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El dolor no es un hecho fisiologico sino existencia, al sufrir, no es que sufre una parte de

nosotros, sufre el individuo por completo. El cuerpo vivo del hombre no se limita a los
relieves dibujados por su organismo; más importante es como el hombre lo inviste, lo
percibe, ya que encarna una estructura simbólica antes de configurar una biología.

Montaigne define la ambivalencia de la relacion del hombre con el mundo a partir de su


frase “ El mal es para el hombre bien a su hora. No debe huirse siempre del dolor ni ir
siempre detrás del placer”, La causalidad fisiologica no puede explicar por si sola lo
complejo del vinculo del ser humano y su dolor, ya que este ultimo responde a multiples
causas, se trama también en una relación inconsciente del sujeto consigo
mismo, es una superficie de proyección donde se resuelven tensiones de identidad; trabaja
con modelos culturales y se alimenta de costumbres sociales vigentes.

Se menciona la ambiguedad de los dolores que no forman parte de un malestar corporal, y


habla de los “enfermos funcionales” los cuales pese a no presentar ningun tipo de malestar
fisico, aun sienten el malestar, el sufrimiento se mantiene ahi, aunque ninguna de las
herramientas medicas sofisticadas puedan detectarlo. Suele tratarse de un reclamo, una
solicitud de atención, proveniente de un sentimiento de insignificancia o soledad, el dolor es
indicio de un sufrimiento existencial que resuena en la carne.

Es entonces que podemos notar que el sintoma es una pantalla, y es el cuerpo entonces
una herramienta para oir una carencia interna.

Otro ejemplo presente sobre circunstancias que favorecen a la aparicion de dolencias


fisicas es el de la sexualidad, cuando esta se vive en la culpabilidad o el disgusto el dolor
legitima el miedo de pasar al acto con consecuencias fisicas (Migrañas, dolores de vientre,
etc.)

En un pasaje de “Estudios sobre la histeria”, Freud evoca al enfermo orgánico


describiendo con calma su sufrimiento, animado por una preocupación de exactitud cuya
importancia para la formulación del diagnóstico conoce. En cambio, el neurasténico se bate
contra un lenguaje impotente para dar cuenta de su pena «y si es forzado a interrumpirse,
guarda seguramente la impresión de no haber conseguido hacerse comprender por el
médico. Esto proviene de que su atención está concentrada en sus propios sufrimientos».

Nos podemos sentir «aplastados», «desgarrados», «faltarnos el aire», «tener náuseas»,


«estar hartos». La plasmación carnal de la palabra se convierte en un sufrimiento
experimentado gracias a la histerización del cuerpo.

Por otro lado, la hipocondria implica la compleja vivencia de un cuerpo constituido por
elementos unidos mediante sensaciones dolorosas o penosas de las cuales el sujeto es el
ingenioso e infatigable inventor. La imposibilidad de juntar los órganos, de conformar en sí
mismo la unidad, engendra la preocupación por los componentes, una manera de
aprehenderse a sí mismo por defecto. Este investimiento al alcance del individuo toma el
cuerpo doloroso como su único objeto. A los ruidos del mundo antepone la atención
exclusiva a las sensaciones corporales: palpitaciones, ahogos, picores, vértigos, trastornos
intestinales, todos son indicios donde cree percibir el solapado avance de las
enfermedades, dejando al mundo exterior en un plano secundario o insignificante, y el
dolor es la forma elegida para instalarse fisicamente en el mundo.

En contraposicion, el masoquista, está buscando un goce que paradójicamente le exige


poner en peligro la integridad física: palizas, golpes, heridas, latigazos, escarificaciones, etc.
«Las sensaciones de dolor -escribió Freud-, como otras sensaciones desagradables,
desbordan sobre el dominio de la excitación sexual y producen un estado de placer,».
La erotización del dolor tiene como contrapartida su reverso sádico, que consiste en
experimentar placer por identificación con las torturas infligidas al otro. Pero fuera del
delimitado espacio de su imaginación, el masoquista sufre como el resto de los
mortales.

La neuralgia del trigémino o las cefaleas de tensión, las migrañas o los dolores de espalda
incurables, son ejemplos clásicos de dolores lacerantes que no responden a ninguna causa
fisiológica reconocible. Lesiones a consecuencia de accidentes, incluso a veces heridas de
poca importancia, continúan provocando terribles sufrimientos después de su curación.
Los dolores que afectan a los miembros fantasmas, ausentes, muchos años después
de la mutilación, ofrecen una penosa ilustración de estas ambigüedades.

Otros, por el contrario, niegan un dolor físico que sin duda no experimentan pese a sus
heridas o lesiones. En una relación de exterioridad con sus sentimientos y su cuerpo, son
indiferentes a los objetos o las situaciones susceptibles de dañarles. En la asimbolia del
dolor, el individuo permanece sonriendo o impasible bajo las agresiones. Incluso se
ofrece a las circunstancias capaces de acarrearle heridas. SchiIder evoca el ejemplo de una
paciente sometida a singulares tratamientos por parte de sus terapeutas: «no reaccionaba
cuando se la pinzaba, golpeaba, o pinchaba, ni siquiera con fuerza»." Se introducía objetos
en los ojos, se hería a menudo como si experimentara una curiosidad incansable por una
sensación de dolor que no podía sentir falta de un investimiento suficiente.

La psicosis, por ejemplo, provoca una confusión entre el sujeto y el mundo. Uno se queja
de dolores inauditos, y sospecha que son provocados por rayos o influencias ocultas
nefastas, o enviados por gente que lo persigue. Otro va tranquilamente sin sentir un dolor
activo, se mantiene indiferente ante cualquier atentado a su integridad corporal. Y el médico
descubre, por ejemplo, su boca devastada por las caries, o una apendicitis de la que nada
se había dicho. El dolor hace así su propio camino, liberado de todo enraizamiento
social y cultural, se convierte en la materia de una historia propia, una de las
pantallas de un sufrimiento personal más amplio, ya no es más mensajero de peligros
que amenazan la integridad del cuerpo.
Acerca de la eficacia simbolica

No existe una naturaleza del cuerpo, sino una condición del hombre que implica una
condición corporal que cambia de un lugar y un tiempo a otro. Allí se camina sobre un
lecho de brasas en el transcurso de un rito religioso; en otra parte se curan las quemaduras
recitando una oración y soplando sobre la herida, se cura negociando con los dioses la
curación por la intermediación del trance o de la posesión, se sana a un enfermo
trasplantando un corazón sano que procede de un donante fallecido unas horas antes. La
naturaleza del cuerpo no es más real que la «naturaleza humana» o la «naturaleza del
mundo». Las sociedades humanas construyen el sentido y la forma del universo donde se
mueven. El saber biomédico y el saber del curandero no se refutan mutuamente, son de un
orden diferente. Uno y otro no se interesan en el mismo «cuerpo».

La serie de interpretaciones culturales posibles del cuerpo fundamenta las numerosas


medicinas que buscan aliviar al hombre de sus enfermedades. El cuerpo es una realidad
que cambia de una sociedad a otra, las imágenes que lo definen, los sistemas de
conocimiento que buscan elucidar su naturaleza, los ritos que lo representan socialmente,
los resultados que alcanza, son sorprendentemente variados, incluso contradictorios para
nuestra lógica aristotélica, que excluye las terceras vías. El cuerpo no es una colección
de órganos y de funciones dispuestas según las leyes de la anatomía y de la
fisiología, sino ante todo una estructura simbólica. En otras palabras, el saber
biomédico, saber oficial del cuerpo en nuestras sociedades occidentales, es una
representación del cuerpo entre otras, eficaz y legítima en las prácticas que la sostienen.
Pero son igualmente eficaces, en su propia dimensión, las medicinas fundamentadas
en concepciones muy diferentes del mal y del cuerpo, elaboradas en el seno de otras
culturas.

El efecto Placebo

La ambigüedad del dolor, la sinuosidad de su trayectoria en la conciencia del hombre,


repercute en las maneras de hacerle frente. El poder de la mirada del otro se traduce en la
eficacia de los placebos en los tratamientos. El 35 % de los pacientes declara sentir un
evidente alivio después de la absorción de un placebo. Empleado de esa manera para
luchar contra un dolor angustiante, es diez veces más activo que para aliviar un dolor
real. La eficacia simbólica puesta en práctica en tales circunstancias recuerda el carácter
múltiple de un dolor que aqueja al hombre en su totalidad, y no sólo a su organismo.
Además, dicha eficacia moviliza el vínculo social en lo que se refiere a poner remedio o
alivio al sufrimiento.

La primera defensa contra el dolor (o la enfermedad) reside en el significado que aquél le


da. Cuando nada permite inscribirlo en un entramado significante, el sufrimiento se vive al
desnudo, desgarra sin matices, y con frecuencia acarrea el desaliento o la depresión.
El control personal

Epicuro vuelve la pena más ligera con la rememoración de los disfrutes anteriores,
alejando así de la conciencia la presencia que todo lo abarca del mal. En este marco se
enfrentan dos adversarios. El recuerdo de los momentos propicios no siempre tiene el poder
suficiente para romper el yugo. Sin embargo, la distancia tomada aligera la pena, recuerda
los placeres pasados y los que vendrán en el futuro una vez que la prueba se haya
superado.

En la moral estoica el dolor de los seres humanos es un mordisco de la naturaleza. Roe la


carne, pero sin imponer su significado. La soberanía del hombre consiste en el juicio
que le dedica, que anula sus efectos o los exacerba. El dolor no se explica a sí mismo,
salvo cuando viene acompañado de un juicio negativo nacido para enfrentarse a él. El
hombre no reacciona a una situacion, sino ante la opinion que se ha formado sobre esta.
Perder el control del acontecimiento es perderse a uno mismo, ya que el
acontecimiento es un pretexto para la voluntad personal. La libertad es moral; no
escapa a la adversidad, pero la consiente por medio de una acción personal. Nada
concierne tanto al ser humano como su disposición interior, de la cual es único amo y señor.

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