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“Las características generales del género utópico.” de Raymond Trousson.

● La característica exterior más evidente y común de la utopía es seguramente su insularismo. Ese insularismo no
es sólo una ficción geográfica, responde a la necesidad de preservar una comunidad de la corrupción exterior y
ofrecer un mundo cerrado que, según observa Dubois, es como un cosmos miniaturizado, en el que reinan leyes
específicas que escapan al “campo magnético de lo real”. El insularismo utópico es ante todo una actitud mental,
de la que la isla clásica no es sino la representación ingenua. Corresponde a la convicción de que solo una
comunidad al abrigo de las influencias disolventes del exterior puede alcanzar la perfección de su desarrollo;
entraña, evidentemente, una autarquía y una autonomía casi absolutas, discernibles a propósito de los
problemas económicos. El utopista profesa el desprecio del oro y del dinero. En consecuencia, prefieren una
economía cerrada, perfectamente autárquica, que permite excluir el dinero mediante una explotación directa de
los recursos. Por eso, experimentan una auténtica fobia hacia el comercio, considerado parasitario, inmoral y
antisocial. Ese ostracismo de una economía monetaria y del comercio entraña el culto de un sistema
exclusivamente agrícola.
● Otra característica esencial del género es la regularidad. El funcionamiento interno del universo utópico debe ser
impecable como el de un mecanismo de relojería. Por eso el utopista es aficionado a una disposición geométrica,
signo visible del control perfecto y total. Ese gusto por la simetría es un reflejo del amor por el orden llevado
hasta una especie de misticismo.
● Ucronía. Resulta significativo que la utopía no tenga pasado, que no haya llegado a ser tal a consecuencia de una
evolución o, al menos, dicha evolución pertenezca a un pasado mítico, mencionado por mero respecto de la
convención. La utopía es, en un presente definitivo que desconoce el pasado e incluso el porvenir, pues, al ser
perfecta, ya no cambiará. La utopía realizada, edificada en nombre del progreso absoluto niega toda posibilidad
de progreso ulterior: es resueltamente inmovilista, definitiva, al abrigo del tiempo.
● El orden y la legislación deben pues bajar del cielo y no nacer de la historia. Hay un sabio que combina la
clarividencia con el desinterés absoluto. En general, el utopista convierte la ley en auténtico mito, es
institucionalista convencido, razón por la cual va en busca del mejor de los mundos posibles obtenido mediante
un juego sutil y complicado de reglamentos y obligaciones. Se evitan las divergencias: lo que llama la atención es
la unanimidad completa, casi mecánica, de las voluntades, alimentadas por una misma convicción y
encaminadas hacia un mismo fin. La misma aspiración a la uniformidad entraña la igualdad de los ciudadanos y
la supresión de las clases sociales tradicionales.
● Los utopistas recurren siempre a un dirigismo estricto. La utopía es, por naturaleza constrictiva.
● Se propone de buen grado el colectivismo más absoluto. La mayoría de las veces, la familia ha desaparecido del
reino de Utopía; en efecto, la célula familiar constituye fácilmente un núcleo refractario al orden social y hace
que se prefieran los intereses particulares a los de la ciudad. El matrimonio, cuando existe, está sujeto a
reglamentos muy precisos. La propiedad ha desaparecido: como nadie posee nada personalmente, los
almacenes generales suministran a cada uno lo preciso para sus necesidades.
● La felicidad en Utopía es colectiva, no un gozo individual, y, por tanto sospechoso. Todo el mundo será feliz en
ella, pero a condición de serlo con los demás, como los demás, y, sobre todo, ante los ojos de los demás. Pues el
utopista siente horror por el secreto, también él individualista. Así pues lo esencial es mantener a los habitantes
ocupados y agrupados. Toda forma de inacción quedará proscrita. Pero ese trabajo no está destinado a producir
cosas superfluas. El utopista siente horror de la profusión, del despilfarro, de la prodigalidad; es ascético y
detesta el lujo o, mejor dicho, el único lujo utopiano está reservado a las ceremonias públicas que manifiestan la
grandeza de la ciudad en su conjunto.
● Reservan un importante papel a la educación. La pedagogía ofrecerá el mejor medio de acción directa sobre el
material humano a fin de uniformizar las conciencias. La educación queda confiada al Estado.
● Muchas utopías reservan en apariencia un papel importante a la naturaleza, pero se trata de una naturaleza
domesticada, amansada, geometrizada.
● Así pues, la utopía se muestra totalitaria y humanista; totalitaria en el sentido de aspiración a la síntesis, a la
armonía; humanista también, en la medida en que pretende ser creación humana, realizada sin recurrir a una
trascendencia exterior. El utopista manifiesta un innegable optimismo antropológico, que coloca al hombre en el
centro del mundo y lo convierte en dueño de su destino.

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