Universidad de Stanford, llevó a cabo (en 1971) un experimento cuyo primer paso consistía en crear una serie de grupos de voluntarios (uno de ellos «exclusivamente femenino»), compuestos por estudiantes universitarios normales, para dividirlos luego en dos. Uno de ellos era «despersonalizado» (quiere decirse que los nombres se les cambiaron por números, se les cubría la ropa con batas de laboratorio y tenían que llevar unas capuchas con agujeros para los ojos). Eran «los prisioneros» en el experimento. A continuación, se los alojaba en una prisión, específicamente simulada para la ocasión. El otro grupo también era sometido a un proceso de despersonalización, que en su caso consistía en asignarles números y vestirlos con batas de médicos. Se convertían entonces en «los guardianes».
A «los guardianes» se les confirió autoridad sobre «los
prisioneros», una autoridad de la que, creyendo que nadie se daba cuenta, abusaron bien entrada la noche: obligaron a los prisioneros a desnudarse a altas horas de la madrugada para cachearlos y les impusieron muchos otros castigos adicionales, entre ellos limpiar a mano las tazas de los retretes. Durante varios días estuvieron insultándoles y echándoles la zancadilla para reírse de ellos cuando pasaban a su lado: ¡Qué chicos tan graciosos! De hecho, los vídeos que se obtuvieron pusieron de manifiesto que, en el transcurso de seis días, su comportamiento se había vuelto tan sádico y violento, que hubo que abortar apresuradamente el experimento. El propio Zimbardo quedó en una situación muy comprometida debido a los excesos de aquellos voluntarios.
—Esos chavales eran todos pacifistas —diría más
tarde, a modo de disculpa—, pero se convirtieron en unos auténticos nazis.
Es muy fácil cometer un error de este tipo, pero
¿realmente es tan pequeña la diferencia?
(Tomado de Martin Cohen, 2003, 101 dilemas éticos)