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Woodstown
de Aphonse Daadat
VVVVVVVYV12 Abhonse Doudet
El autor
y
Aphonse Daucet (1840-1897) fue un estar fencs que
runca se dec af escure de reas fartésos. Por el corto.
‘acerizn por ls ros res casts y pr le despa
Jas colinas, hasta los muelles y espigones de un puerto soberbio
‘en la desembocadura del R{o Colorado, solo a cuatro mills del
euseg
Wood'ston! De que trtaré una historia con este tubs?
DOANHARKRAgAQAQRARARARAARLE
Leake kalba bdo ada ea AOOOVOGOGOECOCCUCCUCECCCEE!seus.
14 Abhonse Daudet
‘meaban como velas. El bosque luchaba atin conteniendo el in-
cendio con oleadas de savia y ahogéndolo con la frescura de su
En poco tiempo, una ciudad inmensa, toda de madera co-
mo Chicago, se aduefiaba de las orillas del Rfo Colorado. Sus
tuario de galpones, de aduanas, de muelles, de dérsenas y de as-
tilleros para la construccién de los barcos. La ciudad de made-
+a, Woodstown —como se la llamé—, fue rpidamente habita-
da por los colonos de las ciudades nuevas. Todos los barrios
hervian de actividad; pero sobre las colinas que se alzaban tras
las calles repletas de gente y el puerto lleno de bareos, una mul-
titud sombria y amenazante se cerré en semicirculo alrededor
de la ciudad. Era el bosque que observaba. Observaba esa ciu-
dad irreverente® que habia robado su lugar en las riberas del ro,
el lugar que habfa sido de tres mil érboles inmensos. Toda
tables escalones, cada pared y cada techo hasta de la més pe-
quefia cabafia del barrio més lejano, cada instrumento de traba-
jo y cada mueble, todo se lo debian. ¥ por esto, iqué rencor ho-
rrible crecfa contra esta ciudad de ladrones!
Mientras continué el invierno, no se noté nada. Cada tan-
to, los habitantes de Wood’stown sentfan un crujdo seco en sus
techos, un chasquido sordo en las patas de los muebles. De vez
en cuando, una muralla se agrietaba en un gemido, un mostra-
dor de almacén reventaba en dos estxépitos. Sin embargo, la
CO eerie
Woodstown 15
madera nueva puede suftir estos accidentes y nadie les daba im-
portancia, Al llegar la primavera, en cambio, una primavera re-
pentina, violenta, tan jugosa de savia, que sc la escuchaba bajo
la tierra como el rumor de una fuente, el suelo comensé a agi
tarse, conmovido por fuerzas invisibles y vitales. En cada casa,
Jos muebles, los techos y los muros se inflaban. Aparecfan en los
tablones del piso curvas e hinchazones, como ante el paso de un.
topo. Ni puertas, ni ventanas, ni cajones, nada funcionaba. “Es
Ta humedad —decfan los habitantes—, con el calor pasaré.”
De pronto, una descomunal tormenta traida por el viento
los edifcis public, las campanas de ls iglesias, las
tablas de las casas y hasta la madera de las camas, todo estaba
bafiado en una tinta verde, delgada como una capa de moho,
suave como terciopelo. De cerca parecfa una multitud de bro-
tes microse6picos en los que ya se empezaba a ver el entramado|
de las hojas. Al princi sms que
inquietar a los habitantes. Pero, antes de la noche, ramitas ver-
des crecieron por todas partes: en los muebles, en las casas, en.
Jas murallas. Eran tan fértiles que, al mirarlas, se las vefa crecer
»y stalguno las sostenta un momento en la mano, las sentia bro-
tary temblar como alas mintisculas.
Al segundo dia, todas las viviendas parecfan invernaderos*.
Las lianas dominaban tramos de las escaleras. Las ramas se
fan de un techo al otro en las calles estrechas,
ci6n extraordinaria, mientras la poblacién salfa a la calle para
seguir de cerca la evolucién del milagro. Los gritos de asombro,
estrada cuentas extra fntstins
(EL) ‘teense pi pga at,oeubeg
16 Aphonse Daudet
el rumor aténito de todo aquel pueblo ocupado en mirar daban
solemnidad al insélito acontecimiento. De pronto, alguien gri-
16: "IMiren el bosque!”, y notaron; con horror, que durante esos
dos dfas, el semicirculo verde que rodeaba la ciudad se habfa
acercado mucho. El bosque parecfa extenderse hacia la ciudad,
‘matorrales formaban una avanzada
as casas de los suburbios,
‘Wood'stown empez6 a comprender y
evidentemente, queria reconquistat
que perforaban ocialtas bajo el suelo, esos torbellinos de semillas
volantes que germinaban allf donde cayeran?
Tgualmente, todos se pusieron valientemente a luchar ar-
mados de guadafias, de sierras, de rastrillos: se llevé a cabo una
infinita matanza de hojas. Pero fue en vano. De hora en hora, el
tumulto de los bosques vitgenes, el tejido de las hojas y de las
lianas gigantescas creaba verdores inmensos que invadfan las
calles de Wood'stown. Ya irrumpfan los insectos y los reptiles.
Haba nidos en todos los rincones, golpes de alas y martlleos de
pPequetios picos agresives. En una sola noche, los graneros dela,
ciudad fueron completamente vaciados por las bandadas nue-
vas. Después, como una ironfa en medio del desastre, mariposas
de todos los tamafios y colores volaron sobre las parras floreci-
das, y las abejas laboriosas buscaron abrigo en los huecos de los
frboles tan répidamente crecidos y construyeron
nas, como una demostracién de desaffo y conqui
Sordamente, entre el gemido rumoroso del follaje se ofan
golpes perdidos de sierras y de hachas; al cuarto dia se recono-
i6 que todo trabajo era intl. La hierba crecfa demasiado alta,
0 estrada ~ Cuentos entra fatto
Woodson 17
demasiado espesa. Hiedras trepadoras se enrollaban en los bra
tos de los leiadoresy estrangulaban sus movimientos. Para
las casas se volvieron inhabitables; los mucbles,
hojas, habfan perdido la forma. Los techos se vencieron perfo-
rados por las lanzas de las yucas*, lo largos espinos de la caoba;
yen ver de los techs se alz6 la ctipulafesplendorosa de las ea-
talpas?. Era el fin. Habfa que hui.
‘A través del entretejido de hojas y de ramas q
cada ver més su ciudad, los habitantes de Wood! sto
cidos, se atropellaron hacia el rio rescatando en.
podian de sus riquezas y objetos preciosos. Pero icudintas dificul-
tades para llegar a la orilla del agua! Ya no quedaban muelles.
‘Nada més que vastas extensiones de musgos. Bosques enteros
de pinos florecfan en los astlleros navales, donde se almacena-
It pudieron ver al viejo bosque unirse
victorioso con el bosque renacido.
pe de hacha de un lefiador enfurecido.
silencio palpitante de nubes de mariposas blancas girando sobre
la ribera desierta y lejos, hacia alta mar, el deslizar de un barco
1 Untipe de sol, de hojas grandes, lores acampanadasdzpuests en
acme fsos alrgados expan.Leu6eg
18 Alphonse Daudet
‘que escapaba, con tres grandes arboles verdes erguidos en me-
dio de sus velas, llevando los diltimos emigrantes de lo que ha- MAAAAAAA
bia sido Wood’stown.
El lago
De Estudos y poles (1673.
e Ray Bradbury
VVVVVVVVeubed
El autor
v
Ray Bradbury, nacdo en iinis (EEUU), en 1920, es un
raves espacles y paseo oils de fantasia e
aa pares
Es reconocko mundalmerte por ser el ceador de slunas
de as ms imporartes obs dela Geni fen del sig o>
‘mo Crnccs marcinas (wens) y Fatrenet 451 (nove).
‘Bredbury no excbe dricamente denca extn: homie
‘srg (ents), oto de sus fos mis imporartes, combina
‘mundo. 6 lago de este cuentotarbién guards sus secrets y sus
histo, menos zoldgias, ta ve.
lego 2
El lago
LL. ola me encerré apartindome del mundo, de los pajaros del
cielo, de los nif en Ta arena, mi madre en la playa. Hubo un
‘momento de silencio verde. Poco después, Ia ola me devotvié al
ciclo, a la arena, a los nifios que gritaban. Sali del lago y el mun-
do me esperaba atin, y apenas se habfa movido entretanto.
Corsi playa arriba.
Mamé me frot6 con un toallén.
Era septiembre. Los siltimos dias, cuando todo empieza a
‘ponerse triste, sin ninguna razén. Solo habia seis personas en la
i playa, que parecfa tan larga y desierta. Los nifios dejaron de ju-
$ gar ala pelota, pues el viento, por algtin motivo, los entristecia
j con Ia elegancia de esas olas.
1 ousPOVVVVVIPVVI FORSSK OVOVITFVVBGVV~BYB GOCOUUUOKKUEUUbEOY
eeuses
22 Ray Bradbury
también, silbando de ese modo, y los nifios se sentaron y sintie-
ron que el otofo venta por la costa interminable.
Los quioscos de salchichas habfan sido tapados con tablo-
nes dorados, guardando asf los olores de mostaza, cebollay car-
ne del prolongado y alegre verano. Era como haber encerrado el
‘verano en una serie de atatides. Una a una se golpearon ruido-
‘samente las puertas, y el viento vino y tocé la arena llevandose
el millén de huellas de pisadas de julio y agosto. De este modo,
ahora, ya casi a fines de septiembre, solo quedaban I:
‘de mis zapatillas y los pies de Donald y Delaus Arn
to al agua.
La arena volaba en cortinas sobre los senderos de piedra, y
una lona ocultaba la cal ‘todos los caballos se habian que-
dado saltando en el aire, sostenidos por las barras de bronce,
‘mostrando los dientes, galopando. No habia ahora otra misica
que el viento escurriéndose entre las lonas.
‘Yo estaba allf. Todos los otros estaban en la escuela. Yo no.
Mafiana yo estarfa en camino hacia el ceste, cruzando en tren
Jos Estados Unidos. Mamé y yo habfamos venido a la playa a pa-
sar un iltimo y breve momento.
Habia algo raro en aquella soledad y tuve ganas de alejar-
me, solo.
—Mamé, quiero ira correr un poco por la playa —dij.
—Muy bien, pero no te entretengas, y no te acerques al
agua.
Corti, La arena gité a mis pics y el viento me alz6. Ustedes
saben cémo es correr con los brazos extendlidos de modo que
‘uno siente los dedos como velas al viento, como alas.
Mamé, sentada, se empequefiecia a lo lejos. Pronto fue so-
Jo una mota? parda. ¥ yo estuve solo.
EL) me pqs
i
i
cuentas erat fs
estrada
Algo as
Un nifio de doce atios no esta solo a menudo. No se siente
solo dentro de sf mismo. Hay tanta gente alrededor, aconsejan-
do, explicando... y un nifio tiene que correr por una playa,
aunque sea una playa imaginaria, para sentirse en su mundo
propio.
De modo que ahora yo estaba realmente solo.
Me acerqué al agua y dejé que me enftiara el vientre. An-
tes, siempre habfa una multitud en la playa, yo no me habia
atrevido a miras, a venir aqut y buscar en el agua y decir cierto
nombre. Pero ahora...
El agua era como un mago. Lo aserraba a uno en dos. Pare-
fa que uno estuviera cortado en dos partes, yla de abajo, azicat,
se fundiera, se disolviera, El agua fresca y, de cuando en cuando,
tuna ola que cae elegantemente con un floreo* de encaje.
mbre. Llamé dos veces.
0 es joven y lama asf, uno espera realmente una
respuesta. Uno piensa cualquier cosa y siente entonces que pue-
de ser real. Y, a veces, quirds, uno se equivoca.
Pensé en Tally, que nadaba alejéndose en el agua, en el sl-
timo mes de mayo, las trenzas como estelasrubias. Se iba rien-
do y el sol le iluminaba los hombros menudos de doce afios.
Pensé en el agua que se aquiet6 de pronto, en el bafiero que se
zambulla, en el grito de la madre de Tally y en Tally, que nun-
casalié...
El baiero traté de sacarla de convencerla, pero Tally no vi-
no. El bafiero regres6 con unos troaos de algas en los dedos de
ruillos gruesos y nada més. Telly se habia ido y ya no se senta-
xfa cerca de mf en la escuela, nunca mis, ni corterfa detrés de la
pelota en las calles de ladrillos, las noches de verano. Se haba
Ey vent.