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El bosque encantado

Había una vez un pequeño pueblo situado al borde de un espeso y misterioso bosque.
La gente del pueblo tenía prohibido entrar en el bosque debido a las leyendas que lo
rodeaban. Decían que estaba encantado y habitado por criaturas mágicas y peligrosas.
Sin embargo, un niño valiente llamado Mateo no podía resistirse a la tentación de
explorar el bosque.
Un día, cuando todos estaban ocupados en el mercado del pueblo, Mateo decidió
aventurarse más allá de la línea que separaba el pueblo del bosque. Con su mochila
llena de provisiones y su coraje en el corazón, se adentró en la espesura.
A medida que avanzaba, los árboles parecían cobrar vida y los rayos del sol se filtraban
mágicamente entre las hojas, creando destellos dorados. De repente, una criatura
alada apareció frente a él. Era un hada, pequeña y brillante, con un aura de curiosidad
en sus ojos.
El hada se presentó como Lila y le advirtió a Mateo que tuviera cuidado, ya que el
bosque estaba lleno de sorpresas, algunas buenas y otras no tanto. A pesar del
consejo, Mateo decidió seguir adelante, intrigado por la posibilidad de encontrar
tesoros ocultos o criaturas mágicas.
Mientras caminaba, Mateo escuchó risas y cantos provenientes de lo profundo del
bosque. Siguió el sonido hasta llegar a un claro donde encontró a un grupo de duendes
jugando y bailando. Los duendes lo invitaron a unirse a ellos, y Mateo se divirtió como
nunca antes lo había hecho.
Continuó su travesía y, en una clara tarde, se encontró con un majestuoso unicornio
blanco. El unicornio, llamado Brisa, tenía una melena plateada y ojos gentiles. Mateo
acarició su suave pelaje y Brisa le otorgó un regalo especial: una pluma dorada que le
concedería un deseo.
Mateo pensó cuidadosamente en su deseo. Aunque podría haber pedido algo para sí
mismo, decidió pedir que el bosque encantado fuera protegido y que las criaturas
mágicas pudieran vivir en paz sin temer a los humanos.
De regreso en el pueblo, Mateo mantuvo su aventura en secreto, pero cambió para
siempre. Comenzó a visitar el bosque con frecuencia, no para buscar tesoros, sino para
conversar con sus nuevos amigos mágicos y aprender más sobre su mundo encantado.
A partir de ese día, el pueblo y el bosque vivieron en armonía, y los habitantes del
pueblo aprendieron a respetar y proteger la magia que los rodeaba. Y aunque Mateo
nunca compartió su historia con los demás, su corazón se llenó de felicidad sabiendo
que había sido parte de un cuento mágico y que, en el bosque encantado, los sueños
podían hacerse realidad.

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