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Aspectos Antropologicos Del Dolor - Lara Cohen Ferrante
Aspectos Antropologicos Del Dolor - Lara Cohen Ferrante
nosotros, sufre el individuo por completo. El cuerpo vivo del hombre no se limita a los
relieves dibujados por su organismo; más importante es como el hombre lo inviste, lo
percibe, ya que encarna una estructura simbólica antes de configurar una biología.
Es entonces que podemos notar que el sintoma es una pantalla, y es el cuerpo entonces
una herramienta para oir una carencia interna.
Por otro lado, la hipocondria implica la compleja vivencia de un cuerpo constituido por
elementos unidos mediante sensaciones dolorosas o penosas de las cuales el sujeto es el
ingenioso e infatigable inventor. La imposibilidad de juntar los órganos, de conformar en sí
mismo la unidad, engendra la preocupación por los componentes, una manera de
aprehenderse a sí mismo por defecto. Este investimiento al alcance del individuo toma el
cuerpo doloroso como su único objeto. A los ruidos del mundo antepone la atención
exclusiva a las sensaciones corporales: palpitaciones, ahogos, picores, vértigos, trastornos
intestinales, todos son indicios donde cree percibir el solapado avance de las
enfermedades, dejando al mundo exterior en un plano secundario o insignificante, y el
dolor es la forma elegida para instalarse fisicamente en el mundo.
La neuralgia del trigémino o las cefaleas de tensión, las migrañas o los dolores de espalda
incurables, son ejemplos clásicos de dolores lacerantes que no responden a ninguna causa
fisiológica reconocible. Lesiones a consecuencia de accidentes, incluso a veces heridas de
poca importancia, continúan provocando terribles sufrimientos después de su curación.
Los dolores que afectan a los miembros fantasmas, ausentes, muchos años después
de la mutilación, ofrecen una penosa ilustración de estas ambigüedades.
Otros, por el contrario, niegan un dolor físico que sin duda no experimentan pese a sus
heridas o lesiones. En una relación de exterioridad con sus sentimientos y su cuerpo, son
indiferentes a los objetos o las situaciones susceptibles de dañarles. En la asimbolia del
dolor, el individuo permanece sonriendo o impasible bajo las agresiones. Incluso se
ofrece a las circunstancias capaces de acarrearle heridas. SchiIder evoca el ejemplo de una
paciente sometida a singulares tratamientos por parte de sus terapeutas: «no reaccionaba
cuando se la pinzaba, golpeaba, o pinchaba, ni siquiera con fuerza»." Se introducía objetos
en los ojos, se hería a menudo como si experimentara una curiosidad incansable por una
sensación de dolor que no podía sentir falta de un investimiento suficiente.
La psicosis, por ejemplo, provoca una confusión entre el sujeto y el mundo. Uno se queja
de dolores inauditos, y sospecha que son provocados por rayos o influencias ocultas
nefastas, o enviados por gente que lo persigue. Otro va tranquilamente sin sentir un dolor
activo, se mantiene indiferente ante cualquier atentado a su integridad corporal. Y el médico
descubre, por ejemplo, su boca devastada por las caries, o una apendicitis de la que nada
se había dicho. El dolor hace así su propio camino, liberado de todo enraizamiento
social y cultural, se convierte en la materia de una historia propia, una de las
pantallas de un sufrimiento personal más amplio, ya no es más mensajero de peligros
que amenazan la integridad del cuerpo.
Acerca de la eficacia simbolica
No existe una naturaleza del cuerpo, sino una condición del hombre que implica una
condición corporal que cambia de un lugar y un tiempo a otro. Allí se camina sobre un
lecho de brasas en el transcurso de un rito religioso; en otra parte se curan las quemaduras
recitando una oración y soplando sobre la herida, se cura negociando con los dioses la
curación por la intermediación del trance o de la posesión, se sana a un enfermo
trasplantando un corazón sano que procede de un donante fallecido unas horas antes. La
naturaleza del cuerpo no es más real que la «naturaleza humana» o la «naturaleza del
mundo». Las sociedades humanas construyen el sentido y la forma del universo donde se
mueven. El saber biomédico y el saber del curandero no se refutan mutuamente, son de un
orden diferente. Uno y otro no se interesan en el mismo «cuerpo».
El efecto Placebo
Epicuro vuelve la pena más ligera con la rememoración de los disfrutes anteriores,
alejando así de la conciencia la presencia que todo lo abarca del mal. En este marco se
enfrentan dos adversarios. El recuerdo de los momentos propicios no siempre tiene el poder
suficiente para romper el yugo. Sin embargo, la distancia tomada aligera la pena, recuerda
los placeres pasados y los que vendrán en el futuro una vez que la prueba se haya
superado.