EPILOGO
EL VALOR Y LAS AMENAZAS DE LA POLITICA
DE LA IDENTIDAD
La politica de la identidad descansa en un conjunto de
ideas que, como hemos visto en este ensayo, se inspiran
en ideas indudablemente valiosas; pero que cuando se
emplean de ofdas o sin demasiada reflexi6n configuran
amenazas.
éCuales serian esas amenazas?
Ante todo, est la confusién entre las culturas origina-
rias o sometidas (por ejemplo, una cultura aborigen) con
las identidades que son fruto de la diversidad de sentido
que abriga la cultura moderna (por ejemplo, los estilos de
vida elegidos).
Como hemos visto, el multiculturalismo descansa en
la idea de que el individuo humano no tiene, por decirlo
asi, una sustancia que permita caracterizarlo con prescin-
dencia de la cultura en la que crecié, el lenguaje que su
madre le ensefié 0 el tiempo que le tocé vivir. Cada una
de esas cosas dejaria en nosotros una huella indeleble que
acabaria configurando nuestra identidad. La cultura no
nos envolveria, como si por debajo de ella existiera algo
independiente, sino que nos constituiria. Imaginarnos
fuera de la cultura seria como imaginar esos pases de ma-208 LA POLITICA DE LA IDENTIDAD.
gia en que se cubre a alguien con una capa para retirarla
luego y descubrir que lo que estaba debajo desaparece.
Esta idea, hemos visto, se apoya en las averiguaciones
de Martin Heidegger que influyeron en lo que hoy se
conoce como posestructuralismo. Para el autor de Ser y
tiempo, cada uno de nosotros es un ser «mundano» en el
sentido de que su idea del yo esta atada a un horizonte
interpretativo que configura su mundo. Esta idea levada
hasta sus consecuencias ms radicales (algo que Hei-
degger desde luego no hizo) conduce a sostener que las
culturas son inconmensurables y hasta cierto punto inco-
municadas entre si. Cada una de ellas estaria dentro de un
juego de lenguaje del que no podria escapar. El mapuche
siempre sentirfa que dentro suyo hay algo inefable y el
no mapuche, a su vez, al interactuar con él, se asomaria
a algo que no es capaz de comprender. Algunos autores
como Peter Winch, y antes de él Giambattista Vico, su-
gieren en cambio que todas las culturas hacen frente a los
mismos problemas, el principal de los cuales es responder
de algiin modo a lo que el primero llama las preguntas
limites de la vida social. Asi, es verdad, las culturas nos
configurarfan, aunque por debajo de nosotros, por debajo
del mapuche, emigrante, mestizo, aymara o lo que fuera,
latirfa un fondo comin, delgado, pero constituido por las
mismas preguntas, por un mismo anhelo que nos per-
mitirfa comunicarnos y atravesar lo que, de otro modo,
seria el muro insalvable de la identidad. La misma huella
de la serpiente humana se observaria en la arena de todas
las culturas.EPILOGO 209
Esa idea del individuo humano permite, como he-
mos visto, atender a las demandas de las culturas que se
sienten ahogadas o dominadas; pero ese no parece ser
un argumento que pueda esgrimirse en favor de todas las
identidades. Hay quienes comparten un mismo resulta-
do en la loteria natural —personas con capacidades di-
ferentes— y construyen una identidad en torno a ella.
Ellos pueden ser victimas de injusticias, pero su situacién
no es la misma de una cultura originaria. Lo mismo hay
que decir de las victimas de una dictadura que configu-
ran una cierta identidad grupal en torno a la memoria.
Y, en fin, hay quienes sobre la base de una reflexividad
radical arriban a la conclusién de que algunos rasgos que
los identificaban eran en realidad el fruto de un acto de
habla, el resultado de una cierta performatividad, de la
ejecucién de actos que poco a poco los configuraron mas
que la manifestacién de una naturaleza oculta en ellos. Y
se deciden entonces a desafiar lo que estiman es la radical
contingencia de las identidades.
Y, por supuesto, se encuentran las formas de vida
elegidas.
Charles Taylor o Peter Berger han mostrado de qué
manera la cultura contempordnea ha desatado en sus ha-
bitantes el ideal de la autenticidad, la idea de que cada
uno debe editarse a si mismo, que cada vida puede ser
una vida elegida. Por debajo del agobio que produce la
tacionalidad técnica de la vida contempordnea, se invita-
tia a las personas a ser fieles a si mismas, a sus sentimien-
tos, a la espontaneidad de la vida que en ellos brota. Para210 LA POLITICA DE LA IDENTIDAD
ello la pluralidad de la vida moderna ofrece a las personas
una multitud de sentidos o formas en torno a las cuales
organizar su vida. Asi, hay quienes organizan su trayec-
toria vital en torno a un estilo de vida —ciclista, vegano,
amistoso con el medio ambiente, animalista, etcétera—
que, sin embargo, no puede estimarse como una cultura
ahogada, reprimida o dominada.
Todas esas situaciones son distintas. Y mientras las
culturas originarias merecen el reconocimiento y la asig-
nacién de ciertos derechos colectivos (derechos que, en
caso alguno, como hemos visto, autorizarian a coaccio-
nar a sus propios miembros, los que podrian elegir aban-
donar Ia cultura del caso), los reclamos de las restantes
identidades pueden ser acogidos o promovidos echan-
do mano a los mismos derechos liberales. Sin embargo,
esta obvia distincién (entre la cultura originaria que ha
sobrevivido, la critica a las categorizaciones de la vida
social que se descubren como formas de dominacién y
las manifestaciones propias de la autenticidad moderna)
no suele hacerse y entonces las politicas de la identidad
acaban fracturando a la comunidad politica como si ella,
en vez de ser una tela tejida con miltiples hilos, fuera un
archipiélago de islas que rifien entre si reclamando que la
otra o la del frente podrian hacerla desaparecer.
Se encuentra luego una concepcidn de la realidad
como carente de todo fundamento y de la politica como
mera expresién de la voluntad.
Tradicionalmente la realidad fue concebida como una
estructura que descansaba sobre un centro. Por supuestoEPILOGO 211
esta experimentaba variaciones y cambios, pero se creia
que estos tiltimos no alteraban el centro o eran produci-
dos por él. Su centro —las fuerzas productivas, Dios 0
incluso el psiquismo humano, segin fuera el caso— esca-
paba a todas las vicisitudes. Esta es una de las ideas mas
porfiadas de la literatura, hasta que Nietzsche sugirié que
quizé el centro no existia y en el famoso parrafo relativo a
la muerte de Dios se pregunté «cémo pudimos separar
a la Tierra de su Sol». Poco a poco se expandié la idea
de que la estructura carece de un centro fijo e inmuta-
ble. La estructura de la vida social o de la realidad en su
conjunto seria una estructura sin un centro sustantivo, de
manera que este ultimo seria un lugar vacio que se ocupa
y desocupa al compas, entre otras cosas, de la politica y de
las luchas entre los seres humanos. La estructura se esta-
biliza cuando alguna construccién simbélica logra ocupar
el centro, 0, como suele decirse, cuando se hace hege-
monica. Asi entonces el orden social no es producido ni
gracias a un sujeto particular ni como consecuencia de
algunas demandas especificas, sino que es el modo en que
las demandas se articulan el que acaba produciéndolo. En
la sociedad contempordnea, contintia el argumento, ya no
es la clase social, sino los mtltiples sujetos que aparecen
en una sociedad dislocada —minorias sexuales, emigran-
tes, movimientos feministas, nuevos estilos de vida, et-
nias olvidadas— aquellos cuyas demandas es necesario
articular para producir la hegemonja. La politica de la
identidad seria, al mismo tiempo, la expresién de una so-
ciedad dislocada y el esfuerzo por estabilizarla.212 LA POLITICA DE LA IDENTIDAD
La idea de hegemonia como la produccién de un cen-
tro que no existe arriesga el peligro del relativismo en
materia de derechos.
La idea de que por debajo de Ia cultura late la misma
condicién humana de la que, por su parte, derivan derechos
igualitarios, acompafia a la democracia liberal y esta no
puede, sin dejar de ser lo que es, abandonarla. Esto signifi-
ca que este régimen politico no puede adoptar una actitud
neutral ante el tipo de conducta que las culturas permiten.
La idea de que todas las culturas son equivalentes y que
juzgar a alguna de ellas como incorrecta seria una forma de
etnocentrismo debe ser rechazada. La democracia liberal
promueve la multiculturalidad porque ve en ella una forma
valiosa de diversidad humana, una fuente de sentido para
las personas que fortalece su autonomia. En otras palabras,
fomenta y reconoce a las culturas porque ellas realizan los
valores, por Iamarlos asi, en que cree, no porque piense
que no hay valores con los cuales juzgar las culturas.
Es por lo anterior que una democracia liberal reco-
noce el derecho de las culturas minoritarias a protegerse
contra la injerencia de otras culturas en cuestiones como
la educacién o la lengua, pero no reconoce a esas culturas
ningdn derecho a coaccionar a sus miembros a que prac-
tiquen los valores que la constituyen. Si la democracia
liberal junto con reconocer a los mapuches o aymaras 0
rapanuis derechos lingiiisticos o educacionales les conce-
diera al mismo tiempo el derecho a sancionar a aquellos
de sus miembros que no hablaran la lengua o no optaran
por el tipo de escuela que transmite su cultura, estariaEPILOGO 213
renunciando a si misma. La razén por la que una demo-
cracia liberal debe proteger a las culturas minoritarias no
es porque vea en ellas un bien sustantivo digno de protec-
cién, sino porque es capaz de apreciar que hay individuos
cuya identidad est4 atada a esa cultura. Es la proteccién
de la integridad individual y la autonomia, no la creencia
en el valor intrinseco de las culturas, lo que mueve a una
democracia liberal a favor del multiculturalismo.
Y como observamos antes, las razones que funda-
mentan los derechos colectivos de las culturas minori-
tarias no concurren a favor de lo que pudiéramos llamar
identidades a secas. Estas ultimas son la expresién de la
misma cultura moderna o pueden encontrar armas efi-
caces, como llama la atencién Habermas, en el propio
sistema de derechos que la democracia liberal posee. Es
verdad que muchas de esas identidades —las de género,
por ejemplo— poseen una visién critica de la democracia
liberal a la que ven erigida sobre una visién patriarcal o
ignorante de la forma en que los géneros esconden la do-
minacién de unos seres humanos sobre otros. Pero todos
esos puntos de vista pueden ser procesados al interior del
libre debate que es propio de una sociedad abierta, sin
protecciones adicionales o derechos colectivos como los
que, en cambio, reclaman las culturas minoritarias 0 his-
téricamente sometidas. Lo que las identidades modernas
—por oposicién a las que provienen de culturas origi-
narias— requieren es participar del debate libre persua-
diendo a los demés de sus puntos de vista, no derechos
colectivos para proteger bienes comunes.214 LA POLITICA DE LA IDENTIDAD
Pero desgraciadamente es el debate libre otro de los
amenazados —el principal quizi— por la politica de la
identidad.
A veces las identidades pretenden estar protegidas
contra el discurso ajeno con el argumento de que el dis-
curso satirico, irénico o critico respecto de ellas represen-
ta una forma de agresion, un atentado a la individualidad
de quienes las integran. Hoy dia suele llamarse miségino
al critico del feminismo; a quien descree del relato de las
victimas, un negacionista; a quien critica a un indigena,
como etnocentrista; o es «adultocéntrico» quien se que-
ja del comportamiento juvenil. Todo esto recuerda, por
supuesto, al marxista que despachaba a su interlocutor
acusdndolo de burgués, o al freudiano que diagnosticaba
a quien se resistia a sus teorias de neursético, o al partida-
tio de la dictadura que tildaba al critico de antipatriota.
Con todas esas expresiones no se argumenta en contra
de lo que el critico sostiene, sino que se intenta impedir
o cancelar que sus razones sean conocidas. Un mundo
donde las identidades establezcan limites invisibles acer-
ca de lo que puede ser dicho y lo que no; en el que cada
individuo pudiera esgrimir su autocomprension o la idea
que tiene de si mismo para hacer callar a otro; 0 en el que
las culturas poseyeran un valor intrinseco, como si en
ellas se realizara algo que de otra manera se perderia para
siempre, es un mundo donde la ortodoxia, después del
descrédito de las ideologias, habria renacido, un mundo
que encuentra en la identidad el momento sacro que se
habria evaporado de los otros rincones de la existencia.EPILOGO 215
En A puerta cerrada, Jean-Paul Sartre imagind a un
grupo de seres humanos encerrados en una pieza, con
una luz que no se apaga nunca, condenados a mirarse
unos a otros sin nunca poder cerrar los ojos. Alli se en-
cuentra la famosa frase «El infierno son los otros». ¢Lo
son? La democracia liberal nunca ha creido eso, por su-
puesto, pero la politica de la identidad, al ensalzar la pe-
culiaridad de los grupos, los territorios y las pertenencias
y al establecer barreras invisibles para que no se toquen, a
veces parece creer que si.