Es una hora de definiciones. La mía […], no ofrece novedad. Vengo a
requerir públicamente desde aquí a que se definan quienes no se hayan definido, y a que lo hagan con absoluta claridad. Que no están los tiempos para equívocos, palabras confusas y matices desviados. Nos hallamos en el momento político más crítico que ha podido vivir, en cuanto respecta a España, la presente generación.
Yo creo que es preciso desatar, cortar un nudo; este nudo es la
Monarquía, para cortarlo vengo predicando la necesidad del agrupamiento de todos aquellos elementos que podamos coincidir en el afán concreto y circunstancial de acabar con el régimen monárquico y terminar con esta dinastía en España. […] Hay que estar o con el Rey o contra el Rey.
Yo no trato de batir ningún record de radicalismo con nadie […] Pero la
política es arte de realidades y en apreciar de una manera exacta la realidad española, está el éxito del esfuerzo, está el secreto de que este sentimiento antimonárquico, difuso, sin fuertes cuadros de organización, tenga en su ímpetu un cauce fertilizador, evitando que nos despedacemos todos en pugnas de radicalismo y en controversias de principios que esterilicen nuestro esfuerzo.
Vamos a derribar la monarquía […] y cuando hayamos instaurado una
República, que cada cual, dentro del ruedo amplísimo de la democracia, propugne por el triunfe de sus ideales con todo el ímpetu que quiera, porque en el agrupamiento de fuerzas para derribar el régimen y acabar con la dinastía de los Borbones a nadie se pide la abdicación de sus ideales.
A la monarquía española, a la dinastía española, ya no le quedan en el
campo político más que sombras […] Es simplemente la expresión de intereses materiales que forzosamente, por ley fatal, han de estar adscritos de manera incondicional al régimen que impere en un país. Se le van sus hombres a la monarquía.
No habría ejemplo más demoledor para la conciencia del país que la
impunidad de todas estas tropelías (que ha cometido la monarquía). La impunidad sería la complicidad, no ya del Gobierno, sino de todos nosotros.
Todas estas palabras literales forman parte de la famosa conferencia
"Con el Rey o Contra el Rey" que el dirigente del PSOE Indalecio Prieto pronunció el 25 de abril de 1930 en el Ateneo de Madrid, en unas circunstancias muy diferentes a las actuales. Con la mera transcripción de las fogosas palabras de Don Indalecio, que no reflejan exactamente mi pensamiento sobre el tema, he querido llamar la atención sobre lo limitado y constreñido que está el debate sobre la monarquía en la actualidad, noventa años después del mencionado discurso.
Resulta evidente que no estamos en el mismo momento histórico que en
1930, ni que en 1977. No estamos ante un cambio de régimen, como intenta plantearlo la derecha representada por Aznar para anunciarnos las siete plagas. El debate sobre la jefatura del Estado en el actual contexto sociopolítico hay que desdramatizarlo y descontaminarlo de otros momentos históricos de nuestro país.
Es perfectamente licito que en una democracia los ciudadanos puedan
debatir sobre la forma institucional que debe adoptar la jefatura del Estado de su patria, sobre todo cuando ese debate ha sido cercenado en los últimos ochenta años. En 1946 en Italia, y en 1974 en Grecia, se realizaron sendos referéndums sobre monarquía y república, en ambos casos ganó la opción republicana sin que ello significará una debacle política para ambos países, ni un cambio de sus alianzas internacionales, ni una transformación drástica de sus estructuras socioeconómicas. Simplemente los ciudadanos italianos y griegos pudieron expresar libremente su opinión sobre si preferían vivir en una República o en una monarquía, los españoles aún no.
Cuando empieza a tomar cuerpo el debate en los medios de
comunicación es habitual oír voces, incluso por parte de republicanos declarados, sobre la inoportunidad de que se inicie en las circunstancias actuales, sean cuales sean esas “circunstancias actuales”. Resulta inaudito que quiera obviarse un debate de tal magnitud diciendo que no es el momento, nunca será el momento. Los momentos hay que crearlos.
Quienes así opinan tanto en el campo monárquico como republicano
parecen creer, incluso me atrevo decir que, de forma ingenua, que el debate sobre la monarquía conduciría a una pronta eliminación de la figura institucional del rey en España. No parece que confíen mucho en sus razones.
Sin embargo, se olvidan, consciente o inconscientemente, que los
mecanismos que tiene nuestra Constitución para modificar la jefatura del Estado son tremendamente complejos, y que exigen amplísimas mayorías políticas: 1) aprobación por las Cortes por una mayoría de dos tercios; 2) convocatoria de nuevas elecciones y nueva aprobación por dos tercios del parlamento elegido de la modificación propuesta; y 3) referéndum para aprobar los cambios constitucionales.
Si finalmente en España se produjera un cambio sobre la forma
institucional de la jefatura del Estado, visto el fornido blindaje constitucional que tiene, sería muchos años después de haberse iniciado una discusión abierta sobre el tema.
Es perfectamente legítimo que en una democracia avanzada como la
nuestra los ciudadanos tengamos la posibilidad de dar nuestra opinión sobre la jefatura del Estado. O es que va a ser cierto que el verdadero poder, que no está recogido en la Constitución, es el que ejercen aquellos que consiguen que no se hable de lo que no quieren.