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ALGUNAS REFLEXIONES EN TORNO A LAS BONDADES

DEL NOTARIADO LATINO

Por Gabriel B. Ventura*

INTRODUCCIÓN

Entre los sistemas notariales que existen en el derecho comparado, podemos


mencionar tres tipos básicos. El sistema anglosajón o libre, el notariado administrativista
soviético y el notariado tipo latino1. Los dos últimos se caracterizan por hacer nacer un
documento auténtico, como veremos más adelante, mientras que el primero (notariado li-
bre o anglosajón) genera un documento que exige otros aportes probatorios a la hora de
hacerlos valer.

El Código Civil argentino funciona básicamente presuponiendo un instrumento no-


tarial auténtico, para lo cual adopta el sistema tipo latino 2. Este sistema es el que sobre-
sale por sus características y seguridad, lo que no constituye una apreciación tendencio-
sa o interesada de algún sector, sino que es fruto de una calificación científico jurídica,
con un nutrido respaldo doctrinario y hasta histórico. Pero obviamente para seguir mante-
niendo dicho prestigio, se hace necesario que los notarios tomen conciencia de la distin-

*
Prof. Titular de Derechos Reales de la Universidad Nacional de Córdoba; Profesor Titular de Derecho No-
tarial de la Universidad Nacional de Córdoba, Profesor Titular de Derecho Notarial de la Universidad Católi-
ca de Córdoba.
1
En realidad existen también otros, como el germánico y el notariado judicial, pero en los tres tipos enun-
ciados pueden sintetizarse básicamente las principales tendencias. Ver sobre el punto BELLVER CANO,
Antonio “Principios de régimen notarial comparado”, Ed. Victoriano Suárez, Madrid, pág. 19 y ss. Igualmen-
te hay una completa síntesis en Carlos E. GONZÁLEZ en su “Derecho notarial”, Ed. La Ley, Bs. As. págs.
102 a 104.
2
Sin dudas la decisión del legislador se vio influida por la reciente sanción de la ley orgánica del notariado
español de 1862, que distingue y clasifica los principios de manera tan clara que se la considera el primer
documento legal en el que aparece de manera armónica un notariado tipo latino, junto con la ley francesa
del 25 ventoso. Hasta el doctrinario concepto de protocolo como “la colección ordenada de escrituras públi-
cas matrices otorgadas en un año” ha sido tomado del art. 17 de la ley orgánica del notariado español de
1962.
2

ción que para ellos representa el estar incluídos y ser protagonistas de tan
importante menester3.

Se destaca en el sistema latino la figura del notario como un funcio-


nario público más4, lo que ha merecido el elogio de la doctrina internacio-
nal, al punto tal que, a pesar de haber nacido en la Europa continental, lo
que le valió su denominacion de “notariado latino”, se ha extendido por
varios países, aun a los sistemas de tradición anglosajona, como EEUU
de Norteamérica5, en donde lo están incorporando de manera paulatina,
al igual que en Japón y China.

Las características principales del sistema quedan plasmadas en


los llamados principio del notariado latino que, amén de constituir los
“principios propios” que se exigen para poder considerar el derecho nota-
rial como una rama autónoma de la ciencia jurídica, sin dudas son los que
dan el fundamento de la seguridad y certeza que le son inmanentes.

PRINCIPIOS DEL NOTARIADO LATINO

3
En nuestras clases denominamos esa toma de conciencia como “el orgullo funcional” y
le atribuímos el efecto psicológico notarial de colocar una valla frente a la corrupción y
deformación de los fines notariales. Quien siente verdadero orgullo de haber sido admiti-
do en la función notarial difícilmente se preste a la mentira y a la estafa; fraudes y simula-
ciones.
4
Existe discusión doctrinaria en torno a la naturaleza de funcionario público del notario.
Mientras algunos sostienen que se trata de un profesional del derecho en ejercicio de
una función pública; para otro sector, en el que nos enrolamos, el notario es funcionario
público justamente por ejercer esa función pública. Esta última pareciera ser, por otra
parte, la postura de nuestro ilustre codificador Dalmacio Vélez Sársfield, cuando coloca
como ejemplo de funcionario, en la nota al art. 1112 a los escribanos públicos.
5
A decir verdad, la adopción por parte de algunos estados en Estados Unidos del siste-
ma notarial latino obedece, en algunos casos a razones histórica, como ocurre con Lui-
siana y en otros por decisiones puramente políticas, como ocurre, por ejemplo, con la in-
corporación de un “notario civil” en el quehacer jurídico de Nueva York, que obedece sólo
a la necesidad de que los títulos provenientes de ese estado puedan ofrecerse en garan-
tía en Europa, en donde exigieron títulos con más fuerza probatoria para posibilitar la ce-
sión de hipotecas por efecto de la “securitización”.
3

Cuando hablamos de principios, en el ámbito jurídico, no lo hace-


mos en el sentido de los “prima principia” de los grandes lógico griegos,
como lo serían el principio de no contradicción (“nada puede ser y no ser
al mismo tiempo”) o el de razón suficiente (“todo lo que es tiene una razón
suficiente de ser”). Ello sería una ambición desmedida si se atribuye a una
ciencia de tendencias como es el derecho, carente por completo de la
precisión y contundencia de las ciencias exactas. Con la palabra “princi-
pios”6 en el ámbito del derecho, no hacemos más que rotular determina-
dos efectos o características de un sistema; podríamos decir que, en ge-
neral, los principios en el derecho no son más que expresiones técnicas
que, sin dudas, hacen un importante aporte a nuestra disciplina; pero dis-
tan bastante de ser esos principios básicos y evidentes que no se de-
muestran sino que, como dice González y Martínez, simplemente se
muestran ya que surgen por su propia evidencia7.

Sin entrar a analizar todos los principios, cuyo número y denomina-


ción varían según el autor y excedería demasiado los propósitos de este
breve ensayo, podríamos mencionar como los más importantes los si-
guientes:

FE PÚBLICA:

6
En materia de derecho registral, se atribuye la consagración de los llamados principios
hipotecarios a González y Martínez, Jerónimo, con sus “Principios Hipotecarios”, que co-
menzó a publicar, en el año 1929, la “Revista Crítica de Derecho Inmobiliario”, Madrid,
España. Ver recopilación de los trabajos de González y Martínez publicados en la Revis-
ta Crítica de Derecho Inmobiliario, Ed. de la Asociación de Registradores de la Propie-
dad, 1931, Madrid, España.
7
González y Martínez, Jerónimo, Ob.Cit. pág. 1 El citado autor reflexionando sobre lo
que estamos analizando en el texto dice que principio es “...el punto de partida o base
discursiva que, si es fundamental para las demás verdades estudiadas, no tiene funda-
mento dialéctico o no lo necesita por su propia evidencia”. Sobre el punto es muy reco-
mendable también López de Zavalía, Fernando; “Curso Introductorio al Derecho Regis-
tral”, Ed. Zavalía, Bs.As. 1983, pág. 287, 288 quien defiende y fundamenta el aporte
científico de los principios, haciendo un prolijo y sintético análisis de las diversas acepcio-
nes que le ha dado la doctrina a la palabra “principio”.
4

La expresión “fe” es genérica y de ella pueden encontrarse diver-


sas manifestaciones.

En primer lugar corresponde aclarar que tener fe no es tener segu-


ridad o conocer a ciencia cierta; todo lo contrario, si existe la posibilidad
de comprobar la verdad de un hecho, sea científicamente o por contacto o
asistencia directa al momento de su producción, ya no debe hablarse de
fe; allí hay conocimiento a ciencia cierta. Ese conocimiento, si bien reper-
cute en la certeza subjetiva de la existencia del hecho y como tal merece
nuestra total aceptación, no configura el elemento típico del instrumento
público, dado que la fe que nos interesa desde el punto de vista documen-
tal es la que juega para toda la comunidad, no sólo para los asistentes a
un acto determinado.

Justamente hablar de fe implica conocer por medios indirectos; en


nuestro caso el documento público. En tal sentido podemos decir que no
hay persona, por más agnóstica que se pregone, que no realice cotidiana-
mente actos de fe. Es decir creer sin tener el conocimiento a ciencia cier-
ta8 en los hechos narrados, en la existencia de Dios, etc. Tanto nuestra
nacionalidad, como nuestra filiación, el valor de nuestra moneda (fiducia-
ria) y en general todos los conocimientos científicos que no nos detene-
mos a comprobar técnicamente, son actos de fe. Resultaría imposible, al
hombre de hoy, avanzar socialmente sin tener un punto de partida ya ad-
mitido, aunque no comprobado.

Llega a decir Fernández Casado, en hermosa frase, que “El hom-


bre es un ser limitado y condicionado por el tiempo y por el espacio. Si no

8
En nuestras clases al tratar este tema expresamos a los alumnos que si hay algún ex-
tranjero en el aula que por favor levante la mano. Los alumnos comienzan a mirarse en-
tre ellos y generalmente negando con la cabeza nadie levanta su mano. Allí aprovecha-
mos para concluir: acaban Uds. de demostrar que son personas de fe; pues esa verdad,
que constituye su nacionalidad, sólo ha llegado a vuestro conocimiento a través de actos
de fe, ya que nadie ha asistido consciente a su nacimiento por lo que no puede saber, a
ciencia cierta, dónde se produjo el alumbramiento, ni su fecha, ni la filiación.
5

pudiera conocer otras verdades que las que por sí, propia y directamente
percibiera, bien escaso sería su patrimonio intelectual”9.

“Fe” proviene de la palabra latina “Fides” y esta deviene de “facere”


(hacer), lo que se justifica dada su vinculación con hechos en sentido sus-
tantivo. Por otra parte también se le encuentra vinculación a la raíz latina
“fides” con la expresión griega “peithein” que significa “convencer o asistir
al hecho o dicho ajeno”.

Divisiones de la Fe:

Tradicionalmente se distinguen tres manifestaciones de fe:

FE DIVINA: Es aquella que alude a la creencia en un ser supremo, Dios


con sus preceptos. Concretamente la fe religiosa, que nos permite cono-
cer sin comprobar a ciencia cierta aquello en lo que creemos.

Esta fe, según el evangelio, es un don divino que hay que merecer.
Recordemos que cuando los discípulos preguntan a Jesús porqué habla
en parábolas él les responde; “para que no entienda quien no deba en-
tender, no sea que crean y sean salvos”. Obviamente, esta manifesta-
ción, no tiene relación con nuestra disciplina, como no sea por la conduc-
ta que imponen las religiones a sus feligreses que, también repercutirá di-
recta o indirectamente en el obrar de quienes tienen a su cargo el ejerci-
cio de la dación de fe.

FE HUMANA:

Esta manifestación de la fe es la relacionada con nuestra derecho


notarial. Puede a su vez dividirse en fe privada o particular y fe pública.

9
FERNANDEZ CASADO; “Tratado de Notaría”, Tomo I, pág 345
6

Como ejemplo de la primera pueden considerarse en su manfiestación


vulgar los ejemplos que hemos dado más arriba en general. Pero atenién-
donos más a lo jurídico podríamos mencionar la “fides promitio” que con-
siste en la creencia en el cumplimiento de lo convenido. Téngase presen-
te que no todo el que contrata pretende el cumplimiento de las obligacio-
nes contraidas por la otra parte por vía judicial (ejecución compulsiva, art.
505 del Código Civil, en sus tres incisos), sino que espera una realización
normal y espontánea de la prestación.

La fe pública, en un sentido no muy científico, podría aplicarse,


como explica Giménez Arnaud, y utilizando las generalidades que hemos
sintetizado al referirnos a la fe en abstracto, que es un creer o convencer-
se desde el punto de vista colectivo10. En ese sentido la usamos cuando
decimos, por ejemplo, que el pueblo tiene fe en su gobierno, o cuando un
equipo deportivo tiene fe en el triunfo, etc. Pero es evidente que no es ese
el sentido más jurídico que se le puede atribuir a la expresión “fe pública”.

Desde el punto de vista del derecho, la fe pública se relaciona con


VERDAD IMPUESTA, VERDAD OFICIAL. No creemos en un instrumento
público porque espontáneamente lo hagamos, sino por que la ley, que im-
pera en el mundo de los hechos, nos obliga a hacerlo. Ello es así a tal
punto que quien no quiera aceptar esa verdad, deberá proceder de mane-
ra especial mediante la llamada “redargución de falsedad” para poder re-
cién, una vez triunfante de su cometido, desconocerla jurídicamente.

Por otra parte la fe, en sus dos manifestaciones (pública y privada)


se relaciona íntimamente con el principio jurídico de buena fe; aquella que
debe reinar en la celebración, interpretación y ejecución de los contratos,
según expresa el art. 1198 del Código Civil y que no es más que la recep-
ción del brocárdico romano “malitatis hominis non est indulgendum”.

10
GIMENEZ ARNAU, Enrique; “Derecho Notarial”, Ed. Universidad de Navarra S.A., pág.
37.
7

También objeto de tutela en el Código Penal, a partir del art. 282 (Delitos
contra la fe pública).

Giménez Arnau expresa, en fin, que “Fe pública es la función espe-


cífica de carácter público, cuya misión es robustecer con una presunción
de verdad los hechos o actos sometidos a su amparo”11.

Entre los diversos sentidos que pueden atribuírsele a la palabra


“fe”, aparecen: creencia, convicción, persuación, certeza, seguridad, con-
fianza, etc. Lo interesantes es que todas estas palabras tienen en común,
si analizamos detenidamente su significado, que explican o determinan
una relación de verdad entre el hecho y el dicho12.

Tanto en la vida pública como en la privada, la fe pública realiza un


aporte vital. La necesidad de justicia, paz y orden social, objetivos primor-
diales del derecho, se vería seriamente enervada si las leyes no pudieran
aplicarse coercitivamente. Es necesaria una base real, una garantía de
verdad que permita aplicar el derecho en concordancia con la ley. Sin esa
base real, esa realidad impuesta, de contenido incuestionable y que no
nos es dable desconocer, ninguna ley, reglamento, sentencia o documen-
to imperativo tendría vigor como tal. Es merced a la certeza de su conteni-
do que puede imponerse. Si tuvieramos dudas de su autenticidad, comen-
zaríamos por no acatarla.

Desde el punto de vista de las relaciones privadas, para aclarar el


importante aporte del instrumento público en la vida jurídica de los pue-
blos, esquematizaremos las relaciones que pueden existir en la faz proba-
toria entre el dicho y el hecho, según si el instrumento que intenta probar
un hecho sea público o privado. Proponemos tres situaciones:

11
GIMENEZ ARNAU, Enrique; Ob.Cit. pág. 38.
12
FERRNANDEZ CASADO; Ob.Cit., pág.142.
8

1- En los instrumentos privados, la relación entre lo dicho y el hecho, en


cuanto a la verdad expresada, sólo tiene eficacia entre las partes,
pues ellas han asistido a la producción del documento y a cada uno
de los puntos pactados y hechos acaecidos durante la celebración del
acto (sirve de ejemplo lo sentado en cuanto a fecha cierta en los arts.
1034 y 1035 del Código Civil). Su eficacia, en estos casos, es sólo en-
tre partes o “erga aliquis” (respecto de algunos).

2- En los instrumento privados, planteado un conflicto, las partes pueden


acudir a elementos probatorios que convenzan a terceros (jueces o
terceros interesados). Allí la relación entre lo dicho y el hecho aparece
comprobada con posterioridad a su producción por medios comple-
mentarios y de manera cierta. Su eficacia ahora sí, una vez obtenido
un pronunciamiento previo, lo es también respecto de terceros o “erga
omnes” (respecto de todos).

3- En los instrumento públicos, por efecto de la fe pública del autorizan-


te, la relación entre lo dicho y el hecho aparece como una verdad im-
puesta por el sistema y no es dable ni al juez ni a las partes descono-
cer su contenido y veracidad. El acto instrumentado, por la fe plasma-
da en el instrumento, tendrá “ab initio” efectos “erga omnes”13. Por ello
los procesalistas, en estos casos, se refieren a la “prueba preconstitui-
da”. En los instrumentos públicos las diligencias probatorias quedan
totalmente concluidas con la sola presentación del documento14.
13
Los instrumentos públicos comienzan por probarse a sí mismos, se presumen auténti-
cos, luego de ello recién prueban respecto de su contenido (“scripta publica probant se
ipsa”); pero en su faz operativa, para que realmente así se de, exigiremos que tengan
“apariencia” o sea el aspecto exterior apropiado (filigranas gráficas, tinta adecuada, papel
apropiado, etc.) y “regularidad”, o sea que el acto no sea manifiestamente alejado de la
legalidad. Como ejemplo de acto no regular podríamos poner una compraventa entre
cónyuges. Cuando el acto adolece de apariencia o de regularidad, pierde la presunción
de autenticidad; pero recavemos que no estamos diciendo que deje de serlo, sino que
pierde su presunción, en razón de lo cual será menester un pormenorizado análisis antes
de atribuirle efecto jurídico alguno.
14
Es lo que determina lo absurdo de la actitud en los procesos judiciales de citar a los
notarios a reconocer la firma. Si es instrumento público vale per se. Hasta la definción
que damos en nuestras clases hace especial hincapié en que el documento es completo
9

En este último punto aparece científicamente el aporte del notaria-


do a la vida jurídica. Como puede advertirse es una consecuencia extrai-
da con un silogismo puro y claro. De nuestra parte siempre hemos rene-
gado de esas expresiones, casi diríamos púramente poéticas, que se
usan en doctrina en el ámbito notarial, como la de quienes dicen que la fe
pública es “lo que da vida al documento notarial”. Creemos que, como
toda ciencia, más alla de la utilización de metáforas que embellecen has-
ta las expresiones más frías del razocinio, debemos utilizar criterios lógi-
cos en la valoración de sus aportes. El derecho notarial no es sólo arte.

Autenticidad:

En un sistema notarial tipo latino aparece el instrumento público no-


tarial como instrumento auténtico, con todas las connotaciones jurídicas
que ello implica, lo que no ocurre con el sistema notarial anglosajón, en el
que el documento forzosamente requiere, en el proceso, otros elementos
probatorios para dejar acreditado su contenido. Ahora bien para que ese
documento notarial sea auténtico no basta con denominarle escritura pú-
blica ni enumerarlo entre los instrumentos públicos, como lo hace el art.
979 del Código de Vélez Sársfield, sino que necesariamente debe estar
rodeado de una serie de características que el Codificador da por senta-
das y que son las que permiten cumplir con ese principal cometido: su in-
dubitada autenticidad.

El documento notarial (escritura pública) es instrumento público, lo


que significa que no puede ser contradicho ni desmentido sin la redargu-
ción de falsedad, un procedimiento especialmente encaminado a destruir-
lo y que involucra necesariamente al funcionario autorizante del acto,

por lo que no necesita ningún otro aporte probatorio para probarse a sí mismo. Decimos
que instrumento público es el otorgado por un oficial público, en ejercicio de su atribución
fedataria, con la formalidades exigidas por ley y que por eso es auténtico y completo.
1

pues se le estaria imputando de falsedad (art. 993 del C.C. y 244 del Cód.
de Proc. de Cordoba y 395 del Código Procesal de La Nación). La escritu-
ra pública comienza por probarse a sí misma, según reza el brocárdico
“scripta publica probant se ipsa” y ello posibilita tener una seguridad jurídi-
ca total, la misma de la que gozan los instrumentos públicos judiciales y
administrativos15 y quien quiera contradecirlo debe probar su falsedad.

Como bien manifiestan los autores “el legislador sustrae al juicio


del juez la comprobación de la certeza del hecho mientras el documento
no se impugne por acción de falsedad”16. Ello reporta gran utilidad a la se-
guridad tanto estática, como dinámica o del crédito. Los bancos aprecian
de manera especial la valía de los instrumentos públicos acreditativos de
la titularidad dominial e hipoteca a la hora de otorgar los créditos, porque
saben muy bien que se está ante el instrumento más seguro puesto a dis-
posición por el Código Civil y que será excepcional el supuesto en que
pueda ser atacado o no resultar idóneo a los fines de acreditar el dominio
o de ejercer un acción hipotecaria.

Por otra parte, el propietario de bienes inmuebles tiene la certeza


de que continuará siendo “dominus” mientras no sea notificado de alguna
acción judicial en su contra, lo que significa gozar de la llamada “seguri-
dad estática” o, como le denomina Vallet de Goytisolo “seguridad del de-
recho subjetivo”. Esta seguridad estática es vital en un sistema que, como
el nuestro, erige la propiedad privada en un principio básico de raigambre
constitucional (art. 17 de la Carta Magna)17.

Obvio es que para encomendar al notario la confección de títulos


tan importantes para la paz social y la seguridad, se le exige su formación
como profesional del derecho. Se requiere pues un graduado con título

15
GONZALEZ, Carlos E. “Derecho Notarial”, Ed. La Ley, Bs.As. 1971, pág. 214, 215.
16
PELOSI, Carlos; “El Documento Notarial”, Ed. Astrea, Bs.As. 1980, pág. 90.
17
VENTURA, Gabriel B. “Tracto abreviado registral”, Ed. Hammurabi, Bs. As. 2005, pág.
24.
1

universitario18, cuyos estudios, en algunos casos, como lo es en nuestra


provincia de Córdoba, supera a los títulos de grado de la escuela de abo-
gacía, ya que implica una mayor carga de asignaturas y una preparación
práctica especializada. Ello asegura y garantiza la pericia e idoneidad
para generar un instrumento con tan importante función19.

En otro sentido el notario latino, como dijimos, es funcionario públi-


co, ya que, más allá de las discusiones doctrinarias en cuanto a su carác-
ter funcional, nadie duda de que al menos la función que desempeña es
de carácter público, colaborando incluso, como agente de retención, en la
percepción de los tributos por parte del Estado. Puede leerse en el maes-
tro Mustapich “El escribano es un funcionario público...”20; y más adelante
agrega “Los escribanos son agentes del Fisco para velar por el cumpli-
miento de las leyes de impuestos en relacion a los actos en que intervie-
nen...”21.

Extraneidad:

Este principio es de gran trascendencia para colaborar en la valía


del instrumento público notarial. La función notarial exige que quien la de-
sempeñe no tenga interés alguno comprometido en el acto negocial.
Nuestro Codificador, con pleno conocimiento de esas exigencias, expre-
samente consagró este principio en el art. 985 del Código Civil, cuando
dispuso que “Son de ningún valor los actos autorizados por un funcionario

18
Art. 1, ley 4183 (De ejercicio del notariado): “Para acceder al ejercicio del notariado se
requiere: (...) c) Poseer título habilitante de notario expedido por Universidad
Argentina...”.
19
Resta remarcar que, para más, amén del título especializado (que hoy otorgan varias
universidades en la ciudad de Córdoba: Nacional de Córdoba, Católica de Córdoba y
Blas Pascal), el aspirante al ejercicio notarial todavia deberá aprobar un concurso de an-
tecedentes u oposición por ante el Tribunal de Calificaciones Notarial de la Provincia,
que elabora una lista de orden de méritos conforme al puntaje obtenido por cada aspiran-
te. El Tribunal de Calificaciones Notarial constituye el primer antecedente provincial de
asignación de funciones públicas por concurso.
20
MUSTAPICH, José M. “Principios generales de la responsabilidad civil de los escriba-
nos”, Ed. Abeledo, Bs.As. 1936, pág. 17.
21
MUSTAPICH, José M. Ob.Cit., pág. 130.
1

público en asunto en que él o sus parientes dentro del cuarto grado fue-
sen personalmente interesados...”

El legislador no quiere que la verdad impuesta del instrumento pú-


blico, pueda verse comprometida por intereses personales del funcionario
(sea juez, autoridad administrativa o notario). De nuestra parte estima-
mos, y así ha surgido como pronunciamiento de las XIIIº Jornadas Nota-
riales Cordobesas22, que la norma debe interpretarse en sentido amplio
considerando que cada vez que el notario vea comprometida su imparcia-
lidad, debe abstenerse de intervenir en la formalización del acto.

Como puede advertirse, tanto este requerimiento como otros asig-


nados a la función notarial, no surgen de manera objetiva, sino que parti-
cipan de sentimientos internos del notario. De ahí la importancia de una
excelencia en cuanto a la formación y al grado de compromiso moral con
la función encomendada que debemos exigir en los notarios latinos.

Principio de registro:

Este principio se involucra también en el tema que analizamos,


pues el funcionario notarial tiene a su cargo la formación, guarda y cuida-
do de un bien del Estado, cual es el protocolo notarial. El principio de pro-
tocolo o registro consiste principalmente en la particularidad de no ser el
documento original el que circula con efecto ejecutivo23. En efecto, a dife-
rencia del notariado anglosajón, en el que el documento circulante es el
original, con los riesgos propios de ello, en el sistema notarial latino lo que
las partes manejan y hacen valer en el tráfico probatorio, es una copia o

22
Córdoba, 2 y 3 de julio de 2004, Despacho del Tema I que analizó “La imparcialidad
del Notario como garantía del orden contractual”.
23
Justamente la expresión “protocolo” proviene del latín “proto” y “collum” que se traduce
correctamente como “primer ejemplar encolado”. Alguna doctrina incorrectamente tradu-
ce la expresión completa como “primera hoja encolada”, lo que no le atribuye el verdade-
ro sentido al giro; así por ej. lo hace González, Carlos E. Ob.Cit. pág. 481.
1

testimonio del acto jurídico. El original queda siempre en custodia, guarda


y conservación del Estado24.

Así, si el documento se extravía o deteriora, bastará al interesado,


el propietario o acreedor, solicitar un nuevo testimonio con valor ejecutivo,
conforme a lo regulado en los arts. 1006 a 1008 del Código Civil, lo que
puede complicarse sólo si en la escritura hubieren quedado obligaciones
pendientes, ya que en tales casos deberá recabarse orden judicial y el
testimonio deberá expedirse previa citación de todos los interesados en el
instrumento, para que cotejen la veracidad de su copiado25.

Por otra parte este principio garantiza que no pueda modificarse el


contenido de la documentación, ni extraviarse ni destruirse, obviamente
salvo caso fortuito. Se cuenta para ello con un funcionario público, como
tal, imparcial, y que forma el protocolo, lo cuida y conserva hasta su entre-
ga definitiva al Archivo de Protocolos notariales.

NECESIDAD DE RESPETAR LOS PRINCIPIOS

Debe destacarse asimismo que estos principios funcionan todos ar-


mónicamente, como los engranajes de una gran máquina destinada a la
producción de seguridad jurídica, si se nos permite la metáfora. Si uno de
los engranajes falla todo el sistema cae. Por ello resulta tan necesaria,
desde la formación integral del notario, tanto en sus aspectos jurídicos
como éticos y morales, hasta el riguroso control de la matrícula e inspec-
ción adecuada por parte del Estado.

24
GONZÁLEZ, Carlos E. Ob.Cit., pág. 486, dice: “Corresponde pues, que si el Estado le
da el poder de dar fe, (se refiere al notario) lo invista igualmente del carácter de custodio
de tantos negocios ajenos” (lo entre paréntesis es nuestro).
25
VENTURA, Gabriel B. “Algunos problemas vinculados a los testimonios y copias de es-
crituras”, Revista Notarial de Córdoba, Nro. 73.
1

Gabriel B. Ventura

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