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Pablo, apóstol del Señor De

Jerusalén a Damasco
P
ABLO
,
APOSTOL DEL
S
EÑOR
.
DE
J
ERUSALÉN A
D
AMASCO
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OL
. 1 © 2018 por el autor: Félix González
Autor: Félix González

Portada y maquetación: Juanjo Bedoya | juanjo@idcmadrid.org Depósito Legal:

Printed in Spain

Pablo, apóstol del Señor De


Jerusalén a Damasco

Índice
Introducción 9

1. La primera aparición de Pablo en la Biblia

(Hechos 7:58; 8:1) 11

2. Gracia previa (Hechos 22:3; 26:4.5; Gálatas 1:15) 15

3. El estudiante de las escrituras (22:3) 21

4. Saulo y la persecución de los cristianos (9:12; 22:4.5) 27


5. Tres características comunes a Saulo antes y después de su conversión (9:
1.2; 22:3-5) 31

6. Una imagen de Saulo camino de Damasco (9:1.2) 37

7. Un hombre confundido camino de Damasco (9:1.2) 43

8. Al final del camino (9:3-6) 49

9. El descubrimiento de la verdad (9:3-6) 55

10. Los compañeros de Saulo en el viaje a Damasco (9:7; 22:9) 61

11. Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? (9:4) 67

12. Las preguntas de Saulo a Jesús (9:5.6) 73

13. El aguijón (9:5b) 79

14. La primera instrucción (9:6b) 85

15. La ceguera física de Saulo (9:8; 22:11a) 89

16. La duración de la ceguera (9:9a) 95

17. La sanidad de la ceguera (9:17.18) 101

18. Los tres días de ayuno (9:9h) 107

19. Ananías, un creyente de buen testimonio (22:12) 113

20. “¡He aquí, él ora!” (9:11) 119

21. Una imagen tres veces consoladora (9:11c) 125

22. ¿Qué nos dice sobre Jesús las palabras

“he aquí, él ora”? (9:11c) 129

23. El Señor muestra a Saulo su guía espiritual (9:12) 135

24. La solicitud de Jesús por Saulo y Ananías (9:12) 141

25. Los reparos de Ananías (9:13-16) 147 26. Lo que hizo Ananías con sus
reparos (9:13-16) 153 27. Cómo Jesús ayudó a Ananías en sus reparos
(9:15-16) 159 28. Los designios de Jesús son irrevocables (9:15.16) 165 29.
Lo que dice la expresión “instrumento de Jesús”

a los que trabajan en la viña del Señor (9:15) 171 30. Lo que dice la
expresión “instrumentos de Jesús”

a aquellos para los que trabajan los siervos de Dios (9:15) 177 31. Modestia
y estímulo del término

“instrumento de Jesús” (9:15) 183 32. El futuro ministerio de Saulo (9:15)


189 33. El futuro campo de trabajo de Saulo (9:15) 195 34. La magnitud de
los sufrimientos de Saulo (9:16) 201 35. Necesidad y razón del sufrimiento
de Saulo (9:16) 207 36. Un conocimiento alentador (9:17) 213 37. Ananías
junto a Saulo (9:17) 219 38. Ananías, un sabio consejero espiritual (9:17;
22:14-16) 225 39. El conocimiento más sublime (22:14.15) 231 40. Ananías
asiste a Saulo en su conversión (22:12-16) 237 41. Venciendo las últimas
reticencias (22:16a) 243 42. Cambio total (22:16b) 249 43. El bautismo de
Saulo (9:18) 253 44. Pablo acaba su ayuno (9:19a) 259 45. Tres señales de
verdadera conversión (9:18-19) 265 46. Los días del desierto (Gálatas 1:15-
17) 273 47. La primera predicación de Pablo (9:20-22) 281 48. ¡Comienza
la lucha! (9:23-25) 287 49. Una prueba difícil (9:26) 295 50. Un ejemplo de
amor: Bernabé (9:27.28) 301 51. Los años silenciosos (9:29-30) 307 52.
Una comparación (9:31) 315

Introducción
Pablo, apóstol del Señor
es una obra en doce volúmenes, el primero de los
cuales tiene el lector en sus manos. Subtitulamos este primer tomo “De
Jerusalén a Damasco”, y en él tratamos exhaustivamente la conversión de
Pablo.

En esta obra nos ocuparemos del ministerio y del mensaje del apóstol
Pablo. Veremos cómo la poderosa mano de Dios se manifiesta en la vida de
un hombre transformándole por completo, guiándole y estableciéndole por
bendición para multitud de personas.

Hemos dado a nuestra obra un notable carácter pastoral, pues, al ocuparnos


de la vida de Pablo y de sus colaboradores, así como de sus enemigos,
iremos descubriendo las realidades de nuestro propio corazón. Apuntaremos
los peligros que acechan a nuestra fe y oiremos una continua invitación a
una vida de santidad, amonestaremos y animaremos y aprenderemos a
confiar en la fidelidad del Señor.

A pesar de tratar con Pablo y los personajes que le rodean en todo tiempo,
no nos quedaremos anclados en el hombre, sino que glorificaremos, sobre
todo, a Jesús. Pues es Jesús quien le transforma y le convierte en testigo
poderoso, en dócil instrumento, en hombre de oración y en hermano entre
hermanos.

A lo largo de nuestros doce volúmenes los lectores se encontrarán en


repetidas ocasiones ante una afectuosa invitación a una vida de entrega total
a Jesús, único camino para vivir una vida feliz y plena de significado. Éste
y no otro era el secreto de la felicidad de nuestro apóstol.

Ocuparnos de la vida del apóstol Pablo resulta muy enriquecedor para


nosotros. Recordemos que Pablo es por disposición divina nuestro apóstol,
o sea, el apóstol de los gentiles. Esto le convierte en nuestro instructor y
maestro especial. Nos fue dado por Dios como maestro y ejemplo. Por otra
parte, creemos que Pablo fue el discípulo más abnegado y fiel que tuvo
Jesús, hasta el extremo que pudo decir a los cristianos de su época: “Sed
imitadores de mí, como yo de Cristo.”

Recomendamos esta serie a los pastores y predicadores quienes encontrarán


un rico filón de valioso material espiritual para instruir a sus
congregaciones. Podrán usar diferentes estudios tal como están o bien
adaptándolos a las necesidades concretas de su auditorio, y enriqueciéndolo
con sus anécdotas y ejemplos personales. La serie se presta también para ser
usada en estudios de grupos y en la escuela dominical. La clara y sencilla
estructura de cada capítulo prestará aquí una valiosa ayuda. La
recomendamos también como lectura personal, convencidos de que la fe de
sus lectores será notablemente enriquecida. Finalmente, y siendo la
conversión el tema central del presente volumen, resulta muy apropiado
para ponerlo en manos de personas no conversas y para ofrecerlo a
interesados en la fe cristiana. La exhaustividad con que tratamos la
conversión del apóstol creemos que convierte a este volumen en una obra
singular.

Escribimos desde el más profundo respeto y amor por las Escrituras, lo


hacemos con un espíritu reverente hacia Dios; perseguimos que los lectores
aprendan a amar todavía más el libro divino y tenemos por supremo
objetivo la gloria de nuestro Dios y Salvador Jesucristo, a la vez que
celebramos los caminos a través de los cuales el Señor guía a sus siervos.

Capítulo 1

La primera aparición de Pablo en


la Biblia
“Y los testigos pusieron sus ropas a los pies de un joven que se llamaba
Saulo... Y Saulo consentía en su muerte”

(Hechos 7:58; 8:1)

La primera vez que se cita al apóstol Pablo en el Nuevo Testamento es con


motivo de la muerte de Esteban. Lo que Pablo vio de cerca en aquella
ocasión fue suficiente para dejar en él una huella imborrable, una espina en
su conciencia que le condujo finalmente a Cristo. Y es que hay
acontecimientos que, por determinadas circunstancias, causan en nosotros
una profunda impresión. Son acontecimientos que nos marcan y determinan
nuestro pensamiento y vida futuros. Después de estos ya no podemos ser los
mismos. Este fue el caso de Saulo de Tarso al contemplar la lapidación de
Esteban, el primer mártir cristiano. ¿Qué vio Pablo en aquella ocasión que
tan profundamente le impresionó?

y
Vio a un hombre de fe

Un hombre con una fe tan firme como una roca, inamovible corno un
Gibraltar. Un hombre cuya fe estaba plenamente en consonancia con la
palabra de Dios, y de la cual recibía fuerzas para padecer hasta lo más
difícil: la muerte violenta a manos de una jauría ignorante, soberbia,
sedienta de sangre y convulsionada por el odio más ruin.

Para aguantar todo esto hace falta tener una gran fe. Y Esteban estimó su
vida menos valiosa que su fe. Y nosotros, ¿en cuánto apreciamos nuestra
fe? Por no negar a Cristo, Esteban negó su propia vida.

Nosotros no vamos a presumir de fe. No vamos a sostener que estamos


dispuestos a imitar a Esteban. Bástenos ser fieles a Jesús en las cosas
pequeñas de cada día: en el cumplimiento de nuestra responsabilidad en el
puesto de trabajo y en la calle, en el cumplimiento de nuestras obligaciones
como padres, madres, esposos e hijos, en el cumplimiento de nuestros
deberes de hijos y hermanos. Lo que el Señor nos pide hoy es que aliviemos
al que está a nuestro lado; que facilitemos la vida a los demás, empezando
por los de nuestra casa y familia y continuando con los hermanos en la fe.
Cuando seamos fieles en esto, podremos ser fieles en cosas más grandes.

A Pablo le impresionó la fe de Esteban. Y aquel testimonio fue el primer


impacto positivo para acercarle a Jesús. Hay muchas personas en nuestras
iglesias que se han convertido gracias al testimonio de otros creyentes.
Estos hombres y mujeres vieron a Cristo y su poder encarnados en la vida
de hombres y mujeres de fe. Y anhelaron ser como ellos, tener lo que ellos
tenían. Y en aquel momento comenzaron la búsqueda que finalmente les
conduciría a Jesús.

´
La primera aparición de Pablo en la Biblia¨
y
Vio a un hombre de amor

Pablo vio en Esteban a un hombre que amaba como él no lo había visto


hasta ahora. Pablo era un hombre muy religioso que se movía entre
personas igualmente muy religiosas. Con demasiada frecuencia los
religiosos decepcionan. La mayoría de ellos, no importa a qué credo
pertenezcan, son personas legalistas. Son poco naturales, son unos
reglamenta vidas. Jesús recriminó a los religiosos de su tiempo su afán
perfeccionista, su observancia ciega de un montón de pequeñeces, mientras
que se olvidaban de lo esencial, de lo más importante: de la misericordia y
del amor en su trato con el prójimo.

Junto a estos religiosos la vida se convertía en una amargura constante.


Nosotros tenemos que procurar no caer en este error.

Esteban era diferente a esta clase de hombres. Él amaba. Y Pablo le oyó


pedir lo más hermoso, lo más grande, para aquellos que le estaban matando:
Esteban pidió por ellos el perdón de su horrible crimen.

Pablo vio y oyó esto, y recibió un fuerte impacto. Y seguramente pensó: No


es posible que sea tan mala una doctrina que convierte a los hombres en tan
buenos.

Mientras que él, con su verdad y su doctrina, aprobaba la muerte de un


inocente, cometiendo un vil crimen, llevado de un celo fanático, carente de
todo sentimiento amoroso hacia los que no creían como él, Esteban,
sufriendo un cruel martirio, podía orar por los que injustamente le quitaban
la vida, pidiendo a Dios el perdón para ellos.

Era evidente que la fe de Esteban era mejor que la suya y que Esteban
mismo era mejor hombre que él. Esto se le quedó grabado a Pablo, y desde
aquel día comenzó la lucha en su corazón.

y
Vio a un hombre con una esperanza viva ante la muerte

Pablo vio, además, en Esteban a un hombre con una esperanza viva ante la
muerte, un hombre que veía el “cielo abierto”, siempre señal de bendición,
y que entró en él de manera triunfal aquel día.
Esto es lo que busca el hombre, lo que necesita, una fe que le ayude a vivir
y a morir, mejor dicho, a vivir bien y a morir bien, porque todo el mundo
vive y muere de cualquier manera. Pero no se trata de esto, sino de vivir y
morir como Dios manda.

Así vivió y murió Esteban gracias a su fe. Y Pablo vio todo esto aquel día, y
quedó fuertemente impresionado.

De tales hombres como Esteban, que creen lo que predican, que aman de
verdad y que enfrentan la muerte con firme y gozosa decisión emana un
poder de atracción que este pobre y ciego mundo desconoce. ¡Cuán a
menudo ocurrió en el pasado que los verdugos de los mártires cristianos se
convirtieron a Cristo gracias al testimonio de aquellos cristianos que morían
a sus manos! ¡Cuántos de los que se han convertido confesaron después que
su fe recibió el primer impulso ante el testimonio de cristianos verdaderos y
felices en las más duras tribulaciones!

Nadie olvida fácilmente un rostro que mira al cielo como el de Esteban, ni


una oración tan sentida y sincera como la de este mártir cristiano.

Aunque Pablo todavía por un tiempo se aferrase a la idea de que Esteban


era un hereje que había abandonado la fe de los padres, no obstante, tenía
que reconocer que este hombre tenía algo especial y glorioso que a él le
faltaba.

¿Pueden decir lo mismo de nosotros aquellos que aún no creen y ven cómo
vivimos cada día? Quiera Dios que nuestro testimonio sea tan elocuente y
poderoso como el de Esteban. De esta manera se convenirlo a Jesús muchos
escépticos y fanáticos como Pablo.

´¨
Capítulo 2

Gracia previa
“Yo de cierto soy judío, nacido en Tarso de Cilicia, pero criado en esta
ciudad, instruido a los pies de Gamaliel, estrictamente conforme a la
ley de nuestros padres, celoso de Dios...

Mi vida, pues, desde mi juventud, la cual desde el principio pasé en mi


nación, en Jerusalén, la conocen todos los judíos; los cuales también
saben que yo desde el principio, si quieren testificar, conforme a la más
rigurosa secta de nuestra religión, viví fariseo”

(Hechos 22: 3; 26: 4-5).

“Pero cuando agradó a Dios, que me apartó desde el vientre de mi


madre, y me llamó por su gracia...”
(Gálatas 1:15)

A primera vista tenemos la impresión de poseer escasísimos datos sobre los


primeros años de la vida de Pablo. Pero juntando las declaraciones que el
mismo apóstol llegará a hacer más tarde en sus escritos y discursos,
podemos formar un hermoso mosaico sobre los primeros años de la vida de
nuestro personaje.

Las tres grandes corrientes que dan forma a la vida de toda persona son su
patria, su familia y su escuela. Estas son las poderosas fuerzas que cincelan
nuestra personalidad y que determinan en gran medida el futuro de cada
hombre y mujer.

Al contemplar de cerca estas tres poderosas raíces que sustentaron la vida


de Pablo, descubriremos cómo la gracia de Dios asistió a este hombre desde
su mismo nacimiento, preparándole para su posterior misión mundial.

y
Su patria

Pablo nació en Tarso de Cilicia. Al identificarse ante el tribuno romano que


le detuvo en el templo de Jerusalén, le dice: “Yo soy hombre judío de Tarso,
ciudadano de una ciudad no insignificante de Cilicia”, (Hechos 21:39). Hay
un tono de orgullo en esta frase. Cuando Pablo nació, Tarso era una ciudad
cargada de historia; por allí pasaron en algún momento de la historia
Alejandro Magno Cicerón y Pompeyo, César y Marco Antonio. Era una de
las ciudades más importantes de la región, con un comercio floreciente; una
metrópoli culta con una importante universidad que en la época de Pablo
llegó a eclipsar a Atenas y Alejandría. Sus calles eran un hormiguero de
comerciantes y estudiantes; gente venida de todas partes del mundo,
atraídas por su comercio y su cultura.

¿No era este el lugar adecuado para el nacimiento de aquel que habría de
ser el apóstol de los gentiles? Pablo crecería en Tarso familiarizándose en el
trato con los hombres de todas las razas y culturas. Tarso le hizo más
comprensivo y tolerante con los hábitos y costumbres de otras gentes, y le
preparó para su posterior ministerio entre los gentiles. ¿Acaso no se
advierte esta comprensión y tolerancia en sus luchas con los judaizantes de
Jerusalén que pretendían lastrar la vida espiritual de los cristianos gentiles
con una sarta de preceptos tan inútiles como equivocados? Nacido en una
gran ciudad, Pablo era un amante de las ciudades. Su estrategia misionera
consistía en alcanzar con el evangelio las grandes urbes, para que desde allí
pudiera llegar su mensaje con más facilidad a los hombres y mujeres de las
ciudades más pequeñas. Sus grandes cartas están dirigidas a iglesias
situadas en grandes ciudades: Roma, Corinto, Éfeso, Filipos, Tesalónica,
Colosas, Laodicea...

Así como Dios preparó a José y templó su espíritu por medio del
sufrimiento de la esclavitud, de la deshonra y de la cárcel en Egipto, para
convertirlo en un gran gobernante salvador de pueblos, así también preparó
Dios a Pablo por medio de su nacimiento y vivencias en Tarso para su
posterior ministerio misionero entre las naciones. También nuestro lugar de
nacimiento y vivencia no es ninguna casualidad. Ese lugar nos forma y nos
capacita en las manos de Dios para llevar a cabo las divinas tareas.
Nosotros podemos pasar esto por alto, pero en muchas ocasiones hemos
comprendido que lo que hoy somos y hacemos, lo debemos en buena
medida a esos lugares que nos vieron nacer y crecer.

y
Su familia

Pablo nació en el seno de una familia judía que pertenecía al grupo religioso
de los fariseos. Estos se tomaban muy en serio la observancia de la ley de
los padres en todos sus detalles. Eran buenos estudiantes de su Biblia
(Antiguo Testamento), la que consideraban una autoridad intocable.

¿No es una gran bendición nacer en un hogar semejante? Muchos no


tuvieron entonces esta oportunidad, ni tampoco hoy. ¡Cuántas son hoy las
familias en las que nunca se pone una Biblia sobre la mesa y en las que ni
siquiera se ora para dar gracias por los alimentos! En muchos hogares la
palabra de Dios ya no dice nada. Los pobres niños que nacen en estos
hogares crecerán sin saber nada del amor de Dios, ignorarán los sabios
mandamientos divinos y desconocerán el consuelo que proporciona al alma
la divina palabra.

En los días actuales, donde la incredulidad se extiende cada vez más y se


enseña públicamente en los colegios que el ser humano procede del mono y
que somos el resultado de una evolución multimillonaria, los padres
cristianos tenemos la obligación de instruir en nuestros hogares a nuestros
hijos en todas las verdades divinas. Esta es una obligación que no podemos
eludir ni descuidar.

Pablo fue instruido en la voluntad de Dios por sus padres. Y lo fue desde
muy pequeño. Uno de los requisitos que establecía la ley de Dios era que
todo varón debía presentarse en el santuario de Dios tres veces al año
(Éxodo 23:17; 34:23.24). Tan pronto como los niños cumplían los doce
años de edad, tenían la obligación y el privilegio de subir a Jerusalén.
También Pablo tomaría parte en estas peregrinaciones, pues años más tarde
no podría decir que había observado la ley de Dios intachablemente si no
había cumplido con estos requisitos.

Nosotros entendemos que el que Pablo naciera en un hogar donde tanto se


respetaban los valores espirituales constituye una manifestación de la gracia
divina, que trabajaba ya en Pablo desde su más tierna infancia preparándose
a ese futuro gran siervo de Jesús.

¿Gozan nuestros hijos del privilegio del Pablo infante? ¿Estamos inspirando
en ellos el amor a los mandamientos de Dios, el respeto a la palabra divina
y el deseo de participar con alegría y entrega en la vida de la iglesia? En la
eternidad habrá hijos de familias cristianas que maldecirán a sus padres por
el lamentable ejemplo que le fueron de vida cristiana y de irresponsabilidad
espiritual. Pero también tenemos que decir que ya aquí debajo del sol hay
hijos que dan gracias a Dios por haberles permitido nacer en un hogar
donde recibieron amor y toda instrucción y ejemplo en los caminos del
Señor. ¿Harán esto último nuestros hijos? Dios lo quiere y lo espera.

y
Su escuela

No es de extrañar que con semejantes padres el pequeño

Saulo sintiese muy pronto el llamado para convertirse en un rabí,

o sea, en un maestro de las escrituras que, además, ejercían como

maestros de escuela y abogados.


Pero su padre era un hombre práctico y de sentido común. Y

este hombre dijo un día a su hijo: “Saulo, tú no sabes si un día llegarás a


tener tantos alumnos que puedas vivir sólo de la enseñanza,

por lo tanto, debes aprender antes un oficio que te permita sostenerte a ti y a


tu familia en caso de necesidad.” Y el joven aprendió

el oficio de fabricante de tiendas.

De nuevo vemos en la elección del oficio la mano de Dios.

Pues sería este oficio, muy solicitado en los países de oriente, el

que le permitiría sustentarse durante el tiempo que duró su estancia

en Arabia y también durante cierto tiempo en Grecia. Gracias a

este oficio encontró trabajo en la casa de Priscila y Aquilas en Corinto,


pues, este matrimonio judío era de su mismo oficio, es decir

fabricantes de tiendas. Y su buen trabajo y testimonio fueron decisivos para


que este matrimonio, que posiblemente ya se había

convertido a Cristo antes de llegar Corinto, se convirtiera también

en colaboradores del apóstol para la extensión del evangelio. Todo padre


cristiano debe esforzarse por hacer que sus hijos

aprendan un oficio que les permita sostenerse mañana. Y todo

cristiano debe aprovechar su oficio para dar testimonio del evangelio a los
trabajadores de su ramo, para lograr la conversión de

muchos.

Cuando Saulo hubo aprendido el oficio marchó a Jerusalén

para dedicarse al estudio de las escrituras. También en esto encontró

la comprensión y el apoyo de sus padres. Una familia tan espiritual sentiría


como un orgullo que uno de sus hijos sintiese este llamado. ¿Sienten
nuestros hijos el llamado divino de prepararse en una escuela o seminario
para dedicar su vida a la propagación del evangelio? Y otra pregunta:
¿cómo reaccionamos nosotros ante esta posibilidad, nos alegramos y
apoyamos a nuestros vástagos o les disuadimos de esta posibilidad? ¿Por
qué es que hay tan pocos llamamientos en nuestras iglesias? Me consta que
algunos jóvenes lo han sentido, pero se han desanimado al ver la clase de
vida que tendrían que llevar. Es lamentable que los jóvenes procedan de
esta manera, pero es todavía más lamentable que la manera de proceder de
algunos mayores en nuestras iglesias sea lo que desanime a los jóvenes a
prepararse para el ministerio cristiano a

pleno tiempo.

Pablo subió a estudiar en Jerusalén y allí no pasó desapercibido como


estudiante. Adquirió un profundo conocimiento de su

Biblia, lo que después utilizaría el Señor para hacer de él el escritor

y teólogo que todos conocemos y admiramos. Este es otro detalle

que apunta también a lo que venimos diciendo: que la gracia de

Dios acompañó a Pablo durante todos los días de su vida, y en especial en


lo que tiene que ver con el lugar de su nacimiento,

familia, oficio y estudios.

Cuando miras hacia atrás en tu vida, ¿no descubres tú también

que la gracia de Dios te acompañó mucho antes de que te convirtieras a


Jesucristo? Él puso a tu lado gente que te hablaron de él,

te guió por sendas que tú no siempre escogiste y te hizo aprender

determinadas cosas y realizar trabajos concretos al objeto de prepararte para


que fueras una herramienta útil en sus manos. Cuando yo miro a mi pasado,
me admiro y adoro, pues, veo

por todas partes la gracia de Dios conmigo, aun cuando yo no le

conocía ni le servía.

´¨
Capítulo 3

El estudiante de las Escrituras


“Yo de cierto soy judío, nacido en Tarso de Cilicia, pero criado en esta
ciudad, instruido a los pies de Gamaliel, estrictamente conforme a la
ley de nuestros padres, celoso de Dios, como hoy lo sois todos vosotros”

(Hechos 22:3)

En su discurso de defensa ante el pueblo, Pablo nos deja entrever algunos


detalles muy significativos de sus años de estudiante de las sagradas
escrituras hebreas. Vamos a meditar a continuación en la enseñanza
espiritual que recibió Pablo:
y
¿Dónde estudió Pablo?

Pablo cursó sus estudios religiosos en la ciudad de Jerusalén.

Ésta era el centro del saber rabínico. Allí estaban los mejores rabinos y las
mejores escuelas de religión. Además, la ciudad entera

y sus parajes era un libro de historia religiosa, abierto ante los

ojos inquiridores de los estudiantes.

En Jerusalén habían hablado los profetas en nombre de Dios;

allí ministraban los sacerdotes escogidos por el Señor; y desde allí habían
gobernado los reyes ungidos del país. Jerusalén era la ciudad de Dios; allí
había puesto su templo el Señor; y allí tenía que aparecer el mesías
prometido. Estudiar en Jerusalén era todo

un privilegio.

El estudiante apasionado con la ley y con su Dios haría todo

lo posible para estudiar en el marco privilegiado que constituía

esta ciudad tan querida y venerada por todo israelita. Pablo tuvo

esta suerte: pudo estudiar en el mejor lugar de su época. En este

sentido fue un estudiante agraciado. Hoy los buenos estudiantes

también se esfuerzan por estudiar en las mejores universidades y

escuelas del país.

y
¿Quién fue su maestro?

Lo que marca la diferencia entre las universidades y escuelas es la calidad


de sus profesores. Las escuelas son unas mejores que otras porque tienen
profesores más capacitados. Y Pablo tuvo la fortuna de estudiar a los pies
del mejor maestro que había en sus días. Este hombre era Gamaliel, un
doctor de la ley venerado por todo el pueblo, un hombre de gran
conocimiento, de vida ejemplar y notoria piedad. Fue él quien, según
Hechos 5:34, disuadió al concilio de Jerusalén para que cesasen los
primeros hostigamientos contra la iglesia. Según este discurso Gamaliel
tenía sus dudas sobre el origen del movimiento que dirigían los apóstoles en
Jerusalén. Era indudablemente el mejor maestro judío que se podía escoger
para Pablo.

Pero, por otra parte, nos vemos en la necesidad de decir que tal vez era el
peor de los maestros, el más peligroso de todos. Porque ese día, en el
concilio que juzgaba a los apóstoles Pedro y Juan, tuvo la gran oportunidad
de inclinar el corazón de los judíos a Cristo; pero no lo hizo. Y de esta
manera su piedad y erudición se convirtieron para muchos en una
maldición, pues si el gran maestro Gamaliel no había reconocido a Jesús
como el mesías de Israel, tampoco lo reconocerían las muchas personas que
en todo el país veneraban a este anciano por su conocimiento y piedad.

Esta es la tragedia de Gamaliel: Se puede ser sabio, bondadoso, prudente,


piadoso y tolerante al margen de Cristo. Y con todas esas virtudes, pero sin
Cristo, se está condenado. Se puede ser una lumbrera y una persona de
categoría al margen de Cristo. Y esto es algo terrible y muy delicado. Para
Gamaliel Jesús no era el mesías. Por eso su influencia sobre sus alumnos
fue trágica y dolorosa, como ocurrió en la persona de Saulo.
¿Comprendemos ahora por qué Santiago 3:1 dice: “Hermanos míos, no os
hagáis maestros muchos de vosotros, sabiendo que recibiremos mayor
condenación?” Los maestros como Gamaliel, que no se identifican con
Jesús, conducen a sus alumnos a la condenación. La gracia de Dios
rescataría a Saulo de este triste final, pero la actitud de Gamaliel hacia Jesús
y su enseñanza sobre él contribuyeron a hacer de Pablo ese enemigo rabioso
de Jesús y los cristianos.

¿Pretendemos nosotros levantamos en maestros? Realicemos esta tarea con


temor y temblor, pero, sobre todo, realicémosla estrechamente unidos a
Jesús y en plena dependencia de él. Entonces seremos de bendición para
esas personas que pretendemos instruir.

y
¿En qué consistía su estudio?

El objeto de sus estudios era “la ley de los padres”. Con esto se
sobreentiende todo el Antiguo Testamento, que constituía la base de la
instrucción religiosa de todo israelita ortodoxo y de todo aquel que a su vez
aspiraba a ser maestro para dedicarse a la enseñanza.

¿Podríamos imaginarnos una asignatura más preciosa que ésta en aquellos


tiempos? Personalmente pienso que no había nada tan bello en aquellos
tiempos, ni en estos tampoco. Todas las profesiones y estudios son
interesantes, ¡qué duda cabe! Sin embargo, esa que se ocupa en el estudio y
difusión de la palabra de Dios debe serlo más.
¡Cuánta sabiduría podría sacar Saulo del estudio de los libros proféticos!
¡Cuánto podría aprender de la vida de estos hombres singulares!

El mismo Dios aconsejó a Josué al comienzo de su carrera que meditara de


día y de noche en el libro de la ley divina, para que prosperase en su camino
y todas las cosas les saliesen bien. El libro de Dios transmite sabiduría para
vivir y para enfrentar situaciones difíciles. Refiriéndose al Antiguo
Testamento dice 2 Timoteo 3:16: “Toda escritura es inspirada por Dios, y
útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin
de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda
buena obra.”

y
¿Cuáles fueron los frutos de esa enseñanza?

¿Qué resultado produjo estos estudios? Nos llevamos ahora

una gran sorpresa, pues, el resultado consistió en que Saulo se

convirtió en un fanático opositor y en un cruel perseguidor de

todos aquellos que amaban a Jesús, mientras creía cumplir así la

voluntad de Dios.

Nos da mucho que pensar el hecho de que Saulo haya sido

instruido por el mejor maestro de su época, en la mejor materia de

estudio, o sea, en la palabra de Dios, y que, no obstante, se haya

convertido en un ciego opositor a los caminos del Señor. Así que, se puede
licenciar uno en las escuelas que cuenten

con los mejores profesores, se puede adquirir también una buena

cantidad de conocimiento bíblico y, sin embargo, a pesar de todo

esto, puede estar uno muy distante del conocimiento de la voluntad

de Dios (ver 2 Corintios 3:14-16; Juan 16:3).

El verdadero conocimiento de la voluntad de Dios viene a

nosotros con el toque de la gracia divina. Ahora que nuestros ojos están
abiertos por esta gracia, pidámosle a Dios que nuestro estudio de su palabra
redunde para nosotros en mayor beneficio que en la vida del joven Saulo de
Tarso. Que el estudio de la palabra divina nos haga realmente más dóciles a
la voluntad de Dios.

´¨
Capítulo 4
Saulo y la persecución de los
cristianos
“Saulo, respirando aún amenazas y muerte contra los discípulos del
Señor, vino al sumo sacerdote, y le pidió cartas para las sinagogas de
Damasco, a fin de que si hallase a algunos hombres o mujeres de este
Camino, los trajese presos a Jerusalén...”

(Hechos 9:1-2).

“Perseguía yo este Camino hasta la muerte, prendiendo y entregando


en cárceles a hombres y mujeres; como el sumo sacerdote también me
es testigo, y todos los ancianos, de quienes también recibí cartas para
los hermanos, y fui a Damasco para traer presos a Jerusalén también a
los que estuviesen allí, para que fuesen castigados.”

(Hechos 22:4-5)

Nuestro texto nos habla de la furia de Saulo contra la iglesia de Jesús.


Vamos a ver un poco más de cerca su lucha contra los cristianos y vamos a
hacerlo contemplando al perseguidor, a los perseguidos y la persecución.

y
El perseguidor

El texto nos presenta al perseguidor de una forma muy significativa.

Dice que Saulo respiraba aún amenazas y muerte contra los discípulos del
Señor. Estas palabras nos recuerdan la forma de ser de los animales
predadores. Cuando divisan a su víctima comienzan a respirar de manera
amenazante, a duras penas contienen su aliento, hasta que por fin saltan
sobre la presa. Así era también Saulo en relación con los cristianos, estaba
lleno de un celo rabioso, combatía fervientemente a los discípulos de Cristo.
Era semejante a una alimaña con una sed insaciable de sangre.
¡Verdaderamente un cuadro terrible!

Se cuenta de la mujer de un pobre borracho que un día que su marido volvía


a casa totalmente ebrio tuvo la idea de fotografiarle. Cuando su marido
volvió a sus cabales, la mujer le enseñó la foto. El resultado fue que este
hombre se avergonzó profundamente al ver cómo el alcohol lo rebajaba a la
condición de bestia, y pidió ayuda para salir de aquella trampa.

La imagen que nos ofrece Saulo, cargado de odio y rechazo contra los
cristianos debe ayudarnos para que seamos capaces de deponer nuestro
rechazo y nuestra violencia contra nuestro prójimo, y especialmente contra
los que profesan nuestra misma fe. El cristiano no debe ofrecer nunca la
loca imagen de la violencia desenfrenada contra su prójimo.

y
Los perseguidos

El odio de Saulo no iba dirigido contra un grupo determinado de cristianos.


Su celo perseguidor alcanzaba a todo aquel que creyese en Cristo. No hacía
ninguna diferencia entre ellos. Poco le

´
Saulo y la persecución de los cristianos ¨

importaba que fueran hombres o mujeres. Ni siquiera los más nobles y de


vida más espiritual hallaban gracia a sus ojos. Aunque viviesen de la
manera más honrada y virtuosa, aunque fuesen completamente intachables,
aunque viviesen amando a sus semejantes y prodigando simpatías a todos
los que les rodeaban, nada de esto significaba lo más mínimo para Saulo.
Todos los cristianos eran dignos de su odio. Lo mismo le daba a Saulo el
amante Juan que el fogoso Pedro. El conocimiento, la piedad y la santidad
de vida de un diácono como Esteban no eran suficientes para inspirar su
respeto.

¡Cuánto puede cegar a los hombres el odio contra los cristianos! Este odio
les quita toda claridad mental y los priva del más elemental sentido de la
justicia.

Nosotros no debemos sorprendernos si alguna vez se cruzare en nuestro


camino algún Saulo, pues, está escrito que todos los que quieren vivir
piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución (2 Timoteo 3:12).

y
La persecución

Con motivo de la gran persecución que se desató en Jerusalén contra los


cristianos, hubo grupos de creyentes que huyendo llegaron hasta la ciudad
de Damasco. Allí se agruparon formando iglesia y dando testimonio entre
los judíos. Estas actividades llegaron muy pronto a los oídos de los
dirigentes judíos de Jerusalén y del mismo Saulo. Y Pablo se dispuso a
combatir sangrientamente a estos cristianos de Damasco.

En su celo no esperó a que sus superiores del sanedrín le encomendasen la


tarea de erradicar de Damasco la fe cristiana. Sino que él mismo se aprestó
rápidamente a ello. Se presentó ante sus superiores, ante el sumo sacerdote,
y le pidió cartas de autorización para combatir a los cristianos.

Aquí podemos observar una notoria diferencia entre el feliz trabajo


posterior de Saulo y su lamentable actividad antes de su conversión. El
Pablo cristiano, a pesar de toda la fogosidad natural de su carácter podía
esperar en quietud hasta que se le encomendase una tarea, incluso por mano
de hombres. Así, le vemos que se mantiene en Tarso, en el anonimato, hasta
que Bernabé le busca para realizar un trabajo en la iglesia de Antioquía
(11:25-26). Le vemos que no fuerza la situación. Sin embargo, en el texto
que estamos meditando, le vemos hacer todo lo que puede para que le
envíen a Damasco.

Verdaderamente no podía decir que hizo este trabajo sin que le gustara.

El celo de Saulo, el perseguidor, procedía de su propio espíritu. Y nosotros


debemos estar alerta para no ser víctimas de nuestros propios impulsos. El
celo por la obra del Señor y el buen trabajo en ella se pueden reconocer en
la paciencia, que puede aguardar a las indicaciones divinas y que puede
esperar al llamamiento de los hermanos. El falso celo por servir al Señor se
advierte en la impaciencia, que nos impulsa a ofrecernos para ciertas tareas
y que tiene prisa por hacer una obra especial sin haber sido llamado para
ella.

´¨
Capítulo 5
Tres características comunes a
Saulo antes y después de su
conversión
“Saulo, respirando aún amenazas y muerte contra los discípulos del
Señor, vino al sumo sacerdote, y le pidió cartas para las sinagogas de
Damasco, a fin de que si hallase algunos hombres o mujeres de este
Camino, los trajese presos a Jerusalén... Yo de cierto soy judío, nacido
en Tarso de Cilicia, pero criado en esta ciudad, instruido a los pies de
Gamaliel, estrictamente conforme a la ley de los padres, celoso de Dios
como hoy lo sois todos vosotros. Perseguía yo este Camino hasta la
muerte, prendiendo y entregando en cárceles a hombres y mujeres;
como el sumo sacerdote también me es testigo, y todos los ancianos, de
quienes también recibí cartas para los hermanos, y fui a Damasco para
traer presos a Jerusalén también a los que estuviesen allí, para que
fuesen castigados.”

(Hechos 9:1-2; 22:3-5) Al examinar atentamente la vida del inconverso


Saulo de Tarso encontramos en ella, junto a características lamentables y
dignas de toda reprobación, una serie de virtudes que Saulo conservará
durante toda su vida, tanto en su época de judío estricto, como en esa otra
época de fiel cristiano. En estas virtudes vamos a meditar a continuación,
haciendo todo lo posible para apropiárnoslas.

y
Su laboriosidad

En sus tiempos de inconverso Pablo se caracterizaba ya por una


laboriosidad intensa. Al oírle hablar de sí mismo, uno tiene la impresión de
que este hombre trabajaba día y noche celosamente con el objetivo de
cumplir y honrar la ley de sus padres. Después de su conversión a Cristo,
Pablo continuará siendo la misma clase de persona, el mismo trabajador
incansable, sufrido y abnegado (Hechos 20:19-21.31).
La diligencia, la laboriosidad, es una hermosa virtud, que puesta al servicio
de una buena causa puede producir grandes frutos y honrar a Dios. Cuando
una iglesia es diligente hay crecimiento, cuando los cristianos trabajan,
Dios ayuda impartiendo su bendición.

Pablo escribe a los cristianos de Roma: “En lo que requiere diligencia, no


seáis perezosos” (Romanos 12:11). Muchas son las cosas que en la vida
requieren diligencia: Nuestro trabajo, la dedicación familiar, y, como no, las
actividades de la iglesia. La diligencia es señal de responsabilidad, y Dios
sabrá corresponder a nuestra responsabilidad.

Cuando una persona está ociosa no para de entremeterse en asuntos que no


son de su incumbencia. En la iglesia puede ocurrir lo mismo. Otra vez el
apóstol Pablo escribe a Timoteo (1 Timoteo 5:12) poniéndole sobre aviso de
algo lamentable que ocurre en la vida de algunos cristianos. En este caso
particular se trata de mujeres ociosas de la iglesia. Escribe Pablo que
algunas mujeres “aprenden a ser ociosas, andando de casa en casa; y no
solamente ociosas, sino también chismosas y entremetidas, hablando de lo
que no debieran.” Como vemos, a la ociosidad sigue el chismorreo, el
entremeterse en lo que no debieran. Este proceder lamentable ocasiona
mucho daño a mucha gente.

Podemos aplicar esto al plano de la vida de una iglesia. En la iglesia donde


hay demasiados miembros inactivos, hay también demasiados chismosos,
demasiada gente hablando de lo que no debieran y deteniendo así el
desarrollo de la iglesia. El cristiano no debe ser así. Si habla debe ser para
exhortar, para edificar, nunca para destruir. Y nunca debe pronunciarse ni
entremeterse en aquello que no conoce muy bien.

Cuando estamos ocupados, no tenemos tiempo para hablar. Si somos


laboriosos y diligentes, haremos una gran obra, muchos se beneficiarán de
ella y el nombre de Jesús será glorificado. Por el contrario, si nos
dedicamos a la ociosidad, desarrollaremos vicios que nos destruirán a
nosotros mismos y todo el entorno donde nos movamos. El apóstol Pablo
nos da un precioso ejemplo de diligencia y laboriosidad. Su vida fue una
gran bendición para la iglesia de Cristo. ¡Imitémosle!

y
Su exhaustividad
Otra virtud que observamos en la vida de Pablo es su exhaustividad, es
decir, su minuciosidad en el trabajo, su exactitud, su perfección. Porque
creía que la adoración de Jesús era algo erróneo y lamentable, se dispuso a
erradicar este culto con todos los medios a su alcance. No se contentó con
medias faenas. Participó activamente en la primera persecución de
cristianos en Jerusalén y mientras que muchos de sus correligionarios se
dieron por satisfechos al acabar esta labor, él pidió cartas para ir mucho más
allá de Jerusalén, a Damasco, en Siria, para que tampoco allí hubieran
cristianos, para que éstos no se sintieran seguros en ninguna parte.

Como digo, no se contentaba con labores hechas a media, sino que


perseguía a los cristianos hasta la muerte. No solamente quería desgastarlos
en su celo misionero, sino que quería exterminarlos, quitarlos de la tierra.

Como vemos, Pablo era antes de su conversión un hombre de trabajos


sólidos, precisos, acabados. Este don natural fue después santificado por la
fe en Jesús y puesto al servicio de Dios y del Evangelio.

A los cristianos de Asia Menor les dirá, con motivo de su despedida final,
que no ha rehuido enseñarles todo el consejo de Dios. Pablo no se limitaba
a tratar en sus predicaciones y enseñanzas sus temas favoritos, que también
los tendría, sino que instruía a las iglesias en todas las verdades del
evangelio. Esto requiere planificación y esfuerzo. Y Pablo no escatimaba
esfuerzos en esta dirección, porque sabía lo importante y lo necesario que
era este precioso conocimiento para la iglesia.

En cuanto a su trabajo misionero, podemos decir lo mismo. A los cristianos


de Roma les escribe: “Desde Jerusalén, por todos los alrededores hasta
Ilírico (actual Albania y Kosovo), todo lo he llenado del evangelio de
Cristo” (15:19). Trabajaba sistemáticamente, saturando el terreno con la
semilla de la palabra de Dios, y sólo después de esta saturación pasaba a
otro lugar.

Si a la laboriosidad unimos la perseverancia, el buen hacer, la exactitud,


nuestro trabajo en Cristo también florecerá. Pablo nos enseña un método de
evangelizar: Trabajar minuciosamente en una población para pasar después
a otra vecina. Llenarlo todo del Evangelio, este era su lema. Y este debe ser
nuestro lema también.
No debemos dejar a medias nuestros trabajos. Debemos de ser
disciplinados, constantes y minuciosos en nuestra tarea evangelizadora.
Nuestro trabajo peca a veces de inconstancia, a veces de falta de
minuciosidad y a veces de perseverar durante demasiado tiempo en el
mismo lugar, a la vez que descuidamos otras zonas de nuestra geografía.
Pidámosle a Dios sabiduría para elaborar nuestros planes de trabajo y fuerza
para llevarlos a la práctica de una manera consecuente. De manera que el
día que nos toque pasar a la presencia del Señor podamos decir: “Desde
donde yo vivía, desde mi Jerusalén particular, hasta donde dieron mis
fuerzas, todo lo he llenado del evangelio de Cristo.”

y
Su celo misionero

Y como tercera característica de Pablo, que persiste en su vida de antes y


después de su conversión, citamos su celo misionero.

A Pablo no le bastaba con que la ley de los padres fuese observada


esmeradamente en la ciudad de Jerusalén. No le era suficiente que la ciudad
santa de Jerusalén estuviese limpia de los peligrosos sectarios cristianos. Él
quería y se esforzaba en que en todas partes se tuviese a la palabra de Dios,
a la ley del Señor, como única norma de fe y de conducta. Por eso, pidió del
sumo sacerdote poderes especiales que le permitiesen mostrar su celo por
Dios en las capitales de las naciones vecinas.

Después de su conversión Dios purificó este celo de Pablo dotándolo con


un gran carisma misionero. Como vemos, esto tampoco cambió en Pablo,
sino que fue potenciado por el Señor para obrar un gran bien a la sociedad y
a los pueblos de Europa. Pablo llevaría el evangelio a muchos pueblos y
ciudades donde nunca había sido predicado. Su lema era “predicar donde
Cristo no hubiese sido nombrado aún”. ¿Cuántos pueblos hay en nuestra
provincia que no han oído todavía el mensaje del evangelio? ¿Por qué no
llegamos nosotros allí? La iglesia debe enviar a obreros a estos lugares y
debe orar por los que envía.

Lo que hemos observado en la vida de Pablo nos enseña que hoy puede
haber también personas que, a pesar de estar espiritualmente ciegas y lejos
de Dios, como era el caso del apóstol Pablo antes de su conversión, puedan
tener, no obstante, muchos y nobles talentos naturales. Talentos que su
ceguera espiritual les conduce a ponerlos al servicio del mal, pero que tan
pronto como se convierten a Cristo pueden ser transformados en dones
espirituales y usados para la gloria del Señor y para bendición de muchas
personas (Romanos 10:1,2).

´¨
Capítulo 6

Una imagen de Saulo camino de


Damasco
“Saulo, respirando aún amenazas y muerte contra los discípulos del
Señor, vino al sumo sacerdote, y le pidió cartas para las sinagogas de
Damasco, a fin de que si hallase algunos hombres o mujeres de este
Camino, los trajese presos a Jerusalén.”

(Hechos 9:1-2)

La imagen de Saulo camino de Damasco es digna de una atenta


consideración. Este hombre llevaba consigo tres cosas en su viaje: una en su
cabeza, otra en su mano y otra en su corazón.

y
En su cabeza

En su cabeza llevaba la mejor educación y cultura teológica que podía


conseguirse en su tiempo. Era extremadamente celoso de la ley, lo que le
constituiría, sin duda, en un buen estudiante de las sagradas Escrituras;
además, su maestro fue el sabio Gamaliel, y estos sabios no tienen a tontos
como alumnos. Saulo, pues, disponía de una excelente formación
intelectual y religiosa gracias a su propia condición y a sus maestros.

Pero como muchas veces ocurre, estas mentes privilegiadas por su propia
condición y por sus circunstancias, no siempre aciertan a entender las cosas
espirituales en su justa medida. ¡Cuántos son los intelectuales y teólogos
que tienen ideas y creencias contrapuestas a la revelación de Dios! Y al
decir esto no estamos haciendo apología de la ignorancia ni de la incultura.
Lo que sí decimos es que a Dios no se llega por la cabeza, por la razón, por
el intelecto. Jesús no dijo: “Bienaventurados los inteligentes, porque ellos
verán a Dios”, sino “Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos
verán a Dios.” Y el corazón solo lo limpia la sangre de Cristo.

Saulo tenía, pues, aquella gran riqueza religiosa en su mente. Pero le faltaba
el conocimiento que procede del Espíritu Santo y la iluminación que
procede del cielo. Sin ambas Saulo y cualquier otra persona están sumidos
en la ignorancia más lamentable. Porque todo su saber no les lleva a
ninguna parte. Es más precioso y de más valor el conocimiento de una
sencilla ama de casa o de un peón del calzado, pero que saben que Cristo es
su Salvador y Señor, que el de un profesor universitario o el de un doctor en
Teología, que ignoran esto último. Pues el conocimiento del ama de casa y
del zapatero les llevará al cielo, mientras que el de los intelectuales no les
llevará a ninguna parte, ni les librará de la condenación eterna. Recordemos
que es mejor ser un paciente de Jesucristo que un Doctor en Teología.

Los padres cristianos nos preocupamos de que nuestros hijos vayan a


buenos colegios y aprendan bien. Pero nuestra mayor preocupación debe ser
que aprendan a conocer a Cristo, que reciban el conocimiento espiritual que
viene de Dios y que nos da la vida eterna. A Saulo le falta esto cuando iba
camino de Damasco.

y
En su mano

Saulo llevaba en su mano unas cartas, unos poderes, del sumo sacerdote de
Jerusalén, que le revestían de autoridad para detener en Damasco a
cualquier judío que se identificase con Cristo y conducirle a Jerusalén ante
el consejo supremo. Estas cartas oficiales realzaban la figura de Saulo a los
ojos de sus paisanos. Eran cartas extendidas por el sumo sacerdote y, por
supuesto, estos documentos no se facilitaban a cualquier persona. Tenían
que ser personas que mereciesen la confianza del sumo sacerdote. ¿Acaso
escribiríamos nosotros una carta de recomendación a cualquier extraño que
nos la pidiese? ¿La escribiríamos incluso a favor de todas las personas que
conocemos? No, seguro que no. Sentimos que no podemos recomendar a
cualquier persona. Y máxime cuando se trata de asuntos muy delicados.
De manera que Saulo tenía que ser bien conocido del sumo sacerdote, y sus
ideas tenían que ser muy afines con las de los gobernantes de Jerusalén.
Pero no contaba con el poder del Espíritu Santo, con ese poder que sólo
puede facilitar el Sumo Sacerdote celestial, Jesucristo. Esta es la única
autorización que capacita y legitima a una persona para prestar un servicio a
Dios. Este es el único poder con el que una persona puede atreverse a dejar
su casa y su tierra y dedicarse a hacer la obra de Dios. Los colegios
pastorales y los organismos religiosos pueden extender cartas de
recomendación, los seminarios teológicos pueden extender también
certificados de estudios y notas de recomendación. Pero todo esto no sirve
de nada positivo a menos que el Sumo Sacerdote celestial, Cristo Jesús, nos
haya dotado del poder del Espíritu Santo.

Y Saulo no contaba con este poder. Por eso el fruto de su obra no era bueno.
Su presencia llenaba de miedo y espanto a los sencillos cristianos, su
autoridad le conducía a la crueldad, al separar a las familias cristianas. No
sembraba paz, sino dolor y lágrimas. Donde llegaba este religioso sin
autoridad espiritual divina, llegaban también la muerte y el drama. Y todo
esto gracias a unas cartas humanas extendidas a su favor. Todo esto gracias
al ejercicio de una autoridad sin autorización divina.

A veces el cristiano puede creerse con la autoridad para emprender una


determinada tarea. Pero lo decisivo es saber de dónde procede esa
autoridad. ¿Procede de Dios o de los hombres? Si procede de Dios, será una
autoridad para bendición de la iglesia; si no procede de Dios, dañará al
Cuerpo de Cristo.

y
En su corazón

Finalmente, en su corazón llevaba Saulo un celo ardiente y la firme


voluntad de luchar por su vieja religión, haciendo todo lo posible para
combatir y arrasar a sus oponentes, los cristianos. La visión de este Saulo
debe producir en nosotros misericordia. ¡Un hombre de tanto conocimiento
religioso y de tanta autoridad y celo combatiendo a Dios! En principio es
normal y lógico que las personas se aferren a las ideas religiosas heredades
de sus padres y las defiendan. Pero es muy delicado y lamentable que las
ideas religiosas simplemente se hereden. Este es el camino del fanatismo, el
camino del error. Cada generación de cristianos está obligada a beber
directamente de las fuentes de las Escrituras y a contrastar con estas las
ideas religiosas heredadas de sus progenitores. Si nosotros exigimos esto a
los demás, no podemos sustraernos a eso mismo. Nos parece una locura
cuando alguien nos dice: “Yo creo así porque esta ha sido la fe de mis
padres y abuelos y de toda mi familia.” Así me han argumentado muchos
turcos y muchos católicos de diferentes países. Y así creen también algunos
denominados cristianos evangélicos. Su fe no se fundamenta en el
evangelio de Jesucristo, ni en una experiencia personal de conversión a
Dios. Aquí se encuentra a veces la razón de su sinrazón, la razón de su
fanatismo, de su falta de amor al evangelio y a la palabra de Dios, de su
falta de amor hacia los que han creído en Cristo.

Saulo tenía un gran celo religioso, pero le faltaba el celo del amor del
Señor, un celo del que él mismo escribirá años más tarde a los cristianos de
Corinto, diciéndoles: “El amor de Cristo nos constriñe” (2 Corintios 5:14).
El fanatismo religioso es una cosa muy distinta del celo que provoca en
nosotros el amor del Señor, un amor que sólo busca ayudar al prójimo y
glorificar el nombre de Jesús. Nosotros necesitamos de este amor al hablar
con las personas que no tienen nuestra misma fe. No podemos odiar ni
maltratar con palabras ni argumentos a los que no creen como nosotros.
Esto es lo que hacía Saulo con los primeros cristianos, y todos
comprendemos lo equivocado y lamentable de su conducta.

Quiera Dios darnos sabiduría, amor y paciencia para acercarnos a estas


personas y dialogar con ellas. Y que a través de nuestra conversación no se
sientan nunca como arrojadas a una fría e inmisericorde mazmorra de
incomprensión y de rechazo, sino arrojados a los brazos tiernos y
salvadores de Jesús.

Este Saulo camino de Damasco es para todos nosotros un ejemplo a evitar.


Concédanos el Señor esta gracia.

´¨
Capítulo 7
Un hombre confundido camino de
Damasco
“Saulo, respirando aún amenazas y muerte contra los discípulos del
Señor, vino al sumo sacerdote, y le pidió cartas para las sinagogas de
Damasco, a fin de que si hallase algunos hombres o mujeres de este
Camino, los trajese presos a Jerusalén.”

(Hechos 9:1-2)

En Proverbios 14:12 se nos dice: “Hay camino que al hombre le parece


derecho; pero su fin es camino de muerte.” Derecho y justo le parecía a
Pablo el camino que él estaba andando mientras perseguía cruelmente a los
cristianos de su época. ¡Es sorprendente la capacidad que tenemos los
humanos para auto engañarnos! Justificamos nuestras acciones y nuestro
proceder con el mayor convencimiento, para descubrir al final que
estábamos engañados. Al final de nuestro camino de error nos espera la
muerte, es decir, el dolor, el sufrimiento, la angustia que ocasiona un daño
irreversible, la vergüenza de saber que lo hemos perdido todo: nuestro
tiempo, nuestra energía, nuestros bienes en algo que desde un principio
estaba claro que acabaría mal. Pablo se había equivocado completamente en
su camino. ¿No hemos experimentado nosotros lo mismo en alguna
ocasión? ¿No hemos descubierto que andábamos equivocados y hemos
sentido por ello una vergüenza de muerte? ¿Cómo hemos reaccionado
entonces? ¿Hemos tenido el valor para rectificar el curso de nuestra vida o
de nuestros pensamientos?

“Hay camino que al hombre le parece derecho; pero su fin es camino de


muerte.” Pablo se equivocó tan drásticamente. Un camino en apariencia
recto y bueno, pero con la muerte, la vergüenza y el dolor a su final era el
camino que Pablo andaba mientras se acercaba a Damasco. Pablo era un
hombre confundido en su camino. ¿Cómo es posible equivocarse tanto?
Hay varias razones para ello. Pablo era víctima de una triple confusión.

y
Confundido en su interpretación de las Escrituras
Cuando salió hacia Damasco creía conocer bien las Escrituras, pero la
verdad era que estaba totalmente ciego para ellas y muy equivocado en su
interpretación. Hay mucha gente que lee las Escrituras sin entenderla y,
peor aún, torciendo su significado para su propia perdición (2 Pedro 3:16).
La interpretación correcta de las Escrituras es una gracia de Dios y no un
logro humano. Camino por el desierto de Judá, un etíope, ministro de
economía de la reina Candace, iba leyendo en su carro una porción del libro
del profeta Isaías. El evangelista Felipe se le acercó y le preguntó: “Pero
¿entiendes lo que lees?” Leer la Biblia está bien. Pero lo más importante es
entenderla. Y muchos no la entienden. Y por eso se confunden y echan a
andar por caminos equivocados.

Pablo no entendía las Escrituras, a pesar de que estaba familiarizado con su


lectura desde su niñez. Y porque no entendía las Escrituras emprendió el
camino equivocado de la persecución de los cristianos. ¿Entendemos
nosotros el Espíritu de las Escrituras, y determinan estas Escrituras divinas
los caminos que transitamos? El discípulo cristiano más insignificante, pero
que haya recibido en su corazón la luz de la gracia de Cristo, entiende más
de las Escrituras que el más renombrado teólogo con toda su ciencia
humana. Uno de estos teólogos era Pablo, y de su propia experiencia dirá
años más tarde a los cristianos de Corinto: “Pero el entendimiento de ellos
se embotó; porque hasta el día de hoy, cuando leen el antiguo pacto, les
queda el mismo velo no descubierto, el cual por Cristo es quitado. Y aún
hasta el día de hoy, cuando se lee a Moisés, el velo está puesto sobre el
corazón de ellos. Pero cuando se conviertan al Señor, el velo se quitará” (2
Corintios 3:14-16). Cristo, el Señor, es el que nos quita el velo que cubre
nuestro entendimiento y nos capacita para entender la palabra de Dios.
Palabra que nos ayudará a distinguir los caminos verdaderamente rectos de
aquellos cuyo final es dolor y muerte.

y
Confundido en la interpretación de su celo

Pablo era también un creyente judío “celoso de Dios” (Hechos 22:3). Lo


que hacía como creyente y religioso lo hacía queriendo honrar a Dios y
queriendo engrandecer su nombre entre los hombres. Pero su actitud y sus
acciones iban directamente en contra de ese Dios a quien él pretendía servir.
¡Qué paradojas más curiosas tiene la vida! ¡Hasta qué extremo podemos
estar engañados los seres humanos!

¿Cómo es posible pretender servir a Dios con gran celo y grandes


sacrificios y, sin embargo, hacer justamente lo contrario? Cuando la
soberbia domina nuestra vida, y Pablo era un judío de mucha soberbia, pues
se creía perfecto en todos sus caminos, cuando la soberbia domina nuestra
vida, como decía, no estamos en condiciones de discernir la verdadera
motivación de nuestras acciones. La soberbia nos confunde, nos ciega, nos
impide ver por completo la realidad. Es entonces cuando creemos hacer
cosas para Dios, cuando la realidad es que las estamos haciendo para
nosotros mismos. Es entonces cuando creemos hacer cosas por inducción
divina, cuando lo cierto es que obramos inducidos por el mismísimo
infierno. ¡Cuidado con la soberbia, hermanos!

Dios envió al mundo a su hijo Jesucristo como salvador de todos los


hombres. Pablo, sin embargo, combatió cruel y rabiosamente a Jesucristo.
¿Cómo es posible hacer esto sino cuando se está ciego de soberbia?

La voluntad de Dios era que todos los hombres creyesen en Jesucristo.


Pablo luchó, trabajó y se esforzó hasta el extremo para que nadie creyera en
Jesús. ¿Era esto servir a Dios? ¿No era más bien combatirle y servir al
diablo?

Dios había escogido y labrado cuidadosamente una piedra angular para su


templo. Era la piedra maestra que serviría para levantar y sostener a todo el
edificio. Sin embargo, Pablo hacía todo lo posible por destruir esta piedra
(Mateo 21:42; Marcos 12:10; 1 Pedro 2:7-8; Hechos 4:11). Pablo había
desechado enérgicamente a Jesucristo como posible Mesías de Israel, y le
combatía a muerte. ¡Qué engañado estaba este hombre que se creía un
celoso servidor de Dios, mientras que era su peor enemigo! ¿Cómo es
posible vivir engañado de esta manera? Ya vemos que no basta con querer
servir a Dios, hay que poder servir a Dios. Y para esto es necesario
primeramente que nos alumbre la luz de Dios y nos muestre las condiciones
para el servicio. Pablo todavía no conocía esta luz, peor aún, la combatía
activamente.

y
Confundido en la interpretación de su trabajo
Pablo creía que estaba haciendo que las personas volvieran al buen camino.
Para esto se valía de métodos brutales, como brutal es toda persecución.
Perseguía el Camino del Señor “hasta la muerte, prendiendo y entregando
en cárceles a hombres y mujeres”. Él mismo dice de sus actividades: “Yo
encerré en cárceles a muchos de los santos,... y cuando los mataron, yo di
mi voto. Y muchas veces, castigándolos en todas las sinagogas, los forcé a
blasfemar; y enfurecido sobremanera contra ellos, los perseguí hasta en las
ciudades extranjeras” (Hechos 26:10 y 11). Este Pablo era pues el peor de
los engañadores. En su ceguera y confusión apartaba a los hombres del
verdadero camino de salvación y los obligaba con violencia a andar por la
vía de la condenación. Justo lo contrario de lo que pretendía. ¡Hasta este
extremo puede estar confundida una persona!

Pablo estaba confundido en cuanto al significado de su trabajo como


inquisidor. Así ha habido muchas personas y seguirá habiéndolas. Jesús dijo
a sus discípulos que “viene la hora cuando cualquiera que os mate, pensará
que rinde servicio a Dios” (Juan 16:2). Esto pensaba Pablo y así obraba él.
Hoy también hay personas que ven en los cristianos evangélicos un
enemigo a combatir sin piedad alguna. ¡Quiera Dios librarnos de la
confusión en la que vivía Pablo! ¡Quiera Dios darnos a todos sus hijos la
suficiente claridad para que entendamos siempre cuáles son los verdaderos
móviles que impulsan nuestras acciones, y que nunca nos ocurra que al final
de nuestro camino descubramos que fue un camino de muerte, y que hemos
estado mucho tiempo equivocados!

´¨
Capítulo 8

Al final del camino


“Más yendo por el camino, aconteció que al llegar cerca de Damasco,
repentinamente le rodeó un resplandor de luz del cielo; y cayendo en
tierra, oyó una voz que le decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?
Él dijo: ¿Quién eres, Señor? Y le dijo: Yo soy Jesús, a quien tú
persigues; dura cosa te es dar coces contra el aguijón. Él, temblando y
temeroso, dijo: Señor, ¿qué quieres que yo haga? Y el Señor le dijo:
Levántate y entra en la ciudad, y se te dirá lo que debes hacer.”

(Hechos 9:3-6)

En la mayoría de los casos la conversión de las personas culmina en un


proceso de desmantelamiento en el que son removidas una serie de falsas
seguridades sobre las que se asientan nuestra vida. Hay en toda conversión
un momento de abatimiento, de claudicación. Es el momento en que nos
encontramos delante de Dios, delante de Cristo, y constatamos el fracaso de
nuestra existencia a los ojos del Señor. Nuestro texto trata un momento de
estos en la vida del que fuera el gran apóstol de los gentiles.

Pablo andaba por un camino tortuoso y Dios decidió que este camino había
llegado a su fin. Un potente resplandor de luz del cielo lo arroja a tierra y le
deja ciego. El Señor Jesús se le aparece y le habla. Una luz celestial ha
venido a brillar en su camino de errores lamentables. Y con este suceso en
el camino de Damasco se hacen polvo los tres pilares que sustentaban la
vida de ese celoso fariseo llamado Saulo de Tarso: Su erudición, su
religiosidad y sus proyectos de futuro.

y
Destruida quedó su erudición

Abatida y destrozada quedó esa erudición que Pablo había adquirido


durante varios años a los pies del gran maestro Gamaliel. De nada le valía
en ese instante toda su ciencia. Su sabiduría humana mostró toda su
debilidad al hacerse evidente que no le había servido para conducirle a
Cristo el Señor. ¡Saber tanto y, no obstante, estar tan lejos de la verdad!
Esto es dramático. Muchos doctores y hombres de ciencia hay en nuestro
mundo, pero sólo un reducido número de ellos conocen a Cristo como su
salvador personal. No, a Dios no se llega por el conocimiento ni por la
sabiduría humanos. Jesús no dijo: “Bienaventurados los intelectuales, los
eruditos, los sabios, porque ellos verán a Dios”. Jesús dijo:
“Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.”
Como cristianos reconocemos el valor del conocimiento científico, pero
estimamos de más valor ese otro conocimiento que nos facilita la fe y que
nos abre las puertas del cielo; ese conocimiento que tiene a Jesús por
supremo fundamento.

Pero la bancarrota del conocimiento de Pablo reviste un dramatismo


desolador, porque toda su instrucción tenía por fundamento la misma
palabra de Dios. Pablo era un experto en la ley de Dios y, sin embargo, toda
esa erudición teológica no le sirvió para reconocer en Cristo al mesías
salvador. ¿Es posible estudiar durante años las escrituras y no descubrir a
Dios? Sí, es posible, el caso de Pablo así lo demuestra. Esto suele ocurrir
cuando nos acercamos a la Biblia con nuestros prejuicios teológicos,
cuando leemos la Biblia desde nuestros dogmas. Cuando leemos la Biblia
como bautistas o como luteranos o como pentecostales o como reformados
o como católicos o como testigos de Jehová. Pablo leía su Biblia desde su
postura de fariseo. Y según las doctrinas fariseas, Jesús de Nazaret no podía
ser el mesías y los cristianos no podían ser pueblo de Dios. Pablo no podía
entender las escrituras leyéndolas desde el fariseísmo. ¿Desde qué postura
teológica o ideológica leemos nosotros la Biblia? Nosotros debemos leer las
escrituras desde la postura de un cristiano y nada más. Entonces ellas nos
hablarán con claridad y nos ayudarán a que rectifiquemos nuestras ideas
torcidas. Pero, sobre todo, ellas nos conducirán a Cristo. Esta última será la
prueba de que estamos interpretando correctamente las escrituras. Porque
una reflexión bíblica que pierde de vista a Cristo y su obra vemos que es
una teología equivocada. Toda lectura bíblica sana debe conducirnos a la
adoración de Jesucristo.

y
Destruida quedó su religiosidad

También su religiosidad quedó completamente destruida. Él, que se creía


justo delante de Dios y que creía que Dios estaría contento con su vida
religiosa y con sus obras, descubre en este instante que a los ojos de Dios es
un miserable pecador. Toda su religiosidad no ha sido más que confusión y
vergüenza. Si hasta este encuentro con Jesús se ha considerado un celoso
servidor de Dios, ahora se ve a sí mismo como “el primero de los
pecadores” (1 Timoteo 1:15). Si antes se enorgullecía de sus obras y de su
piedad religiosa, ahora tiene todo eso mismo por “pérdida y basura”
(Filipenses 3:8). Ya no se considera el mejor de los hombres, sino el peor de
ellos.
Ver nuestra vida delante de nuestros ojos como un inmenso montón de
escombros es doloroso, pero esta visión es necesaria, porque gracias a ella
aprendemos a vivir de la gracia de Dios. Incontables son los hombres y
mujeres que han gustado esta experiencia dolorosa, pero que culminó en
ríos de felicidad. Una hermana de la iglesia de Albacete me habló de sus
trabajos y sacrificios como monja católica. Durante quince largos años
trabajó duramente atendiendo a enfermos terminales en hospitales pobres.
Cuando su madre la visitaba en el puesto de trabajo, la anciana se despedía
llorando al ver el duro trabajo que realizaba su hija. Dos días por semana
esta ex monja castigaba su cuerpo con cilicios y sus rezos no tenían fin.
Todo esto para alcanzar la salvación y el agrado de Dios, según la habían
enseñado. Pero todos estos trabajos y sacrificios no consiguieron nunca
llenar su corazón con la bendita y gozosa seguridad de la salvación eterna
que Cristo da a todos los que han depositado en él toda su esperanza y fe.
Llegó un tiempo en que esta monja consideró su vida religiosa como un
fracaso y esto la condujo a abandonar la orden a la que había pertenecido.
Años más tarde llegó a conocer el evangelio de la gracia y, recibiendo a
Jesucristo como Salvador y Señor, llegó a conocer la misma felicidad del
apóstol Pablo.

También esta mujer tuvo que reconocer el fracaso de su religiosidad para


poder conocer la gracia de Jesucristo.

y
Destruidos quedaron todos sus planes de futuro

También los planes de futuro que Saulo había concebido fueron hechos
añicos por la irrupción de Jesús en su vida. Su proyecto de detención de los
cristianos que vivían en Siria y su deportación a las cárceles de Jerusalén se
esfumó del todo. Había sonado para Pablo la hora de su encuentro con Jesús
y, consecuentemente, la hora de servir a otros intereses, a los intereses de
Cristo. Jesús decidió poner fin a aquella persecución y lo logró
conquistando para su causa a su enemigo más rabioso, a Pablo de Tarso.
Desde ahora en adelante Pablo tendría delante de sus ojos un único
objetivo: Predicar al Cristo que hasta este instante había combatido, vivir
para él y hacer su voluntad. ¡Cuántas cosas cambian en la vida de una
persona cuando Jesús le sale al paso!
Conozco a muchas personas que tuvieron que sufrir el doloroso
derrumbamiento de los pilares básicos que sustentaban su existencia antes
de encontrarse con el Cristo salvador. El amor que Jesús nos tiene le
conducirá a destruir en nuestra vida todo aquello que no procede de él ni
conduce a él. Y nosotros debemos estar contentos de que esto ocurra así.
Pues esta bancarrota existencial es necesaria para nuestra salvación eterna.

´¨
Capítulo 9

El descubrimiento de la verdad
“Más yendo por el camino, aconteció que al llegar cerca de Damasco,
repentinamente le rodeó un resplandor de luz del cielo; y cayendo en
tierra, oyó una voz que le decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?
Él dijo: ¿Quién eres, Señor? Y le dijo: Yo soy Jesús, a quien tú
persigues; dura cosa te es dar coces contra el aguijón. Él, temblando y
temeroso, dijo: Señor, ¿qué quieres que yo haga? Y el Señor le dijo:
Levántate y entra en la ciudad, y se te dirá lo que debes hacer.”

(Hechos 9:3-6)

La conversión de una persona implica un cambio en su manera de pensar.


La persona en proceso de conversión empieza a ver muchas cosas desde un
nuevo ángulo. Se ve a sí misma diferente y, a menudo, también ve diferente
lo que hace. Y esto es natural, porque no es lo mismo ver las cosas desde
Cristo que verlas desde fuera de Cristo. La verdad sobre nosotros y sobre
nuestras acciones está relacionada con Cristo. El día que Pablo sintió a
Jesús sobre él, hizo un triple descubrimiento sobre la obra que llevaba entre
manos. Ese día Pablo descubrió la verdad sobre su propia obra. Reconoció
tres cosas que había ignorado hasta el momento:

y
Reconoció el verdadero objeto de su persecución
Ese día Pablo reconoció el verdadero objeto de su persecución. Hasta ahora
había pensado que toda su violencia y su rabia iban dirigidas contra un
grupo de hombres y mujeres sectarios, personas equivocadas que
equivocaban y perdían a otros con su celo y fanatismo religiosos. Pero
ahora se daba cuenta de que el objeto de su persecución era la misma
persona de Jesús. La voz que le interpelaba desde el resplandor celestial le
dijo: “Yo soy Jesús, a quien tú persigues,”

Hasta este instante Pablo había creído que estaba combatiendo contra una
serie de falsas ideas religiosas. Pero ahora descubría con horror que en su
ceguera espiritual estaba combatiendo contra aquel que tiene todo poder en
el cielo y en la tierra. ¡Este fue un descubrimiento terrible!

¡Jesús le estaba hablando! ¡El que él combatía! ¡Y le hablaba desde el cielo!


¡De modo que sus discípulos, los nazarenos, tenían razón! ¡Así que él
estaba persiguiendo al Mesías de Israel y no a un grupo de sectarios, como
él creía!

Debió ser muy doloroso para Pablo descubrir y reconocer que se había
equivocado tanto. Máxime cuando su error tuvieron que pagarlo tan caro
tantas personas por él insultadas, maltratadas, perseguidas y asesinadas.

Hoy también hay personas que sienten profunda aversión y que detestan a
otras personas porque no creen como ellas, porque no adoran como ellas o
porque no expresan su fe con los mismos parámetros. Y mientras obran así
piensan que están agradando a Jesús. ¿Acaso no dijo el mismo Jesús a sus
discípulos: “Viene la hora cuando cualquiera que os mate, pensará que rinde
servicio a Dios” (Juan 16,2). Esto pensaba Pablo, y esto piensa hoy también
mucha gente en nuestro mundo. Pero lo más doloroso es que este fenómeno
se da también entre gente que cree conocer y servir a Jesucristo. En una
iglesia del noroeste de España le dijo un miembro de la congregación al
dirigente de la misma: “¡Aquí que no predique ningún bautista! ¡Los
bautistas no son cristianos! Yo, que soy bautista, no tuve más remedio que
reírme ante el osado juicio de aquel querido hermano, aunque confieso que
en el fondo de mi risa había algo de tristeza y dolor. ¿Qué pensamos los
bautistas de los pentecostales? ¿Qué piensan los pentecostales de nosotros?
Y con semejantes preguntas podríamos ir recorriendo el amplio espectro
denominacional evangélico. ¡El que levante su voz o disponga su ánimo
contra otras personas que viven su fe en Dios, en Jesús, de manera distinta,
mire que no esté hablando o combatiendo al Señor a quien pretende servir!

y
Reconociendo la verdadera identidad de sus víctimas

Junto al reconocimiento del verdadero objeto de su persecución, que no era


otro que Jesús mismo, Pablo reconoció que los discípulos de Jesús no eran
unos hipócritas, ni unos iluminados ansiosos de protagonismo, sino que
poseían la verdad más grande. Ellos tenían relación con aquel a quien Pablo
no había conocido, con Jesús de Nazaret. Ellos tenían un maestro, un guía y
un consejero maravilloso: el Mesías de Israel. Si Jesús no era el Mesías,
¿cómo podía hablarle desde el cielo? Y más aún, ¿cómo conocía la lucha
que él mantenía en su corazón y que Jesús descubre al decirle: “Saulo, dura
cosa te es dar coces contra el aguijón”?

No, no eran los cristianos los que estaban equivocados, era él mismo, Pablo,
quien se encontraba en el camino del error más lamentable al perseguir el
evangelio. En las iglesias evangélicas hay multitud de personas que un día
se parecían a este Pablo confundido y engañado. Gente que pensaba muy
mal sobre los cristianos evangélicos. Hasta que un buen día tuvieron, como
Pablo, su experiencia de conversión y reconocieron su error.

Perseguir, calumniar o injuriar a cualquier persona que se identifique con el


Jesús de los evangelios es una clara señal de oscurantismo espiritual. La
palabra de Dios nos dice: “Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte
a vida, en que amamos a los hermanos” (1 Juan 3:14). Nuestros hermanos
son todos los hombres y mujeres que tienen en Cristo a su Salvador y
Señor, sin importar la confesión a la que pertenezcan. Si Jesús está en el
centro de nuestro mensaje y de nuestra vida, no resbalaremos mucho. Él
sabrá preservamos y corregirnos cuando nos hayamos extraviado. ¿Acaso
no pudo hacer que Pablo reconociese su gran error?

y
Reconociendo el error de su nefasto plan

Por último, Pablo reconoció que su plan de aniquilar a la iglesia cristiana


era algo irrealizable. Reconoció que esta odiosa secta, con la cual él
pretendía acabar definitivamente dentro de muy poco tiempo, contaba con
un poderoso protector en las regiones invisibles. Un protector que la amaba
entrañablemente, que la protegía y que la estaba usando para sus gloriosos
propósitos de bendecir a toda la humanidad.

Pablo podía luchar contra los hombres y podía vencerlos llegado el caso.
Pero contra el Señor del cielo y de la Tierra era imposible luchar. Todo
intento de aniquilar de la tierra a la iglesia de Jesús, por muy débil que fuera
la apariencia de esta, era una tarea tan insensata como imposible. Luchar
contra Dios es una locura, además de un terrible pecado. A otros que
precedieron a Pablo en esta lucha contra la iglesia de Jesús, les dijo un sabio
judío llamado Gamaliel, (¡curiosamente maestro espiritual de Pablo
también! ¡Está visto que algunos alumnos no aprenden de sus maestros todo
lo que debieran!): “Apartaos de estos hombres, y dejadlos; porque si este
consejo o esta obra es de los hombres. se desvanecerá; mas si es de Dios,
no la podréis destruir; no seáis tal vez hallados luchando contra Dios”
(Hechos 5:38-39).

Pablo desconocía estas tres verdades hasta ahora. Las reconoció por primera
vez en el camino de Damasco, cuando Jesús le salió al paso para enderezar
sus sendas y ponerle en el camino de la verdad. ¡Cuánta luz pueda darnos
Dios en un instante!

Por naturaleza todos nosotros andamos en caminos de error, caminos de


perdición y condenación, aunque no hayamos sido activos perseguidores de
la iglesia de Cristo, tal corno fuera Pablo. El evangelista Juan fue desde su
juventud una persona que buscaba a Dios. Cuando Juan el Bautista hizo su
poderosa aparición en Israel y dio comienzo a un poderoso avivamiento
espiritual, Juan fue uno de los primeros que se unió al Bautista. Y cuando
éste apuntando un día a Jesús dijo de él: “He aquí el Cordero de Dios, que
quita el pecado del mundo”, Juan dejó a su maestro para seguir al Salvador.
Después Juan pudo escribir: “Nosotros sabemos que hemos pasado de
muerte a vida.” La vida que había vivido sin Jesús ya no le parecía vida,
sino muerte. Pablo hablará de su vida anterior al suceso en el camino de
Damasco en los mismos términos: ¡muerte!

¿Sabes tú ya también que has estado viviendo en muerte? ¿Sabes que has
pasado de muerte a vida? Tú dices: ¡No, yo nunca estuve en muerte, yo fui
siempre una persona honrada y respetable! Pues bien, si tú no sabes que un
día estuviste en el reino de la muerte, entonces es que lo estás todavía. De
esto no hay duda. Es posible que tú no recuerdes el día exacto de tu
conversión a Cristo, pero en la vida de toda persona tiene que haber un
momento en el que pasemos de la muerte a la vida. Y Dios quiere conceder
esta oportunidad a todas las personas del mundo.

Este cambio es el cambio de la muerte a la vida, de las tinieblas a la luz, del


error a la verdad, de la condenación a la gracia. Dichoso todo aquel que
haya tenido su hora de Damasco, su encuentro con Jesús.

´¨
Capítulo 10

Los compañeros de Saulo en el


viaje a Damasco
“Y los hombres que iban con Saldo se pararon atónitos, oyendo a la
verdad la voz, mas sin ver a nadie...

Y los que estaban conmigo vieron a la verdad la luz, y se espantaron;


pero no entendieron la voz del que hablaba conmigo.”

(Hechos 9:7; 22:9)

Pablo no viajó solo a Damasco. Como era costumbre, por razón de


seguridad y comodidad, se unió a una de las caravanas que hacían el viaje
de Jerusalén a Damasco. Creemos, además, que también le acompañaban
algunos miembros de la policía del templo, en calidad de escolta personal,
pues, Pablo debía temer alguna reacción violenta de parte de los cristianos,
y no era prudente que un hombre como él, conocido y temido por los
discípulos de Jesús, emprendiese en solitario un viaje al extranjero, cuyos
fines eran conocidos por los discípulos de Cristo. Estos compañeros de
viaje de Pablo participaron también en cierta medida de la gracia divina que
gustó su jefe a las puertas de Damasco, pero, como tantas veces ocurre, esta
participación de la gracia no produjo ningún resultado espiritual en ellos.
Vamos a resaltar tres diferencias entre la experiencia de Pablo y la de sus
acompañantes:

y
Diferencia en la experiencia exterior

Hubo una diferencia notable en la percepción del fenómeno que gustaron


todos estos hombres cerca de Damasco. Mientras que los acompañantes de
Pablo vieron la luz gloriosa y oyeron la voz, no vieron al Señor, ni tampoco
entendieron que la voz les hablase a ellos, ni qué era lo que decía la voz.
¡Esto es una verdadera desgracia: Tener al Señor tan cerca, y no
reconocerlo; oír su voz, y no entenderlo! ¡Cuántas veces le ocurre esto a los
mismos cristianos! Muchos vienen al culto, pero no son conscientes de que
el Señor está presente en él; oyen la predicación, pero no sienten que Dios
les haya hablado por medio de ella. A veces hasta sienten fastidio de que la
predicación haya durado tanto tiempo.

Sin embargo, Pablo lo experimentó todo con mayor intensidad y con mayor
intimidad. Él reconoció en medio de la luz al Jesús a quien él perseguía. En
1 Corintios 15:5-8 Pablo habla de las apariciones del Jesús resucitado,
visibles al ojo humano, y se refiere a la suya en el camino de Damasco
corno semejante a la visión que gustaron los doce apóstoles y centenares de
miembros de la iglesia primitiva durante los cuarenta días posteriores a la
resurrección de Jesús. También en 1 Corintios 9:1 dice: “¿No he
visto a
Jesús el Señor nuestro?” Además, el autor de los Hechos de los Apóstoles
afirma que Pablo vio con sus ojos a Jesús al hacer decir a Ananías:
“Hermano Saulo, el Señor Jesús, que se te apareció en el camino por donde
venías...” (9:17) y: “El Dios de nuestros padres te ha escogido para que
conozcas su voluntad, y veas al Justo y oigas la voz de su boca” (22:14).

La aparición de Jesús que gustó Pablo, al igual que la que gustaron los
hermanos en Judea y Galilea, era una aparición de gracia. Los pecados de
Pablo eran grandes, pero la gracia de Dios es más grande todavía. Los
padres de Sansón temieron y creyeron morir cuando se dieron cuenta de que
habían visto al ángel de Jehová, pero con aquella visión recibieron en su
interior el convencimiento de que Dios no estaba viendo en ellos sus
pecados, sino su gran necesidad. Jesús apareció a Pablo en el camino de
Damasco y puso fin a la necesidad espiritual de este hombre profundamente
confundido en su interior.

A diferencia de sus acompañantes, Pablo entendió la voz del que hablaba


con él. Esa voz le habló por su nombre: “Saulo, Saulo, ¿por qué me
persigues?” Era, pues, Jesús, y estaba hablándole a él. Pablo podía
entenderle y responderle. Jesús pedía cuentas a Pablo. Isaías 1:18-19 nos
dice: “Venid, luego, dice Jehová, y estemos a cuenta; si vuestros pecados
fueren como la grana como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos
como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana. Si quisiereis y oyereis,
comeréis el bien de la tierra.” Y Pablo quiso solucionar sus cuentas con
Jesús y oyó con fe la voz del que le hablaba. Y sus pecados fueron
perdonados y comenzó una nueva vida. Mientras tanto sus acompañantes
sólo vieron una luz y oyeron algo parecido a una voz, pero no supieron
interpretar correctamente ni una cosa ni otra. Esto es una desgracia. ¡Estar
tan cerca de la gracia divina y, sin embargo, tan lejos! ¡Cuántas personas
hay así en nuestro mundo de hoy! Porque Dios sigue manifestándose y
hablando a los hombres de muchas maneras. Pero los hombres ni tienen
ojos para ver, ni oídos para oír ni corazón para creer.

y
Diferencia en la experiencia interior

La experiencia de Pablo se diferenció también interiormente de la que


gustaron sus acompañantes. Estos quedaron atónitos y   espantados (9:7;
22:9). Igual que Pablo, temblaban y estaban atemorizados (9:6). Pero sólo
Pablo llegó en ella a ser consciente de sus pecados y pudo convertirse.

Una misma experiencia aun vivida en el mismo tiempo y lugar provoca en


distintas personas distintos sentimientos y distinta actitud. Esto tiene que
ver con los misteriosos propósitos divinos y con el estado espiritual de las
personas en cuestión. La historia de la conversión de Pablo tiene una
prehistoria. Esta comienza con la lapidación de Esteban, continua con la
persecución de la iglesia, sigue con los largos silencios y meditación en el
desierto durante los largos días de camino de Jerusalén a Damasco y
culmina con el encuentro con Jesús a las puertas de la capital de Siria y con
los tres terribles días de ceguera en Damasco.

Todos los que hoy conocemos a Jesús hemos tenido nuestra prehistoria,
momentos y experiencias que nos prepararon para nuestro encuentro
particular de fe con Jesús. En esto se diferencian también los hombres, en el
signo que dejan en su alma las experiencias vividas. Experiencias que a
unos apartan de Dios, mientras que a otros los vuelven a él. ¿Quién
entenderá este misterio?

y
Diferentes para siempre

Los compañeros de viaje de Pablo siguieron con él durante un tiempo por el


mismo camino, sentían lo mismo y pensaban lo mismo. Juntos perseguían
una misma meta. También los compañeros de Pablo iban a Damasco para
perseguir a la iglesia de Cristo. Se diferenciaban en el rango, pues, Pablo
era el jefe, mientras que ellos eran los subordinados, pero en los
sentimientos y en las ideas eran uno.

Esta comunión de ideas y propósitos perduró hasta que tuvo lugar el


encuentro con Jesús. Desde aquí se separan los caminos de estos hombres.
Todavía los compañeros de Pablo le conducirán ciego a su destino en
Damasco. Pero a partir de aquí le perdemos por completo la pista a estos
hombres. Nunca más volveremos a saber nada de ellos. Podemos suponer
que volvieron a Jerusalén e informaron a sus superiores de lo que había
ocurrido.

Estos compañeros de viaje de Pablo nos recuerdan a ciertos compañeros


nuestros en el camino de la vida, gentes que anduvieron con nosotros codo
a codo y que trabajaron con nosotros en la misma empresa, hasta el día en
que en nuestra vida ocurrió el gran cambio, nuestro encuentro con Jesús, y
nuestros caminos se separaron para siempre. Muchos de nuestros
compañeros de viaje por la vida no permanecerán con nosotros para
siempre. Jesús originará la separación. Dice nuestro Señor: “¿Pensáis que
he venido para dar paz en la tierra? Os digo: No, sino disensión. Porque de
aquí en adelante, cinco en una familia estarán divididos, tres contra dos, y
dos contra tres.” Jesús divide a la gente, como dividió a Pablo y sus
acompañantes. Y así la gente se diferenciará por la eternidad: unos a la
izquierda de Jesús, otros a su derecha. Y esto será así porque Jesús mismo
marca la diferencia.

´¨
Capítulo 11

Saulo, Saulo, ¿por qué me


persigues?
“Y cayendo en tierra, oyó una voz que le decía: Saulo, Saulo, ¿por qué
me persigues? “

(Hechos 9:4)

Cuatro cosas aprende Saulo de la pregunta que le formula Jesús:

y
Saulo mismo es interpelado

No cabe dudas. La doble repetición del nombre “¡Saulo,

Saulo!” excluye toda posibilidad de error. Saulo mismo está siendo

interpelado por su nombre por esa figura maravillosa envuelta en

brillante luz y suspendida entre el cielo y la tierra. La repetición

del nombre realza la importancia y seriedad de la interpelación.

No hay duda alguna, la figura celestial quiere que Pablo se entere

esta vez de que quiere tratar con él personalmente.

Dichosos nosotros si al oír la palabra de Dios sentimos que

nosotros mismos somos interpelados directamente por ella. Cuando

la palabra de Dios nos habla personalmente lo hace para nuestra

salvación y edificación, para ayudarnos a dar un nuevo rumbo a nuestra


vida, para cambiar alguna actitud o para confirmarnos en una verdad de
gran valor. Dios llamó a Abrahán por su nombre y le dijo: “Abraham. Y él
respondió: Heme aquí” (Génesis 22:1). Y le probó Dios con su primogénito
Isaac. Era la gran prueba del patriarca. También a Jacob llamó Dios por su
nombre mientras servía a Labán: “Jacob... yo soy el Dios de Bet–el.
Levántate ahora y sal de esta tierra, y vuélvete a la tierra de tu nacimiento”
(Génesis 31:11,13; ver también 46:2). También Samuel fue llamado

por Dios personalmente (1 Samuel 3:10).

Hay una gran bendición en sentir que la voz de Dios nos habla

a nosotros personalmente y no a otra persona. Cuando Dios nos

habla por medio de la predicación en la iglesia algunos oyentes van

aplicando esas palabras a otros miembros de la congregación. Dicen:

“¡Eso va para fulano! ¡Y esto, para mengano! ¡Y esto otro para zutano!” Y
no sienten que Dios les interpele a ellos de manera personal

por su palabra. ¡Que tragedia, oír la palabra de Dios y pensar que el

Señor habla a otros y no a nosotros! En varias ocasiones dice la Biblia: “El


que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias”.

Esto significa que Dios hoy continua hablando a su pueblo, que

hay momentos en los que podemos decir: “Ahora Dios me está hablando
personalmente”. Quiera el Señor darnos oídos atentos. Dios trata con sus
hijos ahora personalmente; nos habla por

su palabra, la Biblia, por su espíritu y por sus hijos. ¿Somos nosotros


capaces de distinguir la voz de Dios y de decir: “Heme aquí,

Señor”? Oír la voz de la gracia de Dios es para el hombre y la

mujer el mayor bien, la mayor bendición. Pablo lo experimentó

así. Nosotros también.

y
Saulo estaba siendo observado desde el cielo por Jesús

Allí arriba había una figura maravillosa envuelta en luz divina que estaba
tratando con él personalmente y que conocía perfectamente todos sus pasos.
Pablo se sintió descubierto y desnudo delante de Jesús. Sintió la vergüenza
de Adán y el horror de su pecado. No hay cosa que escape a los ojos de
Jesús. Él mismo dijo a sus discípulos: “No hay nada oculto que no haya de
ser manifestado; ni escondido, que no haya de salir a luz” (Marcos 4:22).

Para nosotros será una buena cosa saber que los ojos del Señor están sobre
nosotros y miran nuestro caminar. Agar pudo huir de la presencia de Sara,
escapando de sus malos tratos; pero no pudo huir de Dios. Y cuando el
Señor se le aparece en el desierto en forma de ángel, le confiesa: “Tú eres
Dios que me ve” (Génesis 15:13). ¡Dios nos ve! El salmista dice: “Oh
Jehová, tú me has examinado y conocido. Tú has conocido mi sentarme y
mi levantarme: has entendido desde lejos mis pensamientos. Has
escudriñado mi andar y mi reposo, y todos mis caminos te son conocidos...
¿A dónde huiré de tu Espíritu? ¿Y a dónde huiré de tu presencia?” (Salmo
139:1-3). ¡Dios nos ve! Apocalipsis 1:14 y 2:18 nos presenta a Jesús como
“el que tiene ojos como llama de fuego”. Esto significa que a Jesús no lo
podernos engañar; él lo ve todo. Delante de él somos como un libro abierto.
Y nuestra aspiración debe ser esta misma. Por eso debemos hacer nuestra la
oración del salmista cuando dice: “Examíname, oh Dios, y conoce mi
corazón; pruébame y conoce mis pensamientos; y ve si hay en mi camino
de perversidad, y guíame en el camino eterno” (Salmo 139:23-24).

y
Dios reprobaba la obra de Saulo

Los hombres hacen muchas cosas en la convicción de estar sirviendo a Dios


y pensando que hacen un bien. Saulo perseguía a la iglesia de Cristo
plenamente convencido de que Dios aprobaba este proceder. ¡Cuán
equivocado estaba!

Aquí se cumplen las palabras del Señor: “Mis pensamientos no son vuestros
pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová” (Isaías 55:8).

¿Estamos nosotros seguros de contar con la aprobación de Jesús en la obra


que tenemos entre manos? ¿Contamos con el beneplácito divino en el
camino que estamos andando? Muchas veces el cristiano es motivado a
obrar únicamente por los impulsos de su carne y vanidad. La experiencia en
el camino de Damasco conducirá a Pablo a asegurarse muy bien en el futuro
de la correcta motivación de sus obras, porque él descubrirá que aún
algunos de los que se dicen cristianos se engañan a sí mismos sobre el
motivo que impulsa sus acciones. En Filipenses 1:15,16 dirá Pablo varios
años más tarde: “Algunos, a la verdad, predican a Cristo por envidia y
contienda; pero otros de buena voluntad. Unos anuncian a Cristo por
contención, no sinceramente, pensando añadir aflicción a mis prisiones.”
Esto, naturalmente, no está bien. Así que, podemos hacer buenas cosas
llevados de una mala intención. Por eso, porque podemos equivocarnos en
nuestra labor, nuestra oración debe ser a menudo: “Examíname, oh Dios, y
conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos; y ve si hay en
mi camino de perversidad, y guíame en el camino eterno.” Dios examinó el
corazón de Saulo, comprobó sus pensamientos, y - ¡gran horror! descubrió
que todo estaba envuelto en la perversidad. De manera que el juicio de Dios
sobre la acción de Saulo fue el mismo que el Señor emitió sobre el pecado
de David con Betsabé: “Mas esto que había hecho fue desagradable ante los
ojos de Jehová” (2 Samuel 1:27b).

y
Pablo es juzgado por Jesús
Las palabras de Jesús: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?” no son
únicamente un intento de hacer reflexionar a Saulo, son también un
reproche. Pero más aún, son un juicio. Jesús pide a Saulo cuenta de sus
acciones. Y cuando Jesús entra en juicio con una persona ésta no puede
mantenerse en pie. Delante de Jesús, el juez de vivos y muertos, el hombre
es menos que nada.

Todos habremos de rendir un día cuentas a Jesús. Él será el juez de todos.


Pablo lo comprendió ese día y no lo olvidó jamás. Muchos años más tarde
le escribirá a su colaborador Timoteo diciéndole que “el Señor Jesucristo,
juzgará a los vivos y a los muertos en su manifestación y en su reino” (2
Timoteo 4:1).

¿Cómo juzgaría Jesús nuestra vida hoy? ¿Nos hallaría siervos fieles y
buenos? ¿O pronunciaría sobre nosotros y nuestra obra personal el terrible
“MENE, MENE, TEKEL”? (Daniel 5:25). Juzgando, Jesús condena y
salva; humilla hasta el polvo y levanta hasta la gloria. Pablo fue aquel día
juzgado, condenado y salvo, porque Dios quiso manifestar en él toda su
gracia, para ejemplo alentador a todos los hombres. ¿Hemos tenido nosotros
la experiencia de Pablo en el camino de Damasco? ¿Hemos gustado ya este
encuentro terrible y, a la vez, maravilloso con Jesús? ¿Hemos gustado ya su
juicio, al descubrirnos nuestra maldad y lo equivocado de nuestros caminos,
y hemos gustado su gracia renovadora? Esta debe ser la aspiración de todos
los hombres y mujeres del mundo.

´¨
Capítulo 12

Las preguntas de Saulo a Jesús


“Él dijo: ¿Quién eres, Señor? Y le dijo: Yo soy Jesús, a quien tú
persigues; dura cosa te es dar coces contra el aguijón. El, temblando y
temeroso, dijo: Señor, ¿qué quieres que yo haga? Y el Señor le dijo:
Levántate y entra en la ciudad, y se te dirá lo que debes hacer.”
(Hechos 9:5-6)

Las dos preguntas que Pablo hace a Jesús en el camino de Damasco nos
muestran cuál es la postura que Pablo toma frente a Jesús desde que le
conoció por primera vez con motivo de su aparición en el desierto
damasceno.

y
Bancarrota total

Hay personas que en el instante de su conversión llevaban ya un tiempo


buscando a Dios. El reformador alemán Martín Lutero pertenece a este
grupo de hombres. Pero este no es el caso de Pablo. Él está plenamente
convencido de que le conoce y le sirve. Por eso su encuentro con Jesús
resulta brusco y violento. No ocurre como en el caso de Samuel, a quien
Dios prepara tras varias llamadas y también por la intervención del anciano
Elí. Tampoco tiene este encuentro los rasgos pacíficos del que gustó
Moisés, quien fue preparado por el suceso de la zarza ardiente que no se
consumía. En el caso de Pablo, la revelación divina tiene lugar de manera
súbita, inesperada, repentina y hasta podríamos decir, violenta. Pablo
“cayó” a tierra, esto no significa que se postrara en actitud reverente o de
adoración, sino que fue tirado a tierra. Fue arrollado; vencido como un
combatiente que ahora está a plena merced de su contrincante. Algunos
encuentros de fe con Dios revisten este dramatismo.

Cuando Saulo escucha la voz de Jesús se siente confundido, no la reconoce.


Entonces pregunta: “¿Quién eres, Señor?” El título Señor evidencia que
Pablo es consciente de estar ante un ser superior y muy poderoso. Pablo
percibe claramente su total pequeñez y su impotencia. Todavía no se ha
dado cuenta de que el ser que le interpela desde el cielo es Jesús. Cuando
Jesús responde a su pregunta, se llena de terror y tiembla de miedo (v. 6).
¡Jesús es quien le habla! El que él consideraba un mesías impostor y contra
cuya causa él está luchando tan rabiosamente. ¡Pablo ha caído ahora en las
manos de Jesús! ¡Y eso es terrible para un pecador impenitente! ¿Podemos
imaginarnos el horror de Pablo en ese instante? Se encuentra delante de su
juez y tiene sus manos manchadas de sangre y de injusticia. El autor de la
epístola a los Hebreos, que algunos suponen que pudo ser el mismo apóstol
Pablo o uno de sus íntimos colaboradores, llegó a escribir: “¡Horrenda cosa
es caer en manos del Dios vivo!” (Hebreos 10:31). Pablo se sintió así
delante de Jesús. Se sintió horrorizado al darse cuenta del inmenso fracaso
de su vida. Se había equivocado por completo, ¿qué haría ahora con él
Jesús, el Juez de vivos y muertos? Este sentimiento de horror embargará un
día a todos los pecadores impenitentes al comparecer delante de este mismo
Jesús. ¡Será terrible descubrir que se pasaron toda la vida luchando contra
Dios.

Sin embargo, algo debió de haber en el tono con que Jesús pronunció estas
palabras. Creemos que contenían un tono de juicio, pero también de amor,
invitaban a Pablo a la reflexión, a dar una respuesta. Y fue esto lo que
condujo a Pablo a formular su segunda pregunta: “Señor, ¿qué quieres que
yo haga?” Pablo reconoció su ceguera y toda su incapacidad para
justificarse y salir airoso de aquella situación.

Cuando una persona llega a este extremo y lo hace con la actitud debida, se
encuentra en el comienzo del camino que le llevará a la vida eterna.

y
Sumisión total

A la pregunta “¿Quién eres, Señor?”, sigue inmediatamente otra pregunta


que constituye el primer indicio de una conversión espiritual: “Señor, ¿qué
quieres que yo haga? Si hay procesos espirituales que necesitan de un
tiempo más o menos largos, hay también otros que ocurren súbitamente, y
este fue el caso de Pablo. El pastor al que sucedí en el ministerio en la
ciudad de Duisburgo había sido una persona sin religión. Este hombre se
convirtió a Cristo a la edad de cuarenta años la primera vez que entró en
una iglesia evangélica y oyó una predicación. Desde ese instante se
convirtió en un activo propagador del evangelio.

Si tuviéramos que definir el significado de conversión encontraríamos un


excelente auxilio en la segunda pregunta que Pablo hace a Jesús: “Señor,
¿qué quieres que yo haga?” Conversión es sometimiento. Pablo ha sido
herido por la revelación del resucitado. Ya no puede combatirle más. Se ha
dado cuenta del error de toda su vida. Indefenso y entregado yace a sus pies
en el polvo del desierto: “Señor, ¿qué quieres que yo haga? Si el Señor le
mandara a Jerusalén, iría allí. Si le enviara a otra parte, no dudaría en
obedecerle. Desde ahora sólo Jesús decide lo que debe ocurrir en su vida.
En la esencia de toda conversión encontramos un sometimiento y una
entrega voluntaria y sin condiciones. Algunas profesiones públicas de fe
nunca llegaron a ser auténticas conversiones, porque les faltó el
sometimiento. Una persona puede estar emocionalmente afectada por el
evangelio, puede sentir dolor y arrepentimiento por el pecado. Todo esto es
bueno y necesario; pero no constituye todavía una conversión. A la
naturaleza de la conversión corresponde el sometimiento.

¿Te has sometido ya al Señor de manera voluntaria y total? Quizá te gusta


acudir a los cultos, te agrada la lectura de la Biblia y oras con placer; pero si
aún no has llegado al sometimiento total ante Jesús, si no has claudicado
plenamente ante el resucitado, aún no te has convertido.

¡De qué manera más plena se rindió y se entregó Pablo a Jesús! A partir de
su primer encuentro con Jesús nunca más consideró suyo nada. Su entrega a
Jesús fue plena y permanente. Era tan absoluta y tan auténtica, que podía
decir: “Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí”. El lugar de su yo lo ocupó
Jesús; su voluntad llegó a ser la de su Señor. Y lo más admirable es que esto
no significaba para él esfuerzo ni sufrimiento, sino que podía decir: “Para
mí el vivir es Cristo”. De Jesús sacaba las fuerzas para vivir, la alegría para
su ministerio, el consuelo para sus sufrimientos y el valor para confesar su
fe ante reyes y gobernadores. La fuente de su energía era Jesús.

Y si alguien le hubiera preguntado si no echaba en falta nada de su vida


pasada, él respondería invariablemente y seguro: “Cuantas cosas eran para
mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo. Y
ciertamente aún estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del
conocimiento de Cristo Jesús, por amor del cual lo he perdido todo, y lo
tengo por basura, para ganar a Cristo” (Filipenses 3:7-8). Estas son palabras
de Pablo pronunciadas al final de su vida. Aún después de tantos años de
servicio, podía decir: “Y ciertamente, aún estimo todas las cosas como
pérdida”. Así que, al final de su existencia mantenía libre y gozosamente
aquella sumisión y entrega absolutas a Cristo. Así de grande, importante,
maravilloso y significativo era Jesús para él.

El que se someta a Jesús de una manera tan radical y absoluta gustará las
mismas experiencias que el apóstol Pablo. El que no las guste, el que aún
no tenga en Jesús su pleno gozo, es que todavía no se ha rendido totalmente
a Jesús. Delante de Jesús sólo cabe una actitud: La sumisión presta y
gozosa. Esta es la actitud de toda verdadera conversión.

Al preguntar a Jesús: “Señor: ¿qué quieres que yo haga?”, Pablo estaba


sometiéndose sin condiciones al Señor, declarándose dispuesto a dejarse
dirigir por él. Nosotros debemos hacer al Señor la misma pregunta.

y
Confianza total

Con su pregunta Pablo pide a Jesús luz y entendimiento para dirigir sus
próximos pasos en la vida. Hasta ahora le había combatido y tenido por un
falso mesías. Pero en ese instante nace en Pablo una confianza total en
Jesús, hasta el extremo de confiar su vida en sus manos. Pablo siente con la
certeza de la fe incipiente que se puede confiar plenamente en Jesús. De ahí
también su pregunta: “Señor, ¿qué quieres que yo haga?”

Esta demanda por un rayo de luz, este ruego por instrucción fue la primera
chispa de una fe ejemplar. No podía ser de otra manera, porque Pablo pidió
con fe, y al que pide con fe Dios no le niega nada. El que gime por la luz de
Dios, está cerca del trono de la gracia.

Dichosos todos los que han sido tocados por la gracia de Jesús, y
reconociendo su ceguera personal se someten al Señor pidiéndole
instrucción para vivir. El Señor no dejará a estas personas en su angustia y
necesidad, sino que los guiará y les mostrará la senda de la vida (Salmo
25:1-5).

´¨
Capítulo 13

El aguijón
“Dura cosa te es dar coces contra el aguijón”
(Hechos 9:5b)
Este texto nos ofrece un bello ejemplo de la lucha y del tesón con que el
Señor Jesús aspira a conquistar el corazón de las personas, aún de las más
duras.

y
Resistir a Dios es una insensatez

Con las palabras “dura cosa te es dar coces contra el aguijón”, el Señor
Jesús conmina a Saulo a deponer definitivamente toda resistencia contra él.
Resistir a Dios es una insensatez por parte del ser humano. Dios siempre es
más fuerte y nos puede. Jacob luchó con el ángel del Señor, y fue vencido.
Saulo también lo será. En muchos casos el Señor nos habla a través de
determinados acontecimientos para hacernos claudicar ante él. Así lo hizo
con Saulo. Aunque éste se resistía con todas sus fuerzas a reconocer lo
evidente, el aguijón penetraba en él cada vez más profunda y
dolorosamente. Saulo se negaba a reconocer a Jesús como el mesías de
Israel; se negaba a reconocer a sus discípulos como el pueblo del Señor.
Pero lo que él veía en aquellos hombres y mujeres cristianos no se podía
explicar sino por una intervención divina. ¿Cómo podían aquellas personas
haber cambiado tanto? ¿Cómo podía explicarse el amor que sentían y
transmitían? ¿Cómo entender aquella solicitud por los pobres, aquellos
actos de generoso desprendimiento, el orden que se manifestaba en sus
reuniones, el celo misionero que les llenaba por completo, aquella entereza
y fidelidad en medio de la persecución y del sufrimiento más atroz?
¿Estaban locos estos hombres que se manifestaban, sin embargo, tan
cuerdos, tan justos, tan espirituales y tan humanos?

Todo comenzó con el apedreamiento de Esteban. Saulo guardaba las ropas


de los que apedreaban a aquel discípulo de Jesús. Y aquel hombre murió
como Saulo nunca había visto morir a nadie, ni creía que nadie podría morir
en semejantes horribles circunstancias. Murió lleno de fe en Dios, lleno de
amor hacia los que le estaban asesinando y lleno de esperanza en una
inmediata vida mejor junto a Dios, junto a Jesús. Esta manera de morir
impactó a Saulo. Y se decía: “¿Puede ser un hereje, un malhechor o un
desechado de Dios quien muere de esta manera?” Y la respuesta que
brotaba del corazón del mismo Saulo era invariablemente: “¡No!” Pero su
razón decía: “¡Este hombre no puede tener razón; sus palabras no pueden
ser ciertas!” Porque de ser así, la religión de su pueblo era un error y los
sacerdotes y estudiosos de la ley divina habrían fracasado estrepitosamente.
Y Saulo se negaba a admitir esto último. ¿No conocemos nosotros también
a hombres y mujeres que se aferran tercamente a una religión heredada, a
pesar de que sus ojos y sus oídos han visto y oído lo que Dios ha hecho en
nuestras vidas? Admiran y envidian nuestra fe, nuestro amor y nuestra
coherencia con lo que creemos, pero no encuentran la fuerza o el valor para
aceptar nuestro mensaje. Y para acallar la voz de sus conciencias les vemos
zambullirse con más fanatismo aún en una religión que ya no les puede
llenar el alma, pero que no son capaces de abandonar.

y
Resistir a Dios acarrea sufrimiento

En Israel los animales de tiro eran dirigidos por un palo largo, una de cuyas
puntas acababa en un aguijón. Si el animal daba una coz contra esta vara
puntiaguda, la consecuencia era que el aguijón se clavaba en su carne
produciéndole un gran dolor. Cuantas más coces daba la bestia contra el
aguijón, tanto más daño y dolor se producía a sí misma. De igual manera,
cada intento de Saulo de resistir al llamado del Señor le producía
únicamente nuevo dolor.

La confusión y el dolor aumentaban en el interior de Saulo en la misma


proporción en que él resistía a la gracia de Dios que se le estaba revelando
en el testimonio de Esteban y de aquellos primeros cristianos. Y,
torpemente, Saulo decide obrar como nuestros conocidos que acabamos de
citar: Redobla su odio y su furia contra los discípulos de Jesús y los
persigue con saña a muerte.

¿Y qué consigue Saulo con esto? Pues únicamente aumentar su dolor y su


confusión, ya que ahora conocerá más de cerca a los cristianos y volverá a
constatar el amor que se tienen entre ellos, al no denunciar a Sus hermanos
ni siquiera ante el sufrimiento que les ocasiona las torturas y la cárcel.
Saulo les escuchará orar por sus propios verdugos, tal como hicieron
Esteban y el mismo Jesús. Y de esta manera, el aguijón se clavaba más
profundamente en sus carnes.

Si aquellos cristianos hubieran blasfemado y apostatado de su fe en


Jesucristo, él habría sentido un gran alivio. Pero aquellos hombres y
mujeres permanecían fieles a su Señor en medio de los atroces sufrimientos.
¿De dónde tenían aquella fuerza? ¿Qué era lo que les daba aquella firmeza
y decisión? ¿Cómo se amaban tanto los unos a los otros, protegiéndose en
lugar de delatarse mutuamente? ¿De dónde tenían la capacidad para
perdonar a sus verdugos y orar por ellos?

Esto era lo que Pablo descubría con asombro al mirar en las filas de los
cristianos.

Por el contrario, al mirar en las filas de los fariseos descubría en ellos


contiendas y disensiones. ¡Cuánta hipocresía y perfidia había entre éstos!
¡Cuánto partidismo y cuánto egoísmo! Sí, era cierto, como se decía, los
fariseos devoraban las casas de las viudas y sus largas y artificiales
oraciones eran puro pretexto, pura hipocresía. Juraban con facilidad,
mentían y engañaban para sacar provecho. Nada hacían sin cobrarlo bien.
Todo era cuestión de dinero. De amor al prójimo no se encontraba en la
mayoría de ellos ni la más remota huella. En cambio, entre los cristianos se
veía honradez, verdad, auténtica espiritualidad, desinterés y generosidad.

¿Cómo era posible que estos nazarenos pudieran guardar como nadie las
palabras que Dios dio al pueblo a través de Moisés, aquellas palabras que
decían: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”? (Levítico 19:18).

El contraste entre la conducta que él observaba entre los escribas y fariseos,


por una parte, y los cristianos, por otra, le confundía; hacía que el aguijón se
clavara en sus carnes con más fuerza. ¡Oh, aquellas terribles noches de
insomnio! ¡Oh, aquel torbellino de preguntas y de ideas dolorosas! Pero
resistiéndose a creer lo evidente, Saulo concibió el terrible proyecto de
matar a todos los cristianos, hombres, mujeres y niños. Todos debían morir.
Sólo entonces creía poder encontrar la paz para su turbado corazón.

De esta manera Saulo se hacía más daño a sí mismo, al dar coces contra el
aguijón. De alguna manera estaba siguiendo el camino y la conducta de
aquel profeta de Dios llamado Jonás. Este hombre oyó la clara voz de Dios
llamándole a predicar el arrepentimiento a la ciudad de Nínive. Pero Jonás
no quería predicar la gracia de Dios en esta ciudad. De manera que se
embarcó con un destino totalmente opuesto, en la esperanza de escapar a la
voz de Dios. Y por desobedecer el llamado divino Jonás tuvo que sufrir
mucho, a la vez que hizo sufrir a otras personas, poniendo sus vidas en
peligro de muerte. En medio del mar Dios hizo levantar una terrible
tempestad que amenaza con hundir el barco. El profeta entendió que esto
venía de Dios, y así lo declaró a los marinos, quienes le arrojaron al mar por
la borda. En seguida el mar se calmó, pero un gran pez se tragó a Jonás. Y
el profeta se sintió morir en aquella tumba viva, y en las profundidades del
mar. ¿Podemos hacernos una vaga idea de todo el sufrimiento que Jonás
padeció en el vientre del pez? Y todo este sufrimiento se lo infligió él
mismo por su propia desobediencia.

Tanto Jonás corno Saulo nos muestran que no podemos escapar de Dios.
Negarnos al llamado del Señor nos conducirá al sufrimiento y a hacer sufrir
a otros.

y
Obedecer a Dios es lo mejor para nosotros

Lo mejor que puede hacer un animal de tiro es someterse sin resistencia a la


voluntad y dirección de su señor; y lo mejor que nosotros podemos hacer es
secundar con prontitud y buena voluntad la más mínima indicación que
creamos venir de nuestro Señor celestial. Jesús dijo: “Mi yugo es fácil, y
ligera mi carga.”

Él quiere que seamos felices bajo su dirección. Él quiere el descanso y la


paz para nuestras almas.
Años más tarde llegará a decir este Saulo, convertido ya en apóstol de los
gentiles, que los codiciosos “son traspasados de muchos dolores” (1
Timoteo 6:10). Esto cabe decirlo especialmente de los amantes del dinero,
pero la verdad es que cualquier abandono de los caminos del Señor por
nuestra parte, trae consigo idénticas consecuencias. Toda desobediencia y
resistencia a Dios produce dolor y sufrimiento.

Procuremos nosotros con todas nuestras fuerzas vivir entregados a secundar


la voluntad de Jesús, de esta manera nos veremos libres de muchas
calamidades. Jeremías dice al pueblo de Israel acerca de sus sufrimientos:
“¿No te acarreó esto el haber dejado a Jehová tu Dios, cuando te conducía
por el camino?” (Jeremías 2:17). También el profeta Oseas dice: “Te
perdiste, oh Israel, mas en mí está tu ayuda” (Oseas 13:9). No hay nada tan
gratificante para el ser humano como obedecer a su Señor y Dios. Dice
Jesús: “Venid a mí... y hallaréis descanso para vuestras almas.”

´¨
Capítulo 14
La primera instrucción
“Y el Señor le dijo: Levántate y entra en la ciudad, y se te dirá lo que
debes hacer.”

(Hechos 9:6b)

Muchos cristianos tienen dificultades en entender cuál sea la voluntad de


Dios para sus vidas. Sinceramente se preguntan como Pablo: “Señor, ¿qué,
quieres que yo haga?” Esta inquietud es una señal evidente de verdadera
conversión. Por otra parte, es bueno que hagamos esta pregunta, pues, Dios
es un Dios de orden y propósito, y si cada objeto de su creación, incluso los
más pequeños, tienen un propósito, ¿cómo no lo tendrán mucho más los
hombres y mujeres redimidos por Cristo a un precio tan alto?

A la pregunta de Pablo, Jesús responde: “Levántate y entra en la ciudad, y


se te dirá lo que debes hacer.” En esta frase encontramos dos ideas que nos
pueden servir de orientación en los momentos en que, como Pablo,
inquiramos la voluntad de Dios buscando orientar nuestra vida según ella.

y
Dios nos guía paso a paso

Lo primero que nos muestra la conversión de Pablo es que

Dios le da sobre su voluntad tanta luz como precisa en ese mismo

instante. La única instrucción que recibe Pablo por ahora es la de

entrar en la ciudad de Damasco. Todo lo demás le será comunicado

más adelante. Esto nos muestra claramente que a menudo hemos

de esperar para recibir un conocimiento amplio de la voluntad de

Dios. Pablo debía recibir las instrucciones sobre su futuro en Damasco y no


fuera de la ciudad, en el desierto.

Así también nosotros debemos procurar contentarnos cuando

Dios nos dé solamente tanta la luz como necesitemos para nuestro

hoy y ahora. Si nosotros obramos y procedemos en todo conforme

a esta luz que tenemos, tengamos por seguro que Dios nos dará

más claridad en el momento oportuno.

Desde el principio de la creación fue una tentación para los

seres humanos tener luz sobre su futuro. Creo que a todos nos

gustaría saber muchas cosas sobre él, al menos las agradables y

positivas. Creemos que conociendo el futuro nos prepararíamos

mejor de cara a nuestras actividades en él. En más de una ocasión

todos hemos lamentado no haber aprovechado mejor el tiempo

pasado de cara a nuestras actividades presentes. Pero estas lamentaciones


no nos conducen a ninguna parte. Los cristianos debemos

aprovechar bien nuestro tiempo y andar a la claridad de la luz que

tenemos.

Los astrólogos y los videntes hacen su agosto de esta debilidad

humana relacionada con el porvenir. Pero el cristiano puede ir por

la vida con otra actitud. A nosotros debe bastarnos saber que Dios

conoce nuestro futuro y que él nos está guiando hacia el mismo.

Por eso nos contentamos con la luz que Dios nos regala para cada

nuevo paso a dar.

Pablo siguió fielmente la instrucción divina, y a su tiempo

recibió más luz sobre su quehacer futuro.

´
La primera instrucción¨

y
Dios nos guía soberanamente

Pablo no sólo hubiera querido hacer inmediatamente la voluntad del Señor,


sino que hubiera querido oírla de los mismos labios de Jesús. Sin embargo,
el Señor obra en esto de manera distinta a lo que cabría esperar. Le dice a
Pablo: “Entra en la ciudad, y se te dirá lo que debes hacer.” Observemos
que no dice “te diré”, sino “se te dirá lo que debes hacer”. La palabra “se”
indica que el Señor utilizará a hombres para dar más luz a su siervo. La
primera instrucción en el camino de la vida la recibió Pablo directamente de
Jesús mismo y de una manera maravillosa. Pero Dios no siempre nos habla
así. La siguiente instrucción sobre los próximos pasos a seguir en la
voluntad de Dios la recibirá Pablo de un hombre, de un siervo de Jesucristo
y de manera tan natural como puede serlo la conversación entre dos
personas.

El orgulloso fariseo, hasta ahora líder de hombres, tiene que acceder a ser
guiado por un hombre. Llegó a las puertas de Damasco altivo, seguro y
confiado en sí mismo. Tenía clara conciencia de lo que iba a hacer y de
cómo iba a desarrollar sus planes. Pero entra en la ciudad ciego, temblando
y temeroso, sin saber a dónde le llevan. Y, sorpresas de la vida. ¡los
hombres que él perseguía son los que ahora le van a mostrar el camino de la
voluntad de Dios!

y
Dios nos guía por medio de la iglesia

Pablo ha gustado un milagro maravilloso al comienzo de su vida cristiana,


pero esto no significa en ninguna manera que él tenga que quedarse al
margen de la iglesia y que en relación con su vida y con su obra vaya a
recibir siempre esta clase de revelación directa de Dios. Ha gustado el
milagro para llegar a ser miembro de la iglesia, para vivir en ella dando y
recibiendo, como todos sus demás miembros. Por eso, Cristo no continua el
diálogo con él ni le da más explicaciones sobre lo que debe hacer, sino que
le manda entrar en Damasco, donde recibirá más instrucciones a su debido
tiempo.

Por último, la palabra “se” nos enseña otra lección importante. A menudo
nos inclinamos a esperar de Dios alguna revelación sobrenatural acerca del
rumbo que deben tomar nuestros pasos, cuando la realidad es que Dios nos
quiere instruir por medio de hermanos experimentados a los que él ha dado
luz para nuestra instrucción. Dios nos habla también por medio de los
hermanos. La conversación con un hermano espiritual, versado en las
escrituras y experimentado en la vida cristiana puede ser un instrumento en
las manos de Jesús para orientar nuestros pasos en la vida.

Cuando consideré la posibilidad de venir a trabajar a España pasé por un


momento de dudas. Fue en esos días cuando uno de estos hermanos se puso
en contacto conmigo y me dijo: “Hermano Félix, tengo que decirle algo que
creo que Dios me ha dado para Vd. mientras oraba. Y es que, aunque me
gustaría retenerle con nosotros, si la iglesia de Elche le llama para
desempeñar el ministerio pastoral, Vd. debe marchar a España.” Yo sentí y
entendí que Dios me estaba guiando por las palabras de este hermano, y
muchos años después me confirmo en esta convicción.

Dios nos habla por medio de los hermanos que tenemos a nuestro alrededor,
y esto hemos de considerarlo como una preciosa gracia del cielo.
´¨
Capítulo 15

La ceguera física de Saulo


“Entonces Saulo se levantó de tierra, y abriendo los ojos, no veía a
nadie; así que, llevándole por la mano, lo metieron en Damasco.”

(Hechos 9:8; 22:11a)

El hombre es una unidad compuesta de una parte espiritual y otra material.


Ambas partes se influyen mutuamente. Lo que ocurre en el alma se refleja
en el cuerpo, y lo que ocurre en éste tiene su correspondencia en aquella. A
todos nos ocurre lo mismo, los conflictos y los desgarros internos tienen su
influencia en nuestro organismo físico y quedan registrados en él con
marcas y huellas muy precisas. La revolución que experimentó Pablo en su
alma y en su mente, cuando se encontró con Jesús por primera vez, tenía
que dejar también su efecto en su cuerpo. Esto nos muestra hasta qué
extremo están unidos el alma y el cuerpo.

y
¿Cuándo se produjo la ceguera?

En relación con la ceguera de Pablo, nos preguntamos en primer lugar:


¿Cuándo se produjo ésta? Resulta muy curioso observar que Pablo se quedó
ciego precisamente cuando empezó a ver espiritualmente. Al mismo tiempo
que le fueron abiertos sus ojos para que viera cuál era el camino correcto en
el orden espiritual, le fue quitada la vista física.

La profunda y misteriosa sabiduría divina auna en ocasiones grandes


bendiciones internas con humillaciones externas y debilidades físicas. Un
crecimiento en la gracia está a veces unido a alguna clase de manifiesta
debilidad física. El patriarca Jacob fue herido en su muslo en el mismo
instante en que su alma era sanada en una sorprendente lucha con Dios en
Peniel (Génesis 32:25ss). Desde aquel encuentro con Dios Jacob fue un
hombre distinto. Tanto en sentido espiritual como físicamente había
madurado en su relación con Dios, pero desde entonces también caminaría
cojo.

Otro ejemplo de esta extraña manifestación de la gracia divina lo tenemos


en la persona de Zacarías, padre Juan el Bautista (Lucas 1:20-22). Zacarías
quedó mudo después de tener el maravilloso encuentro con el ángel en el
templo de Jerusalén y sólo recobró la voz después de que la promesa del
ángel tuvo cumplimiento con el nacimiento de su hijo. Este tipo de
debilidad o de humillación físicas son una señal que acompaña a la palabra
de Dios y que pretende transmitir seguridad al afectado por esta palabra.

Procuremos no quejarnos nunca cuando los efectos de la gracia divina en


nuestra alma sean acompañados de humillaciones físicas.

y
¿Por medio de quién se produjo la ceguera?

Cuando cesó la voz y desapareció la luz, Pablo se levantó del suelo, pero
¡no podía ver! La potente luz de Jesús le había cegado. La gracia de Cristo
se le había revelado de una manera maravillosa y absoluta, perdonándole
sus graves pecados, incorporándole a la iglesia como miembro de pleno
derecho y, además, llamándole al ministerio. Pero ahora llevaba también en
su propio cuerpo una señal de la gravedad que esa gracia encierra. Ese día
Pablo no se separó de Jesús únicamente con alborozo y gratitud en el alma,
sino también profundamente humillado como un hombre ciego a quien sus
acompañantes tuvieron que introducir de la mano en Damasco.

Era un conejillo tembloroso y triste el que entraba en Damasco. Un joven


fariseo, perteneciente al alto rango de esa sociedad religiosa, tal como
revelaban sus vestiduras, pero ciego. Los judíos que se encontraban en las
calles de Damasco le saludaban con una profunda reverencia, pero él no les
correspondía, no podía verlos. ¡Estaba ciego! Esperaban en Damasco a un
fiero y terrible león, pero vieron llegar a una criatura indefensa, un hombre
derrotado y débil, que sólo quería un lugar de descanso donde pudieran
dejarle solo.

En su ceguera física Pablo tenía un buen ejemplo de lo que él había sido


hasta ahora. En su ceguera espiritual no solamente había estado huyendo de
Dios, sino también luchando contra él, combatiendo neciamente a aquel que
había sido puesto por Señor; él, que no era más que un pobre hombre tirado
en el polvo del desierto. Pero la ceguera física hablaba también del cambio
espiritual que se había provocado en él. Si hasta este instante había mirado
el mundo con ojos vigorosos y firmes, cuando espiritualmente estaba ciego,
ahora que sus ojos estaban llenos de oscuridad le había sido dada la gracia
de ver a Cristo.

A pesar del sufrimiento de la ceguera física Pablo tenía en ella un profundo


consuelo, pues, sabía que esta era el resultado de su encuentro con Jesús. Su
ceguera no era producto de una enfermedad ni de un accidente que él
hubiese provocado por algún descuido. ¡Era Jesús quien se la había
provocado! Y esto era consolador. Dichosos nosotros si al pasar por la
escuela del sufrimiento tenemos clara conciencia de que este no se debe a
ninguna insensatez nuestra, ni a falta de disciplina o cosa semejante. Lo que
procede del Señor es siempre restaurador y bueno.

Pablo iba a aprender profundas verdades gracias a esta ceguera. Él, el


hombre fuerte y poderoso, entró en Damasco de la mano de sus
acompañantes, aprendiendo así lo que significa tener que depender
plenamente de la ayuda de otros. ¿Fue a partir de esta ceguera cuando Pablo
empezó a entender lo que significaba la “gracia”? Gracia es depender
plenamente de la ayuda de otro.

El quebrantamiento corporal era también una señal del quebrantamiento de


la confianza en las propias capacidades y rendimiento. Desde este instante
Pablo combatirá la idea de la salvación por las obras como no lo hará jamás
ningún otro escritor o predicador cristiano. Su teología de la salvación por
la gracia es un exacto reflejo de su propia experiencia en el camino de
Damasco. Vemos, pues, hasta que extremos este suceso determinó su vida y
pensamientos posteriores.

y
¿De qué manera se produjo la ceguera?

Según el texto bíblico, la persona de Jesús irradiaba una luz tan potente que
sus rayos deslumbraron los ojos de Pablo, produciéndole inmediatamente la
ceguera.
Esto nos muestra algo de la gloria de nuestro redentor glorificado. Él, que
se despojó a sí mismo de su gloria, al tomar forma de siervo, ha vuelto de
nuevo a vestirse de hermosura y de luz. Se acabaron los días de debilidad.
Pasaron los días de la carne. Ahora ha vuelto a aquella gloria que tuvo con
el Padre antes de que el mundo fuese. El profeta Isaías nos dice del Cristo
encarnado; “Le veremos, mas sin atractivo para que le deseemos.” No había
nada en el exterior de Jesús que atrajese a la gente. Era pobre, recordemos
que no tenía lugar donde reclinar su cabeza; no tenía casa en propiedad, ni
tenía criados que le sirviesen. Estuvo entre los hombres como el sirviente de
todos. No tenía vestidos lujosos, ni nunca le sobró el dinero. Vivía de la
caridad ajena. Su lecho mortuorio fue una cruz. Fue literalmente machacado
por el poder de Roma. Verdaderamente no había en él esos atractivos de
riqueza, poder y gloria que tanto gusta a nuestro mundo y que con tanto
afán persigue la mayoría de la gente.

Pero ahora es diferente. El que un día apareció pobre y despreciado de


todos, se ha vestido de gloria divina, y es tanto su esplendor que ningún ojo
humano lo puede soportar. El mismo apóstol Juan cayó como muerto a los
pies de Jesús cuando le vio en su gloria (Apocalipsis 1:17). El efecto que
produjo en Pablo y en Juan la visión de la gloria de Jesús debe conducimos
a acercamos al Señor con la mayor reverencia.

A pesar de toda la confianza con que el Señor nos invita a acercamos a él,
no debemos olvidar que él es el glorioso Señor y nosotros criaturas del
polvo de la tierra. Nuestro trato y adoración de Jesús deben estar
caracterizados por la más infantil confianza y, a la vez, por la reverencia
más exquisita y respetuosa.

´¨
Capítulo 16

La duración de la ceguera
“Estuvo tres días sin ver”

(Hechos 9:9a)

Verse repentinamente privado de la vista debe de ser un sufrimiento grande


para cualquier persona. Indudablemente también para Pablo constituyó su
ceguera una dura prueba. El dolor de esta prueba era también grande debido
al sentido de disciplina divina que la acompañaba.

Como buen conocedor de las sagradas escrituras, Pablo sabía cuáles eran
las señales milagrosas que habrían de acompañar al mesías de Israel en su
manifestación pública. Isaías 29:18 dice acerca de estas señales: “En aquel
tiempo los ojos de los ciegos verán”; y en Isaías 35:5 vuelve a decir el
profeta: “Entonces los ojos de los ciegos serán abiertos.” Los cristianos
primitivos sostenían que Jesús había hecho estas señales entre ellos. Sin
embargo, en el caso de Pablo Jesús hizo todo lo contrario: le cegó. ¿Qué
significaba esto? ¿No estaba siendo Jesús demasiado duro con él? Sí, Jesús
puede ser duro cuando lo cree conveniente. ¿Se acordó Pablo de aquel otro
célebre ciego bíblico llamado Sansón?

La ceguera de Sansón era señal evidente del abandono por parte de Dios.
Los ojos de Sansón le habían llevado a pecar en más de una ocasión. Su
debilidad por las mujeres hermosas nubló su espíritu y por un tiempo le
cegó espiritualmente. Entonces Dios permitió que perdiera su vista física
para que pudiera recuperar a cambio su visión espiritual. He aquí otro ciego
que empezó a ver precisamente cuando dejó de ver. Dios había puesto a
Sansón bajo disciplina para hacer de él de nuevo un líder espiritual.
Hebreos 12:6,11 dice: “Porque el Señor al que ama, disciplina, y azota a
todo el que recibe por hijo... Es verdad que ninguna disciplina al presente
parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después da fruto apacible de
justicia a los que en ella han sido ejercitados.” ¡Dios disciplina a sus hijos!

Dios había tomado a Sansón bajo su disciplina, y lo mismo hace con Pablo
ahora. Pero esta era una disciplina para bien, para templar el carácter, y
perfeccionar el conocimiento y la fe de este especial instrumento suyo
llamado Pablo. Y como Sansón fue restituido a su ministerio después de la
disciplina, así también lo fue Pablo. Por eso, no obstante la severidad de la
prueba, nuestro apóstol pudo considerar su ceguera como una bendición
especial, porque ella le ayudó espiritualmente en un triple sentido:
y
Le libró de distracciones innecesarias

Pablo entró ciego en Damasco. No pudo ver nada de la belleza y la gloria


de esta antigua y renombrada ciudad. Después de seis días de camino por el
desierto es fácil suponer que los viajeros se alegrarían enormemente ante la
visión de la ciudad y de sus hermosos ríos Abana y Farfar. El corazón se
alegra al ver su meta delante de sus ojos, y las comodidades que Damasco
ofrecía a los viajeros, junto a la suntuosidad de algunos de sus edificios,
henchía el pecho de felicidad. Los ojos miraban ávidos este espectáculo de
brillo y belleza. Pero Pablo no vio nada de esto. En este instante de su vida
le fue muy bueno que nada le distrajese de lo esencial para vivir: Cristo.

Precisamente en el instante de la conversión es fundamental disponer de


unos días de meditación y recogimiento interior y exterior. Y la ceguera le
ayudó en esto a Pablo. No desearíamos una ceguera física, ni siquiera
aunque fuera momentánea, para nadie que se encontrase en una situación de
conversión a Dios. Pero hay mil cosas en la vida que nos pueden
deslumbrar y distraer de lo esencial. Y nuestro más profundo deseo es que,
sea como sea, todos sean guardados por la gracia de Jesucristo de esas mil
distracciones diarias que el diablo abrillantará para perdición de muchos
que se encuentran cerca de la salvación eterna.

y
Una cura de humildad

En segundo lugar, la ceguera constituyó para Saulo una cura de humildad.


La imposibilidad de ver hizo de Pablo un hombre necesitado de ayuda, un
hombre dependiente de los demás. Hasta hacía muy poco él había sido el
conductor y guía de sus acompañantes. Sus deseos eran órdenes; y sus
órdenes eran prontamente obedecidas, pues, era un hombre enérgico y
temido. Pero ahora le llevaban de la mano. Y cualquiera que viera la
entrada de Pablo en Damasco, y le viera también sentado o tendido en su
habitación, sólo podría tener de él un sentimiento de lástima. Se le veía
turbado, débil, enfermo.

También en otros muchos casos de conversión la sabiduría divina condujo a


las personas a la más profunda humillación, porque sólo así estos hombres y
mujeres claudicarían y se volverían de todo corazón a Dios. Conozco a un
oficial de la marina de guerra de un país de América del Sur, cuya vida
discurría en medio de la comodidad y de la abundancia. Su esposa y uno de
sus hijos eran cristianos nacidos de nuevo, pero él era indiferente al
evangelio. Muchos años pasaron así, hasta que un grupo terrorista atentó
contra él y su familia, y para salvarse huyeron a Alemania. Allí los conocí
yo viviendo en la estrechez y humillación de una residencia para exiliados
políticos. Este hombre lo había perdido todo. Y sólo cuando llegó a esta
humillante situación se volvió a Dios y se convirtió a Cristo. Después
agradecía a Dios haberle conocido, aunque para ello hubiera tenido que
perder tanto. Pero había ganado a Cristo, y esto le compensaba con creces
cualquier otra pérdida.

Dios humilla para exaltar y empobrece para enriquecer. No nos quejemos


nunca cuando Dios proceda así con nosotros. El salmista inspirado dice:
“Bueno me es haber sido humillado, para que aprenda tus estatutos. Mejor
me es la ley de tu boca que millares de oro y plata” (Salmo 119:71,72)

y
Una lección de paciencia

La ceguera constituyó también para Pablo una lección de paciencia.


Podemos hacernos una idea de lo que significaba para un hombre de
temperamento fogoso como Pablo estar tres días y tres noches en la
oscuridad más absoluta, sin poder moverse, y simplemente esperando la
instrucción de la que le habló el Señor: “Se te dirá lo que debes hacer”.
¿Cuándo se lo diría el Señor? ¿Cuánto tiempo tendría que esperar aún?
¿Pensó Pablo en los hombres escogidos por Dios de los que hablaban las
sagradas escrituras? José, Moisés, David; todos ellos conocieron largos
tiempos de espera y humillación antes de recibir claras instrucciones de
Dios. ¿Cuánto habría de esperar él?

Pasó el primer día y la primera noche, y no ocurrió nada. Pasó también el


segundo día y la segunda noche, y tampoco hubo palabra del Señor. Nadie
vino a comunicarle un mensaje. Pero al tercer día apareció en la casa
Ananías, y con él vino el tan ansiado mensaje del Señor, la divina
instrucción. Aquí terminó la prueba de la paciencia de Pablo.

En la escuela de Jesús lo primero no es adquirir conocimientos, sino saber


esperar en quietud y oración; aprender a ser humilde, dependiente de Dios,
y ser paciente o sea, saber esperar, porque Jesús es el Señor de su obra y no
nosotros los hombres. Lamentaciones 3:25,26 nos dice: “Bueno es Jehová a
los que en él esperan, al alma que le busca. Bueno es esperar en silencio la
salvación de Jehová.” Sólo cuando el cristiano espera en Dios, sin esperar
nada de nadie, está preparado para que Dios le use. Pero que nadie se
engañe, pues, este esperar en Dios no significa menospreciar todo consejo o
apoyo humano.

Pablo esperó en Jesús, y a su debido tiempo le llegó la oportuna instrucción.


¿Sabemos nosotros esperar pacientemente en Jesús?

´¨
Capítulo 17

La sanidad de la ceguera
“Fue entonces Ananías y entró en la casa, y poniendo sobre él las
manos, dijo: Hermano Saulo, el Señor Jesús, que se te apareció en el
camino por donde venías, me ha enviado para que recibas la vista y
seas lleno del Espíritu Santo. Y al momento le cayeron de los ojos como
escamas, y recibió al instante la vista.”

(Hechos 9: 17-18)

En relación con la sanidad de la ceguera de Pablo, observamos en el texto


bíblico tres detalles que nos pueden servir de instrucción espiritual en
nuestros propios conflictos. Observamos que la sanidad de Pablo:

y
Ocurrió por medio de un sencillo cristiano

Cuando traemos a la memoria las personas por medio de las cuales Dios nos
ha bendecido ricamente, solemos pensar en primer lugar en personajes
famosos, en personas que han destacado por alguna habilidad. Pensamos en
algún gran predicador o tal vez en el autor de una serie de libros que nos
impactaron; acude a nuestra mente un gran teólogo o un cristiano destacado
en alguna disciplina. Naturalmente que Dios se vale de estos hombres y
mujeres para bendecir a cientos de miles de personas. Pero si continuamos
pensando, descubrimos que Dios no utiliza únicamente a estas personas
para bendecir a otros, sino que se sirve también de muchas otras personas
sencillas, de gente normal. Quizá nos bendijo en cierta ocasión por medio
de un humilde anciano cuya fidelidad y dulzura causó gran impacto en
nosotros, motivándonos a la misma fidelidad, o tal vez nos bendijo a través
de un pobre enfermo, cuyo rostro reflejaba una paz y una calma
inmaculadas incluso en las horas más oscuras y difíciles. Es maravilloso ver
de cuánta gente se vale Dios como instrumentos para bendecir y elevar a las
personas.

Esto es lo que vemos en la historia de Pablo. En su vida aparecen grandes


personajes. Vemos al ilustre y muy influyente maestro de la ley llamado
Gamaliel, su profesor, con el que pasó inolvidables horas de clase. También
conoció al primer mártir cristiano, el diácono Esteban de Jerusalén, cuya
muerte le impresionó profundamente, hasta el extremo de que nunca pudo
quitarse el aguijón que se le clavó en su corazón, hasta que finalmente se
convirtió. Y ahora vemos aparecer en su vida a un cristiano sencillo que
procede del más absoluto anonimato, y al que volverá de nuevo después de
una breve conversación con él. Y Dios utiliza a este sencillo discípulo de
Cristo para instruir al gran apóstol Pablo.

Ananías no es un gran evangelista, como Felipe; no desempeña un


ministerio apostólico, ni llega a Pablo precedido de la fama de un
taumaturgo. Es un cristiano sencillo. Y a este hombre humilde utiliza Jesús
para sanar a Pablo de su ceguera. También hoy utiliza Jesús a los cristianos
más sencillos y humildes para prestar grandes servicios a la humanidad y a
la iglesia.

La Biblia nos presenta a Ananías como “un discípulo”. ¿Qué significa esto?
Significa que era un hombre que seguía al Señor de manera sencilla y fiel.
Sin buscar honores ni reconocimientos y sin temor a las opiniones de la
gente. Y a este tipo de persona utiliza Jesús como instrumentos de
bendición. A menudo pensamos que si fuéramos grandes como éste o aquél
podríamos ser útiles al Señor. Pero si pensamos así, nos equivocamos. Para
que el Señor nos utilice no hace falta que tengamos grandes dones, sino que
seamos fieles con lo poco o lo mucho que él nos haya confiado.
Spurgeon, posiblemente el mejor predicador de todos los tiempos, fue
convertido a la edad de quince años, por medio del sermón de un sencillo
predicador laico que trabajaba en el ramo del calzado. Spurgeon entró
aquella tarde en una pequeña capilla metodista. El predicador estaba
exponiendo el texto de Isaías 45:22 que dice: “Mirad a mí, y sed salvos
todos los términos de la tierra”. Vio la desazón espiritual en el rostro del
joven y, clavando los ojos en él, gritó: “¡Joven, mira, mira, mira a Jesús!” Y
el joven dirigió su mirada al crucificado y fue salvo. De esta manera utilizó
Dios a un sencillo zapatero para prestar el mayor servicio al gran predicador
Spurgeon.

En el capítulo 35 del libro de Éxodo encontramos unas palabras muy


alentadoras para todos los cristianos. Ahí Moisés está anunciando al pueblo
los materiales que deben traer para fabricar el tabernáculo. Dice: “Tomad de
entre vosotros ofrenda para Jehová; todo generoso de corazón la traerá a
Jehová; oro, plata, bronce.” Podemos imaginamos muy bien que no todos
los del pueblo tenían estos materiales preciosos. Así que, algunos se
entristecerían al oír esta lista. Y continuó diciendo Moisés: “Azul, púrpura.”
De nuevo estas personas se sentirían frustradas y excluidas de la obra del
tabernáculo. Y pensarían que Dios no quiere servirse de ellos, porque son
pobres. Pero Moisés continuó hablando: “Carmesí y lino fino.” Otro
disgusto, pues, ellos tampoco tenían estas ricas telas. Y entonces escuchan a
Moisés decir: “Pelo de cabras.” ¿Pelo de cabras? ¿Han oído bien? Sí, han
oído bien. Dios utiliza también pelo de cabras. Y aquellas personas
corrieron a sus tiendas, tomaron las tijeras y cortaron el pelo de sus cabras y
lo trajeron a Moisés. ¡Oh, qué Dios más bueno, este Dios nuestro que no
sólo utiliza oro y plata, púrpura y lino fino, sino que también toma a su
servicio pelo de cabra!

Creo que la lección está clara para nosotros, y es que Dios no utiliza
únicamente para sus grandes obras a personas con grandes dones y talentos,
sino también a hombres y mujeres con dones humildes y sencillos, tal como
era Ananías. Lo importante es que, como Ananías, nosotros le seamos
siempre fieles.

y
Ocurrió por medio de la palabra

La sanidad de Pablo ocurrió por medio de la palabra del

Señor. Cuando Ananías, siguiendo las instrucciones del Señor, le

dijo: “Hermano Saulo, recibe la vista” (Hechos 22:13), en aquella

misma hora recobró la visión.

Una palabra dicha en el nombre del Señor, constituye hoy

también la mejor de las ayudas. La palabra de Dios es un poder

que hace grandes cosas. Ella tiene la virtud de alimentar espiritualmente al


hambriento (Lucas 4:4). Ella ha sido dada al cristiano

por poderosa arma para su defensa de los ataques del maligno

(Efesios 6:17). Ella tiene también la virtud de restaurar vidas derruidas.


Cualquier cristiano fiel que lleve años en la fe y conozca

bien la palabra de Dios, podrá contar muchas historias acerca del

sorprendente poder de esta palabra.

y
Ocurrió en un instante

La sanidad de Pablo ocurrió en un instante. Pablo tuvo que esperar tres


largos días con sus noches. Pero cuando el tiempo de Dios se cumplió, la
sanidad se produjo en el instante.

Dios tiene su tiempo para cada uno de sus hijos. El salmista dice: “En tu
mano están mis tiempos.” Una de las verdades bíblicas básicas es que Dios
dispone el tiempo y la hora en que determinadas cosas van a ocurrir en el
mundo en general, en la iglesia en especial y en la vida del cristiano en
particular. Las cosas no ocurren porque sí, sino que tienen lugar cuando el
tiempo de Dios ha llegado (Daniel 2:21; 7:12,25; 8:13s; 9:24ss; 12:7, 11s.
comparar con 1 Reyes 11:12; Salmo 31:15; Isaías 39:6; Mateo 24:36;
Marcos 1:15; Lucas 22:53; Hechos 1:7; Gálatas 4:4; 1 Tesalonicenses 5:1).
Intentar adelantar este tiempo o querer evitarlo no tiene ningún sentido, ni
es conveniente. Es un error hacer lo correcto en un tiempo inadecuado, lo
mismo que es un error hacer lo incorrecto en el tiempo indebido. Las cosas
hay que hacerlas bien y a su debido tiempo. Jesús fue tentado en numerosas
ocasiones a anticiparse a su tiempo, a hacer cosas que aún no debían ser
hechas. Pero él no sucumbió a esta sútil tentación. Siempre la rechazó
diciendo: “Aún no ha llegado mi tiempo” y “Mi hora aún no ha llegado.”

Pablo tuvo que esperar al tiempo de Dios para ser sanado. Y nosotros
también tenemos que aprender a esperar los tiempos de Dios. José supo
esperarlos, Jesús los esperó también y Pablo aprendería igualmente la
lección. Las sanidades y los cambios llegarán a nuestra vida cuando Dios lo
haya determinado. Hasta ahí lo nuestro debe ser confiar, esperar y obrar
conforme los tiempos nos vayan permitiendo y sugiriendo.

Así lo experimentó Pablo al ser sanado por un humilde cristiano que sólo se
valió de la palabra del Señor para ayudarle en un instante.

´¨
Capítulo 18

Los tres días de ayuno


“Y no comió ni bebió.”

(Hechos 9:9b)

Pablo estuvo en Damasco tres días sin ver, y durante este tiempo no comió
ni bebió nada. ¿Qué nos enseña este ayuno?

y
Que Dios obra siempre con sabiduría

Nos enseña que Dios obra siempre con sabiduría. Durante tres días y tres
noches Pablo no comió ni bebió nada. Todo este tiempo Pablo lo pasó en su
habitación orando, llorando y clamando a Dios. Su boca no probó bocado
alguno y posiblemente tampoco durmió nada. Encontrarse con el Jesús
glorificado y ser hallado su encarnizado enemigo debió ser una de esas
experiencias que quitan el sueño. Allí estaba Pablo en su habitación sentado
o tendido, orando y rogando a Dios en la profunda convicción de que toda
su vida había sido un lamentable error. ¿Y Dios? ¿Qué hacía Dios mientras
tanto? Dios lo veía y callaba. Observaba atentamente la evolución que
sufría su interior. Tenía puestos sus ojos en él, le oía. Sabía que Pablo oraba
como nunca lo había hecho hasta ahora. El Señor Jesús le dijo a Ananías:
“He aquí, él ora.” Pero Dios no tiene prisa por enviarle aún a su siervo
Ananías. Sino que le deja durante tres días en medio de ese agudo conflicto.

¿No es esto inmisericordia? No, al contrario, esto es verdadera misericordia.


¿Pero cómo puede ser esto misericordia? Podemos ilustrarlo con un
ejemplo. En un día de primavera un niño descubre cómo una mariposa
lucha por salir del capullo donde ha vivido hasta ese instante. Ve cuán
difícil y pesado resulta el esfuerzo para el pequeño insecto. Así que, decide
ayudarle. Con mucho cuidado corta el capullo y ayuda a la mariposa en su
paso a la libertad. ¿Pero qué es lo que ha hecho en realidad? La mariposa a
la que ha ayudado con tanto cariño queda lisiada, y así permanecerá para
siempre. No puede extender sus alas. Nunca podrá volar. La fuerza que
debía utilizar para romper el capullo y salir de él, era la misma que debía
capacitarle a la vez para templar los miembros de su pequeño cuerpo y
extender sus alas. De manera que esta ayuda a destiempo sólo sirvió para
arruinar la vida de la mariposa, haciendo de ella una inútil.

Dios no obra así. Él no acude a destiempo en auxilio de un alma que llora,


gime y lamenta sus pecados. No, Dios la deja en su agonía. Él la deja gemir,
llorar y orar. Dios sabe que una conversión genuina requiere de un
arrepentimiento genuino, y esto a veces necesita su tiempo. Intentar acortar
ese tiempo es un error. Es como coger frutos verdes de los árboles. Muchos
de estos frutos no madurarán jamás.

Procuremos nosotros no acelerar jamás los procesos de conversión de las


personas. Estos requieren su tiempo, y adelantarse al mismo puede ser
catastrófico. En la experiencia de conversión de Pablo el Señor nos da todo
un ejemplo a seguir. A veces los padres cristianos hemos cometido este
error con nuestros hijos. Un joven me decía: “Pastor, cuando yo me bauticé,
lo hice para agradar a mi madre, pero no estaba realmente convencido.”
Hasta el día en que escribo estas líneas este joven no ha conseguido vivir
una vida cristiana normal y victoriosa. Es lo que podríamos denominar un
inválido espiritual. Es evidente que el celo de su madre no fue ninguna
ayuda para él. Fue un celo sin sabiduría. Quiera Dios libramos de incurrir
en este error.

y
Que Pablo experimentó un arrepentimiento genuino y profundo

Los tres días de ayuno de Pablo nos dicen también que éste experimentó un
arrepentimiento genuino y profundo. El Señor Jesús habló del ayuno y lo
relacionó con el sufrimiento. Un día vinieron a él los discípulos de Juan el
Bautista y le preguntaron: “¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos
muchas veces, y tus discípulos no ayunan? Jesús les dijo: ¿Acaso pueden
los que están de bodas tener luto entretanto que el esposo está con ellos?
Pero vendrán días cuando el esposo les será quitado, y entonces ayunarán”
(Mateo 7:14,15). Según Jesucristo, cuando una persona ayuna es porque
algo le hace sufrir. El Antiguo Testamento sostiene también esta
interpretación sobre el ayuno. En Joel 2:12 se nos dice: “Así dice Jehová,
convertíos a mí con todo vuestro corazón, con ayuno y lloro y lamento.”

Ayunar encierra la idea de un arrepentimiento producido por el


descubrimiento de los propios pecados. El que ayuna está turbado y dolido
por sus propios pecados. Y así tenemos que imaginarnos a Pablo durante los
tres días de ayuno en Damasco.

Dios no sólo le está haciendo recordar a Pablo sus muchos pecados, sino
que le está haciendo ver que toda su vida ha sido hasta ahora un solo y
único error. ¡Cuánto se había esforzado Pablo en ser hallado intachable en
toda la ley, cuánto se había esforzado en honrar a Dios! Y en un instante
todo esto se quiebra y se rompe delante de sus ojos. ¡Qué quiebra más
terrible acaba de gustar! Todo el pasado perdido, y el futuro sin esperanza.
¿Qué será ahora de él? ¡Él, que se creía el más celoso paladín de la
ortodoxia, ha sido hallado un enemigo de la verdad y un luchador contra
Dios! ¡Cuán equivocados podemos estar los hombres!

Y en esta angustia le deja Dios durante tres días y tres noches. Sólo cuando
el arrepentimiento es lo suficiente claro y profundo, podemos valorar la
gracia divina en su debida extensión.

¿Cómo fue tu arrepentimiento? ¿Te ha mostrado ya el Señor tus pecados?


¿Ha dado una vuelta contigo por tu pasado? Estos son momentos duros,
pero son también buenos momentos. Porque Dios quiere mostrarnos al final
su gracia. Así que, cuanto más profundo cave, tanto más sólidos serán los
fundamentos de nuestra vida de fe.

Después de oír una predicación, una señora vino al pastor. Quería


convertirse. El pastor le dijo que si quería convertirse debía confesar sus
pecados al Señor. Se arrodillaron y la señora comenzó a orar. Fue una larga
oración. La mujer recordó su vida pasada y la comparó con los diez
mandamientos. Los citó uno a uno y confesó a Dios haber pecado contra
todos ellos. Esto es un arrepentimiento genuino y profundo.
¿Conoces tú este arrepentimiento personal? ¿Eres consciente del gran
número de pecados que figuran en tu cuenta? ¡Cuántos pecados hemos
cometido con nuestros pensamientos! Con demasiada frecuencia hemos
cultivado pensamientos sucios, pensamientos faltos de todo amor,
pensamientos de envidia y desconfianza, pensamientos de amargura y de
venganza. ¿Eres consciente de todo esto?

¿Y con nuestras palabras? ¿Cuánto pecado hemos cometido con nuestras


palabras? ¡Cuánto hemos hablado cada uno!, ¿verdad? Palabras falsas,
palabras exageradas, mentiras intencionadas, palabras a espaldas de otros,
palabras con doble intención, palabras sucias. ¡Y dice la Biblia que un día
daremos cuenta a Dios de toda palabra ociosa que haya salido de nuestra
boca!

¿Y nuestros hechos? ¡Oh, nuestros hechos, cuánto distan a menudo de la


justicia más elemental! Todas nuestras obras están registradas en los libros
de Dios. Una vez en su presencia, cada uno será juzgado conforme a sus
obras. ¿Cómo saldremos de ese juicio?

Cuando el Señor te acompañe en un paseo por tu vida, guarda silencio y


abre bien tus ojos. ¡Deja que él te muestre tu corazón como él lo ve!

Pero si este momento aún no ha tenido lugar en tu vida, entonces pídele a


Dios que no lo retrase más, sino que te lo conceda lo antes posible. En estos
momentos correrán las lágrimas y nos irá como a Pablo en Damasco, sin
embargo, esto no es ninguna desgracia, sino todo lo contrario. Porque un
arrepentimiento genuino y profundo constituye el fundamento para una vida
de bendición.

y
Que Pablo adquirió un conocimiento nuevo de sí mismo

En estos días de angustia y reflexión Pablo comprendió la verdadera


condición de su naturaleza humana y su radical estado de condenación. Fue
este conocimiento lo que le ayudó a experimentar un arrepentimiento y
conversión tan radicales. Después de esta experiencia Pablo nunca más
volverá a hablar de su propio yo. Éste recibió en Damasco su puntillada
mortal. Y nunca más volvió a causarle problemas. Por eso, Pablo podía
decir: “Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí.” Su yo había experimentado
una derrota absoluta. Pablo había comprendido que el problema no era
únicamente sus obras, sino, peor aún, su propia naturaleza humana; el
problema no eran los pecados, en plural, sino el pecado, es decir su
condición de pecador, una condición que le afectaba sustancialmente. De
ahí que llegara a decir en su epístola a los Romanos: “Yo sé que en mí, esto
es, en mi carne, no mora el bien... ¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de
este cuerpo de muerte?”

¿Cuál es ahora tu visión? ¿Te ha dado el Señor luz y entendimiento sobre tu


propia naturaleza? Una cosa es entender que hemos pecado muchas veces, y
otra muy distinta es aceptar que somos radicalmente malos, que somos
pecadores, y que nada de lo que hagamos, en tanto pecadores, puede
agradar a Dios, pues escrito está: “Lo que no procede de la fe es pecado.”
Cuando comprendemos esto último es cuando estamos en condiciones de
experimentar un profundo arrepentimiento y una verdadera conversión a
Dios. Sólo entonces claudicamos ante Dios sin ninguna condición. Porque
reconocemos, como Pablo: “Yo sé que en mí no mora el bien.” Este es un
momento doloroso, pero es el camino de la bendición y de la vida. Para
construir un gran edificio hace falta cavar mucho, ahondar, para hacer unos
buenos cimientos, si es que nuestra edificación debe resistir después los
recios vientos y tormentas de la vida.

Muchos no saben nada de esto. ¿Sabes tú algo sobre ello? Si tú aún no


sabes nada acerca de este doloroso conocimiento del propio yo, no te
quedes satisfecho pensando que tú eres distinto. Pídele a Dios que entre en
juicio contigo, mientras que dura el día de la gracia. El peor mal que todos
padecemos, el mayor enemigo con el que cada uno luchamos, es nuestro
propio yo. A mí nadie me ha hecho tanto daño como mi propio yo carnal;
nadie me origina tantos disgusto como mi propia carne, ni nadie lucha
contra mi tan encarnizadamente como lo hace mi vieja naturaleza carnal.
Pero, corno Pablo, también yo puedo decir: “Gracias doy a Dios, por
Jesucristo Señor nuestro”. Deseo que esta sea también tu experiencia.

´¨
Capítulo 19
Ananías, un creyente de buen
testimonio
“Entonces uno llamado Ananías, varón piadoso según la ley, que tenía
buen testimonio de todos los judíos que allí moraban,”

(Hechos 22:12)

y
La importancia de tener un buen testimonio

Dios elige para determinadas tareas a determinadas personas.

No todos podemos desarrollar los mismos ministerios. Sólo Dios

tiene el poder de capacitar y la gracia de llamar. David quiso construir un


templo a Jehová, y con este objetivo hizo abundante acopio

de rico material. Pero Dios no se lo permitió. Le dijo: “Tú no edificarás


casa a mi nombre,... Salomón tu hijo, él edificará mi casa”

(1 Crónicas 28:3,6).

Es evidente que en Damasco había un buen grupo de cristianos, y de entre


todos ellos Dios eligió a su discípulo Ananías para

devolver la vista a Pablo y facilitarle las primeras instrucciones

sobre su nueva vida y ministerio. Ananías no era ningún apóstol,

no era un dirigente de renombre en la iglesia primitiva, pero era un hombre


que tenía en su favor algo tan loable entre los hombres

como es un buen testimonio.

El buen testimonio, la buena fama, el buen nombre, es algo

de gran valor a los ojos de Dios y de los hombres. Proverbios 22:1

dice: “De más estima es el buen nombre que las muchas riquezas,

y la buena fama más que la plata y el oro.” A esto añade Eclesiastés

7:1: “Mejor es la buena fama que el buen ungüento.” Nadie es

una isla. Nadie vive únicamente para sí mismo. Por eso, es importante lo
que los demás piensen de nosotros. Tener un “buen nombre”, tener buena
fama, es más importante que tener muchas riquezas. Pues es mucho más
difícil conseguir lo primero que lo

segundo. Para adquirir riquezas basta con una buena porción de

astucia y suerte, pero para hacerse un buen nombre hay que demostrar
virtud en todas las facetas de la vida humana, y esto no es

fácil.

Al que ha conseguido un buen nombre se le abren las puertas

y los corazones. Y Dios protege este preciado bien con el mandamiento:


“No hablarás contra tu prójimo falso testimonio” (Éxodo

20:16). Si en un sentido no debe importarnos lo que la gente

piense de nosotros, el hombre y la mujer sabios mostrarán un sano

interés en lo que los demás digan de ellos. Ya que, como dice Proverbios
27:21: “El crisol prueba la plata, y la hornaza el oro, y al

hombre la boca del que lo alaba.” La alabanza ajena constituye el

reconocimiento del buen hacer del hombre y de su carácter, y este

“eco” del prójimo sobre su vida y obra se convierte en ayuda, en

corrector y en enseñanza.

Es bueno aspirar a vivir de tal manera, que nos hagamos un

buen nombre. Ananías era un hombre que “tenía buen testimonio

de todos los judíos que vivían en Damasco”, y al final de su ministerio, en


su defensa ante los judíos de Jerusalén, Pablo recurrirá

a la buena fama de Ananías. Porque la buena fama y el buen nombre valen


más que la plata y el oro. Por eso, escogió Dios a Ananías como
instrumento para orientar la nueva vida de Pablo. Bien sabía Dios que Pablo
necesitaría un día referirse al hombre que le ayudó en los primeros pasos de
su ministerio y vida cristiana, pues, en el judaísmo la fidelidad a la ley y un
buen testimonio eran imprescindibles para ser un testigo digno de crédito.

y
¿Cómo había alcanzado Ananías este buen testimonio?

Nos surge ahora la pregunta, ¿cómo había conseguido Ananías su buen


testimonio? Pablo nos dice de él que era un “hombre piadoso según la ley”.
Seguramente que al pronunciar estas palabras en el momento de su defensa
lo primero que pretendía era calmar los ánimos de la muchedumbre judía
que le amenazaba, mostrándoles que el instrumento de su conversión fue un
hombre que vivía en plena observancia de la ley de Dios. Esto era muy
importante para los judíos ortodoxos. Pero sea como sea, esta misma
apreciación nos permite a nosotros echar un vistazo en la vida de Ananías.
Era éste un hombre temeroso de Dios y que vivía en plena observancia de
los mandamientos divinos, los cuales constituían para él su norte y su guía.
Ananías era un hombre que de manera sencilla y fiel seguía a su Salvador
Cristo Jesús. Desde que Jesús le reveló su gracia y el amor de Dios siguió
en pos de él. Con esto no buscaba honra ni reconocimiento, tampoco se
asustaba de las consecuencias que pudieran significar su discipulado, se
limitaba a seguir tras Jesús adorándole y guardando sus palabras. Y esta
piedad y coherencia con su fe le granjeó un buen testimonio entre todos los
judíos de la ciudad.

¿A quién utiliza Dios como instrumento en sus manos? Al que es un


discípulo como Ananías, que le sigue con la mayor naturalidad, tal como las
ovejas siguen a su pastor.

También hoy es este el mejor medio y el camino más seguro para hacerse
un buen nombre. El que ama a Dios y en todo se atiene a la enseñanza de su
palabra, la Biblia, a la larga disfrutará también del reconocimiento de todos.

y
¿Hasta dónde alcanzó su buena fama?

La buena fama de Ananías era notoria entre todos los judíos que vivían en
Damasco. Como es natural, en la colonia judía de esta ciudad había
simpatizantes del cristianismo y también su grupo de detractores. Unos
pensaban una cosa y otros, otra distinta. De cualquier manera, en una cosa
coincidían todos, y era en el respeto que les infundía la vida intachable y la
piedad de este cristiano llamado Ananías. ¡Cuánto decía esto a favor de este
hombre! ¡Qué gran apoyo significó el testimonio de Ananías para la causa
de Cristo en la ciudad de Damasco! Estos hombres admirables por su vida y
conducta son un bello ejemplo, cuyas vidas invitan a todos a creer y seguir
en pos de su mismo Señor y Dios.

Algunos comentaristas bíblicos sostienen que Ananías era posiblemente el


dirigente de la iglesia cristiana de Damasco. Si fuera así, bien cumplía este
hombre ese requisito que la palabra de Dios exige de los tales. ¿Se inspiró
Pablo en el ejemplo de Ananías cuando escribiendo a Timoteo sobre los
requisitos de los obispos (pastores o ancianos) le dice entre otras cosas:
“También es necesario que tenga buen testimonio de los de afuera, para que
no caiga en descrédito y en lazo del diablo” (1 Timoteo 3:7)?
En relación con los dirigentes de la iglesia, el “testimonio de los de afuera”
no debe sernos indiferente. Mientras que los cristianos se dirigen a los de
afuera, al mundo, en un servicio sacerdotal, los de afuera, los del mundo,
dirigen su mirada inquisitorial a la iglesia intentando descubrir en ella
cualquier pequeña falta. Y si esta falta la descubren los de afuera
precisamente en el dirigente de la iglesia, a esta le será imposible ganar al
mundo para Cristo.

Si la iglesia tiene que invitar al mundo a creer en Cristo y a entrar en ella,


entonces el pastor o el dirigente de la iglesia no puede tener en su conducta
faltas, pecados, debilidades ni nada que provoque el rechazo del mundo. Es
necesario que aun los incrédulos sean testigos de la integridad moral de los
pastores cristianos. El mundo que, sin motivo, calumnia a todos los hijos de
Dios, no debe encontrar motivo alguno de acusación en la conducta de los
dirigentes de la iglesia. A la hora de llamar a sus pastores las iglesias deben
asegurarse de que éstos “tengan también buen testimonio de los de afuera.”
Si las iglesias no observan este requisito, están cargando con la culpa que
significa poner al frente de ellas a personas que serán fácil blanco de las
flechas del enemigo, y cuyos nombres servirán de escándalo y de dolor para
todos. Para los de dentro, por todo el sufrimiento que esta situación lleva
aparejado, y para los de fuera, porque se pierden al no querer entrar, puesto
que los de dentro “no son mejores que ellos.”

La vida de Ananías era un bello estímulo a la fe para todos los inconversos


de Damasco que le conocían o habían oído de él, y esto debe ser la vida de
todo dirigente de una iglesia cristiana.

y
¿En qué se hizo manifiesta la buena fama de Ananías?

Ananías recibió del Señor Jesús un encargo nada fácil, humanamente


hablando. Debía salir al encuentro del terrible perseguidor de la iglesia.
Debía enfrentarse en solitario al hombre que venía a detenerle y
encarcelarle, y esto le asustó. Argumentó: “Señor, he oído de muchos
acerca de este hombre, cuántos males ha hecho a tus santos en Jerusalén; y
aún aquí tiene poder para prender a todos los que invocan tu nombre.” Pero
Jesús le ordenó de nuevo: “Ve”. Y Ananías fue. Desde luego, hacía falta
mucha fe y mucha entereza espiritual y moral para secundar esta orden. En
esto Ananías fue muy diferente al profeta Jonás.
Y en esta obediencia se puso una vez más de manifiesto que su piedad y su
buena fama estaban completamente justificadas.

Dios honra a aquellos que le honran con su obediencia (1 Samuel 2:30), y


les honra, además, llamándoles a su servicio y confiándoles misiones
delicadas y de grandísimo alcance y provecho.

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Capítulo 20

“He aquí, él ora”


“Y el Señor le dijo: Levántate, y ve a la calle que se llama Derecha, y
busca en casa de Judas a uno llamado Saulo, de Tarso; porque he aquí,
él ora.”

(Hechos 9:11)

La vida comienza con un grito. La fe comienza con la oración, porque la


oración es un grito del alma, como suponemos fue la oración de Pablo
durante los tres días de ayuno y ceguera. Es como cuando nace un niño.
Comienza su vida con un grito. Y con esto muestra que vive, que respira,
que está ahí y que existe en nuestro mundo. Y durante muchos días y aún
meses continuará gritando, diciendo que vive y que solo no puede vivir ni
ser. Necesita a su madre, necesita a otras personas, para poder vivir.
Gritando, en un esfuerzo por respirar y por recibir ayuda, comienza el
hombre su vida sobre la tierra.

Pablo ora. Y su oración es como un grito que busca el aire del Espíritu
divino y la ayuda del hermano. Su oración es el comienzo mismo de su vida
espiritual. Porque la vida espiritual comienza con el grito de la oración.

“Él ora”, dice Jesús acerca de Pablo. Con esto nos dice que ha comenzado
en Pablo algo nuevo. Este hombre ya no es el perseguidor, porque ahora
está “orando”. Así que, Ananías no tiene nada que temer. Porque no hay
nada que temer de un hombre que ora. La frase “He aquí, él ora” encierra
un juicio, una consolación y una exhortación.

y
El juicio

Al presentamos a Pablo con las palabras: “He aquí, él ora”,

Jesús está enjuiciando toda otra actividad anterior del fariseo Pablo

que pudiera denominarse oración.

Si Pablo estaba orando realmente ahora, ¿cómo podría denominarse la


observancia de los preceptos fariseos que prescribían

numerosas oraciones diarias? ¿Acaso no había orado Pablo antes

de hacerlo en Damasco? ¿Qué eran todas aquellas oraciones litúrgicas del


fariseo Pablo, recitadas durante días y años de celosa

práctica farisea? Cuando Pablo subía al templo de Jerusalén para

orar, ¿cómo podría denominarse aquel ejercicio religioso sino como

piadosa oración? Para los que vieran a Pablo en el templo recitar

sus oraciones, este hombre estaría orando. Pero para Jesús la vida

de oración de Pablo comienza en la calle Derecha de Damasco y

no antes. Todo lo anterior no merece el nombre de oración. El sentido de


juicio que encierran las palabras de Jesús: “He

aquí, él ora”, es una amonestación a todos nosotros para que examinemos


nuestra vida de oración; para que veamos si a los ojos de

Dios nuestras oraciones merecen el reconocimiento de tales. Toda

verdadera oración es un anhelo por el Altísimo, es hambre de Dios,

es un deseo de glorificarle y presupone el conocimiento de la voluntad


divina. Pero Pablo combatía decididamente esta voluntad

en Jesucristo. Sus oraciones, pues, no merecían este nombre. Las oraciones


son más que palabras. Son espíritu de humildad,

de arrepentimiento, de obediencia y fe. Si nuestras oraciones no van


acompañadas de estos requisitos, no son oraciones. Mucha gente me dice:
“Yo oro”. Sí, tal vez oren formalmente. Pero la oración es más que forma,
más que palabra, es espíritu. Para poder orar de veras hay que vivir de una
manera determinada. Es nuestra vida lo que convierte en oración a nuestras
palabras al dirigirnos a

Dios.

Numerosos textos bíblicos nos advierten de esta verdad. Proverbios 28:9


dice: “El que aparta su oído para no oír la ley, su oración también es
abominable.” Y lo abominable no llega a Dios.

Por boca del profeta Isaías dice Dios a Israel acerca de sus oraciones:
“Cuando extendáis vuestras manos, yo esconderé de vosotros

mis ojos; asimismo cuando multipliquéis la oración, yo no oiré,

llenas están de sangre vuestras manos” (1:15). Y las manos de

Pablo estaban llenas de sangre y de injusticias. Sus oraciones,

pues, no llegaban a Dios, como sí llegaban, por el contrario, las de

aquel hombre piadoso y temeroso de Dios, llamado Cornelio (Hechos 10:1-


4).

No dudamos de que la gente invoque a Dios en su socorro,

pero en base a la diferencia existente entre las oraciones de Pablo

el fariseo y Pablo el cristiano, exhortamos a todos a que examinen

sinceramente si sus oraciones se asemejan a las del primer Pablo

o a las del segundo.

y
La consolación

Pero las palabras: “He aquí, él ora”, no contienen únicamente ese elemento
de juicio, sino que encierran también un tono de consolación. A estas
alturas de su experiencia espiritual con Dios, la clara luz del evangelio no
ha penetrado aun totalmente en el corazón y en la mente de Pablo, pero sin
embargo, las palabras de Jesús reconocen su oración como auténtica.

Cuando Pablo oraba a Dios en la casa de Judas en Damasco, le faltaba aún


el consuelo del perdón de sus pecados. Lo primero que veía delante de sí
eran sus pecados y el fracaso de su vida. La luz de la gracia no brillaba
todavía con todo su esplendor en su interior. Pero él buscaba el rostro de
Dios en oración como nunca lo había hecho antes.

Desconocemos el contenido de su oracións sus palabras precisas. Pero


sabemos una cosa. Sabemos que el Señor, que hasta ahora no había honrado
sus múltiples oraciones de los años pasados, sí que está oyendo y honrando
ahora el clamor de Pablo pecador. Y esta idea es muy consoladora para
todos aquellos que aun no habiendo gustado el perdón de sus pecados y no
habiendo alcanzado aún la salvación en Jesucristo, persisten en oración para
obtenerlo.

Las palabras: “He aquí, él ora”, referidas al abatido Pablo, son un aliento
para la fe débil e incipiente de muchas personas que a tientas y ciegas
aspiran al conocimiento de Dios y a la salvación de sus almas. El que ora
con esta insistencia (tres días de ayuno y oración) y con su espíritu
quebrantado, será oído por la gracia de Dios, lo mismo que fue oída aquella
pobre viuda por el juez injusto de la parábola, y lo mismo que también fue
oído el publicano que, lamentando sus pecados, oraba en el templo,
diciendo: “Dios, sé propicio a mí, pecador.”

Las palabras: “He aquí, él ora”, dice a los pecadores arrepentidos: No es


necesario que esperes más para alegrarte en la posesión de la salvación y
gozar su dulzura y su riqueza. Ahora mismo puedes acercarte al trono de la
gracia e invocar la ayuda divina en tu auxilio. Y el Señor no te rechazará,
porque está escrito que “al corazón contrito y humillado no despreciarás tú,
oh Dios” (Salmo 51:7), y otra escritura dice: “(Dios) habrá considerado la
oración de los desvalidos, y no habrá desechado el ruego de ellos” (Salmo
102, 107).

y
La exhortación

La frase: “He aquí, él ora” comprende también un aspecto exhortativo,


pues, nos muestra el valor que Jesús le asigna a la oración a la hora de
juzgar a un hombre.

Jesús podría haber juzgado de manera muy distinta el estado espiritual de


Pablo, y podría haberse referido con otras palabras a la transformación que
se estaba operando en su interior. Sin embargo, sólo dice: “Él ora.” No hay
aquí ni una sola palabra sobre el pasado de Pablo, lleno de tantos y tan
graves pecados; ni tampoco hay ninguna referencia a lo que él
experimentará después como siervo de Jesucristo. Todo lo que encontramos
es un juicio sobre su presente; sobre lo que hace en el instante en que Jesús
habla con Ananías. Lo decisivo para Jesús en este momento es que Pablo
ora.

En relación con nosotros, el Señor Jesús tampoco nos juzga hoy por los
pecados cometidos en nuestros días de oscuridad y tinieblas espirituales,
sino por lo que hoy somos y hacemos en relación con Jesús mismo. Lo
verdaderamente importante es si hoy se puede decir de nosotros que
estamos orando de veras; si somos hombres y mujeres para los cuales la
comunión con Jesucristo está por encima de todo lo demás.
Si el Señor confiere a la oración semejante importancia, también nosotros
deberíamos conferirle la misma. La palabra de Dios nos exhorta en
repetidas ocasiones a la práctica de la oración, rogando a Dios por nosotros
mismos y por los demás, en la firme confianza de que seremos oídos por un
Dios benigno que atenderá nuestro ruego con su divina gracia.

Jesús podría decir de nosotros ahora mismo muchas cosas, pero ¿podría
decir sobre todo esto: “He aquí, él/ella ora”? Esto sería lo mejor que podría
decir de nosotros, porque significaría que, sobre todas las cosas, nosotros
valoramos la comunión con Dios. Y el que de veras busca a Dios, está
viviendo de manera tal, que su vida es de bendición para todas las personas
que le tratan.

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Capítulo 21

Una imagen tres veces consoladora


“He aquí, él ora”
(Hechos 9:11c)

Se dice que “hay imágenes que valen más que mil palabras”, y esto bien es
cierto en algunas ocasiones. La imagen de Saulo ciego y orando en
Damasco es un cuadro que puede servir de inspiración y consuelo a un buen
grupo de personas en nuestros días.

y
Primera consolación: Un solitario en la mejor compañía

Saulo se encontraba solo. Las personas que le acompañaban probablemente


le habían abandonado. El encuentro que Saulo tuvo con Cristo en el camino
de Damasco le había transformado en otra clase de persona. Ya no tenía
intereses comunes con el grupo que le había acompañado desde Jerusalén.
Por otra parte, aún no había tomado contacto con aquel otro grupo al que
antes perseguía y al que ahora se sentía íntimamente ligado.
Su situación era de soledad. Pero a pesar de ello no estaba solo. Saulo
disfrutaba en esos instantes de un trato y comunión que todos en Damasco
desconocían.

En nuestros días hay muchos solitarios. Todos ellos pueden recrearse en el


trato que gozaba Saulo. También la profetisa Ana era una mujer solitaria.
Una mujer que había enviudado hacía ochenta y cuatro años (Lucas 2:37).
Sin embargo, ella gozaba de una compañía más excelente que cualquier otra
compañía del mundo entero, pues, tenía comunión con Dios. ¿Y qué
diremos de José en Egipto? Aún en tierra extraña gozó de una comunión
que le confortaba poderosamente; se trataba de la comunión con Dios
(Génesis 39:2)

Hay viudas que han perdido a sus esposos. A éstas la Biblia les indica el
camino de la más excelsa comunión: el camino de la súplica y de la oración
constante (1 Timoteo 5:5).

Es justamente en la soledad donde podemos experimentar la riqueza y la


bendición que resultan de la comunión con aquel a quien ora Saulo en esos
tres días de ceguera y soledad (Salmo 25:16: 102:8).

y
Segunda consolación: Un parado que se ocupa en la labor más
importante

Humanamente hablando, Saulo se había quedado sin trabajo, además,


estaba enfermo, ciego, posiblemente la enfermedad más terrible en aquellos
días, puesto que postraba a las personas en una situación de indefensión y
dependencia totales.

Como hombre enérgico y decidido, Saulo había conseguido mucho en sus


años de trabajo. La actividad febril le caracterizó toda su vida. Y esa labor
que estaba realizando le fue quitada de golpe. Para un carácter como el de
Saulo no sería fácil verse obligado al ostracismo.

Sin embargo, Saulo no estaba sin hacer nada. Se envolvió en un trabajo que
supera a todo otro en importancia. Saulo oraba. Y

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Una imagen tres veces consoladora ¨
por sus oraciones llegó a realizar una obra superior a la que había ejercido
durante todos los años anteriores llevado de su celo de religioso fariseo. He
aquí una labor abierta a todos.

Hoy hay mucho para obrero. Hay creyentes que están en el paro y otros que
están jubilados del trabajo y no saben qué hacer con su tiempo. Algunos
enfermos postrados en cama experimentan gran contrariedad por no poder
trabajar. Es comprensible. Pero cuando se descubre a nuestra vista la
actividad que realiza Pablo durante los días de su ceguera en Damasco,
entonces se abre ante nosotros todo un mundo de posibilidades. Para los
cristianos que oran, no hay paro obrero ni tiempo perdido.

También a Moisés lo apartó Dios de todas sus actividades y lo envió a la


escuela del desierto (Éxodo 3:1). Lo mismo ocurrió con Elías en el arroyo
de Querit (1 Reyes 17:3s). Hay tiempos en los que Dios impide a sus
siervos toda actividad, para que se concentren en la más sublime de todas,
en la más difícil: la oración. Cuando Samuel ungió a Saúl por rey, cesó en
su cargo de líder político de Israel, pero no cesó en el ejercicio de la oración
intercesora (1 Samuel 12:23).

Sólo la eternidad revelará lo importante que fue el servicio secreto de la


oración (Efesios 6:18). Cuando no tengamos nada que hacer, oremos; y
cuando estemos ocupados, busquemos descansos para la práctica de la
oración.

y
Tercera consolación: Un hombre en oscuridad alumbrado por la luz
más excelente

Saulo se encontraba completamente en oscuridad por causa de su ceguera.


Pero gracias a su comunión con Dios gozaba de luz. Dios es fuente de luz.
El que cultiva la comunión con él recibe los rayos de su luz divina. Esto
hacía Pablo.

Tiempo atrás vivió a la luz de los hombres. Ahora le alumbra una luz mejor.
Como le ocurrió a otros también, ahora Saulo discernía realidades que antes
no le decían absolutamente nada. Ahora la muerte de Esteban le aparecía
bajo una luz totalmente nueva. Ahora tenía nueva luz sobre numerosos
textos de las escrituras antiguas que antes había captado únicamente desde
la óptica de su esfuerzo personal y humano. Ahora le fueron abiertos los
ojos para mirar en las profundidades de su propio corazón y mucho más.
Ahora podía ver a Dios, a Jesús.

El que ora está alumbrado por la luz de Dios. En tiempos de oscuridad


interior debemos dedicamos a esta labor de la oración (Salmo 51:10; 55:17;
57:1-3).

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Capítulo 22

¿Qué nos dice sobre Jesús las


palabras “He aquí, él ora”?
“He aquí, él ora”
(Hechos 911c)

Camino de Damasco, en su persecución de la iglesia de Cristo, Saulo ha


tenido un encuentro con el Señor. Como resultado de esto, ha quedado
físicamente ciego. Esta ceguera nos habla también de la ceguera espiritual
de este fanático religioso. Ha entrado en Damasco invidente y hace tres días
que ora a Dios buscando, sobre todo, luz para su alma. En respuesta a estas
oraciones, el Señor le va a enviar a uno de sus discípulos para que le
devuelva la vista y lo confirme definitivamente en la nueva fe. Por medio
de una visión Jesús se dirige a Ananías y le dice acerca de Pablo: “He aquí,
él ora.” Esta breve frase nos dice mucho sobre Pablo, pero también nos dice
mucho sobre Jesús. Veámoslo:

y
Jesús ve en lo oculto

Lo primero que nos dice es que Jesús es capaz de ver a través de todas las
puertas. Jesús ve en lo profundo del corazón a través de todas las puertas y
paredes. Jesús nos ve dondequiera que nos encontremos y mira en lo más
recóndito de nuestro corazón. Según nuestro texto, Saulo se encontraba en
aquella habitación de la casa de Judas sin que fuera visto por nadie. Nadie
sabía lo que estaba haciendo. Y, sin embargo, había unos ojos que le
miraban atentamente. Eran los ojos de Jesús. Él, que había visto a Natanael
debajo de la higuera (Juan 1:48); él, que conocía al detalle los oscuros
negocios de Judas Iscariote; él, que dijo a las siete iglesias del Apocalipsis:
“Yo conozco tus obras” (Apocalipsis 2:2.9); él era el que estaba viendo a
Saulo orar en la soledad de su habitación. Y lo que el Señor dijo un día al
rey Ezequías, se aplica ahora a Saulo también: “Yo he oído tu oración y he
visto tus lágrimas” (Isaías 38:5).

Aquellos ojos que veían a Saulo orar son los ojos que nos miran a nosotros
también. Jesús ve lo que hacemos y lo que dejamos de hacer. Él ve la
pureza de nuestras intenciones y también ve las oscuras maquinaciones de
nuestro corazón. Él ve nuestras luchas internas con la tentación y el pecado
y ve también nuestras debilidades.

El Salmo 139 dice de esto: “Oh Jehová, tú me has examinado y conocido.


Tú has conocido mi sentarme y mi levantarme; has entendido desde lejos
mis pensamientos. Has escudriñado mi andar y mi reposo, y todos mis
caminos te son conocidos. Pues aún no está la palabra en mi lengua, y he
aquí, oh Jehová, tú la sabes toda.”

Para nosotros debe ser muy consolador saber que el Señor nos mira y nos
ve dondequiera que estemos. En ningún lugar estamos fuera de su mirada.
En los momentos difíciles de la vida esta idea debe inspirarnos confianza y
valor. Pues si el Señor nos ve, entonces no hay nada que temer. Pero esta
misma idea debe ser una advertencia para nosotros, pues esto significa que
el Señor ve también cuales son nuestras motivaciones. Podemos engañar a
los hombres, pero no podemos engañar a Jesús.

y
Jesús introduce a su siervo en sus secretos

Con las palabras “he aquí, él ora”. El Señor descorre una cortina de los ojos
de su siervo Ananías y le deja mirar en un secreto que todavía no conocía
ningún cristiano de Damasco.

¿Qué intención tenía el Señor con esto? Indudablemente no obró así para
satisfacer ninguna curiosidad, sino para fortalecer a uno de sus siervos en el
cumplimiento de una misión osada y delicada.

Hasta ese momento Ananías conocía a Saulo como el cruel perseguidor de


los cristianos, el peor de los inquisidores. Con esta visión de Saulo su ánimo
podría decaer. Le hubiese resultado muy difícil acercarse a él. Por eso el
Señor le dio toda la luz que le era necesaria para realizar su tarea con
prontitud y confianza.

Así obra a menudo el Señor. A un Gedeón le permite echar una mirada en el


pánico y el terror que se había apoderado del corazón de los madianitas, a
fin de que él mismo se armase de valor y ponga manos a la obra para
realizar la misión que Dios le ha encomendado (Jueces 7:9-15).

Al profeta Ezequiel le revela el Señor las conversaciones que tienen sobre


él sus paisanos, mientras que él les predica (Ezequiel 33:30-33). Es más,
Dios le revela toda la idolatría y las perversidades que el pueblo hace en
oculto (Ezequiel 8:7-18), para que él pueda cumplir fielmente y con valor
su ministerio profético de anunciar la caída definitiva.

Y más tarde, al mismo Saulo, convertido ya en el apóstol Pablo, el Señor


Jesús le mostrará en una visión nocturna el deseo y la disposición del
pueblo de Macedonia para recibir la palabra de Cristo. Y facilitará esta
visión al apóstol para que este se dirija a esas tierras con gran confianza y
resista la oposición que tendrá que sufrir (Hechos 16:9.10).

Así también, en esta ocasión, por medio de las palabras “he aquí, él ora”, el
Señor da a Ananías la suficiente luz que él necesita para realizar su
ministerio.

En ocasiones el Señor nos puede hablar también a nosotros por medio de las
circunstancias o por la palabra de un hermano que nos alienta para la
realización de una determinada tarea.

y
Jesús habla sabiamente sobre los procesos internos de las personas

Por último, debemos observar muy atentamente la sabiduría que utiliza


Jesús al descubrir a Ananías cual era la situación interior de Saulo. Por
medio de las palabras “he aquí” o “mira”, así se puede traducir también la
palabra griega, Jesús prepara a Ananías para la gran sorpresa. Le está
diciendo que hay algo muy especial que ver.

Realmente, a la luz de la eternidad, no había en aquel momento en la


suntuosa ciudad de Damasco ninguna otra maravilla tan digna de ser
contemplada y admirada como la visión de aquel hombre arrepentido en la
casa de Judas. ¿Pero de qué manera comunicó Jesús a Ananías la
maravillosa transformación que había tenido lugar en la persona de Saulo?

Saulo se encontraba en aquel instante en medio de su proceso de


conversión. Había reconocido su error y se había distanciado interiormente
de aquellas persecuciones que había protagonizado. Se dio cuenta de las
injusticias que había cometido contra muchas personas inocentes. Pero en el
instante en que Jesús habla con Ananías aún no había alcanzado la gracia
del perdón divino. Saulo se encontraba en un momento de transición.

A menudo solemos hablar de una manera indebida sobre esas personas que
han sido tocadas por el Señor y que se encuentran en un momento de
transición hacia la vida de fe. En ocasiones se emplea en relación con ellos
ciertas expresiones que dicen mucho. Estamos muy inclinados a decir de
ellos: “¡Se ha convertido!”, cuando en realidad sólo ha comenzado ese
proceso que culminará en la vida eterna.

Al hablar de las experiencias que atraviesan las personas, tenemos que ser
prudentes y más bien reservados. Nosotros podemos alegrarnos en esa obra
que el Señor está haciendo en determinadas personas que conocemos, una
obra visible a nuestros ojos. Sin embargo, deberemos ser prudentes a la hora
de hablar de ellas, para que no traspasemos los límites de la verdad ni
caigamos en exageraciones innecesarias. Jesús evitó, al respecto, hablar
más de la cuenta. Y su ejemplo es norma para nosotros.

Un pastor volvía de tener una conversación con una persona influyente, en


la que el Señor estaba obrando. De vuelta en su despacho, le preguntó su
copastor cómo le iba espiritualmente a aquel hombre que acababa de visitar.
El pastor le respondió: “El Señor está obrando en él.” No le dijo nada más.
En esta respuesta podemos observar algo de esa sabiduría que utilizó Jesús
al referirse al estado espiritual de Saulo, diciendo: “Mira, él ora” (Santiago
3:2; Proverbios 10:13a,20; 13:3).
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Capítulo 23

El Señor muestra a Saulo su guía


espiritual
“Y ha visto en visión a un varón llamado Ananías, que entra y le pone
las manos encima para que recobre la vista.”

(Hechos 9:12)

Para las almas que buscan a Dios de todo corazón es muy importante que en
sus primeros pasos en el camino de la verdad sean guiados por personas
adecuadas. El hombre o la mujer que conducen a otro a Jesús tienen sobre
él una gran influencia. Los primeros impulsos en el camino de la fe pueden
ser decisivos para el posterior desarrollo espiritual de las personas. Y estos
impulsos solemos recibirlos casi siempre de nuestros progenitores
espirituales, de esas personas que nos acercaron a Jesús. Algunos cristianos
tuvieron que andar durante muchos años por caminos torcidos o
equivocados debido a que en los primeros momentos de su vida espiritual
cayeron en manos de algún dirigente espiritual lamentable, que los ató a su
propia persona o a sus ideas partidistas, en lugar de atarlos a Jesús. Siempre
ha habido dentro del cristianismo líderes espirituales enfermos de la mente
y del alma que no forjan iglesia conduciendo a la gente sólo a Jesús, sino
que crean partidos, atando a los convertidos a sus propias personas, ideas o
intereses. Nuestro texto nos muestra a Pablo desde el principio en las manos
de un buen dirigente espiritual, que le ayudó con sus consejos a dar sus
primeros pasos en la fe.

y
¿Quién dirigió a este hombre a Saulo?

Fue el mismo Jesús quien condujo a Pablo a este hombre.

Todos nosotros necesitaremos en determinados momentos de nuestra vida


espiritual a una persona que nos ayude y oriente. Un buen

consejero espiritual es un tesoro para quien lo encuentra. Y Pablo

lo encontró en la persona de Ananías, mejor dicho, lo recibió,

pues, le fue dado por el mismo Jesús en una visión.

Dios pone hombres junto a nosotros para que nos indiquen

lo que debemos hacer. Elí fue este hombre para Samuel; a su

vez, Samuel fue un consejero espiritual para David; Andrés lo

fue para su hermano Pedro; y Priscila y Aquilas fueron los instructores


espirituales del elocuente Apolos al principio de su

vida cristiana. ¡Qué bueno es Dios!, él pone a nuestro lado las

personas que necesitamos para nuestra instrucción y desarrollo

espiritual.

Las iglesias, a la hora de llamar a sus pastores deben elegir a

hombres capaces de atender a las necesidades de estas, y pueden

creer que el Señor de la iglesia, Jesús, tiene hombres concretos

para cada iglesia. Dios escogió a Saúl como pastor de Israel, y

después escogió a David, un hombre conforme al corazón de Dios

para un momento concreto de la historia de su pueblo. En Apocalipsis


1:16,20 aparece Jesús con siete estrellas en su diestra. Estas

estrellas son sus siervos que le sirven en las distintas iglesias.

Estos siervos están en la diestra de Jesús, o sea, en la mano del

poder y la destreza. Con esto se nos dice que el Señor los controla y los
pone donde él quiere. Si creemos que Jesús es el Señor de la iglesia,
creeremos también en la necesidad de dejarnos mostrar por él quienes han
de ser los hombres que deberán guiarnos espiritualmente en las distintas
etapas de nuestra vida personal y co

munitaria.

Tal como Jesús le mostró a Pablo en una visión maravillosa

quién iba a ser su asesor espiritual en las próximas horas, también

a nosotros, personalmente y como iglesia, nos puede mostrar el

Señor a nuestro hombre, sin que para ello tenga que recurrir a una

visión especial.

y
¿Cómo recibió Saulo el don divino del consejero idóneo?

No fue por reflexión ni por selección humana que Pablo recibió el don
divino del consejero idóneo. Mientras que Pablo estaba orando, Ananías
recibía la visión de ir al encuentro de Saulo. Pablo, pues, recibió su
consejero espiritual por medio de la oración. Este es también el medio
adecuado para que nosotros recibamos a nuestros instructores en la fe, a
nuestros consejeros.

Tenemos que aprender a pedir a Dios en oración todo lo que necesitemos,


sean cosas o personas. El centurión romano Cornelio estaba también orando
cuando en una visión vio claramente a un ángel entrar donde él estaba y
decirle el nombre de la persona que debía hacer venir a su casa, para recibir
por medio de ella instrucción para su salvación (Hechos 10 3ss). También
Isaac recibió a la que sería su esposa en el instante en que salió al campo a
orar por la tarde (Génesis 24:62-64). Y a Pablo le fue asignado un guía
espiritual mientras oraba. La oración alcanza cosas sorprendentes, porque
orar es descansar en Dios, y Dios no defrauda a los que esperan en él. Este
es el camino que nosotros debemos seguir para alcanzar lo que queremos.

y
¿En qué debía reconocer Saulo al verdadero consejero?

El Señor le dio a Pablo una serie de indicaciones muy precisas que le


ayudarían a reconocer a su primer instructor en la nueva fe. Le indicó su
nombre: Ananías; le hizo ver la acción que éste realizaría para sanarle, la
imposición de manos, y le aseguró su sanidad. El instructor divino debía
presentar todas estas características.

Cuando Ananías entró en la casa donde Pablo estaba viviendo, y procedió


tal como Pablo había visto en la visión, éste no tuvo la menor duda de que
se encontraba ante el guía adecuado.

Lo mismo ocurre con nosotros. En la palabra de Dios encontramos


indicaciones muy precisas sobre los verdaderos y los falsos líderes
espirituales. Se nos detalla el proceder de unos y de otros. Cuando alguien
viene a nosotros, y su proceder y sus palabras concuerdan plenamente con
lo que el Señor nos dice en su palabra, la Biblia, entonces nosotros lo
reconocemos como enviado de Dios, como instructor verdadero. Pero
cuando alguien viene a nosotros y su proceder no es espiritual ni bíblico, lo
rechazamos como no enviado por Dios.

Hay muchos predicadores que en el nombre de Jesús pretenden reunir a su


alrededor a un grupo de personas. Pero con este objetivo utilizan recursos
nada bíblico ni espirituales, procediendo sin el más elemental criterio ético.
Aprovechando mi ausencia, por motivos de vacaciones, una mujer de uno
de los puntos de misión que yo atendía, invitó sin mi conocimiento a un
predicador. Este hombre enseñó doctrinas extrañas y se llevó tras él a un
buen puñado de incautos creyentes, destruyendo con su lamentable acción
una obra misionera que prometía mucho. No, aquel hombre no fue allí
enviado por el Señor, sino traído por la soberbia y la ignorancia de una
insensata mujer. Cuando el Señor envía a un siervo suyo a un lugar, es para
sanar, para instruir, para edificar, pero no para destruir. A estos pretendidos
dirigentes espirituales nosotros los rechazamos enérgicamente, como
rechazamos a cualquiera que viene a nosotros en su propio nombre para
hacer su propia obra.

Todo hombre enviado por Dios viene para traer bendición y vida. Y su
proceder y sus palabras concuerdan siempre con el espíritu y las palabras de
Jesús.

´¨
Capítulo 24

La solicitud de Jesús por Saulo y


Ananías
“Y ha visto en visión a un varón llamado Ananías, que entra y le pone
las manos encima para que recobre la vista.”

(Hechos 9:12)

La visión que Jesús concede a Pablo en la que éste ve a un hombre llamado


Ananías entrar a donde él está y orar por él con imposición de manos, y la
otra visión que Jesús facilita casi simultáneamente a Ananías, nos hablan de
la tierna solicitud de Jesús por estos dos siervos suyos. Aunque Jesús tiene
todo el poder en el cielo y en la tierra, no lo utiliza para apabullar a los
suyos con imposiciones dictatoriales. Él es el pastor prometido de Isaías
40:11, de quien se nos dice que “apacentará su rebaño; en su brazo llevará
los corderos, y en su seno los llevará; pastoreará suavemente a las recién
paridas.” Y así procede Jesús en un momento tan delicado con estas dos
ovejas suyas llamadas Pablo y Ananías.

y
Una visión para la esperanza

Para el arrepentido Pablo, esta visión fue un destello de luz y un claro signo
de gracia de parte de Jesús. Esta visión le manifestaba la preocupación y la
solicitud del Señor por él. A través de ella Jesús le hace entender que muy
pronto recibirá la ayuda que necesita y la instrucción que aguarda. Y
aunque una visión no es todavía la realidad, apunta a ella claramente y se
convierte en signo de esperanza. La visión sostuvo a Pablo en su singular
combate ¿Acaso no constituyeron los antiguos sueños o visiones un
poderoso sostén para José en Egipto durante los largos años de su
humillación? Podemos imaginarnos que José se inspiró en aquellas visiones
para no sucumbir ante el cúmulo de contrariedades que estaba viviendo. Un
hombre de su condición espiritual conocía el alcance profético de aquellas
visiones que Dios le había concedido. Las visiones procedían de Dios, y en
este sentido eran claro signo de gracia.

En el caso de Pablo podemos suponer que no fue menos. El cumplimiento


de la visión así lo demuestra.

En ocasiones nosotros nos hemos encontrado en una situación embarazosa,


como Pablo durante estos tres días de ayuno y oración, solos y totalmente
incapacitados para hacer cualquier cosa; a nuestro alrededor todo era
oscuridad. Pero entonces una llamada telefónica, una carta o una noticia
inesperada, “caída del cielo”, como solemos decir, y nunca mejor dicho, nos
hizo concebir la firme idea de que nuestro conflicto llegaba a su fin, de que
Dios estaba cerca de nosotros. Vimos brillar la luz al final del túnel, y la
esperanza inundó nuestro corazón como un río. Jesús quiere que tengamos
esperanza, que nuestra vida esté marcada por la esperanza. Por eso, él nos
permite ver esos destellos de luz, cual si fueran visiones que lo transforman
todo en nuestro interior, inspirándonos confianza y esperanza.

Las tinieblas sólo duran tres días, es decir, lo que Dios dispone. Nuestra
vida no está a merced de las circunstancias, sino en las manos de Dios. “En
tu mano están mis tiempos”, dice el salmista. Y esta debe ser también
nuestra convicción.

Es Dios quien pone límites a nuestras experiencias en la vida. Y antes de


hacernos emprender una nueva etapa, a veces nos lo hace saber a su
manera, para que nosotros estemos preparados, para que tengamos
confianza y esperanza. Este fue el caso de Pablo en la experiencia que nos
ocupa. Jesús le manifestó su tierna solicitud. Y nosotros debemos creer que
el Señor observa hoy con cada uno de sus hijos esta misma y tierna
solicitud.

y
Una visión para el valor

La visión le abrió a Ananías el camino hacia Pablo. Ananías encontró el


terreno labrado para su predicación. Pablo le estaba esperando, y le recibió
como un enviado de Jesús a quien anhelaba oír.

Los siervos de Jesús experimentarán una y otra vez que su Señor les ha
abierto el camino y lo ha preparado todo para ellos. Las conversiones y los
progresos de la iglesia no son nunca un logro humano. Son siempre obra de
Jesús. La única aportación del hombre a ella es la obediencia. El ser
humano es sólo herramienta en las manos del divino hacedor. Así lo
entenderá y lo expondrá el mismo Saulo al dirigirse años más tarde a los
corintios, diciéndoles: “¿Qué, pues, es Pablo, y qué es Apolos? Servidores
por medio de los cuales habéis creído; y eso según lo que a cada uno
concedió el Señor” (1 Corintios 3:5). Cuando el evangelista Felipe recibe en
Samaria la orden de ir al camino que va de Jerusalén a Gaza, encontrará que
el Señor le ha preparado un encuentro con una persona que le está buscando
y que ya está dispuesta para recibir a Jesús como Salvador y Señor (Hechos
8:26-39). Cuando Pedro en Jope recibe la orden de ir a casa del centurión
romano Cornelio, que vive en Cesarea a dos días de viaje, encontrará
también que el Señor ha preparado el terreno para que la predicación de su
evangelio encuentre cabida en el corazón de toda una familia (Hechos 10).

Los siervos de Cristo gustarán una y otra vez esta alentadora experiencia.
También hoy el Espíritu Santo mueve a los cristianos a dar pasos concretos
hacia el encuentro de personas que Dios ha preparado. Estos pasos pueden
emprenderse con temor, con cierta reserva o con incomprensión, pero la
obediencia nos mostrará que fuimos guiados por Dios. Un cristiano se había
acostado temprano, después de un día de duro trabajo. De repente sintió que
una voz le decía en su interior: “Ve a visitar a X en la calle tal.” La persona
a visitar era un antiguo cristiano, cuya vida disoluta había hecho mucho
daño a otras personas y al testimonio cristiano en el lugar. Este hombre se
había apartado de los cristianos que le habían exhortado a cambiar de vida.
Y siguió su camino al margen de la iglesia. X vivía al otro lado de la
ciudad. El creyente luchó un poco consigo mismo: “¿Tengo que ir a
visitarle ahora que estoy acostado, siendo también tan tarde? ¿No sería
mejor quedarme en la cama y visitarle en otra ocasión?” Finalmente se
levantó y se fue en busca de X. Cuando llegó a la casa vio que había luz en
su interior. Llamó a la puerta. Al poco tiempo oyó pasos en su dirección. El
señor X le abrió la puerta a la vez que le preguntaba sorprendido: “¿Qué
haces tú por aquí?” El otro creyente le respondió: “No lo sé; lo único que te
puedo decir es que sentí que una voz me decía que tenía que visitarte
ahora.” A estas palabras siguió una confesión sorprendente por parte de X:
“Ahora mismo, mientras golpeabas en la puerta, yo estaba subido a una silla
con una soga al cuello y con la intención de ahorcarme. Cuando oí los
golpes, me dije: “Puedes ver quien llama.” A continuación siguió una
conversación que condujo a X a un reencuentro con Jesús.

Este cristiano había obedecido la voz del Espíritu, y había encontrado a un


hombre que necesitaba su ayuda, que necesitaba de nuevo al Señor. Jesús
nos dirige al encuentro con personas que él quiere bendecir. Y nos
demostrará que esas visitas “desagradables” y de riesgo han sido
previamente trabajadas por él, y que no tenemos nada que cerner.

Ananías recibió valor y ánimo por medio de la visión, y esta historia bíblica
debe y quiere provocar en nosotros los mismos sentimientos cuando nos
encontremos ante una situación semejante, que sentimos que no podernos
eludir. El Señor va delante de nosotros preparándonos el terreno. ¿No es
este el pensamiento de Efesios 2:10, donde se nos dice que “somos hechura
suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de
antemano para que anduviésemos en ellas”? Sí, Dios prepara el camino que
debemos andar, las obras que debernos realizar, las visitas que tenemos que
hacer. Y nuestra más solicita preocupación debe ser andar en esas obras.

´¨
Capítulo 25

Los reparos de Ananías


“Entonces Ananías respondió; Señor, he oído de muchos acerca de este
hombre, cuántos males ha hecho a tus santos en Jerusalén; y aun aquí
tiene autoridad de los principales sacerdotes para prender a todos los
que invocan tu nombre. El Señor le dijo: Ve, porque instrumento
escogido me es éste, para llevar mi nombre en presencia de los gentiles,
y de reyes, y de los hijos de Israel; porque yo le mostraré cuánto le es
necesario padecer por mi nombre.”

Hechos 9:13-16

Muchas veces rehuimos el contacto con determinadas personas porque


ignoramos el trato que Dios ha tenido con ellas. La reacción de Ananías
ante las palabras de Jesús estaba determinada por esta ignorancia. Ananías
había oído muchas cosas acerca de Pablo. Y todo lo que había oído era
lamentablemente cierto. ¡Pero no era toda la verdad! Y las verdades a
medias confunden. Las verdades a medias pueden producir temor y
conducen con frecuencia a reacciones equivocadas.

y
Ananías sabía lo que Saulo había hecho a Jesús, pero no sabía lo que
Jesús había hecho a Saulo

Pablo había perseguido a Jesús cruelmente en la persona de sus discípulos.


Valiéndose de la tortura, les había obligado a blasfemar el nombre de Jesús,
tan querido para ellos. Había violado sus conciencias haciéndoles renegar
de lo que más querían. Los había encarcelado y azotado, y les había dado
muerte. Sin saberlo, Pablo había hecho todo esto contra Jesús mismo. Todo
esto lo había hecho al nombre de Jesús, al Señor mismo. Pero más decisivo
aún era lo que Jesús había hecho en Pablo. Y Ananías ignoraba esto último.

Lo que hacemos los hombres es importante, sin embargo, lo decisivo es lo


que hace Jesús en los hombres. Nuestra maldad puede que sea inaudita,
pero la bondad de Dios es infinita para con todo pecador arrepentido. E
infinita se mostró la bondad de Jesús para con Pablo.

Muchos años después de su experiencia de conversión Pablo escribirá a su


colaborador Timoteo diciéndole, entre otras cosas: “Cristo Jesús vino al
mundo para salvar a los pecadores”, y añadirá: “...de los cuales yo soy el
primero.” Como vemos, después de pasados muchos años y habiendo
gustado el perdón de sus pecados, Pablo continua recordando aquellos
tristes episodios de su vida de perseguidor. Era consciente de haber
cometido gravísimos pecados. Por lo cual él se siente “el primero de los
pecadores”, el peor de todos. Pero seguidamente nos da él mismo la razón
de la manifestación de la misericordia de Dios en su vida, manifestada en su
conversión y llamamiento, dice: “Pero por esto fui recibido a misericordia,
para que Jesucristo mostrase en mí el primero toda su clemencia, para
ejemplo de los que habían de creer en él para vida eterna” (1 Timoteo 1:16).

Los hombres aplican “castigos ejemplares” para hacer saber que con ellos
no se juega. Cuando en un sector de una ciudad se denuncian continuos
robos protagonizados por una banda de delincuentes, de la que sólo se ha
podido prender a un par de miembros, los jueces suelen aplicar a éstos un
castigo ejemplar para que la delincuencia no continúe su ritmo de
expansión.

Nuestro Señor Jesús quiso ofrecernos un ejemplo en la persona de Pablo.


Pero no un ejemplo de castigo y severidad, sino de gracia y misericordia. Y
para eso obró en él la maravillosa transformación del nuevo nacimiento,
estableciéndolo, además, como uno de los motores principales para la
extensión de su reino en el mundo. Así que, hasta el día de hoy Pablo es el
primero de la larga lista de los pecadores del mundo, pero a la vez, es
también el primero en experimentar la gracia y la misericordia divinas con
unas dimensiones inigualables. El propósito de Dios con la conversión de
Pablo es que todos los pecadores se sientan alentados para buscar de Dios
un perdón que nunca se les negará y que, a la vez, todos comprendan que
cuando Dios perdona, restablece a la dignidad de hijo con la preciosa
libertad y posibilidades que esta gracia comporta. Recordemos el caso del
hijo pródigo.
Ananías ignoraba los propósitos de Jesús con Pablo y esto explica su
reacción ante la tarea que su Señor le encomendaba en relación con Pablo el
perseguidor.

y
Ananías sabía del poder que Saulo tenía de parte del sumo sacerdote
(v. 14), pero no sabía nada del poder que el sumo sacerdote celestial
había manifestado en Saulo a las puertas de Damasco

Los sacerdotes tenían mucho poder en el mundo antiguo. En Israel eran


muy respetados. Apenas hacia doscientos años que el sacerdote Matatías,
junto con sus hijos los Macabeos, había capitaneado la insurrección que
llevó a Israel a sacudirse el yugo opresor de los Antiocos griegos. En
algunos momentos de la dominación romana los sacerdotes llegaron a
ostentar incluso cierto poder político. Ellos habían sido la fuerza que había
aglutinado al pueblo en ciertos momentos de crisis nacional. De cualquier
manera, su influencia en el pueblo era muy grande. Ellos representaban a
Dios, y en una cultura profundamente religiosa sus voces se oían con
agrado y atención. Su influencia moral y espiritual, así como su influencia
política, eran muy grandes. Pablo llegaba a Damasco revestido de toda esta
autoridad. ¿Quién se atrevería a hacerle frente? No era fácil enfrentarse a
tanto poder.

Pablo abandonó Jerusalén después de su encuentro con el sumo sacerdote


del judaísmo. Esto lo sabía Ananías. Pero lo que no sabía era que muy cerca
de Damasco Pablo había tenido otro encuentro más trascendental con el
Sumo Sacerdote celestial, que ostentaba, además, el título de “Rey de reyes
y Señor de señores” y a quien Dios Padre le había dado toda potestad en el
cielo y en la tierra, o sea, Jesucristo. Jesús había hablado con Pablo y le
había hecho gustar solamente un poco de su divino poder y autoridad. Lo
suficiente para hacerle entender que combatir contra él era una insensatez.
De este encuentro Pablo había salido ciego, espantado, turbado y cambiado
en otro hombre, con otras ideas y otros propósitos.

Como vemos, otra vez la información que tenía Ananías era deficiente, de
ahí sus reparos para acercarse a Pablo. No tengamos reparos en acercarnos a
hablarle a las gentes en el Nombre de Jesús. Con frecuencia
experimentaremos que Jesús ha hablado ya con ellos y que las personas
están preparadas para oírnos y recibir nuestras palabras.
y
Ananías sabía que el objetivo del viaje de Saulo era prender a todos
los que invocaban el nombre de Jesús, pero no sabía nada del objetivo
que Jesús se había propuesto alcanzar con este perseguidor

Este hombre que venía a Damasco con el objetivo de poner en cadenas a


muchos cristianos y encerrar en la cárcel a hombres y mujeres, iba a hacer,
según el supremo propósito divino, una cosa bien distinta. Iba a atar a miles
de hombres y mujeres a la persona de Jesús y con ello iba a predicar a todas
las naciones la más preciosa libertad. Jesús lo había escogido “para llevar su
nombre en presencia de los gentiles y de reyes, y de los hijos de Israel”. El
que trabajaba denodadamente por erradicar del mundo el nombre de Jesús,
ahora iba a ser su más eficaz predicador, su más ardiente defensor, su más
ferviente adorador.

La Historia de la Iglesia y los mismos Hechos de los Apóstoles nos


muestran que ciertamente fue así, que Pablo fue ese “instrumento escogido”
para llenar el mundo del conocimiento de Jesús. Él fundó más iglesias que
ningún otro apóstol y dio a la iglesia una serie de escritos de singular
profundidad espiritual y teológica. El estudio de sus cartas ha provocado
numerosos avivamientos espirituales a lo largo de los siglos. Casi dos mil
años después de su muerte estas obras continúan hablando de la
sorprendente magnitud de la gracia divina en Jesucristo. Nos hablan
también del poder de Cristo para transformar a las personas, siendo el
mismo Pablo el ejemplo más elocuente. Y, de paso, nos hablan también del
carácter y del temple espiritual de Saulo de Tarso.

Ananías ignoraba estos propósitos de Jesús. De haberlos sabido, no hubiese


objetado lo más mínimo a la orden de Jesús. Lo mismo nos ocurre a
nosotros mientras andamos nuestros caminos, nos asaltan toda clase de
reparos porque ignoramos muchas cosas. Si nosotros fuésemos siempre
conscientes de todo el poder de Dios y de la gloria que él se ha propuesto
manifestar a través de nosotros, seguro que no tendríamos tantos reparos y
objeciones y desaparecerían nuestros temores. Hoy estamos llamados a
andar por fe, o sea, en la humilde y gozosa convicción de que Dios nos está
guiando, aunque no entendamos el curso de determinados acontecimientos
y nos sean confiadas tareas sorprendentes y poco gratas a primera vista.
´¨
Capítulo 26

Lo que hizo Ananías con sus


reparos
“Entonces Ananías respondió: Señor, he oído de muchos acerca de este
hombre, cuántos males ha hecho a tus santos en Jerusalén; y aun aquí
tiene autoridad de los principales sacerdotes para prender a todos los
que invocan tu nombre. El Señor le dijo: Ve, porque instrumento
escogido me es éste, para llevar mi nombre en presencia de los gentiles,
y de reyes, y de los hijos de Israel; porque yo le mostraré cuánto le es
necesario padecer por mi nombre.”

(Hechos 9:13-16)

En ocasiones los cristianos tenemos nuestros reparos respecto a


determinados acontecimientos que creemos dirigidos por Dios mismo. ¿Qué
hacer entonces? Podemos callarnos y aceptarlos con resignación o podemos
sufrirlos con amargura. Pero también podemos hacer otra cosa: podemos
exponerlos delante del Señor. Esto último fue lo que hizo Ananías. Vamos a
valemos de una serie de ejemplos bíblicos para ilustrar lo que nos aconseja
la palabra de Dios a la hora en que nos asalten las inquietudes o los reparos
respecto de lo que creemos la dirección del Señor en nuestra vida. Los
cristianos han obrado ante esto de tres maneras distintas:

y
Con franca rebeldía

Así obró el profeta Jonás cuando Dios le encomendó la tarea de ir a la


ciudad de Nínive para advertirle de las graves e inminentes consecuencias
que les acarrearían de parte de Dios su injusta manera de vivir y sus muchos
pecados.
Jonás no estaba de acuerdo con los propósitos de Dios. Tal vez tenía miedo
de que esa gente, pecadora en extremo, rechazase su mensaje y le matasen a
él. O tal vez, siendo profeta, sabía que el pueblo de Nínive iba a ser usado
por Dios como instrumento para castigar a Israel en un futuro no muy
lejano, y pensó Jonás que si Nínive fuera destruida ahora, Israel podría
salvarse y su castigo podría retrasarse en el tiempo. Cualquiera que fuera la
idea de Jonás, lo cierto es que este hombre de Dios desobedeció la orden
divina embarcándose para Tarsis, o sea, huyendo en dirección contraria a la
que Dios le había ordenado.

Pero el hombre no puede burlar a Dios. El brazo del Señor es muy largo. No
podemos huir de él. Cuando Dios nos encomienda una tarea, lo mejor que
podemos hacer es obedecer en el acto. Y si hubiere algo que no
entendernos, podemos hablarlo con él en oración.

Jonás pagó un precio muy caro por su rebeldía. Gustó una terrible
tempestad marina y vio muy de cerca el rostro de la muerte al ser arrojado
al mar embravecido y ser tragado por un gran pez, en cuyo vientre pasó tres
interminables días con sus noches. Dios le tuvo bajo su disciplina hasta que
el profeta admitió su pecado y estuvo dispuesto a rectificar el rumbo de su
vida por medio de una clara obediencia al Señor.

Hay ocasiones en las que Dios desecha a algunos siervos desobedientes,


como hizo con Saúl. Pero en otras ocasiones Dios moldea a esos siervos
poniéndolos bajo dura disciplina y conduciéndolos a la obediencia. Esto no
es juicio, sino gracia. Juicio sería que Dios nos desechase. Sin embargo,
Dios no quiere desechar al hombre. Dios es paciente y misericordioso y
concede oportunidad tras oportunidad. Jonás debía gustarlo así. Y seguro
que nosotros también lo hemos gustado así. Tal vez algunos de nosotros
debe cambiar hoy su rumbo para volver a andar el camino que Dios le
indicó un día. Volvamos sobre nuestros pasos y cumplamos la tarea que
Dios nos encomendó un día.

y
Con incredulidad

Así obró Moisés cuando Dios se le apareció en el desierto y lo envió a sacar


a Israel de Egipto. Hasta cinco veces seguidas manifestó Moisés sus reparos
para acometer esta empresa. Tenía serias dudas sobre su éxito y sobre su
propia capacidad. El faraón le había sentenciado a muerte. Sus hermanos,
los israelitas, no lo habían aceptado como líder. Moisés sabía, además, que
Israel quería salir de la esclavitud, pero no quería salir de la rica tierra de
Gosén. A todo esto se le añadía que él mismo se sentía como un fracasado,
pues, ¿qué tenía él a sus espaldas? Sólo fracasos. Y delante de sí, ¿qué
tenía?, nada. En cuarenta años no había prosperado nada. ¿Y ahora era él
precisamente quien tenía que liberar a Israel? No, no. Esa empresa sería un
fracaso. Dios podía mandar lo que quisiera, pero él lo veía de otra manera.
¿No hemos pensado nosotros también así en algunas ocasiones? El
problema de Moisés era que había perdido la fe en Dios. La frustración de
sus sueños de juventud, más los cuarenta años de humillación en el desierto
fue demasiado para él.

A veces hemos creído que Dios nos ha dejado injustamente en la estacada;


y entonces nuestro corazón se ha llenado de cierto rencor hacia Dios y de
desconfianza. Como resultado de esto, hemos seguido a su lado, pero
hemos perdido la disposición de la obediencia alegre, confiada y pronta. Y,
como Moisés, hemos porfiado con Dios tozudamente para que nos deje en
paz en nuestro desierto y en nuestra soledad, y escoja a otros para hacer lo
que desea.

¡Cuidado, hermanos! Dios puede enojarse contra nosotros y puede


obligarnos a hacer lo que quiere, por las buenas o por las malas. Moisés
obedeció finalmente, pero la gloria de su gran hazaña no fue para él solo;
tuvo que compartirla con su hermano Aarón.

y
Dialogando con Dios

Así fue como procedió el discípulo Ananías de Damasco.

Expuso al Señor las preocupaciones y las dudas que llenaban su

corazón, tal como lo hizo en otra ocasión Jacob ante el inminente

encuentro con su hermano Esaú. Después de pasados tantos años,

encuentro con su hermano Esaú. Después de pasados tantos años,

12). Y aunque volvía a su tierra, a Canaán, por una revelación divina, ahora,
no obstante, le asaltaban temores y reparos. Sin embargo, en lugar de
torturarse inútilmente con pensamientos

sombríos. Jacob obró con sabiduría espiritual al buscar el rostro

de Dios en oración, exponiéndole sus inquietudes. Y Dios le dio

paz.

Así obró también Gedeón ante la invitación a ejercer el cargo

de juez de Israel, tomando sobre sus espaldas la tarea de combatir


a los enemigos de Israel y juzgar al pueblo de Dios (Jueces 6:15).

También Samuel expuso delante de Dios sus reparos y temores

ante la tarea de ungir a un nuevo rey, viviendo aún el rey Saúl (1

Samuel 16:2). Y también Jeremías expuso delante del Señor sus

temores a la hora de emprender el ministerio profético (Jeremías

1:6). Este fue igualmente el sabio proceder de Ananías. No hay nada que
objetar contra este proceder de exponer a

Dios nuestros reparos y temores, siempre que no seamos impulsados a ello


por un espíritu de rebeldía, sino que lo que nos mueva

sea la confianza infantil y el deseo de hacer la voluntad de Dios,

cueste lo que cueste. Si nuestro propósito no es evitar el encargo

divino, como pretendía Jonás, sino decir con el profeta Isaías:

“Heme aquí, Señor. Envíame”, nuestros reparos serán bien recibidos por
Jesús.

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Capítulo 27

Cómo Jesús ayudó a Ananías en


sus reparos
“El Señor le dijo: Ve, porque instrumento escogido me es éste, para
llevar mi nombre en presencia de los gentiles, y de reyes, y de los hijos
de Israel; porque yo le mostraré cuánto le es necesario padecer por mi
nombre.”

(Hechos 9: 15-16)
Verdaderamente Ananías recibió una tarea difícil de parte del Señor cuando
le fue dicho: “Levántate, y ve a la calle que se llama Derecha, y busca en
casa de Judas a uno llamado Saulo, de Tarso.” Ananías escuchó hasta estas
palabras. No oyó más. La sola mención del nombre de Saulo le impresionó
tanto, que no oyó el resto de lo que le dijo el Señor. Si hubiese continuado
oyendo atentamente, no habría tenido ninguna necesidad de replicar a Jesús.
Pues el Señor le había dicho acerca de este terrible perseguidor: “He aquí,
él ora, y ha visto en visión a un varón llamado Ananías, que entra y le pone
las manos encima para que recobre la vista.” Si hubiese oído bien, se habría
dado cuenta desde un principio de que el Señor le había preparado el
camino hacia este hombre, cuyo solo nombre hacía temblar a los cristianos
de Damasco.

¡Ay, hermanos, qué torpes somos cuando creemos que las tareas que nos
confía el Señor son demasiado difíciles para nosotros! ¡Como si el Señor
nos llamase a realizar un trabajo sin capacitarnos previamente! Cuando
Dios asigna a alguien una obra, le reviste de gracia, sabiduría y fuerza para
su realización. Dios no llama a todos los capacitados, pero capacita a todos
los llamados. Si nosotros prestamos atención a lo que nos dice Dios,
escucharemos junto a su comisión las palabras que nos aseguran que él
estará con nosotros y nos ayudará.

Pero justamente esto fue lo que no escuchó Ananías. Y por eso respondió:
“Señor, he oído de muchos acerca de este hombre, de cuántos males ha
hecho a tus santos en Jerusalén; y aún aquí tiene autoridad de los
principales sacerdotes para prender a todos los que invocan tu nombre.”

¡El bueno de Ananías! Le echa un discurso al Señor explicándole qué clase


de hombre es Saulo. ¡Como si el Señor no lo supiera! Y a continuación
espera que Jesús rectifique la misión que le ha asignado, por ser esta
improcedente y arriesgada en extremo.

¿No procedemos nosotros también en ocasiones tal como Ananías? ¿No


creemos que podemos influir en Dios para que él rectifique y nos descargue
de una tarea que consideramos demasiado difícil para nosotros? Reconozco
que en ocasiones he obrado así. ¿Tú no?
Si el Señor hubiera reaccionado con disgusto e irritación ante las objeciones
de Ananías, nosotros podríamos entenderlo. Pues ¿quién es Ananías para
enmendar los planes de Dios y decirle al Señor lo que tiene que hacer? Pero
Jesús no se enfurece. Él nos conoce muy bien. Sabe cuán miedosos somos.
Por eso, se humilla a explicar al asustadizo Ananías cuál es el verdadero
estado de la cuestión. De esta manera Jesús libera a Ananías de sus temores.
Lo libera:

y
Dándole a conocer sus propósitos para con Saulo

El Señor le comunica a Ananías que el temible perseguidor será


transformado en un “instrumento escogido” para sus divinos planes de
hacer avanzar el evangelio hasta lo último de la tierra. Esta revelación fue
para Ananías una poderosa fuerza sanadora. Él estaba lleno de dudas y
temores. Veía a la iglesia de Damasco destruida. Temía incluso por su
propia vida. El futuro inmediato se le antojaba negro y dramático. Su
situación mental era semejante a la del criado del profeta Eliseo, cuando vio
que un ejército de sirios rodeaba la ciudad de Dotán para prenderle a él y al
profeta. Pensó: No hay escapatoria. Nuestra libertad y nuestra vida han
llegado a su fin. Pero Dios abrió los ojos de aquel criado y le mostró que no
había nada que temer de aquel terrible ejército. Así obró también Jesús con
Ananías.

La réplica de Ananías a Jesús daba a entender que él tenía que hacer saber
al Señor quién era Saulo y qué estaba haciendo ese hombre. Parecía como si
Jesús no supiera nada sobre Saulo o como si no le importase en absoluto las
atrocidades que este hombre había cometido y planeaba continuar
cometiendo en las personas de los discípulos de Jesús. Pero el Señor le dice
a Ananías: No eres tú el que tienes que contar cosas sobre Saulo, sino yo.
Tú no eres el perfecto conocedor de los hombres y las cosas, sino yo.

¡Cuántas veces olvidamos que el Señor lo sabe todo mucho mejor que
nosotros!

Lo nuestro no es enseñar al Señor, sino obedecerle aunque no le


entendamos del todo.

y
Dándole a entender hasta dónde alcanza su gracia misericordiosa

Las palabras de Ananías que hablaban de “cuántos males ha hecho Saulo a


los santos” dan la impresión de que Saulo no era digno de ser visitado por la
gracia de Jesús.

Sabemos muy bien que los reparos de Ananías no estaban inspirados por la
soberbia farisea, sino más bien por un temor sincero y por la incapacidad de
comprender humanamente aquella orden. Sin embargo, él corría el peligro
de menospreciar a aquel hombre que tantos males y tanto daño había hecho
a los cristianos. ¿No había ocupado durante mucho tiempo la mente de los
piadosos judíos la cuestión de la justicia divina en relación con los
pecadores notorios? ¿Debía, pues, predicarle Ananías a un hombre que
había caído tan bajo y que había amontonado tanta culpa sobre sí, al
perseguir a la iglesia de Cristo? ¿Tenía Saulo aún perdón de Dios? ¿Hasta
dónde alcanza la gracia restituyente del Señor? ¿Hasta Saulo? Esto era
difícil de entender para un hombre como Ananías. Para nosotros también.
Corrie ten Boom nos cuenta que en una ocasión en que predicaba en una
iglesia en Alemania, después de terminada la segunda guerra mundial, vino
hacia ella un hombre que le extendió la mano para saludarla. Ella quedó
profundamente confundida e indignada al reconocer que aquel hombre era
uno de los guardianes del campo de concentración nazi, donde su querida y
frágil hermana había perdido la vida, y donde ella misma había sufrido
tanto física, mental y espiritualmente. Se reveló contra el saludo. Hasta que
finalmente pudo perdonar y aceptar aquella mano. Este era el peligro que
corría Ananías.

Pero el Señor salió al paso de este peligro que afectaba a su siervo y con sus
palabras, le dijo: No es que Saulo sea indigno de ser servido por ti, Ananías,
sino que eres tú el indigno de servirle a él. La comprensión de la gran obra a
la que Saulo había sido llamado por Jesús haría que Ananías se guardase
muy bien de sentirse superior a Saulo en lo más mínimo.

Nosotros también debemos enfrentarnos al peor de los enemigos cristianos


con la convicción de que el Señor lo puede poner por encima de nosotros y
darle un ministerio mucho más fructífero que el nuestro. Todo depende de
que el Señor así lo haya dispuesto.

y
Ayudándole a superar su incredulidad

Ananías pensaba que la manifiesta y notoria incredulidad de

Saulo era el gran impedimento para que él visitase a este hombre.

Pero Jesús le hizo entender que el problema no radicaba en la incredulidad


de Saulo, sino en la suya propia. Le dijo en otras palabras: Yo he acabado
ya con la incredulidad de Saulo. Este hombre

no puede estorbar más a la fe ni puede dañarla más. Ahora te toca

a ti aprender y aceptar que este perseguidor puede convertirse en

un clarín de la verdad y del evangelio. Tienes que entender las palabras del
profeta Isaías cuando dice: “Con los fuertes repartirá

despojos” (Isaías 53:12). Y los repartirá porque yo lo he determinado así. Él


es para mí un “instrumento escogido”. Así que, no te

preocupes de la incredulidad de Pablo; preocúpate de que su error

no eche raices en ti y seas afectado también por la incredulidad en

mis posibilidades y fuerza.

En relación con proyectos o trabajos, a menudo pensamos

que los defectos y los problemas están en los otros y no en nosotros.

Pero el Señor se encarga de hacernos entender que, con frecuencia,

las dificultades están en nosotros mismos. No siempre son los otros

el problema para el avance de la obra de Dios; a veces el verdadero

impedimento somos nosotros mismos. Este era el caso de Ananías.

Por propia iniciativa él jamás habría visitado con el evangelio a

ese Saulo. ¡Cuán equivocado estaba el buen Ananías! ¡Y cuán equivocado


podemos estar nosotros a veces en nuestras apreciaciones! En toda esta
situación resalta la paciencia, la bondad y la sabiduría de Jesús en preparar
a su siervo Ananías y en quitarle todas sus dudas, a fin de que pueda
realizar la importante tarea que acaba de encomendarle. Así también obrará
el Señor con nosotros siempre que nuestros reparos y objeciones a su
proceder estén originados en las buenas intenciones.

´¨
Capítulo 28

Los designios de Jesús son


irrevocables
“El Señor le dijo: Ve, porque instrumento escogido me es éste, para
llevar mi nombre en presencia de los gentiles, y de reyes, y de los hijos
de Israel; porque yo le mostraré cuánto le es necesario padecer por mi
nombre.”

(Hechos 9:15-16)

El llamamiento de Dios a los hombres es irrevocable. Nadie se le puede


oponer o resistir. Pablo experimenta ahora este llamamiento. Años más
tarde escribirá él mismo a los cristianos de Roma: “Porque irrevocables son
los dones y el llamamiento de Dios” (Romanos 11:29). Las palabras de
Ananías encierran la velada interrogante de si no podía anularse la orden de
salir al encuentro de Saulo. A estas dudas y pesquisas Jesús responde con
aplastante firmeza: “Ve”. Esta respuesta muestra a Ananías la
irreversibilidad de los propósitos de Jesús y el carácter irrevocable de sus
palabras.

y
Irrevocables son sus determinaciones

Jesús le dijo a Ananías: “Levántate, y ve... y busca... a uno llamado Saulo”


(9:11). A esta orden Ananías opuso sus objeciones, basadas en el
conocimiento parcial que tenía de Saulo. Pero el Señor no se inmutó en su
determinación. Volvió a decirle: “¡Ve!” La orden de Jesús permanece
inalterable. Es verdad que el Señor suministra a Ananías nueva información
que él desconocía y que gracias a ella facilita la labor a su siervo, pero Jesús
no cambia para nada su mandato.

Y esta irreversibilidad de las órdenes y determinaciones de Jesús son


también propias de todas sus palabras. El Señor dijo en cierta ocasión: “El
cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.” Sus palabras son
inmutables; el carácter de las mismas es irrevocable. Y esto vale tanto para
sus promesas como para sus sentencias y juicios. Irrevocables son las
palabras que dicen: “Si no os volvéis y os hacéis corno niños, no entraréis
en el reino de los cielos” (Mateo 18:3). En otro momento dijo: “Permaneced
en mí... Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no
permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí” (Juan
15:4). Estas son palabras inmutables, valen para siempre, y todos los
cristianos haríamos bien en tenerlas siempre presentes. También son
irreversibles esas palabras de Jesús que dicen: “Amad a vuestros enemigos,
bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad
por los que os ultrajan y os persiguen” (Mateo 5:44). Pero con frecuencia
los cristianos cultivamos la amargura y el rencor contra aquellos que
consideramos que no nos aman como nosotros queremos.

Todas estas palabras son irrevocables, como irrevocable fue la orden dada a
Ananías: “Ve”. Y exigen de nosotros una obediencia sencilla y pronta, sin
especulaciones que las enturbien y las anulen.

y
Irrevocable es su elección

Por medio de las palabras “instrumento escogido me es éste”, referidas a


Saulo, el Señor le dio a entender claramente a Ananías que él había tomado
una decisión firme y que esta consistía en la elección de Saulo como
instrumento especial para extender el evangelio en el mundo entero. Esta
decisión de Jesús era irrevocable y nadie podía estorbarla ni cuestionarla.

Cuando en la antigüedad un gobernante elegía a una determinada persona


para el ejercicio de un cargo concreto, nadie podía oponerse a esa elección.
Cuando el Faraón nombró a José gobernador de Egipto (Génesis 41:38-46),
su posición política estaba irrevocablemente definida. Desde ese instante
José fue el primer mandatario del país. Si, como vemos, la elección de un
monarca terrenal era de un carácter irrevocable, ¡cuánto más firme e
irreversible será la elección que haga el Rey de reyes y Señor de señores
Jesucristo! Según Ester 8:8 y Daniel 6:8, las determinaciones firmadas por
los reyes de media y Persia no podían ser revocadas. ¿Serán revocadas las
determinaciones del Rey Jesús? ¡Nunca! Jesús dijo: “El cielo y la tierra
pasarán, pero mis palabras no pasarán.”

Cuando el Señor llama a un Gedeón para establecerlo por juez de su pueblo


(Jueces 6:14), cuando elige a un David por rey sobre Israel (1 Samuel
16:10-12) y escoge a un Jeremías por profeta (Jeremías 1:4-10), estos
hombres quedan confirmados para sus ministerios y nada ni nadie podrá
estorbarles hasta el extremo de impedirles su obra, porque así lo ha decidido
el Señor. La elección divina los había establecido y fortalecido en sus
cargos. El caso de Saulo es idéntico. Después de las palabras de Jesús a
Ananías: “Ve, porque instrumento escogido me es éste”, Ananías supo que
en la determinación de Jesús con respecto a Saulo no se podía cambiar
nada. La elección de Jesús permaneció irrevocable.

y
Irrevocable es su plan

Las palabras de Hechos 9:15 nos muestran inequívocamente que Dios tenía
un plan muy definido en relación con Saulo, y que este plan estaba ya
perfectamente trazado mientras Saulo se encontraba ciego y orando y
ayunando en la casa de Judas. Más aún, este plan estaba divinamente
trazado desde que Saulo estaba en el vientre de su madre. El mismo Saulo
escribirá a los Gálatas diciéndoles: “Pero cuando agradó a Dios, que me
apartó desde el vientre de mi madre, y me llamó por su gracia, revelar a su
Hijo vientre de mi madre, y me llamó por su gracia, revelar a su Hijo 16).
El plan divinamente trazado desde antes de su nacimiento comienza a
realizarse ahora que la voz de Dios le ha alcanzado en el camino de
Damasco. Ahora el instrumento humano llamado Saulo está plenamente
preparado. Mostrándole a Ananías el futuro de Saulo, le muestra que toda la
vida de Saulo ha de servir a un determinado plan divino, firmemente
establecido en la eternidad.

Nosotros los hombres elaboramos planes y tomamos decisiones que al poco


tiempo nos vemos en la necesidad de cambiar por otros. Un ejemplo
elocuente del carácter cambiante de nuestros planes nos viene dado en la
figura de esos dos hijos de la parábola de Jesús, quienes, a la sugerencia de
su padre de ir a trabajar en su viña, responde el primero: “No quiero”. Así
de claro. Pero el muchacho se da cuenta de lo impropio de su conducta y
decide, finalmente, obedecer a su padre e ir a trabajar en su viña. Pero el
otro hijo le respondió: “Sí, señor, voy. Y no fue” (Mateo 21:29.30).

Cuando Dios elabora un plan ocurre todo lo contrario. Ese proyecto se


llevará a cabo. Y se llevará a cabo con nosotros, sin nosotros y a pesar de
nosotros, aunque siempre por nosotros, es decir, a nuestro favor. Los planes
y proyectos de Dios son irrevocables.

Si Dios ha decidido escoger a un Jeremías para “arrancar y para destruir,


para arruinar y para derribar, para edificar y para plantan” (Jeremías 1:10),
entonces este programa divino se llevará a la práctica, y lo realizará el
hombre escogido por Dios. Así fue en el caso del plan de Dios para con
Saulo. No se trataba de un esbozo de plan que tenía, que ser estudiado
primero y corregido y aprobado después. Se trataba de un plan divinamente
preestablecido y en el que nadie podía cambiar ni una sola coma.

También con cada uno de nosotros tiene Dios su plan particular. Un plan
que él hará que se realice. Un plan que otros, como Ananías, no entienden
por momentos; un plan que a veces no entendemos nosotros mismos, como
era el caso de Saulo; pero que llegaremos a entender si nuestro único anhelo
en la vida consiste en servir al Señor. Pero servirle no como nosotros
entendemos y queremos, como fue el error de Saulo durante muchos y
tristes años, sino como el Señor quiera y conforme él nos vaya guiando.
Esta convicción será lo que nos sostenga en tiempos de confusión. Dios
tiene un plan grandioso en el que ha ordenado que participen y colaboren
con sus dones, talentos y bienes, todos sus hijos. Este plan consiste en la
glorificación de Jesús. Filipenses 2:10,11 dice: “... para que en el nombre de
Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y
debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para
gloria de Dios Padre.”

Todos los cristianos estamos llamados, como Saulo, a trabajar en este plan
divino. ¿Qué estás haciendo tú al respecto?

´¨
Capítulo 29

Lo que dice la expresión


“instrumento de Jesús” a los que
trabajan en la viña del Señor
“Instrumento escogido me es éste”

(Hechos 9:15)
En Hechos 9:15 Jesús hace referencia a Saulo llamándole instrumento
escogido. Esta expresión tiene un profundo y especial significado para
todos aquellos que trabajan en la viña del Señor, ya sea en el ministerio de
la predicación, en la pastoral o en cualquier otro ministerio. Creo que los
pastores son “instrumentos escogidos” de Jesús, pues nadie se hace pastor a
sí mismo, sino que es el Espíritu de Cristo el que los capacita con dones
para este ministerio.

A todos los que están en el servicio del Señor les dice, como mínimo, tres
cosas:

y
No confiéis en vuestra propia fuerza y sabiduría

La capacidad humana más notoria y la inteligencia más brillante no sirven


de nada, a menos que el Señor decida utilizarlas. La obra del Señor no se
lleva adelante con poderes y recursos humanos. En un momento delicado en
la vida de Israel, dice Dios a su pueblo por boca del profeta Zacarías: “No
con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová de los
ejércitos” (Zacarías 4:6). El mundo confía en la fuerza y en la sabiduría
humanas, y el pueblo de Dios ha estado siempre tentado a realizar su obra
recurriendo a los principios e instrumentos del mundo. Pero estos no valen
para realizar la obra de Dios. La iglesia se edifica sobre principios muy
distintos a los que sirven de base para nuestro mundo. El hombre de Dios
no debe confiar en su propia fuerza y sabiduría humanas para hacer la obra
de Dios.

Ha habido hombres muy capacitados y de grandes talentos que, sin


embargo, no han hecho nada notorio en la obra del Señor, debido a que
confiaron únicamente en sus propias fuerzas, y no supieron mantenerse en
una dependencia del Señor.

Cuando el hombre de Dios confía en sí mismo, se inutiliza; sus pretensiones


y su obra no valen de nada. Este fue el caso de Moisés cuando planeaba
sacar a Israel de Egipto confiando en su poder y habilidad. Acerca de esto
podemos leer en el libro de los Hechos: “Y fue enseñado Moisés en toda la
sabiduría de los egipcios; y era poderoso en palabras y obras... él pensaba
que sus hermanos comprendían que Dios les daría libertad por mano suya;
mas ellos no lo habían entendido así... al día siguiente se presentó a unos de
ellos que reñían, y los ponía en paz... Entonces el que maltrataba a su
prójimo le rechazó, diciendo... ¿Quieres tú matarme, como mataste ayer al
egipcio? Al oír esta palabra, Moisés huyó, y vivió como extranjero en tierra
de Madián” (7:22,25-29).

´
Lo que dice la expresión «instrumento de Jesús» a los que
trabajan en la viña del Señor¨

Confiando en sus propias fuerzas y habilidades, Moisés se inutiliza a sí


mismo; comete un crimen innecesario, por cuya causa abandonará Egipto,
refugiándose en Madían, donde vivirá durante cuarenta años como un
oscuro pastor. La autoconfianza le condujo a arruinar su vida. Y sólo
después de que hubo perdido toda confianza en sí mismo, en su
inteligencia, cultura y fuerza, pudo Dios utilizarlo poderosamente. Cuando
Dios decide utilizar a alguien, primeramente lo convierte en polvo, en nada,
para que siempre quede manifiesto que no es del hombre la gloria, sino de
Dios. El hombre es un instrumento, pero el que hace la obra es Dios.

Es fundamental que el instrumento se mantenga siempre en las manos del


Señor, pues, como dice Jesús: “Separados de mí nada podéis hacer “ La
comunión y la dependencia de Cristo es fundamental en la vida de todo
obrero que se considere un “instrumento escogido” por Jesús.

y
La pequeñez del hombre no es problema para Jesús

La expresión “instrumento escogido” nos dice también que nuestra


incapacidad y nuestras debilidades no constituyen ningún impedimento una
vez que el Señor ha decidido utilizamos. La historia de la iglesia no es una
historia de gigantes, sino de sencillos hombres y mujeres de fe, con más
defectos y debilidades que virtudes. A menudo encontramos a personas
insignificantes, enfermas y poco capacitadas, realizando una obra de gran
bendición. Buscamos explicaciones humanas para este fenómeno y no las
encontramos. La única explicación real es que Jesús ha decidido utilizarlas
como instrumentos de bendición. ¿No nos muestra esto el caso de Moisés?
Durante los cuarenta años de solitario pastoreo en las tierras de Madían
Moisés perdió su elocuencia, su cultura egipcia, gran parte de sus
conocimientos, su fuerza física y, lo que es más importante, su confianza en
sí mismo. Sólo una vez que hubo perdido todo esto estuvo en condiciones
de ser utilizado por Dios. Los grandes hombres de Dios no se han
caracterizado por sus capacidades humanas, sino por su confianza y fe en
un Dios todopoderoso.

Constituyen legión los hombres y mujeres que en gran debilidad llevan a


cabo una obra sorprendente para el Señor. Conozco a un anciano de ochenta
años de edad que cada año reparte trescientos mil folletos de evangelización
en su ciudad.

Hace un par de años recibí una visita de un matrimonio suizo que venía de
su país distribuyendo por media España decenas de miles de calendarios
con hojas de lecturas diarias. Ambos tenían más de setenta y cinco años de
edad y estaban gravemente enfermos. Pero sentían que Dios les había
escogido para este ministerio y cada año recorren varios países de Europa
empeñados en esta hermosa tarea. Para mi constituyó una gran bendición
tenerles en mi casa por un par de horas, y para otros también.

Es en la debilidad donde Dios manifiesta su poder y su gloria. Así lo


experimentó el apóstol Pablo en la ciudad de Corinto. Levantó en ella una
gran iglesia para Cristo, y lo hizo en debilidad personal. Sus adversarios
dentro de la misma iglesia le recordarán como un hombre de “presencia
corporal débil, y de palabra menospreciable” (1 Corintios 10:10). En tres
ocasiones Pablo rogó al Señor que le quitara el aguijón que tenía en su
carne, y la respuesta que obtuvo de Jesús fue: “Bástate mi gracia; porque mi
poder se perfecciona en la debilidad.” De cara a esta declaración concluye
Pablo: “Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades,
para que repose sobre mí el poder de Cristo... porque cuando soy débil,
entonces soy fuerte” (1 Corintios 12:9,10). Nosotros hemos cometido el
error de presentar a las grandes figuras del cristianismo como gigantes en
todas las disciplinas. Hemos exaltado sus puntos fuertes, a la vez que hemos
olvidado casi por completo sus grandes debilidades. En cambio, las
biografías que aparecen en la Biblia son más realistas, y siempre resaltan la
gracia de Dios para con esos personajes. Así ocurre en

´
Lo que dice la expresión «instrumento de Jesús» a aquellos
para los que trabajan los siervos de Dios¨
las vidas de Noé, Abrahán, Jacob, Sansón, David, Pedro, Juan y el mismo
Pablo. No es el instrumento, es Dios quien decide llevar a cabo una obra
por medio de un instrumento escogido, sobre el que manifestará su gracia y
su poder de manera especial.

y
¡Que no se os suban los éxitos a la cabeza!

La expresión “instrumento escogido” nos advierte a todos los que


trabajamos para el Señor que no debemos apropiamos los éxitos de nuestro
trabajo. Nos exhorta a dar a Dios, y solo a Dios, toda la gloria. Yo no creo
que los grandes avivamientos, ni los pequeños, sean obra de los hombres.
Creo que son obras de Dios de principio a fin. Dios escoge para esto a
hombres y mujeres y los llena de espíritu de oración, de santidad y de
servicio. Y nosotros vemos a estos hombres orar y trabajar, y pensamos que
son ellos, que todo es el fruto de sus oraciones, trabajos y esfuerzos. Y no
nos damos cuenta de que es la gracia de Dios en ellos, para emplear una
expresión netamente paulina.

Cuando los apóstoles volvieron de su primer viaje misionero no contaron a


la iglesia todo lo que ellos habían hecho, sino que “refirieron cuán grandes
cosas había hecho Dios con ellos, y cómo había abierto la puerta de la fe a
los gentiles” (Hechos 14:27). Asimismo dice Hechos 21:17 que cuando
volvieron de su último viaje misionero “Pablo les contó una por una las
cosas que Dios había hecho entre los gentiles por su ministerio.” Está claro
que todo lo hizo Dios. Estas declaraciones bíblicas nos muestran que los
apóstoles nunca perdieron de vista la idea de que ellos eran simples
instrumentos en las manos de Dios, en las manos de Jesús. Por eso, no
dudan en atribuir toda la gloria únicamente a Dios. Sea esta también nuestra
visión de nosotros y de la obra en la que Dios nos está empleando. ¡Soli
Deo gloria!

´¨
Capítulo 30
Lo que dice la expresión
“instrumento de Jesús” a aquellos
para los que trabajan los siervos de
Dios
“Instrumento escogido me es éste”

(Hechos 9:15)

“Os rogamos, hermanos, que reconozcáis a los que trabajan entre


vosotros, y os presiden en el Señor, y os amonestan; y que los tengáis en
mucha estima y amor por causa de su obra.”

(1 Tesalonicenses 5:12-13)

Como vimos en el capítulo anterior, la expresión “instrumento de Jesús”


tiene su significado especial para todos los que trabajan en la viña del
Señor. Pero no solamente para éstos, pues también tiene una profunda
enseñanza para aquellos que se benefician directamente del trabajo de los
obreros de Cristo, es decir, para el pueblo cristiano en general.

y
No ensalcéis al hombre

Es conveniente que todas las personas que integran la iglesia del Señor y
que reciben con alegría y gratitud la palabra de Dios por medio de la boca
de sus predicadores y pastores, siendo bendecidos espiritualmente por esta
palabra, no olviden nunca que la expresión “instrumento escogido”, o
“instrumento de Jesús”, nos recuerda que no debemos idolatrar al hombre o
a los hombres por medio de los cuales Dios nos ha bendecido. Vivimos en
unos tiempos donde se tiende a idolatrar al ser humano. Se le diviniza por
su aportación al arte, a la técnica, a la cultura y, sobre todo, se le diviniza en
el depone. A mediados de la década de los noventa El País Dominical
editaba un largo comentario acerca de las virtudes atléticas de Miguel
Induráin. En este artículo su autor se refería a Induráin llamándole dios en
más de seis ocasiones: “Dios se sube a la bicicleta... Dios baja de la
bicicleta”, este era el tono blasfemo del escritor. Ese año el ciclista español
se presentaba al Tour de Francia con más fuerza que nunca. Todo apuntaba
a la consecución de su sexto Tour. Pero “dios” no pudo acabar el Tour, se
desfondó en las primeras etapas y acabó ese año su carrera deportiva.
Ironías de la vida.

También en la obra del reino de Dios se ha introducido a veces este mal de


exaltar sobremanera a los instrumentos del Señor. En Hechos 14:11-15 se
nos relata la llegada del evangelio a la ciudad de Listra y se nos cuenta
cómo, después de presenciar un milagro, los ciudadanos del lugar
confundieron a Pablo y Bernabé con dioses en semejanza de hombres,
queriendo honrarles como tales. Las gentes son muy dadas a ensalzar a sus
benefactores hasta lo sumo. La misma Biblia nos exhorta a dar a cada uno
lo que debemos: “Al que honra, honra”, dice. Pero sin llegar a menospreciar
a los instrumentos del Señor, debemos tener claro que éstos no son más que
instrumentos y que toda la gloria y la honra debemos darla al Señor. El
mérito de una buena pintura no es del pincel que la pintó, sino de la mano
del artista que trabajó con el pincel.

Si como afirma toda la Biblia, el hombre es sólo “instrumento del Señor”,


nosotros robamos a Dios su gloria cuando idealizamos a estos instrumentos
y nos unimos a ellos incondicionalmente, como a veces ocurre. En 1
Corintios 3:4-7 tenemos un ejemplo bíblico de este problema dentro del
mismo pueblo de Dios. La iglesia estaba dividida entre los simpatizantes de
Pablo y de Apolos. El problema aquí es que estos cristianos quieren ser
algo, quieren ser grandes, quieren hacerse un nombre. Y para ello recurren
al nombre de esos siervos aprobados por Dios: Pablo y Apolos. Y Pablo
tiene que corregirlos diciéndoles: “¿Qué, pues, es Pablo, y qué es Apolos?
Servidores por medio de los cuales habéis creído; y eso según lo que a cada
uno concedió el Señor” (1 Corintios 3:5). El obrero cristiano no es más que
un servidor que trabaja y hace la obra que el Señor le concede, que sólo
llega hasta allí donde Dios le permite. Toda la gloria en la obra del reino de
los cielos es del Señor. Porque como dice Pablo en el versículo siguiente:
“Yo planté, Apolos regó, pero el crecimiento lo ha dado Dios.” Y en el
versículo 7 añade Pablo: “Así que ni el que planta es algo, ni el que riega,
sino Dios, que da el crecimiento.” Los instrumentos del Señor no son nada.
Dios lo es todo. La meta y el objetivo de todo predicador o siervo de Jesús
es la de honrar y glorificar a su Dios y Señor. Y esto se da cuando el
instrumento escogido consigue con su trabajo que los cristianos amen cada
día más a Jesús y busquen sólo la gloria y la honra de su Señor. Hay obreros
del evangelio que atan a las personas a sí mismas. Cuando ellos abandonan
o cambian el lugar de su ministerio hay personas que abandonan también la
iglesia para no integrarse en ninguna otra. Esto evidencia que el siervo del
Señor no trabajó tan bien, significa que las personas no se convirtieron a
Cristo, sino a él, pues, en caso contrario, seguirían apoyando la obra de
Cristo con su participación en la vida de la iglesia.

De cara a los siervos de Jesús, incluso a los más destacados de ellos, no


debemos olvidar nunca que éstos no son más que instrumentos por medio
de los cuales Dios nos ha bendecido. Si, pues, es Dios y sólo Dios quien
bendice, a él debe darse toda gloria y toda honra.

y
No os opongáis a Dios

Pero para aquellas personas que resisten y se oponen a la palabra de los


siervos de Dios, la expresión instrumentos de Jesús les recuerda y les
advierte que con su actitud no están combatiendo únicamente al
instrumento de Jesús, sino a Jesús mismo, que se vale de ellos para hacer su
obra. ¡Y combatir a Jesús es algo muy delicado! La misma experiencia de
Pablo nos lo muestra. ¡Cuánta culpa amontonaron sobre sus propias cabezas
los muchos que combatieron al apóstol Pablo! ¡Procuremos nosotros no
integrar nunca el bando de los que combaten contra Dios y contra sus
instrumentos escogidos!

Nunca faltarán en el pueblo de Dios los que resistan al Señor y a sus


instrumentos. Moisés gustó esta experiencia. El levita Coré capitaneó una
rebelión contra él. Indispuso a todo el pueblo de Israel contra el instrumento
escogido por el Señor. Estaba cansado del liderazgo de Moisés. Envidiaba
su posición y pensaba que él lo podía hacer mejor. Pero al luchar contra
Moisés, se demostró que estaba luchando contra Dios, y el juicio divino lo
aniquiló. El apóstol Juan también conoció a este tipo de hombre en la
persona de un tal “Diótrefes, al cual le gusta(ba) tener el primer lugar entre
ellos (los hermanos)” (3 Juan 9). Este Diótrefes, un líder de una iglesia
cristiana de Asía Menor, no recibía a los colaboradores de Juan y, además
de esto, parloteaba con palabras malignas contra el apóstol y sus
colaboradores, creando división en la iglesia (v. 10). Y también el apóstol
Pablo tuvo sus luchas y sufrimientos con estos hombres de espíritu
contradictor. En su segunda epístola escribe a su colaborador Timoteo:
“Alejandro el calderero me ha causado muchos males; el Señor le pague
conforme a sus hechos. Guárdate tú también de él, pues en gran manera se
ha opuesto a nuestras palabras” (2 Timoteo 4:14-15).

Si estos gigantes espirituales, cuales eran Moisés, Juan y Pablo, tuvieron


estos problemas, ¿cómo no los vamos a tener igualmente los demás
instrumentos del Señor? Por eso, los siervos de Jesucristo no debemos
desanimarnos cuando enfrentemos semejante oposición, mientras que el
pueblo del Señor debe cuidarse de seguir el consejo del sabio Gamaliel,
quien aconsejó a los judíos que combatían a los apóstoles en Jerusalén:
“Apartaos de estos hombres, y dejadlos...; no seáis tal vez hallados
luchando contra Dios” (Hechos 5:38-39).

´¨
Capítulo 31

Modestia y estímulo del término


“instrumento de Jesús”
“Instrumento escogido me es éste”

(Hechos 9:15)

La expresión “instrumento escogido de Jesús” encierra para el siervo de


Dios una doble idea. Por una parte, encierra un notable concepto de
modestia, mientras que por otra parte, comprende la clara noción de
estímulo o de aliento.

y
La modestia del vocablo “instrumento”
Saberse simplemente “instrumento” de Dios conduce a los siervos de Cristo
a tener un concepto humilde de sus propias personas y de sus obras, porque
la palabra instrumento deja entrever claramente que los siervos no pueden
hacer nada por sí mismos ni tampoco deben. Esta idea los libra de caer en la
presunción, en la jactancia y en la vanidad en las que incurrió, por ejemplo,
el rey Senaquerib. Este monarca llegó a creer que había conquistado los
reinos del mundo gracias a su propia sabiduría y fuerza, y no llegó a darse
cuenta de que él era simplemente un instrumento, una vara, en las manos de
Dios para corregir a las naciones (Isaías 10:5-19). Tanto se ensoberbeció y
se envaneció este monarca que, después de acabar Dios su obra por medio
de él, dijo el profeta Isaías por inspiración divina: “... castigará (Dios) el
fruto de la soberbia del corazón del rey de Asiria, y la gloria de la altivez de
sus ojos. Porque dijo: Con el poder de mi mano lo he hecho, y con mi
sabiduría, porque he sido prudente” (Isaías 10:12-13). A esta necedad
responde Dios: “Se gloriará el hacha contra el que con ella corta? ¿Se
ensoberbecerá la sierra contra el que la mueve? ¡Como si la vara levantase
al que la levanta: como si levantase el bastón al que no es un leño!” (Isaías
10:15).

Ni la vara, ni la sierra, ni el bastón pueden hacer nada por sí mismos. Su


obra es la obra del que los mueve y maneja. Así de claro. La Biblia no deja
lugar a dudas de que el hombre de Dios es simplemente un instrumento en
las manos divinas, y que el bien que hace el instrumento en favor de la
humanidad y a favor del pueblo del Señor es sólo lo que Dios le permite
hacer. Hacer o pretender hacer más de esto es un pecado de soberbia y
presunción, es ignorar las propias posibilidades y los propósitos divinos, es
incurrir en el pecado de Senaquerib.

Pero cuando el hombre de Dios se sabe sólo un instrumento en las manos


del Señor, se hace humilde como Daniel después de que le fuera revelado
por Dios el sueño que tuvo el rey Nabucodonosor. En todo esto Daniel dio
únicamente toda la gloria a Dios (Daniel 2:19-28,45). Cuando el cristiano se
sabe sólo un instrumento en las manos de su Señor, entonces da la gloria
solamente a Dios, como José, que cuando fue adulado por el Faraón por su
habilidad en interpretar sueños, le respondió: “No está en mí; Dios será el
que dé respuesta propicia a Faraón” (Génesis 41: 16). A estos siervos corno
Pablo. Daniel y José, hombres llenos de humildad, son los que Dios utiliza
para bendecir a otros.

Lo característico del instrumento es que no trabaja él mismo de su propia


voluntad y entendimiento, sino que es utilizado por otro para hacer aquello
que desea quien lo utiliza. De esta manera se sirvió Jesús de Pablo para
llevar a cabo sus planes. No era Pablo el que hacía realmente el trabajo, era
el Señor quien obraba a través de él. Esto es precisamente lo que se nos dice
en Hechos 19:11: “Y hacía Dios milagros extraordinarios por mano de
Pablo.” Dios hacía los milagros; Pablo era sólo el instrumento por medio
del cual Dios obraba. Aquí radica el secreto del poder de Pablo; esta es la
razón por la que este hombre llegó a ser de tan gran bendición para todo el
mundo. Y aquí radica también el secreto de que los obreros llamados por
Jesús al ministerio sean de bendición para otras personas. El secreto es que
Dios los quiere utilizar, y que los instrumentos se dejen utilizar con toda
modestia y humildad.

Por todo esto, los siervos de Jesús, los instrumentos del Señor, no deben
jactarse nunca de sus obras, ni tampoco deben envidiar la gloria de otros
instrumentos. No hay razón para la jactancia ni para la envidia, porque es el
mismo Señor quien obra en cada uno y por medio de cada uno de los
instrumentos como a él le place y cree conveniente.

y
Lo alentador del vocablo “instrumento”

Por otra parte, la expresión “instrumento escogido” encierra una idea


alentadora y estimulante para todos los que han sido llamados al servicio
del Señor de una manera especial. Estos hombres y mujeres son
instrumentos de Jesús; en este sentido, son usados por Jesús. Son usados
por ese Señor que nunca trabaja en vano, son dirigidos por ese general que
nunca pierde una batalla. Esto hace que nuestro trabajo y nuestro esfuerzo
tengan sentido. Y esto nos hace felices. A veces sufrimos porque tenemos la
impresión de que trabajamos en vano, otras veces sufrimos porque nos da la
impresión de que nuestra obra no crece como desearíamos. Pero estas ideas
son impresiones y nada más. Si estamos trabajando en la obra a la que Jesús
nos ha llamado, y estamos trabajando con fidelidad y en un espíritu de
dependencia de nuestro Señor, no debemos permitir que nuestras
impresiones nos roben la paz, la alegría y la confianza en nuestro trabajo.
Lo nuestro es ser fieles y esperar que el Señor de los campos nos utilice,
según su voluntad, para plantar, regar o cosechar. Lo nuestro es gozarnos en
el privilegio de trabajar para el Señor y en el progreso de su obra en el
mundo entero. Pero, sobre todo, lo nuestro es gozarnos en el Señor de la
obra.

El sabernos “instrumentos de Jesús” debe conducimos a mirar al futuro con


optimismo. ¡Qué triste y sombrío sería el porvenir de la obra de Dios en
nuestro país y en el mundo entero si nosotros fuésemos más que
instrumentos! Nunca llegarían a la meta los planes de Dios. Pero puesto que
la expresión “instrumento de Jesús” nos dice que Dios mismo es el que
trabaja y obra, podemos mirar al futuro con confianza. El Señor mismo
llevará a cabo sus planes y proyectos valiéndose de sus instrumentos.

Cuando un siervo de Dios que trabaja en una tarea pesada y difícil enferma
y no puede trabajar ya más, no enferma ni se paraliza la mano divina que se
servía de él. Dios continua rigiendo desde su trono celeste los destinos del
mundo y de su obra. Así se lo hizo entender Dios al profeta Isaías, cuando
éste estaba entristecido y preocupado por la muerte del rey Uzías y por el
destino inmediato del pueblo de Dios. Desde su trono Dios realiza sus
propósitos. Por eso Jesús nos enseñó a “rogar al Señor de la mies que envíe
obreros a su mies” (Lucas 10:2). La obra es de Dios y él la lleva adelante.
El hombre es sólo su instrumento.

Cuando Dios llama a su presencia a uno de sus siervos, sacándolo de en


medio de una obra grande y próspera, no muere la mano que movía y
sostenía al que era su instrumento. Dios había bendecido y utilizado a Jacob
para establecer las bases del futuro pueblo de Israel. Cercano el día de su
muerte, Jacob reúne a sus hijos en Egipto y le dice a su amado hijo José:
“He aquí yo muero; pero Dios estará con vosotros y os hará volver a la
tierra de vuestros padres” (Génesis 48:21). El instrumento humano muere y
desaparece, pero Dios continua con su pueblo. Dice el salmista: “Jehová
reina”. Esto es lo que importa, que Dios reina y reina para siempre. Dios ha
dado el reino a su Hijo, y de su reino se dice que no tiene fin.
Desaparecerán los pastores y otros ocuparán su lugar, vendrán misioneros y
se marcharán cuando su tiempo acabe, pero Jesús estará con su iglesia para
siempre. Esto es lo que importa, esto es lo consolador y lo estimulante, que
Cristo nunca abandona a su iglesia. Y esto es lo que nos dice la expresión
“instrumento de Jesús.”

´¨
Capítulo 32

El futuro ministerio de Saulo


“Instrumento escogido me es éste”

(Hechos 9:15)

Nuestro texto nos habla también del ministerio que le fue asignado a Saulo;
un ministerio para su vida; un ministerio que iba a determinar por completo
su futuro. Vamos a contemplarlo más de cerca.

y
¿Quién determinó el ministerio de Saulo?

El Señor Jesús dijo a Ananías que él había escogido a Saulo como


instrumento para realizar una tarea que él había determinado; una tarea que,
en su soberana voluntad, había dispuesto que se llevase a su fin. De esta
manera queda visiblemente manifiesto que fue el mismo Señor quien asignó
a Saulo su ministerio y misión en la vida. Esto concuerda plenamente con
las posteriores declaraciones de Pablo al respecto. En varias ocasiones
Pablo dejará constancia de que él no fue llamado por hombres para predicar
el evangelio, sino que el mismo Señor Jesús le asignó su ministerio. Así
escribe a los gálatas: “Pablo, apóstol (no de hombres ni por hombre, sino
por Jesucristo y por Dios el Padre que lo resucitó de los muertos)... Mas os
hago saber,       hermanos, que el evangelio anunciado por mí, no es según
hombre; pues yo ni lo recibí ni lo aprendí de hombre alguno. sino por
revelación de Jesucristo... Pero cuando agradó a Dios, que me apartó desde
el vientre de mi madre, y me llamó por su gracia, revelar a su Hijo en mí,
para que yo le predicase entre los gentiles, no consulté en seguida con carne
y sangre”... (Gálatas 1:1, 11-12, 15-16). El mismo pensamiento se observa
en Gálatas 2:7-9. A los corintios les escribirá también: “Por la gracia de
Dios soy lo que soy” (1 Corintios 15:10). Es verdad que Ananías le sirvió
guiándolo en los primeros pasos de su vida cristiana, y que Bernabé lo
introdujo en el círculo de los apóstoles (Hechos 9:26-28), pero su
llamamiento y ministerio lo recibió “por Jesucristo y por Dios el Padre”.

No todos los cristianos recibiremos nuestro llamamiento y misión de una


manera tan directa del Señor, como ocurrió en el caso de Saulo. A menudo
serán las circunstancias las que nos conducirán a determinadas tareas, las
que determinarán nuestro trabajo y ministerio. Nuestro oficio y nuestro
lugar en la vida vendrán en muchas ocasiones determinados por nuestros
padres, por algunas personas que nos influyeron debido a su posición, por
nuestros dones o por nuestros talentos y habilidades naturales. En ocasiones
Dios nos cerrará determinadas puertas y nos impedirá adentrarnos en ciertos
caminos al no facilitarnos los medios necesarios o por cualesquiera otras
circunstancias, por ejemplo: por compromisos familiares. De cualquier
manera, lo importante es que cada uno de nosotros, en cualquier lugar
donde se encuentre, acepte su lugar y su ministerio en la vida como
procedente de la mano de Dios. El Dios que tiene contado nuestros
cabellos, cuenta también con nosotros para glorificarse en nuestra vida
asignándonos a cada uno un ministerio afín a los dones que su Espíritu ha
puesto en nosotros. ¡Cuán consolador y reconfortante es saberse colocado
por el Señor en un determinado lugar, sobre todo cuando ese lugar está
relacionado con dificultades, con problemas y con sufrimientos!

Procuremos no aspirar nunca de nosotros mismos a ningún ministerio u


ocupación que Dios mismo no haya determinado para nosotros. Sea, más
bien, nuestra oración diaria y nuestra continua aspiración aceptar y realizar
esas tareas que Dios ha determinado para nosotros, y hacerlo de buena
voluntad, con toda fidelidad y con alegría.

y
¿En qué consistía el ministerio de Saulo?

Fue también el Señor quien determinó de manera clara y precisa en qué


habría de consistir el futuro ministerio de Saulo. Según las propias palabras
del Señor a Ananías, Saulo había sido escogido para “llevar por doquiera el
nombre de Jesús”, o sea, para predicar el evangelio de Jesucristo a toda
criatura de entre los gentiles. Su misión consistía en dar a conocer a todos
los hombres el nombre de Jesús. Su objetivo sería desde ahora en adelante
conducir a los hombres y a las mujeres a Jesús. Después de haber conocido
personalmente a Jesús como su Salvador y Señor, él debía hacer todo lo
posible para que otras personas gustaran su misma experiencia de
conversión al Señor. En esto consistía el ministerio de Saulo.

Con motivo de las elecciones políticas, los militantes de todas las ideologías
emprenden una campaña con la que recorren todo el país, intentando ganar
adeptos para sus respectivos partidos y para un líder concreto. Saulo tenía
que emprender una campaña que le llevaría por numerosos países y
ciudades. Pero él no debía hacer campaña para una iglesia, ni para un
partido u organización. Él no tenía que predicar que en Jerusalén había un
hombre llamado Pedro liderando una iglesia, en la que todos debían
integrarse responsablemente. ¡No! Él no tenía que anunciar un nombre
humano, ni una organización eclesiástica. Su único deber era anunciar al
mundo el nombre de Jesús.

Este es también el deber y el supremo ministerio de todos los siervos de


Cristo y de todos los cristianos en general. Cada uno de nosotros está en el
lugar y en el puesto que Dios le ha asignado. Pero nuestra meta suprema
será siempre la de anunciar a todos el nombre de Jesús, con todo lo que este
nombre encierra.

No es correcto que los predicadores o los oradores cristianos hagan


campaña en favor de una iglesia concreta o en favor de una determinada
organización. Nuestro ministerio consiste en hacer campaña en el nombre
de Jesús. Hemos de llamar a las personas en pos del seguimiento de Jesús.
Hacer otra cosa, anunciar otro nombre o llamar al seguimiento de cualquier
organización es equivocarnos.

¡Procuremos hablarles a todas las gentes únicamente de las excelencias de


Jesús! Este objetivo no debe ser estorbado por el nombre de la
denominación cristiana a la que pertenecemos, ni por la fidelidad a
cualquier otro trabajo en el que estemos comprometidos. A todos nosotros
se nos ha dado un solo nombre para anunciar al mundo. Este es el mismo
nombre que anunciaba Saulo: el nombre de Jesús. El Señor le dijo a
Ananías: “Ve, porque instrumento escogido me es este, para llevar mi
nombre en presencia de los gentiles, y de reyes, y de los hijos de Israel.”
y
Todos los cristianos podemos participar del ministerio de Saulo

Al contemplar el llamamiento de Saulo algunos cristianos podrían pensar:


Este es un ministerio muy sublime y exclusivo para grandes hombres de
Dios tales como los apóstoles o los misioneros, pero yo no tengo nada que
hacer en él. Pensar así es equivocarse gravemente. Todos los que conocen al
Señor y le aman de veras están también llamados a colaborar en el
ministerio de dar a conocer a otros el precioso nombre de Jesús.

La muerte del diácono Esteban de Jerusalén fue la chispa que encendió la


persecución de la primitiva iglesia cristiana. Los cristianos de Jerusalén
fueron esparcidos por todas partes y en Hechos 8:4 se nos dice que “los que
fueron esparcidos iban por todas partes anunciando el evangelio.” Todos los
cristianos somos llamados a llevar el nombre de Jesús a las naciones y
pueblos. Cada uno lo hará conforme a sus dones y habilidades, pero nadie
que haya experimentado la gracia de Dios en Cristo Jesús puede eximirse
de este supremo llamamiento.

Toda la iglesia y cada uno de sus miembros están llamados a contribuir en


la hermosa tarea de “llevar el nombre de Jesús”. Unos lo llevarán por medio
de la predicación, otros lo llevarán por medio de su testimonio personal y
otros lo harán de manera distinta. Pero todos debemos llevar a otros el
nombre de Jesús.

¡Hasta los niños están llamados a esto! Con motivo de la entrada triunfal de
Jesús en Jerusalén, los jovencitos de la ciudad aclamaban: “¡Hosanna al
Hijo de David!” Oyéndolo los principales sacerdotes y los escribas, se
indignaron y le dijeron a Jesús: “¿Oyes lo que éstos dicen? Y Jesús les dijo:
Sí; ¿nunca leísteis: De la boca de los niños y de los que maman
perfeccionaste la alabanza?” (Mateo 21:15,16; Salmo 8:2). Otra jovencita
fue la que llevó el nombre de Dios a la ciudad de Damasco, a la casa de
Naamán. El señor al que servía tenía una grave enfermedad. Nadie podía
ayudarle. Entonces esta muchacha creyente les habló del profeta Eliseo, el
poderoso siervo de Dios que vivía en Israel (2 Reyes 5:2,3), y así llegó la
salvación a Naamán y a toda su casa. Alguien habló también a la reina de
Sabá, muy lejos de Jerusalén. Le habló de la sabiduría de Salomón y del
Dios que le daba toda esta sabiduría y gloria. Y la reina de Sabá no pudo
quedarse en su país. Emprendió un largo viaje hasta la ciudad de Dios, y allí
fue ricamente bendecida, volviendo de nuevo a su país con un precioso
conocimiento de Dios (1 Reyes 10:1). También nosotros podemos llevar a
otros el nombre de Jesús de esta misma manera. Estemos atentos a las
necesidades de las gentes con quienes vivimos. Unos tendrán enfermedades,
como Naamán; otros tendrán preguntas sin respuestas, como la reina de
Sabá. A unos y a otros podemos hablarles de Jesús; después el Señor hará el
resto.

Los incrédulos hablan sin reparos ni vergüenzas de sus ídolos de carne y


hueso. Anuncian sus nombres como los nuevos mesías capaces de
solucionar los problemas de las gentes. Si ellos hacen esto, ¿nos
avergonzaremos nosotros de llevar a otros el nombre de Jesús, siendo,
además, está la voluntad de nuestro Señor? Jesús dijo: “A cualquiera, pues,
que me confiese delante de los hombres, yo también le confesaré delante de
mi Padre que está en los cielos” (Mateo 10:32).

´¨
Capítulo 33

El futuro campo de trabajo de


Saulo
“Instrumento escogido me es éste, para llevar mi nombre en presencia
de los gentiles, y de reyes, y de los hijos de Israel.”

(Hechos 9:15)

Contemplemos más de cerca el ministerio que Jesús había asignado a Saulo.


¿Dónde y entre qué clase de personas debía realizar Saulo su ministerio?
Nuestro texto cita expresamente tres grupos de personas claramente
definidos en aquella época:

y
Saulo debía llevar el nombre de Jesús a los gentiles
Los gentiles eran todas aquellas personas que no formaban parte del pueblo
de Israel. Eran mirados con cierto desprecio por los judíos, quienes tenían
prohibido entrar en sus casas y comer a la mesa con ellos (Hechos 11:3).
Aunque en honor a la verdad tenemos que decir que los judíos apenas
oponían reparos a la conversión de los gentiles a su religión, y que hay
indicios que apuntan a que en esa época los judíos desarrollaban una,
aunque débil, obra misionera entre los gentiles. Con todo, había una seria
reserva hacia los gentiles. Una reserva que aún la primitiva iglesia de
Jerusalén superaría sólo a duras penas y gracias a la intervención milagrosa
del mismo Jesús (Hechos 10:9-11,18). Los israelitas habían olvidado las
exhortaciones de la palabra de Dios que les conminaba a proclamar la
salvación de Dios entre las naciones del mundo. Por ejemplo, en el Salmo
93:3 y 10 se les dice: “Proclamad entre las naciones su gloria, en todos los
pueblos sus maravillas... Decid entre las naciones: Jehová reina. También
afirmó el mundo, no será conmovido; juzgará a los pueblos en justicia.”
Dios nunca se desentendió de las naciones del mundo y siempre quiso que
estas conocieran sus maravillas, o sea, su salvación. Procuremos nosotros
como iglesia no caer en el error en que incurrió Israel al creerse un fin en el
plan de Dios y no un medio para bendición de otros pueblos.

Nosotros, en calidad de gentiles, nos alegramos grandemente al contemplar


la amplitud del plan divino de redención. El nombre del redentor Jesucristo
debe ser predicado en todos los pueblos de la tierra. Ningún pueblo,
ninguna nación, ni ninguna raza, están excluidos de este plan. Por eso, el
evangelio ha llegado hasta nuestro país. Toda la Humanidad debe ser
alcanzada con el mensaje de Jesús. ¡Colaboremos nosotros también en esta
magna empresa! ¡Apoyemos con firmeza y generosidad la obra misionera
internacional, a la vez que no olvidamos los pueblos de España! Las últimas
palabras de Jesús dirigidas a su iglesia inmediatamente antes de su
ascensión a los cielos fueron: “Haced discípulos a todas las naciones”
(Mateo 28:19). Por tanto, nosotros estamos llamados a contribuir con
nuestro esfuerzo al privilegio de llevar el nombre de Jesús hasta el último
rincón de la Tierra. ¡Oremos por estas naciones, ofrendemos para que este
trabajo se lleve a cabo y pidámosle a Dios que levante misioneros de entre
nosotros mismos, de nuestra iglesia!
Nos alegramos también por causa del hombre que Jesús nos dio como
apóstol. Un hombre singular donde los haya. Hebreos 13:7 nos dice:
“Acordaos de vuestros pastores, que os hablaron la palabra de Dios;
considerad cual haya sido el resultado de su conducta, e imitad su fe.” Los
hombres y los cristianos necesitamos ejemplos. Pablo fue nuestro apóstol,
el apóstol de los gentiles; él es, pues, nuestro ejemplo. Al recordar su vida y
el resultado de su conducta nace en nuestros corazones un sentimiento de
admiración y gratitud por una vida y una obra tan ejemplares. Ahora nos
toca imitar su fe. De hecho, él mismo dice a las iglesias de la gentilidad:
“Sed imitadores de mí, como yo de Cristo.”

y
Saulo debía llevar el nombre de Jesús ante los reyes

Saulo debía llevar también el nombre de Jesús delante de los reyes y


gobernadores de la tierra. Así lo hizo delante del rey Agripa y de su esposa
Berenice; también testificó ante los gobernadores romanos Félix y Festo, y
posteriormente lo hizo en Roma, en la misma presencia del César o de
alguno de sus representantes (Hechos 25:22-26,32).

Resulta más fácil predicar el evangelio a las personas de humilde condición


que a los encumbrados de la sociedad El poder que ostentan estos últimos
puede provocar en nosotros cierto temor o reparos. Heinrich Muller sintió
desde niño la necesidad de evangelizar por medio de la página impresa.
Durante el tiempo que pasó de soldado en la primera guerra mundial
evangelizaba a sus compañeros por medio de tratados y pequeños folletos.
Con alegría y dedicación se aplicaba en esta tarea. Pero pensaba que debía
limitarse a repartir su literatura únicamente entre soldados y suboficiales.
Un día un general le observaba desde lejos mientras repartía su literatura.
Cuando el general se le acercó, Heinrich Muller escondió los tratados en el
bolsillo. Pero el general le ordenó que le mostrase lo que repartía: “¡Reparto
literatura religiosa, mi general!”, fue la respuesta. - “¿Puedo ver una?” -
Temblando de pies a cabeza, Muller entregó al oficial el tratado que estaba
repartiendo y que se titulaba: “¿Tienes a Jesús, tienes paz?” La reacción del
general fue del todo sorprendente. Leyó el tratado, interrumpiendo su
lectura en varias ocasiones para dirigir una mirada al asustado subordinado,
finalmente preguntó: “Dígame, ¿cree Vd. que este escrito no es apropiado
para un oficial prusiano?” Desde aquel día Heinrich Muller no tuvo más
reparos en acercarse con su literatura a personas tan encumbradas. Días más
tarde el evangelista fue animado por el Señor con una segunda experiencia.
Estando de nuevo repartiendo literatura entre los soldados, sintió una mano
posarse sobre su hombro. Se volvió y descubrió delante de sí a un oficial.
Antes de que Muller pudiese reaccionar, le preguntó el oficial: “Camarada,
¿tienes munición para mí? Ya he disparado toda la mía.” De esta manera el
alto oficial se convirtió en su aliado para repartir tratados. Estas Personas de
alto rango en la sociedad también necesitan a Cristo. Por eso escribirá Saulo
años más tarde a su colaborador Timoteo: “Exhorto ante todo, a que se
hagan rogativas, oraciones, peticiones y acciones de gracias, por todos los
hombres: por los reyes y por todos los que están en eminencia... Dios
nuestro Salvador... quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al
conocimiento de la verdad” (1 Timoteo 2:1-4). “Todos los hombres”, los
reyes y los gobernantes también. La iglesia debe orar por ellos y hacer
planes para alcanzarlos con el mensaje del evangelio. ¡Aprovechemos las
puertas que Dios nos abre para acceder a estas personas y hablarles de
Jesús!

y
Saulo debía llevar el nombre de Jesús a los hijos de Israel

El tercer grupo de personas que Saulo debía alcanzar con el evangelio era el
constituido por los “hijos de Israel”, o sea, por la nación judía. Aquí
aparecen en último lugar porque Saulo fue constituido en principio apóstol
de los gentiles. Pero él tendría siempre por principio y estrategia dirigirse en
toda ciudad primero a los judíos, sus paisanos. No fue fácil para Pablo
llevar el evangelio a los judíos, pues, de ellos recibiría siempre la oposición
más radical y violenta, hasta el atentar contra su vida en numerosas
ocasiones. ¡Verdaderamente no le faltaban razones para indignarse contra
ellos y negarse a continuar anunciándoles el evangelio! Pero no lo haría.
Hasta el fin de sus días permaneció fiel a la instrucción de Jesús y
predicaría el evangelio en primer lugar a los de su nación. Así lo confirma
su arresto domiciliario en Roma. Tres días después de llegar a la ciudad
convoca a los principales de los judíos y les predica el evangelio. Sólo
después de que los suyos hayan rechazado el evangelio se dedicará a
predicar a “todos los que a él venían” (Hechos 28:17-31).
Por lo que a nosotros respecta, también debemos estar dispuestos a anunciar
el evangelio a todo el mundo, incluidas esas personas que nos lo ponen
difícil debido a su resistencia y a su rechazo violento.

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Capítulo 34

La magnitud de los sufrimientos de


Saulo
“Porque yo le mostraré cuánto le es necesario padecer por mi nombre”

(Hechos 9:16)

No fue fácil el camino que tuvo que andar Saulo mientras realizaba la tarea
que Jesús le había encomendado. El suyo no fue un camino de rosas, como
suele decirse, sino de cardos y espinos. Un camino plagado de toda clase de
sufrimientos. Vamos a meditar a continuación en la magnitud del
sufrimiento que le fue predicho al gran apóstol de los gentiles.

Los hombres y las mujeres nos quejamos a menudo de nuestros


sufrimientos. Pero con frecuencia exageramos al hablar de Dios. Hemos
oído a personas quejarse sobremanera de un pequeño contratiempo,
mientras que otras soportaron sin lamentos situaciones más delicadas y
opresivas. ¿Es nuestro sufrimiento realmente tan grande como decimos ser?
No, a veces no lo es. Sin embargo, cuando Jesús dice acerca de Saulo:
<<Porque yo le mostraré cuánto le es necesario padecer por mi nombre”,
entonces podemos creer que este hombre sí que tuvo que sufrir
tribulaciones sin cuento, y que su vida y ministerio cristianos no fueron
nada fáciles. Saulo realizaría una gran obra, pero esta estaría siempre
envuelta en el sufrimiento. Así nos lo dice él mismo en sus cartas a las
iglesias fundadas por él. ¡Cuánta persecución tuvo que padecer Pablo,
cuántos problemas, enfrentamientos y disgustos tuvo que sufrir en el seno
de las mismas iglesias, cuántas bofetadas de Satanás tuvo que soportar!
Acerca de todo esto, escribirá él mismo, años más tarde, a la iglesia de
Corinto, fundada por él, y en la que ciertos líderes carnales o falsos
maestros estaban cuestionando su autoridad apostólica: “Son ministros de
Cristo? (Como si estuviera loco hablo.) Yo más; en trabajos más abundante;
en azotes sin número; en cárceles más; en peligros de muerte muchas veces.
De los judíos cinco veces he recibido cuarenta azotes menos uno.

Tres veces he sido azotado con varas; tres veces he padecido naufragio; una
noche y un día he estado como náufrago en alta mar; en caminos muchas
veces; en peligros de ríos, peligros de ladrones, peligros de los de mi
nación, peligros de los gentiles, peligros en la ciudad, peligros en el
desierto, peligros en el mar, peligros entre falsos hermanos; en trabajo y
fatiga, en muchos desvelos, en hambre y sed, en muchos ayunos, en frío y
en desnudez; y además de otras cosas, lo que sobre mí se agolpa cada día, la
preocupación por todas las iglesias. ¿Quién enferma, y yo no enfermo? ¿A
quién se le hace tropezar, y yo no me indigno?... En Damasco, el
gobernador de la provincia del rey Aretas guardaba la ciudad de los
damascenos para prenderme; y fui descolgado del muro en un canasto por
una ventana, y escapé de sus manos” (2 Co 11:23-33). Unos renglones más
adelante de esta misma epístola continua diciendo Pablo: “Y para que la
grandeza de las revelaciones no me exaltase desmedidamente, me fue dado
un aguijón en mi carne, un mensajero de Satanás que me abofetee” (2
Corintios 12: 7). Todo esto tuvo que sufrir Pablo por causa de Jesús. Y
nosotros podemos aprender tres cosas de este gran sufrimiento:

y
No envidiéis a los instrumentos escogidos de Dios

Al comparar nuestras vidas con las de estos hombres y nuestras obras con
las de ellos podríamos sentir cierta envidia. Ellos tuvieron con Jesús una
comunión que nosotros no hemos alcanzado todavía. Ellos brillan en el
firmamento de la iglesia con una luz que tal vez nosotros nunca lograremos.
Admiramos a estos gigantes de la fe y hasta casi los envidiamos, pero esto
es insensatez por nuestra parte, pues cada uno de ellos ha recibido por su
obra una porción semejante de sufrimiento. ¡Las grandes obras no se
pueden hacer sin grandes sufrimientos! Muchos ignoran cuánto están
soportando y sufriendo ciertos hermanos que ocupan lugares destacados en
la iglesia del Señor a nivel nacional o internacional. Si lo supieran, no
desearían ocupar su lugar. Muchos cristianos tienen un concepto romántico
del pastorado o de la obra misionera, y envidian la buena suerte que le ha
tocado a pastores y misioneros; pero si ellos conocieran el precio que hay
que pagar por ello, no envidiarían estos ministerios, pues, su precio les
parecería excesivo.

En la vida todo tiene su precio. También en lo espiritual es así. Hasta la


gracia de Jesucristo tiene su precio. Como sostiene el teólogo Bonhoeffer, el
precio de la gracia es el seguimiento. Donde no hay seguimiento de Jesús
no hay señal de gracia divina. “Gracia sin seguimiento es gracia barata. Es
gracia como justificación del pecado, pero no del pecador arrepentido... La
gracia barata es la predicación del perdón sin arrepentimiento, el bautismo
sin disciplina eclesiástica, la santa cena sin confesión de los pecados. La
gracia barata es la gracia sin seguimiento de Cristo, la gracia sin cruz, la
gracia sin Jesucristo vivo y encamado.” La gracia barata es la gracia que
tenemos por nosotros mismo. La que hemos inventado nosotros, un
espejismo inexistente y fatal.

Los cristianos que Dios ha usado más poderosamente tuvieron que pagar un
precio por ello. Fue el precio de una entrega incondicional al Señor, el
precio de la negación continua de sí mismo. William Carey, el padre de las
misiones modernas, llevó a cabo una tarea gigantesca y sorprendente. Este
misionero bautista es admirado por todo cristiano que conoce su obra.
Muchos jóvenes que aman la obra misionera sueñan emularle, ¿pero están
dispuestos a pagar el elevado coste en sufrimientos de toda clase que tuvo
que afrontar William Carey? Al leer detenidamente su biografía muchos
dicen: No, yo no quiero pasar por todo eso. Pero no hay grandes obras sin
esfuerzos, ni hay grandeza sin sufrimiento.

y
No juzguéis a los que sufren

Lo segundo que aprendemos de los sufrimientos de Saulo es a no juzgar a


los que sufren. Cuando veas a algún cristiano sufrir especialmente, no
pienses que su sufrimiento es debido a algún pecado escondido o a sus
propios errores. Los amigos de Job estaban convencidos de que todo el
sufrimiento que estaba gustando aquel hombre piadoso y temeroso de Dios
se debía a algún grave pecado oculto. Pero se equivocaron, y Dios los
reprendió. También la vida y el sufrimiento del apóstol Pablo nos enseña
que no debemos incurrir en esa interpretación simplista del sufrimiento
como castigo de Dios o como consecuencia de errores personales. El
sufrimiento de Pablo no fue un castigo divino ni fue fruto de sus propios
errores, fue una necesidad en el plan de Jesús. Una necesidad sin la cual no
podría tener lugar el gran ministerio de Pablo.

A menudo en nuestro sufrimiento nos preguntamos: ¿Qué he hecho yo para


merecer esto? Y comenzamos a buscar el origen de nuestros sufrimientos en
nuestros propios errores y pecados. Pero esto es equivocarnos. Cierto día
visité a un compañero de ministerio afectado por una grave depresión. En
su enfermedad el hermano interpretó sus sufrimientos presentes como
castigo por sus errores pasados. Y yo me vi obligado a animarle para que
dejara de pensar así.

Es muy humano pensar en el sufrimiento temporal como castigo divino,


pero esta idea no es bíblica. Y no es bíblica porque hay en el mundo un
montón de ladrones y gente deshonesta que viven felices, sin ninguna
sombra de problemas, reveses económicos ni enfermedades que lamentar.
Lo único acertado que podemos decir acerca del sufrimiento es que
constituye un misterio y que Dios se vale de él para bien del ser humano.
Por lo tanto, juzgar y condenar al que sufre es equivocarse. Sobre todo
cuando el que sufre es un cristiano fiel.

y
No te desalientes en medio de tus sufrimientos

No te desalientes cuando estés pasando por sendas tortuosas y caminos que


te hacen sufrir, antes bien consuélate sabiendo que por esas mismas sendas
pasó también una gloriosa constelación de hombres y mujeres de fe, entre
los cuales se encuentra el mismo apóstol Pablo. Santiago nos exhorta a
enfrentar las diversas pruebas de la vida con sumo gozo (Santiago 1:2). Esto
es posible para el cristiano porque sabe que su sufrimiento tiene un sentido
positivo para su vida y para los planes de Dios. Así podemos verlo en la
vida de Pablo. El filósofo Nietzsche dice que al hombre no le duele tanto su
sufrimiento, como la aparente sinrazón del mismo. Pero tu sufrimiento tiene
sentido: un sentido oculto hoy a sus ojos, pero claro a los de Dios. Y esto es
lo que importa. En esta idea podemos encontrar mucho consuelo para
nuestros momentos de sufrimiento.
El dolor y el sufrimiento nos acobardan a todos. Por eso le dice Dios a
Josué: “Mira que te mando que te esfuerces y seas valiente: no temas ni
desmayes” (Josué 1:9). Hasta los grandes hombres de Dios pueden
desmayar cuando el sufrimiento persiste más allá de lo que creemos poder
soportar. ¿Acaso no desmayó el profeta Elías y anheló la muerte? También
el mismo Pablo estuvo a punto de desanimarse en Corinto, hasta el extremo
de que tuvo necesidad de una visión de Jesús, quien en la noche le dijo: “No
temas, sino habla, y no calles” (Hechos 18: 9). Este mismo Señor sabrá
alentamos a nosotros cuando tengamos necesidad.

La contemplación y meditación del sufrimiento de Saulo pueden ayudamos


a no caer en la envidia, en el juicio injusto ni en la murmuración por nuestra
suerte.

´¨
Capítulo 35

Necesidad y razón del sufrimiento


de Saulo
“Porque yo le mostraré cuánto le es necesario padecer por mi nombre”

(Hechos 9:16)

El sufrimiento que Saulo de Tarso habría de padecer en su futuro ministerio


apostólico se explica por una necesidad y tenía su razón de ser, según las
mismas palabras de Jesús.

y
La necesidad del sufrimiento de Saulo

Con las palabras “le es necesario” referidas al sufrimiento futuro de Saulo,


el Señor Jesús apunta claramente a la necesidad del mismo. El sufrimiento
del apóstol no sería una carga gratuita, ni algo que hubiese sido bueno
evitarlo. Era, por el contrario, algo que ni se podía ni se debía evitar. Era
una condición ineludible. Y nos preguntamos, ¿por qué? ¿Por qué Pablo no
pudo tener un ministerio feliz, sin esos terribles sobresaltos que
amenazaban su propia existencia física? El mismo Pablo hablará años más
tarde de lo acertado y conveniente del sufrimiento en su exitoso ministerio.
En 2 Corintios 12:7 nos dice: “Y para que la grandeza de las revelaciones
no me exaltase desmedidamente, me fue dado un aguijón en mi carne, un
mensajero de Satanás que me abofetee, para que no me enaltezca
sobremanera.” Este es uno de los objetivos del sufrimiento en la vida de los
cristianos fieles: evitar que seamos presa de la vanidad y de la soberbia.

Pensemos en el giro radical que experimentó la vida de Pablo cuando


repentinamente se ve convertido de perseguidor de los cristianos en uno de
sus líderes más eminentes. Este cambio lleva consigo sus serios peligros.
No todas las personas pueden encajar bien estas oscilaciones tan bruscas en
sus vidas. Algunos se llenan de orgullo o se inflan de vanidad, y llegan a
ocasionar grandes problemas. Por eso Pablo necesitaba de un contrapeso
que le mantuviese en el equilibrio espiritual y en una saludable humildad
cristiana.

De su propia experiencia y de lo visto en la vida de las jóvenes iglesias


cristianas Pablo escribirá a su colaborador Timoteo acerca de los requisitos
para los obispos o pastores de las iglesias, que estos hombres no deben ser
“neófitos”, es decir, recién convertidos, o, como dice el texto griego de
manera literal, personas “recién plantadas” en las iglesias, porque pueden
envanecerse y originar de esta manera muchos y serios conflictos en las
iglesias. Conflictos y problemas que ellos mismos habrán de pagar
personalmente en buena medida.

El sufrimiento es también necesario en nuestra vida para la formación de


nuestro carácter cristiano. Dios trabaja con nosotros especialmente en el
sufrimiento. Esto es difícil de aceptar. La Biblia nos dice que Dios es
nuestro Padre y se preocupa de nosotros. Jesús dice: “Porque yo vivo,
vosotros también viviréis” (Juan 14:19). Dios quiere para nosotros la vida, y
la vida más hermosa.

Imaginémonos algo de tanto valor como un diamante. En bruto, recién


extraído de la tierra, pasaría por un material insignificante. Sólo por medio
de los cortes y después de ser pulimentado por la mano de un especialista
llega a convertirse en una piedra preciosa capaz de producir destellos de luz
extraordinarios. Hay que trabajar duro en él para darle todo su valor. De
esta manera trabaja Dios también en nosotros valiéndose del sufrimiento.
No es un sufrimiento sádico el que Dios permite que nos alcance, se trata de
un medio inevitable para perfilar nuestra personalidad cristiana, para hacer
de nosotros algo digno y valioso.

La Biblia utiliza la imagen del barro y del alfarero para decimos que Dios
nos moldea a su parecer. Este trato divino puede producirnos dolor aquí y
allá, pero es algo que da a nuestra vida claro perfil. La idea del barro en
manos del alfarero nos dice que Dios nos educa para que nuestra vida sea
de provecho (Isaías 45:9; 64:7; Jeremías 18:6). El que quiera que su vida
tenga perfiles divinamente trazados ha de permitirle a Dios que produzca en
él cierto dolor. Algunos peldaños en la escala de la perfección cristiana sólo
se ascienden desde la escuela del sufrimiento. Pero debido a que nosotros
sólo experimentamos el sufrimiento como algo negativo, nos revelamos
contra Dios, en lugar de aprender de él. Por eso es que hoy tenemos tan
poca base para nuestra fe. Y por eso, cualquier nuevo viento de doctrina
desarraiga y tira por tierra a tantos cristianos.

Cristo quiere que nosotros estemos bien arraigados en él. Pues cuanto más
profundas sean nuestras raíces, tanto más firme se mantendrá el árbol de
nuestra existencia en medio de los vientos tormentosos de la vida. Según
Colosenses 2:7 el arraigamiento en Cristo y la firmeza en la fe son dos
cosas que van unidas. ¿Cómo podernos lograr que una planta eche raíces
profundas? En una plantación de palmeras en Israel podía observarse que
cada joven palmera tenía una piedra colocada en la cruz de su tronco. Con
esto se pretendía impedir el rápido crecimiento de las plantas. Se buscaba
obligar a sus raíces a profundizar en el suelo. ¡Este es un cuadro perfecto de
nuestra vida!

En ocasiones Dios pone una carga sobre nosotros. Pero no lo hace para
dañamos y maltratarnos, sino para arraigarnos en la fe en él. Para que las
tormentas de la vida no nos desarraiguen y nuestra vida se convierta en un
árbol inútil. Dios tiene con nosotros un objetivo: quiere que alcancemos la
meta de la eternidad. Y para eso se vale del amor y del dolor, del bienestar y
del sufrimiento.
Lo decisivo frente al dolor es nuestra actitud hacia él. Si nos reconocemos
como hijos de Dios y le dejamos a él obrar como Padre. Al proceder así
descubriremos que Dios siempre piensa en nuestro bienestar final. Y que
todos sus planes para conmigo son buenos y me ayudan. Nuestra postura
debe ser la de andar confiados nuestro camino con la fe puesta en él.
Cuando nos dedicamos a hacerle la contra a Dios lo complicamos todo,
pues los cristianos que observan una continua actitud de oposición, de
protesta, a Dios, no podrán descubrir los planes divinos y, en muchos casos,
los complicarán innecesariamente.

Todos nosotros descubriremos a la luz de la eternidad cuán necesarios


fueron nuestros sufrimientos, de cuántos peligros conseguimos escapar
gracias a ellos y cuántas bendiciones recibimos por su medio (Romanos
5:3ss; 8:28).

y
La razón del sufrimiento de Saulo

Junto a la necesidad del sufrimiento en la vida de Saulo, encontramos


también la razón de todo este sufrimiento.

Hay dos clases de sufrimientos en el trabajo que realizamos para el Señor.


Una de estas clases de sufrimientos debemos evitarla con todas nuestras
fuerzas. Se trata de los sufrimientos que padecemos por causa de nuestros
propios errores. Cuando un siervo de Dios o un obrero cristiano observa en
su relación con la iglesia falsas actitudes, abuso de poder, exceso de
confianza o negligencia en su trabajo, está originando problemas que, tarde
o temprano, pagará con su sufrimiento personal. Este sufrimiento se puede
y se debe evitar, porque no produce ningún bien. Y podemos evitarlo a
menudo por medio de un obrar prudente, diligente y cauteloso.

La otra clase de sufrimientos no debemos temerla ni tampoco debemos


procurar evadirla, pues, en ellos experimentaremos la poderosa ayuda y el
sostén de nuestro Señor Jesucristo. Estos son los “sufrimientos por causa de
su nombre”. Estos son los sufrimientos que le fueron predichos a Saulo.

Una de las señales distintivas del servicio cristiano es el sufrimiento. El


sufrimiento es la consecuencia necesaria de nuestra identificación con
Jesús. Nuestro Señor sufrió en este mundo, y a nosotros ha de irnos de igual
manera. Esto no podremos evitarlo.

Pero este sufrimiento no debe acobardarnos, sino que debemos enfrentarlo


con la actitud que nos recomienda nuestro mismo Señor Jesús en las
bienaventuranzas, al decimos: “Bienaventurados sois cuando por mi causa
os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros,
mintiendo. Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los
cielos” (Mateo 5:11-12).

La frase de Jesús “por causa de mi nombre”, relacionada con los futuros


sufrimientos de Saulo, quitaban a éstos toda su amargura y su espanto.
Saulo tomaría todos sus sufrimientos de la mano de Jesús (recordemos la
frase de Jesús: “Yo le mostraré”). Esto aseguraba al apóstol que los
sufrimientos no acabarían nunca destruyéndole. Además, Saulo tenía el
honroso privilegio de sufrir por Cristo. No sufría por su causa ni por su
nombre propio, sino por el nombre de Jesús. También esto contribuía a
aliviar aquellos dolores, pues, Jesús, sufrió en la cruz por Saulo hasta la
muerte, y sufrió en solitario.

Así, pues, el anuncio profético de estos sufrimientos no podían desalentar ni


acobardar a Saulo. Por el contrario, significaron para Saulo un punto de
apoyo, un estímulo y mucha honra en medio de sus conflictos de toda clase.

´¨
Capítulo 36

Un conocimiento alentador
“Fue entonces Ananías y entró en la casa”
(Hechos 9:17a)

“Ananías fue”, dice nuestro texto. No postergó lo que era su obligación por
causa del riesgo que podía entrañar, sino que se dispuso inmediatamente a
cumplirla. Nunca una obligación ha llegado a ser más fácil porque se haya
pospuesto. Por regla general se complica más, pues, el enemigo de nuestras
almas argumentará siempre nuevas razones por las que no debernos cumplir
esa tarea que sentimos divinamente asignada.

Pero Ananías fue. Él era un hombre de fe, y los hombres de fe son también
hombres de obediencia. Un triple conocimiento le fortaleció en los primeros
pasos del cumplimiento de su misión:

y
Conocía al hombre a quien debía buscar

Ananías conocía muy bien al hombre que le estaba esperando.

Conocía muy bien su pasado, su presente y su futuro. Mientras

que sólo conocía su pasado tenía todas las razones del mundo

para temer y para evitar un encuentro con él. Ir al encuentro de ese hombre
era como meterse en la boca del lobo o introducirse

en la cueva de un oso hambriento.

Pero cuando supo acerca de su presente, se tranquilizó grandemente. En el


presente Saulo era un hombre débil, ciego y muy

abatido espiritualmente. Era un hombre avergonzado de su pasado

consciente de sus muchos y graves errores, anhelante de un poco

de luz espiritual que le ayudase a salir de su postración. En esos

instantes presentes Saulo oraba a Dios buscando luz y gracia divinas.


Cuando Ananías supo todo esto, sintió como si una pesada

piedra se le cayera del corazón. Si este era el presente de Saulo, él

se acercaría a este hombre a toda prisa. El Saulo del presente no

tenía nada en común con el Saulo del pasado. Era un hombre distinto. Ya no
era aquella fiera peligrosa sedienta de sangre. Pero la voluntad de Ananías
de visitar a Saulo se afirmó definitivamente cuando oyó acerca del futuro de
Saulo. Aquí sus últimos resquicios de temor se diluyeron totalmente
transformándose

en feliz sorpresa y en gozo preñado de adoración y alabanza: ¡Así

que, Saulo había sido escogido por el Señor para predicar a Jesús

a los pueblos del mundo! Por lo tanto, había que salir a toda prisa

al encuentro de este hombre escogido.

Este conocimiento sobre el pasado, el presente y el futuro de

Saulo liberó a Ananías de todos sus temores y le ayudó a cumplir

aquella delicada misión.

Tengamos presentes que cuando el Señor nos asigna una

tarea, nos abre las puertas para que podamos cumplirla.

y
Conocía la tarea asignada

Ananías sabía perfectamente lo que estaba haciendo. No emprendía por


cuenta y riesgo propios la tarea de intentar convertir por su testimonio a
aquel enviado del sumo sacerdote de Jerusalén. Eso hubiera sido una locura.
Pero con el conocimiento que acababa de facilitarle Jesús podía emprender
confiado la más difícil de las tareas. Era Jesús mismo quien le asignaba la
empresa de sacar a Saulo de las tinieblas espirituales, guiándole a la luz del
evangelio. Acometer semejante empresa sin la clara instrucción divina era
una especie de suicidio. Y los cristianos tenemos que evitar caer en estos
errores que ni ayudan a nadie ni glorifican a Cristo.

Creemos que cuando Jesús nos asigna una misión nos abre las puertas para
que podamos realizarla. Una mujer cristiana visitó a su hermana que vivía
en una ciudad lejana. Le habló de Jesús y de nuestra necesidad de
convertirnos a él. Pero sus palabras encontraron un corazón cerrado. Ni su
hermana ni su cuñado manifestaron el más mínimo interés en las cosas del
espíritu. Llegó el día de la despedida, y la condición espiritual de su familia
continuaba pesando en su corazón. La mujer sabía que en aquella ciudad
vivía un par de mujeres cristianas de buen testimonio. Fue a ellas y les pidió
que visitasen a su familia. Aquellas mujeres sintieron el encargo como una
tarea muy difícil, pues conocían a aquella familia. Pero prometieron
cumplirla.

El día de la despedida la mujer cristiana dijo a su hermana que dentro de


unos días les visitaría la señora D. La respuesta de su hermana fue rápida y
sorprendente: “Que venga, que venga, no pienso dejarla entrar. Cuando
llame no le abriré la puerta.”

Pasaron catorce días. La señora D aún no había hecho la visita. Le faltaba


valor. Esperaba que alguna circunstancia le facilitase la visita. Pero esta no
se presentaba. Empezó a sentir aquella visita como una carga. Entonces oró
y se decidió a cumplir su promesa inmediatamente. Preocupada y con paso
inseguro se dirigió a la casa. ¿Cómo la recibirían? ¿De qué manera
comenzaría la conversación? ¿De qué podía hablar? Con estos
pensamientos llegó a la casa. Pulsó el timbre con fuerza. Una señora le
abrió la puerta. “¿Puedo hablar con la señora C?” “Pase, por favor, la señora
C le está esperando desde hace algunos días.” ¿Qué había ocurrido? ¿Cómo
se explicaba aquella recepción?

¡Oh, señora D cuánto me alegro de que haya venido! ¡Por favor, ore Vd. por
mí! Y la señora D tuvo que acercarse a la cama de la enferma y orar por su
cuerpo y por su alma.

Después recibió su explicación. La señora C había enfermado


repentinamente. Con la enfermedad le había asaltado también una terrible
angustia ante la muerte. Pidió a su marido que orara por ella. Pero este
hombre sin fe, ni sabía ni podía orar. Entonces pidió a varias amistades que
oraran por ella. Pero estas tampoco sabían ni podían orar. La enferma sentía
la angustia oprimirle el cuello como un lazo mortal. De repente se acordó
de la señora O: “Si alguien puede orar por mí, ésta es la señora D. ¡Oh, si la
señora D pudiera venir a verme!”

Con frecuencia se repetía a si misma: “¡Oh, si la señora D pudiera venir a


verme!” Entonces sonó el timbre de la casa y apareció la señora D.
“¡Señora D, ore, por favor, ore, por favor!” Y la señora D oró. Y la gracia
del Señor se manifestó, de manera que la enferma llegó a sanar físicamente.
Pero lo más importante fue que también sanó espiritualmente, y llegó a ser
una cristiana consagrada.

¡He aquí una puerta abierta!

Cuando el Señor nos encarga una misión, nos abre también la puerta. Por
eso, no te resistas ni te niegues, cuando sientas que Dios te pide que hagas
algo concreto, sino obedece. Y no olvides lo hermoso que es sentirse
utilizado por Dios. El Señor pone en nuestros corazones carga por la
necesidad espiritual de personas concretas. Cuando sintamos esta carga
sobre nosotros, debemos orar y tomar las medidas oportunas para visitar a
esas personas y hablarles del evangelio. Un ángel de Dios dijo a Felipe que
fuera a un determinado camino para encontrarse con un hombre particular,
con el tesorero de la reina Candace. Otro ángel de Dios avisó a Pedro para
que acudiese al encuentro de un centurión romano llamado Cornelio. Tanto
el tesorero como el centurión recibieron a aquellos hombres, y se
convirtieron a Dios. Y si nosotros tuviésemos una mayor sensibilidad
espiritual y un mayor deseo de obedecer a Dios, recibiríamos también
encargos concretos de parte de Dios de visitar a determinadas personas para
ser instrumentos de su salvación.

y
Conocía el final de su visita
Ananías conocía también el final de su visita. Sabía que iba a ser bien
recibido y que el resultado de su visita sería de gran provecho espiritual.
Jesús acababa de decirle que Pablo recibiría la vista y sería lleno del
Espíritu Santo. De manera que con todo este conocimiento no era necesario
hacer aquella visita con temor, con inseguridad o con titubeos. Él podía
acudir al encuentro de Saulo con confianza infantil, feliz y con la mayor
seguridad. Y con esta misma fe y confianza debemos hacer nosotros esas
visitas que sentimos como encargadas por nuestro Señor.

La visita a Saulo constituyó uno de los recuerdos más hermosos en la vida


de Ananías. Fue una experiencia grata y feliz asistir como testigo directo al
nacimiento espiritual de Saulo y poder ver cómo la luz irrumpió lentamente
en la mente y el corazón de aquel hombre singular. Fue como asistir a la
majestuosa salida del sol de la gracia divina trayendo salvación bajo sus
alas.

También tú experimentarás como una alegría grande y permanente que el


Señor te use para conducir a las personas al camino de la salvación. ¡Deja
que el Señor te use! ¡Confía en él, y él hará! Él no nos asigna únicamente
tareas y compromisos, sino que nos abre también la puerta para que
podamos llevar estos a buen término.

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Capítulo 37

Ananías junto a Saulo


“Fue entonces Ananías y entró en la casa, y poniendo sobre él las
manos, dijo: Hermanos Saulo, el Señor Jesús, que se te apareció en el
camino por donde venías, me ha enviado para que recibas la vista y
seas lleno del Espíritu Santo.”

(Hechos 9:17)

y
Un encuentro en la intimidad
De la mano de nuestra imaginación vamos a entrar en aquella habitación
que ocupa Pablo en la casa de Judas, en la calle Derecha de Damasco, y
vamos a ver lo que ocurre allí.

Lo primero que nos llama la atención es observar la quietud y la intimidad


en la que todo se desarrolla. Cuando dos jefes de estado o dos importantes
personajes de la sociedad se van a encontrar para tratar asuntos importantes,
siempre hay un gran grupo de personas que no quiere perderse el
acontecimiento. Allí están los periodistas y los fotógrafos con sus cámaras y
grabadoras en ristre, intentando grabar cualquier detalle que luego les sirva
para alimentar sus especulaciones. Allí están también los muchos
simpatizantes que quieren manifestar con su presencia su apoyo o su
admiración, y allí están también los simples curiosos que quieren ser
testigos de un acontecimiento importante.

El acontecimiento que nos relata Hechos 9:17-18 fue mucho más


importante y trascendental que todos los encuentros políticos habidos en
todos los siglos subsiguientes. Se trata de un acontecimiento de alcance
eterno. Por medio de Saulo el cristianismo conocería una extensión sin
precedentes, y gracias a sus escritos inspirados, la iglesia recibiría nuevos y
preciosos tesoros de revelación divina. Pero aquí no hay multitudes, ni
luces, ni ruidos. Aquí todo es quietud y calma. No se nombra ningún
testigo. Hasta donde sabemos, Ananías no había llevado a nadie consigo. Y
del propio texto bíblico deducimos que Saulo también estaba solo. La hora
escogida por Jesús para que Saulo llegase al conocimiento salvador de la
gracia, para que pasase espiritualmente de muerte a vida, fue una hora
caracterizada por la quietud y por la intimidad. ¡Cuán diferente es el
proceder de Jesús y el nuestro!

De todo esto podemos aprender algo muy valioso. Y es que lo mejor es


tratar en privado a una persona que tiene hambre y sed de Dios y busca
convertirse al Señor. Cuando un alma busca a Dios es conveniente que no
haya nadie que le estorbe o le distraiga. Cuanta más quietud y privacidad
haya en el lugar donde intentamos ayudar a una persona a encontrarse con
Dios, tanto mejor. Jesús no realizó el milagro de resucitar a la hija de Jairo
en medio de la multitud que hacía duelo y que tocaba flautas y hacía
alboroto en la casa, sino que mandó echar fuera a toda la gente, y sólo
cuando ésta hubo salido, tomó a la niña de la mano y la devolvió a la vida
(Mateo 9:23-25). El paso de la muerte a la vida, tanto en sentido físico
como espiritual, es un paso demasiado santo y sublime, y en muchas
ocasiones requiere su privacidad.

y
Una instrucción llena de amor fraternal

Después de ver la quietud y la intimidad en que tiene lugar la plena


conversión de Saulo, nos llama igualmente la atención observar los
términos en que Ananías se dirige a Saulo. Dice nuestro texto que Ananías
entró en la casa, “y poniendo sobre él las manos, dijo: Hermano Saulo...”
Tanto el detalle de poner las manos sobre Saulo, como el dirigirse a él
llamándole “hermano”, son en la Biblia dos claras expresiones de sincero
afecto y amor fraternal. La imposición de manos se relaciona en la Biblia
con la sanidad física, con la impartición del Espíritu Santo y con la
transmisión de confianza y autoridad. Por otra parte, en la iglesia primitiva
la palabra hermano era expresión de amor y de plena aceptación en la
iglesia como miembro de pleno derecho.

Hasta hacía pocos días Saulo ponía sus manos sobre los cristianos para
encarcelarlos, maltratarlos y, en algunos casos, matarlos. Ahora uno de
estos cristianos ponía sus manos sobre él para bendecirle, sanándole de su
ceguera y llenándole del Espíritu Santo. ¿Estaría recordando Pablo estos
precisos momentos cuando le escribe a los romanos diciéndoles: “No os
venguéis vosotros mismos, amados míos... Así que, si tu enemigo tuviere
hambre, dale de comer; si tuviere sed, dale de beber; pues haciendo esto,
ascuas de fuego amontonarás sobre su cabeza” (Romanos 12:19,20). La
bendición de Ananías llenó de paz su corazón y su espíritu de poder, pero
creemos que Pablo llegó a sentir también en esta ocasión algo de estas
ascuas de fuego de las que él habla a los romanos.

Ananías pudo llamar a Saulo hermano porque reconoció en él a un


verdadero discípulo de aquél que tiene el poder de unir en verdadera
hermandad a todos los que le siguen.

¡Cuánto bien tuvo que hacerle esta palabra al abatido Saulo, y el tono con
que fue pronunciada! Seguramente que Pablo no lo olvidaría nunca.

También hoy hace mucho bien cuando un hermano experimentado en la fe


se dirige con un tono y palabras afectuosas y fraternas a un alma turbada y
confundida. Isaías 50:4 dice: “Jehová el Señor me dio lengua de sabios,
para saber hablar palabras al cansado.” Las palabras de los sabios
reconfortan el alma y consuelan grandemente. ¿Cómo hablamos nosotros
con nuestros hermanos? Pablo dirá años más tarde a los Filipenses:
“Vuestra gentileza sea conocida de todos los hombres”, y esta gentileza
debe manifestarse también en el tono de nuestras palabras.

y
Una exhortación llena de poder

Junto al amor, las palabras de Ananías se revelan como una instrucción


llena de poder. Ananías pudo decir con plena autoridad: “El Señor Jesús me
ha enviado.” Aquí radica el secreto de la autoridad espiritual de los siervos
de Cristo: en transmitir lo que el Señor nos ha comunicado. La autoridad
espiritual no consiste en la elocuencia ni en la erudición, sino en hablar
conforme a la voluntad de Dios. Ananías no le dijo a Saulo lo que a él le
pareció. Él había recibido un mensaje de parte de Jesús, de modo que al
presentarse delante de Saulo aparecía en su presencia como un enviado de
Jesús.

¡Con cuánto anhelo ansían las personas encontrar en su camino a un


consejero espiritual que haya recibido algo de Dios y que se presente ante
ellos como mensajero del Señor! En mi vida han aparecido estos hombres, y
he oído sus voces como hablándome en nombre del Señor. He seguido sus
consejos y hasta el día de hoy le doy gracias a Dios por ellos. En un
momento de incertidumbre uno de estos hombres, el director de la Misión
con la que tantos y felices años trabajé en Alemania, se me acercó y me
dijo: “Hermano tengo algo que decirle y creo que esto me lo ha dado Dios
para Vd. mientras yo oraba, y es que si le llaman a pastorear la iglesia de
Elche, Vd. debe atender a ese llamado”. Estas palabras del querido hermano
me confirmaron en mi decisión y contribuyeron a hacerlo todo más fácil.
Estos hombres que “hablan conforme a las palabras de Dios, y ministran
conforme al poder que Dios da” (1 Pedro 4:11) son instrumento de
bendición para el pueblo del Señor y para los individuos en particular. Esto
fue Ananías para Saulo.

Nosotros no podremos dirigirnos a todos los hombres en todas las


ocasiones, diciéndoles: “El Señor me ha enviado.” En muchos casos esto
sería una pura mentira y una lamentable presunción. Pero lo que sí podemos
hacer es orar a Dios para que él nos de la palabra oportuna para hablar con
las personas que tienen necesidad de ella. ¿Acaso no pedía el apóstol Pablo
a los cristianos que orasen por él, a fin de que al abrir su boca le fuera dada
palabra para dar a conocer con denuedo el misterio del evangelio” (Efesios
6:19)? ¿Y no dice también el siervo de Jehová en Isaías 50:4: “Jehová el
Señor me dio lengua de sabios, para saber hablar palabras al cansado;
despertará mañana tras mañana, despertará mi oído para que oiga como los
sabios?” Aquí está el secreto del éxito en la consejería espiritual: Si
queremos hablar con poder al cansado, primero tenemos que oír. Sólo quien
oye a Dios puede hablar después al hombre. Aquí radicaba el poder de las
palabras de Ananías. Sólo cuando oyó la voz de Jesús, habló a Saulo, y así
sus palabras produjeron salud y vida.

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Capítulo 38

Ananías, un sabio consejero


espiritual
“Fue entonces Ananías y entró en la casa, y poniendo sobre él las
manos, dijo: Hermanos Saulo, el Señor Jesús, que se te apareció en el
camino por donde venías, me ha enviado para que recibas la vista y
seas lleno del Espíritu Santo.

El Dios de nuestros Padres te ha escogido para que conozcas su


voluntad, y veas al Justo, y oigas la voz de su boca. Porque serás testigo
suyo a todos los hombres, de lo que has visto y oído. Ahora, pues, ¿por
qué te detienes? Levántate y bautízate, y lava tus pecados, invocando su
nombre.”

(Hechos 9:17 y 22:14-16)


Juntando las palabras de Ananías que encontrarnos en Hechos 9 y 22,
observamos la gran sabiduría espiritual que poseía este hombre. Esta se
manifiesta en sus palabras, al hablar y al callar. El consejero espiritual debe
controlar muy bien sus propias palabras. La palabra es su principal
herramienta de trabajo y debe poseer sobre ella el dominio más perfecto.
Debe saber hablar y debe saber callar. Ambas cosas observamos en
Ananías.

y
Lo que calló y lo que recordó del pasado de Saulo

Resaltamos, en primer lugar, que Ananías no usó ni una sola palabra para
referirse a los gravísimos crímenes y abusos que Saulo había cometido en la
persona de los cristianos. No hay en el texto ni una sola palabra al respecto.
Cuando tengamos delante de nosotros a una persona abatida por la
conciencia de sus culpas, no debemos recordarle una vez más la gravedad
de sus pecados. Referirnos a ellos sería como hurgar con nuestros dedos en
una herida delicada. Y esto sería ocasionar un daño tan innecesario como
inútil. ¡Qué distinta la cura de almas que practica Ananías de aquella otra en
la que tenías que contarle al sacerdote cada uno de los pecados cometido
desde la última confesión; y él te preguntaba, además, ¡cómo lo habías
hecho! No, no es necesario llegar a estos extremos.

La consejería espiritual cristiana debe estar presidida por textos bíblicos


como Jeremías 31:34 donde dice Dios: “Porque perdonaré la maldad de
ellos, y no me acordaré más de su pecado” y Hebreos 8:12, donde se repite
el mismo pensamiento del olvido como parte integrante del perdón divino,
al decir: “Porque seré propicio a sus injusticias, y nunca más me acordaré
de sus pecados y de sus iniquidades.” Ananías no iba a ajustarle las cuentas
a Saulo, iba a comunicarle un mensaje de perdón y restauración. ¡De esto
había que hablar, y no de miserias pasadas!

Lo que sí le dijo Ananías a Saulo fue que lavase sus pecados. Apuntando así
a todo aquello que en la vida de Saulo tenía necesidad de ser perdonado por
Dios. Pero, aun así, no hurgó en los viejos pecados que Saulo había
cometido.

Pero lo que sí le recordó Ananías a Saulo fue su encuentro con Jesús a las
puertas de Damasco. Le dijo: “El Señor Jesús, que se te apareció en el
camino por donde venías, me ha enviado.” Este recuerdo sí era conveniente
que Saulo lo agitase en su mente. Pues este encuentro había estado lleno de
gracia y de misericordia. Su recuerdo, pues, infundiría ánimo, confianza y
fe en el turbado Saulo. El recuerdo de sus errores y pecados le habría
abatido aún más, pero la memoria de su encuentro con Jesús le llenaría de
esperanza, y esto es lo que necesita toda persona que lamenta y se duele
sinceramente de los males y de las injusticias que cometió en otro tiempo.
Esta es la finalidad de la consejería espiritual cristiana: perdonar, consolar y
restituir.

y
Lo que dijo y lo que calló en relación con el futuro de Saulo

En relación con el pasado de Saulo, Ananías supo callar y supo hablar. Y de


cara a su futuro observarnos idéntica sabia actitud: revela unas cosas y calla
intencionadamente otras. No dijo a Pablo absolutamente nada acerca de los
futuros y grandes sufrimientos que habría de padecer por causa del nombre
de Jesús. Realmente tampoco tenía necesidad de hacerlo, pues Jesús le
había dicho que él mismo le mostraría cuánto le era necesario padecer por
su nombre (9:16).

El conocimiento anticipado de estos sufrimientos podría sumir a Saulo en


un desconcierto y abatimiento aún mayores. No era esta clase de
información la que él necesitaba ahora.

Hay personas que tienen especial predilección por comunicar siempre malas
noticias. Parece como si las malas noticias captasen más atención. Pero una
persona emocionalmente equilibrada preferirá comunicar siempre mensajes
de ilusión y de esperanza. Estos son los mensajes que esperan los abatidos
de nuestro mundo. Este era el mensaje que necesitaba Saulo en aquellos
instantes.

Ananías le comunicó a Saulo el sublime ministerio a que lo llamaba el


Señor. El llamamiento divino implicaba el conocimiento de la voluntad de
Dios. Esta voluntad consiste en la salvación de los pecadores. En el futuro
Saulo no debería escatimar esfuerzo alguno para realizar esa divina
voluntad. Para realizarla Saulo debería valerse únicamente del anuncio del
evangelio, de “la locura de la predicación.”
Esto era lo que Saulo debía de saber en esos instantes. Esta sublime
encomienda divina serviría para espolearle en pos del seguimiento de Jesús.
Ahora acababa de recibir respuesta a la pregunta que formuló a Jesús el día
de su primer encuentro con él: “Señor. ¿qué quieres que yo haga? La
respuesta fue clara y alentadora: “Serás testigo suyo (de Jesús) a todos los
hombres, de lo que has visto y oído.” Se acabó la incertidumbre. El Señor
acababa de hablar y, como en la mayoría de las ocasiones, habló para
estimular, para restaurar y bendecir. Ananías ha entendido que ha llegado
para Saulo la hora de la gracia divina, por eso le dirige únicamente palabras
llenas de gracia. El buen consejero espiritual sabe hablar para edificar y
alentar a otros en pos del seguimiento de Jesús.

y
Ananías habló del Señor Jesús y no de sí mismo

Esto es lo último que observamos en las palabras dirigidas por Ananías a


Saulo. No pronunció ni una sola palabra sobre sí mismo, sino que orientó
desde el principio la mente de Saulo hacia el Señor Jesús. Sus primeras
palabras fueron: “Hermano Saulo, el Señor Jesús, que se te apareció...” No
realzó su propia persona como mediador, sino que exaltó en todo momento
al Señor que le había enviado.

El buen consejero espiritual nunca ata a las personas a sí mismo, sino a


Cristo. No conduce a la gente a que dependan de él, sino del Señor. No
habla de sí mismo, sino de Cristo. Se entiende a sí mismo como un simple
instrumento en las manos de Dios para ayudar a otros y busca con sus
consejos la gloria de Dios.

En muchos momentos de la vida todos nosotros habremos de hacer las


veces de consejeros espirituales. Siempre habrá alguna persona a la que
aconsejar y alguien que nos pida orientación. Por eso, pidamos que nos sea
dada la sabiduría de Ananías para saber hablar lo que convenga y saber
callar lo que es preciso. A la hora de aconsejar no siempre es prudente decir
todo lo que se sabe. Las personas sabias saben hablar y saben callar
prudentemente. Tengamos presente que siempre habrá curiosos que nos
quieran tirar de la lengua. A estas personas no tenemos que decirles todo lo
que sabemos. Cuando Saúl volvió a su casa después de andar varios días
buscando las asnas perdidas de su padre, se le acercó un tío suyo que había
oído del encuentro entre Saúl y el profeta Samuel. Este hombre imprudente
y curioso dijo a su sobrino: “Yo te ruego me declares qué os dijo Samuel. Y
Saúl respondió a su tío: Nos declaró expresamente que las asnas habían sido
halladas. Más del asunto del reino, del que Samuel le había hablado, no le
descubrió nada” (1 Samuel 10:15.16). Igualmente, cuando Nehemías llegó a
Jerusalén, procedente del exilio babilónico, con la intención de reconstruir
la ciudad de Dios, nos dice: “Me levanté de noche, yo y unos pocos varones
conmigo, y no declaré a hombre alguno lo que Dios había puesto en mi
corazón que hiciese en Jerusalén.” También cuando la prudente y sabia
Abigail salió al encuentro de David para impedir la matanza de toda su
casa, nos dice el texto bíblico que ella “nada declaró a su marido Nabal” (1
Samuel 25:19). Estos tres textos nos muestran que no es prudente decir
siempre todo lo que sabemos o tenemos en nuestro corazón. Tanto Saúl
como Nehemías y Abigail habrían encontrado mucha resistencia para sus
proyectos en caso de que estos hubieran sido conocidos por determinadas
personas. Muchas veces se consigue más callando que hablando. Quiera
Dios darnos la sabiduría necesaria para saber siempre hablar y callar.

´¨
Capítulo 39

El conocimiento más sublime


“Y él dijo: El Dios de nuestros padres te ha escogido para que conozcas
su voluntad y veas al Justo, y oigas la voz de su boca. Porque serás
testigo suyo a todos los hombres, de lo que has visto y oído.”

(Hechos 22: 14.15)

Un barquero trasladaba a un intelectual a la otra orilla de un río ancho y


caudaloso. Mientras miraba el esfuerzo del barquero al remar, el intelectual
le preguntó: “¿Sabe Vd. latín?” —”No, señor, no sé latín”, respondió el
barquero. “Entonces ha perdido Vd. un cuarto de su vida”, repuso el
intelectual. Y volvió a preguntar: “¿Sabe Vd. griego?” —”No, señor”, fue
de nuevo la respuesta. “Entonces ha perdido Vd. la mitad de su vida,”
repuso nuevamente el intelectual, mientras preguntaba otra vez: “¿Sabe Vd.
Filosofía?” “No, señor, no sé Filosofía.” “Entonces ha perdido Vd. tres
cuartos de su vida...” En ese instante, un tronco de árbol que arrastraba la
corriente golpeó violentamente la pequeña embarcación, volcándola y
arrojando al agua a sus dos ocupantes. Mientras el intelectual chapoteaba en
el agua intentando mantenerse a flote, el barquero, que sabía nadar lo
suficiente, le preguntó: “¿Sabe Vd. nadar?” “¡No!”, fue la desesperada
respuesta del letrado. “Entonces”, le respondió el barquero, “ha perdido Vd.
toda la vida.” La moraleja de este cuento es que hay conocimientos que en
determinadas circunstancias no sirven de nada, mientras que otros
conocimientos nos prestan la más valiosa ayuda. Nosotros podemos vivir
ignorando muchas cosas. Pero hay otras verdades que no podemos ignorar,
si es que no queremos acabar en ruina.

El apóstol Pablo va a entrar ahora en posesión del conocimiento más


sublime e importante que pueda adquirir jamás una persona. De este
conocimiento trata nuestro texto, del conocimiento de la voluntad de Dios.
Este es el conocimiento que ninguna persona debe ignorar. Este
conocimiento transformó la vida de Saulo y puede transformar hoy la de
cualquier otra persona que lo abrace con idéntica fe.

y
¿De dónde procedía este conocimiento

Lo primero que nos preguntamos es: ¿De dónde procedía este


conocimiento? ¿Cómo lo adquirió Saulo? No fue adquirido por el estudio
de las escrituras sagradas ni por las clases de teología tomadas a los pies de
Gamaliel. Tampoco subió Saulo al cielo, como, según la mitología griega,
hiciera el titán Prometeo para robar el fuego de los dioses y bajarlo a la
tierra para beneficio de los mortales. Al cielo de nuestro Dios no puede
subir nadie por sí mismo. Intentarlo es caer en el abismo más profundo.
Alguien lo intentó, dijo: “Subiré al cielo.... y seré semejante al Altísimo”
(Isaías 14:13 y 14); y continua el texto de Isaías diciendo: “Mas tú
derribado eres hasta el Seol.”

La razón humana tampoco puede lograr por su esfuerzo este conocimiento.


En Romanos 12:33 podemos leer: “¡Oh profundidad de las riquezas y de la
sabiduría de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus
caminos! Porque ¿quién entendió la mente del Señor?” Un hombre de gran
capacidad intelectual, poseedor de una de las mentes más lúcidas de
occidente, que iba detrás de este conocimiento confiado en lograrlo por el
uso de su razón, reconoció al fin su total incapacidad, exclamando
indignado y abatido: “¿Qué es esto que pasa por nosotros?, ¿qué es lo que
nos sucede?, ¿qué es esto que has oído? Levántanse de la tierra los
indoctos, y se apoderan del cielo: ¿y nosotros, con todas nuestras
doctrinas, sin juicio y sin cordura, nos estamos revolcando en el cieno de la
carne y sangre?
Profundamente alterado en su interior salió al huerto de su
casa, se echó debajo de una higuera y dio rienda suelta a su llanto,
lamentando amargamente el poder del pecado sobre su vida. Mientras
lloraba oyó la voz de un niño que, jugando, cantaba y repetía muchas veces:
“Toma y lee, toma y lee.” Al instante, interpretando aquella voz como una
orden del cielo, en que de parte de Dios se le mandaba que abriese el Libro
de las Epístolas de Pablo, y leyese el primer capítulo que casualmente se le
presentase. Tomó el libro, lo abrió y leyó en la página escogida al azar; y las
palabras eran estas: “No en glotonerías y borracheras, no en lujurias y
lascivias. no en contiendas y envidia, sino vestidos del Señor Jesucristo, y
no proveáis para los deseos de la carne” (Romanos 13:13,14). No hizo falta
que leyera más. Este texto bíblico denunciaba la vida disoluta de nuestro
personaje y le hizo comprender instantáneamente que su amor a los vicios
de la carne constituían el obstáculo para su conversión a Cristo. Un rayo de
luz clarísima irrumpió en su corazón, y en el mismo instante se le disiparon
todas las tinieblas de sus dudas. Este hombre fue Agustín de Hipona, uno de
los teólogos y pensadores más grandes de todos los tiempos.

El conocimiento de la voluntad de Dios viene a nosotros como un acto


soberano de la gracia divina. Cuando Pedro hizo su famosa confesión de fe,
diciéndole a Jesús: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente” (Mateo
16:16), el mismo Jesús le     responde inmediatamente de donde tenía él
Pedro, ese conocimiento. Le dice: “Bienaventurado eres Simón, hijo de
Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los
cielos” (Mateo 16:17); o sea, que aquella confesión no era el fruto de la
reflexión de Pedro, ni había sido adquirida por instrucción de otra persona,
sino que procedía de Dios mismo. Así también Saulo no debía su
conocimiento de la voluntad de Dios a ese conocimiento que él tenía de las
escrituras ni a la instrucción que recibió a los pies de Gamaliel, sino del
favor divino para con él. Su conocimiento de la voluntad divina procedía de
lo alto, es decir, de Dios mismo. Y de esta misma manera nuestra
comprensión de la profundidad de ciertas verdades bíblicas son la acción de
la gracia de Dios en nosotros y no el fruto de nuestro estudio.

y
¿En qué consistía el conocimiento de la voluntad de Dios?

El conocimiento de la voluntad de Dios consistía en un designio salvífico a


través de Jesucristo. Saulo ha sido escogido por Dios para que vea al Justo,
y oiga la voz de su boca. El Justo es Jesús, este es uno de los títulos
mesiánicos del Señor. Y es con la visión de Jesús que Saulo recibe el
conocimiento de la voluntad de Dios. Hasta este instante Saulo ignoraba la
voluntad divina. Pero el encuentro con el Justo llega a proporcionársela.

Hoy ocurre lo mismo. Sólo cuando hemos tenido un encuentro de fe con


Jesús y él ha llegado a ser para nosotros lo más importante y anhelamos
diariamente su comunión, sólo entonces llegamos a conocer la voluntad
divina, el evangelio de Jesucristo. No hay conocimiento salvífico de Dios al
margen de Jesús. Y este conocimiento no es intelectual, sino espiritual.
Saulo sabía que Jesús había muerto en la cruz hacía escasos años. Este es un
conocimiento intelectual. Pero Saulo no sabía que Jesús había muerto en la
cruz por él, es decir, para que sus pecados fuesen perdonados. Este es un
conocimiento espiritual, y es una gracia de Dios. El mismo apóstol Pedro,
que confesó por revelación divina que Jesús era el Cristo, el Hijo del Dios
viviente, manifestó su incapacidad espiritual en otra ocasión en la que Jesús
habló a sus discípulos sobre sus próximos sufrimientos, muerte y
resurrección. Pedro tomó a Jesús aparte, y comenzó a reconvenirle,
diciendo: “Señor, ten compasión de ti; en ninguna manera esto te
acontezca” (Mateo 16:22). Es evidente que en esta ocasión Pedro no sabía
lo que estaba diciendo. Hablaba como un hombre natural, sin conocimiento
espiritual.

El conocimiento de la voluntad de Dios consiste en la comprensión


espiritual del evangelio de Jesucristo. Pablo escribirá años más tarde a los
corintios hablándoles del evangelio, y les hablará de la “sabiduría de este
siglo” en contraste con la “sabiduría de Dios”. Esta sabiduría de Dios
encuentra su expresión en el evangelio de nuestro Señor. Y de las cosas que
encierra este evangelio dice Pablo lo siguiente: “Pero Dios nos las reveló a
nosotros por el Espíritu (Santo)... Porque nadie conoció las cosas de Dios,
sino el Espíritu de Dios. Y nosotros no hemos recibido el espíritu del
mundo, sino el Espíritu que proviene de Dios, para que sepamos lo que
Dios nos ha concedido, lo cual también hablamos, no con palabras
enseñadas por sabiduría humana, sino con las que enseña el Espíritu,
acomodando lo espiritual a lo espiritual. Pero el hombre natural no percibe
las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las
puede entender, porque se han de discernir espiritualmente” (1 Corintios
2:10-14).

La voluntad de Dios que Saulo llegó a conocer aquel día consistía, pues, en
“que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles
en cuenta a los hombres sus pecados” (2 Corintios 5:19). Hoy ocurre lo
mismo. Sólo cuando hemos comprendido nuestra total necesidad de Jesús y
de su obra, hemos comprendido la voluntad de Dios.

y
¿Cuál era el fin de este conocimiento?

Dios facilitó este conocimiento a Saulo para que “fuera testigo suyo a todos
los hombres” (Hechos 22:15a). No únicamente para su bienestar personal,
sino sobre todo por causa de los demás. Dios iluminó la mente de Saulo con
el conocimiento del evangelio para que otras muchas personas a su través
pudiesen adquirir este mismo conocimiento salvador. Saulo debía propagar
este conocimiento a todo el mundo. Hoy lo sigue haciendo a través de sus
epístolas. Su ministerio aún no ha acabado. La segunda parte de 2 Corintios
5:19 dice: “Y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación.”

Con esta misma finalidad ilumina Dios hoy nuestros corazones, para que
también nosotros ayudemos a otros a conocer la voluntad de Dios. Aunque
nosotros no hayamos sido dotados con el don de misionero y no hayamos
sido llamados por Dios a recorrer las naciones con el mensaje del evangelio,
sí que hemos sido llamados a alumbrar en el mundo, siendo testigos de la
gracia de Dios en Cristo allí donde vivimos, trabajamos y nos
desenvolvemos diariamente. Jesús nos dice a todos nosotros: “Vosotros sois
la luz del mundo.” Y solamente somos luz cuando vivimos y hablamos de
aquel que dijo: “Yo soy la luz del mundo.” Nosotros, como cristianos,
somos deudores a todos los hombres. Debemos el evangelio al mundo, es
decir, debemos anunciárselo. “Porque Dios, que mandó que de las tinieblas
resplandeciese la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para
iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo”
(2 Corintios 4:6).

´¨
Capítulo 40

Ananías asiste a Saulo en su


conversión
“Entonces uno llamado Ananías,... vino a mí, y acercándose, me dijo:
Hermano Saulo, recibe la vista. Y yo en aquella misma hora recobré la
vista y lo miré. Y él dijo: El Dios de nuestros padres te ha escogido para
que conozcas su voluntad, y veas al Justo, y oigas la voz de su boca.
Porque serás testigo suyo a todos los hombres, de lo que has visto y
oído. Ahora, pues, ¿por qué te detienes? Levántate y bautízate, y lava
tus pecados, invocando su nombre.”

(Hechos 22:12-16)

Un día recibí una llamada telefónica de una señora que necesitaba ayuda.
Muy afligida al otro extremo del teléfono me dijo que un miembro de una
secta la había encontrado sentada y llorando en un banco de un parque de la
ciudad. Ella le expuso su problema y le manifestó su esperanza de que Dios
hiciera un milagro para aliviar su situación. Pero aquel hombre le
respondió: “Dios ya no hace milagros.” Con esta frase asestó un duro golpe
a su esperanza, pero la fe de la mujer pudo más que esta mentira y continuó
esperando en Dios. ¿Que Dios ya no hace milagros? La conversión de un
hombre a Dios es el mayor de los milagros posibles, es la prueba evidente
de que Dios todavía está entre nosotros, y está ayudando. ¿De qué sirve que
anden los cojos, que sanen los sidosos y que desaparezcan los cánceres, si el
corazón de estos hombres y mujeres continua en su natural rebeldía contra
Dios? Una pierna sanada, una úlcera curada, puede ser señal de la bondad
divina, pero un corazón transformado es mayor señal de gracia y de poder
divinos.

Nuestro texto trata del instante de la conversión de Santo. En relación con


este milagro vamos a observar tres detalles muy significativos que siempre
habremos de tener en cuenta cuando nos toque asistir a alguna conversión.
Por su proceder, no cabe dudas de que Ananías era un cristiano de gran
madurez y sabiduría espiritual. El pescador de hombres necesita también de
esta sabiduría. Observemos el proceder de Ananías:

y
Atiende su necesidad física

Ananías no se apresura para que Saulo tome su decisión de entregarse a


Cristo. Lo primero que hace es atender a su necesidad física, sanándole de
la ceguera. Con mucha frecuencia, antes de conducir a una persona a Cristo,
deberemos ayudarle a superar alguna necesidad física o material. Y en no
pocas ocasiones será esta misma ayuda el medio que Dios utilizará para
predisponer a la persona a recibir el evangelio. Por lo general, toda persona
tiene necesidades de orden material, físico o anímico. Si nosotros les
ayudamos a superarlas estaremos allanando el camino de su conversión.

La obra misionera se extendió en numerosos países cuando la iglesia reparó


en la necesidad integral de la persona. Por eso los cristianos han levantado
hospitales, han fundado escuelas y han construido granjas y preparado
terrenos para la labranza, a fin de atender a las necesidades humanas de
primer orden. No podemos preocupamos únicamente de la salvación del
alma. Cristo murió para salvar al hombre total. No pueden sernos
indiferentes las necesidades físicas de las personas, porque el cuerpo
también está comprendido en la salvación. Por eso se somete al bautismo de
agua y por eso será resucitado el día de la segunda venida de Cristo al
mundo.

En ocasiones es posible que alguna necesidad física se constituya en cierto


tipo de obstáculo para que una persona se convierta. Cuando entendamos
que esto sea así, deberemos actuar para su eliminación. Sin embargo,
debemos tener siempre muy claro que la ayuda cristiana no debe
constituirse nunca en un medio de presión o de soborno. Será ayuda
cristiana cuando solo sea expresión del amor de Jesús. Con frecuencia Jesús
ayudó y sanó, y después predicó el evangelio.

La sanidad de la ceguera fue entendida por Saulo como un alivio y como


una muestra del amor de Jesús hacia él. La experiencia de este amor inclinó
su corazón todavía más a Jesús y a su evangelio.

y
Le habló de los buenos propósitos de Dios para con él

Después de la ayuda física, Ananías le habló a Saulo de los buenos


propósitos de Dios para con él. Dios le había escogido para que conociera
su voluntad y diera a conocer ésta a todos los hombres. Dios quería salvarle
y constituirle en instrumento de salvación para muchas personas. El
mensaje del evangelio es el anuncio de que Dios nos ama y quiere amar a
través de nosotros a un mundo necesitado. Dios tiene buenos propósitos
para todos los hombres y mujeres.

Si las personas han de convertirse tienen que oír el mensaje del evangelio.
Y este mensaje se comunica básicamente por medio de la palabra. Las
buenas obras del cristiano acompañan y adornan el anuncio verbal del
evangelio, pero nunca pueden sustituirlo. En Romanos 10:17 se nos dice
que “la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios.” Los que hemos
experimentado el amor de Dios, estamos obligados a hablar a otros de ese
amor.

Una joven cristiana me dijo que ella no predicaba con la palabra, sino que
se limitaba a vivir el evangelio. Esta joven se equivocaba, pues, la vivencia
del evangelio implica también su transmisión verbal. Si de verdad vivimos
el evangelio, nuestras bocas no podrán permanecer cerradas.

La gente necesita conocer el evangelio y este conocimiento se adquiere,


según la voluntad divina, por su anuncio verbal, pues está escrito que
“agradó a Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicación.”

Debemos presentar el evangelio con la mayor claridad y profusión de


detalles. Y debemos cuidarnos de que la gente lo haya entendido bien. Por
regla general la mayoría de los creyentes tuvieron necesidad de oír muchas
veces el mensaje de salvación en Cristo antes de convertirse. Esto nos
enseña que no es bueno agobiar con llamadas a la conversión a esas
personas que acuden a la iglesia por primera vez.

Jesús compara el reino de los cielos a una semilla que es sembrada en tierra
y que brota sólo después de un tiempo. La palabra sembrada trabajará en
silencio y en quietud en el interior del corazón que la ha recibido, y después
de pasado un tiempo la veremos brotar en forma de una sencilla y
comprometida declaración de fe en Jesucristo.

Al comunicar el evangelio necesitamos de la paciencia. Tenemos que saber


esperar. Mientras confiamos que el Espíritu de Dios está utilizando nuestra
palabra para conducir a las persona a Jesús. En numerosos lugares la
palabra de Dios nos exhorta a revestimos de paciencia, como condición
indispensable para alcanzar el fruto de la fe y de nuestro testimonio
(Hebreos 10:36; Efesios 4:2; Colosenses 3:12).

Cometemos un grave error y ocasionamos un serio daño al pretender forzar


la conversión de una persona sacando de su boca una forzada confesión de
fe en Jesús. De esta manera irrumpimos torpemente en el trabajo del Señor
y destruimos su obra. ¡Cuánto daño espiritual ha ocasionado nuestra
impaciencia y nuestra ignorancia! ¡Cuántos son los hijos de creyentes que
fueron forzados por sus padres a confesar con sus bocas que creían a Jesús,
mientras sus corazones no sentían nada de lo que decían! Este proceder
tiene gravísimas consecuencias, y nosotros debemos evitar a toda costa
incurrir en él. Un joven me confesaba: “Pastor cuando yo me bauticé no me
había convertido de verdad. Confesé que creía en Jesús porque no podía
resistir más la presión de mi madre.” Hasta el día de la fecha ese joven no
ha demostrado en su vida los frutos de una auténtica conversión y sí ha sido
escándalo para la iglesia. Hay frutos que al recogerse verdes nunca
maduran.

y
Le exhortó a convertirse inmediatamente a Jesús

Sólo después de ayudarle físicamente y anunciarle el evangelio, Ananías


exhortó a Pablo a convertirse a Jesús y a seguirle comprometidamente como
un verdadero discípulo, invocando su nombre y bautizándose.
También este tercer detalle es muy importante, porque hay muchos
cristianos que saben ayudar y saben comunicar el evangelio, pero no saben
o no se atreven a exhortar a una persona a convertirse en un determinado
instante. Para utilizar un símil, diremos que muchos cristianos saben llenar
el saco, pero se olvidan de amarrarlo. Y de esta manera se pierde mucho
fruto recogido con esfuerzo y dedicación.

Hay momentos en los que tenemos que ser decididos y conminar a las
personas a una conversión. Hay momentos en los que tenemos que decir a
las personas lo mismo que Ananías dijo a Santo: “Ahora, pues, ¿por qué te
detienes? Levántate y bautízate, y lava tus pecados, invocando su nombre.”

´¨
Capítulo 41

Venciendo las últimas reticencias


“Ahora, pues, ¿por qué te detienes?”

(Hechos 22:16a)

Después de sanar a Saulo de su ceguera y comunicarle el mensaje que Jesús


le había dado, Ananías da prisas a Saulo para que tome la única decisión
coherente con todo lo ocurrido. Con las palabras: “Ahora, pues, ¿por qué te
detienes?”, Ananías apremia a Saulo a tornar la decisión de hacerse
discípulo de Jesús.

Lo que había vivido en las tres últimas jornadas era tanto, tan dramático, tan
inesperado y tan sorprendente, que Saulo parece dudar por un instante sobre
su decisión. ¿Le paraliza la sorpresa, la manera como ha ocurrido todo, o
tiene dudas? De cualquier manera, Ananías no le da más tiempo. A su juicio
Saulo sabe ya lo suficiente. Así, pues, Saulo, “¿a qué esperas?” Bautízate e
invoca a Jesús por Señor y Salvador.”
Con sus palabras, Ananías le indica el falso camino que debe evitar, y el
buen camino que debe tomar.

y
Cuándo es bueno demorarse

¿Cuál es el camino falso que Saulo debe evitar? Debe evitar

el camino de las largas cavilaciones, el camino de los titubeos y

de las demoras improcedentes, el camino de las dilaciones y del

postergar para otra ocasión y otro día.

Muchas personas tocadas por el evangelio han desembocado

en estas sendas de las dilaciones. El postergar una decisión por

Cristo es algo tan común, que creo que todos conocemos a personas

en esta situación. Pero que sea moneda corriente no significa que

sea bueno. Al contrario, es algo delicado y muy peligroso. Junto a esto hay
también situaciones en las que conviene esperar y en las que Dios mismo
nos aconseja a no apresurarnos.

Por ejemplo, cuando un cristiano es ofendido y su vieja naturaleza

quiere manifestarse violentamente, es conveniente esperar, porque,

como está escrito: “Todo hombre sea tardo para airarse; porque la

ira del hombre no obra la justicia de Dios” (Santiago 1:19.20). Cuando el


corazón de un joven, chico o chica, es tocado por

el amor, siente inmediatamente un deseo profundo e irresistible

de establecer con la otra persona una relación comprometida y

permanente. Y aunque el sentimiento de estar enamorado es precioso,


conviene, no obstante, andarse con cautela y no apresurarse

a establecer el compromiso, pues, con las prisas en el amor muchos

van camino de la ruina. Génesis 26:34-35 nos dice que cuando

Esaú era de cuarenta años, se casó con dos mujeres, “y estas

fueron amargura de espíritu para Isaac y para Rebeca”, padres de

Esaú. En aquella cultura nómada en la que se vivía en los estrechos

lazos del clan familiar, la decisión de Esaú fue precipitada y equivocada.


También hoy mucha gente se precipita y se equivoca a la

hora de escoger pareja. Y esto no es nada bueno, porque es el camino hacia


la infelicidad.

Cuando algún cristiano decide quitarse él mismo de encima

la cruz que está llevando, ya sea esta cambiar de trabajo por causa de ciertas
desavenencias con los compañeros o encargados, o ya sea ésta abandonar la
iglesia por causa de ciertas diferencias con determinados miembros de la
misma, conviene no apresurarse y esperar hasta que Dios mismo sea quien
nos quite nuestra cruz personal. No hay cristianismo sin cruz. La cruz sólo
será removida de nuestra vida cuando Dios se haya glorificado. Y glorificar
al Señor debe ser nuestro primero y más preciado objetivo en la

vida.

Cuando algunas personas nos digan: “Mirad, aquí está el

Cristo” (Marcos 13:21) o: “Mirad, en esa iglesia sí que se manifiesta Dios,


ahí sí que hay poder”, seamos prudentes y no permitamos que los cantos de
sirenas nos arrastren en cualquier dirección.

Cuando alguien quiera arrastrarnos a formar partido con él y

hacernos comulgar con ideas partidistas, tengamos cuidado y tomémonos


tiempo suficiente para meditar antes de inclinarnos a

cualquier parte.

En todos estos casos y en muchos más la prudencia nos exhorta a esperar y


postergar la decisión que se nos pide.

y
Cuándo no es bueno demorarse

Pero hay otros casos en los que las sagradas Escrituras nos advierten en
contra de cualquier dilación. Así, por ejemplo, Éxodo 23:4,5 nos dice que
cuando encontremos el buey o el asno de nuestro vecino extraviado, se lo
llevemos, o cuando encontremos el asno de nuestro vecino que nos aborrece
caído debajo de su carga, le ayudemos a levantarlo inmediatamente,
dejando nuestros propios intereses a un lado. Estas eran situaciones que
ocurrían a menudo en aquel mundo agrícola y ganadero. Pero nuestro
mundo ya no es ese. Por lo tanto, su traducción contemporánea diría:
Cuando veas a tu enemigo con su coche tirado en la cuneta por causa de una
avería, te pararás y le ayudarás. O, cuando vieres que alguna desgracia se
cierne sobre los intereses de tu vecino, que te aborrece, le avisarás para que
eso no ocurra. Realmente lo que nos está diciendo el texto citado es que no
debemos titubear ni ser lo más mínimamente reticentes en el ejercicio del
amor al prójimo, aunque este prójimo sea nuestro enemigo.

De acuerdo a Ezequiel 33:1-3, el vigía que divisare a un enemigo


acercándose a la ciudad no debía tardar los más mínimo en tocar la
trompeta para advertir al pueblo del peligro inminente. La más mínima
dilación o descuido le costaría su vida. Cuando nosotros vemos a algún
hermano amenazado por un peligro que él no ha advertido todavía, no
esperemos lo más mínimo, sino pongámosle en aviso. Usemos para ello del
tacto y la delicadeza necesarios, pero no posterguemos en el tiempo nuestro
toque de atención. Dios nos ha establecido por vigilantes para el bienestar
de nuestros hermanos. Así que, no perdamos tiempo a la hora de tocar
nuestra trompeta de aviso.

También Jesús enseñó que si alguien “al traer su ofrenda al altar, allí se
acuerda de que su hermano tiene algo contra él”, no debe esperar. Debe
dejar su ofrenda delante del altar y buscar la reconciliación inmediata con
su hermano (Maleo 5:23-26). Postergar la reconciliación para otro momento
u otro día no es conveniente, es dar pie al Maligno.

Pero, sobre todo, lo más delicado es postergar la decisión por Cristo cuando
el Espíritu Santo nos está llamando a ello. Cuando el Espíritu le dice a una
persona: “Despiértate, tú que duermes, y levántate de los muertos, y te
alumbrará Cristo”, no se debe dudar lo más mínimo ni detenerse un solo
instante, pues “el Espíritu de Dios no contenderá con el hombre para
siempre.”

y
Los peligros que envuelve la demora

Cuando Ananías le dijo a Saulo: “¿Por qué te detienes?”, había que


reaccionar. Y había que hacerlo inmediatamente. Pues la advertencia a no
postergar en el tiempo el compromiso con Cristo tenía sus poderosas
razones que podrían convertirse en un lazo para Saulo.

En primer lugar, estaba la cuestión de la futura relación con su pueblo. En la


comunidad judía cualquier persona que abandonaba la fe de sus
antepasados se convertía en un renegado, un desertor, un traidor, más aún,
en una criatura maldita, destruida y desolada a la que nadie debía recurrir, ni
ayudar, ni proteger. Muchos cristianos evangélicos han experimentado este
triste estado.

Eran muchos los privilegios que Saulo iba a perder en su pueblo si se


convertía en discípulo de Jesús. Su futuro como rabino era muy prometedor.
Ya había destacado por su celo en la defensa de la doctrina de los padres al
perseguir a los discípulos de Jesús, y el sumo sacerdote le había confiado
una misión delicada lejos de Jerusalén. Esto debía tener pronta recompensa.
Pero con la conversión a Cristo se perdería. ¿Cómo reaccionaría el sumo
sacerdote ante la identificación de Saulo con los discípulos de Jesús? Era
fácil suponer: con el anatema.

Además, estaba también la cuestión familiar. ¿Qué dirían los familiares de


Saulo, su hermana en Jerusalén, su cuñado y todos los demás? Era
previsible una dolorosa ruptura de estas queridas relaciones. ¡Cuántos son
los cristianos que han tenido que sufrir esto! ¿Y cuántos son los que se
volvieron o nunca emprendieron el seguimiento de Jesús por causa de las
presiones familiares?

Pero había también un asunto difícil de ser entendido: ¿Cómo podía un


crucificado ser el liberador de Israel? ¿Acaso no decía una escritura:
“¿Maldito el que es colgado en un madero?” Y para colmo de males, ¿no
había sido pronunciada la sentencia sobre Jesús por la máxima autoridad
religiosa del país, una autoridad reconocida por Dios, según las mismas
Escrituras sagradas?

Pero todavía había más: ¿Cómo había podido elegirle Jesús a él, que era un
odioso tirano, con las manos manchadas de sangre? Mirando hacia atrás
Saulo descubría una terrible montaña de culpas. Y esto le hacía dudar:
¿Será verdad que Jesús me ha perdonado toda esta inmensa culpa? Y si
miraba a sus debilidades personales o a su fogoso temperamento, se
preguntaba desconcertado si sería capaz de andar con éxito hasta el final el
nuevo camino que se le acababa de abrir por delante, tras su encuentro con
Jesús. Sí, todas estas son preguntas y cuestiones que hacen dudar a mucha
gente. Pero al dar un paso de fe, confiándonos en las manos de Jesús,
descubriremos que la bondad y la gracia del Señor obran en nosotros
maravillas. Este Saulo llegaría a decir muchos años más tarde: “Todo lo
puedo en Cristo que me fortalece.” También nosotros hemos podido
mantenernos fieles al Señor hasta este día, aunque al principio de nuestra
conversión había muchas cosas que nos hacían dudar. Por eso, cuando nos
encontremos con alguien que duda en seguir a Jesús y que posterga este
compromiso para un mañana incierto, digámosle con decisión y con amor:
“¿Por qué dudas todavía? ¡Vamos! Bautízate, y lava tus pecados, invocando
su nombre.”
´¨
Capítulo 42

Cambio total
“Bautízate, y lava tus pecados, invocando su nombre”
(Hechos 22:16)

Ananías muestra a Saulo en pocas palabras el nuevo rumbo que debe dar a
su vida. Se trata de un cambio total. Esto es la conversión: cambio. Un
cambio orientado plenamente hacia Jesús. El camino nuevo que debe
emprender Saulo es completamente opuesto a la senda por la que ha
transitado hasta este día. Ananías lo expresa en tres brevísimas frases:
“Bautízate, lava tus pecados, invoca el nombre de Jesús.” Todo nacido de
nuevo ha seguido estos pasos.

y
“¡Bautízate!”

Hasta hace dos días el objetivo de Saulo consistía en exterminar a los


cristianos de la faz de la tierra, sin embargo, ahora es conminado a enrolarse
en sus filas, como uno más de sus miembros, con todo lo que esto significa.
El bautismo era la puerta de entrada a la iglesia. Era el momento del público
testimonio de fe en Jesús. Por medio del bautismo la persona quedaba
integrada en la vida de la iglesia como miembro de pleno derecho. Saulo
estaba siendo llamado a formar parte de la iglesia de Jesús. Realmente no
hay invitación más excelente que se pueda extender a una persona. Formar
parte del pueblo del Señor es un honroso privilegio.

Toda aquella persona que quiera seguir a Cristo, debe bautizarse. Con
frecuencia los nuevos convertidos postergan su bautismo más allá de lo
prudente. Un día pregunté a un joven que cuánto tiempo hacía que se había
convertido. Según él, hacía ya varios años. De nuevo le pregunté qué
cuándo pensaba bautizarse. Y me respondió “que no lo sentía.” He
descubierto que este es un pensamiento bastante extendido, sobre todo,
entre los hijos de padres cristianos. Pero es un pensamiento equivocado.
Uno no tiene que sentir la necesidad de bautizarse; uno tiene que sentir la
necesidad de obedecer en todo al Señor y a su divina palabra. Nos
bautizamos, pues, en obediencia a la palabra de Dios; los sentimientos
vendrán después. El cristiano no anda por sentimientos ni emociones, por
muy loables que estos sean, el cristiano debe andar por fe y en obediencia a
la palabra de Dios. Y ésta enseña que a la conversión debe seguir el
bautismo. Tan pronto, pues, una persona se convierta, debe prepararse para
el bautismo. La conversión de Saulo así lo enseña también.

Con frecuencia he observado que el bautismo lleva consigo un cambio


notable en la vida de los que se someten a él. En la vida de Saulo también
fue así. Tras su bautismo dejó de perseguir a los cristianos, y se unió a ellos
para extender el reino de Dios en la tierra, predicando a Jesucristo. ¡Qué
cambio más sorprendente en la vida de este hombre! ¡Cómo cambian las
personas después de un encuentro con Jesús!

y
“¡Lava tus pecados!”

Hasta este día Saulo había intentado justificarse delante de

Dios por medio de una celosa obediencia de la ley de Moisés,

ahora Ananías le exhortaba a lavar sus pecados en la sangre del

´
Cambio total¨

único Cordero de Dios que quita los pecados del mundo: Cristo Jesús. Esto
era un duro golpe para la conciencia de Saulo, pues, la ley declaraba
maldito a todo aquel que era colgado de un madero. ¿Cómo podía
justificarle la sangre del crucificado? El Espíritu Santo le ayudó a
comprenderlo.

Saulo era orgulloso y auto suficiente, ahora debía confiar en lo que el


hombre Cristo Jesús había hecho por él. ¡Cuánto le cuesta a la persona
orgullosa desestimar su propia obra para aceptar la de otra! Pero no hay
alternativa posible, o lavamos nuestros pecados en la sangre de Jesús o no
habrá en todo el mundo agua y jabón para limpiarnos de uno solo de ellos.

La “teología de la sangre” hiere hoy la conciencia de mucha gente


intelectual. Pero la Biblia enseña claramente que “sin derramamiento de
sangre no se hace remisión” (Hebreos 9:22). Si queremos borrar nuestros
pecados, habremos de recurrir por fe a la sangre de Jesús, no hay otra
alternativa. Saulo lo comprendió así, y así lo aceptó y lo predicó hasta el fin
de sus días. Su experiencia es alentadora para la iglesia, pues, nos enseña
que aun el más orgulloso y soberbio, iluminado por la gracia de Dios, puede
cambiar y puede llegar a confiar únicamente en Jesucristo.

y
“¡Invoca su nombre!”

Hasta hace dos días Saulo había maldecido el, para él, odiado nombre de
Jesús; ahora debía invocarlo en su auxilio para su perdón y salvación. Esta
invocación significaba, junto al bautismo, el reconocimiento de su
necesidad de Jesús como Salvador a la vez que el reconocimiento del
señorío de Cristo sobre su vida. Saulo no se arrepentirá jamás de esta
invocación. Desde ese instante no habrá para él nombre más precioso bajo
el cielo que el nombre de Jesús. Este será para él el “nombre sobre todo
nombre” (Filipenses 2:9); nombre amado, nombre adorado, nombre
predicado, nombre al que sacrificar su vida toda, sus días y sus fuerzas ¡Qué
cambio! ¡Qué camino más distinto al que Saulo ha andado hasta ahora!
¿Qué sentimientos provoca en nosotros el nombre de Jesús? ¿Ha cambiado
este nombre nuestra vida?

Toda auténtica conversión lleva también hoy consigo un gran cambio en la


vida, en la manera de vivir y en los valores que se perseguirán desde
entonces. Lo que antes nos gustaba, ahora nos desagrada. Y lo que antes no
nos atraía para nada (el culto a Dios, la oración, la lectura de la Biblia, la
comunión fraternal, etc.), ahora constituye nuestra delicia.

El cristiano debe andar todos los días por el camino que Ananías mostró a
Saulo. Diariamente debe confesar a Cristo, continuamente debe buscar la
comunión con el Señor (1 Tesalonicenses 5:17), siempre debe identificarse
con el pueblo del Señor. El camino de Ananías es el camino correcto para
nosotros.

´¨
Capítulo 43
El bautismo de Saulo
“Y levantándose, fue bautizado”

(Hechos 9:18)

Hay verdades que transforman por completo nuestra vida. Antes de


conocerlas vivíamos y pensábamos de una manera determinada. Pero
después de que esas verdades llegaron a nuestros oídos y cautivaron nuestro
corazón ya no pudimos ser más los mismos de antes. Esto se ve
ejemplarmente en la vida del apóstol Pablo. Él era un judío celoso de su
religión, enemigo de Jesús y de los cristianos, perseguidor implacable de la
iglesia de Cristo. Todo esto lo hacía por ignorancia, ¡cuán peligrosa es y
cuánto puede hacer sufrir la ignorancia! Pero un día Pablo tuvo un
encuentro personal con Jesús, y a raíz de este encuentro su vida cambió por
completo. Cómo ha cambiado la vida de todos los que hemos tenido un
encuentro personal de fe con Jesús. Esto es posible todavía en el siglo XXI.

Y a ese encuentro con Jesús sigue un paso muy concreto. Es el mismo Jesús
quien estableció para todos los convertidos a él la ordenanza del bautismo.
Hechos 9:16 nos dice que Pablo, después de haber oído las palabras de
Ananías, “levantándose, fue bautizado.”

¿Qué significa este bautismo? El bautismo cristiano tiene un significado


muy amplio. Tendríamos que hablar mucho para agotarlo. Por eso, ahora
vamos a resaltar sólo cuatro aspectos del mismo.

y
Una ruptura

En primer lugar, el bautismo cristiano significa una ruptura. ¿Ruptura con


qué? Para Pablo significó una ruptura con su vieja religión, una ruptura con
muchas de sus viejas ideas espirituales. Fue una ruptura con su pasado.
Mediante este acto del bautismo Pablo abandonaba sus viejas creencias,
para conformarse en todo a la fe de Jesucristo. De manera clara y
consciente rompía los lazos y los puentes que quedaban detrás de él, y se
bautizaba.
Por medio de su bautismo estaba diciendo: para mí el judaísmo pertenece al
pasado, desde ahora yo me identifico plenamente con los nazarenos - que
así se le llamaba en un principio a los cristianos - y mi suerte y mi destino
serán las de ellos. Entre mí y mi pasado judío corre ahora como una clara
frontera divisoria ese río Jordán de la sangre de Jesús.

También nosotros hemos tenido un encuentro con Jesús, y también nosotros


rompemos por medio del bautismo con cualquier idea religiosa o espiritual
que no se conforme a la fe de Jesucristo revelada únicamente en las
sagradas escrituras. Y rompemos igualmente con cualquier forma de vida
que no honre a Jesucristo. Pablo dejó de perseguir a la iglesia de Jesús y se
convirtió en un activo predicador del evangelio. ¿Qué hemos dejado de
hacer nosotros y, sobre todo, qué estamos haciendo ahora para Jesús?,
porque la vida cristiana no sólo consiste en dejar de hacer ciertas cosas,
sino, mucho más, en hacer cosas que honren a Jesús.

y
Una confesión

En segundo lugar, el bautismo cristiano es una confesión.

Así fue en el caso de Pablo: una valiente confesión. Por medio de

su bautismo estaba diciendo: Tan cierto como que las aguas del

bautismo han cubierto mi cuerpo y lo han lavado, así también la

sangre de Jesús me ha cubierto enteramente y ha lavado todos mis

pecados. Y yo confieso que Jesucristo, el crucificado y resucitado,

es mi Señor y Salvador, quien me ha redimido del pecado y me ha

comprado del poder de la muerte y del diablo, para que yo sea

suyo para siempre y pueda vivir en su reino, honrándole en dichosa

bienaventuranza.

Su bautismo fue, pues, una valiente confesión de fe en Jesucristo. Desde ese


instante él nada tenía que ver con la vieja fe

judía heredada de sus padres, sino con la fe en Jesús el nazareno.

¿Hemos hecho ya todos nosotros una confesión de fe como ésta?

Un cristianismo que sólo es el producto de una tradición familiar

y de una educación religiosa no sirve de nada. El verdadero cristianismo


tiene que ser experimentado personalmente. La fe en

Cristo es una decisión voluntaria y libre del individuo que ha sido

iluminado por la gracia de Dios. ¿Hemos tomado ya nuestra decisión por


Cristo?

Por medio del bautismo Pablo hacía público que él era de

Jesús y que no se avergonzaba de ser suyo. Esto fue una valiente

decisión para este hombre que hacía sólo tres días había estado

persiguiendo a muerte a los cristianos.

Todo el que se bautiza es también un valiente al tomar esta

decisión, a sabiendas de que siempre habrá gente que no nos entenderán y


nos criticarán. Pero nuestra fe en Jesús puede más que

todos los miedos, y el Espíritu Santo que hemos recibido de Jesús

nos ayudará y nos sostendrá en el futuro.

y
Una admisión

En tercer lugar, el bautismo de Pablo significaba una admisión. Por medio


de este acto Ananías y la iglesia que él representaba admitían a Pablo en su
medio como un hermano de fe. Esto era una cuestión delicada porque, hasta
ayer, Pablo había sido un perseguidor de esa iglesia. Pero aquellos
hermanos no consideraron oportuno ponerle a prueba, ni someterle a un
tiempo de disciplina, sino que le reconocieron inmediatamente como uno de
ellos.

En algunos casos será conveniente establecer un tiempo de prueba, pero en


este concreto, y debido a las claras instrucciones del mismo Señor Jesús a
Ananías, no era prudente ni conveniente.

De esta misma manera, también nosotros tenemos esa disposición de


reconocer como hermanos a todos aquellos hombres y mujeres que el Señor
en su divina gracia haya hecho salir de sus caminos errados y los haya
conducido a la fe de Jesucristo, sin importarnos en absoluto lo que estas
personas hayan sido en el pasado, antes de conocer a Cristo. El mismo
apóstol Pablo escribirá años más tarde a los cristianos de la ciudad griega de
Corinto: “Si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas
pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Corintios 5:17).

Y así nosotros somos admitidos por medio del bautismo en la iglesia. No


importa lo que hayamos sido en el pasado, cuáles hayan sido nuestros
pecados, ni qué oscuridades hayan enturbiado nuestra vida. Importa lo que
somos en este instante y lo que seremos en el futuro en tanto que cristianos.
Pues, como está escrito: “Si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las
cosas viejas pasaron”, y todos nuestros pecados han sido lavados y
perdonados por la sangre de Jesús. Nosotros recibimos en la iglesia a los
nuevos bautizados como Cristo nos recibió a nosotros, con amor, alegría y
sin reproches. Nosotros nos damos a los nuevos bautizados para servirles
con los dones que nos dio el Espíritu a cada uno en particular, y esperamos
de todos que pongan también sus dones espirituales al servicio de la iglesia,
para la edificación de todos sus miembros.

y
Una promesa

Y en cuarto y último lugar, siendo el bautismo, según las sagradas escrituras


(1 Pedro 3:21), la señal del nuevo pacto con Dios, éste constituye para el
cristiano una promesa y garantía de que recibirá todos los beneficios que el
nuevo pacto encierra. Suyo será el cielo y suyo es la vida eterna. Dios nos
pastoreará en esta vida y nos dará la más cálida bienvenida en la venidera.

Si alguna vez llegáramos a dudar de nuestra condición de cristianos,


acordémonos del día de nuestro bautismo, de la fe que ese día anidaba en
nuestros corazones, y las dudas se disiparán.

Como bautizados, nos cubre la señal del nuevo pacto, las aguas del
bautismo. Hoy dejamos oficialmente de ser nuestros, hoy se quiebra sobre
nosotros definitivamente cualquier pretensión del diablo sobre nuestras
personas. Hoy, al ser pronunciado sobre nosotros el nombre de la santísima
Trinidad, pasamos oficial y públicamente a ser especial posesión de Dios.
Ya no nos pertenecemos a nosotros mismos, ni al mundo, ni al demonio.
Hoy somos de Cristo y Cristo es nuestro para siempre.

Honremos en vuestra vida este pacto y portémonos siempre dignos de él.

´¨
Capítulo 44

Pablo acaba su ayuno


“Y habiendo tomado alimentos, recobró fuerzas”
(Hechos 9:19a)

El texto que meditamos dice enfáticamente que Saulo después de haber sido
bautizado comió, dando así por terminado su ayuno. De este comer de
Saulo podemos aprender tres cosas valiosas para nuestra instrucción:

y
¿Cuándo comió Saulo?

La primera lección tiene que ver con el momento en que

Saulo toma su primera comida como cristiano. La última comida

que tomó hacía tres días la había gustado como enemigo feroz de

los cristianos. Ahora toma sus primeros alimentos como hermano

espiritual de éstos. Era sin duda una comida importante. Reparemos en el


hecho de que la primera comida tuvo lugar

después del bautismo. Así que Saulo lo dejó todo quieto, incluso

el alimentarse, hasta que cumplió con toda la instrucción del Señor,

que le había sido comunicada por Ananías.

Este proceder es algo típicamente paulino. Lo primero es la

obediencia a las instrucciones del Señor, después habrá ocasión para los
propios deseos y necesidades. ¡Procuremos no alterar nunca este orden!
Lamentablemente hemos oído a personas religiosas decir: “Primero es la
obligación y después la devoción.” ¡Triste error!, pues el mismo Señor
Jesús nos dice: “Buscad primero el reino de Dios y su justicia, y todo lo
demás se os dará por aña

didura.”

La vida de Pablo estará caracterizada desde ahora en adelante

por la prioridad absoluta de los negocios de Jesús en su vida. ¿Es

esta también la característica esencial de nuestra vida? Con mucha tristeza


Pablo constatará en cierto momento de

su ministerio apostólico que muchos cristianos, tanto miembros

sencillos como dirigentes destacados, buscan con preferencia sus

propios intereses, relegando los de Cristo a un lugar secundario.

Escribiendo desde la cárcel a los cristianos de Filipos, les dice, refiriéndose


a sus propios colaboradores en la obra misionera: “Porque todos buscan lo
suyo propio, no lo que es de Cristo Jesús”

(2:21). Resulta evidente que en este momento delicado y peligroso

de su ministerio Pablo se siente decepcionado de gran número de

sus colaboradores porque no ha descubierto en ellos esa entrega

incondicional a la causa de Cristo, que él tiene por algo normal en

un discípulo de Jesús; algo que él vive desde el principio de su

conversión y que espera de todos los que colaboran con él. Pensemos, por
ejemplo, en el comentario que Pablo hace de

su colaborador Demas en 2 Timoteo 4:10: “Demas me ha desamparado,


amado este mundo, y se ha ido a Tesalónica.” Lo que no

significa que Demas hubiera apostatado de la fe en Jesucristo,

sino que se distanció de Pablo encarcelado en Roma, marchándose

a Tesalónica solo para sentirse más seguro. Unos años antes Pablo

había escrito a los romanos asegurándoles que la señal de todo

verdadero cristiano era que “ninguno de nosotros vive para sí...

Pues si vivimos, para el Señor vivirnos” (Romanos 14:7,8). Pero

ahora, de cara a sus propios colaboradores, tiene que constatar con tristeza y
dolor que “todos buscan lo suyo propio, no lo que es de Cristo Jesús”
(Filipenses 2:21). ¿Qué diría Pablo sobre nosotros si pudiera tener una
visión de nuestra vida y ministerios? Felizmente le quedaba un Timoteo.
Éste era distinto a los demás. Había aprendido de su padre y maestro
espiritual. Para Timoteo, como para Pablo, lo primero era lo de Cristo, lo
suyo personal venía después. Aprendamos nosotros de estos dos hombres e
imitemos su conducta y fe.

y
¿Cuál fue el objeto de su comida?

El mismo texto nos indica el objeto de aquella comida: “Recobró fuerzas.”


No hemos de imaginamos en esta comida un banquete festivo para celebrar
su bautismo, aunque el hecho de que el bautismo sea una fiesta nos autoriza
para acompañarlo con un banquete.

Pero la comida de Saulo tenía por objetivo reponer las mermadas fuerzas de
este hombre que añadía a un viaje largo y pesado el sobresalto del
encuentro con el Jesús glorificado y tres días de ayuno.

Para la Biblia, para Dios, la comida es importante. Cuando Jesús resucitó a


la hija de Jairo, dijo a éste inmediatamente que diera de comer a la niña.
Esto muestra la gran sensibilidad de Jesús hacia las necesidades ordinarias
de la vida.

Ahora Saulo debía comer, porque iba a necesitar nuevas fuerzas para su
nuevo ministerio. También nuestro comer debe servir al fin de reponer
fuerzas para servir mejor a Jesucristo.

Las grandes experiencias cristianas no deben hacernos olvidar la necesidad


normal de alimentarnos. Conozco el triste caso de una madre,
pretendidamente cristiana, que en su afán de llevar el evangelio a otras
personas descuidaba la alimentación material de su propia familia. Esto es
un error que un día nos pasará una factura lamentable.

Saulo comió después de bautizarse. Y muy bien podemos creer que esta
comida estaría presidida por aquella alegría y alabanza a Dios que
caracterizaba el comer de los primeros cristianos de Jerusalén (Hechos
2:46). Esta fue su primera comida en la que dio gracias a Dios (1 Timoteo
4:4) por medio de Jesucristo. Era su primera comida como cristiano.

y
¿Qué significa la comida de Saulo?

El comer de Saulo significa que ha llegado a su fin ese tiempo de ayuno tan
especial. Durante tres días y tres noches no tomó ninguna clase de alimento,
tan impresionante y conmovedor fue su encuentro con Jesús. Pero ahora
que comenzaba a disfrutar de la gracia, de la paz y del perdón divinos sería
algo impropio continuar con ese ayuno, que como tal es signo de
sufrimiento y de dolor (Mateo 9:14.15). Ahora él se asemejaba a esos
discípulos de los que dice Jesús: “Acaso pueden los que están de bodas
(ayunar y) tener luto entre tanto que el esposo está con ellos?” (Mateo
9:15). Este esposo celestial estaba ahora con él, ¡cómo podía Saulo
continuar ayunando! Su última comida la había gustado como enemigo de
los cristianos. La comida de ahora la gusta como amigo y hermano de los
cristianos y con la paz de Dios en su corazón.

Dichoso el que come su pan en paz con Dios y con los hombres.

El ayuno es un tiempo de espera; este tiempo ha llegado a su fin. Saulo ha


recibido lo que esperaba: la instrucción que Jesús le prometió en el camino
de Damasco tres días antes. Esta instrucción da un nuevo rumbo a su vida y
coloca sus pies en otro camino para servir a otros propósitos. Ahora es
necesario tomar alimentos y recobrar fuerzas para la nueva tarea.

El fin del ayuno nos dice que Saulo ha sido plenamente restaurado, tal
como lo fue la hija de Jairo, a quien se le dio de comer en señal de que no
solamente había resucitado de verdad, sino que también había desaparecido
la enfermedad que le produjo la muerte y que durante días le impidió tomar
alimentos.

Saulo es un hombre completamente restaurado, sus pecados han sido


perdonados, conoce la instrucción de Jesús y un nuevo camino se ha abierto
ante él. Ahora hay que comer para mejor servir a los propósitos de
Jesucristo. Quiera Dios que esta sea también la razón de todo nuestro
comer, mientras damos siempre gracias a Dios por los alimentos.

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Capítulo 45

Tres señales de verdadera


conversión
“Y al momento le cayeron de los ojos como escamas, y recibió al
instante la vista; y levantándose, fue bautizado. Y habiendo tomado
alimento, recobró fuerzas. Y estuvo Saulo por algunos días con los
discípulos que estaban en Damasco. En seguida predicaba a Cristo,
diciendo que éste era el Hijo de Dios.”

(Hechos 9:18-20)

En la vida todo o casi todo se puede falsificar, al menos durante un tiempo.


También existen falsas conversiones. Por eso, es conveniente que seamos
conscientes de que a toda verdadera conversión sigue un mínimo de tres
señales imprescindibles: Una identificación con Cristo, una identificación
con la iglesia de Cristo y un renovado amor por los perdidos.

y
La identificación con Cristo

Cuando Ananías habló con Saulo y le explicó el suceso de la cruz, se le


cayeron al futuro apóstol las escamas de los ojos. Y pudo ver. Pero no
solamente podía ver con los ojos del cuerpo, sino también con el espíritu
que había sido iluminado por la gracia de la fe. Y Saulo vio a Jesús. Vio y
entendió lo que Jesús había hecho por nosotros en la cruz. En esta cruz, que
tan repugnante había sido para él hasta ahora, aprende a descubrir el
inmenso amor de Dios y la gloriosa salvación que Jesucristo ha obrado por
nosotros. En un instante comprende las palabras del profeta Isaías al decir:
“Y por su llaga fuimos nosotros curados.” Ha descubierto en la cruz al
Cordero de Dios que quita los pecados del mundo, y los del mismo Saulo.

¡Qué gran descubrimiento! Jesús, el crucificado, es nuestro Mesías


salvador. Y si Jesús es el Mesías, entonces tenemos que identificamos con
él, tenemos que ponernos de su parte. Cueste lo que cueste, tenemos que
honrarle y rendirnos a él. Y esta entrega y rendición a Cristo, que tiene
lugar en lo más profundo del ser, en el corazón, encuentra su expresión
externa y pública por medio del bautismo.

Por medio de su bautismo Saulo estaba diciendo a todo el mundo que


Jesucristo, el crucificado y resucitado, era su Señor, que le había salvado de
una condenación ciertísima y eterna y le había liberado del poder del
pecado y del diablo, para ser suyo y servirle eternamente en su reino en
santidad y en justicia.

Su bautismo fue su confesión de fe en Jesucristo y en aquel acto redentor


que tuvo lugar en la cruz del Gólgota. Desde ese instante Saulo confesaba
que ya no tenía nada que ver con la fe heredada de sus padres, sino con la
de Jesús de Nazaret. Toda persona que ha experimentado una auténtica
conversión no duda en bautizarse, identificándose de esta manera con
Jesucristo. El bautismo no es garantía de conversión, pero todos los
convertidos aspiran a bautizarse, porque anhelan guardar todos los
mandamientos de Jesús e identificarse con él.

y
La identificación con la iglesia

La segunda señal de toda auténtica conversión consiste en la identificación


del convertido con la iglesia del Señor.

El mismo Señor que se le apareció en el camino de Damasco, provocando


su conversión, lo condujo a cultivar la comunión con sus hermanos de fe,
con los discípulos de Jesús que vivían en Damasco (v. 19). Este era el lugar
para el convertido Saulo. Así como antes se relacionaba con los enemigos
de Jesús, y esta relación potenciaba su odio hacia los cristianos, ahora se
relacionaba con aquellos que antes despreciaba. Y en la relación con ellos
fortalecía su nueva vida de fe.

Desde su primer encuentro con la iglesia de Jesús en Damasco, Saulo


buscaría en todas las ciudades que visitase la presencia de algún cristiano.
Lo primero que haría siempre en cualquier lugar donde llegase sería
informarse si vivían allí algunos discípulos de Jesús. En su último viaje a
Jerusalén, Pablo llegó por barco a la ciudad de Tiro, porque el barco tenía
que descargar allí. Y Pablo utilizó aquella estancia en la ciudad para buscar
a los discípulos de Jesús. Dice Hechos 21:4: “Y hallados los discípulos, nos
quedamos allí siete días.” Cuando el barco zarpó de Tiro y arribó a
Tolemaida, Pablo desembarcó para saludar a los hermanos, y estuvo con
ellos un día (Hechos 21:7).

Lo mismo ocurrió en su viaje a Roma. Cuando llegó al puerto de Sidón


pidió permiso al centurión que le custodiaba para que le dejase visitar a los
discípulos (Hechos 28:3). Atracando en el puerto italiano de Puteoli,
salieron a buscar a los hermanos, y habiéndolos hallado estuvieron con ellos
siete días (Hechos 28:13.14). Cuando los hermanos de Roma oyeron de la
llegada de Pablo, salieron a recibirle hasta el Foro de Apio y Tres Tabernas,
lugares situados a las afueras de Roma. Como vemos, era lo más normal del
mundo para Pablo y los cristianos buscar la comunión de los hermanos por
donde quiera que fuesen.

Como en otro tiempo hiciera Moisés, también el culto e instruido Pablo


buscaba la comunión con el pueblo del Señor. La experiencia de conversión
al mismo Señor había unido a estos hombres con unos lazos más poderosos
que la sangre y la carne.

Los primeros cristianos de Jerusalén también tenían esta práctica como


distintivo. Todos los convertidos se reunían por las casas y “perseveraban
en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros y en el
partimiento del pan.”

Es incomprensible que personas que se llaman cristianas no busquen la


comunión con sus hermanos de fe y no tengan esta necesidad espiritual. La
comunión de los santos es la segunda señal de toda verdadera conversión.
No hay cristianismo sin comunión de los santos. Donde ésta no se busca,
existiendo posibilidades para ello, es que la vida espiritual está enferma o,
peor, aún es que no hay ninguna vida espiritual. Pues la inclinación natural
de todo creyente en Jesucristo es buscar la comunión con sus hermanos de
fe.

Es la disposición de Jesucristo que todos los convertidos a él tengan


comunión entre ellos y la cultiven y perfeccionen. En Hechos 2:42 leemos
acerca de los primeros cristianos: “Y perseveraban en la comunión unos con
otros.” El versículo 44 del mismo capítulo se nos dice: “Todos los que
habían creído estaban juntos, y tenían en común todas las cosas.” Y en
Hechos 2:47 podemos leer: “Y el Señor añadía cada día a la iglesia los que
habían de ser salvos.” Todos estos textos nos dicen que la comunión de los
santos es una necesidad, pero más aún es una disposición divina en
Jesucristo.

Cuando una persona se convierte, el amor que Dios ha puesto en ella le


conduce con poderosa atracción hacia aquellos que tienen su misma fe en
su amado Salvador (2 Pedro 1:1).

Para el apóstol Juan el amor hacia los hermanos en la fe es una señal de que
una persona ha pasado de muerte a vida (1 Juan 4:7). Y ese amor hace que
nos interesemos por nuestros hermanos y su bienestar espiritual y general.

No se puede descuidar la comunión de los santos sin perjuicio espiritual.


Donde esta se descuida se retrocede espiritualmente.

¡Qué privilegio más grande este de poder tener comunión los hermanos
unos con otros! ¡Cuánto ayuda esto a la fe! ¡Cómo nos libra la comunión de
introducirnos en caminos equivocados! ¡Cómo fortalece y reconforta la
comunión espiritual cuando estamos abatidos y confusos! El que tiene este
privilegio, debe cultivarlo. Y el que no lo tiene, debe buscarlo.

¡No hay verdadera conversión sin una identificación positiva con la iglesia,
con los hijos de Dios! Esta es la segunda gran señal de toda verdadera
conversión, así lo vemos en la vida del apóstol Pablo. ¿Es para nosotros la
comunión de los santos algo de vital importancia o podemos pasar sin ella?
Hay cristianos que acuden a los cultos únicamente para oír la palabra de
Dios, pero no manifiestan ningún interés en la comunión de los santos. Tan
pronto termina la predicación desaparecen. Esto no es buscar la comunión.
¡Recordemos que la comunión es una señal de amor fraterno y que este
amor es una señal de vida eterna! Donde no se busca la comunión hay crisis
de fe y hay crisis de amor.

y
El amor por los perdidos
El que ha experimentado una verdadera conversión a Dios no puede
mantenerlo oculto, no puede callarse. El ejemplo de Pablo nos lo muestra
así. Tan pronto se convirtió y recobró fuerzas, Pablo comenzó a hablar a
otros de Jesús (v. 20). Con las escrituras en la mano y con su propia
experiencia Pablo demostraba que Jesús era el Cristo, el Mesías prometido.

El testimonio ante el mundo es la tercera señal de toda verdadera


conversión. El que piense que su conversión es un asunto entre él y Dios y
que no ha de tener más consecuencias, se equivoca.

Después de un culto un hombre se quedó en la iglesia y le dijo al pastor que


se había decidido a seguir consecuentemente a Jesucristo. Y añadió: “¡Pero,
por favor, no le diga Vd. nada a mi mujer!” El pastor le respondió: “Esto no
necesito decírselo yo a su mujer. Usted es el primero que se lo tiene que
decir tan pronto llegue a su casa.” “Imposible”, repuso el hombre. Y se fue.
¡Pobre hombre! El que no tenga valor para confesar su fe ante el mundo, se
hace culpable ante Dios y nunca vivirá una vida cristiana feliz.

Los que han experimentado la gracia y el amor de Dios, están obligados a


comunicarlo a los demás. Nobleza obliga. ¿Has testificado del amor de Dios
en Jesucristo entre tus familiares y amigos, entre tus compañeros de trabajo
y vecinos? Quizá te haya paralizado hasta ahora el temor a la burla y a una
reacción negativa. Pero no fue este el caso de Saulo. Le esperaban en la
sinagoga de Damasco como un inquisidor judío y abrió la boca como un
testigo de Jesucristo. ¡Hacía falta valor y osadía! ¡Qué poco le importaba a
Pablo lo que la gente pudiera pensar de él!

¡Oh, si todos los hijos de Dios diéramos ante el mundo un testimonio como
el de Pablo! ¡Si todos nosotros confesásemos con nuestras palabras y obras
quien es Jesús y lo bien que se vive junto a él! Este testimonio forma parte
de toda verdadera conversión. Y lo más bonito es que cuando vivimos una
vida de comunión con Jesús no damos este testimonio por obligación, sino
porque el amor de Cristo nos constriñe a ello. Entonces decimos como el
apóstol Pedro: “No podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído”
(Hechos 4:20).

La persona que se ha convertido de verdad cuenta en su vida con este triple


testimonio: Un testimonio de fe en Jesucristo como Salvador y Señor, un
testimonio de compromiso con los hermanos en Cristo y un testimonio de fe
al mundo, para enseñarle que Jesús es el Salvador. ¿Se da en nuestra vida
este triple testimonio?

´¨
Capítulo 46

Los días del desierto


“Pero cuando agradó a Dios, que me apartó desde el vientre de mi
madre, y me llamó por su gracia, revelar a su hijo en mí, para que yo le
predicase entre los gentiles, no consulté en seguida con carne y sangre,
ni subí a Jerusalén a los que eran apóstoles antes que yo, sino que fui a
Arabia, y volví de nuevo a Damasco.”

(Gálatas 1:15-17)

Entre los versículos 19 y 20 de Hechos 9 tenemos que intercalar la


declaración que hace Pablo en Gálatas 1:15-17 sobre su estancia en Arabia,
inmediatamente después de su conversión. “Sólo por algunos días estuvo
Saulo con los discípulos que estaban en Damasco”, leemos en Hechos 9:19.
Durante estos días se limitó a compartir su experiencia de conversión con
los discípulos de Cristo. Y en un instante Saulo siente la voz del Espíritu
guiándole a la soledad del desierto. El apóstol se ha dado cuenta de que aún
no está preparado para el ministerio de la predicación cristiana. Su
conocimiento del evangelio es todavía muy limitado. Y sabe que no podrá
limitarse siempre a contar su experiencia de conversión. ¡Tiene que retirarse
al desierto para orar y reflexionar sin que nadie le estorbe! Y así el desierto,
la tierra de la muerte, se convierte para Saulo en lugar de vida y verdor
espirituales. El desierto ha jugado un papel importante en la formación
espiritual de los hijos de Dios. Moisés pasó 40 años en el desierto; Israel
vivió también 40 años en el mismo lugar; a Elías le vernos en el desierto y
de Juan el Bautista nos dice el evangelista Lucas que “estuvo en lugares
desiertos hasta el día de su manifestación a Israel” (Lucas 1:80). La soledad
y la reducción de medios hasta el límite hace que nos centremos en lo
esencial, y que el espíritu se pueda templar para empresas nobles y
elevadas.

Todos tenemos nuestro desierto particular, esos días en que aislados de todo
y de todos hemos podido oír la voz de Dios hablándonos al corazón,
enseñándonos a diferenciar lo importante de lo superfluo, ayudándonos a
ordenar los pensamientos y forjando en nosotros un propósito firme de
llevar a cabo la tarea que el Espíritu nos asigna en la vida.

Saulo no consulta con nadie la llamada del desierto. Hace bien. De haberlo
hecho, los discípulos no lo habrían entendido y seguro que habrían
amontonado argumentos para retenerle con ellos en Damasco.

Saulo obedece y se marcha a Arabia. No se trata del país que hoy


conocemos como Arabia Saudí, sino de la región de Petra, en la actual
Jordania, al este de Israel, que en ocasiones se llamó Arabia pétrea.

¿Qué hace Pablo en estas inmensas soledades rocosas? Tres cosas: estudiar,
orar, recibir revelaciones del Señor y predicar.

y
Estudia

Una de las cosas de las que hoy tenemos verdadera necesidad es de tiempo
y quietud para la reflexión y el estudio. Pablo dispuso de este tiempo y
oportunidad en la inmensa soledad del desierto. Allí el Espíritu Santo le
abrió las Escrituras sagradas desde una perspectiva totalmente novedosa
para el joven rabino tarsiota. De la mano del Espíritu Pablo se introduce en
las profundidades de la palabra divina. Es cierto que a estas alturas Pablo
era un celoso rabino, un maestro de religión que conocía perfectamente las
Escrituras sagradas de su pueblo. Pero ahora el Espíritu hace que las
entienda a la luz de la cruz. Ahora es cuando Pablo comienza a entender
correctamente su Biblia. Y descubre que todo el Antiguo Testamento no
habla de otra cosa sino de Jesús y su sacrificio expiatorio. Comprende que
el cordero pascual judío no es otra cosa que un anuncio profético de aquel
otro cordero de la cruz, Jesús, por cuyo sacrificio todos hemos recibido la
vida. Comprende que el macho cabrío de la expiación es un símbolo de
Jesús, cordero de Dios que quita el pecado del mundo; y que la serpiente de
bronce que Moisés levantó en el desierto es también un claro símbolo del
Jesús crucificado.

En la escuela del Espíritu Pablo comprende que el suceso de la cruz del


Calvario es el tema central de la historia de la humanidad y que todo el
Antiguo Testamento apunta hacia ella.

El ministerio del Espíritu Santo consiste en glorificar a Cristo, y en los días


del desierto Cristo fue glorificado en la mente de Pablo por la luz del
Espíritu Santo. Y en aquella escuela superior de las soledades rocosas de la
Arabia pétrea, Pablo adquirió un conocimiento de las Escrituras que no
había adquirido a los pies del ilustre Gamaliel.

¿No es esto lo que nos falta a nosotros hoy? ¿No tenemos hoy necesidad de
una lectura tranquila de la Biblia a través de la cual Dios pueda hablarnos?
Hoy leemos la Biblia rápidamente, sin tiempo para la reflexión, sin dejarle
ocasión al Espíritu para que nos hable y nos descubra sus profundas
verdades. La lectura fugaz de la Biblia trae poca bendición.

Si queremos que la lectura bíblica se nos convierta en bendición tenemos


que disponer de tiempo y quietud. Y de ambas cosas tendremos suficiente si
sabemos ordenar las horas de nuestros días y establecer un sabio orden de
prioridades. Las bendiciones de semejante lectura y reflexión bíblicas serán
grandes y enriquecedoras. De ahí saldremos capacitados para enfrentarnos
al diablo con la poderosa espada del Espíritu y conseguiremos grandes
victorias en medio de nuestras tentaciones.

y
Ora

Junto al estudio y la reflexión, el Espíritu Santo introduce a

Pablo en la escuela de la oración. La reflexión bíblica ha de conducirnos a


la adoración, si no es así no ha habido verdadera reflexión espiritual.
Después de la experiencia del desierto Pablo será

siempre un hombre de oración. A los efesios escribirá: “No ceso

de dar gracias por vosotros, haciendo memoria de vosotros en mis

oraciones” (Efesios 1:16). Con la misma intensidad y constancia

orará por los filipenses: “Doy gracias a mi Dios siempre que me

acuerdo de vosotros...” (Filipenses 1:3ss). Y también por los colosenses


orará con idéntica fidelidad y fervor. En Colosenses 1:3 les

dirá: “Siempre orando por vosotros...”

De sus cartas se deduce que orar era para Pablo tan natural

como respirar. Se había acostumbrado a consultarlo todo a Dios

en oración. Y habiendo gustado la bienaventuranza de esta comunión


anhela que todos participen de ella. Por eso, uno de sus consejos a los
cristianos de su época reza: “Orad sin cesar.” Si en el terreno de la lectura y
reflexión bíblica encontramos

serias lagunas en la vida de muchos cristianos, ¿qué podríamos

decir acerca de la práctica de la oración? Aquí las lagunas son

más grandes todavía. ¡Bástenos referirnos a la asistencia a los

cultos de oración de cualquier iglesia! Sí, los hijos de Dios hoy


oramos poco. Nos quejamos de que el oficio, el trabajo y las obligaciones
familiares se llevan todo el tiempo. Pero lo cierto es que

cuando no tenemos nada que hacer, nos aburrimos en lugar de orar. Hemos
dejado de orar sin cesar porque no contamos con Dios como una realidad en
nuestra vida capaz de ayudar, sostener

y transformar.

¡Cómo cambia la vida cuando nos acostumbramos a traerlo

todo a Dios en oración! Si queremos ser bendecidos y queremos

ser bendición, tenemos que ser hombres y mujeres de oración. Pablo lo fue,
y su bendición perdura hasta el día de hoy en los que

leemos sus escritos.

y
Recibe revelaciones

Y en tercer lugar, Pablo recibe revelaciones divinas en aquel desierto, tal


como años más tarde las recibirá también el apóstol Juan en la árida isla de
Patmos.

Pablo no había sido testigo de Jesús como lo habían sido los otros
apóstoles, que habían estado con el Señor desde el comienzo de su
ministerio hasta el día de su ascensión a los cielos. Pero Pablo había sido
escogido para ser el apóstol de los gentiles, y para esto necesitaba
revelaciones especiales que le pusiesen a la altura de los demás apóstoles.

En varias de sus cartas Pablo nos habla de estas revelaciones. A los


corintios, por ejemplo, les escribe acerca de la última cena que el Señor
celebró con sus discípulos. Él no sabía nada acerca del desarrollo de esta
cena. Por eso, el Señor le facilita una revelación de ella. De manera que
Pablo escribe a los corintios: “Porque yo recibí del Señor lo que también os
he enseñado” (1 Corintios 11:23), y a continuación siguen las palabras de
institución. Con esto nos está diciendo que estas palabras él no las oyó de
ningún otro discípulo, sino que se las enseñó por revelación el mismo Señor
Jesús.

En Hechos 20:35 encontramos en boca de Pablo unas palabras de Jesús que


no se encuentran en los evangelios, ni en los escritos de ningún otro autor
apostólico, estas palabras dicen: “Más bienaventurado es dar que recibir.” Y
en 1 Tesalonicenses 4:15 nos dice: “os decimos esto en palabra del Señor:
que nosotros que vivimos, que habremos quedado hasta la venida del Señor,
no precederemos a los que durmieron.” De estas palabras se desprende
claramente que el Señor había instruido personalmente a Pablo en asuntos
relacionados con su segunda venida.

A los Gálatas les escribirá (1:11-12): “Mas os hago saber, hermanos, que el
evangelio anunciado por mí, no es según hombre; pues yo ni lo recibí ni lo
aprendí de hombre alguno, sino por revelación de Jesucristo.” De manera
que el tiempo en el desierto fue un tiempo de gran bendición para Pablo.
Allí se le reveló el Señor y le comunicó todo lo que le era necesario saber
para su posterior ministerio.

Así continua siendo hoy. El rocío del cielo cae en la quietud de la noche.
Cuando nosotros permanezcamos en quietud delante de Dios, él también se
nos revelará y nos hará comprender preciosas verdades para nuestra vida y
ministerio. Por eso es que el diablo es un enemigo mortal de la quietud. Por
eso hace todo lo posible para que no tengamos descanso. ¿Acaso no notas
tú cómo te interrumpe el diablo cada vez que tomas tu Biblia para leer o te
decides a orar? Con frecuencia surge algún imprevisto, de manera que
decimos: ¡La verdad es que ahora mismo no puedo! ¡Tengo que acabar esto!
Sí, el diablo sabe perfectamente que si nos roba la quietud, nos roba nuestra
fuerza y nuestras mayores bendiciones.

Sólo cuando estamos quietos puede revelársenos el Señor y puede


mostrarnos el camino que debemos andar. Él lo ha prometido en su palabra:
“Te enseñaré el camino que debes andar”. Pero a pesar de esto hay
demasiados pocos hijos de Dios a los que él puede enseñar su camino.
¿Cuál es la causa? ¡No buscamos la quietud! El Espíritu Santo no nos grita
sus instrucciones. Él se acerca a nosotros en el silencio apacible. Y para
escucharle hace falta la quietud. ¿Por qué hay tantos hijos de Dios que no
conocen la voluntad de Dios para sus vidas; por qué hay tantos cristianos
que preguntan a este y al otro? La respuesta es que falta la práctica de la
quietud.

Busquemos y cultivemos la quietud, entonces Dios se nos revelará como


posiblemente no lo ha hecho nunca hasta ahora.

y
Predica

Saulo comienza su ministerio de predicación de Cristo en

Damasco. Pero inmediatamente después de su conversión, tan

solo unos pocos días después, sale rumbo a Arabia, donde permanecerá
durante tres años. Allí predicará entre los judíos, siguiendo

el criterio de que la salvación es primeramente para el judío. El

ministerio de la predicación reviste para él carácter de urgencia.

Tras su conversión Pablo es un volcán que entra en erupción. Si

su conversión ha sido irresistible, su predicación será incontenible.

En Damasco se le dijo, conforme a las palabras de Jesús, “lo que

tenía que hacer.” Y esto era, predicar el evangelio de Jesucristo. Aunque no


sabemos prácticamente nada del ministerio de

Pablo en Arabia, que duró tres años, seguramente tuvo sus éxitos,

pues, se suscitaron algunos conflictos que no pasaron desapercibidos a las


autoridades nabateas. Es posible que la predicación de

Pablo provocara en Arabia los mismos conflictos que años después

se darán en Roma entre los judíos ortodoxos y los judíos que

habían abrazado la fe de Cristo. Estos conflictos provocarían que

el emperador Claudio decretase la expulsión de los judíos de

Roma. El mismo Pablo escribirá que, de vuelta a Damasco, los

delegados del rey Aretas pusieron vigilancia en la ciudad para detenerle (1


Corintios 11:32). Indudablemente esto nos habla de los

ecos de la predicación de Pablo en Arabia.

Veinte años después de la experiencia de Damasco, hablará

del sentido de urgencia que caracteriza su predicación. Escribe a

los corintios: “Pues si anuncio el evangelio, no tengo por qué gloriarme; y


¡ay de mí si no anunciare el evangelio!” (1 Corintios 9:16). El ministerio de
predicación de Pablo está bajo el imperativo de la imposición divina. Pero
esta imposición no significa para él sumisión a la dureza del látigo, sino
privilegio que provoca gratitud y alabanza al Dios que lo escogió y lo puso
en el ministerio de la predicación (1 Timoteo 1:12,17). Ministerio del que
todavía nos beneficiamos nosotros. La predicación de Pablo es sobre todo
palabra de evangelización. Esta última será su pasión vital. ¿Cuál es la
nuestra?

´¨
Capítulo 47

La primera predicación de Pablo


“En seguida predicaba a Cristo en las sinagogas, diciendo que éste era
el Hijo de Dios. Y todos los que le oían estaban atónitos, y decían: ¿No
es éste el que asolaba en Jerusalén a los que invocaban este nombre, y a
eso vino acá, para llevarlos presos ante los principales sacerdotes? Pero
Saulo mucho más se esforzaba, y confundía a los judíos que moraban
en Damasco, demostrando que Jesús era el Cristo”

(Hechos 9:20-22)

El momento en que predicamos por primera vez es algo singular. Yo aún


recuerdo la semana, el mes y el año en que, con perdón de la expresión, me
obligaron a predicar. Mi primera predicación la sostuve de imprevisto en la
ciudad alemana de Hannover ante un auditorio compuesto por un
matrimonio creyente, otro matrimonio que asistía por primera vez a una
iglesia evangélica y los dos hijos pequeños de esta última pareja. Yo tenía
veintiún años. A pesar de mi nerviosismo, creo que salí relativamente
airoso. El matrimonio creyente fue indulgente conmigo, mientras que el
otro matrimonio entendió poca cosa. Aunque poco después se convirtieron
y se constituyeron en pilares de la naciente y frondosa congregación
hispana del lugar.
De la primera vez que prediqué en la iglesia de la que era miembro ya no
recuerdo la fecha. Lo que sí recuerdo era mi nerviosismo y mi angustia.
Aunque mi sermón no llegó a los diez minutos, mucho antes de concluir
perdí por completo la voz e hice sufrir a mis oyentes. Tenía tanto pánico a
ocupar un púlpito, que en ocasiones pedí a Dios que revisase su
llamamiento para conmigo y me liberase de esa obligación. Pero Dios no
atendió este ruego, y hoy me alegro de que así fuera. Aunque confieso que
todavía me sigue impresionando el ministerio de la predicación, y considero
este temblor cosa buena.

En el texto que hoy meditarnos asistimos a la primera predicación del


apóstol Pablo en Damasco. Vamos a ver a continuación el tiempo y el lugar
en que fue expuesta esta predicación, veremos, además, el contenido de la
misma y su efecto en los oyentes:

y
Lugar y tiempo de la predicación

Para oír esta predicación tenemos que desplazamos hasta

Damasco y, una vez allí, entrar en la sinagoga judía de la ciudad.

Está hablando un hombre todavía joven. Se trata de Saulo de

Tarso, que acaba de convertirse a la fe cristiana.

No siempre es conveniente alentar a predicar a las personas

recién convertidas. Hay textos bíblicos que nos lo indican así, por

ejemplo, Santiago 3:1, donde se nos dice: “Hermanos míos, no os

hagáis maestros muchos de vosotros, sabiendo que recibiremos

mayor condenación.” El mismo Saulo que encontramos predicando

aquí, advertirá años más tarde a su colaborador Timoteo que las

personas que ocupen cargos de responsabilidad en las iglesias no

deben ser nuevos en la fe, pues, en estas condiciones estarían fácilmente


expuestos a la vanidad y al orgullo, cayendo en la misma condenación del
diablo (1 Timoteo 3:6).

Algunos podrán pensar que con este consejo Pablo está contradiciendo su
propia experiencia. Pero si examinamos la situación más detenidamente,
encontraremos que a la altura de su conversión Pablo ocupaba ya un lugar
importante en la sinagoga judía, lo que le obligaba a menudo a tomar la
palabra en público. Él era un rabino, o sea, un maestro de las escrituras. Y
apasionado, como le conocemos, no dudamos de que haría uso de la palabra
públicamente en repetidas ocasiones. Al predicar en la sinagoga de
Damasco, no está buscando renombre, ni alimentando vanidades; está
haciendo un uso correcto del privilegio que le concedía la sinagoga por su
condición de rabino.

Vemos, pues, a Saulo desde el principio de su conversión aprovechar las


oportunidades que le brindaban su procedencia y su condición para predicar
a Jesucristo. También nosotros, que hemos experimentado la gracia y la
misericordia divinas, debemos aprovechar nuestras oportunidades para
hablar de Cristo, y no esconder nuestra luz debajo de la mesa.

y
Contenido de la predicación

La predicación de Pablo tenía a Cristo por contenido. Jesús era presentado


por él como el “Hijo de Dios”, como el mesías de Israel. En estas palabras
se encerraba la humilde confesión de haber estado equivocado durante
mucho tiempo, al perseguir a los cristianos. Comprendían, además, una
delicada acusación contra el pueblo judío y sus dirigentes políticos y
religiosos, puesto que éstos habían desechado a Jesús. Y finalmente, sus
palabras encerraban también una ferviente invitación a que todos ellos
reconociesen a este Jesús, creyesen en él y le siguiesen con firme
dedicación.

El contenido de esta primera predicación permaneció para siempre el de


todas sus predicaciones posteriores. El tema central de la predicación
paulina será siempre invariablemente Cristo. A los cristianos de Corinto les
escribirá: “Me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a
Jesucristo, y a éste crucificado” (1 Corintios 2:2). Al igual que su consiervo,
el apóstol Pedro, Pablo no sabía hacer otra cosa en sus predicaciones que
“anunciar las virtudes de aquel que le llamó de las tinieblas a su luz
admirable” (1 Pedro 2:9).

Este debe ser también el contenido de nuestras predicaciones hoy. Tenemos


que predicar a Cristo. Nuestro mensaje debe ser cristocéntrico. Se nos ha
dado un nombre a proclamar, el nombre de Jesús. Muchos predicadores
harían bien en examinar el contenido de su predicación. Tal vez radique
aquí también una de las razones para el poco éxito de nuestras
predicaciones. El poder que transforma a las personas está en el nombre de
Jesús y no en la elocuencia ni en el dramatismo que usen los predicadores.
y
Sus efectos en los oyentes

Los predicadores noveles aguardan con impaciencia la reacción de los


oyentes a sus palabras; quieren oír las opiniones del público. ¡Cuánto se
alegran estos predicadores al recibir palabras de elogio! Sin embargo, Pablo
no recibió ninguna palabra de felicitación ni reconocimiento. Las damas de
la sinagoga no le dieron las gracias ni le manifestaron su admiración. Y los
hombres del lugar observaron idéntica actitud. Todos los oyentes se
quedaron atónitos y confundidos por lo que acababan de oír de boca de
Pablo. Estaban perplejos.

En cierto sentido era natural que esto ocurriese, pues, Pablo venía precedido
de cierta fama de rabioso perseguidor de los cristiano y enemigo mortal de
Jesús de Nazaret. Por eso, sus oyentes esperarían de sus labios una enérgica
repulsa de la secta de los nazarenos, una aguda crítica de sus creencias y
una seria advertencia sobre su peligrosidad. Pero en lugar de esto oyeron
todo lo contrario. Le oyeron predicar a Cristo junto a la exhortación de
convertirse en fieles discípulos del nazareno. ¡Y se quedaron atónitos! No
podían entender cómo, en tan poco tiempo, un hombre podía convertirse de
fiero perseguidor en ferviente predicador de Jesús. Esta perplejidad
continua existiendo hoy en nuestra sociedad cada vez que un joven
abandona sus viejas creencias y prácticas y se convierte en fiel seguidor de
Jesucristo.

En cierto sentido, esto es normal, pues, la razón humana no es capaz de


comprender la maravilla de la gracia divina en una persona convertida. Una
persona nacida de nuevo es todo un misterio para otra persona que no tiene
el Espíritu de Cristo. ¡Cuántas ridículas teorías tuve que oír yo de labios de
mis amigos al interpretar mi conversión a Cristo! Ninguno de ellos lo
entendía, y cada uno explicaba mi “cambio” como mejor le parecía. Pero
siempre lamentablemente equivocados. Dice Pablo que los judíos tienen un
velo sobre sus ojos que les impide ver a Cristo (2 Corintios 3:15,16), y esto
mismo vale decir de toda persona que no ha sido iluminada por la gracia de
Cristo.

Aquel día en la sinagoga de Damasco fue glorificado Jesucristo por la


perplejidad y la confusión de aquellos hombres y mujeres que estaban
oyendo a Saulo. Allí estaban viendo una prueba del sorprendente poder de
Jesús para transformar a las personas. Lo que era imposible humanamente
hablando, lo había realizado Jesús. Esta era una prueba para los asistentes a
la sinagoga de que Jesús era lo que Saulo predicaba: el Mesías de Israel.
Pero ellos no quisieron creer. El anuncio del evangelio producirá en muchos
oyentes salvación y vida eterna, pero en otros sólo producirá, perplejidad,
asombro y confusión.

¿Qué es lo que produce la predicación del evangelio en nosotros?

´¨
Capítulo 48

¡Comienza la lucha!
“Fui a Arabia, y volví de nuevo a Damasco”
(Gálatas 1:17)

“Pasados muchos días, los judíos resolvieron en consejo matarle; pero


sus asechanzas llegaron a conocimiento de Saulo. Y ellos guardaban las
puertas de día y de noche para matarle. Entonces los discípulos,
tomándole de noche, le bajaron por el muro, descolgándole en una
canasta.”

(Hechos 9:23-25)

“En Damasco, el gobernador de la provincia del rey Aretas, guardaba


la ciudad de los damascenos para prenderme; y fui descolgado del
muro en un canasto por una ventana, y escapé de sus manos”

(2 Corintios 11:32-33)

Entre Hechos 9:22 y 9:23 median dos años y medio, que Pablo pasa en
Arabia tras su conversión, y de donde regresa a Damasco. Tras su regreso a
la ciudad donde Cristo le salió al paso por primera vez, la actividad pública
del apóstol Pablo en la ciudad no duró muchos meses. Muy pronto los
judíos del lugar acordaron asesinarle. Puesto que no podían hacer nada
contra el apóstol con armas espirituales, recurrieron a las armas carnales. En
este acuerdo de los judíos estaba implícita su capitulación. No podían hacer
frente a Pablo. Así que, no se les ocurrió otra cosa mejor que asesinar al
nuevo y poderoso testigo de Jesucristo. Contaron para ello con la
colaboración de los soldados del gobernador nabateo del rey Aretas. Aquí
comienzan los sufrimientos de Pablo. El perseguidor se convierte en un
perseguido por amor de Jesús.

y
El sufrimiento comienza con el testimonio

Mientras que vivamos un cristianismo tranquilo y cómodo, que no ponga en


evidencia la fe de nadie, el diablo estará tranquilo y nos dejará en paz. Pero
cuando nos convirtamos en fieles testigos de Jesucristo, y abramos nuestras
bocas para hablar a otros en su nombre, gustaremos los ataques del
mismísimo infierno. En el texto que estamos comentando podemos ver la
movilización de los poderes infernales contra el apóstol Pablo. Comienza la
lucha que se extenderá a lo largo y ancho de toda la vida del apóstol.
¡Cuánto trabajo se dio el diablo por quitar de en medio a este testigo
incómodo! Toda la vida de Pablo es una cadena ininterrumpida de intentos
diabólico por parar los pies a este hombre. Aquí en Damasco Pablo gusta
por primera vez la veracidad de aquellas palabras de Jesús, que fueron
dichas por el Señor a Ananías poco antes de su conversión: “Yo le mostraré
cuánto le es necesario padecer por mi nombre.” Aquí comienza el
sufrimiento. Y no acabará hasta que la cabeza del mártir ruede por el suelo.

¡Todo un poderoso sector de una gran ciudad en pie de guerra contra un


solo hombre! ¡Cuánto valen algunos hombres! Aquellos entenebrecidos
corazones consideraron a Pablo tremendamente peligroso. ¡Y tenían razón,
pues, qué brecha más grande abriría Pablo en el reino de las tinieblas con su
ministerio apostólico!

Lo que Pablo experimentó en Damasco, se experimenta continuamente en


todo el mundo. El que se convierte en un fiel y poderoso testigo de
Jesucristo, llega a experimentar la resistencia del maligno que se vale del
mundo para atacarle. Mientras vivamos un cristianismo rutinario, que
piensa únicamente en la propia edificación, que tiene toda su alegría en
hermosos cultos y en inspiradoras predicaciones, sin pasar nunca a asaltar la
fortaleza del mundo que mantiene a los hombres y mujeres esclavos del mal
y de la ignorancia espiritual, mientras tanto, como decimos, el diablo nos
dejará en perfecta paz. Pero tan pronto como uno empiece a trabajar en
serio, tan pronto como uno empiece a servir a Dios en plena entrega y tenga
por divisa conducir a los pecadores a Jesús, se acabará su paz y su
tranquilidad.

y
El sufrimiento no debe sorprendernos

No debe sorprendemos porque Jesús ya lo profetizó: “Si el mundo os


aborrece, sabed que a mí me ha aborrecido antes que a vosotros... Si me han
perseguido a mí, también a vosotros os perseguirán” (Juan 15:18.20). ¿Nos
acobardaremos por causa del sufrimiento? ¿Nos conducirá el miedo a quitar
nuestras manos de la obra que Jesús nos ha encomendado? Esto sería muy
lamentable y triste. ¿Acaso no dijo el Señor: “A cualquiera, pues, que me
confiese delante de los hombres, yo también le confesaré delante de mi
Padre que está en los cielos. Y a cualquiera que me niegue delante de los
hombres, yo también le negaré delante de mi Padre que está en los cielos”?
(Mateo 10:32-33). ¿Y no dijo también: “Bienaventurados sois cuando por
mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra
vosotros, mintiendo. Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande
en los cielos” (Mateo 5:11 y 12). Así que, el rechazo del mundo a nuestro
anuncio del evangelio y la persecución y la calumnia por causa del nombre
de Jesús no debe sorprendernos ni entristecernos, sino alentarnos y
llenarnos de gozo.

Pero no siempre es así en la vida de muchos cristianos. A veces el rechazo,


la calumnia y la persecución nos paralizan, nos confunden y nos entristecen,
de manera que los apóstoles tienen necesidad de escribir a las primeras
iglesias cristianas: “Hermanos míos, no os extrañéis si el mundo os
aborrece” (1 Juan 3:13), y: “Amados, no os sorprendáis del fuego de prueba
que os ha sobrevenido, como si alguna cosa extraña os aconteciese, sino
gozaos por cuanto sois participantes de los padecimientos de Cristo, para
que también en la revelación de su gloria os gocéis con gran alegría” (1
Pedro 4:12 y 13). Las palabras de Jesús y sus apóstoles son verdaderas, por
tanto, enfrentemos el sufrimiento por el nombre de Jesús con firmeza y en
la confianza de que nos reporta grandes beneficios espirituales.

y
El sufrimiento prueba la autenticidad de la fe
En el capítulo 8 del evangelio de Lucas expone Jesús la parábola del
sembrador, y nos dice que “la semilla que cayó sobre la piedra son los que
habiendo oído, reciben la palabra con gozo; pero éstos no tienen raíces;
creen por algún tiempo, y en el tiempo de la prueba se apartan.” Hay
personas que reciben el evangelio con un entusiasmo superficial. En los
días de bonanza pasan por auténticos cristianos, pero cuando llegan las
pruebas y dificultades se pone en evidencia lo que son y se descubre que
nunca estuvieron firmemente anclados en Jesús, razón por la que retroceden
visiblemente a su primera condición de hijos del mundo. Así hemos visto
entrar y salir a mucha gente en nuestras iglesias. Cuando seguir a Jesús
significó el más mínimo esfuerzo, se marcharon para no volver. Esto es
necesario que suceda para que se manifieste quienes son los verdaderos
cristianos.

El sufrimiento sirve al objeto de probar la autenticidad de la fe. Una fe


probada y victoriosa es una fe preciosa. Los soldados que se han distinguido
por su valor reciben de sus gobiernos una medalla al mérito, así también
nosotros recibimos la preciosa medalla del vituperio de Cristo. Si nosotros
no hemos recibido ya esta medalla del Señor, es que algo está fallando en
nosotros. Lo más posible es que no estemos viviendo como auténticos
discípulos de Jesucristo.

Si después de años en la fe todavía nadie nos ha rechazado y calumniado


por causa de Jesús entonces debemos preocuparnos. En 2 Timoteo 3:12
escribirá el apóstol Pablo muchos años después de padecer su primera
persecución en Damasco: “Y también todos los que quieren vivir
piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución.” Todos, tú, lector
hermano, y yo. El sufrimiento por causa de Jesús es una prueba de que
nuestra fe es genuina, auténtica.

El apóstol Pedro expresa en el capítulo 1 de su primera epístola este mismo


pensamiento al escribir: “... aunque ahora por un poco de tiempo, si es
necesario, tengáis que ser afligidos en diversas pruebas, para que sometida a
prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual aunque
perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra
cuando sea manifestado Jesucristo.” Las pruebas no son en vano, y Dios las
aprovecha para purificar y perfeccionar nuestra fe. Con esta disposición
hemos de enfrentamos a ellas, pues, Dios así lo quiere.

y
Dios nos ayuda en el sufrimiento

Pablo no pudo celebrar en Damasco ningún gran triunfo de la fe. Su


predicación no condujo a la formación de una gran iglesia cristiana. Por el
contrario, le tocó gustar duramente el sufrimiento por causa de Jesús. Pero,
a la vez, gustó por primera vez que el hombre a quien Dios ha decidido
utilizar no está   perdido, aunque su situación, humanamente hablando,
parezca imposible y un poderoso señor guarde celosamente todas las
puertas de la ciudad.

Aunque todos los caminos estaban cortados para la huida, el amor y la fe


encontraron uno, porque el amor y la fe son recurrentes y agilizan el
pensamiento. El Espíritu Santo inspiró a los hermanos de Damasco sacar a
Pablo de la ciudad descolgándolo del muro en un canasto por una ventana.
De esta manera el apóstol escapó de las manos de los judíos de Damasco. Y
también nosotros escaparemos a las pruebas en el momento que Dios lo
decida.

No hay razón para el temor. ¿Acaso no vela por nosotros aquel que dijo:
“Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”? Aunque el
diablo concibiera planes para atentar contra la vida y la seguridad del
apóstol, aunque indispusiere a ciudades enteras contra Pablo, Dios mantenía
sus manos sobre su siervo y lo salvaba. De manera que Pablo no partió de
esta vida ni una hora, ni un día, antes del momento determinado por Dios.
El diablo no pudo aniquilarlo a pesar de toda su furia.

¿Y no es el Señor y Salvador de Pablo el nuestro también? ¿No está nuestra


vida en su mano, tal como estuvo la de Pablo? ¿Se quejó Pablo alguna vez
de todo lo que tuvo que sufrir y padecer por causa de Jesús? En absoluto.
En la carta a los filipenses habla de esto, y dice: “Cuantas cosas eran para
mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo. Y
ciertamente aún estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del
conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido
todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo” (3:7 y 8). Así que, no
solamente entonces, en Damasco, estimó Pablo todas las cosas como
pérdida, sino aun ahora, mientras escribía estas palabras ya anciano y
habiendo sufrido mucho por causa de Jesús. Cuando en su ancianidad mira
hacia atrás en su vida llena de esfuerzos, privaciones, persecuciones y
sufrimientos, considera cualquier posible bien, según el concepto del
mundo, como pérdida y basura en comparación con la excelencia del
conocimiento de Cristo Jesús. Y a los cristianos de Roma les escribirá:
“Tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son
comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse”
(Romanos 8:18).

Así es, ¡Jesús lo vale todo! Nada, absolutamente nada bajo el sol es
comparable a Jesús. ¡Es una bienaventuranza sufrir por el nombre de Jesús
y cargar su vituperio! Consideremos cualquier cosa, objeto o persona, como
pérdida, y cultivemos la disposición de sufrir por causa de Jesús. Así le
glorificaremos y él nos glorificará con él, después de habernos ayudado a
serle fieles durante los días de nuestra vida terrenal.

´¨
Capítulo 49

Una prueba difícil


“Cuando llegó a Jerusalén, trataba de juntarse con los discípulos; pero
todos le tenían miedo, no creyendo que fuese discípulo”

(Hechos 9:26)

Pablo había abandonado Damasco como un fugitivo. Después de ser


descendido por el muro de la ciudad en una canasta, emprendió el camino
de Jerusalén. Atrás dejaba queridos hermanos en la fe de Jesucristo, pero
muy pronto esperaba encontrar nuevos hermanos en la ciudad santa. Sin
embargo, las cosas no salieron en principio como él se lo había imaginado.

y
Una decepción dolorosa
Tan pronto como llegó a Jerusalén intentó contactar con los cristianos.
Posiblemente se dirigió a algunas casas donde él sabía que había discípulos
de Jesús. Su anterior etapa de perseguidor le había facilitado este
conocimiento. Pero el recibimiento que le dispensaron fue decepcionante.
Esperaba que le recibieran con los brazos abiertos, pero en lugar de esto se
encontró con un silencio sepulcral y una actitud de reserva fría y distante.

Los cristianos de Jerusalén se mantenían escépticos sobre su conversión y


las noticias venidas de Damasco. ¿Sería cierto que el temido perseguidor se
había convertido a Cristo? ¿No sería más bien una estratagema para
introducirse dentro de la iglesia a fin de destruirla mejor?

De esta manera Pablo encontró por todas partes donde llamaba corazones
cerrados y un frío rechazo. Era natural. Después de todo lo que este hombre
había hecho a la iglesia de Jerusalén, no podía esperar un recibimiento
alborozado. Las heridas de los crímenes y atropellos cometidos por él en las
personas de los miembros de la iglesia todavía estaban frescas en la
memoria de los familiares y hermanos de fe. Lo último que recordaban de
él en Jerusalén eran amenazas y palabras de insulto y calumnias contra
Jesús. Es posible que Pablo encontrase en estos días a algunos cristianos
cuya detención y tortura él mismo había ordenado, o hijos y esposas cuyos
padres y maridos habían muerto por su culpa. La iglesia de Jerusalén
enfrentaba a Pablo con los mismos reparos que tuvo Ananías en Damasco:
¿Sería verdad que el perseguidor se había convertido en un hermano?
¿Podía convertirse un hombre con semejante pasado, y podía, además,
recibir del Señor un llamamiento tan maravilloso y sublime como el
apostolado?

La actitud de los hermanos de Jerusalén le dolió a Pablo. No sabemos


cuántos días o semanas pasaron de esta manera, pero no fueron para Pablo
días felices.

También nosotros sabemos de casos en los que una persona cuya


conversión nos costaba creer, fue recibida con una actitud de reserva y
rechazo cuando intentó integrarse en nuestra iglesia. La iglesia siempre
debe estar abierta para recibir en su seno a personas que anduvieron en otra
dirección, pues, el cristiano se caracteriza por la confianza en Dios y por
otorgar confianza a los que dicen ser discípulos de Jesús.
Es evidente que de cara a Pablo la iglesia de Jerusalén pecaba de falta de
confianza, pero posiblemente pecaba también de indisposición para
perdonar. La sangre de sus familiares y hermanos se levantaba
continuamente entre aquellos cristianos y Pablo. Muchos de aquellos
cristianos no podían perdonar.

¿Puedes tú perdonar? Esta es la pregunta con que nos confronta la historia


del primer encuentro del apóstol Pablo con sus hermanos de Jerusalén.
¿Puedes perdonar? Tal vez alguien te ha hecho algo doloroso, te han
calumniado o han levantado sobre ti falsas sospechas. Como resultado de
esto, ¿ha brotado en tu corazón una raíz de amargura? ¿No puedes olvidar
estas ofensas? ¿Te llenas de indignación cada vez que ves a la persona que
te ocasionó este daño? Si estas ofensas continúan ocasionándote dolor cada
vez que ves a tu antiguo ofensor, es que aún no has perdonado. Si no puedes
extenderle tu mano sinceramente en señal de compañerismo y aceptación,
es que no has perdonado todavía. Esto es lo que le ocurría, en parte, a los
hermanos de Jerusalén en relación Pablo: No podían perdonar, no podían
olvidar. Y esto es muy triste, sobre todo cuando se tiene delante a un
hermano profundamente arrepentido de su mala acción, como lo estaba
Pablo.

El perdonar a los que nos hacen mal es una cosa muy importante, porque
Jesús nos enseñó a orar diciendo: “Y perdónanos nuestras deudas, como
también nosotros perdonamos a nuestros deudores”, y añade: “Porque si
perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros
vuestro Padre celestial; mas si no perdonáis a los hombres sus ofensas,
tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas” (Mateo 6:12.14-15).

y
Una situación peligrosa

La desconfianza y la reticencia a perdonar por parte de la iglesia de


Jerusalén habían colocado a Pablo en una situación muy peligrosa. Para que
las personas se desarrollen bien física, anímica y espiritualmente, necesitan
sentirse aceptadas en su grupo o familia. El rechazo aquí provoca trastornos
y graves crisis. Ahora Pablo enfrentaba esta situación peligrosa.

¿Por qué le rechazaban? ¿Acaso no había rechazado él un futuro brillante


como rabino? ¿No había sufrido en Damasco por causa de su fe en Cristo y
no había salvado a duras penas su propia vida?

¿No se había hecho con esto acreedor del reconocimiento de la iglesia?


¿Dónde estaban las palabras de simpatía y afecto de aquellos discípulos de
Jesús? ¡Qué difícil era soportar aquel rechazo, aquella desconfianza!

Indudablemente esta era una situación peligrosa, pues, ¿qué pasaría si él


reaccionara negativamente? ¿Qué ocurriría si Pablo adoptase una actitud
ofensiva y se distanciase de aquellos discípulos?

Gracias a Dios, su conversión a Cristo había sido auténtica, y su comunión


personal con el Señor le ayudó en este tramo de su nueva vida. De no haber
sido así, estos primeros días en Jerusalén se le habrían convertido en un
gravísimo obstáculo.

Hay muchos que aparentemente han comenzado bien en los caminos de la


fe. Pero llega un momento en el que tienen cierto incidente con algún
cristiano, y esto les hace retroceder. Alguien de la iglesia les ofende o
procede de una manera que ellos no comprenden, y su inmediata reacción
es decir: “Me han decepcionado. ¿Éstos son los verdaderos cristianos? ¿Así
obran los que se dicen discípulos de Jesús? Si los cristianos son así, yo no
quiero saber nada de ellos.” Y se apartan de la iglesia y del Señor con duras
palabras de crítica y una actitud negativa hacia el pueblo de Dios. Una y
otra vez volvemos a oír estas voces que reniegan de sus comienzos en la
vida cristiana por causa de cierta imperfección que observaron u oyeron de
los hijos de Dios.

¿Qué podemos pensar de estas personas? Quizá lo que debamos decir de


ellos es lo que encontrarnos escrito en 1 Juan 2:19: “Salieron de nosotros,
pero no eran de nosotros.” Con todo, las iglesias deben tener cuidado para
no hacer sufrir innecesariamente a nadie que se acerque a ellas buscando
servir a Cristo, como era la intención de Pablo. ¡Cuánto habría perdido la
iglesia de negarse a admitir a Pablo en su seno! ¡Y cuánto pierden nuestras
iglesias por hacer tropezar a esos pequeñitos de los que hablaba Jesús, y que
mañana podrían ser grandes hombres y mujeres de Dios!

Las iglesias deben recibir a todas las personas que llegan a ellas con claras
muestras de fe como Pablo mismo aconsejará más tarde a la iglesia de
Roma: “Recibíos los unos a los otros, corno también Cristo nos recibió,
para gloria de Dios” (Romanos 15:7). ¿Cómo nos recibió Cristo?: Con
amor, con prontitud, con alegría.

y
Pablo supera la prueba

¡Qué bueno que Pablo no se sintió ofendido por la actitud de

los hermanos de Jerusalén! Él podía soportar. A pesar del dolor y

de la decepción que le causó el proceder de aquellos hermanos, lo

soportó, encontrando la fuerza para ello en su comunión personal

con el Señor. De esta manera, Pablo superó la prueba. ¿Y tú; puedes tú


soportar?

Seguramente que tú también has tenido que soportar algo en

alguna ocasión.

Pensaste que repararían más en ti, y que serías mejor reconocido. Creíste
que te alabarían por lo que has hecho o por lo que

has sufrido por causa de Jesús. Pero te ignoraron y no hubo palabras

de reconocimiento. ¿Cómo reaccionaste ante esto? ¿Te distanciaste,

y te encerraste como el caracol en su concha?

Quizá contabas con que este año te eligieran para el diaconado; pero no
alcanzaste el suficiente número de votos. ¿Qué sucedió después? Tal vez
pensaste: “Si aquí no se reconocen mis cualidades, me marcho a otra parte
donde tengan más visión.” O tal vez te prometiste a ti mismo vengarte no
atendiendo en el futuro ninguna invitación a trabajar en la iglesia. Ambas
actitudes son erróneas. Muchos desgarros y divisiones en las iglesias
proceden de la incapacidad de sus miembros para soportar y sobre

llevar estas situaciones.

Se espera honores y reconocimientos, y se acaba decepcionado, frustrado y


marchándose de la iglesia.

¿Puedes tú soportar y sobrellevar?


¡Mira a tu Salvador! ¡Cuánto tuvo él que soportar y sobrellevar! Si alguien
alguna vez tuvo derecho a reconocimientos y honras, éste fue él. Abandonó
el trono de gloria que ocupaba junto al

Padre, y nació como hombre pobre para bendecirnos. ¿Y cuál fue

el pago que le dieron los hombres? La incomprensión y la cruz de

los malhechores. Pero él lo soportó y lo sobrellevó todo. La comunión


personal con su Padre le ayudó. Por eso no se dejó influir

negativamente por la incomprensión de los hombres. Él soportó

el peso de la cruz y la carga de los pecados de la humanidad. Él

podía soportar.

Nosotros tenemos que aprender esto. Ante cualquier problema

o dificultad estamos inclinados a decir: “¡Esto es insoportable!”

Pero no, la carga que Dios pone sobre nosotros no es nunca insoportable,
pues, él tiene cuidado de que cada tentación no sobrepase

el límite de nuestras posibilidades.

Jesús soportó. Pablo soportó, y éste último nos dice ahora:

“Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo” (1 Corintios 11:1).

Por eso, busquemos siempre la comunión con Cristo, pues, él nos

capacitará para que también nosotros podamos soportar y sobrellevar


incomprensiones, desatenciones y cualquier otra cosa que

en la iglesia y fuera de la iglesia puedan hacemos las personas.

´¨
Capítulo 50

Un ejemplo de amor: Bernabé


“Entonces Bernabé, tomándole, lo trajo a los apóstoles, y les contó
cómo Saulo había visto en el camino al Señor, el cual le había hablado,
y cómo en Damasco había hablado valerosamente en el nombre de
Jesús. Y estaba con ellos en Jerusalén; y entraba y salía.”

(Hechos 9:27 y 28)

La difícil situación que Pablo enfrentaba en Jerusalén por causa de la


desconfianza y del rechazo de los discípulos hacia su persona, encontró su
solución gracias a la intervención de un hermano llamado Bernabé. Si esta
situación hubiese durado más, tal vez habría dejado una huella dolorosa en
la vida de Pablo. Pero no fue así. El Señor movió a Bernabé para abrirle a
Pablo las puertas de la iglesia de Jerusalén. ¿Quién era este Bernabé?

y
Un discípulo con ojos y oídos para sus hermanos
Bernabé era un levita
natural de Chipre, convertido a Cristo.

Su verdadero nombre era José, pero los apóstoles le pusieron por

sobrenombre Bernabé, que significa “hijo de consolación”. Este

cambio de nombre tuvo lugar cuando Bernabé vendió una heredad que tenía
en Jerusalén y entregó todo el dinero de la venta a los apóstoles, para alivio
de los numerosos pobres que había en la iglesia. Esta acción provocó un
gran impacto en la iglesia, de manera que con el paso del tiempo su
verdadero nombre se fue olvidando cada vez más, hasta que fue plenamente
sustituido por el de Bernabé. Esta acción nos muestra ya la gran
sensibilidad que Bernabé tenía hacia las necesidades de los hermanos. Sus
ojos y sus oídos detectaban las angustias de los creyentes y no se cerraban

al sordo clamor de ellos.

Y con estos ojos y oídos, usados como instrumentos por el

Espíritu Santo, este hombre vio y oyó lo que estaba ocurriendo

con el joven Pablo, quien se esforzaba en vano para alcanzar un

lugar en el corazón de los discípulos de Jerusalén. Entonces Bernabé salió a


su encuentro e hizo que le contara toda su historia

con todo lujo de detalles. ¡Cuánto se alegró Pablo de encontrar,

por fin, un hermano con un corazón y unos oídos abiertos para

él, y que se tomase tiempo para oír! Así Pablo pudo contarle

todo lo que le había ocurrido en su viaje a Damasco, en el mismo

Damasco, en Arabia y otra vez en Damasco. Y con aquellos ojos

y oídos abiertos por el Espíritu Santo, Bernabé comprendió que

las palabras de aquel hombre no eran una estratagema para introducirse en


el corazón de la iglesia con el objeto de destruirla

mejor, sino que eran las palabras de un hombre que había tenido

un verdadero encuentro con Jesús y que se había convertido al

Señor. Así conquistó Pablo el corazón de Bernabé, y éste se decidió a


allanarle el camino hacia el corazón de la iglesia de Jerusalén.

¡Qué gran obra y privilegio los de Bernabé! Muchas gentes

creyentes, que acuden a nuestras iglesias procedentes de otros

lugares, se quejan de que no encuentran una abierta acogida

entre nosotros. Y tienen razón. A veces nos comportarnos con

estos creyentes tal como los discípulos de Jerusalén lo hicieron con Pablo al
principio, con demasiado recelo. Hay también en nuestras iglesias grupos
formados que no permiten la inclusión en él de otros creyentes. Por eso
necesitamos entre nosotros de hombres y mujeres con el espíritu de
Bernabé, que acojan a los nuevos convertidos ofreciéndoles su amistad, y
que tengan ojos y oídos abiertos por el Espíritu Santo para la necesidad de
sus hermanos.

y
Un hombre que tenía la osadía del don de la fe

Bernabé era un cristiano que tenía el don de la fe. Esa fe que emprende
acciones que a otros producen vértigo; esa fe que hace al cristiano valiente
y osado. Gracias a ella Bernabé tuvo la osadía de buscar a Pablo, hablar con
él e introducirle al corazón de la iglesia, a la presencia de los apóstoles. Allí
Pablo volvió a contar su historia, con el resultado de que fue admitido como
uno más entre los discípulos de Jerusalén. Ahora podía entrar y salir, y
predicar el nombre al que consagró toda su vida, el nombre de Jesús. Todo
esto lo debía Pablo, humanamente hablando, a la fe y al amor de Bernabé; a
esos ojos y oídos siempre abiertos para las necesidades de cualquiera de sus
hermanos.

Estos hombres de fe consiguen grandes victorias para la iglesia y son para


ella fuente de inmensas riquezas. Dentro de unos años Bernabé y Pablo
formarán juntos el primer equipo misionero enviado por una iglesia a
predicar el evangelio a los gentiles. Y estos dos hombres de fe conseguirán
implantar numerosas iglesias en una extensa región de Asia Menor. En esta
misión enfrentarán numerosos peligrosos; en varias ocasiones estarán en
peligro de muerte; pero aunque otros misioneros deserten por miedo, ellos
seguirán adelante con el valor y la osadía que les da el don de la fe.

Algo de esta osadía y de este valor necesitamos todos los cristianos. A


veces el temor a los hombres paraliza nuestros pies y sella nuestros labios.
Pero si nuestra fe fuere tan sólo un poquitín más grande, podríamos hacer
obras portentosas y extenderíamos el reino de los cielos con mayor eficacia.
¡Hagamos nuestra la oración de los apóstoles: “Señor, auméntanos la fe”!

y
Un hombre con un corazón lleno de amor

Bernabé era un cristiano con un corazón lleno de amor. ¡Qué bueno fue que
el Señor le pusiera en el momento oportuno junto a Pablo! Su amor le
acercó a Pablo y convirtió en propio su problema. ¿Quién sabe cómo habría
acabado todo de no estar allí Bernabé? Bernabé amaba, y por eso vio en el
rostro de Pablo la preocupación originada por el rechazo continuo de los
discípulos, por eso se acercó a él y le dejó que le contara su historia. Pues el
amor tiene ojos abiertos, oídos agudos y corazón accesible.

¿Amas tú? ¿Tienes los ojos, los oídos y el corazón del amor? ¡Ah, a veces
somos tan egoístas! Sólo pensamos en nosotros mismos y en nuestras
necesidades. Lo que le ocurra a los demás, no nos preocupa. ¿No es así con
demasiada frecuencia? Si Bernabé hubiese obrado así, ¿qué habría pasado
con Pablo? Tal vez se habría marchado de Jerusalén solitario y triste, para
nunca más volver. Pero gracias a Dios que Bernabé tenía ojos para ver,
oídos para oír y corazón para sentir.

¿Puedes tú ver? ¿Puedes ver con ojos llenos de amor? ¿No hay nadie en tu
trabajo, en tu vecindario o en tu iglesia, con un rostro abatido? ¿No le has
preguntado aun qué le ocurre? ¿No tienes ojos para él/ella? ¿Dónde está tu
amor?

¿Por qué no aprendemos de Bernabé a vivir limando y a preocuparnos de la


gente que nos rodea? Bernabé se nos convierte en ejemplo a seguir. No hay
nada que impresione tanto a la gente como el amor. Por muy cerrados que
estén los corazones, por muy avinagrados que estén los espíritus, apenas
hay puertas que se resistan a la llave del amor.

¡Quiera Dios concedernos la gracia de amar como lo hizo Bernabé!


Entonces nuestras vidas serán de bendición para los que nos rodean y
llevaremos fruto para la gloria de Dios.

´¨
Capítulo 51

Los años silenciosos


“Y hablaba denodadamente en el nombre del Señor, y disputaba con
los griegos; pero éstos procuraban matarle. Cuando supieron esto los
hermanos; le llevaron hasta Cesarea, y le enviaron a Tarso.”
(Hechos 9:29-30)

De vuelta en Jerusalén Pablo comienza allí donde acabó Esteban. Los


quince días de estancia en la ciudad no los emplea únicamente en conversar
con el apóstol Pedro (Gálatas 1:18), sino que busca a los griegos, judíos de
la Diáspora, y les predica a Cristo. Pero estos hombres no han cambiado
nada desde la muerte de Esteban hace algo más de tres años. Continúan
rechazando el evangelio con la misma violencia homicida. Primero
asesinaron a Esteban, ahora quieren acabar con Pablo. ¡Cuánta dureza de
corazón! Verdaderamente no se puede decir que Dios no conceda segundas
oportunidades para el arrepentimiento y la conversión al evangelio.

y
La última lección

El Señor Jesús había llamado a Pablo a realizar una gran obra. Su trabajo
consistiría en anunciar el evangelio de la paz en una vasta zona del mundo
conocido. Pero para llevar a cabo esta tarea necesitaba una preparación
adecuada. Y para esto tenía que visitar la escuela divina superior. Por lo
general, esta escuela es profunda, profunda en el sentido más amplio de la
palabra. Conduce a las profundidades del anonimato. Hasta ahí será guiado
ahora el apóstol. El Señor sembró la semilla en el corazón de Pablo en el
camino de Damasco. En el desierto de Arabia comenzó a germinar. Pero
para su eclosión definitiva son necesarios los años de silencio y anonimato
en Tarso. El apasionado Pablo habría emprendido inmediatamente su labor,
pero el calendario de Dios no es el de los hombres. Pablo tendrá que pasar
en Tarso más de cuatro largos años.

¿Conocemos nosotros esta difícil escuela de Tarso; esos días cargados de


monotonía y vacío, que se siguen unos a otros en sucesión interminable;
días de los que tenemos la impresión de que son tiempo perdido, días
inútiles? En estos días daríamos cualquier cosa por salir de ellos. Pero no
podemos. Una serie de circunstancias que nosotros no hemos provocado
nos obliga a vivirlos como no queremos. Pero, tranquilos, no son tiempo
perdido.

En Tarso Dios está preparando su instrumento, tal como hizo con Abrahán
durante los veinticinco años que le hizo esperar al hijo de la promesa, o con
José durante los trece años que duró su esclavitud y encarcelamiento en
Egipto, o con Moisés durante los cuarenta años de anonimato y soledad en
el desierto. En la vida de los siervos de Dios, así como en la de cualquier
cristiano que conscientemente pone su vida en las manos de Dios como un
sacrificio vivo, las cosas no ocurren simplemente porque sí, sino porque
Dios las prepara y las dirige. Uno de nuestros himnos dice:

“Todo lo que pasa en mi vida aquí, Mi Dios lo prepara, trae bien a mí. En
mis pruebas duras, Dios me es siempre fiel:

Pues, ¿por qué las dudas? Yo descanso en él.”

¿Creemos esto? ¿Lo creemos en esos días grises, monótonos, vacios y


aparentemente inútiles? Hay muchas cosas en nuestra vida cristiana que nos
cuesta trabajo aceptar. ¡Ay, esas estaciones como Tarso, largas, tediosas, sin
sentido aparente! Pero son estaciones imprescindibles, sin las cuales no
llegaríamos a ser lo que Dios pretende, ni podríamos, después, ser
utilizados por él.

y
Las pruebas del lugar

Más de cuatro años de espera es un largo período para un carácter como el


de Pablo. ¿Qué ocurre durante este tiempo? ¿Cuáles fueron en este intervalo
los sufrimientos y las pruebas del apóstol?

Hasta ese día sus estaciones de la vida cristiana estuvieron jalonadas por la
persecución y el sufrimiento. Sufre durante los días de ceguera en Damasco,
sufre al intentar predicarle a las comunidades judías asentadas en los
pueblos de la Arabia pétrea, sufre de nuevo al volver a Damasco, donde
atentan contra su vida, también en Jerusalén le aguardan al principio la
incomprensión de los mismos cristianos y el acecho homicida de los judíos
helenistas. ¿Qué le espera en Tarso? ¿Cómo será su vida en la ciudad donde
nació?

Nos gustaría saber muchas cosas sobre estos años en Tarso. Pero se
extiende sobre ellos un velo de silencio. En nuestra mente se agolpan las
preguntas. La primera: ¿Vivían sus padres todavía? Y si vivían, ¿cómo le
recibieron? ¿Supieron comprenderle y creyeron su testimonio? No lo
sabemos. Ya Jesús profetizó que, por su causa, los padres se levantarían
contra los hijos, y los hijos contra los padres, y se dividirían las familias.
¿Tuvo que gustar Pablo también el sufrimiento de sentirse rechazado por
sus padres? Hay un detalle que nos hace concebir la esperanza de que la
familia de Pablo haya aceptado el evangelio, y es que según Hechos 23:16
sus familiares asentados en Jerusalén mantenían con él una buena relación,
pues, aquí se nos dice que “el hijo de la hermana de Pablo, oyendo hablar
de la celada (que los judíos habían ideado para matar al apóstol), fue y entró
en la fortaleza, y dio aviso a Pablo.” Este proceder habla de una buena
relación entre el apóstol y su familia, lo que nos hace presuponer la
conversión de ésta a Cristo, pues, de haber permanecido judíos ortodoxos
habrían rechazado a Pablo y lo considerarían peor que un leproso.

Otra pregunta que se nos ocurre tiene que ver con la ocupación de Pablo en
la ciudad: ¿en qué ocupaba su tiempo? El que escribió a los tesalonicenses
la dura frase: “Si alguno no quiere trabajar, tampoco coma” (2
Tesalonicenses 3:10), a buen seguro que no comería su pan de balde. De su
maestro Gamaliel aprendió: “Es una cosa hermosa el estudio de la ley unido
a un oficio manual, porque ocupándose en uno y otro se olvida el pecado.
Todo estudio de la Ley que no está unido a un oficio manual es vano: lleva
al hombre al pecado” (Pirqué Avot II, 2). Fiel a este principio su padre le
enseñó el oficio de hacer tiendas. Y con este se ganaría la vida en Tarso,
como lo haría años más tarde en Corinto convertido ya en apóstol de los
gentiles. Pero Pablo sabe que está llamado a otra cosa, que debe invertir
todo su tiempo en el anuncio del evangelio. Por eso creemos también que
no encontró nunca su realización personal en la práctica de su oficio
manual. Su anhelo era otro. Algunos días le resultaría muy difícil continuar
sentado en su banco de tejedor. También esto hace sufrir.

Nuestra próxima pregunta tiene que ver con la actividad predicadora de


Pablo: ¿predica en Tarso? ¿Surgió allí también una iglesia cristiana con
motivo de su predicación y testimonio? De esto no sabemos nada cierto,
pero podemos suponer que sí, aunque lo más posible sea que se tratase de
un pequeño grupo. Él mismo nos dice en Gálatas 1:22-23 que dejando
Jerusalén “fue a las regiones de Siria y de Cilicia, y no era conocido de
vista a las iglesias de Judea, que eran en Cristo: solamente oían decir: Aquel
que en otro tiempo nos perseguía, ahora predica la fe que en otro tiempo
asolaba.” Así que, los cuatro largos años de silencio no los pasó en Tarso de
Cilicia sentado en el banco de tejedor, sino que también hacía viajes por la
comarca y por tierras de Siria predicando a Cristo, aunque estas
predicaciones no cosecharon grandes éxitos, ni estuvieron acompañadas de
prodigios y milagros, como ocurrirá en sus viajes misioneros que
conocemos bien.

Nuestra última pregunta se relaciona con la vida interior de Pablo. ¿Qué


hace? ¿Cómo se siente? Pablo es un hombre de fe firme y de mente lúcida,
por tanto, aunque en ocasiones sienta estos años como un exilio, sabe muy
bien que el Señor le ha llamado para una tarea muy concreta, y entiende que
estos años son también un tiempo de llamamiento. En ellos ora, estudia,
predica y examina los métodos misioneros que ha empleado. Sabe que
algunos métodos empleados no han sido buenos, los desecha, pues, y elige
otros que cree más convenientes. De esta manera los años silenciosos de
Tarso tienen su importancia y desempeñan una labor decisiva para la
formación del futuro gran misionero. Dios no ha perdido las riendas de su
vida, y sabe muy bien lo que hace. Este mismo Dios ordena nuestra suerte y
nos prepara para utilizarnos donde vivimos y trabajamos. Dios necesita
obreros. Jesús dijo: “La mies es mucha, y los obreros pocos.” ¿Estamos
nosotros dispuestos a trabajar para Dios? Creo que la mayoría de los
cristianos responderán sí a esta pregunta, pero lo que no creo es que todos
estos que respondan sí estén luego dispuestos a trabajar allí donde Dios
quiere utilizarlos. ¡Este es el drama de muchos cristianos! Mientras nos
empeñemos en imponerle a Dios el lugar de nuestro trabajo, el tiempo de
realizarlo y la manera de hacerlo, Dios no nos podrá utilizar, y nuestros días
pasarán como tiempo perdido. Pero cuando le decirnos: “Señor, heme aquí,
empléame como tú quieras, cuando tú quieras y donde tú quieras: en mi
pueblo, en mi ciudad, en mi país o en el extranjero. Mientras tú me abres las
puertas, yo me aplicaré a trabajar en mi oficio manual y con mi iglesia”,
entonces es cuando estamos listos para ser utilizados por el Señor.

y
¡Aprobado!

Esta fue la escuela superior de Pablo, la escuela profunda.

Damasco, Arabia, Damasco, Jerusalén y, finalmente, Tarso. De

esta manera se convirtió Pablo en un hombre de absoluta confianza

y entrega a Dios. Un hombre que podía esperar paciente y confiadamente.


Un hombre que podía decir: “Y si el Señor quiere que

me pase la vida tejiendo paños de tienda en Tarso, estoy dispuesto

a ello. Lo que el Señor quiera, lo querré yo también.” Tal vez hubo


momentos en estos cuatro largos años en los

que Pablo estuvo a punto de perder la paciencia, como le ocurrió

a Abrahán con la promesa de su hijo, e intentó abrirse camino

para predicar entre los gentiles. Todavía brillaba en su cielo, como

una estrella lejana, la promesa que le hizo Jesús durante la visión

en Jerusalén: “Ve, porque yo te enviaré lejos a los gentiles” (Hechos

22:21). Y aunque las semanas pasaban monótonas una tras otra, él

no se desanimaba. En su corazón y en su mente había esa única

idea que siempre ha caracterizado a los grandes siervos de Dios:

Señor, lo que tú quieras, lo querré yo también. Eso es para mí lo

mejor.

Y cuando Pablo hubo estado plenamente de acuerdo con

todos los caminos del Señor, por extraños y oscuros que estos pudieran
parecer, entonces apareció Bernabé y le llamó para servir

al Señor en Antioquía. ¡Pablo había aprendido y había aprobado

el examen final!

¿Y tú? ¿Has aprendido tú ya la lección que Pablo aprendió

en Tarso? ¡Cuán grandemente podría usarnos el Señor si nosotros

pudiésemos decir como Jesús: “Heme aquí, oh Dios, para hacer tu

voluntad” (Hebreos 10:7). Pablo se había apropiado en Tarso de las palabras


del salmista: “¿A quién tengo yo en los cielos, sino a ti? Y fuera de ti nada
deseo en la tierra” (Salmo 73:25); por eso

pudo utilizarle el Señor tan poderosamente.

¿Puedes tú decir esto también? ¿Puedes decirlo de verdad?

Si nosotros fuéramos cristianos tan consagrados como Pablo, entonces el


Señor podría bendecirnos de una manera muy distinta a

como lo ha hecho hasta ahora. ¡Dejémonos guiar a la escuela superior del


Señor, como Pablo, y aprendamos allí a ser instrumentos

plenamente entregados y útiles en las manos del Señor! Sea nuestra

divisa: ¡Jesús sobre todo!

´¨
Capítulo 52
Una comparación
“Entonces las iglesias tenían paz por toda Judea, Galilea y Samaria; y
eran edificadas, andando en el temor del Señor, y se acrecentaban
fortalecidas por el Espíritu Santo.”

(Hechos 9:31)

Vamos a establecer una comparación entre nuestras iglesias y las iglesias


cristianas primitivas. Cinco cosas se nos dicen de estas iglesias:

y
Tenían paz

Tenían paz a su alrededor. El periodo de persecución en el que Saulo fue


una de las piezas clave, había acabado. El resultado de la persecución había
sido positivo para el evangelio y la iglesia misma. Estas habían sido
dispersadas como semilla viva en un campo ancho y bueno; ahora el
evangelio surgiría en numerosas localidades gracias al testimonio de la
iglesia dispersada. Además de esto la iglesia había ganado para el evangelio
a su principal opositor, a Saulo de Tarso. No cabe dudas de que Dios ha
velado sobre su iglesia y lo ha dirigido todo para bien.

Ahora la iglesia tiene paz. En la Biblia la paz es siempre un don de Dios,


quien es un Dios de paz. Las iglesias, como los mismos seres humanos,
necesitan tiempos de paz para su sano desarrollo. Tenemos que estar
agradecidos a Dios por estos tiempos de paz. Hoy tenemos paz. La cuestión
ahora es ¿qué estamos haciendo con esta paz que disfrutamos? ¿La estamos
utilizando para propagar el evangelio? Algo anda mal en nuestras iglesias
cuando en tiempos de paz no conseguimos crecer numéricamente. Es
posible que estemos descuidando el testimonio en la calle. Es posible que
estemos tan ocupados con nosotros mismos que no nos quede tiempo para
otra cosa. Nuestras iglesias pueden burocratizarse y engullirse todas
nuestras energías en interminables reuniones administrativas. La iglesia
debe utilizar los períodos de paz para propagar el evangelio. En estos
periodos debemos estar muy despiertos y movernos a toda prisa antes de
que vengan los malos tiempos.
y
Eran edificadas

Aquellas iglesias utilizaron el período de paz para su edificación. La iglesia


es edificada en primer lugar por el servicio de sus ministros. ¿Habéis
pensado hermanos en el privilegio que tenernos como iglesia de tener un
pastor. No todas las iglesias tienen pastor. Y allí donde no hay pastor la
iglesia sufre y no se desarrolla como debiera.

La iglesia es edificada por la instrucción en la Palabra. Como cristianos


debemos aspirar a un conocimiento cada vez más profundo de las cosas
espirituales. El estudio de las Escrituras fomenta la edificación. Sin el
conocimiento de ellas no hay edificación. La iglesia está edificada sobre el
fundamento de los apóstoles y profetas, o sea, sobre la enseñanza de estos
hombres escogidos por Dios. Una iglesia sin solidez doctrinal está
amenazada por los vientos de doctrinas que surgen de tiempo en tiempo,
como los huracanes, y amenazan con barrerlo todo. Hay cristianos débiles
que naufragaron en cuanto a la fe por su deficiente conocimiento bíblico.

Y la iglesia es edificada también por el amor. 1 Corintios 8:1 dice: “El


conocimiento envanece, pero el amor edifica”. El conocimiento sin amor
puede hacer daño. El amor edifica. Puede que tú no seas un gran maestro,
pero puedes amar. Y de esta manera contribuirás a la edificación de esta
iglesia tuya.

y
Andaban en el temor del Señor

Las iglesias andaban en el temor del Señor, o sea, la clase de vida de los
cristianos evidenciaba que vivían reconociendo sobre ellos el señorío de
Cristo. La vida de aquellos cristianos estaba determinada por su relación
con Cristo. Ellos guardaban las palabras de Cristo, adoraban a Cristo y
procuraban con todo su esfuerzo el progreso de la causa de Cristo.

Hermanos, ¿se manifiesta el temor del Señor en nuestra vida? Una cosa es
hablar de Cristo y otra muy distinta es andar en Cristo. Lo primero es
relativamente fácil, lo segundo es más complicado. Es algo reservado a los
cristianos.

y
Se acrecentaban
Las iglesias crecían en número. Aquellos cristianos tenían una visión
misionera. Ellos no se veían a sí mismos como el fin de la salvación, sino
como medios para la salvación de otros. Amaban a Dios y amaban al
hombre y a la mujer que necesitaban a Dios.

De una iglesia salía otra iglesia, y no se escatimaban esfuerzos para atraer a


otros al evangelio. Hoy en Europa nuestras iglesias no experimentan un
crecimiento notorio. ¿Por qué? ¿Qué está pasando con nuestras iglesias?
Creo que no estamos trabajando con todas nuestras fuerzas en la
propagación del evangelio. Nos hemos acomodado. Peor aún nos faltan las
fuerzas para esta tarea. Y creo que si hemos de crecer necesitamos, en
primer lugar, arrepentirnos. La renovación comienza siempre por la
confesión de pecados. No olvidemos que estamos haciendo la obra de Dios.
Y esta obra sólo se puede hacer como Dios quiere. La iglesia del Señor no
puede olvidar los años pasados, perdidos en el quietismo, y quedarse como
si tal cosa. Tiene que dolernos el tiempo perdido. Tenemos que confesarlo
como un pecado. Y los pecados tienen que ser perdonados, si queremos que
haya sanidad y bendición.

No podemos mirar al pasado y decir: “Bueno, en el pasado trabajamos poco


o nada, pero ahora vamos a empezar a trabajar”. No podemos pensar así y
forjar nuestros planes de evangelización poniéndolos en práctica desde ese
momento. Entonces tampoco habrá bendición, porque esa será nuestra obra.
El tiempo desaprovechado se le cuenta a la iglesia como pecado. Si
queremos hacer ahora la obra de Dios como iglesia, debemos remover esos
pecados. Debemos pedir perdón a Dios por no haber evangelizado como
debiéramos.

Otra cosa es que como individuos hayamos tenido siempre un celo


misionero. Pero como individuo moveremos muy poco. Necesitamos un
movimiento a nivel general, y creo que esto sólo lo conseguiremos
removiendo primeramente el pecado reconociendo nuestro fracaso. Sin este
arrepentimiento general creo que no experimentaremos el crecimiento que
todos anhelamos.

y
Eran fortalecidas por el Espíritu Santo
Esta es otra de las características esenciales de las iglesias que crecen: el ser
fortalecidas por el Espíritu Santo.

El Espíritu Santo es el Consolador, el otro Cristo. Y nosotros no podemos


hacer nada al margen de Cristo y de su Espíritu. Tenemos que andar en el
Espíritu y vivir en el Espíritu. Es el Espíritu el que conduce a Cristo. Es el
Espíritu el que obra el nuevo nacimiento.
¿Con qué fuerza estamos haciendo nuestra obra? ¿De dónde sacamos
nuestra fortaleza, acaso de algún programa mental, del pensamiento
positivo, de alguna ilusión cultivada? La fuerza que hace crecer a una
iglesia y a un cristiano en particular es la fuerza del Espíritu Santo.

Nosotros hemos descuidado esta verdad, y muchos de nuestros esfuerzos


los hacemos confiados solamente en nuestra propia capacidad. Sin
embargo, Jesucristo era plenamente consciente de que sin el poder del
Espíritu Santo nosotros, su iglesia, no iríamos a ninguna parte. Por eso dice
a sus discípulos el día de su ascensión a los cielos: “Quedaos vosotros en la
ciudad de Jerusalén, hasta que seáis investidos de poder de lo alto”. Sin este
poder no habrá crecimiento de iglesias ni vida cristiana victoriosa.

Estas son cinco características de las iglesias cristianas primitivas que


nosotros deberíamos de procurar para nuestras iglesias.

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