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ALTA HENSLEY

Sinopsis Capítulo 21
Créditos Capítulo 22
Aclaración Capítulo 23
Advertencia Capítulo 24
Dedicatoria Capítulo 25
Capítulo 1 Capítulo 26
Capítulo 2 Capítulo 27
Capítulo 3 Capítulo 28
Capítulo 4 Capítulo 29
Capítulo 5 Capítulo 30
Capítulo 6 Capítulo 31
Capítulo 7 Capítulo 32
Capítulo 8 Capítulo 33
Capítulo 9 Capítulo 34
Capítulo 10 Capítulo 35
Capítulo 11 Capítulo 36
Capítulo 12 Capítulo 37
Capítulo 13 Capítulo 38
Capítulo 14 Capítulo 39
Capítulo 15 Capítulo 40
Capítulo 16 Capítulo 41
Capítulo 17 Epílogo
Capítulo 18 Sobre la Autora
Capítulo 19
Capítulo 20
Sé cómo se hacen los villanos.
He visto sus secretos surgir de las cenizas y emerger de las sombras.
Como parte de un árbol genealógico con raíces tan retorcidas, estoy estrangulada
por su enredadera.
Presa en un mundo de decadencia y pecado, he visto dioses entre los hombres.
Y él es uno de ellos.
Él es el villano.
Es el enemigo que exige ser el amante.
Es el monstruo que me ha mostrado placer, pero que me produce tanto dolor.
Pero algo ha cambiado...
Es diferente.
Más oscuro.
Salvajemente posesivo a medida que su obsesión por mí crece hasta convertirse
en un infierno incontrolable.

Sí... él es el villano.
Y él es el final de mi principio.
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remuneración alguna. Por favor comparte en privado y no acudas a las fuentes
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Entra en este cuento bajo tu propia responsabilidad.
Es oscuro.
Es sucio.
Es la historia de amor de un villano.
Para todos los lectores de cuentos de hadas que querían que el villano fuera feliz
para siempre.
o deberías haber venido ―dice mi hermano cuando me acerco, sin intentar


ocultar el ruido de mis botas mojando el suelo, empapadas por la lluvia.
Ares Godwin está donde espero encontrarle. Está estoicamente plantado
con las manos en los bolsillos al borde del acantilado que domina el mar Salish. La
mansión Olympus, nuestra propiedad familiar, a su izquierda, y el árbol del perdón
a su derecha.
No se gira para mirarme, sino que mantiene la mirada fija en el agua que choca
contra las rocas.
―¿La familia cree que voy a eludir la fianza y abandonar el país? ¿Para eso te han
enviado?
Resoplo mientras me pongo a su lado, imitando su postura.
―Difícilmente. Y no me enviaron a mí. Deberías saberlo.
Por el rabillo del ojo, veo que Ares sonríe.
―¿Tienes miedo de que salte a mi muerte?
―No te culparía.
―Pero sabías que no lo haría.
Tiene razón. Sé que no lo hará. Es un Godwin. Los Godwins no se rinden.
Somos dioses que caminan por la tierra. Somos los monstruos, las bestias, los
villanos de la historia. Somos las víboras que golpean a nuestros enemigos cuando
menos se lo esperan. La familia Godwin blande el poderoso rayo como Zeus, y sin
embargo... de alguna manera los poderosos han caído.
Hay una astilla en nuestro escudo. Una grieta en nuestra protección. Ahora somos
vulnerables y, por primera vez en mi vida, veo que mi familia es humana.
Defectuosa. Incluso débil. Todo ha cambiado.
Mi hermano, mi hermano gemelo idéntico, va a ir a la cárcel el resto de su vida
por asesinato.
―Pero fuiste un gilipollas por coger el helicóptero tú solo. Yo tuve que viajar hasta
aquí en barco como un auténtico salvaje ―digo, tratando de cortar en broma la
tensión en el aire.
La isla de Heathens Hollow, oculta en la niebla del estrecho de Puget, atrajo a mi
hermano en sus últimas horas de libertad, y entiendo perfectamente la atracción.
Sabía que vendría, e independientemente de cómo tuviera que viajar, estaría aquí a
su lado.
Suspira.
―Una parte de mí desearía que insistieran en la pena de muerte. Creo que es
mucho menos severo que tener que vivir en una jaula el resto de mi vida. Es difícil
imaginar que nunca volveré a ver esta vista.
Giro la cabeza y miro al viejo sauce que lleva siglos en el borde de este acantilado.
―¿Ya le has pedido perdón al árbol?
Ares se ríe entre dientes.
―No estoy de humor para flagelarme ni arrodillarme en arroz horas antes de la
sentencia, muchas gracias. ―Desplaza su peso, suelta un profundo suspiro―. Lo
que he hecho, ni siquiera ese árbol puede perdonarlo.
El árbol del perdón... La pesadilla de mis hermanos y de mi existencia. Nuestros
padres nos obligaban a acudir a este árbol para castigarnos cada vez que hacíamos
algo mal. No creían que fuera su deber enseñarnos la lección, sino que era tarea
nuestra buscar en nuestro interior para encontrar la lección y aprender de ella
nosotros mismos.
Me acerco a la correa de cuero que aún cuelga de la rama inferior.
―Quizá debería ser yo quien me azotara. ―Miro a Ares por encima del hombro―.
Hoy debería ser yo quien fuera a la cárcel. No tú.
―Basta ―me dice―. Hemos tenido esta conversación una y otra vez, y estoy
harto.
―Tú no mataste a ese hombre. Yo lo hice. ―Hay una parte de mí que quiere
tirarme por el acantilado sólo para no tener que vivir más con esta culpa―. No
puedo dejar que cargues con la culpa por mí. No me importa lo que tú, Atenea o mi
padre digan. No puedo.
―No voy a ir a la cárcel por tu culpa ―añade Ares, volviendo su atención al
mar―. Voy a la cárcel porque mis pecados me alcanzaron.
―Has sacrificado toda tu vida por esta familia. No hay nada que no harías por
ellos. Pero no tienes que hacerlo por mí. No te lo estoy pidiendo.
―Escúchame ―dice con voz de fuego mientras se dirige hacia mí―. Voy a decir
esto por última vez para que podamos acabar con este tema. No voy a cargar con la
culpa por ti. Cuando pensaron que yo había matado a ese hombre, obtuvieron mi
ADN. Pudieron rastrearme hasta todos los asesinatos que cometí en el pasado. Voy
a ir a la cárcel por todos esos asesinatos, a pesar de todo. No sólo por el que tú hiciste.
No hay razón para que tú y yo vayamos a la cárcel. Es inevitable que yo caiga. No
hace falta. ―Se encoge de hombros―. No podía ser el asesino a sueldo de la familia
y no esperar que me atraparan, eventualmente.
―Puedes decírmelo hasta que se te ponga la cara azul, pero si no hubiera matado
a ese hombre en Medusa Enterprises, en la maldita sala de juntas- nunca te habrían
detenido. Por mi culpa te atraparon. Yo fui el imprudente.
―No, es porque alguien te tendió una trampa. Alguien grabó un vídeo de ese
incidente y fue a las autoridades con él. No tenías forma de saber que no estabas a
salvo en nuestro edificio. No tenías forma de saberlo. Si alguien tiene la culpa, es
Medusa Seguridad. Las imágenes tuyas matando a alguien nunca deberían haber
salido por la puerta principal. Nuestro negocio familiar, nuestro imperio familiar,
debería haber sido impenetrable. ―Acorta la distancia que nos separa y me pone
una mano en el hombro―. Esto no es cosa tuya.
Ares mira por encima del hombro hacia Olympus Manor, y mis ojos le siguen.
Hay un ligero movimiento en la cortina que cuelga de la ventana del ático. Sonrío al
saber que el fantasma de la mansión está observando a dos hermanos discutir sobre
asuntos de vida o muerte. No esperaba otra cosa. Esta isla está llena de fantasmas.
Son la columna vertebral de Heathens Hollow. Es casi como si los muertos nos
gobernaran a todos.
Sin embargo, cientos de personas viven y trabajan en la isla desde hace siglos. Pero
la familia Godwin sigue siendo la propietaria de Heathens Hollow. La tierra es
nuestra y la gente se limita a arrendarla, sin poseer nunca realmente lo que en última
instancia es nuestro. Los Godwin son dueños de esta isla desde la época victoriana.
Es un pueblo pesquero, a poco menos de cuatro horas de Seattle, que alberga a los
ricos, los de clase media, los pobres y los habitantes del Este. La gente que vive en el
lado Este de la isla ni siquiera tiene lo suficiente para ser considerada pobre.
Aunque la isla está tan cerca de una ciudad tan grande y próspera, el hecho de
que permanezca envuelta en una brumosa niebla durante la mayor parte del año la
mantiene en cierto secreto. Rara vez se habla de este lugar secreto. Se cuentan
historias, pero nunca se conoce la realidad. La verdad de lo que ocurre en esta isla
es... turbia. La única forma de llegar a la isla es por mar o aire, y el aislamiento sólo
aumenta las sombras ocultas de este lugar. Es oscuro, húmedo, sombrío, e incluso
después de una lluvia, nunca se forma un arco iris. Esta isla no es para los frágiles ni
para el hombre que no puede soportar la dura tormenta. Los habitantes a tiempo
completo están curtidos, cortados hasta los huesos, y si alguien quiere conocer de
verdad Heathens Hollow, sólo tiene que mirar a los ojos a uno de los viejos
pescadores que trabajan en las barcas del puerto. Todo lo que quieres saber está
expresado.
Y luego están los ricos. No los ricos de la familia Godwin. Nadie puede igualarnos.
Pero están las segundas residencias vacacionales, las mansiones que sólo se visitan
cuando sus ocupantes quieren nadar en un oscuro retiro. Sigue habiendo fiestas
alimentadas por la fama, el licor y el sexo, pero en esta isla el ritmo suele ser más
lento. El latido del corazón de la isla del noroeste del Pacífico se detiene, late con
fuerza y vuelve a detenerse.
Heathens Hollow es la isla de los dioses y los monstruos. La inocencia muere
ahogada por las olas. Heathens Hollow es... nuestro hogar. Aunque vivimos y
dirigimos nuestro imperio familiar, Medusa Enterprises, desde Seattle, Heathens
Hollow será para siempre nuestro lugar de descanso.
Olympus Manor ha sido un faro, un legado, un símbolo de nuestro linaje familiar.
Aunque todos tenemos casas en Seattle, ésta es sin duda nuestra casa familiar.
Nuestros antepasados rondan los pasillos de la casa, deambulan por los terrenos y
nos protegen, incluso ahora.
―¿Recuerdas cuando éramos niños y nos parábamos aquí en el acantilado y
aullábamos como si fuéramos lobos? ―dice Ares, reflexionando claramente sobre su
pasado en sus últimas horas de libertad.
―Padre odiaba eso ―digo mientras veo la visión como si fuera ayer―. Odiaba
que actuáramos como salvajes.
―Odiaba muchas cosas de nosotros. No se nos permitía ser niños.
―Éramos Godwins. Las expectativas eran...
―Poco realista. Siempre lo han sido ―interrumpe Ares.
―Sabes que aún puede haber una oportunidad de que Padre te saque de esto
―digo―. Troy Godwin nunca pierde.
Ares sonríe.
―Tal vez. Pero lo dudo. Creo que lo inevitable está escrito en piedra. ―Me mira
la mano izquierda y se da cuenta de lo que me falta―. ¿Dónde está tu anillo de boda?
Me paso el pulgar por la piel desnuda del dedo de la mano.
―Es complicado.
―Simplifícamelo. ¿Qué pasa entre tú y Daphne? ―pregunta―. He estado tan
envuelto en mi propia mierda, que claramente no recibí el memo.
―No memo... las cosas son una mierda entre nosotros ―confieso―. Los dos
queremos salir. El divorcio.
―Pero sabes que no puedes ―termina por mí.
―Los Godwin no se divorcian ―repito como un loro las palabras de mi padre―.
Pero ambos estamos cansados de vivir esta mentira. No nos amamos, y creo que
nunca lo hicimos. Me casé con ella para tener un caramelo en el brazo en los eventos,
y se sentía como lo que la sociedad quería. Ella se casó por dinero. Fue esencialmente
un matrimonio arreglado. Pero ahora queremos romper el acuerdo, pero no
podemos.
Me señala la mano.
―¿Quitarte el anillo te hace sentir mejor?
―Sentí como si me quemara el dedo ―admito―. Pero no estamos aquí para
discutir mis problemas de mierda. Un matrimonio de mierda no es nada comparado
con lo que tenemos que afrontar hoy.
―Aún así... lo siento, hombre. Pensé que Daphne era una de las buenas.
―Lo es ―confieso, no queriendo criticar a alguien que realmente tiene un buen
corazón―. No la odio. Simplemente no la quiero. Y ella siente lo mismo.
―Eso apesta. Espero que puedas resolverlo. Porque como dijiste, los Godwins no
se divorcian.
Odiando cómo la sensación de impotencia de nuestras jodidas vidas amenaza con
asfixiarme, doy un paso atrás y examino el aspecto de mi hermano y el hecho de que
sólo lleve pantalones informales y una camiseta negra.
―Dime que no llevas eso puesto para ir al juzgado.
Ares mira su ropa.
―Qué más da lo que me ponga. Pronto llevaré un mono naranja.
―A menos que mi padre haga magia. ―Me aflojo la corbata y me la paso por la
cabeza―. En ese caso, necesitas verte bien. Vamos a cambiar de ropa.
Ares y yo, aunque gemelos, no podríamos ser más diferentes. Él es el despiadado
asesino a sueldo de la familia. El rebelde, el oscuro y misterioso. Yo, en cambio, soy
el director financiero de Medusa. Un hombre recto, siempre de traje y sin un cabello
fuera de lugar. Los números son mi vida, y el dinero me pone la polla dura. Ares es
el hermano que limpia los desastres, aunque es más sucio que todos nosotros juntos.
Ambos nacimos y nos preparamos para estos roles. Nuestro padre tenía un plan
maestro para esta familia, y nosotros no somos más que soldados en su guerra de
dominación.
La única vez que me salí de nuestros roles y maté a alguien antes de que Ares
tuviera oportunidad, nuestro imperio se vino abajo. Yo soy la razón de la
desaparición. Debería haberme ceñido a los números.
―No voy a llevar tu ropa ―dice Ares, negando con la cabeza, pero sonriendo ante
la idea.
―Sí, lo harás. Porque vamos a coger ese helicóptero de vuelta a Seattle, y en
cuanto aterricemos, la prensa nos va a rodear y se va a centrar en ti. Tienes que
parecer un Godwin. Poder. Prestigio. No eres un hombre roto. Nos elevamos por
encima. ―Le doy mi corbata y luego me quito la chaqueta del traje―. Desvístete.
Cuando me quita el abrigo, se da cuenta del peso extra y mete la mano en el
bolsillo. Saca mi pasaporte, la cartera con mi DNI y un buen fajo de billetes, sacude
la cabeza y dice:
―No voy a salir del país. No voy a huir. Destruiría a nuestra familia y a Medusa,
y lo sabes.
Continúo desnudándome, ignorando sus palabras.
―No me voy ―repite―. Medusa es poderosa, pero no sobrevivirá a la tormenta
de mierda que provocará mi huida. Tal y como están las cosas, ustedes van a tener
las manos llenas tratando de recoger los pedazos por tener un asesino en serie en la
familia. No necesito mantener la herida abierta huyendo. Además, añade, ninguno
de ustedes necesita a los federales respirando en sus gargantas. No queremos que
Athena comparta celda conmigo, y tú y yo sabemos que está muy cerca de estar allí.
Cuando estoy en ropa interior, finalmente digo:
―Tenía la sensación de que dirías eso. Pero tenía que intentarlo. ―Le señalo―.
Desvístete, cabrón. Tengo frío.
―Bien ―dice―. Pero vamos a volver a Seattle. Voy a enfrentar esto de frente.
Suspiro profundamente y asiento con la cabeza.
―Todavía tengo fe en que encontraremos una salida a esto.
―Te quiero, hermano ―me dice Ares. No es típico de él ser tan... sensible, pero
su vida está a punto de terminar.
―Te quiero. ―Señalo la corbata que ignora―. Eres un Godwin.
―¿Qué significa eso? ¿Te lo has preguntado alguna vez? ―me pregunta mientras
hace lo que le digo y se coloca mi corbata alrededor del cuello.
―Creo que estás a punto de mostrarnos.
―Tenemos que volver a Seattle ―dice Ares, inhalando profundamente. Aspira lo
que queda de Heathens Hollow en sus pulmones.
Miro hacia Olympus Manor mientras nos arrastramos por el barro hasta el
helicóptero.
―¿Quieres entrar y despedirte?
―Ya lo hice. Francamente, esa casa puede ser más una prisión que a la que voy.
jalá el labial rojo que llevo y el esmalte rojo de mi manicura estuvieran
impregnados de la sangre de mis enemigos. Quizá entonces tendría el
valor y la confianza necesarios, en mí misma, para enfrentarme a ella. Los
guerreros de las tribus solían hacer eso, y salían victoriosos, pero dudo que mi
resultado sea el mismo. No sé cómo intimidar. No sé cómo asustar. No soy una
verdadera Godwin, y lo tengo más claro ahora mismo mientras respiro
profundamente para calmar mis temblorosas manos.
Por mis venas no corre sangre amenazadora.
Pero atraviesa la de Athena Godwin y, al entrar en su despacho de Medusa
Enterprises, soy muy consciente de ello.
Cuando mi cuñada levanta los ojos de su portátil para mirarme, la expresión de
su cara es como si oliera mierda. Pero así es como me mira siempre. Me examina de
pies a cabeza, sin duda evaluando si mi ropa de diseño está lo bastante a la moda, si
los kilos de más que he ganado en los últimos meses se disimulan lo bastante bien y
si mi aspecto es digno de entrar en Medusa como Godwin, aunque sólo ostente el
apellido por matrimonio.
Athena y yo podríamos pasar por hermanas de sangre, ya que las dos tenemos el
cabello oscuro, los ojos aún más oscuros y nuestros rasgos son similares. Los Godwin
tienen un aspecto exótico, misterioso, casi vampírico. Todos y cada uno de ellos
tienen unos ojos que te persiguen, que te dejan en silencio suplicando clemencia
mientras te cautivan como si fueras suyo. El nombre de su empresa, Medusa
Enterprises, es apropiado, ya que cada miembro de la familia puede convertirte casi
en piedra, incapaz de moverte de su garra hasta que ellos te digan que puedes
hacerlo.
Athena y yo tenemos curvas y somos musculosas. Pero yo voy al gimnasio para
meterme en los vestidos de gala y quemar las calorías que consumí en la fiesta de
anoche. Ella hace ejercicio para no necesitar nunca a un hombre que le patee el culo
a alguien, porque siempre puede hacerlo mejor. Puede que parezcamos iguales, pero
no hay nada parecido entre nosotras. Athena posee algo que yo no... Mando.
Yo soy diamantes. Ella es dagas.
Asisto a banquetes. Ella los paga.
Duermo con los lobos. Aúlla a la luna justo antes de destrozar a su presa.
Atenea es una diosa a la que nadie quiere joder porque tiene al diablo respaldando
su apuesta.
Se frota la comisura de los labios como si acabara de beber sangre del cuello de
alguien.
―La última vez que lo comprobé, no estabas en mi agenda del día. ¿Hay algo en
lo que pueda ayudarte?
―Sé que probablemente estés ocupada ―empiezo mientras tomo asiento frente a
ella. Hago todo lo posible por desprender la confianza necesaria para estar en esta
habitación.
Sus ojos se entrecierran.
―Lo estoy.
Me arrepiento de haber venido, pero sé que tengo que seguir adelante. No hay
vuelta atrás.
―Esperaba poder hablar contigo de algo importante.
―¿No podías haberme mandado un mensaje? ―Mira a su secretaria por encima
de mi hombro a través de las ventanas de cristal de su despacho. No me detuve a
pedir permiso para entrar, y está claro por la forma en que Athena mira a través de
la ventana que su secretaria está metida en un buen lío por no hacer de pit bull.
Sabiendo que se me acaba el tiempo, y que la paciencia de Atenea no durará
mucho, pregunto:
―¿Has hablado con Apollo?
―Por supuesto que hablo con mi hermano. Dirigimos Medusa. No podemos
hacerlo exactamente sin hablar. ―Ella suelta un suspiro audiblemente fuerte―.
¿Podemos ir al grano, por favor? Tengo que preparar una reunión de la junta.
―Nuestro matrimonio es... miserable. Para los dos. Y esperaba que pudieras
ayudarme. Hablar con tu padre sobre permitir el divorcio.
Sonríe, cierra el portátil y se reclina en su sillón de cuero.
―Y pensaste que yo te ayudaría, ¿por qué?
―Si alguien puede hacer que Troy Godwin cambie de opinión sobre algo, eres tú.
Su sonrisa permanece, pero hay una oscuridad siniestra en sus ojos.
―Conocías las reglas cuando te gastaste una cantidad impía del dinero de
Godwin en un vestido de novia, pollo seco, flores, fotos de boda con sonrisas falsas
y champán. El divorcio no es una opción. Una Godwin será viuda, pero nunca
firmará los papeles del divorcio. Tú lo sabes.
Asiento con la cabeza.
―Sí. Lo hice. Pero... ―Respiro hondo―. Ya ni siquiera somos amigos. Somos
enemigos.
―Los enemigos pueden ser los mejores amantes.
―Seguro que quieres ver feliz a tu hermano. No lo es.
―Entonces hazle feliz.
―No es tan sencillo.
Athena se frota la sien como si mi sola presencia le provocara migraña.
―Así es. Chúpale la polla, ábrete de piernas, sigue yendo a esas comidas benéficas
a las que asistes, gástate su dinero en ropa cara y joyas que sólo te pondrás una vez,
y cierra la puta boca. Bastante simple si me preguntas.
Cuando abro la boca para discutir, me interrumpe.
―Y antes de que me sueltes palabras de amor y romanticismo ―comienza,
poniendo los ojos en blanco―, que sepas que estás hablando con la persona
equivocada. No me dirigiré a mi padre con nada que tenga que ver contigo, porque
estoy de acuerdo con lo que dicta la familia. Cuando hiciste esos votos, aceptaste ser
una Godwin hasta que estés en la tumba. Son nuestras reglas, y no te ocultamos
exactamente esos términos. Así que deja de ser una esposa rica y malcriada que
quiere huir con la mitad de todo como las otras perras ricas con las que almuerzas.
―No quiero nada. Me iré con lo puesto si eso significa...
Athena se levanta, coloca las manos sobre su escritorio con calma y dice:
―Esta conversación ha terminado. Siento que hayas perdido el tiempo viniendo
al centro a discutir esto conmigo. Pero si no te importa...
―Atenea, por favor. Ni siquiera le caigo bien a tu familia. Para empezar, no me
consideraron lo suficientemente buena para casarme con tu hermano.
―Nadie es lo bastante bueno para casarse con ninguno de mis hermanos. Pero a
pesar de todo, te aprobé porque sabía que un perro callejero siempre sería leal. Y eso
es lo que eras. Un perro callejero del lado este de Heathens Hollow. Así que toma el
hueso que te doy y sal de mi oficina. No le diré a mi padre, ni a tu marido, que has
venido.
―¿Por qué eres tan pu...
―¿Puta? ―interrumpe―. Puedes apostar tu culo a que soy una puta. Es mucho
mejor que ser una víctima como tú.
―Que te jodan ―siseo―. No soy una víctima.
Esboza una sonrisa malvada.
―¿No? Seguro que actúas como una sentada frente a mí, suplicando. Viniste de la
nada. Menos que nada. No eras más que un habitante del Este viviendo en una choza
con tu hermana y un padre abusivo de mierda. Eras sólo una niña pobre con un ojo
morado constante con fantasías de lo que tienes ahora. Le debes a mi hermano todo
lo que tienes. Así que me importa una mierda si eres miserable o no. Tal vez Apollo
no sea el mejor marido. Pero una cosa que ha hecho por ti es darte una vida con la
que otros soñarían. Así que deja de ser un maldito bebé y aguántate.
Athena puede cortarme hasta la médula sólo con sus palabras. Tiene esa malvada
elocuencia sobre todos sus oponentes. Y en su vida, cada persona que conoce es su
oponente. Athena no tiene amigos. Los amigos te hacen débil. Ella tiene enemigos.
Sólo que no todos lo saben cuando la conocen. La guía el fuego, y por sus venas corre
agua venenosa, lo que la convierte en una de las mujeres más viciosas y peligrosas
que conozco. Pero es poderosa, y yo esperaba desesperadamente que usara parte de
su ascendiente para ayudarme.
Qué equivocado estaba.
Me estoy asfixiando.
Me estoy desvaneciendo.
Pero Atenea se limitará a mirar cómo caigo y lo considerará un buen día de trabajo.
―¿Hemos terminado? ―pregunta. Veo que le molesta que no me dé cuenta de
que la conversación había terminado antes de que me sentara frente a ella.
Llaman a la puerta de su despacho y su ayudante asoma la cabeza.
―Señorita Godwin... tiene una llamada que debe atender.
Athena frunce el ceño ante la pobre mujer.
―Estoy ocupada. Ya les llamaré.
―Dice que es urgente ―presiona la mujer. Me siento mal por la secretaria, porque
lo más probable es que al final del día no tenga trabajo por no hacer
instantáneamente lo que Athena le ordenó.
―¿Qué parte de «estoy ocupada» no entiendes?
La mujer traga saliva pero no se echa atrás.
―Señorita Godwin, va a querer atender su llamada.
Athena entrecierra los ojos, pero coge el teléfono mientras la secretaria se aleja a
toda prisa.
―¿Sí?
Quienquiera que esté en la otra línea ha logrado lo imposible. Han cincelado el
exterior de piedra de Atenea. Es una pequeña astilla, pero la veo. Sus pestañas se
agitan, sus labios tiemblan ligeramente y su respiración se entrecorta.
―Daphne está conmigo ―dice, pero se le quiebra la voz. Toma aire y añade―.
Estamos de camino.
Inclino la cabeza en señal de pregunta. Después de la conversación que acabamos
de tener, no tengo intención de ir a ningún sitio con ella.
Cuelga el teléfono y coge el bolso.
―Ha habido un accidente. Ares y Apollo volaban a Seattle desde Heathens
Hollow. El helicóptero cayó cerca de la isla Whidbey.
He oído el dicho mis corazones se detienen pero nunca supe realmente lo que
significaba hasta ahora.
―Están ellos...
―Tenemos que ir al hospital.
ivir como reyes puede conllevar un rescate. Cada vez que montábamos en ese
helicóptero, tirábamos los dados. No puedes remontar el vuelo con las águilas,
volar demasiado cerca del sol y que tus alas no acaben derritiéndose.
Mis pestañas actúan como ataduras, impidiéndome abrir los ojos. El fuego
fundido parece rezumar por mi garganta con cada trago. Oigo pitidos, máquinas que
zumban y voces lejanas que reconozco y también otras que no.
Alguien me aprieta la mano.
―No pasa nada. Tómate tu tiempo. Estamos aquí.
Sin importarme si me arranco todas las pestañas, abro los ojos y veo imágenes
borrosas de gente que se eleva sobre mí, a mi alrededor, que me rodea. Parpadeo y
veo a la mujer de mi hermano sentada a mi izquierda, cogiéndome de la mano.
¿Por qué Daphne me coge de la mano?
―Dale al hombre un poco de maldito espacio ―oigo que ordena la voz de mi
padre.
Veo que las figuras nebulosas retroceden como si los mares se separaran, pero
Daphne sólo aprieta más fuerte mi mano y permanece en su sitio. Una osadía ir en
contra de una orden de mi padre.
―¿Dónde estoy? ―balbuceo, dándome cuenta de que estoy tumbada en una cama
y de que mi cuerpo no quiere moverse. Me grita mientras intento sentarme,
exigiéndome que me quede en mi sitio.
―Tu hermano y tú tuvieron un accidente ―dice Daphne, empujándome contra el
pecho para que no tenga más remedio que volver a tumbarme y dejar de intentar
luchar contra la gravedad que pesa más de lo normal―. El helicóptero cayó. Estás
en el hospital, pero dicen que te pondrás bien.
Mi visión se aclara lo suficiente para que pueda ver la preocupación en su rostro
mientras me frota el brazo con la mano libre que no me sujeta la otra. No sé por qué
me toca de esa manera, pero me siento incómodo. Es la mujer de mi hermano, y esto
es algo más que la forma en que una cuñada consuela a un familiar. Cuando saco mi
mano de la suya, veo un destello de... ¿dolor? Pone las manos sobre el regazo, se
mira los pies, echa la silla hacia atrás, hace lo que mi padre le pidió al principio y me
deja un poco de espacio.
Mi padre se acerca a la cama.
―Tienes suerte de estar vivo, hijo.
Supongo que estoy vivo, aunque mi cuerpo aún lo cuestiona. Me duele todo, joder.
―¿El helicóptero se estrelló? ―pregunto, sin poder recordar que lo hiciera.
―Parece que te has topado con mal tiempo al volver de la isla ―dice mi padre.
Parpadeo para disipar lo que queda de niebla y observo la habitación. Athena está
apoyada contra la pared, parece tranquila y serena, pero conozco a mi hermana. Las
ojeras y la forma en que se muerde el labio inferior me dicen que ha estado
preocupada; quizá aún lo esté. La enfermera está comprobando las máquinas y
anotando algo en un portapapeles, y el médico acaba de salir de la habitación, ya que
sólo veo su espalda antes de que se cierre la puerta.
―¿Dónde está mi hermano?
Nadie responde, pero todos se miran unos a otros. Apollo estaba en el helicóptero
conmigo. Si cayó, entonces él también.
―No lo consiguió ―dice por fin mi padre, sin detenerse siquiera a soltar el agua
helada de la verdad.
Daphne aparta su silla a mi lado y me toca el brazo mientras dice en un tono
mucho más suave que mi padre:
―Murió en el accidente.
Oh, Jesús... Eso explica el dolor en los ojos de Daphne. La razón por la que me está
tocando para consolarme. Acaba de perder a su esposo...
Mi hermano...
Mi hermano...
Oh, Dios no. ¿Apollo? Esto no puede ser...
No.
Intento incorporarme para cazarle y demostrarle que todo esto es un error, pero
el maremoto de conmoción y dolor me paraliza. Mi corazón se rompe en mil pedazos
y ni siquiera puedo echarme a llorar porque todo el mundo me está mirando. Todo
el mundo está observando cada uno de mis putos movimientos. Los Godwin no
lloran. Sólo mostramos una emoción: la rabia.
Todo esto es un error. Me están drogando. Estoy escuchando mal. Estoy
alucinando. Estoy en el purgatorio entre el infierno y el cielo, y esto es de alguna
manera una prueba. Esto está mal. ¡Mal!
―Prepárense para un aterrizaje forzoso―, nos grita el piloto por encima del
hombro.
Apollo mira por la ventana hacia el agua y luego hacia mí. No veo miedo. Veo
aceptación.
―Joder ―digo, escudriñando la zona en busca de un terreno que no existe. El
helicóptero se va a estrellar contra el agua. Va a chocar y hundirse y vamos a morir,
joder.
Apollo extiende la mano y me la coge. Asiente con la cabeza y aprieta.
―Nos vemos en el otro lado, hermano.
Mi cuerpo se estremece al recordar el accidente del helicóptero. Mi padre se
agacha, con la cara lo bastante cerca como para que vea claramente sus ojos.
―Ares murió, pero tú sobreviviste. Hay una razón, hijo. Ares ya no está con
nosotros, pero tú sí.
No sé si es el zumbido de mis oídos o el palpitar de mi corazón. Pero sus palabras
no tienen sentido. ¿Acaba de decir que Ares está muerto?
Aquí estoy.
O al menos creo que estoy aquí.
No estoy muerto.
Muevo los dedos de los pies e inhalo profundamente para demostrarme a mí
misma que estoy tumbada en esta cama de hospital.
―Tanto Ares como el piloto no sobrevivieron. Los rescatadores sacaron los
cuerpos de ambos de entre los restos poco después de tu rescate. De algún modo, te
liberaste y flotaste el tiempo suficiente para que llegara la ayuda ―continúa mi
padre.
―No lo entiendo ―empiezo.
Daphne vuelve a cogerme la mano.
―Tienes algunas heridas leves. Algunos cortes y contusiones. Tienes una herida
en la cabeza y llevas unos días inconsciente. Los médicos tenían esperanzas de que
despertaras, pero dijeron que la confusión y la pérdida de memoria podían ser un
efecto secundario. Así que está bien que te sientas así.
¿Confusión? ¿Pérdida de memoria? Esto no tiene nada que ver con mi lesión en la
cabeza. Mi maldito padre me está diciendo que estoy muerto cuando estoy vivo. Me
dicen que mi hermano está muerto pero...
―¿Apollo? ―dice mi padre―. ¿Has oído a Daphne? Vas a tener problemas con
los recuerdos. Puede que tengas alguna confusión. Pero saliste vivo de esto.
―Mi hermano...
Mi padre me da unas palmaditas en el brazo, una inusual muestra de afecto.
―Está muerto, hijo. No lo logró. Ares está muerto.
Athena, que no ha dicho una palabra desde que me desperté, gira sobre sus talones
y va a salir de la habitación.
―Voy a hacer que vuelva el médico para que le eche un vistazo. ―No espera a
que nadie diga nada y se va.
―Daphne ―dice mi padre―, asegúrate de que Athena no destroza el puesto de
enfermeras ni hace de las suyas ahí fuera. Me gustaría un momento con mi hijo.
Daphne, con lágrimas en los ojos, se levanta de la silla y hace lo que él le pide sin
discutir.
Cuando la puerta se cierra, mi padre vuelve su atención hacia mí.
―Sé que ahora estás sintiendo muchas emociones diferentes.
―No soy Apollo. ―Lo digo con voz ronca, sabiendo que esta noticia tiene que ser
un shock para mi padre. Pensaba que un hijo había sobrevivido al accidente y el otro
había muerto. Se equivocó. Es al revés.
―Soy Ares.
―No, tú eres Apollo ―dice con firmeza.
Cuando voy a negar con la cabeza, me interrumpe.
―Escúchame. No voy a perder a un hijo por la muerte y al otro por la cárcel. Así
que vas a llorar a tu hermano como quieras, pero luego acepta el hecho de que ahora
eres él. Ya no eres Ares. Eres Apollo.
―¿De qué coño estás hablando? ―La cabeza me da vueltas y de repente quiero
volver al coma en el que estaba.
―Todos, incluidas las autoridades, creen que Ares murió en ese accidente. Creen
que tú moriste y que tu hermano vivió. No sé por qué llevabas su ropa o su
identificación, pero así fue. Así que ahora mismo, todo el mundo cree que el hombre
que iba a pasar el resto de su vida en la cárcel está muerto. Pero Apollo, el recto y
buen hijo de Godwin, de alguna manera sobrevivió. Tú eres ahora ese hijo.
―¿Todos creen que he muerto? ¿Todos?
Respira tranquilamente. A mi padre no le gusta repetirse y tiene cero paciencia
con nadie, pero vuelve a actuar de forma atípica y repite:
―Concéntrate en lo que digo. Tú y yo somos los únicos que sabemos que Apollo
fue el que murió. Pero el mundo cree que Ares murió. No permitiremos que Apollo
muera en vano. Si podemos usar su nombre e identidad, lo haremos.
Cierro los ojos, respiro hondo e intento deshacerme de las drogas, o del daño
cerebral, o de lo que sea que hace que las palabras de mi padre parezcan irreales.
―Cuando te trajeron al hospital, llevabas la ropa de tu hermano. Tenías su cartera
y su pasaporte. No había razón para que alguien pensara que no eras Apollo. Y al
principio, incluso creí que eras él hasta que me fijé en tu dedo meñique.
Abro los ojos y bajo hasta mi meñique torcido de la mano izquierda, resultado de
una lesión que me hice de niño y que nunca se curó bien. Me había roto el dedo
jugando duro con mi hermano y mi padre me había dicho que fuera un hombre en
lugar de dejarme entablillarlo o colocar el hueso en su sitio. Así que era la única parte
de mí que era ligeramente diferente a Apollo. Haría falta el ojo de un padre para
darse cuenta. Por no mencionar el hecho de que nadie puede engañar a Troy Godwin
durante mucho tiempo.
Mi padre prosigue:
―No tenía por qué corregir a nadie suponiendo que no fueras Apollo. ¿Por qué?
¿De qué serviría? Sólo te dejarían recuperarte el tiempo suficiente para enviarte a
prisión por el resto de tu vida. Pero ―me dedica una sonrisa malvada―, si resurges
de las cenizas como un puto ave fénix y te conviertes en Apollo, entonces serás un
hombre libre para siempre.
El dolor de perder a su hijo favorito debe haberle hecho perder la maldita cabeza.
―No puedo ser sólo... mi hermano.
―Tú puedes. Lo harás. No hay otra opción a menos que quieras que entren en
esta habitación y te esposen a la cama.
―Siento que voy a vomitar ―digo, cerrando los ojos, sin poder procesar sus
palabras.
―Es mucho. Pero tú y yo sabemos que Apollo querría que hicieras esto. No
querría que fueras a la cárcel por... por lo que hizo.
―No puedo hacer esto. Es tan jodido. ―Nunca he ido en contra de una orden de
mi padre. Cuando él dice salta, sólo me he esforzado por saltar lo más alto posible.
Pero esta petición...―. Esto no puede ser real.
Abro los ojos cuando mi padre se inclina aún más hacia mí.
―Tu hermana y tu mujer están a punto de entrar aquí. Vas a transformarte en esta
nueva identidad. Vas a renacer, hijo. Esta es tu segunda oportunidad en la vida, y
seguro que no la rechazarás porque de repente tienes moral.
―¿Quieres que mienta a todo el mundo? ¿Que mienta a nuestra familia? ―Hago
una pausa y pienso en la pobre mujer que me cogía de la mano, pensando que yo era
Apollo―. ¿Quieres que le haga creer a Daphne que soy su marido muerto?
Sus ojos y la firmeza de su mandíbula me responden a esta pregunta.
―Conoces a tu hermano mejor que nadie. Tú puedes hacerlo. Y siempre tienes la
herida en la cabeza a la que recurrir si te encuentras con una situación que no sabes
cómo manejar o te hacen una pregunta que no estás seguro de cómo responder.
Fingirás amnesia si eso significa que ya no irás a la cárcel.
Sus palabras calan hondo.
―Quieres que vaya a su casa, a su cama, joder. Tiene esposa. ¿Se supone que
debo...?
―Fóllatela.
―Sí…
―Su matrimonio es una mierda, por cierto ―interrumpe mi padre.
―Pues arréglalo. Vas a necesitar a Daphne a tu lado para que te ayude con esta
treta. Y además... los Godwins no se divorcian.
―Esto es una locura.
Mi padre se pone en pie. Tiene los hombros echados hacia atrás y la columna
rígida.
―A partir de este momento, eres Apollo Godwin. Ares ha muerto. El nombre de
Ares ha muerto, y nunca volveré a llamarte por ese nombre. No responderás jamás
a ese nombre. Apollo ―dicta―. Apollo Godwin.
Es serio. Esto es serio. Mi padre quiere que me convierta en mi hermano gemelo.
Quiere que acepte esta identidad equivocada. Siente que es mi única opción a menos
que quiera estar encerrado en una jaula para siempre.
Y que me jodan... Tiene razón.
o siento, lo siento ―le digo a Apollo mientras paso demasiado rápido por


otro badén de nuestra urbanización cerrada, haciendo que el coche se
sacuda más de lo que pretendía.
No sé por qué lo trato como si fuera frágil y pudiera romperse en cualquier
momento. Cada bache que nos encontramos en el camino me hace disculparme y
mirar a mi alrededor para ver si le he hecho una mueca o si he aumentado su nivel
de dolor de alguna manera. Cuando el médico le dio el alta, me sentí aliviada, pero
también preocupada por no saber qué hacer o cómo cuidarle.
El médico le ordenó que se lo tomara con calma y que permitiera a su mujer
«quererle». Ja. Como si eso fuera a pasar. Está claro que el médico no sabe quién es
Apollo Godwin y que no permite que nadie haga nada por él. Pero aún así estaba
dispuesta y ansiosa por hacer lo que el doctor dijera. El hombre estuvo a punto de
morir, estuvo en coma, perdió a su hermano, y ahora consigue volver a casa como si
no hubiera pasado nada y estuviera en plena forma.
Pero, ¿cómo pudo ser? ¿Cómo pudo salir con unas pocas heridas y un corte en la
cabeza mientras su hermano y el piloto morían? Apollo debería haber muerto.
Cualquier mortal lo habría hecho. Pero de nuevo... él es un dios entre los hombres,
y tal vez el mismo Zeus lo ha mantenido en la tierra con nosotros los simples
mortales por alguna razón aún desconocida.
Cuando llegamos a la entrada y estaciono, me apresuro a acercarme a Apollo para
ayudarle a salir del coche. Aunque no es un hombre paciente, se me ha adelantado
y ya está fuera. No sé si ofrecerle el brazo o... Apollo se dirige hacia mí y me coge en
brazos, acunándome contra su pecho.
―¿Qué haces? ―chillo, sin resistirme por miedo a hacerle daño―. ¡Apollo!
―Te estoy demostrando que no soy una pieza de porcelana fina. Unos cuantos
cortes y moretones no son algo de lo que preocuparse.
Me lleva hasta la casa y se detiene ante la puerta principal.
―Las llaves.
Me siento como si pesara mil kilos y, mientras él me sujeta contra su pecho, me
apresuro a buscar las llaves en el bolso y a abrir la puerta. Luego gira la manilla y
abre la puerta de una patada. Actuando como si yo no pesara nada, y ni siquiera sin
aliento en lo más mínimo, cruza el umbral conmigo todavía en sus brazos como un
novio haría con su novia el día de su boda. Algo que nunca hizo ese día, sin embargo,
por lo que este acto es aún más alarmante.
―¡Bájame antes de que te hagas daño! ―Me agarro a su cuello como si eso
ayudara a aligerar mi peso. Enciende la luz del vestíbulo como si lo que estuviera
haciendo fuera completamente normal―. Has perdido la cabeza.
―Puede ser ―dice mientras continúa hacia la cocina―. Pero mi cabeza es lo único
que puede no estar al cien por cien. Mi cuerpo está bien. Yo estoy bien. Así que deja
de actuar como si no lo estuviera. ―Sus ojos bajan hasta los míos y añade―.
¿Entendido? Deja de tratarme como si fuera débil. No lo soy.
Me meneo en su regazo por primera vez y acepto.
―Sí. Ahora bájame.
Me pone de pie junto a la isla de la cocina y recorre el espacio como si fuera la
primera vez que lo ve.
―Apuesto a que sienta bien estar en casa ―digo.
―Se siente raro.
―Para mí también ―admito―. Sólo vine a casa para ducharme y cambiarme de
ropa, y luego volví directamente al hospital. ―Miro alrededor de la cocina como él
está haciendo―. Es curioso lo que pueden hacer unos días fuera.
Se vuelve hacia mí y arquea una ceja.
―¿Te quedaste en el hospital todo el tiempo?
―Sí. ―Independientemente de cómo sea nuestro matrimonio, la idea de perderle
era..―. Sigo siendo tu mujer.
―Bien. Sigues siendo mi mujer. ―Hace una pausa. Me mira a la cara. Luego
añade―. Gracias. Por estar conmigo en el hospital.
Apollo nunca me había dado las gracias por nada, y las palabras extrañas me
parecen... agradables.
―El médico dijo que puedes tener algunos dolores de cabeza, posible pérdida de
memoria, emociones exacerbadas, y tal vez incluso algo de depresión.
Ladea la barbilla y luego asiente.
―Las cosas están un poco borrosas. No recuerdo bien el accidente. No recuerdo
mucho. Tal vez lo bloqueé por alguna razón.
Me pregunto qué pensamientos tuvo mientras caía al mar. ¿Pensó que moriría y
que nunca volvería a ver el interior de la casa? ¿Pensó que su vida se había acabado
y todo pasó ante sus ojos? ¿Estaba yo en sus visiones de última hora? ¿Me vio?
Pasa los dedos por la encimera de mármol blanco.
―Mi hermano nunca vino a casa. Nunca estuvo dentro. ―Aunque Apollo
pronuncia las palabras, no parece que me las esté diciendo a mí.
―Los dos pasaban su tiempo en Medusa o en Olympus Manor―digo, sin saber
por qué estoy hablando. Él lo sabe, así que por qué siento la necesidad de decirlo es...
extraño. Me siento tan incómoda y fuera de lugar que muevo la boca sin pensarlo.
Me dirijo a la nevera―. ¿Quieres comer algo?
Sigue mirando alrededor de la habitación, examinando.
―Dejé a la asistenta unos días libres desde que ambos estábamos en el hospital.
No le veía sentido a que siguiera viniendo. ―Estoy nerviosa ahora que tal vez vea
polvo y encuentre insatisfactorio el estado de la casa―. La haré venir mañana a
primera hora. ―Abro la nevera y veo que está casi vacía. Ahora me siento como si
fuera un completo fracaso como esposa. Este no es el regreso a casa que esperaba
darle.
―No tengo hambre ―me dice, lanzándome un salvavidas.
―Intentaré ir a la tienda mañana después del funeral. Si hay algo que quieras...
―¿El funeral es mañana? ¿El de mi hermano?
―Creía que tu padre te lo había dicho. ―La rigidez de Apollo y el ensanchamiento
de sus ojos me dicen lo equivocada que estoy al pensar eso―. Troy no quería celebrar
el funeral hasta que estuvieras fuera del hospital. Quería que estuvieras allí.
Me muevo de un pie a otro, esperando a que diga algo. Cualquier cosa. Me siento
como si acabara de revelar algún secreto que no debía.
―Athena se encargó de todos los preparativos ―continúo. No soporto el silencio
en la habitación y decido llenarlo de charla―. Lo único que tenemos que hacer es
llegar. Y si resulta demasiado para ti, o no quieres ir...
―Claro que quiero ir ―dice con demasiada rapidez y dureza. Toma asiento en el
mostrador, hace una pausa de varios instantes y luego añade―. Lo siento, no quería
ser brusco.
―Sólo puedo imaginar por lo que estás pasando. ―Quiero tenderle la mano para
ofrecerle consuelo, pero no estoy segura de cómo se tomará ese acto desconocido. Es
lo que haría una esposa, pero Apollo y yo no somos exactamente la definición normal
de felicidad conyugal―. Es tarde. Tal vez deberíamos dormir un poco. El doctor dijo
que necesitas tomarlo con calma.
Apoyándose en los codos, fija sus ojos en los míos.
―¿También tengo que subirte las escaleras? ―Sonríe, haciéndome saber que su
comentario es en broma―. Basta de hablar de lo que dijo el médico. Estoy bien.
Necesito que lo creas.
―Entendido ―digo poniendo los ojos en blanco―. El poderoso Apollo ha
hablado ―me burlo. Me dirijo hacia las escaleras y él me sigue―. Puede que tú no
necesites dormir, pero yo sí. Tengo el cuerpo agarrotado de tantas noches en esa silla
junto a tu cama.
Cuando llegamos al rellano de arriba, me giro para dirigirme al dormitorio
principal, sorprendida cuando Apollo me sigue y no se dirige a la habitación de
invitados, donde ha estado durmiendo los últimos meses.
―¿Necesitas algo en la habitación? ―pregunto, deteniéndome y girándome hacia
él.
Su cabeza se echa ligeramente hacia atrás.
―Dormir...
Mi mirada se desvía por encima de su hombro hacia la habitación de invitados.
―Vale... pero...
Me sigue con la mirada y mira por encima del hombro. Luego vuelve a mirarme,
pero no dice nada.
―¿No recuerdas que te mudaste a la habitación de invitados hace unos meses?
―pregunto, sorprendida de que sea algo que haya olvidado o que se haya borrado
de su memoria a causa del accidente.
―Yo... lo recuerdo ―dice―. Pero tú y yo estamos casados, y así no es como actúa
la gente casada. No vamos a dormir en habitaciones diferentes. ―Pasa a mi lado y
entra en mi habitación, nuestra habitación, sin esperar a que discuta.
Mi ligera vacilación a la hora de seguirle a la habitación es justo el tiempo que
necesitaba para despojarse de la ropa. Se levanta la camisa por encima de la cabeza,
mostrando los abdominales que tanto me gustaban. Tiene hematomas alrededor de
la caja torácica y unos cuantos vendajes. Por mucho que diga que está bien, dudo
que no le duela nada.
Mientras se desabrocha los pantalones, mira la cama.
―¿Has cambiado el lado de la cama en el que duermes mientras yo estaba en la
otra habitación, o sigue siendo el mismo?
Señalo el lado izquierdo.
―Sigue siendo mi lado. ―Sintiéndome incómoda porque ahora no lleva más que
su ropa interior, le digo―. Traeré tu pijama de la otra habitación.
Me voy rápidamente, sin saber por qué me siento tan... incómoda. Hacía mucho
tiempo que no le veía sin ropa y aún más tiempo que no sentía ningún tipo de deseo
por ello. Pero esta noche... ¿es deseo lo que siento?
Agarro un pijama de satén gris que le regalé una vez por Navidad y vuelvo a la
habitación con la mente y las emociones dándome vueltas. Por algo se había mudado
a la habitación de invitados. Por algo ya no dormíamos juntos. Nada ha cambiado,
¿o sí? ¿Una experiencia cercana a la muerte cambió un matrimonio que fracasaba?
¿Es tan simple como eso?
Cuando le entrego el pijama, lo mira y se ríe.
―Vale...
―Me dijiste que te gustaban cuando te las compré ―digo, sintiendo como si me
acabaran de desvelar el secreto de que en realidad las odiaba.
Sus ojos se posan en los míos y deja de reír inmediatamente.
―Me gustan. Me gustan. ―Luego se viste y, por alguna extraña razón, parece
completamente incómodo y fuera de lugar llevándolos―. Sólo me reía al recordar lo
que me hicieron llevar en el hospital.
Le veo meterse en su lado de la cama y me pregunto si debería ser yo quien se
dirigiera a la habitación de invitados. Pero estoy agotada, y estoy segura de que él
también. No creo que sea necesario que esta noche tengamos una larga charla
matrimonial. Está claro que algo es diferente, y no creo que ni él ni yo tengamos
energía para abordar el tema de adónde vamos a partir de ahora. Me dirijo al baño
para prepararme para ir a la cama y hago todo lo que puedo para quitarme de la
cabeza la imagen del cuerpo de Apollo.
o puedo dormir. Oigo la respiración de Apollo, y lo que solía ser un sonido
calmante para mí cuando nos casamos por primera vez, ahora está causando
una especie de corriente eléctrica que fluye a través de mí. Siento su calor,
aunque no nos toquemos. Siento una sensación de cercanía, aunque no hayamos
conectado en absoluto.
¿O no?
Me ha tocado esta noche por primera vez en... años.
Me abrazó. Me cargó. Sus ojos miraron los míos.
Pero lo más importante es que habló conmigo. Tuvimos una verdadera
conversación en la cocina. Sí, fue incómodo, pero al menos hablamos. Y me dictó que
ya no dormiríamos en habitaciones separadas. Era una orden para la que no estaba
preparada, pero por la que no iba a protestar.
Agradecí que ya estuviera dormido cuando salí del baño una vez que estuve lista
para acostarme.
¿O no?
¿Había una parte de mí que estaba decepcionada de que no estuviera allí
esperando? Esperando a su mujer.
Tal vez...
Tengo tantos pensamientos y sentimientos contradictorios, pero una cosa es
segura: no puedo quedarme más tiempo en esta cama. Necesito un momento para
mí. Necesito...
Salgo de la cama lo más suavemente que puedo para no despertarle, salgo de
puntillas de la habitación y me dirijo al salón. Enciendo la chimenea de gas para
calentar la fría habitación, me siento en el sofá y miro fijamente las llamas. Parece
que fue hace toda una vida cuando Apollo y yo nos casamos. Me había prometido el
mundo. Había jurado protegerme y darme todo lo que mi corazón deseara. Me había
ofrecido una vida de princesa en bandeja de oro, y yo estaba tan desesperada por
aceptarla. Era un Godwin, y al haber crecido en Heathens Hollow, sabía exactamente
quiénes eran y lo que eso significaba. La familia no sólo era dueña de Medusa
Enterprises, sino de toda la isla en la que yo vivía. Poseidon Shipping proporcionaba
la mayor parte del empleo a los habitantes de la isla, y aunque esa división de
Medusa estaba dirigida por Leander Godwin, hermano de Troy, y sus hijas, yo
conocía perfectamente el nombre de Apollo Godwin.
Y justo cuando pensaba que no quería volver a tener nada que ver con los Godwin
y había empezado a planear mi estrategia de salida, ocurrió el accidente. Vi cómo
una dinastía familiar estuvo a punto de caer. El poderoso Troy Godwin tenía dolor
en los ojos y lágrimas que amenazaban con escaparse mientras se despedía de un
hijo con la esperanza de que el otro luchara por sobrevivir. Cuando antes no quería
tener nada que ver con Apollo, de repente no podía apartarme de su lado. Era mi
marido. Hice votos. Hice una promesa delante de todos. Los Godwin tenían razón
al creer que el divorcio no era una opción.
Me equivoqué al querer salir. Me equivoqué en muchas cosas.
¿Amaba a Apollo? ¿Lo amo ahora? No... creo que no. Pero fue el primer hombre
con el que tuve sexo. Fue el primer hombre que se preocupó por mí y me ofreció
protección. Me salvó. Así que, tal vez el problema era yo. Necesitaba aprender a
amarlo. Y mientras estaba sentada a su lado en el hospital, sosteniendo su mano
entre las mías, juré que lo intentaría. Intentaría amar a este hombre que no ha hecho
más que ofrecerme compartir su poder conmigo.
Atenea me había dicho que me abriera de piernas y todo iría bien, y cuando vi a
Apollo desnudarse esta noche... bueno, no me pareció tan mala idea. Mi cuerpo aún
zumbaba de pensar en lo que podríamos hacer si el cansancio y la tensa reconexión
no se interpusieran en el camino.
Mi cuerpo sigue en llamas, y no hay forma de que pueda volver a la cama
sintiéndome así a menos que...
Cojo el dobladillo del camisón y me lo subo por encima de las caderas. Luego me
bajo las bragas hasta los pies y las quito de en medio. Siento el calor del fuego contra
mi carne desnuda, acerco un dedo a mi clítoris y lo rodeo lentamente. Cierro los ojos
e imagino que es Apollo quien me toca y no yo, y gimo mientras mi cuerpo me
agradece que por fin le haya dado el placer que tanto ansiaba.
―Daphne...
Me da un vuelco el corazón cuando miro por encima del hombro y veo a Apollo
acercándose al sofá iluminado por el fuego.
―¿Te has corrido ya?
―¿Qué? No... yo... ―Me bajo el camisón lo más rápido que puedo, me pongo en
pie y camino hacia la chimenea como si su calor pudiera protegerme de la fría
salpicadura de agua que acaba de provocar la entrada de Apollo. Nunca había
sentido tanto calor en la cara. La mortificación casi me ahoga. Siento como si las
llamas del fuego lamieran mi cuerpo.
―Es una pena. ―Se sienta en el sofá y palmea el asiento de al lado.
―¿Qué haces? ―pregunto, sintiendo mariposas revolotear en mi vientre. No
entiendo por qué no se marcha y me deja morir de vergüenza.
―Ven aquí y deja que te enseñe cómo se hace.
―¿Qué? Apollo... ¿qué? ―¿Acaba de insinuar lo que creo que ha insinuado? Es
imposible que le haya oído bien y, sin embargo, su rostro serio, su forma
despreocupada de sentarse en el sofá con una sonrisa seductora, me dicen que le he
oído bien.
―Levántate el camisón, separa los muslos y terminemos lo que empezaste. Esta
vez te correrás ―dice en un tono tranquilo y uniforme.
Aunque mis pensamientos y emociones se arremolinan en el caos, el hombre tiene
pleno control de los suyos, y aunque me ha pillado en la posición más privada y
comprometida, no me está tomando el pelo. No hay ninguna broma en sus palabras.
Parece completamente tranquilo, pero también decidido a hacer lo que dice. Incluso
parece digno y casi regio, sentado en la silla con la intención de cumplir con sus
deberes de marido.
Hago todo lo posible por parecer tranquila. Esto es una completa locura y, sin
embargo, no salgo corriendo del salón. No digo que no. ¿Realmente quiero que haga
lo que está sugiriendo? Literalmente no puedo recordar la última vez que lo hizo.
Nunca hemos sido esa pareja. Nosotros no... bueno, simplemente no somos así.
Da otra palmada en el sofá.
―Ahora, Daphne.
―Está bien. Deberíamos irnos a la cama. Todavía te estás recuperando, y tenemos
el funeral mañana. No sé qué me pasó. ―Suelto una risa forzada―. Ha pasado
mucho tiempo, y estaba tratando de aliviar algo de estrés y...
―Ahora.
Mi corazón late tan fuerte en mis oídos que estoy segura de que él también tiene
que oírlo.
―No necesitas mostrarme cómo...
―Si tengo que levantarme y arrastrarte hasta aquí, lo lamentarás. Ahora ven aquí
y abre esas piernas.
Jesús, el hombre es serio. Muy serio. Y a pesar de que su amenaza suena agresiva
en sus palabras, algo totalmente impropio de él, su tono sigue siendo tranquilo y
firme.
Como nada de lo que digo para calmar la situación funciona, me levanto y doy el
primer paso hacia él. ¿Me he vuelto loca? ¿Realmente estoy caminando hacia Apollo
para que termine lo que yo empecé? ¿Quería que me quedara ahí tumbada y... me
corriera? No recuerdo ninguna vez que hayamos hecho algo sexual si no era en el
dormitorio. La luz del fuego es brillante. Podrá verlo todo si abro de verdad los
muslos como me ordena. La oscuridad de nuestra habitación no me ocultará de su
vista. ¿En serio estoy considerando esto? Podría simplemente decir que no. No es
que hayamos tenido sexo en lo que parece una eternidad. Meses... Tal vez incluso un
año.
Pero sigo adelante. A cada paso que doy, mi resistencia parece disolverse, y me
transformo en... dispuesta... O quizá sólo acepto lo que mi cuerpo desea. Mi cuerpo
quiere correrse. O tal vez es que el bochorno y la vergüenza de toda esta situación
son demasiado, y simplemente quiero acabar de una vez.
Estoy de pie ante él, con los ojos bajos, rezando para que me indique exactamente
lo que quiere que haga a continuación, porque no hay forma de que pueda siquiera
adivinarlo.
―Levántate el camisón y desnúdate. Quiero ver ―ordena tan fácilmente.
¿No le parecen sus palabras y lo que me está pidiendo que haga fuera de lo
normal? Parece tan tranquilo y despreocupado, y actúa como si esto fuera algo
cotidiano para nosotros. Tal vez para muchos amantes, pero definitivamente no para
nosotros.
Intento armarme de valor para subirme el camisón, levanto la vista y establezco
contacto visual. Con nuestros ojos conectados, siento el latido atronador de mi
corazón, un cosquilleo entre las piernas y un extraño deseo nervioso que sacude mi
cuerpo. Con una poderosa expresión que me dice que está perdiendo la paciencia y
que será mejor que actúe rápido, me infunde valor para rendirme a su petición.
Cuando subo el dobladillo hasta el vientre, me estremezco cuando el aire caliente
del crepitante fuego de la habitación me toca el culo que mi falta de bragas no
impide.
Estoy desnuda. Expuesta.
Se queda mirando mi camisón. Sus ojos parecen oscurecerse al contemplar cada
centímetro de encaje.
―Quítatelo completamente.
Hago una pausa, sin estar segura de tener la fuerza interior para hacer lo que me
pide. No ha visto mi cuerpo completamente expuesto a la luz desde... bueno, no sé
cuándo fue la última vez. La inseguridad de mi cuerpo se apodera de mí, y no estoy
segura de estar dispuesta a desnudarme por completo.
―Apollo ―empiezo.
―Soy tu marido. Tú eres mi mujer. Te quiero desnuda. ―Me mira el coño
desnudo―. Quiero apreciarte toda.
La forma en que pronuncia esas palabras hace que una descarga eléctrica me
recorra las venas. La parte cuerda y razonable de mí quiere gritar que no y salir
corriendo de la habitación. Sí, estamos casados, pero separados. E incluso si no lo
estuviéramos, ¿por qué Apollo se comporta de forma tan extraña? Debería irme, pero
la parte pecadora y malvada de mí quiere hacer exactamente lo que él ordena sin
dudarlo.
Mi mente y mi cuerpo están en guerra, y no estoy seguro de cuál quiero que gane
y cuál será derrotado.
―Si tengo que hacerlo por ti ―dice, rompiendo mi diálogo interno―, puede que
tenga que azotarte ese culo travieso antes de lamer cada centímetro de ese cuerpo.
¿Azote? ¿Lamer? ¿Este hombre es real? Dios mío, esto es real.
Mi mente podría gritar que no, pero mi cuerpo hace exactamente lo que me pide,
y me quito el camisón, quedándome desnuda ante él.
e gusta que tengas el coño desnudo ―dice mientras sus ojos parecen


oscurecerse ante mí. Aunque está mirando la parte más íntima de mi
cuerpo, no me siento amenazada ni asustada.
Humillada, sí.
Avergonzada, definitivamente.
Nerviosa, sin duda.
Pero nunca temo de verdad a este hombre.
―Sabes que sí. No he cambiado eso ―¿De verdad ha pasado tanto tiempo desde
la última vez que me tocó, que no recuerda que me quito cualquier rastro de vello
casi obsesivamente?
Siento el calor de su mirada en mi coño desnudo, pero no me escondo. Me pongo
en pie y espero su siguiente orden.
―Bien. ―Sus ojos vuelven a clavarse en los míos―. Siéntate y abre las piernas
―me dice con voz ronca.
Asfixiada por el miedo a lo desconocido, hago exactamente lo que me pide sin
vacilar, aunque echo de menos su mirada hambrienta sobre mi cuerpo. Abro las
piernas y bajo la cabeza para verle la cara ahora que está arrodillado entre mis
muslos. Los rasgos fuertes, el aire firme, los ojos sensibles pero inflexibles.
Coloca las palmas de las manos sobre mis piernas y me abre aún más, mientras el
calor recorre mi cuerpo en oleadas, dejándome sin aliento.
―Apollo ―susurro―. Yo…
Se me escapan más palabras cuando baja la boca y me besa la parte superior del
montículo. La inesperada intimidad me hace querer suplicarle que pare, pero
también me deja con unas extrañas ganas de más. Cada vez que exhala sobre mi piel
desnuda, me recuerda lo extraña que es esta sensación y, sin embargo, no puedo
evitar que me guste el hecho de que Apollo me esté tocando. Sus manos están sobre
mi piel desnuda, y la emoción de saberlo casi hace desaparecer la vergüenza de estar
en esta posición tan vulnerable a la luz del fuego.
Casi.
No sé si es el hecho de que me separe aún más los muslos mientras me lame desde
la parte superior del coño hasta el culo, pero siento que la cara me hierve por dentro.
Apollo sigue lamiendo y besando cada centímetro de mi acalorado sexo. Mi cara
se asa aún más cuando utiliza sus dedos para separar los labios de mi coño y poder
lamer también esa piel descuidada. El hombre está siendo minucioso.
Lo más difícil de esta situación es lo desconocido. No sé cuánto va a durar y si
realmente debo dejar que llegue el orgasmo o si debo fingirlo como he hecho otras
veces. No sé lo que se supone que debo hacer y no sé lo que pasa por la cabeza de
Apollo. ¿Le gusta lo que me está haciendo? ¿Le gusta lo que ve, mi coño desnudo
retorciéndose contra su cara mientras aprieto los labios para intentar no gritar?
Se siente bien. Demasiado bien. No estoy segura de si debería dar a conocer mis
sentimientos, pero tampoco estoy segura de poder ocultarlos.
Tras unos cuantos lametones y besos más en una zona de carne donde mis muslos
se unen a mi coño, me pregunta:
―Nueva regla en nuestro matrimonio. Si quieres correrte, soy yo quien lo hace
posible.
Sacudo la cabeza, no me gusta que intente poner una norma en un matrimonio
que no es más que una larga lista de reglas de Godwin. Pero cuando me mete un
dedo en el coño como respuesta, prácticamente aúllo:
―¡Vale! No intentaré volver a correrme yo sola.
―Me pedirás ayuda.
―Sí. ―Aunque todavía no estoy segura de querer decir esas palabras. Pero no
quiero arriesgarme a que se enfade y se detenga. No cuando estoy tan cerca. Tan
cerca...
Apollo sigue follándome con los dedos mientras su lengua gira alrededor de mi
clítoris. La piel me arde de deseo, y el sudor me recorre el labio superior mientras mi
cuerpo sigue girando sobre su boca firme y perfecta. Gimo, jadeo, gimoteo, cierro los
ojos y me entrego al momento... a Apollo y a su perfecto dominio. Exige
complacerme y me encanta. No tengo más remedio que soltar todos mis
pensamientos, mis preocupaciones y mi resistencia. Mi cuerpo se somete a su
tentador control sobre mí.
―Eres jodidamente hermosa ―susurra―. Este es el coño más sexy que he visto
nunca.
Sí, esto es lo que necesito. Después de todo este tiempo, esto es lo que ansío sin
siquiera saberlo. No sólo un orgasmo, sino un orgasmo dado por Apollo. De alguna
manera, todo esto parece correcto. Tan correcto, cuando había perdido la esperanza
de volver a sentirme así.
Se detiene un momento, frotando su mano por mi carne caliente. Me mete el dedo
por el pliegue del culo, lo presiona y lo apoya en la entrada de mi estrecho agujero,
provocándome con el misterio de lo que me espera.
Quizá debería pararle, o al menos ponerme tensa, pero no lo hago. No grito que
no, aunque debería. No salgo disparada del sofá, aunque la mujer de hace un día lo
habría hecho. No lo maldigo indignada, aunque nunca antes lo había permitido. Al
lamerme el coño, ¿ha eliminado toda la resistencia de mi cuerpo? ¿Me ha metido los
dedos hasta la completa sumisión? ¿O estoy tan desesperada por cualquier caricia
de este hombre que hasta su dedo en mi culo es bienvenido?
Ejerce una ligera presión, pero no la suficiente para traspasar la carne fruncida y
penetrarme por completo. Lentamente, vuelve a acercar su dedo a mis sedosos
pliegues, palpitante de deseo. No puedo ocultar que estoy empapada y no puedo
ocultar mi hambre a Apollo, que ahora extiende las señales por mi piel desnuda. Un
profundo gemido retumba en su pecho y se escapa mientras introduce su dedo,
seguido de un segundo, en mi hambriento sexo. Me agito contra su mano, maullando
de placer. Mareada y jadeante por la necesidad de más, hago todo lo que puedo para
no suplicar que me folle allí mismo. Los dedos no bastan. Necesito su polla dentro
de mí. La necesito gruesa, larga y dura, y no me avergüenzo de admitirlo.
―Tienes un coño tan estrecho ―elogia.
A sus dos dedos pronto les sigue un tercero, mientras bombea dentro y fuera de
mí, exigiendo mi pasión. Grito mientras me estira, sé que es necesario para que
pueda soportar cómodamente el tamaño de su polla. Es su forma silenciosa de
advertirme de lo que me espera. Es como si pudiera leer sus pensamientos
pecaminosos y sucios.
Ha pasado tanto tiempo desde la última vez que tuvimos sexo que está
preparando mi coño virgen renacido para aceptarlo.
Con los muslos bien abiertos, no puedo hacer otra cosa que dejar que el clímax
vaya creciendo. Y cuando saca sus dedos resbaladizos y me mete uno en el ano sin
previo aviso, el orgasmo sacude mi cuerpo con una intensidad que me hace gritar.
La sumisión estalla en mi cuerpo como el chasquido de un látigo de cuero. Gimo y
me aprieto contra su mano, introduciendo su dedo más profundamente en mi canal
prohibido, su tacto atrincherado en mí mientras me derrito contra él. Me gusta su
dedo dentro de mi culo y no me avergüenzo de admitirlo.
¿Por qué no lo habíamos hecho antes?
Es tan jodidamente bueno.
Deberíamos haberlo hecho antes.
Con una mano enterrada en el lugar tabú, coloca la palma de la otra sobre mi aún
necesitado coño, continuando con la follada de dedos. Uno, dos, tres. Por fin libero
mi mente y permito que se acumule otro orgasmo. Se me corta la respiración al
contener un grito de anhelo erótico y años de necesidad. No puedo concentrarme,
perdida en una neblina de éxtasis. El placer y el dolor punzante del estiramiento se
entrelazan, aumentando hasta que grito el nombre de mi marido.
―Apollo, Apollo...
Me pasa la mano por el coño y me ajusta el cuerpo hasta que me siento
cómodamente entre sus brazos. Inconscientemente, acurruco la cara contra el calor
de su cuello y mi cuerpo se derrite contra él. Las sensaciones, las emociones... nada
puede describirlas más que el hecho de sentirme segura y querida.
Me ha manejado a su manera y yo se lo he permitido. Lo que no esperaba es esta
secuela. No esperaba disfrutar de su tacto cálido y relajante después del orgasmo.
Nunca hemos sido de abrazarnos. Pero eso es exactamente lo que estamos haciendo
ahora.
Me rodea la cintura con la mano y me baja hasta el suelo cubierto con la alfombra.
Los dedos se entrelazan, los muslos se rozan, mis pechos se amoldan a su torso y la
ropa que nos separa suplica ser arrancada. Sin perder un instante, Apollo libera su
dura polla de sus ataduras. Se arrodilla ante mi cara y me acerca su grueso miembro
a los labios. Le miro a los ojos.
No hacía falta decir nada.
Abro la boca y dejo que su polla se apoye en mi lengua. Mi instinto es darle placer.
Nada me impide hacerle gemir mi nombre. Ver cómo la felicidad cubre su rostro me
llena de un propósito que no sabía que existía, y me pregunto por qué es la primera
vez que experimento esta sensación en mi vida.
Mientras chupo su polla hambrienta, me someto a un hombre que me lo exige.
Arriba y abajo, muevo la boca hasta que mi nombre se escapa de sus labios de la
forma más apasionada. Mi nombre nunca ha sonado tan bien como en el momento
en que sale de su boca.
Añado mi mano y bombeo su polla mientras la lamo alrededor. Su cuerpo se
estremece y se tensa, y me aparta mientras respira hondo.
―No nos besamos antes de acostarnos. Un marido y su mujer deberían besarse
todos los días. Todas las noches ―dice, y su mirada se dirige a mi boca―. Es otra
regla nueva. No quiero que se rompa.
Por reflejo, me humedezco los labios y deslizo la lengua por mi boca, esperando a
que la suya entre en contacto. Lentamente, nos besamos, suave, romántica y
puramente. Desliza su mano hacia mi coño, llevando mi sed de sexo a un nuevo
nivel. Estoy al límite, deseando desesperadamente suplicarle más.
―Por favor, Apollo. Te necesito.
Guío mis manos por debajo de su camisa, soltando un largo suspiro cuando
recorren los definidos músculos de su cuerpo. Los años maduros de su vida han sido
buenos con él, muy, muy buenos. Siempre ha tenido un cuerpo increíble. Sabiendo
que aún está magullado y maltrecho por el accidente, tengo cuidado al acariciarlo
suavemente, evitando los vendajes que aún tiene.
Mientras mis dedos se afanan en soltar los botones de su pijama, él me mordisquea
la oreja, el cuello, aumentando aún más mi necesidad. En un arrebato de hambre, me
quito la ropa que me estorba y él hace lo mismo.
Apollo me acaricia la cara y me besa lenta y profundamente. Su boca recorre un
camino que va desde mi boca hasta el lateral de mi cuello. Dejo escapar un gemido
sensual, con la esperanza de animarle a seguir.
Deslizo los dedos por su estómago ondulado y toco la cabeza de su dura polla.
―Quiero esto. Ahora ―le ordeno.
Se detiene un momento, contemplando mi cuerpo desnudo.
―Dios mío, Daphne. Eres más hermosa de lo que imaginé que una mujer podría
ser.
El simple hecho de contemplar su dura y gruesa erección me provoca de nuevo el
principio de un orgasmo sólo con la vista, mientras sigo acariciándole la punta con
las yemas de los dedos. El mero pensamiento de lo que se avecina casi me lleva al
límite.
Se inclina hacia delante, me agarra de las caderas y me acerca a él. Beso a beso,
baja hasta que su cara queda a centímetros de mi sexo.
―Podría deleitarme con este coño toda la noche. ―No espera permiso, me besa el
coño y luego me lame el clítoris palpitante.
Me tenso ante el contacto íntimo y tentador. Una parte de mí quiere parar para
que podamos pasar a la parte de follar de la noche, y la otra quiere que la sensación
no termine nunca. Mueve la lengua en círculos, absorbiendo cada señal de mi
excitación. Gimo con total abandono. Mi cuerpo parece poseído por el mismísimo
Satán. No tengo ningún poder contra él. Lamida tras lamida, Apollo lleva mi cuerpo
a otro nivel. Justo cuando creo que no puedo más, empuja su dedo más allá de los
labios de mi coño. Lo mete y lo saca, arrancándome jadeos y gemidos.
Necesito más. Mucho más, y por suerte Apollo no me hace esperar mucho. Jadeo
al sentir su polla presionándome por fin.
Cierro los ojos extasiada y clavo los dedos en sus hombros mientras él presiona
más allá de la opresión, penetrándome por completo. El delicioso escozor es
rápidamente sustituido por un placer erótico que me deja sin aliento.
Sigue besándome suavemente por todo el cuello y la cara mientras su gruesa polla
me penetra más profundamente. El contraste de dureza y suavidad me empuja hacia
ese límite familiar. Chispas, electricidad, pura necesidad animal me inundan, me
ahogan en placer mientras ambos nos balanceamos hasta el orgasmo.
aphne respira con dificultad mientras susurra:
―Eso fue diferente. Tan diferente.
―¿Cómo es eso? ―Suenan campanas de alarma en mi cabeza. No quiero
que se entere de que soy Ares, y acercarme tanto e intimar tanto es una forma
segura de que eso ocurra.
―Nunca has sido tan... exigente. Tan... decidido. ―Aparta su cara de mi cuello
para poder mirarme a los ojos―. Hemos estado tan fríos últimamente. Distantes. Me
sorprende lo que ha pasado. No pensé que tú y yo fuéramos... compatibles.
Joder.
¿Qué demonios acaba de pasar? Claramente, crucé una línea. Actué de una
manera muy diferente a Apollo.
No sé cómo ser un marido. Los maridos y las esposas duermen en la misma cama,
así que lo hice aunque casi me delata. Los maridos y las esposas follan, pero ahora
estoy dudando de eso. Incluso me puse el pijama cuando ningún hombre que se
precie se pondría un pijama de satén y seguiría teniendo los huevos pegados. La idea
de mi padre, y su exigencia de que lo hiciera, empezaba a parecerme un imposible.
Yo intentando ser un marido no está funcionando, y no estoy seguro de que pueda
sacar esto adelante. Nunca he tenido una relación duradera. No he vivido con una
mujer, y estoy jodidamente seguro de que no me he acostado con una a menos que
nos hayamos follado hasta el olvido.
Sigo tumbado encima de Daphne mientras ambos recuperamos la respiración
normal, el bulto de mi cuerpo aplastando su pequeño cuerpo mientras el peso del
mundo se aplasta contra mí. Esto no estaba planeado. Esto no era lo que se suponía
que tenía que pasar. Es la mujer de mi hermano. No la mía.
Era la mujer de mi hermano.
Era.
Sí, tenemos que seguir casados. Tengo que ser un marido cuando ni siquiera sé
qué coño significa eso. Sé que la necesito en mi vida para mantener viva esta treta,
pero hay que poner límites. Se lo debo a mi hermano. Se lo debo. No tenía intenciones
de cogérmela y realmente disfrutarlo. Eso enturbia las aguas. Eso las vuelve
jodidamente negras.
¿Acabo de traicionar a mi hermano cuando aún no está en la tumba?
Me quito de encima de ella, me levanto y vuelvo a vestirme rápidamente con este
ridículo pijama. No quiero ver a Daphne tirada en el suelo del salón de mi hermano,
sin duda más sexy que nunca. Así que... Joder. Caliente. Y sabía tan condenadamente
bien. Mentiría si intentara negar la peor y más asquerosa verdad...
La mujer me hace algo, y mientras mi polla vuelve a crisparse para el segundo
asalto, cojo su camisón y se lo tiro, evitando volver a mirarla.
Hay una dura verdad sobre lo que acaba de ocurrir.
Me llevé a Daphne contra su voluntad.
Ella no consintió.
Ella no tuvo sexo conmigo voluntaria y consensuadamente... Ares.
Gritó el nombre de mi hermano mientras follábamos. No el mío.
He matado, torturado, mentido y robado a lo largo de mi vida. Nunca he
pretendido ser un buen hombre. Pero nada ha sido peor que lo que le he hecho ahora,
y lo que probablemente volveré a hacer. Porque una cosa es segura... hay algo en
esta mujer que me hace querer pecar.
―Siento si se me fue la mano ―digo, aunque hay una verdad enfermiza con la
que estoy luchando. Me encantó cada maldito momento de lo que acaba de pasar.
Equivocado o no, la tomé, y quiero tomarla otra vez, y otra vez, y otra vez.
Pero por ahora, necesito resistir. Tengo que dejar que la obsesión disminuya para
poder pensar con claridad.
―No te disculpes. Me ha gustado ―dice mientras sujeta el camisón contra su
pecho, sin vestirse todavía―. No quise hacerte pensar lo contrario cuando dije
«exigente» o lo que sea.
Decido arriesgarme sacando a relucir el pasado, cuando no sé nada con certeza.
―Soy consciente de que hemos estado distantes. Sé que ambos hemos necesitado
espacio. ―Espero que sean palabras que diría Apollo.
Por el rabillo del ojo, la veo jugueteando con su camisón con una expresión facial
que no puedo leer. Estoy seguro de que le pasan millones de cosas por la cabeza. Por
supuesto que pasan por la mía. Decido ser un hombre y dejar de ser un maldito
cobarde por no mirarla y no prestarle toda mi atención, y extiendo la mano para
ayudarla a levantarse. Aferrándose aún a la bata para cubrirse los pechos, sus
deliciosos y exuberantes pechos, me coge la mano y me permite ayudarla a
levantarse del suelo.
Sus grandes ojos marrones se encuentran con los míos. Tan abiertos. Tan
inocentes. Tan llenos de preguntas. Preguntas para las que no tengo respuestas. No
es difícil ver que Daphne no es del tipo que tiene sexo casualmente. También está
claro que ella y mi hermano no estaban teniendo sexo activamente. Sé que no es ese
tipo de chica que simplemente folla sin pensar, y por lo tanto, lo que acaba de pasar
entre nosotros es muy probable que la esté jodiendo tanto como a mí.
―Probablemente deberíamos irnos a la cama ―dice suavemente, siendo la
primera en romper nuestra mirada―. Mañana tenemos un día largo y duro.
Soltando el aliento que no me había dado cuenta de que había estado conteniendo,
digo:
―Sí, dormir suena bien.
Debería abrazarla, susurrarle cosas dulces. Elogiarla. ¿No es eso lo que hacen los
buenos maridos? Sin embargo, no hago nada de eso.
Sin decir una palabra más, sale corriendo de la habitación, con el camisón aún sin
poner, el culo desnudo a la vista y la dignidad hecha jirones.
Soy un gilipollas.
Eso ya lo sé. Pero, ¿era mi hermano un gilipollas?
¿Espera un hombre amable o un imbécil?
¿Cómo lo hago? ¿Cómo me convierto en mi hermano sin traicionar su memoria y
sin romper a su mujer?
ómo entras en un funeral, tu funeral, y actúas como si todo estuviera
bien? Soy un hombre muerto, y sin embargo, estoy vivo. Estoy tendido
en ese ataúd, y sin embargo, estoy caminando hacia él para decir adiós
a un cuerpo que se parece a mí.
¿De quién me despido?
Las fotos que se exhiben por todas partes son de Ares-yo. Pero el cuerpo que yace
en el ataúd con un caro traje de Armani y las manos cruzadas sobre el pecho es el de
mi hermano Apollo.
¿Quién es él? ¿Quién soy yo?
Ya ni siquiera estoy seguro de saberlo.
―Mi padre quería un ataúd abierto. Es jodidamente retorcido, en mi opinión
―dice Athena mientras se acerca y se coloca a mi lado, mirando el cadáver de mi
hermano en un ataúd forrado de satén blanco―. De ninguna manera querría Ares
que todo el mundo caminara y se elevara sobre él. Lo pondría en una posición de
debilidad. Muerto o no, odiaría esto.
Sonrío. Mi hermana me conoce tan bien. Qué jodida razón tiene.
Veo una línea de maquillaje en la línea del pelo y hago una mueca.
―¿Lleva base de maquillaje? ¿Maldito pintalabios?
Atenea se inclina más cerca del cuerpo para examinarlo.
―Supongo que tienen que hacerlo. Si no, sería blanco, o azul, o gris. Algo. ―Se
encoge de hombros―. Otra cosa por la que Ares nos va a perseguir. ―Ladea la
cabeza y escudriña un poco más―. He oído que cosen los párpados para que los ojos
no se abran de repente y te miren fijamente. ¿Crees que es verdad?
No me extrañaría que mi hermana se agachara y le abriera los ojos a Apollo para
verlo por sí misma.
―Tiene sentido ―digo, dándome cuenta de que mi hermana y yo somos unos
hijos de puta enfermos. ¿Quién se para y examina de verdad el cuerpo de su
hermano muerto?
Mira alrededor de la habitación y sacude la cabeza.
―Odiaría la cantidad de gente que hay aquí. Hay tanta gente, joder. Dudo que
Ares conozca siquiera a toda esta gente que viene a presentar sus respetos. ¿Respeto
a quién? ¿A Ares o a nuestro padre?
―¿Elegiste la iglesia? ―Pregunto.
Estamos en la iglesia católica más grande de Seattle. Una iglesia que rara vez acoge
servicios porque actúa más como un museo y una atracción turística que otra cosa.
Pero deja que los Godwin tengan su evento familiar aquí. Ni siquiera somos católicos
practicantes.
―¿Qué te parece? ―pregunta Athena―. Padre debe tener lo más grande y lo más
vistoso. Prométeme que cuando muera, me quemas y tiras mis cenizas por ese
acantilado junto al árbol del perdón. No quiero que nadie vea mi cadáver con una
base de maquillaje barata. ―Le devuelve la mirada a mi hermana―. Y cuando me
quemen, asegúrate de que tengo los ojos abiertos. Quiero ver mi camino al Hades.
Como no quiero hablar de la muerte de otro hermano, me aparto del ataúd y miro
la habitación oscura. Ella tiene razón. No conozco a la mayoría de las personas que
llevan sus caros trajes funerarios y actúan como si estuvieran de luto por un hombre
al que apenas conocen, si es que lo conocen. Veo algunos miembros de la junta,
algunos conocidos de negocios, empleados de Medusa, y algunas otras personas al
azar que sé que están allí sólo porque sienten que tienen que estar. Óptica y todo eso.
También veo a los miembros de la familia Godwin dando vueltas y charlando.
Forman parte del árbol genealógico Godwin. Aunque en una rama más débil que
podría romperse en cualquier momento si el poderoso Troy Godwin así lo considera.
Mi tío Leander y su esposa Stella están de pie junto a sus hijas. Calypso, Leto y
Electra, primas a las que hacía años que no veía en persona. No desde que mi padre
y su hermano se pelearon por la Naviera de Poseidón y su gestión. Mi otro tío Héctor
y su hija Selene están presentes. Ambos parecen inquietos, sin duda odian estar en
un funeral tan cerca después de perder a su esposa y madre, Willow. La última vez
que vi a alguno de ellos fue en el funeral de Willow.
Sí, están todos aquí. Pero como dijo Athena, ¿es por mí o por mi padre? ¿O están
aquí simplemente porque compartimos el mismo apellido, y sienten que tienen que
hacerlo?
―Bueno, eso es chocante ―dice Athena, señalando la puerta―. Me sorprende que
haya salido de su cueva para despedirse de su hermano.
Por primera vez en años, veo a Phoenix, mi hermano pequeño, entrar en la iglesia.
Athena tiene razón. Es impactante. Estoy igual de sorprendido de ver a mi hermano.
Él no hace reuniones familiares. Phoenix no hace nada que involucre gente. Al menos
no Godwins. Y por lo incómodo que parece, está claro que le ha costado estar aquí.
Lo aprecio ya que mi hermano agorafóbico rara vez sale de sus dominios. Pero
supongo que la muerte de un hermano es excusa suficiente para ser un hombre y
salir por la puerta principal.
―Ares era el favorito de todos ―dice Athena―. Tiene sentido que todos
acudieran.
La miro de reojo y me esfuerzo por no resoplar. ¿El favorito de todos?
Difícilmente.
Al ver que el cura se esfuerza por que todos tomen asiento, decido que es hora de
buscar a Daphne y sentarme junto a mi padre.
Al crecer como Godwin, pude hacer muchas cosas en la vida que nadie de mi clase
ni ninguno de mis amigos pudo hacer. El dinero, el poder y nuestro apellido me
permitieron experimentar lugares, acontecimientos y vivir en un mundo casi de
fantasía. Pero nada superará esto.
Puedo sentarme en una iglesia y ver mi propio funeral.
Athena comienza el funeral poniéndose de pie ante la sala y exigiendo su silencio
y atención con facilidad. Cuando está convencida de que todos la miran, comienza.
―Gracias a todos por venir a presentar sus respetos a mi hermano... Ares Edipo
Godwin. No voy a pararme aquí y contarles cosas sobre él que ya saben. Sí, era un
buen hombre. Sí, murió demasiado pronto. Sí, es una lástima que muriera mientras
viven hombres inferiores. ―Hace una pausa mientras mira fijamente al público,
estableciendo contacto visual con muchos―. Yo le quería. Nunca se lo dije. Los
Godwin no decimos palabras que revelen emociones. No expresamos nuestros
sentimientos. Pero le quería, joder.
Su voz no se quiebra. No derrama una lágrima. Pero puedo ver el dolor de mi
hermana. Ha perdido peso y las ojeras delatan a una mujer afligida. No sé por qué
mi padre no le ha dicho la verdad sobre mí. Athena es la guardiana de los secretos
de Godwin. No hay nada demasiado oscuro o siniestro para ella. Así que no tiene
sentido, aparte de que tal vez perder a Apollo sería demasiado para ella. Perder a
Ares le hace perder peso y sueño. Tal vez perder a Apollo la destruiría, y mi padre
lo sabe.
No sé cómo procesar sus palabras. Siento calidez y amor, pero también siento que
la estoy traicionando. Ella está ahí arriba dando su verdad mientras yo me siento
aquí y me escondo en mi mentira.
Daphne, que no me ha dicho nada desde que entramos en la iglesia, me coge la
mano. Apollo nunca fue un hombre susceptible y me pregunto si permitiría que le
diera consuelo. Entonces recuerdo cómo me tendió la mano en nuestras últimas
horas. Corrección: sus últimas horas. Así que permito que la mano de Daphne
permanezca en la mía.
―Si hay alguien que quiera subir aquí y decir algo, ahora es su oportunidad
―continúa Athena―. Pero recuerden una cosa. Ares no era un hombre que aceptara
la debilidad. Estaba hecho de piedra, igual que el resto de los Godwins. Así que no
vengas aquí con las filigranas y los corazones y las flores. Respeta a Ares, y no
derrames ni una sola lágrima. Así es como él hubiera querido que fuera hoy.
Sentarse y ver a primos hablar de recuerdos de la infancia, a conocidos de negocios
hablar de recuerdos buenos e incluso duros, y a gente al azar simplemente hablar
para tener su momento a la luz fue como una experiencia extracorpórea. Todos
hablaban de mí. De mí. Y, sin embargo, los estaba observando. Oyéndolos. Yo era
un maldito fantasma en la habitación, y ellos no tenían ni idea.
Afortunadamente, Phoenix no se acercó al frente de la sala para hablar, así que no
estaba fuera de lo normal que yo tampoco lo hiciera. Estoy seguro de que no iba a
estar allí y hablar de mí mismo.
Mi padre fue el último en hablar. Cuando subió al estrado, hizo una pausa y miró
alrededor de la sala, fijándose en todos y cada uno de los asistentes. Tomaba nota de
quién había venido y, desde luego, de quién no. Aunque todos en la familia tenían
sus ojos marrones y su cabello castaño, aunque el suyo es canoso, ninguno de
nosotros posee aún el nivel de autoridad que él tiene. Todos podemos llevar trajes
caros, relojes y joyas de valor incalculable, pero no podemos ser él. No tenemos lo
que él tiene y dudo que alguna vez lo tengamos. Tiene la capacidad de derribar a sus
enemigos con una sola mirada. Si te dijera que saltaras de un acantilado, la única
pregunta que alguien se haría es... ¿cuándo?
Sus ojos se clavan en los míos cuando empieza.
―Ares representaba la lealtad. No había nada que no hiciera por esta familia.
―Rompe la mirada y continúa―. Y si tuviéramos la oportunidad de recuperar a
Ares, no hay nada que esta familia no haría por él.
Mi padre nunca me ha dicho que me quiere. Nunca me ha dicho que está orgulloso
de mí. Esta de aquí es su versión. Y por primera vez desde la muerte de mi hermano,
una sola lágrima me quema el fondo de los ojos. Me la quito tan rápido como sale,
pero el apretón de mi mano me dice que Daphne lo ha visto.
―Ares nos mostró lo que es la familia. Y todos deberíamos tomar una página de
su libro y aprender. Somos Godwins. ―Sus ojos ahora se fijan en su hermano,
Leander, y luego en su otro hermano, Hector―. Es hora de que actuemos como
Godwins. Sólo espero que la última tragedia de esta familia en mucho tiempo sea
perder a Ares.
Mientras todos nos dirigimos a la entrada de la iglesia, me siento como si me
hubieran dado una paliza. Aún tenemos que ir a enterrar el cuerpo en la parcela
familiar, pero sólo están invitados los familiares directos. Me gustaría no tener que
ir, porque lo último que quiero es ver cómo entierran a Apollo mientras yo vivo la
vida que le han robado.
Daphne sigue cogiéndome de la mano, un apoyo que no esperaba que fuera tan
necesario y bienvenido.
―Voy a por nuestros abrigos ―dice, inclinándose hacia mí.
Me inclino y le beso la frente. No sé por qué. No es algo que haya hecho antes con
nadie, pero me pareció lo correcto.
Justo cuando aparto los labios, me doy cuenta de que Phoenix me mira fijamente...
En realidad, mira fijamente a Daphne y la forma en que su mano está entrelazada
con la mía. Hay asco en sus ojos. No hay razón para que no le guste Daphne. Aunque
todos sabíamos que Daphne y Apollo tenían problemas maritales, no creo que nadie
se lo echara en cara a la mujer. ¿Y por qué no iba a alegrarse de ver a un matrimonio
reconectándose, o a una esposa apoyando a su marido el día que entierran a su
hermano gemelo? Las dagas que salen de sus ojos tienen poco sentido.
Cuando Daphne va por nuestros abrigos, me acerco a él para ver qué pasa. Pero
antes de que tenga oportunidad, se acerca a nuestro padre y empieza a susurrarle
algo al oído. Sea lo que sea lo que le está diciendo a mi padre, sus ojos se entrecierran,
su mandíbula se tensa y sus ojos recorren la habitación antes de posarse en los míos.
é que algo va mal cuando veo a Troy irrumpir en mi dirección. Sé que algo va
realmente mal cuando me doy cuenta de que Apollo cruza la habitación igual
de rápido para interceptar lo que sea que Troy esté a punto de hacer.
Sin decir una sola palabra, Troy me coge del brazo y me lleva a la fuerza al
guardarropa. No hay nadie en la habitación hasta que entra Phoenix, el hermano de
Apollo, seguido de cerca por Apollo.
―¿Qué está pasando? ―exige Apollo. Despeja la distancia hasta donde Troy me
está magullando el brazo con su agarre. Me aparta de su padre y añade―. ¿Qué estás
haciendo?
Nunca he visto a Apollo enfrentarse a su padre, hablar en un tono que no sea
respetuoso, ni defenderme jamás. Pero al mismo tiempo, nunca había visto a su
padre tan enfadado conmigo. Hay furia en sus ojos, y cuando miro a Phoenix, me
doy cuenta de que la misma furia está en los suyos. Me escondo detrás de Apollo,
no sé qué he hecho para merecer esta animosidad, pero tampoco sé si tengo fuerzas
para enfrentarme a ellos. Me superan en número.
―Pregúntale a tu mujer ―dice Troy entre dientes apretados.
Apollo se vuelve para mirarme. Veo que está tan confuso como yo.
Cuando Apollo no hace lo que Troya le pide, da un paso hacia mí, pero Apollo
sólo me empuja más atrás, detrás de él, para protegerse.
―Qué grosero soy, Daphne. No conoces a mi otro hijo, Phoenix. Supervisa la
seguridad de Empresas Medusa. Es el hijo al que le gusta vigilarlo todo. Y cuando
digo todos... quiero decir todos.
Se me cae el corazón. Oh, joder. Oh joder. Oh, joder.
Apollo debe de notar el miedo que siento en la expresión de mi cara, porque se
aleja un paso de mí para poder verme mejor. Sigue sin decir nada, pero veo
preguntas en sus ojos.
―Phoenix acaba de comunicarme una información. Revisó las imágenes de
seguridad de la noche en que Apollo mató a Jenson en la sala de juntas. Está
sombreada, y es muy difícil de ver. Tan difícil que habíamos perdido la esperanza
de poder averiguar quién fue el que delató a Apollo a las autoridades dándoles el
vídeo que grabaron. Vimos un cuerpo. Pero no pudimos atar cabos. ―Hace una
pausa para asegurarse de que Apollo está prestando atención.
»»Habíamos visto todas las imágenes del ascensor, de otras zonas de la décima
planta. Todas las personas estaban identificadas. Y nos habíamos dado cuenta de
que la querida esposa de Apollo también estaba en esa planta. No había razón para
que Phoenix creyera que eso era fuera de lo común. ¿Por qué no iba a estar en la
planta donde estaba el despacho de su marido?
No puedo respirar. No puedo tragar. No puedo moverme.
―Excepto que Phoenix finalmente pudo pasar el video a través de programas para
finalmente distinguir la figura ensombrecida. ¿Y adivina lo que vio, Daphne?
Adivina.
Yo no digo nada. ¿Es necesario?
―Vio a la querida esposa de Apollo, con su teléfono afuera, grabando la sala de
juntas. ―Troy cruza los brazos contra el pecho―. Curioso. ¿No crees?
Apollo se aleja otro paso de mí mientras veo que procesa las palabras que acaba
de pronunciar su padre.
―Y ―añade Troy―, Phoenix pudo hacerse con las imágenes reales de lo que
tenían las autoridades. ¿Y adivina qué? Esas imágenes fueron tomadas en el ángulo
exacto en el que estabas. Raro, ¿verdad? Raro, porque de ninguna manera un
Godwin, la esposa de Apollo, se atrevería a traicionar a esta familia. De ninguna
manera alguien sería tan tonto.
―Te voy a matar, joder ―oigo decir a Athena cuando sale de las sombras de la
habitación, oyéndolo todo claramente―. Voy a cortarte las piernas, tirarte encima
del ataúd de Ares y enterrarte viva.
No me agrede, pero espero que lo haga. Espero que todos lo hagan. Retrocedo
hasta apoyarme contra la pared del guardarropa. Miro a Apollo y se me saltan las
lágrimas.
―Lo siento. No estaba pensando. Yo...
―¿Fuiste tú? ―Apollo pregunta―. ¿Fuiste a la policía?
La forma en que me mira...
Oh, Dios... la forma en que me mira. El dolor en mi corazón es como si ya me
hubiera apuñalado.
―Actué por desesperación. ―Miro a Troy, Athena, Phoenix, y luego de nuevo a
Apollo―. Quería salir del matrimonio, y pensé que este era el camino. Pero si
pudiera retirarlo todo...
―Ares iba a ir a la cárcel el resto de su vida por tu culpa ―sisea Athena.
―¿Sabes cuál es el castigo por traicionar a un Godwin? ―Troy pregunta con una
sonrisa diabólica. No parece enfadado. En realidad parece divertido. Como si todo
esto fuera diversión y juegos para él.
―Lo siento ―vuelvo a decir, dándome cuenta de que los cuatro bloquean la única
salida de la habitación. Considero la posibilidad de gritar pidiendo ayuda, pero a
estas alturas, la mayoría de los invitados ya se habrán ido, e incluso si me oyeran,
¿se atreverían siquiera a ir contra Troy Godwin? Además, montar una escena podría
empeorar la situación.
―Nos vamos ―anuncia Apollo, sorprendiéndome al cogerme de la mano y tirar
de mí hacia él.
―Apollo, ¡ella te hizo esto! ―Troy retumba―. Ella te grabó en vídeo y luego se
convirtió en una bola de nieve hasta el punto de que tu hermano iba a ir a la cárcel
para siempre. Todo por lo que tu mujer te hizo.
Está claro que Troy, Phoenix y Athena no van a apartarse de la puerta. Pero me
agarro a la mano de Apollo como si fuera mi salvavidas, y la verdad es que lo es. El
hecho de que siga viva y él no me haya matado dice mucho. Pero, de nuevo, fue Ares
el asesino de la familia. Supongo que debería estar agradecida de que esté en el ataúd
ahora mismo.
―Ella necesita morir ―dice Athena mientras Phoenix asiente―. O matas a tu
esposa, Apollo, o lo haré yo.
Apollo respira hondo y dice.
―No vamos a hacer nada ahora en un guardarropa. En una iglesia. Voy a manejar
esto a mi manera. A mi manera. Ella es mi mujer, esta es mi situación, y necesito que
todos se aparten de una puta vez.
Nunca había oído a Apollo hablar con tanta firmeza. Jamás. Y está claro, por la
forma en que Troy, Phoenix y Athena miran con la boca abierta, que tampoco lo
habían oído nunca.
―Hay que castigarla ―dice Troy, con los ojos entrecerrados mientras sin duda
piensa en todas las formas de hacerlo.
―Y lo haré ―dice Apollo. Luego me fulmina con la mirada y me ordena―. Vete
a casa. Ahora mismo. Espérame allí. ―Luego se vuelve hacia su familia y dice―.
Vamos a ir a enterrar a mi hermano. Merece descansar antes de que hagamos nada
más. El cura está listo y no vamos a hacerle esperar. ―Me arrastra a través del mar
de odio hasta que estoy fuera del guardarropa―. Vete a casa, Daphne.
Furia. Puedo oírla, sentirla, saborearla en cada sílaba de sus palabras. Pero
también veo... razón. Apollo siempre ha sido el razonable.
Nunca en mi vida había sentido tanto alivio, pero también terror. ¿Qué pasará
ahora? ¿Qué voy a hacer? ¿Adónde voy? ¿Hago caso a mi marido? ¿O es él quien va
a matarme?
fuera está oscuro, muy oscuro, pero aún puedo distinguir las formas de los
coches. No le veo.
Todavía no.
Estar en el corazón del centro de Seattle significa que el exterior es ruidoso y
activo, pero las paredes del hotel amortiguan la mayoría de los sonidos de la ciudad.
El zumbido de mis oídos y el latido de mi corazón es todo lo que queda.
Esconderse en el hotel es temporal. Lo sé. No puedes esconderte de los Dioses. Y
el mismo Zeus me enfrentó esta noche. No puedo salir ilesa de esto porque Troy
Godwin sabe lo que hice. Todos saben lo que hice. Pero necesito tiempo. Necesito
pensar. Necesito planear; o tal vez necesito esconderme.
Mirando la calle de abajo, me pregunto si Apollo vendrá por mí o si será Troy. Tal
vez ninguno de los dos. Ahora que Ares está muerto, no pueden enviar al sicario de
la familia, así que tendrán que ocuparse de mí ellos mismos. Tal vez no valga la pena
su tiempo y simplemente contraten a alguien para que se ocupe de mí. Un empleado
sin nombre ni rostro que saque la basura.
Mis ojos se cierran, se abren y se vuelven a cerrar mientras intento borrar los
recuerdos del funeral. La forma en que Apollo me miró cuando su padre le informó
de lo que había hecho...
Nunca había visto el aspecto de un hombre traicionado. Ahora que lo he hecho...
Joder. Ojalá pudiera volver atrás. Ojalá pudiera volver atrás en el tiempo y hablar
con la mujer herida en una misión de venganza. No vale la pena. El dolor no
desaparecerá. No se llevarán los demonios. No lo hagas. ¡No lo hagas!
¿Por qué lo hice? ¿Por qué lo hice?
Suena mi teléfono, interrumpiendo mi deseo de pasar las páginas de este oscuro
y macabro libro. Me acerco a la mesa y suelto un gemido cuando veo que es mi
hermana. Estoy medio tentada de no cogerlo, temerosa de que note el miedo en mi
voz y quiera ayudarme, pero también sé que Ani es implacable y seguirá
intentándolo toda la noche hasta que conteste a su llamada.
―Hola, hermanita ―digo mientras me siento en el sofá. Intento igualar la voz
para disimular lo aterrorizada que estoy, pero mi hermana me conoce mejor que
nadie. Mi mejor opción es decir lo menos posible en esta conversación.
―¿Qué tal el funeral? ―pregunta.
―Duro ―respondo, no queriendo mentirle nunca.
―Ojalá hubiera podido estar ahí para ti. Ojalá...
―Entiendo por qué no lo hiciste ―interrumpí. Aunque odiaba la razón. El imbécil
de su marido nunca le permitiría salir de Heathens Hollow. Ni siquiera para apoyar
a su hermana y ayudar con una muerte familiar. Nunca hay una razón para dejarlo.
Ani debe estar siempre a su lado, a menos que él quiera irse a beber y drogarse con
sus amigos.
―¿Cómo está Apollo? ―pregunta.
¿Debería decirle que él puede querer matarme? Puede que me quiera muerta. El
resto de los Godwin lo hacen.
―Creo que tendrá una recuperación completa ―digo en su lugar.
―Tengo noticias.
Por favor, dime que vas a dejar a tu marido. Dime que al final ha hecho algo que
ha ido demasiado lejos y que le pides el divorcio. Por favor, que esta sea la llamada
en la que pidas ayuda y me permitas sacarte de esa horrible situación. Que sea una
llamada de cordura. De razón.
―Estoy embarazada ―anuncia.
Me trago un profundo suspiro que lucha por no brotar de mi cuerpo.
―¿Estás segura de que esto es lo que quieres? ¿Estás segura...?
―¡Claro que quiero el bebé! ―interrumpe.
―No estoy hablando del bebé. Es una noticia increíble ―aclaro rápidamente―.
Claro que lo es. Solo quiero decir... ¿Piensas criar al bebé con él?
―Es el padre, Daphne. ―La oigo suspirar, pero no estoy segura de si va dirigido
a mí o al hecho de que mi pregunta no hace más que recordarle la agitación que lleva
dentro desde que se enteró de que iba a tener un hijo suyo.
―Podrías venir aquí. Conmigo. Podemos criar al bebé juntas. Ani, no lo necesitas.
―Tú y yo sabemos que no es tan sencillo.
―Pero podría serlo.
Hay una larga pausa y luego pregunta:
―¿A qué te refieres cuando dices que podríamos criar al bebé? ¿Y Apollo?
No respondo de inmediato. No sé cómo responder ni cuál es la respuesta. Desde
el accidente, me siento como una ciega abriéndose camino en un laberinto. Las cosas
ya no son tan blancas y negras como antes. Ya nada tiene sentido. Nada está claro.
―¿Por fin te divorcias de él? ―pregunta Ani.
―Tú y yo sabemos que no es tan sencillo ―repito como un loro su afirmación
anterior―. Además, no se trata de Apollo o Mark. Se trata del bebé. Tú y yo podemos
hacerlo. No necesitamos a nadie más que a nosotras.
Hay una larga pausa. Silencio al otro lado. Pero el silencio es bueno. El silencio
significa que Ani está pensando en la oferta. Está considerando cómo sería su futuro
si se separara de su maltratador.
―Nunca me dejaría ir.
―No preguntaremos ―digo, sin querer perder la conversación pero sintiendo ya
que se escabulle hacia su vida de aceptación.
Oigo la voz de Mark de fondo.
―Tengo que irme ―dice en tono bajo―. Pero quería compartir las buenas
noticias. Intentaré llamar en uno o dos días. ―Cuelga el teléfono antes de que pueda
decir otra palabra, pero no es algo que me resulte desconocido.
Así es como van nuestras conversaciones. Utiliza el móvil oculto que le regalé
cuando su marido no está. Nuestras conversaciones son rápidas, secretas y siempre
acaban conmigo queriendo correr a su lejana torre y salvarla del monstruo.
Llaman a mi puerta.
―Servicio de limpieza.
Parece que nunca me acostumbraré a que los hoteles de lujo como éste te bajen la
cama. Como no quiero el servicio nocturno, abro la puerta para que sigan su camino.
―Gracias, pero esta noche no necesitaré sus servicios ―le digo con una sonrisa de
bienvenida, pero me detengo al notar que algo no va bien.
El ama de llaves parece asustada. Me mira con los ojos muy abiertos y la cara
pálida. Mi corazón se detiene durante una fracción de segundo, sin saber qué puede
hacer que la mujer tenga ese aspecto.
―¿Va todo bien? ―Pregunto.
Mi pregunta se responde cuando el ama de llaves se hace a un lado y Apollo ocupa
su lugar. Cabello oscuro, ojos penetrantes y la misma expresión de traición en el
rostro de cuando lo dejé en el funeral.
Apollo le entrega a la mujer un fajo de billetes y le lanza una mirada de advertencia
que me produce un escalofrío.
―Esta noche no ha pasado nada fuera de lo normal. Sería una pena encontrarte
mañana.
―Sí, señor ―dice la mujer y se da la vuelta para alejarse a toda prisa. Ni siquiera
me mira, pero no la culpo. ¿Quién se enfrentaría a Apollo Godwin? No creo que el
dinero tuviera nada que ver con su marcha y, sin duda, con que mantuviera la boca
cerrada. La pobre ama de llaves temía no sólo por su trabajo, sino incluso por su
vida.
Nadie se mete con un Godwin.
Entonces me doy cuenta de que yo también debería temer por mi vida.
Intento cerrar la puerta de un portazo, pero Apollo ya ha colocado su zapato de
cuero negro en el umbral y utiliza el brazo para abrir aún más la puerta.
Sus ojos recorren mi cuerpo.
―Ahora, amor, así no es como tratas a tu marido. El día que enterramos a mi
hermano, espero algo mejor de ti.
Se me corta la respiración cuando Apollo entra a la fuerza en la habitación del
hotel y cierra la puerta tras de sí. Miro por encima del hombro hacia el sofá, donde
había dejado el móvil. También me planteo gritar, pero creo que debo tener mucho
cuidado con la forma en que afronto esta situación con Apollo. Gritar, correr o
incluso pelear podría hacer que me mataran. He aprendido una cosa desde que me
convertí en Godwin y es que no les gustan los líos. Y son muy, muy buenos
limpiándolos.
―No sé por qué estás aquí ―digo, retrocediendo unos pasos hacia el sofá.
―Creo que sí ―replica Apollo mientras camina lentamente hacia mí. Me recuerda
a un puma acechando a su presa: calculado, sigiloso, letal. Se detiene justo delante
de mí―. Te dije que te fueras a casa.
―Yo... sentí que conseguir una habitación de hotel sería mejor... Considerando.
Un destello feroz de sus dientes casi me hace doblar las rodillas.
―Considerando…
La sangre corre caóticamente por mis venas.
―Deberías estar con tu familia. Llorando.
Se ríe, que no es exactamente la reacción que espero.
―Sí que sabes cómo cambiar el ambiente de un funeral. ―Una pequeña sonrisa
ilumina su rostro―. Prefiero la rabia a la tristeza cualquier día, así que supongo que
debería darte las gracias.
―No conocía a tu padre ―empiezo, tragándome el gran nudo que tengo en la
garganta―. No esperaba que se enfrentara así a mí en el funeral.
―¿Creías que podrías salirte con la tuya? ¿Que no te pillarían? Tenías que saber
que tenemos cámaras por todas partes en Medusa Enterprises.
―Esperaba que al final te enteraras ―admito. Pero cada día que pasaba en el que
no me confrontaban era un día en el que aumentaba mi confianza en que, después
de todo, me había salido con la mía.
―¿Y sabías que habría consecuencias? Tenías que saber que mi padre exigiría
consecuencias. Que yo también lo haría.
Las imágenes de la muerte pasan ante mis ojos.
―Si grito… ―empiezo.
―Si gritas, morirá gente inocente. Tengo hombres en los pasillos preparados para
limpiar cualquier desastre que surja. ―Sus ojos se clavan en los míos y por un
momento veo... tristeza. Pero entonces la mirada desaparece tan rápido como vino,
y sus brazos se cruzan contra su pecho―. Espero que esto sea lo más limpio posible.
Pero eso depende de ti.
Puedo oír los rápidos latidos de mi corazón en mis oídos.
―Quiero que te vayas ahora mismo. ―Mi voz se quiebra al hacer la petición.
―Sí, bueno... todos queremos cosas en la vida, ¿no?
Echo otro vistazo a mi teléfono, preguntándome si es posible alcanzarlo y marcar
el 911 antes de que Apollo pueda detenerme.
―Podrías intentarlo por teléfono ―dice, sin apartar los ojos de mí y leyendo de
algún modo mi mente―, pero entonces las cosas se ensuciarían. ―Me mira de pies
a cabeza con una sonrisa diabólica―. Pero, ¿quizá te gusta ensuciarte?
―¿Qué vas a hacer? ―Preguntar esas palabras parece quitarme el aliento que me
queda en el cuerpo. Me siento desfallecer mientras intento imaginar en mi cabeza lo
que podría ocurrirme. La probabilidad de que salga con vida de esta situación parece
cada vez menor con cada pensamiento horripilante que pasa por mi mente.
Pero este es mi marido. Mi marido. Apollo no me mataría. Tal vez su hermano lo
haría, pero está muerto. Su padre lo haría, pero no está aquí. Hasta Athena me
degollaría con gusto. Pero no Apollo. No mi esposo.
Sin responder a mi pregunta, Apollo hace la suya.
―¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué ir a la policía con el vídeo?
―Ya sabes por qué. ―Trago saliva.
―No. No lo sé. Dímelo.
―Pensé que sería mi balsa salvavidas. Quería salir del barco Godwin. Tú lo sabes.
Tú y tu familia no me permitieron irme. Simplemente quería irme ―digo en voz
baja, recolocando mi peso de un pie descalzo al otro.
―Yo asumí... mi hermano asumió la culpa por lo que hiciste.
―Se suponía que tenías que cargar con la culpa ―replico, con la voz chirriante―.
Yo te delaté. No a tu hermano. No es culpa mía que dejaras que Ares cargara con la
culpa de matar a ese hombre.
No responde, pero parece estudiar cada centímetro de mi cara. Siento como si
intentara leerme, sumergirse en mis pensamientos. Su proximidad y la forma en que
sus ojos parecen devorar cada centímetro de mi piel me hacen alejarme unos pasos
de él.
Más cerca de la puerta.
Más cerca de mi oportunidad de correr.
―¿Crees que he venido a matarte? ―gruñe mientras da pasos lentos y calculados
hacia mí, acortando la distancia que acabo de crear entre nosotros.
Está jugando conmigo. Está jugando conmigo como un gato lo hace con un ratón
justo antes de matarlo.
―No sé por qué estás aquí ―digo mientras giro sobre mis talones y salgo
corriendo hacia la puerta.
Un dolor agudo estalla en la nuca.
Oscuridad.
unca golpees a una mujer. Si mi madre aún viviera, estaría furiosa conmigo
por golpear a Daphne como lo hice. Los hombres no maltratan a las mujeres.
Ni un golpe en la cara ni nada que pueda estropear una hermosa sonrisa con
moretones o sangre. Eso no quiere decir que los hombres de mi familia no
disciplinaran y castigaran cuando lo merecían, y todos tenemos formas perversas de
realizar tales actos. Pero no dañamos físicamente a una mujer inocente en un acto de
violencia incontrolada. No conozco todos los entresijos de la relación que mi
hermano mantenía con Daphne, pero puedo afirmar con seguridad que nunca le
pegó. La familia Godwin tiene reglas, y no golpear a una mujer es una de ellas. Mi
padre siempre ha sido un hijo de puta despiadado. A veces torturaba a mi madre...
mentalmente. Por no hablar de lo que hizo a sus hijos. Pero nunca golpeó a mi madre.
Nunca le dio una bofetada o un puñetazo en un ataque de ira. Y sí... era un hombre
que se enfurecía.
Tendré que pedir perdón más adelante a los antepasados Godwin que aún hoy
nos persiguen. Pero no tuve elección. Sé que Daphne no se iría en silencio. Vi que
sus ojos cautelosos daban vueltas mientras intentaba idear un plan de escape, y
ahora no era el momento de acallar sus gritos ni de lidiar con sus uñas arañándome
la cara. Aunque los Godwin están conectados en lo más profundo del mundo
hotelero, éste no nos pertenece, y cuanto menos escenario, mejor. Hay tiempo de
sobra para el miedo y la actuación de Daphne en la intimidad de Olympus Manor.
Cojo el cuerpo inerte de Daphne entre mis brazos y la acuno contra mi pecho,
intentando ignorar el aroma a lavanda que desprende su larga melena castaña.
También trato de no prestar atención a la suavidad de sus piernas desnudas, que he
recogido sobre mi brazo, carne con carne.
Quiero estar enfadado. Quiero seguir enfadado.
La ira me mantendrá centrado. He de recordarme que esa mujer que yacía en mis
brazos intentó destruir a mi hermano y me arrastró a mí y a nuestra familia... Sí,
necesito seguir enfadado. Iba a pasar el resto de mi vida entre rejas por su culpa.
Traicionó a nuestra familia, y casi destruyó cualquier oportunidad que tenía de
libertad. Ella quería hundir a Apollo, y por eso debe ser castigada.
Su pequeña estatura me facilita el camino hacia la puerta. Cuando salgo del hotel,
mis hombres me esperan en el pasillo. Puedo entregar a Daphne a cualquiera de
ellos, pero me gusta el calor de su cuerpo contra el mío. Nunca debería admitirlo,
pero no renunciaré a este pequeño placer. Me encargaré de la mujer de mi hermano,
ahora mi mujer, yo mismo. Además, tiene sentido que cargue con mi mujer y no
quiera que otro hombre la toque.
―¿Está listo el helicóptero? ―pregunto mientras bajo las escaleras de emergencia,
prestando mucha atención a que la cabeza o los pies de Daphne no choquen contra
la barandilla o la pared.
―Sí ―dice Johnny, un hombre que ha trabajado lealmente para mi familia
durante más de una década, mientras me sigue de cerca con la pistola preparada por
si acaso―. Estamos bien. El coche está en el callejón esperando para llevarte.
Acelero el paso cuando Daphne se revuelve. Un suave gemido se escapa de sus
labios carnosos y sus largas pestañas se agitan. Tengo en mis brazos a una bella
durmiente que está a punto de convertirse en una banshee gritona si no actúo con
rapidez. No quiero volver a dejarla inconsciente, pero tampoco quiero lidiar con una
mujer histérica que lucha por su vida. Tiene que estar en el coche antes de que se
despierte.
Cuando llego al coche, coloco el cuerpo inmóvil de Daphne en el asiento trasero
con la mayor delicadeza posible. Ya se va a despertar con un buen chichón en la nuca
y no tengo intención de añadir más moratones y cortes a su cuerpo si puedo evitarlo.
Corro al otro lado del coche y me meto en el asiento trasero junto a ella. Sin
pensármelo mucho, levanto su cabeza y la coloco sobre mi regazo. Golpeo el cristal
insonorizado que me separa del conductor y le indico que es hora de irnos.
Daphne vuelve a gemir y mueve la cabeza de un lado a otro. Al instante me
arrepiento de haberla colocado así, ya que su cara roza la punta de mi polla. No
quiero que controle mi mente ni mi cuerpo. Lo último que necesito es enturbiar las
aguas...
¡Pero joder!
Su cara vuelve a tocarla, y mi polla tiene mente propia, se endurece y presiona mis
pantalones como si fuera un adolescente cachondo.
Miro por la ventana y pienso en la tarea que tengo entre manos. Concéntrate,
concéntrate. No voy a mirar su cara angelical, sus labios carnosos ni la forma en que
su cabello de seda cae en cascada alrededor de mi muslo. No miraré sus bragas
negras de encaje que están a la vista desde que se le subió el vestido cuando la
coloqué en el asiento trasero. No imaginaré mi polla hundida en ese coño suyo que
sólo se esconde tras un fino trozo de tela.
A la mierda...
Sí, lo haré.
No puedo evitar imaginarme lo apretado que se sentirá su agujerito ordeñando
mi...
Como un rayo, Daphne abre los ojos y se incorpora. Acercándose a la puerta con
ojos desorbitados, extiende las manos para bloquear un ataque que no llega.
―¡Aléjate de mí! ―grita―. No me hagas daño.
Sí, esta es la reacción que esperaba. Por suerte, ya estamos en el coche rumbo a
Heathens Hollow, y no hay nadie que oiga sus gritos.
―Cálmate ―digo mientras recoloco mi polla palpitante para que no sea tan
evidente lo dura que sigue estando.
Sus ojos recorren el coche y el paisaje.
―¿Adónde me llevas? ¿Qué haces? ―Por el tono agudo de su voz y la forma en
que su pecho se agita con cada sílaba, veo que no sigue mis órdenes y que no está
nada tranquila.
―Entrar en pánico ahora mismo no ayudará a tu situación.
Alcanza la manilla de la puerta y rápidamente comprueba que está cerrada por
fuera. No puedo evitar sonreír, imaginándome a la mujer saltando de un vehículo
en marcha sin nada más que un vestido negro, bragas y corriendo descalza por las
calles empapadas de lluvia de Seattle. Estoy viendo hasta qué punto mi hermano se
casó con una fiera, y no puedo culparle por ello. Hay mucho coraje y agallas en su
pequeño cuerpo. Demonios, tuvo las agallas de intentar diezmar a un Godwin
traicionándolo. Ni siquiera nuestros oponentes más valientes serían tan audaces.
Como un animal enjaulado, aprieta aún más su cuerpo contra la puerta, si es que
eso es posible, mientras me mira con los ojos muy abiertos y los labios temblorosos.
Se lleva la mano a la nuca y se frota.
―Me has dejado inconsciente. Me has pegado ―dice.
―Si hubiera otra manera, lo habría hecho. Lo último que necesitamos es una
escena en el vestíbulo del hotel. Sabía que no te irías conmigo tranquilamente.
―¿Me culpas? ―Vuelve a mirar fuera―. ¿Me llevas a casa?
No le contesto. Sé que tiene miedo, pero eso es exactamente lo que necesito ahora.
El miedo me da poder, y Daphne Godwin necesita comprender de verdad lo
poderoso que soy. Si pudiera ser realmente yo, Ares Godwin, se mearía encima y
suplicaría clemencia, sabiendo lo aterrador que soy. Pero ahora mismo, soy Apollo
a sus ojos, y como le resultó tan fácil traicionar a mi hermano... está claro que no
teme a Apollo. Al menos no todavía. Sin embargo...
―¿Me llevas con tu padre?
Aprenderá que debe temerme a mí y no a mi padre.
―Por favor ―dice mientras su cuerpo se estremece. No llora, cosa que admiro.
Me imaginé que no se derrumbaría fácilmente, y no me está defraudando en mi
suposición. Sabía que sería una oponente digna―. No tienes que hacer esto. No es
demasiado tarde para dejarme ir. Simplemente me iré. Iré a estar con mi hermana.
No pediré nada en el divorcio. Sólo déjame ir y podemos actuar como si este
matrimonio nunca hubiera sucedido. Eso es todo lo que siempre quise. Sólo quería
salir.
Sigo sin decir nada y me quedo mirando por la ventana. Mi hermano no se casaría
con una mujer que careciera de inteligencia. Por lo poco que sé, Daphne no es una
mujer a la que subestimar. Sé que si no tengo cuidado, es probable que me lea la cara.
Ella puede recoger en la agitación de los pensamientos y emociones que rabian
dentro de mí. No le daré ningún arma para usar contra mí si puedo evitarlo. Puede
que haya sido una oponente feroz con mi hermano, pero no es rival para mí, y
cuando acabe con ella esta noche lo sabrá.
―¡Escucha, hijo de puta! ―grita mientras me golpea con los puños―. ¡Para este
coche inmediatamente!
Y ahí está.
La reacción que realmente esperaba.
Daphne Godwin no es una flor marchita. Esta es la valentía para la que me he
preparado, y ya tengo un plan sobre cómo voy a manejar esta pistola.
No le cuesta mucho esfuerzo juntar ambas manos mientras la mira directamente
a los ojos.
―No ―afirmo con severidad.
―Vete a la mierda ―escupe.
Sus ojos se dilatan y brillan de rabia mientras me devuelve la mirada, pero aún
puedo ver un destello de miedo en ellos. He torturado y matado lo suficiente como
para saber exactamente lo que es esa mirada de miedo, y Daphne la posee, aunque
esté haciendo un gran esfuerzo por ocultármela con su agresiva bravuconería.
―No sé lo que planeas hacer. O lo que quiere tu padre, pero soy tu mujer. Puede
que ahora no signifique nada, pero sigo creyendo que alguna vez lo hizo. Soy tu
esposa, Apollo. Tu esposa. ―Ella lucha por liberar sus manos de mi agarre.
―Exactamente. Eres mi esposa. Mi esposa. Así que explícame por qué hay
imágenes tuyas filmándome matar a ese hombre. Y dime por qué irías a las
autoridades. Y dime por qué querías verme pasar el resto de mi vida entre rejas. ¿Son
esas las acciones de una esposa?
Mi pregunta es acusatoria. Ya sé la respuesta. Ya sé que el objetivo de Daphne era
acabar con mi hermano de la forma más vengativa. Le salió el tiro por la culata
cuando asumí la culpa por él, pero ella no tenía forma de saber lo fuerte que era
nuestra conexión fraternal y que no había nada que yo hiciera por Apollo y la familia
Godwin.
―Y dime cómo podías vivir contigo mismo sabiendo que iban a encerrar a Ares
en la cárcel el resto de su vida por lo que hiciste. Incluso podrían haber pedido la
pena de muerte.
―Te lo dije. No sabía que Ares se vería involucrado. Sólo estaba arremetiendo
contra ti. Sólo contigo.
Asiento con la cabeza.
―Sí... Las acciones de mi esposa.
Fue duro hablar de mi hermano, y fue aún más duro hablar de mí en pasado y
decir mi nombre como si no fuera yo. Necesito recuperar el control. Necesito sentir
rabia en lugar de agitación. Necesito recuperar el control, y sé cómo hacerlo.
Recuerdo débilmente a su hermana en la boda de Apollo. Estoy bastante seguro
de que Daphne es cercana a ella, así que me arriesgo utilizando el arma más eficaz
de todas: la familia.
―Así que tal vez debería hacer pagar a tu hermana como intentaste hacer con mi
hermano ―digo―. Tal vez tu hermana debería ser el sacrificio por tus crímenes.
Ella se congela.
Sé que mencionar a su hermana es jugar sucio, pero la verdad es que puedo
aniquilar todo lo que es importante para ella si quiero. Tiene que darse cuenta de
esto y andar con cuidado. Mujer o no, esposa de mi hermano o no, mi misericordia
sólo llega hasta cierto punto.
Le suelto las muñecas y giro la cabeza para volver a mirar por la ventana. Ya le he
dado suficiente para que se comporte. Mencionar la muerte de la familia suele bastar
para que se calle...
―Hijo de puta ―grita mientras me da un puñetazo en la mandíbula.
No me lo esperaba.
―¡Deja a mi hermana fuera de esto! ¿Me oyes? ―Daphne sigue golpeándome
mientras me sacudo las estrellas cegadoras de un potente gancho de derecha―.
Tortúrame. Mátame. Viólame. Tira mi cuerpo en alguna tumba poco profunda, ¡pero
déjala a ella fuera de tu locura enfermiza!
Vuelvo a agarrarla por las muñecas y forcejeo con su cuerpo que me ataca.
―Te doy hasta la cuenta de tres para que pares. Uno ―gruño―. Dos ―continúo
mientras su cuerpo tira y gira en un combate inútil―. Tres ―digo mientras volteo
su cuerpo sobre mi regazo, inmovilizándola con el peso de mis piernas sobre las
suyas para impedir que patalee. Nunca he torturado ni matado a una mujer. Pero
eso no significa que no las haya atormentado de otras formas. Formas que pueden
hacer que Daphne desee que la trate como trato a los hombres que se cruzan en mi
camino.
―¡Suéltame! ―grita una y otra vez mientras me aseguro de que no hay forma de
que pueda soltarse de mi agarre. Los puños cerrados de Daphne están inmovilizados
en su espalda con una de mis manos, y su cuerpo yace rígido sobre mi rodilla.
―Mala, mala elección, mi esposa. Mala.
El vestido ya le llega a la mitad del torso, dejando al descubierto la mayor parte
del vientre y todo el trasero. Su trasero, cubierto de bragas, está a la vista, volcado
sobre mis rodillas mientras la aprieto. Sigue exigiendo que la libere, pero hago caso
omiso de sus fútiles peticiones.
―Estoy a punto de enseñarte lo que pasa si eres mala.
o tengo ni idea de lo que está pasando. No sé si debería temer por mi vida o
estar furiosa con mi agresor. Me invade la furia, pero también el terror al
verme inmovilizada sobre el regazo de mi marido.
¿Debo exigir mi liberación?
¿Debo pedir clemencia?
Debería aceptar mi destino y...
¿Cuál es mi destino?
¿La muerte?
Violación... ¿Puedes ser violada por un hombre al que juraste honrar y obedecer?
Sí, no... La incertidumbre de lo que está por venir casi me provoca un ataque de
pánico en toda regla.
¿Y ahora qué?
¿Una tortura agonizante de la que sólo he visto fotos u oído historias de terror?
¿Y mi hermana? ¿Está en peligro también? He aprendido que nunca hay que
subestimar a un Godwin.
―Cuanto antes aprendas a obedecerme, mejor, princesa ―dice Apollo mientras
me presiona las manos atrapadas en la parte baja de la espalda. Nunca me había
llamado princesa. Hay una siniestra seducción en ello.
Una de sus manos envuelve las dos mías, y por mucho que intento liberarme de
su agarre, no hago ningún progreso. Sé que el hombre es fuerte. ¿Cómo no iba a
serlo, teniendo en cuenta que es un Godwin y forma parte de una de las familias más
temidas no sólo de Seattle, sino posiblemente del mundo? Pero yo tampoco me he
considerado nunca una mujer débil.
Intento dar una patada con las piernas, pero también están sujetas con el peso de
las suyas. No puedo hacer absolutamente nada. Y eso queda aún más claro cuando
Apollo coge la cinturilla de mis bragas y me las baja hasta las rodillas.
―¡Basta ya! ―Chillo, pero ya sé que mis demandas están siendo ignoradas―.
¡Basta!
¿Me va a violar? Yo no habría perfilado a mi marido como un violador, pero estoy
dudando de cada cosa que me ha llevado hasta este momento. Pero nunca le había
dicho a Apollo que no. Nunca he tenido que hacerlo. Él fue quien creó la distancia.
Él fue quien levantó el muro. No yo.
―Está claro que no sabes quién soy ―dice―. No acepto órdenes de nadie.
Especialmente de ti.
Tengo el culo completamente desnudo. Mi coño roza la tela de sus pantalones con
cada movimiento que hago mientras intento escapar de su agarre. Nunca me he
sentido tan vulnerable, ni humillada, en mi vida. O eso creo...
Nada podría prepararme para lo que viene a continuación.
Oigo el sonido antes de notar el dolor. La palma de su gran mano cae sobre mi
culo, una y otra vez, a toda velocidad. Permanezco completamente inaudible
mientras el hombre con el que juré pasar el resto de mi vida me azota como a una
niña descarriada en la parte trasera de un coche, mientras otro hombre, al que aún
no he visto a través del cristal tintado, sigue conduciendo como si fuera algo
habitual.
Mi silencio no es por sumisión, sino por absoluta conmoción.
¿Está ocurriendo de verdad?
¿En serio mi marido me está azotando sobre sus rodillas en lugar de follarme
contra mi voluntad como esperaba?
A medida que aumenta la intensidad de sus palmadas, también lo hace el ardor.
Un fuego profundo arde no sólo en mi culo, sino también en cada centímetro de mí.
Siento tanta vergüenza que apenas puedo respirar. La sangre me sube a la cara, lo
que se suma a la sensación de mareo que me produce estar colgada de su regazo.
―Para ―vuelvo a decir, aunque esta vez con mucha menos convicción.
Apollo me da varios azotes más en la carne desnuda, cada vez con más fuerza.
―Dime que pare otra vez ―casi gruñe―. Atrévete a decirme lo que tengo que
hacer.
Debería hacer caso a su burla y no decir nada más, pero como estoy descubriendo,
últimamente no estoy tomando precisamente las decisiones más sabias, o no estaría
aquí en este coche con Apollo a su completa merced.
―No puedes hacerme esto.
―Puedo. ―Continúa con los azotes, un doloroso golpe tras otro―. Y lo haré.
¿Crees que me conoces porque tú y yo estamos casados? ―Los punzantes golpes no
cesan mientras habla―. Pero no tienes ni idea. La verdad es que no. Pronto tendrás
una visión muy íntima de la clase de hombre que realmente soy. Y tu primera lección
es ahora mismo. Si no sigues mis órdenes, habrá consecuencias. ―Azota aún más
fuerte la carne sensible donde mi culo se une a mis muslos―. Este pequeño azote no
será nada comparado con lo que te haré. Así que te aconsejo que te andes con
cuidado y hagas exactamente lo que te diga. Esto es una advertencia. Una pequeña
y fácil advertencia.
Esto no ha sido nada fácil, y no puedo imaginar cuánto más difícil puede llegar a
ser.
Me muerdo la lengua y no digo ni una palabra más, esperando que el castigo
termine pronto. Pero no puedo contener los jadeos y gemidos que escapan de mis
labios con cada golpe abrasador en mi carne. ¡Duele! Duele más de lo que creía que
podían doler unos azotes. La mano de Apollo parece haberse transformado de
repente en un sólido trozo de madera.
Apollo me coloca las piernas lo más separadas posible en la posición en la que
estoy. A continuación, me azota la cara interna de los muslos, peligrosamente cerca
de mi coño expuesto. Aguanto la respiración cada vez que las yemas de sus dedos
rozan la delicada carne íntima. Los golpes que me da en la pierna no son tan fuertes
como los que me ha dado en el culo, pero el escozor es mucho mayor.
El aire fresco sobre mi sexo humedecido me calienta la cara. Quiero gritar, llorar,
chillar de asco, pero la vergüenza y la humillación son tantas que lo único que puedo
hacer es amortiguar cada ruido que quiere salir de mi interior.
Tal vez si me quedo completamente quieta y callada, Apollo detenga el asalto.
Pero Apollo tiene otros planes que un simple cesar y desistir.
Debería haber sabido que no evitaría mi coño abierto y susceptible.
La bofetada en mis sedosos pliegues obliga a mis labios a emitir un sonido que
resuena entre un gemido y un quejido, erótico y doloroso a la vez.
Puede oír la humedad de mi carne contra las yemas de sus dedos. El sonido me
llena de la máxima mortificación, y sé que no hay forma de que Apollo se pierda la
reacción de mi cuerpo a su fuerza.
No dice nada, cosa que no esperaba, sino que me da unos cuantos azotes más en
los labios del coño.
Jesús. ¿Puede el conductor oír el sonido de la mano golpeando la piel mojada?
Si Apollo no me mata y me saca de mi miseria, la vergüenza seguramente lo hará.
Finalmente, los azotes en el coño cesan, pero son sustituidos por Apollo
metiéndome un dedo.
―No lo hagas ―gimo, aunque cualquiera que me escuche no creería que quiero
que pare.
―¿No has aprendido? ―Pregunta Apollo―. No me digas lo que tengo que hacer.
Espero que el castigo continúe por mi arrebato verbal, pero en lugar de eso, me
mete y saca el dedo del coño. Me agito y me retuerzo contra su mano, insegura de si
quiero que siga metiéndome el dedo o que termine.
Desgraciadamente, mi cuerpo decide por mí mientras se forma una intensa
excitación con cada presión de su dedo en mi interior.
No. No. No.
Pero mi cuerpo no escucha.
Sacando el dedo justo cuando me dejo llevar por la euforia, Apollo me acerca a la
cara el dedo cubierto de mis jugos.
―Lámelo.
Miro fijamente su dedo húmedo, almizclado con mi olor, segura de haberle oído
bien.
Me pone el dedo en los labios y los presiona.
―Limpia mi dedo.
No tengo elección, porque su dedo ya está en mi lengua y puedo saborear la
salinidad de mi deseo, así que hago lo que me ordena. Chupo su dedo mientras mi
coño palpita pidiendo más.
―Eso es. Mueve la lengua ―dice―. La próxima vez que me vea obligado a
meterte algo en la boca, o en el coño, no será el dedo.
Un escalofrío me recorre la espalda ante su amenaza, pero lamo complaciente
mientras sigo chupando, esperando complacerle.
Claramente satisfecho con la limpieza, me saca el dedo de la boca.
―Pégame otra vez, o incluso golpéame, y no usaré mi mano. Llevaré mi cinturón
a este culo apretado que tienes. ―Golpea cada mejilla con más fuerza que antes,
haciéndome gritar con cada golpe―. ¿Está claro?
Como no respondo en seguida, me da otro azote aún más fuerte.
―¿Has entendido?
―Sí ―respondo. ¿Quién coño es este hombre? Apollo nunca... nunca...―. Sí.
El azote se detiene y Apollo vuelve a colocar mi cuerpo en posición vertical. La
sangre vuelve a mi cabeza y me mareo más que antes. Me libera las manos, pero
después de lo que me acaba de hacer, bien podría haberme puesto unas esposas. No
me atrevería a intentar golpearle de nuevo. Es más fuerte que yo, obviamente, pero
tampoco tiene escrúpulos. Sé que hará exactamente lo que amenaza y me azotará
con su cinturón si lo hago.
Los Godwins no hacen faroles. Lo sé.
Me agacho para subirme las bragas, pero me quedo paralizada cuando Apollo me
agarra la muñeca con fuerza.
―No. Déjalas exactamente donde están.
Estoy a punto de mandarle a la mierda y subirme las bragas sin importarme lo
que diga, pero mi culo, y mi coño, palpitantes me hacen cerrar la boca. No tengo más
remedio que sentarme e ignorar el hecho de que mi carne desnuda y acalorada
palpita contra el cuero del asiento mientras mis bragas se amontonan justo encima
de mis pies descalzos. Escalofríos recorren cada centímetro de mi piel, contrastando
con las gotas de sudor que se han formado en mi labio superior. Mi corazón late tan
fuerte que puedo oírlo en mis oídos. No sé qué me va a pasar, pero también veo que
exigir respuestas no es el camino. Tengo que pensar más que el hombre. Tengo que
recordarle a este hombre que se casó conmigo. Eligió hacerme su esposa. Y debe
haber algo en su corazón que le impide hacer lo que harían otros miembros de su
familia.
Ares ya me habría matado.
Si Apollo me quisiera muerta, lo habría hecho en cuanto forzó mi puerta.
Claramente me quiere viva por algo.
¿Es amor? Lo dudo. No Apollo. Me di cuenta poco después de nuestros votos que
el hombre era incapaz de amar a nadie.
Sólo tengo que averiguar qué es y dárselo. No me haré la heroína ni la mártir. No
hay nada que pueda decir que justifique lo que hice. No puedo negarlo, ni lo haría.
Pero haré lo que él quiera para salir vivo de este matrimonio y espero que con algo
de dignidad intacta.
Me retuerzo en el asiento, intentando aliviar la presión. No me atrevería a mirar a
Apollo a la cara ahora mismo, pero juro que con el rabillo del ojo veo una sonrisa
burlona.
Bastardo.
Si salgo viva de esta, huiré tan lejos como pueda del nombre Godwin. Nada vale
esto, y vivir en la pobreza en el lado este de Heathens Hollow suena celestial en este
momento.
Miro por la ventanilla para orientarme. Tiene sentido que me saque de la ciudad
a algún sitio, pero parece que nos dirigimos hacia el helicóptero.
Me asalta un ataque de pánico.
Me lleva a Heathens Hollow.
Olympus Manor. Donde estaremos solos. Aislados. Nadie oirá mis gritos. La
mansión se encuentra en un acantilado con vistas al mar. Es un lugar perfecto para
arrojar mi cuerpo por el borde y nadie se dará cuenta. E incluso si lo hicieran, podría
ser considerado un accidente. Un suicidio. Diablos... los Godwin pueden hacer lo
que quieran.
Había muchos rumores en torno a la mansión de la familia Godwin. Pero aún más
rumores sobre la isla de Heathens Hollow. La isla es conocida por las historias de
rituales satánicos, fiestas sexuales que llevan el perversión al siguiente nivel, e
incluso que era el lugar de subastas de sexo. Tórridas historias giran en torno a este
lugar, aunque muy poca gente lo sabe con certeza.
―El Olimpo llama ―dice Apollo cuando el coche se detiene frente al helicóptero.
No sé lo que quiere decir, pero de ninguna manera ir a Heathens Hollow es una
buena idea. Me está llevando allí por algo aún desconocido, y luego para deshacerse
de mi cuerpo con el resto de las víctimas de Godwin.
Apollo sale del coche y camina a mi lado.
No puedo salir del coche. Si lo hago, no tengo ninguna posibilidad. Una vez que
deje Seattle, sé que es el principio del fin.
unca metas la mano en la jaula de un animal salvaje.
Lo sé muy bien y, sin embargo, cuando meto la mano en el coche para sacar
a Daphne, el talón de su pie me da una patada en la nariz y me recuerda ese
doloroso hecho.
―No me toques ―grita, aunque su voz suena ronca y desgarrada.
Parpadeando, conteniendo las lágrimas y saboreando la sangre que me brota de
la nariz hasta la boca, grito con los dientes apretados:
―¿Me estás tomando el pelo? ―Me limpio la sangre, aunque sigue saliendo, y
llamo a mi chófer―. Johnny, échame una mano, ¿quieres?
Está claro que esta zorrita necesita más lecciones sobre lo que se consigue con su
actitud.
Con los ojos muy abiertos y medio desnuda, Daphne se resiste. Da patadas,
puñetazos, incluso muerde al pobre Johnny en el antebrazo. No va a caer sin pelear,
pero le devolveré la pelea.
―¡Hijo de puta! ―grita, dando patadas y bofetadas mientras ambos nos
agazapamos en el coche, intentando sacarla.
Debería haberla atado, y estoy seguro de que Johnny está de acuerdo. Pero, de
nuevo, ¿son esas las acciones de un marido?
Intento no reírme cuando el sudor cae por la frente de Johnny mientras el tipo
duro lucha contra una jovencita. Ya no lleva bragas y no le importa en absoluto que
sus partes más traviesas estén a la vista mientras intenta defenderse de nosotros.
Nadie creería esta historia si no la viera de primera mano.
Una vez que la tenemos fuera del coche, ordeno:
―Dóblala sobre el capó del coche.
Johnny hace lo que le pido con muy poco esfuerzo. Ahora que Daphne no está en
el asiento trasero y en un ángulo extraño para que podamos agarrarla, una vez más
tenemos la ventaja con la fuerza, y mi conductor de seis pies y cinco pulgadas de alto
que no es más que una masa sólida de músculo ni siquiera tiene que esforzarse para
sostenerla sobre el capó y mantenerla en su lugar.
Como sus bragas se han desprendido completamente durante su lucha, está
totalmente desnuda de cintura para abajo. Johnny ya le había levantado el vestido
cuando la inclinó. Su blanco culo aún tiene manchas rosadas de mis azotes anteriores
con la mano. Unos azotes que claramente no le enseñaron nada.
Me desabrocho el cinturón y lo paso por las trabillas de un tirón. El hecho de que
Daphne me mire por encima del hombro me dice que sabe lo que le espera. Sus ojos
se abren aún más y se queda con la boca abierta.
―Suéltame ―dice ella mientras intenta liberarse del agarre de Johnny. El bruto se
aparta, pero la mantiene sujeta al capó y le agarra las manos con las suyas.
―Será mejor que no me pegues con ese cinturón ―dice Johnny con una risita―.
No me pagan lo suficiente por esta mierda.
Me río aunque todavía me sale sangre de la nariz.
―No te preocupes. Tengo el blanco perfecto delante de mí.
Me refiero al culo perfecto de Daphne. No tenía intención de follármela cuando
todo esto empezó, pero después de ver su culo inclinado, azotar su húmedo coño y
sentir cómo sus paredes internas se tensaban alrededor de mi dedo mientras ella
maullaba de deseo y de protesta me replanteé seriamente ese plan.
Miro a mi alrededor, asegurándome de que no se acerca ningún coche ni hay gente
a lo lejos. El piloto está dentro del helicóptero, pero en el ángulo en que está, dudo
que pueda vernos. Tengo que meterla dentro y despegar hacia Heathens Hollow lo
antes posible, pero también soy un hombre de palabra y actúo de inmediato. Le dije
lo que haría si me golpeaba, y vaya si lo hizo, así que es hora de que pague por su
crimen.
Doblo el cuero del cinturón en mi mano y me acerco.
―Te lo advertí, princesa.
Permanece en silencio, aunque veo con qué dificultad respira y casi puedo oír las
inaudibles maldiciones que se le pasan por la cabeza. Una parte de mí quiere
escuchar todas y cada una de ellas. Su fuerza y su fuego me parecen
condenadamente sexys, aunque me palpite la puta nariz y me la pueda romper.
El sonido del cuero en su trasero es realmente hermoso. Latigazo tras latigazo,
hago caer el cinturón sobre su culo desnudo.
Primitivo, crudo, prohibido y, sin embargo, tan anticuado y puro.
Su cuerpo se tensa con cada latigazo de mi cinturón y se levanta sobre las puntas
de los pies, pero no suplica clemencia. Creo que hombres más fuertes que ella ya
habrían gritado que parara.
Pero no Daphne.
Oigo sus jadeos con cada golpe de mi cuero y la veo estremecerse, pero nunca
suplica. No puede moverse por el agarre de Johnny, pero una parte de mí cree que
se habría sometido a mis golpes independientemente de si la hubiera sujetado o no.
Como se le están formando ronchas en sus blancas mejillas, decido que voy a
acortar esta disciplina. Aún tenemos mucho que hacer y no me fío de estar mucho
tiempo a la intemperie. Además, tengo la polla muy dura y, si no paro ahora, tendré
que metérsela hasta el fondo aquí mismo, sobre el capó del coche. Soy un cabrón
sucio y pervertido, pero no estoy dispuesto a follar delante de uno de mis hombres.
―Si paro, ¿te vas a portar bien? ―pregunto, dispuesto a volver a bajar el cinturón
si es necesario.
Ella asiente.
―No te oigo.
―Sí ―dice con un sonido de derrota en la voz y también visible por cómo se
tumba sobre el capó con todo su peso.
―Quítale el vestido ―le ordeno a Johnny mientras vuelvo a pasar el cinturón por
los aros del pantalón.
Johnny lo hace con cero lucha de Daphne. La he sometido... por ahora. Sé que la
sumisión sólo dura un tiempo, y pronto tendré que forzarla de nuevo.
Me paro frente a ella, clavando mis ojos en los suyos, aunque la visión de Daphne
completamente desnuda casi me deja sin aliento.
¿Es necesario tener a Daphne completamente desnuda para que me obedezca?
No.
Pero seguro que no duele.
―No soy un hombre con el que puedas joder ―advierto―. Está claro que nunca
te he enseñado esta lección.
Veo que se muerde el labio, y puedo ver el «jódete» arder en sus ojos, pero se
mantiene firme.
―¿Vas a matarme? ―pregunta en voz baja―. Sé que es lo que quiere tu familia.
Tu padre lo espera.
―La muerte no siempre es lo peor que se le puede hacer a alguien ―respondo.
Al ver que no lleva zapatos, la cojo en brazos y la acuno sin dudarlo.
No se resiste ni lucha contra mí. Simplemente gira la cabeza para mirar hacia
delante mientras me dirijo al helicóptero. Sí, por ahora es sumisa... O está dando un
espectáculo infernal de que lo es.
―Lleva el coche a casa ―le digo a Johnny por encima del hombro―. Te avisaré si
necesito algo mientras esté en Heathens Hollow.
igo los susurros de la muerte cuando entramos en la mansión.
Siempre me he sentido así cada vez que veníamos aquí a un evento,
pero esta vez es diferente. Esta vez los susurros vienen por mí.
Olvida el hecho de que estoy desnuda, no tengo zapatos, y acabo de
ser humillada por mi marido, ahora estoy caminando hacia mi ataúd por mi propia
voluntad. He abandonado la lucha, y me avergüenzo de haberlo hecho. Me gustaría
decir que es porque soy calculadora. O que estoy maquinando una forma de salir de
esto, y todo eso puede ser cierto en el fondo de mi alma. Pero ahora mismo, mientras
Apollo me guía por la gran escalera de caracol, estoy jodidamente asustada.
Sé que es su dormitorio, aunque en realidad nunca he pasado la noche en la
mansión Olympus. Siempre nos íbamos justo después de un asunto familiar.
Siempre tuve la sensación de que Apollo quería abandonar la propiedad tan pronto
como pudiéramos. Nunca nos sentíamos como en casa en la finca familiar. Siempre
tuve la misma sensación de sus hermanos también. Llegaban porque Troy se lo
ordenaba, pero ninguno parecía contento de estar presente.
En esta habitación hay una gran cama king-size, una cómoda de caoba, un espejo
de cuerpo entero, una alfombra oriental y un sillón de cuero marrón junto a una
mesita y una lámpara. Es el tipo de habitación que pertenece a una mansión o al ático
de algún rico. No tiene la elegancia gótica y encantada de la parte principal de la
mansión.
Mi mirada se dirige a la cama y se me corta la respiración cuando me doy cuenta
de por qué me lleva a la habitación. Va a querer sexo. Estoy desnuda, vulnerable y
completamente a su merced. Anoche tuvimos sexo, pero fue diferente. Tal vez fue
porque sentí pena por él por haber perdido a su gemelo. O tal vez fue un deseo de
que pudiéramos reparar nuestro matrimonio. O tal vez simplemente estaba caliente
y no me había tocado en años.
Pero esta vez... esta vez las cosas han cambiado. Este hombre ya no es mi marido.
Este hombre es un monstruo.
Quién sabe lo que tiene planeado para mí, y estoy demasiado asustada para exigir
respuestas.
No puedo hacer que mis pies se muevan aunque quiera. No hay forma de que mi
alma interior me permita cruzar el umbral por mi propia voluntad. No hay manera.
Así que me quedo en mi sitio y me esfuerzo para que no se me doblen las rodillas.
―No voy a follarte, si es eso lo que te preocupa ―dice, tirando de mí hacia la
habitación con un fuerte tirón―. Tengo otra cosa en mente para ti.
Tropiezo dentro y me habría caído de no ser porque Apollo me alcanza y me
sostiene.
―Pero si realmente no quieres que tu hermana o tú mueran, entonces espero que
me obedezcas completamente. Hazme enojar, y no jugaré tan bien. Haré que tu
hermana pague de la misma manera en que tú te quedaste atrás y viste a mi hermano
pagar.
La cabeza me da vueltas y no sé si quiero gritar, maldecirle, llorar, pedir clemencia
o simplemente romperme en mil pedazos para no volver a recuperarme.
―¿Qué planeas hacer con nosotros entonces? ¿Si obedezco? ―Pregunto de alguna
manera.
―Bueno... ―empieza mientras me lleva al otro extremo de la habitación. No entra
luz de luna por la ventana debido a las pesadas cortinas de terciopelo que están
corridas, pero hay una claraboya muy grande en el techo de la habitación que
permite la entrada de un rayo de luna llena.
―Te esforzaste mucho para meterme en una jaula el resto de mi vida, y no tuviste
ningún problema cuando Ares iba a estar en una jaula el resto de la suya.
Me quedo helado al ver lo que tengo delante ahora que he entrado de lleno en la
habitación.
―Y ya que tienes tantas ganas de meterme en una jaula... ―Se acerca a la gran
jaula dorada que hay al otro lado de la cama, contra la pared―. Parece apropiado
que yo te meta en una jaula.
No habría podido hablar aunque tuviera algo que decir que no fuera una fútil
súplica de clemencia. Los barrotes dorados de la jaula están entretejidos con un
hermoso diseño de hiedra y flores. Es el tipo de jaula que albergaría una bandada de
periquitos o pájaros exóticos. Es un elemento decorativo para una terraza acristalada
o un invernadero. No debe colocarse en un dormitorio junto a la cama. La puerta de
la jaula también tiene un candado, y no hay nada más dentro.
―Entra ―exige Apollo.
―No puedes hablar en serio ―digo cuando la realidad de mi situación me deja
sin aire.
―Ahora ―dice Apollo. Recalca el «ahora» con una fuerte bofetada en mi culo
desnudo, que me hace chillar de sorpresa más que de dolor.
Permanezco congelada. No por desafío, sino por un shock paralizante. Apollo, sin
embargo, debe interpretar mi falta de movimiento como lo primero. Sin previo aviso,
Apollo me coge por debajo de los brazos y camina un par de metros hasta el borde
de su cama. Me dobla el cuerpo y presiona la parte superior del torso contra el
colchón. Oigo de nuevo el ruido del cinturón que se quita de los pantalones.
―No ―le digo―. No.
Intento levantarme, pero me sujeta firmemente con una mano. Intento echarme
hacia atrás para protegerme las nalgas de otro azote, pero Apollo me agarra las dos
muñecas y me las inmoviliza en la parte baja de la espalda. Por desgracia para mí,
sólo necesita una de sus manos para hacerlo, así que la otra queda libre para volver
a sacar el cinturón.
Aprieto la cara contra el colchón, que amortigua mi aullido cuando hace
descender el cuero sobre mi carne aún sensible. El ardiente lametón me basta para
romper el orgullo que aún conservo.
Así que rogaré.
―Por favor. Lo siento. ¡No tienes que hacer esto! Entraré en la jaula. ¡Me meteré!
―No me repito, princesa. Es mejor que lo aprendas ahora ―dice mientras sigue
azotándome con el cinturón.
No parece que me aplique el cuero en el culo con tanta severidad como lo había
hecho fuera, en el capó del coche, pero aún me duele la piel por la disciplina anterior,
así que cada golpe del cinturón en mi carne desnuda me hace gritar. Por suerte, el
castigo no dura mucho. Mientras estoy tumbada en la cama, sin atreverme a hacer
nada sin su permiso, oigo cómo vuelve a ponerme el cinturón y lo abrocha. Me
aterroriza que vuelva a azotarme el coño y luego me folle con el dedo. No quiero
volver a pasar por esa vergüenza y casi prefiero una verdadera paliza con sus puños
a la humillación de que Apollo sepa una vez más que mi cuerpo reacciona a su
pesada mano. Me escuece el culo, pero noto la humedad entre mis muslos.
―Ahora levántate y métete en la jaula ―me ordena de nuevo, ahorrándome esa
vergüenza.
Al no tener elección, no a menos que quiera que esta situación empeore, me
levanto rápidamente, me acerco a la jaula, agacho la cabeza para poder entrar y me
quedo esperando su siguiente orden. Al menos, al estar entre rejas, ya no me tocará
Apollo, y puedo sentarme y acercarme las rodillas a los pechos e intentar disimular
hasta cierto punto mi pudor robado.
Una vez dentro, Apollo se acerca a su cama, se quita una manta de piel blanca y
la tira dentro.
―Seguro que tienes frío ―dice mientras cierra la jaula y echa el pestillo.
Hay una pequeña parte de mí que quiere mandarle a la mierda y que se lleve su
puta manta, pero tiene razón. Tengo frío. Y la manta no sólo parece cálida, sino que
me cubrirá por completo por primera vez desde que un extraño me desnuda. Tiro
de la piel hasta el cuello y me ahogo completamente en la manta. Me taparía también
la cabeza si no fuera porque me gana la curiosidad. No puedo apartar los ojos de
Apollo, preguntándome qué hará a continuación.
―Es tarde. Empezaremos de nuevo mañana ―dice―. Es mejor que duermas un
poco.
¿Dormir? ¿Cómo espera que duerma? Aunque puedo ver el exterior a través de la
claraboya, y veo que aún es de noche, pero estoy seguro de que pronto amanecerá.
¿Y qué quiere decir con «volveremos a empezar mañana»?
Se me pasan tantas preguntas por la cabeza, todas sin respuesta. Esto no es más
que una completa locura, y no hay forma de que se me ocurra una manera razonable
de superarlo. Pero tengo que intentarlo. Tengo que pensar...
Así que me encerró en una jaula.
¿Era este su plan desde el principio?
¿Y ahora qué?
Justo cuando me armo de valor para preguntar, Apollo se da la vuelta y sale de la
habitación. Hasta que no se cierra la puerta de la habitación, no me doy cuenta de
que estoy dentro de una jaula de animales. Puedo moverme un poco. También puedo
tumbarme completamente y estirar las piernas entre los barrotes si lo necesito. Pongo
las manos en los barrotes y los agito todo lo que puedo, pero no pasa nada, salvo que
la jaula se mueve ligeramente. También sacudo la puerta para ver si se puede abrir,
pero no es posible con el cerrojo puesto.
Estoy secuestrada.
Atrapada.
A su merced.
Dentro de una jaula dorada.
Pero me niego a llorar.
No me romperé.
No permitiré que esta bestia me derribe.
Él es el animal. No yo.
Pertenece a donde yo estoy.
Debería estar en esta jaula.
Él es la maldita criatura que necesita ser confinada.
Jadeo mientras mi corazón late tan fuerte contra mi pecho que siento verdadero
dolor.
No puedo respirar.
¡No puedo respirar!
Cierro los ojos, con la esperanza de que esta pesadilla termine de algún modo, y
hago todo lo posible por estabilizar mi respiración. Inhalo y exhalo, canto
internamente. Necesito mantener la calma. Si Apollo me quería muerta...
No, no me quiere muerta. Me quiere en una jaula.
ebo de haberme quedado dormida, porque cuando me despierto, la luz del
sol brilla a través de la ventana del tragaluz que hay sobre los barrotes de mi
prisión. Acurrucada en la manta de piel, he dormido sorprendentemente bien
teniendo en cuenta que estaba encerrada en una jaula dentro de la habitación de un
loco. Aunque había estado en el suelo metálico de la jaula, la manta me ha
amortiguado lo suficiente como para no despertarme dolorida o rígida. Mi dolor de
culo de ayer también se ha disipado, y es casi como si toda la pesadilla de ser
secuestrada por mi marido no hubiera sucedido, excepto cuando giro la cabeza y veo
a Apollo durmiendo profundamente en su cama, la tirita que el sueño reparador me
ha proporcionado se desgarra de forma desgarradora.
No ronca.
Siempre solía roncar.
Todos los dragones en su guarida roncan.
Me incorporo y me paso los dedos por el cabello. No es que importe mi aspecto
ahora, pero me da un poco de humanidad. Sobre todo porque estoy cubierta de pelo,
acurrucada en una jaula como un animal asustado.
Veo a Apollo dormir. No parece un secuestrador, un asesino, una criatura de la
noche que roba a inocentes la seguridad de la vida que conocen. No parece malvado
ni vil. De hecho, el hombre es guapo. Siempre lo ha sido desde el momento en que
le vi por primera vez. Hermoso. El hombre podría hacerme flaquear con sólo una
mirada en mi dirección. Una parte de mí había olvidado lo guapo que es mi marido,
pero al ver su rostro recostado plácidamente contra la almohada, y echar un vistazo
a su brazo recién herido y aún vendado que asoma por entre la manta y cuelga de
un lado de la cama, tiene un aspecto sexy que nunca antes había visto. Este es el
aspecto que tendría al despertarme después de una noche en la que me ha follado
hasta dejarme sin cerebro. Y no ha pasado tanto tiempo como para que no recuerde
que Apollo sabe exactamente cómo follarle los sesos a una mujer. La otra noche, lo
llevó a un nuevo nivel, y sólo el recuerdo de nosotros tumbados en el suelo frente al
fuego me deja...
Apollo debe sentir que le miro fijamente. Siempre dormía con los nervios de punta
y estaba listo para saltar en cualquier momento. El insomnio era su mejor amigo, y
recuerdo que nunca se quedaba en la cama conmigo. Jamás. Se paseaba por la casa
como un león en una jaula demasiado pequeña.
―Buenos días, esposa ―dice con voz ronca y un brillo de picardía en los ojos. Se
sienta y se estira, dejando al descubierto su pecho desnudo.
Intento no mirar, pero me justifico diciendo que es por costumbre.
Un mal hábito.
Necesito rehabilitación de este hombre.
―Cuando volví a la habitación anoche ―dice―, te encontré durmiendo toda
envuelta en pelo blanco como un conejito. Me gustó. Mi conejito.
Llamándome maldito conejito, y la mierda de que estoy en una jaula como un
animal, cualquier pensamiento de que el hombre es guapo se desvanece y es
reemplazado por la rabia.
―Necesito ir al baño ―gruño mientras intento no imaginarme arrancándole los
ojos como haría un tigre enjaulado. Si me concentro demasiado en causar dolor a
este hombre, actuaré en cuanto pueda, y sé que no sería una decisión inteligente.
Tengo que pensar mejor que este hombre.
Apollo se levanta de la cama en calzoncillos y se acerca a la jaula con el cabello
revuelto y los ojos somnolientos. Coge un juego de llaves que descansa sobre una
cómoda cercana, pero no lo bastante cerca como para que yo pueda alcanzarlas
mientras estoy en la jaula, y abre mi prisión.
―Vamos ―dice.
Salgo de la jaula arrastrando tras de mí la manta de piel.
―Deja la manta ―dice con firmeza.
Me quedo inmóvil, pensando en mandarle a la mierda, pero en vez de eso hago lo
que me pide. Necesito ir al baño y no tengo tiempo ni energía para pelearme con él…
todavía.
Una vez que cruzo la entrada de la jaula, Apollo me ayuda a recorrer el resto del
camino. Me coge del brazo y me lleva fuera de su habitación, por el pasillo que da al
vestíbulo y al cuarto de baño.
―Hay toallas, champú, jabón y otras cosas por si quieres ducharte. También hay
un cajón con cepillos y pasta de dientes de repuesto. Todo lo que necesitas para
asearte está ahí. Si no lo hay, házmelo saber. Enviaré a alguien para que te lo traiga
―dice Apollo, sorprendiéndome con su hospitalidad.
¿Soy un huésped en su casa o una víctima secuestrada encerrada en la jaula de un
animal?
―¿Me devuelves mi ropa? ―Pregunto.
―No.
―Acabas de decir que si necesitaba algo te lo pidiera.
―Permanecerás desnuda mientras estés aquí ―informa.
―¿Por cuánto tiempo? Todavía no me has dicho...
―Ve al baño ―interrumpe.
Una parte de mí quiere seguir presionando y averiguar exactamente qué me tiene
preparado Apollo, pero no espero a que cambie de opinión mientras se muestra
hospitalario, aunque me obligue a permanecer desnuda.
Cuando cierro la puerta detrás de mí, es la primera vez que me siento algo humana
desde que me secuestraron. Tengo intimidad. Nadie me mira. Nadie me coge del
brazo. No hay jaula.
Tampoco hay una ventana lo suficientemente grande para salir a gatas y escapar.
Sólo hay una entrada y una salida.
e planteo salir del cuarto de baño con una toalla envolviéndome, pero me
lo pienso mejor. Estoy bastante segura de que Apollo me hará quitármela y
lo más probable es que me castigue por intentarlo. Es agradable ducharse,
lavarse los dientes y hasta secarse el cabello. Esperaba que Apollo aporreara la
puerta para decirme que estaba tardando demasiado y que saliera inmediatamente,
o incluso que entrara él mismo, ya que la puerta no tiene cerradura, pero no lo hizo.
Me dejó tomarme mi tiempo, y así lo hice.
Además, no tengo muchas ganas de volver a entrar en esa jaula.
Tengo que permanecer tranquila, obediente y actuar como la esposa sumisa que
claramente Apollo quiere.
Sé que llegará el momento en que pueda encontrar la manera de salir de este lío...
si consigo mantener la cordura.
Y paciencia.
Enjaulada o no, tengo que mantenerme firme y no intentar matar a ese gilipollas
con mis propias manos. Aunque lo hiciera, tiene una familia despiadada que
buscaría venganza. Deshacerse de un Godwin sólo desataría la ira de más dioses.
Armándome de valor para salir y enfrentarme a Apollo desnuda, abro la puerta
con mano temblorosa.
―¿Disfrutaste de la ducha? ―pregunta Apollo en cuanto se abre la puerta.
Está claro que Apollo se ha dado una ducha. Está completamente vestido con
pantalones negros y una camisa negra abotonada. Lleva el cabello perfectamente
peinado, como siempre. Como el primer día que lo conocí, el hombre parece
elegante. Incluso huele bien. Su colonia flota alrededor de su cuerpo.
―Sí, gracias ―digo en voz baja.
No sé por qué siento una abrumadora sensación de timidez, pero cruzo los brazos
contra el pecho para ocultar parte de mi desnudez.
Apollo me pone la mano en la espalda y me lleva hacia su habitación.
Hacia la jaula.
No puedo caminar y hacer como si no pasara nada. Seguimos subiendo por arriba
del vestíbulo. Apollo está en el borde exterior del pasillo, cerca de la barandilla. Yo
estoy en el lado interior.
Sería una larga caída...
Una caída que rompería el cuello si uno cayera por la barandilla...
Si uno fuera empujado por la barandilla...
Sin tomarme el tiempo de pensar bien la idea y sin dejar que el miedo se instale...
giro mi cuerpo y ataco.
Empujo a Apollo con todo mi peso y con cada gramo de fuerza que puedo.
―¡Hijo de puta! ―Grito mientras le araño la cara esperando poder aturdirlo
también.
Apollo tropieza hacia el borde pero se agarra a la barandilla, evitando su caída.
Sus ojos muy abiertos y su torpe postura demuestran que me ha subestimado. No
esperaba que ocurriera esto. Aprovecho su momento de shock y vuelvo a cargar
contra él con mi cuerpo, como un jugador de fútbol americano placaría a un
quarterback.
Voy por todas y sigo golpeándole la cara con las manos. Como tiene que agarrarse
a la barandilla, Apollo no puede bloquearme las manos y le hago algunos cortes en
esa cara tan bonita.
La sangre corre por su mejilla, la carne bajo mis uñas, pero nada me distrae
mientras arremeto contra él, con la esperanza de que caiga sobre la barandilla de
madera y muera.
Ahora mismo soy una maldita psicópata, sedienta de sangre, decidida a destruir.
Pero los dioses son inmortales. No pueden ser derrotados. Debería saberlo.
Mierda... Debería saberlo.
―¿Qué coño estás haciendo? ―gruñe mientras contrarresta mi paliza sujetando
mi cuerpo con sus musculosos brazos. Su fuerza se impone a la mía cuando recupera
el sentido y el equilibrio. El hombre no sólo no cae muerto, sino que ni siquiera se
acerca. Lo único que hice fue ensangrentarle un poco la cara con arañazos y cabrearle
de cojones.
Tengo que luchar.
Tengo que correr.
Tengo que salvarme porque nadie más lo hará.
Pero estoy indefensa, sujeta, vulnerable al villano que me sujeta.
―¿En qué jodidamente estabas pensando? ―Apollo gruñe. Nunca antes había
oído un tono tan agudo. Ni siquiera cuando le había dado un puñetazo en la nariz―.
Intenté ser jodidamente amable contigo, ¿y me pagas mi civismo intentando
matarme? Eras más lista que eso, al menos eso creía. Esperaba un oponente mucho
mejor de lo que acabo de ver aquí.
―Que te jodan. ―Lucho contra su agarre, pero lo único que consigo es restregar
mi culo desnudo por toda la parte delantera de sus pantalones―. Estás enfermo.
¡Todos los Godwin lo están! No puedes tenerme así.
Con lo que parece ser muy poco esfuerzo, Apollo me levanta y me lleva de vuelta
a su habitación con zancadas largas y rápidas. Apenas tengo tiempo de asimilar lo
que está ocurriendo a la velocidad a la que camina. Cuando volvemos a cruzar el
umbral de su habitación, hago todo lo que está en mi mano para liberarme. Agito los
brazos y las piernas, muevo la cabeza de un lado a otro y siseo con cada movimiento
agresivo que hago.
Realmente me he convertido en la bestia.
Una bestia que trata de sobrevivir.
Apollo me tira al suelo y me agarra del cabello con uno de sus enormes puños. Me
obliga a echar la cabeza hacia atrás para que mire su cara de furia y sisea:
―Se acabó jugar limpio.
ecuerdo que una vez, cuando era muy joven, observé cómo se avecinaba una
gran tormenta en el oeste. Las nubes oscuras se arremolinaban y se acercaban
a mí más rápido de lo que podía refugiarme. Corrí tan rápido como pude
mientras el viento aullaba a mi alrededor, golpeándome la cara. Lluvia, relámpagos,
granizo. Un torrencial aguacero de caos a mi alrededor. Recuerdo claramente aquella
tormenta y el miedo que había sentido.
No era nada comparado con la tormenta que tenía ante mí.
Mi bravuconería se ha disipado por completo.
―¿Crees que puedes intentar matarme y salirte con la tuya? ―brama.
―No puedes esperar que vuelva a esa jaula y no haga nada ―tartamudeo,
aterrada ante la furia que veo en los ojos de Apollo.
Me odio por ello, pero mis palabras salen como un sollozo al que siguen las
lágrimas. No quiero que vea mi debilidad. Me hace odiarle aún más.
Alarga la mano, me agarra del cabello y me aparta unos centímetros de su cara.
―¿Crees que las lágrimas funcionarán? ¿Debería apiadarme de ti ahora? ¿Ahora
que muestras miedo en tus ojos y remordimiento en el temblor de tu voz?
―Lo siento ―chillo. El escozor que me produce el tirón del cabello hace que se
me llenen aún más los ojos de lágrimas―. ¿Qué esperas de mí? ¿Quieres que me
rinda? Tengo que luchar hasta la muerte. Lo sabes.
Me tira del cabello con más fuerza y me obliga a echar la cabeza hacia atrás para
que le mire fijamente a sus ojos demoníacos. Mi garganta se estira, tan expuesta. Me
pregunto si me morderá y me chupará la sangre como un antiguo monstruo de los
cuentos.
―Fui jodidamente amable contigo esta mañana, ¿y me lo pagas intentando
tirarme al vestíbulo de la mansión de mi familia? ¿Realmente pensaste que
funcionaría?
―Te odio. Siempre te he odiado. ―Las palabras salen disparadas como una bala
antes de que tenga tiempo de pensarlas. Antes de que tenga tiempo de reflexionar
sobre las consecuencias de semejante desafío.
Los ojos de Apollo se oscurecen. La furia es visible. La ira es inevitable.
―No me conoces.
―Yo… fingiste ser el chico bueno. El héroe para salvarme. Pero eres el villano de
la historia.
Sonríe.
―Sí, bueno... los villanos se hacen. Y tú acabas de crear el peor villano de todos.
―Todo lo que quería era salir. Olvidarme de ti y del apellido Godwin para
siempre. Pero te negaste.
―Nadie olvida el apellido Godwin. Jamás. Y ahora mismo... recordarás este
momento para siempre ―gruñe.
Quiero pedir disculpas. Quiero suplicar compasión. Quiero llegar a las
profundidades de su maldad y sacar aunque sea una pizca de humanidad.
Y sin embargo, quiero matar.
Quiero diezmar. Destruir. Arrancar su carne de sus huesos con mis dientes.
Suplicar o matar. Suplicar o destruir. Joderle. La mujer poderosa que hay en mí ha
ganado esta batalla. La valiente reina que hay en mí toma el control total.
Le escupo a la cara, sonriendo al ver el brillo en sus ojos de la conmoción causada
por mi rebeldía.
―Que te jodan ―digo mientras mis ojos se clavan en los suyos, desafiándole a
que desate al verdadero villano que lleva dentro.
Enséñamelo.
Muéstrame al villano que creé.
―Ahora mismo ―repite―. Ahora mismo, lo recordarás el resto de tu vida.
Sin perder ni un segundo más, Apollo se apodera de mi cuerpo y me levanta del
suelo.
Intento luchar contra él, aunque sé que es inútil. Es más grande. Más fuerte. Apollo
ganará esta batalla sin importar cuánto luche.
Pero eso no significa que no lo intente.
―¡No te atrevas a tocarme, joder! ―Grito mientras intento sacarle los ojos.
Me agarra con las manos por encima de la cabeza y me arroja contra la cama,
dándome solo un segundo para darme cuenta de que estoy completamente desnuda,
sobre una cama y con un hombre enfurecido.
―Haré algo más que tocarte. ―Me agarra ambas muñecas con una de sus fornidas
manos y se detiene el tiempo suficiente para mirarme fijamente a los ojos. Siento su
aliento en mi cara. Su colonia envenena mi nariz y casi me seduce con su tóxica
fragancia. Mi cuerpo reacciona a la proximidad, por mucho que lo maldiga
internamente.
Respiro hondo y ceso en mi lucha.
Sin dejar de sujetarme las manos por encima de la cabeza, se lleva la mano a la
hebilla de su cinturón y lo suelta de la cintura.
Sus ojos me dicen lo que va a hacer incluso antes que sus acciones. La furia palpita
en la oscuridad de sus ojos exigentes. En este preciso instante sé que no tengo más
remedio que sucumbir a su vejación.
―Cuando fuiste a la guerra con Godwins, ¿pensaste que ganarías? Seguro que
sabes la clase de gente que somos y lo que les hacemos a los que nos traicionan. ¿Eres
tonta? ―me pregunta mientras me rodea el cuello con el cuero y tira de él a través
del cierre.
Sacudo la cabeza.
―Por favor ―le ruego.
―¡No! ―brama mientras aprieta el cinturón―. Usted es la Sra. Godwin. Sra. de
Apollo Godwin. ¡No muestre debilidad! ¡No ruegue! Usted es la todopoderosa que
puede acabar con alguien de esta familia. ¿Verdad?
Aprieta aún más el cinturón mientras se sienta a horcajadas sobre mi cuerpo. Me
suelta las manos, así que puedo tirar del cuero en vano. Cuanto más forcejeo, más
aprieta.
―¿Puedes respirar? ―pregunta con una maldad seductora.
No puedo hablar y sólo puedo sacudir la cabeza. La negrura amenaza con
apoderarse de mí mientras me zumban los oídos. Realmente no puedo inhalar
mientras el cuero me aprieta cada vez más.
―Mírame ―exige―, Mírame, princesa.
Abro los ojos y le miro fijamente, suplicando en silencio por mi vida. Mi tráquea
siente la presión del cinturón, tanto que ni siquiera puedo tragar la saliva que se
acumula en mi boca.
―Quiero que recuerdes esto. Cada vez que pienses que algo que hago, o algo que
dicto es tan horrible, quiero que recuerdes que siempre puede empeorar. Deja de
actuar contra mí. Deja de pensar que estás a mi altura. ―Aprieta el cinturón,
haciendo que la negrura bordee mi visión―. Si dudas de mí, si me desobedeces, si
alguna vez cuestionas mis actos, que sepas que será mucho peor para ti.
Sacudo las caderas en un intento de arrojar a Apollo de mi cuerpo antes de que la
inevitable oscuridad se apodere por completo de él.
Me mira por encima del hombro, baja la mirada hacia mis piernas que se retuercen
y vuelve a mirarme a los ojos. Sin decir nada más, afloja el cinturón lo suficiente para
que pueda tomar una bocanada de aire. No es suficiente para llenar mis pulmones,
pero sí para mantenerme con vida. Justo cuando esperaba que Apollo creyera que
ya me había dado suficiente lección y que me quitaría el cinturón, me sorprende
bajándose de mi cuerpo y volteándome boca abajo.
Una sensación familiar de miedo se apodera del recuerdo de los azotes con el
cinturón de antes.
Afloja un poco más el cinturón, esta vez permitiéndome resollar y jadear. El ardor
de mis pulmones se alivia con cada inhalación y las sombras de mi visión
desaparecen. Puedo respirar, aunque con incomodidad.
Choca la palma de su mano contra mi trasero desnudo.
―Tengo expectativas para esta noche. Expectativas que se cumplirán. ―Sigue
azotándome el culo. El fuerte sonido de carne golpeando carne resuena en las
paredes de la habitación.
La humillación continua de este acto horrible que Apollo parece favorecer
amenaza con quitarme el poco aire que acabo de conseguir. ¿Por qué siente el
hombre la necesidad de castigarme constantemente de esta manera cuando nunca
antes me había puesto un dedo encima?
El cinturón sigue apretado alrededor de mi cuello, pero ya no puedo concentrarme
en la lucha por respirar. Los golpes abrasadores de su mano en mi culo son lo único
que mi mente puede atender. La desesperación me recorre desde el centro hasta la
punta de los dedos de los pies. No puedo gritar, no puedo suplicar, no puedo exigir.
No puedo hacer otra cosa que jadear contra el firme cuero y permitir que continúe
el asalto de otro azote.
Y continuó.
Una y otra vez, Apollo descarga bofetada tras bofetada sobre toda la superficie de
mi piel expuesta. Intento zafarme sin éxito, y sólo recibo como recompensa un azote
más fuerte en el culo. La palma de su mano se siente igual que si estuviera usando
un trozo macizo de madera o metal. Qué fuerza. Qué escozor. Un dolor mortificante.
En silencio, le ruego que pare. Espero que en algún lugar de su interior pueda leer
mi mente y saber cuánto lo siento. Nunca debí intentar matar a ese hombre. Mi vida
está en sus manos, y nunca debería olvidarlo. Soy un prisionera, no su rival.
Nalgada tras nalgada, el fuego brota de las profundidades de mi culo y
chisporrotea hasta salir a la superficie. Las lágrimas caen libremente de mis ojos y
mis jadeos se hacen más fuertes contra el asfixiante cinturón que Apollo aún sujeta
firmemente contra mi cuello.
―¿Quieres que te quite el cinturón? ―pregunta sin dejar de azotar con furia.
Asiento con la cabeza, pues es lo único que puedo hacer.
―Muy bien. Pero aún no he terminado. ―Hace una pausa en el castigo abrasador
y me lo quita del cuello. La ráfaga de aire que entra en mi cuerpo en el momento en
que se libera la presión hace que la cabeza me dé vueltas con la intensidad del
oxígeno que mi cuerpo ansía tan desesperadamente.
Permanezco boca abajo, absolutamente inmóvil. No quiero darle ninguna razón
para continuar y sólo rezo para que considere mi falta de movimiento como una
derrota total. Él es el vencedor en esta batalla. Yo sólo soy un soldado caído que
pende de un hilo. Sin embargo, mis plegarias no son escuchadas cuando siento el
látigo de cuero chasquear contra mi culo ya castigado.
Grito de dolor, pero más por el susto que por la agonía.
―No ―gimo, casi sin voz―. No más.
―Sí.
Apollo vuelve a azotarme con el cinturón y, aunque quiero darme la vuelta y
evitar que lo haga, sé que no tengo más remedio que quedarme tumbada y
aguantarlo. Cojo una almohada con las dos manos y aprieto con fuerza mientras el
siguiente golpe cae con más fuerza que el anterior.
―¿Entiendes que espero una sumisión total esta noche? ―me pregunta mientras
vuelve a lamerme con el áspero aguijón del cuero.
―Sí ―respondo entre dientes apretados, aunque no tengo ni idea de lo que va a
pasar esta noche ni de por qué parece tan importante para él.
―¿Valoras tu vida? ―me pregunta mientras me azota de nuevo.
―¡Sí! ―Grito―. ¡Por favor!
―Entonces no vuelvas a atacarme. He perdido la paciencia con tus peleas.
―Vuelve a golpearme con el cinturón, esta vez en el punto terriblemente sensible
donde mi culo se une a mis muslos.
―No lo volveré a hacer ―digo mientras lucho por respirar. Entre el dolor de
garganta y los latigazos del cinturón, apenas puedo pronunciar las palabras.
―Buena chica. ―Tira el cinturón a un lado de la cama. Sustituye el cinturón por
la palma de su mano y empieza a acariciar mi carne ardiente con la mayor
delicadeza.
Siseo en respuesta, pero mi cuerpo está hambriento de más. El odio a mí misma
me asfixia por la reacción de mi cuerpo ante esta agresión. Todo en mi interior sabe
que la electricidad que me recorre está mal y, sin embargo, quiero más. No estoy
segura de qué es exactamente ese «más». Sólo sé que necesito más.
―Recuérdalo, princesa. Tu supervivencia dependerá de que entiendas que no
estás en posición de luchar contra mí. Has entrado en mi mundo. Y francamente, me
estoy cansando de azotar este culo tuyo.
Asiento entre jadeos.
Me mete un dedo entre los muslos, recoge los jugos de mi sexo caliente y los coloca
frente a la nariz.
―¿Hueles lo excitada que estás? ―Me los acerca a los ojos―. Puedes llorar y
suplicar todo lo que quieras, pero todo es para aparentar. A una parte de ti le gusta
esto. ―Me pone los dedos en la boca y me los pasa por los labios―. No puedes negar
lo húmeda que te pone esto.
Me pasa los dedos a la fuerza por la lengua y no me deja más remedio que
chupármelos, saboreando mi propia esencia almizclada. Nunca había estado tan
excitada, y menos aún sabiendo a qué huele, a qué se parece o a qué sabe. Le miro
fijamente a los ojos y le lamo los dedos.
La forma en que me mira. La forma en que estudia cada uno de mis movimientos...
¿Lo estoy complaciendo? Quiero complacerle...
¡Espera, no!
¿Qué coño me pasa?
¿Quién soy yo?
¿Mi estancia en la jaula me ha convertido en un animal?
Debería estar gritando. Debería estar en un tormento agonizante, rogando por la
muerte sobre su toque en mi cuerpo por más tiempo, y sin embargo...
―Te gusta la disciplina, te gusta el dolor.
Sacudo la cabeza mientras sus dedos siguen invadiendo mi boca.
―No ―murmuro contra sus dedos.
―Sí ―argumenta con una leve sonrisa―. A mi bestia le gustan las garras.
Joder. ¿Cómo puede ser? Le odio. Odio todo lo que me ha hecho... y aun así quiero
que su dedo vuelva a mi coño y frote mi clítoris. Quiero que me toque. Lo deseo más
que nada. Tengo hambre. Lo anhelo. Lo necesito. Me arde el culo, me palpita el
cuello, pero mi alma se enciende por más. Lo quiero otra vez.
Estrangúlame, golpéame, y por favor, oh por favor fóllame.
Más duro.
Contundente.
Apollo Godwin.
Se está bajando los pantalones. Y lo sé. Puedo oírle, sentirle, percibir su presencia
sexual sin ni siquiera tener que mirar por encima del hombro. Me follará... y que
Dios me ayude, se lo permitiré. En realidad, estoy a dos segundos de suplicárselo.
No es un grito de auxilio lo que se escapa de mis labios cuando su polla penetra
mi húmedo coño. No es una maldición, ni una exigencia de que pare. Es un jadeo de
placer, seguido de un gemido de placer. Mi mente grita que me resista, pero mi
cuerpo me pide que ceda. Está dentro de mí, hasta las pelotas.
Soy uno con mi villano.
La malevolencia se ha fundido con mi alma, y toda la luz que se sostenía de un
hilo se ve conquistada por la oscuridad del reclamo de mi marido.
Una y otra vez, su polla empuja. No se siente como ninguna otra cogida de mi
vida. No, esto es animal.
Follada animalista. Sí, esto no es más que una follada de las bestias. Dentro, fuera,
dentro, fuera. Hay un ritmo. Hay una cadencia. Mi cuerpo marcha al compás de su
control. Su polla conquista mi coño.
Posesión.
No hay otra forma de describirlo que no sea la posesión de Apollo sobre su
cautiva. Esto no es un marido y una mujer haciendo el amor. Esto no es como lo
hemos hecho antes. Esto es diferente. Muy diferente.
Su dura polla entra en mi húmedo coño, y me escuece porque ha pasado tanto
tiempo desde la última vez que tuvimos sexo. Me quema por dentro. Me abrasa por
dentro. Aniquila todo lo bueno que queda dentro. Todo lo que queda es jodidamente
roto, como estoy segura que él pretendía hacer. Todo lo que queda es sexo, conquista,
demanda, odio y belleza.
Una belleza oscura, horrible y seductora. Maldita belleza. Eso es lo que hay. Nada
más que oscura y jodida belleza.
Dice que recordaré ahora mismo para siempre. Para siempre lo recordaré.
Sacando su polla de mi cuerpo, Apollo acerca su cara a la mía. Tan cerca que puedo
sentir su aliento contra mis labios.
―Eres mi esposa. Mi obediente esposa. Recuérdalo.
Acerca su boca a la mía en lo que creo que va a ser un beso, pero en lugar de eso,
me mete el labio inferior entre los dientes y me muerde con fuerza.
―No me hagas darte otra lección ―me advierte, dejándome con el sabor de la
sangre en la boca.
Apollo me tira de los cabellos hacia la jaula, aunque ya no es tan agresivo como
antes. Con su semen chorreando por mi pierna, entro en la jaula como el animal que
soy, sin saber lo que me espera.
archo de un lado a otro del pasillo con furia frustrada. La mujer es
temeraria, roza la locura y se niega a retroceder.
Daphne. La esposa de mi hermano.
Una mujer que ha traicionado a mi familia y en la que nunca se debería confiar.
Llevarla a Olympus Manor para arreglar el problema no debería ser un problema.
Es blanco y negro. Fácil. Al menos eso es lo que se supone que era antes de que los
sentimientos se involucraran. Antes de que cambiáramos nuestra dinámica de
hermano y cuñada. ¿Por qué coño me acosté con ella? Lo jodí todo porque mi polla
se interpuso. Ahora... bueno, ahora... ella es simplemente exasperante. Es una mujer
seductora, sensual y testaruda. No sólo una mujer a la que puedo tirar por el
acantilado fuera de la mansión. Ella no es una persona sin nombre, sin alma. No es
alguien de quien pueda deshacerme. No puedo definir las emociones que tengo,
pero están ahí. Emociones jodidas y caóticas. Emociones tipo relación.
Dejo de pasearme al recordar cómo la azotaba y la follaba, y aprieto los dientes,
en un intento inútil de combatir el ansia, el deseo, la necesidad... la confusa conexión.
Vuelvo a pasear por el pasillo, luchando contra las ganas de golpear algo. ¿Por
qué ha metido la pata hasta el fondo? ¿Por qué demonios tomó una decisión tan
mortal, sabiendo quién es esta familia y lo que podemos hacer? No tiene ni idea del
esfuerzo que supondría arreglar esto y salvar su vida, si es que es posible con el tipo
de venganza que quieren mi padre y mi hermana. Sin duda Phoenix también la
quiere muerta, pero estoy seguro de que ha vuelto a su cueva y ninguno de nosotros
sabrá nada de él hasta dentro de una década o así. Athena y mi padre son una
historia diferente, sin embargo. Esperan que yo me encargue. Tienen expectativas
mortales.
Y sin embargo... aún no la he matado. ¿Y por qué? De todos, yo debería ser el que
más quiere venganza. He matado por mucho menos, y no le di importancia si alguien
ofendía a mi familia. ¿Y qué estoy haciendo ahora en lugar de matarla? Estoy
teniendo sexo con la esposa de mi hermano.
Pero, de nuevo, si realmente quiero vivir mi vida como Apollo, entonces ella es mi
esposa. Daphne es la mujer que debe estar a mi lado. Durmiendo en mi cama.
Pero yo no hago relaciones.
Jodido, sí.
Poseído, claro que sí.
Dominado, sin duda.
Pero yo no hago relaciones.
Así que esta debería ser otra razón para acabar con su vida y dejar viudo a Apollo.
Pasándome las manos por el cabello, me doy cuenta de repente de qué es lo que
me tiene tan alterado.
Mi polla la desea de nuevo. La quiero otra vez.
Joder.
Joder.
Me dirijo a la cocina y cojo una taza de café frío. Miro por la ventana y le doy un
sorbo, preguntándome qué coño voy a hacer. Me estoy volviendo loco y tengo que
recomponerme.
Ya es suficiente. Me estoy perdiendo demasiado en mis propios demonios. Una
vez que me calme y vuelva a controlarme, demostraré que mis demonios no me
controlarán.
Pero por ahora, sigo jodidamente cabreado.
Cabreado conmigo mismo.
Vuelvo a la habitación, decidido a que no vea hasta qué punto sus acciones y su
sola presencia me hunden en una espiral de destrucción.
Nunca he perdido los estribos. Aunque se me conoce, o se me conocía antes de
morir, por ser despiadado y mortífero, siempre he actuado con la cabeza fría y la
emoción firme. Mi padre es conocido por su ira y su furia. El personal de Medusa
Enterprises suele actuar con miedo más que con respeto. Mi abuelo, en cambio, rara
vez perdía el control. Cuando se trataba de Cronus Godwin, el verdadero patriarca
de nuestra familia, cada acción estaba meticulosamente pensada, y ningún acto era
fruto de la ira. A menudo me consideraba muy parecido a mi abuelo hasta este
mismo momento. Nada podía romper mi exterior de piedra. Nada, hasta ella.
Daphne casi consigue que la maten.
Por mi mano.
Había querido matarla, castigarla y luego follármela, todo en un lapso de pocos
minutos. La mujer me había hecho perder completamente el control, y me odiaba
por ello.
No soy un hombre que pierda el control.
Me miro en el espejo que hay sobre la cómoda y me froto las marcas de las garras
en la cara con un pañuelo, mientras intento no mirar a Daphne, agazapada en la
esquina más alejada de la jaula. Necesito calmarme y su sola presencia me hace
hervir la sangre.
Yo no hago negocios así. Tengo un plan y necesito seguirlo al pie de la letra. Esta
pequeña zorra no cambiará eso.
La sangre corre por mi mejilla.
Joder. Parece que me patearon el trasero. Un hombre adulto ni siquiera tendría las
agallas para intentar lo que Daphne acaba de hacer.
―Esto tendrá consecuencias ―me digo, más a mí mismo que a Daphne, mientras
sigo mirándome en el espejo y no a ella, que me observa desde la jaula.
―¿Cuánto tiempo planeas tenerme aquí? ¿Así? ―Su voz es más suave que antes.
Su rabia se ha calmado, lo que ayuda a apaciguar mi infierno.
―Te advertí que te comportaras. ―Casi siseo de dolor cuando el pañuelo toca un
rasguño más profundo, pero no le daré la satisfacción de saber que me ha causado
molestias.
―Lo sé. No estaba pensando. Actué por impulso.
Intenta decirme lo que quiero oír, pero no soy tonto; reconozco sus mentiras. Es
lista. Muy lista. Y el hecho de que literalmente intentara matarme, o al menos
herirme gravemente, me dice que es tan despiadada como yo. Puede que realmente
haya conocido a alguien que tenga el mismo nivel de oscuridad que corre por sus
venas.
―Las acciones hablan más que las palabras ―digo.
―Yo... sí, lo sé. Me comportaré mejor.
Aunque mis pensamientos homicidas están abandonando mi cuerpo, sigo furioso
con Daphne por lo que intentó hacerle a mi hermano. Sí, yo cargué con la culpa, pero
sus intenciones eran destruirlo. Ella fue tras mi gemelo, por quien me lanzaría sobre
una espada. ¿Por qué haría algo así en primer lugar? Seguramente no sólo por un
divorcio. No me trago su excusa de mierda.
Sabía que Daphne era una mujer inteligente y espabilada cuando entró en la
familia. Mi padre nunca habría permitido la unión si ella no lo hubiera sido. Antes
de que caminara hacia el altar, la había observado. Estudié cada uno de sus
movimientos. Tenía que asegurarme de que era lo suficientemente buena para mi
hermano. Aunque venía del este de Heathens Hollow, no actuaba como una
campesina. Aunque no había recibido una educación formal, era inteligente y
extremadamente astuta. Conseguir que Apollo Godwin fuera su marido era un éxito,
y ella lo sabía. Sin embargo, yo no la veía como una cazafortunas. La vi como una
verdadera superviviente. Una mujer que no iba a vivir en una choza para siempre,
sino que arreglaría su situación como fuera. Yo admiraba eso. Creo que todos en
nuestra familia la admiraban.
Aunque no había visto ni un atisbo de la mujer que creía que era desde que la robé
del hotel. Todo lo que veo ahora es una mujer que actúa sin pensar, y si fuera
cualquier otra persona, y si yo siguiera actuando como Ares, el hombre que fui una
vez, ya le habría partido el cuello.
―No tengo tiempo ni paciencia para tus payasadas, ―Absorbiendo el último
resto de sangre, me pregunto cómo voy a explicar el estado de mi cara a la gente esta
noche. Entre mi nariz hinchada y magullada de ayer y ahora que mi cara parece
atacada por un puma, sin duda les daré a los asistentes a la fiesta algo interesante de
lo que hablar cuando yo no esté al alcance de sus oídos.
―Lo siento ―dice. Se agarra a los barrotes de la jaula con una mirada
desesperada―. Haré lo que me digas si me dejas salir de esta jaula. No me portaré
mal. Lo juro.
Me giro para mirarla de frente.
―Harás exactamente lo que te diga, te deje salir o no. ―Ya no estoy jugando, y es
hora de que lo entienda.
Ella asiente mientras las lágrimas caen por su rostro. Me paralizo. Siento la
necesidad imperiosa de consolarla, y eso me cabrea más que nada. Me estoy curando
literalmente las heridas, pero me muero de ganas de abrazarla y besar sus lágrimas.
¡Soy un maldito sádico... conmigo mismo!
―No entiendo lo que has planeado ―dice lenta y tranquilamente―. Tampoco
creo que me quieras muerta, o ya lo habrías hecho. Así que, por favor ―traga
saliva―, no pretendía matarte. No volverá a ocurrir.
Se sienta encima de la piel y no cubre su desnudez. No sé si lo hace para
mostrarme su obediencia, ya que le he dejado claro que permanecerá desnuda, o si
ni siquiera se le ha pasado por la cabeza utilizar la piel para ocultar su cuerpo. Pero
me resulta difícil no mirar sus pezones endurecidos por el frescor de la habitación.
Pero necesito concentrarme. Ella tiene razón. Tengo un plan.
―Bien ―digo, ignorando el escozor de mi cara―. Te daré una última
oportunidad. Pero si siquiera te acercas a hacer un truco como el de antes,
secuestraré a tu hermana y la meteré en esa jaula contigo.
No se inmuta ante mis palabras ni hace la más mínima mueca, como yo esperaba.
En cambio, me sorprende cuando sonríe con entusiasmo y dice:
―Sí, lo entiendo. Dime lo que quieras. Cualquier cosa.
No soy tan estúpido para pensar que será tan fácil como eso. No con esta mujer. Y
francamente, no me importa un poco de desafío. Será divertido disciplinarla y
sacarle lo malo. Pero me gusta ver que al menos he recuperado algo de control sobre
la mujer sin tener que darle una paliza que no es, y nunca será, una opción. Ella no
tiene por qué saber ese pequeño secreto, por supuesto.
Necesito el miedo de mi lado.
Sobre todo para que esta noche salga sin incidentes.
―Volveré ―digo, pues sé que aún tengo mucho que hacer para prepararme para
la noche―. Siéntate ahí y piensa en cómo, cuando vuelva, vas a ser una buena
esposa.
l sonido del helicóptero familiar aterrizando me hace bajar corriendo las
escaleras y salir por la puerta principal para atajar la inminente tormenta. Sé
que es una de las dos personas, o posiblemente las dos, y tengo que
encontrarme con mi oponente fuera para proteger a Daphne de la ira lo mejor que
pueda. Esta no es su lucha. Este no es su lío. Esta no es su esposa.
―Es una buena señal verte fuera solo ―dice Athena al acercarse.
El helicóptero apaga los motores, lo que me indica que Athena no piensa quedarse
mucho tiempo y que tiene previsto seguir volando hoy. De lo contrario, regresaría a
Seattle y esperaría a que la llamaran de nuevo.
―¿ Acantilado o tumba poco profunda?
―Tampoco ―le respondo mientras me besa en la mejilla.
Se aparta y entrecierra los ojos.
―Por favor, dime que esa zorra no está viva.
―Ella no es de tu incumbencia.
―Joder, si no lo es. Traicionó a nuestra familia.
―No ―digo con calma―, Ella me traicionó.
Athena suelta un suspiro y pone los ojos en blanco.
―Debería haber esperado que no pudieras manejar esto. Nunca has sido el
asesino de la familia. Ese era Ares, y supongo que ahora que está muerto ―mira
hacia la casa detrás de mí como si pudiera ver a Daphne―, voy a tener que intervenir
y ocupar ese papel.
―Lo tengo bajo control.
―Claramente no lo sabes si sus sesos no están salpicados en las rocas debajo de
ese acantilado.
―A veces hay castigos mucho peores que la muerte ―le digo, rodeándole el
hombro con el brazo y alejándola unos pasos de la puerta principal, para asegurarme
de que no se lance de repente al interior y llegue hasta Daphne antes de que pueda
detenerla.
―Sabes que Padre no permitirá que viva ―dice―. Aunque puedas convencerme,
no hay forma de que deje que eso ocurra.
―Tengo esto bajo control. ―La llevo de vuelta al helicóptero―. Puedes volver a
Seattle. Seguro que tienes mucho trabajo que hacer.
Ella deja de caminar.
―En realidad no estoy aquí para matar a Daphne. Aunque puedo encajarlo en mi
agenda si es necesario. ―Mete la mano en el bolso y saca el teléfono para mirarlo
antes de añadir―. He venido a reunirme con el viejo y querido tío Leander. Al
parecer, Poseidón Shipping necesita un pequeño recordatorio de que Medusa
Enterprises es la cabeza de la bestia.
―¿Se está pasando de la raya otra vez?
Mi tío siempre ha estado resentido con su hermano mayor, e incluso con nosotros,
por la forma en que dirigimos Medusa. Aunque dirige una división, una división
muy poderosa, siempre tendrá que responder ante el heredero del imperio, Troy.
Decir que los dos hermanos no se llevan bien es quedarse corto. En algún momento,
acordaron una tregua hasta cierto punto. Leander dirige Poseidón desde Heathens
Hollow. Troy se queda en Seattle, excepto para las vacaciones. Tienen sus territorios.
Troy tiene la tierra. Leander tiene el mar. Por lo general, los dos pueden ponerse de
acuerdo, pero siempre hay el ocasional choque de titanes, y parece que el trabajo de
Athena hoy es detener una batalla inminente.
―El rumor es que hay acuerdos de armas con Rusia ―dice mientras envía un
mensaje a alguien―. Puede que nuestro cargamento no esté en regla. Estoy aquí para
recordarle que no somos criminales. ―Me mira y sonríe―. Al menos no en la
superficie.
―Sí, los Godwin somos conocidos por nuestra reputación de honestos. ―Me río
entre dientes y sacudo la cabeza.
Una vez me preguntaron qué hacía Medusa. En realidad era más fácil decirles lo
que no hacemos. Nos encantan las adquisiciones hostiles. Nos encanta conquistar,
destruir y luego reconstruir. No hay negocio que no toquemos, reclamemos y luego
gestionemos aún mejor.
Medusa es una vikinga moderna.
―Se está ensuciando ―dice Athena―. Papá me ha mandado aquí para que
nuestro tío sepa que más le vale limpiarlo o lo hará su hermano. ―Athena termina
su texto y luego mira hacia la casa―. ¿Dónde está Daphne?
―En una jaula ―respondo.
Atenea se ríe.
―Ojalá. ―Vuelve a reír, claramente sin tomarse en serio mi respuesta―. Aunque
en una jaula es exactamente donde debe estar. Es una pena, la verdad. Daphne tenía
mucho potencial. Apreciaba su capacidad para ser una luchadora, pero también
podía actuar como un camaleón y adaptarse a cualquier situación con gracia y
elegancia. Realmente podría haber sido un activo para nuestra familia.
Un sedán negro se detiene en la entrada y un hombre trajeado se baja y corre al
otro lado para abrir la puerta trasera a Athena.
Me mira, me da unas palmaditas en el brazo y me dice:
―Dejaré que te encargues de Daphne. Pero si es demasiado difícil, o sientes que
no puedes hacerlo... házmelo saber. Entiendo que es tu mujer, y aunque seas un
Godwin, puede que tu corazón no sea de piedra.
―Sólo necesito algo de tiempo. Manejaré esto a mi manera y me aseguraré de que
Daphne no pueda hacer daño a esta familia nunca más. ―Miro a Olympus y luego
de nuevo a ella―. Pero te agradezco la oferta. Si de verdad quieres ayudarme,
mantén alejado a padre. Intentaré trabajar desde casa, pero necesito unos días libres.
Necesito tiempo sólo para recordar a mi hermano, hacerme a la idea de cómo es esta
nueva vida sin él.
Veo un destello de dolor en sus ojos, y sólo yo sería capaz de verlo ya que conozco
tan bien a mi hermana. Se recupera rápidamente, pero dice:
―Le echo de menos.
―Yo también.
―Él era el corazón de esta familia. ― Sus ojos se dirigieron al árbol del perdón―.
¿Crees que es la penitencia de nuestra familia por todo el mal que hacemos? ¿Crees
que Ares nos fue arrebatado como castigo?
―No lo sé. Me pregunto todos los días por qué fue él y no yo.
Sus ojos permanecen fijos en el árbol durante unos instantes más, pero entonces
Athena parece sacudirse el trance en el que se encontraba y dice:
―Te cubriré ―dice mientras camina hacia el coche―. Pero no tardes mucho.
Medusa es una mierda con tanto escándalo. Al menos la prensa se concentra más en
la muerte que en el asesinato y el juicio. Supongo que eso es bueno. Pero nuestras
acciones están cayendo en picado, y te aseguro que no sé hacer números. Ese es tu
departamento.
―¿Quieres que te acompañe? ―le pregunto mientras sube al coche. Sé que Athena
puede arreglárselas con cualquiera, pero aun así quiero ofrecérselo.
―Tú preocúpate de los números y de esa Jezabel de dentro. Yo me preocuparé de
las operaciones.
pollo ha estado fuera durante horas. Mis emociones han pasado por la
claustrofobia, el miedo, la rabia, la pena, la impaciencia y un millón de otras
durante el periodo de aislamiento. El tiempo parece pasar a trompicones
mientras me siento en mi prisión tras los barrotes. Esto de darme una lección suya
está consiguiendo volverme loca.
Apenas puedo concentrarme, definitivamente no se me ocurre ningún plan y,
gracias a mis buenas noches de descanso, no puedo dormir el tiempo que paso en
esta jaula. Cuando se fue, no tuve más remedio que seguir sus órdenes. Tengo que
pensar en cómo comportarme y no volver a actuar. No puedo arriesgarme a que
Apollo meta a mi hermana en este lío por culpa de mis arrebatos.
Por extraño que parezca, me alegro cuando vuelve Apollo. Cualquier cosa menos
esta agonizante espera en la jaula sin nada más que mis pensamientos sobre lo que
ha pasado y lo que aún está por venir.
―¿Has tenido tiempo para calmarte? ―pregunta Apollo mientras camina hacia la
jaula. Tiene una caja grande con una cinta roja bien atada en un lazo encima―. Te
he traído un regalo.
Abre la jaula, se acerca a la cama y deposita el paquete sobre ella. Permanezco
inmóvil, insegura de lo que quiere que diga o haga.
―Puedes salir ―dice por encima del hombro.
Como quiero que Apollo vea lo en serio que me tomo lo de «portarme bien», salgo
de la jaula lo más rápido que puedo y me quedo de pie con los brazos a los lados,
esperando su próxima orden.
―Ven a abrir el regalo ―dice.
Me acerco a la cama, sin saber por qué siente la necesidad de comprarme un
regalo. Soy su cautiva. Nada más que una mujer en una jaula. Un regalo no encaja
en absoluto en esta imagen.
Con manos temblorosas, agarro la cinta y la desato. Siento los ojos de Apollo
clavados en mí, observando cada uno de mis movimientos. Una vez deshecho el
lazo, levanto la tapa de la caja y miro dentro, confusa.
Realmente confundida.
No sé exactamente lo que estoy mirando, aunque tengo una idea bastante clara de
que este regalo suyo es cualquier cosa menos eso.
―Es hora de que nos preparemos para una fiesta a la que asistiremos esta noche.
―Me coge del brazo y me lleva a la puerta―. Voy a permitirte ir al baño por última
vez antes de vestirte. ―Hace una pausa y me gira para que pueda mirarle
directamente a los ojos llenos de intensa advertencia―. Si te acobardas ante mis
caricias o te portas mal, las consecuencias no serán de tu agrado. ¿Está claro?
Asiento con la cabeza.
―He hecho una pregunta directa. Espero una respuesta directa. Una respuesta de
respeto.
Vuelvo a asentir.
―Sí... señor.
Mi mente está en blanco. No hay el más mínimo acto de desafío dentro de mí. No
después de tener horas para pensar en cada acción que puedo hacer, sólo para darme
cuenta de que terminará conmigo cabreando a Apollo e involucrando a mi hermana.
Horas de tramar y elaborar estrategias sólo para que el resultado siempre vuelva a
ser la palabra «compórtate».
Cuando volvemos al dormitorio, sigo sin tener claro para qué sirven los objetos
de la caja. Tengo una idea bastante aproximada, pero seguramente mis
pensamientos son demasiado perversos y sucios para lo que Apollo tiene realmente
preparado. Dudo seriamente que llegue a los pensamientos extremos a los que llega
mi maltratada y cansada mente.
―Vamos a vestirte. ―Me lleva de vuelta a la caja.
―¿Dónde está mi ropa?
―Se ha ido.
―¿Cómo voy a vestirme entonces?
Señala la caja.
―Tenemos todo lo que necesitaremos ahí.
No necesito volver a mirar dentro de la caja porque Apollo saca el primer objeto
para que lo vea. Es una cola de conejo blanca y peluda unida a un plug anal de metal.
He visto fotos de juguetes sexuales, pero nunca he tenido ninguna experiencia con
ellos. Hasta ahora he llevado una vida bastante vainilla y realmente no puedo
procesar lo que Apollo planea hacer con la cola.
O tal vez estoy en negación. Tal vez no quiero comprender.
O quizás... sí.
―Vamos a asistir a un evento especial esta noche en The Vault1. Esta noche
podemos llevar a nuestras mascotas ―dice Apollo.
La palabra «mascotas» hace que abra ampliamente los ojos y me quede con la boca
abierta. He oído historias sobre The Vault de Heathens Hollow, pero nunca he ido.
Se rumorea que un antiguo banco del siglo XIX en el centro del pueblo es el lugar
donde se celebran fiestas sexuales de todo tipo. No cualquiera puede entrar por la

1
La Bóveda en inglés.
puerta. Se cree que para entrar, cada invitado debe revelar un profundo secreto al
Guardián de la Bóveda para que lo utilice como garantía. A nadie se le permite
hablar de lo que realmente ocurre en The Vault, y si lo haces, bueno... El Guardián
de The Vault tiene tus secretos que podrían ser utilizados para destruirte.
Apollo y yo sólo hemos asistido a actos benéficos, aburridas exposiciones de arte
o mundanas reuniones sociales en las que siempre me cuesta no bostezar. Ir a un
lugar como The Vault no es lo que haríamos nunca. Somos Godwins ... Godwins
asistir a bailes de lujo y cenas caras. No vamos a fiestas secretas, oscuras y sexuales
de las que se susurran tórridas historias.
¿Cómo pudo mi traición haber cambiado tanto a este hombre? Me siento como si
estuviera mirando a un extraño en este momento.
Mi corazón se acelera al pensar en lo que Apollo dirá a continuación, en lo que
hará después. Sigo esperando que diga que solo está bromeando, o quizá que solo
está fingiendo que vamos a un lugar como The Vault como otra amenaza para seguir
dándome la lección. Seguro que no espera que nosotros, el Sr. y la Sra. Godwin, nos
rebajemos a semejante libertinaje.
Apollo se ríe con una sonrisa traviesa. Sus ojos marrones centellean con pequeñas
líneas alrededor. Tiene un encanto casi infantil. Si no supiera lo despiadado que es
detrás de ese rostro carismático.
―Pareces sorprendida. Hace una pausa y estudia mi expresión. Lo único que
puedo hacer es ponerme de pie y concentrarme en respirar lo suficiente para no
desmayarme―. Te llevaré como mascota, así que tenemos que asegurarnos de que
eres la más guapa de allí. Soy un Godwin, así que mi mascota tiene que ser la mejor
de la fiesta.
Mete la mano en la caja, saca un frasquito de lubricante y lo abre. Sin pausa,
exprime un poco de líquido sobre el plug plateado y cubre cada centímetro.
Oh, Jesús. ¿Qué está haciendo? ¿Qué hace?
―Este es grande. Mucho más grande de lo que tu culo apretado puede soportar
cómodamente. ―Hace una pausa y me mira con ojos interrogantes―. Supongo que
tienes un culo virgen. ¿Estoy en lo cierto? Tengo mala memoria, pero estoy seguro
de que recordaría si te hubiera follado por el culo durante nuestro matrimonio antes
del accidente.
Asiento ante su vulgar pregunta. Por supuesto que nunca tuvimos sexo anal. De
todas formas, nunca mostró interés por ello.
―Me lo imaginaba ―dice―. Pero eso está a punto de cambiar.
―¿Qué vas a hacer? ―Trago saliva y me siento estúpida por preguntar. Está claro
que sé lo que piensa hacer con ese rabo. O al menos eso creo. Aunque el tamaño de
ese plug parece demasiado grande. Es imposible que quepa dentro de mí. Culo
virgen o no.
¿Lo hace para asustarme? Tal vez quiere que ruegue y suplique. Quizá sea una
forma de castigo, para hacerme creer que va a meterme el rabo por el culo y llevarme
a un lugar público. Un juego mental enfermizo.
―Como iba diciendo. No puedo darte una cola pequeña o simple. Tiene que ser
la más impresionante. En nuestro mundo, más grande es mejor, princesa. ―Me hace
un gesto para que me tumbe en la cama―. Y después de tus acciones de esta mañana,
no voy a sentir pena por ti. Considéralo una consecuencia.
No me muevo. No es un farol ni una amenaza. Esto va a ocurrir de verdad, pero
me quedo inmóvil en lugar de hacer lo que sé que él quiere que haga. No por desafío,
sino porque el shock de lo que está sucediendo me paraliza.
―Acuéstate boca abajo. Seré amable a menos que pongas a prueba mi paciencia.
Imaginarme a Apollo siendo cualquier cosa menos suave con ese rabo, hace que
me apresure a cumplir lo que me pide. Coloco mi cuerpo en la misma posición que
la noche anterior, cuando me puso el cinturón.
―Todas las mascotas de esta noche tendrán algún tipo de cola. Aunque todas las
mascotas son diferentes, lo que lo hace aún más interesante. Serás la más elegante de
todas cuando acabemos.
Oigo el lubricante escurrirse de nuevo y entonces siento el dedo de Apollo tocar
la costura de mi culo. No se detiene ahí, sino que continúa hasta que su dedo
presiona mi ano. Me aprieto e intento cerrar las nalgas.
―Confía en mí. Me lo vas a agradecer cuando te introduzca el rabo. Te aconsejo
que me permitas lubricarte.
¿Este hombre habla en serio? ¿Le daré las gracias?
―Abre más las piernas ―me dice mientras las separa con un empujón. Así facilita
que su dedo resbaladizo llegue a mi ano.
Jadeo ante el contacto invasivo y cierro los ojos con fuerza. Necesito que esto acabe
de una vez y tomo la decisión mental de no oponer resistencia.
Me presiona un poco el agujero, lo que me produce un escalofrío eléctrico que me
recorre la espalda. Espero odiar cada segundo de esto y, sin embargo, mi coño
palpitante me traiciona una vez más. Odio tener las piernas abiertas porque estoy
casi segura de que Apollo tiene una visión completa de mi sexo, que se humedece
más con cada movimiento de su dedo en mi ano.
―Es una pena que este culo tuyo no haya sido follado antes. Te lo estás perdiendo
de verdad ―dice Apollo mientras presiona un poco más su dedo sobre mi carne
fruncida.
―La última vez que lo comprobé, no estabas interesado en follarme el culo
―contraataco, esforzándome por no centrarme en mi creciente deseo―. No puedo
follármelo yo sola exactamente.
Apollo se ríe a carcajadas.
―Esa es la peor vergüenza de todas. Tenemos que rectificar eso, esposa.
Como recompensa por mi sarcástica réplica, me colocan el tapón metálico en el
culo y me lo introducen sin darme tiempo a prepararme. Se desliza hacia dentro,
pero me separa por completo.
―Dios mío ―gimo mientras me aferro a las sábanas del colchón―. Es demasiado
grande. No puedo. No puedo. ―Mi piel se empapa de sudor y mi espiración se
entrecorta cuando la cola se hunde más dentro de mí.
―Lo estás haciendo muy bien ―dice Apollo mientras coloca una de sus grandes
manos en la parte baja de mi espalda para asegurarse de que permanezco en mi sitio.
Maúllo como un animal mientras me retuerzo en la cama.
Realmente me he convertido en su mascota.
El plug está muy dentro de mí, y puedo sentir el pelo de la cola contra mi culo aún
sensible por el castigo anterior.
Apollo me agarra del brazo. No me duele, pero me agarra con fuerza. Me obliga a
sentarme en el borde de la cama, a pesar de que el rabo me está apretando aún más.
Se arrodilla, mete la mano en la caja y saca de ella una larga cadena y una gargantilla
de metal. El metal está adornado con diamantes alrededor. No me cabe duda de que
es, con diferencia, el artefacto de tortura más caro jamás fabricado.
―No hace falta que me encadenes ―digo mientras el pánico se apodera de mí―.
No tengo intención de intentar escapar.
No contesta, pero me agarra por la nuca, tira de mi cabeza hacia él y me rodea el
cuello con el collar. Está tan apretado que, cuando trago saliva, noto que mi carne
choca con la fría sujeción.
Tirando del collar para asegurarse de que está cerrado, Apollo dice:
―Permanecerás con el collar y esta cola hasta que yo diga lo contrario.
Acaricio el collar con la punta de los dedos mientras aprieto el culo alrededor del
plug.
―Por favor, dime que no me harás llevar todo esto delante de otras personas.
―Sí. ―Se levanta, sin importarle lo más mínimo―. Es el tema de la noche.
―Apollo. Sé que estás enfadado conmigo. Furioso. Pero sigo siendo tu esposa.
Aún tenemos una reputación que mantener. No podemos llegar a una fiesta sexual
conmigo vestida así. ―Respiro hondo, sintiendo que la histeria golpea mi
estabilidad mental―. Los Godwin son los dueños de las tierras de Heathens Hollow.
Imagina lo que dirá la gente si se sabe que estábamos...
―Basta ―me interrumpe.
Mi corazón late tan fuerte contra mi pecho que estoy segura de que podría morir
de la histeria que me invade. No puedo creer que Apollo esté siquiera considerando
esto. Siempre se ha centrado en la reputación y el nombre de la familia, hasta ahora.
No se atrevería a ensuciar nuestra posición en la alta sociedad. Independientemente
de lo que sienta por mí, hacer desfilar a su esposa en nada más que una cola de conejo
y un collar de diamantes es el tipo de escándalo del que no podemos volver.
Me levanto y me dirijo al espejo para ver si mi imagen es tan mala como creo. La
pesada cadena de la correa se arrastra detrás de mí, tirando aún más del collar.
Cuando veo mi reflejo en el espejo, el contraste del metal oscuro con brillantes
diamantes con mi piel hace que mi horrible situación sea aún más real. No soy más
que una mascota, atada, encadenada, cautiva.
Me giro para mirar a Apollo y le digo:
―¡No puedes hablar en serio! No puedo ir a ningún sitio vestida así. Si quieres
castigarme, hazlo en privado. No a la vista de todos.
Sin respuesta.
―¡Por favor! Te juro que me portaré bien. Seré buena y nunca más te daré un
problema. No me atrevería a traicionarte a ti o a cualquiera de los Godwins de nuevo.
Creo que lo sabes o me habrías matado. Pero Apollo... ―Señalo la cola de conejo y
luego el collar―. Por favor, piensa en lo que dirá la gente. Nunca podré volver a
mostrar mi cara en esta isla. ―Sigue sin decir nada―. No necesito collar y cola para
ser tu mascota. ¿No podemos hacer esto... lo que sea que hayas planeado en la
intimidad de Olympus? Me arrastraré sobre manos y rodillas toda la noche si eso
ayuda. Solo mantén este... castigo... nuestro secreto.
No hay respuesta.
Se me contrae el pecho y resoplo con todas mis fuerzas para tomar aire. Moriré de
vergüenza, mortificación y... Ningún castigo podría ser peor que este. Todos los ojos
estarán puestos en mí.
Daphne Godwin vestida de conejita sexual. Desnuda. Vulnerable. Siendo paseada
con un collar en The Vault.
Esta es la manera de Apollo de destruirme. No matarme... destruirme.
Me derrumbo al suelo, aprieto las rodillas contra el pecho y dejo que caigan las
lágrimas. Si el objetivo de Apollo era doblegarme, lo ha conseguido. Ahora sé que
no me matará. Ese nunca fue su plan. Su plan era ponerme de rodillas y someterme
a todas sus órdenes. Su plan era quebrarme, no matarme. Pero tal vez quiero morir.
Tal vez quiero morir para no tener que soportar más esta humillación.
Estoy tan perdida en mi miseria que no oigo a Apollo acercarse a mí. Por un
momento, olvido que está en la habitación.
Le miro con lágrimas en los ojos y le suplico:
―Por favor, Apollo. Tú, más que nadie, lo sabes. Sabes lo mucho que he trabajado
para cambiar la opinión que la gente tiene de mí. Fue tan difícil ser la respetada,
distinguida y admirada Sra. Godwin que querías en una esposa. No me quites todo
eso obligándome a asistir a un evento como este.
―¿Te preocupaba el nombre de Godwin cuando intentaste que me arrestaran por
asesinato? ―pregunta―. ¿Te preocupaba el nombre de Godwin cuando mi hermano
fue crucificado por los medios de comunicación incluso antes de que comenzara su
juicio? ¿Te preocupaba lo que la gente decía de nosotros o pensaba de nosotros
entonces? ¿Por qué te importa ahora?
―Fue un error ―me ahogo―. Un terrible error del que desearía poder
retractarme. Pero Apollo... te lo ruego. ―Tiro del cuello para enfatizar mi súplica.
Se arrodilla a mi lado y me mira directamente a los ojos.
―Mírame y sabe que nunca dejaré que se ensucie tu nombre. Puede que ensucie
este cuerpo tuyo, pero no dejaré que nadie diga ni piense nada negativo de ti. No
mientras seas mi mujer. ―Coloca la punta de su dedo en mi mejilla y me acaricia
suavemente―. Se llama The Vault por una razón. Lo que ocurra en ese lugar nunca
traspasará los muros. Jamás. Lo que ocurra esta noche es tan privado como lo que
hemos hecho bajo el manto de esta mansión.
Sacudo la cabeza.
―La gente habla. Tú y yo sabemos lo tóxicas que pueden ser las habladurías de
Heathens Hollow. No quiero volver a ser esa chica del lado este de la isla. Tú me
salvaste de eso. Por favor, no me hagas volver a ser esa persona.
Mueve la punta del dedo y lo pasa suavemente por el cuello, donde se une a mi
nuca. Mete el dedo entre el metal y la carne y dice:
―Esta noche podemos ser quien queramos. Yo no tengo que ser Apollo y tú no
tienes que ser Daphne. Tú eres simplemente mi conejita y yo tu amo.
―No ―resoplo, sin dejar de llorar―. Por favor. ―Debería llevar un vestido.
Debería llevar tacones caros. Las joyas deberían gotear de mis orejas y colgar pesadas
alrededor de mi cuello. Soy Daphne Godwin y eso significa algo... o al menos lo
significaba. Me está desnudando hasta dejarme sin nada, y si su intención es
quebrarme haciendo esto, pues entonces, él gana.
Retira la mano del collar y me la pone en la cabeza. Lentamente, me pasa los dedos
por el cabello, sin apartar los ojos de los míos.
―Shhh... cálmate. No más lágrimas.
―Entonces no nos hagas ir a esto. Por favor. ―Sacude la cabeza―. Nos esperan
en The Vault. No puedo llegar sin mi mascota. Así que seca esas lágrimas y confía
en que aunque tu dignidad no esté protegida esta noche, tu reputación y la
privacidad de tu nombre sí lo estarán.
Su suave tacto y las caricias que me da en el cabello alivian parte de mi angustia.
Apollo siempre ha sido un hombre de palabra. Si dice que mi reputación está a salvo,
me inclino por creerle. Además, ¿realmente tengo otra opción? Y una cosa sobre
Apollo y su familia es que protegen lo que es suyo con ferocidad. Su nombre y
reputación lo son todo. Si Apollo destruye mi reputación asistiendo a esta fiesta, él
hace lo mismo con la suya.
―Qué buena mascota ―elogia cuando ve que ya no intento suplicar para salir de
esta situación―. Esta noche será una noche para recordar. ―Sigue acariciándome el
pelo―. Te las vas a arreglar muy bien.
¿Lo estaría? ¿Cómo podría volver a estar bien?
―Odio esto ―grito―. ¿Por qué eres tan cruel? ¿Cómo puedes ser tan cruel con
otro ser humano? Puede que la haya cagado, pero sigo siendo tu mujer. Sigo siendo
la mujer con la que te casaste.
Inclina la barbilla.
―Lo sé.
―Entonces, ¿por qué me haces esto? ―Señalo la jaula―. ¿Por qué?
―Consecuencias, princesa. Tenías que saber que habría algunas.
―¿Merezco ser tratada como un animal? ―pregunto. Mis palabras parecen
cambiar las cosas, pero también tengo la sensación de que es inútil intentar
convencer a Apollo de que vaya en contra de cualquier plan retorcido y oscuro que
tenga.
Apollo me pone las palmas de las manos a ambos lados de la cara y me obliga a
mirarle directamente a los ojos.
―Tienes que comportarte. El evento de esta noche empezará pronto. No querrás
saber lo que les pasa a las mascotas que desobedecen, y te prometo que este collar,
la jaula y el tapón anal serán poca cosa en comparación. Compórtate. ¿Me has
entendido? No tienes nada que demostrar. Perderás.
―Ya he perdido ―señalo―. Llevo un collar y una cola mientras estoy cautiva. No
tengo nada más que perder.
―Pero lo hay. Tengo maneras de hacer que mis enemigos pierdan mucho más.
No me presiones. Simplemente no lo hagas. ―Se inclina y me besa suavemente en
la frente antes de levantarse. Me tiende la mano para ayudarme a levantarme ahora
que ya no lloro ni tengo un ataque de nervios―. Vamos a llegar tarde.
Me pongo en pie y me tomo un momento para disipar el ligero mareo. Apollo me
rodea el cuerpo con el brazo para mantenerme firme mientras la habitación se
arremolina a mi alrededor. No tardo mucho en volver a sentirme como antes. Es
decir, como antes, pero con una cola de conejo y un collar.
―¿Tienes hambre? ―pregunta.
Asiento con la cabeza, preguntándome si me hará comer de un cuenco en el suelo
de la jaula o algún otro acto humillante.
―Bien. Habrá comida en The Vault. ―Se aparta unos centímetros para poder
contemplar mi aspecto completo―. Te ves absolutamente perfecta, mi mascota.
Perfecta.
Apollo recoge la cadena, y la eliminación del peso que cuelga ayuda a aliviar un
poco la presión sobre el collar. Luego me conduce fuera de la habitación.
stoy desnuda.
Estoy desnuda con un collar alrededor del cuello y un plug anal conectado
a una cola en el culo.
Estoy desnuda, escoltada por una correa dentro de un antiguo banco
histórico a lo que se conoce en secreto como The Vault, llena de hombres que
observan cada uno de nuestros movimientos mientras entramos.
Hay un hombre vestido con un traje oscuro, una capa negra con capucha y una
máscara detrás del mostrador, como haría un cajero de banco. La máscara es
demoníaca y oculta quién es el hombre que hay detrás.
―Ese es El Guardián de The Vault ―dice Apollo mientras nos guía en su
dirección―. Prepara tu secreto.
¿Secreto? He oído que dar un secreto es la única manera de entrar, pero en realidad
no había planeado hacerlo, y ni siquiera tengo idea de qué escribir. ¿Cuán sincera
quiere Apollo que sea? Me dijeron que una vez que me case con un Godwin, nunca
revelaré un solo secreto. Jamás.
Nos acercamos a la ventana y el Guardián de la Bóveda nos empuja dos cartulinas
gruesas y dos bolígrafos Mont Blanc. Veo ojos oscuros detrás de la máscara, pero no
veo nada que humanice a esta persona más allá de eso. Incluso sus manos están
cubiertas por guantes de cuero negro.
Apollo coge rápidamente el papel y el bolígrafo y empieza a escribir algo. No me
atrevo a intentar echar un vistazo aunque lo deseo. ¿Qué secreto está escribiendo?
¿Qué está dispuesto a contarle a un completo desconocido? Los Godwin son
conocidos por su capacidad para guardar secretos. Es una de las principales razones
por las que no creen en el divorcio. Una vez que te casas en la familia, estás al tanto
de los secretos que viven dentro de sus paredes. Nunca permitirían que alguien
tuviera acceso y luego se fuera con el conocimiento. Eso sería entregar el poder
voluntariamente. Los Godwin no ceden poder.
Antes incluso de que empiece a escribir mi secreto, Apollo dobla el papel y se lo
entrega al Guardián de la Bóveda. El enmascarado se toma un minuto para leerlo, lo
vuelve a doblar, lo guarda en una caja de seguridad y asiente con la cabeza. Supongo
que es un hombre, pero no hay forma de saberlo. Ambos me miran, esperando a que
escriba algo.
Anoto rápidamente que fui yo quien delató a Apollo por matar a un hombre.
Asumo que es un secreto lo suficientemente digno como para entrar en The Vault, y
si a Apollo le molesta que haya dado tal secreto, pues allá él. Es su culpa por traerme
aquí para empezar. El Guardián de The Vault lo lee, mira a Apollo y luego asiente
con la cabeza en señal de aprobación mientras mete también mi secreto en la caja
cerrada. El Guardián de la Bóveda vuelve a asentir con la cabeza y señala una
escalera que conduce al subsuelo del banco. Parece que nos hemos ganado la llave
del club secreto.
Mientras bajamos las escaleras, lo único en lo que mi mente puede concentrarse es
en el olor a comida. Me muero de hambre. Una enorme mesa está llena de platos de
pasta y carne. Ningún restaurante italiano podría compararse con el despliegue que
contemplo mientras doy los últimos pasos y entro en la habitación unos centímetros
por detrás de Apollo. La fragancia es como una patada en mi estómago vacío, y haría
cualquier cosa, incluso caminar desnuda, por comerme esa comida.
―Caballeros ―dice Apollo con un gesto de la cabeza a algunos de los invitados
que están cerca.
Por suerte, no reconozco a ninguno de los hombres de la sala, y agradezco el
tiempo en que ya no vivo en Heathens Hollow. Ninguno de estos hombres era amigo
de mi padre, pero los Godwin nunca se rebajarían a relacionarse con hombres como
él. No creo que ninguno de ellos me reconozca como la descalza, sucia, del Este que
una vez fui.
―¿Dónde están sus mascotas? ―pregunta Apollo.
―Las tenemos juntas en una habitación ―responde un hombre―. Hay algunos
asuntos que discutir antes de empezar la fiesta, y no nos pareció una conversación
que nuestras... ―el hombre hace una pausa y me mira, luego vuelve a mirar a
Apollo―, que nuestras mascotas necesiten oír.
Apollo asiente con la cabeza y le entrega la correa a un hombre que no parece un
huésped, sino un empleado, que se encuentra a su derecha.
―Lleva a mi mascota para que se reúna con las demás ―ordena, sin mirarme ni
una sola vez. No sé por qué el hecho de que Apollo no me mire me molesta más que
el hecho de que esté desnuda y me traten como a un animal.
Me están echando a otro, y lo odio. Odio irme del lado de Apollo.
¿Por qué?
¿Por qué coño debería importarme?
Mi estómago gruñe mientras me alejan de la mesa de comida. Me pregunto cuánto
tiempo pasará hasta que me dejen meterme un bocado de pasta en la boca.
Debo de caminar demasiado despacio por la pantalla, porque el hombre que ahora
me sujeta la correa me tira un poco más fuerte para ordenarme en silencio que
mantenga el ritmo. Mientras camino descalza detrás de él y me conducen a una
puerta cerrada, miro por encima del hombro y veo a Apollo sentado a la mesa con
otros diez hombres. Las mandíbulas se traban, los ojos se oscurecen y se entrecierran,
y la tensión se respira en el ambiente.
No puedo evitar preguntarme si tendrá algo que ver con la familia Godwin y por
eso Apollo sintió la necesidad de hacer una visita a The Vault cuando nunca
habíamos asistido antes.
Se abre la puerta y me meten dentro. Me tomo un momento para adaptar mis ojos
a la habitación poco iluminada. Ya sé que habrá otras mujeres en la habitación,
puesto que voy a reunirme con las otras mascotas, pero no estoy preparada para lo
que veo.
Sentadas en el suelo hay diez mujeres. Una mascota por cada hombre fuera.
Hay varios gatitos, cachorros, otro conejito e incluso un unicornio. Todas llevan
collar y cola igual que yo, y algunas incluso tienen atadas las muñecas y los tobillos
con muchas más cadenas. Supongo que tengo suerte de tener sólo mi correa como
única cadena de metal pesado. Sus ojos, muy abiertos y curiosos, me examinan en
silencio mientras el hombre me empuja hasta el fondo, me aprieta por los hombros
hasta que me arrodillo en el suelo, luego cierra la puerta en silencio y se marcha para
reunirse con los invitados masculinos en la otra habitación.
Como estoy a cuatro patas, no sé qué hacer. ¿Me arrastro hasta donde están
sentados? ¿Les digo algo? Cada mujer está desnuda, vulnerable; pero no parecen
asustadas o molestas por estar en la situación en la que están. Y una vez más me
siento aliviada de no reconocer a ninguna de las mujeres, lo que significa que quizá
no sepan quién soy.
―Esta noche tenemos una nueva mascota ―dice sonriendo una mujer con cola de
gatita. Tiene los labios rojos, el maquillaje oscuro y el cabello recogido en dos coletas
para parecer más felina.
―Bonita ―dice otra mujer que tiene orejas de conejo además del cuello y la cola.
Su voz es suave y seductora.
Permanezco inmóvil. En silencio.
―¿Por qué actúas como si acabaras de ver un fantasma? ―pregunta la mujer de
labios rojos―. No mordemos.
Las mujeres de la sala se ríen, y veo fácilmente que todo el mundo está... cómodo.
―¿Cómo te llamas? ―pregunta cortando la risa.
No me reconocen... todavía. Considero dar un nombre falso pero tratar de
mantener mi verdadera identidad va a ser imposible una vez que nos unamos a los
hombres. Apollo Godwin y su familia son los dueños de Heathens Hollow. Aunque
las mujeres no me reconozcan, pronto lo reconocerán a él.
―Daphne ―respondo mientras me recoloco para sentarme sobre mi muslo. La
gran cola me impide sentarme completamente sobre el trasero, así que no me queda
más remedio que buscar una postura que parezca realzar mi sensualidad cuando, en
realidad, eso es lo último que pretendo.
―¿Daphne Godwin? ¿La esposa de Apollo?
Asiento con la cabeza y me trago el nudo que se me forma en la garganta.
―Estamos sentadas con la realeza ―dice una chica que se apoya en una pared. Va
vestida con una cola de cachorro negra y lleva una máscara de cuero negro
cubriéndole la cara. Su disfraz es mucho más extenso e incluye joyas de cuero con
un collar más grueso que el de los demás―. Los Godwin rara vez asisten a The Vault.
―Sus ojos miran mi cola―. Incluso te dio una cola blanca y un collar de diamantes.
Muy... Godwin.
Me cuesta procesar a las mujeres que tengo delante. Está claro que están aquí por
elección propia. Cada una de ellas, y asumen que yo también. Y por alguna extraña
razón, no quiero que se sepa que mi marido me ha llevado a Heathens Hollow, y
todo en esta situación es forzado. Es como si estuviera en el vestuario de un instituto
intentando encajar con las animadoras guays o algo así. También me han preparado
tanto para proteger el nombre de Godwin a toda costa, que no quiero estropear la
reputación de Apollo en absoluto. Irónico, ya que intentar destruirlo es lo que me ha
llevado a esta situación.
A pesar de todo, permanezco en silencio.
No es como si pudieran ayudarme de todos modos si les dijera la verdad. No
cruzarán un Godwin y me ayudarán a escapar. No si valoran la tierra en la que viven.
Sólo arriendan la tierra. No son dueños. Un Godwin puede desalojar sin causa, y
seguramente lo hará si se le da una razón. En todo caso, pueden empeorar la
situación si les cuentan a sus hombres sobre mí y luego los hombres le cuentan a
Apollo. No creo que Apollo apreciara una escena en The Vault.
El incómodo silencio pronto es sustituido por las conversaciones que las mujeres
mantenían antes de que yo entrara en la sala. Nunca me han gustado los cócteles ni
las reuniones sociales. Sin embargo, me casé en esa vida, así que he asistido a
innumerables noches aburridas y sin sentido. No se me da bien hablar por hablar.
No se me da bien seducir a completos desconocidos.
Pero al menos en esas fiestas, llevaba un puto vestido.
Aquí estoy sentada. Con un rabo en el culo cada vez más incómodo y un collar
que sigue siendo humillante aunque esté hecho de diamantes. Y las otras mujeres
están sentadas con sus propias colas y collares, pero no parecen sentirse incómodas.
Esto es normal para ellas. Todas sonríen y charlan como si estuvieran en su propio
cóctel... sin los vestidos, los bolsos de diseño y los tacones.
Y lo más loco de todo es que soy la rara de la habitación. No sé cómo sentarme
cómodamente. No sé qué mirar ni qué hacer. No quiero quedarme mirando su
desnudez o cómo algunas tienen orejas o pestañas postizas. Una mujer incluso lleva
lentillas que parecen el iris de un gato de verdad. No quiero mirar, pero no puedo
evitarlo.
No consigo ponerme cómoda, no importa en qué posición intente sentarme. Debe
de ser obvio, porque la mujer de labios rojos vuelve a mirarme y me dice:
―¿No estás acostumbrado a la cola?
―Es... grande ―respondo, sin saber muy bien qué decir pero lamentando lo
quejumbrosa que suena mi respuesta.
―Es mejor no moverse mucho ―aconseja―, el peso del tapón se desplaza y te
estira con cada movimiento. Lo mejor es que te relajes y te quedes lo más quieta
posible. No aprietes.
Antes de que pueda preguntar exactamente cómo no se aprieta cuando el cuerpo
quiere que salga la invasión, la puerta se abre y el miembro del personal que me trajo
aquí se planta en el umbral.
―Vengan mascotas. Es hora de cenar. Sus amos esperan que se unan a ellos.
Alabado sea el puto Señor. Podría comerme un cuenco de comida para gatos a
estas alturas.
Todas las mujeres se acercan a la puerta a gatas, arrastrando las correas. Lo tomo
como una señal y hago exactamente lo mismo. El peso de mi cola se hace aún más
evidente mientras me arrastro como un animal en fila india hacia la sala principal.
Todos los hombres están sentados a la mesa del comedor, incluido Apollo a la
cabeza. Todos nos miran entrar en la habitación con sonrisas y ojos hambrientos
mientras interrumpimos su reunión. Hago contacto visual con Apollo y veo que
parece complacido. No sé si es porque gateo como una buena mascota o porque está
sentado de rodillas en una habitación llena de mujeres.
En cualquier caso, no dejo de mirarle mientras sigo a las demás mujeres bajo la
mesa. Cada mujer descansa a los pies de sus «amos», y capto rápidamente que estoy
a punto de hacer lo mismo a los pies de Apollo. No tengo tiempo de procesar ni de
protestar por estar debajo de una mesa. Pantalones holgados y zapatos de cuero
negro es todo lo que podemos ver de los poderosos hombres.
Y la pregunta más retorcida de todas pasa por mi cabeza...
¿Vamos a comer bajo la mesa a los pies de los hombres?
¿Y por qué todas las mujeres de alrededor parecen felices? Sonríen. Algunas se
frotan la cara en la pierna de su hombre como haría una mascota obediente. Otras se
agachan y esperan pacientemente lo que venga a continuación. Nadie se ruboriza.
Nadie llora. Nadie se cabrea ni contiene la furia. Ni una sola mujer está en apuros de
ningún tipo.
Apollo mete la mano bajo la mesa y me pone la palma sobre la cabeza. Me pasa
suavemente los dedos entre el cabello... acariciándome.
Acariciando a su conejito.
Y fóllame... me palpita el coño.
―Que coman primero las mascotas ―oigo que dice la voz de Apollo desde
arriba―. Ya que se están portando tan bien.
Poco después, veo cuencos de pasta penne con salsa roja y gruesos trozos de
salchicha empujados bajo la mesa. Cada mujer coge un cuenco y lo coloca frente a
ella. La mujer de los labios rojos es la primera en colocar la cara en el cuenco y
empezar a comérselo como lo haría un gato. Sin manos. Sólo la boca.
Todas las demás mujeres le siguen rápidamente. No es salvaje, como cabría
esperar, tener a diez mujeres debajo de una mesa comiendo de cuencos con la boca.
De hecho, las mujeres tienen cierta elegancia y gracia. Está claro que tienen práctica.
Yo, sin embargo, no tanto. Incluso acercar mi cara a la taza me resulta extraño. Me
obliga a sacar el culo hacia fuera y hacia arriba, haciendo que mi culo se apriete
contra el tapón. Tengo que separar los muslos para ayudarme a bajar la cara lo
suficiente, y el aire frío contra mi coño húmedo me avergüenza. ¿Y si las otras
mujeres ven los signos de excitación? ¿Y si ven lo mojada que me estoy poniendo
mientras mis pechos y mis pezones endurecidos acarician el frío suelo mientras doy
bocados a la pasta?
Por el sonido de arriba, está claro que la hora de cenar también ha empezado para
los hombres. Ríen y hablan como en cualquier fiesta normal. Como si no hubiera
diez de sus mascotas comiendo en cuencos a sus pies.
La mano de Apollo baja y me toca la columna mientras estoy encorvada comiendo.
Suavemente, pasa las yemas de sus dedos arriba y abajo, calmándome. Me
reconforta. Al levantar la vista de mi plato y mirar a las demás mujeres, veo que otros
hombres están haciendo lo mismo con sus mascotas, y todas las mujeres tienen una
expresión de orgullo y satisfacción en sus rostros. Y comprendo... me siento cálida y
segura bajo el contacto de Apollo. No tengo ni idea de por qué, y no tengo ni idea de
por qué aprieto mi cuerpo contra su pierna para sentir su calor contra mí. Pero lo
siento.
Cuando acabamos de comer, cada mujer saca su cuenco de debajo de la mesa y
veo los pies de alguien que se acerca a recogerlos. Observo todo lo que hacen las
mujeres y lo copio lo mejor que puedo. Incluso me lamo la mano y me la paso por la
cara como se bañaría un animal. Todas tenemos salsa roja en la cara, pero veo que es
nuestro deber limpiarnos mientras los hombres siguen hablando arriba.
La mayor parte del tiempo no consigo entender lo que se dice. Parece una charla
ociosa, pero entonces oigo a Apollo decir: «Poseidón» y me esfuerzo por escuchar lo
mejor que puedo. Cautiva o no, sigo siendo una Godwin y sé que, aunque Poseidón
forma parte de las Empresas Medusa, siempre ha sido una espina clavada en el
costado de Apollo. Había oído a mi marido utilizar a menudo las palabras «turbio»,
«ilegal» y «cobarde» para describir la división.
―Poseidón está trayendo el peligro a Heathens Hollow. Ahora está justo en
nuestros muelles ―habla un hombre.
―Athena está trabajando en ello ―dice Apollo―. No creo que tenga que
recordarle a ninguno de ustedes lo convincente que puede llegar a ser mi hermana.
No tienen nada de qué preocuparse.
―Han estado haciendo esto lentamente durante años ―dice otra voz―. No creo
que tu familia sea realmente consciente de lo profunda que es esta vena. Poseidón
no es un pequeño negocio en la isla que puedas amortiguar fácilmente.
―Mi tío dirige Poseidón, pero mi padre dirige Medusa, y eso lo supera todo.
Poseidón es simplemente una rama del árbol genealógico. Una ramita diminuta
comparada con Medusa ―dice Apollo―. Athena está teniendo una pequeña charla
con el querido tío. Te lo puedo asegurar.
―No tenemos que decirte esto, pero valoramos la privacidad de Heathens
Hollow. Lo último que queremos es que la atención se dirija hacia nosotros ―dice
otra voz―. Nuestro sheriff local sólo puede desviar a las autoridades por un tiempo.
―Entendido. Ya hemos tenido suficiente mierda legal últimamente ―dice
Apollo―. Mi familia está decidida a dejar esa mierda en el ataúd de Ares. No
tenemos ningún deseo de involucrarnos con ningún chanchullo secundario de
Poseidón, ni lo permitiremos.
―Te agradecemos que vengas y nos lo digas en persona ―dice alguien.
―Por supuesto. Pero basta de charla por ahora. Tenemos unas hermosas mascotas
a nuestros pies que necesitan algo de atención. Mascotas ―dice Apollo―. Salgan y
siéntense en el regazo de su amo.
o he visto nada tan hermoso en toda mi vida. Daphne está ante mí con una
gota de marinara en la nariz, la piel enrojecida, los ojos muy abiertos y un aura
de completa sumisión a su alrededor. Disfruto con su rebeldía, pero me gusta
aún más esta mirada de completa rendición. Siento que su cuerpo tiembla bajo mis
caricias y mi polla se endurece cuando ella se aprieta contra mi pierna.
Mi mascota. Mi perfecta y obediente mascota.
Le hago señas para que se siente en mi regazo, como hacen las demás mascotas.
Algunos se sientan a horcajadas en el regazo de su amo, otros se acurrucan, otros
quieren que los acune como a un bebé. Tengo curiosidad por saber qué hará Daphne.
Da unos pasos vacilantes hacia mí con los párpados pesados y los labios fruncidos.
Quiero follármela allí mismo, pero sería una grosería salir de The Vault tan pronto,
y no estoy seguro de querer llevarla demasiado lejos forzándola a tener sexo en
público... todavía. Me acaricio el regazo y espero, aunque soy todo menos paciente.
Quiero su cuerpo desnudo sobre mí inmediatamente.
Mira a su alrededor como si siguiera el ejemplo de las demás y luego se sienta en
mi regazo como si yo fuera una silla. Creo que preferiría sentarse a horcajadas, con
los labios del coño bien abiertos, pero disfruto de la delicadeza con que se posa en
mis rodillas. La atraigo hacia mí y la acuno entre mis brazos. Le froto con el pulgar
la marinara de la nariz y me río mientras su cara se enrojece aún más.
―Ser una mascota te sienta bien ―le digo.
No responde, sino que mira hacia abajo para evitar mi mirada.
Le acaricio el pecho.
―Mírame, Daphne.
Ella obedece inmediatamente, lo que hace que mi polla se retuerza contra su culo
rabudo.
―¿Comiste lo suficiente? ―Pregunto.
Ella asiente.
―¿Estás segura? Sé que debe haber sido duro comer así.
―Me ha ido bien ―dice en voz baja, rompiendo mi mirada al volver a bajar la
vista.
Cojo mi copa de vino y se la llevo a los labios.
―Bebe.
Lo hace y me permite sostenerle la copa. El simple hecho de ofrecerle vino me hace
querer ofrecerle mucho más. Mis instintos protectores y la necesidad de mimar y
cuidar a la mujer se imponen a la necesidad de venganza y castigo. Me guste o no,
ver a Daphne suave y complaciente hace lo mismo en mí.
Me tomo un segundo para mirar a mi alrededor y veo que algunos hombres se
levantan de la mesa con sus mascotas atadas a los pies. Estoy bastante seguro de que
todos están pensando lo mismo que yo y quieren participar en un divertido juego de
mascotas, pero aun así quiero hablarles de Poseidón y de lo que ha estado ocurriendo
a nuestras espaldas en Heathens Hollow antes de perder toda su atención. Ahora
que he tenido algo de tiempo para ordenar mis sentidos y no sentirme
completamente a ciegas porque Poseidón ha estado operando en tratos con los que
nunca estaríamos de acuerdo, y que Athena no estaba exagerando cuando llegó hoy,
quería asegurarme de que tenía todos los detalles.
―Caballeros, antes de irnos y disfrutar de esta fiesta a nuestra manera individual,
me gustaría que saliéramos y disfrutáramos de un buen puro bajo la luna llena esta
noche. No tomará mucho tiempo, y creo que nuestras mascotas estarán bien aquí sin
nosotros por un corto tiempo.
Me levanto y coloco a Daphne sobre una mullida alfombra negra que hay cerca.
Ella capta mi señal al instante y se sienta en el suelo como lo haría una buena
mascota. Su cola blanca contrasta con el negro, y todo lo que puedo hacer es
imaginarme follándomela encima, pero primero los negocios. Recojo la caja de puros
de cedro e indico al resto de los hombres que se unan a mí.

No quiero que Apollo se vaya. Quizá sea porque aún me siento incómoda sentada
con el resto de las mujeres que charlan entre ellas, o quizá sea alguna otra razón,
pero no quiero quedarme aquí sin él.
Mientras estoy sentada en la alfombra mirando a mi alrededor, me doy cuenta de
que todo el tiempo que comí, me acariciaron, me abrazaron, no pensé en mi situación
actual. No estaba cautiva. No me sentía prisionera. No temía por mi vida ni temía
que Apollo buscara venganza.
No quería correr y esconderme.
Lo que quería era más de su toque.
Se me llenan los ojos de lágrimas. ¿Qué coño me pasa? ¿Por qué me siento así? O
mejor aún, ¿por qué no intento escapar ahora que no hay nadie cerca para asegurarse
de que permanezco en la habitación? Las otras mujeres no me prestan atención, y
aunque lo hicieran, no saben que estoy retenida aquí contra mi voluntad. Así que, si
me levanto y salgo de esta habitación, no le darán importancia.
Así que, con piernas temblorosas, lo hago.
―Necesito ir al baño ―digo lo suficientemente alto como para que, si alguien me
está prestando atención, pueda oírme.
Paso a paso, me dirijo al cuarto de baño de la planta baja. Cuando cierro la puerta,
respiro hondo. Esto no es ser el conejito bueno. Esto no es comportarse. ¿Qué hará
Apollo cuando se entere?
Intento no imaginarme su cara, ni pensar en cómo me sentaría que me azotara el
culo con un cinturón, pero me echo la mano a la espalda y saco el conejito, lo enjuago
y lo dejo sobre la encimera del baño. Es el último acto de desafío, pero tampoco
puedo salir corriendo con un enorme tapón en el culo. Al mirarme en el espejo, veo
el collar de diamantes y decido dejármelo puesto. No dudo de que vale una fortuna
y puede serme útil si necesito acceder a más fondos mientras huyo. Como no sé cómo
quitarme la correa encadenada sin riesgo de romper los diamantes, decido dejármela
y llevarla mientras corro.
Vuelvo a respirar hondo, abro la puerta del baño y espero que ninguna de las
mujeres se dé cuenta de que me he quitado la cola o de que me dirijo hacia la salida.
Si me voy, se desatará la ira de los dioses en cuanto Apollo descubra que he
desaparecido.
Me dirijo hacia la puerta que da al vestíbulo de The Vault, miro por encima del
hombro y veo que nadie me presta atención. Sé que estoy desnuda, pero no importa.
Me apresuro hacia la salida tan rápido como puedo.
Me quedo helada cuando se abre la puerta principal y unos pasos pesados
irrumpen en mi dirección.
―¿Qué demonios haces en el vestíbulo? ―Apollo pregunta, con los otros hombres
de cerca.
Me pregunto si mis piernas temblorosas me sostendrán. ¿Qué puedo decir? No
hay palabras. Ninguna excusa. No hay manera de salir de esta situación.
Apollo me fulmina con la mirada. El olor a puro y a furia se mezclan. Señala la
puerta.
―De vuelta a The Vault, ahora.
No dudo y hago exactamente lo que me pide. No puedo hacerme la heroína. Lo
intenté y fracasé estrepitosamente, y temo que si le enfado o empujo a Apollo lo más
mínimo, exigirá que le traigan a mi hermana en ese mismo momento como castigo
por mi desafío.
Paso junto a Apollo, pero me detengo lo justo para mirarle a los ojos, suplicando
clemencia en silencio.
―Ahora ―dice entre dientes.
Asiento con la cabeza y bajo corriendo las escaleras, rezando para que mi hermana
no pague las consecuencias de lo que he intentado hacer. Contengo la respiración y
rezo por no haber avergonzado a Apollo. Sé que traicionarlo es una cosa, pero
avergonzarlo y faltarle al respeto públicamente es otra.
Cuando entro en la sala principal de The Vault, las mascotas siguen
holgazaneando y hablando, completamente ajenas a lo ocurrido, o a que haya
siquiera un asunto privado entre marido y mujer.
El sonido de los hombres bajando las escaleras me produce escalofríos. Cada uno
pasa junto a mí y camina hacia su mascota. Es como si no hubiera pasado nada.
Apollo camina a mi lado y me coge de la mano.
―Estás en problemas, mi mascota. En un gran problema.
o estoy enfadado. Es sólo la naturaleza humana para Daphne hacer lo que hizo.
Pero a pesar de todo, la penitencia tiene que ser pagada. Los hombres saben lo
que hizo, y las otras mascotas pueden ver que se ha quitado la cola. Si la dejo
ir sólo con una advertencia verbal, todos hablarán a mis espaldas de que no soy más
que un marido que da latigazos. El débil hermano Godwin, que por desgracia, mi
hermano tenía a menudo la reputación de ser. Pero a partir de ahora, el nombre de
Apollo Godwin no se interpretará como débil o descontrolado.
Una sesión pública de disciplina es la única respuesta.
Salta en cuanto mi mano le golpea el culo.
―¡Oww! ―chilla, levantando las puntas de los pies en el suelo y moviendo las
manos para cubrirse el trasero, protegiéndose de un nuevo castigo.
No permitiré que su disciplina se acabe tan fácilmente. Si lo hago, ¿cómo quedaré
ante los demás hombres? Agarro su cuerpo y la inclino sobre la mesa donde
acabamos de comer.
―Pon las manos sobre la cabeza. ―Mis labios casi rozan su cuello mientras me
inclino hacia ella y le muevo las manos, colocándolas sobre la mesa que tenemos
delante―. No te muevas ―le advierto, bajando de nuevo la mano a la curva de su
culo antes de golpearle de nuevo el trasero desnudo.
Sus caderas saltan y los dedos de los pies se levantan, subiendo ligeramente el
trasero. Nunca había azotado a nadie con público, y aunque preferiría tener a esta
pequeña escupe fuego en mi habitación en privado, no tengo más remedio que
mostrar a todos los hombres, y a sus mascotas, cómo trato a mi conejita cuando se
muestra desafiante.
Este acto embarazoso y vergonzoso es culpa de ella. Le advertí que se comportara.
Ya es hora de que se tome en serio mis amenazas.
Su culo firme a la vista de todos me excita muchísimo. Sé que es obvio que mi
polla se hincha en mis pantalones, pero sin duda las curvas de Daphne y la suavidad
de su piel están haciendo lo mismo a todos los hombres que la ven. No sólo quiero
azotarle el culo, sino tocar y saborear la dulce crema que gotea de su coño.
Está mojada. Puedo verla brillar hacia mí. Suplicándome que se lo lama.
Mi mano baja repetidamente, golpeando su trasero desde el pliegue hasta donde
se sienta. No quiero hacerle moretones ni ampollas por darle unos azotes demasiado
fuertes, ya que la vergüenza de un azote con el trasero desnudo delante de los demás
debería ser castigo suficiente. Pero con cada azote, Daphne se moja más y más.
Cuanto más la azote, más parece disfrutar, lo que me hace querer golpear aún más
fuerte su carne con la palma de la mano.
Ella gime y jadea, gimiendo de placer. Veo cómo se le hincha el coño mientras
separo más sus piernas para acariciarle la carne sensible de la cara interna del muslo.
La golpeo contra el coño y oigo su agudo jadeo cuando sus piernas se cierran de
golpe, atrapando mi mano mientras sus caderas se agitan.
Ah, sí. Puedo ver...
Mi pequeña mascota quiere que me la folle con los dedos para que todos la vean.
Sin vergüenza. Sin vergüenza. La lujuria ha tomado el control.
―¿Quieres correrte, mi conejita? ―Pregunto, inclinándome más cerca mientras
sus piernas se abren y mis dedos se sumergen en su humedad, acariciando sus
pliegues y el fuego entre sus muslos.
Asiente con la cabeza mientras un maullido erótico escapa de sus labios. Su cuerpo
se tensa y sus ojos se entrecierran mientras su pasión parece crecer ante mis ojos.
Mantiene las manos por encima de la cabeza, con los dedos extendidos ante ella
como un animal que araña, agarra y tira de la madera que sujeta. Los labios de
Daphne se entreabren y su respiración se hace más profunda y pesada mientras mis
dedos acarician los pliegues de su húmedo coño, acariciando su clítoris, girando en
círculos hacia el orgasmo.
Todos nos miran. Yo lo sé. Daphne tiene que saberlo.
Estar en The Vault me ha enseñado una cosa...
Mi mujer parece ser exhibicionista y masoquista. Me encanta.
Vamos a lucirte, mi amor. Vamos a mostrarte.
Acaricio la humedad de mi mujer, noto cómo se hincha bajo mis caricias y sus
entrañas se aprietan contra mi dedo mientras añado otro. Empujo los dedos en un
movimiento curvo, mientras su cadera rechina contra mi palma. Mi otra mano sube
para golpear repetidamente su enrojecido culo. Daphne grita con cada golpe
mientras tiembla contra mi palma, jadeando y gimiendo.
―¿Quieres correrte, mi mascota?
Ella asiente con la cabeza.
―Respóndeme con respeto ―le ordeno mientras bombeo mis dedos cada vez más
adentro.
Gime y mueve las caderas al ritmo de mi mano.
―Sí, por favor ―susurra apenas.
―Sí, por favor, ¿qué? ―Dejo de mover los dedos y me retiro lentamente como
castigo por no responder correctamente. El respeto lo es todo en mi mundo, en esta
habitación, en The Vault delante de estos hombres. Si ella no me da el respeto
requerido, se lo robaré.
Empuja las caderas hacia atrás para que mis dedos la penetren más, y grita:
―Por favor, señor. Por favor, haga que me corra.
Aliviado por no tener que llevar el castigo a un nivel aún más duro, elogio:
―Esa es mi buena mascota.
Puedo ver, oír y sentir cómo el orgasmo recorre su cuerpo mientras veo cómo se
le encogen los dedos de los pies, cómo aprieta las manos y cómo sus jugos cubren
mis dedos.
―Siéntete libre de gritar fuerte, princesa. Que todo el mundo oiga lo pervertida
que puedes llegar a ser.
Grita con fuerza mientras todo su cuerpo se pone rígido y luego se estremece sobre
la mesa.
Cuando su cuerpo se calma, me retiro lentamente y me inclino, apartándole el pelo
hacia un lado, besando un suave camino contra la pálida piel de su cuello.
―Espero que te comportes a partir de ahora. ¿Está claro?
Le abofeteo el culo más fuerte que todas las veces anteriores juntas.
Ni siquiera se inmuta mientras su felicidad eufórica parece apoderarse de su
cuerpo.
―Sí, señor ―murmura, aun jadeando por la liberación―. Me comportaré.

―¿Estás mojada por mí? ―Apollo pregunta.


Me tiembla la voz al asentir.
―Sí, señor.
―Bien. Quiero que me digas por qué estás mojada. Quiero que todos en esta
habitación escuchen tus palabras. Habla alto.
Mi coño palpita ante su pregunta, el calor se extiende por mí mientras su dedo se
arremolina sobre mi orificio fruncido, obligándome a soltar un gemido.
―Quiero complacerte.
La humedad de mi coño ha empapado la madera de la mesa y él utiliza mis jugos
para introducir sus dedos por mi oscura entrada.
El palpitar crece con intensidad mientras bombea su único dedo dentro y fuera de
mi agujero.
―Quiero estirarte, prepararte para cuando te reclame, mi mascota. ¿Has estado
imaginando mi polla dentro de tu culo en lugar de la cola? ¿Por eso te has quitado
el rabo?
No sé la forma correcta de responder. ¿Quiere la verdad? ¿Qué es lo que quiere
oír? No quiero humillarme más, ya que sé que todos los ojos están puestos en Apollo
y en lo que me está haciendo, pero también sé que no responder puede empeorar
mucho las cosas.
―No.
―Respuesta equivocada ―dice.
Oigo las risitas de las otras mascotas mientras un dedo se convierte rápidamente
en dos al empujar dentro de mi culo, estirándome y dándome dolor y placer a la vez,
ya que seguramente puede oler mi aroma de excitación.
―Cuando tengas mi polla bien metida en el culo, cambiarás de opinión. ―Su
aliento me hace cosquillas en la columna y, cuando retira los dedos, me planta suaves
besos en la parte baja de la espalda, obligándome a apretar las caderas contra el
borde de la mesa.
Deseo algo más que sus besos sobre mi piel. Quiero sentir su aliento en mi coño y
su lengua lamiendo los jugos que manan libremente de mí gracias a él.
―Quiero tu lengua en mi clítoris ―admito, las palabras se me escapan en un
instante. Mi deseo sexual se apodera de toda razón y control.
Apollo se ríe.
―¿Podría alguien pasarme su cola?
Pasa un momento que parece eterno. Sé que la temida cola volverá a su «hogar»,
pero lo peor es que toda la fiesta verá cómo me estira hasta extremos imposibles
mientras Apollo la introduce de nuevo dentro de mí.
Noto la pizca de lubricante cuando desliza la cabeza bulbosa del tapón metálico
por mi apretado agujero. Me retuerzo y muevo las caderas, pues la tensión de la
carne de mi ano me resulta incómoda mientras me llena las nalgas.
Apollo sigue introduciendo el plug hasta que ya no puede llegar más lejos, ya que
la circunferencia del plug se siente pesada y ancha dentro de mí.
―Levántate ―ordena Apollo.
Con cuidado de no empujar la cola hacia fuera, mantengo el culo apretado.
Siguiendo sus instrucciones, me quedo desnuda delante de él.
―Es hora de volver a casa ―anuncia Apollo. El tono grueso de su voz y la
advertencia en sus ojos me dicen que no debo dudar lo más mínimo.
Me pongo a su lado para que pueda tomar mi mano entre las suyas. Me da
vergüenza mirar por encima del hombro a los demás hombres y a sus mascotas.
Había querido complacer a Apollo y, sin embargo, no lo hice.
Apollo se despide y salimos de The Vault. El Olimpo espera y, con suerte, un
marido que no esté demasiado disgustado con mi comportamiento.
Un paso.
Dos.
Camino hacia lo desconocido.
sposa traviesa, traviesa ―digo al entrar en la habitación y cerrar la puerta


tras de mí. Daphne corre hacia su jaula como si pensara que la protegería―.
Y pensar que lo estabas haciendo tan bien.
―Lo intenté ―dice Daphne, mientras veo cómo retrocede hasta la esquina más
alejada de la jaula―. ¿Vas a castigarme otra vez? ―se le quiebra la voz y le tiembla
el labio inferior.
Sonrío.
―Oh, pienso castigarte, pero de la forma más perversa ―digo mientras mi polla
se endurece inmediatamente al pensarlo.
Le hago señas para que salga de la jaula, y ella lo hace inmediatamente, con
evidente sumisión. Me acerco a ella, la ayudo a traspasar los barrotes y la guío hacia
la cama. No duda lo más mínimo. Jadea cuando la bajo a la cama boca abajo y con el
culo hacia arriba, pero no opone resistencia.
Doy unos golpecitos en la base del plug profundamente arraigado en su culo.
―Eras una buena conejita hasta que intentaste escapar.
Permanece en silencio, pero oigo un suave gemido cuando vuelvo a golpear el
tapón.
―Es hora de quitar este plug y sustituirlo por otra cosa ―casi gruño.
Llevo mis labios hasta su cuello, chupando y mordisqueando la carne sensible
mientras mis dedos se mueven desde su coño hacia el plug y lo saco. Chilla al
soltarse, pero sigue en su sitio. Le acaricio la entrada trasera con el dedo y escucho
su respiración y sus gemidos, descubriendo lo que le gusta y lo que le encanta.
―Te haré mía, mi mascota, y te reclamaré aquí ―digo, con la yema del dedo
girando sobre su culo, empujando suavemente a través de su carne apretada
mientras la oigo jadear. Retiro el dedo tan rápido como había entrado―. ¿Me quieres
en este culo tuyo?
―No.
―No mientas, princesa. Sé cuando estás mintiendo, y hay aún más consecuencias
por mentir. Así que te lo voy a preguntar otra vez. ¿Me quieres en este culo tuyo?
―Sí... ―Apenas susurra la respuesta.
―No te oigo. ¿Qué?
―Sí, lo quiero. Que Dios me ayude, sí.
Me aflojo los pantalones, libero mi polla y la acaricio desde la punta hasta la base,
deseando satisfacer a esta mujer que casi consume todas las sensaciones de mi
cuerpo. Con una mano me acaricio a mí mismo y con la otra deslizo los dedos por
su coño resbaladizo y me introduzco en su calor y su humedad, llevando sus jugos
a su culo, empujando el dedo hacia dentro, dilatando su borde mientras entro y
salgo. Estoy impaciente por sentir cómo se aprieta en torno a mi polla.
―Más ―sisea.
Introduzco dos dedos en su apretado agujerito, despacio al principio para
estirarla, y luego bombeo los dedos dentro y fuera, escuchando su respiración y sus
gemidos. Sus caderas no parecen capaces de mantenerse quietas, aunque no me
importa que giren delante de mí.
―Quiero que me llenes con tu polla ―confiesa Daphne plenamente, con la voz
prácticamente tintineando en el borde, suplicando que la libere.
Con el semen en la cabeza de mi polla, el lubricante de la cola y sus jugos
resbaladizos brillando sobre su culo, empujo mi polla más allá de su ano. Coloco una
mano en la parte baja de su espalda y la sujeto mientras mis manos se mueven hacia
sus caderas, acariciando la piel de sus costados con cada lenta embestida, dentro y
casi fuera, mientras guío mi polla dentro de su apretado agujero.
Grita sin duda de placer y dolor a medida que me abro paso.
Muevo las caderas, empujando contra su culo, deslizo una mano entre sus muslos,
acaricio y acaricio su clítoris con el dedo mientras noto cómo se aprieta y aprieta
contra mi polla.
Sus entrañas se estremecen a mi alrededor mientras aprieta los dientes y murmura
mi nombre en voz baja.
Parece que no hace ruido. Al menos eso parece. Veo que no quiere que sepa lo
mucho que le gusta.
La empujo con más fuerza. Agresivo. Frío. O eso intento.
Pero mis manos acarician su carne, mi calor se funde con el suyo. Todo el hielo
que rodeaba mi corazón se derrite cuando Daphne llega al orgasmo por la follada
por el culo que en un principio pretendía causarle dolor.
Le doy placer a esta mujer.
Ella me da aún más.
―Nunca te dejaré marchar ―le digo, con la respiración entrecortada mientras me
derramo sobre ella.
No.
No.
Este no es el plan.
Salgo de ella tan rápido como entré y resisto el impulso de besarla, abrazarla,
estrecharla entre mis brazos.
―Ponte a cuatro patas y vuelve a tu jaula a dormir ―le ordeno.
Soy un gilipollas.
Un puto gilipollas.
Sí.
Sí.
Ese es el plan.
Tengo que recordar que no soy realmente Apollo Godwin. Soy el villano. El malo.
Soy el gemelo malo. El gemelo asesino. El lado oscuro del dúo.
Y Daphne no es mi esposa.
e despierto en mitad de la noche, con un fuerte escalofrío en el aire y el
miedo corriendo por mis venas. No quiero oír su respiración agitada
mientras duerme ni sentirme mal por no estar en esa cama con él. Quiero
escapar. Dejarle a él y a su familia para siempre. Y que Dios me ayude... Quiero
follármelo. Follármelo duro una y otra vez.
¿Es posible querer las dos cosas a la vez?
Un momento de paz mientras duerme. Un momento de seguridad mientras su
brazo se extiende sobre el borde de la cama, que no es como solía dormir. Antes
dormía de espaldas. Está claro que la mansión Olympus le ha cambiado.
Le ha cambiado mucho.
La luna llena proyecta un potente haz de luz en la habitación, que rebota en el
metal de los barrotes de mi jaula e ilumina mi dura realidad. Estoy cautiva en una
mansión familiar con mi captor, que también es mi marido. Sólo me tengo a mí
misma para aferrarme, aunque mi fuerza se desvanece. Una fuerza que se convierte
en un charco de espesa y oscura debilidad, que amenaza con estrangularme en la
desesperación.
Que se joda Apollo. Que se jodan él y el resto de los Godwin directamente al
infierno. Y sin embargo, mientras duerme, recuerdo pequeños destellos de su
humanidad. Hay muchos. Últimamente me ha dado pequeños atisbos de su alma
que muestran que no es todo negro por dentro. Hay algo en sus ojos que nunca antes
había notado.
―¿Apollo? ―Susurro, rompiendo el silencio de la habitación. Miro su cara
mientras duerme a través de los barrotes. Parece tan tranquilo, gentil e incluso
amable. Este no es el hombre rudo que me castigó repetidamente y luego me llevó
sin siquiera pedírmelo. Este hombre dormido no es un monstruo. ¿O lo es? Tal vez
sólo sea una bestia dormida―. Apollo ―vuelvo a decir un poco más alto.
Abre los ojos.
―Deberías estar dormida ―dice con voz rasposa.
―¿Voy a morir? ―Mi pregunta es directa, contundente, pero no puedo contenerla
más. Tengo que saber la verdad.
―Duerme.
―¿Planeas matarme?
―No.
―¿Entonces me mantienes en una jaula como tu mascota para siempre?
―¿Prefieres que te mate? ―Respira tranquilamente―. ¿Mi disciplina anterior no
te enseñó nada? Deberías temerme a mí, no atizar al oso. Vuelve a dormir. Aún no
ha salido el sol. ―Dice las palabras, pero sus ojos se detienen en mí con hambre. Veo
cómo mira mi coño desnudo y mis pezones expuestos. Percibo la intensidad de su
mirada, casi siento el calor de su cuerpo incluso desde lejos.
―Pero tu familia todavía me quiere muerta, ¿verdad? ―pregunto―. Dudo
seriamente que alguno de ellos haya cambiado de opinión. Nunca te has enfrentado
a ellos antes.
―Hay muchas cosas que no sabes ―dice.
―Sé que cuando se trata de Troy Godwin, nadie, ni siquiera tú o tus hermanos,
va en contra de sus deseos. ―Hago una pausa y luego añado―. Y sé que cometí un
terrible error. Uno que tu padre, tu hermana, tu hermano, y tal vez incluso tú, nunca
perdonarán.
Suspira profundamente y recoloca su cuerpo donde veo los últimos retazos de luz
lunar resaltando cada curva de cada músculo.
―¿De verdad querías verme en la cárcel para siempre?
Sacudo la cabeza.
―Pensé poco antes de actuar. Estaba tan dolida. Quería hacerte daño. Y me sentía
tan atrapada y débil. Y no quería seguir siendo débil. Así que me pregunté qué haría
Athena, y bueno... así fue como decidí traicionarte a ti y a Medusa. ―Me agarro a
los barrotes y acerco mi cara―. Y cuando tu hermano cayó por ello, realmente quise
intervenir y confesar, pero el maremoto ya había golpeado. No vi forma de
arreglarlo. Me paralicé. Me quedé inmóvil para hacer o decir algo. Tomé la salida
cobarde y me quedé callada. Pensé que si alguien podía salir de este lío, ese era Ares
Godwin, y que yo tenía que dar un paso atrás y dejar que él y los Godwin hicieran
lo que mejor sabían hacer, que es arreglar cualquier cosa. Temía que yo sólo lo
estropearía aún más. Tu hermano era un hombre poderoso. Lo respetaba. Le temía.
Pero más que nada, había crecido para amarlo como un miembro de la familia.
Siempre fue amable conmigo. Para ser honesto, él era el único Godwin que incluso
trató de hacer un esfuerzo. Siento que se haya ido. Me encantaría disculparme con
él y pedirle perdón, como estoy haciendo contigo.
―¿Es eso lo que estás haciendo? ―Apollo pregunta. Parece ablandarse ante mis
ojos―. ¿Suplicando mi perdón?
―Sí, y no sólo porque estoy en una jaula.
Se ríe entre dientes.
―Pero estoy seguro de que esperas no estar ahí más tiempo.
―¿Me culpas?
Permanece un rato en silencio. Finalmente respira hondo y pregunta:
―Dijiste que estabas herida. ¿Por qué?
―Ya sabes por qué.
―No lo sé. Dímelo.
Intento que no se apodere de mí el familiar mordisco de la ira cada vez que actúa
como si mi petición no fuera, y nunca lo ha sido, importante.
―Mi hermana. Te lo pedí una y otra vez. Te lo supliqué. Y aun así, siempre me lo
negabas.
―¿Hacer qué?
Inclino la cabeza y estudio su rostro. ¿El accidente le hizo olvidar esta parte de
nuestra vida? El médico dijo que tendría lagunas de memoria debido al traumatismo
craneal, pero ha estado recordando muy bien casi todo lo demás. De vez en cuando
veo un vacío en sus ojos cuando menciono algo de nuestro pasado, como si no
recordara lo que estoy diciendo, pero luego parece recordar rápidamente. Pero esta
vez no. Esta vez, realmente parece no tener ni idea de lo que estoy hablando.
―¿No te acuerdas?
Se pasa los dedos por el cabello y mira por la ventana antes de decir:
―No me acuerdo. Ojalá lo recordara.
Sus palabras son como un puñetazo en las tripas. No recuerda la razón por la que
nuestro matrimonio se rompió en mil pedazos. No recuerda por qué yo quería tanto
salir de nuestro matrimonio que iría a las autoridades con información que lo
destruiría. No recuerda por qué somos como somos.
―Veo que el hecho de que no me acuerde de esto te hace daño. ¿Por qué?
―Porque es el catalizador de nuestra destrucción. Si tan sólo...
―¿Si hiciera qué? ―interrumpe.
Por alguna razón, no quiero decirlo otra vez. No quiero volver a pedirlo. Le
supliqué constantemente. Le ofrecí todo, cualquier cosa, con tal de que hiciera lo que
le pido, y sin embargo, ahora mismo, no quiero repetir lo que se había convertido en
un disco rayado.
―¿Recuerdas el tipo de relación que tienen mi hermana y su marido?
Asiente lentamente, pero no estoy segura de si lo hace de verdad o si solo asiente
por mí.
―Es un gilipollas maltratador ―le digo, por si acaso no lo recuerda―. Golpea a
mi hermana una y otra vez. Puñetazos, la hace sangrar. Incluso le ha roto el brazo.
―Se me quiebra la voz. Me trago la bilis que se me forma en el fondo de la
garganta―. Temo que la mate algún día.
Veo cómo se le traba la mandíbula y se le entrecierran los ojos.
Continúo.
―Ella no lo dejará. Me dijo que si alguna vez lo hacía, él la cazaría, la mataría y
me mataría a mí también, como venganza.
Apollo se incorpora rápidamente. La rabia se apodera de su rostro.
―Y una mierda que lo hará. El hecho de que haya amenazado tu vida es razón
suficiente para matarlo con mis propias manos. Cómo se atreve a amenazarte.
―Me ha amenazado muchas veces. Pero... ―No entiendo por qué el repentino
cambio de corazón. Un giro completo―. Eso es todo, Apollo. Te pedí que lo mataras.
Te lo supliqué. Y cuando te negaste, incluso te pregunté si podía hacerlo tu hermano.
También te negaste. Sé que tu hermano era el sicario de la familia, y por alguna razón
que no entendí, lo prohibiste. Quería a su marido muerto y acudí a ti en busca de
ayuda. Me rechazaste, una y otra vez. ―Dejo de hablar mientras intento procesar el
claro enfado que veo en la cara de Apollo.
―¿Alguna vez te di una razón?
―Dijiste que los Godwin no se meten en el barro con los cerdos. Dijiste que tu y
tu hermano están ocupados con problemas genuinos. Dijiste que mi hermana hizo
su cama y puede salir fácilmente de ella. Dijiste...
―Fui un puto gilipollas ―interrumpe Apollo, claramente cabreado―. Ese cabrón
merece morir. La única razón por la que no he salido de esta cama para cazarlo ahora
mismo es porque, por mi vida, no puedo recordar esta mierda.
―Sólo quiero que mi hermana esté a salvo ―digo, más para mí misma que para
Apollo.
Vuelvo a sentarme y junto las piernas contra el pecho, sintiendo la necesidad
imperiosa de llorar.
―¿Supongo que viven en Heathens Hollow?
―El Lado Este.
―Me ocuparé de ello hoy.
Me da un vuelco el corazón.
―Espera... ¿Así sin más? ―Me acerco a la puerta de la jaula.
―Sí. Así. Dame la dirección.
Una extraña sensación de pánico mezclada con excitación chisporrotea por mis
venas.
―No hay plan, no puedes entrar en la casa y matarlo.
―¿Por qué no?
―Apollo, actúas como si no fuera gran cosa matar a un hombre.
―Creo que ambos sabemos que este no va a ser mi primer rodeo. ―Sonríe, pero
puedo ver que se siente incómodo con esta discusión. Su cuerpo está tenso, y su cara
aún más.
―Haces que parezca tan... sencillo ―digo en voz baja.
―No debería haberte rechazado cuando me lo pediste por primera vez. Y si no
quería hacerlo, debería habérselo pedido a Ares. Porque él no habría dudado ni un
segundo. No sólo lo habría matado, sino que también lo habría hecho sufrir.
Me confunde el cambio de opinión. ¿Por qué ahora? ¿Por qué, después de todo
este tiempo?
―Te odié por decir que no. Te odiaba por no ayudarme. Por no ayudar a la única
familia que tengo ―confieso.
―Deberías haberlo hecho ―dice―. Está justificado.
―Te odiaba tanto, pero no podía divorciarme de ti. Sabía cuando me casé con un
Godwin que el divorcio estaba fuera de discusión. Troy, Ares, Atenea... Todos
realmente creen en el voto hasta que la muerte los separe. Y yo sabía que la muerte
era inevitable por romper el voto. Pero me sentía miserable. No podía mirarte. Había
perdido todo el respeto por un hombre que había pensado que me salvaría y me
mantendría a salvo. Así que, cuando te vi matando a ese hombre en la sala de juntas,
lo grabé. Lo vi como mi oportunidad de destruirte. Quería salir y sabía que era la
oportunidad de librarme de ti para siempre. Fue el dolor en mi corazón lo que me
hizo hacer lo que hice. Estabas dispuesto a matar a un hombre por negocios en la
sala de juntas de Medusa, pero no a matar por mí.
―¿Y tu hermana? ―pregunta―. ¿Está bien ahora?
―Por ahora ―respondo.
―¿Ella lo quiere muerto?
Sacudo la cabeza.
―No. Seguro que no. Pero es él o ella. Lo sé en mis entrañas. Tengo que protegerla.
Tengo que hacerlo. ―Suelto un profundo suspiro―. Está embarazada. Lo que
significa que ahora un bebé también está en peligro.
―Entonces lo haremos. Yo me encargo. ―Se tumba boca arriba y se queda
mirando al techo―. Debería haber hecho esto antes, pero me encargaré. Lo prometo.
―¿Lo matarás? ―No estoy segura de estar oyéndole bien. ¿Qué significa ocuparse
de él?
Gira la cabeza.
―Sí. Haré lo que me pidas. Además, se equivocó de Godwin al amenazar tu vida.
―¿Lo harás tú mismo? ¿No contratarás a alguien? ―Ahora que Ares está muerto,
no estoy segura de quién sería la persona indicada para encargarse de esto. Sí, Apollo
mató a alguien en la sala de juntas de Medusa, pero no lo consideré un asesino
despiadado. Matar a los enemigos de Godwin era el papel de su gemelo.
―Por supuesto que lo haré yo mismo. Amenazó a mi esposa. Ahora eres un
Godwin, y nadie se sale con la suya amenazando a un miembro de esta familia.
La inquietud, la incertidumbre y la duda constriñen mi corazón como una prensa.
De repente, me cuesta respirar.
―¿Hoy? ¿Vas a hacerlo hoy?
Apollo debe sentir mi caos de emociones encontradas, porque gira la cabeza y me
mira con ternura en los ojos.
―¿Cuándo quieres que lo haga?
―No estoy segura... hoy no. Quiero decir, quiero hacerlo. Lo quiero, pero...
No dice nada. Simplemente me observa.
―Me gustaría hablar con mi hermana primero. No avisarla de que se está
haciendo ni nada de eso. Pero... siento que necesito hablar con ella primero.
―Asustada de estar perdiendo mi oportunidad, añado rápidamente―. Pero quiero
que lo hagas. Quiero. Sólo necesito un poco de tiempo. Si te parece bien.
Sonríe.
―Dime cuándo. Tú decides.
La gratitud se apodera de mí, así como... el calor.
―Gracias, Apollo. No preguntaría si... gracias.
Hay un largo momento de silencio entre nosotros. El aire me pesa y deseo
desesperadamente estar en sus brazos ahora mismo. Necesito su consuelo y sentirme
segura. Y por primera vez en mi vida, siento de verdad que Apollo tiene la capacidad
de hacerme sentir eso. Segura.
Parece haber una grieta en el aire. Un chisporroteo entre nosotros. Una corriente
eléctrica que nos une, aunque nos hayamos ido alejando a medida que pasaban los
días de nuestro matrimonio. He sentido esta poderosa atracción cada vez más desde
el accidente. Como si su muerte cercana hubiera cambiado quién es él y quiénes
somos nosotros. Me atrapa y me asfixia, y no puedo resistirme a la forma en que me
exige... ser.
―¿Quieres salir de la jaula? ―me pregunta, hipnotizándome seductoramente con
su voz ronca.
Permanezco callada y quieta, sin saber si su pregunta es una trampa de algún tipo.
―Tengo mucho que recuperar ―dice finalmente.
―Yo también.
―Creo que has pagado los últimos días. O al menos muy cerca.
Mi cuerpo se calienta al recordar todas las formas en que he pagado.
―¿Eso significa que la jaula y el castigo han terminado?
―Te diré qué ―dice―. Puedes quedarte en esa jaula, darte la vuelta y dormir un
poco. Te dejaré en paz aunque mi polla esté dura otra vez y quiera follarte hasta que
grites mi nombre. ―Se apoya en los codos, mostrando sus abdominales
ondulados―. O puedes arrastrarte fuera de esa jaula y venir a sentarte en mi cara
para que pueda lamerte. Podemos acabar con este castigo de una vez por todas ahora
mismo. ―Sonríe―. La elección depende completamente de ti.
a jaula está cerrada ―dice con una sonrisa socarrona.
Me incorporo al instante y camino hacia la jaula.
― ―Ah, eso es. ¿Quieres que la desbloquee para que podamos acabar con este
castigo?
―¿Mi elección? ―pregunta con los ojos muy abiertos pero una sonrisa de
satisfacción en la cara.
―Tú eliges ―repito como loro.
Ella asiente.
―Abre la jaula. Castígame.
Así lo hago y me aparto para que pueda arrastrarse y ponerse delante de mí.
―Quiero follarte ―le digo, acercándome y rodeando su cintura con los brazos,
atrayéndola contra mí.
Su cuerpo está caliente, aunque esté rodeada de frías barras metálicas.
―Date la vuelta ―le exijo, haciéndola girar para que mire hacia la jaula.
Daphne hace lo que le ordeno y me permite apretarla contra los barrotes metálicos.
Apartando su larga melena hacia un lado, recorro su piel con un cálido beso y me
encanta ver escalofríos visibles en su cuerpo.
Oigo el suave y dulce suspiro de placer que brota de sus labios. Suena angelical.
Mis dedos acarician sus brazos, la suavidad de su piel, y aprieto su mano.
―Levanta los brazos ―le digo, guiándolos hacia el aire―. Mantenlos ahí ―añado
con un matiz de advertencia.
Subo las manos para acariciarle la cara, la acerco y atrapo sus labios con los míos.
Hambre. Deseo. La pasión bulle entre nosotros como una tormenta eléctrica en el
mar, agitada y turbulenta. Esto está mal. Esto está bien. Esto es todo lo que no debería
ser, y sin embargo es absolutamente perfecto.
Ya no quiero una mascota.
Pero la quiero.
Ya no la necesito como mi cautiva.
Pero la necesito.
De alguna manera, cruzamos la línea de lo prohibido, y no voy a volver atrás.
La apoyo contra la cama y sus rodillas chocan contra la superficie.
―Túmbate ―le digo, indicándole lo que tiene que hacer y guiándola para que se
tumbe boca arriba. Controlo mi hambre y me elevo sobre ella mientras contemplo su
belleza.
Daphne se inclina y me acaricia el pecho con los dedos. Me subo encima de su
cuerpo. No hemos terminado ni de lejos, aunque lo he intentado desesperadamente.
He fracasado. He fracasado épicamente. Si puedo pasarme todo el día y toda la noche
acurrucado en su abrazo, no volveré a levantarme de la cama.
De alguna manera me he convertido en su cautivo en lugar de ser la mía.
Mi aliento se cierne sobre su carne, con la intención de provocar un cosquilleo en
su piel y hacer que se inquiete mientras mi boca roza justo por encima de su muslo.
Mis dedos vuelven a ascender por su cuerpo y se posan sobre sus pechos, burlones,
mientras desciendo los labios, aplastando los suyos, deseando sentir su calor y su
necesidad de mí en un simple beso.
Sus manos se enredan en mi cabello y luego bajan por mi espalda, recorren mi
columna y bajan por mi culo.
―Te necesito dentro de mí ―ronronea. Sus palabras son como música, una dulce
melodía que hace que mi corazón retumbe más fuerte en mi pecho.
Yo también necesito estar dentro de ella.
Beso un cálido camino por su cuello, chupando la sensible piel, escuchando sus
gemidos de placer. Quiero tocarla y saborear los dulces jugos que manan de su coño.
Tampoco quiero precipitarme, pues realmente quiero saborear cada minuto con esta
mujer.
Mi aliento acaricia su pecho, pellizcando un pezón con una mano mientras mi
boca se encuentra con la otra. Podría chuparle las tetas toda la noche.
Daphne se mueve bajo mi peso, sus suaves ronroneos y gemidos llenan el aire.
―No puedo soportarlo más. Te necesito. Ahora. ―Sus manos se mueven
inquietas por mi espalda mientras yo sigo deslizándome por su vientre, besando su
ombligo.
Mis dedos acarician suavemente la parte superior de su montículo mientras la
miro a los ojos en silencio.
Colocándome entre sus muslos, hundo la cara entre sus pliegues, oliendo su dulce
aroma de mujer mientras mi lengua se lanza a probar las señales de su excitación.
Con dos dedos, separo sus labios, complacido por su suavidad, mientras mi boca
desciende, lamiendo y acariciando su sexo.
―Apollo ―jadea, su respiración llena la habitación de suaves gemidos mientras
introduzco dos y luego tres dedos en su apretado agujero―. Necesito tu polla.
―Quiero que estés lista para mí ―me burlo―. Quiero que te corras en cuanto te
meta la polla.
Acaricio su calor, la humedad se filtra mientras meto y saco los dedos de su
resbaladizo agujero, preparándola diligentemente para explotar en cuanto la
penetre.
Cierra los ojos de golpe y siento sus uñas rozándome la espalda. Se está acercando.
Las paredes internas de Daphne se aprietan contra mis dedos mientras tiembla bajo
mi peso.
Vuelvo a bajar la boca y la lamo un poco más, decidido a hacerla gritar mi nombre
antes de que acabe la noche. Tengo toda la intención de hacer que se corra por mí
una y otra vez. Necesito oír repetidamente el nombre de mi hermano para que me
ayude a lavarme el cerebro y hacerme creer que ahora soy Apollo. Necesito
convertirme en él. Necesito que me machaquen su nombre en el cuerpo y en el alma.
Poco a poco, vuelvo a subir por su cuerpo, sus ojos se abren perezosamente
mientras vuelve a concentrarse en mí.
―¿Me deseas? ―Me burlo, mi voz sale pesada y gruesa.
―Te deseo. Te deseo ―suplica ―. Nunca te he deseado tanto como ahora.
La mano de Daphne encuentra mi polla, acariciando la cabeza, su pulgar rozando
la punta mientras se cubre de semen. Su puño se desliza arriba y abajo por mi polla.
Me duele la polla por la necesidad de liberarme. La sensación de sus suaves dedos
y su firme agarre me hacen luchar para no follársela en ese mismo instante. Lucho
contra el impulso de dejar que ella tome el control.
Con su mano acariciándome, coloco la mía sobre la suya, apuntando la cabeza de
mi polla a su entrada.
Ella afloja su agarre, permitiéndome tomar el control en el momento en que
empujo lentamente dentro de su apretado coñito.
―Dobla las rodillas ―le ordeno, deseando meterme hasta las pelotas en su
cuerpo.
Daphne hace lo que le digo y me permite penetrarla en ese ángulo. Cierra los ojos
y me araña la espalda con los dedos mientras la penetro con fuerza, casi desgarrando
su estrecho agujerito.
Lentamente, me retiro antes de deslizar mi polla aún más dentro de su coño,
incluso más profundo que antes.
―Quiero tenerte para siempre ―le susurro al oído.
―¿Me perdonas? ―pregunta―. ¿Ha terminado mi castigo?
Le lamo el cuello hasta la clavícula.
―Considera tu penitencia pagada. Pero nunca vuelvas a traicionar a tu marido.
Daphne asiente y deja de agarrarme por la espalda. El dolor de mis profundas
embestidas se convierte en placer cuando ella se relaja bajo mi peso, enroscando su
cuerpo a mi alrededor, arrastrando sus piernas sobre las mías, introduciéndome más
profundamente en su calor mientras recibe mis embestidas con las suyas.
―Quédate conmigo. Quédate para siempre con tu leal esposa ―jadea mientras la
penetro con más fuerza.
Se inclina, aplasta sus labios contra los míos, sus dedos se enredan en mi cabello
mientras mi polla la abre de par en par.
Siento cómo su interior se aprieta alrededor de mi polla.
Está cerca.
Gritará mi nombre.
Más fuerte, la follo.
Más fuerte, empujo y saco.
Más duro. Más rápido.
Me meto entre los dos y le acaricio el clítoris con dos dedos, decidido a hacer arder
su pequeño manojo de nervios mientras domino su coño.
Se estremece por dentro y me agarra con fuerza, gimiendo mientras echa la cabeza
hacia atrás y se arquea sobre el colchón.
―Apollo ―grita―. ¡Apollo!
Continúo.
Soy un bastardo codicioso y no pararé hasta que ella se corra otra vez.
Me la follo con más fervor que antes. Dentro y fuera. Castigo su pequeño coño
hasta que me suplica que pare.
Al sentir que su cuerpo se deshace por segunda vez, me dejo llevar, derramando
mi plenitud dentro de ella mientras sigue murmurando el nombre de mi hermano.
Mi nombre.
espertarme en una cama suave con mullidas almohadas blancas alrededor de
la cabeza es un lujo que nunca volveré a dar por sentado. Está muy lejos de
despertar desnuda en el fondo de una jaula.
La jaula... ya no está.
Parpadeo para quitarme el sueño y asegurarme de que veo lo que creo que veo, y
escudriño la habitación para comprobar que sigo en la habitación en la que hemos
estado. Todo está igual, excepto la jaula que falta. Al girar la cabeza para mirar a
Apollo, me doy cuenta de que tampoco está. Incluso con la mente privada de cafeína,
veo que me quedé dormida cuando la jaula y Apollo salieron de la habitación.
Sentada, sin saber qué hacer a continuación, me sorprendo y me alegro cuando
veo un par de mis vaqueros, una camisa blanca y unas zapatillas planas
esperándome a los pies de la cama. No sólo ha desaparecido la jaula, sino que Apollo
no va a obligarme a permanecer desnuda por más tiempo.
Después de ducharme y prepararme, decido ir a buscar a Apollo. Supongo que
sigue dentro de la mansión, pero no puedo asegurarlo. Me resultaría chocante que
me dejara sola sin una nota o sin despertarme para decirme que tenía una reunión o
algo así. Aunque he estado varias veces en Olympus para asistir a eventos, nunca
me había paseado por los pasillos ni había tenido rienda suelta. El lugar siempre me
ha dado escalofríos, y esta vez no es diferente. En los pasillos hay retratos de
antepasados muertos, todos los muebles parecen ser antigüedades y huele a...
fantasma por todos los rincones. Sin duda, esta casa está encantada. Hay un fantasma
en el ático. Lo sé. Juro que en cada evento familiar en el amplio patio, he visto
moverse la cortina de la ventana del ático. Cada vez. Sin embargo, a ninguno de los
Godwin parecen importarle los fantasmas. Supongo que no tienen razón para
hacerlo. Todos están emparentados.
Al acercarme al estudio, oigo hablar a Apollo y me doy cuenta de que está al
teléfono con el trabajo. Está hablando de números y proyecciones presupuestarias, y
decido no interrumpirle. Mi estómago ruge de hambre y supongo que el de Apollo
también. Siempre ha sido un hombre que puede perderse en su trabajo y olvidarse
de comer. Sabiendo que no hay personal que nos asista, sé que tenemos que valernos
por nosotros mismos. No soy buena cocinera. Nunca me enseñaron, y una vez que
me casé con Apollo, nunca hubo necesidad de mis habilidades culinarias. Teníamos
personal o cenábamos fuera. Tampoco tengo ni idea de si hay comida en la cocina
ya que la mansión está vacía.
Mientras me dirijo a la cocina, se hace un silencio ensordecedor en la casa. Es todo
lo contrario a lo que estoy acostumbrada cuando visito Olympus. Los Godwin son
ruidosos, y sus amigos aún más. Este lugar tan grande no me parece mi hogar. Pero,
de nuevo, realmente no sé lo que se siente como un hogar. Aún no he experimentado
esa comodidad. Sí, tengo una casa. Pero es sólo eso. Una casa fría y estéril. Sin amor.
Sin familia. Sólo Apollo y yo que... nos odiábamos.
Casi aturdida, rebusco en la cocina y, sorprendentemente, encuentro alimentos y
provisiones suficientes para preparar una comida básica. De pie en esta cocina
desconocida y mirando por la ventana, apenas puedo ver un gran árbol en el borde
de un acantilado con vistas al mar debido a la espesa niebla que se ha instalado. Mi
mente tamiza a través de mi propia niebla espesa de confusión y lujuria. Ni siquiera
podría expresar con palabras lo que ha ocurrido.
Apollo me secuestró.
Me había encerrado en una jaula.
Apollo me castigó. Repetidamente.
Me hizo preguntarme si viviría o moriría, y si mi hermana se vería arrastrada a
ello.
Apollo me folló, y no como un marido follaría a una esposa.
Me había humillado, humillado y obligado a enfrentarme a deseos... animales.
Y me había encantado cada minuto.
Todo lo que ha pasado desde que llegó a Heathens Hollow está mal. Inapropiado
para un Godwin. Apollo podría ir a la cárcel durante años por lo que me ha hecho.
Pero toda la disciplina de Apollo ha logrado una cosa. No volveré a intentar acudir
a las autoridades. No cometeré ese error dos veces.
Al oír hervir el agua, me apresuro a preparar la pasta para el desayuno. No hay
huevos ni alimentos para desayunar, y sólo sé hacer pasta, así que será suficiente.
No recuerdo la última vez que preparé algo que requiriera encender el fuego.
Me río para mis adentros por el hecho de que claramente soy un pez fuera del
agua en la cocina. Pero tengo que adaptarme, y debería estar agradecida de que al
menos estoy fuera de esa maldita jaula para poder hacerlo. Han pasado tantas cosas
en tan poco tiempo que parece que mi estancia en Seattle fue hace toda una vida.
Han cambiado tantas cosas. Él ha cambiado.
Terminando de servirnos el desayuno, que supongo que es más bien un almuerzo,
no estoy segura de sí Apollo quiere que le lleve su plato o no. Sin duda ya lleva horas
en el estudio poniéndose al día con el trabajo y ha atendido llamadas telefónicas que
parecen acaloradas. Pero necesita comer.
Como si me leyera el pensamiento, Apollo entra en la cocina y se dirige hacia la
pequeña mesa que hay junto a la ventana.
―Huele bien ―dice mientras toma asiento en la mesa como si fuera lo normal.
Nada de cocinar y comer uno frente al otro en la mesa de la cocina es normal.
Siguiendo su ejemplo, llevo los platos a la mesa.
―He hecho pasta con salsa roja ―digo, intentando no acordarme de The Vault y
de cómo comimos allí comida parecida―. Espero que esté bien. ―Después de tantos
años de matrimonio, sigo sin saber qué le gusta comer a este hombre. En realidad,
no. Realmente no he intentado saberlo, y ahora asumo esa responsabilidad. Debería
haberlo hecho. Nuestro matrimonio no fue mal sólo por él. Yo jugué un papel. Lo sé.
―Me gusta mucho cómo cocinas ―elogia. Me mira, estudia mi cara, que debe de
reflejar mi asombro ante su afirmación, y añade―. Quiero decir, ya sé que siempre
hemos comido fuera y todas las fiestas... pero esto me gusta.
―No había mucho donde elegir en la despensa ―le digo mientras me siento a su
lado―. Pero me sorprendió verla llena con algo. ¿Cuándo fue la última vez que
alguien se quedó aquí? Creía que los Godwin sólo venían para grandes fiestas o
vacaciones familiares.
―Nos gusta que esté lista para viajes espontáneos. ―Da un gran bocado a su pasta
y mastica mientras me mira directamente a los ojos. Traga saliva y continúa―. Si
necesitas algo, dímelo. Haré que nos lo traigan.
―¿Cuánto tiempo nos quedaremos aquí? ―pregunto―. Ahora que el castigo ha
terminado, como dijiste, supuse que nos iríamos pronto a casa.
Sacude la cabeza mientras toma otro bocado. Cuando termina de masticar, dice:
―Vendí la casa.
Me congelo a medio masticar, no segura de haberle oído bien.
―¿Qué? ¿Has vendido nuestra casa? ¿Por qué?
―No parecía un hogar. Tenía... recuerdos. Recuerdos que supuse que tú y yo
queríamos olvidar. Y yo...
―¿Acabas de vender nuestra casa sin siquiera mencionármelo? ―Interrumpo―.
¿Y todas nuestras pertenencias?
―Todo está guardado. ―Me mira y sonríe―. No te preocupes. Tendremos una
casa nueva. Una que se sienta como un hogar para ti y para mí. Necesitamos un
nuevo comienzo.
―Te encantaba esa casa ―le digo, sorprendida por su impulsividad. Nunca ha
tomado una decisión tan importante sin meses de investigación y planificación.
Se encoge de hombros.
―Creo que una casa nueva estará bien. En cuanto a las pertenencias... todo son
cosas materialistas, ¿no? Podemos comprar nuevas. ―Me mira―. Te gusta ir de
compras, ¿verdad?
―Sabes que no.
Deja de masticar y asiente.
―Así es. Pero tal vez si lo hacemos juntos, no será tan malo. ―Vuelve a comer su
pasta―. De todos modos, nos quedaremos aquí en la mansión hasta que
encontremos un nuevo lugar. Pero estaba pensando en llamar a la agente y que
voláramos mañana a Seattle para reunirnos con ella. Quizá podríamos pedirle que
nos enseñara algunas casas. Empezar el proceso.
―De acuerdo... ―Todo esto no se parece a Apollo, pero no cuestionaré algo
bueno. Siempre odié esa casa. Apollo la quería. No yo―. ¿Qué tipo de casa quieres?
¿Tienes algún barrio en mente?
Vuelve a encogerse de hombros.
―¿Qué quieres?
Nunca me había hecho esa pregunta. Siempre había supuesto que debía estar
agradecida por tener un techo y no vivir en una choza sin electricidad en el lado este
de Heathens Hollow.
―¿La verdad? ―Pregunto mientras dejo el tenedor.
Su ceño se levanta ante mi pregunta.
―Por supuesto. ¿Por qué preguntas eso? Siempre quiero que me digas la verdad.
Siempre.
Respiro hondo y decido confesar algo que no le he contado a nadie.
―Cuando mi hermana y yo tuvimos edad suficiente para explorar la isla y más
allá sin ser interrogadas, cogimos el ferry de la isla a Seattle. Bueno... en realidad,
nos colamos en el ferry porque no teníamos dinero. Estábamos muy emocionadas
porque era nuestro primer viaje a la ciudad. Tuvimos suerte cuando llegamos
porque los autobuses circulaban ese día gratis, así que ni siquiera tuvimos que pagar
por eso. ―Hago una pausa y bebo un sorbo de agua, deteniéndome para ver si
Apollo intenta detenerme o apresurar mi relato. Pero sólo me mira fijamente,
prestándome toda su atención. Decido continuar:
»»No sabíamos movernos por la ciudad ni dónde había nada, pero decidimos
subirnos al autobús y ver adónde nos llevaba. Acabamos bajándonos en el barrio de
Queen Anne, y al instante me enamoré de las casas. Las antiguas casas artesanales
estaban por todas partes, y me encantó el barrio con todos los jardines y patios
perfectamente cuidados. Pero había una casa en particular que me llamó la atención.
Tenía ventanas biseladas con un gran corazón de cristal inoxidable colgado en el
centro. Había plantas alineadas a lo largo del alféizar y se podía ver el comedor desde
la calle donde estábamos. Había una mesa sencilla para cuatro personas con una
lámpara de araña colgando encima. No era muy elegante, pero tenía líneas limpias
y proyectaba una luz cálida. Me había imaginado sentada en aquella casa, en aquella
mesa, y había fantaseado cómo sería. Me prometí que algún día viviría en una casa
en el barrio de Queen Anne. ―Bebo otro trago de agua―. De niña era una soñadora.
―Entonces el barrio de Queen Anne será nuestra primera parada ―dice Apollo
con sencillez. Su sonrisa es tan cálida que siento la tentación de tenderle la mano.
Por alguna extraña razón, anhelo esa conexión.
―Cuando lo sugerí antes, dijiste que la zona es para gente de clase media alta.
Estaba por debajo de nosotros.
Apollo hace una mueca, traga saliva y endurece la columna.
―Me habrás pillado en un mal día. Te pido disculpas. ―Deja el tenedor en el
plato, se limpia la boca con la servilleta y añade―. Me gustaría explorar el distrito
contigo. También me gusta la idea de una casa antigua.
La emoción se apodera de mí.
―¿De verdad? ¿Lo dices en serio? ―La idea de que un posible sueño mío pueda
hacerse realidad parece irreal.
―Si la idea te hace sonreír así ―se levanta de la mesa y se acerca a mí―, entonces
me encantaría ver lo que te hace soñar. ―Acerca su boca a la mía y le da un rápido
beso. ―Voy a hacer la llamada ahora y prepararlo. Luego tengo más trabajo que
hacer. ¿Estarás bien un rato sin mí?
―Apollo ―digo en voz baja, odiando romper este momento tan dulce y tan poco
característico de Apollo.―. ¿Puedo pedirte un favor?
―Sí, ¿qué?
―¿Te importa si uso el teléfono para llamar a mi hermana?
―¿Llamar a tu hermana? Por supuesto. ―Sus ojos se oscurecen al mencionarla, y
sé por qué. Está esperando la señal para actuar. Una señal que no sé cuándo podré
dar.
―Hace mucho que no me comunico con ella. Aunque no tengo mi móvil.
―Claro ―me dice mientras coge su teléfono y me lo da―. Tiene la mejor señal en
la habitación principal, pero también funciona muy bien desde el estudio. ¿Quieres
que trabaje en otra habitación para que puedas usar el estudio para tener privacidad?
―Oh, no ―digo, corriendo hacia la puerta―. Iré a la habitación principal. Gracias.
i hermana y yo nos habíamos pasado toda la vida dominando la capacidad
de comunicarnos mediante códigos. Ani era sólo dos años menor que yo,
así que siempre habíamos estado unidas. Sólo nos teníamos la una a la otra.
Mi recuerdo de mi madre es muy limitado, y el de Ani es inexistente. Pero ambas
recordamos a mi padre y siempre lo haremos. Era un hombre horrible y maltratador
con el que tuvimos la desgracia de tener que vivir. Nuestra única forma de sobrevivir
era crear un lenguaje en código secreto para poder comunicarnos en los momentos
en que no queríamos que él supiera lo que decíamos. Un tirón de orejas significaba
cuidado.
Una trenza en el cabello significaba que papá había bebido más de cinco copas y
se acercaba a la fase de borrachera en la que nos reventaba sin motivo. Morderse el
labio significaba que uno de nosotros había encontrado comida para poder comer a
escondidas y no pasar hambre esa noche. Y un bostezo significaba que teníamos que
salir de casa lo más rápido posible y reunirnos en un refugio que habíamos
construido. Pero una vez que murió mi padre, nunca imaginé que seguiríamos
necesitando hablar en código. Pero lo hacemos.
Dejo que el teléfono suene dos veces y cuelgo. Es el código necesario para que Ani
sienta la vibración en el bolsillo y vaya a buscar un lugar donde pueda hablar en
privado sin que Mark sepa de su teléfono secreto. Espero cinco minutos y vuelvo a
llamar, con la esperanza de que lo coja, lo que no siempre es seguro. Esta vez
contesta.
―Hola ―dice, pero oigo tristeza en su voz. No es la primera vez que llamo y oigo
ese tono.
―¿Estás bien? ―Pregunto.
Hay una pausa.
―No.
Nunca ha dicho que no. Nunca ha dicho nada más que tratar de convencerme de
que todo está bien cuando sé que es cualquier cosa menos eso.
Suenan las alarmas.
Me obligo a tomar asiento para que no se me doblen las rodillas.
―¿Qué ha pasado?
Hay otra pausa. Oigo su respiración. Oigo un resoplido.
―¿Ani? ¿Qué ha pasado? ¿Qué ha pasado?
―Mark... Se fue de juerga dos días. Cuando llegó a casa, empezó a acusarme de
cosas horribles. Dijo que el bebé no era suyo. Me golpeó.
Ya está. El hombre está muerto. No estaba seguro de poder darle luz verde a
Apollo para matar a un hombre. Todo sonaba bien en teoría, pero tener que decidir
si un hombre vivía o moría... pero ahora... el maldito va a morir.
―¿Dónde estás? ¿Estás en casa? Voy a buscarte. ―Me he ofrecido a hacerlo
repetidamente y Ani siempre dice que no. Siempre se niega. Incluso he considerado
simplemente aparecer y no darle una opción, pero conozco a mi hermana. Es
testaruda, y si dice que no, entonces su respuesta está grabada en piedra. Pero esta
vez es diferente. No estoy a cuatro horas de distancia. Estoy cerca, y voy a venir―.
Estoy en Heathens Hollow ahora. Estaré allí en veinte minutos. Prepara tus cosas.
―El bebé... ―continúa y rompe a sollozar―. Perdí al bebé.
Era como si Mark tuviera la capacidad de atravesar el teléfono y darme una paliza
a mí también. Caí de espaldas contra la silla y solté un grito ahogado.
―Voy a llamar a la policía. ¿Necesitas una ambulancia? ―De alguna manera me
salieron las palabras, pero no estoy seguro ya que todavía no podía inhalar una
bocanada de aire.
La oigo llorar al otro lado.
―No. No. No llames a nadie.
―¿Dónde está?
―Durmiendo la borrachera. Debería estar durmiendo todo el día. Por favor, no
llames a nadie. No lo hagas.
―¿Te vienes conmigo?
Hay una pausa.
―Apollo y yo estamos aquí en Olympus. ¿Podemos ir a buscarte? Por favor, Ani.
Por favor. Apollo y yo no permitiremos que te pase nada. Lo prometo.
Sigue habiendo silencio en su lado, aparte del hipo y los sollozos ocasionales.
―¿Ani?
―Sí... Ven a buscarme.
o asesino solo.
Nunca he tenido un compañero. Ni siquiera he hablado nunca de la hora y el
método exactos de cuándo o cómo mataría a alguien. Solo. Siempre he estado
solo.
Pero de ninguna manera iba a salir de Olympus sin Daphne. Ni siquiera encerrarla
en una jaula habría funcionado, porque mi histérica esposa estaba decidida a rescatar
a su hermana conmigo.
Viajamos en silencio durante todo el trayecto. No sabía qué decir ni qué preguntar.
Lo poco que me dijo entre temblores y lágrimas fue suficiente para saber que el
hombre tenía que morir. Y si no me hubiera mirado a los ojos y dicho:
―Mátalo ahora ―lo habría hecho de todos modos.
―La caravana está en un camino de tierra ―dice, señalando un sendero que no es
transitable en vehículo.
―¿Podemos hacerlo a pie?
―Creo que sí. Sólo he estado aquí una vez. Pero recuerdo que no está muy lejos
en el bosque.
La lluvia que está cayendo va a hacer que la subida por el sendero sea embarrada
e incómoda. Quiero decirle a Daphne que espere en el coche, pero su hermana no
sabe quién soy y lo más probable es que llegar solo no salga bien. Daphne no me da
tiempo a considerar ninguna otra opción, porque salta del coche y empieza a correr
hacia los árboles. No tengo más remedio que salir y perseguirla. No la culpo por su
sentido de la urgencia. Si fuera mi hermana, yo haría lo mismo.
Afortunadamente, el camino embarrado es en realidad más bien un camino de
entrada. No tardamos mucho en llegar a una caravana del color de la pis. Ani debe
de haber estado mirando por la ventana, porque sale por la puerta con una mochila
Adidas azul y suficientes moretones en la cara como para hacer juego con la bolsa a
la perfección.
Despejo la distancia que nos separa lo más rápido que puedo, le quito la bolsa, le
escaneo la cara y la cabeza en busca de heridas graves que requieran primeros
auxilios inmediatos y luego le entrego la bolsa a Daphne cuando considero que su
hermana está lo bastante segura para viajar.
―Baja al coche con tu hermana y espérame.
Ani me mira por encima del hombro. Uno de sus ojos ya está hinchado.
―¿No vienes?
―No voy a ir.
―No entres ahí. ―Ani gira la cabeza hacia Daphne―. No dejes que entre ahí.
Mark está durmiendo y no sabrá que me he ido hasta mañana como muy pronto. No
entres ahí y le despiertes. ―Señala la bolsa―. Tengo todo lo que necesito.
Daphne pone la mano en el brazo de su hermana, y luego en el vientre de su
hermana que ya no lleva un bebé.
―No te va a dejar en paz. Tú misma me lo has dicho una y otra vez. No va a dejar
que te vayas así como así.
Daphne me mira y asiente con la cabeza. Puedo ver en sus ojos que todavía quiere
que siga con el plan.
―¿Qué vas a hacer? ―pregunta. Hay pánico en su voz―. Entrar ahí y darle una
paliza no va a hacer más que cabrearle más. Vámonos. Puedo dejar el estado, tal vez.
Puedo correr y esconderme, y nunca me encontrará.
Daphne sacude la cabeza.
―No.
―¿Cómo que no? ―pregunta a su hermana, claramente sin tener ni idea de lo que
tanto Daphne como yo sabemos que va a ser el desenlace del día.
Ahora llueve más fuerte y las dos mujeres están empapadas hasta el cuello.
―Espérame en el coche. No tardaré.
―Es igual que papá, Ani. Lo sabes.
Las palabras de Daphne son finalmente lo que hace falta para que Ani se dé cuenta
de lo que va a ocurrir a continuación. Sacude la cabeza enérgicamente y retrocede
unos pasos hacia el remolque.
―No. ¡No! No vas a matarlo. No podemos entrar ahí...
Doy un paso adelante para bloquear el remolque de Ani.
―No estamos haciendo nada. Yo sí. Tú y Daphne tienen que ir al coche y
calentarse. Iré enseguida.
Ani niega con la cabeza, pero se detiene de repente cuando se abre la puerta
principal de la caravana y un hombre que no lleva más que calzoncillos desteñidos
parpadea contra la lluvia.
―¿Qué coño está pasando aquí? ―le pregunta―. Ani, trae tu culo aquí dentro
ahora mismo. ―Entonces entrecierra los ojos contra la lluvia y ve a Daphne―. Te
dije que te alejaras de tu hermana. Te dije que te mataría si volvías a pisar mis tierras,
zorra estúpida. ―Cuando ve que Ani no ha hecho ningún movimiento para hacer lo
que le pidió, repite―. ¡Entra en la puta casa, Ani!
He visto los ojos de muchas personas justo antes de encontrarse con su creador, y
nunca he visto un miedo como el que veo en los ojos de Ani.
Mark me fulmina con la mirada.
―¿Y quién coño eres tú? ―Empieza a bajar las escaleras para enfrentarse a mí.
Estúpido, estúpido hombre.
―Soy la puta Parca ―le digo mientras le doy un puñetazo justo en la nuez de
Adán.
Sus ojos se desorbitan mientras se lleva la mano a la garganta, con un graznido
nauseabundo escapando de sus labios contorsionados. Cae hacia atrás, resbalando
en el último escalón y chapoteando en el barro. Su jadeo se mezcla con el sonido de
la tormenta. Las gotas de lluvia golpean el techo metálico del remolque con más
intensidad, y sé que se avecina un aguacero torrencial y que es hora de actuar antes
de que todas estas carreteras secundarias de paletos queden anegadas.
Estoy más contento de que se haya enfrentado a mí. Él entró en esta pelea y ahora
yo voy a terminarla. No me gustaba la idea de matar a un hombre mientras dormía,
y no quería actuar como un asesino silencioso. No, este cabrón se me acercó y miró
directamente a los ojos de su asesino.
Daphne corre hacia Ani y la coge del brazo.
―Nos vamos. Ahora mismo.
No sé si es el hecho de que Ani está demasiado conmocionada para seguir
discutiendo y resistiendo, o el hecho de que ver al hombre que le hizo perder a su
bebé tirado en un charco de barro fue la gota que colmó el vaso, pero hace
exactamente lo que Daphne le ordena, y las dos mujeres se marchan hacia el coche.
Ahora solo somos este pedazo de mierda y yo.
Mark se pone en pie, pero veo que le cuesta respirar. No tiene aire suficiente para
gritar. No puede suplicar. No puede hacer otra cosa que jadear durante los últimos
minutos de su vida.
―Golpeaste a la hermana de mi mujer. ―Doy un paso hacia él mientras sube las
escaleras de la caravana a cuatro patas―. Mataste a su bebé. Llamaste zorra a mi
mujer. Y amenazaste a mi mujer. Amenazaste a una Godwin. ―Le agarro del cabello
y lo tiro de las escaleras, arrojándole de nuevo al barro―. Y por eso, vas a morir.
Pero yo no sólo mato. Mato lentamente.
Aunque he estado intentando ser Apollo Godwin desde que desperté de mi
accidente, ahora mismo, en este preciso momento... soy Ares Godwin. Y este cabrón
está a punto de ver lo que eso significa.
aphne llama a mi puerta cuando termino de arreglarme para empezar el día.
―Buenos días ―me dice.
―¿Cómo está hoy? ―Pregunto, después de haber visto a Ani un par de
veces, pero siempre había estado durmiendo. Lleva un par de días
recuperándose, y es agradable ver cómo baja la hinchazón y se desvanecen algunos
de los azules y morados brillantes.
―Está mucho mejor ―dice Daphne―. Sus costillas aún le dan algunos problemas,
y todavía tiene pesadillas...
―¿Quieres que le diga al doctor que vuelva a casa?
Sacudiendo la cabeza, dice:
―No. Dijo que sólo necesitaba tiempo para curarse. Y estoy segura de que es lo
está haciendo. Lentamente, pero lo está haciendo.
―He intentado dejarlas solas ―digo―. Pensé que necesitaban un tiempo juntas.
Para hablar de lo que pasó.
―No quiere hablar demasiado y lo respeto. Creo que ahora está procesándolo.
También tiene que curarse por dentro. Las heridas allí son peores que las que vemos.
―Creo que eso se puede decir de todo el mundo. Todos tenemos heridas en
nuestro interior que necesitan ser curadas. ―La tomo en mis brazos, sintiendo la
necesidad de tenerla cerca.
Me mira.
―Cierto. Pero lo que hiciste... Ayudaste a curar una muy grande dentro de mí.
―Debería haberlo hecho antes.
―Pero lo hiciste ahora. Te lo agradezco. Sé que no paro de decírtelo. Pero lo digo
en serio. Nunca podré decir esas palabras lo suficiente. Cuando me pediste por
primera vez que me casara contigo, dijiste que siempre me mantendrías a salvo. Que
me protegerías. Me diste mi propia historia de Cenicienta. ―Suelta un suspiro
inseguro―. Pero mi zapatilla de cristal tenía espinas. Hasta ahora.
―Debería haberte arrancado todas las putas espinas ―declaro, odiando ver cómo
mi hermano había causado tanto dolor. Un dolor agudo y punzante a una mujer que
no se lo merecía.
Aunque si siguiera vivo, quiero creer que acabaría haciendo lo mismo que yo.
Quiero creer que era esa clase de hombre. Él no habría sido capaz de mirar a los ojos
de Daphne por mucho tiempo y resistir.
Estoy seguro de que no puedo. Cada día que pasa estoy más obsesionado con esta
mujer.
―Tú y yo no hemos tenido ocasión de hablar desde que ocurrió todo ―dice,
mirándose los pies y jugueteando con los dedos―. Le dije a Ani que tú ―traga saliva
con dificultad, te encargaste de todo.
―Lo hice. ―Inclino la cabeza para examinar su rostro e intentar leerla―. ¿Quieres
saber cómo? ¿Los detalles?
Nunca le he contado a nadie los detalles después de un trabajo. Ni siquiera a mi
padre. Hago el trabajo, lo limpio todo y no volvemos a hablar de ello. Pero haré una
excepción con Daphne si lo necesita. O si su hermana lo necesita.
―No ―dice ella―. Siento que hablar de ese hombre, incluso de la forma en que
murió o dónde está su cuerpo, le da demasiado de nuestro aliento. No merece la
pena. Creo que es mejor olvidar que ese hombre existió. No es nadie.
―No es nadie ―estoy de acuerdo.
Sé que Daphne tiene muchas cosas en la cabeza ahora mismo con su hermana,
pero no se aparta cuando mi boca baja hacia ella. No la he besado desde que llegó
Ani. No hemos dormido juntos porque ella ha estado durmiendo al lado de su
hermana todo este tiempo.
La he echado de menos. He echado de menos... a mi mujer.
Nuestros labios se rozan, un fugaz indicio de lo que está por venir. La aprieto, y
luego aún más, para que las suaves curvas de su cuerpo se fundan con la dureza de
mi polla. Vuelvo a besarla y sus brazos se levantan para rodearme el cuello. Nuestro
beso se intensifica y nuestros cuerpos se tensan en busca de más.
Quiero ir despacio, no dejar que mi pasión domine mi deseo. Pero cuando Daphne
gime contra el empuje de mi lengua y sus manos me quitan frenéticamente toda la
ropa, sé que la batalla está perdida.
El nivel de química entre nosotros me consume, me hace desearla con una
intensidad que nunca he experimentado con nadie más. Cuando me hace saber que
está dispuesta a aceptar que reclame su cuerpo, casi exploto de lujuria.
Su respuesta física no me deja ninguna duda de que la mujer siente la misma
atracción que yo. El sexo sensual, erótico y tentador puede convertirse fácilmente en
nuestra forma de comunicación y conexión. La pasión siempre mezclada con nuestro
día y nuestra noche es mi objetivo final para este matrimonio nuestro. Es en lo que y
en quienes nos estamos convirtiendo, y planeo que siga siendo así.
Se frota íntimamente contra mí, lo que hace que mi polla se ponga aún más dura.
Quiero hundirme en ella, perderme en su calor resbaladizo y húmedo, llevarnos a
los dos con fuerza y rapidez al orgasmo. Estoy deseando oírla gritar mi nombre.
Es lo que los dos queremos y, lo que es más importante, lo que necesitamos. Pero
esta vez, estoy decidido a darle algo diferente, a ofrecerle algo más. No sólo una
experiencia sexual, sino una promesa. Quiero transmitirle seguridad en nuestra
forma de hacer el amor. Sí, lo he dicho. Hacer el amor. Quiero asegurarme de que se
sienta segura por el hecho de que estoy aquí. Voy a protegerla de cualquier tormenta
que venga.
La polla me aprieta los pantalones hasta el punto de dolerme. No puedo liberarme
de las ataduras de mi ropa lo bastante rápido. Ella hace lo mismo y se baja el vestido,
las bragas, el sujetador... esta mujer... esta diosa que tengo ante mí hace que
literalmente me flaqueen las rodillas. Qué rasgos tan dulces y delicados, y también
qué curvas tan deliciosas y seductoras. Debo tenerla. Debo tenerla ahora, y le pido a
Dios que pueda ser gentil ya que ya he sido firme y realmente he empujado sus
límites.
Me despojo de lo que me queda de ropa mientras ella se sienta en el borde del
colchón, me acerco a la cama y paso la palma de la mano por la pierna de Daphne,
disfrutando de que no se inmute, sino que gima en respuesta a mi tacto. Se tumba
en la cama completamente desnuda y no se oculta en absoluto. Sus ojos no se apartan
de los míos, como si intentara hipnotizarme con su mirada seductora y necesitada.
―Quiero mirar y tocar cada parte de tu cuerpo. Quiero memorizar cada curva,
cada valle y cada centímetro de tu piel ―le digo para que no dude de lo que va a
pasar.
Sin esperar respuesta, le abro las piernas de par en par, viendo cómo los labios de
su coño se abren para mí. Debajo de su coño, veo su ano, tan pequeño... tan apretado.
Su agujerito suplicando ser penetrado, pero hoy quiero ir con cuidado. Quiero que
su dulce coño ordeñe mi polla hasta dejarla seca.
Recorriendo con el dedo la carne fruncida y delicada, observo cómo aprieta el culo
contra mi mano, sin resistirse a mi tacto.
―Esta vez no pretende ser un castigo. No quiero hacerte daño. Sólo quiero que
sientas placer ―digo las palabras mientras paso mis dedos por la costura de su coño.
Apenas puedo contener el hambre de estar tan dentro de ella. Absorbo con la yema
del dedo los jugos que brillan en su coño y la lamo, saboreando su excitación. Con
todo el cuidado que puedo, presiono mi dedo húmedo contra su coño y lo introduzco
con suavidad. Daphne jadea y se tensa, pero luego se relaja cuando muevo
lentamente el dedo dentro y fuera de su estrecho canal. Me inclino entre sus piernas
y beso su suave montículo, aspirando el almizclado aroma de su deseo.
―Se siente bien ―susurra―, Tan bien.
―Sí, princesa ―le digo mientras mi dedo entra y sale―. Necesito preparar este
cuerpo tuyo para mí. Sabes que no soy un hombre pequeño, y no quiero que esto te
duela más de lo que ya te dolerá cuando no pueda follar bien. ―Cuando sus piernas
se abren y sus caderas suben para encontrarse con mi boca, suplicando en silencio
más besos míos, susurro―. Así me gusta. Déjame prepararte para convertirte en mi
perfecta y más querida esposa en todos los sentidos.
Mi nombre queda atrapado en su garganta cuando un gemido se apodera de ella
y mi lengua roza su clítoris, mordiéndolo entre mis labios. Me coge por la cabeza y
me mete la cara en su coño mientras sus gemidos se intensifican.
―Apollo... ¿Apollo? Este sentimiento. Siento... ―El pánico se apodera de sus
palabras.
―Ven por mí, esposa mía. Dejame entrar. ―Añado un segundo dedo y bombeo
con más fuerza.
Su cabeza se agita de un lado a otro y su respiración se vuelve agitada. Un
profundo gemido llena la habitación mientras su coño se contrae alrededor de mis
dedos.
―Ven para mí. Llena mi boca con tu dulce crema. Libérate y deja ir todas esas
restricciones que te retienen. Deja que ese orgasmo sacuda las paredes internas de tu
coño.
Sus caderas se agitan y su gemido se convierte en un pequeño grito. Su coño se
estremece alrededor de mi boca y el sabor de su orgasmo cubre mi lengua. Sorbo
hasta la última gota de su orgasmo mientras su cuerpo se estremece al final del
clímax.
Como no quería que se saciara del todo, me acerqué a sus pechos y rodeé con la
lengua un pezón, para luego pasar a prestar la misma atención al otro. Moldeando
la carne de sus firmes y turgentes montículos con mis manos, ya no lucho contra el
hambre. Necesito mi polla enterrada profundamente dentro de ella y no puedo
esperar más.
Acerco mis labios a la concha de su oreja y gimo:
―Ahora voy a follarte. Te va a doler, Daphne. Te va a doler mucho, pero también
te va a doler muy, muy bien. No sé follar suave. Sólo sé follar duro.
―Sí, sí, por favor ―suplica―. Quiero esto. Lo quiero.
Coloco la cabeza de mi polla en su entrada y la introduzco lentamente,
deteniéndome cuando su cuerpo se tensa. Este es el momento en que voy a
reclamarla plenamente. No voy a castigar su culo. No voy a tomar su cuerpo. No la
estoy azotando hasta la sumisión. Mi esposa se está entregando.
Para siempre mía.
Para siempre, para jugar con ella como yo quiera.
―Respira hondo y relájate ―le ordeno mientras empujo hasta el fondo y empiezo
a meter y sacar el pistón a un ritmo rápido e implacable―. Shhh... ―Hago una pausa
para que se adapte a la intensidad de la follada y a la sensación de estiramiento―.
Sé que duele.
―Eres demasiado grande. Demasiado duro. ―Tiene los ojos muy abiertos y le
tiembla la voz al pronunciar las palabras.
―Te llevarás todo de mí. No tienes otra opción.
Querer ser amable es una cosa. Ser capaz de serlo es otra. Ser suave y dulce cuando
se trata de follar y reclamar lo que considero mío no está en mi naturaleza.
Crudo, duro, agresivo es lo que soy. Y aunque finja ser Apollo, no puedo cambiar
este hecho primario de mí por mucho que lo intente.
Lanzo otro ritmo constante de entrada y salida, alimentado únicamente por sus
suaves maullidos. Un ritmo constante en el que saco la polla lo justo para ensanchar
aún más su abertura, y luego vuelvo a hundirme en su interior, tan profundo que las
paredes de su coño se estrechan a mi alrededor. Dentro y fuera, la reclamo de una
de las formas más animales y lujuriosas. Dentro y fuera, se entrega a mí. Es mía.
No pudiendo contener más mi placer, dejo que la oleada de mi éxtasis se apodere
de mí, llenando con mi semilla en lo más profundo de ella.
―Apollo ―grita, el sonido tan dulce en sus labios mullidos.
}―¿Sí?
―¿Alguna vez me dejarás ir?
―Nunca. Jamás. Eres mía, y soy un tacaño hijo de puta.
an pasado tres semanas? ¿Quizá algo menos de un mes? He perdido
completamente la noción del tiempo, lo que no es propio de mí. Los Godwin
marchan bajo un estricto orden y plazos. No recuerdo la última vez que no
seguí una orden de mi padre. Mis días y mis noches estaban llenos, rebosantes. Pero
desde que desperté en aquella habitación de hospital, algo dentro de mí es diferente.
Estoy casado.
Tengo a Daphne, y quiero a Daphne. No me canso de esa mujer. Si no me la estoy
follando, quiero que se quede en mi presencia sólo para poder mirarla siempre que
quiera, u olerla, o tocarla, o follármela otra vez. Parece que mi polla sigue
necesitando atención constantemente, y la única forma de curar la dolencia es tenerla
enterrada profundamente dentro de esta mujer... mi droga.
Pero una cosa sigue siendo la misma. No soy Apollo. Por mucho que intente
convencer al mundo de que sí soy mi hermano, me pregunto si estoy viviendo esta
mentira en tiempo prestado. Soy un Godwin, y somos maestros en el engaño y
podemos mentir sin inmutarnos, pero esta vez es diferente.
Esta mentira involucra a Daphne.
Se merece algo mejor que yo. No soy mi hermano, y no sé cómo estar casado. No
sé cómo darle mucho más que sexo. Intento dejar de trabajar para nuestras comidas
para poder prestarle un poco de atención y conocer a la mujer de la que no me canso,
pero mi mente lucha por concentrarse. Aún no he hecho con ella nada de lo que
harían las parejas. No hay cena y cena. No hay regalos dulces. Nada de «cariño estoy
en casa».
Mi vida consiste en follar y trabajar. Olympus Manor nos está dando una burbuja
de seguridad del resto de mi familia, y me encanta la reclusión. No es una vida
terrible para mí, pero también creo que Daphne se merece algo mejor.
Tengo que seguir pensando en lo que haría Apollo. No en lo que yo haría. Sin
duda haría algo más que follar y trabajar. Aunque parece que no follaban mucho. En
cualquier caso, tengo que recordarme a mí mismo que soy un hombre casado y tengo
que actuar en consecuencia o existe la posibilidad de que Daphne descubra mi
oscuro secreto.
―Daphne ―grito, decidiendo por fin que es hora de tomarme un descanso.
Debe de estar cerca del estudio porque entra descalza en la habitación con un paño
de cocina en la mano. Lleva vaqueros y una camiseta blanca y nunca ha estado más
sexy. Desenfadada y cómoda le sienta bien.
Con una ceja levantada, pregunta:
―¿Necesitas algo? La cena no es hasta dentro de un par de horas. Todavía tengo
que empezarla.
―No lo hagas ―le digo―. Vamos a la ciudad. Ya es hora de que te lleve a una
cita.
―¿Una cita? ―pregunta mientras una sonrisa se dibuja en su rostro―. ¿En serio?
―No hemos ido a la ciudad a menos que quieras contar The Vault. ¿Has comido
alguna vez en Ghost Pines?
―No, nunca. Es tan... Ghost Pines era demasiado caro para mí como para ir alguna
vez cuando vivía aquí.
―Tiene el mejor marisco que he probado nunca. También tiene un costillar que
está para morirse. Podemos compartir una botella de vino y pasar una velada
romántica.
―¡Sí! ―responde rápidamente. Tal vez demasiado, lo que me indica que la pobre
chica está desesperada por recibir atención y, probablemente, por salir de casa. Ella
y yo habíamos dado algunos paseos juntos por el terreno, pero estoy seguro de que
se está volviendo un poco loca―. ¿No crees que está lloviendo demasiado para
conducir?
Miro por la ventana y veo que cae una lluvia constante.
―No pasa nada. Creo que el corazón de la tormenta no llegará hasta mañana por
la noche. Esto es leve. ¿Crees que se puede dejar a tu hermana sola un rato?
Daphne sonríe.
―Es bonito que te preocupes por ella. Y sí, estará bien. Quizá podamos traerle a
casa un trozo de tarta de queso o algo.
Miro sus pies descalzos.
―Ve a ponerte unos zapatos. Ahora nos vamos.
No tengo que decir ni una palabra más. Daphne gira sobre sus talones y sube
corriendo las escaleras. Oigo su emoción mientras sube las escaleras, y me recuerda
a un niño corriendo hacia un árbol con regalos debajo la mañana de Navidad.
El camino a la ciudad es bastante tranquilo. Aún no había apagado el cerebro y,
por desgracia, sigo pensando en cómo voy a enfrentarme a mi padre y a Athena
cuando los vea. Afortunadamente, ambos me han dejado en paz, permitiéndome
ocuparme de Daphne y procesar todo lo ocurrido desde el accidente. Sé que lo hacen
por dos motivos diferentes. Athena me da espacio porque yo se lo he pedido. Mi
padre me está dando el tiempo que necesito para averiguar cómo evitar que esta
mentira de convertirme en Apollo me estalle en la cara.
Cada día es más fácil con Daphne. También he sido capaz de convencer al personal
del trabajo por teléfono y correo electrónico de que soy Apollo. No es una hazaña
fácil, ya que los números no son mi fuerte y siento que me ahogo en hojas de cálculo
y preguntas sobre impuestos que no tengo ni idea de cómo responder. Pero aún no
he tenido que enfrentarme a nadie de nuestras vidas aparte del funeral, y no estoy
seguro de cuándo estaré preparado.
Cuando se trata de Daphne, intento simplemente escucharla hablar. Intento
asimilarlo todo. Me ha pillado en algunas cosas más en las que he tenido que alegar
pérdida de memoria, pero en su mayor parte, soy capaz de fingir mis
conversaciones. Pero tampoco hemos estado en una situación íntima, como
sentarnos juntos en el coche para ir a una cita. Así que me he limitado a conducir y
dejar que el silencio nos rodee. Aunque no parece que a Daphne le importe. Se limita
a sentarse en su asiento y escuchar música mientras el bosque neblinoso nos pasa de
largo. Las carreteras no están mal, y no hay nada que mi Jeep no pueda soportar. No
me preocupa tener que volver corriendo. Podemos disfrutar de una agradable
velada. Los dos nos lo merecemos.
―Debería haberte traído antes a esta cena ―digo mientras mis ojos se fijan
rápidamente en los suyos―. Te pido disculpas por ello.
―No hace falta. Sólo veníamos a Heathens Hollow para reuniones familiares y
fiestas. No es que tuviéramos la oportunidad.
―¿Pero es algo que te hubiera gustado hacer? ―pregunto mientras vuelvo a
poner los ojos en la carretera.
―Por supuesto. Ani y yo fantaseábamos con cómo sería comer allí. Es elegante,
pero no presuntuoso. Ghost Pines era una especie de marcador para la gente. Si
podías permitirte comer allí, entonces habías hecho algo por ti mismo.
―Ojalá me lo hubieras dicho. Tus sueños deberían cumplirse ―interrumpo―.
Especialmente algo tan simple como llevarte a un buen restaurante de mariscos y
bistec.
―Nunca se me ha dado bien abrirme ―confiesa―. A veces los sueños deben
quedarse en sueños.
Miro hacia ella y le cojo la mano.
―Ya no. Eres mi mujer y lo menos que puedo hacer es empezar a concederte
algunos.
Cuando llegamos a Ghost Pines, me detengo en la entrada para dejar a Daphne y
que no tenga que atravesar el estacionamiento bajo la lluvia.
―Voy a estacionar. Adelantate, anota nuestro nombre.
unca he comido costillas de primera. No quiero confesárselo a Apollo. Las
mujeres de la alta sociedad de Seattle, y supongo que del resto del mundo,
sólo suelen comer delicados platos de pescado, ensaladas o, tal vez, alguna
pechuga de pollo. Ninguna mujer que haya conocido se atrevería a sentarse a la mesa
y comer un gran trozo de carne grasa. Pero eso es exactamente lo que estoy haciendo.
Apollo no me había dado muchas opciones, ya que había pedido para los dos.
Pero no puedo decir que estoy molesta por ese hecho. Creciendo en el Este, comer
en Ghost Pines nunca fue una opción. Ni siquiera en una ocasión especial nos
atrevíamos a entrar en un sitio así.
En algún momento me había planteado trabajar de camarera aquí. Las propinas
de una noche serían sin duda el pago de las facturas de un mes. Pero ni siquiera
estaba a su altura para atender a sus clientes. Ghost Pines era simplemente una
ilusión para los pobres como yo. Atendía a los ricos que tenían casas de vacaciones
en Heathens Hollow, o volaban en sus hidroaviones o helicópteros desde Seattle.
Ningún lugareño de verdad podía permitirse un lugar así.
―Tienen unas costillas de primera buenísimas, ¿verdad? ―pregunta Apollo
mientras se lleva otro trozo de carne a la boca.
―Está tan bueno ―digo mientras asimilo cada sabroso bocado.
El restaurante no es exactamente elegante para los estándares de Seattle, al menos
no con manteles blancos y velas, pero tiene una chimenea, sillones de cuero y el
encanto rústico de la decoración hace que todo el lugar sea cálido y acogedor. Para
Heathens Hollow, esto es todo lo elegante que puede llegar a ser este pueblo de
pescadores. Me encanta, y me encanta cada minuto de esta cita con Apollo.
―Me gustaría preguntarte algo ―dice mientras bebe un sorbo de vino―. Pero no
quiero herir tus sentimientos admitiendo que no recuerdo algo.
―No herirás mis sentimientos. Sé que la pérdida de memoria va a ser un
problema. Los médicos me habían advertido que podría ser mucho peor de lo que
parece. Realmente te estás recuperando a una velocidad vertiginosa.
―Vale, pero esto podría hacerte daño.
―¿Hacerme daño? ¿Cómo?
―No recuerdo cómo nos conocimos ni cómo nos casamos. Lo que sé es casi como...
una historia que me han contado. Me faltan los detalles. Has mencionado que te salvé
de la isla. Me haces sentir como si hubiera hecho algo más que pedirte que te cases
conmigo. ―Hace una pausa mientras mastica su carne y luego traga, sin romper su
mirada―. ¿Cómo nos conocimos? Me gustaría que me lo contaras tú.
Desvío la mirada y me encojo de hombros. ¿Me molesta que no recuerde nuestro
comienzo? Tal vez. Pero quizá me molesta aún más que no quiera hablar de ello.
―Es la clásica historia de Cenicienta. Chica pobre. Hombre rico. Me trajiste a tu
vida para que dejara de ser una chica del lado Este.
―¿Nos conocimos aquí en Heathens Hollow o en Seattle?
Hago una pausa en la comida, observando cómo formula la pregunta. Realmente
no se acuerda.
―Nos conocimos en el muelle. Yo era pescadera. Uno de mis muchos trabajos que
me pagaban en metálico para poder comer o pagar cualquier factura apremiante que
exigiera ser pagada. Tú paseabas por el muelle y nos conocimos. Por alguna loca
razón, tú y yo parecíamos conectar. A pesar de que yo olía a pescado y a pobreza.
Me invitaste a cenar y tres meses después nos casamos. ―Me precipité con la
historia, pero espero que sea todo lo que necesite para activar su memoria.
Bebo un trago de mi vino y miro fijamente la chimenea cercana. No quiero hablar
de mi pasado y, aunque Apollo y yo parecemos más unidos que nunca, también me
siento incómoda hablando de nuestro pasado. Es casi como si un viaje por los
recuerdos hiciera estallar la burbuja perfecta en la que hemos estado.
―Cuéntame más ―dice, claramente sin darse cuenta de que este tema es como
rascarse una costra. No quiero sangrar cuando siento que he empezado a curarme.
―¿Cómo qué?
―¿Sabías que era un Godwin cuando me conociste? ―me río entre dientes.
―¿Sabía yo que iba a cenar con alguien que era dueño de toda la isla de Heathens
Hollow? ―Vuelvo a reírme―. No, o no habría cenado contigo, por mucha hambre
que tuviera. Tendría demasiado miedo de que me pidieras el alquiler que te
debíamos. Estábamos ocupando tus tierras. ―Sonrío, pero no me hace gracia.
―¿Qué te hizo enamorarte de mí?
Me encojo de hombros.
―Vengo de la pobreza, el maltrato y el abandono. Mi padre era alcohólico y mi
madre estaba muerta, o al menos eso nos dijo a mi hermana y a mí. Así que cuando
llegaste tú, con todo tu dinero y tus promesas, sentí como si hubiera encontrado el
«felices para siempre». El cuento de hadas que había esperado se había hecho
realidad. Pero...
―No fue exactamente un cuento de hadas ―termina por mí.
―En absoluto. No tenía ni idea de lo que sería casarme contigo y convertirme en
Godwin. ―Veo que ya no está comiendo, y siento que tengo que aligerar el ambiente.
No quiero que esta cena se convierta en una sesión de insultos. Está intentando hacer
las paces y tengo que permitirle que lo haga. Quiero que lo haga―. Pero aún así me
salvaste del Lado Este, y siempre te estaré agradecida.
―¿Todavía quieres dejar el matrimonio? ―pregunta.
Tomo un bocado de carne para tener tiempo de pensar en su pregunta mientras
mastico. Él espera y me observa mientras trago.
―Sé que no es una opción. Tu familia nunca me lo ocultó. Sé con quién me casaba.
Firmé ese contrato con sangre. Así que... no. Ya no quiero salirme del matrimonio.
Un trato es un trato.
―¿Es así como nos ves? ¿Un trato?
―¿Cómo nos ves? ―contraataco, sin querer meterme de lleno y divulgar todas las
emociones encontradas que he tenido desde el accidente, la traición, el castigo y
luego lo que hizo por mi hermana.
―Eres mi mujer. Yo soy tu marido ―empieza―. Llámalo como quieras, pero
estoy jodidamente obsesionado contigo. No puedo imaginar dejar que te vayas.
―No me voy ―digo en voz baja, bebiendo mi vino mientras miro por encima de
la mesa con los ojos entrecerrados―. Puede que esta obsesión de la que hablas me
guste demasiado como para marcharme.
Apollo se inclina hacia delante, con los codos apoyados en la mesa. En voz baja,
dice:
―Voy a llevarte a casa y voy a follarte duro. Voy a follarte hasta que grites mi
nombre. No llores. No gimas. Grita.
a sido el viaje en coche más largo hasta casa ―dice Apollo cuando ambos


entramos en la cocina―. Quizá debería haber parado el coche y follarte en
el asiento de atrás como dos adolescentes cachondos.
El rubor se apodera de todo mi cuerpo sin previo aviso. Camino hasta la mesa de
la cocina y tomo asiento para intentar recuperar la compostura. Este hombre ahora
tiene una forma de hacerme sentir como una colegiala mareada, y lo odio. Pero no le
odio. No, mis sentimientos son el polo opuesto al odio, pero igual de poderosos.
Apollo sonríe.
―Me gusta cómo te avergüenzas con tanta facilidad. Ahora que estamos solos tú
y yo, aquí solos, me estoy dando cuenta de todas las pequeñas cosas sobre ti, y estoy
descubriendo que las disfruto todas.
Giro la cabeza para mirar los ojos sonrientes de Apollo. Las suaves arrugas de los
bordes dan a su encanto sexy una sensación de madurez. Mantiene mi mirada fija en
la suya durante lo que parece una eternidad. Su mirada me derrite el corazón.
Rezumo desde el interior. Tiene un poder sobre mis emociones que no estoy
acostumbrada a permitir. Su fuerza, su actitud oscura y embriagadora, su aura gritan
«masculinidad».
Sin apartar la mirada, Apollo camina lentamente hasta mi lado de la mesa y se
inclina hacia mí, con la boca a escasos centímetros de la mía.
―Quiero sentir tus labios sobre mí.
No pide permiso, pero anuncia sus intenciones. Las acciones de un Godwin.
Bajo la mirada hacia su boca y luego vuelvo a mirarle a los ojos y le susurro
suavemente:
―Me gustaría.
Me pone una mano a cada lado de la cabeza y presiona suavemente sus labios
contra los míos. El contacto me produce un hormigueo por todo el cuerpo. Nunca
un simple beso me había provocado una reacción tan poderosa e intensa con nadie,
ni siquiera con él. Es sólo un beso, pero es mucho más.
El poder que este hombre tiene sobre mí... Cuando nunca antes tuvo este control...
Sus labios se mueven lentamente a lo largo de los míos hasta que su lengua
presiona ligeramente mis labios. El calor y la humedad aumentan el deseo en mi
interior. Sus dedos me acarician suavemente el pelo mientras su lengua sigue
explorando. Un beso, un beso excitante, es más de lo que puedo imaginar. Puedo
oler a Apollo, saborear a Apollo y sentir a Apollo. Quiero más. Quiero que el beso
dure para siempre y que sus labios no se separen nunca de los míos.
―Te siento tan bien ―murmura Apollo entre nuestras respiraciones entrelazadas.
El sonido de su voz, amortiguado por el beso, provoca un jadeo involuntario,
revelando hasta qué punto estoy atrapada en su abrazo. Nunca habría pensado que
sentiría tanta fuerza por un simple beso. En este momento, lo único que quiero es
que no pare nunca.
Sus manos bajan por mi espalda y tira de mí hasta ponerme de pie para que
estemos más cerca. Mis pechos se pegan a los suyos, duros como piedras, y sólo nos
separan finas capas de algodón. A medida que nuestros cuerpos se funden, nuestro
beso se vuelve más frenético. Apollo me mete la lengua más profundamente en la
boca. Yo respondo separando más los labios y haciendo bailar mi lengua con la suya.
Mi aliento se mezcla con el suyo y el beso se traga mis jadeos.
El beso más alucinante.
Un beso que nunca supe que pudiera existir. Con un beso, mi marido, un hombre
al que nunca pensé que volvería a amar, ha capturado mi corazón aún más de lo que
ya lo había poseído antes nuestro apasionado sexo.
Se separa lentamente y me mira a los ojos. Los suyos están vidriosos y el deseo
recorre su rostro. Me pasa un dedo por la mandíbula y lo desliza por el borde de mis
labios necesitados. Esboza una sonrisa seductora mientras se inclina hacia delante y
me besa la punta de la nariz.
Los dos nos miramos fijamente durante unos instantes, escudriñándonos el rostro,
buscando un atisbo de nuestras almas.
―Esto nunca ha sido nosotros. Rara vez nos besamos... bueno, esto no es propio
de nosotros. ―Siento la necesidad de discutir esto, confundida de que le guste el
beso tanto como a mí. Que en el fondo, no quiero que pare.
―Puede que no sea así como nos besábamos antes, pero es así como nos besamos
ahora. ―Sonríe.
Respiro hondo antes de hablar.
―Esto es diferente, Apollo. Tú y yo lo sabemos. Muy diferente.
Apollo vuelve a acercar su boca a la mía, acallando mis palabras. Esta vez besa
con más pasión y excitación que antes. Su boca sigue reclamando la mía mientras
siento que su deseo aumenta, que mi deseo aumenta. Respiro ante el repentino
cambio, pero lo atraigo más con las manos, aferrándome desesperadamente a su
espalda.
―No quiero que pienses en el pasado. En cómo éramos. Concéntrate sólo en el
ahora. ―Apollo hace una pausa en su avalancha de besos para examinarme la
cara―. Ahora mismo sólo somos tú y yo. Ahora mismo.
Sonrío ante la expresión de determinación mezclada con pasión de su rostro.
―Yo también quiero eso. Ahora mismo. Concéntrate sólo en el ahora. No sé por
qué. No sé cómo ha ocurrido. Sólo sé que quiero sentirte dentro de mí.
―Daphne ―gime Apollo.
Me acerca la boca al cuello y me besa suavemente, mientras su mano se abre paso
lentamente por debajo de la camisa y el sujetador. Me toca el pecho con la palma y
arqueo la espalda para recibir su contacto. Sus labios se acercan a mi oreja y la
pellizca ligeramente. Oigo su respiración agitada y siento cómo su cuerpo se tensa
por la pasión contenida.
Bajo la mano hacia su abultada erección, apretada contra sus pantalones. Cuando
mis dedos entran en contacto, Apollo gime de deseo.
―¡Joder! Quiero ser suave. Quiero ser suave... Pero me estás volviendo loco.
Le desabrocho la hebilla del cinturón, le desabrocho el botón y le bajo la cremallera
de los pantalones en un movimiento fluido.
―No lo quiero suave. Quiero que me folles. Tómame fuerte ―le exijo mientras
envuelvo su polla palpitante con mi mano.
Me agarra y me empuja con fuerza contra la pared. Me coge las manos, me las
lleva por encima de la cabeza y me las sujeta con una mano, mientras con la otra me
arranca la ropa. Da tirones y me desnuda antes de que pueda volver a respirar. Sus
labios presionan los míos con tanta fuerza, con tanta ferocidad.
Nunca antes había sentido tanta fuerza, tanta dominación con este hombre. Algo
ha cambiado últimamente, pero intento hacer lo que me ha pedido. Centrarme sólo
en el ahora. Pero aún así... primero con los azotes, la jaula, el sexo forzado, y ahora
con esta ronda. Sin embargo, esta vez es diferente. Parece que vamos con los ojos
bien abiertos.
Apollo mueve sus labios hacia mi cuello y me besa, chupa y muerde. Con los
brazos aún inmovilizados sobre mi cabeza por su enorme mano, no tengo más
remedio que dejar que Apollo haga lo que quiera.
Siento el escozor de sus dientes en mi cuello y maullo, intentando no concentrarme
en el hecho de que vuelvo a estar completamente desnuda ante él.
Me coge en brazos y me lleva a su habitación, nuestra habitación, antes de que
pueda comprender lo que está pasando. Estoy en sus brazos. Su pecho se flexiona
debajo de mí. Oigo su respiración agitada, cargada de deseo. Puedo oler su
embriagador aroma. La cabeza me da vueltas; estoy consumida por la lujuria, ebria
de pasión.
Antes de que pueda recuperar la compostura, me arroja sobre su cama. Le veo
coger una cinta de raso negro de la mesilla de noche. Me pregunto qué otros objetos
perversos tendrá dentro de esa mesilla. Agarra una mano y la ata al poste de la cama,
y luego hace lo mismo con la otra. Nunca me han atado, nunca he estado indefensa
por una simple cinta.
Tiro para ver si puedo escapar, tiro para ver si esto va en serio. Con una mezcla
de miedo y deseo, me permito confiar en Apollo, pero al mismo tiempo me deleito
con el chisporroteo del miedo que recorre mis venas. Estoy indefensa. No puedo
hacer nada para luchar contra él. No puedo impedir lo que va a ocurrir a
continuación. Y sin embargo, aunque mi corazón da un vuelco, me encanta la
sensación. El abandono total. Saber que ahora él tiene todo el control.
Se planta ante mí y se quita toda la ropa con la misma prisa y furia que me ha
dejado desnuda y atada a su cama. Su cuerpo esculpido y tenso se muestra ante mí
en todo su esplendor. Con ojos hambrientos, mira mi cuerpo tendido en la cama y
sonríe seductoramente.
―Planeo hacer de esto un hábito de mi día. Para alimentar mi hambre.
Sonrío.
―Debemos mantener ese apetito saciado.
―Ahora es tu trabajo.
―Pienso ser una empleada con un rendimiento excesivo ―me burlo.
Apollo coge más cinta, me agarra de una pierna, me ata un tobillo al poste de la
cama y luego sujeta el otro, abriéndome de par en par. En unos instantes, me
encuentro tumbada en la cama, bajo el control de Apollo. Intento moverme, probar
la fuerza de las ataduras. Un escalofrío me recorre la espalda cuando no puedo
moverme. Soy suya. Sí, soy suya.
―Apollo... ―Gimo.
Besa un pecho y luego el otro. Chupa cada pezón, pellizcando ligeramente con los
dientes. Jadeo. Gimo. Nunca antes me habían restringido y no soy capaz de
aferrarme a alguien durante el sexo. La sensación de indefensión es aterradora, pero
electrizante al mismo tiempo.
―Por favor. Quiero abrazarte ―le suplico. La necesidad de tocar su piel me
consume.
Ignorando mi súplica, continúa su descenso por mi abdomen con besos. Llega a
su destino final, sus labios acarician cada gramo de carne, lame todo mi montículo
hasta que estoy desesperada por más. Me muero por sentir su lengua penetrándome.
Quiero sentir la invasión, la penetración. Este hombre intensifica todas las emociones
y sensaciones de mi cuerpo. Lo necesito. Tengo hambre de él. Lo deseo todo de él.
Sin embargo, sé que el poder definitivo es suyo, y que él dirigirá esta deliciosa danza
como mejor le parezca.
―¡Apollo! ―Grito cuando su lengua conecta con mi clítoris. Una oleada de
sensaciones me roba el aliento―. Te deseo ―suplico mientras vuelvo a probar las
ataduras. Me duele tocar, estoy desesperada por recuperar el control.
Mi cuerpo busca frenéticamente la liberación de cualquier forma que pueda
mientras estrujo descaradamente mi coño contra su cara y su boca. Necesito
correrme. Dios, espero que me haga correr. Pero necesito algo más que su boca.
Necesito su polla dentro de mí, y justo cuando estoy a punto de exigirle que me folle,
se aparta de mi coño necesitado y baja su cuerpo sobre el mío. Intento alcanzarlo.
Intento abrazar su cuerpo. Pero las ataduras me retienen.
―Desátame ―suplico.
Niega con la cabeza y se abre paso lentamente entre mis piernas. Mientras su polla
me abre de par en par, capta mi mirada y no la suelta. Me mira fijamente a los ojos,
uniendo nuestras almas, conectando nuestra energía.
Me aprieta más con cada jadeo, como si mis sonidos de placer alimentaran la
energía y el deseo que lleva dentro.
Gimo.
Continúa.
Grito.
Me folla más fuerte.
Sus propios gemidos se convierten en mi banda sonora del sexo más increíble de
mi vida.
Apollo empuja profundamente dentro de mí y se detiene de repente. Sin que
ninguno de nuestros cuerpos se mueva, no siento nada más que a Apollo enraizado
dentro de mí. Ese momento de quietud me hace sentir algo. Siento una conexión y
una cercanía que no conocía. Le miro a los ojos y sonrío. Empieza solo con mis labios,
pero al mirar la cara de Apollo, sé que mi placer se refleja en sus ojos.
―Soy tuya ―admito libremente.
―No quería nada más que oír esas palabras.
―Desátame. Déjame demostrarte lo mucho que soy tuya. Déjame demostrarte
cuánto deseo pertenecerte ―susurro.
Apollo acerca sus labios a los míos, saca su polla de mí y luego me desata
lentamente una mano y luego la otra. Se toma su tiempo y, después de quitarme cada
atadura, besa y lame la zona enrojecida para calmar el escozor. No me había dado
cuenta de lo mucho que había luchado contra las ataduras hasta que él lo hace.
Una vez retiradas todas las ataduras, me arrastro hasta su regazo, aprieto los
labios contra su cuello y aprovecho el momento para que me abrace y me sienta
protegida. Disfruto de la suavidad, de la calma... del amor. Acerco mis labios a los
suyos y le beso hasta que siento que nuestros labios se han fundido. Su aliento es el
mío, mi aliento es el suyo. Siento su lengua recorrerme ligeramente, sus manos
acariciarme, nos abrazamos.
Me tumba boca arriba y frota lentamente su polla contra mi clítoris palpitante. La
sensación me produce una emoción que casi me hace llorar. Me siento plena, tan
completa. Tenerlo tan cerca me hace sentir... bien.
Mueve la punta de su polla a un ritmo lento y sensual. Me acaricia el pelo y sonríe
suavemente mirándome a los ojos.
―No puedo seguir haciéndolo suave. Necesito follarte duro antes de explotar
―confiesa Apollo.
Un gruñido se abre paso entre sus labios mientras me agarra por las caderas y, de
un fuerte empujón, se introduce profundamente en el calor de mi cuerpo. Le rodeo
la espalda con las piernas y muevo las caderas para hundirlo aún más. Gimo al sentir
cómo me penetra, más dentro de mí de lo que jamás hubiera imaginado. Quiero más.
Quiero que entre y salga a toda velocidad.
Me siento como una zorra enloquecida debajo de él mientras bombea dentro y
fuera con una fuerza y una velocidad que acercan un orgasmo inminente. Me agarra
del cabello y vuelve a acercar mis labios a los suyos. Me mete la lengua hasta el fondo
de la boca sin soltarme. Me domina con el tirón, con el empuje de sus caderas y con
el poder que ejerce sobre la explosión de placer que pide ser liberada.
―Suéltate. Suéltate, princesa―, exige con voz profunda y sensual.
Como si supiera que nunca debo ir en contra de una de las órdenes de Apollo,
dejo que el clímax se apodere de mí. El fuego me recorre desde los dedos de los pies
hasta la cabeza. Mi gemido se hace cada vez más fuerte hasta convertirse en un grito.
Con el sonido de mi liberación resonando por toda la habitación, bombea con
fuerza una última vez, llenándome con su semilla. Reclamándome. Marcándome.
Suya para siempre.
e acurruco a su lado a la mañana siguiente, después de un polvo con vino
que me deja boquiabierta, como me pasa últimamente con Apollo, y me
pregunto si debería seducirle e ir por el segundo asalto. No quiero
despertarle... Vale, sí que quiero despertarle. ¿Pero se enfadará si lo hago?
Mi respuesta llega cuando nuestros labios se encuentran, una atracción que
ninguno de los dos puede resistir por más tiempo. Nuestra hambre nunca se sacia.
Su corazón late contra el mío mientras acerca mi cuerpo. Un solo beso tiene el poder
de unir para siempre. El beso es el signo de exclamación de la frase. Un beso dice
mucho de lo que significa: una exigencia, una orden, una orden de amor y pasión.
Lo quiero.
Lo quiero en este mismo segundo... otra vez.
Ahora.
Apollo me chupa el pecho y luego pasa al otro para prestarle la misma atención.
Baja la mano hasta mi montículo, húmedo por la excitación, me mete un dedo en el
clítoris y presiona mientras despierta en mí un deseo irrefrenable que me hace jadear.
Desde el clítoris, presiona con los dedos más allá de mis pliegues e introduce uno,
luego dos dedos en mi sexo. Levanto las caderas para introducirlos aún más en mi
coño. No son suficientes. Quiero sentir el pequeño mordisco de dolor cuando su
polla me aprieta y reclama lo que ahora es suyo. Quiero sentirlo tanto que el hambre
cambie lo que soy.
Soy un animal.
Soy un acosador en busca de su víctima.
Soy una mujer que necesita ser follada duro por su hombre. Su hombre que ha
estado desaparecido en la mayor parte de nuestro matrimonio, pero ahora se
aparece.
Sin poder contener la fiebre que me abrasa, suplico:
―Por favor, Apollo. Por favor...
―¿Por favor qué? ―pregunta mientras baila con sus dedos dentro de mi núcleo―.
Dilo, Daphne. Dime lo que quieres.
―Te deseo ―jadeo, deseando desesperadamente sentir el orgasmo que descansa
justo bajo la superficie, suplicando ser liberado. Pero necesito la polla de Apollo para
que eso ocurra.
―Dilo, Daphne. Di lo que realmente sientes.
―¡Fóllame! ―Suelto un gemido tras mi orden―. Quiero que me folles duro y me
hagas recordar la sensación entre mis piernas durante días. Que me escueza. Haz
que me duela. ¡Joder! Fóllame.
Estoy absolutamente desesperada cuando sus dedos tocan un punto de mi coño
que me hace girar sin control. Necesito más. Lo necesito tanto que podría perder la
cabeza en una sed salvaje de más si no me monta y me toma ahora mismo.
Misericordioso como es, hace justo lo que necesito. Al sentir su peso encima de
mí, pronto me veo recompensada cuando su polla presiona contra mi abertura y se
desliza fácilmente con la ayuda de mi humedad. Le rodeo con las piernas y me aferro
a él, temiendo ceder todo el control a la lujuria.
Tengo mucha hambre.
Tengo un ansia y una necesidad que sólo él puede saciar.
Y con un fuerte empujón de sus caderas, introduce su gruesa polla hasta el fondo,
reclamándome por completo. Sí, sí, sí... soy suya.
Entra y sale, más y más profundo con cada embestida. Mis gemidos se mezclan
con los suyos mientras nuestros cuerpos se funden en uno. Él es mi comandante en
esta guerra de lujuria, y mi cuerpo será suyo para siempre, para que lo ordene, lo
domine y lo lleve a la culminación.
―Jodidamente mía ―gime mientras me penetra, con los músculos tensos y los
ojos vidriosos―. Llora por mí, princesa ―exige―. Llora, princesa, llora.
Como si necesitara la orden, como un soldado obediente, hago lo que me ordena.
Una oleada de calor que ha reposado en el acantilado desde que se llevó mi pezón a
la boca por fin se libera. Pura carnalidad sacude mi cuerpo mientras grito su
nombre... llorando de la única forma en que quiero volver a llorar.
Lágrimas de lujuria más que lágrimas de dolor.
Gimiendo con cada pulsación de decadencia que ataca mi coño, me derrito
verdaderamente en un abismo de paraíso sexual. Con unos cuantos empujones más,
Apollo añade sus propios gemidos placenteros, y él también se une a mí en nuestro
propio paraíso utópico.
Le rodeo el cuello con los brazos y me aparto lo suficiente para mirarle a los ojos.
Hay tantas cosas que quiero decirle. Tanto que quiero decirle. Pero ahora mismo, en
este segundo, disfruto del silencio.
El teléfono de Apollo vibra en la mesilla de noche... y luego otra vez.
Esta vez no lo ignora, sino que lo coge con un gemido.
―Tengo que llamar a mi padre ―dice mientras echa las piernas sobre la cama―.
Ha estado intentando localizarme, y su paciencia no va a durar mucho.
Mi corazón se hunde. Quiero más mimos. Quiero más de él.
―Es domingo. ¿No puedes tomarte un día libre de Medusa? Podríamos ir a la
ciudad de compras y a comer o algo así. Nunca he estado en ninguna de las
tiendecitas de Main Street. Será raro entrar con la posibilidad de comprar algo y…
―No puedo ―dice, caminando hacia su armario mientras lee el texto en su
teléfono―. Tengo que ocuparme de unos asuntos. ¿Por qué no vas a hacerlo con tu
hermana?
No me gusta su respuesta. Odio su respuesta. Me recuerda a nuestra vida anterior.
Antes del accidente. Su padre siempre era lo primero, Medusa lo segundo, y todos
los demás, aparte de mí, lo siguiente.
―Mi hermana se pondrá bien. Aún se está recuperando y tiene heridas visibles en
la cara. No querrá salir en público durante un tiempo. Pero yo sí. ¿Por favor? Está
soleado afuera. Y dijiste que pronto vendría una tormenta, así que ¿no deberíamos
salir y disfrutar del buen día mientras dure? Puede que estemos encerrados un rato.
―Bajo la manta para mostrarle los pechos y tentarle―. Apollo ―le digo cuando se
gira para mirarme―. Vuelve a la cama. Vamos a jugar.
No es propio de mí ser tan coqueta y abierta sexualmente, pero me divierto con
ello. El hombre me convierte en un animal.
Apollo aparta la mirada, como si mi coqueteo no hiciera nada. Se pone los
pantalones y se pone una sudadera como si yo no estuviera aquí tumbada desnuda
en la cama, deseando y esperando. Su atención vuelve a centrarse en su teléfono
mientras envía un mensaje urgente con el ceño fruncido.
―Apollo...
―Daphne ―dice bruscamente, caminando hacia la puerta―. Tengo que
ocuparme de esto. Lo siento. ―Sin decir una palabra más, ni siquiera acercarse a la
cama para darme un simple beso de despedida, se marcha y se dirige al estudio...
otra vez. Como cada maldito día de nuestro matrimonio antes de venir a Olympus
Manor.
La punzada en mi corazón por su precipitado rechazo se convierte rápidamente
en ira. La ira se convierte en rabia. La rabia se convierte en desafío.
¡Muy bien, cabrón! ¡No quieres ir a la ciudad, entonces iré yo sola!
Me pongo la ropa con furia, sin prestar atención a lo que me pongo, y salgo de
nuestra habitación para ir a ver cómo está mi hermana. Al asomar la cabeza por su
habitación, mi rabia se disipa un poco al ver su pequeño y maltrecho cuerpo
profundamente dormido, durmiendo su pesadilla. No tardo en volver a enfadarme
cuando salgo de su habitación y bajo las escaleras. Apollo ha herido mi ego, mis
sentimientos. Le pedí un maldito día libre y prácticamente me lancé sobre él, sólo
para que me dejara de lado por su maldito padre. La familia Godwin siempre me
asfixia.
―Tenemos que hablar. Athena está en el helicóptero que viene hacia aquí ―dice
Apollo mientras sale del estudio con una taza de café vacía en la mano.
¡Hijo de puta! ¿Ni siquiera vio que estoy enojada? Me importa una mierda quién
de su familia va a venir.
―Diviértete visitándola ―le digo―. Mi hermana aún duerme y yo me voy al
pueblo antes de que llegue la tormenta.
―¿Qué?
―¿He tartamudeado? ―Estoy siendo una zorra, pero no me importa. Mi
temperamento ha estallado y no hay forma de controlarlo una vez que empiezo a
alborotar.
―¿Qué coño te pasa? ―Da unos pasos hacia mí―. Y no vas a ir a la ciudad ahora
mismo. Es importante que tú y yo tengamos una discusión sobre ese mensaje que
recibí.
―Oh, ahora tienes tiempo para estar conmigo ―digo, poniendo los ojos en
blanco―. ¿Supongo que papi querido ya no te necesita?
―No me gusta cómo hablas ni cómo actúas ―lo dice con una advertencia en cada
sílaba.
―Pues yo pienso lo mismo. A mí tampoco me gusta cómo te comportas ―replico
mientras me pongo las manos en la cadera y doy un paso hacia él como un
depredador acecharía lentamente a su presa.
―¿Y cómo es eso? ―pregunta, haciendo una pausa como si estuviera realmente
desconcertado de que yo estuviera enfadada―. ¿Cómo te estoy molestando
exactamente? ¿Porque dije que tenía que trabajar y responder a mi padre?
No digo nada, pero eso es respuesta suficiente para él.
―No he estado en la oficina desde que llegamos. Estoy tratando de lidiar con un
montón de trabajo a distancia, y mi familia todavía está conmovida por la muerte de
mi hermano y tu...
―¡Sí, lo sé! ¡Mi traición! Me quieren muerta...
―Sí. Lo hacen. Por lo que esencialmente estoy ganando tiempo para que lo
resolvamos de una puta vez ―interrumpe Apollo, actuando con mucha más calma
y control que yo―. Pero ese mensaje que te tiene tan cabreada era de ellos
diciéndome que no les parece que yo siga manejando las cosas, así que ahora envían
a Athena para que se encargue.
―Ahora somos todos una gran familia feliz, ¿verdad? ―Se me revuelve el
estómago y casi quiero vomitar. La verdad es que odio a esta familia. De verdad.
Que su padre interrumpa nuestra mañana perfecta es sólo una pequeña muestra de
lo que nos espera en cuanto volvamos a la vida real y tengamos que vivir en Seattle
otra vez―. No importa lo que hagas o digas. Ahora soy el enemigo, y lo sabes. Pero
no me sentaré aquí a pensar en eso hoy. Así que voy a salir. Tu hermana tendrá que
matarme otro día.
Apollo se abalanza sobre mí y me agarra del brazo con fuerza.
―No vas a ir a ninguna parte. Así que déjate de tonterías antes de que me cabrees.
Le arrebato el brazo y me alejo unos pasos. El dolor en mis entrañas casi me ahoga
cuando me doy cuenta de que ni siquiera intenta negar que su familia me quiere
muerta, ni trata de tranquilizarme diciéndome que mi vida no corre peligro. Es lo
que me temía. Puede que Apollo me haya perdonado, y que mi penitencia se pague
con él. Pero el resto de los Godwin querrán venganza.
―Sé que se suponía que me llevarías a Olympus Manor para matarme. Y sólo
porque cambiaste de opinión, no significa que ellos lo hayan hecho. Es por eso por
lo que todavía estamos aquí, ¿verdad? Lo estabas demorando porque sabes que es
verdad. No podemos volver a Seattle como si nada hubiera pasado. Y tampoco
podemos quedarnos aquí para siempre. Athena no viene a charlar con nosotros, ni a
amenazarme, ni a...
―Daphne, respira hondo y cálmate.
Estoy fuera de control. Puedo sentirlo. Pero ya no me importa. Mi bestia interior
se ha desatado, y está herida y ensangrentada y quiere huir. Tengo que protegerme.
No voy a dejar que un Godwin me mate. No voy a quedarme aquí sentada como una
presa fácil.
―Mi hermana y yo tenemos que irnos. Quiero irme.
―Nos iremos tan pronto como pueda...
―Ya no hablo de ir a la ciudad o incluso de volver a Seattle. Me refiero a que mi
hermana y yo tenemos que irnos de verdad. Irnos de Seattle, quizá incluso del país.
Tenemos que ir a algún sitio donde tu familia no pueda encontrarnos ―digo. Es la
primera vez desde que Apollo me secuestró y me llevó a Heathens Hollow que se
me ocurre un plan de huida. Un plan de escape que no involucra... a mi marido.
―Absolutamente no. ―Apollo no levanta la voz ni una sola vez.
―Sabes que tengo que hacerlo. Sabes que Troy me matará.
Apollo niega con la cabeza.
―No, no lo hará.
Sonrío.
―Tienes razón. No lo hará. Pero Athena sí. Por eso está volando hacia aquí ahora
mismo. Ella tiene sus órdenes de marcha. Es la nueva asesina ahora que Ares está
muerto.
―Ninguno de ellos va a matarte porque tengo un plan ―dice.
―¿Un plan? ¿Qué?
Me coge de la mano y me lleva al estudio. Se acerca al escritorio, saca una caja fina
y me la entrega.
―Puede que sea demasiado pronto. Y puede que aún no haya sucedido. Pero hay
una posibilidad. Y aunque aún no haya sucedido, nos quedaremos aquí en el
Olympus hasta que suceda.
Miro la caja, sin entender por qué me la entrega, aunque las tripas se me revuelven
como preparándose para el huracán que se avecina.
―¿Un test de embarazo? ―Balbuceo.
―No hemos usado protección, y sin duda lo hemos intentado. ―Hace una mueca,
pero no me hace ninguna gracia―. Así que ve a ver si lo estás.
―¿Por qué? ―Miro fijamente al hombre pero no lo veo. Mis rodillas se bloquean
para no doblarse del todo como amenazan con hacer.
―Porque si llevas en tu vientre a mi hijo, un niño Godwin, ni mi padre ni mi
hermana dañarán un pelo de esa hermosa cabeza tuya. No permitirán que un
Godwin crezca sin una madre. Querrán lo mejor para ese bebé. Para el heredero.
―Señala la puerta―. Ve a hacerte la prueba.
No sé cómo soy capaz de hacer que mis pies caminen, ni cómo puedo mantener
las manos lo suficientemente firmes como para hacer el examen, pero de algún modo
lo consigo. Y cuando vuelvo al estudio, donde Apollo espera ansioso, le tiendo la
mano con la prueba.
―¿Y bien? ―dice, apresurándose a hacerme la prueba para comprobarlo por sí
mismo.
No le digo nada. Necesito verle leer los resultados para asegurarme de que lo que
he visto es correcto.
―¡Dos líneas! Dos líneas significa embarazada, ¿verdad? ―Me mira con una
amplia sonrisa que muestra cada posible línea de risa en su cara―. ¡Estás
embarazada!
aphne no parece feliz. No parece disgustada. No hay ninguna emoción en su
rostro. Es como si hubiera mirado a Medusa y se hubiera convertido en
piedra.
Me inclino hacia ella y la beso en los labios, sin que ella me devuelva el beso. Está
aturdida, lo cual supongo que era de esperar, ya que no estaba al tanto de mi plan
de dejarla embarazada para que mi familia la considerara fuera de los límites del
asesinato. Tener un hijo con Daphne es la única forma de volver a unir a esta familia.
También es la única forma de hacerla verdaderamente mía. Puede que haya sido la
esposa de Apollo, pero ahora es la madre de mi hijo. Mi hijo. No de Apollo.
Pero no usamos protección ni una sola vez. Tenía que saber que nos estábamos
arriesgando. Yo ya sabía que no tomaba anticonceptivos porque hice que me
enviaran los historiales de su médico en cuanto llegamos a Olympus Manor, y
empecé a poner en marcha este plan.
Mueve lentamente la cabeza de un lado a otro.
―No. No puedo estar embarazada.
Levanto la prueba.
―Dice algo diferente. ―Le sonrío―. Lo cual es una gran noticia. Vas a ser una
madre increíble y...
―Es imposible.
―Sé que es chocante, pero es una noticia fantástica.
Sus ojos se entrecierran.
―No puedes tener hijos, Apollo.
―¿Qué? ―Doy un paso atrás para tener una visión más clara de todo su cuerpo―.
¿De qué estás hablando?
―No puedes tener hijos. ―Levanta la voz―. Es imposible que pueda estar
embarazada. Fuimos a médicos. Vimos a los mejores especialistas. No podían estar
todos equivocados. Y tú no estás aquí diciendo que es un milagro, así que... ―Sus
ojos se abren de par en par mientras se lleva la mano temblorosa a la boca―. No
puedes tener hijos. Pero... Dios mío. Apollo no puede tener hijos...
Veo manchas mientras el aire es succionado de la habitación. Su verdad me está
sacando el poco aire que me queda para respirar. La he cagado. La he cagado de
verdad.
―¿Ares? ―Su pregunta, mi nombre, suena ronca, casi inaudible.
Mi mente da vueltas mientras intento encontrar una solución al caos inminente.
¿Niego? ¿Digo que los médicos me han solucionado la infertilidad? ¿Intento
convencer a la mujer que tengo delante de que está equivocada?
―Dios mío. No eres Apollo. Eres Ares. ―Sus ojos no parpadearon ni una vez.
No puedo mirarla a los ojos. No puedo decirle a esta mujer algo que ya sabe.
Como si un relámpago la hubiera fulminado, haciéndola pedazos, la oleada de ira
se desborda mientras carga contra mí, golpeándome el pecho con ambos puños.
―¿Dónde está mi marido? ¿Dónde está Apollo?
Le agarro de las muñecas y le respondo:
―Muerto. Fue él quien murió en el accidente. No yo.
Pero ella ya lo sabe. Lo supo en cuanto le di la prueba de embarazo. Yo lo sé ahora.
Debería habérselo leído en la cara, pero no lo hice. Tal vez podría haberme
recuperado más rápido. Tal vez podría haber encontrado una manera de salir de esto
y mantener la mentira. Tal vez…
Me arrebata las muñecas y se dirige en tromba al otro extremo de la habitación,
girando sobre sus talones para mirarme mientras sus ojos arden en llamas.
―¿Por qué pretendes ser tu hermano muerto? ¿Por qué quieres ser Apollo?
―Ya sabes por qué ―digo con calma, deseando tener una forma de desactivar la
bomba que estalla en su interior.
―No, yo... ―se congela―. ¿Así no tendrías que ir a la cárcel?
Me limito a mirarla fijamente, dejando que junte ella misma todas las piezas de la
historia.
―Sólo ibas a entrar en su vida y ser él. Seguir casado conmigo. ―Su respiración
se entrecorta cuando se le agolpan los recuerdos de todo lo ocurrido desde el
accidente. Se estremece con cada recuerdo. Inhala y exhala entrecortadamente. Sus
ojos van de un lado a otro. Aprieta las manos a los lados y luego se las pone en el
estómago―. Te acostaste conmigo. Me hiciste creer que eras él.
―Lo hice. ―Ya no negaré nada. Nada más que honestidad a partir de ahora.
―¿Y no te disculpas? ―Su voz sube otra octava―. Ni siquiera parece que lo
sientas.
―No voy a disculparme. Tomé una decisión y la mantengo.
―¿Acostarme con la mujer de tu hermano? ¡No acepté acostarme contigo! Pensé
que eras mi marido.
Asiento con la cabeza, asimilando sus palabras y odiando el dolor y la traición que
debe estar sintiendo.
―Tienes todo el derecho a estar enfadada.
―¿Y ni siquiera vas a disculparte por eso?
Permanezco en silencio.
―¿Lo sabe todo el mundo menos yo? ―pregunta―. ¿Soy la única tonta en este
jodido y retorcido juego de los Godwin?
―Sólo mi padre lo sabe. Lo descubrió en el hospital. Todo esto fue idea suya al
principio.
―Claro que sí ―sisea ella poniendo los ojos en blanco―. Y por eso dejó que me
trajeras a Olympus Manor. No tenía ninguna duda de que serías capaz de matarme
porque eres Ares. ―Ladea la cabeza y me estudia―. Entonces, ¿por qué no me
mataste? ¿No soy tu esposa? Y fue por mi culpa que ibas a ir a la cárcel.
Acababa de decirme a mí mismo que iba a ser honesto y que no me guardaría
nada, y soy un hombre de palabra.
―Porque desarrollé sentimientos por ti. Porque... quería mantenerte como mi
esposa. Mi hermano tuvo su tiempo. Ahora es el mío.
Es como si mi confesión la abofeteara. Su cabeza se echa hacia atrás, sus labios se
entreabren y sus manos empiezan a temblar mientras sostienen el vientre que ahora
lleva a mi hijo.
―No puedo quedarme aquí mirándote. No puedo... ―Veo que las lágrimas de
sus ojos brillan y amenazan con caer, pero antes de que lo hagan, sale corriendo de
la habitación tan rápido como puede.
l sonido del helicóptero aterrizando en la propiedad de los Godwin hace girar
aún más mi mente en desorden. Doy vueltas por la habitación en la que acabo
de pasar la noche follando con Ares, con la mano en el vientre, intentando no
vomitar.
Estoy embarazada. Tengo un bebé dentro de mí. Voy a ser madre. Todas estas son
cosas que había dejado de pensar que fueran siquiera una posibilidad cuando
descubrimos que Apollo no podía tener hijos. Había llorado esa parte de mi vida que
nunca experimentaría, y así como así... ahora voy a ser madre.
¡Con el bebé de Ares!
Cuando el motor del helicóptero se apaga, indicando que quien ha llegado se va a
quedar un rato, me doy cuenta de que Athena ha venido a matarme. Puede que
nunca llegue a ser madre si en realidad Apollo, corrijo, Ares, no subestimó la furia
de Athena. Que esté embarazada no garantiza que la mujer no me mate. No me
extrañaría que ella matara a un niño nonato si me perteneciera.
Mis pensamientos se vuelven rápidamente hacia mi hermana. ¿Athena mataría
entonces a mi hermana? Sí, creo que también es justo decirlo. Pero dudo que
Apollo/Ares le diga que Ani está durmiendo en la otra habitación, así que si no digo
nada antes de que me mate, todo irá bien. Escudriño la habitación en busca de un
arma. Estoy seguro de que planeo presentar batalla.
Sin embargo, antes de que pueda encontrar nada, una voz rica y sensual penetra
en la habitación.
―Vaya, vaya. Parece que has seguido mi consejo y te has abierto de piernas. ―Los
ojos de Athena se dirigen a mi vientre―. Supongo que debería felicitarte.
Endurezco la columna y echo los hombros hacia atrás. Atenea no respeta a las
mujeres débiles, y yo no voy a mostrar ni el más mínimo temor.
―¿Has venido a matarme?
―Sí. ―Entra en la habitación hasta el fondo y da un paso hacia mí.
No me acobardo, aunque quiero hacerlo.
―Pero entonces tu querido marido me informó de sus noticias. Parece que ambos
han tenido una pequeña segunda luna de miel en la mansión familiar. ―Mira a su
alrededor y frunce el ceño―. Un poco enfermizo si me preguntas. Esta casa es como
un museo gótico que huele a dentadura postiza del abuelo. Pero lo que sea que te
excite, supongo. Ya era hora de que Apollo y tú quedaran embarazados. Alguien
tiene que mantener el apellido Godwin. No va a ser Ares, obviamente. Phoenix sólo
se masturba a sí mismo para siempre, y estoy segura de que no voy a tener un bebé.
―¿Pero ibas a matarme si no estaba embarazada?
Ella esboza una sonrisa malvada.
―Desde luego. ―Se encoge de hombros y cruza la habitación para mirar por la
ventana―. Sin ofender, por supuesto.
Suelto una carcajada socarrona.
―¿Por qué iba a ofenderme?
―Apollo me aseguró que fuiste castigada, y que ni siquiera te atreverás a
considerar traicionar a la familia de nuevo. ―Ella mira por encima de su hombro―.
¿Te llevó al árbol del perdón? ¿Te hizo arrodillarte sobre arroz mientras te azotaba
con la correa de cuero?
―No ―le digo, no dispuesta a darle detalles de lo que su hermano me hizo
exactamente como castigo.
―Qué vergüenza. Entonces te lo ha puesto fácil. ―Ella vuelve su atención a la
ventana, sus ojos mirando el árbol en la distancia―. Me imaginé que sería suave
contigo. Ares era el hermano más fuerte. Nunca habría dejado que te salieras con la
tuya.
Escalofríos recorren mi espina dorsal al darme cuenta de que Ares es el hombre
que está abajo, y Athena no tiene ni idea. Y Athena tiene razón. Ares era el hermano
más fuerte. Y el hecho de que yo esté viva en esta habitación dice algo.
Pero, ¿qué dice?
¿Qué significa?
Dijo que ahora era su turno. Dijo que había desarrollado sentimientos por mí.
Quería...
―Espero que seas consciente de que ahora ni siquiera puedes pensar en el
divorcio ―me dice con una mirada por encima del hombro―. Ahora que tienes ese
bebé dentro de ti, eres más Godwin que nunca. Así que quítate de la cabeza esas
ridículas ideas de dejarlo. ―Su atención vuelve al árbol del perdón―. Apollo te va
a necesitar. Va a necesitar a ese bebé. Sé cómo me siento al perder a Ares, y él no era
mi gemelo. Sólo puedo imaginar lo que se siente perder a tu otra mitad.
Me sorprende la versión más suave de una auténtica víbora que tengo ante mí.
Pero no dura mucho, porque gira sobre sus talones y se dirige a la puerta para
marcharse.
―¿Le amas? ¿Aunque sea un poco?
Si me hubiera hecho esta pregunta antes del accidente, la respuesta habría sido no.
Pero ahora...
―No lo sé ―respondo.
―Me dijo abajo que te ama.
―¿Lo hizo? ―¿Se lo decía para que no me matara? ―Han pasado muchas cosas
desde que llegamos a Olympus Manor ―confieso―. Es complicado.
―Complicado nos define perfectamente ―dice Athena con una sonrisa burlona y
luego abre la puerta―. Si tan siquiera te atreves a intentar traicionar de nuevo a mi
familia, te mataré de la más tortuosa de las maneras. Si haces daño a mi hermano, o
no crías a ese bebé lo mejor que puedas, te haré gritar pidiendo clemencia. ―Hace
una pausa, sonriendo malvadamente―. Pero si estás preparada para formar
realmente parte de esta familia, entonces... bienvenida.
ntro en la habitación sin llamar por miedo a que Daphne no me deje entrar de
todos modos. Resisto el impulso de ir hacia ella y tomarla en mis brazos. Pero
sé que, por mucho que quiera arreglar esto, no estoy seguro de poder hacerlo.
― Te acabas de perder a tu hermana ―dice.
―Lo sé.
Juguetea con las manos delante de ella y sigue reposicionando su peso de un pie
a otro.
―Supongo que tenías razón con lo de dejarme embarazada. ―Mira a su alrededor
y luego vuelve a sus manos―. Tu hermana me dijo que es la única razón por la que
no me mató ella misma.
―Lo sé.
Sus ojos se cruzan con los míos y doy unos pasos vacilantes hacia ella.
―Tener este bebé me ha convertido oficialmente en Godwin ―informa―. Pero
supongo que eso también lo sabías.
Asiento con la cabeza.
―Una cosa que entiendo son las enredaderas retorcidas de este árbol genealógico.
Extender el linaje llega lejos con los Godwin.
Lo que haya dicho mi hermana parece haber calmado a Daphne desde la última
vez que la vi. Ya no tiembla. Ya no me mira como si fuera el diablo.
―Subí aquí porque me di cuenta de que querías algo de mí cuando estábamos
abajo. Seguías esperando una disculpa que yo no te daba. ―Inhalo bruscamente―.
Eso estuvo mal. Debería haberlo hecho. Te debo eso y más. Se te debe eso y más. Lo
siento.
―Los Godwin no se disculpan ―responde ella con una sonrisa burlona.
―Lo hacemos si la hemos cagado gravemente y hemos hecho daño a alguien. Y si
nuestra intención era no causar nunca dolor. Lo siento, Daphne. No merecías que te
mintieran.
―¿Incluso cuando la razón por la que tuviste que mentir para no ir a la cárcel fue
por mí? ―pregunta―. Porque entiendo por qué decidiste convertirte en Apollo. Lo
entiendo. Lo entiendo, y francamente fue inteligente. ¿Por qué iba a morir Apollo y
tú ir a la cárcel para siempre? Si todos confundieron tu identidad y... fue muy buena
suerte. Es casi como si Apollo te estuviera mirando y diera la vuelta al destino. ―Se
ríe entre dientes―. Si alguien podía hacerlo, era él.
―Nunca le he dicho esto a nadie ―empiezo―. Pero creo que Apollo me salvó la
vida.
Sus ojos se abren de par en par, pero no dice nada.
―No recuerdo el choque ―continúo―. Y por la herida de la cabeza, creo que
quedé inconsciente. Es imposible que pudiera haberme desabrochado el cinturón de
seguridad y salir del helicóptero antes de que se hundiera del todo. Creo que Apollo
se sacrificó y me desabrochó justo a tiempo para que yo pudiera salir y llegar a la
superficie. Creo que dio su vida por mí.
―Igual que tú estabas dispuesta a dar tu vida por él ―añade.
―Espero no haberlo traicionado haciendo lo que hice contigo. Me carcome.
―Nuestro matrimonio estaba muerto. No había amor, y no había nada entre
nosotros hasta... bueno, hasta el accidente ―confiesa.
―No merezco tu perdón, pero...
―Estás perdonado ―interrumpe―. Entiendo por qué hiciste lo que hiciste. Te
perdono igual que tú me perdonaste a mí.
―Una traición por una traición ―digo con una sonrisa y un guiño―. Sobre lo que
se construyen todos los matrimonios sanos.
―¿Vas a dejar que alguien lo sepa alguna vez? ―pregunta―. ¿El verdadero tú?
Si Athena lo sabía, no me lo hizo saber.
Me río entre dientes.
―Si ella lo supiera, tú serías la última en saberlo. Esa mujer guarda secretos e
información hasta que puede utilizarlos en su beneficio. Pero no, no creo que lo sepa.
―No se lo diré. No se lo diré a nadie. No te lo he dicho, y bueno... después de lo
que les hice a Apollo y a ti, al menos te debo esto. Tu secreto está a salvo conmigo.
Vuelvo a asentir, contento de oír que pretende mantener este secreto en secreto.
―¿Por qué? ―le pregunto―. ¿Miedo de lo que pueda hacer? ¿Miedo de lo que
haría mi familia?
Ella niega con la cabeza.
―No. Es nuestro. Nuestro secreto. No es asunto de nadie más. ―Sonríe y se cruza
de brazos―. Además, tú eres el padre de este bebé. Y sigues siendo... mi marido.
Le devuelvo la sonrisa.
―Estamos casados. Hasta que la muerte nos separe.
Rompe mi mirada y mira al suelo.
―Apollo y Daphne se casaron. ―Vuelve a mirarme―. Y la muerte nos separó.
―Así que técnicamente eres libre, pero...
―Lo sé ―interrumpe mientras se pone la mano en el vientre―. Ahora nunca me
libraré de la familia Godwin.
Me alivia que entienda exactamente lo que significa tener a mi hijo dentro de ella.
―Sí. Romper con los Godwin no es posible. Jamás. ―Respiro hondo―. Pero mi
padre sabe la verdad. Si realmente quieres separarte de mí, ambos podemos hacer
que eso suceda. Porque tienes razón. Juraste estar con Apollo hasta la muerte. No
conmigo.
Sus ojos se abren de par en par.
―¿Me dejarías ir? ¿Aunque tenga a tu bebé dentro de mí? ―Pone los ojos en
blanco―. ¡Ja! Deja de actuar como el héroe valiente y abnegado de esta historia. Sé
que no me dejarías ir. Ni tampoco tu padre.
―No. ―Me río, apreciando el hecho de que esta mujer no sólo pueda ver mi
mierda sino llamarme la atención―. Tienes razón. No vas a ir a ninguna parte. Eres
inteligente por verlo y por saberlo.
Sus ojos se entrecierran.
―¿Y después de que tenga el bebé?
―Sigues siendo mía ―respondo.
Hay silencio entre nosotros y veo que está procesando la información.
Finalmente, rompo el incómodo silencio.
―Ese bebé que llevas dentro es mío. Lo que significa que siempre estaré en tu vida
y tú en la mía. Eso no puede cambiar. Pero... hasta qué punto estoy en tu vida
depende de ti. No voy a forzar un matrimonio real, si eso no es lo que quieres.
Podemos vivir juntos pero separados, si sabes a lo que me refiero.
―Como el matrimonio que tuve con Apollo ―dice.
―Si eso es lo que quieres.
Ahora da un paso hacia mí y extiende las manos.
―¿Pero si no lo quiero? ¿Y si no quiero repetir lo que tuve con Apollo? ¿Y si quiero
un matrimonio de verdad... contigo?
ara mi sorpresa, me toma en sus brazos y me estrecha. Ni una sola vez habla
mientras estoy en su abrazo. Ni una sola vez deja de mostrarme un amor, una
amabilidad y un consuelo desconocidos.
Ares Godwin.
Es Ares quien me envuelve en su calor como lo haría un amante de segunda
oportunidad. ¿O se trata de un nuevo amor más que de una segunda oportunidad?
La definición es confusa, pero ya no me interesa darle sentido.
No estoy segura de cuánto tiempo me apoyo en su pecho, pero al final me echa
hacia atrás para poder mirarme a los ojos. No dice nada. No hace falta. Puedo ver
sus pensamientos. Puedo ver que toda su alma se desmorona por dentro. No quiere
estar aquí conmigo como Apollo y, al mismo tiempo, tiene que hacerlo.
Acariciándole la cara con las palmas de las manos, le susurro:
―¿Te llamo Ares o Apollo en privado?
Veo un destello de dolor en sus ojos.
―Siento que estoy traicionando a mi hermano al decir lo que sé que tengo que
decir. ―Cogiéndome de la mano, me dice―. No puedo pedirte que me llames
Apollo y, sin embargo, es lo que necesito de las personas de mi vida que lo saben.
Soy Apollo. Soy Apollo para siempre. Pero también sé que no es justo esperar que
vivas esta mentira mía.
Sacudo la cabeza.
―Ahora no es sólo tu mentira. Es la nuestra. ―La idea de quedarme sola sin este
hombre un segundo más me produce pánico. Nunca quiero estar sin mi marido―.
Antes no quería este matrimonio. Tú lo sabes. No lo amaba. Pero te quiero a ti. ―Le
miro con la desesperación corriendo por mis venas―. No planees esta vida, vivir
como Apollo, sin mí.
―Aunque no debería decir esto. Me desgarra el alma admitirlo, pero te amo. Te
amo ―dice―. No entré en este plan con esa intención. No pretendía traer las
emociones. Pero tampoco quiero vivir la vida de mi hermano sin ti. Te quiero a mi
lado.
Me lleva hasta el borde de la cama y nos sienta. Me acurruco junto a él y aprieto
la mejilla contra su pecho mientras me abraza con fuerza.
―¿En qué estás pensando? ―pregunto, lo cual no es una pregunta justa. Si me
preguntara lo mismo, no podría responder porque mis pensamientos van a toda
velocidad.
Me mira y establece contacto visual. Su expresión no delata nada.
―Sobre nosotros ―empieza―. Sobre cuál es nuestro siguiente paso. Pienso en mi
hermano y me pregunto si alguna vez me perdonará por esto. Tú eras suya. No mía.
Pero ahora que quiero hacerte mía... ¿nos perseguirá para siempre? ¿Estamos
cruzando una línea con la que ambos no podemos vivir?
Me da un vuelco el corazón al saber que me tiene en cuenta en sus planes de
futuro, pero que también considera no tenerme tampoco en ellos para honrar a su
hermano.
―¿Qué estás diciendo? ―interrumpo, necesitando más aclaraciones―. ¿Crees
que el hecho de que estuviera casada con tu hermano te impedirá... estar conmigo?
Traga saliva y respira hondo.
―He sido leal a mi familia toda mi vida. Me arrojaría delante de la mismísima
Parca por cualquiera de ellos. Pero esta vez en mi vida, quiero ser egoísta. Quiero
hacer lo que me haga feliz.
―¿Y qué te hará feliz?
―Haciéndote verdaderamente mía. Agarrarte tan fuerte que apenas puedas
respirar. Obsesionarme contigo, protegerte y hacer lo mismo por nuestro hijo. No
quiero la vida que Apollo tuvo contigo... quiero que empecemos la nuestra. Pero una
cosa que sé es que te quiero a ti. Mía.
―¿Tuya?
―Mía. ―Se levanta y me tira de la cama. Me rodea con los brazos y me atrapa
contra su cuerpo―. Siento mucho más que las emociones oscuras y furiosas de antes.
Es como si mi corazón hubiera crecido. Todo mi ser ha cambiado. Siento dolor, siento
la pérdida de la idea de no tenerte en mi vida, y sin embargo siento emociones como
la esperanza y el amor. Amor por ti. Ya no me siento como Ares. Realmente murió
en ese accidente junto a Apollo.
Le miro a los ojos y dejo que caigan las lágrimas. Sus palabras son todo lo que
siempre he querido oír. Me ama. Admite abiertamente lo que siente por mí. Nadie
en mi vida, aparte de mi hermana, ha sido tan libre a la hora de expresarme su amor.
Nadie me había hecho sentir así antes.
―No merezco tu amor a cambio ―dice―. He hecho cosas horribles en la vida. He
matado, y para ser honesto contigo... no podré cambiar lo que soy. No hay nada que
no haría por mi familia y Medusa. Y ahora cuando se trata de ti y nuestro bebé,
mataré a cualquiera que se atreva a tratar de hacerte daño. He mentido, y ahora
espero que tú también mientas para siempre. Soy un hombre malo, pero un hombre
malo que está enamorado de una mujer y de la idea de cómo podría ser un futuro
con ella. Pero también quiero ganarme tu amor. Quiero demostrarte que puedo darte
a ti y a nuestro bebé lo que necesitan. Puedo honrar la memoria de mi hermano
protegiéndote y cuidándote como lo haría un verdadero Godwin. Intentaré ser todo
lo que un hombre y un proveedor deben ser.
―No me cabe duda de que lo harás. ―Le acaricio la cara y le doy un suave beso
antes de añadir―. No eres un mal hombre. Puede que hayas hecho cosas malas, pero
ese es tu mundo. Es un mundo que comprendí cuando entré en esta familia. Sólo
haces lo que está en tu naturaleza como parte de ese mundo. Sí, quiero lo bueno en
ti. Pero tampoco rechazaré lo malo. Quiero cada parte de ti y no esperaré que
cambies. Sé Apollo. Sé Ares. Sé bueno. Sé malo. Sé lo que quieras.
Su ceja se alza y una sonrisa diabólica se dibuja en su rostro.
―¿Me estás diciendo que puedo ser el villano y el héroe? ―Me pone ligeramente
la palma de la mano en el cuello―. Ten cuidado con lo que dices.
―No tengo que tener cuidado cuando estoy cerca de ti. Sé que me mantendrás a
salvo.
―¿Pero quién te mantendrá a salvo de mí? ―Me mete la mano por la cintura del
pantalón y me acaricia el monte.
―No necesito que me salven. Resulta que me gusta el villano de la historia. Sólo
es un incomprendido.
Pone sus labios tan cerca de los míos que puedo sentir su pesada respiración.
―Y si te dijera que quiero follarte ahora mismo, ¿qué dirías?
―Diré que no. Sólo para que puedas follarme de todos modos.
Sonrío a Ares/Apollo y ambos sabemos que ha llegado el momento. Cuando
intento ayudarle a despojarse de mi ropa, me aparta las manos de un manotazo. Sin
esfuerzo, me quita la ropa sin dejar de mirarme. Cuando se quita la ropa y se queda
desnudo ante mí, no puedo evitar un gemido de expectación.
―Ares…
―Apollo ―corrige―. A partir de ahora, sólo me llamarás Apollo.
―Apollo...
―No hables ―me interrumpe mientras me coloca de nuevo a la cama y se sube
encima de mí, acercando su boca a la mía―. Haz sólo lo que yo te diga. ―Me besa
larga y profundamente. Sabe a vida, a esperanza y a dulzura, pero también a picor
y a especias. Me recorre el cuerpo con las manos, apartándolas cada vez que las
busco.
―No me hagas encadenarte, princesa ―sisea―. Muévete sólo cuando yo te lo
diga.
Desciende por mi cuerpo y me acaricia el sexo de piel caliente, claramente
contento de encontrarme mojada y con las piernas abiertas. Estoy lista para él. No
creo que sea posible negármelo nunca. Nunca rechazarlo. Nunca podré decirle que
no.
Rompiendo su regla, lo alcanzo. Es grueso y duro, la enorme circunferencia de su
polla está hinchada y gotea. Sólo para mí.
―Déjame chuparte―, suplico. ―Quiero probarte―.
Me concede mi deseo y se sienta a horcajadas sobre mi cuello, de modo que su
polla descansa frente a mi cara. Me muevo rápido y me la meto profundamente en
la boca, pasando la lengua por la punta y deleitándome con su embriagador sabor.
Quiero más.
Rastrillo mis uñas por su pecho y lo meto en mi garganta hasta que toca fondo,
atragantándome deliciosamente con su tamaño. Aún así, intento coger más, hasta
que vuelvo a tener arcadas y mi boca saliva. Mis labios se abren; es demasiado
grande, pero me encanta. Nunca tendré suficiente. Su olor y su sabor son drogas que
actúan en mi organismo. El calor de su cuerpo, el confort de su solidez, un bálsamo
para una existencia que se ha vuelto agitada, rocosa y confusa.
Este hombre está en el centro de mi universo, rígido e inexpugnable. Constante.
Fiable.
―Ven por mí, Apollo ―murmuro alrededor de su carne dura, ansiosa por sentir
el sabor de su liberación. Ahora me gusta cómo suena su nombre en mis labios. Gime
cuando le toco el saco y aprieto suavemente―. Dame tu semen. Necesito probarte.
Empuja contra mi garganta, sus caderas trabajando, empujando más profundo.
―Te necesito. ―Intento decirlo, pero sale amortiguado. A él no le importa, y a mí
tampoco.
Sus dedos se clavan en mi cuero cabelludo y me aprieta la cara contra su
entrepierna. Me resulta imposible hablar, así que tarareo a su alrededor.
El pre semen de su deseo cubre mi lengua, espeso, denso y dulce. Gimo mientras
el afrodisíaco suero recorre mi cuerpo, provocando un hormigueo en los nervios. Me
lo trago, chupando hasta que no tiene más remedio que liberarse por completo en el
fondo de mi garganta. Pero él se resiste.
―No, quiero llenar tu coño con mi semilla.
Frenéticamente, baja y coge su polla para guiar su brutal longitud entre mis
muslos, presionando mis resbaladizos pliegues, reclamándome una vez más.
Levanta las caderas y vuelve a penetrarme con todas sus fuerzas.
Una de sus manos se acerca a mi pecho y me acaricia el pezón. Gimo y arqueo la
espalda, pidiendo más en silencio. Quiero que me penetre más. Quiero sentir su
posesión tan profundamente que realmente sienta que nos fundimos en uno. No
puedo saciarme de él. Es como si mi cuerpo estuviera hambriento y fuera este
hombre quien me da vida.
―Más profundo ―gimo.
Gime una respuesta sin palabras, en lo más profundo de su garganta, y se me hace
un nudo en el estómago al oír ese sonido áspero. Nos da la vuelta, se tumba boca
arriba y me pone a horcajadas sobre él, cabalgando sobre su polla. Subo y bajo
mientras sus ojos miran cómo rebotan mis tetas. Me gusta tener el poder de darle
placer. Lo veo en sus ojos negros. Puedo sentirlo en su carne. Lo complazco, y el
mero hecho de saberlo me provoca una oleada de euforia como un maremoto.
Arqueo la espalda mientras su polla me penetra y grito su nuevo nombre. Una y
otra vez. Apollo. Sí. Apollo.
Me agarra con una mano áspera por el cuello, tirando de mi cara hacia abajo. Me
chupa la lengua, tragándose mis gemidos orgásmicos. Le muerdo el labio,
saboreando su sangre, y agito las caderas, ordeñando la última oleada de mi
liberación.
Me incorporo, jadeando, deleitándome con la enorme polla que me penetra
profundamente con cada empuje de sus caderas. Mi marido tiene un aspecto salvaje,
con los gruesos músculos del abdomen y el pecho ondulándose, el cabello rizándose
alrededor de las orejas. Nunca he visto un hombre más perfecto. Mi hombre.
Le clavo los dedos en el pecho y vuelve a gemir. Me arden los muslos. Me da igual.
Nada de eso importa. Lo único que importa es darle a Apollo el placer que tanto
deseo darle.
Me inclino hacia atrás, apoyando las manos en sus muslos musculosos y
acordonados para conseguir un mejor ángulo. Sus ojos se clavan en mí, oscuros y
penetrantes, duros y calientes, como si viera dentro de mi alma. Cada vez que me
mira, siento que nuestro vínculo se hace más y más fuerte.
El orgasmo vuelve a enroscarse dentro de mí, acercándose.
―Apollo ―grito.
Él asiente.
―Sí, di mi nombre mientras me ordeñas la polla.
Desliza una mano hacia abajo para acariciarme el clítoris, y le permito que me lleve
al límite mientras me clava su última descarga con un profundo gruñido. Grito
cuando un torrente de sensaciones me deja sin aliento. Una oleada tras otra de calor
recorre mis venas mientras Apollo bombea su semilla dentro de mí.
Cuando los impactantes placeres eróticos se atenúan lo suficiente como para que
pueda abrir los ojos del todo, exhalo:
―Ha sido increíble. ―Está tumbado debajo de mí con una ligera capa de sudor
en la piel.
―Sólo ha sido el primer asalto ―dice riéndose―. Viene más, mi mujer. Mucho
más.
ntro en la habitación de mi hermana, sin saber cuánto tengo que contarle de lo
que acaba de ocurrir. Me toco la barriga y pienso en darle la buena noticia, pero
creo que aún no es el momento. El embarazo aún es prematuro y ella acaba de
perder a su bebé. La herida aún debe de estar muy abierta. Pronto llegará el
momento, pero no ahora. Y en cuanto a Apollo y su verdadera identidad... ella
tampoco necesita saberlo. Aún está dormida, lo que facilita todas mis decisiones. No
quiero mentirle, pero no necesita ser arrastrada a la red Godwin más de lo que ya
está.
Salgo de su habitación de puntillas y me dirijo al estudio de Apollo.
Apollo cuelga el teléfono y me besa firmemente en la boca.
―Buenos días.
―Buenos días ―respondo con los ojos aún cerrados mientras me separo
lentamente del beso. Una chica podría acostumbrarse a pasar las mañanas siendo
saludada de esta manera.
Siempre imaginé que un matrimonio sería así, pero perdí la esperanza muy
pronto, después de pronunciar nuestros votos.
―Era nuestra agente. Necesitaba reprogramar ya que la cancelamos cuando
fuimos a buscar a tu hermana. Tiene algunas casas que cree que serán perfectas para
que las veamos hoy.
―¿Hoy?
―¿Por qué no? No podemos vivir aquí para siempre, y estoy deseando empezar
nuestro futuro. Sea cual sea ese futuro.
La idea de un futuro con este hombre me aterra, pero también me excita.
―Me gusta esa idea ―digo, aún sin querer bajarme de su regazo. Nunca quiero
bajarme de su regazo―. Supongo que será mejor que me prepare.
Tira de mi muñeca hacia él, sin darme más opción que tropezar contra su pecho.
―Bésame ―ordena en un ronco susurro.
Sigo sus indicaciones con gusto. Nada me apetece más que sentir sus labios contra
los míos.
Ahora todo es tan incierto en nuestras vidas que tenemos que empezar de nuevo.
Tenemos que construir desde cero. Pero lo único que tenemos mi nuevo marido y yo
es una química intensa que hace casi imposible que no nos toquemos. En caso de
duda, folla. Creo que ese puede ser nuestro nuevo lema. Al menos por ahora, hasta
que averigüemos quiénes somos exactamente el uno para el otro y qué significa eso
de cara al futuro. Pero mientras el hombre me besa, no tengo ningún problema con
este nuevo lema.
―Quítate la ropa ―vuelve a ordenar.
Sin vacilar, algo que ahora sé que él aprecia, me retiro y, con toda la elegancia de
la que soy capaz, me quito cada prenda de la forma más seductora que puedo. Es un
baile que interpreto para un solo espectador.
Apollo vuelve a sentarse en su escritorio y cruza los brazos contra el pecho,
disfrutando claramente de la exhibición.
―Desnúdate ante mí ―me ordena una vez me he quitado toda la ropa.
Lo hago sin protestar.
―Gira y permíteme ver ese culo tuyo.
Hago lo que me pide, dándole la espalda.
―Inclínate para que pueda verte en plena exhibición.
Me detengo un momento, pero sigo su petición.
―Tus exigencias son oscuras y retorcidas.
―No tienes ni idea de lo cierta que es esa afirmación. Abre las mejillas para mí.
Quiero ver el culo que pienso reclamar una y otra vez ―ordena.
Me da un vuelco el corazón, pero alargo la mano por detrás y separo los carnosos
montículos de mi culo. El aire frío de la habitación invadiendo el lugar más íntimo
me produce escalofríos. No dice nada durante unos segundos, pero parece toda una
vida. Permanezco en mi posición, casi sintiendo su mirada. Los jugos que se forman
entre mis labios también están a la vista, y estoy segura de que él puede verlo. Huelo
mi olor a necesidad y me pregunto si él puede olerme y ver exactamente lo que me
provocan sus palabras autoritarias.
Oigo cómo se aleja del escritorio. Permanezco en posición, decidida a permanecer
así hasta que él dé la orden de moverme. Le oigo rebuscar en un cajón y lucho contra
la tentación de echar un vistazo.
Doy un pequeño respingo cuando siento la palma de su mano en mi culo.
―Mantenlas abiertas ―me indica. Un líquido frío me toca el ano, me tenso y casi
suelto las mejillas―. Quiero cogerte aquí. Quiero mi polla enterrada en lo más
profundo de tu culo otra vez.
El corazón me late tan fuerte que noto el pulso en las sienes. Me trago el nudo que
se me hace en la garganta, intentando no levantarme de un tirón y salir corriendo
del despacho. El pánico mezclado con el deseo prohibido de que haga lo que le
plazca retumba en mi interior. La última vez me gustó. De hecho, me encantó. Pero
aún me pone nerviosa mientras espero el tramo mordaz.
Sigue extendiendo la lubricación por todo mi ano y la presiona con el dedo más
allá del orificio fruncido. Cubre cada centímetro de mi agujero, preparándolo para
la entrada.
Me acerca al borde del escritorio y me presiona para que me tumbe boca abajo
contra la fría superficie.
―¿Has fantaseado con que te coja el culo otra vez?
Asiento con la cabeza, dándome cuenta de que inconscientemente debo de haberlo
hecho. La idea del sexo anal siempre ha estado fuera de nuestros límites y, sin
embargo, aquí estoy con este hombre, excitada... deseándolo más de una vez. Lo
quiero como parte de nuestro matrimonio por tantas razones, e incluso por razones
de las que no estoy segura. Mi cuerpo dice que sí, aunque mis inseguridades digan
que no.
―Seré suave, pero te llevará algún tiempo adaptarte. Sólo porque haya ocurrido
antes y haya jugado con ese agujero tuyo, no significa que te vayas a acostumbrar al
mordisco. Necesito que confíes en mí, que te relajes con mis caricias y que me
entregues por completo.
―¿Va a doler tanto como la última vez? ―pregunto con mi voz más inocente.
Estoy disfrutando con este jueguecito. Quiero su polla enterrada en mi culo otra vez
más que nada, y sé que él quiere lo mismo. Pero el inocente juego de la virgen anal
es divertido.
―Sabes que así será. Como a ti te gusta, princesa.
Asiento con la cabeza. No puedo decir nada más aunque lo intente. Respiro
entrecortadamente y mi cuerpo zumba con una sensación que no acabo de
experimentar.
Me baja por la espalda y me besa suavemente el cuello, el hombro, el lóbulo de la
oreja... cada beso me produce un cosquilleo en el coño palpitante. Su polla me aprieta
el pliegue del culo.
―Tengo miedo ―miento. Lo único que realmente me asusta es que se detenga.
―Yo te cuidaré. Sólo respira y confía en mí.
―Tengo miedo de que duela demasiado ―continúo.
―Sentirás un mordisco de dolor cuando mi polla entre en ti. Pero a medida que
tu agujerito se relaje, me permitirá una mejor entrada. Sólo tienes que relajarte lo
mejor que puedas. ―Me besa el cuello y me mordisquea la oreja―. Pero el placer
que te daré valdrá la pena el mordisco de dolor.
Baja la mano y guía su polla hasta mi apretada entrada trasera. Lentamente, y con
mucho control, presiona la punta de su polla más allá del apretado anillo. Hace una
pausa para que me acostumbre al impacto inicial.
―Relájate. Ábrete a mí ―me ronronea al oído y me besa suavemente el cuello.
Empuja aún más, haciéndome jadear. El mordisco, el estiramiento, la sensación
erótica, todo es demasiado. Sacudo la cabeza.
―Eres demasiado grande para mí. Creo que me voy a desgarrar.
Apollo me susurra al oído:
―Ya habías pensado eso antes, y me cogiste bien. Pudo doler, pero dolió de puta
madre. Respira hondo. ―Hago lo que me pide―. Toma otra y relaja los músculos.
Tienes que confiar en que una vez que esté completamente dentro de ti, te sentirás
bien. Entrégame tu miedo, tu tensión y tu cuerpo.
Me pasa una mano por delante y encuentra mi clítoris. Lo recorre con el dedo y
me hace gemir de placer. Concentro mi atención en la excitación que me produce su
dedo y puedo relajar los músculos de mi ano. Al hacerlo, su polla se introduce
completamente en mi culo.
―Eso es, princesa ―elogia mientras bombea lentamente su longitud dentro y
fuera―. Déjame reclamar ese culo tuyo. Déjame hacerte mía.
Mi agujero se estira hasta niveles imposibles, pero mi cuerpo se intensifica con
cada movimiento de su polla. Es un tipo de placer distinto al de mi coño, pero sigue
siendo placer.
Que la polla de Apollo me llene el culo y bombee dentro y fuera me da una
sensación de pertenencia. En ese preciso momento, soy suya. Me entrego por
completo.
―Quiero correrme en tu culo ―gime.
―¡Sí, sí!
Sus suaves empujones se vuelven un poco más agresivos. Cada empujón es un
poco más profundo que el anterior. Los cosquilleos de mi culo se convierten en
chispas de éxtasis. Mi canal oscuro palpita alrededor de su polla y grito su nombre.
Mi sonido de placer provoca unos cuantos empujones más y Apollo termina la
follada con un rugido. Siento cómo su semilla me llena el agujero.
Descansamos sobre el escritorio durante un buen rato. Escucho sus profundas
respiraciones mientras recojo las mías.
―Podría hacer esto todo el día ―dice finalmente.
―Podríamos...
Suspira.
―La corredora está esperando.
Meneo el culo mientras su polla sale finalmente de mí.
―Sí, supongo que deberíamos prepararnos.
―En cuanto volvamos a Seattle, necesitaré que vayas a Medusa rápidamente para
firmar unos contratos. ―Las palabras de Apollo son como agua fría vertida sobre
mí.
Mi corazón se hunde. No sé si es porque habla de volver a nuestra realidad normal
sin mencionar lo que eso significa para nosotros, o porque una parte de mí desea
desesperadamente no abandonar nunca Heathens Hollow. Tengo miedo de lo que
pueda cambiar entre nosotros. Tengo miedo de lo que cambiará con él. Pero debería
estar emocionada. Dijo que íbamos a mirar casas. A empezar de nuevo. A
embarcarnos en un nuevo futuro. Pero oír la palabra Medusa me produce un
escalofrío y una sensación de pavor.
―Vale ―susurro, intentando que no se note lo intranquila que estoy―. ¿A qué
hora querías salir hoy?
―Déjame terminar de responder a estos correos. Si no te importa avisa a tu
hermana de que nos vamos. También hazle saber que el ama de llaves y la cocinera
volverán para ayudarla mientras no estamos. Me reuniré contigo en cuanto termine.
Entonces podremos ir a Seattle.
Me bajo de su regazo, recojo mi ropa y camino hacia la puerta sintiendo que toda
mi vida es un caos. No puedo decidir si es bueno o malo, o una mezcla de ambos.
aphne no ha dicho más que un par de palabras en todo el viaje en barco de
vuelta a la ciudad. Esta vez había alquilado un barco para que pudiéramos
aprovechar la oportunidad de ver a las orcas nadar a nuestro alrededor
mientras nos dirigimos a Seattle. Esperaba que fuera un gesto romántico, pero parece
que se ha quedado corto. Se queda mirando el paisaje y está claramente
ensimismada. Y para ser justos, yo también estoy bastante distraído. Estoy tratando
de pensar en lo que realmente significa ser un marido y un padre. Troy Godwin no
es exactamente el mejor modelo a seguir, y sin embargo, tampoco es el peor. La
familia lo es todo para este hombre. Nos ha educado a todos para que lo sepamos y
vivamos de acuerdo con esa creencia. Podemos ser despiadados, incluso malvados
a veces, pero una cosa sigue siendo cierta... siempre seremos una familia.
―¿Estás bien? ―Pregunto.
―Sí ―responde, pero no aparta la mirada de la belleza que pasa. Está mirando,
pero no creo que realmente vea nada.
―Terriblemente tranquilo.
―Sí.
Cruzo el asiento y le cojo la mano.
―¿Tienes miedo de la vida real? ¿De lo que te espera? Yo sí.
―Sí.
―Creo que podemos lograrlo, si eso te preocupa. Apollo y yo somos idénticos, y
el accidente y la herida en la cabeza me dan un colchón si olvido algo, o no reconozco
a alguien que sólo Apollo conoce. Además, te tengo a ti para guiarme. Nosotros nos
encargamos.
Se encoge de hombros, pero sigue sin apartar la vista del agua, y su mano descansa
débilmente sobre la mía. Está claro que algo va mal.
―Daphne, ¿qué pasa? ¿Qué tienes en mente?
―Sólo pensaba, supongo.
―Vale, ¿quieres contarme en qué? ―Tanteo.
―Bueno... ―La miro y veo que le tiembla el labio―. En realidad no es nada. Sólo
estoy triste por dejar Heathens Hollow. ―Sonríe―. No puedo creer que esas
palabras hayan salido de mi boca. Nunca pensé que me entristecería dejar la isla.
Le aprieto la mano.
―Pasamos por muchas cosas allí.
Asiente con la cabeza y veo que aún le tiembla el labio. Mi instinto me dice que
está pasando algo más.
―Tu hermana está bien en Olympus Manor. He contratado a nuestra ama de
llaves y a nuestra cocinera para que vuelvan a tiempo completo ―empiezo,
preguntándome si estará preocupada por el futuro de su hermana―. Y cuando esté
curada y lista para dejar la mansión, le encontraremos un lugar en Seattle. La
ayudaremos a empezar de nuevo ―añado con una sonrisa.
Por primera vez, aparta la vista del sonido y me mira fijamente. Parece que va a
decir algo, pero vuelve la vista hacia la cola de una orca que se estrella contra las
olas.
―Daphne...
Suena mi teléfono, interrumpiéndome. Aparto la mano de Daphne y contesto.
―Tengo la visita preparada ―dice la agente inmobiliario―. Mándame un
mensaje cuando llegues y te recogeré en el embarcadero.
―Estupendo. ¿Es la casa que quería ver? ―Pregunto.
―Sí ―dice la agente―. Todos los detalles están resueltos. Tengo otras casas listas
para ser vistas también, si quieres.
―Creo que sólo tendremos que ver a una ―respondo, quizá demasiado deprisa.
Debería hacer sudar un poco a la agente antes de ceder sólo por diversión. Tiene que
ganarse su comisión.
Al terminar la llamada, sigo viendo tristeza en los ojos de Daphne y su cuerpo
parece desplomarse en el asiento.
―La agente nos estará esperando. ―Hago una pausa, notando lo fría que es al no
hacer ninguna pregunta sobre la casa, la agente o preocuparse por lo que estamos a
punto de hacer―. Vale, ya basta. Dime qué está pasando. Puedo sentirlo. Puedo
oírlo. No quiero seguir preguntando. ―Mi tono se vuelve firme, pero siento que no
tengo otra opción. Nos acercamos a la ciudad y no quiero empezar el día con mal
pie. Algo no va bien, y hay algo que Daphne no me está contando.
Suspira profundamente, sus hombros suben y bajan en lo que parece ser una
derrota.
―Simplemente no quería dejar la isla. Dejarte... a ti.
―¿Yo? No vas a tener que dejarme. La última vez que lo comprobé, estaba en este
barco a tu lado. ―Le vuelvo a coger la mano, pero esta vez me la aparta.
―Volvemos a Seattle. A Medusa. A esa vida.
―¿Qué quieres decir con esa vida?
―Cenas. Fiestas. Trabajar a todas horas. Días solitarios y noches aún más
solitarias.
―Yo no soy él ―digo un poco más duro de lo que pretendo―. No asumas que
seré él.
Frunce los labios y finalmente suelta un chasquido.
―No, sólo estarás matando gente en vez de haciendo números. Pero todo lo
demás será igual. Sigues siendo un Godwin. La familia es lo primero. ―Pone los ojos
en blanco―. La familia siempre es lo primero.
―No estás siendo justa... ―Siento que se me tensa la mandíbula y respiro hondo
para calmarme. Mi paciencia se está agotando y no quiero que esto se convierta en
una pelea y que ninguno de los dos aleje lo que creo que podría ser algo realmente
bueno entre nosotros.
―¿Cuál es ese estúpido dicho? La vida no es justa. ―Me mira y esboza una sonrisa
falsa―. Pero no te preocupes. Sé cómo ser la perfecta esposa Godwin.
―Daphne... ―Le advierto. ―No tengo ni idea de lo que está pasando, pero no me
está gustando este tono ni cómo estás actuando.
Por fin se calla.
―Lo siento ―gime entre dientes apretados―. ¿No estoy siendo una esposa
respetuosa? ¿No estoy siendo una esposa buena y obediente? Supongo que deberían
secuestrarme y encerrarme en una jaula otra vez. Supongo que deberían castigarme
hasta la sumisión.
―¿Es esto lo que te tiene tan alterada? ―Pregunto―. ¿Lo que te hice?
Cruza los brazos contra el pecho y no dice ni una palabra.
―No voy a disculparme por lo que hice ―empiezo―. Era eso o la muerte, y te
prefiero viva.
―¡No se trata de la maldita jaula!
―¿Entonces qué? Porque me cuesta seguirte.
―¡Todo está cambiando! ―replica mientras se arrima al borde del asiento como
si no pudiera alejarse lo suficiente de mí.
―Sí ―digo con calma―. Algunas cosas cambiarán ahora que volvemos a la
ciudad.
―Pero yo no quiero. ¿No lo entiendes? Lo que tú y yo teníamos en Olympus
Manor era... no quiero que cambie. Medusa tiene el poder de convertir nuestras vidas
en piedra. ¡No quiero eso!
―Daphne, necesitas calmarte.
―Estoy tranquilo. Perfectamente. ―Una lágrima solitaria cae por su mejilla, y su
dolor casi me rompe el corazón.
―No sé qué está pasando, o por qué crees que tú y yo...
―No creo nada ―vuelve a interrumpir―. Lo sé ―grita mientras las lágrimas
caen―. Si volvemos a esa vida, no sobreviviremos.
Sus palabras son como un puñetazo en las tripas.
―Lo haremos. ―Hago una pausa para tomarle la mano―. Mírame. ―Espero a
que lo haga―. Sobreviviremos. Ya tuve mi roce con la muerte. Y perderte sería lo
mismo que morir.
―Prométemelo ―respira.
―Sabes que sí.
―No sé qué me pasa ―dice mientras se seca las lágrimas―. Me siento fuera de
control. Creo que estas hormonas del bebé me están afectando.
Me río entre dientes.
―Y yo estoy aquí para subirme a la ola de ellas cada día.
Me mira y sonríe.
―Estoy emocionada por lo de hoy. Lo estoy. Y siento haber estallado. Sólo tengo
miedo de lo que viene a continuación en nuestra historia.
―Tienes que recordar algo ―le digo mientras le toco la barriga―. Tú y este bebé
son Godwins. Moriré por mi familia. No hay nada que no haga por ti. Te doy mi
promesa de Godwin.
Veo cómo el paisaje cambia de una sensación urbana a otra más residencial.
Aunque mis hormonas están revolucionadas y ya he llorado varias veces hoy, no
puedo evitar sentirme emocionada a medida que nos acercamos al barrio de Queen
Anne. Las hileras de casas ajustadas en el barrio de colinas son realmente para
morirse. Es la mejor parte de Seattle.
Llegamos a una casa y dejo de respirar.
Es la casa. La casa. La casa que vi cuando era una niña y con la que fantaseaba.
Apollo había escuchado mi historia, y actuó. Estacionamos delante de la casa de mis
sueños. Todavía tenía las vidrieras e incluso las pequeñas plantas en macetas en la
ventana.
Se me llenan los ojos de lágrimas y mi maldito labio, que hoy parece que no puedo
controlar, tiembla.
―¿Esta casa está en venta?
―No exactamente ―responde la agente―. Pero su marido es muy convincente.
―Mirando a Apollo y luego a mí, toma la palabra y dice? ―Voy a ver si están listos
para nosotros. ―Sale del coche y nos deja solos.
―¿Es ésta la casa de la que me hablaste? ―pregunta.
―Sí. Pero cómo...
―Tu hermana me ayudó. Le dije que quería comprártela.
―¿Hablas en serio? ―Pregunto, sin creer que hiciera algo tan... tan romántico.
―Si te gusta el interior y no sólo el exterior, entonces sí. Lo digo en serio.
Mi corazón late tan fuerte que parece detenerse solo.
―Es más pequeña que cualquier casa que hayamos tenido. ¿Estás seguro de que
es lo suficientemente buena para ti?
Sonríe.
―Nunca habíamos tenido una casa. Y sí, si es lo suficientemente bueno para ti,
entonces lo es para mí.
―No puedo creer que hayas hecho esto. Nunca he tenido a nadie...
Apollo alarga la mano y me pasa las yemas de los dedos por un lado de la cabeza,
metiéndome un mechón de pelo detrás de la oreja.
―Entremos a ver la casa de tus sueños.
Se inclina lo suficiente para agarrarme por detrás de la cabeza y me besa. Reclama
mi boca como tantas otras veces. Antes, cuando estábamos encerrados en Olympus
Manor. Cuando nuestra realidad podía quedar oculta por la niebla de Heathens
Hollow. Antes de que la vida real se interpusiera. Antes de tener que volver a una
vida que deseo desesperadamente dejar atrás para no volver jamás.
Mientras su lengua baila con la mía, me inclino más hacia él, deseando
desesperadamente que nos devuelva a Heathens Hollow. De vuelta al único lugar
que siempre sentí como mi hogar.
―No quería irme de la isla ―murmuro contra el beso―. Pero entonces me
enseñaste esto.
Se aparta lo justo para poder volver a mirarme a los ojos.
―Podemos vivir en cualquier lugar del mundo en el que quieras vivir. ―Me da
un rápido picotazo para poner fin al beso más apasionado y añade―. Pero antes de
que te decidas, vamos a ver la casa.
―Te amo ―digo suavemente―. A ti. ―Quiero que me oiga decirlo. Le amo. El
hombre perfecto y asombroso que es.
La sonrisa más grande se forma en su cara, no sólo con su boca, sino con sus ojos.
―Me gusta oír esas palabras de tus labios. Labios que quiero besar una y otra vez.
Pero primero... ―Sale del coche, camina hasta mi lado y me abre la puerta―. Vamos
a ver si hemos encontrado nuestro nuevo hogar. ―Lo mira con orgullo―. Ya nos
veo viviendo aquí.
Salgo del coche abrumada por lo que está a punto de ocurrirnos. Una casa, un
bebé, un nuevo comienzo. Este árbol genealógico está tan arraigado y es tan antiguo,
pero para nosotros, acabamos de empezar esta saga familiar. Estamos a punto de
empezar nuestra propia rama del árbol Godwin.
e despierto lentamente, sintiéndome desorientada con las suaves sábanas
lujosas contra mi piel. Hay una sensación de quietud en el aire, y la
habitación está iluminada por una suave luz nocturna que se mantiene
encendida en todo momento. Oigo el tic-tac de un reloj a lo lejos y siento un ligero
escalofrío.
Ni siquiera sé qué hora es. He dormido más de lo que he estado despierta, pero la
oscuridad de la noche se ha hecho más profunda y me siento curiosamente alejada
del mundo que me rodea. Llevo días en esta mansión, quizá una o dos semanas.
Cada día se ha mezclado con el siguiente y me siento como si viviera en un extraño
purgatorio entre el infierno en el que estuve y un futuro potencial de tiempos
mejores ahora que él se ha ido.
Mi teléfono vibra en la mesilla de noche a mi lado y me pregunto si es el sonido
de lo que me ha despertado. Al ver que es mi hermana, contesto rápidamente,
sabiendo que si no lo hago se asustará.
―Hola ―digo, cogiendo el vaso de agua que hay junto a la cama para beber.
Tengo la voz rasposa y no quiero que Daphne se preocupe aún más por si me pongo
enferma o algo así.
―¿Te he despertado?
―Realmente necesito empezar a dormir en un horario regular. Estoy perdiendo
la noción del tiempo.
―Te estás curando. Tu cuerpo ha sufrido mucho ―dice Daphne en voz baja. No
es la primera vez que me lo dice. Cada vez que le digo que debería irme y dejar de
molestarla, me da el mismo sermón.
―Lo sé. Pero me siento mejor. Los moretones están desapareciendo. Nada que no
pueda ocultar con un poco de maquillaje. ―Dejo de lado el hecho de que tengo el
tipo de maquillaje que cubre los moretones en mi remolque y he hecho esto varias
veces.
―No estás lista para dejar Olympus Manor ―dice Daphne, leyendo claramente
mi mente―. No te quiero en esa lata por más tiempo.
―Esa lata es mi casa.
―No tiene por qué. Puedo ayudarte...
―No voy a coger tu dinero ―interrumpo.
―Ani...
―Lo digo en serio. Tú y Apollo ya han hecho mucho más de lo que me siento
cómoda.
Esta discusión que mi hermana y yo tenemos ha estado sucediendo desde que se
casó con la familia Godwin. Que ella tenga acceso al dinero ahora no significa que
yo lo tenga. No acepto caridad ni limosnas y nunca lo he hecho. Nunca lo haré.
―Háblame de la casa que has visto hoy ―le digo, cambiando de tema―. Supongo
que ya la habrás visto.
―Es muy bonita. Todo lo que hay dentro es como me lo imaginaba. Es perfecta.
Apollo dijo que podemos comprarla. Tiene tres dormitorios, así que si quieres
mudarte...
―No me voy a mudar con ustedes ―interrumpo―. De ninguna manera. Ni se te
ocurra pensar que es una posibilidad.
Suspira pesadamente al otro lado del teléfono, pero no discute más. En lugar de
eso, dice:
―Gracias por acordarte de esta casa y darle la información a Apollo. Ha sido, con
diferencia, lo más romántico que he podido vivir. Un verdadero cuento de
Cenicienta.
―Te lo mereces ―le digo, y lo hace. Mi hermana mayor siempre ha hecho lo que
ha podido por mí, y ya es hora de que se ponga ella primero.
―Vamos a quedarnos en Seattle un par de días mientras Apollo hace algunos
trabajos para Medusa y también hace lo necesario para comprar la casa. ¿Crees que
estarás bien?
Reprimo las ganas de quejarme de mis costillas magulladas mientras me
incorporo del todo y miro hacia la oscuridad. Los muebles de la habitación son
opulentos: una cama con dosel, un tocador y un armario alto dominan la estancia.
Una alfombra ornamentada se extiende por el suelo y de las paredes cuelgan tapices
caros. A pesar del lujo de la habitación, hay algo vagamente amenazador en ella. Las
sombras parecen acechar en los rincones, y los objetos que decoran la habitación
parecen observarme.
Siempre me siento observada.
―Estaré bien ―le tranquilizo.
―Apollo me dijo que un ama de llaves y un cocinero llegarán mañana. Quiere que
la casa vuelva a tener personal, para que no estés completamente sola―.
―Realmente necesito volver a mi casa ―digo―. No hay razón para que Apollo
pague para tener gente aquí sólo por mí.
―Ani... ―Oigo a Daphne respirar tranquilamente―. Unos días más, vale.
Entonces podremos retomar esta conversación. Es todo lo que pido.
Puedo sentarme aquí y tratar de discutir, pero conozco a mi hermana. Ella ganará.
Siempre lo hace.
―Bien. Unos días más. Pero luego hablo en serio. Necesito llegar a casa y lidiar
con mi desorden de vida.
Se hace el silencio al otro lado, lo que me indica que Daphne no va a aceptar que
me vaya sin más, pero todavía no voy a pelearme. Necesito un plan de acción para
convencerla de que voy a estar bien, y aún no lo tengo.
―Se está haciendo tarde. Hablaremos mañana ―dice finalmente―. Hay comida
en la cocina y...
―Puedo valerme por mí misma ―interrumpí―. Pero gracias. Te lo agradezco. Te
quiero ―digo.
―Te quiero.
Cuando cuelgo el teléfono, el estómago me ruge al oír hablar de comida y decido
que, efectivamente, tengo que buscar algo de comer en la cocina de abajo. Al
levantarme de la cama, un crujido ominoso resuena en el pasillo y me estremezco.
No es la primera vez que oigo un crujido, o un golpe, o el arrastrar de lo que juraría
que son pies cuando se supone que no hay nadie en la mansión.
Los fantasmas de Godwin están por todas partes, y tengo que seguir diciéndome
que son inofensivos, aunque sé que los Godwin vivos son cualquier cosa menos eso.
Me pongo un albornoz prestado y salgo al pasillo. El corazón me late con fuerza,
por mucho que me diga a mí misma que estoy haciendo el ridículo. Pero cuando
oigo otro golpe al final del pasillo, sé que no es sólo mi imaginación. Daphne dijo
que el ama de llaves y la cocinera no llegan hasta la mañana. La casa debería estar
vacía... y tranquila.
Olympus Manor es vieja y tiene corrientes de aire, y la oscuridad parece
acecharme mientras avanzo por el pasillo. Sigo sintiéndome observada, me asomo a
cada una de las habitaciones vacías a medida que las atravieso, pero no veo nada.
No sé exactamente qué espero ver. El Monstruo Boogie, un fantasma, o tal vez son
murciélagos revoloteando en el ático lo que oigo.
Llego al final del pasillo, donde una escalera conduce al desván. Dudo,
sintiéndome de repente muy tonta en la oscuridad. Así es como muere la gente en
las historias de terror.
Vuelvo a oír el crujido procedente del desván. Algo dentro de mí quiere subir,
pero no puedo evitar sentir que estoy invadiendo un terreno si lo hago.
Pero quizá pueda tranquilizarme comprobándolo. Podría ayudarme a saber que
todos los pensamientos de monstruos están simplemente en mi cabeza.
Respiro hondo y empiezo a subir las escaleras, mis pasos resuenan en la oscuridad.
Al llegar arriba, el crujido se hace más fuerte e insistente. Entro en el ático, con el
corazón en un puño...
¿Está preparado para recibir más de la Familia Godwin?
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LOS MONSTRUOS SE ESCONDEN...
Alta Hensley es una autora superventas de USA TODAY de romance caliente,
oscuro y sucio. También es una de las 10 autoras más vendidas de Amazon. Alta es
una autora con múltiples publicaciones en el género romántico, conocida por sus
héroes alfa oscuros y descarnados, sus historias de amor a veces dulces, su erotismo
ardiente y sus atractivas historias sobre la lucha constante entre la dominación y la
sumisión.
Vive en una cabaña de madera en el bosque con su marido, sus dos hijas y un
pastor australiano. Cuando no está luchando contra los murciélagos y observando a
los ciervos, escribe sobre villanos que siempre tienen su historia de amor y un final
feliz.

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