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Derecho Internacional de Las Acepciones
Derecho Internacional de Las Acepciones
UNIONES DE ESTADO.
En los á mbitos del Derecho Constitucional y del Derecho Internacional hay dos
formas de unió n de Estados: la unió n personal y la unió n real.
Existe unió n personal si el gobernante de un Estado es, al mismo tiempo,
gobernante de otro. O sea si los ó rganos principales de gobierno de Estados diferentes
tienen un titular comú n. Este tipo de unió n se produjo en las viejas monarquías
cuando, en virtud de leyes sucesorias de coronas distintas, una misma persona ocupó
el trono de dos Estados, aunque éstos mantuvieron su propia organizació n e
independencia. En la actualidad no existen casos de unió n personal. Ellas só lo tienen
un valor histó rico. Como ejemplos del pasado pueden citarse a Españ a y Alemania
bajo Carlos V (1520-1556), Inglaterra y Hannover (1714-1837) y Holanda y
Luxemburgo (1815-1890). Algunas de esas uniones se disolvieron por obra de las
mismas leyes sucesorias que las produjeron, que no permitían el reinado de las
mujeres. En otros casos, en cambio, la unió n personal se transformó en unió n real,
como ocurrió con los reinos de Castilla y Aragó n en Españ a o con Inglaterra y Escocia.
La literatura jurídica y política del siglo XIX y principios del XX se ocupó
ampliamente de este tipo de uniones. Jellinek, Brie, Hatschek y otros tratadistas les
dedicaron muchas pá ginas de sus libros.
Las uniones personales se produjeron siempre de manera casual y se debieron a
la aplicació n automá tica de leyes sucesorias de distintos Estados. Lo característico de
estas uniones fue que, no obstante la comunidad del titular del principal ó rgano
gubernativo estatal, los Estados por ellas vinculados se mantuvieron como entidades
políticas distintas, regidas por ó rdenes jurídicos independientes. Por tanto, el
gobernante que les fue comú n tuvo dos personerías jurídico-políticas enteramente
desligadas entre sí: una con relació n a cada Estado. Estas personerías obraron por
separado y sus actos surtieron efectos exclusivamente con respecto al Estado para el
que fueron celebrados. De modo que no hubo actos jurídicamente comunes ni
interferencias entre los Estados. El gobernante ejerció dos autoridades diferentes y
tuvo dos voluntades políticas.
Lo cual significa que no existió vinculació n orgá nica entre los Estados puesto
que lo ú nico que tuvieron en comú n fue la persona del gobernante.
La unió n real es diferente. No es el fruto de un acto casual sino de una decisió n
deliberada y conscientemente adoptada. Se da siempre que dos o má s Estados se
articulan entre sí con el propó sito de cumplir determinadas finalidades comunes, que
ordinariamente se refieren a la defensa nacional y a la gestió n de los asuntos
exteriores bajo la conducció n de ó rganos de gobierno compartidos.
La unió n real no entrañ a el nacimiento de un nuevo Estado sino la creació n, a
través de sendas reformas constitucionales, de ciertas instituciones gubernativas
comunes. Los Estados por ella vinculados no pierden su soberanía por el hecho de la
coalició n sino que la limitan en aquellos temas que, como el de la política exterior u
otros, han decidido manejarlos de comú n acuerdo y por medio de ó rganos
compartidos.
En consecuencia, la distinció n fundamental entre la unió n personal y la unió n
real es que, a diferencia de aquélla, ésta determina para los Estados coligados no
solamente la comunidad del titular del ó rgano sino la del ó rgano mismo, con lo que se
vuelve evidente el cará cter institucional de esta unió n.
Si bien la unió n real se origina en un pacto o tratado internacional, sus efectos
jurídicos comprometen directamente el Derecho Constitucional de los Estados
asociados puesto que el hecho de que ellos decidan en un momento dado tener
ó rganos de gobierno comunes y leyes que regulen esa comunidad no puede ser
ignorado por su ordenamiento jurídico.
Esta unió n, sin embargo, no tiene la fuerza ni la estabilidad ni la profundidad ni
tampoco la duració n que caracterizan al Estado federal o a la confederació n de
Estados, puesto que es una unió n circunstancial.
La má s importante de las uniones reales y probablemente la má s poderosa y
mejor lograda de todas fue la de Austria, Hungría, que duró desde 1867 hasta 1918.
Sus fundamentos jurídicos se encuentran en la Pragmá tica Sanció n de 1723 que
estableció el derecho hereditario de los Habsburgos a la corona de Hungría mientras
existan descendientes de Leopoldo I y que declaró ademá s que los países y las
provincias que estén sometidos al mismo soberano será n poseídos en forma
inseparable e indivisible. Y en 1867, después de vencer la resistencia de Hungría, el
emperador Francisco José de Austria convirtió a esos países en el Imperio Austro-
hú ngaro, cuyo soberano tomó el título de Emperador de Austria y Rey Apostó lico de
Hungría.
El acuerdo que dio nacimiento a esa unió n, contenido en dos leyes de orden
constitucional, dispuso que los asuntos a resolver por gestió n comú n de los dos países
eran la política exterior, las cuestiones militares y los asuntos de hacienda, para lo cual
se unificaron e integraron conjuntamente los respectivos ministerios, sin perjuicio de
que cada Estado mantuviese en lo demá s sus propias instituciones políticas, tales
como la Constitució n, el parlamento, los otros ministerios, etc.
Otro caso de unió n real de Estados fue el de la Repú blica Á rabe Unida (RAU)
formada en 1958 por Egipto y Siria, bajo la inspiració n del líder egipcio Gamal Abdel
Nasser, y deshecha en 1961 por la separació n de este ú ltimo país. En virtud de ella se
unificaron la jefatura del Estado y los ministerios de asuntos exteriores, de guerra y de
finanzas, se adoptó una misma bandera y se reconoció la igualdad de derechos a los
ciudadanos de los dos Estados.
Cosa parecida hicieron Tanganyika y Zanzíbar en el sureste de Á frica. Tras el
plebiscito celebrado el 26 de abril de 1964, en el que se aprobó el tratado de unió n
real, los dos Estados formaron la Repú blica Unida de Tanzanía, que fue admitida como
nuevo miembro en la Organizació n de las Naciones Unidas (ONU) el 1º de noviembre
1964.
Unió n real fue también la constituida el 17 de abril de 1971 entre Egipto, Libia y
Siria, por la cual se formó la Unió n de las Repú blicas Á rabes, cuyo instrumento
constitutivo fue firmado por Anwar el Sadat, Presidente de Egipto, Muammar el
Khadaffi, Presidente de Libia, y Hafez el Assad, Presidente de Siria.
Segú n tal documento, los Estados coligados establecieron como ó rganos
comunes de gobierno:
1. El Consejo Presidencial de la Unió n, integrado por los jefes de Estado de
los tres países, encargado de ejercer la funció n ejecutiva de la Unió n de Repú blicas
Á rabes.
2. La Asamblea Nacional compuesta por igual nú mero de representantes de
los parlamentos de cada Estado, a cuyo cargo estuvo el ejercicio de la funció n
legislativa; y
3. La Corte Constitucional formada por dos delegados de cada uno de los
Estados, cuya misió n fue la de pronunciarse acerca de la constitucionalidad de las
leyes y dirimir las disputas entre las autoridades e instituciones de la Unió n.
A partir de 1973, debido a los conflictos internos entre los tres países, la Unió n
perdió fuerza y en 1974 ella se disolvió fá cticamente.
La má s reciente unió n real fue la constituida el 14 de marzo del 2002 entre
Serbia y Montenegro (que fueron parte de la antigua Yugoeslavia) mediante el
acuerdo suscrito, bajo la inspiració n de la Unió n Europea, por Vojislav Kostunica,
Presidente de Serbia, y Milo Djukanovic, Presidente de Montenegro. La unió n creó un
presidente comú n, un parlamento unicameral, un consejo de ministros y una corte de
justicia. Estableció como las principales competencias conjuntas la gestió n de las
relaciones exteriores, la defensa nacional, la conducció n de las transacciones
econó micas con el exterior y la protecció n de las minorías. En el momento de la unió n
Serbia tenía 10’057.290 habitantes y Montenegro 640.000.
El acuerdo tuvo un plazo de tres añ os, después de los cuales los dos Estados
pudieron recurrir a procedimientos institucionales para independizarse y cambiar su
vinculació n jurídica.
EL FEDERALISMO.
El federalismo es una doctrina política que busca que una entidad política u
organizació n esté formada por organismos (estados, organizaciones, agrupaciones,
sindicatos, etc) que se asocian delegando algunas libertades o poderes propios a otro
organismo superior, si no a quien pertenece la soberanía (Estado federado o
federació n) y que conservan una cierta autonomía, ya que algunas competencias les
pertenecen exclusivamente. En otras palabras, es un sistema político en el cual las
funciones del gobierno está n repartidas entre un grupo de Estados asociados, en
primer lugar, que luego delegan competencias a un Estado federal central.
Estados federales.
Algunos países con regímenes federales son: Austria, Alemania, Argentina,
Bélgica, Brasil, Birmania, Estados Unidos, India, México, Pakistá n, Rusia, Venezuela,
Suiza (que a pesar de llamarse Confederació n Helvética funciona como una
federació n).
Sin embargo, Españ a, Italia y el Reino Unido son Estados descentralizados. Su
organizació n territorial tiende a parecerse al federalismo. La reforma constitucional
en curso en Italia tiene por objetivo convertir al país en una repú blica federal.
De entre los grandes Estados de la Unió n Europea, Francia es el país menos
descentralizado. No obstante, desde la revisió n constitucional del 28 de marzo de
2003 una gran parte de las responsabilidades sobre transporte y educació n han sido
descentralizadas.
La Unió n Europea es una confederació n (ver federalismo europeo). Las
Naciones Unidas no son má s que una asociació n intergubernamental, pero si se tiene
en cuenta el conjunto de tratados que forman organizaciones como la OMC, la FAO, el
FMI, etc., se obtiene un resultado similar a una federació n.
ESTADOS EN SITUACIÓN PARTICULAR.
EL VATICANO.
Hubo dos estrategias críticas distintas respecto del Vaticano y el Papa ante esa
visita de Estado al Reino Unido. Por un lado, había quienes atacaban la estatalidad del
Vaticano, diciendo que el Vaticano no cumple con las condiciones para ser un Estado
de acuerdo con el derecho internacional. Desde el punto de vista del derecho
internacional, sin embargo, el Vaticano es un Estado reconocido como tal desde la
firma del tratado de Letrá n de 1929, que tiene los elementos necesarios para ser
considerado como Estado (territorio, població n y gobierno), es reconocido por otros
Estados, participa en organizaciones internacionales (aunque no es miembro, sino
solo observador permanente de las Naciones Unidas) y es parte en varios tratados
internacionales. Por otro lado, estaban quienes pretendían que se quitará el
reconocimiento del cará cter de Estado para el Vaticano, con fundamento en que la
estatalidad de la Ciudad del Vaticano amparaba situaciones que no merecían ser
protegidas con el manto del Estado, incluyendo responsabilidad por vergonzosos
crímenes cometidos por miembros de la Iglesia. Coincido con Dapo Akande, que ha
escrito un buen post sobre el tema en EJIL: Talk!, en que los argumentos jurídicos para
defender estas posiciones son débiles, no só lo porque el Vaticano cumple las
condiciones jurídicas para ser un Estado, por má s pequeñ o e inusual que sea y con
independencia de las simpatías o antipatías que generen sus políticas, sino también
porque un cambio de esa condició n no necesariamente afectaría a la influencia de la
glesia en la política internacional y porque tanto los miembros de la Iglesia como la
Iglesia misma está n sometidos a las jurisdicció n de los Estados donde operan y son
responsables de sus actos segú n el derecho de esos Estados.
«En la propia Introducció n del Sumo Pontífice a la Ley Fundamental del Estado
Ciudad del Vaticano de 2000 se justifica la adopció n de la nueva Ley en la necesidad
de adecuar el Estado de la Ciudad del Vaticano “cada vez mejor a los fines
institucionales del mismo, que existe como conveniente garantía de la libertad de la
Sede Apostó lica y como medio de asegurar la independencia real y visible del Romano
Pontífice en el ejercicio de Su misió n en el mundo”. Ya anteriormente se había
destacado que el
“Estado de la Ciudad del Vaticano es soberano, pero no posee todas las
características ordinarias de una comunidad política. Se trata de un Estado atípico:
existe para la conveniente garantía del ejercicio de la libertad espiritual de la Sede
Apostó lica, esto es, como medio para asegurar la independencia real y visible de la
misma en su actividad de gobierno a favor de la Iglesia Universal, como también de su
actividad pastoral dirigida a todo el género humano; no posee una sociedad propia
para la cual haya sido constituido, ni siquiera se basa sobre las formas de acció n social
que determinan de ordinario la estructura y la organizació n de cualquier Estado.
Ademá s, las personas que colaboran con la Sede Apostó lica, o incluso cooperan en el
gobierno dentro del Estado de la Ciudad del Vaticano, no son, salvo pocas excepciones,
ciudadanos de éste ni, en consecuencia, tienen los derechos y las obligaciones (en
particular las tributarias) que ordinariamente nacen de la pertenencia a un Estado”.
La diplomacia y las actividades internacionales del Papa no derivan de la
soberanía territorial vaticana, sino de ser cabeza de la Iglesia Cató lica. Los
diplomá ticos extranjeros está n acreditados ante la Santa Sede en nombre de la Iglesia
Cató lica y no en nombre de la Ciudad del Vaticano y los lazos diplomá ticos existen con
la Iglesia Cató lica y no con el Vaticano. Es má s, cuando el Vaticano ha suscrito
directamente un tratado internacional, bien en atenció n a la repercusió n territorial o
espacial, bien a la trascendencia estrictamente jurídica o econó mica del mismo,
inmediatamente se hace referencia a la Santa Sede como representante internacional
del sujeto contratante. En otros supuestos, en atenció n a la posible aplicació n del
acuerdo sobre el Estado de la Ciudad del Vaticano, la Santa Sede se adhiere a la
convenció n de que se trate en nombre de esta ciudad. Así, por ejemplo, podemos citar:
el Convenio monetario de 2001 celebrado entre la Repú blica Italiana, en nombre de la
Comunidad Europea, y el Estado de la Ciudad del Vaticano y, en su nombre, la Santa
Sede; el Tratado de no Proliferació n Nuclear, en el que la Santa Sede actú a en nombre
y por cuenta del Vaticano; la Convenció n contra la tortura y otros tratos o penas
crueles, inhumanos o degradantes de 1987, respecto del cual la Santa Sede se adhiere
en nombre de la Ciudad del Vaticano y se compromete a aplicarlo en la medida en que
resulte compatible, en la prá ctica, con la naturaleza peculiar de este Estado . Como ha
sido señ alado, la misma Santa Sede fue abandonando paulatinamente la praxis
utilizada en el período sucesivo al Pacto lateranense de personificarse bajo el título de
Ciudad de Vaticano. Las razones del cambio de política son principalmente dos: en
primer lugar, porque no convenía ni respondía a la naturaleza e intereses de la Santa
Sede subrayar una subjetividad la vaticana que, a la larga, hubiera podido
ensombrecer la suya propia y, en segundo lugar, porque detrá s de cualquiera de esos
dos títulos el ente real con el que se contraen derechos y las obligaciones
internacionales es siempre el mismo, la Santa Sede.
CONCLUSIÓN.
https://www.enciclopediadelapolitica.org/
https://es.wikipedia.org/wiki/Federalismo
https://aquiescencia.net/2010/09/23/el-estado-vaticano/
es.scribd.com>doc>Tema-i-conce
es.scribd.com>document>LA-NA
www.unicef.edu.pe>lumen15-2
concepto.de>derechointernacional