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Transición Energética
Transición Energética
Yolima Vargas*
Soluciones simplistas
La educación ambiental es una tarea difícil porque implica que las personas comprendan problemas naturales y sociales
muy complejos (Rodriguez, Kohen & Delval, 2008). Estos problemas suelen explicarse de manera muy simplista, y las
soluciones que se siguen son por lo tanto falsas o cuando menos incompletas.
Por ejemplo, se creyó que el problema de la basura se resolvía reciclando, y si esto se hacía con juicio, el asunto quedaría
zanjado. Pero hoy los altos niveles de contaminación por desechos y tóxicos muestran que, aunque el reciclaje mitiga el
problema, no lo soluciona.
Algo similar ha sucedido con el cambio climático, un problema muy complejo que afecta la vida de la humanidad de maneras
muy diversas (IPCC, 2023), pero que no es el único desequilibrio ambiental (IPBES, 2019). La búsqueda de soluciones pasa
por difíciles acuerdos entre instancias sociales, para equilibrar el uso y explotación de la naturaleza.
A partir de la Cumbre de la Tierra de Río de Janeiro en 1992, la humanidad se ha propuesto encontrar soluciones al cambio
climático desde la perspectiva del Desarrollo Sostenible. Pero después de 21 años, la evidencia sugiere que no se ha tenido
mucho éxito.
Aunque las cifras muestran que la liberación desmedida de gases de efecto invernadero –GEI– es la causa principal del
cambio climático, es un error reducir toda la crisis ambiental a esta variable.
Disminuir las emisiones a toda costa y sin reflexionar sobre su causa—el consumo—puede ser una solución a medias y,
además puede ocasionar problemas adicionales, que aumenten la desigualdad en el mundo y agravan la crisis ambiental.
Puede leer: ¿En qué consiste el «Plan Marshall” de Petro contra el cambio climático?
La cara verde del extractivismo
Hoy la transición energética se presenta como la solución de todos los problemas. Pero como se está planteando en
Latinoamérica, esta estrategia deja grandes preocupaciones porque conlleva la creencia de que el fin justifica los medios.
El fin de moda es disminuir las emisiones en los países ricos y contaminantes, pero el medio para lograrlo sería una nueva
era de extractivismos verdes, exacerbada por un consumo en aumento, y que se suma a otros extractivismos ya viejos como
la explotación de hidrocarburos y productos de la agroindustria para exportación (sobre los extractivismos en Colombia,
sugiero leer este artículo).
De nada sirve masificar las energías renovables, con los impactos y conflictos socioambientales que esto conlleva—en
especial la explotación de la naturaleza en países pobres de Latinoamérica y África—si el consumo mundial aumenta,
exacerbando la quema de hidrocarburos, como ha sido la tendencia, a excepción del año 2020 por causa de la pandemia.
Así, aunque se ha producido una disminución en el porcentaje de la energía generada por hidrocarburos y ha aumentado la
participación de las energías renovables, el aumento de la demanda mundial de energía ha resultado en un mayor consumo
neto de hidrocarburos.
El lugar de América Latina
En ese contexto cobra relevancia la declaración de Cecilia López, quien coincide con Gudynas, aunque desde la perspectiva
del desarrollo sostenible, al criticar que los líderes de la región, como Gustavo Petro, manejen el mismo discurso europeo de
la transición energética, sin que éste responda con claridad a las necesidades de los países de Latinoamérica y África, que
por demás generan bajas emisiones.
López llama a los líderes del sur global a invertir más en ciencia e innovación, así como a virar sus discursos exigiéndole a
los países ricos disminuir sus emisiones, lo que en otras palabras debería entenderse como la disminución del consumo y la
explotación de la naturaleza en todas las regiones del mundo.
Pero ahora sucede todo lo contrario. Los países ricos aumentan su consumo, sus emisiones y además impulsan nuevos
extractivismos verdes. Un ejemplo es el sector financiero global junto a grandes transnacionales de países ricos, que
identifican lugares con potencial para energías solares o eólicas en países tropicales.
La península de la Guajira tuvo la suerte o la desgracia de ser clasificada como “un recurso eólico de clase mundial”, debido
a sus vientos veloces (9,8 m/s) (SEI Colombia, 2023), algo similar pasa con su alta radiación solar (6GW), 66% por encima
del promedio mundial (Grajales en La República, 2018)
El fin último de esta explotación, al lado de la energía para consumo nacional, es fabricar hidrógeno verde para exportación.
La infraestructura instalada para extraer el carbón, que está llegando a su fin, se ve como una ventaja para esta industria.
Después de la Cumbre de Río en el 92, Colombia adoptó el licenciamiento ambiental como una estrategia de desarrollo
sostenible. Esto entonces coincidía con las directrices que trazó la OCDE en el 2005. Pero bajo los gobiernos de Uribe y
Santos fueron debilitadas hasta convertirlas en licencias exprés de 60 días hábiles. El extractivismo verde de energías
renovables en Colombia hace que incluso éstas incipientes licencias sean el palo en la rueda del desarrollo, ¿sostenible?
En este punto vale la pena que países de Latinoamérica y África vuelvan a preguntarse, la transición energética, ¿cómo?,
¿para qué?, y ¿para quién?, ¿no hay otra salida para los países pobres que estar condenados eternamente a los
extractivismos, ahora verdes, que solo han dejado pobreza, desigualdad y conflictos?
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YOLIMA VARGAS
*Bióloga con estudios en turismo sostenible y estudiante de doctorado en educación ambiental, analista y
tallerista sobre la perspectiva de Latinoamérica para la organización Bildung Trifft Entwicklung-BtE en
Alemania.