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La legítima defensa como causal de ausencia de responsabilidad penal

En Colombia, la legítima defensa está consagrada en el artículo 32, numeral sexto, de la Ley
599 de 2000, Código Penal, que señala: “No habrá lugar a responsabilidad penal cuando (…)
se obre por la necesidad de defender un derecho propio o ajeno contra injusta agresión
actual o inminente, siempre que la defensa sea proporcionada a la agresión. Se presume la
legítima defensa en quien rechaza al extraño que, indebidamente, intente penetrar o haya
penetrado a su habitación o dependencias inmediatas”.

Esto significa que, la legítima defensa es el ejercicio de la violencia para proteger un bien
jurídico propio o ajeno atacado de forma injusta, y cuyos elementos necesarios son:
1. Necesidad de la defensa
2. Defensa de un derecho propio o ajeno
3. Agresión actual o inminente
4. Proporcionalidad entre la agresión y la defensa.

1 Necesidad de la defensa

Tratándose del primer requisito, la necesidad de la defensa debe considerarse necesaria


cuando la naturaleza de la agresión así lo exija, es decir, cuando no exista otro medio idóneo
para evitar la agresión. Y es que la defensa no pretende evitar delitos, sino salvar bienes, ella
puede realizarse en tanto el peligro sea evidente, aun antes de que el daño o el ataque se
haga efectivo y después de ocurrido.

En ese orden de ideas, la defensa tiene razón de ser cuando comienza el peligro y puede
ejercerse, en tanto permanezca el riesgo o se continúe el daño o la agresión. La necesidad y
coetaneidad de la defensa son, entonces, condiciones derivadas de la existencia del peligro.
Cuando se dice que la defensa debe ser coetánea a la agresión, lo que se denota es,
simplemente, que el acto de defensa debe realizarse en tanto exista peligro de daño o de
mayor daño al bien jurídico. Una vez cesado definitivamente el peligro, ya no es viable la
defensa.

2 Defensa de un derecho propio o ajeno

El segundo de los requisitos, vale decir, la defensa de un derecho propio o ajeno, es el


requisito medular de la justificante, pues es este el que fundamenta la naturaleza de la
legítima defensa y no hay vacíos normativos sobre el mismo. Sin embargo, la defensa de un
derecho ajeno se puede ejercer conforme al deber de solidaridad social contenido en el
artículo 95, numeral 2°, de la Constitución Política.

3 Agresión actual o inminente

El tercero de los requisitos es la agresión actual o inminente, la cual exige analizar la


justificante más allá de la norma legal, habida cuenta de que este requisito se refiere
exclusivamente a lo fáctico. Y es que su importancia es vital, para determinar si en un
determinado caso se está en presencia de una legítima defensa objetiva (en la cual el
agredido enfrenta un peligro real e inminente) o en una legítima defensa subjetiva (en la cual
el agredido cree estar en una situación de peligro actual o inminente).
Al analizarse este requisito desde un aspecto objetivo y uno subjetivo, se tiene que,
objetivamente, la agresión debe consistir en la exteriorización del propósito de lesionar un
bien jurídico, mediante actos idóneos, sea que se utilice o no la violencia, armas u otros
mecanismos físicos finalísticamente orientados a provocar daño.

Para que exista agresión, entonces, basta que el sujeto se encuentre en posición inminente
de ejecutar el ataque. No es menester que existan actos materiales de agresión –disparos
contra el atacado–, es suficiente que el agresor, mediante actos que resulten o resultarían
idóneos, se haya puesto en situación inmediata de consumar el daño. La agresión, antes que
ataque, es un comportamiento que crea peligro actual e injusto contra un bien. En esa
creación del riesgo o peligro radica la existencia de la agresión.

Pero agresión no significa que exista daño al bien, como tampoco es condición que exista
una tentativa de conducta punible, y menos que se haya ejecutado un delito, pues la
agresión existe, aunque todavía no se haya producido un efecto. Con la simple amenaza de
ataque inminente, basta para que se configure la agresión y, por consiguiente, el peligro
actual.

La agresión existe jurídicamente, cuando existe peligro de lesión al bien jurídico. El peligro se
define como la posibilidad de sufrir daño, lesión o más daño a consecuencia del
comportamiento del agresor. Ese peligro es el resultado de la conducta deliberada que
despliega el agresor y, generalmente, es la secuela del ataque mismo, pero no siempre es
así, pues muchos comportamientos generan peligro antes de que se desate la agresión, por
ejemplo, el que se dirige a tomar el arma que tiene a la mano ya genera peligro. Así, la
agresión surge desde el momento en que existe peligro real de daño.

Para ello, no es indispensable el daño actual al interés defendido, razón por la que el artículo
32, numeral 6º, del Código Penal no exige que la agresión sea violenta. Basta el riesgo
provocado, siempre y cuando ese peligro amenace en concretarse en un delito, si no se
repele. Por esta razón, la citada norma utiliza el término lingüístico “agresión” para denotar
que el ataque no tiene que ser violento, basta con que una acción ponga en peligro el bien
jurídico.

No son los golpes, las heridas ni la consumación del ataque la razón que origina el derecho a
la defensa, sino el peligro que nace de la agresión. De allí que es suficiente que la agresión
esté por darse –inminente– o que tenga un principio de ejecución con la exteriorización de un
acto positivo revelador e inequívoco de que se inicia. Por eso, la ley autoriza al agredido a
efectuar la defensa antes de que hayan comenzado a producirse los efectos físicos del
ataque.

De otro lado, la agresión vista desde un aspecto subjetivo plantea el interrogante de si


requiere ser voluntaria o ser un acto doloso, admitiéndose agresión por imprudencia o culpa.
La doctrina mayoritaria entiende que constituye agresión toda lesión o puesta en peligro de
un bien jurídico y, aunque el uso normal del lenguaje toma por agresión un comportamiento
doloso, no requiere ser ni dolosa ni intencional, sino que basta una conducta imprudente o,
incluso, inculpable.

4 Proporcionalidad entre la agresión y la defensa


El cuarto y último requisito es la proporcionalidad entre la agresión y la defensa, requisito de
suma importancia, comoquiera que es este el que demarca los límites dentro de los cuales la
reacción se justifica. La proporcionalidad es una correlación entre dos extremos que debe
ser, ante todo, una racional correlación y, en tal virtud, no se puede exigir a quien se defiende
que utilice medios iguales a los usados por el agresor, siendo factible que el agredido, al no
tener a mano otros recursos, utilice medios de mayor poder lesivo.

Lo anterior no pretende denotar que el atacado pueda ocasionar cualquier daño al agresor,
toda vez que la relación de proporcionalidad significa que dentro del margen de lo posible
para la efectiva protección del bien jurídico atacado, en el supuesto de que el defensor tenga
varios medios defensivos a su alcense, debe utilizar el menos drástico o letal, siempre que
ello no enerve la defensa.

Agresión y defensa son, entonces, los extremos en contradicción que se enfrentan en el


desarrollo de la legítima defensa. El requisito de proporcionalidad solo establece un límite
máximo al que puede llegar la acción defensiva, tanto para la lesión de bienes del agresor
como a la clase de bien que se puede lesionar con la repulsa. La proporcionalidad denota
cotejar fuerzas y posibilidades del agresor, por un lado, y las del agredido, por el otro. Es una
adecuación entre la intensidad de la agresión y la intensidad de la defensa, debiendo
medirse la proporcionalidad no solo con la comparación de medios de defensa frente a los de
ataque, sino con todos los elementos fácticos que concurren en el evento, es decir, las
circunstancias de tiempo, modo, lugar, calidad de bienes, personalidad y capacidades físicas
y mentales de los sujetos enfrentados, siempre teniendo en cuenta que no se trata de una
adecuación comparativa o competitiva, sino de una adecuación para la defensa.

Con todo, la proporcionalidad en la defensa no es –ni puede ser– una exigencia absoluta,
sino relativa, siendo del caso resolver las dudas en favor de la persona que repele el ataque
y no en favor del agresor, pues la ley no puede exigirle al agredido tranquilidad de ánimo
para que sopese en toda su dimensión los medios defensivos frente a la magnitud del
ataque.

Como conclusión, a pesar de su intemporalidad, la legítima defensa, siendo una institución


madura y evolucionada, aún no termina de adecuarse a las nuevas situaciones y formas de
expresión de la dinámica social y, aunque su formulación legal es casi universal, se
evidencian algunas dificultades en la estructuración de sus elementos, en especial en los
requisitos de la actualidad o inminencia de la agresión injusta y de la proporcionalidad de la
agresión y la acción defensiva.

Estas dificultades no solo se presentan a nivel sustancial, sino que también tienen grandes
dificultades a nivel probatorio y procesal, hasta el punto de crearse una especie de disolución
conceptual que dificulta su reconocimiento como causal de ausencia de responsabilidad
penal.

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