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UCA – Psicología - Filosofía y Antropología Filosófica - Prof. Lic.

Leonardo Caviglia Grigera

La Fe y la Razón – Filosofía y Teología

“Quien quiera saber, tiene que creer” (Aristóteles)

Estados de la mente frente a la Verdad:

Frente a una verdad la mente puede tener distintos estados de asentimiento:

a) Ignorancia: ausencia de todo conocimiento relativo a un objeto. No siempre en un mal, se convierte


en un mal cuando se ignora algo que debería saberse. En ese caso no hay una simple negación del saber,
sino una privación. Además, siempre es un mal ignorar la propia ignorancia: es creer que se sabe cuando
no se sabe. Por tanto allí hay error. Además nos exponemos a nuevos errores, inferidos del anterior, y
tampoco intentamos salir de ese estado: nos hallamos satisfechos con nuestro saber aparente.

b) Duda: Es la suspensión del juicio. El espíritu flota entre el sí y el no, porque no percibe una razón
suficiente para afirmar o negar, o porque percibe razones de igual peso para las tesis opuestas. La duda
puede ser de diversas clases.
- parcial: suspende uno o varios juicios.
- universal: suspende todo juicio (prácticamente imposible)
- metódica: se utiliza como medio para descubrir la verdad.
- real: es una duda ejercida, vivida.
- ficticia: es una duda sólo representada, no realmente vivida.

c) Conjetura: no es aún un juicio, pero tampoco es mera duda. Es una tendencia a emitir un juicio, pero
demasiado débil para llegar al acto del juicio. También a este estado se lo llama “sospecha”.

d) Opinión: Hay un juicio, pero no aún firme. Hay temor a equivocarse, se admite que el juicio pueda ser
erróneo.

e) Certeza: estado perfecto de la inteligencia. Hay un juicio, sin temor a errar. Trae paz a la mente. Los
demás estados implican inquietud. Estado de seguridad en la posesión de una verdad.
(Fuente: Casaubón, J.A., Nociones generales de lógica y filosofía)

Los distintos fundamentos de la certeza:

Podemos decir que el espíritu humano tiene tres maneras de llegar a la certeza sobre algo:

 Certeza fundada en la evidencia (“Ver”)


 Certeza fundada en demostración (“Saber”)
 Certeza fundada en un acto de fe (“Creer”)

Analizando la cuestión, podemos ver que el creyente no tiene por sí mismo ni la evidencia ni la
demostración de lo que se trata. Por lo que podríamos intentar un primer acercamiento diciendo que la fe
es la “confianza en la verdad de una afirmación sin tener la visión por sí mismo de la verdad de lo que
se afirma”, o que es “estar convencido sin haber visto”. San Agustín señala que se “cree en las cosas

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ausentes” y Sto. Tomás agrega que “la fe no puede referirse a algo que se ve… y que tampoco pertenece
a la fe lo que se demostró”

Si bien el que cree no “ve”, sin embargo tiene que haber conocido por sí mismo lo suficiente como para
entender “de qué se trata”. Una noticia totalmente incomprensible para mí no es algo en lo que pueda ni
creer ni no creer. Por lo tanto, tengo que entender algo para creer algo.

El concepto de fe tiene dos elementos, uno objetivo y otro personal. Creer siempre se dirige a una
persona. Por lo tanto se dan juntos el “creer a alguien” del que se da como consecuencia “creer algo”.

“Creer no es un acto ciego”

Motivos o Razones de credibilidad

Pero además, no creemos cualquier cosa a cualquiera

 De parte de lo que creemos: nuestra mente sólo necesita ver que eso es posible (aunque sea que
no es contradictorio).
 De parte de a quien le creo: necesitamos ver que es alguien en quien puedo tener confianza,
alguien fidedigno (es decir, digno de fe).
Y entonces puedo confiar y creer en él por su autoridad.
- Porque veo que sabe de lo que está hablando.
- Porque veo que es veraz, que no quiere engañarme.

La fe y la justificación de la verdad:

Ante una evidencia parcial pero insuficiente a favor de una tesis, podemos sostenerla con un
asentimiento débil, y entonces tenemos la opinión, o bien podemos adherirnos a ella con convicción y
confianza, y entonces tenemos la fe. El verbo creo puede significar los dos actos: creo como “me parece”
(opinión), y creo como “estoy convencido”. Por consiguiente, el asentimiento fuerte a una proposición
estimada verdadera puede nacer o de la evidencia o de la fe.
Creer es asumir una tesis como verdadera, aunque no se imponga como evidente. No es un criterio
de verdad, sino un tipo de asentimiento. Tiene sus motivos justificantes, pues todo acto humano correcto
debe tener alguna motivación racional, que en este caso puede ser un testimonio creíble o una persona en
quien se tiene confianza. Desde el punto de vista de la justificación de nuestros juicios podemos decir:
“Acepto A porque veo que es verdad” (evidencia) o “acepto A porque creo que es verdad” (fe). Si nos
preguntan: “¿por qué lo crees?”, tendremos que indicar los motivos que justifican este acto de confianza
racional.
El juicio de fe está movido por una voluntad de creer y se basa en algún motivo de credibilidad.
Los principios y experiencias intelectuales dan lugar a operaciones intelectivas. Ante las evidencias
incontrovertibles o solo suficientes, resulta natural el asenso judicativo con plena certeza, aunque esto
nunca es automático, pues nuestras operaciones mentales conscientes no se producen si no lo querremos.
Los juicios y sus expresiones lingüísticas son actos humanos, no puramente naturales, y, por tanto, para
ser ejecutados necesitan de la intervención de la voluntad. Pero, en el caso de la fe, el rol de la voluntad
es más activo. Al faltar una evidencia suficiente (ausencia de pruebas decisivas, de argumentaciones
irrefutables), el intelecto no se determina. Cabe, entonces, que la voluntad mueva al asentimiento cierto,

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si al menos hay motivos “creíbles” captados por la inteligencia, como el valor de un testimonio o la fuerte
verosimilitud de una tesis. Por tanto, la fe no es un acto ciego o puramente voluntarista.
La adhesión de fe es un juicio, pero también una decisión. La fe requiere un acto especial de la
voluntad que elige arriesgar el asentimiento, si la inteligencia muestra que conviene afrontar ese riesgo
como algo bueno. De no ser así, difícilmente progresaríamos en muchos conocimientos teóricos. Y en el
plano práctico, donde siempre faltarán plenas evidencias ante los eventos futuros contingentes, sin fe no
haríamos nada: viviríamos inmovilizados. Sin fe, nadie podría emprender un proyecto, casarse, escoger
una profesión, un estilo de vida. La decisión de creer puede verse estimulada por disposiciones afectivas
que, si son moderadas, no suponen subjetivismo. De hecho, tendemos a creer en los amigos y personas
queridas y creemos fácilmente en las cosas que deseamos con fuerza. Si un amigo mío se presenta a un
concurso, probablemente tendré fe que lo ganará, si veo en él motivos objetivos que permiten esperar su
victoria, pero también porque deseo que venza.
El asenso de fe se subordina a la evidencia. No es el primer acto absoluto del conocimiento. La fe
no puede operar sin presuponer algunas evidencias, por ejemplo, la existencia de testimonios y su
credibilidad, así como los primeros principios. Una tesis verosímil al menos tiene que entenderse y debe
expresarse en un lenguaje no contradictorio.
El acto de fe no es irracional. Creemos razonablemente en una inmensa cantidad de cosas. En esta
vida no cabe entender todo con evidencia. Algunos actos de fe, ciertamente, son irracionales, si nacen de
una credulidad ingenua e indiscriminada, sin sentido crítico o si chocan gravemente contra algún primer
principio o proceden de motivos meramente subjetivos. Pero muchos actos de fe con razonables. Un
hombre de ciencia puede estar convencido de la verdad de sus teorías sin poder demostrarlo. Si no tuviera
esa convicción de fe, quizá no tendría fuerzas para seguir investigando. Un ciudadano puede tener fe en
las instituciones de su país, aunque esta convicción no se funda en evidencias puramente racionales. La
parte afectiva ayuda a la fe si está moderada por la razón e incluye dimensiones virtuosas. Las
disposiciones afectivas o voluntarias desordenadas, en cambio, llevan a creencias irracionales.
Creer tiene una gran trascendencia en la vida humana. Nuestras convicciones son una mezcla de
conocimientos racionales, opiniones y fe. Confiamos en los demás porque no llegamos a todo con nuestra
inteligencia. La forma y el grado de intensidad de la fe dependen de las circunstancias. Los niños tienen
la tendencia casi instintiva a creer en casi todo lo que dicen los mayores, pues todavía no ha madurado en
ellos el uso de razón. En ciertos ámbitos, podemos controlar los testimonios en los que creemos con
pruebas, verificaciones y comparaciones. Pero en muchos casos no cabe sino confiarnos casi del todo en
el parecer o la competencia de los demás y en su buena voluntad, como cuando vamos al médico o
tomamos un avión. La amistad, el amor y la convivencia humana se basan en la fe, porque en estos campos
no hay certezas racionales absolutas.
La fe admite grados de intensidad. Una fe débil se acerca a la opinión; una opinión muy fuerte
puede transformarse en fe. La seriedad de la fe se ve cuando uno está dispuesto a basar sólo en ella sus
opciones: si me dicen que, para ir a un sitio, debo tomar un autobús, creo de verdad si lo tomo solo por
esa indicación (si no acabo de creérmelo, haré algunas comprobaciones).
En ciertos casos, la fe obliga a abandonarse casi del todo en lo que se cree, quizá porque no hay
otra alternativa (no puedo tomar un avión comprobando que su piloto es seguro, que el aparato está en
buenas condiciones). De ordinario, la fe humana no es absolutamente incondicionada y puede unirse a
dudas y reservas o a la intención de hacer posteriores verificaciones y confrontaciones. Pero, de suyo, la
fe supone la exclusión voluntaria de dudas: si emerge una, quien cree no la tiene en cuenta, o la deja como
un problema que podrá estudiar y resolver más tarde, sin por eso dejar de creer. Pero, si el sujeto aprueba
que la duda afecte a su certeza de fe, entonces su confianza cede un poco y se aproxima a la opinión (por
ejemplo, si al ir en avión pierdo la confianza en el piloto, me entrará miedo).

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En lo expuesto he tenido en cuenta dos formas de fe, una basada en el testimonio o el valor personal
y otra, en la confianza en creencias y valores. Veré estas dos formas por separado.

I. Fe en el testimonio o en el valor de las personas. Acogemos innumerables conocimientos por


testimonios de personas o fuentes en que confiamos. Amigos, parientes, expertos, medios de
comunicación nos suministran de continuo informaciones. Desde ellas sacamos muchas conclusiones, y
así usamos la razón a partir de lo que creemos. Es asenso de fe se dirige a contenidos creídos en virtud de
esos testimonios (“mañana habrá una huelga, lo leí en el periódico”) y a la vez concierne a la persona que
testifica (“confío en lo que dice mi asesor”). Lo que se cree es una forma de saber justificado: “sé A,
conozco justificadamente A porque confío en la persona S, que me asegura A, aunque yo no lo vea.
A veces, la fe recae más directamente en la persona, si la consideramos valiosa y capaz de realizar
ciertas prestaciones (confiar en un empleado, un profesor, un político por quien votamos). Es más, en
último término, este tipo de fe mira, fundamentalmente, a la persona digna de confianza en lo que dice y
hace, pues creemos que lo hará bien, cosa que no podemos ver directamente (también se puede creer en
una institución, pues detrás de ella hay personas: una empresa, un banco, una compañía de seguros).
La fe en los demás es natural, pues nuestros congéneres son potencialmente amigos y tienden, por
naturaleza, a la verdad y al bien. Sin embargo, para confiarnos en una persona concreta, debemos
conocerla y saber si es digna de fe. Extremos inadecuados son la desconfianza generalizada ante todos o,
al contrario, la excesiva confianza acrítica en cualquier persona, publicación o institución.
La fe en las personas se basa en su credibilidad o confiabilidad. Confiamos en los demás, en su
buen juicio, opiniones y acciones –padres, maestros, periodistas, políticos-, si demuestran veracidad,
competencia, benevolencia y rectitud moral en sus actos y relaciones con los demás y con nosotros
mismos. Al revés, el comportamiento irresponsable, insincero, partidista, interesado, inseguro causa la
pérdida de credibilidad de personas e instituciones, y así provoca una actitud más crítica ante ellas, que
puede llegar a la desconfianza. Por eso, los políticos y medios de comunicación se hacen menos creíbles
si la gente se da cuenta de que hablan o informan demasiado en función de sus intereses de parte. La
ideologización de una sociedad genera desconfianza.
La credibilidad es una forma de “evidencia personal”, no objetiva. No es una evidencia
apodíctica, pues la gente siempre puede equivocarse (no cabe una confianza totalmente radical o absoluta
en nuestros semejantes, que no son Dios). La credibilidad de una persona se capta como una forma de
evidencia personal, no como un contenido abstracto objetivo, y se obtiene por la experiencia y el trato. A
menudo nos damos cuenta si una persona miente sin escrúpulos, si lo hace por temor, si tiende a exagerar
o a disimular ciertas verdades o si, en cambio, es sincera. Esta forma de evidencia genera la llamada
certeza moral (tenemos la “certeza moral” de que una persona nos quiere, es sincera, hará bien un trabajo).
El núcleo de la percepción de que alguien es de fiar está en captar su buena voluntad, sensatez, sinceridad
y competencia.
La credibilidad puede cribarse racionalmente. La credibilidad se reconduce a la evidencia
personal con el trato y la familiaridad. Sin embargo, como esta credibilidad no suele ser completa, tanto
por defecto de nuestra percepción como por insuficiencias objetivas de las personas en quienes creemos,
muchas veces debemos comprobarla mediante procedimientos racionales indirectos, por ejemplo, con la
combinación comparada de otros juicios independientes. Podemos acudir a valoraciones ajenas sobre la
fiabilidad de alguien, a verificaciones sobre la verdad de lo que se ha dicho, a interrogatorios al testigo
para que demuestre su sinceridad, como se hace en los tribunales, a comprobaciones con otros fuentes
independientes de información, a pruebas de la veracidad de un individuo (comparando lo que dice y hace
en otros ambientes).

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Estos criterios se aplican de modo científico en la investigación histórica. El conocimiento


histórico se basa en el empleo de la razón, en la interpretación de documentos del pasado y en la confianza
en los testimonios de muchas personas, sopesados por la crítica.
La fe cristiana, sobrenatural o teologal –fe en Cristo como Hijo de Dios, en su Palabra de verdad
y en su Iglesia- asume la estructura epistémica de la fe humana basada en el testimonio y el valor de las
personas pero superando sus límites, pues es fe en Dios, no en el hombre. No es el mero resultado de una
estimación racional, sino que es causada por Dios como un don de gracia. Siendo divina por su objeto y
su mismo acto, la fe cristiana es absoluta: supone una adhesión incondicionada que, de suyo excluye la
duda y la reserva personal, aunque el sujeto puede perderla o tener poca fe en Dios. La fe cristiana se
refiere a lo que Dios revela al hombre y se concreta en los “artículos de la fe”. Se dirige a la persona de
Cristo, en quien el cristiano se abandona sin reservas, esperando de Él la salvación y santificación.

II. Creencias: fe en contenidos razonables, en ideas y valores, aunque no sean del todo evidentes. El
hombre puede prestar una adhesión de fe a principios filosóficos o científicos, a ideales sociales o
políticos, a valores e ideas de todo tipo, aunque falte una evidencia plena e, incluso, suficiente. Los
contenidos de esta forma de fe suelen llamarse creencias.
El motivo que hace razonable el “salto” voluntario de este tipo de fe, capaz de superar las sombras
de las dudas y las dificultades intelectuales, es la acumulación de evidencias imperfectas y de indicios de
verdad, o también el amor o interés por una cuestión importante para una persona o para la sociedad, e
incluso las “razones del corazón” o barruntos sobre la verdad de una tesis. Tener creencias no se confunde
con actitudes irracionales o fanáticas. Por otro lado, hay materias en las que nunca es posible alcanzar una
evidencia suficiente, como son las ideas relativas a empresas humanas arriesgadas en la investigación
científica o en la vida práctica, social y personal. Las grandes proezas de la humanidad, a veces heroicas
–descubrimiento de América, exploraciones espaciales, invenciones, realizaciones políticas-, no se
habrían podido llevar a cabo sin una fe inmensa y muy perseverante de numerosísimas personas. No
advertir la importancia de esta fe para la vida humana sería señal de racionalismo y de pobreza
antropológica. En este mundo, nada grande se ha hecho sin muchísima fe.
Por otro lado, como no siempre vemos con claridad los objetos de nuestras operaciones cognitivas,
la inclinación de nuestra voluntad puede y, a veces, debe suplir con fe lo que se oculta a la evidencia de
los momentos más lúcidos. Por tanto, entre la fe y la evidencia existe una forma de simbiosis. Creemos y
vemos, y la misma fe puede llevar a una mayor visión intelectual.
Las creencias razonables no convalidan el fideísmo gnoseológico. En la filosofía moderna, la fe
(Hume, Kant), la hipótesis o la voluntad, a menudo, ocuparon el sitio del conocimiento de los primeros
principios. Esto es consecuencia de una crisis de la verdad realista, que es, también, crisis de la
inteligencia. El escepticismo puede provocar un deslizamiento hacia el fideísmo, lo que implica ir también
hacia el voluntarismo. Nuestras convicciones fundamentales sobre el ser, la causalidad, la persona, la
moral, en el fondo, serían como una “fe primordial”, un “querer creer” para así tener un apoyo y poder
actuar en la vida. Pero si las verdades naturales se fundaran en la pura fe, sin evidencia intelectual,
fácilmente se tenderá a pensar que la verdad es una creación humana, un impulso de la voluntad o de
nuestras estructuras vitales profundas. Sin duda, la fe tiene un papel de primer orden en la vida intelectual
y en la praxis. Pero la fe está vinculada a la visión intelectiva. En los actos cognitivos, la primacía
corresponde a los actos comprensivos de la inteligencia. La fe está en segundo lugar y se ordena al
intelecto. (Sanguineti, J.J., El conocimiento humano. Una perspectiva filosófica)

Resumimos algunos conceptos

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 La Fe y la Razón:
En el caso de la fe -humana o sobrenatural-, la voluntad mueve al entendimiento a asentir con certeza, sin
miedo a que sea verdad la opinión contraria, basándose en el testimonio y la autoridad de otro.
No hay que confundir la fe con la simple creencia que, en el lenguaje coloquial, se asimila prácticamente a la
opinión. Se dice, por ejemplo: «Creo que Marta ha salido, pero no estoy seguro»; donde «creo» equivale a «opino»
o «me parece».

 Certeza de fe y certeza de evidencia: En la fe no hay -como hay en la opinión- temor a equivocarse. Por lo
tanto, desde el punto de vista de su firmeza, la fe es un tipo de certeza. La certeza, en efecto, puede ser certeza
de evidencia -fundada en la manifestación objetiva de la verdad- y certeza de fe -que se basa en la autoridad del
testigo, manifestada por la evidencia de su credibilidad. Considerando la razón de conocimiento, la certeza de
evidencia es siempre más perfecta. Pero la certeza de fe -no obstante la oscuridad del conocimiento- puede ser
más perfecta en cuanto a la firmeza de la adhesión.

 La libertad de la fe: La certeza de fe es libre, en cuanto que depende de la voluntad. El carácter propiamente
libre de la certeza de fe se manifiesta por lo siguiente: conocida la autoridad del testigo -por la evidencia de su
credibilidad- y conocido su testimonio acerca de alguna verdad, la mente aún no tiene que asentir necesariamente
a esa verdad. La voluntad solamente se dispone a mover al entendimiento para que asienta, ya que -bajo tales
circunstancias- el creer aparece como algo bueno para el hombre. . Pero siempre es necesaria la decisión.

 La credibilidad: Se cree algo, en definitiva, porque se ve que el saber y la veracidad del testigo garantizan su
verdad (evidencia de credibilidad). Creer en algo es siempre, también, creer a alguien. Advirtamos que gran
número de verdades naturales las admitimos con base en el testimonio de otros: la mayoría de las noticias, de las
descripciones geográficas, de los acontecimientos históricos, de las conclusiones de ciencias que no dominamos,
etc. Y muchas cosas que ahora vemos con evidencia las hemos sabido antes creyendo a personas de mayor
experiencia y conocimientos. Desconfiar sistemáticamente de todo lo que se nos propone para creer, limitaría
drásticamente nuestro acervo de conocimientos y haría imposible la vida en sociedad. La sospecha como método
no conduce a nada.

 La Fe sobrenatural: En la Fe sobrenatural, se cree un anuncio hecho por hombres que ofrecen unos signos o
testimonios de un anuncio de Cristo. Pero en realidad, mediante este
testimonio humano, es Dios quien habla y a quien se cree. La aceptación de la
palabra de Dios conlleva un decisivo compromiso existencial. Además, por
tratarse de verdades y bienes sobrenaturales -que trascienden nuestra
capacidad humana-, la inteligencia precisa de la acción, de la ayuda de la gracia
de Dios. «Creer es el acto del entendimiento que adhiere a la verdad divina
movido por la voluntad, a la que Dios mueve mediante la gracia».
Por la Fe se cree en Dios mismo, que no puede engañarme ni engañarse y, por
tanto, es más firme que la luz del entendimiento humano. Esta íntima
seguridad con la que el hombre de Fe se adhiere a verdades racionalmente no
evidentes, es la paradoja de una oscura claridad.

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Relación entre Razón y Fe


A) Posturas negadoras.

Naturalismo: El iluminismo

3.- La RELIGIÓN es (considerada subjetivamente) el conocimiento de todos nuestros


deberes COMO mandamientos divinos. La Religión en la que yo he de saber de antemano
que algo es un mandamiento divino para reconocerlo como deber mío es la Religión
REVELADA (o necesitada de una revelación); por el contrario, aquella en la que he de
saber primero que algo es deber, antes de que pueda reconocerlo como mandamiento divino, es la
RELIGIÓN NATURAL (pg.150)
La aceptación de los principios de una Religión se llama de modo excelente FE (FIDES SACRA).
Tendremos, por lo tanto, que considerar la fe cristiana por un lado como una pura FE RACIONAL, por
otro lado como una FE DE REVELACIÓN (FIDES STATUTARIA). Ahora bien, la primera puede ser
considerada como una fe libremente aceptada por cada uno (FIDES ELICITA); la segunda, como una FE
IMPUESTA (FIDES IMPERATA). (pg.159)
Adopto en primer lugar la tesis siguiente como un principio que no necesita de ninguna
demostración: TODO LO QUE, APARTE DE LA BUENA CONDUCTA DE VIDA, SE FIGURA EL
HOMBRE PODER HACER PARA HACERSE AGRADABLE A DIOS ESMERA ILUSIÓN
RELIGIOSA Y FALSO SERVICIO DE DIOS. (pg.166)
De un CHAMAN tungús al PRELADO europeo, que gobierna a la vez la Iglesia y el Estado, o (si en vez
de a los jefes y dirigentes miramos sólo a los adeptos de la fe según su propio modo de representación
entre el YOGUI totalmente sensitivo, que se pone de mañana la garra de una piel de oso sobre la cabeza
con la breve oración “no me mates”, y el sublimado PURITANO e independiente de Connecticut, hay
ciertamente una importante distancia en la MANERA, pero no en el PRINCIPIO de creer; pues por lo que
toca a éste pertenecen todos a una y la misma clase, a saber: la de los que ponen su servicio de Dios en
aquello que en sí no hace a ningún hombre mejor (en la creencia en ciertas tesis estatutarias o el recorrer
ciertas observancias arbitrarias). Sólo los que piensan encontrar ese servicio únicamente en la intención
de una conducta buena se diferencian de aquellos. (pg.172)
... el hombre que usa de acciones que por sí mismas no contienen nada agradable a Dios (moral) como
medios para conseguir la complacencia divina incondicionada en él y con ello el cumplimiento de sus
deseos, está en la ilusión de poseer un arte e lograr un efecto sobrenatural por medios totalmente naturales;
a tales intentos se les suele llamar MAGIA, palabra que, sin embargo... queremos cambiar por la palabra,
por lo demás conocida, FETICHISMO. (pg.174)
... quien pone por delante la observancia de leyes estatutarias, que necesitan de una revelación... y pospone
a esta fe histórica el esfuerzo en orden a una buena conducta de vida... ése transforma el servicio de Dios
en un mero FETICHISMO... En esta distinción consiste la verdadera ILUSTRACIÓN: de este modo el
servicio de Dios se hace un servicio libre, por lo tanto moral (pg.175)
Hay un conocimiento práctico que, aun reposando únicamente en la Razón y no necesitando de ninguna
doctrina histórica, sin embargo está tan cerca de todo hombre, incluso del más simple, como si estuviese
escrito literalmente en su corazón: una ley que no hay más que nombrar para entenderse en seguida con
cualquiera acerca de su autoridad, y que comporta en la conciencia de todos obligación incondicionada, a
saber: la ley de la moralidad; y, lo que es aún más, ese conocimiento conduce ya por sí sólo a la fe en
Dios, o al menos determina él solo el concepto de Dios como el de un legislador moral, por lo tanto
conduce a una fe religiosa pura que es para todo hombre no sólo concebible, sino también digna de honor
en el más alto grado. (pg.178)

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Puede haber tres modos de FE ILUSORIA que tiene lugar en la transgresión, posible para nosotros, de los
límites de nuestra Razón respecto a lo sobrenatural... PRIMERAMENTE la creencia de que se conoce por
experiencia algo que, sin embargo nos es imposible aceptar como acontecido según leyes objetivas (la
creencia en MILAGROS), EN SEGUNDO LUGAR, la ilusión de que aquello de lo que no podemos
mediante la Razón hacernos ningún concepto, sin embargo hemos de admitirlo entre nuestros conceptos
racionales como necesario en orden a nuestro bien moral (la fe en MISTERIOS). EN TERCER LUGAR
la ilusión de poder producir mediante el uso de simples medios de la naturaleza un efecto que para nosotros
es un misterio, a saber: la influencia de Dios sobre nuestra moralidad (la fe en MEDIOS DE GRACIA).
(pg.190)
El concepto de una intervención sobrenatural en relación a nuestra facultad... moral e incluso a nuestra
intención... es una mera idea, de cuya realidad ninguna experiencia puede asegurarnos. Pero incluso
aceptarlo como idea en una mira meramente práctica es muy arriesgado y difícilmente conciliable con la
Razón; pues lo que debe sernos imputado como buen comportamiento moral ha de acontecer no por
influencia extraña, sino sólo por el mejor uso posible de nuestras propias fuerzas... (pg.187)
Immanuel Kant, La religión dentro de los límites de la mera Razón.

El Positivismo: Augusto Comte (1798-1857), “Curso de filosofía positiva”:

"El sistema teológico alcanza su más alta perfección cuando


substituye el juego variado de las numerosas divinidades
independientes que primitivamente habían sido imaginadas,
por la providencial acción de un ser único. De la misma
manera, la culminación del sistema metafísico, consiste en concebir en lugar de
entidades particulares, una sola entidad general, la naturaleza, aceptada como
la fuente única de todos los fenómenos. Paralelamente, la perfección del
sistema positivo, hacia la cual tiende, aunque probablemente no será nunca
alcanzada, consistirá en la representación de todos los fenómenos observables,
como casos particulares de un solo hecho general, como por ejemplo el de la
gravitación universal." (p. 36)
“Sin duda, cuando se contempla el conjunto de trabajos de toda índole,
realizado por la especie humana, debe interpretarse el estudio de la naturaleza,
como algo destinado a proporcionar la verdadera base racional de la acción humana sobre ella, ya que el
conocimiento de las leyes de los fenómenos, cuyo resultado constante es el de hacérnoslos prever, puede
conducirnos a modificarlos en nuestro provecho. Nuestros medios naturales y directos de obrar sobre los
cuerpos que nos rodean son extremadamente débiles y completamente desproporcionados para nuestras
necesidades. Siempre que se ha realizado una acción importante, ha sido únicamente debido a que el
conocimiento de las leyes naturales, nos ha permitido introducir entre las determinadas circunstancias que
concurren al cumplimiento de los diversos fenómenos algunos elementos modificadores, que aunque
débiles en sí mismos, son suficientes en algunos casos para hacer variar en provecho nuestro los resultados
definitivos del conjunto de las causas exteriores. En resumen: la ciencia, para prever; la previsión, para
obrar: ésta es la fórmula más simple, que expresa de una manera exacta la relación general de la ciencia y
el arte, tomando estas dos expresiones en su total acepción.
Todo se reduce a una simple cuestión de hecho: la filosofía positiva que en los dos últimos siglos ha
tomado gradualmente tanta extensión, ¿abarca hoy todos los órdenes de fenómenos? Es evidente que no,
y por lo tanto queda aún, una gran operación científica que realizar, para dar a la filosofía positiva, ese
carácter de universalidad indispensable para su constitución definitiva.

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En efecto, entre las cuatro categorías principales de fenómenos naturales, los astronómicos, los físicos,
los químicos, y los fisiológicos, se observa una laguna esencial relativa a los fenómenos sociales, los
cuales, si bien quedan comprendidos implícitamente en los fenómenos fisiológicos, merecen, bien por su
importancia, bien por las dificultades propias de su estudio, formar una categoría distinta. Este último
orden de especulaciones, que hace referencia a los fenómenos más particulares, a los más complicados y
a los más dependientes del resto, ha debido por esto sólo perfeccionarse más lentamente que todos los
precedentes, incluso sin tener en cuenta las especiales dificultades que serán tratadas más adelante. Sea
como fuere es evidente que no han entrado todavía en el dominio de la filosofía positiva. Los métodos
teológicos y metafísicos, que para el resto de los fenómenos han sido ya abandonados, ya sea como medio
de investigación o solamente como medio de argumentación, sin embargo, son todavía utilizados
exclusivamente bajo uno y otro aspecto, para todo lo que concierne a los fenómenos sociales, aunque su
insuficiencia a este respecto, ha sido ya plenamente sentida por todas las mentes claras fatigadas de esas
vanas réplicas interminables entre el derecho divino y la soberanía del pueblo.
Esta es la única, aunque grande laguna que hay que rellenar para acabar de constituir la filosofía positiva.
Ahora que el espíritu humano ha fundado la física celeste, la física terrestre mecánica o química, la física
orgánica vegetal o animal, fáltale completar el sistema de las ciencias de la observación fundando la física
social. Esta es la más grande y la más acuciante necesidad de nuestra inteligencia; ésta es, me atrevo a
decir, la primera finalidad de este curso, su finalidad especial.
Las especulaciones relativas al estudio de los fenómenos sociales que intentaré presentar, y cuyo germen,
espero que este discurso deje ya entrever, no tendrán por objeto dar a la física social, el mismo grado de
perfección que ya poseen las restantes pares de la filosofía natural, lo cual sería evidentemente quimérico,
ya que incluso entre ellas mismas existe una gran desigualdad, por lo demás inevitable. Pero éstas
contribuirán a imprimir a esta última clase de nuestros conocimientos ese carácter positivo ya alcanzado
por todas las otras. Si esta condición se cumple por fin, el sistema filosófico de los modernos estará
definitivamente fundado, pues todos los fenómenos observables quedarán incluidos en una de las cinco
grandes categorías establecidas de los fenómenos astronómicos, físicos, químicos, fisiológicos y sociales.
Cuando todas nuestras especulaciones hayan llegado a ser homogéneas, la filosofía estará definitivamente
constituida en el estado positivo; al no poder ya nunca cambiar de carácter, sólo le restará desarrollarse
indefinidamente mediante las adquisiciones siempre crecientes que resultarán inevitablemente de nuevas
observaciones, o de meditaciones más profundas. Habiendo adquirido con esto el carácter de universalidad
que ahora le falta, la filosofía positiva llegará a ser capaz de sustituir enteramente, con toda su superioridad
natural, a la filosofía teológica y a la filosofía metafísica, cuya universalidad es hoy su única propiedad
real, pero privadas de este motivo de preferencia, no tendrán para nuestros sucesores más que una
existencia histórica.”

M. Lutero: Fideísmo y oposición Fe-Razón.

“Aristóteles es el reducto impío de los Papistas. Es para la teología lo que las tinieblas son para
la luz. Su ética es la mayor enemiga de la gracia”, “es un filósofo rancio”, un “pillo digno de
ser encerrado en el chiquero o en el establo de los asnos, un calumniador desvergonzado, un
comediante, el más astuto corruptor de los espíritus. Si no hubiera existido en carne y hueso,
no sentiría el menor escrúpulo en tenerlo por un verdadero diablo” (textos varios de 1511, 1521 y carta de
1516)
(Santo Tomás) “nunca comprendió un capítulo del Evangelio o de Aristóteles” (texto de 1519)
“En resumen es imposible reformar la Iglesia si la teología y la filosofía escolástica no se arrancan de raíz
junto con el derecho canónico” (1518)

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(La Razón) “ciega y anda en tinieblas”, “la prostituta del diablo. Sólo es capaz de blasfemar y de deshonrar
cuanto Dios ha dicho o ha hecho”(texto de 1524), “la más feroz enemiga de Dios”. “Los Anabaptistas
dicen que la razón es una antorcha... ¿La razón difunde luz? Sí. Como lo haría una inmundicia puesta en
una linterna” (Rationem atrocissimum Dei hostem. Acerrimum et pestilentissimum hostem Dei, fons
fontium omnium malorum) (Comentario a los Gálatas, 1531). “La razón es la mayor prostituta del diablo;
… carcomida por la roña y la lepra, a quien habría que pisotear y destruir junto con la sabiduría... Arrójale
inmundicia al rostro para afearla... la abominable merecería ser relegada a las más sucia habitación de la
casa, a las letrinas” (sermón en Wittemberg hacia el final de su vida). “La razón es contraria a la fe” (1536)
“La razón se opone directamente a la fe, por lo cual hemos de dejarla en libertad; en los creyentes, debe
ser muerta y sepultada” (1537/40)

Fuente: J. Maritain, Tres Reformadores, Buenos Aires, Ed. Difusión, 1968.

B) La armonía entre Razón y Fe.

SAN AGUSTIN: La Fe y la Razón

1.- "Entiende, pues, para creer; cree para entender... Entiende mi palabra, para creer la palabra
de Dios: cree la palabra de Dios) para entenderla." (Serm. 43, 7,9)

2.- "Por razón de estos ojos interiores, cuya ceguera consiste en no entender, y para que se abran y se
serenen más y más, se han de purificar los corazones con la fe. Porque, aunque nadie pueda creer en Dios
si antes no entiende algo, con todo, esa misma fe con que cree sana al hombre para que entienda cosas
mayores. Unas cosas son las que no podemos creer sin entender, y otras son las que no podemos entender
sin creerlas. ( ... ) Nuestro entendimiento va delante para entender lo que ha de creer, y la fe se adelanta
para creer lo que el entendimiento ha de entender." (In Ps. 118, 8,3)

3.- ''No es que Dios odie en nosotros esa razón, con la que nos creó superiores a los demás animales.
Líbreme Dios de pensar que hemos de creer para no percibir ni investigar la razón; pues ni aun podríamos
creer, si no tuviéramos almas racionales. Es pues razonable que en ciertas cosas, tocantes a la doctrina de
la salvación, que nosotros no podemos percibir directamente por la razón, aunque más tarde podremos
percibirlas, ha de preceder a la razón la fe, esa fe que purifica la mente para que capte y resista una gran
luz de razón. Por eso dijo con mucho tino el Profeta: 'si no creyereis, no entenderíais'. En esta fórmula
distinguió sin duda ambas cosas y nos aconsejó que primero creamos, para que seamos capaces de
entender lo que creemos. ( ... ) Luego es razonable que, en estas maravillas incomprensibles, la fe preceda
a la razón; pero tampoco cabe duda de que esa razón, que tal principio establece, debe anteceder a la fe.
Por eso, amonesta el apóstol San Pedro que debemos estar preparados para contestar a todo el que nos
pida razón de nuestra fe y esperanza. Supongamos que un infiel me pide a mí la razón de mi fe y de mi
esperanza. Yo veo que antes de creer no puede entender, y le aduzco esa misma razón: en ella verá (si
puede) que invierte los términos, al pedir, antes de creer, la razón de cosas que no puede comprender. Pero
supongamos que es ya un creyente quien pide la razón para entender lo que cree. En ese caso hemos de
tener en cuenta su capacidad, para darle razones en consonancia con ella Así alcanzará todo el
conocimiento actualmente posible de su fe. La inteligencia será mayor si la capacidad es mayor; menor,
si es menor la capacidad. En todo caso, no debe desviarse del camino de la fe hasta que llegue a la plenitud

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y perfección del conocimiento. Aludiendo a eso, dice el Apóstol, Y, sin embargo, si algo sabéis de distinto
modo, Dios también os lo revelará; pero por el camino que nos conduce, por ése caminemos. Si ya somos
fieles, hemos tomado el camino de la fe; si no lo abandonamos, no sólo llegaremos a una inteligencia
extraordinaria de las cosas incorpóreas e inmutables, tal como pocos pueden alcanzar en esta vida, sino a
la cima de la contemplación que el Apóstol llama cara a cara. Hay algunos cuya capacidad no puede ser
más modesta, y, sin embargo, marchando con perseverancia por este camino de la fe, llegan a aquella
beatísima contemplación. En cambio, otros conocen a su modo la naturaleza invisible, inmutable e
incorórea, y también el camino que conduce a la mansión de tan alta felicidad; pero juzgan que no es
válido este camino, que es Cristo crucificado, y rehúsan mantenerse en él, y as( no pueden penetrar en el
santuario de la misma felicidad. La luz de esta felicidad se contenta con emitir alguno rayos que tocan
desde lejos la mente de tales sabios." (Ep.120, 1,3ss)

4.- "Realmente has de ver algo para que puedas creer algo, y así por aquello que ves, puedas creer aquello
que no ves. Dios te puso ojos en el cuerpo y razón en la mente. Excita tú la razón de tu mente. Despierta
al habitante de tus ojos interiores, para que ocupe sus ventanas y examine las creaturas de Dios. Cree por
estas cosas que ves, en Aquel a quien no ves." (Serm.126, 2,3)

5.- "Ama mucho el cultivo de la inteligencia, pues los mismos libros santos, que antes de comprenderlos
nos exhortan a la fe en grandes cosas, si no los entiendes bien, no te serán de provecho" (Ep.120, l3)

FIDES ET RATIO
(Juan Pablo II)

1.- “La Fe y la Razón son como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la
contemplación de la verdad”

2.- “El hombre tiene muchos medios para progresar en el conocimiento de la verdad, de modo que puede
hacer cada vez más humana la propia existencia. Entre estos se destaca la filosofía, que contribuye
directamente a formular la pregunta sobre el sentido de la vida y a trazar la respuesta: ésta en efecto se
configura como una de las tareas más nobles de la humanidad.” (n.3)

Credo ut intellegam

3.- “No hay, pues, motivo de competitividad alguna entre la razón y la fe: una está dentro de la otra, y
cada una tiene su propio espacio de realización.”... “El deseo de conocer es tan grande y supone un tal
dinamismo que el corazón del hombre, incluso desde la experiencia de su límite insuperable, suspira hacia
la infinita riqueza que está más allá, porque intuye que en ella está guardada la respuesta satisfactoria para
cada pregunta aún no resuelta.” (n.17)

4.- “Para el autor sagrado el esfuerzo de la búsqueda no estaba exento de la dificultad que supone
enfrentarse con los límites de la razón. Ello se advierte, por ejemplo, en las palabras con las que el Libro
de los Proverbios denota el cansancio debido a los intentos de comprender los misteriosos designios de
Dios (n.21)... La profundidad de la sabiduría revelada rompe nuestros esquemas habituales de reflexión,
que no son capaces de expresarla de manera adecuada. ... El verdadero punto central que desafía toda
filosofía, es la muerte de Jesucristo en la cruz. En este punto todo intento de reducir el plan salvador del

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Padre a pura lógica humana está destinado al fracaso... La razón no puede vaciar el misterio de amor que
la Cruz representa, mientras que esta puede dar a la razón la respuesta última que busca. ... Aquí se
evidencia la frontera entre la razón y la fe, pero se aclara también el espacio en el cual ambas pueden
encontrarse” (n.23)

Intellego ut credam

5.- “El Apóstol pone de relieve una verdad que la Iglesia ha conservado siempre: en lo más profundo del
corazón del hombre está el deseo y la nostalgia de Dios... De diferentes modos y en diversos tiempos el
hombre ha demostrado que sabe expresar este deseo íntimo... La filosofía ha asumido de manera peculiar
este movimiento y ha expresado, con sus medios y según sus propias modalidades científicas, este deseo
universal del hombre” (n.24)

6.- “Todos los hombres desean saber` y la verdad es el objeto propio de este deseo. Incluso la vida diaria
muestra cuán interesado está cada uno en descubrir, más allá de lo conocido de oídas, cómo están
verdaderamente las cosas. El hombre es el único ser, en toda la creación visible, que no sólo es capaz de
saber, sino que sabe también que sabe y, por eso, se interesa por la verdad real de lo que se le presenta...
Es la lección de san Agustín cuando escribe: ´He encontrado muchos que querían engañar, pero ninguno
que quisiera dejarse engañar` (n.25)... La verdad se presenta inicialmente al hombre como un interrogante:
¿tiene sentido la vida? ¿hacia dónde se dirige? (n.26)... Nadie, ni el filósofo ni el hombre corriente, puede
substraerse a estas preguntas... Lo que es verdad, debe ser verdad para todos y siempre... Algo que sea lo
último y el fundamento de todo lo demás... Los filósofos, a lo largo de los siglos, han tratado de descubrir
y expresar esta verdad, dando vida a un sistema o una escuela de pensamiento. n.27)

La relación entre la Fe y la Razón

7.- “El encuentro del cristianismo con la filosofía no fue pues inmediato ni fácil... En la teología
escolástica, el papel de la razón educada filosófica llega a ser aún más visible bajo el empuje de la
interpretación anselmiana del intellectus fidei. Para el santo Arzobispo de Canterbury la prioridad de la fe
no es incompatible con la búsqueda propia de la razón... Se confirma una vez más la armonía fundamental
del conocimiento filosófico y el de la fe: la fe requiere que su objeto sea comprendido con la ayuda de la
razón; la razón, en el punto culminante de su búsqueda, admite como necesario lo que la fe le presenta.
(n.42)... Un puesto singular en este largo camino corresponde a santo Tomás... tuvo el gran mérito de
destacar la armonía que existe entre la razón y la fe. Argumentaba que la luz de la razón y la luz de la fe
proceden ambas de Dios; por lo tanto, no pueden contradecirse entre sí. Más radicalmente, Tomás
reconoce que la naturaleza, objeto propio de la filosofía, puede contribuir a la comprensión de la revelación
divina. La fe, por lo tanto, no teme la razón, sino que la busca y confía en ella. Como la gracia supone la
naturaleza y la perfecciona, así la fe supone y perfecciona la razón.” (n.43)

El drama de la separación entre la fe y la razón

8.- En este último período de la historia de la filosofía se constata, pues, una progresiva separación entre
la fe y la razón filosófica... tanto la fe como la razón se han empobrecido y debilitado una ante la otra. La
razón privada de la aportación de la revelación, ha recorrido caminos secundarios que tienen el peligro de
hacerle perder de vista su meta final. La fe, privada de la razón, ha subrayado el sentimiento y la

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experiencia, corriendo el riesgo de dejar de ser una propuesta universal. Es ilusorio pensar que la fe, ante
una razón débil, tenga un mayor poder incisivo; al contrario, cae en el grave peligro de ser reducida a mito
o superstición. Del mismo modo, una razón que no tenga ante sí una fe adulta no se siente motivada a
dirigir la mirada hacia la novedad y el radicalismo del ser.
No es inoportuna, por lo tanto, mi llamada fuerte e incisiva para que la fe y la filosofía recuperen
la unidad profunda que las hace capaces de ser coherentes con su naturaleza en el respeto de la recíproca
autonomía. A la parresía [valentía] de la fe debe corresponder la audacia de la razón.” (n.48)

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