Reinsercion de Exreclusas Dificultades y

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Grado en Criminología

Universidad de Sevilla
Facultad de Derecho

REINSERCIÓN DE EXRECLUSAS.

Dificultades y estigmas desde la


perspectiva de género.

Trabajo Fin de Grado

Autora: Lucía Ortiz Bravo

Tutora: Esther Márquez Lepe

Departamento de Sociología

Curso 2018 - 2019


RESUMEN
La criminalidad femenina ha sido la gran olvidada a lo largo de la historia. No se han tenido en
cuenta los factores específicos que llevan a ella, ni los que son clave para un proceso de
reinserción social efectivo. Se ha considerado que la mujer reclusa tiene las mismas
necesidades y dificultades que el hombre recluso, interviniendo de manera genérica en ambos.

Esta investigación pretende poner de manifiesto las particularidades de las mujeres reclusas,
especialmente durante su periodo de reinserción en la sociedad. Para ello, se ha realizado, en
primer lugar, una exhaustiva revisión bibliográfica acerca de todos los aspectos que influyen en
la correcta reinserción de las mujeres ex-reclusas, así como sobre las dificultades a las que
deben hacer frente por razón de género. En segundo lugar, para cumplir nuestro objetivo, se
ha desarrollado una estrategia de investigación cualitativa mediante entrevistas en
profundidad a ex-reclusas. A través de esta técnica hemos podido profundizar en aspectos
como: redes sociales y de apoyo, aspectos psicológicos, socioeconómicos, laborales, familiares
(maternidad), tipología delictiva y relación con ámbitos conflictivos (como las drogas).

Los resultados obtenidos muestran numerosas dificultades por el hecho de ser mujer que hace
mucho más complejo el proceso de reinserción que para los varones.

PALABRAS CLAVE
Ex reclusas, estigma, dificultades de reinserción social, género.

ABSTRACT
Female crime has been forgotten throughout history. The specific factors that lead to it
haven’t been taken into account, neither those that are key to an effective social reintegration
process. It has been considered that the inmate woman has the same needs and difficulties as
the inmate man, intervening generically in both.

This research aims to highlight the particularities of women prisoners, especially during their
period of reintegration into society. To this end, an exhaustive literature review has been
carried out on all the aspects that influence the correct reinsertion of the ex-inmate women, as
well as on the difficulties they face due to gender. Second, to achieve our objective, a
qualitative research strategy has been developed through in-depth interviews with ex-inmates.
Through this technique we have been able to deepen aspects such as: social and support
networks, psychological, socioeconomic, work, family (maternity), criminal typology and
relationship with conflicting areas (such as drugs).

The results obtained show numerous difficulties due to the fact that she is a woman that
makes the reinsertion process much more complex than for men.

KEY WORDS
Ex-inmates, stigma, difficulties of social reintegration, gender.

2|Página
ÍNDICE
1. INTRODUCCIÓN. .................................................................................................................... 4
2. MARCO TEÓRICO. .................................................................................................................. 5
2.1. ESTUDIOS DE CRIMINALIDAD FEMENINA: DESDE LOS INICIOS HASTA LA ACTUALIDAD.
....................................................................................................................................... 5
2.2. CONTEXTO DE LA POBLACIÓN RECLUSA EN ESPAÑA. ................................................... 6
2.3. CONTEXTO DE LA POBLACIÓN RECLUSA FEMENINA EN ESPAÑA. ................................ 8
2.4. CARACTERÍSTICAS SOCIODEMOGRÁFICAS DE LAS MUJERES RECLUSAS EN ESPAÑA. 10
2.4.1. EDAD Y CREENCIAS RELIGIOSAS. ......................................................................... 10
2.4.2. NIVEL DE ESTUDIOS. ............................................................................................ 11
2.4.3. ASPECTOS PSICO-SOCIALES. ................................................................................ 12
2.4.4. SITUACIÓN LABORAL. .......................................................................................... 13
2.4.5. MUJERES RECLUSAS EXTRANJERAS Y/O DE MINORÍAS ÉTNICAS. ....................... 13
2.5. TIPOLOGÍAS DELICTIVAS MÁS FRECUENTES EN LAS MUJERES RECLUSAS. ................. 15
2.6. PRINCIPALES FACTORES INFLUYENTES EN LA REINSERCIÓN DE LAS EX RECLUSAS
ESPAÑOLAS.............................................................................................................................. 18
2.6.1. INTERACCIÓN CON LAS DROGAS: ¿MODO DE VIDA O MEDIO DONDE VIVIR? ... 19
2.6.2. VÍNCULOS SOCIALES: FAMILIA Y REDES DE APOYO. ........................................... 20
2.6.3. MATERNIDAD. ..................................................................................................... 22
2.6.4. DIFICULTADES EN LA REINSERCIÓN Y REINCIDENCIA. ........................................ 24
3. OBJETIVOS Y METODOLOGÍA. ............................................................................................. 25
3.1. OBJETIVOS. .................................................................................................................. 25
3.2. METODOLOGÍA............................................................................................................ 25
3.2.1. ESTRATEGIA METODOLÓGICA. ............................................................................ 25
3.2.2. PERFIL DE LAS ENTREVISTADAS. .......................................................................... 26
3.2.3. GUIÓN DE LA ENTREVISTA. ................................................................................. 27
4. ANÁLISIS DE LAS ENTREVISTAS............................................................................................ 27
4.1. PERCEPCIÓN DE LAS EXRECLUSAS ENTREVISTADAS SOBRE LAS DIFICULTADES Y
VIVENCIAS INDIVIDUALES EN EL PROCESO DE REINSERCIÓN. ................................................ 27
4.2. VALORACIÓN DE LAS EXRECLUSAS ENTREVISTADAS ACERCA DE LAS RELACIONES
INTERPERSONALES Y SOCIALES Y LA INFLUENCIA DE LA PRIVACIÓN DE LIBERTAD SOBRE LAS
MISMAS. .................................................................................................................................. 30
4.3. PROPUESTAS DE MEJORA QUE FACILITARÍAN EL PROCESO DE REINSERCIÓN DE LAS
MUJERES EX RECLUSAS. .......................................................................................................... 32
5. CONCLUSIONES Y PROPUESTAS DE MEJORA. ..................................................................... 33
6. ANEXOS. .............................................................................................................................. 35
7. REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS. .......................................................................................... 36

3|Página
1. INTRODUCCIÓN.
El sistema penitenciario actual sigue basado en construcciones de género arcaicas que
generan desigualdades sociales y mantienen a las mujeres en una situación de desventaja en el
proceso de reinserción (Azaola, 2005). Al observar la realidad de este colectivo, diversos
autores han subrayado la necesidad de estudiar la criminalidad femenina desde una
perspectiva de género, ahondando en las características y aspectos específicos de la misma y
observando qué acaba involucrando a las mujeres en el ámbito de la delincuencia (Casanova,
2017 y Realpe y Serrano, 2016).

Resulta fundamental tener en cuenta que los actos delictivos suelen ser cometidos por
mujeres con problemas de diverso tipo: adicciones, dificultades económicas, entornos
conflictivos, familias desestructuradas, enfermedades mentales, bajo nivel educativo, etc.
(Añaños y Jiménez, 2016). Aunque la prisión tenga como principal objetivo la resocialización
del sujeto, no podemos obviar que las condiciones sociales (políticas, económicas y culturales)
son determinantes en el proceso de reinserción o reincidencia (Jiménez y Jiménez, 2013), y
aún más cruciales en las mujeres, como veremos posteriormente.

A lo largo de este estudio nos centraremos dar respuesta a si el paso por prisión tiene un
efecto diferencial y discriminador en hombres y mujeres. De igual modo, se profundizará en la
percepción, valoración y opiniones de las mujeres exreclusas acerca de los obstáculos,
dificultades y estigma en su proceso de reinserción.

En aras de comprender este colectivo, sus necesidades y carencias, se procede a realizar


un recorrido por el abordaje de la criminalidad femenina desde sus inicios hasta la actualidad.
Posteriormente se aludirá a las diferencias en la población penitenciaria masculina y femenina,
tanto a nivel cuantitativo como a nivel cualitativo. Tras ello, nos centraremos en las
características sociodemográficas de las mujeres reclusas en España, haciendo especial
mención a aquellas que son extranjeras o pertenecen a colectivos minoritarios. Finalmente, se
profundizará en las tipologías delictivas más frecuentes, en los principales factores influyentes
en su proceso de reinserción y se expondrán las conclusiones obtenidas en la investigación y
las propuestas de mejora.

Para todo lo anterior se ha optado por una metodología cualitativa, basada en entrevistas
en profundidad a exreclusas, complementada con una pormenorizada revisión bibliográfica
sobre el tema en cuestión.

El correcto abordaje de este tema resulta imprescindible ya que, si estas diferencias siguen
siendo ignoradas, la desigualdad entre hombres y mujeres se mantendrá y nos impedirá crear
sistemas penitenciarios que sean más eficaces en su función.

4|Página
2. MARCO TEÓRICO.
Para comprender este efecto diferencial y discriminador, por qué se produce y sus
consecuencias en las mujeres es fundamental profundizar en la concepción de la criminalidad
femenina a lo largo de los años, su evolución y situación actual, las características que la hacen
diferir de la masculina y los aspectos que la vertebran. Entre estos últimos se analizarán de
manera pormenorizada aquellos que supeditan especialmente la vida de la mujer exreclusa: la
dificultad de reinserción, la mayor reincidencia, el vínculo con las drogas y la complejidad en
las relaciones sociales y la maternidad.

2.1. ESTUDIOS DE CRIMINALIDAD FEMENINA: DESDE LOS INICIOS HASTA LA


ACTUALIDAD.
Históricamente la delincuencia ha sido asociada solo a hombres, ignorando por completo a
la mujer delincuente. Tanto es así que Zaffaroni (1993, citado en Añaños y Jiménez, 2016:66)
afirmó que “la mujer ha sido excluida tanto del discurso dominante en la Criminología y el
Derecho, como del discurso punitivo”. Otras autoras como Elena Azaola (2005) o Migallón y
Voria (2007), difieren de esta afirmación. Azaola entiende que la criminalidad femenina ha sido
y es actualmente castigada de manera estricta. Las segundas, en la misma línea, aluden a la
doble sanción: por ser delincuente y por ser mujer. Esto implica que los efectos derivados de la
misma (estigmatización y marginación social) se vean igualmente incrementados. Asimismo, el
resto de factores de riesgo tales como la pobreza, desestructuración familiar, falta de ingresos,
etc., recaen sobre ellas en mayor medida e incrementa la vulnerabilidad de las mismas.

Las diferencias de género en lo referido a la aplicación del castigo tienen un amplio


recorrido histórico. Hasta el siglo XVI, los hombres que eran sancionados veían su pena
conmutada por trabajos forzosos, mientras que las mujeres no contaban con esta opción y
debían experimentar el castigo físico (azotes, mutilaciones…) o ser condenadas al destierro. Sin
embargo, no es hasta a partir de este siglo cuando empiezan las primeras menciones sobre la
criminalidad femenina debido al incremento de la prostitución y otros pequeños delitos
cometidos por mujeres. En este momento se comienza a buscar la erradicación del problema a
través del tratamiento adecuado, creándose los primeros lugares específicos para este fin de
carácter religioso y moral (López, 2015).

A lo largo de los siglos XVII y XVIII se comenzaron a promulgar diversas ordenanzas que
establecían las primeras estructuras represivas no vinculadas directamente al ámbito religioso.
En ellas se observan, una vez más, aspectos que sustentan la desigualdad de género. El más
destacable y que aún se mantiene en la actualidad es la convivencia de los hijos con las
mujeres condenadas fundándose esto en la atribución de las labores de cuidado y
alimentación de la descendencia únicamente a la madre (López, 2015).

A finales del siglo XIX surge una nueva corriente denominada Criminología Positivista, que
defendía que la base de la criminalidad femenina estaba en su “esencia o naturaleza”,
observada desde una corriente biologicista (Blanquer, 2015). Autores como Lombroso y
Ferrero (1973 citados en Azaola, 2005:14), entendía que “las mujeres tenían una moral
deficiente y eran resentidas y vengativas” y por ello se iniciaban en el terreno de la

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criminalidad. Por ello, se comienza a separar a las reclusas por delito y a considerar labores
como tejer o hilar como fundamentales para la corrección de la mujer -otro aspecto más que
sustenta la desigualdad de género- (López, 2015).

Actualmente, la mujer está comenzando a ser concebida por el derecho penal como un
sujeto al que tener en cuenta (Azaola, 2005). Con la aprobación en 1996 del Reglamento
Penitenciario se establecen las distintas opciones para la ejecución de la condena orientadas a
ajustar la respuesta del sistema penitenciario a las necesidades específicas de la población
penitenciaria y ofrecer posibilidades socioeducativas enfocadas a paliar las necesidades. Con
esto se pretende que la prisión no solo tenga fines punitivos sino que ponga en
funcionamiento programas que proporcionen a los reclusos y, en especial a las mujeres
reclusas, de recursos para poder hacer frente a todos aquellas circunstancias desfavorables
que favorecieron que desembocaran en la delincuencia (López, 2015).

A pesar de lo expuesto y, teniendo en cuenta que la inclusión de la perspectiva de género


en prisiones es algo bastante novedoso, el sistema penitenciario español sigue mostrando
carencias, ya que mantiene servicios y estructuras masculinizados o destinados únicamente a
los hombres pero que son utilizados por ambos sexos indistintamente (Añaños y Jiménez,
2016). Basta con observar el diseño arquitectónico de las prisiones, cómo están distribuidos los
espacios dentro de las mismas o sus normas para darse cuenta de que el sistema penitenciario
sigue estando estructurado tomando como base al hombre (Azaola, 2005).

En México, por ejemplo, las mujeres que han cometido algún delito no cuentan con un
establecimiento penitenciario específico para ellas, lo que supone la primera de muchas
desventajas que serán analizadas a lo largo de este estudio.

2.2. CONTEXTO DE LA POBLACIÓN RECLUSA EN ESPAÑA.


Para comprender las dificultades, obstáculos y estigma en la reinserción propios del
colectivo objeto de estudio es fundamental entender en qué contexto se enmarca la población
reclusa española y, más concretamente, las reclusas femeninas, así como cuáles son sus
características, necesidades y factores que estructuran su vida.

En lo que respecta al contexto de la población reclusa, debemos partir de la base de que


nuestro país ha sido objeto de profundas transformaciones que alcanzaban tanto los modelos
de intervención como los enfoques del sistema penitenciario. Uno de los puntos clave para
que se produjeran estos cambios fue la aprobación de la Constitución Española de 1978, con la
que cambian las condiciones de las prisiones y el modelo de tratamiento de los reclusos
(Jiménez y Jiménez, 2013).

Actualmente el sistema penitenciario español contempla tres grados de privación de


libertad y libertad condicional. El primer grado se cumple en régimen cerrado y tiene mayores
restricciones. El segundo grado es el grado ordinario y el tercer grado es el paso intermedio
hacia la libertad, por ello se cumple en un régimen abierto o semiabierto. Este último grado
permite que los internos puedan salir del entorno penitenciario y desarrollen actividades pro-
reinserción (formativas, laborales, familiares, sociales…) (Jiménez y Jiménez, 2013).

6|Página
Gráfica 1. Número de reclusos por cada 100.000 habitantes.

256,3
244,6
244,1
300

236,3
222,7
Media europea: 127,9

212,6
204,8
202,9

213
250

188,4
187,6
184,8
173,7
161,7
150,8
146,4
200

140,5
133,2
130,7
130,3
122,3
116,7

128
102,7
102,6
101,5

150
100
50
0
Bélgica

Rumanía

Serbia
Bugaria

Macedonia

Eslovaquia

Albania
Austria

España

Montenegro

Polonia
Francia

Rep. Checa

Lituania

Georgia
Luxemburgo
Malta

Letonia

Moldavia

Turquía
Portugal

Reino Unido

Hungría

Estonia
Armenia

Azerbaiyán
Fuente: Elaboración propia a partir de SPACE I 2016, 2018.

La población penitenciaria de España se sitúa entre los primeros puestos del entorno
europeo en lo que respecta a número de reclusos por cada 100.000 habitantes. No obstante, la
cifra de nuestro país (130,7 reclusos / 100.000 hab.) es superior a la media europea, que se
sitúa en 127,9 reclusos por cada 100.000 habitantes.

A pesar de no ser uno los países con más masificación en sus prisiones, no debe
olvidarse que el número de reclusos en nuestro país ha experimentado un progresivo aumento
en las últimas décadas (Gráfica 2).

Gráfica 2. Evolución del número de reclusos España (1980 -2017).

80000

60000

40000

20000

0
1980 1985 1990 1995 2000 2005 2010 2015 2020

Fuente: elaboración propia a partir de datos Ministerio del Interior (2018).

Como puede observarse en la gráfica 2, el número de reclusos en España ha ido


aumentando de manera considerable hasta 2009, pasando de un total de 22802 reclusos en
1985 a 76079 en el año 2009, lo que supone un incremento de más del triple. Aunque la
explicación a este aumento es variada y multifactorial, Markez y Silvosa (2012) asocian este
crecimiento a la mayor delincuencia, mayor efectividad policial o al mayor endurecimiento de
las penas, entre otros.

Desde ese momento hasta la actualidad la cifra ha ido disminuyendo de manera


progresiva hasta llegar a una totalidad de 58814 reclusos en la actualidad.

7|Página
2.3. CONTEXTO DE LA POBLACIÓN RECLUSA FEMENINA EN ESPAÑA.
La tendencia de crecimiento mencionada en la población reclusa femenina destaca por
ser especialmente similar: aumento progresivo hasta 2009, tras el cual comienza a descender.
Sin embargo, se trata de un crecimiento mucho más acusado ya que la población reclusa
femenina.

Este colectivo presentaba en la década de los 80 cifras que apuntaban en torno a las
1000 reclusas, llegándose a sextuplicar en años como 2008, 2009 o 2010 donde los informes
mostraban cifras en torno a las 6000 reclusas (Gráfica 3).

Gráfica 3. Evolución del número de reclusas en España (1980 – 2017).

8000

6000

4000

2000

0
1980 1985 1990 1995 2000 2005 2010 2015 2020

Fuente: elaboración propia a partir de datos Ministerio del Interior (2018).

Algunas autoras como María Acale (2017) entienden que el incremento de


delincuencia femenina puede estar relacionado con la progresiva inserción de la mujer en la
sociedad y en el ámbito familiar, pasando de ser un sujeto “necesitado de protección” a
ocupar en ocasiones el papel de cabeza de familia, que tradicionalmente había sido ejercido
por el hombre. No obstante, como veremos a lo largo del trabajo, la mujer se ha visto obligada
a desempeñar aquellos trabajos peor reconocidos socialmente y, por ende, peor remunerados.
Como consecuencia, se produce un proceso de feminización de la pobreza, que se abordará
posteriormente.

Según las Estadísticas Penales Anuales publicadas por el Consejo de Europa en 2018,
España es uno de los países europeos que presenta un porcentaje de mujeres reclusas superior
a la media. En concreto, la media europea en 2016 se situaba en 5.5%, mientras que el
porcentaje español era de 7.6%.

El aumento de mujeres en los centros penitenciarios no solo se ha producido a nivel


cuantitativo, sino que también se han observado cambios cualitativos como el aumento de
duración de la condena debido a la progresiva implicación de la mujer en la comisión de delitos
graves (Markez y Silvosa, 2012).

Este colectivo presenta necesidades distintas a las de los hombres reclusos pero, a
pesar de ello, la mujer no ha estado presente en las políticas criminales (Markez y Silvosa,
2012) y las políticas reguladoras de los recursos penitenciarios destinados a la mujer no las
tienen en cuenta y tienden al desamparo y al menoscabo (Gea, 2017). El sistema penitenciario
no está preparado para las mujeres reclusas y continúa manteniendo las diferencias entre
sexos al no contemplar sus necesidades específicas. Entre las carencias más notables Almeda
(2002, citado en Gea, 2017) destaca: escasez de centros, falta de talleres productivos, talleres

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de corte sexista, de orientación patriarcal y sin relación con la realidad laboral del exterior,
carencias en la atención ginecológica, etc.

El Ministerio del Interior puso ya de manifiesto estas carencias en el 2008, cuando


publicó el Programa de Acciones para la Igualdad de hombres y mujeres en el ámbito
penitenciario. Este programa evidenciaba las carencias existentes y proponía una serie de
medidas para contrarrestarlas. De igual modo, comenzó a adoptarse lo recogido en las Reglas
de Bangkok. Este documento promulgado por Naciones Unidas en 2011 tiene como objetivo
poner especial atención en las necesidades específicas de las mujeres reclusas, que difieren de
las de los hombres.

Un claro ejemplo de las carencias referidas es la sistemática de dispersión producida


por la falta de centros destinados a mujeres reclusas (mucho menor que los destinados a
hombres). Como consecuencia de la falta de espacios específicos, muchas reclusas cumplen su
condena sin separación según sus características, mezclándose reincidentes con no
reincidentes, jóvenes con adultas, etc. (Acale, 2017).

En el programa se aludía, entre otros muchos aspectos, a “la escasez de instalaciones y


equipamientos específicos”, ya que en España solo existen tres centros penitenciarios
exclusivos de mujeres: Brieva (Ávila), Alcalá de Guadaira (Sevilla) y Madrid I. El resto de
reclusas se ubican en los mismos centros penitenciarios que los hombres, separados en
distintos módulos o en módulos mixtos. Además, existen 8 provincias cuyo centro
penitenciario no cuenta con módulo de mujeres en régimen ordinario.

Todo esto hace que las mujeres se encuentren con mayores dificultades y menos
oportunidades de cumplir el periodo final de su condena en semilibertad o próximas a su
entorno (Ministerio del Interior, 2008) y, por ende, que en muchas ocasiones se incumpla el
derecho de las reclusas a cumplir la pena en centros cercanos a su vínculo social y familiar en
aras de un adecuado proceso de reinserción (Gea, 2017). A ello debemos sumarle otras
cuestiones que tampoco se están contemplando, como bien refiere el Informe sobre las
Causas, Condiciones y Consecuencias de la encarcelación para las mujeres (ONU, 2013:22), que
afirmaba que:
“La estigmatización, el alejamiento social y los sentimientos de vergüenza y culpa también
pueden contribuir a obstaculizar la reinserción. El estigma y la pérdida de determinados
derechos son un impedimento para restablecer las relaciones y los vínculos sociales. El apoyo
familiar y comunitario es fundamental para lograr la reinserción y también para reducir las
posibilidades de reincidencia”. (ONU, 2013)

A pesar de todo lo expuesto, el Programa de Acciones para la Igualdad de hombres y mujeres


en el ámbito penitenciario finalizó en 2011 sin haberse realizado evaluación alguna de su
impacto (Yagüe, 2012) y las Reglas de Bangkok no tienen la aplicación práctica esperada
(Acale, 2017).

9|Página
2.4. CARACTERÍSTICAS SOCIODEMOGRÁFICAS DE LAS MUJERES RECLUSAS
EN ESPAÑA.
Además de los datos cuantitativos ya aportados, resulta igualmente interesante indagar en
cómo son las mujeres reclusas y por qué. De este modo podremos comprender mejor su
implicación en el delito, los motivos que les llevan a ello y la repercusión en su entorno al ser
encarceladas (Ministerio del Interior, 2008). Al profundizar en estos aspectos podremos
comprender mejor las dificultades que experimentan en el proceso de reinserción y, por ende,
actuar adecuada y eficazmente para solventarlas.

Para ello, analizaremos aspectos referidos a la edad, creencias religiosas, aspectos psico-
sociales, nivel de estudios y situación laboral de las mujeres reclusas. De igual modo,
trasladaremos estos elementos al colectivo de las mujeres reclusas extranjeras, que se ven
doblemente afectadas.

2.4.1. EDAD Y CREENCIAS RELIGIOSAS.


El estudio realizado por Añaños y Jiménez (2016) muestra que la edad media de las
mujeres reclusas es de 36.4 años. Los datos ofrecidos por la Secretaría General de Instituciones
Penitenciarias eran los siguientes:

Gráfica 4. Número de mujeres reclusas por grupos de edad.

4,23% 0,38% 6,45%


11,54%

43,50%
33,89%

De 18 a 20 años (Penados) De 21 a 25 años (Penados) De 26 a 30 años (Penados)


De 31 a 40 años (Penados) De 41 a 60 años (Penados) De más de 60 años (Penados)

Fuente: elaboración propia a partir de datos del Ministerio del Interior (2018).

Como puede observarse en la gráfica, la gran mayoría de las reclusas tiene entre 31 y 60
años. Resulta interesante que es precisamente en el rango de edad de 31 a 40 años en el que
las mujeres están en edad fértil y se constituyen como cabezas de familia (en caso de hacerlo).
En este contexto, la privación de libertad de la mujer en esta etapa vital conlleva, como
veremos más adelante, sentimientos de incumplimiento de responsabilidades familiares que
no experimentan tan intensamente los hombres (Acale, 2017).

En lo que respecta a la religión, la mayoría eran católicas (62.7%) y en torno al mismo


porcentaje (61.3%) practicantes habituales de su religión (Añaños y Jiménez, 2016).

10 | P á g i n a
2.4.2. NIVEL DE ESTUDIOS.
El estudio realizado por Añaños y Jiménez (2016) arroja datos muy variados acerca del
nivel de estudios de las mujeres reclusas entrevistadas. El 7.3% no tenía estudios, el 15.5%
presentaba estudios primarios sin terminar y el 18% solo estudios primarios pero completos.
Esto quiere decir que aproximadamente el 41% de la muestra, casi la mitad de las mujeres, no
tenía estudios más allá de la educación primaria. El 30% pudo acceder a educación secundaria,
aunque sólo el 16.5% llegó a terminarla.

Solo el 30%, aproximadamente, optó por seguir avanzando en sus estudios. De este
porcentaje, un 21.1% cursó formación técnico-profesional o bachillerato/COU y sólo el 6.9%
decidió estudiar una carrera universitaria.

Gráfica 5. Nivel de estudios alcanzados por las reclusas.

20 % 18%
15,5% 16,5%
13,5% 12,9%
15 %
10 % 7,3% 8,2% 6,9%
5% 1,1%
0%

Otros
Bachillerato /
incompleta

incompleta

profesional

universitarios
completa

Secundaria
Sin estudios

Secundaria

Formación
Primaria

completa
Primaria

Estudios
COU

Fuente: elaboración propia a partir de Añaños y Jiménez (2016)

Esta situación ya era expuesta por el Ministerio del Interior (2008:33) al apuntar que
un alto porcentaje de las reclusas “sufre de una alta tasa de analfabetismo y nula cualificación
profesional”.

Tabla 1. Distribución de la población reclusa femenina según condena. Ley Orgánica


10/1995 del Código Penal. (Datos a 31/12/17).

3 meses a 3 De 3 a 8 De 8 a 15 De 15 a 20 Más de 20
No consta Total
años años años años años
961 1520 446 124 97 12 3160
Fuente: elaboración propia a partir de datos de Ministerio del Interior (2018)

Sin embargo, la situación dentro de prisión tampoco es muy esperanzadora, ya que la


mayoría de los reclusos están privados de libertad un periodo de tiempo relativamente corto
como puede observarse en la tabla anterior, apuntando algunos autores como Contreras
(2018:216) que “más del 50% de las mujeres se enfrenta a condenas que van de los 3 a los 8
años”. Esto hace que el interés en desarrollar una carrera laboral dentro de prisión sea
notablemente reducido (Jiménez y Jiménez, 2013).

11 | P á g i n a
2.4.3. ASPECTOS PSICO-SOCIALES.
La falta de formación reglada citada en el apartado anterior se acompaña en muchos de
los casos de habilidades sociales reducidas, ausencia de pautas cívicas básicas y carencia de
pautas adecuadas de puntualidad, hábitos alimenticios saludables, ahorro, etc. (Ministerio del
Interior, 2008).

Estas mujeres presentan muy frecuentemente en su historial episodios de maltrato, tanto


familiar como de pareja, y abusos sexuales (Ministerio del Interior, 2008). Normalmente
refieren haber sufrido situaciones de subordinación, dependencia afectiva y económica
(Markez y Silvosa, 2012). Estas vivencias inciden en ellas, relacionándose con su historial
delictivo y con una serie de consecuencias derivadas: depresión, sobre medicación,
agresividad, drogodependencia, etc. (Ministerio del Interior, 2008). En la misma línea,
Naciones Unidas (2011) en la regla número 44 de las Reglas de Bangkok ya reconoce que el
número de reclusas que han sido víctimas de violencia en el ámbito doméstico es muy alto. A
esto, María Acale (2017:4) añade la existencia de “el fuerte vínculo entre la violencia contra la
mujer y la encarcelación de las mujeres, ya sea antes, durante o después de la encarcelación”,
vínculo que también reconoce el Ministerio del Interior cuando afirma en el Programa de
acciones para la Igualdad entre hombres y mujeres en el ámbito penitenciario (Ministerio del
Interior, 2008:11) lo siguiente:

“Hoy sabemos de la altísima frecuencia que jalonan el historial de las mujeres encarceladas los
episodios de abusos sexuales y maltrato familiar y de pareja; y la relación directa que estas
experiencias han tenido en su historial delictivo y las consecuentes secuelas físicas y psicológicas
que acarrean.”

Como resultado de todo lo anterior, suelen ser mujeres con la autoestima bastante baja y
que sienten que han fallado en su papel de madre, esposa y mujer. El concepto que tienen de
ellas mismas es negativo y esto se une al estigma de la prisión, haciéndolas aún más
vulnerables (Ministerio del Interior, 2008).

Cuando la mujer entra en prisión lo hace cargada de culpabilidad e incertidumbre,


preocupada por las responsabilidades familiares, por la pérdida de la vivienda (no debemos
olvidar que muchas se constituyen como la principal fuente de ingresos en su unidad familiar)
o con inseguridad ante la estabilidad de su matrimonio. Especialmente se muestran afectadas
por el devenir de sus hijos y la ausencia en momentos de enfermedad de sus familiares
(Ministerio del Interior, 2008).

Por ello, son necesarios programas de tratamiento que se orienten a empoderar a las
reclusas en su condición de mujer y, como consecuencia, potenciar el rechazo a la violencia de
género. Así, autoras como María Acale (2017) defienden que las políticas destinadas a prevenir
la victimización primaria (en el caso de las mujeres), previenen a su vez la delincuencia
femenina, o al menos una de sus formas mayoritarias.

12 | P á g i n a
2.4.4. SITUACIÓN LABORAL.
El 60.5% de las mujeres entrevistadas en el estudio de Añaños y Jiménez (2016)
manifestaron que trabajaban el mes antes de entrar en prisión. Los trabajos que solían realizar
“con contrato” eran mayoritariamente hostelería y restauración (22.9%), comerciantes y
vendedoras (11.2%), limpiadora (5.2%). Aquellas que trabajaban sin contrato aludían al mismo
tipo de empleos.

En el 29.2% de los casos, la mujer era la encargada del sustento económico en la familia,
por lo que su entrada en prisión tiene aún más consecuencias negativas de las concebidas a
priori.

En lo que respecta al trabajo dentro del centro penitenciario, las mujeres reclusas acceden
al trabajo retribuido dentro de prisión en mayor medida que los hombres. Sin embargo, no
suelen acceder a aquellas actividades profesionales consideradas tradicionalmente
“masculinas” (Ministerio del Interior, 2008).

En esta línea, Concepción Yagüe aludía en el artículo “Mujeres y presa: la doble condena”
(Águeda, 2018:1) cómo las mujeres realizaban tareas definidas como propias del género
femenino, caso de las lavanderías y la limpieza, continúa exponiendo:

“Como hay pocos recursos, a las mujeres se les ofrece lo más obvio: la aguja, el trapo y el hilo para
que hagan sus labores. Se les asignan actividades de las que ya vienen aprendidas, como la limpieza
o los cuidados, mientras que los hombres tienen talleres de automoción, de aire acondicionado, de
soldadura... Los hombres cobran por los trabajos y luego van las mujeres a limpiar”. (Yagüe, 2018)

Lo mismo ocurre con la participación en la oferta destinada a la formación profesional,


centrada en especialidades como peluquería, cocinera, maquinista de confección industrial,
maquilladora o experta en limpieza de inmuebles, entre otras (Ministerio del Interior, 2008). Es
por ello que con el Programa de Acciones para la Igualdad de hombres y mujeres en el ámbito
penitenciario se pretendía incluir la perspectiva de género de manera transversal, incidiendo
así en la inserción laboral de las reclusas.

Sin embargo, autores como Viedma y Frutos (2012:100) vuelven a poner de manifiesto la
ineficacia de dicho programa en lo referido al ámbito laboral cuando concluyen que:

“La idea que se puede extraer de estos resultados es que las mujeres están más ocupadas que
los varones, pero lo están en las peores tareas. La segunda idea es que su ocupación se centra
mayoritariamente en los cuidados (cocina, lavandería) y limpieza.”

En este sentido, Instituciones Penitenciarias expone que las reclusas no muestran interés
en los talleres y actividades “masculinas”. No obstante, la cuestión fundamental es ¿se ofrecen
estas actividades y se potencia la asistencia de las mujeres a las mismas? (Acale, 2017).

2.4.5. MUJERES RECLUSAS EXTRANJERAS Y/O DE MINORÍAS ÉTNICAS.

El caso de las mujeres reclusas extranjeras es aún más complejo. España ha experimentado
numerosos cambios demográficos debido a la llegada creciente de extranjeros (Markez y
Silvosa, 2012). Estos cambios se han reflejado, a su vez, en la población penitenciaria, donde
alcanzan más de un tercio del total de reclusos (SGIP, 2018).

13 | P á g i n a
El porcentaje de mujeres reclusas extranjeras en España es superior a la media europea. El
informe del Consejo de Europa (2018) sobre las Estadísticas Anuales Penales de 2016 pone de
manifiesto un cierto incremento del porcentaje español respecto a la media europea: 28,2% de
reclusas extranjeras del total de reclusas frente al 21,4% que presenta Europa. Los datos para
2017 aportados por la Secretaría General de Instituciones Penitenciarias (2018) son similares:
España albergaba 1237 mujeres reclusas extranjeras, lo que suponía un 28,3% del total de
reclusas, cifra que sigue siendo superior a la media europea.

Si las mujeres reclusas nacionales experimentan problemas y han sido las olvidadas del
sistema penal durante décadas (Acale, 2012), la situación en las mujeres extranjeras es aún
más compleja. Éstas, además de los inconvenientes propios del colectivo femenino en prisión,
experimentan otros muchos.

En primer lugar, los vínculos sociales y familiares se debilitan en mayor medida que en las
nacionales; sufren soledad, separación de sus familias, discriminación y/o racismo. Como
consecuencia de lo anterior, no suelen contar con apoyo económico, ya que sus familias
normalmente no pueden mandarles dinero y sus posibilidades de encontrar trabajo
disminuyen al no hablar español correctamente (Contreras, 2018).

El desarraigo social es, por tanto, una característica muy presente en las mujeres
extranjeras tanto dentro como fuera de prisión. A esto debemos sumarle el miedo a ser
deportadas a su país de origen fruto de la aplicación de políticas migratorias. Por estas
razones, el acceso al régimen abierto o los permisos se dificulta, ya que algunos de los
requisitos son el arraigo familiar y las opciones laborales (Contreras, 2018).

La maternidad para ellas no es más esperanzadora, ya que la discriminación se da solo por


ser mujer, extranjera y delincuente, sino por ser mujer, extranjera, delincuente y madre. En
este sentido, autoras como Paola Contreras (2018:229) exponen que “la sociedad no perdona,
el estigma perdura y la prisión no se borra”.

Cuando el periodo de privación de libertad se cumple la situación no mejora, ya que


carecen de un soporte familiar o social que les sirva de base para retomar su vida (Contreras,
2018).

En relación a las mujeres de etnia gitana, situación similar y mayor estigma y dificultades
que las que no lo son. Presentan una amplia representación en la población reclusa femenina y
autoras como Alvarado (2012) lo atribuyen a la mayor discriminación y situación marginal en la
que se suelen ver inmersas. La desigualdad de género latente en la sociedad actual se hace aún
más manifiesta en ellas tanto por su condición como por el entorno patriarcal donde socializan
a lo largo de su vida.

Además debemos unirle otros factores de riesgo como el precoz abandono de los estudios
y unas tasas de desempleo mayores que aquellas que no forman parte de este colectivo. Esto
último también se ve influido por el rechazo y los prejuicios de los empresarios o contratantes.

14 | P á g i n a
2.5. TIPOLOGÍAS DELICTIVAS MÁS FRECUENTES EN LAS MUJERES
RECLUSAS.
Tras conocer cuáles son sus características es mucho más sencillo entender en qué
tipologías delictivas se ven más frecuentemente involucradas para así poder elaborar planes
de prevención y reinserción apropiados.

Como se aludía al inicio, la mujer delincuente ha sido una tradicionalmente olvidada por el
sistema penal y penitenciario. Esto puede deberse, en parte, a que los delitos que cometen no
son tan violentos como los cometidos por los hombres (Ministerio del Interior, 2008). En la
siguiente gráfica observamos el número de mujeres penadas en 2017 clasificadas por
tipologías delictivas.

Gráfica 6. Número de mujeres penadas por tipología delictiva (2017).

1.600 1.412
1.400
1.200 1.050
1.000
800
600 313
400 110 130 156 166
17 20 40 42 75 89
200
0
Contra la libertad

Contra la libertad
Contra las relaciones

Hacienda Pública

Contra la salud
Administración de

Homicidio y sus
Otros

Contra el orden

Lesiones

Contra la seguridad
Falsedades

Contra el patrimonio
Administración y

socioeconómico
pública
Contra la

público

formas
Contra la

del tráfico

y el orden
familiares

Justicia
sexual

Fuente: elaboración propia a partir de datos del Ministerio del Interior (2018)

Como puede observarse en la gráfica 6, la tipología delictiva que concentra más reclusas
son los delitos contra el patrimonio y el orden socioeconómico, seguida de los delitos contra la
salud pública. En estas dos categorías delictivas se concentra el 67,8% del total de delitos. El
resto de reclusas han sido condenadas por delitos contra la seguridad del tráfico (166),
lesiones (156), contra el orden público (130) o contra la Administración de Justicia (110), entre
otros.

En esta misma línea, resulta especialmente interesante saber en qué tipologías delictivas
se involucran mayoritariamente las mujeres. Los datos del INE en cifras absolutas referidos al
número de infracciones cometidas en el periodo de 2013 – 2017 muestran lo siguiente:
Gráfico 7. Número de delitos por tipología delictiva cometidos por mujeres entre 2013-2017.

50000
40000
30000
20000
10000
0
Delitos contra las Delitos contra la Delitos contra la Delitos contra las Delitos contra la Delitos contra el
relaciones familiares Administración de libertad personas (con seguridad colectiva y patrimonio y el orden
Justicia violencia) el orden público socioeconómico

2013 2014 2015 2016 2017

Fuente: elaboración propia a partir de datos del INE. 2013-2017.

15 | P á g i n a
En la gráfica pueden distinguirse 6 grandes bloques de delitos cometidos por mujeres.
No obstante, para un mayor interés y análisis pormenorizado, adjunto en el anexo una serie de
tablas donde pueden observarse los datos desagregados por tipología delictiva con mayor
detalle.

Un primer gran bloque alude a “delitos contra las personas” focalizando en aquellos
que requieren empleo de violencia. Este tipo de delitos son muy infrecuentes en la
delincuencia femenina, contando con cifras muy bajas de homicidios, delitos contra la libertad
sexual o asesinatos. No obstante, cabe mencionar especialmente el delito de lesiones, con
mayor preeminencia y tendencia al alza dentro de este bloque, casi triplicando la cifra desde
2752 lesiones en 2013 a 11508 en 2017. Esta tipología delictiva ocupa el segundo lugar de
delitos más cometidos por las mujeres, por detrás de los hurtos.

El segundo bloque hace referencia a “delitos contra la libertad”. En este bloque


encontramos tipos delictivos como las coacciones, amenazas o detenciones ilegales. Al igual
que el bloque anterior, la frecuencia con que las mujeres cometen estos delitos es bastante
baja. Sobresale el delito de amenazas, con una evolución ascendente que pasa de 286
amenazas en 2013 a 3162 en 2017.

El tercer bloque está referido a “delitos contra la Administración de Justicia”. Aquí se


incluyen delitos como la acusación y denuncias falsas y la simulación de delitos. A pesar de que
estas tipologías delictivas no presentan cifras de comisión altas, son unas de las más cometidas
porcentualmente hablando cuando distinguimos entre delitos cometidos por hombres o por
mujeres (véase gráfica 8). Estos tipos penales son cometidos por mujeres aproximadamente en
más de un 50% y 40% respectivamente.

El cuarto bloque alude a “delitos contra la seguridad colectiva y el orden público”, en


concreto a delitos contra la salud pública, contra la autoridad, y contra la seguridad vial. De
nuevo, la comisión no es especialmente alta, con cifras que oscilan entre los 1389 y 1949 para
los dos primeros delitos. Sin embargo, los delitos contra la seguridad vial presentan cifras
mayores (alrededor de los 8500 delitos/año) pese a que solo aproximadamente el 10% de los
que los cometen son mujeres. Esto se debe a que es un delito frecuentemente cometido por
ambos sexos.

El quinto bloque alude a “delitos contra las relaciones familiares”, dentro del cual cabe
destacar el delito de sustracción de menores. Esta tipología delictiva es interesante porque, a
pesar de que tiene poca representación cuantitativa (máximo 18 delitos por año cometidos
por mujeres), el infractor es una mujer en el 51,5% de los casos.

El último bloque se refiere a “delitos contra el patrimonio y el orden socioeconómico”.


Este tipo de delitos son los más frecuentes en la delincuencia femenina, tanto cualitativa como
cuantitativamente hablando. En esta tipología se encuentran los delitos de daños, robos,
usurpación, estafas, defraudaciones y hurtos, siendo más frecuentes aquellos que implican el
uso del engaño en lugar de la violencia. Lo destacable de estos delitos es que
aproximadamente entre el 30% – 50% de las personas que los cometen son mujeres (según
tipo delictivo).

16 | P á g i n a
Las infracciones de este bloque presentan una evolución creciente, siendo
especialmente relevante el caso del hurto, donde pasan de registrarse 3258 infracciones en
2013 a 27751 en 2017; esto supone un incremento de más del 750%.

En la siguiente gráfica se observan una serie de delitos y la proporción de mujeres y


hombres que los llevan a cabo.

Gráfico 8. Relación de delitos cometidos por hombres y mujeres en términos porcentuales


(2017).

Usurpación
Sustracción de menores
Acusaciones y denuncias falsas
Hurtos
Simulación de delito
Daños
Estafas
Defraudaciones
Lesiones
Contra autoridad, resistencia y desobediencia
Contra la libertad
Contra la salud pública
Asesinato
Contra la seguridad vial
Homicidio
Robos
Torturas e integridad moral
Contra libertad e indenmidad sexuales
0% 10% 20% 30% 40% 50% 60% 70% 80% 90% 100%

Hombres Mujeres

Fuente: elaboración propia a partir de datos del INE (2017).

Como puede observarse en la gráfica 8, hombres y mujeres tienen un comportamiento


delictivo bien diferenciado, siendo ellos los que cometen más delitos, especialmente cuando se
trata de delitos severos (contra la libertad e indemnidad sexual, contra las personas, etc.). Esta
norma parece desviarse un poco cuando nos referimos a los delitos contra el patrimonio y el
orden socioeconómico (especialmente en el hurto y los daños), estafas, defraudaciones, etc.,
donde, a pesar de no invertirse la tendencia, la mujer tiene una mayor representación que en
el resto de tipologías delictivas. Más relevante son aquellos delitos donde la mujer tiene
especial participación, como la simulación de delitos, acusaciones y denuncias falsas y
sustracción de menores.

Como se aprecia, la mayoría de los delitos cometidos por mujeres parecen estar
relacionados con la satisfacción de necesidades y la obtención de recursos, especialmente
recursos económicos (Añaños y Jiménez, 2016). Por ello, los delitos contra el patrimonio y el
orden socioeconómico que no requieren de empleo de violencia o intimidación son los más
frecuentes en la delincuencia femenina.

Me gustaría poner de manifiesto la incoherencia entre las distintas fuentes de datos,


ya que los datos no se corresponden entre sí. A pesar de que las distintas fuentes de datos
trabajan con unidades diferentes (nº de infracciones y nº de penadas), no tiene sentido que

17 | P á g i n a
11508 lesiones sean cometidas por solo 156 mujeres condenadas por este tipo de delito. Lo
mismo ocurre en otras tipologías delictivas. (para un análisis más individualizado y
desagregado por tipología delictiva, observar la gráfica y tabla de los anexos). De este modo,
no sólo hay trabas a la hora de obtener datos desagregados por sexo, sino incongruencias
entre las fuentes una vez obtenidos. Sin duda es una asignatura pendiente de las instituciones
públicas.

Como aludía, presentan una entidad delictiva más baja, hecho que explicaría por qué
son más las mujeres que se encuentran en tercer grado en relación con los hombres, como
puede observarse en la siguiente gráfica:

Gráfica 9. Porcentaje de reclusos según grado de tratamiento.

80,00%

60,00%

40,00%

20,00%

0,00%
Primer Grado Segundo Grado Tercer Grado Sin Clasificar

% Hombres % Mujeres

Fuente: elaboración propia a partir de datos del Ministerio del Interior (2018).

Sin embargo, a pesar de optar en mayor medida al tercer grado, no todos los complejos
penitenciarios donde se encuentran tienen centros destinados al cumplimiento del mismo.
Esto conlleva el desplazamiento de las mujeres reclusas para poder acceder al régimen de
semilibertad y, como consecuencia, un mayor desarraigo y mayor dificultad en el proceso de
reinserción social.

2.6. PRINCIPALES FACTORES INFLUYENTES EN LA REINSERCIÓN DE LAS EX


RECLUSAS ESPAÑOLAS.
Las reclusas en nuestro sistema penitenciario se caracterizan por estar fuertemente ligadas
fundamentalmente a cuatro aspectos: relaciones sociales complejas, maternidad y dificultades
derivadas de ella tanto dentro como fuera del centro penitenciario e interacción con el mundo
de las drogas, ya sea como modo de vida o por vivir en un medio donde éstas tienen gran
influencia.

Estos factores junto con los demás aspectos anteriormente vistos hacen especialmente
difícil la reinserción de las mujeres que han estado privadas de libertad. Este proceso de vuelta
a la libertad es mucho más arduo y está mucho más marcado por estigmas sociales en el caso
de ellas que en el de ellos.

18 | P á g i n a
2.6.1. INTERACCIÓN CON LAS DROGAS: ¿MODO DE VIDA O MEDIO DONDE
VIVIR?
El aumento progresivo de las mujeres en el ámbito penitenciario (gráfica 3) hizo que
surgieran diversas explicaciones que, en su mayoría, se relacionaban con las drogas. Se
apuntaba a que el aumento se debía a delitos relacionados de manera directa o indirecta con
el consumo o tráfico de drogas. Además, un gran porcentaje de las mujeres inmigrantes que
llegan a nuestro país proceden de países pobres y se involucran en el tráfico de drogas, lo que
genera un proceso de feminización de la pobreza y, por ende, mayor marginación y exclusión
social de las mujeres (Ministerio del Interior, 2008). Autoras como Acale (2017) incluso aluden
a que la delincuencia femenina responde a causas estructurales relacionadas con el fenómeno
anterior.

La última encuesta ESDIP (2016) muestra que la población penitenciaria comienza a


consumir drogas antes que la población general (gráfica 6). Esta diferencia es de 2 años en la
mayoría de las sustancias psicoactivas, pero aumenta considerablemente cuando se trata de
inhalantes (6 años de diferencia) y de tranquilizantes (13 años).

Gráfica 6. Edad de inicio de consumo de drogas.

Tranquilizantes 20
33

Heroína 20
22
Población general (EDADES
Cocaína 19
21
2015)
Éxtasis 19
21 Población penitenciaria
Anfetaminas 20 (ESDIP 2016)
18
Alucinógenos 18
20

Cannabis 16
18

Inhalantes 15
21

0 5 10 15 20 25 30 35

Fuente: elaboración propia a partir de ESDIP 2016.

Si trasladamos esto a nuestro colectivo objeto de estudio, observamos cómo la


relación entre las mujeres reclusas y el consumo de drogas desde edades tempranas es muy
frecuente, especialmente en aquellas cuyos padres han sido adictos, han sido abandonadas o
han padecido abusos sexuales (Azaola, 2005).

El 60.6% de las mujeres entrevistadas en el estudio de Añaños y Jiménez (2016) tenían


o habían tenido relación con las drogas antes de su entrada en prisión. El policonsumo es algo
general, destacando la heroína y la cocaína, que suponen un 47.7%. Este problema acarrea
consigo otros muchos, especialmente enfermedades y, en muchos casos, comportamientos
delictivos.

A pesar de las diferencias por género, el abordaje de la toxicomanía se ha realizado de


manera genérica. Los servicios de asistencia e intervención no contemplan los diferentes roles,
percepciones y expectativas sociales de hombres y mujeres, ni tampoco el hecho de que las
repercusiones para las mujeres drogodependientes son mucho más drásticas que para los
hombres en la misma situación (Markez y Silvosa, 2012).

19 | P á g i n a
Estos autores inciden en aquellos factores que permiten el inicio y mantenimiento de
la dependencia y que deberían ser tenidos en cuenta al realizar una intervención que
contemplara las diferencias de género.

No obstante, resulta interesante el otro modo de interacción de las mujeres con las
drogas: el tráfico ilícito. Como se aludía anteriormente, se está experimentando un proceso de
feminización de la pobreza y esto conlleva que la delincuencia femenina está
mayoritariamente orientada a la consecución de dinero, bien para sufragar el coste derivado
de la dependencia o para mantenerse a ellas mismas y a su familia (Acale, 2017). A este
respecto, Concepción Yagüe explica en el artículo “Mujeres y presas: la doble condena”
(Águeda, 2018:1) lo siguiente sobre el tráfico realizado por las mujeres:

“Ellas realizan las actividades más expuestas, a pesar de ser el último eslabón de la cadena en el
tráfico de drogas. Cuando son extranjeras, son las que hacen el viaje; las organizaciones las
captan de entre los más vulnerables. En el caso de las nacionales estamos hablando de vender
papelinas en la casapuerta, expuestas a la actividad de la Policía, mientras los hombres andan
en un segundo plano”.

En el mismo sentido, autores como Markez y Silvosa (2012) explican que las
organizaciones criminales destinadas al tráfico ilícito de drogas utilizan frecuentemente a las
mujeres como parte de su red. Las sitúan en las últimas etapas, donde trabajan como “mulas o
“correos”, y se someten a una mayor exposición a los controles se seguridad, aduanas y
fronteras. Las mujeres suelen cometer este tipo de ilícitos porque a priori no lo perciben como
peligroso y las organizaciones les aseguran de que los riesgos de detección son nimios. Sin
embargo, la realidad es muy distinta (Acale, 2017).

El consumo de drogas es una actividad sancionada tanto formal como informalmente.


Sin embargo, cuando son las mujeres las que realizan el consumo la sanción informal recibida
es más contundente, ya que se entiende que “transgreden sus roles de madres y esposas”. El
cuidado de los hijos y el hogar es atribuido a ellas y no se permite el más mínimo desvío
(Markez y Silvosa, 2012).

De este modo, si ponemos en relación la drogodependencia con la maternidad, resulta


interesante destacar cómo la condición de “toxicómana” incapacita a las mujeres como
madres y las categoriza como “malas madres” (Contreras, 2018).

Como veremos más adelante, la relación de pareja tiene especial importancia cuando
hablamos de mujeres reclusas. Según Markez y Silvosa (2012), el hecho de que la pareja de la
mujer sea toxicómana se relacionaría con la participación de la mujer en el consumo y tráfico
de drogas. Estos autores han llegado a la conclusión de que la causa principal del inicio de
consumo de algunas mujeres era el consumo de su pareja.

2.6.2. VÍNCULOS SOCIALES: FAMILIA Y REDES DE APOYO.


Como se introducía al inicio, las mujeres reclusas suelen tener relaciones sociales e
interpersonales bastante complejas, en algunos casos relacionadas con el mundo de la
criminalidad. En lo que respecta al entorno más próximo, el 69.1% de las mujeres objeto de
estudio de Añaños y Jiménez (2016) tenían en su entorno más próximo a personas que habían

20 | P á g i n a
sido condenadas por la comisión de algún delito, siendo las parejas o exparejas las que mayor
incidencia delictiva presentan.

Azaola (2005) expone en la misma línea que estas mujeres suelen presentar lazos de
dependencia fuertes con sus parejas y esto hace que en muchas ocasiones se vean envueltas
en una carrera criminal al tratar de encubrirlos o por ser cómplices con mayor o menor
voluntariedad. Los estudios de diversos autores (Miranda et al, 1998 y Gañan y Gordon, 2011,
citados en Markez y Silvosa, 2012) avalan esta relación. Si analizamos este patrón desde una
perspectiva de género, observamos que es muy frecuente que la mujer se responsabilice del
hecho ilícito para “proteger” a terceros, normalmente a su familia o pareja, especialmente
cuando se trata de delitos contra la salud pública (Acale, 2017). Ésta última relaciona el tipo de
delitos cometidos por las mujeres por el sector social al que pertenecen, donde generalmente
se encuentran marginadas. Esta situación, unida a la globalización de las drogas, hace que sean
un blanco fácil para ser captadas por el crimen organizado.

Otros como Markez y Silvosa (2012) van más allá y relacionan la pareja consumidora o
delincuente con el hecho de que la mujer sea condenada y comience a consumir sustancias
psicoactivas.

Si nos centramos en el ámbito familiar la perspectiva no es mucho mejor. La mayoría de


ellas experimenta un mayor abandono que los hombres por parte de sus familias cuando
entran en prisión. Además, su privación de libertad no solo las afecta a ellas, sino también a
sus familiares, especialmente a sus hijos (Azaola, 2005). Esta situación ya era advertida por el
Ministerio del Interior (2008:33) al exponer que “si para un hombre, su encarcelamiento tiene
consecuencias graves en el ámbito familiar, cuando se trata de una mujer, madre de familia,
este hecho supone un auténtico cataclismo”.

Un estudio realizado por Añaños y Jiménez (2016) muestra que casi el 73% tenían pareja
en ese momento. En cuanto al estado civil, el 38% eran solteras, el 19.2%
separadas/divorciadas, el 20.5% con pareja de hecho y el 16.5% estaban casadas.

En esta línea, autoras como Mª José Gea (2017) inciden en la sistemática de dispersión
anteriormente citada y en cómo ésta hace que las relaciones con su círculo más cercano se
dificulten en gran medida. Tanto es así que algunas reclusas intentan ocultar el embarazo para
no ser trasladadas y así evitar que la dispersión acabe con los vínculos familiares, de amistad o
sentimentales. De este modo, se pone de manifiesto la enorme influencia de la privación de
libertad no solo en la persona penada, sino también en todo su entorno, lo que obstaculiza la
creación de relaciones positivas y genera mayor aislamiento y exclusión social.

Otra cuestión interesante es el apoyo que reciben estas mujeres de su círculo más
próximo. Según el estudio realizado por Añaños y Jiménez (2016) el 46.8% de las mujeres vivía
con su pareja o con su pareja e hijos antes de entrar en prisión. Sin embargo, el proceso de
privación de libertad de la mujer hace que el apoyo de sus parejas desaparezca en la mayoría
de los casos, bajo el argumento de haberse producido “un fracaso en el rol de mujer y madre”,
suprimiendo parte del apoyo emocional y económico. Esta situación no se da tan
frecuentemente cuando el privado de libertad es el hombre, lo que supone una mayor
vulnerabilidad dentro del centro penitenciario para ellas (Gea, 2017).

21 | P á g i n a
Habitualmente este colectivo presenta carencias en los soportes familiares que les
servirían de apoyo y esto genera en ellas sobrecarga física y emocional (Markez y Silvosa
2012). Casi el 15% de las reclusas se constituían como cabeza de familia monoparental, al
cuidado de sus hijos. Esta situación las coloca en una aún mayor posición de vulnerabilidad y
riesgo (Añaños y Jiménez, 2016), influyendo no solo en ellas, sino también en sus hijos
(especialmente a nivel emocional) (Gea, 2017).

2.6.3. MATERNIDAD.
Como ya se ha adelantado en diversas ocasiones, uno de los aspectos más frecuentemente
ligados a las mujeres reclusas es la maternidad. Si la privación de libertad ya es un proceso
duro, éste se acentúa cuando las reclusas se ven obligadas a vivir la maternidad recluidas
(Contreras, 2018). Históricamente y siguiendo determinados modelos y roles tradicionales, el
cuidado de los hijos ha estado encomendado a la mujer. Por ello, su entrada en prisión tiene
un mayor impacto en su descendencia y esta situación empeora aún más debido a la tendencia
a las familias numerosas que presenta este colectivo (Añaños y Jiménez, 2016).

La maternidad se ha construido dentro de un entorno patriarcal donde se produce una


asociación entre mujer-feminidad-maternidad. De este modo, la maternidad se concibe como
algo inherente a la mujer, parte de su “deber ser” (Contreras, 2018). Autores como Markez y
Silvosa (2012) incluso apuntan que la maternidad y el cuidado de los demás y del hogar se
conciben como las únicas vías de realización personal para este colectivo.

En este contexto, es frecuente la propagación de discursos que distinguen entre “buenas y


malas madres”, entendiendo que las “buenas madres” deben entregarse de manera total y
absoluta a sus hijos. Cualquier mujer que no cumpla con ese rol socialmente instaurado es una
transgresora no solo del sistema legal, sino también de las expectativas sociales; esto implica
una doble sanción: institucional y social. Siguiendo esta línea, autoras como Paola Contreras
(2018:219) exponen que “el hecho de haber cometido un delito las invalida y devalúa como
madres”.

Como consecuencia de todo lo anterior, cuando estas mujeres terminan el periodo de


privación de libertad y comienzan a reinsertarse en la sociedad, llevan consigo dos estigmas:
mala madre y mujer delincuente (Contreras, 2018).

Una cuestión que resulta interesante es el devenir de los hijos de las reclusas. Según un
estudio realizado por Añaños y Jiménez en 2016, un alto porcentaje de las mujeres reclusas
(79.5%) tenía hijos cuando entraron en prisión. Esto es un dato bastante importante ya que
cuando la madre entra en prisión, normalmente los hijos no son cuidados por el padre, sino
que son acogidos por familiares o instituciones (Azaola, 2005).

El papel de la madre es fundamental en el proceso de socialización primaria del menor, ya


que jugará un papel esencial en las relaciones sociales que se desarrollen posteriormente
(Valbuena, 2004 citado en Inciarte et al, 2010). Tal es la importancia que el artículo 38 de la
LOGP recoge el derecho de las madres reclusas a estar junto a sus hijos hasta que éstos
cumplan 3 años. Añaños y Jiménez (2016) muestra en su estudio que un 12.9% de los niños
viven con sus madres dentro del entorno penitenciario hasta que superan los 3 años.

22 | P á g i n a
Por ello, dentro del entorno penitenciario se prevén espacios destinados a este fin:
módulos de madres dentro de prisiones femeninas, módulos de madres dentro de prisiones
mixtas y unidades dependientes (Gea, 2017). No obstante, estos espacios de convivencia se
localizan dentro del centro penitenciario, por lo que se constituían como “soluciones” que no
eran completamente satisfactorias.

Resulta igualmente interesante el hecho de que la LOGP prevea la posibilidad de que los
menores de 3 años estén con sus madres en el medio penitenciario, pero no se reconozca esta
misma opción para aquellos reclusos que tienen hijos de las mismas características. Ésta no es
más que otra de las muchas manifestaciones de la perpetuación de los estereotipos y roles de
género desiguales en el sistema penitenciario (Acale, 2017).

De cualquier modo, está claro que la maternidad en prisión debe ser abordada de manera
específica. Es por ello se crearon las Unidades Externas de Madres, con las que se pretendía
dar una mejor atención a los menores y sus madres proporcionando las condiciones necesarias
para que los menores pudieran tener un desarrollo psíquico, madurativo y físico adecuado. La
finalidad principal era que la vida de los menores que se encontraban en el ámbito
penitenciario con sus madres pudiera ser lo más normal posible y no presentaran carencias al
abandonarlo (Ministerio del Interior, 2008).

En la misma línea, el Reglamento Penitenciario en su artículo 17.5 recoge que las unidades
de madres deben contar con un espacio adaptado para guardería, separado del resto de
departamentos del centro penitenciario. Sin embargo, a pesar de esta adaptación, el espacio
presenta numerosas carencias, como la persistencia de barreras arquitectónicas (escaleras,
enrejados) o el sistema automático que controla la apertura y cierre de las puertas,
mecanismo peligroso para los infantes. Como consecuencia de todo lo anterior, el ambiente
generado no propicia la tranquilidad necesaria para niños de esas edades (Gea, 2017).

A este respecto, autores como Valverde (1991), ya alertaban de las consecuencias que
podría tener en los menores el desarrollo en estos espacios, aludiendo a alteraciones de la
audición, del descanso y del sistema nervioso. Otros como Mª José Gea (2017) apuntaban a la
pérdida de habilidades previamente adquiridas y de autonomía. Asimismo, recalca junto con
otras autoras como Contreras (2018) el efecto negativo de la separación de sus madres en los
niños.

Siguiendo esta última línea, son diversos los estudios que remarcan las consecuencias
negativas de la vivencia de situaciones estresantes en niños, especialmente en aquellos que
constituyen grupos de alto riesgo (niños cuyos padres tengan problemas psiquiátricos o estén
encarcelados) (Inciarte et al, 2010). Inciarte et al (2010), realizan un estudio donde observan
los problemas que presentaban las niñas como consecuencia del encarcelamiento de su
madre. Los resultados muestran tres problemas significativos. El problema más frecuente era
la ansiedad ante la separación de su madre (75%). Le sigue el estrés (63%), siendo los
principales estresores cambiar de ambiente o de personas y ver a su madre solo los días de
visita. Finalmente, la depresión (38%) como consecuencia de todas las anteriores.

Como puede observarse, las consecuencias negativas no solo están presentes durante el
tiempo en que el menor vive con su madre dentro del entorno penitenciario, sino que se

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intensifican cuando se produce la separación pasados la edad de 3 años legalmente
establecida.

De cualquier modo, la maternidad es un tema ampliamente extendido entre las mujeres


reclusas, independientemente de la existencia o no de módulos de madre. Esto se debe en
gran parte a que el rango de edad de entre 31 – 40 años es el más numeroso (Gea, 2017).
Además, tal es la influencia sobre las mujeres reclusas, que autoras como Paola Contreras
(2018) entienden la maternidad como un factor que hace la estancia de las reclusas en el
centro penitenciario más compleja, ya que les genera una visión negativa de sí mismas al
pensar que no han cumplido con el rol de madre.

2.6.4. DIFICULTADES EN LA REINSERCIÓN Y REINCIDENCIA.


Las mujeres reclusas no solo presentan los hándicaps mencionados hasta el momento, sino
que además tiene que hacer frente a otros muchos. Los diversos cambios legislativos de las
últimas décadas han supuesto modificaciones en el sistema penitenciario. Así, tras las
reformas del Código Penal de 1995 y 2015 y las leyes aprobadas en 2003, el sistema
penitenciario español experimenta un proceso de endurecimiento que conlleva que el recluso
pase un mayor tiempo en prisión. Esto hace que el proceso de reinserción se haga mucho más
complejo (Markez y Silvosa, 2012).

Asimismo, las dificultades que experimentan las mujeres no terminan con su salida del
centro penitenciario. Desgraciadamente, concluyen la condena impuesta por el juez, pero no la
impuesta por la sociedad. La vida de las mujeres delincuentes sigue estando pautada por los
estereotipos de género (Acale, 2017), por lo que, con el ingreso en prisión rompe diversos
roles socialmente impuestos: esposa dedicada y fiel, madre ejemplar e hija obediente y
servicial (Ilustre Colegio Provincial de Abogados de León, 2017). Así, en el proceso de
reinserción el estigma de mujer delincuente toma especial importancia, generando obstáculos
y desafíos tanto familiares como personales (Contreras, 2018).

En esta misma línea, Jiménez y Jiménez (2013) realizan un estudio en el que ponen de
manifiesto los efectos de las mujeres tras un proceso de privación de libertad. Como
consecuencia de ello, las reclusas manifestaban efectos de la institucionalización y trastornos
psicológicos. Además de ello, experimentaban doble victimización estructural que hace aún
más compleja la reinserción:

- En el exterior, sufren marginación y exclusión social.


- En el entorno penitenciario, son olvidadas por las autoridades.

Por otro lado, no podemos olvidar que las altas tasas de reincidencia en según qué tipos
delictivos ponen en entredicho la eficacia del sistema penitenciario actual, especialmente
cuando nos referimos a penas privativas de libertad. A pesar de que el objeto de la pena
privativa de libertad es conseguir que la persona se responsabilice de sus actos y consiga
reinsertarse en la sociedad, lo cierto es que la realidad es bien diferente (Añaños y Jiménez,
2016).

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El estudio de Añaños y Jiménez (2016) muestra que el 29% de las mujeres entrevistadas
manifestaban que ya habían sido condenadas con anterioridad, mientras que Jiménez y
Jiménez (2013) complementan la información concluyendo que, dentro de la población
estudiada, el rango de edad donde se observaba mayor tasa de reincidencia era en el de entre
36 – 49 años.

De cualquier modo, si se persigue un proceso de reinserción eficaz de este colectivo no se


puede dejar a un lado los condicionantes de género que sufren y que influyen no solo en su
criminalidad, sino también en su victimización previa. Este proceso debe partir de la base de
que al salir de prisión no haya reincidencia, pero tampoco vuelvan a ser discriminadas por el
hecho de ser mujeres (Acale, 2017).

3. OBJETIVOS Y METODOLOGÍA.
3.1. OBJETIVOS.
Tras la realización de una revisión bibliográfica sobre las diversas dificultades con las que se
encuentran las mujeres reclusas, tanto durante su estancia en prisión como tras la misma, se
plantean a continuación una serie de objetivos que se pretenden alcanzar con la investigación
empírica llevada a cabo.

Objetivo general

Analizar la percepción, valoración y opiniones de las mujeres exreclusas acerca de los


obstáculos, dificultades y estigma en su proceso de reinserción.

Objetivos específicos

- Estudiar la percepción de las exreclusas entrevistadas sobre las dificultades y vivencias


individuales en el proceso de reinserción.
- Profundizar en la valoración que hacen las exreclusas entrevistadas acerca de las
relaciones interpersonales y sociales y la influencia de la privación de libertad sobre las
mismas.
- Conocer las distintas propuestas de mejora de las exreclusas entrevistadas que
facilitarían el proceso de reinserción al colectivo estudiado.

3.2. METODOLOGÍA.

3.2.1. ESTRATEGIA METODOLÓGICA.


Para el desarrollo del marco teórico de este trabajo se ha realizado una revisión
bibliográfica de publicaciones científicas, artículos periodísticos, legislación nacional e
internacional e informes y anuarios estadísticos de diversas entidades. La finalidad de todo ello
es crear una base sólida gracias a los argumentos de diferentes autores, lo recogido en la
normativa y la realidad mostrada por los datos estadísticos sobre la cual iniciar la investigación
empírica.

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La estrategia metodológica de elección para misma es la cualitativa. Autoras como Gloria
Jiménez y Carmen Silva (2011) definen la metodología cualitativa como aquella cuya finalidad
pasa por entender la realidad desde la óptica de los actores para, de este modo, describir el
modo en que funcionan los distintos sistemas sociales y las relaciones que se dan en ellos. Las
autoras anteriores defienden que gracias a esta metodología se obtiene información
descriptiva y muy rica en significado y simbología. Ibáñez (1992), por su parte, entiende la
metodología cualitativa como la obtención de información a partir de discursos y conductas
para posteriormente interpretarlos y analizar las relaciones y significados de los mismos.

Por todo lo anterior esta estrategia metodológica es la elegida, ya que con este trabajo se
pretende analizar las valoraciones y opiniones de las exreclusas sobre las dificultades,
obstáculos y estigma experimentados a lo largo de su proceso de reinserción.

Para ello, la técnica empleada es la entrevista semiestructurada. Este tipo de entrevistas


permiten una mayor flexibilidad y adaptación tanto a las características de la persona
entrevistada como a las necesidades que presente la investigación. Gracias a esta técnica se
consigue obtener información que posibilita comprender el comportamiento de las
entrevistadas (Vargas, 2011), poniendo el foco en las mismas y en su relación con el medio
penitenciario y el entorno en el que se desarrollan.

3.2.2. PERFIL DE LAS ENTREVISTADAS.


A lo largo de este trabajo se han abordado diferentes aspectos que dificultan el proceso de
reinserción de las mujeres que han experimentado un periodo de privación de libertad. De
cara al estudio empírico y su análisis se muestran a continuación los perfiles de las mujeres
entrevistadas. Con todo ello se pretende acercarnos un poco más a esta realidad y mejorar
nuestro modo de intervención.

Por motivos de privacidad los nombres han sido omitidos, por lo que las entrevistadas y
sus relatos serán referidos como se muestra en la siguiente tabla:

Tabla 2. Perfil de las entrevistadas.

PERSONA
Ex reclusa 1 Ex reclusa 2 Ex reclusa 3
ENTREVISTADA
28 años 39 años
CARACTERÍSTICAS Y PERFIL

32 años
3 hijos (de 7, 6 y 4 años) Sin hijos
Sin hijos
De etnia gitana 2 hermanos (♀ y ♂)
1 hermana
Hija única Procedente de Sevilla
Procedente de
Procedente de municipio Cádiz
Desempleada; cobra
pequeño de Sevilla una pensión por
Camarera discapacidad y cuida
Trabajadora agrícola de su madre.

Fuente: elaboración propia a partir de entrevistas en profundidad.

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3.2.3. GUIÓN DE LA ENTREVISTA.
La entrevista se ha llevado a cabo en base a un guión que contenía diversas dimensiones y ésta
se subdividían en temas como: vivencia de la maternidad en prisión, relaciones familiares y sus
cambios con la privación de libertad, adaptación del centro penitenciario a las necesidades
femeninas, dificultad de la reinserción femenina en relación con la masculina y propuestas de
mejora. Las preguntas referidas a cada uno de las dimensiones son las siguientes:

Tabla 3. Dimensiones y subtemas.

DIMENSIÓN ASPECTOS DE INTERÉS


- Adaptación del centro penitenciario a las necesidades de las mujeres privadas
de libertad.
Dimensión - Sentimiento experimentado y vivencia de su proceso de privación de libertad.
individual - Cambios individuales durante y tras el paso por el centro penitenciario.
- Percepción individual de rechazo.
- Dificultades en el proceso de reinserción.
Dimensión
- Relación con la familia antes y después de la privación de libertad.
interpersonal
- Discriminación familiar por género
(relaciones
- Apoyo y redes familiares
familiares)
- Pertenencia a asociaciones y apoyos recibidos de las mismas.
Dimensión - Dificultades en formación y empleabilidad
social - Red de apoyo social
- Consecuencia de estigma social tras privación de libertad.
- Mejoras de sistema penitenciario
Propuestas
- Mejoras de carácter social
de mejora
- Mejoras en proceso de reinserción
Fuente: elaboración propia.

4. ANÁLISIS DE LAS ENTREVISTAS.


A continuación se procede a realizar un análisis pormenorizado de las entrevistas, abordando
los diferentes aspectos incluidos en los objetivos previamente. Con ello se pretende
profundizar más en este colectivo, su situación y cómo mejorar la intervención que con él se
realiza. De este modo se obtendrán mejores resultados.

4.1. PERCEPCIÓN DE LAS EXRECLUSAS ENTREVISTADAS SOBRE LAS


DIFICULTADES Y VIVENCIAS INDIVIDUALES EN EL PROCESO DE REINSERCIÓN.

En lo que respecta a esta primera dimensión individual, resulta interesante analizar las
respuestas y reflexiones dadas por las distintas ex reclusas sobre diferentes aspectos:

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- Adaptación del centro penitenciario a las necesidades de las ex reclusas.
A pesar de que no todas han estado en los mismos centros ni con las mismas instalaciones
(por los motivos explicados a lo largo del trabajo) todas parecen tener una idea similar sobre la
falta de personal técnico en el centro penitenciario.
“Hay poco personal pá tantas presas, y muchas veces necesitas desahogarte y hablar
de lo tuyo y no hay nadie pá escucharte. Faltan educadores y psicólogos, no dan más
de sí”. (Ex reclusa 1)
“No es normal que solo puedas hablar con el educador una vez cada mucho tiempo”.
(Ex reclusa 3)
“Los permisos siempre iban tarde o con problemas, siempre decían que tenían cosas de
antes”. (Ex reclusa 2)
La falta de personal técnico es una de las propuestas de mejora que se abordarán
posteriormente, ya que esta situación no solo ha sido aludida por las propias internas, sino
también por el personal técnico y los funcionarios en numerosas ocasiones. Es imposible
atender a las necesidades específicas cuando la falta de personal es tan manifiesta. Esto
implica que la intervención, que debería ser individualizada para mejores resultados, no lo sea.

Otro de los aspectos expresados reiteradamente fue el del mal estado de las prisiones,
tanto a nivel estructural como de instalaciones. No obstante, cabe destacar que esto depende
en gran medida del centro penitenciario en el que se encuentren y de si se trata de un centro
mixto o solo de mujeres. Se obtuvieron relatos como los siguientes:

“Las cárceles viejas están bastante mal. En los módulos de mujeres suele estar tó un
poco más bonito y decorao con cosas que cosemos nosotras, pero las camas eran un
colchón encima de un poyete de cemento”. (Ex reclusa 3)

“Depende mucho de la cárcel. Tenía compañeras que habían estao en prisiones donde
para ducharse tenían que salir al patio pero yo, por ejemplo, tenía ducha en el
chabolo”. (Ex reclusa 2)

“El módulo de madres no estaba mal, los niños tenían como un parque pequeño y allí
jugaban. Aun así, sigue siendo una cárcel”. (Ex reclusa 1)

- Sentimiento experimentado, vivencia y cambios individuales en el proceso de


privación de libertad.

Una de las preguntas más frecuentes es si la prisión realmente funciona. Aunque su


efectividad es dudosa, sí podemos afirmar que genera en los que están en ella cambios
diversos y no todos positivos.

“Claro que te cambia, imagínate lo que es verte en 4 paredes sin podé salir y con gente
que no tiene ná que ver contigo”. Es mu duro, sobre tó al principio. Se pasa mu mal
porque lo ves injusto y estás como enfadá y triste, pero ni siquiera tú sabes qué te
pasa.” (…) Hay grupos pá controlar la rabia y eso, pero cogen a mu poca gente y

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muchas veces no sabes ni pá qué ir ahí porque piensas que no vale pá ná”. (Ex reclusa
3)

“Si no hubiera entrao en la cárcel todavía seguiría siendo una enganchá en la calle. Eso
sí, muchas veces te ayudan más las propias compañeras que los de allí” (…) Yo lo pasé
mu mal porque sí, estaba con mi niño el chico, pero los otros dos no y no estar con tus
niños es lo peor que hay” (…) Te comes mucho la cabeza porque, claro, tantas horas en
el chabolo metía… la cabeza no para y piensas que cómo al final has terminao ahí
metía”. (Ex reclusa 1)

“¡Fíjate si me ha cambiado, que me enamoré allí! Es una de las pocas cosas buenas que
me llevo. De todos modos, es muy complicao que nada cambie después de estar allí”.
(…) Al principio me sentía mu sola… yo siempre he sio la dura y aquello casi puede
conmigo (…) Tú imagínate, entras allí el primer día e intentas no arrimarte a nadie
porque no sabes de qué palo van y después otra vez encerrá” (Ex reclusa 2)

Al analizar estos testimonios puede observarse los aspectos psicológicos que se aludían
anteriormente. Las mujeres entran en el centro penitenciario cargadas de culpa, tensión,
vergüenza y remordimientos. En muchos casos sienten que han fallado a sus familias y esto se
ve reforzado por los reproches que sufren y que serán expuestos en adelante.

- Dificultades en el proceso de reinserción y rechazo.

Si algo ha quedado claro a lo largo de esta investigación es que el proceso de reinserción


de las mujeres es mucho más complejo que el de los hombres por los argumentos dados
anteriormente. Las percepciones de las ex reclusas entrevistadas acerca de este tema son las
siguientes:

“Yo creo que es mucho más difícil tener salir de tó eso cuando tienes que estar
luchando con tus hijos, tu familia y mil problemas más. Tienes mucho encima y además
tol mundo te ve como una mala madre que dejó a sus hijos chicos pá chutarse” (…)
Además es complicao, porque salir de todo ese mundo cuesta mucho… yo me acuerdo
que en los permisos lo pasaba mu mal porque veía cómo estaba toa mi gente y me
entraban ganas de volver a tomar algo para olvidarme de to eso”. (Ex reclusa 1)

“Si con la paga que tengo no me llega para vivir y cuidar a mi madre, pues imagina si es
difícil. Tengo que hacer milagritos para poder con tó”. (Ex reclusa 3)

“Es muy difícil salir de una mala vida cuando acabas volviendo a tu barrio de siempre y
teniendo las mismas juntas, pero bueno, de tó se sale si se quiere y con ayuda”. (Ex
reclusa 2)

Como aludía en el análisis anterior, los reproches y el estigma marcan la privación de


libertad y la salida a la misma de estas mujeres. No obstante, a pesar de las mayores
dificultades por las cargas familiares que normalmente tienen, algunas presentan una actitud
más optimista ante esta situación. Queda puesto de manifiesto la importancia de las relaciones
familiares y el apoyo procedente de éstas en el proceso de reinserción.

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De igual modo, es interesante las alusiones a las dificultades en el mundo laboral, en
muchas ocasiones marcadas por el estigma, y la relación de éstas con la reincidencia.

“A ver, como tú comprenderás no voy a dejá que a mis niños les falte de ná… yo por
ellos hago lo que sea” (…) Me da miedo verme otra vez en las mismas y no ser capaz de
llevá tó palante y volvé a está enganchá y vendiendo droga”. (Ex reclusa 1)

“Pf, el trabajo es imposible. Con la cojera y el tiempo que le tengo que echá a mi madre
pá limpiarla, hacerle de comé, comprar, limpiá su casa y está con ella pá que no le pase
ná, es imposible trabajá así”. (Ex reclusa 3)

“Si el trabajo ya está difícil, imagínate pá la que ha estao presa. Cuando vas a las
entrevistas y te preguntan por la experiencia tienes que inventarte cosas para que no
sepan que has estao en prisión porque si no, no te cogen”. (Ex reclusa 2)

Finalmente, me parece fundamental la alusión a la vuelta al entorno desestructurado,


conflictivo y marginal de donde salieron y que influyó en su entrada en prisión. La falta de
seguimiento tras el paso por prisión y la vuelta al origen hacen que el proceso de reinserción
se vuelva extremadamente complejo.

4.2. VALORACIÓN DE LAS EXRECLUSAS ENTREVISTADAS ACERCA DE LAS


RELACIONES INTERPERSONALES Y SOCIALES Y LA INFLUENCIA DE LA
PRIVACIÓN DE LIBERTAD SOBRE LAS MISMAS.
Uno de los mayores hándicaps es la falta de apoyo y redes sociales tras salir del centro
penitenciario. Esta situación se da más frecuentemente en mujeres que en hombres han
estado privados de libertad, haciendo que el proceso de reinserción sea mucho más complejo
para ellas y, en ocasiones, ineficaz. A continuación se muestran relatos sobre la influencia de la
prisión sobre las relaciones y redes:

“Imagina lo que es que le digan a tu padre que la única hija que tiene, la sacan de la
calle y se la llevan pá prisión, es un chasco mu gordo (…) y tó eso en un pueblo chico,
ellos que siempre se han ganado la vida de manera honrá” (…) Tó la gente del pueblo
hablaba de “la niña de los de X”, que se la habían llevado pa prisión… y claro, eso pá
ellos fue mu duro y vamos, todavía lo sigue siendo (…) porque claro, te ven por la calle
la gente y ya tienen esa cosa ahí”. (Ex reclusa 1)

“Mi familia no se tomó ná bien que me llevaran presa, pa ellos fue una decepción mu
grande y mis padres me lo van a recordar to la vida (…) y ya no solo eso, ¡que encima
me había echao novia allí dentro! Eso ellos no lo entienden”. (Ex reclusa 2)

“A mi madre y mis hermanos le costó mucho hacerse a la idea de que me llevaban pa


prisión, pero después lo sobrellevaron como pudieron. Ahora yo intento tirar pa´lante
con tó como puedo (…) mi madre tiene cáncer y es muy mayor y mis hermanos también
tienen sus achaques”. (Ex reclusa 3)

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En lo que respecta a los amigos como red social, la perspectiva tampoco mejora
demasiado. La mayoría no mantiene las amistades previas al ingreso en el centro penitenciario
-bien voluntaria o involuntariamente- y no suelen tener muchas amistades tras la estancia en
prisión. Estas relaciones, como las demás, están marcadas por el estigma.

“Amigos tampoco tengo muchos, no puedo salir casi ná porque tengo que estar en casa
cuidando a mi madre (…) mis cosas las hablo a veces con alguna vecina que me ayuda
mucho o con un buen amigo que conocí en el C.I.S.” (Ex reclusa 3)

“Amigos amigos… no muchos, sigo saliendo de vez en cuando con alguna del barrio,
pero la mayoría siguen en esa mierda (el consumo) y yo no quiero ni acercarme a eso.
Ahora tengo que centrarme en sacar a mis niños pa´lante” (Ex reclusa 1)

“Gracias a dios me busco la vida como puedo trabajando en bares y eso, así que
quieras o no conoces a mucha gente (…) pero ninguno sabe que he estao presa”. (Ex
reclusa 2)

Tras el análisis de estos testimonios puede observarse el detrimento, tanto del apoyo
familiar y redes sociales, como de los amigos debido al proceso de privación de libertad. La
falta más notoria y que más repercute en las ex reclusas es la de redes familiares. El rechazo y
los reproches forman parte de todos sus testimonios, al menos en un primer periodo. Este
aspecto es crucial de cara a la adaptación al centro y a la situación psicológica de la reclusa, ya
que la autoculpabilización y la vergüenza merman su autoestima y, por ende, dificultan la
reinserción.

Sin embargo, en algunos casos esta pérdida no es indefinida, y pueden recuperar la


relación con la familia tras un periodo de aceptación.

“Ahora mismo la relación con mi padre es nula, él siempre está con reproches y no me
lo perdona, ahora ha caído en el alcohol y es todavía peor. Con mi madre sí es buena,
me ayuda mucho con los niños y eso, me ayudó a sacarlos pa´lante cuando estuve
presa (…) No, apoyo de pareja no tengo, soy yo sola con tó”. (Ex reclusa 1).

“A mi hermana le costó también hacerse a la idea, pero ahora pienso “menos mal que
la tengo” (…) con ella la relación sí es buena y me ayuda en tó lo que puede la pobre (…)
mi pareja me ayuda mucho porque sabe lo que es haber estao presa”. (Ex reclusa 2)

“Con mi hermano la relación está regular. Mi hermana parece que me comprende un


poco más pero mi hermano habla lo mínimo conmigo… para saber de mi madre y eso y
poco más (…) Mi madre… bueno, a veces me sigue diciendo cosas y echándome en cara
que estuviera presa pero al final, como yo soy la que está con ella, pues no le ha
quedado más remedio que aceptarlo”. (Ex reclusa 3)

Por otro lado, la pérdida de amistades que en muchos casos eran perjudiciales puede
tomarse como un punto positivo de esta retirada temporal de la sociedad.

Respecto al apoyo recibido por parte de asociaciones, resulta interesante observar cómo
éstas, en ocasiones, suplen las funciones de la familia, especialmente en los casos de acogida
para los permisos penitenciarios cuando la familia es inexistente o no quiere/puede prestar

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ese recurso. También destaca el apoyo de los profesionales que trabajan en ellas y la
intervención realizada, normalmente más individualizada al contar con menos reclusas.

“He podío salir en los permisos por las asociaciones que me dejaban quedarme en las
casas que tenían. Aquello era lo más parecío a una familia y así podía salir unos días de
la cárcel” (Ex reclusa 3)

“El primer trabajo que tuve cuando salí en libertad fue porque la Fundación La Caixa
tiene un programa y ayuda a encontrar trabajo (3 meses). Después de eso ya me tuve
que buscar la vida como pude y ahora trabajo en los bares que me van saliendo (…) los
horarios y eso son una mierda, pero es lo que hay” (Ex reclusa 2)

“Me gustaría seguir aprendiendo un trabajo y estudiar, pero con los niños es mu
complicao (…) en prisión hice cursos de peluquería y costura, pero eso casi que no me
sirve en la calle pá trabajar dignamente, así que tendré que seguí en el campo, que es
lo que he hecho siempre (…) es difícil trabajar en trabajos más de hombres mientras
tienes que aguantar callá que te digan “canija” o que tú no tienes fuerza pá levantar
una caja de tomates” (Ex reclusa 1)

“Los cursos de prisión no valen pá ná. Cuando sales sí, te dan el diploma, pero luego se
sabe que son de prisión y entonces estás peor que antes porque tienes que hacer como
si no tuvieras formación ninguna ni experiencia, porque si lo dices tienes que decir de
dónde” (Ex reclusa 2)

Como puede observarse, la inserción laboral llevada a cabo desde el centro penitenciario
es prácticamente nula y normalmente estas funciones son desempeñadas por las asociaciones
que trabajan con este colectivo y que, en muchas ocasiones, carecen de medios para poder
ayudarlos a todos.

No existe seguimiento y estas funciones deben ser desarrolladas por asociaciones que dan
una primera respuesta a corto plazo a las necesidades laborales. Tras esto, vuelven a verse en
las mismas circunstancias y recurriendo a redes de apoyo -quien cuente con ellas- para poder
ir viviendo día a día hasta que consigan asentarse y tener ingresos.

Esto no es más que otro argumento por el que se afirma que las redes sociales y de apoyo
junto con la no estigmatización de este colectivo son fundamentales para la reinserción social.

4.3. PROPUESTAS DE MEJORA QUE FACILITARÍAN EL PROCESO DE


REINSERCIÓN DE LAS MUJERES EX RECLUSAS.
Como parte del trabajo de investigación me parece apropiado incluir un último apartado
donde se han recogido las propuestas de mejora que han señalado las entrevistadas para que
el proceso de reinserción de mujeres ex reclusas sea más sencillo y no presente tantas
dificultades añadidas por razón de género. Así, se recogen las siguientes ideas extraídas de las
entrevistas realizadas:

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- Más personal técnico que permita una atención más individualizada.
- Talleres y formación que realmente aporten oportunidades laborales reales, sin
perpetuar los roles de género.
- Talleres y dinámicas adaptados a las necesidades de las reclusas (manejo de
emociones, fomento de la resiliencia, etc), que favorecerán el manejo adecuado de las
situaciones conflictivas durante el proceso de reinserción y la vida en libertad.
- Favorecimiento de redes familiares y de apoyo fuertes y sanas, que supongan vínculos
positivos tanto durante la privación de libertad como posteriormente.
Queda, por tanto, puesta de manifiesto la necesidad de intervenir en el medio
penitenciario para poder conseguir un proceso de reinserción más eficaz y sin
repercusiones negativas para las mujeres ex reclusas por razón de género. Esta
investigación pretende mostrar esas carencias y aportar soluciones a las mismas,
abogando así por una intervención adaptada a las necesidades de cada colectivo. Si no se
atienden dichos aspectos, la intervención y el posterior proceso de reinserción serán
ineficaces.

5. CONCLUSIONES Y PROPUESTAS DE MEJORA.


Tras el análisis acerca de cuáles son los factores de riesgo en mujeres, cómo es la realidad
de las mujeres ex reclusas y cuáles son sus dificultades y estigma por el hecho de ser mujer, se
procederá a concluir con una serie de reflexiones y propuestas de mejora. Solo
comprendiendo estos aspectos e incidiendo de manera adecuada sobre ellos podremos
reducir el estigma y las dificultades añadidas y, por ende, la reincidencia.

Ha quedado demostrado que la criminalidad, al igual que otros muchos fenómenos,


también se ve influido por el género y los roles asociados al mismo. Por ello, requiere una
intervención diferenciada de la delincuencia masculina (Casanova, 2017). Igualmente, es
necesario incorporar esta perspectiva de género a las instituciones que trabajan con este
colectivo y la normativa que regula las intervenciones a llevar a cabo. Debemos concienciarnos
de que, a pesar de tener algunos factores de riesgo en común, hombres y mujeres ex reclusos
tienen realidades totalmente distintas, aspecto que ya fue advertido por diversos autores
(Realpe y Serrano, 2016).

Los estudios más recientes han permitido concluir que, en la mayoría de los casos, la mujer
delincuente suele ser la víctima de un proceso de feminización de la pobreza. Son mujeres
adultas, procedentes en un porcentaje significativo de minorías étnicas o de países extranjeros
y con cargas familiares (en muchos casos madres solteras o con otros familiares a su cargo). En
lo que respecta a la criminalidad, son mujeres sin sofisticación criminal, que cometen delitos
de carácter no violento (Markez y Silvosa, 2012 y Acale, 2017).

Como ya se indicaba, suelen verse involucradas mayormente en delitos que les reporten
un beneficio económico (contra el patrimonio y contra la salud pública), desenvolviéndose en
ámbitos que normalmente están relacionados con la droga y el consumo de estupefacientes
(Añaños y Jiménez, 2016). A pesar de que muchas son o han sido consumidoras habituales por

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motivos distintos a los hombres, el tratamiento de la drogadicción es genérico para ambos, sin
atender a las necesidades de cada género. En este contexto, es necesario establecer un
modelo de atención que incluya esa visión de género y tenga en cuenta los factores que
influyen en la iniciación y mantenimiento del consumo en mujeres.

La situación dentro del centro penitenciario no mejora. De nuevo se reproducen roles de


género que en ningún caso mejoran la reinserción ni ayudan a romper las los estereotipos
sociales (Águeda, 2018). Deben hacer frente al rechazo de sus familias y al abandono de sus
parejas más frecuentemente que los reclusos, cargando no sólo con la etiqueta de mujer
delincuente, sino también con la de mala madre. En este sentido, me parece fundamental
apostar por un modelo de crianza dual, donde ambos progenitores tengan las mismas
responsabilidades para con el menor y no solo sea tarea de la madre. Esto no solo ayudaría en
los procesos de toma de conciencia y reinserción, sino también beneficiaría enormemente al
menor.

De igual modo considero crucial incidir en la recuperación y/o creación de una red de
apoyo social y familiar adecuada, con valores y comportamientos prosociales. Estos lazos
permitirán que tanto la estancia en el centro penitenciario como la reinserción sean más
efectivos, además de influir en la reincidencia.

Tampoco deben ser olvidadas aquellas mujeres extranjeras y/o de minorías étnicas que se
ven inmersas en la vida penitenciaria. Además de todos los factores explicados a lo largo del
trabajo, ellas presentan otros factores de riesgo adicionales, como la ausencia total de vínculos
y dificultades con el idioma (Contreras, 2018). En el caso de las mujeres de etnia gitana, los
patrones propios del patriarcado inciden en ellas de una manera más dura, aumentando aún
más el estigma y la vulnerabilidad (Alvarado, 2012).

Dada la importancia de todos estos aspectos para que pueda darse una eficaz reinserción
de este colectivo, se realizaron entrevistas para así conocer cuáles son las necesidades que
presenta y sobre qué carencias hay que intervenir. Hasta el momento los resultados obtenidos
en resocialización de ex reclusas no son satisfactorios, por lo que las instituciones destinadas a
intervenir en ellas (ya sea de manera directa, mediante el trato, o de manera indirecta,
mediante la creación de leyes y/o programas con perspectiva de género) deberían incorporar a
personal cualificado en este campo, es decir, Criminólogos.

Por último, me gustaría aludir a la dificultad a la hora de obtener datos estadísticos o


penitenciarios desagregados por sexo de las fuentes oficiales. Esto no solo dificulta la
investigación de aquellos interesados en la problemática, sino también la posterior
intervención basada en esos datos.

“Se tiene la costumbre de creer que la prisión es una especie de depósito de criminales,
depósito cuyos inconvenientes se habrían manifestado con el uso de tal forma que se diría era
necesario reformar las prisiones, hacer de ellas un instrumento de transformación de los
individuos.”

-Foucault-

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6. ANEXOS.
2013 2014 2015 2016 2017

Sustracción de menores
15 15 17 18 17
Asesinato 35 21 32 26 23
Homicidio 38 19 26 30 34
Acusación y denuncias falsas 221 268 265 265 264
Coacciones y detenciones
ilegales 101 108 149 476 670
Simulación del delito 829 1.158 1.231 1.112 1.013
Daños 411 461 593 1.087 1.487
Contra la salud pública 1.730 1.732 1.682 1.534 1.616
Contra la autoridad,
resistencia y desobediencia 1.389 1.525 1.598 1.831 1.949
Robos 2.021 2.214 2.013 2.095 2.098
Amenazas 286 289 538 2.288 3.162
Usurpación 717 1.085 1.556 3.137 3.525
Estafas 1.303 1.555 1.744 3.218 4.181
Defraudaciones 1.911 2.252 2.522 4.689 5.945
Contra la seguridad vial 8.588 8.738 8.192 8.526 8.611
Lesiones 2.752 3.034 3.700 8.542 11.508
Hurtos 3.258 3.664 7.994 23.963 27.751

Nº de delitos por cometidos por mujeres por tipología penal


(2013 - 2017)
30.000
25.000
20.000
15.000
10.000
5.000
0
Amenazas

Lesiones
Homicidio

Daños

Robos

Usurpación

Estafas

Contra la seguridad vial

Hurtos
Asesinato

Simulación del delito

resistencia y desobediencia
Contra la salud pública

Defraudaciones
Sustracción de menores

Acusación y denuncias

Coacciones y detenciones

Contra la autoridad,
falsas

ilegales

2013 2014 2015 2016 2017

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