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La Revista Católica
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Nacional “Maximiano Errázuriz Valdés”, por su aporte económico. Los artículos firmados de La Revista Católica son de responsabilidad de los
autores. Se autoriza la reproducción de artículos, siempre que se indique su procedencia. La Revista Católica edita cuatro números al año.
Portada: Fotografía Mártires de Argelia - Composición y diagramación: Sr. Enrique Pizarro De la Rosa (La Revista Católica). Actuó solo como
impresor, CopyGraph Carmen 1985, Santiago de Chile - Impreso en Chile - Printed in Chile.
Sumario
Editorial...........................................................................................................................333
Actualidad de la Iglesia
19 nuevos beatos de Argelia: Mártires de hoy, de la vida cotidiana......................... ........334
Rémy Bazin, Pbro.
19 mártires, una sola causa: El proceso de beatificación de los testigos de Argelia..........336
Jean Leandusies, C.M.
Testimonio sobre 19 vidas entregadas a Dios y a Argelia................................................342
Papa Francisco
Mensaje del Santo Padre Francisco con motivo de la beatificación
del Obispo de Orán, Mons. Pierre Claverie y 18 compañeros mártires..........................347
Card. Giovanni Angelo Becciu
Homilía de la beatificación de Pierre Claverie y sus 18 compañeros mártires.................349
Iglesia y abusos
Sergio Henríquez Ramírez
Hans Zollner, Comisión Pontificia para la protección de menores:
“La voz de los laicos tiene y deberá tener más relevancia”...............................................353
Gonzalo Bravo Álvarez, Pbro.
Reflexión biblica del hoy personal y eclesial: hacia una teología del límite.....................362
Alexandrine de La Taille-Trétinville
Las mujeres y la crisis de la Iglesia en Francia: respuesta y proyección
(siglos XVIII y XIX)......................................................................................................376
Teología
Juan Pablo Espinosa
Teología de la confianza en perspectiva política. Notas en torno a la
Jornada Mundial de la Paz 2019....................................................................................386
Rev. Dr. Etienne Vetö, C.C.N.
“Orar en el Espíritu Santo”. Espiritualidad y Pneumatología.........................................396
Espiritualidad
Francisco Ibáñez Poblete, Pbro.
“Renovarnos en la esperanza”........................................................................................413
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La Revista Católica, Octubre/Diciembre, 2018 d
Sumario
Iglesia Latinoamericana
Papa Francisco
Mensaje del Santo Padre Francisco al Pontificio Colegio Pío Latinoamericano..............423
Ignacio Pizarro, Pbro.
Testimonio de comunión misionera.
160 años del Colegio Pío Latinoamericano de Roma.....................................................427
Papa Francisco
Homilía del Santo Padre Francisco, Santa Misa por América Latina,
Fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe.........................................................................431
Experiencias Pastorales Fecundas
Paula Ossandón Lira
Cuidados Paliativos: Una respuesta humana integral a la enfermedad y al dolor............434
En Recuerdo y Ejemplo..................................................................................................440
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EDITORIAL
¡Sin miedo, canta y camina como lo hizo tu Madre!
En su homilía pronunciada para la celebración de la Fiesta de la Virgen de Guadalupe el 12 de
diciembre, el Santo Padre Francisco exhortó a los latinoamericanos que colmaron la basílica de
San Pedro a imitar a María Santísima como primera pedagoga del Evangelio.
«¡Sin miedo, canta y camina como lo hizo tu Madre!»
Estas fueron las palabras con que cerró una prédica de gran belleza descriptiva, y que
ofrecemos en la presente edición de La Revista Católica. Fueron reflexiones dirigidas a los
pueblos de una América Latina herida en sus democracias, en la dignidad de sus pobres, en la
rigidez de sus fronteras, en su amistad cívica, en su fraternidad entre naciones y también en
sus iglesias particulares, especialmente en Chile.
«¿Cómo cantar un canto de Sión en tierra extranjera?» (Sal 136) se preguntaban los israelitas
desterrados en Babilonia el siglo VI antes de Cristo, cuando sus opresores les pedían entonar un
cántico al son de sus cítaras. Una pregunta similar nos podríamos plantear hoy, cuando como
Iglesia vivimos bajo el severo escrutinio público y privado, que nos apunta aquellos errores,
pecados y crímenes que debemos asumir como un solo cuerpo.
«¡Sin miedo, canta y camina!»
Pero, ¿cómo elevar un canto en estos tiempos que no sea otro que una lamentación? ¿Cómo
hacerlo sin miedo a no volver a tropezar o a la falta total de autoridad en que vivimos? ¿Hacia
dónde caminar cuando no hay rumbo claro y cuando pareciera que el tiempo del desierto
eclesial se prolongará, como lo fue para Israel, por 40 años?
«¡Como lo hizo tu Madre!»
Esta pareciera ser la respuesta más certera que proviene de la misma sentencia regalada por
el Papa Francisco. La pequeñez de la esclava del Señor fue la que permitió la fecundidad de la
obra de Dios, y no los medios humanos, aparentemente eficaces y poderosos. María proclama
la grandeza del Señor y se alegra en Dios precisamente porque Él se fijó en su pequeñez, en la
humildad de su servidora.
La creatividad regeneradora de la comunidad eclesial debería pasar por esa profunda y
plena autoconciencia de limitación, al punto de experimentar una total y absoluta impotencia.
A partir de esa convicción podrá obrar el Omnipotente, el “que hizo grandes cosas”, y así
rebrotará el canto de las “maravillas del Señor” que, como Pueblo de Dios de camina, estamos
llamados a testimoniar con nuestras vidas entregadas.
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Así, entre 1994 y 1996, los años más difíciles para estas comunidades durante el
decenio negro de Argelia, 19 religiosas y religiosos católicos de Francia, España,
Bélgica y Túnez fueron martirizados de diversas maneras por grupos armados.
La aclamada película del director francés Xavier Beauvois, “De dioses y
hombres”, galardonada en el Festival de Cine de Cannes de 2010, retrató el
proceso de decisión comunitaria de los siete monjes trapenses de Tibhirine,
secuestrados en marzo de 1996 y asesinados en mayo del mismo año. Como
ellos, religiosas, sacerdotes y hasta el mismo obispo Claverie murieron producto Hna. Angèle-Marie
de la violencia.
El sábado 8 de diciembre, para la Solemnidad de la Inmaculada Concepción,
la Iglesia Universal los reconoció como mártires de la fe y los nombró beatos.
La celebración litúrgica presidida por el Prefecto para las Causas de los Santos,
Cardenal Angelo Becciu, se llevo a cabo en el Santuario de Nuestra Señora de
la Cruz, en la ciudad de Orán, con la particularidad histórica de ser la primera
ceremonia de este tipo que se realiza en una ciudad musulmana.
En las próximas páginas ofrecemos el testimonio del sacerdote lazarista Jean
Landousies, que conoció a todos los nuevos beatos; así como la descripción de un
religioso que participó en el proceso de beatificación; la homilía de la celebración
litúrgica que los proclamó beatos; y el mensaje que envió el Papa Francisco para
dicha ocasión.
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1. LA LISTA Y SU ORDEN
En primer lugar, hay que subrayar que la reagrupación en una sola causa de los
19 mártires de Argelia, pertenecientes a ocho congregaciones religiosas diferentes
y asesinados en dos diócesis diferentes, es una decisión que se ha tomado en
consulta con todos los actores implicados (obispos, congregaciones y familias).
Pero reunir a varios mártires en una sola causa es también una práctica común de
la Iglesia, en la medida en que se cumplan tres condiciones:
- La causa de la persecución es la misma para todos los mártires.
- El fallecimiento se produjo en la misma localidad o en una zona geográ-
fica limitada.
- El martirio ocurrió a un mismo tiempo o, al menos, en un período de
tiempo relativamente corto.
Estas tres condiciones de unidad de causa, tiempo y lugar se cumplen en este
caso, ya que la muerte de estos religiosos se produjo en el espacio de dos años, entre
el 8 de mayo de 1994 y el 1 de agosto de 1996, ciertamente en cuatro localidades
diferentes, pero en el mismo territorio de la pequeña Iglesia de Argelia. Además,
ocurrieron especialmente en el mismo contexto político y religioso de la década
negra que vivió la sociedad argelina, donde el surgimiento del islamismo radical
impulsó un intento de eliminar del territorio argelino a todos los no musulmanes
y, por lo tanto, también a los cristianos.
La Causa lleva el nombre de Monseñor Pierre Claverie, dominico, obispo de
Orán, que es por tanto el primero de la lista, aunque en realidad fue el último de
los 19 religiosos y religiosas en ser asesinado. Sin embargo, fue elegido como figura
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secundaria, tanto hombres como mujeres, podría sugerir que el ataque estaba
dirigido contra las obras de la Iglesia, las condiciones del asesinato de las religiosas
demuestran claramente que era la fe de los cristianos lo que estaba directamente
en el punto de mira.
c. El Martirio Formal por parte de los Siervos de Dios
En cuanto al martirio formal por parte de los Siervos de Dios, en ausencia del
testimonio de sus últimos momentos o de sus últimas palabras, se ha podido
contar con sus escritos y declaraciones de otras personas.
Sus escritos nos hacen comprender el sentido que querían dar a sus vidas, la
conciencia que tenían de su vocación particular en este país y del peligro que
Hno. Luc Dochier corrían por permanecer allí, así como de la perspectiva de una posible muerte
violenta, aceptada en la voluntad de imitar a Cristo, por amor, hasta el final.
Las declaraciones de testigos, la gran mayoría de los cuales había compartido la
vida de los Siervos de Dios, nos dan una buena visión de su personalidad humana
y espiritual, y nos permiten ver cuál fue su trabajo apostólico y su integración en
la sociedad argelina, así como su apego a Argelia y a su pueblo.
Escritos y testimonios permiten ilustrar tres elementos particularmente
significativos para demostrar el martirio formal:
Su plena conciencia del peligro. El hermano Henri Vergès sabía que era un
objetivo personal. De hecho, se le informó de que su nombre figuraba en una
lista de futuras víctimas en las mezquitas fundamentalistas de Argel. Para otros, el
riesgo era igual de real, especialmente después de la conmoción de los primeros
asesinatos. Las reglas de precaución que adoptaron atestiguan entonces que no
ignoraban el peligro ni que estaban en una actitud “suicida”.
Hno. Christian de Chergé El discernimiento, generalmente realizado a nivel comunitario, sobre la
actitud a adoptar frente a la amenaza islamista. El resultado de la reflexión llevada
a cabo por todas las comunidades religiosas, con sus superiores y con su obispo,
monseñor Tessier, se plasmó a menudo en una declaración escrita de las razones
por las que decidieron quedarse. Esta elección de la comunidad fue ratificada por
la decisión personal de cada individuo, también expresada por escrito. Muchos
expresan no solo la aceptación del martirio, sino también el perdón dado de
antemano a los asesinos.
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Notas
1 Sacerdote francés de la Comunidad Saint-Martin y oficial de la Congregación para las Causas de los
Santos. Este artículo corresponde a la ponencia que realizó en el Instituto Cultural Francés Saint-Louis
de Roma el 4 de diciembre de 2018. La traducción al castellano del original en francés es de la redac-
ción de La Revista Católica.
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hicieron ofrenda de sus vidas porque creían en la fuerza del amor. Lo hicieron a
sabiendas, no porque buscaban el martirio –el martirio cristiano no es algo que hay
que buscar–, sino porque quisieron llegar al final de su compromiso en y con la
Iglesia de Argelia. Y esta es una primera cosa que me gustaría subrayar: lo que han
vivido estos religiosos y religiosas es situarse en la vida de la Iglesia de Argelia; una
Iglesia del encuentro, que siempre ha querido ser dialogante y solidaria con el pue-
blo argelino. Un diálogo de vida, sin duda, pero de la vida en todas sus dimensiones,
tanto humana como espiritual en la medida de lo posible. ¡El diálogo islámico-
cristiano, con todas sus dificultades, no es solo una prioridad, sino una necesidad!
Y para vivir este encuentro, esta Iglesia, según los acontecimientos, se ha ido despo-
jando poco a poco de todo lo que no es esencial, ya sea en sus instituciones, o más
aún en sus formas de hacer o de pensar. Hay tantas cosas que nos agobian y que no
son necesarias para ser verdaderamente la Iglesia de Cristo, para presentar su autén-
tico rostro. El despejo es una condición esencial para ir realmente al encuentro de la
gente. Esto es lo que la Iglesia en Argelia ha llegado a comprender y experimentar.
Esto es lo que vivieron nuestros 19 hermanos y hermanas de manera radical, hasta
el despojo supremo. ¡Ellos entregaron todo! Creo que han realizado plenamente, a
su manera, el sueño del Papa Francisco: «Una Iglesia pobre, para los pobres».
Fue con este espíritu de despojo y de servicio que estos religiosos y religiosas
vivieron su solidaridad con el pueblo argelino, sometido a una violencia inaudita.
Durante años, todos ellos habían vivido relaciones de amistad, colaboración y
cercanía con la gente de sus barrios en los ámbitos de la salud, la educación de los
jóvenes o de las mujeres, etc. Como todos nosotros en aquella época, habían visto
morir a su alrededor tantos hombres y mujeres inocentes. Y ellos también acep-
taron el riesgo de correr la misma suerte, porque querían ser testigos de que más
allá de las diferencias de cultura, religión y nacionalidad, una misma humanidad
nos unía. Una humanidad que nosotros, los cristianos, llamamos familia de Dios.
No fue del todo fácil tomar la decisión de quedarse en dicho país en medio de
todos los peligros. Cada uno tomó su decisión personalmente, después de mucha
Hna. Caridad Álvarez
reflexión en comunidad y en la Iglesia. Y quisiera subrayar aquí el valiente rol del
entonces arzobispo de Argel, monseñor Henri Teissier, en el acompañamiento del
discernimiento de cada persona. Y estoy muy contento de ver que hoy, a la edad
de 89 años, podrá ver la beatificación de estos hermanos y hermanas! El sábado
pasado el periódico La Croix, tituló refiriéndose a él: «¡El vigésimo Beato!».
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Nota
1 Sacerdote francés de la Congregación de la Misión (Lazaristas), jefe de la sección francófona de la
Secretaría de Estado de la Santa Sede. Vivió y sirvió durante más de 20 años en la Iglesia de Argelia y
conoció personalmente a cada uno de los 19 mártires beatificados el 8 de diciembre de 2018. El pre-
sente artículo es el testimonio que ofreció en el Instituto Cultural Francés Saint-Louis de Roma el 4 de
diciembre de 2018 antes de tomar el vuelo a la ceremonia de beatificación. La traducción al castellano
del original en francés es de la redacción de La Revista Católica.
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“La salvación pertenece a nuestro Dios que está sentado en el trono y al Cordero”
(Ap 7,10).
El texto del Apocalipsis ha trazado así para nosotros el retrato del bienaventu-
rado y del santo: pertenece solo a Dios, aparece en todas partes de la tierra y en
todos los períodos de la historia, vive fielmente incluso en la prueba caminando
por el camino de la cruz, llega a la meta gloriosa de la eternidad, donde vivirá
eternamente en la alegría, en los cantos, en la gloria, en el remolino infinito de
luz y de paz que es Dios.
En la inmensa multitud de los que han alcanzado un destino de gloria, la
Iglesia desea llamar hoy por su nombre a 19 nuevos beatos, asesinados entre 1994
y 1996 en lugares y tiempos diferentes, pero en el mismo contexto turbulento.
En esta tierra, aquí en Argelia, proclamaron el amor incondicional del Señor por
los pobres y excluidos, dando testimonio de su pertenencia a Cristo y a la Iglesia
hasta el martirio. Es hermoso pensar ahora que están entre los que han pasado
Hna. Paul-Hélène
“la gran prueba, han lavado sus ropas y las han blanqueado con la sangre del
Saint-Raymond Cordero” (v. 14). Procedentes de ocho Institutos diferentes, nuestros hermanos y
hermanas vivieron en este país donde realizaron varias misiones; fueron fuertes y
perseverantes en su servicio al Evangelio y a la población, a pesar del amenazante
clima de violencia y opresión que los rodeaba. Leyendo sus biografías, uno se
sorprende de que todos, conscientes del riesgo que corrían, decidieran valiente-
mente quedarse allí hasta el final; en ellos se desarrolló una fuerte espiritualidad
de martirio arraigada en la perspectiva de sacrificarse y ofrecer sus vidas por una
sociedad de reconciliación y paz.
El Beato Pierre Claverie y sus 18 compañeros mártires llevan en ellos el sello
salvífico de la Redención de Cristo. Al escribir sus nombres en el libro de los sal-
vados y de los bienaventurados, la Iglesia quiere reconocer la ejemplaridad de sus
vidas virtuosas, el heroísmo de la muerte de estos extraordinarios pacificadores y
testigos de la fraternidad y, al mismo tiempo, rendir el supremo homenaje a Jesús,
Redentor del hombre. En Cristo, la Iglesia desea adorar al Dios vivo, pues la glo-
ria de Dios es el hombre que recibe de él la plenitud de la vida.
La Virgen María –cuya Inmaculada Concepción celebramos hoy– experimen-
tó esta plenitud de vida de manera incomparable, cuando el Arcángel Gabriel le
anunció que había encontrado la gracia de Dios y que por la acción del Espíritu
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Santo concebiría a Jesús, el Hijo del Altísimo. “Alégrate, llena de gracia: el Señor
está contigo” (Lc 1,28). También hoy, al contemplar a estos nuevos beatos, esta-
mos invitados a superar toda estrechez de miras y a alegrarnos, porque en ellos
vemos resplandecer el misterio de la santidad eterna de Dios; santidad que se nos
propone a través de una nueva actualización del Evangelio por parte de nuestros
mártires que lo han testimoniado hasta el derramamiento de sangre. Los recorda-
mos como fieles seguidores de Cristo que amaban la pobreza, que eran sensibles
al sufrimiento y al cuidado de los abandonados, que participaban en la angustia
y la aflicción de sus hermanos y hermanas. Estos testigos heroicos del amor de
Jesús fueron a la raíz misma de la experiencia que el hombre hace de sus propias
limitaciones: humillación, lágrimas, persecución.
Ellos se configuraron plenamente al sacrificio de Cristo que, según el profeta
Isaías, se identificó con el Siervo sufriente del Señor; el que, como oímos en la
primera lectura, ofreciéndose “como sacrificio de reparación, [...] a causa de sus
tormentos, verá la luz y justificará a las multitudes” (cf. Is 53,10b.11). Esto su-
cede precisamente a través de la Cruz, ya que en la muerte de Jesús, Dios se hizo
definitivamente cercano a la humanidad y el hombre tomó plena conciencia de
su dignidad y elevación. Por sus muertes como mártires, los nuevos beatos en- P. Charles Deckers
traron también en la luz de Dios, y desde lo alto velan por las personas a las que
han servido y amado, orando incesantemente por todos, incluso por los que los
han herido. Así continúan esta misión profética de misericordia y perdón, de la
que fueron testigos durante su vida terrena. Que su ejemplo inspire en todos el
deseo de promover lo que el Santo Padre Francisco definió como “la cultura de
la misericordia que da origen a una verdadera revolución” (cf. Carta Apostólica
Misericordia et misera, n. 20). Al acoger la dinámica del perdón, admirablemente
experimentada por los nuevos beatos, esperamos que Argelia pueda superar defi-
nitivamente este terrible período de violencia e infelicidad.
La trágica muerte de los beatos Pierre Claverie y de sus 18 compañeros márti-
res es una semilla que cayó al suelo en tiempos difíciles, fecundada por un sufri-
miento que dará frutos de reconciliación y justicia. Esta es nuestra misión como
cristianos: sembrar cada día las semillas de la paz evangélica, para gozar de los
frutos de la justicia. Con esta beatificación queremos decir a toda Argelia lo si-
guiente: la Iglesia no desea otra cosa que servir al pueblo argelino, dando testimo-
nio de su amor a todos.
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EDICIÓN 1.200 - 175 AÑOS
ACTUALIDAD DE LA IGLESIA
En todas partes del mundo los cristianos están impulsados por el deseo de
contribuir concretamente a la construcción de un futuro luminoso de esperanza
a través de la sabiduría de la paz, para construir una sociedad basada en el respeto
mutuo, la colaboración y el amor. Una sociedad así puede realizarse plenamente si
todos se esfuerzan por desarrollar la pedagogía del perdón, si es necesario también
en este país.
La comunidad cristiana en este país está esparciendo pequeñas pero significa-
tivas semillas de paz. A través de esta beatificación, puede sentirse fortalecida en
su presencia en Argelia; a través de estos 19 mártires, puede fortalecerse en ella
la convicción de que su preciosa presencia cerca de este pueblo se justifica por el
deseo de ser luz y signo del amor de Dios para toda la población.
El testimonio luminoso de estos beatos constituye un ejemplo vivo y cerca-
Hno. Bruno Lemarchand no para todos. Su vida y muerte es una llamada directa a todos los cristianos, y
en particular a vosotros, hermanos y hermanas en la vida religiosa, a ser fieles a
toda costa a vuestra vocación, sirviendo al Evangelio y a la Iglesia en una vida
de verdadera fraternidad, en la perseverancia y en el testimonio de la opción
radical de Dios.
No puedo concluir sin expresar una profunda gratitud a las Congregaciones
religiosas a las que pertenecían nuestros hermanos, así como a sus familias natu-
rales que tanto sufrieron por su pérdida, pero que ahora pueden regocijarse con
toda la Iglesia al saberlos bienaventurados en el cielo. A todos nos consuela la cer-
teza de que nuestros hermanos y hermanas mártires, con su sacrificio, intercesión
y protección constantes, producirán abundantes frutos de bondad y de compartir
fraterno en esta tierra.
Para ello nos dirigimos a ellos y les decimos: ¡Beato Pierre Claverie y sus 18
compañeros mártires, rueguen por nosotros!
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EDICIÓN 1.200 - 175 AÑOS
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Es viernes por la tarde y las actividades académicas han concluido. En el tercer piso de
la Pontificia Universidad Gregoriana nos espera uno de los mayores expertos a nivel
eclesial sobre el abuso de menores. El profesor Hans Zollner, sacerdote jesuita y sicólo-
go, es Presidente del Centro para la Protección de Menores que dicha casa de estudios
promueve desde el 2012, y miembro de la Comisión Pontificia para la Protección de
Menores, creada por el Papa Francisco en marzo de 2014. “Viajo por el mundo con
dos sombreros”, dice bromeando cuando habla de sus viajes por más de 40 países para
abordar el tema. Con su inconfundible acento alemán, mientras bebe su taza de té,
responde clara y sintéticamente a nuestras preguntas.
Desde su fundación en 2014, ¿cuáles son los mayores pasos que ha dado
la Comisión Pontificia para la Protección de Menores?
A mi modo de ver, la importancia de la Comisión radica sobre todo en su
misma existencia. El Papa Francisco, ampliando e intensificando un camino
iniciado por el Papa Benedicto, quiso dar un signo muy fuerte al crear esta
comisión. Ha querido decirle a toda la Iglesia, a todo el mundo, que quiere
un grupo que lo pueda aconsejar sobre cómo moverse, qué decidir, qué hacer
en el ámbito de la protección de los menores. El tema se ha instalado a nivel
mundial. Lo digo por experiencia propia, pues he estado en Chile, en Papúa
Nueva Guinea, en Irlanda, en Malui... literalmente, en todo el mundo. Tal
atención al tema, yo la atribuyo en parte a la visibilidad, a la existencia de la
Pontificia Comisión para la Protección de los Menores.
Concretamente, a la fecha, se han realizado más de 600 workshops, semina-
rios y conferencias, conducidos por miembros de la Pontificia Comisión. Acon-
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EDICIÓN 1.200 - 175 AÑOS
IGLESIA Y ABUSOS
sejamos al Santo Padre para que instituyera una Jornada de Oración por las
Víctimas, a discreción de las respectivas conferencias episcopales. Desarrollamos
un modelo de Líneas Guía, que hemos puesto a disposición de todas las con-
ferencias episcopales. Últimamente, hemos vuelto a poner el foco sobre el con-
tacto, el diálogo y la asistencia a las víctimas de abusos. En este sentido, estamos
tratando de animar a las iglesias locales a crear instancias que en otros países ya
son una realidad, como los grupos de sobrevivientes de víctimas de abuso.
Respecto de Chile, el Santo Padre dijo que en la Iglesia existe una cultura
del abuso y del encubrimiento. ¿Qué prácticas necesitamos implementar
a nivel de la Iglesia Universal para detener aquel encubrimiento que fa-
vorece la comisión de abusos contra menores y mayores de edad?
En primer lugar, hay que vivir lo que se promete, hay que poner en acto lo
que se proclama. Aquí no hablamos solo sobre el abuso sexual a menores,
sino sobre una actitud y una conducta de vida de parte de todos los miem-
bros de la Iglesia, sobre todo de sus representantes principales, que son los
sacerdotes y los obispos.
Segundo, hay que poner en práctica lo que la Iglesia obliga, porque si se
hubiese respetado el derecho canónico en esta materia, no tendríamos estos
problemas. Desde siempre el abuso sexual ha sido considerado un crimen. En
los últimos 16 años se ha aclarado mucho más, especialmente desde cuando
ha tenido lugar una reforma de algunos aspectos del derecho, pero es evidente
que el abuso de un menor es siempre un crimen, además de ser un pecado
gravísimo. Pero es sobre todo un crimen, y se debe castigar según las normas
de la Iglesia. Al mismo tiempo, en el ámbito de la legislación civil, se deben
respetar las leyes vigentes en cada país. La Congregación para la Doctrina de
la Fe lo dijo claramente en el 2010.
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EDICIÓN 1.200 - 175 AÑOS
IGLESIA Y ABUSOS
¿Es posible que una víctima sane del todo tras haber sido abusada se-
xualmente? ¿Qué actitudes y acciones favorecen y cuáles perjudican un
proceso de sanación?
La sanación, humanamente hablando, es siempre posible. Pero también es
cierto, humanamente hablando, que es siempre difícil vivir este proceso. Aun
más, humanamente hablando, es siempre difícil esperar una completa sana-
ción. Por ejemplo, si tengo una herida grave, puedo incluso morir. Si encuen-
tro la ayuda necesaria, la herida podrá cerrarse pero la cicatriz quedará. El Papa
Benedicto lo ha llamado “la herida abierta en el cuerpo de Cristo, en el cuepro
de la Iglesia”. Y en este caso, el cuerpo de la Iglesia, el cuerpo de Cristo, son las
víctimas de abusos. Y es una herida abierta.
Poco antes de que usted llegara he encontrado a una de estas personas,
que fue herida gravemente y por muchos años. Pero a mí, en este momento,
después del primer encuentro que he tenido con esta persona, me ha parecido
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IGLESIA Y ABUSOS
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IGLESIA Y ABUSOS
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IGLESIA Y ABUSOS
llas personas que buscaban un padre fuerte, un líder espiritual, que necesi-
taban la claridad de la fe, y que confiaban más en el juicio de Karadima que
en su propio juicio. Esto puede ser tendencialente una razón para decir que
personas que han sido formadas o modeladas en este tipo de “encierro”, hay
que ver si son verdaderamente capaces de salir y de liberarse de esto. Pero
aquellas personas que conozco no tenían esta gran dificultad, porque eran
bastante estables incluso cuando eran miembros y no se “dejaban doblegar”
tan fácilmente por Karadima. Por lo tanto, repito, el automatismo en la vida
humana no existe.
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EDICIÓN 1.200 - 175 AÑOS
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también a tantos otros problemas. Pero es imposible que sea así. Lo que tene-
mos en mente es discutir el modo para que se aclaren los niveles de responsa-
bilidad por parte de la autoridades de la Iglesia: obispos y superiores generales,
prefectos de las congregaciones de la curia, y de definir más claramente qué
cosa la Iglesia obliga a cada uno en su propio nivel. Tenemos que admitir que
poseemos estructuras, como las conferencias episcopales, pero no es claro cuál
es su nivel de responsabilidad.
Por ejemplo, ¿qué autoridad tiene el presidente de una conferencia episco-
pal sobre otro obispo de su país? En la práctica, no tiene ningún poder. Actual-
mente, según la teología y el derecho, cada obispo depende, a nivel práctico
y jurídico, solo del Papa. Esto no funciona. Y una de las razones por las que
el Papa Francisco subraya la sinodalidad y la descentralización es que Roma
no puede dirigir todo. La ilusión que mucha gente tiene, dentro y fuera de la
Iglesia, es que Roma funciona como la central de una gran compañía desde
donde se emanan continuamente órdenes. Esto no es así. El hecho es que ya
actualmente la iglesia local tiene bastante autonomía, pero no está bien defi-
nido en qué cosa, hasta qué punto. Habría que definir, quizás, un conducto
regular para tratar ciertos temas, pero para ello hay que definir primero cuál es
el nivel “superior”. Se parte de la diócesis, pasando luego a la provincia ecle-
siástica, a la conferencia episcopal. Quizá a la conferencia episcopal regional o
continental, y luego a Roma. Esto no ha sido bien articulado.
Nota
1 Licenciado en Ciencias Bíblicas por el Pontificio Instituto Bíblico de Roma y Periodista de la Uni-
versidad Católica de la Santísima Concepción. Actualmente se desempeña como docente de Lenguas
Bíblicas en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma y en la Pontificia Universidad de la Santa
Cruz de Roma.
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Todo lo que vemos está limitado; si ello no fuera así, no podríamos identificar
las cosas que percibimos, ni menos, podríamos darnos cuenta de la sucesión del
tiempo. El límite tiene que ver con el ser de las cosas en cuanto a su manifestación
externa o en cuanto a la captación que de ellas puede hacer un observador. De
algún modo, el ser es percibido por su límite existencial; sin ese límite su ser no
podría ser captado por un observador; incluso más, el límite no solo define al ser,
sino que lo pone en relación con otros.
La idea del límite podría ser vista con un matiz negativo si el observador se
encuentra en la ribera del deseo de poseer todo. Es decir, cuando percibo una
realidad determinada, claramente, ella no es todo; y es muy necesario que sea
así. Pero no por ello su límite es una restricción, sino que al contrario, su límite
es capacidad de ser identificado, de ser algo en relación con algo más, de tener
posibilidad de relación con el resto y de comunión con la creación. Es desde este
punto de vista –la potencialidad del límite– desde donde deseo expresar algunas
pinceladas de un abordaje teológico desde el límite.
Originalmente la idea de límite tiene que ver con lo que separa una realidad
de la otra; de aquí que desde un inicio expresa, más que una idea de carencia, una
convicción de identidad y una posibilidad relacional que puede dar una nueva
fuerza a la carencia existencial como potencia relacional. Quedarse en el concepto
de límite como ‘aquello que me restringe y contiene’ no deja ver el potencial de
comunión que esa misma concepción encierra. Si se me permite decirlo desde un
principio de estas reflexiones, el límite es lo que hace que las cosas sean identifi-
cadas y, a la vez, lo que permite que ellas puedan ponerse en relación desde sus
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el rastro del creador se deja ver en el límite de la creatura; nada se puede decir de
Dios, ni Él hace nada, si no es plasmándolo en algo limitado. De este modo, la
limitación, junto con ordenar la creación es, a la vez, manifestación del obrar di-
vino, quien para sacar el desorden pone límite a las cosas. Nada más anti-natural
que pensarse sin límites, sin confines ni sin referentes.
Aunque lo hemos esbozado antes, es momento de destacar la dimensión rela-
cional que todo límite está llamado a desarrollar. El relato del Gn 1 destaca con
una hermosa frase que ‘Dios vio todo lo que había hecho, y he aquí que era muy
bueno (tôb me’ōd) (Gn 1,31)’. Esta bondad inicial se refiere a todo lo que había
hecho, todo lo que tiene límites y que, incluso, es tal por el límite que lo define.
Para que algo sea bueno no solo debe sentirse sabedor de su límite, sino que, positi-
vamente, ser identidad relacional que vive su dimensión existencial en la alteridad
y la diversidad. El límite no confina, sino potencia encuentros con lo otro, con lo
otro y con el Otro. Es un reduccionismo creatural no disponerse a vincularse con
lo que está más allá de cada realidad, toda vez que toda ella es ‘muy buena’; y lo es,
precisamente, por esa capacidad de revelar la acción misma de Dios. En el límite,
por lo tanto, no se ve la fragilidad o la carencia, sino la fortaleza y la potencia de
cada ser de ponerse en relación con el resto desde su límite, entendido este como
‘posibilidad de relación’, ‘espacio de encuentro’ y ‘lugar de comunión’.
El límite inaugura su infinito justamente desde su condición de posibilidad
para disponerse a encontrarse y complementarse con el otro. Nada más lejos de
la condición creatural que considerarse auto realizado e independiente del resto
de la creación. En este sentido, cada persona es opción de comunión y relación
con todo lo que le rodea; aunque cada ser humano sea en sí mismo un universo
de sueños, saberes y esperanza, es apenas una contingencia sino descubre todo lo
que está llamado a ser con lo que él no es.
Incluso, el mismo querer de Dios sobre ‘hagamos al hombre a nuestra ima-
gen, conforme a nuestra semejanza y manden en los peces del mar y en las aves
del cielo… (GEN 1:26 BJ3)’ (Gn 1,26) se manifiesta en la orden de que aquel
se relacione con la creación ‘al modo de Dios’; es decir, se trata de una acción de
vinculación con la creación, la cual se respeta y guía según el modo de Dios, jamás
de forma arbitraria3. El verbo hebreo utilizado para expresar ese mandato es הדר
(rādâh), tradicionalmente traducido como mandar, regir, ordenar. Pero no es eso
lo que el texto hebreo señala. Lo que realmente matiza el verbo hebreo es la ac-
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ción de control, de inspección y cuidado de los seres vivos. En este sentido, quien
rige (rādâh) es uno que escolta, acompaña y guía a personas o creaturas vivas que
confían en él hacia un cierto destino4. Lo que se quiere destacar es la condición
de relacionalidad que hace que todo ser humano sea creado a imagen y semejanza
de Dios. Desde el límite, entonces, podemos encontrarnos con la dinámica rela-
cional más profunda y querida por Dios desde la misma creación del ser humano.
Agrego una palabra final sobre Gn 1,27, en donde se declara, a modo de con-
clusión, que Dios creó al hombre y la mujer. El versículo se inicia con la sentencia
que Dios creó al hombre (al ser humano: )םָדָאָֽהa imagen suya; dos veces en el
mismo versículo sostiene que ‘a imagen suya Dios los creó’. Y a modo de recalcar
el modo de esa imagen coloca la diversidad contenida en el ser humano: hombre
y mujer. Esto también expresa un sentido de un límite a ser convertido en posibi-
lidad de encuentro. El término ( רָכָזz¹k¹r), utilizado para referirse a lo masculino,
es una expresión técnica que, precisamente, destaca la oposición con el término
aludido a mujer ()הָבֵקְנ. Nuevamente estamos frente a una realidad limitada que
exige una relación de recíproca de complemento, tal como lo afirmará explícita-
mente el segundo relato de la creación (cf. Gn 2, 20).
El límite en Gn 1 es lo que hace que la creación provenga de la voz creadora
de Dios, es la continua forma de aparecer, de ser, de estar y de ponerse en rela-
ción. Nada de cuanto existe lo está sin límites, y estos están para identificar la
diversidad de cuanto ha sido creado por Dios. De algún modo todo lo creado
está limitado, y esa condición es lo que permite al ser humano regir y dirigir la
creación al modo de Dios.
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país. Pienso en la consagración del silencio y del trabajo cotidiano de los monas-
terios de vida contemplativa; en la comprometida acción solidaria de tantas insti-
tuciones de asistencia y de promoción que sirven a niños, niñas, jóvenes, familias
y adultos mayores; en la arriesgada tarea de comunidades que dan testimonio
de la fe en Jesús resucitado en medio de la pobreza, la droga y la desesperanza.
En muchos colegios, capillas, cárceles y hospitales la voz profética de personas
consagradas y laicas es faro que anima y fortalece la fe de quienes han aceptado a
Jesús como su salvador. Esa abnegada entrega no creo que esté dentro de lo que se
desaprueba del trabajo de la Iglesia Católica.
Probablemente lo que sí se reprueba –y qué bueno que sea así– es lo que el
papa Francisco denomina ‘cultura del abuso’, o sea, esa tenebrosa trastienda de
poder, de poca transparencia y credibilidad, que ha permitido vulneraciones de
todo tipo. Todo lo opuesto a la persona y al mensaje de Jesús y, a la luz de lo que
acabamos de ver, todo lo contrario a la relación mutua que se está llamado a po-
tenciar entre las personas.
La teología del límite podría ser un aspecto a destacar al momento de pensar
en revertir tal situación. Si se considera que estamos llamados a vivir, desde nues-
tros límites, en relación con los otros, no se podrá justificar el actuar eclesiástico
basado en razones de poder o de disposiciones de refugiarse en lo que se es a nivel
institucional y comunitario. Más que nunca la palabra de Dios, viva y eficaz,
puede desde el desorden y confusión actuales de muchas personas establecer la
luz sobre lo que hace y es la Iglesia. Un primer momento debe centrarse en poner
límites a qué se entiende por iglesia. ¿Es ella la jerarquía, consagrados y laicos, que
conducen al pueblo que Dios que peregrina en Chile? ¿Está la Iglesia vinculada
solo a la cúpula de poder? ¿De qué modo las diferentes realidades tienen su papel
dentro del cuerpo de Cristo? Identificar es limitar, es dar a conocer los límites. Me
parece urgente que se considere claramente a quién no se le cree cuando se expresa
la frase: ‘la Iglesia no es creíble’. Es posible que sean pocas las personas -y es nece-
sario identificarlas- que hacen que todo el cuerpo eclesial tenga poca credibilidad
en nuestro país. En el límite puede estar el principio de la solución.
b. El límite personal y una sociedad plural
Los Obispos chilenos en su Carta pastoral ‘Humanizar y compartir con equidad
el desarrollo de Chile’6,sostenían: «El pluralismo es inmensamente positivo por-
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que nos ayuda a convivir y nos permite asumir diversos puntos de vista, compren-
diendo la complejidad de la vida y ensanchando nuestra limitada visión de ella.
Ese pluralismo, hecho de respeto y no de silencios, debe ser fomentado porque
nos permite buscar con otros la verdad, complementándonos. Es un modo so-
lidario de buscar y profundizar la verdad sin relativizarla. El pluralismo agudiza
nuestra razón para llegar al fundamento que hace más razonables para todos lo
que proponemos como un valor, sin relativismos y sin fundamentalismos» (Nº8).
Esta visión indica un camino de salida desde las propias limitaciones para
disponerse en diálogo abierto y sincero desde la diversidad y la diferencia. En ese
ambiente de respeto por el otro, y también de reconocimiento del propio límite
es donde las diferencias hacen crecer, madurar y encontrar soluciones a diversas
problemáticas desde los propios aportes de quienes participan en el pluralismo.
Otro aspecto positivo del pluralismo tiene que ver con las exigencias que este
propone a cada persona en relación: la necesidad de renovar día a día su identidad
en diálogo de intimidad consigo misma en relación con los otros y con fe. Es la otra
cara de la relacionalidad exterior que hace que un yo reconozca el “tú” del otro; es el
“yo” que se configura con su Dios, su historia y su vida. Para los cristianos de hoy
la pluralidad nos dispone a un nuevo éxodo hacia lo más profundo de cada uno.
El reconocimiento del otro, en cuanto limitado y distinto, es una condición que
debe aprovecharse para poder poner las diferencias como oportunidad de desen-
cuentro con la tendencia actual de homogeneizarlo y estandarizarlo todo, sin respe-
tar el individuo y sus diferencias. El mundo actual, globalizado a través de las redes
sociales, está tensionado por una tendencia a lo igual; por ejemplo, los jóvenes “Fa-
cebook”, en ciertas áreas geográficas, tienen similares intereses en sus vidas privadas
y en las expuestas en la red. Para ellos, utilizando la expresión de Byung-Chul Han,
el infierno de lo igual7 los aplana y los modela de tal forma que ya no resulta posible
ningún anhelo de lo distinto. Sentirse cómodo con la uniformidad y encerrado en
los propios límites es muy preocupante; hay que despertarse y reconocer una plura-
lidad abierta e inquietante que puede hacer surgir nuevas ideas de transformación
y participación ciudadana. Por otro lado, los signos de participación ciudadana, la
nueva cultura de la innovación social, la movilidad humana y las cercanías virtua-
les de la diversidad cultural, también se transforman en oportunidades de valorar
lo diverso y de entablar diálogos transformadores que hacen de la pluralidad una
oportunidad de respeto, salida de sí y encuentro con lo otro.
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escucha más’-, pero somos presencia de Jesús en medio de donde nos movamos.
Sería bueno que nos convenciéramos de que somos carne de un Dios que se ha
limitado, que se hace visible con fragilidad humana que esconde la sublimidad
divina. También sería conveniente hacer sentir que todo el pueblo de Dios tiene
esa misma condición. Sin lugar a dudas es lo que el Papa Francisco nos ha querido
decir en la carta que envió al pueblo de Dios en mayo de este año: «Aceptar los
aciertos, así como los límites personales y comunitarios, lejos de ser una noticia
más se vuelve el puntapié inicial de todo auténtico proceso de conversión y trans-
formación. Nunca nos olvidemos que Jesucristo resucitado se presenta a los suyos
con sus llagas. Es más, precisamente desde sus llagas es donde Tomás puede con-
fesar la fe. Estamos invitados a no disimular, esconder o encubrir nuestras llagas»9.
La divinidad, tal como lo sostiene el evangelio de san Juan, habita entre no-
sotros y se hizo carne de modo incomprensible y, casi escandaloso para algunas
personas de nuestro mundo. El misterio de la Navidad nos da una pista. Navidad
es fiesta de silente contradicción porque es el recuerdo del Creador que se hace
creatura; es la memoria viva del Eterno que se hace tiempo; es la rememoración
de la manifestación del Poderoso que, habitando en el cielo, se hace debilidad que
llora en un pesebre. Navidad no tiene que ver solo con los buenos deseos –a veces
no realizados- de seres humanos, sino con el regalo que significa que Dios se haga
hombre, cercano, hermano. En ese pesebre, el Rey es un niño; el Mesías está en
pañales y el Salvador es sostenido en brazos por una débil mujer campesina. La
simplicidad y precariedad es sublime manifestación de la humildad de Dios que
comparte su naturaleza humana con cada uno de nosotros.
Esa debilidad de Dios en la persona de Jesús –que sufre, llora y muere– es
también una invitación a aceptar las nuestras. Aún más, la eucaristía es presencia
de ‘un cuerpo entregado y una sangre derramada’; no es solo una identidad su-
blime sobre el altar, sino la persona de Jesús que, en sintonía con la única entrega
de Cristo en la cruz, sigue dándose, entregándose, fundiéndose en cada persona
que participa de la mesa de la Palabra, de la mesa de la Eucaristía, de la oración
de cada día.
En Lc 2,11 se describe cómo un ángel del Señor les revela el nacimiento de
Jesús a unos pastores; él les dice: «Les ha nacido hoy, en la ciudad de David, un
salvador, que es el Cristo Señor» (Lc 2,11). Lo más notable es la señal que les da:
«y esto les servirá de señal: encontrarán un niño envuelto en pañales y acostado
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Por lo dicho hasta ahora, podemos ofrecer la hostia consagrada, y en ella ofre-
cernos a nosotros mismos desde el límite que nos impone nuestra carne, al igual
que a Jesús. Me permito aludir a un párrafo de la carta Placuit Deo de la Congre-
gación para la Doctrina de la Fe: «Gracias a los sacramentos, los cristianos pueden
vivir en fidelidad a la carne de Cristo y, en consecuencia, en fidelidad al orden
concreto de relaciones que Él nos ha dado. Este orden de relaciones requiere, de
manera especial, el cuidado de la humanidad sufriente de todos los hombres, a
través de las obras de misericordia corporales y espirituales»10.
La vida cristiana no puede estar asociada a un poder humano, a una pretendi-
da infalibilidad eclesiástica ni a la impecabilidad de sus miembros. Nadie cree eso
hoy; lo que se nos presenta en esta etapa de la historia es ser lo que somos: limita-
das creaturas amadas por Dios capaces de comunicar su mensaje de salvación con
las heridas de nuestro pecado, con la gracia de su resurrección y con la convicción
que son tantas las personas que nos esperan, que necesitan de esa palabra salvado-
ra y que nos quieren normales, cercanos, humanos, plenamente cristianos.
Deseo compartir con quien esté leyendo estas reflexiones una experiencia per-
sonal, vivida en la Parroquia La Matriz del barrio Puerto de Valparaíso, en la que
sirvo como párroco. En esta comunidad hay personas que delinquen, trafican y
tienen modos de vida reñidas con la justicia y el buen vivir. Es este el contexto
en el cual pido que se lea esta vivencia. Un día me comentaron que un conocido
traficante del barrio estaba muriéndose (lo que más se trafica es pasta base; por lo
tanto, no estamos hablando de un ‘acaudalado delincuente’); que no había que-
rido ir al hospital porque tenía causas judiciales pendientes. Cuando pude llegar
hasta su pieza maloliente y destartalada, recuerdo que con humildad conmovedo-
ra y con angustia vital me ordenó:
«Hábleme del Niño Dios, dígame como un Dios tan “bacán” se hizo “broca
cochi” (‘cabro chico’ en la jerga porteña). Dígale a él que me perdone porque
siempre fui tan pequeño que no pude dejar de aparentar ser grande, fui siempre
tan débil que tuve siempre que mostrarme fuerte. Dígale que me perdone por no
seguir su ejemplo».
Cuando salí de ese ambiente de muerte y desaliento sentí que lo más grande
de nuestra fe tiene que ver con lo más sencillo, con que el infinito de Dios queda
vinculado al límite de su carne entregada en la cruz. ¡Qué distancia con tanta
pretendida consistencia ortodoxa que nos coloca en una insoportable praxis de
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poder y dominio! En ese momento sentí que Dios me mostraba que no es sien-
do elocuentes de verdades como seremos más convincentes; más bien, estamos
llamados a silentes testimonios de amor que se entregan desde los límites de su
propio ser. Pienso en la oración de una persona manchada por diversos pecados,
la eucaristía celebrada por una persona anciana y con Parkinson, o la ofrenda de
la dolorosa situación enfermiza de un presbítero que no controla esfínteres y que
debe ser limpiado todos los días. Hay grandeza en la pequeñez de un corazón
que se ofrece con todo lo que es, sin pretender sino ser otro Cristo que, desde su
límite humano, regala el infinito divino. ¡Cómo no recordar a nuestro Salvador
en ‘pañales’ en una cuna de Belén!
4. A MODO DE INSPIRACIÓN…
La teología del límite es un enfoque particular de observar la realidad cotidiana de
la revelación de Dios en la historia (Gn 1), de contemplar sin retoques el misterio
de la encarnación (Jn 1), de meditar sobre el modo en que nace el Hijo de Dios en
medio de la humanidad (Lc 2) y de maravillarse por el infinito del amor de Dios
que se hace presente en un limitado trozo de pan consagrado (Mt 26). Como es
evidente, no se ha pretendido dar una enumeración textual exhaustiva, ni menos
una formulación teológica taxativa; lo que se pretende es poder adentrarnos en
una etapa de la historia de la vida cristiana vinculada al modo en que Dios se hace
hombre, sin dejar de ser Dios y, a la vez, a la dimensión más relacional que se
establece desde el límite de cada creatura.
En este sentido podemos afirmar que estamos llamados a ser lo que somos
desde nuestros límites y, precisamente, a partir de ellos. Cada límite que no re-
conocemos, que ocultamos o disimulamos es una posibilidad menos que Dios
tiene para encarnarse desde lo que somos y tenemos. No debería haber temor de
eucaristizar nuestros límites, de no darle ‘carne-debilidad’ al mensaje de salvación
que estamos llamados a encarnar y comunicar. No hace bien a la Iglesia, cuerpo
de Cristo, estar vinculada al poder, ya que no es ese el modo con el cual Dios se
hace carne en medio de nosotros; no es consistente con la Palabra Creadora la au-
tonomía que genera el desconocer el límite humano de algunos de sus miembros,
ya que Jesús nunca se avergonzó de pertenecer a la raza humana (Hb 2,11); no es
compatible con la vida eucarística olvidarse de los límites y pretender ser perfectos
sin relacionarse con las personas tal como son.
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Jesús, Hijo de Dios, Salvador y Mesías, se dejó ver débil y limitado en Belén,
perseguido en Egipto, incomprendido en Galilea, rechazado por los suyos en
Cafarnaúm, dejado por sus discípulos en el monte de los Olivos, abandonado
de Dios en el Calvario. Considerando estos aspectos de la vida de Jesús, ¿por qué
no asumir nuestros límites a la luz de la consagración más maravillosa del amor
de Dios por cada uno de nosotros? ¿Por qué no mostrar nuestra vida, tal como
es y tal como la sabe Dios, en la presentación de los dones, junto con el pan y el
vino que se consagrarán? Si, de verdad, aceptásemos que, tal como lo hizo en la
comunidad de Corinto, «Dios ha escogido lo débil del mundo, para avergonzar
a lo que es fuerte; y lo vil y despreciado del mundo ha escogido Dios; lo que no
es, para anular lo que es; para que nadie se jacte delante de Dios» (1Co 1,27-29),
podríamos vivir intensamente nuestra vida cristiana en la confianza absoluta, no
solo de nuestra pretendida santidad personal, sino también considerando los as-
pectos que, aparentemente no suman en esa tarea cristiana.
El Salmo 1 contempla dos caminos para transitar en nuestra existencia. Al
igual que Dt 30,15-20, se nos plantea las dos posibles formas de ofrendar (vivir)
nuestra existencia eucarística (un ser para; una pro-existencia) en la potencialidad
de elegir la vida o la muerte. ¡Tantas de nuestras elecciones de ayer, renovadas por
el discernimiento de hoy serán las disposiciones que nos acompañarán mañana!
Toda actualización de una decisión implica revisión de cómo estamos viviendo.
Permítanme seguir los pasos del Salmo 1 y del texto del Dt 30,15-20. En ellos se
nos habla de dos caminos: uno de muerte y otro de vida. La dinámica dual de la
propuesta bíblica no da paso a lo híbrido de una vida que se vive renunciando a
la propia felicidad o a una existencia insípida que nos prive del ejercicio de nues-
tra libertad. Dt 30,19 ordena: ¡Escoge, pues, la vida para que vivas! (Deu 30:19
LBA).
Hemos sido creados para ser santos (Lv 11,45; 1Co 1,2; Ef 1,4; 1Pe 1,15-16),
para hacer discípulos (Mt 28,19) y promover caminos de santidad (2Co 1,12;
1Tes 3,11-13). Ello no depende de cuán perfectos seamos; más bien depende de
cuán fiel somos a la elección vital de nuestro bautismo de transitar por caminos
de vida (vida según Dios) o senderos de muerte (vida según nuestros únicos pará-
metros). Sería bueno renovar, hacer nuevo, nuestras rutas de libertad, de servicio
y entrega. Una persona esclava de sí misma o un cristiano que no ha escogido
la vida entregada (vida eucarística) por amor a Dios, es muy difícil que sea feliz
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donde le manden o que pueda ser libre para amar tanto al otro que se postergue
a sí mismo. Muchas veces, nuestras malas acciones no tienen que ver con la mal-
dad, sino con el egoísmo; no se relacionan con nuestras malas intenciones, sino
con los límites no asumidos; no tienen su origen en un corazón perverso, sino
en una voluntad que aun no se rinde ante Dios. La libertad es una conquista que
requiere violencia interior, requiere lucha contra nosotros mismos… ¡Cuando
creemos todo está muy bien, hay muchas cosas que están muy mal! Como dice el
texto bíblico «el reino de los cielos sufre violencia, y los violentos se apoderan de
él» (Mat 11:12 RVA).
Habiendo asumido nuestras limitaciones y reconocido nuestro deseo de ser
libres y felices, volvemos a preguntar si ‘queremos’ ser sanos (cf. Jn 5,6). La vic-
toria sobre nuestras esclavitudes y precariedades es salvación, aunque esta se vaya
dando poco a poco. El hebreo no tiene una palabra que signifique victoria, siendo
que las metáforas guerreras son tan frecuentes; cada vez que se quiera hablar de
un triunfo usa un término que significa ‘salvación’ (הָעּוׁשְּת: 2Sam 19,3Sal 33,17).
Cada victoria sobre nuestras enfermedades, cada deseo de salir de nuestros límites
son salvación si acaso ellas nos sacan más de nuestra esfera y nos ponen en la ór-
bita en donde el centro es Dios en la persona de Jesús, quien se limitó para vivir
entre nosotros con nuestra naturaleza humana a fin que nosotros podamos ser
partícipes de la naturaleza divina.
Finalmente, una idea sobre la eucaristía, desde la consideración del límite de
un pan consagrado que es el pan vivo bajado del cielo. Lo importante de la Euca-
ristía no es solo y exclusivamente la presencia de Cristo en la hostia consagrada;
parte integrante de la acción litúrgica es el ‘verdadero ofertorio’, que es Cristo que
se vuelve ofrecer al Padre como ‘pan de vida’ y ‘cáliz de salvación (Plegaria II). Es
importantísimo considerar que Cristo está presente en la Eucaristía en cuanto se
vuelve a entregar al Padre; esa es su acción salvadora por excelencia. En la misma
línea relacional podemos dar gracias por la presencia de Cristo en los Tabernácu-
los de nuestras iglesias. Allí hay presencia de Jesús que difunde su poder amoroso
hacia todas las personas que se acercan a la adoración eucarística en cualquiera de
sus formas.
Es, precisamente, en nuestra dimensión relacional eucarística en donde pode-
mos tener otra senda para nuestra santidad. La vida eucarística es siempre abierta
y difusiva. Si pudiéramos darle esos matices a lo que somos, hacemos y tenemos
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nos bastaría para disfrutar el consuelo y la alegría del evangelio. Cada vez que
compartimos, desde nuestros límites, una oración, que acompañamos a un en-
fermo o visitamos la cárcel; en cada oportunidad que nos arrodillamos para pedir
por alguien o, solamente para decirle al Señor ‘aquí estoy, cuenta conmigo’, hay
una energía de amor que se difunde hasta los más recónditos lugares. Si nues-
tra vida no es relacional eucarística, corremos el riesgo de transformarla en una
carrera de logros personales –o, incluso, un cúmulo de buenas obras y mejores
enseñanzas– que minan todo gozo espiritual y comprometen la paz existencial.
Notas
1 Sacerdote de la Diócesis de Valparaíso, Doctor en Teología Bíblica por la Pontificia Universidad
Gregoriana de Roma. Actualmente es párroco en La Matriz de Valparaíso y docente en Facultad
Eclesiástica de Teología de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso.
2 Estes, J.D., «Imperfection in Paradise: Reading Genesis 2 through the Lens of Disability and a
Theology of Limits», Horizons in Biblical Theology 38 (2016) 1-21.
3 F. García López, El Pentateuco, Introducción al estudio de la Biblia 3ª, Verbo Divino, Estella
2002, 80.
4 En este sentido, E. Pentium, «“Holding Sway in Companionship״: Genesis 1:26 Revisited», The
Greek Orthodox Theological Review 56/1-4 (2011), 224.
5 https://www.cadem.cl/wp-content/uploads/2018/10/Track-PP-250-Octubre-S4-VF.pdf
6 Documento disponible en: http://www.iglesia.cl/cartapastoral2012/texto.php
7 B. Chul Han, La expulsión de lo distinto, Herder, Barcelona 2017.
8 Al respecto ver, D.J. MacLeod, «The incarnation of the Word: John 1:14», Bibliotheca Sacra 161
(2004), 72-74.
9 La carta completa está disponible en http://www.iglesia.cl/documentos_sac/31052018_1142am_5
b1017d532c3f.pdf
10 Congregación para la Doctrina de la Fe, Carta Placuit Deo a los Obispos de la Iglesia Católica sobre
algunos aspectos de la salvación cristiana, 1 de marzo de 2018, Nº 14.
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Alexandrine de la Taille-Trétinville1
Una institución tan longeva como la Iglesia Católica, la única de Occidente que
ha perdurado por más de dos mil años, ha vivido profundas crisis en su devenir
histórico, y, una de las más profundas, fue la que debió enfrentar con el estallido
de la Revolución Francesa en 1789. Dado que actualmente la Iglesia vive también
un momento de gran dificultad, es pertinente preguntarse cómo y a través de
quiénes la Iglesia ha logrado, no solo superar los escollos del pasado para poder
continuar con su misión, sino renovarse para acometer los desafíos de los nuevos
tiempos. En este artículo proponemos una aproximación histórica al rol clave
que asumieron las mujeres durante el siglo XIX en Francia, a fin de recuperar un
catolicismo que parecía sucumbir, por una parte y, por otra, en la proyección que
tuvo incluso en nuestro país la audaz iniciativa femenina de la Contrarrevolución2.
rioro en que cayó, fue necesario que el citado Concilio reglamentase estrictamen-
te lo que en cuanto a ella concernía, exigiendo su cumplimiento. Para esto, las
murallas de los conventos debían ser altas, impidiendo toda visión desde dentro
hacia fuera y viceversa; las entradas, estar doblemente cerradas y las llaves man-
tenerse en posesión de autoridades del claustro. Los espacios que conectaban a
las religiosas con el exterior tenían rejas y cortinas para evitar el contacto. Los
hombres no podían entrar salvo rarísimas excepciones, ni siquiera los sacerdotes.
En el caso de que se impartiera enseñanza, los lugares que podían ocupar las
alumnas, también estaban absolutamente reglamentados. Todo esto era contro-
lado por la inspección del visitador canónico, quien evaluaba la regularidad del
monasterio desde el exterior4. En paralelo, la santa abulense, con su propia vida
daba muestras de la necesidad del cambio y lo llevaba a la práctica con la reforma
del Carmelo Descalzo que se materializó en diecisiete conventos durante su vida
y una proliferación de los mismos más allá de la Península Ibérica, traspasando su
iniciativa hasta el Nuevo Mundo al poco tiempo de su muerte5.
Con el paso de los años, en el contexto del renacimiento de la vida conventual
se llevaron a cabo nuevas iniciativas que, sin dejar de lado la clausura, pudieron
ofrecer servicios concretos a la sociedad, como la ayuda a los pobres, la asistencia
a los enfermos y la educación de las niñas. La Iglesia hasta el momento había
sido contraria a la educación femenina, pero se vio en la necesidad de fomentarla
como un medio de luchar contra el protestantismo. Cada niña era considerada
una futura madre, por lo tanto, podía desempeñar un papel clave en la educación
católica de sus hijos, y, a largo plazo, de la sociedad en general6. Así lo entendieron
las nuevas congregaciones post Trento, como, por ejemplo, las ursulinas, funda-
das por Santa Ángela de Merici en 1535 e instaladas en Francia a comienzos de
siglo7; la Compañía de Marie de Notre-Dame, debida a la iniciativa de Jeanne
de Lestonnac en 1607; la Congregación de Notre Dame8, instituida por Alix Le
Clerc y Pierre Fourier en 1615 y las visitandinas, fundadas por San Francisco de
Sales y Jeanne de Chantal en 1610. También marcó un hito la puesta en marcha
de las Hijas de la Caridad en 1633 por parte de Luisa de Marillac. Era la versión
femenina de la Congregación de los sacerdotes de la Misión o lazaristas, fundada
por San Vicente de Paul en 1625. Se distinguieron estas últimas, porque, junto
con sus obras de caridad corporal, se dedicaron a la evangelización de los pobres,
a través de las misiones y proporcionando instrucción a las niñas pequeñas9.
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Los nuevos aires de la Ilustración mermaron durante el siglo XVIII las voca-
ciones religiosas, y, por lo mismo, el interés de las familias por educar a sus hijas
en los conventos. En la práctica, muchos miembros de la élite solo enviaban a sus
hijas a los internados católicos para prepararse a su Primera Comunión, asistien-
do sus hijas solo unos meses a dichos establecimientos educacionales. Como una
clara muestra de los nuevos tiempos, parecía que las monjas no daban una edu-
cación adecuada en función al momento que se estaba viviendo, sino que estaban
“pasadas de moda”10.
Esta crisis conventual tan clara desde la mirada femenina, ad portas de la Re-
volución, era parte de un proceso mayor que afectaba a la Iglesia francesa11. En ese
contexto, no solo las religiosas se vieron disminuidas, sino también los sacerdotes,
debido a un notable aminoramiento de las vocaciones12. El problema de fondo
radicaba, por un lado, en la penetración progresiva del espíritu de la Ilustración
en la sociedad francesa, que llevaba implícita una crítica a las instituciones, espe-
cialmente a la Iglesia. Luego de la renovación tridentina, esta se había centrado en
la autoridad del clero, especialmente de los obispos, en la reforma de la educación
de los clérigos y en la actividad parroquial. A los ojos del pueblo se había trans-
formado en una Iglesia elitista, que miraba con malos ojos sus manifestaciones13.
Por otro lado, la religión de los franceses se había vuelto triste y culposa, con
una visión negativa de Dios y de la naturaleza humana, fruto de la difusión de las
ideas jansenistas que, a partir del siglo XVII, se propagaron por Francia. El origen
de ellas se encontraba en el teólogo holandés Cornelius Jansen14, quien, ligado a la
teología de la predestinación, sostenía que la brecha entre el hombre y Dios era casi
infranqueable, debido a la maldad innata del primero. Ante semejante pesimismo,
en la práctica, tomó gran importancia la figura del sacerdote por su poder de ab-
solución; no obstante, se llegó a extremos tales, en que solo después de repetidas
confesiones, este podía cerciorarse del arrepentimiento del penitente y considerarlo
digno de la comunión. Esta concepción tan negativa del hombre repercutió en una
notable disminución de la frecuentación de los sacramentos por parte de muchos
bautizados que no se sentían dignos de la gracia divina, especialmente, los varones15.
Varios Papas rechazaron el Jansenismo, hasta que fue condenado por Clemen-
te XI –de acuerdo con Luis XIV– en 1713, mediante la bula Unigenitus. Así, un
conflicto que había comenzado en el terreno religioso, pasó al político, puesto
que la postura del Sumo Pontífice pasó a identificarse con la del rey. Por su parte,
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MUJERES Y CONTRARREVOLUCIÓN:
LA NOVEDAD DE LA VIDA CONSAGRADA “ACTIVA”
La Contrarrevolución significó el renacimiento de una Iglesia católica fuerte y, ade-
más, reveló el papel que jugaron las mujeres en este fenómeno. Su aporte se mate-
rializó concretamente en la fundación de nuevas congregaciones religiosas de vida
activa, destinadas a prestar servicios concretos a la sociedad, especialmente en el área
de la salud y de la educación. Antecedente de ellas fueron las ya mencionadas Hijas
de la Caridad y las ursulinas, quienes, antes de la Revolución habían incurrido en
estos campos. Napoleón vio en el catolicismo una importante fuerza para el orden
social y político23, fue un gran impulsor del establecimiento de estas congregaciones
decimonónicas, y, animado por el servicio social que prestaban, señalaba: «nada de
contemplativas ociosas, sino únicamente hospitalarias y profesoras»24.
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El siglo XIX comenzaba mostrando que la vida consagrada para las mujeres
no necesariamente se traducía en la clausura. Desde ahora, las religiosas podían
combinar ambas dimensiones, la vida en comunidad tras los muros del convento
y la caridad fuera de él. Si bien se tomaban aspectos del Antiguo Régimen, como
la vida de oración; el esquema presentado por estas congregaciones tenía elemen-
tos innovadores como la existencia de una Superiora General y una Casa Madre;
a diferencia de las antiguas que se traducían en comunidades independientes unas
de otras. Asimismo, era novedoso el hecho de estar bajo el control del obispo o su
representante. En general, se establecieron en ambientes urbanos refaccionando
viejas abadías y se debieron a fuertes personalidades femeninas representadas por
las fundadoras, quienes, convencidas del poder de las mujeres para devolver a
Francia su espíritu religioso, no dudaron en confiar a sus seguidoras empresas de
alta responsabilidad y profesionalismo25.
Este modelo, con un claro espíritu contrarrevolucionario, tuvo una gran aco-
gida que se reflejó cuantitativamente. Según los estudios del especialista Claude
Langlois, entre 1800 y 1880 habrían surgido más de 400 órdenes de este tipo26,
muchas de las cuales tuvieron una dimensión internacional27. Representativas de
la voluntad de reconquista espiritual de Francia y eficaces para responder a las
principales necesidades de la sociedad, fueron beneficiadas por el Estado con la
legislación y la ayuda material28. Fueron así un reflejo de la renovación del catoli-
cismo en el que las mujeres pasaron a ser la figura central29.
Es en este contexto que el catolicismo comenzaba a «escribirse en femenino»30
y la educación de las niñas fue uno de los campos en donde más se destacaron las
nuevas congregaciones, por el convencimiento de que la instrucción cristiana de
las futuras madres incrementaría la fe en las generaciones siguientes31.
Fue clave el rol del Arzobispo Rafael Valentín Valdivieso (1804-1878) para
conseguir que estas “vírgenes de la caridad” cruzaran el Atlántico y llegaran a
Chile. Incluso lograría el prelado hacer coincidir los intereses eclesiásticos con
los políticos, puesto que el gobierno apoyó la llegada de dichas congregaciones y
luego su protagónico papel en la beneficencia nacional, situación que cambiaría,
en parte, a fines del siglo con el advenimiento de la secularización.
Así como fueron novedosas en Europa, estas religiosas “sin rejas ni torno”34,
más aun lo fueron en Chile. Desde el siglo XVI, como en el resto de Hispa-
noamérica, la vida consagrada había despertado un gran interés en las mujeres
chilenas. De 1567 databa el beaterio más antiguo del Reino, las “Isabelas” en
Osorno que dieron vida al Monasterio de Santa Clara de Antigua Fundación en
Santiago en 1604. Paulatinamente, se habían establecido en la capital del Rei-
no bajo distintas circunstancias las Agustinas (1574), las Clarisas de la Victoria
(1678), las Carmelitas de San José (1690), las Dominicas de Santa Rosa (1754)
y las Carmelitas de San Rafael (1770). A excepción de los Carmelos, en general,
estos conventos habían pasado a ser verdaderos “micromundos” dentro de la ciu-
dad. Allí las monjas vivían tras los muros en una clausura, muchas veces reñida
con sus propios votos, como lo han constatado las visitas pastorales de los siglos
XVIII y XIX. La convivencia con mujeres seglares, como familiares, sirvientas,
esclavas, donadas y educandas; permitió que los monasterios pasaran a ser im-
portantes espacios de oración, contemplación y sociabilidad, marcados por el
acceso a la cultura escrita, a las operaciones económicas, al trabajo manual y a las
relaciones con el mundo. Esta figura común en América Latina, como bien lo
ha constatado la historiografía, contrastó claramente con la nueva fórmula que
ofrecían las religiosas de vida activa.
Dicho modelo se trasplantó a Chile gracias a la confluencia de intereses por
parte de la jerarquía eclesiástica, las asociaciones laicas y el Estado35. A partir de
1838 comenzaron a llegar estas “religiosas modernas”, nacidas de la voluntad
de reconquista espiritual propia de la Contrarrevolución, que caminaban por las
calles, se trasladaban por las ciudades, socorrían a los vecinos en sus múltiples
necesidades y educaban a las niñas en colegios. Pese al desconcierto inicial de los
chilenos, muy pronto se expandieron por el país, ganándose su admiración cuan-
do comenzaba a debatirse la posibilidad de separar la Iglesia del Estado. Incluso
surgieron iniciativas locales.
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Notas
1 Doctora en Historia, Pontificia Universidad de Chile, actualmente docente en el Instituto de Historia de la Univer-
sidad de los Andes.
2 Este artículo recoge, en parte, la investigación realizada para nuestra tesis doctoral: La sociedad del Sagrado Cora-
zón y la escolarización femenina en Chile en el siglo XIX : Anna Du Rousier y la novedad del modelo de educación “a
la francesa”, PUC, 2007, inédita. Asimismo, el libro de nuestra autoría: Educar a la francesa. Anna du Rousier y el
impacto del Sagrado Corazón en la mujer chilena (1806-1880), Ediciones Universidad Católica, Santiago, 2012.
3 Joseph Lortz, al igual que otros historiadores de la Iglesia, discute el término “Contrarreforma” y propone “Re-
forma Católica”. Joseph Lortz, Historia de la Iglesia en la perspectiva de la historia del pensamiento, tomo II, Edad
Moderna y Contemporánea, Ediciones Cristiandad, traducción de Agustín Andreu Rodríguez, Segunda edición,
Madrid, 2008.
4 Elizabeth Rapley, A Social History of The Cloister. Daily Life in The Teaching Monasteries of The Old Regime, Can-
ada, Mc Gill-Queen’s University Press, 2001, p. 111 y ss.
5 Una síntesis de la reforma de Santa Teresa se encuentra en: Alexandrine de La Taille, “El Carmelo Descalzo y su
legado en Chile”, Visiones develadas. Serie de la vida de Santa Teresa de Jesús, Banco BBVA, Santiago, 2009.
6 Martine Sonnet, “La educación de una joven”, en Georges Duby y Michelle Perrot, Historia de las mujeres, t. 3:
Del Renacimiento a la Edad Moderna, traducción de Marco Aurelio Galmarini, t. 3, 146.
7 Llegaron a Avignon en 1572. Luego se fueron instalando en otros puntos de Francia: en 1599, Chabreuil, en
Delfinado; en 1600, Aix; en 1602, en Arles; en 1604, Toulouse; en 1606, Burdeos. A partir de 1620 se fundaron
65 monasterios. En vísperas de la Revolución, la congregación estaba instalada en 300 ciudades; en Georges
Duby y Michelle Perrot, Historia de las mujeres, t. 3: Del Renacimiento a la Edad Moderna, traducción de Marco
Aurelio Galmarini, t. 3, 159.
8 Rapley, op. cit., ofrece un interesante estudio sobre estas tres congregaciones en particular.
9 Duby y Perrot (ed.), Historia, t. 3, op. cit., 146-147.
10 Reynes, Geneviève, Couvents de Femmes. La vie des religieuses cloîtrées dans la France des XVIIe et XVIIIe siècles,
Paris, Fayard, 1987264-265; Rapley, op. cit., p. 91-95; Fliche, y Martín, op. cit., vol. XXII, 199.
11 Algunos historiadores como Roger Chartier se refieren a este proceso como la “laicización de Francia”, en Roger
Chartier, Espacio público, crítica y desacralización en el siglo XVIII. Los orígenes culturales de la Revolución Francesa,
traducción de Beatriz Lonné, Barcelona, Editorial Gedisa, 1995, 107 y ss.
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Es una tradición que los papas celebren el 1 de enero de cada año la Jornada
Mundial de la Paz. La fecha es significativa porque nos invita a construir du-
rante todo el año que recién comienza una auténtica cultura de la paz. En la
encíclica Laudato Si’ el Papa Francisco nos recuerda que la paz es más que la
ausencia de la guerra, incluso, que la paz no se reduce a una paz interior, aunque
sí la considera como elemento central. En su encíclica Francisco recuerda: “la
paz interior de las personas tiene mucho que ver con el cuidado de la ecología y
con el bien común, porque auténticamente vivida, se refleja en un estilo de vida
equilibrado unido a una capacidad de admiración que lleva a la profundidad
de la vida” 2.
En esta línea de una teología de la paz franciscana, la Jornada del año 2019
lleva por tema: “La buena política está al servicio de la paz”, colocando en íntima
relación el tema de la paz con el bien común, con la creación de espacios humanos
amables, de pensar una política humanizada y que humanice solidariamente. Y
también, el lema y el tema de la Jornada tienen un vínculo con la confianza. Patri-
cia Ynestroza en la presentación del tema de la Jornada 2019 sostiene que “como
se lee en el comentario hecho público por la Oficina de Prensa Vaticana, no hay
paz sin una confianza mutua, y que para que haya confianza debe haber como pri-
mera condición el respeto por la palabra dada”3. La importancia de constituirse en
una persona confiable tiene como condición de posibilidad el ser fiel a la palabra
dada, el testimonio comunicado, comunicación en la que se materializa la propia
intencionalidad del sujeto comunicante. En la consideración de la construcción
lingüística de las relaciones interpersonales, de las consecuencias sociales y polí-
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1. PERSPECTIVAS ANTROPOLÓGICO-FILOSÓFICAS
EN TORNO A LA CONFIANZA
Una de las notas constitutivas de la persona humana es la sociabilidad, la crea-
ción de lazos comunitarios en los cuales se evidencia concreta, y no meramente
teóricamente, el tema de la confianza y la confiabilidad. Pero el diagnóstico que
varios autores realizan de la posibilidad de entrar en relaciones interpersonales
confiables constituye una problemática.
El sociólogo polaco Zygmunt Bauman en su obra Amor líquido: acerca de
la fragilidad de los vínculos humanos (2017) entiende al ser humano como «un
hombre sin vínculos, y particularmente sin vínculos tan fijos»4. Bauman habla de
vínculos de corta duración, en los cuales se evita mantener un compromiso lo-
grando una relación interpersonal ambivalente en cuanto queremos estar-juntos
pero evitando un para siempre. Dice Bauman que estamos en presencia del pa-
radigma de las «relaciones de bolsillo, que se pueden sacar en caso de necesidad,
pero que también pueden volver a sepultarse en las profundidades del bolsillo
cuando ya no son necesarias»5. En dicha no necesidad de las relaciones que per-
miten la humanización del sujeto, Bauman también hace mención de cómo este
imaginario del “bolsillo” involucra una deslegitimación de las promesas y de la
palabra dada.
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para este autor, entre otras cosas por el desuso y el cuestionamiento a conceptos
y experiencias como el arte de negociar intereses comunes, de pensar un destino
compartido, de olvidar la idea e importancia del bien común. Estos elementos, a
juicio del sociólogo polaco, constituyen una situación que «se ha vuelto sospecho-
sa, amenazante, nebulosa o confusa»12.
Esto también lo detectó la conferencia de Aparecida en el número 36 cuando
diagnosticó en la etapa del “ver” que la realidad latinoamericana se había vuelto
opaca y compleja para los discípulos misioneros13. La desestabilización de los
grandes metarrelatos o relatos explicativos y dadores de sentido en la época mo-
derna involucra también una consecuencia antropológica que hasta aquí hemos
analizado desde la perspectiva de Bauman. Y uno de los signos de esta moderni-
dad confesa u opaca es la desconfianza generalizada hacia instituciones, grupos de
poder, grupos económicos y también la desconfianza cotidiana al otro (migrantes,
pueblos originarios, grupos LGTB, grupos sociales determinados, etc.). Es lo que
psicólogos como el italiano Luigi Zoja han llamado la muerte del prójimo14, la cual
y para el mismo Zoja es consecuencia de la proclamación moderna de la muerte
de Dios. Dice Zoja: «el hombre de las ciudades se siente, cada vez más, rodeado
de extraños. Es tiempo, entonces, de pensar en las secuelas de Nietzsche, y decir
abiertamente que también ha desaparecido el prójimo»15.
Ante este panorama antropológico, ético y filosófico que se ha condensado en
la desaparición de los vínculos estables, de la inseguridad de las relaciones y de la
pérdida de referencias explicativas, tanto en la relación con Dios como también
en el estar-con el ser humano otro, aparece la pregunta acerca de qué lugar ocupa
o debiese ocupar la confianza. ¿De qué manera la confianza ingresa en la cues-
tión antropológica, y cómo dicha confianza en el otro posibilita la confianza en
el Dios que sale al encuentro del ser humano en la historia? Quizás, trabajar en
temáticas sobre la confianza es un acto políticamente subversivo en medio de las
actuales condiciones sociales y antropológicas. Desde esta óptica enfrentamos las
siguientes cuestiones.
Uno de los filósofos que más ha reflexionado en torno a la complejidad de la
confianza y de la confiabilidad es el estadounidense Russell Hardin. Lo primero
que sostiene Hardin es que cuando una persona se hace la pregunta madura
sobre la confianza, dicha cuestión tiene un aspecto más profundo, a saber, el
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confianza es el otro. Con dicha conciencia histórica como base, podemos com-
prender a Dios que también busca entrar en una dinámica existencial con cada
uno de nosotros, presentándose como un ser amable, que se interesa por cada uno
de nosotros y que desde dicho interés (que busca ser mutuo en la fe teologal) crea
las condiciones para vivir el proyecto común llamado salvación o manifestación
de la gracia. La fe, por tanto, contenida en el acto de creer tiene un profundo
trasfondo antropológico que da lugar a lo teológico26.
Esta fe que expresamos a los otros, «a quienes consideramos informados y
veraces»27, aparece como una estructura de confianza. Desde ella desplegamos la
fe en Dios que nace desde una interpelación primera que Él realiza en nuestra
historia y en la cual se muestra como informado y veraz. Por ello fue importante
entender la confianza y la confiabilidad que son inherentes al acto de la fe teolo-
gal. En la aceptación de la interpelación de Dios – eso es la fe – entran también
las expectativas y las experiencias humanas previas. En la confianza también po-
demos encontrar un criterio de valoración de la confiabilidad, el cual se puede
entender en la siguiente formulación: ¿cuán digno de confianza es Dios? Y, a lo
mejor, podemos pensar la formulación en un sentido inverso: ¿cuán confiables
somos para Dios?
La confianza se funda en una promesa, en la palabra dada. Y, en negativo, lo
contrario a la promesa es la traición de la misma. Las promesas que Dios realizó
en el pasado y que fueron contenidas en las experiencias bíblicas de Israel y de la
primera Iglesia, constituyen el fundamento de la confianza en Dios28. Ahora bien,
si hablamos de la traición o de experimentar la confianza rota, que está presente
de manera constante en la vida humana, también podemos preguntarnos cómo
reparar dicha ruptura. El psicólogo y psicoanalista Boris Cyrulnik habla de la fe
como resiliencia. En dicha resiliencia aparece también la capacidad de adminis-
tración de recuerdos y emociones. Cyrulnik afirma: «cuando la utopía se hunde y
cuando lo real nos aterra somos capaces de reactivar el recuerdo de un momento
feliz en el que estábamos protegidos por nuestra afectuosa familia»29. Por lo tanto,
aparece la pregunta: ¿cómo funciona el dispositivo del apego como sustento de la
resiliencia? ¿hay un apego a Dios desde las promesas que Él realiza? La capacidad
de aprender a superar la ruptura, de reconciliarse con el pasado traumático, surge
cuando la utopía se hunde, cuando lo real nos punza y nos vuelve a cuestionar
desde las grandes preguntas de la vida humana.
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3. SÍNTESIS PROVISORIA
Al finalizar nuestro artículo, reconocemos el desafío que constituye el proceso de
una constante evaluación de la estructura de la creencia-confianza y de cuáles son
las imágenes y representaciones de Dios que constituyen los símbolos de confian-
za. Esto porque junto con la presencia de símbolos positivos, también aparecen
símbolos de un Dios castigador o de imágenes siniestras de Dios. Con ello las
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Notas
1 Licenciado en Educación y Profesor de Religión y Filosofía por la Universidad Católica del Maule. Magíster en Teología
Fundamental por la Pontificia Universidad Católica de Chile. Correo: jpespinosa@uc.cl
2 Francisco, Carta encíclica Laudato si’ sobre el cuidado de la Casa Común, 24 de mayo de 2015, 225.
3 Ynestroza, Patricia; La buena política está al servicio de la paz, en https://www.mensaje.cl/la-buena-politica-esta-al-
servicio-de-la-paz/ [Recuperado el 16 de Noviembre 2018]
4 Bauman, Zygmunt; Amor líquido: acerca de la fragilidad de los vínculos humanos (FCE, México 2017), 7.
5 Ídem, 10.
6 Ibídem, 11.
7 Ibídem, 13.
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SÍNTESIS
Mientras “orar en el Espíritu Santo” puede evocar la oración “carismática”, este
artículo argumenta que, desde el punto de vista de la Sagrada Escritura, en rea-
lidad define toda oración cristiana teniendo al Espíritu Santo como sujeto prin-
cipal, el cual nos guía a orar y ora en nosotros, al mostrarnos a quién, cómo y por
qué cosa debemos orar. Esto tiene implicaciones para la espiritualidad y para la
pneumatología. Por una parte, la oración ha de ser entendida como mucho más
que la extensión de nuestro deseo humano hacia Dios: ella significa entrar en la
voluntad de Dios, en la vida divina, y en las relaciones entre el Padre, el Hijo y
el Espíritu, y relacionarnos con cada uno de una manera única y diferente. De
hecho, esto también ayuda a captar la esencia de la oración carismática, la cual es
precisamente dejar al Espíritu orar en nosotros: carismas y «entusiasmo» son una
expresión de esto y están en su lugar correcto cuando se refieren a ella. Por otra
parte, el Espíritu Santo se manifiesta a sí mismo como un tipo único de persona
divina, la cual actúa y habla en y a través de otros. El artículo sostiene que esta
especificidad económica requiere ser reelaborada a nivel de la Trinidad inmanente
de un modo nuevo: los nombres de Ruah y Pneuma nos permiten concebir al
Espíritu como el Soplo más íntimo que el Padre respira (espira) en las profundi-
dades del Hijo.
«Orar en el Espíritu» nos evoca escenas de personas alabando con sus manos
en alto, balanceándose hacia atrás y adelante, con expresiones extáticas en sus ros-
tros. Pertenece al vocabulario de fieles carismáticos o pentecostales. Argumentaré
en este artículo que se trata en realidad de una caracterización bastante adecuada
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primario de la oración: proseuchè (Ef 6,18; Jud 20–21; 1Cor 14,14-15; Rom
8,26) significa pedir, rogar o suplicar, por algo o por perdón. En una manera
muy intensa, como en caso de desesperación, puede ser expresado por krazein:
«gritar» o «llamar» (Rom 8,15; Gal 4,6)2. También puede extenderse a pedir por
otros, por ejemplo, a la intercesión, deomai o entunchanein (Ef 6,18; Rom 8,26-
27). En pneumati también se encuentra en el caso de oraciones de alabanza,
por ejemplo, proskunèsis (Jn 4,23-24). El acceso dado al Padre en heni pneumati
en Ef 2,18 es entendido por la mayoría de los exégetas en un sentido litúrgico,
por lo que puede ser asimilado a una alabanza. Sorprendentemente, la acción
de gracias y la bendición (eucharistein, eulogein, exomologesthai) y el estrecha-
mente relacionado «cantar» (adein o psalein), son más raramente realizados «en
el Espíritu», pero en Lc 10,21 Jesús exulta «en el Espíritu Santo». Otras dos
expresiones relacionadas con agradecer y bendecir a Dios son muy cercanas: tô
pneumati, por ejemplo, a través/con el Espíritu (1Cor 14,16-17), y pneumatikos,
por ejemplo, espiritual, o mejor aun: «pneumatico», porque quiere decir «desde
el Espíritu Santo» (Ef 5,18; Col 3,15b-17).
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Dios no puede faltarle nada, por lo tanto, Él no puede pedir; mucho menos puede
gemir o quejarse como una creatura pasible. Así es que el significado es que el Espí-
ritu inspira al orante a gemir y quejarse…11. Como sea, el texto de Rom 8,26 es muy
claro: el Espíritu está haciendo el gemido. El Espíritu esta «respaldando» nuestra
debilidad, se está haciendo a Sí mismo humano por nosotros.
Así, el orante y el Espíritu no se fusionan: Pablo considera claramente que
hay dos actores. Por una parte, orar en pneumati no es contrario a hacer uso de
las facultades humanas. Las involucra, y mientras más, mejor, especialmente si
tenemos comprensión de lo que está sucediendo. De acuerdo a 1Cor 14,14-17,
orar en el Espíritu Santo es bueno, pero orar con el Espíritu y con nuestra mente
(nous) es mejor. Por otra parte, la trascendencia del Espíritu es irreductible. Aun
cuando estamos llamados a usar nuestras mentes, no entendemos ni las lenguas
ni los gemidos, ni la intercesión del Espíritu en nosotros (ver Rom 8,26-27; 1Cor
14,14.16). «El Espíritu mismo se hace testigo con nuestro espíritu (tô pneumati
hèmôn)» (Rom 8,16) más que para nuestro espíritu12. Esto subraya el hecho de
que ambos, el orante y el Espíritu Santo, actúan juntos para dar testimonio a
través de la declaración: ¡Abbá! ¡Padre! en un modo fascinante de íntima y honda
interrelación de dos sujetos distintos.
Finalmente, orar en pneumati implica no solo al Espíritu Santo, sino que se
trata de algo Trinitario. Judas 20-21, por ejemplo, tiene una estructura Trinitaria
distintiva: «…orando en el Espíritu Santo, manténganse en el amor de Dios, es-
perando la misericordia de nuestro Señor Jesucristo». En Romanos 8,15 el Espíri-
tu es un «Espíritu de filiación», que nos hace clamar «¡Abbá! ¡Padre!» y en Gálatas
4,6 Dios el Padre envía «el Espíritu de su Hijo». Aun más explícito es Efesios 2,18
puesto que el acceso dado en el Espíritu es al Padre a través (dia) de Cristo Jesús.
En el Nuevo Testamento, «orar en el Espíritu Santo» significa orar bajo la
fuerza conducente del Espíritu que inspira en nosotros el quién, el qué y el cómo.
No es un tipo específico de oración, sino la forma que debiera tener toda oración
cristiana, sea para rogar, agradecer o alabar. En pneumati, la oración es «realizada»
por dos sujetos íntimamente entrelazados, pero distintos: el Espíritu Santo y el
orante. Pero el Espíritu en las profundidades de nuestros corazones nos abre al
Hijo y al Padre. Ahora que el significado escriturístico de orar en el Espíritu ha
quedado establecido, es posible reflexionar en sus implicancias teológicas, tanto
para la oración como para la persona del Espíritu Santo.
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que nos falta… El Espíritu educa nuestro deseo, lo expande y lo ajusta al deseo de
Dios, dándole el mismo objeto»14.
Por supuesto, este movimiento no es evidente a uno mismo, ni realizado de
una vez y para siempre. Los ejemplos principales de oración dados por la Escri-
tura son los salmos, los cuales a veces llevan al orante a entrar en la voluntad de
Dios, pero muy a menudo ellos también expresan las emociones tan humanas de
temor, angustia, enojo, deseo de venganza, violencia… Por una parte, Dios nos
pide entrar en su voluntad; pero, paradojalmente, por otra parte, todos estos de-
seos naturales pueden ser recogidos en la oración, especialmente cuando enfren-
tamos situaciones extremas de angustia o sufrimiento. Ahora bien, esto también
corresponde a un aspecto de la acción del Espíritu Santo en nosotros, a saber, su
capacidad de cargar con las dimensiones más débiles y oscuras de nuestra existen-
cia, de ser más «humano» de lo que nosotros somos15.
En cierto modo, aun más que entrar en el deseo y la voluntad de Dios, la
oración introduce al orante en la «oración» del Espíritu Santo al Padre: el Espíritu
está clamando al Padre y dirigiendo sus gemidos a Dios. El aspecto trinitario de
la oración en pneumati muestra que orar significa en realidad, ser insertado en la
esfera de las relaciones divinas entre el Padre, el Hijo y el Espíritu. La oración no
es solo algo que está ocurriendo entre Dios y yo, sino que es mucho más amplio,
es anterior a mí: algo ya está ocurriendo entre el Espíritu, el Hijo y el Padre, y el
Espíritu me habilita para unirme a eso. Esta es la razón por la cual Pablo subraya
el hecho de que no entendemos, y por la cual Crisóstomo afirma que la oración es
imposible sin el Espíritu Santo: estamos entrando en otra dimensión, aquella de
la vida divina. No debiera sorprendernos entonces, que orar sea tan difícil. Para-
fraseando la expresión de Barth, «Solo Dios puede hablar sobre Dios»16, podemos
decir: solo Dios puede hablar a Dios (y habilitarnos para hacer lo mismo).
Por supuesto, el entrar en la vida divina y en las relaciones Trinitarias no puede
sino transformar al orante. Como S. Coakley lo dice: «Dentro de aquel diálogo
divino sin fin entre Espíritu y Padre el orante cristiano es así tomado, y por tanto
transformado, convirtiéndose en co-heredero con Cristo»17. Esto explica de una
manera más profunda lo que significa para el Espíritu hacernos entrar en la oración
de Jesús a su Abbá; explica por qué Pablo lo denomina «Espíritu de filiación» (Rom
8,15): entrando en esta relación de hecho nos conforma a Cristo y nos hace hijos e
hijas del Padre. La oración está íntimamente unida al proceso de filiación adoptiva
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transformado por ellas. Más que un cierto tipo de actividad humana, la oración
es «un acto con dos actores». Este es también el verdadero núcleo y esencia de la
oración carismática. Percibir esto puede ayudar a la Renovación Carismática a
comprenderse mejor a sí misma, y así, contribuir mejor a toda la Iglesia. La vo-
cación de las distintas espiritualidades es centrarse en alguna de las dimensiones
fundamentales de la oración, la cual ella no ha inventado, pero que es suya para
nutrir a los demás, como para recordar a los otros que es parte también de su
ADN. Por lo tanto, la oración carismática debiera ayudar a todas las espirituali-
dades a redescubrir que la oración es fundamentalmente «en el Espíritu».
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el Hijo nunca se dirigen ellos mismos a Él, en tanto que los seres humanos solo
escuchan sus inspiraciones y lo invocan. El Espíritu habla y actúa solo a través y
en otros – como hemos visto arriba con la inmanente, entrelazada actividad del
Espíritu en la oración – y no tiene palabras ni obras personales, dado que siempre
se refiere a lo que el Padre y el Hijo han dicho y hecho23. Por supuesto, Cristo
también muestra al Padre, pero lo muestra mostrándose Él mismo; el Espíritu
muestra a Cristo desapareciendo. No hay una relación cara a cara con el Espíritu,
sea para nosotros como para el Padre y el Hijo. A modo de consecuencia, el ser
personal del Espíritu Santo no es un ser sustancial, sólido, un ad se con una forma
claramente definida, sino que es, por así decir, aéreo, atmosférico, líquido. El
Espíritu encuentra su identidad estando fuera de sí mismo en otros. De un modo
extático, casi erótico, Él puede estar en otro y el otro en él24.
Como sea, estos autores se instalan en un nivel económico, mientras yo creo
que es necesario comprender la personalidad específica del Espíritu en un nivel
intra-trinitario, porque la economía manifiesta la theologia, la que a su vez funda la
oikonomia. ¿Qué significa para la vida al interior de Dios el que una persona divina
sea «sin rostro» y «aérea»? ¿Qué significa que el Espíritu esté profundamente «den-
tro» y «entrelazado», no solo en los seres humanos, sino también en el Padre y en el
Hijo; de tal manera que él es «Él mismo» a través y en ellos? Mi metodología será
desarrollar la relación eterna del Espíritu con el Padre y el Hijo, permaneciendo
lo más fiel posible a la economía que la revela. Argumentaré que el mejor modo
para hacer esto es desentrañar completamente las determinaciones contenidas en
el principal nombre dado a la tercera hipóstasis en las Escrituras, a saber, Ruah y
Pneuma. Más que cualquier otra noción usada para captar quién es el Espíritu San-
to, este nombre corresponde a las características que hemos mostrado hasta ahora.
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entre todos, estos nombres personales ofrecidos por la Escritura son los menos
inadecuados25. Podemos entonces desplegarlos, para desarrollar su contenido, en
tanto también nosotros comprendamos la limitación fundamental de este proce-
so. Ahora, yo pienso que este recorrido solo ha sido insinuado respecto del Espí-
ritu. Los teólogos orientales cautelosamente han declarado que la procesión del
Espíritu es «desconocida»26. La teología occidental ha desarrollado de hecho otras
metáforas –amor y don– pero, curiosamente, no el principal nombre bíblico.
El primer significado de ambos ruah y pneuma es viento o respiro27. Ahora
bien, respiro es una de las realidades más interiores e íntimas de cualquier ser
viviente. Él permea en cierta forma todo el cuerpo para ofrecerle vida y movi-
miento. Más aun, aunque sin él el cuerpo estaría inanimado, en sí mismo él es
insubstancial y «aéreo». Sin el ser al cual habita sería dispersado, no tendría dónde
descansar. Por otra parte, el respiro puede ser exhalado: algo de las regiones más
profundas de nuestro ser puede ser también lo más exterior a nosotros. Como
tal, el respiro es inmanente y trascendente, y mucho más que otras dimensiones
exteriores de mi ser, como la piel. Finalmente, es posible respirarlo dentro de otro
ser, sea a un globo o a otra persona, como es el caso en la respiración boca a boca.
Ahora bien, las Escrituras nos dicen que Dios tiene un Respiro con el cual
da vida e inspira (Cf. Gn 2,7; Sal 33,6). Esto puede ser desarrollado o volcado al
nivel intra-Trinitario como profundamente arraigado, una respiración interior,
algo íntimo y que lo impregna todo. Este Respiro es exhalado, respirado sobre el
único «otro» en Dios, la segunda hipóstasis, para convertirse en algo profunda-
mente íntimo en esta hipóstasis, que pertenecerá a ella sin ser idéntico a ella. ¡Hay
un interior intimo meo en la Trinidad! Mientras el Padre sitúa al Hijo como una
realidad substancial, por así decirlo, «fuera» de sí mismo, el Respiro no es situado,
él está dentro de los otros dos, más que «en frente» o «de cara» a ellos. En ambos,
el Padre y el Hijo, el Respiro se mueve y circula –de cierto modo es más dinámico
que los otros dos– pero no tiene actividad plenamente autónoma, dado que su
movimiento viene de ser exhalado e inhalado (o al menos recibido). Él está «vivo»
y da vida y movimiento, pero a otro distinto de sí mismo. Todo esto corresponde
bien a la manifestación del Espíritu en la economía.
Desarrollar el nombre de Ruah-Pneuma viene también corroborado por la
importancia que la teología Trinitaria clásica da a la procesión, como una dimen-
sión fundamental en la identidad personal de la persona divina: sea que uno diga
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CONCLUSIÓN
La expresión bíblica «orando en el Espíritu Santo» nos da definitivamente una
clave muy importante para comprender tanto la espiritualidad cristiana como la
tercera persona de la Trinidad. La oración es siempre en pneumati, porque signifi-
ca dejar que el Espíritu Santo ore en nosotros, mostrándonos a quién, cómo y por
qué cosa debemos orar; significa entrar en la voluntad y vida divinas, entrar en las
relaciones entre Padre, Hijo y Espíritu, y relacionarnos con cada uno de manera
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Notas
1 El Padre Etienne Vetö, sacerdote católico de la comunidad Chemin Neuf, es profesor extraordinario de la Facultad de
Teología de la Pontificia Universidad Gregoriana en Roma y Doctor en teología por el Centre Sèvres, Facultés Jésuites
de Paris. La traducción al español del texto original en inglés fue realizada por el padre Pablo Arteaga E.
2 El «gritar» tiene este significado en el Antiguo Testamento: «Yo grité en alta voz al Señor, y él me respondió» (Sal
3,5); véase también Ex 22,23; Sal 17,6; 18,7; 30,3; 34,18; 88,2.10; 107,13 (ver J.A. Fitzmyer, The Anchor Bible, 33,
Romans, Doubleday, New York-London-Toronto-Sydney-Auckland, 1993, p.501).
3 La reflexión en esta sección está basada en los siguientes comentarios: J. A. Fitzmyer, The Anchor Bible, Romans; J.
D. G. Dunn, Word Biblical Commentary, 38, Romans 1-8, Word Books, Waco, 1988; R. J. Bauckham, Word Biblical
Commentary, 50, Jude, 2Peter, Word Books, Waco, 1983; M. Barth, The Anchor Bible, Ephesians 1-3, Doubleday, New
York, 1974; R. E. Brown, The Anchor Bible, The Gospel According to John (i-xii), Doubleday, New York, 1966, pp.180-
181; F. Lestang, “Paul et l’Esprit-Saint”, lecturas no publicadas.
4 Ver Ioannes Chrysostomos, The homilies of S. John Chrysostom… on the epistle of St. Paul the Apostle to the Romans,
Parker, Oxford, 1841, 251-252; P. F. Landes (ed), Augustine on Romans, Propositions from the Epistle to the Romans,
Unfinished Commentary on the Epistle to the Romans, Scholar Press, Chico, 1982, p.27; Th. Aquinas, Super Epist. Ad
Romanos, VIII, lectio 5; D. W. Torrance, Th. F. Torrance (ed), Calvin’s New Testament Commentaries, The Epistles of Paul
to the Romans and Thessalonians, Eerdmans, Grand Rapids, 19802, pp.177-178.
5 Ver Tomás de Aquino, Super Epist. Ad Romanos, VIII, lectio 5.
6 Ver M.A. Chevallier, Souffle de Dieu, Le Saint-Esprit dans le Nouveau Testament, II, Beauchesne, Paris, 1990, pp. 375-
376.
7 Ver Orígenes, De oratione, 4 (PG 11, 45, 428); In Ep. Ad Roman., 7, 6 (PG 14, 1120). Esta es una posición amplia-
mente difundida, sostenida por autores pentecostales, católicos carismáticos y autores principales: ver G. Fee, God’s
Empowering Presence, The Holy Spirit in the Letters of Paul, Hendrickson, Peabody, 2009, pp.581-586; F. Lestang, “Paul
et l’Esprit-Saint”, lecturas no publicadas, 6 ; J. A. Fitzmyer, The Anchor Bible, Romans, p. 519.
8 Ver J. A. Fitzmyer, The Anchor Bible, Romans, 518-519; The Anchor Bible, First Corinthians, pp. 515-519.
9 Ver J.D.G. Dunn, Jesus and the Spirit, A Study of the Religious and Charismatic Experience of Jesus and the First Chris-
tians as Reflected in the New Testament, Grand Rapids, Mich., Eerdmans, 19972, pp. 245-246.
10 John Chrysostom, Sermons on Pentecost, 1, 4 (citado por S. Coakley, “Church of England Doctrine Commission,
‘Charismatic Experience’” in E. F. Rogers (ed), The Holy Spirit, Classical and Contemporary Readings, Wiley-Blackwell,
Oxford, 2009, p.79).
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“Renovarnos en la esperanza” 1
¡Qué bueno estar juntos en este mes de María, reunidos en torno a la Madre y
en fraternidad, como lo hacen muchas de nuestras familias, para vivir las más
grandes alegrías y también para pasar juntos los dolores! Sí, porque el dolor ha
golpeado a nuestra puerta; dolor por la Iglesia que amamos y por la que queremos
entregar, a ejemplo de Jesucristo, hasta la última gota de nuestra sangre.
Hace unos meses, cuando iniciaba el trabajo en la Vicaría del clero, visité el
hogar sacerdotal Santo Cura de Ars y vi cómo, en medio de las dificultades de la
edad o la enfermedad, algunos hermanos nuestros entregan sus últimos años de
una manera distinta, en la oración. Qué conmovedor fue verlos haciendo pregun-
tas sobre la situación actual de la Iglesia, pudiendo respirar el dolor que sienten,
muchas veces impotentes porque las glorias setenteras y ochenteras no van más.
Pero lo que más me impactó fue la capacidad de “ser sacerdotes”, de hablar como
sacerdotes, de transmitir una identidad que “les sale por los poros” y supera las
sillas de rueda, los burritos y los olvidos. Me impactó ver al “mítico” padre Pedro
de la Noi, un genio de la época, cuya historia trascienden en los pasillos del Se-
minario hasta el día de hoy. Él, totalmente desconectado a causa del Alzheimer,
sin entender, trata con delicadeza paternal a las enfermeras, les da la bendición
cuando no sabe qué hacer, pero aun entiende que empieza la misa cuando le
ponen una estola.
Hay una historia simpática de don Sergio Contreras Navia. En uno de sus
momentos de lucidez, el anciano obispo insistía en presidir la misa del hogar de
ancianos donde se encuentra, cosa que era resistida por las religiosas ya que se
perdía en la celebración. La superiora del lugar, muy posicionada de su papel le
dijo con toda autoridad: «Usted va a concelebrar, pues acá la superiora soy yo».
Don Sergio la miró, sin poder decir muchas palabras, miró sus manos y le dijo:
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Tinieblas y luz, enemistad y paz, muerte y vida. Estas tensiones forman parte del
marco de contradicción de Navidad. Sabemos que los símbolos buscan transmitir
una profundidad que las palabras no alcanzan y es natural que la Sagrada Escritura
nos muestre una gran riqueza simbólica para describir un misterio que es en sí mis-
mo indescriptible: Dios está con nosotros, Dios se ha hecho uno de nosotros. Y eso
nos invita a reconciliarnos con todas nuestras miserias, con todos nuestros dolores,
con todas nuestras inconsistencias. Porque si Dios se ha hecho hombre como noso-
tros, entonces pertenecer a la raza humana es lo mejor que puede existir.
Qué maravilla ser hombres, que maravilla sentir, amar, llorar, crecer, envejecer.
Qué maravilla ser hombres en toda la plenitud de la palabra. Por eso, el primer
movimiento espiritual al que quisiera invitarles es a “dar gracias”; aun en el dolor
y en tiempos de crisis, a dar gracias por estar juntos, por el ministerio que se nos
ha confiado por pura misericordia. Dar gracias a Dios porque es, porque existe,
porque está. Demos gracias a Dios a pesar de que ustedes y yo podemos fallar,
pero Él no falla. Y esa es nuestra esperanza.
Un autor español dice que «Un hombre agradecido ya ha salvado su alma». Y
la acción de gracias es el mejor remedio para la amargura existencial, que amenaza
con meterse en medio nuestro, y que queremos rechazar, porque una cosa es la
tristeza, pero otra es la amargura; y cristianismo y amargura son términos contra-
dictorios y excluyentes entre sí. Dicho de otra manera, un cristiano amargado ha
renunciado a la vivencia del cristianismo. Por eso, hermanos, humilde y fraterna-
mente los invito a estar atentos al virus de la amargura, pues cuando la amargura
llega a nuestra vida sacerdotal, es el momento de pedir ayuda. Sé que a muchos de
nosotros nos cuesta pedir ayuda, pero nosotros mismos le decimos a la gente que
pedir ayuda no tiene nada de malo. Yo les doy testimonio que, cada vez que he
necesitado pedir ayuda en estos años, la he encontrado y me ha ayudado a tratar
de vivir bien el regalo del ministerio.
No queremos la amargura, queremos “Ver la luz” de la que hablaba Isaías. Por
eso me parece que un buen camino espiritual es peregrinar a la luz. Necesitamos
movernos hacia Jesucristo, ir a Belén, no tener miedo al hedor, a las pobrezas;
porque, al fin y al cabo, Jesucristo nace en la indefensión, en la pobreza, en el mal
olor. ¡No tengamos miedo, vamos a Belén!
VAMOS DE LA AMARGURA Y LA OSCURIDAD A LA LUZ
El pueblo que caminaba en tinieblas. Las tinieblas, en las culturas antiguas de Me-
sopotamia y Egipto, representaban el caos primordial donde vagaban las poten-
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cias hostiles al hombre. Al inicio del Génesis se dice: Al principio Dios creó el cielo
y la tierra: La tierra no tenía forma y las tinieblas cubrían el abismo (Gn 1, 1-2a).
Este símbolo de las tinieblas es la imagen de toda situación negativa, donde
nos dominan el miedo, el dolor, la rabia y el desconcierto. Más de alguna vez el
pueblo santo de Dios o nosotros nos hemos sentido en tinieblas, pero tal como
Israel, queremos pedirle al Señor que nos regale la experiencia de “gustar” cómo
la luz se abre paso entre las tinieblas.
El pueblo que caminaba en las tinieblas vio una gran luz, sobre aquellos que ha-
bitaban el país de la oscuridad ha brillado una gran luz. La doble mención de las
tinieblas y de la luz nos renueva en la conciencia de la fuerza liberadora de Dios,
que irrumpe en la noche, en nuestras noches, en medio de la miseria humana para
hacer resplandecer todo; todo toma color y aparece la gloria, la plenitud suprema
de la verdadera paz (del sentido más profundo de la palabra Shalom). Hacia esto
nos conduce el camino del Adviento, a reconocer que Dios irrumpe en nuestra
historia dañada, para dar nueva dignidad a los que viven en las tinieblas, a los que
ya no esperan nada, a los que están sin esperanza y sin futuro.
Por eso el Adviento es renovación de la esperanza, porque es una respues-
ta concreta, actitudinal, a los pequeños o grandes rincones de nuestros corazo-
nes de pastores necesitados de luz. Este es un tiempo de renovación, porque es
Dios quien quiere irrumpir en nuestras oscuridades, en nuestras desolaciones, en
nuestras esperanzas olvidadas. Por eso, un segundo movimiento espiritual que les
propongo es presentar a Dios, en sinceridad, los rincones de mi corazón sacerdo-
tal que necesitan ser iluminados: mis desesperanzas, mis enojos, mis dolores; no
como una cosa culposa, sino como una ofrenda: «Señor, esto es lo que me pasa.
Ven a renovar e iluminar mi vida» y, así, estar y gozar en su presencia y de su luz
renovadora. A lo mejor, a alguno le brota el deseo del sacramento de la reconci-
liación: ¡Bien, aproveche!
SOMOS PASTORES, VAMOS A BELÉN.
¿Cuál es la actitud para llegar al pesebre hoy? Hay un autor español llamado José
Luis Martín Descalzo, que a mí me ha ayudado mucho en tiempos de dificultad.
En uno de sus libros, llamado Razones para la Esperanza, habla de la actitud para
llegar hasta el pesebre. Escribe:
La puerta de entrada a la Basílica de la Natividad, en la ciudad de Belén,
tiene una puerta de solo un metro veinte de altura por la que solo los ni-
ños podían entrar sin agacharse. Esa entrada se remodeló así en la Edad
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Media para evitar que los moros pudieran penetrar en el templo a caballo,
descabezando a los fieles en oración. Pero la verdad es que para mí también
tiene un profundo sentido espiritual: que al portal de Belén solo se puede
llegar de dos maneras: o teniendo la pureza de los niños, o la humildad de
quienes se atreven a inclinarse ante Dios. Es lógico, porque si Dios se hizo
pequeño para llegar hasta nosotros, ¿cómo podríamos llegar nosotros hasta
Él sin volvernos también pequeños?
¡Es notable! Por eso, llegar a Belén, llegar a la Luz, implica hacerse pequeños
y humildes.
Un tercer posible movimiento es examinar nuestra actitud vital delante de
Dios y de los hermanos. ¿Cómo estamos viviendo ese anhelo del corazón de
todo sacerdote de inclinarse frente Cristo pobre y obediente? Lo deseamos,
pero a veces las preocupaciones o vernos superados nos agotan, podemos te-
ner la tentación de perder la sensibilidad por la sobre exigencia. Por eso, con
honestidad, también los invito a renovar nuestro deseo de servicio humilde. Si
producto de nuestra humanidad algo no anda muy bien, pidamos al Señor que
nos regale la renovación, y agradezcámosle también por las veces que, por su
misericordia, hemos inclinado las rodillas de nuestro corazón delante de Cristo
pobre y sufriente.
QUEREMOS LLEGAR A BELÉN Y CONMOVERNOS
¿Que es Belén? Es algo muy lejano a los pesebres lindos y producidos, sino más
bien es una oda al descriterio. Así lo vemos en el profeta Miqueas:
Pero tú, Belén de Éfrata, pequeña entre las aldeas de Judá, de ti sacaré el que
ha de ser jefe de Israel: su origen es antiguo, de tiempo inmemorial. Por eso el
Señor los abandonará hasta que la madre dé a luz y el resto de los hermanos
vuelva a los israelitas. (Miq 5, 2-3)
Belén hoy es una ciudad del dolor, llenas de policías, de sospecha, de tensión;
donde no se respira la atmósfera de confianza que está llamada a transmitir, así
como nosotros, que hemos perdido la confianza de la gente. Por eso, volver a Be-
lén y ver que ahí nace Jesús, está lleno de sentido para estos tiempos.
NO HABÍA SITIO EN LA POSADA
La tradición popular se imagina a José de puerta en puerta, recibiendo negativa
tras negativa de sus egoístas parientes. Viene a nuestra imaginación la figura del
posadero que, con rostro avariento, se asoma sin compasión para decir “no hay
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posada”. Pero en las posadas palestinas, en realidad, siempre había sitio y a esa fra-
se hay que darle un sentido diverso. La posada era un patio cuadrado, rodeado de
altos muros. En su centro había una cisterna en torno a la cual se amontonaban
bestias, burros, camellos y corderos. Pegados a los muros había unos cobertizos en
los que vivían y dormían los viajeros.
Un biblista italiano dice que “En aquel amasijo de hombres y bestias revueltos
se hablaba de negocios, se rezaba, se cantaba y se dormía, se comía y se efectuaban
las necesidades naturales, se podía nacer y se podía morir, todo en medio de la
suciedad y el hedor que aún hoy infectan los campamentos de los beduinos en
Palestina”. A este patio se asomó José y comprendió enseguida que allí no «había
sitio». Sitio material, sí. Jamás dirá un oriental que no hay lugar. El asunto es que
el lugar del nacimiento era un poco “más pudoroso, pero igual o peor de asque-
roso, por eso no había gente”.
Este dato es muy importante a la hora de hablar de esperanza: ¡Dios nace me-
dio del dolor! Nosotros vivimos tiempos de dolor; por eso este adviento puede ser
una extraordinaria oportunidad para pedir a Dios que nazca en medio del propio
Belén de nuestro corazón.
Plantear las cosas no siempre es fácil. Queremos evitar la actitud del triunfalis-
mo ingenuo, como ese que se desprende de una broma típica entre un grupo de
amigos cuando nos saludamos:
- ¿Cómo estás?
- ¡De película! Sí, pero de película de terror!
O la otra broma
- ¿Cómo estás?
- Como la Iglesia, siempre en mi mejor momento.
Entendemos lo que se quiere decir: “Dios está con nosotros”, pero se ha hecho
niño frágil y necesita de nuestra respuesta, necesita nuestra colaboración en la
construcción del Reino. Por eso, el Adviento nos renueva en la conciencia espe-
ranzada de que nuestra vocación es don y tarea, que es llamada misericordiosa y
respuesta misericordiada, ocupando las palabras del Papa Francisco en la catedral3.
Pero esa respuesta misericordiada no tiene sentido sin la experiencia de ser sujetos
activos de misericordia.
¿Y cuál es la certeza que la misericordia de Dios nos regala? El papa emérito
Benedicto XVI, en una homilía a los obispos suizos en noviembre de 2006 invi-
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taba a preguntarse:
¿Qué significa estos tiempos difíciles para nosotros? Ante todo tenemos
una certeza: Dios no fracasa. «Fracasa» continuamente, pero en realidad
no fracasa, pues de ello saca nuevas oportunidades de misericordia mayor,
y su creatividad es inagotable. No fracasa porque siempre encuentra modos
nuevos de llegar a los hombres y abrir más su gran casa, a fin de que se llene
del todo. No fracasa porque no renuncia a pedir a los hombres que vengan
a sentarse a su mesa, a tomar el alimento de los pobres, en el que se ofrece
el don precioso que es él mismo. Dios tampoco fracasa hoy. Aunque mu-
chas veces nos respondan «no», podemos tener la seguridad de que Dios
no fracasa. Toda esta historia, desde Adán, nos deja una lección: Dios no
fracasa. También hoy encontrará nuevos caminos para llamar a los hom-
bres y quiere contar con nosotros como sus mensajeros y sus servidores, a
pesar de nuestra pobreza4.
Por eso, otro movimiento espiritual que me atrevo a proponerles es pedir una
gracia en positivo: ¡Señor, ayúdame a confiar en ti! Por Dios que es difícil para
algunos poder confiar. No confían porque han dañado su confianza con heridas
profundas, no confían porque el “principio del contador” está metido en nuestra
cultura (“No confíes en nadie). No confían porque no ven salida.
Por eso, esta cuarta propuesta posible de oración es tener un coloquio con Je-
sús y examinar mi confianza en él. Si nuestra confianza está decayendo, podemos
pedir al Señor la gracia de volver y acrecentar la confianza en él. Podemos tener la
seguridad de que Dios no fracasa, y esta es nuestra esperanza.
EL NIÑO EN PAÑALES, EN UN PESEBRE
Para nosotros, como hombres creyentes, el niño de Belén representa el sí defi-
nitivo de Dios a la Historia. También es un sí para la creación maltratada por
nosotros; un sí a los pueblos que sufren el hambre, la guerra o la opresión; un sí
a los que buscan mejores oportunidades en nuestra tierra y que no siempre son
bien tratados, un sí a la paz y al respeto de nuestros pueblos originarios, un sí a las
personas, a nosotros, a los pobres, a todos.
El relato de Navidad que hemos leído en Lucas se encuadra en este sentido. El
relato de la historia del censo al parecer no busca solo darnos un contexto histó-
rico, más bien pareciera que busca hacer una “teología de la historia” mostrando
a Jesús como “la respuesta” a todas las esperanzas del pueblo de Israel y de la
humanidad. De ahí se entiende que este evangelio, al final, en el relato de Emaús,
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ritualidad eucarística?
¿Con qué espíritu y frecuencia me acerco a recibir el “Abrazo del Padre mise-
ricordioso” en el sacramento de la confesión?
¿Cómo está mi encuentro íntimo con Jesucristo en la oración personal?
¿Cómo vivo la vida comunitaria?
¿Me renuevo con la piedad popular y las manifestaciones del Pueblo Santo al
que acompaño?
¿Tengo un contacto efectivo y afectivo con los más desposeídos y vulnerados?
El Sí de Dios en Belén, pronunciado una vez y para siempre, tiene grandes
implicancias. Ese Sí hace que toda creatura sea merecedora, por misericordia, de
acogida y Amor (el sacerdocio es un “oficio de Amor”) y desde ese Sí, ninguna
vida es indigna de ser vivida. El Sí de Dios en Belén nos recuerda que cualquiera
de nosotros que esté complicado, inquieto, nostálgico, triste o enfermo, tendrá
en Cristo una respuesta y una oportunidad de renovación, de respuesta a todas las
interrogantes de nuestro corazón sacerdotal.
El gemido de la creación, de los pobres, de todas las personas que viven en el
dolor, de la Iglesia, de nosotros, no es el gemido de un moribundo, sino que por
el Sí de Dios en Belén ese gemido de dolor se transforma en el grito de una madre
a punto de dar a luz. Es el grito de la Iglesia-Madre, que espera la colaboración
sencilla de sus hijos para el nacimiento de un “Cielo nuevo y una tierra nueva”, de
la ciudad Santa, de la Nueva Jerusalén, donde Dios secará las lágrimas de nuestros
ojos y donde Ya no habrá muerte, ni llanto, ni lamento ni dolor, porque las primeras
cosas han dejado de existir (Ap 21,4).
Para recapitular: El Adviento es una posibilidad preciosa de renovarnos en la
esperanza cristiana y ministerial. A la luz de una peregrinación espiritual a Belén,
les propongo cinco posibles movimientos espirituales:
El primer movimiento espiritual es a “dar gracias aun en este tiempo”.
Un segundo movimiento es presentar a Dios, en sinceridad, los rincones de mi
corazón sacerdotal que necesitan ser iluminados.
Un tercer posible movimiento es examinar nuestra actitud vital delante de
Dios y de los hermanos: ¿Cómo estamos viviendo ese anhelo del corazón de
todo sacerdote de inclinarse frente Cristo pobre y obediente?
La cuarta propuesta posible de oración es tener un coloquio con Jesús y exa-
minar mi confianza en él.
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ESPIRITUALIDAD
Notas
1 Meditación ofrecida al Clero de Santiago durante el encuentro de Adviento en el Santuario de Bellavista de la Florida,
29 de noviembre de 2018.
2 Sacerdote del clero de Santiago, Psicólogo de la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma, formador del Seminario
Pontificio Mayor de los Santos Ángeles Custodios.
3 Francisco, Discurso en el encuentro con los sacerdotes, religiosos/as, consagrados/as y seminaristas, Catedral Metropolitana,
Santiago de Chile, 16 enero de 2018:
“¿Qué es lo que fortalece a Pedro como apóstol? ¿Qué nos mantiene a nosotros apóstoles? Una sola cosa: «Fuimos
tratados con misericordia». «Fuimos tratados con misericordia»(1 Tm 1,12-16). «En medio de nuestros pecados,
límites, miserias; en medio de nuestras múltiples caídas, Jesucristo nos vio, se acercó, nos dio su mano y nos trató con
misericordia. Cada uno de nosotros podría hacer memoria, repasando todas las veces que el Señor lo vio, lo miró, se
acercó y lo trató con misericordia»[3]. Los invito a que lo hagan. No estamos aquí porque seamos mejores que otros.
No somos superhéroes que, desde la altura, bajan a encontrarse con los «mortales». Más bien somos enviados con la
conciencia de ser hombres y mujeres perdonados. Y esa es la fuente de nuestra alegría. Somos consagrados, pastores
al estilo de Jesús herido, muerto y resucitado. El consagrado –y cuando digo consagrados digo todos los que están
aquí– es quien encuentra en sus heridas los signos de la Resurrección. Es quien puede ver en las heridas del mundo
la fuerza de la Resurrección. Es quien, al estilo de Jesús, no va a encontrar a sus hermanos con el reproche y la conde-
na”
4 Benedicto XVI, Homilía del Santo Padre durante la Misa concelebrada con los obispos de Suiza, Capilla Redemptoris
Mater, 7 de noviembre de 2006.
5 Documento de Aparecida, 246 ss.
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aprender a conocer mejor y hacer suyas las alegrías y las esperanzas, las tristezas
y las angustias de sus hermanos; puedan ponerles nombre y rostro a situaciones
concretas que viven y enfrentan nuestros pueblos y sentir como propios los pro-
blemas del vecino.
El “Pío” puede ayudar mucho a crear una comunidad sacerdotal abierta y
creativa, alegre y esperanzadora, si sabe ayudarse y socorrerse, si es capaz de en-
raizarse en la vida de los otros, hermanos hijos de una historia y patrimonio co-
mún, parte de un mismo presbiterio y pueblo latinoamericano. Una comunidad
sacerdotal que descubre que la mayor fortaleza con la que cuenta para construir la
historia nace de la solidaridad concreta entre ustedes hoy, y seguirá mañana entre
vuestras Iglesias y pueblos para ser capaces de trascender lo meramente “parro-
quial” y liderar comunidades que sepan abrirse a otros para entretejer y curar la
esperanza (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 228).
Nuestro continente, marcado por viejas y nuevas heridas necesita artesanos
de relación y de comunión, abiertos y confiados en la novedad que el Reino de
Dios puede suscitar hoy. Y eso ustedes pueden empezar a gestarlo desde ya. Un
cura en su parroquia, en su diócesis puede hacer mucho –y está bien– pero tam-
bién corre el riesgo de quemarse, aislarse o cosechar para sí. Sentirse parte de una
comunidad sacerdotal, en la que todos son importantes –no por ser la sumatoria
de personas que viven juntas, sino por las relaciones que crean, este sentirse parte
de esta comunidad– logra despertar y animar procesos y dinámicas capaces de
trascender el tiempo2.
Este sentido de pertenencia y reconocimiento ayudará a desatar y estimular
creativamente renovadas energías misioneras que impulsen un humanismo evan-
gélico capaz de convertirse en inteligencia y fuerza propulsora en nuestro conti-
nente. Sin este sentido de pertenencia y de trabajo codo a codo, por el contrario,
nos dispersaremos, nos debilitaremos y lo que sería peor, privaremos a tantos
hermanos nuestros de la fuerza, la luz y el consuelo de la amistad con Jesucristo y
de una comunidad de fe que dé horizonte de sentido y vida (cf. Exhort. ap. Evan-
gelii gaudium, 49). Y así, poco a poco, y casi sin darnos cuenta, terminaremos por
ofrecer a América Latina un «Dios sin Iglesia, una Iglesia sin Cristo, un Cristo sin
pueblo» (Homilía en la Misa de Santa Marta, 11 noviembre 2016) o, si queremos
decirlo de otro modo, un Dios sin Cristo, un Cristo sin Iglesia, una Iglesia sin
pueblo... puro gnosticismo reelaborado.
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Notas
1 Cf. S. Óscar Romero, IV Carta Pastoral – Misión de la Iglesia en medio de la crisis del País (6 agosto 1979), 23.
2 Viene bien recordar que «más vale ser dos que uno. […] Si uno cae, el otro lo levanta, pero ¡pobre del que cae estando
solo, sin que otro pueda levantarlo!» (Qo 4,9-10).
3 Cf. Guzmán Carriquiry, Recapitulando los 50 años del CELAM, en camino hacia la V Conferencia, 31.
4 Cf. J.M. Bergoglio, Meditaciones para religiosos, 93-94.
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20 AL 23 DE NOVIEMBRE DE 2018
Visita canónica realizada por la Comisión Episcopal designada por la Congre-
gación para el Clero entre los días 20 y 23 de noviembre. En esta oportunidad,
los miembros de la comisión –obispos exalumnos de nuestra institución– pudieron
entrevistarse con los sacerdotes estudiantes, con la comunidad jesuita y con los lai-
cos colaboradores, y así atender a sus distintas apreciaciones respecto a la vida de la
casa, para posteriormente ofrecer un informe que dé cuenta del estado del colegio.
Estos hitos no solo sirven para resaltar la celebración de un aniversario espe-
cial. Para los sacerdotes latinoamericanos que formamos parte de esta comunidad,
todo esto, sumado a nuestra vida misma de estudiantes en Roma, nos ha servido
para renovarnos en la vocación de ser ministros de comunión que como sacerdotes
hemos recibido de parte de Dios y de la Iglesia; vocación que, providencialmente,
con nuestro paso por el Pío Latino, hemos podido reforzar. La comunión a la que
esta llamada por su propia identidad el Colegio Pío Latino Americano de Roma
puede ser vista desde distintos ángulos. Propongo tres:
1. Comunión entre los países de Latinoamérica. Esta es la primera característica
que ha subrayado el Santo Padre en la audiencia del 15 de noviembre, al referirse a
la vida en el Pío Latino como una experiencia de comunión “latinoamericanizada”.
Ello sirve al Papa para animarnos como sacerdotes en dos de sus temas recurrentes:
la cercanía con el pueblo y la creatividad en la misión. El análisis del Papa
Francisco a la realidad fragmentada y polarizada del continente no fue pasado por
alto por los medios que cubrieron la audiencia. En esa línea, la misión pastoral en
Latinoamérica es propiamente una tarea de reconciliación: reconciliar a los hijos
con su Padre y, por consecuencia, colaborar a la reconciliación de los hermanos
entre sí. La comunión va más allá de “una declaración de principios o gestos de
buena voluntad” ya que al “aprender a conocer mejor y hacer suyas las alegrías y
las esperanzas, las tristezas y las angustias de sus hermanos, (…) el “Pío” puede
ayudar mucho a crear una comunidad sacerdotal abierta y creativa, alegre y
esperanzadora, si sabe ayudarse y socorrerse, si es capaz de enraizarse en la vida de
los otros”. Es decir, la comunión que propicia el Pío está orientada a renovar la
acción evangelizadora de la Iglesia de América Latina.
2. Comunión con la Iglesia de Roma y la Iglesia universal. La opción de
proseguir la formación permanente en Roma no es solo por la oferta académica
que ofrece la Ciudad Eterna. Para los católicos, Roma es la Iglesia que preside
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Notas
1 Sacerdote de la Arquidiócesis de Santiago de Chile. Actualmente realiza estudios de Teología Bíblica en la Pontificia
Universidad Gregoriana de Roma y es residente en el Colegio Pío Latino Americano.
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Nota
1 Basílica Vaticana, miércoles 12 de diciembre de 2018.
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EXPERIENCIAS PASTORALES FECUNDAS
INTRODUCCIÓN
Muchos de nosotros hemos vivido la experiencia de tener una persona cercana
con una enfermedad no curativa, o hemos vivenciado un diagnóstico médico
difícil de entender y de aceptar, por cuya causa cobramos conciencia de la fragili-
dad de la vida recordándonos al mismo tiempo que la muerte es parte de nuestra
naturaleza humana.
Hoy en día hemos hecho de la muerte un tema “tabú”, y muchos hemos cre-
cido en una cultura que evita pensar o hacer presente esta realidad2. Solo basta
ver cómo la publicidad y el entorno en general nos llevan a querer ser cada día
más jóvenes y fuertes, de manera que en la cotidianidad se nos oculta la realidad
que algún día ya no estaremos en este mundo; de algún modo, nos comportamos
como si fuéramos “eternos”.
Sin embargo, hasta ahora al menos, no se ha sabido de seres humanos capaces
de evitar la muerte. Apenas hay casos de personas que tienen una sobrevida mayor
al promedio. Siendo así, ¿no deberíamos prepararnos para este momento? ¿No se
hace necesario resolver nuestros asuntos importantes antes de que llegue ese día?
Y en este mismo sentido, vale la pena preguntarse: ¿Cómo está muriendo la gente
hoy en día? ¿Cómo están muriendo nuestros enfermos? ¿Abandonan este mundo
con relativa paz o rodeados de dolor?
Cuando hemos vivido una experiencia límite (en relación con nosotros mis-
mos o con algún ser querido), podemos entrever que esta involucra más aspectos
que los relativos a la mera enfermedad física, pues existen necesidades y recursos
emocionales y espirituales, además de dimensiones sociales, que hacen que este
tipo de situaciones sean muy difíciles de abordar.
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EXPERIENCIAS PASTORALES FECUNDAS
HISTORIA
El movimiento Hospice (o cuidados paliativos modernos) nace en Inglaterra en la
década de los sesenta como un intento de cubrir la necesidad de apoyo y manejo
en los pacientes terminales y sus familias4, ya que estos pacientes a menudo eran
abandonados, sujetos al dolor y al sufrimiento por un manejo inadecuado.
El inicio de este nuevo movimiento se le atribuye a Cicely Saunders, quien en
1967 funda en Londres el St. Christopher’s Hospice56. En este lugar comienza a
comprobarse que un buen control de síntomas, un adecuado acompañamiento
emocional, espiritual y social mejoran significativamente la calidad de vida de
las personas con enfermedades terminales. Asimismo, dicho hospice se empieza a
perfilarse por esos años como un lugar de investigación y docencia, mostrando al
mundo una innovadora forma de mirar y manejar a los pacientes con enfermeda-
des incurables y a sus familias.
El movimiento Hospice comienza a expandirse por todo el mundo, y es en los
años setenta donde el Dr. Balfour Mount (Canadá) cambia el concepto de hospi-
ce por el de cuidados paliativos, debido a que en francés la palabra hospice puede
ser entendida también como “hospital”, de manera que se requería un concepto
más adecuado y que representara mejor la filosofía del cuidado que se otorgaba
a los pacientes terminales, en lugar de uno que hiciera referencia meramente a
la planta física.
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LA REALIDAD
A nivel mundial anualmente un aproximado de 40 millones de personas requiere
cuidados paliativos, y estos son una necesidad que va en aumento, de acuerdo
al envejecimiento de la población, la persistencia de enfermedades crónicas y la
prevalencia de enfermedades no transmisibles. Hoy solo el 14% de las personas
que necesitan cuidados paliativos tienen acceso a ellos.
En Chile fallecen aproximadamente 100 mil personas al año, y de estas muer-
tes 75 mil representan casos relativos a una condición crónica, mientras que solo
unas 25 mil son producto de un cáncer avanzado9. Hoy en nuestro país solo los
pacientes con cáncer reciben cobertura GES (Garantías Explícitas en Salud) en
cuidados paliativos, quedando sin cobertura dos tercios de quienes padecen en-
fermedades terminales.
Es importante reconocer que Chile ha conseguido un gran desarrollo de los
cuidados paliativos, pero la realidad a nivel país es heterogénea. Hoy no con-
tamos con el número suficiente de equipos formados en esta área, y existe un
limitado acceso a este tipo de atención, por lo que aún quedan muchos desafíos
por alcanzar.
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EL PROCESO
Cuando nos enfrentamos ante un diagnóstico que sentencia explícitamente a un
período limitado de vida todo se remece. Al ver amenazada la propia existencia,
muchas veces se produce una real tormenta interior, lo que se traduce en un su-
frimiento profundo porque, como bien señala Benedicto XVI, «la enfermedad
conlleva inevitablemente un momento de crisis y de seria confrontación con la
situación personal»10.
Entendemos como sufrimiento «el estado específico de distrés que se produce
cuando la integridad de la persona se ve amenazada o rota, y se mantiene hasta
que la amenaza desaparece o la integridad es restaurada»11 o trascendida. La per-
sona que sufre inicia un camino en el que, en una primera instancia, se siente
como un barco a la deriva en una tormenta, donde todo se remece en medio de
la oscuridad. En esta situación las personas pueden sentir miedo, rebeldía, rabia,
negación, necesidad de negociar con Dios, etc.; todo es confuso y pareciera que
no hay una luz que esclarezca el sentido de lo que se está viviendo. Sin embargo,
las aguas pueden ir calmándose y es aquí donde los equipos de cuidados paliativos
cumplen un rol fundamental, ya que a través de un buen acompañamiento pue-
den colaborar para que la persona abandone esta lucha, se conecte con esta nueva
realidad y comience a resignificar lo que está viviendo desde un escenario distinto.
En este camino el acompañamiento ayuda a que la persona dirija la mirada
hacia su interior, lo que le permite encontrar las herramientas para afrontar esta
realidad y lograr la aceptación.
Imagen cortesía de la autora
Una vez aceptada esta nueva forma de vivir podemos alcanzar la trascenden-
cia o sanación. Se entiende por sanación la capacidad de trascender y encontrar
significado, conexión, consuelo y propósito en medio del sufrimiento. “Sueltas lo
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concreto y te vas hacia lo esencial, donde el sufrimiento cobra otro sentido” y esta
senda comienza a recorrerse con más calma, con esperanza, confianza.
El objetivo de los cuidados paliativos consiste en promover una óptima cali-
dad de vida y fomentar la sanación – lo que supone un cambio hacia la experien-
cia de la integridad y plenitud12.
En este sentido, podemos decir que las enfermedades incurables avanzadas
producen un espacio de preparación que permite cerrar y resolver temas pendien-
tes. Dan la oportunidad de hacer un camino de crecimiento que muchas veces
permite volver a disfrutar de las cosas sencillas y valorar lo realmente importan-
te en esta vida. Los equipos de cuidados paliativos facilitan y colaboran en este
proceso, al ayudar a resignificar el sufrimiento, con el fin de lograr una partida
tranquila para los pacientes y sus familias.
CONSIDERACIONES ÉTICAS
Los cuidados paliativos no aceleran ni retrasan la muerte, sino que respetan el
proceso natural de esta. En este sentido, responden a una ética del cuidado, basa-
da en el respeto por la dignidad de la persona. De hecho, parten del supuesto de
que «cada paciente tiene su propia historia, relaciones y cultura y de que merece
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respeto, como un ser único y original. Esto incluye proporcionar el mejor cuida-
do médico posible y poner a su disposición las conquistas de las últimas décadas,
de forma que todos tengan la mejor posibilidad de vivir bien su tiempo»14.
La medicina debe reconocer sus límites y evitar el exceso de tratamiento o
el tratamiento fútil, buscando siempre ser fiel a los principios de beneficencia y
respetando la dignidad y unicidad de cada individuo.
Notas
1 Enfermera Coordinadora Hospice Clínica Familia, Máster en Cuidados Paliativos por la Universidad Autónoma de
Barcelona.
2 Aries, P.: El hombre ante la muerte. Madrid, España: Taurus Ediciones; 1983.
3 Centeno, C. et al.: Documento de Posición Oficial sobre la Promoción Global de Cuidados Paliativos. Recomendaciones del
Grupo Internacional Asesor PAL – LIFE, Academia Pontificia para la Vida, Ciudad del Vaticano. JPM, 2018; 21(10):
1398-1407.
4 Astudillo, E., et al.: “Fundamentos de los Cuidados Paliativos”, en Astudillo E., et al., Cuidados del enfermo en fase
terminal y atención a su familia. Navarra, España: Ediciones Universidad de Navarra, S.A.; 1997.
5 Doyle D., et al.: Textbook of Palliative Medicine, New York, USA: Oxford University Press; 2004.
6 Clark D., Centeno C.: “Palliative care in Europe: an emerging approach to comparative analysis” en Clinical Medicine
Journal of the Royal College of Phsysicians, 2006; 6 (2): 197-201.
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7 Radbruch L, de Lima L, Lohmann D, et al.: The Prague Charter: Urging governments to relieve suffering and ensure
the right to palliative care. Palliat Med 2013;27: 101–102.
8 “World Health Assembly Resolution WHA 67.19: Strengthening Palliative Care as a Component of Comprehensive
Care Throughout the life course”, WHO: Genova; 2014. Disponible en http://www.who.int/es/news-room/fact-
sheets/detail/palliative-care
9 INE: “Mortalidad en Chile por causa”, 2010. [citado 27 de Noviembre de 2018]. Recuperado a partir de: http://
www.ine.cl/docs/default-source/publicaciones/2012/vitales_2010.pdf?sfvrsn=3
10 Benedicto XVI, XV Jornada Mundial del enfermo 2017
11 Cassell, E.: The nature of suffering and the goals of medicine. N. Eng. J. Med, 1982; 306:639-45.
12 Mount B, Boston P H, Cohen S R; Healing connections: On moving from suffering to a sense of well-being, J of Pain
Sym Man, 2007; 33: 4.
13 Arranz, P., et al.: Intervención emocional en Cuidados Paliativos Modelo y protocolos, Barcelona, España: Editorial Ariel;
2003.
14 Davies E, Higginson IJ, (ed.) Saunders, C. Prefacio en: The solid facts: palliative care. Copenhagen: WHO Regional
Office for Europe; 2004.
15 Benedicto XVI, op. cit.
16 Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2279
17 Francisco, Discurso a los participantes en la plenaria de la Academia Pontificia para la Vida, 5 de marzo de 2015.
EN RECUERDO Y EJEMPLO
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