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TEMA 2: CONCEPTO AUTÉNTICO

«El Señor me agarró y me hizo dejar el rebaño diciendo: ve a profetizar» (Am


7,15)

Después de cuestionar los conceptos erróneos que circulan en nuestro ambiente,


podemos dar el paso a una definición más segura de la vocación. Presentaremos
simplemente un concepto lo más equilibrado posible. Después lo iremos perfilando con
más exactitud desde la Palabra de Dios y el Magisterio de la Iglesia. Tratamos de
ofrecer un concepto válido para todos, que no dependa necesariamente de una visión de
la realidad demasiado determinada.

Lo haremos en dos momentos: primero, haremos una definición y explicaremos sus


términos. Después haremos una descripción complementaria de la vocación que nos
ayude a entenderla en su fenomenología,

DEFINICIÓN

La vocación es un acontecimiento misterioso


en el cual el hombre, dialogando con Dios,
adquiere conciencia de una misión situada
históricamente y se compromete en una
respuesta concreta
Un acontecimiento. La vocación acontece en la vida del hombre, Queremos decir que
sucede como algo nuevo, rodeado de circunstancias históricas. No es una marca
histórica que las personas tienen de nacimiento y haya que buscar en su interior. Es una
realidad más bien exterior, que se relaciona con todo lo que sucede en el tiempo, Por
ello es preciso descubrirla, discernirla, disponerse para entrar en diálogo. Por ello no es
necesario que desde siempre las personas tengan conciencia de ella. Basta con que la
adquieran leyendo las cosas que suceden. Al adquirir conciencia de la vocación lo
normal será que la persona llamada comprenda mejor todas las cosas y el mundo en que
vive. Porque su vocación es parte integrante de esa realidad.

Es además un acontecimiento misterioso, es decir, que se comprende solamente desde


la conciencia de la presencia de Dios. No se dice misterioso como si fuera oscuro u
oculto. Exactamente lo contrario: el misterio de la vocación ilumina grandemente la
vida del hombre y todas sus circunstancias, da claridad y seguridad para obrar, da
sentido claro a la vida. Es un misterio porque engloba todo lo que el hombre es en una
relación personal con el Creador. Es una relación personal, porque al dirigirse Dios al
hombre como un tú le da la capacidad de constituirse como yo.

El hombre como actor. Aunque es Dios quien llama, evidentemente el hombre tiene
calidad de persona actuante, de colaborador con Dios en el misterio de su vocación. Es
el hombre y su conciencia quien realiza un proyecto vocacional (Cf. tema 23)
secundando la voluntad de Dios. Por ello el hombre tiene la responsabilidad de acoger
el llamado que se le hace. En sus actitudes o disposiciones vocacionales se juega el todo
de la realización de su vocación. El fundamento de esta centralidad del hombre está en
el mismo Dios que toma en serio su capacidad de autodeterminación, su libertad.

Dialogando con Dios. La relación con Dios es fundante para el hombre. Es una de las
características que lo definen: es hombre porque puede relacionarse consigo mismo, con
los demás y con Dios. Estas tres relaciones estarán siempre presentes en su proceso
vocacional. Si entendemos la etimología de la palabra vocación (vocatio - vocationis,
acción de llamar) será evidente que para que se dé la acción de llamar deberá haber
alguien que llame. Para un cristiano, y para cualquier hombre normal, la voz que llama
implicando toda su personalidad y su vida, solamente puede ser de Dios. Es verdad que
las situaciones históricas y sociales, así como las inclinaciones personales tienen este
sentido globalizante, pero estas realidades hondas de nuestra vida siempre encuentran su
última referencia en Dios. Dialogar con la historia, contigo mismo es, en síntesis,
dialogar con Dios que llama. Aún más: las situaciones, los acontecimientos, las
inclinaciones y aptitudes son signos o mediaciones en las que Dios nos manifiesta lo
que quiere de nosotros.

Adquiere conciencia. Si el hombre es verdadero actor en la vivencia de la vocación que


Dios le da, se concluye que la noticia que tenga del llamado es fundamental. La
vocación es una cuestión de conciencia, pues, aunque Dios llama a todo hombre en su
amor universal, este don pide la correspondencia en la conciencia y la acción o pasión
del hombre. Lo importante en la vocación cristiana es la conciencia que se tenga de la
misma y la implicación de la persona en el cuidado de su vocación. Dar primacía a la
conciencia del hombre no es hacerlo dueño de su vocación. Quizá el mejor fruto de una
conciencia vocacional será que el hombre se deje modelar por Dios y confíe más
profundamente en él cada día. Es desde esta conciencia como el hombre puede abrirse a
un verdadero diálogo con Dios, un dialogo personal, situado en las circunstancias, que
le lleva a hacer una vida con él.

De una misión. La vocación se caracteriza como una realidad trascendente. Es verdad


que Dios llama a todas las personas motivado por el amor a ellas y al pueblo entre el
cual viven, pero la Vocación no es un simple privilegio, tiene un último destinatario: el
pueblo. Solamente quien valora y ama al pueblo en el que vive puede comprender la
densidad del llamado de Dios. Es un don personal profundamente transitivo. La
etimología nos puede ayudar nuevamente: missio - missionis refiere la acción de enviar.
El envío tiene siempre un destinatario preciso. No se envía a nadie por el gusto de
enviar, sino para remediar una necesidad o para comunicar un mensaje. El hombre es
llamado por Dios y es enviado a la vez por Él que llama para enviar. Vivir una vocación
es así asumir una misión en medio del mundo y dialogar constantemente para
comprender el sentido de esa misión.

Situada históricamente. Ya señalamos que toda vocación tiene una referencia a las
situaciones históricas. La historicidad de la vocación es un componente fundamental. La
conciencia de la vocación hace que el hombre se comprenda como ser-para-la-historia,
destinado a colaborar en el desarrollo y progreso del pueblo hacia las metas absolutas.
Ya los antiguos filósofos griegos hacían ver que la vida del hombre tiene verdadero
sentido en la interacción de la ciudad. Lo mismo sucede en el ámbito de la fe: la vida
del cristiano adquiere su verdadero sentido como interacción en la comunidad de la
Iglesia. Vivir una vocación es asumir un papel histórico comprendido desde la Iglesia
que es como levadura en medio del mundo.

Se compromete en una respuesta concreta. La respuesta humana es un componente


esencial de la vocación. La razón es muy elemental: la definimos como un
acontecimiento misterioso entre Dios y el hombre. Así, la vocación es una acción, es de
Dios y del hombre. Por tanto, si no hay llamado de Dios no hay vocación, como no la
habría sin respuesta del hombre. La vocación es la conjunción de estos dos elementos:
humano y divino. Dios toma la iniciativa, es verdad, pero toma en cuenta al hombre.
Nos ama y respeta y nos invita a colaborar con Él. Nuestro papel es estar atentos,
reconocer y secundar la voluntad de Dios porque es un misterio que se vive en la
colaboración. El hombre tiene ciertamente una parte importante que realizar. Pero va a
encontrar el fundamento de su acción en la gracia de Dios. Así su acción se puede
comprender mejor como respuesta, como una correspondencia en la cual se entiende
que Dios es el sujeto principal. ¿Quién se atrevería a decir que al cumplir el encargo de
un rey procede por su propia voluntad? Sin embargo, ha implicado su querer en
secundar aquello que se le mandaba.

DESCRIPCIÓN

La vocación no es una luz cegadora que aparece en la vida de


forma evidente. Es la capacidad de dialogar con las oscuras
urgencias del mundo, con el corazón de Dios que es Padre de
los pobres. Es poner la vida en juego: llevar a los hombres en el
corazón y el corazón en las manos,

Desde el punto de vista fenomenológico se destacan algunos elementos de tipo


subjetivo, es decir, unas reacciones y dinamismos humanos que corresponden a la
acción de Dios. Los desarrollaremos más en las lecciones 7 y 23. Por ahora vamos a
ofrecerte una visión global de lo que podríamos entender como vocación:

No es una luz cegadora, evidente. No se puede pretender nunca una seguridad


absoluta. La vocación comporta siempre un componente de aventura, de riesgo. Siempre
será como lanzarse al agua sin estar cierto de su profundidad. Tampoco se puede
pretender la seguridad cuando las personas son mayores y han realizado su proyecto. En
cada momento de la vida, incluso en la vejez, la vocación comporta un riesgo, un
constante fiarse de Dios que llama, afrontar los retos que su presencia plantea y que la
historia exige. La vocación no se posee. Supone más bien entrar en un movimiento que
nunca termina porque es una realidad dinámica. Se parece a un enamoramiento, en el
que todas las cosas son interpretadas desde el amor y todas se hacen inseguras porque la
persona amada se comprende como la mayor seguridad. Para quien adquiere conciencia
del llamado de Dios, Dios y los signos de su presencia serán siempre su única
seguridad, lo demás perderá solidez.

Es la capacidad de dialogar. La persona llamada, a Entrar en la esfera de la vocación


de Dios, ya tiene una doble referencia que nunca deberá perder, sino a riesgo de perder
su identidad vocacional: a Dios que llama y al pueblo al que se le destina. Son las
urgencias del mundo, aunque a veces no sean muy claras, una referencia elemental para
los que han sido llamados. Ya son personas volcadas hacia la realidad del mundo. Son
para el mundo, Es también la persona de Cristo, la referencia al Padre y al Espíritu
Santo la clave interpretativa de su nueva existencia en la fe. Se caracteriza así a la
persona llamada como alguien que ha salido de sí y de sus intereses para buscar los
intereses de Dios que son los mismos intereses del pueblo, Una persona altruista en sus
planteamientos más profundos.

Es poner la vida en juego. Es muy importante comprender que en el proceso de una


vocación verdadera la misión no puede restringirse a los tiempos libres o a un régimen
de «semana inglesa». La vocación implica la dedicación de las personas con todo lo que
ellas son. Por ello no se puede decir que «tengo vocación»; más bien hay que reconocer
que la vocación nos tiene, nos posee y nos destina a dar unos frutos concretos.

REFLEXIÓN

La caridad me dio la clave de mi vocación, comprendí que, si la Iglesia tenía un


cuerpo compuesto de diferentes miembros, no le faltaría el más necesario. el más
noble de todos. Comprendí que la Iglesia tenía un corazón. y que este corazón
estaba ardiendo de AMOR.
Comprendí que sólo el amor era el que ponía en movimiento a los miembros de la
Iglesia; que si el amor llegara a apagarse. Los apóstoles no anunciarían ya el
Evangelio, los mártires se negarían a derramar su sangre...
Comprendí que el AMOR encerraba todas las vocaciones, que el amor lo era
todo, que el amor abarcaba todos los tiempos y todos los lugares... en una
palabra, ¡que el AMOR es eterno!...
Entonces, en el exceso de mi alegría delirante, exclamé: ¡Oh, Jesús, amor mío!...
Por fin, he hallado mi vocación, ¡mi vocación es el AMOR!... Sí, he hallado mi
puesto en la Iglesia, y ese puesto, ¡oh, Dios mío!, vos mismo me lo habéis dado...:
¡en el corazón de la Iglesia, mi Madre, yo seré el amor!... ¡Así lo seré todo..., así
mi sueño se verá realizado!... (Santa Teresa de Lisieux).

RESUMEN

1. La vocación es un acontecimiento que procede de Dios.


2. El hombre debe hacerse consciente del llamado para poder dialogar.
3. La vocación consiste en la encomienda de una misión situada históricamente.
4. La vocación es también el compromiso del hombre ante el llamado de Dios.
5. La vocación implica todo lo que el hombre es y hace, es un compromiso vital.
PREGUNTAS:
¿Cómo va tu dialogo con Dios?
¿Buscas a Dios en cada momento de tu vida?
¿Estas atento para recibir los designios de Dios?

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