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El Imperio alemán, resultado de la Unificación alemana y en plena Segunda

Revolución Industrial se convirtió en una gran potencia económica. La Unificación


provocó un Zollverein ampliado, Francia aportó una gran cantidad de dinero en
concepto de indemnización por los perjuicios causados en la guerra, y el gobierno
de Bismarck estableció una política proteccionista, clave para que la industria
despegase.

Aunque la especulación provocó la crisis o primera Gran Depresión del capitalismo


de 1873, Alemania consiguió recuperarse y convertirse en un serio competidor de
Gran Bretaña, ya a finales de la década de los setenta. En vísperas de la Gran Guerra
ya podría ser considerada la primera potencia económica de Europa.

La agricultura alemana se modernizó gracias al uso de las máquinas y de los


abonos y se convirtió en la más productiva de Europa. Alemania disponía, por su
parte, de muchas materias primas y fuentes de energía, especialmente hierro y
carbón. Además, contaba con 50 millones de habitantes hacia 1890, por lo que
poseía una abundante mano de obra y mucha demanda. En el terreno financiero
parece evidente que los bancos alemanes se hicieron enormemente poderosos. La
industria alemana se organizó a través de kartells, es decir, las empresas se
concentraron de forma horizontal en sectores clave: carbón (Gelsenkirchen),
siderurgia (Thyssen), e industria química (Badische Anilin).

En la década de los noventa el desarrollo económico alemán se aceleró. Alemania


se encaramó al tercer puesto mundial en producción de carbón, era la segunda en
producción de acero y la primera en la industria química y en el sector eléctrico.
Este desarrollo se basaba en una potente organización educativa y científica, en
una estructura bancaria que apuesta por la inversión y la planificación
gubernamental en las infraestructuras.

El crecimiento económico provocó en Alemania la necesidad de una expansión


imperialista. Era una potencia que había llegado tarde al reparto del mundo, pero,
en todo caso, consiguió hacerse con un imperio, aunque no de las dimensiones del
británico o del francés. Este imperialismo se aceleró después de que Bismarck
abandonara el poder y triunfara con el káiser Guillermo II la weltpolitik.

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