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Agroecología y DRS
Agroecología y DRS
por
avanza en el sentido de una ley necesaria, ineluctable y universal y hacia una meta
deseable. La palabra tiene hasta ahora el significado que le dio hace un siglo el creador
de la ecología, Haeckel: Desarrollo es a partir, de ahora, la palabra mágica con la que
podemos resolver todos los misterios que nos rodean o que, por lo menos nos pueden
guiar a su solución. Empero, para dos terceras partes de la gente en el mundo este
significado positivo de la palabra desarrollo -profundamente enraizado tras dos siglos
de construcción social- es un recordatorio de lo que no son. Les recuerda una condición
indeseable e indigna. Para escapar de ella necesitaban hacerse esclavos de las
experiencias y los sueños de otros (Gustavo Esteva en W. Sachs, 1992: 10)
Durante una buena parte del siglo XIX y hasta entrado el XX se fue
configurando como hegemónico el modelo productivo urbano-industrial cuya lógica, de
mover personas allá donde se concentraba el capital, fue consolidando una estructura de
poder que situaba al campo y las comunidades rurales en una posición cada vez mas
marginada y dependiente frente a las ciudades que vieron incrementado su poder con la
hegemonía industrial (Fernandez Durán, 1993). No obstante, las ciudades, lejos de ser
espacios socioeconómicos homogéneos, se configuran, nuevamente como un centro
donde se acumulan la renta y los servicios, y una periferia constituida por grandes
bolsas de pobreza provenientes de la migración rural. Los desequilibrios así generados
trataron de mitigarse con políticas encaminadas a elevar el nivel de vida de la gente del
campo definiéndose éstas como de Desarrollo rural o, en su caso, urbano (Long, 1978;
Castells, 1972).
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El debate sobre la “cuestión agraria” planteaba cual debería ser la naturaleza del
manejo de los recursos naturales y, por tanto, el papel del campesinado en el proceso
histórico. Dicho debate quedó cerrado a finales del siglo XIX ante el consenso tanto del
pensamiento liberal como del marxismo al redefinir a la agricultura como una rama de
la industria y relegar al campesinado a la posición de residuo anacrónico que,
ineluctablemente, habría de ser sacrificado en los altares de la modernidad de naturaleza
urbana (Castells, 1972 y S.Giner and E. Sevilla Guzmán, 1980). Si embargo de tal
debate surgió una praxis intelectual y política “procampesina” que puede interpretarse
como un precedente del desarrollo rural y que consideraremos en el siguiente apartado.
Las teorías o marcos teóricos que subyacen a cada forma histórica de desarrollo
rural, han sido agrupadas en “perspectivas teóricas”, que preceden en el cuadro a la
denominación que hemos atribuido a cada uno de los tres tipos de desarrollo rural. La
perspectiva teórica de la “sociología de la vida rural” (Newby y Sevilla Guzmán, 1983)
esta integrada por el conjunto de teorías que pretenden mostrar la necesidad de
introducir en el manejo de los recursos naturales las tecnologías derivadas de las
ciencias agropecuarias y forestales. Se trataba pues, de generar los mecanismos que
introdujeran en las comunidades rurales aquellos cambios socioculturales que
permitieran por parte de los campesinos el paso de una “agricultura como forma de
vida” a otra, vinculada al mercado en el que “el manejo de los recursos naturales pasa a
ser un negocio”. Así, los marcos teóricos que hemos seleccionado constituyen
herramientas analíticas para el análisis del funcionamiento de las comunidades rurales,
señalando las pautas de cambio que permitirían transformarlas hasta conseguir el nuevo
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Ecodesarrollo I. Sachs
Enfoque francófilo (e.g. M. Servillote, 1996)
Farming Systems Research Enfoque anglófilo (e.g.D. Gibbon, 1991)
que la ayuda mutua era el motor de la historia (Shanin en Sevilla Guzmán and
Woodgate, 1997a).
Las técnicas participativas y los métodos de extensión que pretendieron
desarrollar recordaban claramente a lo que Alexander Chayanov llamaría más tarde
“agronomía social”. No obstante, los resultados del movimiento de “ida hacia el
pueblo” fueron muy desalentadores. Sus jóvenes entusiastas fueron a menudo
arrestados por la policía con la colaboración activa de aquellos a quienes deseaban
preparar para la futura revolución o levantar con una inmediata insurrección. Los
campesinos rusos se mostraron mucho menos receptivos a las ideas socialistas de lo
que habían creído los intelectuales revolucionarios. El movimiento populista había
atravesado una gran experiencia; faltaba analizarla y sacar conclusiones. Ello fue lo
que llevó a cabo más tarde el neopopulismo de Chayanov y su escuela de agrónomos
rusos (Shanin, 1984; Sevilla Guzmán y Heiser, 1988: ambos en Sevilla Guzmán and
Woodgate, 1997a), como veremos al considerar los marcos teóricos del Pensamiento
Alternativo.
definida como una estrategia vinculada a las acciones agronómicas de extensión que
pretendía generar formas autogestionarias de acción social colectiva para conseguir:
a) la aceptación de estilos de agricultura industrializada por parte de la población
local; b) incrementar el nivel de vida de la población o en los casos extremos
satisfacer sus necesidades básicas; y, c)construir mecanismos de organización
comunitaria para obtener la participación local en la maquinaria modernizadora de la
administración estatal para transferir tecnologías externas y homogeneizar así el
manejo de los recursos naturales, tornando con ello su naturaleza en industrial.
partir de aquí), para hacer justicia al apellido más conocido con el que se calificaba a
tales acciones. En Europa las denominaciones de estas acciones fueron de armónico
(buscando un equilibrio intersectorial); integrado, propiamente dicho (potenciando la
agricultura a tiempo parcial, después calificada como pluriactividad); y ecodesarrollo
(introduciendo el objetivo de evitar la degradación medioambiental), el cual tuvo una
amplia difusión posterior en Latinoamérica donde adquirió prevalentemente las
denominaciones de autocentrado (pretendiendo romper las formas de dependencia
externa), endógeno (potenciando lo local), y local (movilizando a las poblaciones
implicadas).
Por último, hay que destacar la diferencia de objetivos que las estrategias del
DRI se plantean en su aplicación al “primer mundo”, con respecto a los programas
iniciales desarrollados en los países “pobres”. Como ya hemos comentado
anteriormente, en este último caso el objetivo principal de los programas de
Desarrollo comunitario, primero, y de las acciones de DRI, después, era cubrir las
necesidades básicas y paliar la situación de malnutrición de la población. Sin
embargo, en la versión ultimada del DRI para los países “desarrollados”, el objetivo
primordial es abordar el paro y reactivar social y económicamente áreas con un fuerte
declive. La estrategia para ello es, como hemos visto, fomentar la pluriactividad
económica; partiendo de la premisa de que las áreas deprimidas no pueden competir
con los sistemas agrarios modernizados, y bajo el argumento de que tradicionalmente
las comunidades rurales han mantenido una estructura económica diversificada; en
base a esta premisa, se fomentará el establecimiento de nuevas actividades que están
provocando la terciarización de las economías rurales empobrecidas. La mayoría de
las acciones de DRI van encaminadas a desarrollar el turismo rural de estas áreas; sin
tener en cuenta la vocación agraria de la mismas y obviando que, incluso la
realización de actividades turísticas, aprovechando la calidad del paisaje de las
mismas, debería suponer el mantenimiento de los sistemas agrarios tradicionales que
han dado forma a ese paisaje y lo han conservado históricamente.
Las pautas genéricas del despliegue del DRI son aplicables a todo el mundo,
aún cuando el contexto histórico y la coyuntura intelectual exijan pequeñas
matizaciones. Empero, en general puede afirmarse que el DRI supuso un ajuste
necesario para la expansión del modo industrial de uso de los recursos naturales, para
la recomposición de los espacios rurales en, por un lado, pequeños “focos altamente
productivos y modernos”; y por otro, en grandes espacios “atrasados” en los que se
buscaba actividades no agrarias para generar renta, ya que el proceso modernizador
no aceptaba sus condiciones naturales para implementar su agricultura, la cual, no
obstante, se iba introduciendo como un mecanismo erosionador del conocimiento
local que transformaba en invisibles los estilos de manejo no industrializados. En
muchos lugares de Latino América, donde el “desarrollo comunitario” no había
llegado, el DRI jugo el papel de apoyo a la sanidad, educación e infraestructuras,
industrializando y mercantilizando un manejo cada vez más vinculado al mercado.
Aún cuando etimológicamente endógeno signifique “nacido desde dentro” (Van der
Ploeg and Long, 1994) su significado dista mucho de tener un carácter estático: el
cambio social no sólo es ubicuo, sino que, además, se produce con gran intensidad y
vigor en los sistemas tradicionales de manejo de los recursos naturales. Allá donde
tales sistemas, por su durabilidad en la historia, han probado ser sostenibles, el
cambio social y la innovación tecnológica son una constante, aunque en la mayor
parte de los casos resulten invisibles a los “ojos urbanos”. La agroecología articula lo
tradicional (con sostenibilidad histórica) con lo nuevo (de naturaleza
medioambiental). Es sólo uniendo ambas características como la agroecología llega a
garantizar un riesgo mínimo en la degradación que sobre la naturaleza y la sociedad
produce la artifialización de los ecosistemas, por un lado, y los mecanismos de
mercado, por otro.
Teniendo claro todo lo anterior, “lo endógeno”, no puede visualizarse como algo
estático que rechace lo externo; por el contrario, lo endógeno “digiere” lo de fuera
mediante la adaptación a su lógica etnoecológica de funcionamiento, o dicho con
otras palabras, lo externo pasa a incorporarse a lo endógeno cuando tal asimilación
respeta la identidad local y, como parte de ella, la autodefinición de calidad de vida.
Sólo cuando lo externo no agrede a las identidades locales, se produce tal forma de
asimilación.
Los mecanismos de asimilación de lo externo por parte de la localidad tienen lugar a
través de actores locales, quienes incorporan a sus “estilos de manejo de los recursos
naturales” aquellos elementos externos que no resultan agresivos o antitéticos a su
lógica de funcionamiento. Es por ello por lo que los procesos de modernización,
como forma de agresión que impone una homogeneidad sociocultural, son
rechazados por aquellos estilos que mantienen una lógica de funcionamiento de
naturaleza endógena. Empero, las fuerzas sociales existentes en la localidad son
heterogéneas, por lo que determinados “estilos de manejo de los recursos naturales”
incorporan acríticamente los elementos modernizantes, viéndose sujetos a su forma
de erosión ecológica y sociocultural. Para entender, por tanto, cabalmente “lo
endógeno” es necesario comprender lo que aquí hemos denominado “estilos de
manejo de los recursos naturales”.
La génesis teórica del concepto de "estilo de cultivar" (Style of Farming) se
desarrolla en los Países Bajos y se debe a E. W. Hofstee (1957) y la Escuela de
Wageningen su primera configuración y a Bruno Bebenuti y Jan Douwe van der
Ploeg (1994) su configuración empírica. Tal concepto hace referencia a la
articulación de: a) el repertorio cultural existente vinculado a una forma de manejo;
b) la organización específica de los elementos internos de la explotación agraria
concreta; c) el modo de interpretar y modelar las relaciones del predio con el
mercado y la tecnología y; d) la forma de gestión y la política administrativa de la
citada finca. Además, el concepto de estilo de cultivar” posee, en nuestra opinión,
una gran potencialidad analítica para caracterizar y explicar la heterogeneidad de “lo
endógeno”. Así, con el objetivo de intentar definir las diversas formas específicas de
manejo de los recursos naturales existentes en una comunidad rural, elaboramos hace
algunos años (Sevilla Guzmán y González de Molina, 1993: 73-79) el concepto de
“forma social de explotación (en su doble acepción referente tanto a la explotación de
los recursos naturales, como del trabajo humano) como la forma específica de
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relación o combinación entre el trabajo humano, los saberes, los recursos naturales y
los medios de producción con el fin de producir, distribuir y reproducir los bienes y
servicios socialmente necesarios para la vida”. Aunque la denominación no fue muy
acertada, el concepto en sí mismo nos permitió la reelaboración del “Style of
Farming”. Una aplicación empírica de ello aparece desarrollada en el capítulo
correspondiente a “el desarrollo endógeno en las zonas rurales: acertando en un
blanco móvil”. En este trabajo, como continuidad teórica de lo hasta aquí expuesto,
utilizamos el concepto de estilos de manejo de los recursos naturales haciendo
referencia al espacio sociocultural y ecológico que existe entre el hombre y los
recursos naturales, generado como consecuencia de la coevolución en el interior de
un específico etnoecosistema. Un "estilo de manejo de los recursos naturales"
significa pues, la generación de aquellos arreglos entre los elementos de la biosfera
(aire, agua, tierra y diversidad biológica) y la matriz cultural que permite su
articulación, generando tecnologías específicas locales. Ello significa la aparición de
un propio repertorio cultural y ecológico, que no es sino producto de los intercambios
generados entre el trozo de la naturaleza, que adquiere una identidad específica en la
coevolución, y los continuos elementos externos que dinamizan ésta, introduciendo
un cambio sociocultural y una alteración de la sucesión ecológica, retardándola y
simplificando el ecosistema en comparación con su estado preagrícola. Aunque en el
ecosistema exista un menor número de especies y tipos biológicos, el legado cultural
introducido mediante la domesticación conlleva un acervo cultural que, aunque
simplifica también la estructura del suelo y la diversidad de las distintas poblaciones
vivas, vigoriza la circulación de nutrientes generando a su vez un más rápido
crecimiento y una mayor vulnerabilidad del sistema. En definitiva, el hombre
artificializa, a través de la cultura, la naturaleza dejando impresa en ella su huella e
introduciendo así su específica identidad. Por tanto, es falsa la creencia generalizada
de que la identidad concreta de una localidad es producto de su aislamiento. Por el
contrario, las respuestas socioculturales y ecológicas, resultado de la coevolución,
son producto tanto del manejo de los recursos naturales, como de las explicaciones
que la cultura atribuye a los resultados obtenidos; cuando las respuestas son
adecuadas a la propia localidad y sus condiciones concretas y específicas se produce
la generación de un potencial de posibilidades y limitaciones.
Lo más relevante de las respuestas socioculturales y ecológicas generadas desde lo
local lo constituyen los mecanismos de reproducción y las relaciones sociales que de
ellas surgen. Es en los procesos de trabajo, y en las instituciones sociales generadas
en torno a ellos, donde aparece la auténtica dimensión de lo endógeno. Lo que
pretende la agroecología es activar ese potencial endógeno, generando procesos que
den lugar a nuevas respuestas y/o hagan surgir las viejas (si estas son sustentables).
El mecanismo de trabajo a través del cual se obtiene dicha activación lo constituye el
fortalecimiento de los marcos de acción de las fuerzas sociales internas a la localidad.
Es así como se lleva a cabo la apropiación por parte de los actores locales de aquellos
elementos de su entorno -tanto genuinamente locales como genéricamente exteriores-
que les permiten establecer “nuevos cursos de acción”. Estas nuevas estrategias de
acción deben ser garantes del incremento de la biodiversidad; con respecto a las
formas de relación con los recursos naturales, estas deben de atender no sólo a la
utilización de los mismos, sino a su conservación; empleando para ello tecnologías
respetuosas con el medio y, además, deben permitir la apertura de espacios en la
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