Etnopediatría:

Infancia, biología y cultura

Mª José Garrido

Editorial OB STARE
 Etnopediatría:
Infancia, biología y cultura

María José Garrido

Editorial OB STARE
Etnopediatría: Infancia, biología y cultura
© María José Garrido Mayo (por los textos)

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Para Chema, por la red.
Para mis hijos, por la cuerda floja.
© Editorial OB STARE (para esta edición)
Apdo. de correos 122
Tegueste 38280 S/C de Tenerife. España
Obstare.com | obstare@obstare.com

Primera edición: primavera 2017

ISBN: 978-84-944931-5-7
Depósito Legal: TF 623-2017
Impresión: Reprográficas Malpe
Impreso en España
 Índice

Prólogo, por Carmen Hernández Zurbano 9

Etnopediatría. Modelar a los individuos desde la infancia 14

Cómo empieza todo esto o más preguntas que respuestas 21

La olvidada dimensión biológica y emocional en nuestra

especie. Necesidades básicas en la infancia 31

Neurobiología, vinculación y apego 38

Embarazo y parto 54

Lactancia y alimentación 62

Sueño infantil 85

Llanto y contacto físico 107

Violencia, cultura e infancia 145

Construcción cultural de las emociones 161

Enfermedad y cultura. Influencia de la infancia en la

salud y el desarrollo del niño 169

Crianza y futuro 180

Bibliografía 200
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Prólogo
Carmen Hernández Zurbano

El castigo físico sigue siendo considerado por muchos adultos como

necesario para una buena crianza. Según un informe de Save the
Children, el 56.9% de los adultos españoles continúan pensando que
podría ser necesario pegar a un niño en determinadas circunstancias,
y las madres, las que más sufren la violencia, maltratan más, por
negligencia. Al leer el informe, me pareció espeluznante que ellos,
los niños encuestados, casi la mitad, creían que sus padres, —y
algunos menos, que hasta sus hermanos mayores y abuelos— tenían
derecho a pegarles. El 80% de los niños y niñas pensaba que aunque
los padres peguen y griten a sus hijos, les siguen queriendo. ¿Cómo
van, me pregunto, a reconocer el buen amor en el futuro? Formas 9
comunes tipificadas de castigo físico y psicológico en España son:
bofetada, azote, golpes en la cabeza, sacudir, insultos, gritos,
amenaza, tirón de pelo y orejas, pellizco, tirar la zapatilla, golpear
con regla y cinturón, comparaciones, humillar públicamente,
ridiculizar, ignorar o mostrar indiferencia, culpabilizar, silencio,
encerrar a oscuras, poner cara a la pared,... solo es necesario mirar
un poco alrededor para darse cuenta de que hay una falta de respeto
y una violencia generalizadas y normalizadas contra los niños
y niñas. Una de cada cinco niñas y uno de cada diez niños son
víctimas de abusos sexuales. Además, estos niños y niñas, tienen más
probabilidades de sufrir más abusos en su vida futura. Son datos de
España. Una de cada tres de sus madres han sido o serán violentadas
por la pareja, es probable que delante de ellos; aunque después casi
el 30% de los hombres jóvenes de entre 12 y 24 años de edad piense
eso de “algo habrá hecho”. La mitad de los adolescentes varones en
el mundo justifica que el marido golpee a su esposa “en determinadas
circunstancias”. Me pregunto cuáles. La cuarta parte de los niños
españoles de entre los 11 y los 18 años sufre acoso escolar, y más de

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la mitad de los niños acosados reconoció que ellos también habían
acosado a otros compañeros en alguna ocasión. En algunos países
la principal causa de mortalidad infantojuvenil es el homicidio. En
España, en lo que llevamos de año, han muerto ocho niños y niñas
a manos de sus madres o padres. El suicidio es la tercera causa de
muerte entre los chicos y chicas de entre 11 a 18 años.
Y podría seguir.
Con estos datos está claro que la principal causa de sufrimiento, de
enfermedad y muerte infantojuvenil en el mundo, es la violencia.
Como una eterna condena que se transmite casi genéticamente de
generación en generación.
Las cosas que yo estudié que eran las mayores causas de
morbimortalidad —accidentes, Síndrome de Muerte Súbita o
enfermedades congénitas—, pasan a ser poca cosa al lado de esta
realidad. Por no hablar de todo que yo atiendo cada día en mi
trabajo. Soy pediatra de atención primaria.
10
Muchas veces pienso que mi quehacer no sirve de nada, es más,
que es contraproducente. La Medicina, que se mete en todo, que
medicaliza la vida de los niños y niñas desde antes de que nazcan,
al final no se mete en nada, porque se abstiene de abordar lo
fundamental: que la medicina es política y la ciencia una ideología.
La medicalización de la vida —con más de quince revisiones de
salud del niño sano—, tantos fármacos y delegados farmacéuticos
campando a sus anchas en los centros de salud, tanto especialista,
tanta prueba diagnóstica, tanta familia aterrorizada, tanta
investigación corrupta que hasta se publica, tanta intervención
innecesaria, tanta subvención privada... De verdad no sé si no ha
acabado siendo una nueva forma, aunque refinada, de maltratar a
los niños y niñas.
Entonces conozco a personas como María José Garrido, leo su libro.
Hablamos. Y me dice que cómo no va a ser importante lo que hago.
Que se puede cortar esa cadena de violencia, que hay que intentarlo,
desde el origen. Y tú estás ahí, me dice.
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Angélica intentó tirarse por la ventana hace unos meses, tiene diez
años, tomaba antidepresivos y tranquilizantes. Después de esto
decidieron que lo mejor es que tomase también metilfenidato, el
derivado anfetamínico que se le da a los niños con hiperactividad.
Uno de los mejores ejemplos de la deriva enferma de una parte de
la medicina y el maltrato refinado de niños y niñas (y un fracaso
de la sociedad en su conjunto por tolerarlo) es la administración
de estupefacientes a un porcentaje cada vez más elevado de la
población infantil para un trastorno básicamente inventado e
ignorando los efectos secundarios que la droga pueda tener. Los
padres de María llevan meses aterrorizados ante la perspectiva de
tener que operar a su hija inmunodeprimida de una otitis serosa,
cuadro banal que se resuelve solo y que en el momento actual no le
da a la niña ningún problema. Pero no se les ha ocurrido oponerse
a la opinión del especialista. La abuela de Guillermo se ha puesto
a gritarme en el consulta, soy una mala profesional, dice, y es que
me niego a enviar a su nieto de cuatro años a que le hagan un TAC
porque tiene dolores de cabeza. Habría que sedar al niño y, además,
11
cuanta más radiación, mayor incidencia de cáncer, hay estudios que
lo confirman. La madre de Begoña, de siete meses, insiste en que le
recete un tipo de leche especial porque a la niña se le enrojece la
boca al tomar leche de fórmula, yo insisto en que le dé solo su leche
y en que coma de todo salvo leche de vaca, que va a estar mejor
alimentada. Básicamente me interesa que la madre confíe en que
ella tiene todos los recursos para tratar la alergia de su hija, y que no
dependa de una medicación. Pero se limita a mirarme enfadada y a
marcharse mientras masculla algo que no entiendo. Pero imagino.
Así que después de la emoción inicial de pensar que ¡ocupo una
posición importante para cambiar el mundo!... he vuelto a ponerme
triste. Este libro seguramente llegará a las personas que jamás
maltratarán a sus criaturas. Su bienestar, felicidad y confianza les
preocupa, y por eso se lo han comprado. Acabará de convencer
a los ya convencidos, me digo. Pero... tal vez convenza también
a alguna indecisa —y me vuelve la emoción— o caiga en manos
de algún despistado y, con suerte, logre transmitir esa sensación de
revelación que me alcanzó a mí cuando acudí por primera vez a
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unas charlas en que se hablaba de cosas que se abordan en el libro.
Yo había terminado la especialización en pediatría y comencé a
trabajar en unos pequeños pueblos en la frontera entre Galicia y
Asturias. Nunca, en cuatro años de MIR, se me habló de lactancia
materna, por ejemplo, ni del método canguro o de hospitales amigos
de los niños. Los camiones que transportaban largos troncos me
daban miedo cuando conducía, y todos los niños eran alérgicos a
los ácaros. Cuando hacía buen tiempo me iba hasta el mar después
de la consulta. Nadie me habló tampoco de accidentes, de hecho,
ni de maltrato ni de cultura ni de educación ni de lo social, o lo
político o lo económico. Sobre el poder y sobre la violencia. Como
si la Medicina fuese una isla. En la consulta de la primera pediatra
que sustituí estaba el libro de Meredith Small Nuestros hijos y
nosotros, lo leí y luego seguí leyendo. Aquella medicina que me
enseñaron se fue transformando radicalmente y, a la vez, haciéndose
más compleja y apasionante. ¡A lo mejor hasta cae en manos de un
pediatra primerizo y le cambia la vida!
12 La enfermera que trabaja ahora conmigo no me hace ni caso, pero
es que en realidad no es “mi” enfermera, yo no tengo, cosa de los
recortes; tampoco es que me parezca mal. Pesa obsesivamente a
los niños haciendo que las madres duden de su capacidad para
alimentar a sus bebés, con lo que la mayoría de las veces las criaturas
se quedan sin su derecho a ser amamantadas, y las madres, sin
derecho al placer que supone dar la vida a sus hijos por sí mismas.
Ni caso me hace con la alimentación, que los niños comen puré
hasta que pueden ir andando al frigorífico y abrirlo y que ya no
les apetezca probar nada nuevo, porque yo no creo que sea muy
placentero comer solo un engrudo verde cada día. Y eso es comer
para muchos de ellos. Se repite hasta la saciedad la importancia
de la rutina, que es casi siempre incompatible con la vida de sus
padres, lo cual significa no compartir las comidas, el sueño ni el
despertar; y te usa de chupete, nada de mamar mientras se les
vacuna, muy importante tirar del prepucio hacia atrás. Todo eso. En
las consultas de pediatría hacemos mucha educación para la salud
a lo loco sin que esté basada en ninguna evidencia científica, que
es, hoy por hoy, el mínimo exigible a un profesional sanitario. Se
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trata de una población sana a la que se le hace venir una y otra
vez al centro sanitario, y algo habrá que decir después de poner la
vacuna. Pues bien, este libro sirve para llenar ese vacío; y al igual
que muchas mujeres pueden utilizarlo para defender sus posturas
frente al ejército de voces críticas de alrededor, yo lo utilizaré para
tratar de convencer a mi “no” enfermera.
Ojalá las madres confiemos en nuestros cuerpos, nuestra leche,
nuestra fuerza. Ojalá no nos dejemos convencer de nada que
no deseemos ni creamos, por pura inseguridad. Ojalá nunca nos
dejemos violentar ni violentemos a nuestros hijos ni permitamos
que nadie lo haga. Esto, por tanto, no es un libro, es un arma de
intervención política. Como la guitarra de Woody Guthrie no era
una guitarra. Así de importante.
La ideología médica —y pediátrica, en el caso concreto que nos
ocupa—, y no me refiero solo a la de los sanitarios sino a la de todos
nosotros, se corresponde con una estructura social muy concreta. Si
queremos otro mundo, debemos criar a nuestros bebés de otra forma.
Es el mejor comienzo, el comienzo de la vida. Qué pocas veces 13
se piensa —o se dice— que lo realmente revolucionario está en la
intimidad de dos cuerpos, de dos respiraciones, en la temperatura,
en los latidos, en los fluidos. Qué poco. Pero es desde ese vínculo
de una madre y su criatura desde donde yo creo que se pueden
determinar el mundo y el futuro.
Carmen Hernández Zurbano.
Pediatra, antropóloga y escritora.
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Etnopediatría. Modelar a los individuos
desde la infancia
Cada familia está convencida de que la forma de tratar a sus hijos
es la más adecuada y correcta. Cada familia en cualquier parte del
mundo piensa que su manera de criar a los niños es la mejor. Pero
lo cierto es que existen grandes diferencias en cómo se entiende a
los niños en distintas partes del planeta y en el tipo de educación y
cuidados que reciben desde que nacen. En algunas culturas, los niños
duermen con los adultos, reciben lactancia materna durante varios
años y mantienen un estrecho contacto físico con sus cuidadores la
mayor parte del tiempo. Mientras que en las sociedades occidentales
lo normal es que duerman solos desde el principio, tomen leche
artificial y comida especial para bebés, y no estén en brazos durante
14
gran parte del día.
En lo que todas las culturas coinciden es en su preocupación por
los niños, puesto que constituyen la inversión de futuro de cualquier
sociedad. En todas ellas se establece una concepción y simbolización
acerca de la crianza de los niños y una específica cosmovisión de
la infancia. En Occidente, por ejemplo, se entiende al bebé como
un ser pasivo, dependiente y sin habilidades que necesita que los
adultos le enseñen todos los conocimientos para vivir en sociedad.
En cambio, en muchas culturas africanas están convencidos de que
los bebés tienen todas las destrezas necesarias antes, incluso, de
nacer. En lugar de ver a los niños como incapaces de comunicarse,
consideran que son los adultos los que han perdido, con el paso del
tiempo, su capacidad de entender, la que tuvieron al nacer.
De la misma forma, a lo largo de la historia de la humanidad, todos
los grupos humanos han desarrollado normas sobre cómo debe
tratarse a los niños desde que nacen. Desde los primeros días de
vida, el niño es socializado en el marco del conjunto de los valores
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de su cultura. Este conjunto de pautas y normas sobre la crianza
infantil no es aleatorio, por el contrario, cumple una función social
de integración en un sistema específico. A través de la crianza,
cada sociedad transmite sus valores subyacentes, lo que cada grupo
considera más importante, fomentando, así, unas características
determinadas en sus miembros. Las diferencias que hay entre las
prácticas de crianza, que no son más que procesos adaptativos
a distintos contextos, cobran sentido dentro de cada una de esas
culturas y favorecen que los niños crezcan aprendiendo las normas
de cada una de sus sociedades. Si conocemos los códigos éticos y
morales subyacentes en cada contexto específico y realizamos un
análisis comparativo intercultural de diferentes modelos, podemos
entender y relativizar muchos de estos conceptos, como qué es lo
normal o lo más adecuado para el desarrollo de los niños. Si un bebé
crece formando parte del grupo, primero en brazos de su madre
y más adelante participando en la actividad social, asistiendo al
desarrollo normal de la vida en la comunidad, se sentirá integrado y
desarrollará un sentimiento de pertenencia e identidad grupal muy
15
diferente al que sentirá un bebé que es separado de su madre al
nacer, que tiene escaso contacto físico con otras personas y debe
dormir solo. Ambos están recibiendo un mensaje claro de cómo sus
padres esperan que se comporten y vivan, de lo que importa en
ese contexto. En la sociedad occidental, los valores que predominan
son los relacionados con la independencia, la competitividad, el
individualismo y la propiedad privada. Sin embargo, en muchas
sociedades tradicionales los códigos imperantes son colectivos y
sociales por encima del individuo, fomentándose la reciprocidad,
la ayuda mutua, el intercambio y la solidaridad social, para que
estimulen sentimientos de pertenencia al grupo que faciliten la
cohesión social.
Pero incluso aceptando las razones sociales, políticas o económicas
que se esconden detrás de cada específico modelo de crianza,
existen necesidades biológicas que comparten todos los niños del
mundo y que no todos los modelos de crianza tienen en cuenta. La
ciencia de la etnopediatría plantea que todos los bebés de distintas
culturas tienen las mismas necesidades y expectativas pero en cada
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sociedad se usan distintos métodos para satisfacerlas y se desarrollan
distintas respuestas.
Al analizar diferentes escenarios culturales, la etnopediatría aporta
una reflexión crítica al modelo occidental de crianza (que creía
ser más evolucionado y, por tanto, mejor) y la conclusión de que
existen estrategias de atención infantil más adecuadas que otras para
el óptimo desarrollo y salud de los niños. De hecho, nuestro modelo
de crianza no es el más adecuado a nuestra biología, más bien
constituye una confrontación con la biología. Ese es el ámbito de
estudio de la etnopediatría, que parte de la premisa de que las pautas
de crianza son construcciones culturales más o menos alejadas de
las necesidades biológicas de los niños. Del nivel de equilibrio que
exista entre esas necesidades y nuestras respuestas, entre biología y
cultura, depende, en gran medida, el grado de enfermedad y salud
de sus integrantes. La clave estriba en la interacción de la biología
humana con la cultura y en la necesidad de buscar alternativas más
equilibradas con la biología infantil para evitar, en muchas ocasiones,
que la relación entre padres y bebés ocasione conflictos, puesto
16
que, en realidad, estos conflictos se producen entre la biología y la
cultura.
Este enfoque también aporta una visión nueva de la relación entre
padres e hijos como un sistema de interacción, en el que cada parte
influye sobre la otra, superando así la tradicional interpretación
occidental que la veía como una relación desequilibrada en la que
el niño es un ser dependiente en proceso de formación. Según la
catedrática de antropología Meredith Small:
(...) los bebés humanos, igual que los adultos, han evolucionado
en función de circunstancias ecológicas y fisiológicas particulares a
lo largo de millones de años (...) (Small, 2006: 18).
La etnopediatría estudia muchos ámbitos de la crianza, que influyen
y tienen consecuencias en la biología del niño: desde el embarazo,
el tipo de parto, el grado de contacto físico, el modelo de lactancia
y alimentación infantil, hasta el llanto y el sueño en los niños,
pasando por la reflexión antropológica y psicológica que suscita
la filosofía de cada cultura, transmitida a través de la infancia, sus
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razones profundas y sus consecuencias. Para comprender de forma
holística estos diferentes entornos, la etnopediatría adopta una
dimensión interdisciplinar, uniendo varias áreas de conocimiento,
como antropología, biología, psicología o medicina, que le confiere
una interesante diversidad de enfoques científicos y perspectivas,
que pueden ayudarnos a entender su complejidad. Específicamente,
unifica las perspectivas aportadas por la antropología cultural, la
biología evolutiva y la psicología del desarrollo.
Los etnopediatras, basándose en la investigación intercultural,
defienden una crianza respetuosa1 con las necesidades físicas y
emocionales infantiles, así como el respeto de los ritmos madurativos
en el proceso de adquisición de hitos o avances, en todos los ámbitos:
cognitivo, emocional y motriz. Se trata de un enfoque que concilia
la biología con la cultura, evitando forzar el proceso de desarrollo
de los niños, al respetar sus necesidades biológicas y emocionales.
La etnopediatría, tal como explica la antropóloga Meredith Small
(2006), es, además, una disciplina interactiva por su capacidad de
cambiar la concepción, no solo de la relación entre padres e hijos, 17
sino también de las sociedades de distintas culturas, al comparar las
prácticas en distintas sociedades y sus consecuencias desde el inicio
del ciclo vital. De esta forma, las conclusiones tienen una dimensión
aplicada a la realidad social, al permitir mejorar nuestras propias
técnicas de atención y cuidados. Por ejemplo, en aquellos países en
los que los niños duermen con sus padres se ha comprobado que el
índice de muerte súbita o síndrome de muerte en la cuna es inferior
Este modelo de crianza y educación infantil se conoce como crianza con
1 
apego, crianza consciente, crianza respetuosa, crianza instintiva, crianza
natural o crianza corporal. En general, de forma tácita se acepta que la crianza
“con apego” se refiere al primer periodo de la vida de los bebés, cuando
requieren más contacto físico. Mientras que “crianza respetuosa” se aplica a
la crianza de niños a partir del año, ya que sus necesidades pasan a ser más
autónomas y requieren menos apego físico y más respeto en la adquisición de
su independencia.
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al porcentaje de muertes en aquellos en los que los bebés duermen
en habitaciones separadas de sus padres.
Los estilos de crianza, además, muestran el lugar del individuo dentro
de su grupo. Por eso, desde todos los ámbitos se envían mensajes
al bebé sobre sus expectativas, mensajes diferentes en función de
la gran variabilidad cultural de los estilos de puericultura. Pero lo
novedoso es que, por primera vez en la historia de la antropología,
la etnopediatría muestra las influencias culturales de estos distintos
modos de crianza y analiza cómo afectan a largo plazo al desarrollo,
la supervivencia y la salud de los niños. Incluso trasciende el
efecto en la infancia, puesto que sus consecuencias no repercuten
exclusivamente en los niños, sino que afecta a la vida adulta y a la
sociedad en su conjunto, ya que cada modelo de crianza determina
los valores y características que tendrán los niños en el futuro. De
la forma de crianza depende cómo serán cuando se conviertan en
adultos, condicionando el tipo de personas que llegarán a ser. Su
autoestima, estabilidad emocional y seguridad afectiva dependerán
directamente de cómo hayan sido considerados durante los primeros
18
años por sus figuras de referencia: los miembros de su familia.
Por todo esto, la etnopediatría sostiene que un modelo de crianza
respetuosa, acorde con la biología del bebé, favorece que el adulto
el día de mañana se relacione de forma armoniosa y equilibrada,
con respeto. Sin embargo, por el contrario, una crianza basada en
la imposición y el autoritarismo, en no satisfacer las necesidades del
niño, tendrá como consecuencia que cuando sea adulto su forma de
relacionarse con los demás tenderá a ser más agresiva, autoritaria e
impositiva.
Por otra parte, la crianza respetuosa, que en gran parte no es más que
una actualización de las prácticas de crianza tradicionales, está en
relación con los nuevos valores de respeto hacia el medioambiente
y hacia todos los seres vivos, así como de tolerancia frente a la
diversidad humana, tan necesarios para una coexistencia pacífica
en el futuro.
En esta época caracterizada por los cambios continuos y rápidos,
en la que se producen simultáneamente procesos de globalización
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y localismo, es más necesario que nunca revisar, a la luz del
conocimiento científico, el modelo de crianza infantil. Tal como
explica Meredith Small en su libro Nuestros hijos y nosotros, este
proceso de globalización se muestra a través de ejemplos como el
hecho de que Occidente presione a las culturas del tercer mundo
para que se adapten rápidamente a sus costumbres, de distintas
formas más o menos sutiles que empujan a las mujeres a abandonar
la lactancia materna y sus normas tradicionales. O cómo, dentro de
los cambios en el mundo, se está produciendo una transformación
en la base económica de los países menos desarrollados que ha
llevado a pastores nómadas a ser agricultores sedentarios o a
agricultores a transformarse en asalariados y obreros de fábricas
urbanas, cuestiones que afectan directamente a la infancia. Estos
cambios también aparecen en las familias, que antes eran extensas y
basadas en la ayuda mutua, mientras que en la actualidad aumenta
cada día el número de familias en el mundo con un solo progenitor.
A ello hay que unir que las altas tasas de inmigración fomentan que
las naciones sean hoy día una mezcla de estilos de crianza. Cómo
19
se irán adaptando estos distintos modelos al compartir un mismo
espacio será algo muy interesante de analizar en los próximos
años. La familia y la crianza están sufriendo cambios drásticos en
el mundo entero cuyas consecuencias son imprevisibles, por lo
que es prioritario entender los procesos, las causas y las posibles
consecuencias que nos permitan predecir qué va a suceder en el
futuro con el objetivo de mejorar las condiciones de vida de la
maternidad y la infancia.
Resulta fundamental, por tanto, entender qué necesitan los niños
para poder mejorar los valores que les transmitimos, ya que, por una
parte, cada niño como individuo aprende la forma de relacionarse
con otras personas, reproduciendo el modelo recibido a sus propios
hijos. Pero además, esto condiciona el tipo de sociedad y su manera
de interaccionar con otros grupos o culturas. En la crianza, por
tanto, está el germen del tipo de sociedad que construiremos en
el futuro: basada en la armonía y la conciliación, o en la violencia
y la beligerancia. De ahí la importancia de conocer cómo la
crianza afecta a los niños y la manera, a través de alternativas en la
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metodología educativa, de mejorar la vida de cada individuo y, por

tanto, de las sociedades humanas. Porque los niños son el futuro
Cómo empieza todo esto o más preguntas
y constituyen una inversión necesaria para nuestra supervivencia que respuestas
como especie.

Realmente… ¿qué sabemos sobre los niños? ¿Qué ha aportado

la antropología al conocimiento sobre la infancia? El interés
de la antropología por la infancia ha sido desigual a lo largo
de la historia de la disciplina. Para entender este proceso, la
antropóloga Helen Montgomery (2009) analizó en su obra la
importancia de los niños en el desarrollo de la antropología y
llegó a la conclusión de que antes de que el trabajo de campo se
convirtiera en la herramienta principal del método etnográfico,
los únicos “otros” observables eran los niños.
Desde la década de los años veinte, fruto del aumento de estudios
20 antropológicos en sociedades no occidentales, se comenzó a 21
analizar el enorme influjo de la cultura sobre la mente y la psicología
humanas, llegando a la idea de que culturas diferentes darían lugar
a personas diferentes. A partir de esta época, dos antropólogas,
Margaret Mead y Ruth Benedict, analizaron la importancia de
la cultura en la formación de la personalidad. Al estudiar otras
culturas comprobaron que personas en puntos geográficos
distantes se comportaban y pensaban de manera distinta. Benedict,
aunque había comenzado en el campo de la psicología, realizó
investigaciones antropológicas enfocadas en el mundo de los
niños en otras sociedades. Le interesaba conocer, sobre todo, los
procesos de socialización y crianza. En 1938 publicó en la revista
Psychiatry el texto “Continuities and discontinuities in cultural
conditioning”, en el que expuso su consideración de que todas las
culturas están relacionadas con el ciclo vital desde la infancia hasta
la edad adulta, a través de varias fases sucesivas: de dependencia en
primer lugar y de cuidado de otros posteriormente, conformando un
proceso de continuidad impuesto por la naturaleza. Sin embargo,
las transiciones entre los distintos estados varían de unas culturas a

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otras, de tal manera que entre el niño y el adulto existen contrastes
culturales muy acusados acerca de las expectativas de ambos grupos
de edad, en función de las distintas culturas. En su opinión, cada
cultura establece unas normas de crianza con objetivos específicos
de continuidad del condicionamiento cultural de los procesos
fisiológicos, de manera que el niño es condicionado continuamente
durante la infancia para una participación social responsable a
través de tareas adecuadas a su edad y capacidad, promoviendo
así la responsabilidad en lugar de la sumisión. Por el contrario, en
la cultura occidental el niño no realiza actividades útiles para el
grupo, en lugar de eso debe mostrarse obediente ante los adultos.
Sin embargo, al convertirse en adulto tiene que sufrir un proceso de
discontinuidad y ruptura, pasando de la sumisión a la dominación.
Otros investigadores comparten esta idea, como la estadounidense
Jean Liedloff, cuyos hallazgos antropológicos, basados en su estudio
sobre las tribus yecuana y sanema en Venezuela, plasmó en el libro
El concepto de continuum. Su conclusión, tras años de investigación,
fue que los seres humanos nacemos preparados biológicamente
22
para desarrollar ciertas etapas progresivas y necesarias para una
adecuada evolución física y emocional. Cada fase, marcada por
las necesidades y progreso natural del niño, debe completarse para
conseguir superarla y pasar a la siguiente. Sin embargo, cuando una
etapa no se desarrolla, puede ocasionar trastornos y enfermedades,
como sucede en las sociedades industrializadas. Estas etapas,
basadas en las progresivas necesidades infantiles, se respetan de
forma desigual en función de las diferentes culturas, lo que tiene
consecuencias en el desarrollo y salud de los adultos.
La mayor aportación de Margaret Mead y Ruth Benedict al estudio
de la infancia fue la idea de que la cultura afecta al individuo
desde el momento de nacer y que se puede cambiar una sociedad
cambiando el sistema de crianza de los niños. De hecho, hoy en día
sabemos que incluso los fetos están influidos por la cultura, y esta
les condiciona de muchas maneras, ya que desde el embarazo se
producen interacciones diferentes en las distintas sociedades, tanto
en el seguimiento del embarazo, pruebas diagnósticas a las que se
somete al feto o estimulación auditiva, como a través de los cuidados
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hacia la madre. Pero, además, las madres tienen distinta percepción
de su embarazo en diferentes lugares del mundo, de manera que
en algunos hablan a los fetos, siendo considerados seres vivos con
sentimientos y capacidad de percepción, mientras que en otros, no.
La influencia del ambiente en los genes es lo que la ciencia está
investigando en la actualidad a través de la Epigenética.
Otro hito en los posteriores estudios sobre la infancia y crianza en el
mundo tuvo lugar en los años cincuenta, cuando un grupo de científicos
sociales propusieron un proyecto de estudio de la crianza infantil en
seis culturas diferentes. Las culturas seleccionadas eran distintas y
no coincidían en su base económica. El objetivo era comprobar la
universalidad de algunos comportamientos, comparando similitudes
y diferencias para obtener alternativas. Este proyecto ha sido la mayor
investigación comparativa en distintas culturas sobre la niñez. Fue
llevado a cabo a través del Programa de Desarrollo Humano de la
Universidad de Harvard y realizado por un grupo de estudiosos de las
Universidades de Cornell, Harvard y Yale bajo la dirección de William
23
W. Lambert, Irvin L. Child y John W. M. Whiting. Este último, en su
trabajo de doctorado de Yale titulado “Becoming a kwoma: Teaching
and learning in a New Guinea tribe“, en 1941, ya exponía que los
niños no nacen con una identidad cultural propia sino que tienen que
aprender a pensar y comportarse según su grupo social específico.
El proyecto “Seis culturas” tenía una argumentación ecológica y
económica al plantear que la estructura social, en función de su
contexto ecológico, determinaba el patrón de crianza. Demostraron
que la sociedad modela a los padres, y estos, a sus hijos, creándose
personalidades específicas de esa cultura. Esto vino a explicar por
qué un grupo que se alimenta de la caza y la recolección muestra
unos valores diferentes a los que se necesitan en una sociedad
agrícola, ganadera o industrial.
En los años noventa, el estudio de la infancia volvió a retomarse con
una visión diferente, una mayor dimensión comparativa y holística
y un novedoso análisis interdisciplinar. En 1994, a raíz de un taller
de investigación sobre antropología dirigido por la antropóloga
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Carol Worthman2, directora del Laboratorio de Biología Humana
Comparada del Departamento de Antropología de la Universidad de
Emory, en Atlanta (EE.UU.), un grupo de pediatras, antropólogos e
investigadores de desarrollo infantil se propusieron trabajar en una
nueva rama de investigación. Su trabajo se centró en analizar los
modelos de crianza en diferentes culturas para comprobar cómo cada
cultura desarrolla un tipo de cuidados y atención de los adultos hacia
los niños, un estilo parental definido; y cómo esto afectaba a su salud,
supervivencia y bienestar. Estudiaron datos etnográficos recogidos
en monografías comparativas realizadas por otros antropólogos e
investigaron directamente esas culturas. Así nació la etnopediatría.
El contexto de aparición de la etnopediatría está en relación con
la crisis mundial causada por las cifras de mortalidad y de precaria
salud infantil en la mayor parte del mundo. Hasta ese momento, la
actuación médica se limitaba a tratar la salud e higiene de forma
aislada, sin tener en cuenta las costumbres específicas de cada
grupo humano. El enfoque de los etnopediatras consistía en conocer
24
cada contexto cultural para usar sus propios conceptos de salud
y enfermedad. Tras esta concienciación de la importancia de la
cultura en la propagación de la enfermedad y en su curación, se
propusieron trabajar dentro de los contextos culturales para mejorar
la salud pública. Utilizando las ideas existentes en cada sociedad, sus
creencias culturales, se podrían modificar elementos clave en la salud.
Como ejemplo, UNICEF enseñó a las madres a combatir la diarrea
en algunos países, usando la idea de enfermedades calientes y frías
de su cultura. Así, se superaba la visión exclusiva en los patógenos
como causa de la enfermedad, para ampliarla a las tradiciones
culturales y a las teorías etnoparentales como factores que inciden
de forma determinante en los procesos de salud y enfermedad.
2
 Worthman, 1993, 1995; en Small, 2006. También en publicaciones científicas
recientes en: http://neuroanthropology.net/2010/08/29/carol-worthman-from-
human-development-to-habits-of-the-heart/
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Los estudios interculturales de los etnopediatras, desde entonces,
coinciden en que la estructura general de cualquier cultura se
muestra en la forma de tratar a los niños. Los padres hacen con
los niños lo que dictamina la cultura, transmitiendo (consciente o
inconscientemente) sus normas, objetivos y estructura a través de
las pautas de crianza. Los padres, por tanto, son intermediarios
del mensaje cultural y social a través de las diferentes etnoteorías
parentales. Cada específica manera de criar tiene un efecto
determinante sobre el comportamiento cuando sean adultos.
Uno de los estudios más relevantes de esta época surgió de la
información recogida en los Human Relations Area Files3, Archivos
del Área de Relaciones Humanas, que en la actualidad conforma
una organización internacional de universidades y centros de
investigación de más de 30 países. En los años 90, un grupo de
científicos (Nelson, Schiefenhoevel y Haimerl, 2000) investigó parte
de esta información con el fin de comparar la crianza infantil en
60 culturas humanas. Comprobaron que en 25 de las 29 culturas
los niños dormían con la madre. En 30 de 30 eran llevados a la 25
espalda de su madre. En ninguna de las que constaba el dato el bebé
dormía en habitación separada y solo en una de 24 estaba en otra
habitación durante el día. En 28 de 29 el bebé estaba constantemente
acompañado por alguien. En 48 de 48 se amamantaba a demanda. En
35 de ellas aparecían datos sobre la edad del destete: antes del año en
dos culturas, entre un año y dos en siete, entre dos y tres en catorce,
y más de tres años en doce. Casi todas coincidían en lo esencial pero
diferían en ciertas costumbres como el vestido o la alimentación.
Otra enorme contribución de la etnopediatría en el contexto de la
antropología norteamericana es la de Robert LeVine, antropólogo
y psicólogo, formado en los equipos que trabajaron en el proyecto
“Seis culturas“ con John Whiting, que continuó desarrollando y
ampliando las cuestiones planteadas desde la antropología de la
 http://www.yale.edu/hraf/
3
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infancia y, en concreto, aquellas relacionadas con la socialización
y el desarrollo infantil. LeVine es profesor emérito de antropología
de la Universidad de Harvard y se encuentra a la vanguardia de la
investigación sobre la infancia y su relación con la antropología y la
psicología. Su amplio e importante trabajo basado en la investigación
sistemática de campo en comunidades africanas, centroamericanas
y norteamericanas, persigue establecer, entre otros aspectos, cuál
es la influencia que la cultura ejerce sobre la forma en que las
madres y los padres desempeñan su función, así como el influjo
en el desarrollo del niño y en la personalidad adulta en diferentes
contextos culturales. En 1994 publicó Child care and culture. Lessons
from Africa, en el cual LeVine y otros investigadores indagan sobre
la paternidad, la maternidad y la infancia tras dos años de trabajo de
campo en una comunidad africana. Compararon los cuidados que
recibían los niños gussi hasta los 30 meses de edad con los de los
niños blancos de clase media estadounidenses en el marco de los
modelos culturales condicionados históricamente.
26
Lo cierto es que, como defiende la antropóloga Alma Gottlieb, la
antropología no ha tenido en cuenta suficientemente a los niños.
La investigación sobre los bebés, fuera de la órbita occidental e
industrializada, muestra cómo se conciben en otras culturas y aporta
una información comparativa de gran interés. Habría que cuestionar
los modelos tradicionales de desarrollo infantil en Occidente y
su influencia en las investigaciones antropológicas. Otra gran
aportación, en el año 2000, fue la publicación de Gottlieb, junto
con Judy DeLoache, de A World of Babies: Imagined Childcare
Guides for Seven Societies. En esta obra, partiendo de los textos
del doctor Spock, mostraban manuales de crianza infantil en siete
culturas diferentes, demostrando la enorme variabilidad de enfoques
sobre el cuidado y la supervivencia de los niños en función de las
distintas pautas de crianza. Evidenciaron que cuestiones diversas y
cotidianas, como la forma de poner a dormir a los niños, esconden
múltiples capas de significados culturales.
En la misma línea, otros trabajos como los de Helen Schwartzman,
con su artículo “Children and anthropology: A Century of Studies”
(2001ª: 16), han supuesto un replanteamiento de la infancia
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y de lo que los antropólogos saben sobre los niños. En estas
investigaciones se ha analizado profusamente cómo los adultos
tratan a los niños, y cómo los adultos son considerados agentes
activos, mientras que los niños se muestran como seres pasivos,
que tienen que ser adiestrados, moldeados o disciplinados. En
todo caso, siempre la perspectiva es la del adulto. Sin embargo,
esta autora reflexiona sobre lo poco que saben los antropólogos (y
posiblemente la sociedad en general) sobre los niños, en cuanto
creadores activos e intérpretes de su mundo social, ni sobre su
respuesta al mundo ni sobre cómo les afectan cambios sociales
globales como la emigración, la inmigración o las guerras.
Otra dimensión necesaria para entender este complejo proceso de
la maternidad y la crianza es la confluencia de los ejes biológicos,
psíquicos y sociales de la parentalidad. Así como la importancia del
apego y las emociones en el desarrollo de la personalidad y la salud
mental de los infantes y los adultos. Estos temas han sido investigados
por antropólogos como Margarita Lagarde, profesora en la UNAM
(Universidad Autónoma de México) y coordinadora del “Seminario 27
Permanente de Parentalidad Humana“ del Instituto de Investigaciones
Antropológicas de la UNAM. Tal como ella plantea, el conocimiento
biológico y social del ser humano ha tenido desarrollos paralelos
pero separados y es necesario unificar ambas dimensiones, genética
y ontológica, para acercarnos a su significado.
Los trabajos de Katherine Dettwyler, antropóloga estadounidense
especialista en lactancia y profesora de la Universidad de Delaware
en Newark (EE.UU.), como el titulado Breastfeeding: Biocultural
Perspectives, junto a Patricia Stuart-Macadam en 1995, han sido
de gran importancia. En su estudio comparativo llegaron a la
conclusión de que la lactancia materna es un fenómeno biocultural:
no se trata exclusivamente de un proceso biológico, puesto que
también constituye un comportamiento condicionado por la cultura.
Como tal, tiene importantes implicaciones para la comprensión
de la condición del pasado, presente y futuro de nuestra especie.
En general, los estudiosos han puesto de relieve la dimensión
biológica o los aspectos culturales de la lactancia materna, pero
no han profundizado en su significado global. Ambas antropólogas
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consideran que un enfoque evolutivo que combine los dos aspectos
es necesario para entender su significado. Uno de los objetivos de
este libro es incorporar los datos de diversos campos presentando
una visión más holística de la lactancia materna, a través de la
inclusión en la investigación de una serie de disciplinas, incluyendo
la antropología biológica, social y cultural, la nutrición y la medicina.
Fundamentales han sido los trabajos de Melvin Konner, profesor de
antropología, psiquiatría y neurología, basados en sus años de estudio
entre los bosquimanos del Kalahari, donde ha analizado el desarrollo
infantil y el mecanismo hormonal de infertilidad durante la lactancia
(Konner y Wortham, 1980). Igualmente, la investigación de Carol
Worthman (2005), directora del Laboratorio de Biología Humana
Comparada del Departamento de Antropología de la Universidad
de Emory, se caracteriza por una perspectiva biocultural en sus
investigaciones sobre múltiples aspectos de la crianza. Por ejemplo,
ha estudiado en profundidad la forma de dormir en distintas culturas.
Su análisis sobre la antropología del sueño (Worthman, 2002) le ha
28
llevado a establecer que el sueño en compañía es, desde el punto de
vista evolutivo, lo más adecuado para el desarrollo humano.
En este mismo ámbito, cabe destacar las investigaciones sobre el
sueño infantil que James McKenna (2009) ha realizado en los
últimos años en diferentes culturas. McKenna es catedrático de
antropología y experto en sueño infantil. Dirige el Laboratorio del
sueño materno-infantil en la Universidad de Notre Dame, en Indiana
(EE.U.U). Ha llegado a la conclusión de que las ideas sobre el sueño
infantil constituyen una construcción cultural que en nuestra cultura
se alejan de las necesidades biológicas y emocionales de los niños.
También en el contexto del sueño infantil, la antropóloga Gilda
Morelli (Morelli et al., 1992) ha llevado a cabo diversos estudios
interculturales comparados mostrando la diferente concepción sobre
el sueño infantil entre inmigrantes y países de acogida, así como los
procesos de adaptación en lo relativo a las pautas de crianza. En
la misma línea está la investigación sobre antropología del sueño
infantil realizada por Susan Abbott (2005) en los Apalaches.
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Sara Harkness, profesora de antropología que dirige junto con Charles
Super el Centro para el Estudio de la Cultura, Salud y Desarrollo
Humano de la Universidad de Connecticut, ha investigado sobre la
construcción cultural de la crianza, el desarrollo infantil y la salud
en diferentes lugares del mundo a través de los distintos modelos
culturales que reflejan dispares etnoteorías parentales. Junto con
otros colegas ha estudiado familias y niños en África, Europa, Asia,
Australia y Estados Unidos (Harkness y Super, 1992).
Las investigaciones de Edward Tronick (2007), profesor de la
Universidad de Massachusetts y Director de la Unidad de Desarrollo
Infantil del Hospital de Boston, sobre crianza y desarrollo infantil
en función del tipo de interacción maternal, desarrolladas en Zaire,
Perú e India, han sido de gran importancia para el desarrollo de la
etnopediatría.
El futuro de las investigaciones sobre la infancia pasa por un
replanteamiento del objeto de análisis y del necesario carácter
interdisciplinar de estos estudios mediante intersecciones con otros
planteamientos teóricos, de manera que a las diferentes perspectivas 29
antropológicas (antropología de la infancia, de la educación, del
parentesco o de la procreación) se sumen las que se realizan a través
de otras disciplinas como la psicología, neurobiología, pediatría,
pedagogía o epigenética, que permitan obtener un campo de
estudios interdisciplinarios con una perspectiva holística sobre la
infancia, como ya se está llevando a cabo en centros de investigación
de primera fila, como:
El centro de la Universidad de Rutgers, The Rutgers University Center
for Children and Childhood Studies, fundado en el año 2000 con
el objetivo de comprender y reconocer las múltiples experiencias
de la infancia mediante proyectos de investigación y educación
aplicados. Entre sus actividades está la publicación de una serie
de libros multidisciplinarios editados por la antropóloga Myra
Bluebond-Langer. Publican a autores de diversos campos como la
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antropología, derecho, historia, literatura, psicología o sociología4,
dirigidas al ámbito científico y también político, con el objetivo de
que sus conclusiones sirvan para modificar las políticas de atención
a la infancia.
También la Universidad de Ohio, a través de su apoyo al Instituto para
el Niño Africano mediante la publicación de la revista Childhood
in Africa: An Interdisciplinary Journal, donde pretenden discutir y
actualizar el conocimiento de la infancia en ese continente.
30
 http://children.camden.rutgers.edu/pubs.htm
4
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La olvidada dimensión biológica y
emocional en nuestra especie.
Necesidades básicas en la infancia
Entre las categorías de análisis que conforman la etnopediatría, uno
de sus ejes fundamentales es la interrelación entre biología, cultura
y género, que confluyen en torno a la maternidad. Por una parte, la
dualidad biología y cultura es lo que nos identifica como humanos
y nos confiere sentido e identidad. Por otro lado, ambas categorías
forman parte indisoluble del mismo sistema, el del significado
social. Biología y cultura, por tanto, son conceptos que se moldean
mutuamente y mantienen una relación interdependiente. No son
términos excluyentes, sino dimensiones complementarias en la
conformación y significado del ser humano. 31
Podría entenderse la dicotomía entre biología y cultura a través de
una analogía en la que la dimensión biológica constituiría una serie
de preguntas universales o necesidades inherentes a nuestra especie;
mientras que en el ámbito cultural, serían las respuestas específicas
de cada grupo humano en un contexto determinado, como
soluciones concretas ante las necesidades generales. Privilegiar
nuestra dimensión cultural nos aleja de lo que somos, de nuestra
naturaleza. De la misma manera que enfatizar el aspecto biológico
limita nuestra complejidad y nos simplifica. Por eso necesitamos
adoptar una perspectiva biocultural de la maternidad y la crianza
infantil. Sin olvidar la dimensión biocultural de la sexualidad
femenina, ya que obviar la dimensión biológica de los procesos
sexuales, como el embarazo, el parto o la lactancia, constituye una
limitación de su análisis.
Cada cultura, a lo largo de la historia de la humanidad, ha buscado
soluciones a los problemas y necesidades (individuales y colectivas)
del grupo. Estas respuestas culturales pueden manifestar mayor
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Vivimos en una sociedad privilegiada. El desarrollo tecnológico, científico

y nutricional en Occidente es enorme. Sin embargo, nuestros hijos no
son los más sanos ni, desde luego, los más felices. Miles de niños tienen
un horario de actividades diarias que excede la jornada laboral legal en
cualquier país europeo. Por otra parte, las consecuencias de este modelo
son preocupantes. Estamos rodeados de una epidemia de trastornos
y enfermedades en la infancia: conductuales, como el trastorno por
déficit de atención, del espectro autista, hiperactividad, fatiga crónica,
depresión, estrés o ansiedad en edades cada vez más tempranas; también
alimenticios, como la anorexia, bulimia y sobrepeso. La mayoría tendrá
repercusiones en el futuro. Son enfermedades exclusivas de países
industrializados. En algo debemos estar equivocándonos.
Tenemos de todo y damos de todo a los niños, pero sobre todo cosas
materiales. Les estamos privando de la presencia de sus padres, del
respeto a sus procesos, del juego libre, del tiempo de ocio sin dirección
de adultos, de relacionarse entre iguales sin normas externas. Les
juzgamos y comparamos permanentemente. No les dejamos ser.
Cada cultura tiene un modelo de crianza, y no es casual. La forma de
tratar a la infancia tiene una función social. Está destinada a conseguir un
tipo de ciudadanos, y no otro. Únicamente protegiendo la maternidad y
la infancia contaremos con alguna posibilidad de conseguir un cambio
en nuestra sociedad.
Para conseguir un futuro mejor es necesario no olvidar nuestra historia,
general e individual. El amor y el autoengaño son incompatibles,
porque de la negación del sufrimiento nace el odio desplazado hacia el
inocente. Porque el amor requiere de la verdad.

ISBN 978-84-944931-5-7

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