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La fábula de los psicólogos

El doctor en psicología Phillip Zimbardo, de la


Universidad de Stanford, llevó a cabo (en 1971) un
experimento cuyo primer paso consistía en crear una
serie de grupos de voluntarios (uno de ellos
«exclusivamente femenino»), compuestos por estudiantes
universitarios normales, para dividirlos luego en dos.
Uno de ellos era «despersonalizado» (quiere decirse que
los nombres se les cambiaron por números, se les cubría
la ropa con batas de laboratorio y tenían que llevar unas
capuchas con agujeros para los ojos). Eran «los
prisioneros» en el experimento. A continuación, se los
alojaba en una prisión, específicamente simulada para la
ocasión. El otro grupo también era sometido a un
proceso de despersonalización, que en su caso consistía
en asignarles números y vestirlos con batas de médicos.
Se convertían entonces en «los guardianes».

A «los guardianes» se les confirió autoridad sobre «los


prisioneros», una autoridad de la que, creyendo que nadie
se daba cuenta, abusaron bien entrada la noche:
obligaron a los prisioneros a desnudarse a altas horas de
la madrugada para cachearlos y les impusieron muchos
otros castigos adicionales, entre ellos limpiar a mano las
tazas de los retretes. Durante varios días estuvieron
insultándoles y echándoles la zancadilla para reírse de
ellos cuando pasaban a su lado: ¡Qué chicos tan
graciosos! De hecho, los vídeos que se obtuvieron
pusieron de manifiesto que, en el transcurso de seis días,
su comportamiento se había vuelto tan sádico y violento,
que hubo que abortar apresuradamente el experimento.
El propio Zimbardo quedó en una situación muy
comprometida debido a los excesos de aquellos
voluntarios.

—Esos chavales eran todos pacifistas —diría más


tarde, a modo de disculpa⁠—, pero se convirtieron en
unos auténticos nazis.

Es muy fácil cometer un error de este tipo, pero


¿realmente es tan pequeña la diferencia?

(Tomado de Martin Cohen, 2003, 101 dilemas éticos)

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