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CAPÍTULO II - CLASIFICACIÓN DE LOS CONTRATOS

15. La clasificación de los contratos. Distintos criterios


Existen diferentes formas de clasificar los contratos, todos ellos persiguiendo un mismo objetivo:
encontrar los rasgos comunes de ellos.
Primero analizaremos la clasificación que el propio Código Civil y Comercial establece de manera
expresa. También hemos de ver otras clasificaciones que surgen del propio ordenamiento legal aunque
de manera no tan clara. Finalmente hemos de revisar otra clasificación que se ha visto en la doctrina y
en la legislación comparada que apunta al contenido económico y social de cada contrato.

A.— CONTRATOS UNILATERALES Y BILATERALES

16. Concepto
Se llaman contratos unilaterales aquellos en los que una sola de las partes resulta obligada hacia la
otra, sin que ésta quede obligada, como ocurre en la donación, que sólo significa obligaciones para el
donante; bilaterales son los contratos que engendran obligaciones recíprocas entre las partes (art. 966),
como ocurre en la compraventa, la permuta, la locación.
El Código Civil y Comercial no ha recogido una clasificación que algunos autores habían aceptado
pero que en general había sido rechazada: la de los contratos bilaterales imperfectos. En ellos sólo se
prevén obligaciones a cargo de una de las partes; sin embargo, y a pesar de que no hay una
contraprestación pactada, la otra parte puede eventualmente resultar obligada por el acaecimiento de
hechos posteriores; así, por ejemplo, ocurría en el Código Civil de Vélez, con el contrato de depósito
(arts. 2182 y sigs.), en el que el depositante, entregada la cosa (lo que resultaba constitutivo del
contrato) no tenía ninguna obligación a su cargo; sin embargo, debía reembolsar al depositario todos los
gastos que hubiese hecho para la conservación de la cosa depositada e indemnizarle todos los
perjuicios que se le hubieran ocasionado por el depósito. Nuestra doctrina ha sido generalmente
adversa a la admisión de esta categoría intermedia, y que en el Código Civil y Comercial aparece aún
menos justificable desde que han desaparecido la clasificación de los contratos reales (véase nº 38),
como era el caso del contrato de depósito, en la que encajaban todos estos contratos bilaterales
imperfectos.

17. Consecuencias
La doctrina clásica atribuye a esta clasificación las siguientes consecuencias jurídicas: 1) El Código
Civil de Vélez exigía que los contratos bilaterales debían ser redactados en tantos ejemplares como
partes hubiera con un interés distinto (art. 1021); este recaudo, conocido como el doble ejemplar, no era
exigible en los contratos unilaterales, pues bastaba con que la parte acreedora tuviera el contrato, pues
es este título el que lo legitima para cobrar su crédito. El propio art. 1022 del Código velezano permitía
prescindir del doble ejemplar si, al momento de celebrar el contrato, una de las partes había cumplido
enteramente las obligaciones a su cargo. 2) En los contratos bilaterales una de las partes no puede
exigir el cumplimiento de las obligaciones contraídas por la otra si ella misma no probara haber cumplido
las suyas u ofreciera cumplirlas (art. 1031); caso contrario, la demandada puede oponerse al progreso
de su acción fundada en el incumplimiento de la actora: es la llamada exceptio non adimpleti contractus.
En los contratos unilaterales esta excepción no se concibe, ya que una de las partes nada debe. 3) La
cláusula resolutoria, es decir, la resolución del contrato por efecto del incumplimiento de las obligaciones
en que ha incurrido la otra parte, sólo funciona en los contratos bilaterales.

18. Crítica de esta clasificación


La clasificación de los contratos en unilaterales y bilaterales, parece tener un significado jurídico
relativo. Analicemos las diferentes consecuencias atribuidas por la doctrina clásica.
Empecemos por el doble ejemplar. Ante todo, como ya hemos dicho y conforme al art. 1022 del
Código de Vélez, el doble ejemplar no se exige cuando una de las partes ha cumplido con sus
obligaciones en el momento de celebrar el contrato o antes. Pero, además, se trata de una exigencia
que en la práctica carece de relieve jurídico, desde que la jurisprudencia ha admitido, con razón, que el
ejemplar único puede servir de principio de prueba instrumental, y que en materia mercantil resulta
inaplicable; en otras palabras: el ejemplar único sirve como prueba, sea el contrato unilateral o bilateral.
Y de hecho, el Código Civil y Comercial omite mencionar este recaudo del doble ejemplar.
El principio según el cual nadie puede exigir de otro el cumplimiento de sus obligaciones
contractuales sin cumplir las suyas, es una regla elemental de seriedad y buena fe. Claro está que el
problema no se presenta en los contratos unilaterales: en éstos, una parte no debe nada y tiene derecho
a exigir de la otra el cumplimiento sin que pueda oponérsele la exceptio non adimpleti
contractus precisamente porque nada debe; y la otra nada puede reclamar porque la primera no ha
asumido ninguna obligación. En otras palabras, no se trata de que se apliquen distintos principios a los
contratos unilaterales y a los bilaterales; se trata, por el contrario, de idénticos principios que en su
incidencia en los unilaterales, hacen inaplicable la exceptio. No hay diferencia de tratamiento legal.
En cuanto a la cláusula resolutoria (antes llamada "pacto comisorio"), parece necesario distinguir
entre la cláusula expresa y la implícita. Si fuera expresa, ella puede ser pactada tanto en los contratos
bilaterales como en los unilaterales, pues el art. 1086 establece de manera amplia la posibilidad de
pactarla. En cambio, la cláusula resolutoria implícita sólo es prevista para los contratos bilaterales (art.
1087); es que en ellos hay obligaciones en cabeza de ambas partes, y si alguna de tales obligaciones
estuviera pendiente de cumplimiento, la parte acreedora puede estar interesada en la resolución.

19. El contrato plurilateral


Finalmente, existe el llamado contrato plurilateral, cuyos rasgos distintivos son los siguientes: (i) las
obligaciones no son correlativas para las partes, sino que cada una adquiere derechos y obligaciones
respecto de todas las demás; (ii) el vicio del consentimiento de uno de los contratantes afecta su
adhesión pero no anula necesariamente el contrato; (iii) son de tracto sucesivo; (iv) las obligaciones de
las partes pueden ser de objeto diferente que confluyen en un fin común; (v) admite el ingreso de
nuevas partes o el retiro de alguna de ellas; (vi) el incumplimiento de una de las partes no acarrea
inexorablemente la resolución del contrato ni permite oponer la excepción de incumplimiento contractual.
Más allá de estas características propias del contrato plurilateral, el Código Civil y Comercial ha
establecido que supletoriamente se le aplicarán las normas de los contratos bilaterales (art. 966).

B.— CONTRATOS ONEROSOS Y GRATUITOS


20. Concepto
Los contratos a título oneroso son aquellos en los cuales las partes asumen obligaciones recíprocas
de modo que se promete una prestación para recibir otra; tales son la compraventa (cosa por dinero), la
permuta (cosa por cosa), la prestación de servicios (servicio por dinero), la locación (goce de la cosa por
dinero). Los contratos a título gratuito son aquellos en que una sola de las partes se ha obligado, en los
que una sola asegura a la otra una ventaja, con independencia de toda prestación a su cargo: donación,
comodato, depósito gratuito, etcétera. No deja de ser gratuito el contrato por la circunstancia de que
eventualmente puedan surgir obligaciones a cargo de la parte que nada prometió; así, por ejemplo, el
donatario está obligado a no incurrir en ingratitud. Pero esta obligación no tiene el carácter de
contraprestación; no es, en el espíritu de las partes, una compensación más o menos aproximada de lo
que prometió el donante ni la razón por la cual éste se obligó.
Algunos autores admiten un tercer género: los contratos neutros. El ejemplo corriente es la fianza. Se
trata de contratos que vienen a insertarse en otros, de tal modo que lo que sirve de causa a las
obligaciones contraídas por la parte beneficiada en la fianza no es la promesa del fiador sino la del otro
contratante. Nos parece una categoría artificiosa. Es verdad que la fianza es un contrato accesorio; pero
se establece entre fiador y beneficiado por ella. En esas relaciones es un contrato gratuito, desde que el
fiador se obliga sin promesa alguna de contraprestación. Solamente sería onerosa la fianza, si el
beneficiario de la fianza se obligara a pagar al fiador por el hecho de obligarse como tal.

21. Consecuencias
La distinción entre contratos a título gratuito y a título oneroso (art. 967) tiene una enorme
repercusión jurídica. Las principales consecuencias son las siguientes:
a) Los adquirentes por título oneroso están mejor protegidos por la ley que los adquirentes por título
gratuito; por consiguiente: 1) La acción de reivindicación tiene mayores exigencias cuando se dirige
contra quien adquirió la cosa por título oneroso. 2) La acción revocatoria no exige la prueba
del consilium fraudis (que es el conocimiento que el tercero tiene del fraude, o, al menos, la posibilidad
de conocerlo) cuando el tercero adquirió la cosa por título gratuito; pero es indispensable si la hubo por
título oneroso. 3) La acción de reducción (tendiente a proteger la legítima de los herederos forzosos)
procede contra las enajenaciones hechas por el causante a título gratuito pero no contra las onerosas.
4) La garantía de evicción y contra los vicios redhibitorios, sólo procede en principio, en los contratos
onerosos.
b) La acción de colación (tendiente a que se consideren las transmisiones de dominio hechas por el
causante en favor de uno de sus futuros herederos como un adelanto de herencia) sólo funciona
respecto de los actos gratuitos.
c) La aplicación de la lesión no se concibe en los contratos gratuitos.
d) Las cláusulas dudosas en los contratos onerosos deben ser interpretadas en el sentido que
produzcan un ajuste equitativo de los intereses de las partes; en los contratos gratuitos, en el sentido
más favorable al deudor.

C.— CONTRATOS CONMUTATIVOS Y ALEATORIOS

22. Concepto
Son contratos conmutativos aquellos en los cuales las obligaciones mutuas están determinadas de
una manera precisa; de alguna manera, estas contraprestaciones se suponen equivalentes desde el
punto de vista económico. De ahí la calificación de conmutativos con la que se quiere expresar que las
partes truecan o conmutan valores análogos. Ejemplos: la compraventa (salvo la hipótesis que en
seguida veremos), la permuta, la prestación de servicios, la locación de obra, etcétera.
Son aleatorios los contratos en los que las ventajas o las pérdidas para al menos una de las partes,
dependen de un acontecimiento incierto (art. 968). Tal es el caso de una renta vitalicia, en la cual una de
las partes entrega un capital a cambio de una renta que durará mientras viva la persona cuya vida se ha
tenido en cuenta. El alcance económico de la promesa hecha por el deudor de la renta es impreciso;
depende de la duración de la vida contemplada. Y el contrato será más o menos ventajoso, según esta
persona viva poco o mucho tiempo. Otro ejemplo de contrato aleatorio es la venta de cosa futura,
cuando el comprador toma sobre sí el riesgo de que la cosa no llegare a existir (art. 1131); como
también la venta de cosa existente pero sujeta a un riesgo, cuando el comprador toma el riesgo a su
cargo (art. 1130).
Los contratos conmutativos y aleatorios son una subespecie de los onerosos.

23. Importancia
En principio, sólo los contratos conmutativos están sujetos a resolución o reducción de las
prestaciones excesivas por causa de lesión. En los aleatorios, las partes asumen deliberadamente el
riesgo de que el contrato pueda resultar desventajoso, especulando en la posibilidad contraria. Nadie
puede quejarse, por tanto, de falta de equilibrio económico entre las contraprestaciones definitivamente
resultantes. Por excepción, puede admitirse la aplicación de la lesión también a los contratos aleatorios,
cuando la diferencia de las contraprestaciones sea de tal carácter que ni el álea mismo pueda
justificarla. Así, por ejemplo, cuando se compra una cosa que puede llegar o no a existir y se paga
mucho más de lo que ella valdría, existiendo. En efecto, cuando el comprador asume el álea de que la
cosa no exista, se supone que ofrecerá menos precio que el que ella vale. Pedro ofrece 100 por una
cosa que de existir, valdrá 200. El contrato es normal: ninguna de las partes podrá invocar la lesión.
Pero si ofrece 200 por lo que aun existiendo vale 100, el contrato puede resolverse por lesión, porque
desde el punto de vista del vendedor, no ha habido álea; el contrato le será siempre ventajoso.
Tampoco es aplicable a estos contratos, en principio, la teoría de la imprevisión, cuando el
desequilibrio ha resultado del álea normal del contrato. Supongamos que se suscribe un contrato de
renta vitalicia, contemplando la vida de una persona que —al momento de celebrarse el contrato— tiene
70 años, calculando que ha de vivir unos diez o quince años más. Luego resulta que vive treinta años
más. El contrato resultaría desastroso para el deudor de la renta; pero no podrá hacer jugar la
imprevisión. En cambio, si se ha producido durante ese tiempo una inflación de ritmo violento e
imprevisible, que convierte la renta en un valor despreciable, el juego de la teoría de la imprevisión
permite reclamar un reajuste de ella. Expresamente, el art. 1091 dispone que esta teoría es aplicable al
contrato aleatorio si la prestación se torna excesivamente onerosa por casusas extrañas a su álea
propia.

D.— CONTRATOS FORMALES Y NO FORMALES

24. Concepto; distintas clases de formas


Se llaman contratos no formales, aquellos cuya validez no depende de la observancia de una forma
establecida en la ley; basta el acuerdo de voluntades, cualquiera sea su expresión: escrita, verbal y aun
tácita. Son formales los contratos cuya validez depende de la observancia de la forma establecida por la
ley.
Dentro de la categoría de contratos formales (art. 969), hay que hacer una distinción de la mayor
importancia: los contratos cuya forma es requerida a los fines probatorios y aquellos en los cuales la
formalidad tiene carácter constitutivo o solemne. Las formas solemnes (también llamadas ad
solemnitatem), a su vez, se dividen en absolutas y relativas. El incumplimiento de la forma solemne
absoluta trae aparejado la nulidad del acto celebrado; así, la donación de un inmueble debe hacerse por
escritura pública inexorablemente (art. 1552). En cambio, el incumplimiento de la forma solemne
relativa, no acarreará la nulidad del acto sino que permitirá exigir el cumplimiento de la forma
establecida por la ley; v. g., la omisión de celebrar una compraventa inmobiliaria por escritura pública,
permite a cualquiera de las partes exigir la escrituración (arts. 285 y 1018). Finalmente, cuando se trata
de una forma probatoria, ella solo tiene importancia a los efectos de la prueba del acto jurídico; por
ejemplo, el contrato de locación, sus prórrogas y modificaciones debe ser hecho por escrito (art. 1188),
pero si se hubiera incumplido con esta forma, el contrato valdrá de todos modos si existe principio de
ejecución o principio de prueba instrumental (art. 1020).

25. El carácter excepcional de la forma


Las formas tienen carácter excepcional en nuestro derecho. Salvo disposición expresa en contrario,
los contratos no requieren forma alguna para su validez. En efecto, solo son formales los contratos a los
cuales la ley les impone una forma determinada (art. 1015).

E.— CONTRATOS NOMINADOS E INNOMINADOS

26. Concepto
Son contratos nominados los que están previstos y regulados especialmente en la ley. Son los
contratos más importantes y frecuentes y por ello han merecido una atención especial del legislador. Su
regulación legal, salvo disposiciones excepcionales, sólo tiene carácter supletorio; esto es, se aplica en
caso de silencio del contrato, pero las partes tienen libertad para prescindir de la solución legal y regular
de una manera distinta las relaciones. Por lo tanto, el propósito del legislador no es sustituir la voluntad
de las partes por la de la ley; simplemente desea evitar conflictos para el caso de que las partes no
hayan previsto cierto evento, lo que es muy frecuente. Para ello dicta normas inspiradas en lo que es
costumbre convenir, o que están fundadas en una larga experiencia, o en una detenida consideración
acerca de cómo puede ser hallado un equilibrio tolerable entre ambas partes y exigible en justicia a cada
una de ellas.
Los contratos innominados no están legislados y resultan de la libre creación de las partes. No
pierden su carácter de innominados por la circunstancia de que en la vida de los negocios se los llame
de alguna manera, tal como ocurre, por ejemplo, con el contrato de garaje, el de espectáculo público, de
excursión turística, etcétera; lo que los configura jurídicamente como nominados es la circunstancia de
que estén legislados. Muchas veces ocurre que nuevas necesidades van creando formas contractuales
que tienden a tipificarse espontáneamente y a llevar una denominación común; cuando esa forma
contractual adquiere importancia suficiente como para merecer la atención del legislador, éste la
reglamenta: el contrato queda transformado en nominado.

27. Interés de la distinción


En el derecho romano, esta clasificación tenía una enorme importancia, porque sólo los contratos
nominados tenían fuerza obligatoria (véase número 6); no ocurre eso en nuestros días, pues los
contratos innominados obligan lo mismo que los nominados. La importancia de la distinción reside hoy
en que si el acuerdo celebrado entre las partes configura una de las variedades previstas en la ley,
puede aplicarse el conjunto de normas que lo regulan; en tanto que no hay leyes supletorias para los
contratos atípicos.
28. Uniones de contratos y contratos mixtos
Puesto que en materia contractual impera el principio de la libertad de las convenciones, nada se
opone a que las partes acuerden contratos con elementos de varios contratos típicos o de contratos
típicos e innominados. Estas combinaciones pueden asumir las formas más complejas, que pueden
clasificarse de la siguiente manera:

29. a) Uniones de contratos


1) Unión externa. Se trata de dos contratos perfectamente separados y sólo unidos por el instrumento
de celebración; tal por ejemplo, si en el mismo acto dos personas celebran dos contratos, uno de
compraventa, otro de locación. 2) Unión con dependencia unilateral o bilateral. Los contratos son
distintos pero unidos en la intención de las partes, de tal modo que no se desea uno sin el otro; así, por
ejemplo, se compra un automóvil y el vendedor se compromete a repararlo, mediante una retribución
fijada en el contrato, por el término de un año. Se encuentran unidas una compraventa y una locación de
obra. La dependencia será unilateral si sólo interesa a una de las partes, y bilateral si interesa a las dos.
3) Unión alternativa. Se acuerda la celebración de dos contratos en forma alternativa, de modo que
cumplida cierta condición, sólo uno de ellos queda subsistente. Ejemplo: un diplomático compra un
automóvil con la condición de que si es cambiado de destino en un plazo menor de tres meses, la
compra queda convertida en locación.

30. b) Contratos mixtos


1) Contratos combinados o gemelos. Una de las partes se obliga a distintas prestaciones (que
corresponden cada una de ellas a un contrato típico distinto) a cambio de una prestación unitaria. Por
ejemplo: se promete vender una cosa y prestar un servicio a cambio de un solo precio en dinero.
2) Contratos mixtos en sentido estricto. Son los que contienen un elemento que a la vez representa un
contrato de otro tipo. Ejemplo: un contrato de prestación de un servicio, que a la vez supone uno de
sociedad. En verdad en este caso la tarea del intérprete consiste en precisar la verdadera naturaleza del
contrato por encima del lenguaje utilizado por las partes y aplicarle el régimen legal correspondiente.
3) Contratos de doble tipo. Se trata de contratos que pueden encajar tanto dentro de un tipo de contrato
nominado como dentro de otro. Esta situación suele producirse en esa zona gris en que los contratos
distintos suelen colocarse y confundirse. 4) Contratos típicos con prestaciones subordinadas de otra
especie. Se trata de un contrato nominado, al cual las partes han añadido obligaciones accesorias que
no corresponden a ese tipo. El ejemplo clásico es el contrato de locación de un departamento, en el que
el dueño toma a su cargo proveer de calefacción, agua caliente, servicio de portería, etcétera. Estas
prestaciones accesorias no desdibujan la tipicidad del contrato principal, al que deben aplicarse las
reglas legales correspondientes a dicho contrato.
De lo expuesto se desprende que en la unión de contratos hay combinación de varios contratos
completos; en los contratos mixtos hay combinación de elementos contractuales.

31. Reglas aplicables a los contratos innominados


¿Qué reglas han de aplicarse a los contratos innominados? El art. 970 dispone que deberán regirse
en el siguiente orden: (i) la voluntad de las partes; (ii) las normas generales sobre contratos y
obligaciones; (iii) los usos y prácticas del lugar de celebración; y (iv) las disposiciones correspondientes
a los contratos nominados afines que sean compatibles y se adecuen a su finalidad. Cabe señalar que
cuando la norma se refiere a la voluntad de las partes, se abarca tanto la voluntad expresa o como la
tácita de los contratantes. Por consiguiente, el silencio del contrato debe ser llenado por los jueces,
acudiendo a las normas generales de los contratos y de las obligaciones, luego atendiendo a los usos y
prácticas del lugar de celebración y, finalmente, si fuera necesario, a las normas de los contratos
nominados que sean afines y que se adecuen a la finalidad económica o práctica perseguida por el
contrato.
Si se trata de una unión de contratos, se aplicarán las reglas relativas a cada uno de los contratos
unidos. En los contratos mixtos, el juez debe, sobre todo, atender a una sana composición de los
intereses legítimos de las partes. No se puede reducir a reglas fijas la materia fluida y múltiple sobre la
que se proyecta la interpretación judicial. La equidad y el resultado valioso de la solución (mirado tanto
desde el punto de vista individual de los contratantes como del social) serán, en definitiva, decisivos en
el espíritu del juez.
Una cuestión compleja se plantea con los contratos que están vinculados entre sí, por haber sido
celebrados en cumplimiento del programa de una operación económica global. Ellos deben ser
interpretados los unos por medio de los otros y atribuirles el sentido apropiado al conjunto de la
operación. Ejemplos de estos grupos de contratos, también llamados negocios o contratos conexos, son
los contratos de tarjeta de crédito, de paquetes turísticos, de servicios de salud, de tiempo compartido,
de transporte multimodal o los vinculados con los hipercentros de consumo. Por el momento (nos hemos
de referir a estos contratos más adelante, en este mismo capítulo), basta señalar que los contratos que
integran cada grupo no pueden ser interpretados aisladamente sino, por el contrario, de manera
conjunta con los demás contratos que integran ese grupo, pues todos ellos tienen en vista un único
objetivo: el desarrollo integral del negocio. Por ello, necesariamente, estos contratos unidos propagan
sus efectos, unos a otros.

F.— CONTRATOS DE CUMPLIMIENTO INMEDIATO, DIFERIDO, SUCESIVO O PERIÓDICO. EL CONTRATO DE LARGA


DURACIÓN

32. Concepto
Con respecto al momento del cumplimiento, los contratos pueden clasificarse de la siguiente manera:
a) De ejecución inmediata; las partes cumplen con todos sus derechos y obligaciones en el momento
mismo del contrato; tal es el caso de la compraventa manual, en el que la cosa y el precio se entregan
en el mismo instante de contratar. b) De ejecución diferida: las partes postergan el cumplimiento de sus
obligaciones para un momento o varios momentos ulteriores; así ocurre en la venta hecha con condición
suspensiva, o cuyo pago se pacta en varias cuotas, las que comienzan a vencer al cabo de cierto
tiempo pactado. c) De ejecución instantánea: las partes cumplen sus obligaciones en un solo instante,
momento este que puede ser el de la celebración del contrato, o posterior a él. d) De  ejecución
continuada o periódica o de tracto sucesivo: las relaciones entre las partes se desenvuelven a través de
un período más o menos prolongado; tal el contrato de prestación de servicios, la locación, la sociedad,
etcétera. Dentro de esta especie deben ubicarse ciertos contratos en los cuales una de las partes
cumple todas sus obligaciones desde el comienzo, quedando pendientes las de la otra parte. Así ocurre,
por ejemplo con la venta a plazos, en la que la cosa se entrega al contratar, quedando el precio para ser
satisfecho en cuotas periódicas hasta su extinción total; cosa parecida ocurre en el contrato oneroso de
renta vitalicia.
Los contratos de tracto sucesivo y de cumplimiento diferido constituyen el dominio de acción de la
teoría de la imprevisión: las cláusulas de una convención, que pueden haber sido equitativas en el
momento de contratar, pueden resultar injustas debido a la transformación de las condiciones
económicas entonces imperantes. Ya veremos más adelante cómo se resuelve este problema (véanse
números 331 y sigs.); por el momento sólo hemos querido destacar el interés práctico de esta
clasificación.
También es remarcable la diferencia que existe en torno de la cláusula resolutoria. En los contratos
bilaterales se entiende implícita la facultad de resolverlos si una de las partes no cumpliera su obligación
(art. 1087); sin embargo, si se trata de un contrato de tracto sucesivo, las prestaciones que se hayan
cumplido quedarán firmes y producirán, en cuanto a ellas, los efectos correspondientes, si resultan
equivalente, son divisibles y han sido recibidas sin reserva respecto del efecto cancelatorio de la
obligación (art. 1081, inc. b).

33. Contratos de larga duración


La irrupción de los contratos de larga duración ha permitido advertir que, en muchos casos, el
contrato no es un acto aislado sino que configura un verdadero proceso. En este punto, es necesario
insistir en la importancia de estar dispuestos a una continua renegociación, en donde se contemplen no
solo las posibles y muchas veces abruptas variaciones de precios (sea por devaluaciones monetarias,
sea por cambios de cotización de productos o materias primas), sino también las innovaciones
tecnológicas, y los nuevos requerimientos de la comunidad (piénsese en el equilibrio que debe existir en
la prestación de servicios, que debe ofrecer precios adecuados pero a la vez brindar prestaciones de
avanzada).
El art. 1011 establece que en los contratos de larga duración el tiempo es esencial para el
cumplimiento del objeto, de modo que se produzcan los efectos queridos por las partes o se satisfaga la
necesidad que las indujo a contratar. Por tal motivo, las partes deben ejercitar sus derechos conforme
con un deber de colaboración, respetando la reciprocidad de las obligaciones del contrato, considerada
en relación a la duración total. La parte que decide la rescisión debe dar a la otra la oportunidad
razonable de renegociar de buena fe, sin incurrir en ejercicio abusivo de los derechos.
La norma apunta a la importancia que tiene el factor tiempo en los contratos de larga duración, lo que
pone de manifiesto las dificultades que se ciñen sobre los contratos cuando se los pretende
inmodificables, quedando obligadas las partes inexcusablemente en los términos convenidos.
El mundo contemporáneo genera numerosos negocios jurídicos que vinculan a las partes por
muchos años. Son, entre otros, los ejemplos de los contratos de suministro, de concesión de servicios
públicos, de servicios de salud, tiempo compartido, leasing, fideicomiso, concesión de obras viales,
obras públicas (como construcción de represas).
Está claro que estos contratos no permiten situaciones cristalizadas. Se hace necesario admitir un
proceso de permanente renegociación y de colaboración, respetando la reciprocidad de las obligaciones
contractuales, para alcanzar la finalidad perseguida dentro de un marco de justicia contractual. Para ello,
para alcanzar tales soluciones justas, será necesario atender a la calidad y eficiencia de las
prestaciones prometidas; la competitividad de la economía, las inversiones y la rentabilidad empresarial,
entre otros aspectos.
De allí la importancia de la norma legal citada (art. 1011), en cuanto impide extinguir sin más el
contrato ante un incumplimiento, si es de larga duración, debiendo otorgar a la otra parte la oportunidad
de renegociar de buena fe las pautas contractuales, para no incurrir en un ejercicio abusivo de los
derechos.

G.— OTRAS CLASIFICACIONES

34. Contratos principales y accesorios


Al estudiar los contratos mixtos, hemos visto que a veces hay entre ellos una relación de
subordinación. Uno de ellos es principal, es decir, puede existir por sí solo; el otro es accesorio y su
existencia no se concibe sin el principal, de tal modo que si éste fuera nulo o quedara rescindido o
resuelto, también quedaría privado de efectos el accesorio. El ejemplo típico de contrato accesorio es la
fianza.
35. Contratos de cambio y de asociación
En los primeros, una de las partes da o hace algo, para recibir del cocontratante otra cosa o servicio.
Por ejemplo, la compraventa, la permuta, la locación, el contrato de obra, la prestación de servicios, el
transporte, etcétera. En estos contratos, hay intereses contrapuestos (por ejemplo, en la compraventa,
el vendedor pretende vender más caro, el comprador pagar menos) que se concilian en el acuerdo.
En los contratos de asociación, en cambio, no hay intereses contrapuestos, sino por el contrario,
coincidentes. Ejemplo típico, la sociedad. Los socios unen sus esfuerzos e intereses para el logro de un
beneficio común.

36. Contratos según su función económica y social


Los contratos pueden ser distinguidos según la función económica y social que tengan.
Hay contratos que tienen una función de crédito. Son los contratos de préstamo, sean éstos de
consumo o de uso. El contrato de mutuo es un préstamo de consumo, pues lo que se da es un bien
fungible o consumible, de modo que quien recibe el préstamo, no está obligado a devolver la misma
cosa, sino otra de igual calidad y especie. Es el caso del préstamo de dinero. En cambio, el contrato de
uso, como es el de comodato, lo que se presta es una cosa cierta y determinada, que obliga a quien la
recibe a devolver esa misma cosa.
Hay contratos que tienen una función de garantía; esto es, tienen como fin asegurar el cumplimiento
de una obligación. Es el caso del contrato de fianza, por el cual el fiador asegura que el deudor cumplirá
su obligación para con el acreedor, pero si ello no ocurriera, aquél deberá satisfacer el crédito.
Hay contratos que tienen una función de custodia o cuidado. Es el caso del contrato de depósito, por
el cual, quien recibe una cosa se obliga a cuidarla durante el tiempo fijado en el contrato y a entregarla
sin daño a quien se la ha dado.
Hay contratos que tienen una función de cooperación, como ocurre con el contrato de sociedad, en el
que los socios tienen diferentes obligaciones, pero todas ellas tienden a alcanzar el fin social previsto.
Hay, finalmente, contratos que tienen una función de previsión. En efecto, frente a daños que pueden
llegar a producirse, se busca protección recurriendo —por ejemplo— al contrato de seguro, mediante el
cual la compañía aseguradora, que debe tener solvencia patrimonial conforme disposición legal, cubrirá
tal eventualidad, dejando incólume el patrimonio del asegurado.

37. Los contratos conexos


Ya nos hemos referido a las uniones de contratos y a los contratos mixtos. Ahora es necesario
destacar que la teoría moderna profundiza el estudio de estas dependencias contractuales y apunta a la
idea de conexidad o de redes contractuales. En este caso se advierte que existe una pluralidad de
contratos, donde se conserva la individualidad del negocio, pero en los cuales las vicisitudes de uno de
ellos puede repercutir en el otro u otros. Esto es así pues la ineficacia de un contrato puede arrastrar la
del otro, pero a la vez puede ocurrir que un negocio perviva a pesar del incumplimiento de uno de los
contratos.
Estos contratos conexos tienen como característica la coexistencia de dos o más contratos con una
común finalidad económica (en otras palabras, un único negocio fraccionado jurídicamente), en donde
intervienen más de dos sujetos (personas físicas o jurídicas) pero uno de ellos (parte o tercero) ejerce
una posición dominante (ejemplo claro, el del contrato de medicina prepaga).
Esto refleja que existen contratos autónomos pero que suelen estar puestos en red (piénsese en las
redes de distribución, como los concesionarios de automotores, y de colaboración, como la unión de
intereses desarrollada en los hipercentros de consumo, en el transporte multimodal o en las tarjetas de
crédito).
Esta conexidad trajo aparejada una importante discusión sobre la responsabilidad de quien no
celebró el contrato.
Se pregonó la ausencia de responsabilidad, fundado en que se trataban de contratos distintos y
celebrados por personas diferentes, en donde los contratantes actúan en su propio nombre e interés, y
en que debía aplicarse la regla res inter alios acta y tener en cuenta la improcedencia de la acción
directa ante la falta de texto legal que la autorice. Sin embargo, en la actualidad no se discute la
existencia de tal responsabilidad fundada en normas expresas (como las que se prevén en la ley de
defensa del consumidor) y en distintas circunstancias que deben ser valoradas: la preponderancia del
negocio sobre el contrato, la existencia de grupos económicos integrados por empresas controlantes y
controladas, la importancia de la actividad financiera, la necesidad de generar nuevos negocios, y la
posibilidad de que se produzca un verdadero abuso del derecho con el consiguiente deber de reparar. A
ello, súmense ciertos hechos que ponen en evidencia la necesidad de expandir la responsabilidad,
como ocurre con el uso de emblemas o la inexistencia de bocas de expendio propias (tal el caso de las
concesionarias automotrices).
El Código Civil y Comercial ha desterrado toda duda sobre la existencia de estos contratos conexos,
desde que afirma que hay conexidad cuando dos o más contratos autónomos se hallan vinculados entre
sí por una finalidad económica común previamente establecida (sea por la ley, sea por voluntad de las
partes o surgir de una razonable interpretación del negocio), de modo que uno de ellos ha sido
determinante del otro para el logro del resultado perseguido (art. 1073).
Los contratos conexos deben ser interpretados los unos por medio de los otros, atribuyéndoles el
sentido apropiado que surge del grupo de contratos, su función económica y el resultado perseguido
(art. 1074).
Esta finalidad común habilita a uno de los contratantes a oponer la excepción de incumplimiento
contractual, aun frente a la inejecución de obligaciones ajenas a su contrato. E, incluso, podrá requerir la
extinción del contrato por él celebrado, si la extinción de otro de los contratos conexos produce la
frustración de la finalidad económica común (art. 1075).
Veamos con algún detalle tres casos de contratos conexos.
En el negocio de tarjeta de crédito (regulado por la ley 25.065), se advierte que existe un negocio
único y una finalidad económico-social compartida, pero hay pluralidad de relaciones contractuales. Hay
un contrato principal, celebrado entre la empresa emisora y el titular de la tarjeta, que habilita a éste a
usarla. Pero hay otros contratos más: (i) el que une a la empresa emisora con los comercios adheridos;
(ii) el que se celebra entre el comercio adherido y el titular de la tarjeta cuando éste realiza la compra; y,
(iii) el que se celebra entre la empresa emisora y alguna entidad financiera o bancaria que la respalde.
Cuando se piensa en los denominados paquetes turísticos, hay que incluir una pluralidad de
contratos que tienen como eje al organizador del negocio. Al contrato principal que une al organizador o
agencia con su cliente (el turista), hay que añadir los contratos que aquél celebra (i) con los hoteles,
para permitir el alojamiento del turista, (ii) con los medios de transporte, en los que viajará el turista, (iii)
con otras empresas (como las de espectáculos públicos) que se ofrecerán al turista para su
esparcimiento. Hay que destacar que el turista no celebra cada uno de estos contratos, sino que todos
ellos son negociados por el organizador, quien asume la consiguiente responsabilidad por la mala
prestación del servicio.
Para no abundar en ejemplos, cerraremos esta lista con el contrato de medicina prepaga. La
empresa de medicina prepaga celebra el contrato principal con el afiliado, pero también celebra
contratos con las clínicas, con los médicos, con las empresas de emergencia, etcétera, organizando
todos estos componentes, de modo de asegurar la correcta prestación del servicio requerido por el
afiliado.

H.— CONTRATOS CONSENSUALES Y REALES. SU DESAPARICIÓN


38. Concepto
Son contratos consensuales los que quedan concluidos por el mero consentimiento, sea o no formal.
Son reales los que quedan concluidos sólo con la entrega de la cosa sobre la cual versa el contrato. Así
los definía el Código Civil de Vélez Sarsfield en los artículos 1140 y 1141.
De acuerdo con el concepto antes expresado, los contratos reales requieren como condición de su
existencia la entrega de la cosa. El mero acuerdo de voluntades es ineficaz para obligar a las partes.
Pero esta categoría parece carecer de sentido en el derecho moderno, en el que impera el principio de
la autonomía de la voluntad; basta el acuerdo de voluntades expresado en la forma señalada por la ley,
para que el contrato tenga fuerza obligatoria, sin otro límite que la legitimidad de la causa y el objeto.
Bien puede decirse que la categoría de contratos reales es hoy un anacronismo.
Por eso, ha hecho bien el Código Civil y Comercial en suprimir esta clasificación. Sin embargo, deben
hacerse un par de acotaciones.
La primera, que inadvertidamente se ha consagrado un supuesto de contrato real. En efecto, al
regularse el derecho real de prenda, se establece que se constituye por contrato, formalizado en
instrumento público o privado y tradición al acreedor prendario o a un tercero designado por las partes
(art. 2219). Como se ve, se exige contrato y entrega de la cosa, como elemento constitutivo, lo que es
propio del contrato real.
La segunda, que debieron contemplarse algunos supuestos particulares. Es el caso del contrato de
comodato o préstamo de uso, que siempre es gratuito. Tal gratuidad debería tenerse en cuenta para
autorizar al comodante a negarse a entregar la cosa, sin que ello pueda legitimar a la otra parte a exigir
su entrega o a reclamar una indemnización por daños. Así lo preveía el artículo 2256 del Código Civil de
Vélez. Lamentablemente, el Código Civil y Comercial no prevé una norma similar; por el contrario,
impone al comodante la obligación de entregar la cosa en el tiempo y lugar convenidos, sin excepción
alguna (art. 1540, inc. a).

I.— LAS LLAMADAS RELACIONES CONTRACTUALES DE HECHO

39. Teoría de Haupt


Este jurista alemán llamó la atención sobre ciertas relaciones jurídicas que tradicionalmente se han
considerado como contratos y que, a su criterio, no encajan dentro de ese concepto sino forzando la
realidad. Ilustra su idea con el ejemplo del aviador deportivo que utiliza una pista pública de aterrizaje,
por la cual tiene que pagar la correspondiente tarifa. Sostiene que no hay contrato; no hay oferta ni
aceptación ni mutuo consentimiento; el aviador se limita a aterrizar y por ese solo hecho está obligado a
pagar el servicio. HAUPT las llama relaciones contractuales fácticas; contractuales porque tienen los
mismos efectos que tendría un contrato celebrado con ese objeto; fácticas, porque se originan no en un
contrato sino en una conducta de hecho. Enumera como ejemplos, la obligación que tiene el titular de un
comercio de pagar los daños y perjuicios sufridos por un cliente que todavía no ha comprado nada, es
decir, que aún no ha contratado; el transporte de favor; la situación jurídica resultante de un contrato de
sociedad que luego se declara nulo; las relaciones resultantes de la utilización de transportes colectivos
u otros servicios públicos tarifados.
Esta teoría no ha merecido buena acogida en Alemania, ni ha tenido repercusión en otros países.
Las categorías y ejemplos de HAUPT parecen tener cómoda cabida dentro de la teoría de los hechos
ilícitos (daños ocasionados al cliente de un establecimiento comercial, daños producidos con ocasión de
un transporte benévolo) o de los contratos (ejemplos restantes). Quizás el supuesto más complejo sea
el de las relaciones resultantes de la utilización de un servicio público tarifado; en efecto, cuando una
persona toma un ómnibus, por ejemplo, no le importa contratar sino ser transportada de un lugar a otro;
se limita a subir al ómnibus para ser llevada a su destino.
Esta doctrina no resulta convincente. Es cierto que quien sube a un ómnibus no piensa en realizar un
contrato, sino en ser llevado de un lugar a otro; tampoco piensa en contratar el espectador que va a ver
una película o la persona que adquiere un diario. Ellos se proponen gozar del espectáculo o de la
lectura; y no por eso ha de decirse que no han contratado. Aun en los contratos más típicos y formales
la situación es igual; cuando yo compro una casa, el propósito que me guía no es firmar una escritura de
compraventa, sino adquirir un bien en el que he de vivir o me ha de producir una renta. El fin último del
contrato es siempre o casi siempre económico, lo que no excluye la voluntad de contratar para lograrlo.
Y cuando una persona sube a un ómnibus sabe que tiene obligación de pagar el boleto y que solamente
ese pago le da derecho a ser transportada a su destino; es decir, tiene la conciencia clara de que
celebra un contrato, de que acepta un servicio que se le ofrece adquiriendo derechos y contrayendo
obligaciones, por más que la habitualidad y frecuencia de tales viajes la lleve a conducirse casi
mecánicamente y sin pensar en cada caso que está celebrando un contrato.

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