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Brunetiere
Brunetiere
1 La Sabée es una región vecina de La Arabia feliz, así también a causa de la ciudad llamada Sabe, sentada sobre
una montaña, fue la ciudad metropolitana y la capital de Etiopía. Ella abunda en myrto, canela e incienso y
digamos que antiguamente crecía la plante de la cual se extraía el bálsamo. (nota de la traductora)
invitan a terminar de «darle gloria a sus hermanos Grébans, » para « darle el premio
» a su Peletier :
CCXXI
Sobre la primavera, que los Sábalos montan,
Mi Dama, y yo saltamos en el bote,
¡Oh! los Pescadores entre los que se cuenta el príncipe,
Y una estampa: que sintiendo el aire nuevo,
Se debate tanto, que al fin se salva en el agua
En la que la amante mía llora y se atormenta
-Cesa, le digo, es necesario que lamente,
La hora del pez que no supe atrapar,
Porque está fuera de prisión vehemente
¡Oh! ¡De tus manos no pueden escapar! [7].
¿No hay allí un pequeño cuadro de estilo sacado de lo intenso, ad vivum, cuya gracia
amanerada no carece seguramente ni de elegancia ni de encanto? Pero en la decena
que aquí no tiene nada más; no encontramos esa mezcla de misticismo y de
sensualidad que más arriba intentamos definir?
CCLXXIV
Tan punzante es la espera de tus gracias
Que me aguijona ardientemente donde quiere,
Siguiendo siempre tus virtuosas huellas,
Tanto que su punta incitar en mí puede
El sumo deseo que noche y día me conmueve
A arar el yugo de lealtad,
Y es tan dura la mordida de tu belleza
(cabe todavía en tus virtudes la excelencia)
Que sin temer a nada tu crueldad,
Corro de pronto, ¡oh! mis tormentos me llaman
CCCVI
Tu belleza fue la primer y dulce Tirana
Que me detuvo violentamente;
Tu gracia después, poco a poco me atrajo,
Me adormeció en su hechizo:
Un adormecimiento de tal contento
No tenía de ti, ni de mi conocimiento.
Pero tu virtud, por su gran potencia,
Me despertó durante un sueño peresozo
El cual Amor por ciega ignorancia
Me aterrorizó volviendo el sueño angustioso.
Pero pese a cierta inflexibilidad que aún hoy sentimos, y todo lo oscuro o todo lo
problemáticos que se les encuentre; están ahí los verdaderos versos de poeta; y son
sobre todo otros versos diferentes a los de Marot. ¿Son por otra parte imitados del
algún modelo italiano? Es posible. Se imita mucho entonces, seguido sin elección y
siempre sin escrúpulos. Pero eso que no es en todo caso imitado, es el acento: y sin
duda es eso lo que el oído de los poetas de la Pléiade han apreciado en un principio.
Han debido igualmente apreciar de eso la composición matemática o simétrica; y de
hecho, es deber decirlo, fue la primera vez, en francés, que se consagró el desarrollo
de un solo tema a lo largo de todo un poema, el cual, si estuvo inspirado en el
Canzoniere de Petrarca, difería sin embargo por ese punto capital, que no se había
conformado sucesivamente con respecto al correr del tiempo y de la vida, sino de un
golpe, como una obra de arte, y así la sola apariencia manifestaba la intención
estética.
Encontraban otra cosa todavía, y era esa manera de transformar en un ideal que
sobrepasaba él mismo la realidad de un amor vivido. Delia, que deviene La Idea, no
dejaba de ser Delia; se podía sentir viva, se la adivinaba amada, pasionalmente
deseada en los versos del poeta; y era el símbolo que reemplaza al fin la alegoría.
Si no hay ciencia más que de lo general, no hay quizás más poesía que la universal; y
Marot no se dio cuenta, ni sus discípulos,— Mellin de Saint-Gelais, Héroët, La
Borderie, — pero Maurice Scève lo había comprendido :
O todavía, y para expresar esta idea de que nada muere más que para renacer :
Cuando sobre la noche el día venga a morir
La tarde de aquí es alba en las antípodas
Eran esos versos que los poetas de la Pléiade pondrán entre comillas, « », para llamar
la atención del lector sobre aquello que ellos envolvían de una significación general.
Y, a falta de haber tomado como ellos esta precaución, si se les hubiese dicho que
Scève era algunas veces difícil de comprender, temo que no hubiesen respondido que
alguna cuestión de él no les gustaba más; no era ya apropiado a la definición del
poeta; y no podía ya afortunadamente contribuir a dirigir la poesía ella misma en la
dirección con la que ellos soñaban.
Es lo que va a decirnos en sus propios términos Pontus de Tyard, —cuya obra es
necesario mencionar pasando por Los errores amorosos, 1549, visiblemente inspirados
en la Delia de Scève, y por otra parte insignificantes, -pero cuya traducción de los
Diálogos de amor, de « Léon Hebrieu », es, digamos, el pseudónimo de Juda
Abrabanel, hijo de Isaac, el célebre rabino [8], y los Diálogos filosóficos ameritan que
nos detengamos un momento. Era un gentilhombre, también él, de gran familia,
como Ronsard, como Du Bellay, y si no era precisamente Lyonés, habiendo nacido en
el castillo de Bissy, en los alrededores de Chalon-sur-Saône, era en Mâcon que el
había hecho, desde 1538, su principal establecimiento, y Lyon el lugar en donde
establecía sus relaciones. Admiraba mucho a Maurice Scève :
— Pero, -replica ella, ¿qué respondes a lo que dicen vuestros censores, que si,
por extraños modos de hablar, intentan oscurecer y amortajar en vuestros
versos vuestras concepciones, tanto que los simples y los vulgares, que son,
juran ellos, hombres de este mundo como vos, no pueden reconocer su
lengua, por lo que ella oculta y disfraza con ciertos atavíos extranjeros,
hubieses hecho mejor, para alcanzar ese fin, de no comprendernos, de no
escribir nada en absoluto?
— Le respondería, -le digo. Que la intención de un buen poeta no es de ser
comprendidos, ni tampoco de rebajarse y acomodarse a la vida vulgar, de la
cual son la autoridad, por no llegar a otro juicio de sus obras que aquel que
nace de un pesado conocimiento. Tampoco es en sí un terreno esteril en el
que que él desea sembrar semilla que le devuelva alabanzas. Bien deseará él
que los que llenos de lagañas, pero ciegos, tuviesen buena vista y pudiesen
reconocer que aquello que buscan bajo el nombre de facilidad no es menos
que facilidad, pero debe tener el nombre de ignorancia manifiesto sobre los
duros lineamientos de sus groseras invenciones…¿Qué hay allí Pasitea, digo
interrumpiéndome, para mi que la veía, adornándose con un regio perfume,
comenzar a sonreir: es que he cometido alguna falta?
— No, no se emocione usted, Solitario, dice ella: porque yo sonrío por una
palabra que espero en vuestra respuesta y que en otro momento la oí decir a
un caballero que se atormentaba bajo el mismo argumento…usted sabe bien
lo que quiero decir.
— No, perdóneme, le respondí.
— ¿No recuerda, replica ella, de aquel que un día llegando aquí me encuentra
Delia en mano; y de qué gracia, habiéndola tomado y aún sin haber leído el
segundo verso entero, se le arruga la frente y la tira sobre la mesa medio
enojada?
— Oh, ahora sí, respondí, y recuerdo bien que entre otras cosas, cuando la vi tan
nueva e incapaz de entender la razón que los doctos versos del señor Maurice
Scève, — el que como bien sabes, Pasitea, nombro siempre con honor,— le
respondí que se preocupaba bastante poco el señor Maurice que su Delia
fuese vista o conducida hacia su felicidad [9].
— No quiero alabarnos entre nosotros los poetas, respondí, entre los cuales
deseo que las ganas no se encarnicen en el desprecio del uno por el otro, y le
deseo al resto tan feliz continuación que hayen su sitio para después poder
devolvernos lo que por la ignorancia de algunos siglos pasados estuvimos
obligados a prestar elogios y admiración. Bien me gustaría que alguien más
audaz y más idóneo que yo, devenga emprendedor y líder de un arte poético
apropiado para las maneras francesas…Yo requeriría que a semejanza de los
antiguos, nuestros cantos tuviesen algunas formas ordenadas en el largo de
los versos, seguido de la mezcla de rimas y de modos de cantar, según lo
amerite la materia emprendida por el poeta, quien observando en sus versos
las proporciones dobles, triples,
tanto como medias, tanto como tercios, así como también aquellas que se
encuentran en las consonantes, será digno poeta músico, y testimoniará que
la armonía y las rimas son casi de una misma esencia y sin que el matrimonio
de estos dos, del poeta y el músico permanezcan ajenos al placer de la gracia
que intentan adquirir.
Podemos decir tanto, o casi tanto, de Louise Labé, « la bella Cordelera. » En verdad,
sus obras no han aparecido hasta 1555, en Lyon, editadas por Jean de Tournes, pero
ellas « circulaban » desde hacía ya mucho tiempo, y encontramos la prueba en la
Epístola dedicatoria del autor a à M. C. D. B. L. (Madmoiselle Clémence de Bourges,
lyonesa.) Allí dice en efecto: « Tanto narrando primeramente mis juventudes como
volviéndolas a ver después, no busqué allí otra cosa que un honesto pasatiempos y
medio para huir de la ociosidad…pero a partir de que algunos amigos han
encontrado la manera de leerlas sin que yo sepa nada, y que me han hecho creer que
las debía sacar a la luz, no he osado rechazarlas; » y otros indicios nos permiten
transportar la fecha de sus juventudes alrededor de 1550 ou 1549. La lista es corta:
tres Elegías; veinticuatro sonetos, de los cuales uno está en lengua italiana; y el
diálogo intitulado: Debate de locura y de amor. El Debate, que es necesario acercarlo
al Conde de Rossignol, 1547, que solemos atribuir muchas veces al editor Gilles
Corrozet, ofrece esta particularidad que, en un forma o en un marco que deja sentir
aún su edad media, Debates, Dichos y Disputas, podría creerse que está traducido
del antiguo; y sin embargo se asemeja perfectamente a una invención de Louise Labé.
Conocemos la conclusión devenida proverbial: La Locura habiendo enceguecido al
Amor, éste se queja a Jupiter, y el rey de los dioses pronuncia esta sentencia: Por la
dificultad y la importancia de vuestras diferencias y diversidad de opiniones, hemos
vuelto a poner vuestro asunto en tres veces, siete veces, nueve siglos, — remarcamos
esta elección de nombres y recordamos las combinaciones de Delia: — y sin embargo
los mandamos a que vivan amablemente juntos sin ultrajar el uno al otro. Y guiará
Locura al ciego Amor, y lo conducirá por todas partes que se parezcan a lo bueno. Y
sobre la restitución de sus ojos, después de haber hablado a las Parcas, será
ordenado. ¿Los Griegos ellos mismos han inventado el mito más bello? Pero son
sobre todo tres o cuatro sonetos los que han perpetuado el nombre de la Bella
Cordelera. ¡No hace falta más a un poeta para inscribirse para siempre en la historia
de una literatura! Y cuando este poeta es una mujer, y una mujer que ama, yo no sé si
bastaría más que uno solo.
IX
Justo cuando comienzo a tomar
En mi cama el reposo deseado
Mi triste alma, fuera de mi retirada
Se va hacia ti incontinente a brindarse
Puesto que mi mirada que desdeño mi tierno seno
Lo contengo bien, Oh! Yo aspiré a tanto
Y por aquello tan alto he suspirado
Que los sollozos he cuidado a menudo abrirse paso.
Oh! Dulce sueño, Oh! Noche mía hermosa,
Placentero reposo, lleno de tranquilidad,
Continúa todas las noches mi sueño,
Y si alguna vez mi pobre alma amorosa,
No se siente a gusto en la verdad
¡Haz al menos que ella sea en la mentira! [10]
Se cuenta que la fortuna fue clemente a « su pobre alma amorosa ; » y, sin intentar
aquí de sorprender, después de transcurridos trescientos cincuenta años, el secreto
de su felicidad, se puede decir al menos que, raramente, el reconocimiento de sus
placeres mezclados de lágrimas que son algunas veces todo el amor, se traduce en
términos de una melancolía más apasionada.
XIV
Tanto como mis ojos podrán lágrimas esparcir
A la hora, pasada contigo, lamentar
Y a los sollozos y suspiros resistir
Podrá mi voz un poco hacer oir;
Tanto que mi mano podrá las cuerdas tensar
De la graciosa lira, para tus gracias cantar;
Tanto el alma querrá contentarse
De no querer ni una vez que tu comprendas;
No deseo para nada todavía morir,
Pero cuando mis ojos sienta agotarse,
Mi voz rota, y mi mano impotente.
Y mi alma en este mortal exilio
No pudiendo mostrar signo de amante,
Suplicará a la muerte ennegrecer mi más claro día
No conozco algo más conmovedor ni más bella modulación que este pasaje de los
dos primeros cuartetos al primer terceto. Louise era música: todos eran músicos en la
escuela. Pero fue esta vez la muerte que no respondió al llamado, y cuando eso se
aleja para nunca más volver, la « Bella Cordelera» era joven aún [11]. El tiempo
apaciguando los lamentos, ¿trae consigo el arrepentimiento? Pero hasta dentro del
arrepentimiento ella conserva el orgullo de su amor, y la novela se termina por este
audaz desafío;
XXIV
¡No reprendáis, Damas, si yo he amado!
Si yo he sentido mil antorchas ardientes,
Mil trabajos, mil dolores mordaces,
Si llorando he mi tiempo consumido,
Ah! Que mi nombre no sea por ustedes censurado.
Si yo he faltado en algo, las penas están presentes,
No intenteís agriar sus estocadas violentas;
Pero considerad que Amor, nombrado al punto,
Sin vuestro ardor de Volcan disculpar
Sin la belleza de Adonis acusar,
Podrá, si él quiere, volvedlos más amorosos
Hayando menos de mí a la ocasión,
Y más de extraño y fuerte pasión,
— ¡Y cuidaos de volverse más desgraciados!
¿Cómo se llamaba este amigo tan amado? ¿Y qué fue Louise Labé? Es esto sin duda
inútil de rebuscar más indiscretamente. Calvin, que no la conocía nada, — pero le
bastaba que ella no fuera calvinista, — la ha tratado en alguna parte, con su
tolerancia habitual, de « cortesana de poca monta », plebeya meretriz; y los biógrafos
de Louise Labé, cada uno a su turno, han hablado de ella como Calvin, o distendido
contra él « su virtud. » Para nosotros, que no retenemos de ella más que sus versos,
no creemos que se pueda equivocar en el ardor de la pasión que ellos respiran, y,
literariamente, es todo los que nos importa. ¿A quién ama ella? ¿y cómo ama ella?
Ella ama apasionadamente, punto, es todo lo que podemos decir, y fue la primera
vez que en nuestra lengua, la pasión se expresó o se desencadenó con esa
vehemencia y de ese modo naïf. Por primera vez, los velos estuvieron aquí
desgarrados, con los cuales el amor se envolvía en la Delia de Scève, y ninguna
alegoría se interpuso jamás, — podríamos estar tentados de decir: ninguna
preocupación literaria, — entre el sentimiento y su expresión. No se debe dudar que
los poetas de la Pléiade fueron golpeados como nosotros, y el ejemplo de Ronsard él
mismo, veremos a continuación, dará que pensar que no ha leído sin frutos el
delgado volumen de las Obras de Louise Labé, Lyonesa.
Agregamos que Louise Labé, el buen Pontus y el « señor Maurice Scève » no son los
únicos representantes que podemos nombrar de la escuela lyonesa; y, por no decir
nada de Jeanne Gaillarde o de Marguerite du Bourg, de Sibylle y de Claudine Scève,
primas o hermanas de Maurice, y de tantas otras mujeres poetas cuya reputación de
talento, de alma y de belleza ha girado alrededor la de de Louise Labé, se
encontrarán rasgos de la « Belle Cordelera, » en la persona y en las Rimas de
Pernette du Guillet. Y todavía en Maurice Scève al que ella dirigió esta hermosa
decena:
« ¡Oh, poeta! ¡Oh, cosa inconstante y ligera, ve pues, y corre donde la belleza te
llama!» ¡Ama de otras mujeres y prodiga a ellas como a mí el halago de tus versos!
¡Pero, en mi soledad, déjame solamente creer que ninguna será más sensible que ella
que fue tu criatura!» La primera edición de las Rimas de la gentil y virtuosa dama
Pernette du Guillet, lyonesa, apareció por primera vez en 1545, publicada por Jean de
Tournes, y también precedida por dos años la publicación de las Margaritas de la
Marguerita de las Princesas, 1547. Si hacemos la distinción, sería injusto olvidar
entonces la parte que la reina de Navarra tuvo en este movimiento de emancipación
del genio femenino que, desde el reinado de Henri II, iba a implicar en las
inspiraciones de una literatura de otro sexo.
Aquí quizás, de hecho, se resume la influencia de la escuela lyonesa; — y aquí está su
gloria. Hemos oído a Rabelais hablar de la mujer, o más bien no la hemos oído para
nada, al menos si no la hemos citado, hemos dicho como él había hablado de ella. Es
por eso que , en un libro bizarro: La Fuerza inexpugnable del Honor del sexo
femenino, de un tal François Billon, que apareció en 1555, pero que escribió en Roma
en 1550, y cuyo objeto no es otro que el de vengar la « reputación del sexo poco
preciado, » las damas de Lyon ocupan, ellas solas, tanto o más lugar que las de todos
los otros lugares del reino, y, creo yo, que el mimo de la corte de France. Es justicia, y
algunas, seguramente, no han hecho más en esta primera mitad del siglo XVI por el
honor o la dignidad de su sexo. Ellas han hecho algo todavía mejor, y lo mismo que
había sido Laura de Noves para Petrarca, o Beatriz Portinari para Dante, se volvieron
ellas para el poeta y para el artista: la Delia de Scève, la Olivia de Du Bellay, la
Pasitea de Pontus, la Casandra o Helena de Ronsard. El ideal de belleza el cual
soñamos, y que nos huye, ellas lo tienen en sus ojos precisado en el contorno y como
encarnando la imagen en su persona. De la exaltación del deseo de amor o de su
depuración, ellas han hecho la fuente misma de la inspiración poética. Ellas han
logrado, — como dijimos enérgica y admirablemente, — « hacer derivar los más altos
instintos molares no de la razón sino del corazón mismo y de las entrañas. » Es esto
lo que ellas han aportado del fondo mismo de su raza o de su temperamento local a
eso que hay seguido de demasido exterior en el petrarquismo mismo. Gracias a ellas
y por ellas, en la sociedad como en la literatura francesa la mujer ha tenido al menos
el rango de soberana que no había tenido ni en la literatura, ni en la sociedad de la
Italia del Renacimiento. Veremos las consecuencias; y si, como lo prevemos sin duda,
ellas se extenderan mucho más lejos que la obra de la Pléiade, es aquí por lo tanto que
vamos a comenzar a distinguirlas.
Porque ella era « la más difícil y la menos usada », le parecía « la más elegante. » Pero
todavía, si aportaba los ejemplos para apoyar sus definiciones, no daba más que de
Marot y dos o tres a lo sumo de Saint-Gelais y de Maurice Scève. Pero él no temía
comparar los despropósitos de Marot con la sátira de Horacio, de Perse y de Juvénal,
y nuestras moralidades, — ¡Oh, profanación! — a la tragedia de los Latinos y los
Griegos. Y al fin, en medio de todas esas blasfemias, si el osaba aventurar algunas
novedades tímidas, — sobre el carácter de la inspiración poética por ejemplo, o sobre
las cualidades de la lengua nacional, — justamente eran con esas con las cuales los
helenistas del colegio de Coqueret estaban tratando de elaborar la elocuente
expresión.
Con esto, el sentimiento del arte mostraba allí cruelmente su defecto y eso podía
observarse bien dentro del capítulo del soneto. Porque, lo sabemos hoy, no son ni Du
Bellay, ni Pontus de Tyard los que han introducido en nuestra poesía francesa; y este
capítulo, que data de 1548, hubiera debido bastar desde hace mucho tiempo para
probarlo, si de hecho no tenemos sonetos de Jacques Pelelier du Mans y de Marot
mismo, imitaciones o traducciones de Petrarca. Pero Sibilet no temía comparar el
soneto al epigrama, ¡el bárbaro! Él encontraba la « estructura un poco desagradable, »
bien lejos de sentir la belleza casi matemática y la sigular valor artístico. De todas las
cualidades del poema de forma fija, cuya principal es la de permitir engarzar o de
insertar el pensamiento en una joya de terminación perfecta, el soneto adjunta esa
gran ventaja de estar liberado del peor fastidio que estorba en la balada o el rondeau,
y es el « refrán. » El se acaba abriéndose, y su último verso lo prolongo en
perspectivas infinitas. El buen Sibilet no se mostraba mucho más artista en el capítulo
que intituló: Del Cántico, Canto lírico o Ode y Canción. Toda la diferencia que él
encontraba de la oda a la canción era que la segunda « es menos en número de coplas
que la primera, y más inconstante en cuestión de estilo. » Y en efecto si decimos oda
o canción, es cierto que se trata de la misma palabra, pero el significado difiere, justo
en la analogía, de todo intervalo que separa una inspiración familiar de una obra de
arte efectuada. Se concibe entonces fácilmente la indignación de Ronsard y de Du
Bellay con la lectura de ese libro; y muy probablemente fuese entonces que
resolvieran para escribir la Defensa y la Ilustracion de la lengua francesa para
responderle. Se debía terminar con la escuela de Marot. Y puesto que en literatura
como en todas parte, no se destruye aquello que se sustituye, el manifiesto se
acompañará de la publicación de una o varias selecciones de versos que
desmostrarían con el ejemplo la excelencia de la teoría.
Du Bellay dará los Sonetos de su Olivia y Ronsard los primeros libros de sus Odas;
las más « pindáricas » de todas, aquellas donde se verá mejor la distancia que separa
la canción de una oda.
Nos ponemos decididamente con la obra, y, al menos en marzo o abril de 1549,
aparece la Defensa y la Ilustración de la lengua francesa, al mismo tiempo que la
Olivia y los versos líricos de J. D. B. A. ; — en el mes de octubre la Selección de
Madame Marguerite, del mismo Du Bellay (Marguerite de Francia, duquesa de
Berry, hermana de Henri II) ; — y juso al comienzo de 1550 (el privilegio data del 10
de enero de 1549), los Cuatro primeros libros de Odas P. de R. V., Pierre de Ronsard,
Vendomés. Habíamos dicho que en el mismo momento que Pontus de Tyard daba a
Lyon el primer libro de sus Errores amorosos. Etienne Jodelle con su Cleopatra, y Baïf
con sus Amores de Francina no tardarían en seguirle.
Una última observación, antes de abordar la Defensa y la Ilustración de la lengua
francesa, no parecerá inútil. Si el Arte Poético de Thomas Sibilel a quizás obligado a
Ronsard y Du Bellay en la palestra o en las filas un poco más temprano, y de otro
modo que no hubiesen querido, todos estos detalles nos muestran eso que había ya
de preformado en su doctrina; y, en cierto aspecto, es como si se diría que la Defensa
e Ilustración, independientemente de su contenido, que examinaremos después, ha
señalado o inaugurado el Francia el advenimiento de la crítica. Ellos nos muestran
aún que, si la crítica quiere actuar eficazmente, el medio no es tanto atacar
directamente los autores y las obras, ni tampoco quizás el hecho de producir algo en
lo cual sean superiores o que les preferamos, pero de llevarse o sustraer su público,
inquietándolos sobre sus propios gustos. Y ellos nos hacen al fin presentir eso que sin
duda veremos plenamente en la obra de la Pléiade: a saber, aquello que es hasta la
producción de la obra de arte— ¡y cuán grande! — la voluntad.
FERDINAND BRUNETIERE.
1. Ir ↑ Para todos estos detalles y otros todavía sobre Lazare de Baïf, le livre de M. Lucien Pinvert, 1
vol. in-8° ; Paris, 1900, Fontemoing.
2. Ir↑ Claude Binet, Vida de Ronsard, en el segundo volumen de la gran edición de las Obras; Paris, 2
vol. in-fol., 1623. G. Buon.
3. Ir↑ Se consultará sobre el Alejandrinismo, cuyo conocimiento o al menos algún tinte es
indispensable para el estudio de la Pléiade française : Auguste Couat : la Poésie alexandrine sous les
trois premiers Ptolémées, in-8° ; Paris, 1882 Hachette ; — Franz Susemihl : Geschichte der
Griechiscken Litteratur in der Alexandrinerzeit, 2 vol. in-8° ; Leipzig, 1892, Teubner ; — et Georges
Lafaye, Catulle et ses modèles, in-8° ; Paris, 1894, Imprimerie nationale.
4. Ir↑ Son los términos de las cartas Patentes de 1419, instituant « deux foires franches » en la ville de
Lyon. Cf. Monfalcon, Histoire de Lyon, 2 vol. in-4° ; Paris et Lyon, 1847. Guilbert et Dumoulin.
5. Ir↑ Ver en una bella edición de De Asse, — Venise 1522 — la epístola dedicatoria de François
d’Asola, beau-frère d’Alde l’ancien, à Jean Grolier : Christianissimi Gallorum regis secretario et
Galliarum Copiarum quæstori.
6. Ir↑ Se encontrarán las mismas preocupaciones científicas bajo otra forma, y la misma ostentación de
erudición en otro gran poema de Maurice Scève, su Microcosmo, del que no decimos nada aquí
porque no apareció hasta 1562.
7. Ir↑ La ortografía que reproducimos es la de la edición de Paris, chez Nicolas du Chemin, 1564.
8. Ir↑ Isaac Abrabanel, nacido en Lisboa en 1437, muerto en Venecia en 1508. Sus Comentarios sobre el
Antiguo Testamento permanecen, quiero decir, clásicos.
9. Ir↑ La ortografía y la puntuación son las de la edición de 1587. Discursos filosóficos de Pontus de
Tyard, Paris, chez Abel l’Angelier.
10. Ir↑ La ortografía es la de la reedición de 1853, Paris, Simon Raçon.
11. Ir↑ No se conoce con exactitud la fecha de nacimiento, y no se acuerda a ubicarla en 1524 o 1525.
Las búsquedas más recientes han establecido que se puede retroceder casi hasta una decena de año,
hasta alrededor de 1515 o 1520. Cf. Charles Roy. OEuvres de Louise Labé ; Paris, 2 vol. in-18, 1887. A.
Lemerre.
12. Ir↑ Ver sobre este punto: Joachim du Bellay, por M. Henri Chamard, 1 vol. in-8°, Lille, 1900, Le
Bigot.