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Blavatsky, Helena - Unas Preguntas para Hiraff
Blavatsky, Helena - Unas Preguntas para Hiraff
Entre las numerosas ciencias seguidas por el bien disciplinado ejército de serios
estudiantes del presente siglo, ninguna ha tenido menos honores o más burlas que la
más antigua de ellas –la ciencia de ciencias, la venerable madre y padre de todos
nuestros modernos pigmeos. Ansiosos, en su mezquina vanidad, por arrojar el velo del
olvido sobre su indudable origen, los autolabrados y positivistas científicos, siempre
alerta, presentan al valeroso estudiante que trata de desviarse de la desvencijada
carretera trazada para él por sus dogmáticos predecesores, un formidable campo de
serios obstáculos.
Como norma, el Ocultismo es un arma peligrosa de doble filo para que alguien
la esgrima, sin estar preparado para dedicarle toda su vida. Su estudio, sin ayuda de la
práctica seria, siempre será a los ojos de aquellos con prejuicios contra una causa tan
poco popular, locas especulaciones, apropiadas sólo para encandilar los oídos de viejas
ignorantes. Cuando echamos la mirada atrás, y vemos cómo, durante los últimos 30
años, ha sido tratado el Espiritualismo moderno, a pesar de los acontecimientos de
pruebas que cada día, cada hora, hablan a nuestros sentidos, nos miran a los ojos, y
alzan sus voces desde “más allá del gran golfo”, cómo podemos esperar que el
Ocultismo, o la Magia que está en relación con el Espiritualismo como lo Infinito con
lo Finito, como la causa con el efecto, o como la unidad con la diversidad, ¿cómo
podemos esperar, digo, que se gane fácilmente terreno allí donde se burlan del
Espiritualismo? Quien rechaza a priori, o incluso duda, de la inmortalidad del alma del
hombre nunca puede creer en su Creador, y ciego a lo que es heterogéneo a sus ojos,
permanecerá aún más ciego al hecho de que la heterogeneidad está causada por la
Homogeneidad. En relación a la Cábala, o el libro de texto místico compuesto de todos
los grandes secretos de la Naturaleza, no conocemos a nadie en el siglo actual que pueda
haber dirigido una dosis suficiente de aquel coraje moral que incendia el corazón del
verdadero adepto con la sagrada llama del propagandismo –para forzarle a desafiar la
opinión pública manifestando familiaridad con ese sublime trabajo. El ridículo es el
arma más mortal de la época, y mientras leemos en los registros históricos sobre miles
de mártires que gozosamente desafiaron llamas y haces de leña en defensa de sus
doctrinas místicas en los siglos pasados, apenas sería probable que encontráramos una
sola persona en la época actual, que fuera lo bastante valiente como para desafiar al
ridículo comprometiéndose seriamente a probar las grandes verdades incluidas en las
tradiciones del Pasado.