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Derecho a educación en la nueva constitución: Puntos críticos importantes de


atender

Presentation · April 2023

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Sebastián Donoso-Díaz
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Derecho a educación en la nueva constitución:
Puntos críticos importantes de atender

Sebastián Donoso-Díaz y Juan Sepúlveda Fuentes

La gran reforma de la educación chilena de 1980 -que instala el hacer neoliberal en el sector
hasta nuestros días- ha tenido una trascendencia mayor en los resultados de la educación
chilena en estos más de 40 años, de la cual -desgraciadamente- prácticamente nadie se hace
cargo plenamente ante los enormes problemas que aún se manifiestan.
Dos aspectos son claves desde la perspectiva actual de la discusión del fenómeno
constitucional: el primero, que la Constitución de 1980 y su reforma de 2005 no alteraron
sustancialmente la esencia del tema sino en ciertos aspectos secundarios y segundo, que su
gran instrumento operativo, la Ley Orgánica Constitucional de Enseñanza (LOCE) -dictada
impúdicamente días antes de la finalización legal de la dictadura- se mantuvo vigente hasta
el segundo semestre de 2009, es decir la friolera 29 años, gran parte de ellos en el periodo
democrático y fue gracias al movimiento de estudiantes secundarios de 2006 que se crearon
las condiciones políticas para su reemplazo por la Ley General de Educación.
Atendiendo la relevancia del tema en discusión en nuestro país -pese al desencanto y anomia
que se ha ido instalando en nuestra sociedad- nos parece crucial destacar ciertos aspectos
fundamentales que gravitan de sobremanera sobre el derecho a una educación de calidad
que deberíamos garantizar a nuestros ciudadanos, independiente de cualquier condición.
El primero, de naturaleza instrumental pero no por ello menos importante, es que el derecho
a educación no es solamente un fenómeno discursivo, sino que debe traducirse en
condiciones, oportunidades y recursos tangibles que garanticen a todo ciudadano este
derecho en los términos que se defina. De lo contrario es letra muerta.
En segundo lugar, respecto de sus definiciones claves, es imprescindible delimitar el derecho
a educación en su esencia. Es decir, qué se entiende por educación y qué conlleva el ejercicio
de este derecho, elementos que la constitución vigente no posee y que resultan decisivos a
la hora de exigir por la sociedad chilena, a su mandado el Estado, el cumplimiento de los
derechos constitucionales en este plano.
Esto nos conduce -en tercer lugar- al debate del rol de Estado y esencialmente de su papel
en educación. En estos 40 años hemos convivido con una propuesta de Estado Subsidiario
muy famélica en su definición, pero altamente consistente en su aplicación, esencialmente
por su incidencia en el financiamiento del fenómeno educativo y el rol del Estado en esta
tarea, que ha sido sin lugar a dudas el gran “caballo de batalla de los neoliberalismos de
derecha y de izquierda”.
Consistentemente entonces, el falso y desbalanceado dilema que se ha sostenido en estas
décadas por los sectores más conservadores de la sociedad chilena entre libertad de
enseñanza versus derecho a educación, debemos superarlo sin negacionismos. Si bien la
libertad de enseñanza es un principio respetable e importante, no puede ser usado bajo
ninguna circunstancia y condición como causal para proveer calidad educativa bajo los
parámetros nacionales definidos. Es decir, no puede ampararse en el principio de libertad de
enseñanza el daño -casi irreparable- que ocasiona la provisión de un servicio educativo de
mala calidad -especialmente a la población más vulnerable, y deberemos como sociedad
garantizar una educación de calidad que no transgreda la libertad de enseñanza.
En razón de ello es clave poder desprendernos de esta lacra subsidiaria y dar contenido a un
Estado Social de Derechos, que le corresponsabilice (al Estado) en el desarrollo de esta tarea,
para que deje de ser un actor pasivo y sancionador, y sea un agente comprometido y
responsable de ella ante las tareas que le encomendamos los ciudadanos. Sin un Estado que
asuma un nuevo rol determinante en los resultados pedagógicos difícilmente la educación
nacional tendrá avances mayores en las décadas que vienen.
Finalmente, dentro de un marco de muchos elementos claves, la discusión de los temas de
financiamiento de la educación nacional es determinante. Al extremo que puede que cambie
todo lo anterior, pero sin transformaciones sustantivas en este componente -nos
mantendremos pese a las buenas intenciones- en la lógica neoliberal por su escasa visión del
mediano y largo plazo y la creencia mercantil que subyace a su operación.
En este marco es insostenible -más allá del debate constitucional- que como país no
tengamos estudios de costos pertinentes, actualizados que: (a) habiendo definido un
parámetro de calidad de educación al que queremos llegar –más allá de la orfandad del
SIMCE y otras pruebas afines-, (b) nos permitan identificar empíricamente y con precisión
¿cuál es el costo de formación de un estudiante según el quintil socioeconómico de su
familia? (c) ¿Cuál es el costo de gestión de los establecimientos escolares según sus diversos
tamaños, localización, tipo de enseñanza, etc.? (c) ¿Cuáles son efectivamente los costos fijos
y variables de un estableciendo escolar?, y luego lo fundamental ¿Cuáles serán los criterios
técnicos bajo los cuales se financiará la educación chilena de manera consistente con los
objetivos a alcanzar?
Seguir con este engendro irresponsable de asignar el subsidio escolar por “la asistencia
promedio diaria del estudiante al establecimiento”, no solamente es de una
irresponsabilidad fraglante, sino que su vigencia condena, aborta y liquida cualquier intento
de mejoría de la educación de las mayorías de este país, no solamente de los más de abajo,
sino de buena parte de nuestros futuros ciudadanos.

2 de abril de 2023

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