De “Archive General de la Naciéa (en adelante, AGN), Vil, teg. 1041 ® 8 esta manera se expresaba el ya nombrado cacique Pooti con el comisionade oficial Mateo Dupin en la negociacién efectuada en 1824 sobre la inuti~ lidad del esfuerzo militar provincial sobre sus tie rras:“\Cuando el sefior Rodriguez nos invade, mon- tamos a caballo: si urge abandonamos los toldos y las ovejas: él anda todo el campo perdiendo caba- los y nosotros nos divertimos en verlo caminar en balde. Cuando cansado se retira matamos algunas yeguas con cuyos cueros hacemos nuevos toldos (que es lo Gnico que podiames perder), nuestros aliados nos mandan las ovejas que necesitamos mediante lo cual quedamos tan ricos como antes”. La misma dificulead por obtener acciones exi~ tosas se producia cuando eran los indios los que atacaban los establecimientos rurales de Ja campa- fa, Hasta 1825 los malones fueron constantes y los intentos de las tropas provinciales por contenerlos, sumamente infructuosos. Esta dificultad derivaba de la estrategia indigena, que consistia en la reu— nién y separacién permanente de los grupos, en el ‘abandono del ganado para evitar enfrentamientos yen a internacién en territorio pampeano deseo. nocido para las fuerzas provinciales que ripida- mente hallaban un limite en su persecuci6n por el agotamiento de las cabalgaduras, Un experte co nocedor en estas pricticas guerreras, cl coronel Pradencio Arnold, que desempefé sus fanciones militares principalmente en la frontera, deseribia de esta manera las acciones de los nativos:""Los in— dios marchan siempre apresuradamente, dejando en el camino todo animal que se cansa [...] en caso. de ser atacados largan una punta de animales para interrumpir la accién del enemigo que se entretie~ ne en seguirla, Luego lanzan otra fraccién de ha- cienda mezclando en ella algunos caballos oreja~ nos y ensillados algunos de ellos. Con este sistema consiguen desmoralizar a sus perseguidores que, entretenidos en tomar esos trozos de hacienda, ol- vidan que Ios invasores le adelantan distancia, para escapar con el resto del botin La reacci6n de las autoridades de campafia re petia, ante cada ataque, el mismo esquema: se convocaba con urgencia a cuerpos milicianos para salir en persecucién del enemigo y répida- mente se abandonaba la misma por la escasez de armamentos y cabalgaduras, que condenaba de n resul- antemano la posibilidad de obtener algti 8s 86 tado positivo, Este tipo de relatos se reproducia constantemente en los informes de los militares de la campania y no dejaba lugar a dudas sobre la sensacién de inseguridad que reinaba en ella. En los partes de los oficiales de campatia se observa una imagen de permanente hostigamiento por parte de las guerrillas indigenas y una igualmen- te constante imposibilidad por parte de las fuer~ zas provinciales por contener y hacer frente a es~ tas agresiones. El descrédito del gobierno ante el etcato éxito de sus acciones, sumado a la creciente critica de la uc ofa objeto por su insistencia en Hevar adelan— te una politica agresiva, Hevaba a que se tratara de disminuir la envergadura de estos fracasos. Recu- rriendo nuevamente al coronel Prudencio Arnold, éste indicaba que los partes oficiales sobre encuen- tros militares que se enviaban al gobierno acos~ tumbraban dar"“euenta de haber batido a los indios después de una marcha precipitada de 30 lepuas cuando en verdad s6lo fue de 3.0 4 leguas, de ha~ betles quitado dos mil y tantos animales, vacunos ¥y yeguarizos, diez caballos ensillados y quince in- dios muertos cuando, en realidad, sélo han toma~ do a los invasores ciento y tantos animales de los primeros, tes caballos ensillados, habiendo inuer~ to si acaso un indio”. Si esta reflexi6n es sugerente, lo ¢s mucho més, la forma en que, segin Arnold, estos partes toma ban estado pablico mediante su publicacién en los periddicos. “Luego de las oficinas del Ministerio de Guerra donde siempre se cuenta con un amigo, el famoso parte con sus formas ampulosas redon- deadas en el misino Ministerio va ala prensa, don— de otro amigo lo precede de frases encomiisticas all valor y a la pericia.” Rosas entra en escena A la critica situacién que se vivia en la campa- fa bonaerense se agregé un nuevo elemento de preocupacisn para el gobierno. En enero de 1826, Brasil declaraba Ja guerra a las Provincias Unidas del R fo de la Plata por la incorporacién de la Ban~ da Oriental, territorio que el imperio brasilefio ~buscaba anexar a sus dominios. Comenzadas las acciones militares, se temfa que tropas brasilefias desembarcaran en la costa patagénica y trararan de ‘captar a grupos indigenas de la zona para caer so- bre Buenos Aires desde el sur-Fl estado de conflic~ to que el gobierno mantenia con esas agrup: nes hacia pensar que éstas podian-aceptar de buena gana una alianza con Jas fuerzas hrasilefias Estos acontecimientos Hevaron a que se deci- dicra realizar un cambio radical en la politica indi gena, mudando cl enfrentamiento por negocia- ciones de paz. Para evar a cabo esta tarea, el dino Ri- recientemente elegido presidente Bers vadavia nombré a Juan Manuel de Rosas como en- cargado de la Negociacién Pacifica de Indios y le encomends la labor de comenzar las negociaciones con los principales caciques del sur de la provincia para formalizar con ellos un tratado de paz y. amis tad. La clecci6n de Rosas para dicha tarea se debia 4 las relaciones que él mismo habia extablecido, como productor, con algunos grupos indigenas del sur, varios de los cuales vivian en su estancia Los Cerrillos. Al igual que otros propietarios de la cam- aia, habia logrado e:tablecer una convivencia pa~ cifica con los indios de los alrededores alojando 4 algunos grupos dentro de sus propias estancias. El centro de la propuesta de negociacién que Rosas debia offecer a los jefes natives y que reco gia, finalmente, la posicién de muchos producto res de la campaita, se basaba en el avance del terri- torio provincial a través de negociaciones con los “grupos natives que ocupaban las tierras tan desea ‘das, a quien ‘mismas. La nueva propuesta results ser efectiva y 's se compensaria por la cesién de las hhaciacBines de 1836 ya se podia observar una re tracci6n en la conflictividad fronteriza. Fl éxito de estas negociaciones se debi6, ademis, a na mejor predisposicin de algunos lideres por establecer paces debido a que desde mediados de la década de 1820, nuevos contingentes indigenas cruzaron los patos cordilleranos con la intencién de estable~ cerse en los ricos campos de pastoreo que se abrian hacia el este. Estas migraciones provocaron un re- argimiento de los conflictos entre algunas tribus yen consecuencia, sna inclinacton de ciertos jefes indios a escuchar auevamente las ofertas de los co- misionados bonacrenses Varias comitivas indigenas se hospedaron lar- gas temporadas en el Fuerte Independencia a la espera del fin de las negociaciones. Em éstas se re- %

También podría gustarte