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EL SECRETO Y LA CONFIDENCIALIDAD MEDICA

I. CONFIDENCIALIDAD MÉDICA

El secreto médico (S.M.) es una tradición en la profesión médica y una


variedad de secreto común a todos los profesionales. Parece ser que su origen,
está vinculado con los asclepíades (casta de sacerdotes relacionados con la
sanación de los enfermos) y su trascendencia fue tan importante que el
Juramento Hipocrático hace una clara referencia a la discreción que debían
mantener los médicos en el ejercicio de su ciencia y su arte El S.M. (Secretum,
del latín lo que debe ser guardado en reserva), es la obligación jurídica, el
derecho legal y el deber moral de los profesionales del arte del curar de
guardar silencio sobre todo aquello que vieron, oyeron, descubrieron o
realizaron durante el ejercicio de su profesión.

En tal sentido, habrá de considerarse comprendido dentro del mismo, todo lo


relacionado con el paciente, no sólo el hecho en sí de estar enfermo, sino
también los síntomas y signos observados, pronósticos, posibles
consecuencias, tratamientos indicados, resultados, etc . Los alcances de la
obligación y derecho no sólo involucran al médico tratante sino también a
cualquier otro colega que intervenga en el caso (artículo 75 del Código de Ética
de la Confederación Médica de la República Argentina -CO. M. R. A-). .

2. TIPOS DE VARIANTES DE SECRETO MÉDICO

Secreto Médico Absoluto: negación inquebrantable de cualquier tipo


de revelación. El médico no podrá confiar un hecho conocido a través de
su profesión ni a sus colaboradores. Esta modalidad es utilizada en
Inglaterra.

Secreto Médico Relativo (intermedio o ecléctico): aceptado por


nuestra legislación y la del resto de América del Sur, convalida la
revelación a personas y entidades correspondientes (con discreción y
límites) del S.M. siempre que hubiera una razón suficiente: "justa causa".
En cierto modo, la revelación queda supeditada a los dictados de la
propia conciencia del profesional.

Secreto Médico Compartido: variante del anterior y utilizado por los


franceses y amplía el conocimiento a otro médico o auxiliar de un hecho
de su profesión siempre que redunde en el beneficio terapéutico del
paciente.

3. MARCO LEGAL

Vistos los diferentes tipo de S.M. diremos que en nuestro País, su encuadre
jurídico está contemplado básicamente en 2 legislaciones, la Ley 17.132
artículo 11 del Ejercicio de la Medicina y por el Código Penal Argentino en su
artículo 156, que establece penas de multa e inhabilitación especial a todo
aquel que por su estado, oficio, profesión o empleo tuviera noticia de un hecho
y lo revelare sin justa causa. La doctrina especifica claramente que cuando se

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viola el S.M. la Ley quiere evitar la divulgación y la publicidad, pero lo
esencialmente punible es la revelación, dar conocimiento, aunque sea a una
sola persona sin justa causa y su sustento es la armonía en la interpretación de
normas específicas fundamentadas en tres pilares:

a) Contrato consensual entre el médico y el paciente donde la confidencialidad


constituye entre otras cosas un deber moral de quien asiste a un enfermo.

b) El orden público definido como un conjunto de conductas y reglas destinadas


a preservar el bien jurídico y asegurar un normal funcionamiento de los
servicios, regulando las relaciones de los particulares entre sí y a su vez de
éstos con el Estado.

c) Justa causa, elemento del que se vale el ente social para exigir o autorizar la
revelación del S.M en determinadas circunstancias (Secreto Médico Relativo).
La justa causa también es aplicable para no revelar cuando las normas
establezcan la utilización del Secreto Médico Absoluto.

La justa causa reconoce 2 órdenes,

a) legal: cuando su sustento se encuentre en la legislación (Códigos y


Leyes) y
b) moral sustentada en el Juramento Hipocrático y en los Códigos de Ética
Médica (Capítulo VII, art. 66 al 76) . La revelación del S.M. será
inobjetable cuando exista un fin justificado y en la medida en que el
interés perseguido fuera mayor a lo que se mantiene en reserva. Así las
cosas, siempre será el propio médico, quien ponderará cuándo existe
"justa causa" y protegiendo intereses superiores revelará información
por él conocida. El derecho positivo argentino se ha inclinado por
adoptar una forma de S.M. calificado como intermedio, ecléctico o
relativo donde los profesionales médicos, mediante el estudio de cada
caso en particular, asumen la responsabilidad de considerar válida o no
la causa para no guardar sigilo.

4. SITUACIONES QUE ADMITEN SER CALIFICADAS DE “CAUSA JUSTA”

Teniendo en cuenta que el primordial deber de la profesión médica es prevenir,


preservar y recuperar la salud, es indudable que el médico durante el ejercicio
de su profesión se verá obligado a romper el S.M. en determinadas
circunstancias que analizaremos:

A) Cuando la denuncia resulte obligatoria por determinación legislativa (art.11


de la Ley 17.132) que reconocen razones de orden público: Lepra: (Ley 11.359)
y Peste: (Ley 11.843) que se hace extensiva al farmacéutico. . Enfermedades
infectocontagiosas (art. 69 inc. E) primera parte, de las normas éticas, o
Enfermedades Transmisibles (Ley 12.317) Denuncia o certificación de
Enfermedades Venéreas en período de contagio: (Leyes 12.331 y 16.668) .
S.I.D.A: (Ley 23.798 de la lucha contra el S.I.D.A) que establece que un
profesional que asista a un portador del virus H.I.V puede compartir información
con otro profesional cuando sea necesario para su cuidado y tratamiento y

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tiene además el deber de denunciar los enfermos en estadio IV dentro de las
48 horas de confirmado el diagnóstico . Certificados médicos en los casos de
infortunios laborales (Ley 24557 de Riesgos de trabajo)

B) Cuando se trate de evitar un mal mayor (art. 11 de la Ley 17.132) Por


ejemplo avisar a familiares que durante el tratamiento con tal medicación no
podrá conducir vehículos.

C) Cuando por su importancia y trascendencia médica el caso en cuestión sea


informado a sociedades científicas o sea motivo de publicación médica (art. 11
de la Ley 17.132), quedando expresamente aclarado que se prohíbe su
difusión con fines de propaganda, publicidad, lucro o beneficio personal.

D) Cuando el médico actúa como perito

E) Cuando el médico tratante o hacedor de obra es requerido por la Justicia


para prestar declaración testimonial queda liberado de su obligación de guardar
silencio para convertirse en testigo. En estas condiciones se le solicitará la
verdad de todo lo que supiere, para no incurrir en falso testimonio al afirmar
una falsedad o en negar o callar la verdad en todo o en parte. Sin perjuicio de
lo antedicho y ante el fuero civil, el médico podrá negarse a responder cuando
sea citado como testigo, siempre que la pregunta que se le efectúe deba
contestarse revelando un secreto profesional. El mismo deberá invocar el art.
444 del Código de Procedimientos civil y Comercial.

F) Cuando el médico reclame honorarios

G) Denuncia de nacimientos y defunciones (Ley 14.586 y decreto 8.204/63)


dentro de los 5 días hábiles posteriores al evento siempre que el médico o la
partera haya visto con vida al recién nacido o haya asistido terapéuticamente al
difunto en su enfermedad.

H) Excepciones especiales creadas por Códigos de Fondo: los médicos no


pueden denunciar delitos de acción de instancia privada (violación, estupro,
abuso deshonesto, ultraje al pudor: delitos contra la integridad sexual) a menos
que resultare la muerte de una persona o se trate de lesiones gravísimas (art.
72 del Código Penal). En contrapartida; deberán obligatoriamente realizar la
denuncia de oficio (independientemente de la voluntad de la víctima) cuando se
trate de menores o incapaces, cuando no haya representantes legales o se
encuentren en situación de abandono, o bien cuando haya intereses
gravemente contrapuestos entre el incapaz y su representante. La denuncia
impuesta por el Código de Procedimiento en lo Penal también impone a los
profesionales del arte de curar la obligatoriedad de denunciar los delitos de
acción pública según normativa impuesta por el art. 177 que dice:

..." Tendrán obligación de denunciar los delitos perseguibles de oficio: 1- Los


funcionarios o empleados públicos que los conozcan en el ejercicio de sus
funciones. 2- Los médicos, parteras, farmacéuticos y demás personas que
ejerzan cualquier rama del arte de curar, en cuanto a los delitos contra la vida y

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la integridad física que conozcan al prestar los auxilios de su profesión , salvo
que los hechos conocidos estén bajo el amparo del secreto profesional..." .

Sólo con el fin de generar una sana discusión dentro del ámbito médico legal y
sin intención de abrir juicios de opinión, conviene que el médico práctico
también conozca que los profesionales y funcionarios podrán ser acusados por
encubrimiento cuando no observen las normas vigentes que imponen penas
según lo indicado por el art. 277 del Código Penal ya que el mismo, podrá
considerarse un testigo calificado. Así mismo el art. 244 del Código de
Procedimiento Penal indica que deberán abstenerse de declarar los hechos
conocidos a través de su profesión, bajo pena de nulidad los ministro de culto,
los abogados, procuradores y escribanos, los médicos, farmacéuticos y demás
auxiliares del arte de curar, los militares y funcionarios públicos sobre secretos
de Estado a menos que sean liberados de la imposición de guardar secreto.

Según lo anteriormente comentado ¿Puede entonces el médico negarse a


revelar información confidencial suministrada por el enfermo confiada bajo
secreto? ¿Aún cuando esta negativa lleve aparejado un enfrentamiento con la
justicia? . Queda claro así, que para nuestro no calificado punto de vista, el
médico queda a medio camino de una ambigüedad o doble mensaje jurídico,
donde por un lado debe hablar y testificar y por otro tiene el deber de callar.

5. COMENTARIOS

Las leyes de fondo y las normativas deontológicas establecen que el S.M. es


inherente al ejercicio de la profesión y se establece como un derecho y
obligación de los médicos y sus colaboradores para preservar la seguridad y el
derecho de los pacientes asistidos.

El mismo, obliga a todos los médicos (cualquiera que sea la modalidad de su


ejercicio) a callar todo lo que el paciente haya confiado. Es muy importante
recordar que la muerte del paciente no exime al médico y a sus colaboradores
del deber de secreto. Como excepciones, el Código Deontológico señala que
con discreción, exclusivamente ante quien tenga que hacerlo y en sus justos y
restringidos límites, el médico revelará el secreto cuando venga determinado
por imperativos legales .

Sin perjuicio de lo antedicho, el médico deberá tener presente aún ante los
Tribunales de Justicia, si sus declaraciones deben preservar ciertos datos o
cuando con su silencio se diera lugar a un perjuicio al propio paciente u otras
personas, o un peligro colectivo . Esta obligación de secreto y la modulación de
sus excepciones, cuando lo prevea la Ley, se extienden también a los centros
asistenciales donde se custodia la historia clínica.

La historia clínica es un documento confidencial, propiedad de la institución,


precisando que en todos los supuestos de acceso legalmente autorizado,
deberá garantizarse el derecho del paciente a su intimidad personal y familiar,
advirtiendo que el personal que acceda a estos documentos ha de guardar un
juicioso y recomendable sigilo.

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En tal sentido, queda implícito que las mismas (historia clínica original), sólo
podrán ser retiradas de la institución por mandamientos judiciales en sobres
cerrados, en perfecto estado y no transparentes, con una inscripción que
señale claramente que lo allí contenido es confidencial y secreto. De esta
forma, el custodio de la documentación deberá firmar y sellar el sobre con un
agregado que señale la protección y las penas que indica el artículo 156 del
Código Penal.

Se pone de manifiesto y contrasta con lo expuesto, la situación de inseguridad


que genera en nuestro medio la falta de una adecuada regulación legal sobre la
historia clínica y los responsables de los servicios de archivo y custodia de la
documentación médica de nuestros hospitales, por indefinición legal o simple
desconocimiento, corren en ocasiones, el riesgo incierto de vulnerar el
prudente sigilo. .

Así se precisa que los médicos y profesionales involucrados en la atención de


los enfermos tienen el deber y la obligación de respetar y hacer cumplir el
derecho de toda persona a su intimidad, cuyo límite puede ser únicamente
fijado por el interesado . Por lo tanto, el médico, salvo consentimiento expreso
del paciente o por deseo de éste, no debe permitir que personas extrañas al
acto médico tomen conocimiento o lo presencien, sin un motivo considerado
justificado.

El médico debe de guardar secreto por todo aquello que el paciente le haya
confiado, lo que haya visto, haya deducido y toda la documentación producida
en el ejercicio de su profesión, y procurará ser tan discreto que ni directa ni
indirectamente nada pueda ser descubierto . Con acierto, se establece
preservar la confianza social hacia la medicina y se precisa claramente que la
autorización del paciente a revelar un secreto, no obliga al médico a tener que
hacerlo.

En todo caso el médico siempre debe cuidar de mantener la confianza social


hacia la confidencialidad médica.

La intimidad es un valor ético y jurídico amparado por la Constitución y por la


legislación vigente en nuestro país, y como tal hay que demandarlo y
protegerlo. . En la actualidad el S.M. está siendo peligrosamente amenazado
por normas internas impartidas por obras sociales que obligan a los médicos a
escribir en sus recetas datos confidenciales, tales como edad, sexo,
diagnóstico, tratamiento prolongado, etc., hechos que merecerían por lo menos
un debate intensivo dentro de las sociedades médicas, para salvaguardar la
conducta del profesional que se resista a vulnerar la legislación vigente.

Como consideración final deberíamos reflexionar también, acerca de la


inconveniente mediatización del médico, donde a diario se observan
autoridades de alto rango hospitalario y sanatorial describiendo con detalles las
condiciones clínicas y operatorias de pacientes internados en sus instituciones.
Los datos médicos son tan relevantes que si falla la confidencialidad no sólo
está en peligro la intimidad, sino el ejercicio de otros derechos fundamentales,
como el derecho al trabajo, la educación, o la defensa de la salud y de la vida.

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El derecho a la confidencialidad que tiene todo paciente es la única garantía
para la defensa de su intimidad. Si en todas las profesiones debe existir el
secreto profesional, es en medicina donde éste adquiere un grado de máxima
sensibilidad ya que el médico no sólo es depositario de las más íntimas
manifestaciones del cuerpo sino también junto al sacerdote, las del alma.

Como colofón y ante todo lo expuesto, queda claro que la falta de discreción
médica revela una situación que además de ser lastimosamente impropia, pone
de manifiesto algo mucho más triste aún: La depreciación de lo que en otro
tiempo ha tenido un valor muy elevado, desvirtuando la mística de la relación
médico paciente y un profundo desconocimiento por la ética y las leyes que
regulan nuestra profesión.

II. SECRETO PROFESIONAL: RESPONSABILIDAD EN LA ATENCIÓN – VIH

El objetivo de la odontología moderna está rodeado por una cantidad de


cuestiones éticas y sociales, que han inundado la profesión y han afectado la
práctica diaria. Además, los grandes cambios que afectan a la medicina tienen
una profunda influencia en la odontología y han alertado a los dentistas sobre
posibles modificaciones en esa línea.
Entre las cuestiones éticas y sociales contemporáneas a que se enfrenta la
odontología están las relacionadas a la salud de los profesionales, los
procedimientos de alto riesgo, el consentimiento informado para tratamientos
odontológicos y de salud oral, la revisión por parte de los colegas y la calidad
de los servicios, la mala praxis odontológica, los gastos por atención
odontológica general, el secreto profesional.

El secreto médico está estrictamente regulado por las leyes penales, las leyes
civiles, y la deontología médica. Sin embargo, existen excepciones permitidas y
una amplio rango de complicaciones que provocan incertidumbre.
Lamentablemente el profesional de la salud se ha acostumbrado a vivir en la
contradicción de tener que defender el secreto profesional y a la vez estar
obligado a violarlo con cierta frecuencia.

Claramente, la confidencialidad en el ejercicio de la profesión tiene como fin


principal proteger y defender los bienes morales y materiales. Por lo tanto, el
Estado debería encontrar el modo de que los individuos encuentren soluciones
al tiempo que preservan este secreto. Sin embargo, en algunos casos es
necesario que prevalezcan los intereses de la comunidad sobre los intereses
individuales, a pesar de que no siempre resulta fácil determinar cuáles son
dichos casos.
Ningún otro aspecto en el campo de la salud ha generado tanto debate ético en
la relación entre el individuo y la sociedad como el HIV. En este debate,
generalmente se apela a principios como la autonomía y la confidencialidad
para proteger a los individuos HIV positivos o que tienen SIDA de la invasión a
la privacidad bajo el pretexto de que la sociedad necesita estar informada. En
los primeros años era primordial la protección del individuo. Aún ahora la
divulgación de la condición de portador de HIV implica un riesgo. Sin embargo,
a medida que aumenta el número de personas infectadas, que éstas tienen una
sobrevida más larga y que se mueven dentro del campo de la atención

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sanitaria como pacientes o como profesionales, los términos del debate deben
ser redefinidos.

Al poner el énfasis ético en favor de la ética individual, surge una situación de


conflicto. Por ejemplo, los pacientes temen ir al dentista, los cirujanos y los
pacientes se temen mutuamente. Tanto los pacientes como los trabajadores de
la salud, sobre la base de los mismos principios éticos, reclaman el derecho a
tener información acerca de la condición respecto al HIV del otro y se resisten a
divulgar la propia. Lo que una vez fue un debate tendiente a proteger al
individuo de los prejuicios de la sociedad es ahora un debate entre individuos
que se temen mutuamente. El resultado es una desconfianza entre pacientes y
trabajadores de la salud, y una casi total ausencia de debate acerca de las
obligaciones de las instituciones o la sociedad.

En este artículo sostengo que la presencia del HIV en la sociedad exige un


cambio en el enfoque actual en el debate ético sobre la enfermedad y el
cuidado de la salud, a fin de que el interés no sea la protección de los intereses
del individuo sino que se identifiquen y se protejan los intereses comunes. Por
lo tanto se deberían debatir los derechos individuales y las necesidades
sociales en el contexto de la responsabilidad. Los principios de autonomía y
confidencialidad son importantes dentro del debate, pero ya no definen el
debate. Podemos reconstruir la confianza perdida entre pacientes y
trabajadores de la salud si vemos a este problema como un conflicto de
intereses. Eliminando el conflicto entre individuos, podremos realizar un análisis
más exhaustivo del rol, tantas veces relegado, que deben desempeñar las
instituciones de la salud para prestar un buen servicio en la era del SIDA.

1. RESPONSABILIDAD

Cuando se habla de responsabilidad, se tienen en cuenta tres elementos:


reconocer la realidad de los riesgos en la atención médica; aceptar la
responsabilidad de cada uno en la minimización de esos riesgos y reconocer
que la mayor parte de esa responsabilidad recae en la persona, institución o
sociedad que, en la secuencia de un hecho particular, es la última capaz de
hacerlo.

2. LA REALIDAD DEL RIESGO

Whalen llama a este reconocimiento "profesionalismo", y explica que es la


capacidad y voluntad de los trabajadores de la salud de "someterse a los
riesgos desconocidos concomitantes con la profesión médica". La literatura
sobre este tema es muy reveladora.

Brevemente, Blumenfield et al, informan que el 50% de los enfermeros


consultados creen que la infección de HIV es posible a pesar de las
precauciones, el 51% está más preocupado por el temor a infectarse mientras

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atiende a un paciente con HIV que con un paciente con hepatitis infecciosa, el
48% cree que la infección del HIV es posible durante la manipulación de
muestras, a pesar de las precauciones. Una encuesta realizada entre médicos
de cuidados primarios reveló que el 50% no trataría personas con HIV positivo
si tuviera posibilidad de elección, y aproximadamente un tercio estuvo de
acuerdo en que no era su responsabilidad tratar a pacientes con SIDA. La
Comisión Nacional sobre SIDA de 1990 informó que el porcentaje de dentistas
que deseaban tratar a pacientes HIV positivos creció del 21% en 1986 a
apenas el 31% en 1988. Hartley informó que más de la mitad de estos
dentistas que atenderán a pacientes infectados consideran que es adecuado
cobrar un arancel adicional en estos casos.

Leyendo estas estadísticas uno esperaría un alto nivel de cumplimiento con las
precauciones universales. Sin embargo, esto no ocurre. Koska informó que es
difícil obligar al cumplimiento de las precauciones. Baraff y Talan concluyeron,
sobre la base de un estudio realizado en UCLA Medical Center que
"actualmente existe un bajo nivel de cumplimiento con las políticas de
precauciones universales". Una vez desarrollado e implementado un programa
para tal fin, informaron que la educación intensiva puede ofrecer solamente un
pequeño aumento en el cumplimiento a corto plazo, y ningún efecto sobre la
información general sobre el riesgo a largo plazo. Hammon et al. concluyeron
en su estudio que, aún en las prácticas invasivas, existe menos del 40% de
cumplimiento. Las razones que explican este incumplimiento incluyen
ignorancia u olvido de las pautas, o falta de tiempo para implementar las
mismas. Resultados similares se han obtenido entre dentistas, entre los cuales
la adhesión a las prácticas de control de la infección recomendadas es
infrecuente.

Uno podría preguntarse por qué, si es que existe una preocupación seria ante
la posibilidad de contagio, se toman tan pocas precauciones, aún después de
haber recibido información al respecto. En parte la respuesta se debe a la
disponibilidad de recursos, y este tema debe ser explorado. Sin embargo, los
recursos no son la única explicación. La respuesta tal vez pueda encontrarse
en el fenónemo de negación adaptativa.

Por negación adaptativa se entiende el mecanismo de defensa común, y


generalmente sano, que utiliza una persona para crear distancia de un peligro
inminente o perceptible para poder seguir actuando. De ese modo se crea una
defensa que ayuda a tomar distancia del peligro. Esta conducta, generalmente
asociada a pacientes que utilizan esta negación para soportar una enfermedad
grave, también se encuentra entre los profesionales de la salud, quienes,
debido al permanente contacto con enfermedades y muerte, utilizan cierto
grado de negación adaptativa para mantener su objetividad y efectividad.

Los riesgos asociados con la infección del HIV no se pueden negar tan
fácilmente. Contrariamente a lo que sucede con otras infecciones, el riesgo de
contagio del HIV desafía las estrategias tradicionales de tolerancia tanto en
pacientes como en los profesionales de la salud. Esto es así aún cuando existe
información que confirma que el riesgo es menor o igual a cualquier otro riesgo
posible en esa situación. Las explicaciones en este caso varían y ya han sido

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analizadas en la literatura. También podría ser que la negación, como
mecanismo para tolerar riesgos en el ámbito de la salud, se ha convertido en
un hábito tendiente a exigir riesgo cero. Si se insiste en que el cuidado de la
salud debería estar libre de riesgos, no habría incentivos para tomar
precauciones a fin de minimizar riesgos, que son fácilmente prevenibles, ni
para aceptar riesgos atemorizantes, aunque sean remotos.

Como el cuidado de la salud es percibido como libre de riesgos, ni el paciente


ni el profesional consideran que deben exponerse a riesgos, aunque sean
mínimos. La noción de responsabilidad desafía esta actitud, insistiendo en que
debe aceptarse el hecho de que en el campo de la atención médica existen
riesgos reales y a veces peligrosos.

3. RECON0OCIMIENTO Y ACEPTACIÓN DE NUESTRAS PROPIAS


RESPONSABILIDADES

Además de admitir que existen riesgos, ser responsable significa aceptar cuál
es la cuota de responsabilidad de cada uno a la hora de minimizar riesgos.
Esto significa, por supuesto, conocer dónde residen los riesgos de exposición e
infección y cómo minimizarlos. Por ejemplo, si sabemos que el 80% de todos
los casos de exposición peligrosa a sangre infectada es mediante agujas, y que
un tercio de estos casos se produce al volver a tapar las agujas, el
relativamente bajo riesgo de infección puede reducirse no tapando las agujas.
La prevención en esta instancia corresponde más al trabajador de la salud que
al paciente, quien no está en condiciones de practicar precauciones universales
y cuya condición de HIV positivo podría provocar discriminación si tomara
estado público.

Sin embargo, a menos que las políticas institucionales fomenten y faciliten las
precauciones universales, será muy poco lo que puedan hacer los empleados.
Por ejemplo, el 50% de los contagios por agujas incorrectamente descartadas
corresponde a personal de mantenimiento. Si no existen políticas que protejan
a estos trabajadores será imposible reducir el riesgo de exposición o infección
en el ámbito médico. Llegamos a la conclusión de que gran parte de la
responsabilidad de minimizar riesgos o prevenir exposiciones está dentro de la
industria de la salud en su conjunto. El riesgo puede minimizarse a este nivel
definiendo con más precisión cuáles son las fuentes de riesgo, mejorando los
equipamientos, los procedimientos y brindando información en cada caso.

La industria en su totalidad debe aceptar este rol y no dejarlo librado al criterio


individual de los trabajadores de la salud o de los pacientes. Las obligaciones
de una institución y de la industria, generalmente relegadas en debates éticos
sobre autonomía y confidencialidad, son de vital importancia en el contexto de
la responsabilidad. Los lineamientos establecidos por OSHA hablan de la
responsabilidad institucional para promover un medio libre de peligros, brindar
educación y capacitación, evaluar los procedimientos en caso de muestras
infectadas, identificar los trabajadores en riesgo, brindar rotulamiento
adecuado, implementar precauciones universales, y obtener recursos para
protección. Las instituciones también pueden tomar otras medidas para reducir
el riesgo. Por ejemplo, los riesgos de exposición e infección en cirugía pueden

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reducirse permitiendo una mayor permanencia en los quirófanos de modo tal
que puedan tomarse todas las medidas precautorias. Si se aumenta el cuerpo
de enfermería, que ostenta el 60-75% de los casos de infecciones debido a
objetos cortantes, se reducirá el riesgo de exposición de cada uno de ellos a
pacientes infectados. Esto es cierto principalmente en ámbitos que atienden
una gran población de enfermos HIV positivos. Las políticas de organización de
horarios también pueden reducir el riesgo. Un informe indicó que la presión de
tiempo es la razón por la cual solamente se vuelve a tapar una aguja de cada
tres, a pesar de las recomendaciones en este sentido.

El riesgo también puede minimizarse mediante el reconocimiento institucional


de que, si bien el riesgo de infección es bajo, la exposición provoca crisis
emocionales a los individuos involucrados. En una carta enviada al Journal of
the American Medical Association se indicaba que, de los trabajadores de la
salud que experimentan un grado elevado de exposición, el 55% informó que
sufría de stress agudo y el 35% informó que sufría en forma constante un grado
moderado de stress. Un 25% informó que esta exposición tenía un efecto
importante en sus relaciones sexuales y el 30% sentía la necesidad de
abandonar ese trabajo. No existen dudas de que las instituciones tienen la
responsabilidad de reconocer y aceptar su parte en la minimización de riesgos
entrenando, facultando, aconsejando y brindando apoyo terapéutico a sus
empleados.

4. LA DOCTRINA DE LA ÚLTIMA CHANCE

Finalmente, la responsabilidad significa que el peso mayor recae sobre aquel


que tiene la última chance real de minimizar el riesgo o prevenir el daño en una
instancia en particular. Aún cuando todo ha sido dicho y hecho para reconocer
y minimizar el riesgo, los accidentes ocurren. En este contexto, un trabajador
que experimenta una posible exposición al HIV generalmente se dirige al
paciente para recabar información sobre su condición respecto al HIV.

A menos que el trabajador sea descuidado, la responsabilidad en última


instancia corresponde generalmente a la institución. Siempre y en todo lugar la
institución será responsable de instruir, fomentar, motivar y permitir a su
personal la práctica de las precauciones necesarias para prevenir la exposición
y la infección.

Algunos sostienen que la protección del staff no es en ningún caso una razón
apropiada para efectuar estudios a fin de verificar si el paciente está infectado,
mientras que otros sostienen que sí es apropiado, y sin que sea necesario
obtener el consentimiento del paciente. La práctica de preguntar en primer
lugar al paciente es fomentada por las políticas que le otorgan al trabajador la
opción de comenzar el tratamiento con AZT con la condición de que si decide
no hacerlo, no podrá reclamar por daños causados por el ámbito laboral si en el
futuro adquiere la condición de seropositivo.

5. CONCLUSIÓN

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La razón principal de la confidencialidad médica es ganarse la confianza del
paciente, cuya información es esencial para asegurar un diagnóstico sensato y
un tratamiento eficiente. Y aunque la justificación por estas causas puede
resultar mucho menos que absoluta, existen quienes sostienen que la
obligación del médico es absoluta, por lo tanto ausente de toda
discrecionalidad.

Otras posturas más flexibles se originan de la noción moderna que sostiene


que siendo la vida y la salud bienes protegidos por el Estado y siendo que la
medicina va en camino a convertirse en un servicio verdaderamente público, el
interés público debería prevalecer por sobre los intereses privados. Por lo
tanto, en algunos casos se justifica el incumplimiento tanto del tradicional
juramento médico y de la parte del Juramento Hipocrático que dice: "Lo que
vea o escuche en el curso de un tratamiento con relación a la vida de los
hombres, y que bajo ningún aspecto deba dar a conocer afuera, permanecerá
dentro de mí".

III. LOS CIRUJANOS Y EL SECRETO PROFESIONAL

El secreto profesional médico cubre aquello que por razón del ejercicio de la
profesión se haya visto, oído o comprendido y que no es ético o lícito revelar,
salvo que exista una causa justa y en los casos contemplados por
disposiciones legales.

En el juramento Hipocrático se estipula:


"...Aquello que yo viere u oyere en la sociedad, durante el ejercicio, o incluso
fuera del ejercicio de mi profesión, lo callaré, puesto que jamás hay necesidad
de divulgarlo, considerando siempre la discreción como un deber en tales
casos..."

Clara está la importancia del sigilo profesional del médico para garantizar el
derecho a la intimidad de las personas dentro de un entorno social. Es apenas
elemental que la persona humana, como dueña única de su existencia, decida
qué exterioriza de su ser, que en el caso de enfermedades susceptibles de
tratamiento quirúrgico y por razones de salud, se ve prácticamente en la
obligación de hacerlo. Esas revelaciones, lógico es, no pueden darse a conocer
por el cirujano. Obligación moral y legal de contenido universal, pues basta leer
el juramento heredado de la cultura griega.

Según el Profesor Uribe Cualla, existen tres tipos de Secreto profesional


médico:

1-Absoluto: El médico debe callar siempre, todo, bien sea en privado o


ante la justicia
2-Relativo: No debe guardarse frente a la justicia, para así colaborar en
la búsqueda de la verdad.
3-De conciencia: El médico debe divulgar la verdad.

De acuerdo con este autor se requieren varias condiciones para que exista
violación del secreto profesional:

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• Que el infractor tenga una profesión u oficio.
• Que el asunto se haya conocido con motivo del ejercicio profesional,
aunque no tenga nada de confidencial.
• Que el médico cause algún perjuicio o pueda causarlo con la revelación
de lo secreto, no obstante tener la obligación de guardarlo.
• Que se haga con plena conciencia (Delito) o inadvertidamente (Falta)

El artículo 74 de la Constitución Política dispone la inviolabilidad del Secreto


Profesional. La corte Constitucional en la Sentencia C-264 de 1996 expresó:

“La estructura del secreto ofrece un cuadro en el que destaca una persona que
confía a un determinado profesional una información que no puede trascender
por fuera de esa relación o que le permite conocer e inspeccionar su cuerpo, su
mente o sus sentimientos más recónditos, todo lo cual se hace en razón de la
función social que desempeña el profesional y a través de la cual se satisfacen
variadas necesidades individuales. En el ámbito de la relación profesional,
depositado el secreto o conocida la información o el dato por parte del
profesional, el sujeto concernido adquiere el derecho a que se mantenga el
sigilo y este derecho es oponible tanto frente al profesional como frente a las
personas que conforman la audiencia excluida. Correlativamente, el profesional
tiene frente al titular del dato o información confidencial, el deber de preservar
el secreto….el profesional, a su turno, tiene el derecho de abstenerse de
revelar las informaciones y datos que ingresan en el reducto de la discreción y
la reserva."

“Determinados profesionales tienen la delicada tarea de ser recipiendarios de la


confianza de las personas que ante ellas descubren su cuerpo o su alma, en
vista de la necesidad de curación o búsqueda del verdadero yo. El
profesionalismo, en estos casos, se identifica con el saber escuchar y observar,
pero al mismo con el saber callar. De esta manera el profesional, según el
código de deberes propio, concilia el interés general que significa su oficio con
el interés particular de quien lo requiere. El médico, el sacerdote, el abogado,
que se adentran en la vida íntima de las personas, se vuelven huéspedes de
una casa que no les pertenece y deben, por tanto, lealtad a su señor.”

El cirujano es uno de los médicos que tiene el conocimiento más profundo de la


intimidad de sus pacientes. Es el depositario de la enfermedad que lo aqueja,
del tratamiento que efectúa, del impacto que sus instrumentaciones dejan en
los cuerpos de quienes necesitan de su arte y ciencia…Es, en cierta forma, el
guardián de la vida y de la muerte de muchas personas. Es, por así decirlo, el
paradigma del defensor de la intimidad de las personas.

Bibliografía

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