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Lunes, 14 de mayo de 2018 | Edición impresa

Fracking: invertir en energías limpias y libres -


Por Federico Soria
Su imposición sin licencia social y la fuerza de la represión, es política de estado de los
gobiernos de turno.
Por Federico Soria - Técnico en Conservación de la Naturaleza

Los vecinos autoconvocados de Mendoza rechazamos el fracking por los desastres que genera. Desde la
muerte de Cristina Linkopán, en 2013, envenenada por los tóxicos del primer pozo “experimental” de
Argentina, en la Comunidad Gelay-Ko (Neuquén) hasta los numerosos efectos nocivos para el ambiente y
la salud de las personas, documentados en diversas fuentes como estudios académicos, publicaciones
científicas, libros, notas periodísticas y testimonios de personas afectadas. Ello ha dado lugar a prohibirlo
en varias partes del mundo (incluso en los países de las empresas que quieren hacerlo acá). Los daños
incluyen la fracturación de la roca madre, empleando enormes cantidades de agua mezclada con químicos
tóxicos y arenas silíceas, inyectada a alta presión, con riesgo de contaminar acuíferos y sin posibilidad de
reúso, generando inducción sísmica.

Denunciamos la trampa económica del fracking, ya que su tasa de retorno energético es negativa y su
ecuación monetaria no cierra; por ende, el Estado viene subsidiándolo onerosamente. Antes era con
“precios sostén”, generando la mayor carga de déficit fiscal y deuda pública. Ahora es mediante tarifazos a
combustibles, luz, gas y transporte; encareciendo y comprometiendo cada vez más nuestra existencia con
esta matriz energética gas y petróleo dependiente, hoy en vías de agotarse. Que ante esto y el cambio
climático golpeándonos, el Estado debería invertir recursos financieros e incentivar líneas de investigación
y formación profesional para reconvertir dicha matriz en energías limpias y libres, en lugar de destinarlos
al sostenimiento de este modelo depredador de saqueo.

Repudiamos la metodología ilegal empleada para la aprobación del sistema y su instancia previa; ya hay
registro de derrames y contaminación hidrocarburífera en aguas superficiales y subterráneas de la cuenca
del río Atuel, cuya revelación documentada mantenida en secreto, resultó ser el disparador de nuestra
protesta.

A esta altura de la historia y con tanto reconocimiento institucional y popular, resulta chabacano que los
funcionarios sigan etiquetándonos de fundamentalistas o terroristas, en lugar de refutar el punto central de
la cuestión (los hechos concretos y datos empíricos acreditados del fracking); echando mano una vez más a
la falacia ad hominem, la opción más baja en calidad argumentativa de un debate.

Indigna que profesionales de la actividad antepongan sus pergaminos para descalificar otros saberes
diferentes, recurriendo a la deshonestidad intelectual para hacer lobby. La desconfianza generalizada al
modelo extractivista no es exclusivamente técnica (la construcción del conocimiento tampoco lo es),
también es una cuestión social, política e ideológica, pues su imposición sin licencia social y a fuerza de
criminalización y represión de la protesta popular, es política de Estado de los gobiernos de turno. 

A esto nos oponemos desde el derecho a la autodeterminación de los pueblos y por todo lo que sabemos de
antemano respecto de las consecuencias negativas de ese tipo de explotaciones para las comunidades
locales y sus economías regionales. Además, es una cuestión legal: el principio precautorio está
perfectamente normado y es obligación de las instituciones hacer valer la prevalencia de los derechos de
incidencia colectiva, por encima de los intereses privados particulares.

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