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Han pasado días, meses, años, cientos han muerto de hambre y de frío y tantos

otros se han enriquecido a costa de esto. Todo pasó mientras yo pensaba en escribir
esto.
Y es que es tan difícil ser coherente cuando las incoherencias de la realidad son
tantas que a veces me siento un pobre pescador que navega contra la corriente y mis
demonios interiores me incitan a que deje de pensar.
Una frase, esa fue la que siendo yo niña fue capaz de destruir la inocencia de mis
ganas: “un solo hombre no puede cambiar el mundo” me dijeron. Y no puedo negar que
es cierto. Por eso yo no intento salvar el mundo, voy a confesar que sólo intento
salvarme yo, sí, tal vez soy algo egoísta, pero sólo busco salvarme del peor de los
abismos: la apatía.
Hemos caminado la larga senda de la humanidad y desde los inicios del mundo
todos se han preguntado cuál es la mejor forma de vivir. Cuál es la mejor forma de ser
libres y a la vez estar juntos. No es un cuento rosa, pero el hombre busca compañía,
busca sociedad, y a la vez busca poder hacer lo que le plazca.
El hombre es, creo yo, por naturaleza rebelde, de alma revolucionaria, y es el
mundo, mejor dicho, la sociedad la que con su maldita inercia logra aplacar esas ganas
de dedicar la vida al servicio de una causa que lo trasciende. Todos buscamos trascender
y permanecer, que nuestra vida sea algo más que un breve lapso de tiempo inútil. Cada
uno busca dentro de sí mismo y con las herramientas que tiene a su alcance cuál es la
causa más noble, el fin último supremo para el que ha nacido.
Yo he crecido con la necesidad de escribir, de poner en palabras aquello que
marca con fuego mi alma y mi cuerpo, hacer arte con letras, en el mejor de los casos.
Pero cuando la vida puso frente a mis ojos una realidad distinta a la de los cuentos y
poemas, cuando el mundo me mostró una realidad oculta a mi inocencia, entonces supe
muy a mi pesar que estaba destinada a escribir para marcar una diferencia. Escribir y
hacer arte, ser la voz de los que no son escuchados, la que cuente como pueda que el
dolor abunda y la miseria acecha a los niños cerca de mi tibia cama.
Tan fácil hubiera sido sumergirme en las incoherencias propias de los delirios
románticos, o dedicarme a las novelas de fantasmas y cuentos infantiles, hubiera sido
más fácil pensarme ajena a los conflictos putrefactos de la sociedad y cerrar los ojos y la
boca, y no encomendarme a decir aquello que, seamos honestos, nadie quiere escuchar.
Hoy en día, luego de que las raíces que nos conectaban con nuestra historia, con
nosotros mismos, parecen haber desparecido, nos vemos navegando en medio de un mar
sin rumbo ni destino, y por sobre todo sin bandera. Andamos a tientas en medio del
mundo más iluminado e ignorantes en la etapa de mayor conocimiento de la historia.

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