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LIBRO La Fiesta Ajena de Heker
LIBRO La Fiesta Ajena de Heker
Liliana Heker
Nomás llegó, fue a la cocina a ver si estaba el mono. Estaba y eso la tranquilizó:
no le hubiera gustado nada tener que darle la razón a su madre. ¿Monos en un
cumpleaños?, le había dicho; ¡por favor! Vos sí que te creés todas las pavadas que te
dicen. Estaba enojada pero no era por el mono, pensó la chica: era por el cumpleaños.
–No me gusta que vayas –le había dicho–. Es una fiesta de ricos.
–Qué cielo ni cielo –dijo la madre–. Lo que pasa es que a usted, m'hijita, le gusta
cagar más arriba del culo.
–Yo voy a ir porque estoy invitada –dijo–. Y estoy invitada porque Luciana es
mi amiga. Y se acabó.
–Ah, sí, tu amiga –dijo la madre. Hizo una pausa–. Oíme, Rosaura –dijo por
fin–, esa no es tu amiga. ¿Sabés lo que sos vos para todos ellos? Sos la hija de la
sirvienta, nada más.
Ella iba casi todas las tardes a la casa de Luciana y preparaban juntas los deberes
mientras su madre hacía la limpieza. Tomaban la leche en la cocina y se contaban
secretos. A Rosaura le gustaba enormemente todo lo que había en esa casa. Y la gente
también le gustaba.
–Yo voy a ir porque va a ser la fiesta más hermosa del mundo, Luciana me lo
dijo. Va a venir un mago y va a traer un mono y todo. La madre giró el cuerpo para
mirarla bien y ampulosamente apoyó las manos en las caderas.
–¿Monos en un cumpleaños? –dijo–. ¡Por favor! Vos sí que te creés todas las
pavadas que te dicen.
Rosaura se ofendió mucho. Además le parecía mal que su madre acusara a las
personas de mentirosas simplemente porque eran ricas. Ella también quería ser rica,
¿qué?, si un día llegaba a vivir en un hermoso palacio, ¿su madre no la iba a querer
tampoco a ella? Se sintió muy triste. Deseaba ir a esa fiesta más que nada en el mundo.
–Si no voy me muero –murmuró, casi sin mover los labios. Y no estaba muy
segura de que se hubiera oído, pero lo cierto es que la mañana de la fiesta descubrió que
su madre le había almidonado el vestido de Navidad. Y a la tarde, después que le lavó la
cabeza, le enjuagó el pelo con vinagre de manzanas para que le quedara bien brillante.
Antes de salir Rosaura se miró en el espejo, con el vestido blanco y el pelo brillándole,
y se vio lindísima.
Ella, con las manos, impartió un ligero balanceo a su pollera almidonada: entró a
la fiesta con paso firme. Saludó a Luciana y le preguntó por el mono. Luciana puso cara
de conspiradora; acercó su boca a la oreja de Rosaura.
–Y a mí qué me importa –dijo Rosaura–, yo vengo todas las tardes con mi mamá
y hacemos los deberes juntas.
–¿Vos y tu mamá hacen los deberes juntas? –dijo la del moño, con una risita.
– Yo y Luciana hacemos los deberes juntas –dijo Rosaura, muy seria. La del
moño se encogió de hombros.
–No.
Su madre se lo había dicho bien claro: Si alguno te pregunta, vos le decís que sos
la hija de la empleada, y listo.
También le había dicho que tenía que agregar: y a mucha honra. Pero Rosaura
pensó que nunca en su vida se iba a animar a decir algo así.
–No –dijo Rosaura con rabia–, mi mamá no vende nada, para que sepas.
Pero en ese momento se acercó la señora Inés haciendo shh shh, y le dijo a
Rosaura si no la podía ayudar a servir las salchichitas, ella que conocía la casa mejor
que nadie.
– Viste –le dijo Rosaura a la del moño, y con disimulo le pateó un tobillo.
Fuera de la del moño todos los chicos le encantaron. La que más le gustaba era
Luciana, con su corona de oro; después los varones. Ella salió primera en la carrera de
embolsados y en la mancha agachada nadie la pudo agarrar. Cuando los dividieron en
equipos para jugar al delegado, todos los varones pedían a gritos que la pusieran en su
equipo. A Rosaura le pareció que nunca en su vida había sido tan feliz.
Pero faltaba lo mejor. Lo mejor vino después que Luciana apagó las velitas.
Primero, la torta: la señora Inés le había pedido que la ayudara a servir la torta y
Rosaura se divirtió muchísimo porque todos los chicos se le vinieron encima y le
gritaban "a mí, a mí". Rosaura se acordó de una historia donde había una reina que tenía
derecho de vida y muerte sobre sus súbditos. Siempre le había gustado eso de tener
derecho de vida y muerte. A Luciana y a los varones les dio los pedazos más grandes, y
a la del moño una tajadita que daba lástima.
Después de la torta llegó el mago. Era muy flaco y tenía una capa roja. Y era
mago de verdad. Desanudaba pañuelos con un solo soplo y enhebraba argollas que no
estaban cortadas por ninguna parte. Adivinaba las cartas y el mono era el ayudante. Era
muy raro el mago: al mono lo llamaba socio. "A ver, socio, dé vuelta una carta", le
decía. "No se me escape, socio, que estamos en horario de trabajo".
La prueba final era la más emocionante. Un chico tenía que sostener al mono en
brazos y el mago lo iba a hacer desaparecer.
Rosaura pensó que ésta era la fiesta más divertida del mundo.
–No hay que ser tan timorato, compañero –le dijo el mago al gordito.
–¿Qué es timorato? –dijo el gordito. El mago giró la cabeza hacia uno y otro
lado, como para comprobar que no había espías.
Después fue mirando, una por una, las caras de todos. A Rosaura le palpitaba el
corazón.
–A ver, la de los ojos de mora –dijo el mago. Y todos vieron cómo la señalaba a
ella.
Eso le gustó tanto que un rato después, cuando su madre vino a buscarla, fue lo
primero que le contó.
Fue bastante raro porque, hasta ese momento, Rosaura había creído que estaba
enojada con su madre. Todo el tiempo había pensado que le iba a decir: "Viste que no
era mentira lo del mono". Pero no. Estaba contenta, así que le contó lo del mago.
–Mírenla a la condesa.
Y ahora estaban las dos en el hall porque un momento antes la señora Inés, muy
sonriente, había dicho: "Espérenme un momentito".
–Y qué va a pasar –le dijo Rosaura–. Que fue a buscar los regalos para los que
nos vamos.
–Yo fui la mejor de la fiesta. Y no habló más porque la señora Inés acababa de
entrar en el hall con una bolsa celeste y una bolsa rosa. Primero se acercó al gordito, le
dio un yo-yo que había sacado de la bolsa celeste, y el gordito se fue con su mamá.
Después se acercó a la de trenzas, le dio una pulsera que había sacado de la bolsa rosa, y
la de trenzas se fue con su mamá.
Después se acercó a donde estaban ella y su madre. Tenía una sonrisa muy
grande y eso le gustó a Rosaura. La señora Inés la miró, después miró a la madre, y dijo
algo que a Rosaura la llenó de orgullo. Dijo:
Por un momento, Rosaura pensó que a ella le iba a hacer los dos regalos: la
pulsera y el yo-yo. Cuando la señora Inés inició el ademán de buscar algo, ella también
inició el movimiento de adelantar el brazo. Pero no llegó a completar ese movimiento.
Porque la señora Inés no buscó nada en la bolsa celeste, ni buscó nada en la bolsa rosa.
Buscó algo en su cartera.
Ahora Rosaura tenía los brazos muy rígidos, pegados al cuerpo, y sintió que la
mano de su madre se apoyaba sobre su hombro. Instintivamente se apretó contra el
cuerpo de su madre. Nada más. Salvo su mirada. Su mirada fría, fija en la cara de la
señora Inés.
Finalmente asiste con su mejor vestido y se siente feliz porque es la única que
tiene permiso para entrar a la cocina. La señora Inés le dice que los otros chicos son
muy revoltosos y pueden romper algo y le pide que la ayude a repartir los refrescos.
Después la ayudó a repartir las salchichitas y luego la torta. Rosaura disfruta de los
juegos y el número del mago, ella es muy valiente y los varones la quieren tener en su
equipo cuando juegan al delegado. Lo que más le gusta es que el mago le haya dicho:
"Muchas gracias, señorita condesa", luego de haberlo asistido con el truco de la
desaparición del mono.
Al final de la fiesta, la niña espera ansiosa el regalo que Inés entrega a cada
chico cuando se va. Sabe que a las nenas les entrega una pulsera y a los varones un
yoyo. Ella prefiere el yoyo, pero no se anima a pedirlo. Cuando su madre la viene a
buscar, Rosaura está exultante de satisfacción y mira cómo la madre de su amiguita saca
un yoyo para dárselo al gordito que se va. Espera que saque una pulsera de la bolsita
rosada, pero Inés mete su mano en su cartera y saca un par de billetes. Su mano se
extiende hacia la niña mientras le dice: "esto te lo ganaste en buena ley".
Pero los patrones, en este caso la señora Inés, saben muy bien ponernos en
nuestro lugar cuando aún estamos embriagados por la ilusión. El dinero que se le ofrece
a Rosaura, en lugar de un juguete, es la cabal evidencia de que ella es vista solamente
como fuerza de trabajo, no como la niña que es.