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CRISTOLOGÍA

TEOLOGÍA FUNDAMENTAL
I. Fundamental

El fundamento y el núcleo de toda teología es la profesión de fe "Jesús es el Señor" (Rom 10,9;


Flp 2,11). A partir de este cristocentrismo como principio epistemológico del saber creyente
emprendió su camino la reflexión de la comunidad cristiana, transmitida ininterrumpidamente
a la conciencia crítica del creyente de nuestros días.

En cuanto reflexión, explicación y comunicación del núcleo de la fe, hay que considerar la
cristología como el eje en torno al cual gira toda la rueda de la investigación teológica. Así fue
desde el principio cuando, a través de las fórmulas homológicas, nominales y verbales, la
comunidad expresaba en el kerigma y en la liturgia el misterio de Jesús de Nazaret, tanto en su
relación con el Padre y con las antiguas promesas (Mt 16,16: "Tú eres el mesías, el Hijo del
Dios vivo', como en la explicitación de los acontecimientos significativos de su vida (Rom 5,9:
"Dios mostró su amor para con nosotros en que, siendo aún pecadores, Cristo murió por
nosotros' ; Rom 10,9: "Dios lo resucitó de entre los muertos'.

La teología de los padres, bajo la influencia de las diferentes instancias con que se iba
encontrando la fe, desde la dimensión filosófica hasta la más directamente política, llegó a las
grandes síntesis cristológicas, que tuvieron en las formulaciones dogmáticas de los diversos
concilios su expresión más elevada y normativa.

Además, los grandes maestros de la Edad Media dejan ya vislumbrar las relaciones que llegan
a establecerse entre la cristología y el misterio de la vida cristiana: el pecado del hombre (l
Anselmo), los sacramentos (Abelardo), la economía salvífica (/Tomás). La teología posterior
se dejará llevar por los divergos juegos de interpretación dictados por las "escuelas" de Molina
y de Suárez, hasta condensarse en los manuales, que mantuvieron el producto de la reflexión
cristológica sustancialmente sin cambios hasta el Vaticano II.

El concilio, al invitar a la teología a encontrar en la Escritura el fundamento y el alma de su


búsqueda (DV 24), señala además un principio hermenéutico ulterior que hay que adoptar, el
de la centralidad de los evangelios, ya que son "el testimonio principal de la vida y doctrina de
la Palabra hecha carne" (DV 18).

En efecto, precisamente el Vaticano II, sobre todo con la l Dei verbum, constituye un punto de
partida para la renovación de la cristología. La presentación de la revelación en la historicidad
de Jesús de Nazaret ha permitido descubrir de nuevo algunos datos que la acentuación
metafísica de los manuales había dejado en el olvido.

Más directamente, la nueva propuesta de la persona Jesús de Nazaret en el


desarrollo histórico de su existencia le permitía a la teología no sólo poner en el centro de su
reflexión a la cristología (particularmente depués de varios decenios de un exasperado
eclesiocentrismo), sino también redescubrir aquellos datos bíblicos, patrísticos y aquel genuino
planteamiento tomista que habían caracterizado la vida de fe de varios siglos. En una palabra,
la centralidad renovada de la cristología ha hecho posible valorar plenamente aquellos temas
que permitan a la fe presentar su contenido como un acontecimiento global, significativo para
hoy; entre las múltiples perspectivas están la de la historicidad de Jesús, junto con su
singularidad, su significado universal y su acción salvífica.

Esta inversión, tanto más visible cuanto más se comparan los textos actuales de cristología con
los manuales de cristología del período preconciliar, ha planteado, sin
embargo, teológicamente el problema de una cristología que, por la variedad de sus
instrumentos metodológicos y por la complejidad de los temas que se agrupan, requiere un
procedimiento interdisciplinar con vistas a una lectura sistemática del contenido.
Se puede, ciertamente, señalar como uno de los puntos más positivos de la teología del
Vaticano II la conciencia de la sistematicidad y la interdisciplinariedad para el estudio de la
cristología.

Una sistemática es capaz de organizar en torno a la centralidad de la persona de Jesús de


Nazaret, proclamado el Cristo, todo el saber crítico, partiendo siempre del a priori de la fe en
la plenitud del misterio que se realiza en él.
Así pues, Jesús de Nazaret constituye aquel centro unitario indisoluble que, por una parte, hace
conocer a la fe como presente en su persona la definitividad de la palabra de Dios dirigida a
los hombres y, por otra parte, hace comprender a la teología hasta qué punto es inconcebible
una separación entre la investigación sobre la historicidad del hecho Jesús y la especulación
teológica peculiar que afirma en él la presencia de la salvación, es decir, del sentido último de
la existencia.

Mientras que el saber sistemático permite la organización de los datos con vistas a la unidad
del contenido, la interdisciplinariedad, por su parte, facilita esos momentos concretos en los
que, con unas metodologías y unos horizontes de estudio diferentes, se busca y se analiza ese
mismo contenido a través de perspectivas más específicas.
Aunque todas las disciplinas tienen que hacer referencia de forma normativa a la Escritura (y
en nuestro caso de manera privilegiada a los evangelios) para que la búsqueda pueda ordenarse
a una mayor inteligencia del dato revelado, cada una de ellas descubrirá igualmente métodos
y finalidades peculiares que permitirán hacer decir a aquel único texto la verdad que posee ya
en sí. En este caso estamos ante el respeto a un doble elemento: el texto, que ha de ser
normativo para poder expresarse en su verdad, y el teólogo-exegeta que, actualizando el dato,
desarrolla su papel creativo respecto al mismo texto.

1. La teología bíblica tendrá delante de sí una perspectiva ligada sobre todo a las exigencias
de su objetivo exegético y hermenéutico. A través del análisis de las diversas capas de
la Traditionsgeschichte intentará establecer el nivel básico del texto escrito hasta alcanzar a
Jesús de Nazaret. Se buscará entonces obtener resultados que muestren el sentido genuino de
la Escritura, pero que en la globalidad de la importancia sincrónica y diacrónica de los
lenguajes puedan verse ya como una exégesis completa a la luz del sensus plenior (DV 12),
que es el único capaz de dar a esa exégesis la fuerza propulsora que permita reconocer el
carácter específico del texto-Escritura.

2. La teología dogmática ampliará su horizonte de investigación tomando como terreno


específico suyo el contenido y el papel de la tradición. La figura de Jesús de Nazaret, alcanzada
a través de la exégesis, se estudiará en la interpretación normativa que ha ido madurando la fe
de la Iglesia a lo largo de los siglos. Los siete concilios "cristológicos", con la afirmación de
Calcedonia en el centro, que permiten ver la unidad de la fe eclesial intacta antes de los diversos
cismas, serán en la hermenéutica de la dogmática un contenido insustituible para la
presentación de la fe cristológica al hombre contemporáneo.

3. La teología moral, partiendo de la persona de Cristo, que desde su existencia histórica llama
al seguimiento de sí mismo, verá la cristología como el fundamento de la moral misma. Ésta
será expresión de una llamada vocacional que, siendo al mismo tiempo don de gracia y de
libertad de opción, permita la realización plena de la existencia personal.
Así pues, la persona de Cristo será estudiada a la luz de la salvación; será como el arquetipo
que se ofrece a cada uno y como la imagen a la que tender para una realización coherente de
sí mismo en la concreción de la praxis cotidiana.
En este horizonte de interdisciplinariedad se inserta también la peculiaridad de la investigación
teológico-fundamental.
La descubrimos esquemáticamente en la consecución de estas cinco finalidades:

1. LA HISTORICIDAD. La historicidad de la teología fundamental permite verificar lo que


significa el olvido de la dimensión histórica. El impacto cristológico que es posible comprobar
en los manuales muestra de forma evidente las graves lagunas que han llegado a crearse en los
decenios pasados. La cristología, limitándose casi exclusivamente al tratado De legato
divino, resaltaba el "de testimonio Jesu circa seipsum" a través de una metodología en la que
las pruebas de la historicidad procedían de elementos externos y hacían caer, por tanto, en
formas peligrosas de extrinsecismo. Del análisis apologético surgía fácilmente una lectura
marcada por un positivismo histórico.
La recuperación de la historicidad implica por lo menos un paso en tres etapas, que supone:

a) El acceso a las fuentes. Superada la doble crítica de las fuentes neotestamentarias (la de
Bultmann, que, viendo en los evangelios unos documentos de fe, concluía de allí la
imposibilidad de ofrecer testimonios históricos consistentes; y la de Kierkegaard, que apelaba
tan sólo a la radicalidad de la fe, que suscita obediencia y, por tanto, no tiene necesidad de
historia), la teología fundamental de nuestros días está en disposición de mostrar que el único
camino practicable es el que sabe mantener juntas la fidelidad a la historia y la hermenéutica
de la fe.

Recorriendo con la exégesis las diversas capas de la Tráditionsgeschichte e integrando en ellas


los datos que proceden dé las fuentes extrabíblicas, la teología fundamental consigue presentar
aquellos datos que constituyen de forma inexpugnable el núcleo histórico insustituible de Jesús
y que la fe ha respetado expresamente y mantenido cómo tal. En este contexto se analizan
aquellas expresiones que, juntamente ,"gestis verbisque" (DV 2), constituyen la,fgura
históricade Jesús. Élánnciodel reino, la utilización de las parábolas, la radicalidad de la
llamada, los milagro's y los anuncios, proféticos constituyen los rasgos más destacados de esta
reconstrucción.

b) La historicidad nos hace también conscientes de lo que Jesús manifestó sobre su persona y
sobre su propia visión del mundo. Es éste un dato que a menudo se infravalora debido a una
supravaloración de la hermenéutica de la fe. Como toda persona que reflexivamente se sitúa
ante sí misma para comprenderse y proyectarse, así también Jesús de Nazaret pensó y .proyectó
su existencia histórica. Esta autoconciencia es la que debe surgir de las fuentes evangélicas,
por ser la primera forma que da testimonio de la "personalidad" del mismo Jesús y de su
perspectiva. En este contexto se descubre que él concibió su existencia en el horizonte de
la misión, como una tarea recibida de otro y que siente que debe y quiere realizar para ser
auténticamente él mismo (Jn 5,19;-10,25; 12,49; 14,3 l).

Toda su existencia histórica es conciencia de una constante "referencia" a ese Dios a quien él
llama familiarmente "abba" (Mc 14,36). A él dedica por completo su vida, caracterizándola
como una obediencia perenne, que llega hasta la aceptación de la muerte.
Ante este acontecimiento, la autocomprensión de Jesús asume la connotación más alta, ya que
es aquí donde las fuentes muestran sin la menor sombra de duda su lucidez de conocer una
muerte violenta y de querer darle un contenido que le asigne una finalidad significativa. En el
choque con la realidad de la muerte se pone de relieve su personalidad lúcida, clara y coherente
con su predicación, y se manifiesta su confianza en el Padre, de quien está seguro que lo
resucitará de entre los muertos después de tres días, dándole así el premio y la victoria por su
obediencia (Jn 2,19; He 2,14-32).

Estos elementos pertenecen a la historicidad de Jesús de Nazaret; una cristología que


prescindiera de ellos se convertiría inevitablemente en gnosis o docetismo por estar privada de
aquella lectura normativa que toda persona histórica puede y debe dar de sí misma como
persona.
c) En la fe de unas personas que "comieron y bebieron" con el maestro (He 10,41) y lo dejaron
todo para seguirle (Mt 19,27), esta autoconciencia y la fuerza de su palabra se han transmitido
hasta las generaciones de hoy. Finalmente, una característica de la historicidad se revela en su
apertura al hoy. El acontecimiento Jesús de Nazaret y la fe de los discípulos en su persona
dieron vida a una tradición que permite constatar la unidad entre aquel pasado fundacional y
la fe de hoy. El hecho de que sólo una pequeña parte de aquel acontecimiento se pusiera por
escrito (Jn 20,30; 21,25) es lo que garantiza al creyente de hoy poder revivir en su historia la
palabra y los gestos significativos del maestro. Esta tradición, que se mantiene viva, permite
ver cómo crece continuamente la comprensión del acontecimiento y su significado para
nuestros días (DV 8).
En efecto, es la apertura al sentido de la existencia lo que sale al encuentro de cada uno y le
permite concebirse como contemporáneo de Jesús.

2. LA CENTRALIDAD DEL ACONTECIMIENTO PASCUAL COMO CUMBRE DEL


ACTO DE LA REVELACIÓN.
Ante todo, hay que destacar la unidad del acontecimiento: la pasión, la muerte, la resurrección
y la glorificación constituyen el acto único mediante el cual el amor trinitario de Dios sale al
encuentro de la humanidad.

La teología fundamental tendrá aquí la tarea de presentar aquellos elementos que permiten ver
el acontecimiento pascual bien como históricamente fundado, bien como propulsor para el
tema de la credibilidad de la misma revelación. Más específicamente, como ya hemos señalado,
habrá que hacer confluir aquellos datos que favorezcan la comprensión de Jesús ante su muerte
y su confianza en la respuesta del Padre.
Pero será preciso situar la investigación en dos horizontes:

a) Por una parte, mostrar que la muerte de Jesús es el punto culminante en torno al cual gira
todo el dato cristológico. Apologéticamente habrá que presentar la muerte de Jesús como el
hecho que, como tal, expresa en el lenguaje humano la totalidad y la inseparabilidad de la
revelación del amor trinitario de Dios. Una imagen significativa en este sentido es la que nos
ofrecé el pasaje de Mc 15,39: "El oficial, situado frente a él, al verlo expirar así, exclamó:
`Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios"'. El centurión representa al no creyente, al
"otro"(I Teología fundamental, II), pero que ante la muerte del inocente, y frente a aquella
muerte en particular, alcanza un conocimiento de Jesús capaz de suscitar en él la primera
profesión de fe.

b) Por otra parte, la teología fundamental podrá expresar la radicalidad de la muerte porque
cree en la resurrección. En efecto, es a partir de ella como, retrospectivamente, la muerte
adquiere toda su plenitud de significado en cuanto`que revela que la esencia del amor trinitario
no se detiene ante la muerte, sino que en la muerte se hace vida. En este horizonte, además de
mostrar los datos tradicionales que permiten acercarse a la resurrección con aquel bagaje de
"certezas" históricas, habrá que insistir más en la plenitud de sentido que proviene de la
apertura a la fe en la promesa del Padre.
Así pues, la resurrección en esta presentación tendrá que revestir aquellos caracteres
de unicidad que invita a una correspondiente respuesta de fe y de acontecimiento
escatológico que deja ya vislumbrar la anticipación de la creación nueva impulsada hacia el
cumplimiento futuro definitivo. En esta parte de la investigación, la imagen en la que hay que
inspirarse es la de Juan, el apóstol que ama y que, una vez llegado al sepulcro, no entra, sino
que espera a Pedro, para entrar luego él, y entonces "vio y creyó" (Jn 20,8).

3. JESÚS DE NAZARET Y LA IGLESIA.


Un estudio de la cristología en clave fundamental se dedicará luego a la explicitación de
aquellos datos que hablan de la relación Jesús-Iglesia. Ciertamente, no hace aquí al caso querer
forzar los textos para llegar a conclusiones que tan sólo han adquirido su significado pleno en
la dinámica de la fe eclesial.
Sin embargo, la teología fundamental, consciente de que la Iglesia pertenece a la revelación
como su momento determinante y como consecuencia suya, buscará aquella conexión que
fundamenta el origen de la Iglesia, su vida y su misión en la. palabra histórica de Jesús de
Nazaret, y más específicamente en aquel proyecto de Jesús que veía en su persona el
establecimiento definitivo del reino de Dios.
Lejos de una mentalidad jurídicocanónica que había determinado la concepción de "fundación"
en la apologética clásica, la teología fundamental ve hoy la fundación de la Iglesia por parte
de Jesús como un acto global de su obrar mesiánico.

4. VALOR UNIVERSAL DE LA PERSONA DE JESÚS.


De los elementos expuestos se deriva una ulterior tarea para la teología fundamental:
evidenciar el carácter universal que posee la persona de Jesús. Entran aquí, teológicamente,
los temas que provienen de la pretensión cristiana de poseer en sí misma, en la singularidad de
una persona, la palabra definitiva dada a la historia y a la humanidad de todos los tiempos.
El impacto cristológico es desarrollado por la teología fundamental en un doble plano: ante
todo, en la perspectiva de la universalidad de la salvación; luego, en la relación con las otras l
religiones. Mientras que por la primera destaca el carácter de una influencia. soteriológica que
entra en la historia de los hombres e impone, por consiguiente, la valoración de la relación
historia de la salvación-historia universal, por la segunda nos encontramos con la especificidad
de la revelación cristiana y su originalidad respecto a otras religiones que reivindican
igualmente un carácter salvífico y revelativo.

5. CRISTOLOGIA Y EPISTEMOLOGÍA.
En su calidad de epistemología teológica, le corresponderá a la teología fundamental una
última tarea: la justificación del sentido de la pregunta cristológica y las razones por las que se
da el paso de la cristología a la teología.
Establecer las razones del sentido de la cristología equivale a fijar las premisas para que se
justifique el trabajo teológico; pero significa igualmente considerar la sensatez de la pregunta
misma, particularmente cuando su contenido se sitúa como normativo y universal. Así pues, si
en la respuesta no se quiere caer en el doble peligro de un exceso de metafísica o de un cierto
historicismo, será necesario que el sentido que surge de la fe tenga un relieve especial para el
contexto histórico en que se pone.
En su perspectiva apologética, la teología fundamental tendrá que estar entonces en disposición
de poner las bases que favorezcan la precomprensión del contenido cristológico en el contexto
cultural contemporáneo, creyente o no. En este mismo sentido tendrá que sostener y determinar
a continuación el anuncio kerigmático, para que el sentido original y el sentido cultural lleguen
a encontrarse en una mutua situación de comunicabilidad.
La segunda tarea se ha dicho que es la que orienta a la superación de la cristología con vistas
a la teología. El principio del "cristocentrismo" es básico para la aparición de la argumentación
teológica; pero el fin último de la inteligencia crítica de la fe tiene que seguir siendo la plenitud
del misterio revelado; y éste está constituido por el misterio del amor trinitario de Dios.
Precisamente por fidelidad a los datos encontrados en la cristología fundamental, ésta tendrá
que ser coherente en la presentación de las razones de su misma superación. Ya en Jesús de
Nazaret es posible descubrir el comportamiento de una "referencia" a la voluntad del Padre, y
por tanto a la plenitud de la revelación (Jn 14,31).
La cristología es superada por la teología para que pueda, en definitiva, tener un significado
pleno, bien como realidad histórica, bien como revelación del misterio: "Os conviene que yo
me vaya; porque si no me voy, el defensor no vendrá a vosotros...; cuando venga el Espíritu de
la verdad, os guiará a la verdad completa" (Jn 16,7.13).
Así pues, para comprender qué es la cristología hay que llegar a la teología, para que el misterio
siga siendo el de las tres hipóstasis, una sola de las cuales se hizo pronunciable mediante la
encarnación en la realidad intramundana. Se realiza, por tanto, ya teológicamente, aquella
lectura paulina que ve la entrega total del Hijo al Padre: "Entonces también el Hijo se someterá
al Padre que le sometió todo a él, para que Dios sea todo en todas las cosas" (1Cor 15,28).
¿Cómo se especifica entonces en la interdisciplinariedad la contribución de la teología
fundamental a la cristología? Pensamos que consiste en ofrecer una reflexión que no sea
simplemente exegética ni exclusivamente dogmática. La teología fundamental presenta unos
datos que son históricos y exegéticos, pero que además están concebidos como elementos que
parten y llegan a la globalidad del obrar y del manifestarse de Jesús como revelador del Padre.
Esta identidad entre el revelador y la revelación es lo que la teología fundamental hace aparecer
como lo peculiar del realismo de la encarnación. Por eso, si apologéticamente presenta a la
persona de Jesús respetando el dato de su historicidad, y por tanto de su autoconciencia, sin
embargo, dogmáticamente, insiste en esa conciencia para expresar la plenitud de la revelación
y su universalidad.
En una palabra, es la unidad del dato histórico y de la reflexión de fe lo que hay que encontrar
en la teología fundamental para que se conforme con su identidad y con su método: obligada
apologéticamente por la historia, pero dogmáticamente coherente con la fe.

BIBLIOGRAFÍA
BIBL.: AA. VV., Il problema cristologico oggi, Asís 1973; AMATD A., Gesú il
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O'COLLINs G., Problemas y perspectivas de teologíofundamental, Salamanca.1982 (parte III:
"Aproximaciones cristológicas"); RAHNBR K., Problemi della cristologia oggi, en Saggi di
cristologia e mariologia, Roma 1967, 3-91.
R. Fisichella

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