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Traducción
Anubis
Apolo
Hera
Huitzilopochtli
Nyx
Nemesis

Corrección
Amalur
Circe
Coatlicue
Hades
Astartea
Moira

Resision Final
Persefone

Diseño
Hades

Pdf y Epub/Mobi
Iris
Huitzilopochtli
Para todos ustedes que todavía
están aqui para amar de nuevo.
CONTENIDO
SINOPSIS CAPÍTULO VEINTINUEVE
CAPÍTULO UNO CAPÍTULO TREINTA
CAPÍTULO DOS CAPÍTULO TREINTA Y UNO
CAPÍTULO TRES CAPÍTULO TREINTA Y DOS
CAPÍTULO CUATRO CAPÍTULO TREINTA Y TRES
CAPÍTULO CINCO CAPÍTULO TREINTA Y CUATRO
CAPÍTULO SEIS CAPÍTULO TREINTA Y CINCO
CAPÍTULO SIETE CAPÍTULO TREINTA Y SEIS
CAPÍTULO OCHO CAPÍTULO TREINTA Y SIETE
CAPÍTULO NUEVE CAPÍTULO TREINTA Y OCHO
CAPÍTULO DÍEZ CAPÍTULO TREINTA Y NUEVE
CAPÍTULO ONCE CAPÍTULO CUARENTA
CAPÍTULO DOCE CAPÍTULO CUARENTA Y UNO
CAPÍTULO TRECE CAPÍTULO CUARENTA Y DOS
CAPÍTULO CATORCE CAPÍTULO CUARENTA Y TRES
CAPÍTULO QUINCE CAPÍTULO CUARENTA Y CUATRO
CAPÍTULO DIECISÉIS CAPÍTULO CUARENTA Y CINCO
CAPÍTULO DIECISIETE CAPÍTULO CUARENTA Y SEIS
CAPÍTULO DIECIOCHO CAPÍTULO CUARENTA Y SIETE
CAPÍTULO DIECINUEVE CAPÍTULO CUARENTA Y OCHO
CAPÍTULO VEINTE CAPÍTULO CUARENTA Y NUEVE
CAPÍTULO VEINTIUNO CAPÍTULO CINCUENTA
CAPÍTULO VEINTIDÓS CAPÍTULO CINCUENTA Y UNO
CAPÍTULO VEINTITRÉS CAPÍTULO CINCUENTA Y DOS
CAPÍTULO VEINTICUATRO CAPÍTULO CINCUENTA Y TRES
CAPÍTULO VEINTICINCO CAPÍTULO CINCUENTA Y CUATRO
CAPÍTULO VEINTISÉIS PROXIMO LIBRO
CAPÍTULO VEINTISIETE SOBRE EL AUTOR
CAPÍTULO VEINTIOCHO
SINOPSIS
Un romance de padre soltero viudo y multimillonario.

Josie creía que iba a conseguir un ascenso en su empresa de arquitectura,


pero en lugar de eso su carrera implosiona. Impulsivamente acepta la oferta de sus
compañeras de piso de hacer de niñera de una niña en un megayate en el sur de
Francia. Aunque no soporta los barcos, parece que el destino le da la oportunidad de
lamerse las heridas en un paraíso de la lista de deseos mientras resuelve cómo
recuperar su vida.

Pero la niña que ha llegado para cuidar tiene un papá. Un padre viudo, joven y
atractivo, multimillonario. Un hombre que, a pesar de toda su riqueza, es gruñón,
engreído y totalmente cerrado. Pero Josie no puede evitar sentirse atraída por este
enigmático hombre.

Xavier Pascale se encuentra en una isla emocional creada por él mismo. Sólo
están él y su hija, y le gusta que sea así. Trabaja duro, sus accionistas son felices, sus
mejores amigos son su guardaespaldas y las personas que trabajan para él. ¿Qué hay
de malo en eso? Pero entonces conoce a Josephine Marin. Su llegada a su vida es como
un profundo temblor oceánico a lo largo de una catastrófica falla emocional. Y ahora...
bueno, ahora es muy, muy consciente de su aislamiento y de su necesidad tan humana.
Pero no puede distraerse. Cuando se distrae suceden cosas terribles.

Debería enviar a la niñera a casa.

Realmente debería.

Pero, ¿y si simplemente toma lo que quiere, sólo esta vez?

Este es un romance contemporáneo independiente. Incluye deliciosas


escenas de un océano azul brillante y una comida tentadora y seductora, así
como un francés muy caliente que habla sucio. Si los viajes te asustan, o los
momentos sensuales te asustan, entonces este libro no es para ti. Pero si lo que
buscas son unas vacaciones decadentes en un sillón después de estar atrapado
en un lugar durante más de un año - que te hará reír, desmayar y llorar -
entonces este es para ti.

MEDITERRANEAN SERIES #1
CAPÍTULO UNO

Charleston, SC, Estados Unidos


Me tapé la cabeza con una almohada para bloquear el sonido de un despertador
que sonaba incesantemente a través de la fina pared de nuestro apartamento en el
centro de Charleston. Cuando el sonido no cesó, me quité la almohada de la cabeza y
abrí los ojos.
—¡Tabitha! —Resoplé con un gemido—. ¿Por qué?
No hubo respuesta, pero el tintineo de las tuberías antiguas que llevaban el agua
a la ducha del pasillo en nuestro único cuarto de baño respondió por ella. Tabs debió de
olvidarse de apagar el despertador. De todos modos, era bueno que me levantara
temprano. Hoy sería un momento decisivo para mí. Busqué mi teléfono y miré la
pantalla. Era mucho más temprano de lo que normalmente me levantaba, pero había
dos llamadas perdidas de mi madre. Estaba tan ansiosa por mi presentación de hoy
como yo y me había transmitido esa agitación sin siquiera intentarlo. Ninguna cantidad
de “Yo me encargo, mamá” podía detener su preocupación maternal.
Me dirigí a nuestra pequeña cocina y suspiré aliviada al ver que Tabs había
preparado el café antes de ducharse. Volvería a llamar a mi madre en cuanto pudiera
pensar con claridad.
El agua de la ducha se cerró y, mientras me servía café, se oyeron ruidos de
rebuscar en el bolso de maquillaje y luego el secador de cabello. Hoy debía de tener una
elegante reunión con un cliente. Algo se cayó y ella siseó una maldición. Me serví una
segunda taza y llamé a la puerta.
—¿Despierta a las siete de la mañana? ¿Quién es el cliente?
La puerta se abrió y ella asomó el rostro, con la piel morena brillante y vibrante.
—¿Café? Josie, eres una diosa.
—De nada —Me apoyé en el marco de la puerta mientras ella tomaba la taza.
—Mi chica en Francia renunció ayer. Se suponía que iba a empezar en tres días.
Tengo una videoconferencia con la familia en un par de horas. Bueno, el padre. Es un
padre soltero. Asquerosamente rico. Un francés asquerosamente rico que
probablemente quiere recuperar su dinero. —Hizo una mueca.
—¿Así que te estás arreglando para que él haga qué? ¿Cambiar de opinión?
¿Invitarte a salir?
—¡Eh! —Ella protestó con una sonrisa—. Para parecer profesional, por
supuesto.
Sonreí.
—De acuerdo. —No era ningún secreto que Tabitha, al dirigir su propia agencia
que proporcionaba niñeras exclusivas y altamente seleccionadas a los ricos y famosos,
esperaba encontrar algún día su propio “felices para siempre”. Un padre soltero sería
sin duda la solución. Quería un negocio exitoso y luego una familia, en ese orden. Lo
primero lo consiguió varios años después de que nos graduáramos en la universidad.
—Para, Josie —Puso los ojos en blanco con buen humor—. Esperaba encontrarle
otra niñera, pero he agotado todas las disponibles y es de última hora. Estoy a punto de
decepcionarlo a él y a su hija. Le preguntaré a Meredith si sabe de alguien cuando se
despierte. De todos modos, saldré pronto.
—Bien. Yo también necesito tener un aspecto profesional hoy.
—Siempre lo haces —Se volvió hacia el espejo para terminar su delineador de
ojos mientras hablaba—. Lo vas a hacer muy bien. Sabes que vas a conseguir este
ascenso. Has dedicado tiempo y trabajo, y por lo que has compartido conmigo, siempre
tienes los mejores diseños. No sé qué haría el Charleston histórico sin ti cuidando su
estética.
—Ja, ja.
—¡Estoy hablando en serio! De hecho, surgió en la conversación de ayer. Quería
decírtelo. Estaba en el banco y un pez gordo les estaba felicitando por la renovación,
realzando los elementos históricos, y el director del banco mencionó tu empresa. Así
que puedes adivinar que inmediatamente me lancé a decirles tu nombre y que eras la
arquitecta a tener en cuenta.
—¡No lo hiciste!
—Por supuesto que sí. No tiene sentido dejar que ese viejo y lascivo jefe tuyo se
lleve todo el mérito cuando son tus diseños los que se llevan los elogios.
—En eso consiste formar parte de una empresa de prestigio. Es un esfuerzo de
equipo. Además, mi jefe inmediato es un encanto, es el otro socio, el señor Tate, quien
tiene la distinción de lascivo. —Había adorado ese proyecto. Sin embargo, la mayoría
de nuestros proyectos estos días eran de nueva construcción.
Abrió un estuche con las pestañas postizas que siempre llevaba para las
videoconferencias.
—Y esa es otra razón por la que necesitas tu nombre en la puerta del equipo.
Para que puedas empezar a cambiar la cultura del lugar de trabajo.
—Somos tan buenos como el trabajo que todos realizamos —dije, repitiendo el
lema de la empresa—. ¿Y el nombre en la puerta? No te preocupes. Estoy intentando
llegar a asociado senior, no a socio. Pasará un tiempo hasta que pueda permitírmelo.
—Lo sé, amor. Los préstamos estudiantiles nos matarán a todos. Pero en serio,
eres la mejor arquitecta joven que tienen. No puedes decirme que ese sobrino de la
fraternidad del señor Tate tiene una onza de tu talento.
Tomé un sorbo de café para ocultar mi mueca ante su acertada valoración de
nuestra más reciente contratación, Jason.
—No me gusta hablar mal de la gente. De todos modos, date prisa, gatita
glamurosa. Tengo que ducharme.
Se regocijó antes de aplicarse un poco de brillo en los labios y de acicalarse de
lado a lado en el espejo.
—Te ves muy bien —dije.
Salió por la puerta y me señaló.
—Y pronto tendrás tu nombre en la cabecera. Pero mientras tanto, después de
que consigas este ascenso, quizá podamos mudarnos todos a ese nuevo edificio junto al
puerto deportivo y tener por fin una vista.
Nuestro ventanal principal daba a un callejón empedrado y daba al lado de
ladrillo de la siguiente fila de casas. Era una hermosa pared de ladrillos, tal y como eran
las paredes de ladrillos. Antiguo, construido hace cientos de años, y adornado con
medallones de terremotos. Pero seguía siendo un muro. Una vista podría ser agradable.
Sonreí.
—Gracias por el ánimo. Y estoy a favor de una vista, pero no me vendas una vista
de barcos, ya sabes lo mucho que odio los barcos.
Tabs cerró la puerta de su habitación, pero no antes de volver a asomar la cabeza.
—Odias estar en un barco. Mirar barcos no es lo mismo.
—Bien —concedí con una risa.
Me duché rápidamente y me até el cabello para que no me estorbara, agradecida
por haber tenido la precaución de lavarlo y secarlo el día anterior.
Meredith, Tabitha y yo nos fuimos a vivir juntas después de la universidad. A mí
me quedaba un año de estudios de arquitectura, pero Tabitha ya tenía unos ingresos
decentes con la agencia que había montado en su dormitorio, y Meredith acababa de
entrar en una pequeña empresa de inversiones gracias a sus contactos familiares.
Tuvimos suerte cuando encontramos este apartamento en el último piso de una casa
adosada reconvertida en el centro de Charleston. Estaba en el distrito histórico. Me
encantaba el distrito histórico. Teníamos algunos de los mejores restaurantes del Sur
en la puerta, arquitectura para admirar e historia para empaparnos. Y la noche de chicas
con un poco de baile y un par de martinis no estaba más que a unos pasos. Pero
definitivamente estábamos apretados y seguíamos compartiendo un baño solamente.
Casi cuatro años después, las otras dos podían permitirse más, pero yo había estado
pagando los préstamos estudiantiles, con planes de ahorrar hasta el último centavo
para poder entrar algún día como socia en mi empresa. Estaba decidida a ser la socia
más joven de la ciudad. Pero antes tenía que negociar un ascenso y un aumento de
sueldo. Después de eso, podría considerar la posibilidad de mudarme.
Seguía trabajando en la misma empresa que había patrocinado mi residencia de
arquitectura nada más salir de la universidad. Meredith y Tabitha habían tratado de
convencerme de que cambiara de empresa. Decían que era mi aversión al cambio. Pero
yo lo llamaba ser infaliblemente leal.
Terminé en el baño en un tiempo récord y al salir me di cuenta de que Meredith
aún no se había levantado. La noche anterior había tenido fuertes cólicos, así que
probablemente estaba agotada. Le serví una taza de café en una taza aislada de camping,
le añadí su crema de vainilla favorita y entré de puntillas en su habitación. Era un bulto
de edredón rosa pálido con el cabello rubio teñido que asomaba por encima. Puse la
taza en su mesita de noche para cuando se despertara.
En veinte minutos me maquillé y me pasé una plancha por las ondas para
combatir la humedad de Charleston. Me vestí con una falda lápiz azul marino, una blusa
de lino azul y metí en el bolso mi par de tacones más cómodos. Odiaba el arcaico código
de vestimenta del trabajo, según el cual las mujeres debían llevar falda. Era ridículo en
los tiempos que corren. Sobre todo cuando íbamos a las obras. Pero el hecho de trabajar
en una empresa tan respetada me obligaba a mantener la boca cerrada.
Llevé mi bolsa y los tubos de rollo llenos de mis últimos planos a la cocina para
poder preparar el desayuno. Por fin había salido el sol, y sus rayos dorados se
deslizaban por el callejón de fuera y por la ventana a través de nuestro desgastado sofá
tapizado.
—Oye, hagamos una noche de chicas esta noche —Tabitha miró por encima de
su laptop—. Hace tiempo que no salgo. Invita a Bárbara de tu oficina. Podemos celebrar
tu ascenso y que he sobrevivido a esa llamada. Oh, espera. ¿No quería Mer emparejarte
con un chico nuevo de su oficina?
Hice un pequeño gesto con los ojos.
—Sí. Jed o algo así.
—¿Se llama Jed? No. Demasiado “colega” para ti.
Me reí.
—No puedes juzgar a alguien por su nombre.
—Sí puedo. Y lo haré. No saldrías con alguien llamado Adolf, ¿verdad? De todos
modos —continuó como solía hacer, agitando una mano en el aire—. Necesitas estar
con alguien que suene extranjero y exótico. Josephine y... Xavier. Me gusta eso. —Lo
pronunció Zav-ee-yeah.
—¿Quién diablos es Xavier? —pregunté, echando un poco de granola y yogur en
un bol.
—El francés asquerosamente rico con el que tengo una llamada hoy. Ese nombre
es... ahhh. No digo él, obviamente, pero un nombre así. Aunque, está bueno. Se llama
como una reina. El nombre de tu chico debería ser igual de increíble. Solamente digo.
Sacudí la cabeza con una sonrisa.
—Eres muy graciosa. Creo que era una emperatriz, no una reina. Pero la obsesión
por el nombre es mejor que cuando estabas obsesionada con acertar los horóscopos
chinos de todo el mundo en la universidad.
—Oye, eso es algo real.
Tabs se metió en su habitación y yo llamé a mi madre.
—Mamá.
—Josephine. Pensé que te ibas a olvidar de llamarme antes de irte a trabajar. —
Su voz era una mezcla de alivio y acusación con un saludable lado de culpabilidad. Ah,
las madres.
Respiré profundamente.
—No. Solamente intento ducharme y vestirme. Te llamaré en cuanto salga de la
reunión.
—Estoy muy orgullosa de ti, Josephine. Si no lo digo lo suficiente, quiero que lo
sepas. Después de que Nicolás... —su voz se entrecorta—. Estoy tan agradecida de que
el nombre de nuestra familia vuelva a ser prestigioso. Tu padre, que en paz descanse,
está muy orgulloso de ti. Lo sé.
—Gracias. Y mamá, aún no me hago socia. Para eso faltan unos años. No hay
presión ni nada.
—Sabes que no lo digo en serio.
—Lo sé. —Y lo sabía.
—Buena suerte, querida.
—Gracias. Te quiero, mamá.
Colgamos, y yo engullí granola, me lavé los dientes, me puse brillo de labios y
salí.
Las calles acababan de despertarse. Los barrenderos estaban terminando sus
turnos, y los camiones de basura volcaban las botellas y la basura de la noche anterior
de los callejones situados detrás de todos los bares y restaurantes.
Me detuve en mi cafetería favorita, Armand's, y pedí un espresso1 con un chorro
de crema. Me lo sirvieron en un diminuto vaso de papel, y fue justo el rayo de energía
que necesitaba antes de un día como el de hoy. Giré hacia la calle East Bay, tomando una
bocanada de la marisma y la brisa marina que entraba por el agua, y pasé por Rainbow
Row, las coloridas casas históricas que daban al edificio de la Fundación Histórica de
Charleston y al Club Náutico de Charleston. Saludé a la francesa Sylvie, que trabajaba en
la sala de exposiciones de yates de King Street, cuando pasó junto a mí en el lado
opuesto de la calle. La mayoría de las mañanas me la encontraba en Armand's, y a veces
intercambiábamos alguna conversación pequeña.
Finalmente, llegué a las puertas de cristal de Donovan and Tate, FAIA, CPBD,
NSPE, uno de los estudios de arquitectura más prestigiosos de Charleston. Con la mano

1
Expreso: Café corto y fuerte. Es apenas un sorbo de café fuerte.
en la barra de acero inoxidable que servía de manija, me detuve y pensé en la
conversación con mi madre. Sin que ella creyera tanto en mí, dudo que hubiera llegado
tan lejos tan pronto. Me ayudó el hecho de sentir que estaba haciendo esto por mi padre.
Con suerte, algún día habría otro nombre en la placa de la puerta. El mío. Me alegré tanto
de que me concedieran una entrevista después de mi licenciatura, y aún más de que me
ofrecieran un puesto en una empresa tan prestigiosa para completar el requisito de tres
años de residencia para obtener la licencia, que me subí a bordo y nunca miré atrás.
Siempre me había gustado la arquitectura, desde que mi padre me llevaba a dar largos
paseos los domingos por la ciudad y me señalaba todos los detalles que la gente
utilizaba y que evocaban la sensación de esta o aquella influencia.
También me había aliviado tener al señor Donovan en lugar del señor Tate como
socio que supervisaba mi requisito de residencia. Parecía que había un acuerdo tácito
de que era mejor que el señor Tate no fuera mentor de mujeres jóvenes e
impresionables. Sabía que el señor Donovan me respaldaba. Respetaba mi trabajo y a
menudo se aseguraba de que mis contribuciones no se pasaran por alto. Sin embargo,
desde hacía semanas me inquietaba un pequeño sentimiento sobre el sobrino del señor
Tate, Jason, que se había incorporado al bufete el año pasado tras mudarse desde
Virginia. No. Jason no tenía ni de lejos mi experiencia con las ordenanzas y diseños
históricos. Siempre presentaba monstruosidades de vidrio y hormigón que se
adaptaban mejor a las viviendas de la gran ciudad que al aspecto gentil de bajo perfil
que Charleston intentaba salvar desesperadamente. Yo era la mejor diseñadora y tenía
más experiencia, y después de que vieran mis diseños hoy, sería una obviedad
nombrarme asociada principal.
Mi teléfono sonó. Era Meredith.

Siento no haber despertado a tiempo esta mañana. Me enteré de la noche de chicas


de esta noche. Me apunto. Celebraremos tu ascenso. ¡Tú puedes! ABRAZOS.

Respiré profundamente y empujé la puerta de mi edificio de oficinas con


confianza.
CAPÍTULO DOS

Bárbara, mi amiga y la asistente de Donovan y Tate desde hace mucho tiempo,


me saludó formalmente ya que se sentaba justo en la puerta de los despachos de ambos
socios.
—Me temo que el señor Donovan no ha podido venir hoy. Martha fue llevada al
hospital.
La dulce esposa del señor Donovan, a quien yo adoraba absolutamente, había
tenido varios incidentes cardíacos durante el último año.
—Oh, no —Fruncí el ceño—. ¿Esta ella... es grave?
—No estoy segura —Bárbara hizo una mueca—. El señor Tate está haciendo su
revisión —dijo con forzada positividad.
Mi corazón se hundió aún más.
—Oh. ¿Estás segura? —susurré—. Quiero decir, puedo esperar. Podemos
reprogramar. —Prefería no ser promovida hoy a tener que tener mi revisión y
presentación asociada con el señor Tate.
—Ya te está esperando en su despacho.
Tragué, y luego exhalé una bocanada de aire para estabilizarme.
—Muy bien. Gracias, Barb. Oh, se me olvidaba, ¿noche de chicas esta noche
después del trabajo?
Puso una cara exageradamente triste.
—Lo siento, Jeff tiene una cosa esta noche. ¿Tomas uno por mí?
—Claro que sí —Giré sobre mis talones.
—¿Josie? —llamó, y me volví. Bajó la voz—. Mantente firme. Te lo mereces. —
Una sonrisa atravesó los tensos músculos de mi cara.
—Gracias.
Llegué a la puerta abierta del despacho del señor Tate. Su sobrino Jason, mi
compañero de trabajo, estaba allí. La conversación se detuvo abruptamente.
—¿Interrumpo? —pregunté
El señor Tate se puso de pie. Siempre llevaba camisas abotonadas de color pastel
metidas dentro de sus pantalones de traje, o dentro de caquis planchados y plisados los
viernes, y trajes seersucker2 los domingos para ir a la iglesia. Hoy llevaba una camisa
verde menta que desentonaba con sus mejillas ligeramente rubicundas3 y su carnosa
papada.
—Jason y yo estábamos poniéndonos al día.
Jason me sonrió y luego se volvió hacia su tío mientras se ponía de pie.
—Sí.
—Me alegro de que hayas podido venir a conocer al nuevo comisario —le dijo a
su tío—. Se llevaron bien. ¿Nos vemos mañana en el tee off4 de las ocho de la mañana?
—Nos vemos allí.
Jason, con el cabello rubio peinado hacia atrás, pasó junto a mí.
—Josie.
—Jason —volví a decir, con la expresión más sosa posible ante su sonrisa
arrogante.
Cerré la puerta tras él. Tampoco me gustaba estar en una habitación cerrada con
el señor Tate, pero odiaba pensar que Jason pudiera escuchar. Repasé las palabras que
acababa de escuchar.
—¿El comisario? —pregunté.
—El comisario del PPS —respondió y me indicó que me sentara, no en una de las
sillas de su escritorio, sino en la zona de asientos donde tenía un sofá bajo. Los sofás
bajos eran enemigos de las faldas. Me bajé con cautela e incliné las piernas hacia un lado.
El señor Tate no pudo evitarlo, su mirada seguía deslizándose por mis piernas
hasta mis zapatos y de nuevo a mis muslos y luego rápidamente a mi cara.
—¿El PPS? —presioné.
—Planificación, conservación y sostenibilidad.
—Oh —dije—. No he conocido al nuevo comisario. —Había adorado a la mujer
Carole, que había estado en el puesto antes. Había trabajado para la oficina del alcalde
y el departamento de zonificación durante treinta años. Ella y yo coincidíamos en la
necesidad de frenar algunos de los planes de desarrollo más atroces que los codiciosos
inversores tenían para nuestra pequeña ciudad costera.
—Fue a la escuela con el padre de Jason, mi hermano. La misma fraternidad. Es
el padrino de Jason. Es bueno tener contactos en el gobierno de la ciudad cuando tratas
de que te aprueben las cosas, ¿estás de acuerdo?
—Claro. Aunque no debería haber problema con ninguna aprobación ya que

2
Seersucker: tipo de tela procedente de la India, normalmente de algodón, con un peculiar efecto
arrugado que se genera gracias a una forma particular de tejer los hilos.
3
Rubicundas: que tienden al rojo.
4
Tee Off: referencia al Golf.
todos nos atenemos a las directrices históricas y de preservación, ¿no?
—Por supuesto, por supuesto. Pero nunca se sabe.
Mis cejas se habían fruncido y me esforcé por relajarlas. El señor Tate tenía los
dedos metidos en muchos pasteles, y tenía el presentimiento de que se inclinaba por el
lado más barato y feo del diseño si eso le suponía un pequeño beneficio de un
proveedor. No tenía pruebas de eso, obviamente. Pero llámalo corazonada. Tuve
muchos presentimientos sobre el señor Tate. Y la forma en que vino a sentarse a mi lado
en el sofá en lugar de tomar una de las sillas no ayudó.
—Bueno —Forcé una sonrisa brillante y saqué mis planos—. Aquí están mis
diseños para el exterior del propuesto hotel de la calle East Bay. Creo que verá que
aunque sea un poco más costoso, lo compensaremos de otras maneras, y no tendrá
problemas para ser aprobado por...
—El hotel ya ha sido aprobado. —Hizo un gesto de desprecio a mis rollos, y la
sorpresa y el temor me golpearon de lleno en mi estómago—. El comisario ya vio los
planos de Jason en la cena de anoche —continuó.
—¿Los planos de Jason?
—Este hotel será un gran golpe para el comisario en su nuevo cargo. Traerá
muchos trabajos de construcción a la ciudad. Están deseando que llegue.
—Pero...
—Mira, cariño. —Se inclinó hacia adelante y casi puso una mano en mi rodilla,
deteniéndose justo a tiempo.
Me puse rígida tanto por la acción abortada como por su discurso
condescendiente. Sus palabras se repitieron en mi cabeza. Si ya habían aprobado los
diseños de Jason, ¿significaba eso que yo estaba fuera del proyecto?
—Sé que te pones toda loca con las cosas históricas de alta alcurnia.
Me quedé con la boca abierta, pero él continuó.
—Y lo entiendo, de verdad. Esto es Charleston. Pero también tenemos que
mostrar al mundo que somos una ciudad moderna. Podemos conseguirlo con algunas
florituras y detalles para mantener contentos a los aficionados a la historia, pero al fin
y al cabo somos un negocio. Los promotores son un negocio. Y los constructores son un
negocio. Cuanto más barato y rápido podamos construir, mejor nos irá a todos.
—Cuanto mejor te vaya. No a la ciudad. —solté, e inmediatamente me clavé los
dientes en el labio. No debería hablarle así a mi jefe. Las palmas de mis manos estaban
húmedas de pánico—. Lo siento. Yo... —Bajé la mirada a los tubos de rollo que tenía a
mis pies y que contenían mi visión de otro innecesario hotel boutique de Charleston que
se estaba construyendo de forma desgarradora en un lugar que había albergado una
residencia construida por un esclavo liberado. El edificio perdido en cuestión había sido
construido posiblemente por el primer arquitecto afroamericano y había sido habitado
por la legendaria Eliza Lucas Pinckney, que lo había liberado de la esclavitud. La
residencia había sido destruida por un incendio y un posterior huracán hace más de
cien años. Lamentablemente, una excavación arqueológica se había retrasado en el
regateo municipal, pero yo había diseñado una fachada a juego con el interior que
rendiría homenaje a todos esos elementos. Había trabajado en ello durante meses y
meses—. Así que para confirmarlo, ni siquiera quieres ver lo que he dibujado. ¿Vas a ir
con los exteriores de Jason? —pregunté, mi corazón se quebró lentamente. Meses y
meses de investigación y trabajo duro y la única persona que probablemente lo vería
sería el conserje.
Su mano se dirigió a mi hombro y me eché hacia atrás.
—Mira, cariño —dijo, y sentí que un escalofrío me recorría—. Sé que eres una
buena arquitecta. Y sé que llevas tiempo con nosotros, y Donovan, bueno, tiene
debilidad por ti. Pero tienes que saber que le daré el ascenso a Jason. Quiero decir, yo
empecé esta empresa. Va a permanecer en la familia. Jason será Asociado Senior, y con
el tiempo, será socio. Y entonces será Tate y Tate. Donovan se está preparando para
retirarse. Y mira, no estoy diciendo que no tengas una posición aquí. Es genial, incluso
fantástico, tener una mujer arquitecta a bordo. Y eres fácil de ver. Genial para ponerte
delante de los clientes. Y con talento, por supuesto. —Sonrió magnánimamente,
creyendo que me había hecho un cumplido sincero. Luego, sus ojos volvieron a ponerse
sombríos—. Pero aunque no fuera una decisión familiar, que lo es, te aseguro que no sé
cómo pudiste pensar que llegarías a la cima en la empresa y que tu nombre estaría en
la puerta. No en Charleston.
—¿Qué... por qué?
—Nadie ha olvidado a Nicolás de la Costa.
Tenía frío, la piel me punzaba, mientras toda mi sangre parecía escurrirse de la
cabeza a los pies. Dios.
—Sabes que no tuve nada que ver con el negocio de mi padrastro
—Es bueno saberlo —dijo como si fuera una novedad para él—.
Independientemente de eso. Ya conoces Charleston. Una pequeña ciudad con una
memoria extremadamente larga. Por supuesto, te valoramos aquí. Y siento que Jason
haya conseguido este proyecto, pero habrá otros. Tendrás un trabajo aquí mientras lo
quieras.
—Pero no una carrera.
—¿Qué?
—Dijiste que tendría un trabajo aquí, pero no una carrera. —Mi voz se agitó
ligeramente mientras intentaba frenar mi devastación—. Nunca me ascenderás, y no
tengo forma de ascender. —Y después de perder la oportunidad de trabajar en el
proyecto de la calle East Bay, eso parecía insignificante. Pero maldita sea. Mi trabajo.
Realmente necesitaba ese ascenso. Tenía que controlarme y centrarme en lo que era
importante. La historia se estaba perdiendo. Era más importante que mi trabajo en el
gran esquema de las cosas. Podía apelar. Como ciudadana de la ciudad.
El señor Tate volvió a inclinarse hacia delante.
—Oh, Josie —dijo, inclinando ligeramente la cabeza—. No es tan malo como todo
eso. —Su dedo se extendió y, antes de que me diera cuenta, toda su mano estaba sobre
mi rodilla. Su mano caliente, húmeda y regordeta.
Me quedé helada.
Apretó suavemente, su cara era genial. Incluso reconfortante.
—No estoy diciendo que nunca puedas ser promovida. Al menos a Asociado
Senior. La lealtad y la dedicación al equipo siempre se aprecian. Y se recompensa. —
Otro apretón. Se me revolvió el estómago—. Pero no... Hoy.
Me levanté de golpe y su mano se deslizó de mi rodilla.
—No vuelvas a tocarme.
—Ya, ya —dijo el señor Tate, con las palmas hacia arriba—. No vamos a tener
ninguna de esas tonterías. Solamente te estaba consolando. Sé que estás decepcionada
por haber sido rechazada.
La respiración entraba y salía de mi pecho, el corazón me latía en la garganta. No
podía quedarme aquí ni un segundo más. El pecho se me apretó y parpadeé para
intentar mitigar el escozor de la nariz y los ojos que precedía a las lágrimas de rabia y
frustración. Me clavé las uñas en las palmas de las manos, los puños cerrados.
—No puedo quedarme aquí.
—¿Perdón?
—Renuncio.
Hubo un largo silencio.
—Bueno, no hay necesidad de precipitarse —dijo Tate, con cara de sorpresa.
—Renuncio —repetí, aunque me temblaba la voz.
—Bien. Bueno. Si estás segura. —Extendió la mano. Adormecida, extendí la mano
y, sin pensarlo, la sacudí.
El señor Tate frunció los labios.
—En realidad, necesito tu placa y tu identificación.
—Oh. —Parpadeé y, con manos temblorosas, saqué a tientas el clip del ojal de mi
chaqueta y se lo entregué. Inmediatamente, deseé habérselo tirado a el rostro, soso y
carnoso.
—Puedes dejar tus tubos de rollo aquí también. Tus diseños nos pertenecen.
Miré hacia abajo, donde yacían a mis pies, y sentí que una oleada de lágrimas me
subía por la garganta y la nariz. Aquí no, me dije.
—¿Necesitas algo más de tu escritorio?
Sacudí la cabeza, sin confiar en mí misma para seguir hablando. Maldita sea. ¿Qué
acababa de hacer?
—Bueno, si lo hay, le pediré a Bárbara que lo empaque —Señaló la puerta—.
Adiós, Josie. Buena suerte.
Tomé aire y levanté la barbilla. Había hecho lo único que podía hacer. Era una
maldita buena arquitecta. Y si ellos no lo veían, otro lo haría. Tenía contactos. Tenía unos
escasos ahorros y podía aplazar temporalmente los pagos de mi préstamo. Podía
conseguir una referencia de cualquier número de clientes anteriores y del señor
Donovan. No podía proteger la calle East Bay, pero al menos tenía mi orgullo.
Sintiéndome solamente una fracción de un porcentaje mejor después de mi
racionalización, me volví hacia la puerta, luego me detuve.
—¿Señor Tate?
Levantó la vista al rodear su escritorio, con una mirada plácida como si los
últimos diez minutos no le hubieran afectado.
—¿Sí?
—Que le den por culo —dije con dulzura y giré sobre mis talones y salí, poniendo
un movimiento extra en mi paso.
CAPÍTULO TRES

Valbonne, Provenza, Francia


El sol de la tarde se proyectaba sobre la mesa de madera de la granja, blanqueada
y desgastada por décadas de uso en el soleado patio. El aroma de la lavanda de los
campos del valle se extendía por el césped, mezclándose con la madreselva.
—¿Puedo traerle algo antes de irme? —La voz ronca de Martine, nuestra ama de
llaves de toda la vida y a veces cuidadora de niños, me despertó de donde había estado
en un estado semi-meditativo después de mis vueltas antes del almuerzo en la piscina.
Miré la mesa de la comida esperando a que mi hija se uniera a mí. En años
anteriores, cuando mi mujer vivía, esta mesa se había llenado de amigos, conocidos y
familiares casi todas las semanas. Estos días eran una fiesta si Evan, mi guardaespaldas
y mejor amigo, se unía a nosotros.
—Non, merci5 —le agradecí—. Solamente tienes que enviar a Dauphine abajo
cuando se haya cambiado el traje de baño. —En la silla de al lado había una toalla
mojada que Dauphine había abandonado. Se había pasado la mañana en la piscina
rogándome que la acompañara mientras yo atendía las llamadas e intentaba organizar
el cuidado de los niños. Me encantaba pasar tiempo con ella, pero era imposible cuando
estaba fuera del colegio durante el verano y yo aún tenía un negocio que dirigir. Por
supuesto, en un mes más o menos el negocio iría más despacio. Era casi agosto, y
prácticamente todo el mundo estaría de vacaciones para les grandes vacances6. Pero por
el momento sería difícil manejarlo sin ayuda.
—¿Ha habido suerte? —Martine presionó, mirando a mi laptop—. Siento tener
que irme antes de que encuentre una niñera de reemplazo.
—Tengo una llamada con la agencia estadounidense esta tarde. Espero que
tengan a alguien más para nosotros.
—Manténgame informada. Puedo intentar acortar mi viaje si es necesario.
Agité la mano.
—No, no. Debes ir a ver a tu familia. No es tu culpa que nuestra au pair7 de verano

5
Non, merci: No, gracias en francés.
6
Les grandes vacances: Las vacaciones grandes en francés.
7
Au pair: Es una persona joven, sin hijos y soltera, que pasa un periodo de tiempo en el extranjero con
una familia de acogida. Le ayuda a la familia a cuidar a los niños y con las tareas pequeñas del hogar.
se haya caído en el último momento. —Ella había cancelado su contrato muy poco
profesionalmente tres días antes de llegar—. La agencia estadounidense tendrá a otra
persona, estoy segura. Siempre nos han ayudado en el pasado.
Asintió brevemente con la cabeza.
—D'accord8 —dijo, pareciendo poco convencida.
Si no fuera porque sé que a la hermana de Martine le han diagnosticado un
cáncer, insistiría en que se quedara hasta que tuviera a alguien más. Pero a Martine no
le gustaba venir al barco, siempre discutiendo con nuestro chef, y yo quería que nos
fuéramos en mi yate durante al menos un mes. Ya era hora de que hiciéramos algo
juntos, Dauphine y yo, que no implicara dar vueltas a esta vieja casa con todos sus
recuerdos. Si no estuviera trabajando en uno de los mayores tratos de mi vida
empresarial, sugeriría que nos fuéramos a algún lugar del extranjero y nos
restableciéramos.
—¡J'arrive!9 —Dauphine salió girando por la puerta. Su espigado cuerpo de diez
años estaba vestido con una camiseta y unos pantalones cortos de mezclilla, con el
cabello sin cepillar.
—Y yo me voy —Martine respondió y la estrechó en un fuerte abrazo. Luego la
dejó a distancia—. Pórtate bien con tu papá, ¿me oyes? Te veré dentro de dos meses.
Procura no quemarte con el sol, cepíllate el cabello y los dientes, y no te olvides de seguir
leyendo. Menos YouTube, más palabras. ¿De acuerdo?
Me levanté y le di a Martine un beso en cada mejilla. Había sido un regalo de Dios
tras la muerte de Arriette hacía dos años, desempeñando todo el papel maternal que
podía en nuestra casa. No es que mi difunta esposa hubiera sido una madre excepcional,
odiaba admitirlo, pero Martine era una presencia femenina al menos cuando mi madre
no podía estar cerca.
Dauphine y yo nos sentamos a comer los bocadillos de Pain Bagnat10 y a beber
nuestras bebidas con gas. Orangina11 para ella y Perrier12 para mí.
—¿Tienes más trabajo otra vez, papá? —preguntó Dauphine cuando hubo
agotado todos sus temas de conversación.
—Mon chou13, siempre tengo trabajo. Soy el jefe. Mi trabajo nunca termina.
Se cruzó de brazos.
—Estoy aburrida.
—Solamente la gente aburrida se aburre. —Me encogí de hombros.

8
D’accord: De acuerdo en francés.
9
J’arrive: Ya llegué en francés.
10
Pain Bagnat: bocadillo tradicional de la región de Niza, en Francia.
11
Orangina: marca de refresco de sabores cítricos.
12
Perrier: marca francesa de agua mineral.
13
Mon chou: Cariño en francés.
Ella entornó los ojos.
—¡No soy aburrida!
—Lo sé.
—Hmm —se quejó—. Entonces, ¿qué debo hacer? Estoy aburrida de la natación,
y tú no me dejas estar en una pantalla. Sabes que podría aprender algo en una pantalla.
—¿Cómo qué?
Se mordió el labio.
—¿Como... hornear?
Me encogí interiormente, sabiendo que eso la llevaría a querer cocinar algo, y sin
Martine aquí para supervisar, eso era un imposible.
—¿Qué tal si dibujamos?
—Eso es aburrido.
Levanté las cejas, no queriendo que me metieran en un desacuerdo por esa
afición en particular. A ella le encantaba dibujar.
—¿Y qué hay de codificar tu propio videojuego?
Su cabeza se inclinó hacia un lado. Su nariz, ligeramente rosada y pelada, estaba
salpicada de pequeñas pecas. Tenía que mejorar la protección solar.
—¿De verdad? —preguntó ella.
—Sí. Busca un vídeo de YouTube sobre codificación básica y mira si puedes hacer
un juego al que podamos jugar el uno contra el otro. —Me aparté de la mesa y me puse
de pie, inclinándome para besar su frente—. O dibujar —volví a sugerir, sabiendo que
eso es lo que probablemente elegiría—. Ahora tengo que hacer una llamada a Estados
Unidos. Por favor, llévate nuestros platos en tu camino.
Cuando se marchó, me serví otro vaso de agua justo cuando un movimiento me
llamó la atención. Al levantar la vista, vi a Evan acercándose a mí a grandes zancadas,
tras haber rodeado el lateral de la casa.
—Dios. A un hombre le daría un ataque al corazón acercarse a hurtadillas de esa
manera —dije, cambiando al inglés mientras me sentaba de nuevo.
Sonrió, con los ojos ocultos tras unas Ray-Ban14 reflectantes.
—Por tu propia seguridad, deberías ser más observador.
—Te empleo para eso, imbécil.
Nos dimos la mano como un pulso en el aire a través de la mesa, luego nos
soltamos y se sentó.

14
Ray-Ban: marca estadounidense-italiana de lentes.
—¿On est prêt15? —le pregunté, cambiando de nuevo al francés.
—Estamos listos —confirmó Evan—. El barco está todo abastecido y la
tripulación está esperando. —Su acento en francés era atroz. Normalmente lo regañaba,
pero hoy lo dejé pasar.
—¿Tuviste suerte en encontrar una niñera?
—Tengo una llamada en veinte minutos. Espero que tengamos una
estadounidense en un avión para mañana por la noche.
—Es increíble lo que el suficiente dinero puede comprar. A Dauphine le
encantará. Le encantan todos esos programas estadounidenses.
Hice una mueca.
—Humor adolescente banal. Empieza a hablar como si tuviera diez años, a punto
de cumplir los diecisiete. Pero al menos está mejorando su inglés.
—Espero que encuentres a alguien. Tengo el itinerario planeado para todas las
reuniones que me diste, y pasarás muchas horas del día fuera del barco. —Evan se
movió—. Me tomé la libertad de hablar con Jorge.
Abrí la boca ante la mención del secretario privado de mi madre, pero Evan habló
por encima de mí.
—Solamente por precaución. Tu madre estará en Mónaco la mayor parte del
mes, pero dentro de unas semanas estará en la casa de Cap Ferrat 16. Jorge dice que ha
estado hablando de acercarse y preguntar si Dauphine puede visitarla durante más
tiempo que un fin de semana ocasional.
—¿Lo hizo?
Me recosté en mi silla, abriendo las piernas y apoyando los brazos en cada uno
de ellos.
—¿Y supongo que no se te ocurrió mencionar que estaríamos en el barco y en la
zona?
Evan había perfeccionado el arte de la no expresión.
—Puede que lo haya mencionado.
Nos miramos fijamente.
Al menos, me quedé mirando sus lentes de sol a través de mis lentes de sol,
mirándole mal. Por lo que sé, estaba echando una siesta rápida.
—Bien —dije después de un momento—. ¿Mencioné lo molesto que eres?
—No que yo recuerde. Deberías decírmelo otra vez. —Entonces, sacó su estúpida
sonrisa de Tom Cruise.

15
On est prêt: ¿Estamos listos? en francés.
16
Cap Ferrat: comuna francesa del departamento de los Alpes-Marítimos, en la región de Provenza.
Hice un gesto de disgusto, que solamente lo hizo reír.
Después de un segundo, se puso sobrio.
—Tienes que ver a tu madre más a menudo. Ella te echa de menos. No puedes
dejar que sea una abuela para Dauphine y no ser una madre para ti.
—No la estoy evitando. Solamente he estado ocupado. —Esa era la verdad.
Adoraba a mi madre, y se había portado de maravilla desde que Arriette había fallecido.
Pero últimamente me estaba dando la lata con lo de seguir adelante sentimentalmente,
y yo estaba cansado de sus pequeños comentarios y de sus constantes planes para
emparejarme. Así que sí, había estado evitándola.
—La segunda parte puedo atestiguarla. Pero escucha, X. Déjala ayudar. No tiene
a nadie a quien cuidar, déjala hacer lo que las madres hacen mejor. Déjala que se ocupe
de ti y de Dauphine.
Sentí que iba a decir algo más.
—¿Qué?
—Solamente... —Se encogió de hombros—. Te vendrían bien unas vacaciones.
Mi mano se paseó por ahí.
—Mi vida es unas vacaciones. ¿No lo has oído? Mansiones de lujo, mega yates,
coches rápidos y mujeres más rápidas. Ha salido en todos los periódicos —añadí, con
un tono amargo en mi voz. Los paparazzi habían sido implacables desde la muerte de
Arriette, intentando tergiversar todo lo que hacía—. Al parecer, sigo siendo un príncipe
trágico de luto. Y listo para estrellarse y arder.
—X…
—No están equivocados. Mira a tu alrededor. Esta es mi mansión. ¿Has mirado
en el garaje últimamente? Y espera, ¿no estamos a punto de salir en mi yate?
—Bueno, se equivocan con las mujeres rápidas. Cualquier mujer. A eso me
refiero con lo de tomar vacaciones. —Bajó la voz—. Me refiero a tomar unas vacaciones
de ser padre solamente por unos días. Incluso una semana. Y, no sé, ¿tal vez tener una
cita?
Me eché a reír.
—Jesús. Como si no fuera lo suficientemente malo por parte de mi madre. ¿Y con
quién demonios crees que lo haría? Cualquier mujer con la que he tenido una reunión
de negocios ha acabado salpicada en los periódicos. ¿Quién querría eso? Oh, espera, ¿no
ves que tengo mujeres esperando entre bastidores? —Hice un gesto en torno al amplio
y vacío patio cuidado—. Mucho más de lo que puedo manejar.
En ese momento, Gérard, mi antiguo y desdentado jardinero, que parecía haber
heredado con la propiedad, se acercó a la subida. Supongo que pensó que le saludaba
porque levantó una mano en señal de saludo.
Evan apretó los labios en lo que parecía un intento de contener otra risa. Una de
lástima, probablemente.
—Tu madre dijo que había intentado presentarte…
—No.
—Hay servicios...
—No necesito una prostituta —dije.
—No es una prostituta...
—Ni una escort17.
—Mi francés debe estar realmente oxidado. —Cambió al inglés—. Quise decir
servicios de citas, idiota. Servicios de citas discretas para personas de alto poder
adquisitivo.
—Oh. ¿Así que te gustaría que saliera con alguien que busca específicamente un
hombre rico?
Evan dejó escapar un suspiro de dolor.
—No importa.
—Solamente déjalo, ¿de acuerdo?
—Lo he dejado.
—Bien.
—Genial.
Nos sentamos en silencio.
—Bueno —dijo finalmente Evan— supongo que me iré. El barco tiene que salir
del puerto deportivo puntualmente a las 5 de la mañana del martes si queremos
mantener los protocolos de seguridad en torno a tu itinerario. Tienes que estar allí el
lunes por la noche. Ya sea que tengamos o no una au pair para entonces.
—Sí, jefe —dije.
—Qué bonito.
Miré mi reloj.
—Tengo una llamada.
La silla raspó cuando la empujó hacia atrás y se puso de pie.
—Gran charla. —Se dirigió al otro lado del patio para hablar con Gérard. Sabía
que él hablaba personalmente con todos los que trabajaban en la finca y se aseguraba
de que supieran que debían tener cuidado con los posibles intrusos y los teleobjetivos
en los árboles. También se encargaría de ser mi chófer, ya que estaba dando tiempo
libre a la mayoría del resto del personal.
Me serví otro vaso de agua con gas y llevé mi laptop a la logia18 a la sombra donde

17
Escort: acompañante.
18
Logia: Galería de exterior conformada por arcos y columnas, techada y abierta por uno o más lados.
teníamos el salón exterior. Pasé por mis protocolos de seguridad para abrir el laptop y
encontré el correo electrónico de la Agencia Tabitha MacKenzie de Charleston, Carolina
del Sur, y pulsé el enlace de la reunión.
Mi propia imagen apareció en la pantalla. Mi cabello oscuro necesitaba un
recorte. Mis ojos y las ojeras mostraban el esfuerzo. Ni siquiera el ejercicio y el sol
podían borrar el hecho de que había estado trabajando sin descanso las últimas
semanas con mi equipo en Sophia Antipolis para empaquetar nuestra última innovación
para presentarla a los inversores. Y varias veces a la semana Dauphine seguía
despertándose con terrores nocturnos. Quizá Evan tenía razón en lo de tomarse unas
vacaciones. No para tener una cita, Dios lo sabía, mi libido se había reducido a nada, sino
simplemente para dormir, joder.
Al cabo de unos segundos, mi imagen se redujo a una esquina y el rostro amable
de Tabitha Mackenzie llenó la pantalla.
—Monsieur Pascale —saludó.
—Xavier, por favor —respondí—. ¿Cómo estás?
Hizo una mueca.
—Estoy bien. Siento mucho lo de la anterior niñera. Nunca te la habría
recomendado si hubiera pensado que la agencia no sería fiable. Recibí tu solicitud por
correo electrónico y he intentado... —Bajó la mirada y pareció haber extraviado algo—
. Espera. Me he dejado tu expediente en la otra habitación.
Se alejó de la pantalla, dejando a la vista una sala de estar arquitectónicamente
elegante, pero mínimamente decorada y de techos altos. Se oyó el sonido de una pesada
puerta que se abría y se cerraba. Y, de repente, un zapato rojo de tacón alto salió
disparado junto a la pantalla y golpeó la pared.
Mis ojos se abrieron de par en par.
—Hijo de puta —llegó la voz de una mujer fuera de la pantalla.
Pasó otro tacón alto.
—¿Tabs? —llamó la voz—. ¿Sigues en casa? Malditos imbéciles —se enfureció la
voz. Se oyó un crujido y luego:
—Estúpido, irritante, incómodo y antifeminista artilugio. —Un trozo de encaje
blanco se catapultó a la vista y luego aterrizó en el respaldo de la silla—. Ah. Así está
mejor.
Un sujetador. Me quedé con la boca abierta.
De repente, una figura siguió a la voz: unas curvas enfundadas en una ajustada
falda lápiz y una exuberante cabellera castaña cayendo por la espalda.
Mi estómago tocó fondo. Y ella se giraba hacia la pantalla mientras se volvía a
abrochar la blusa.
Mierda.
No tenía ni idea de que tenía público.
Como si me hubiera despertado de un estupor, mi mano salió disparada y cerró
el laptop de un manotazo.
Pasó un tiempo de silencio. Luego otro.
El aliento salió de mis labios en una exhalación fuerte y parpadeé. Tardíamente,
me di cuenta de que mi corazón latía con fuerza como si hubiera estado reaccionando a
una película erótica.
Supongo que mi libido no estaba muerto después de todo.
Mierda.
Solté una carcajada.
¿Quién demonios era esa? Quienquiera que fuera no se había dado cuenta de que
yo había sido testigo de todo.
Se mortificaría si se diera cuenta.
Tabitha Mackenzie también estaría avergonzada. No era precisamente la imagen
profesional y discreta de la que se enorgullecía la agencia.
Fuera quien fuera esa mujer, rezumaba inconsciencia y un ardiente atractivo
sexual. Cogí mi vaso de agua. Sentí la boca seca de repente.
Le daba unos minutos y luego volvía a conectarse y fingía que había perdido la
conexión en cuanto la señora Mackenzie se iba a por su expediente.
CAPÍTULO CUATRO

Tabitha cerró el laptop y se quitó los auriculares.


—Maldita sea. Eso fue brutal. Y duele mirarlo.
—Así de sexy es, ¿eh?
—No tienes ni idea. Pero un hijo de puta gruñón. —Me miró desde el otro lado
de la habitación, donde ahora estaba sentada en mis pantalones de chándal más
cómodos, con una máscara de arcilla en el rostro, hurgando en un bote de Ben & Jerry's
Triple Caramel Chunk—. Entonces, ¿quieres decirme qué diablos estás haciendo en
casa?
Levanté un hombro y cogí otra cucharada.
—Renuncié.
—Ya me lo habías dicho. Supongo que te pido que te explayes, ya que llegaste a
casa teniendo una crisis, y tuve que volver a llamar.
—Sí, por interrumpir tu llamada. Lo siento mucho.
—Siento no haber podido dejarlo todo para ser un hombro. —Hizo una mueca
divertida—. Gracias a Dios que su conexión se cayó. Habría recibido un tímpano roto y
una vista atractiva.
Las puntas de mis orejas se calentaron. No estaba del todo segura de que no
hubiera visto u oído algo. Había tenido una crisis bastante épica y básicamente me había
despojado de mi ropa de trabajo antes de darme cuenta de que el ordenador de Tabs
estaba abierto sobre la mesa. Estaba desconectado cuando me di la vuelta. Y había
vuelto a llamar y no había dicho ni una palabra. Tuve que esperar y rezar para que fuera
verdad.
—Entonces, ¿qué le dijiste? —Le pregunté.
—No cambies de tema. Podemos hablar del triste y sexy francesito más tarde.
Primero habla.
—¿Triste? ¿Por qué?
Ella negó con la cabeza.
—No.
—Bien. —Planté la cuchara en el helado sobrante y lo dejé sobre la mesa; de
todos modos, empezaba a sentirme ligeramente enferma por lo mucho que había
comido. Puse a Tabitha al corriente de los acontecimientos que habían ocurrido esa
mañana.
Cuando terminé, se sentó con la boca abierta.
—Lo sabía —dijo—. El viejo club de chicos sigue vivo y bien. Obviamente vas a
presentar una queja.
—¿A quién? ¿A Bárbara? ¿La asistente del señor Donovan? No hay departamento
de Recursos Humanos en una empresa tan pequeña.
—El periódico entonces.
—Tabs, no.
—Josie. Esto es atroz.
—Lo sé, ¿vale? —Las lágrimas pincharon mis ojos—. Sé que lo es. Es repugnante
e injusto. Pero no puedo poner mi nombre en las noticias. Sabes que no puedo.
Destruiría la poca amnesia que la gente ha desarrollado sobre mi padrastro. Mataría a
mi madre que todo eso saliera a relucir de nuevo. No tengo ningún recurso. Ninguno.
Tabitha se cruzó de brazos y empezó a pasearse por el salón.
—Tiene que haber algo.
—Mira. Tabs. Estoy mal. Solamente déjame procesar esto. Déjame darle la
noticia a mi madre. Y luego trataré de ver lo que viene para mí. —Y cómo diablos iba a
pagar mis préstamos estudiantiles ahora. Dejé que mi cabeza cayera hacia atrás.
Se detuvo y se acercó, dejándose caer en el sofá a mi lado.
—Tienes razón. Lo siento. Solamente estoy enfadada por ti.
—Lo sé. Y te quiero por ello.
—¿Ya se lo has dicho a Meredith? Espera. No, no lo hagas. Yo lo haré. Ella necesita
salir del trabajo temprano. Necesitamos una sesión de novia de emergencia. La noche
de chicas empieza a las... —miró su reloj—. ¿Qué tal a las cuatro? Será mejor que comas
algo mejor que un helado para que podamos beber. Porque necesitamos beber para
planear la venganza.
—¿Podemos dejar de lado la venganza y limitarnos a elaborar una estrategia
sobre dónde podría conseguir otro trabajo muy respetado haciendo aquello para lo que
pasé ocho años formándome? —Mi corazón latía con fuerza. De repente sentí que estaba
defraudando a mi padre. Y a mi madre. Y no solamente a mí misma. ¿Había hecho lo
correcto? Iba a tener que solicitar un montón de empresas lo antes posible—. Bien.
Vamos a lanzar algunas ideas. Pero luego se nos ocurrirá una forma de castrar a esos
imbéciles.
—Una bolsa de penes —dijo Meredith tranquilamente, con sus ojos color
avellana concentrados en no derramar ni una gota de su Pear Blossom Martini19
mientras se lo llevaba a la boca.
Sentí que mis cejas se alzaban mientras dejaba mi ginebra y mi tónico de flor de
saúco.
—Lo siento, ¿qué? Sonó como si hubieras dicho bolsa de p...
—Vergas. Lo dije. Así que, hay este servicio y puedes entrar anónimamente y
escribir el nombre y la dirección de tu némesis. Luego, unos días más tarde, reciben un
paquete en el correo. Todo misterioso. Lo abren y es como una enorme bolsa de penes
comestibles. Tantos penes que duran días. Y son de goma, así que, ¿se los comen? Pero
hay tantos. ¿Los regalan? ¿Los tiran a la basura por vergüenza? Y —se rió— si eres extra
vengativa puedes añadir purpurina al paquete.
Tabitha siseó.
—Brillo.
—Brillo. —Meredith asintió sabiamente.
—O. M. G. —Tabitha cacareó—. Eso es una genialidad. Envíalos a la oficina, Josie.
Pensé en la dulce y encantadora Bárbara abriendo el correo de la oficina.
—Er, eso sería un no.
—No, no, no —dijo Meredith—. Siempre hay que enviarlo a su domicilio. Así
tienen que abrirlo delante de su familia y explicarles lo que han hecho para merecer una
bolsa de penes. —Tomó otro sorbo de Martini mientras Tabs y yo nos mirábamos con
una expresión de complicidad y horror.
—Dime que no has enviado una bolsa de penes y no nos lo has dicho —le dije a
Meredith.
—A un hombre casado —añadió Tabitha.
Meredith volvió a esconder el rostro en su Martini.
—No sabía que estaba casado, ¿vale? Por eso la bolsa de penes.
—Oh, cariño —Hice una mueca de dolor—. Lo siento.
—Estaba tan avergonzada, chicas. No quería decírselos. Me sentía como un
idiota. Y nadie sabía que nos habíamos enrollado, así que intenté olvidarlo.
—¿Quién era? —Tabitha preguntó—. No has hablado de nadie desde aquel tipo
encantador de Cincinnati que estuvo aquí –oooooh.. —Las dos hicimos una mueca—.
¡Caramba! Lo siento.
—¿Cómo te has enterado? ¿Pensé que se habían esfumado debido a la distancia?

19
Pear Blossom Martini: Martini de pera.
Y no me di cuenta de que habías... ya sabes, hecho el acto antes de que se fuera.
—No debería haberlo hecho. Uf. Las campanas de alarma estaban sonando y las
ignoré. Pero sí, encontré su perfil en las redes sociales. No solamente está casado con la
mujer más hermosa, que es un cirujano pediátrico, por cierto, pero tienen dos niños
gemelos que son tan malditamente lindos. Uf. ¿Por qué los hombres son criaturas tan
malvadas?
—No todos son criaturas malvadas —defendí, y luego pensé en mi padrastro y
en lo que le había hecho a mi madre y, por extensión, a mí—. No es que tenga muchas
buenas influencias masculinas a las que recurrir... pero tienen que estar ahí fuera.
Hombres buenos. Hombres amables.
—La amabilidad es taaaan sexy —dijo Meredith con nostalgia—. Los hombres
que son amables, que leen, aman a los animales, aman a los niños, y llevan a sus mujeres
el té a la cama.
Tabitha levantó su copa.
—Y siempre asegurarse de que ella se venga primero.
Levanté mi copa por Tabitha, y Meredith se unió.
—Brindo por eso.
—Apuesto a que el francés es amable —dijo Tabitha.
—¿El francés triste y sexy? —Aclaré.
—Uno y el mismo.
—Pero él es, como, un multimillonario —dijo Meredith—. Así que eso me hace
pensar que quizá no sea tan bueno en eso de asegurarse de que ella se venga primero.
Mi teoría es que los hombres que están buenos y son ricos no tienen que esforzarse
tanto para mantener a sus mujeres contentas. Tienen derecho y están acostumbrados a
conseguir lo que quieren sin trabajar por ello. Un ejemplo, el hombre de Cincinnati.
Deliciosamente guapo. Rico. Preciosa esposa e hijos que no aprecia. Y todavía está por
ahí esperando más. Y puedo decirte que definitivamente no fui la primera. O en
absoluto, para el caso.
—Nooo,—Tabitha respiró conmocionada—. Eso es criminal.
Meredith dio un golpe en la mesa.
—Y por eso le envié una...
—¡Bolsa de penes! —gritamos todas al unísono mientras estallamos en histeria.
Después de que nuestras risas se apagaran y pidiéramos otra ronda de bebidas,
di un suspiro de felicidad.
—Realmente necesitaba esto, chicas. Gracias.
—Yo también lo necesitaba —dijo Tabs—. Odio defraudar a los clientes. Hizo que
todo el día se sintiera como una mierda. Sobre todo por lo que te pasó a ti. Pero,
sinceramente, he contactado con todos mis contactos y no hay nadie disponible con tan
poca antelación para hacer de niñera de esta familia. Sería un trabajo de primera para
la persona adecuada. Me ofreció el triple de la tarifa normal. Incluso he contactado con
otras agencias en las que confío, queriendo darles la pista. Pero no hay nadie. Y la gente
que no ha conseguido ya un puesto de trabajo en verano está buscando trabajos de corta
duración que encajen con otras cosas que tienen en marcha o contratos de larga
duración. Nadie por quien pueda apostar la reputación de mi agencia está disponible
ahora mismo para seis u ocho semanas.
El camarero nos dejó nuestras bebidas y una cesta de tortillas. Evidentemente,
parecía que íbamos a necesitar empaparnos de alcohol.
—Pero vivimos en Charleston —dijo Meredith—. Es una ciudad universitaria. Y
este es un trabajo de verano. Seguro que hay alguien.
—Se podría pensar. Pero no puedo tomar una estudiante universitaria al azar.
Incluso con una comprobación de antecedentes podrían estar locas o intentar acostarse
con el padre. No puedo arriesgarme. Él tiene la niña más hermosa también. Y han pasado
por mucho. Su mujer murió hace un par de años, y ni hablar, no puedo arriesgarme a
enviar a la persona equivocada.
—Podrías hacerlo —sugerí.
Tabs sacudió la cabeza.
—¡Ja! Ojalá. Mis días de niñera han terminado. Y ya sabes que mi hermana se va
a casar el mes que viene, tengo que ir a casa, a Aiken, para los preparativos. Me estoy
tomando un muy necesario descanso de mi negocio.
Meredith dio un golpe con la palma de la mano en la mesa, haciéndonos saltar a
los dos.
—Josie podría hacerlo.
—¿Hacer qué?
—Ve a Francia y haz de niñera para el triste y sexy francesito.
Mi vientre desapareció hasta mis pies. Y entonces solté una carcajada.
—De ninguna manera.
Tabitha giró la cabeza y me miró fijamente, con sus ojos marrones brillando de
repente con esperanza y emoción, como si yo fuera una trucha gorda a la última luz.
—No. No, no, no. No me mires así. —Sacudí la cabeza—. Estaba bromeando.
—No, no lo estaba —dijo Meredith.
—Shh —le siseé—. ¿Estás loca?
Meredith se metió un trozo de tortilla en la boca.
—No. Soy una genia.
—Tabitha. Es la bebida la que habla —razoné—. Tengo préstamos estudiantiles.
Tengo que pagar el alquiler. Tengo que hacer que mi currículum sea más atractivo y que
llegue a otras empresas.
Tabitha arrastró sus ojos de mí a Meredith.
—Eres un genio, Mer.
—No, no lo es —me quejé—. Ella es tonta.
—Eso fue bajo, Marín, pero lo dejaré pasar. —Meredith se metió otra patata frita
en la boca como si fueran palomitas y se acomodó para el entretenimiento—. Y por
favor, no olvidemos, Josie, que tu tablero de Pinterest está cubierto de cosas francesas.
—Eso es solamente por la herencia familiar de mi padre. —Y la mía, obviamente.
Sin embargo, Meredith tenía razón, tenía un tablero entero dedicado a todas las cosas
francesas. Pequeñas ciudades medievales, calles empedradas, viejas granjas, elegantes
castillos, cafés, viñetas de mesas de granjas francesas apiladas con baguettes y fruta con
la luz del sol derramándose desde unas viejas persianas antiguas de color azul pálido.
Vale, para alguien que nunca ha estado, podría calificarse como interesado en ir. Pero
era un elemento de la lista de deseos. Algún día ocurriría. No mañana, por el amor de
Dios.
—Por favor —suplicó Tabitha—. Literalmente no hay nadie más disponible con
tan poca antelación. Será increíble, lo prometo.
—Espera, espera —dije—. ¿No te estás dejando llevar? Soy arquitecta, no una
cuidadora de niños cualificada. No tengo ni idea de ser niñera ni de cuidar niños. Ni
siquiera creo que me gusten los niños...
—Eso es porque solamente has conocido a los hijos de mi hermano y son unos
mierdecillas —explicó Meredith con gravedad.
La señalé.
—Esa es una historia real. Pero estoy hablando en serio.
De repente, Tabs me agarró la mano que señalaba. La mirada de sus ojos
marrones la convirtió en un cachorro. En el refugio. En Nochebuena.
—Ay no Tabs. —Sacudí la cabeza de lado a lado—. No me hagas esa mirada.
—Estarías haciéndome un favor enorme. —Tabs presionó—. Estarías salvando
mi trasero y ayudando a mi negocio. Me gustaría mucho esa comisión. Es un gran dinero
para ti también. Especialmente mientras buscas otro trabajo. Y te conozco. Confío en ti.
Eres responsable y leal. Conozco a esta familia. Necesitan una buena persona. Una
buena persona. Han pasado por mucho. Piensa en ello como si hicieras una buena acción
para varias personas a la vez.
Meredith se inclinó hacia adelante y tomó mi otra mano.
—Necesitas un nuevo comienzo. Un lugar en el que lamer tus heridas y pensar
en tus próximos pasos. Un lugar en el que no puedas revolcarte. Puedes enviar tu
currículum desde Francia con la misma facilidad que desde aquí.
Eso era cierto al menos. La idea de despertarme todos los días dándome cuenta
de que mi sueño acababa de ser arrojado a la alcantarilla y que iba a tener que cavar
por ahí abajo y sacarlo e intentar quitarle el hedor era casi demasiado para pensar en
ello ahora mismo. Había trabajado muy duro. Durante tantos años. Estaba jodidamente
agotada si era sincera. Y lo que es peor, me di cuenta de que llevaba bastante tiempo
corriendo sin avanzar. Por eso este espejismo de promoción de hoy me había dolido
aún más. No importaba el factor de la sordidez. Eso no era más que la guarnición del
pastel de mierda.
—¿Qué tienes que perder? —preguntó Meredith.
Nada, respondí mentalmente.
Necesitaba saltar desde el borde y confiar en el universo.
Era Francia. Un lugar al que siempre había querido ir. Un lugar al que pensé que
iría con mi padre algún día. Él querría que fuera.
Pero no había forma de que fuera tan impulsiva.
¿Podría? Yo no era así.
La idea crecía y crecía en mi pecho, una burbuja de nervios, pero sobre todo de
excitación, hasta que descubrí que apenas podía respirar.
—Por supuesto que sí —solté de repente—. ¡Me voy a Francia!
—Por favor, Josie, yo-espera, ¿qué? —Tabitha parpadeó dos veces y una nube se
abrió en su cara—. Josephine Marín, ¿acabas de decir que sí?
—Sí —confirmé y sentí que mi ritmo cardíaco se triplicaba. No era una persona
impulsiva y, sin embargo, hoy había renunciado a un trabajo sin pensarlo y ahora estaba
aceptando...—. Espera. No estoy diciendo que sí, todavía —retrocedí asustada—. Pero
hipotéticamente, ¿a dónde iría una niñera exactamente? —Había visto fotos de las zonas
industriales alrededor de las ciudades. Este tipo era multimillonario. Lo que significaba
que probablemente necesitaba una niñera mientras trabajaba. ¿Y si vivía en lo alto de
un ático en una ciudad fea, y yo no llegaba a conocer la Francia de mis sueños?— Y
necesito la verdad directa ahora mismo. ¿Voy a hacer de niñera al lado de una
chimenea? ¿Y vas a enviar a alguien a cuidar a los engendros del demonio? ¿Es por eso
que nadie más acepta el trabajo?
Hizo una sonrisa de satisfacción.
—Sur de Francia, no y no. Son una familia increíble. Al menos lo parecían cuando
Arriette, la señora Pascale, estaba viva.
Mi ritmo cardíaco no disminuía. ¿Sur de Francia? Había estudiado francés en la
escuela y siempre había querido hacer un repaso. Pensé que tenía mucho tiempo. ¿Y si
no podía hablar con nadie? ¿Y qué hay de la experiencia como niñera? ¿Realmente iba a
hacerlo? Cogí la ginebra y bebí tres tragos.
Meredith pareció darse cuenta de que estaba asustada.
—Oye. Respira —exigió.
—No tengo suficiente experiencia, ¿verdad?
—Hiciste de niñera montones de veces mientras crecías —me aseguró Meredith,
y luego frunció el ceño—. ¿No es así?
—Tengo una cita en el YMCA —dijo Tabs antes de que pudiera responder—. Te
meteré en la clase de RCP y primeros auxilios para niños y adultos de mañana. No hay
problema. Lo necesitas de todos modos para que te cubra la póliza de seguro de mi
empresa.
—¿Póliza de seguro? ¿Como si le pasara algo a la niña en mi guardia? —La
magnitud de la responsabilidad era cada vez mayor—. Dios mío, no puedo respirar.
¿Qué acabo de hacer? ¿Cuántos años tiene la niña?
Tabitha estaba ahora acariciando mi mano como si fuera un caballo salvaje a
punto de huir.
—No estás tan cualificada como algunas de mis chicas. En realidad, en absoluto.
Voy a decirle a Xavier Pascale que normalmente no eres niñera. Pero que eres buena
con los niños. Solamente necesita a alguien en quien pueda confiar. Dauphine tiene diez
años. Apenas es un bebé. Será un paseo por el parque. Un paseo en el paraíso incluso.
Le diré que me juego mi reputación por ti. Que confío en ti. Y lo hago.
Tragué.
Respira por la nariz, exhala por la boca. Respira por la nariz. Exhala por la boca.
—Josie —dijo Mer en voz baja—. Tabs estaba tan desesperada, que casi dejé el
banco y acepté el trabajo yo misma. Pero con lo que te ha pasado hoy, creo que ha sido
una intervención divina. Si lo odias, llámanos y ya se nos ocurrirá algo. Pero date una
oportunidad, Josie. Ve a tomar un trozo de paraíso y toma un poco de perspectiva.
Trabaja en tu currículum desde allí. Mierda, ve a ver una mierda de arquitectura
europea.
Un escalofrío recorrió mi piel al oír eso.
—Realmente es una meca de la arquitectura. Tantas influencias. Tanta historia.
Nunca pensé que tendría la oportunidad de ir durante años, por lo menos.
Meredith asintió.
—Y no está de más que puedas ver el rostro de Xavier Pascale todos los días —
dijo soñadoramente—. ¿Lo has buscado en Google? Deberías. —Se abanicó.
—Mer —espetó Tabitha—. Ella no puede verlo así. No puede. Está fuera de los
límites.
—Bien.
—Lo digo en serio. Este es mi negocio.
—Sí, sí. ¿Cuándo el hecho de mirar fue un crimen?
—Está bien, Tabs. Puedes confiar en mí. —Deslicé mis ojos hacia Meredith con
una sonrisa descarada—. Nunca me han atraído los hombres de familia.
Meredith jadeó con dramatismo fingido.
—Otra vez. Golpe bajo, Marín. Llevo la cuenta.
—Hazlo tú. Pero tendrás que hacerlo desde el otro lado del océano. —Cogí una
ficha y una oportunidad—. ¡Porque me voy a Francia, cariño!
CAPÍTULO CINCO

Me dolía el cuello al enderezarlo y abrir los ojos. Flexioné la mandíbula. Auch. Me


froté con la mano la zona afectada. Apoyé la cabeza en el cristal de la ventanilla del tren
y la presión se convirtió en un dolor de cabeza sordo. Después de haberme dormido
media hora antes de aterrizar, había sido un zombi al pasar por la aduana y encontrar
la estación de tren. De alguna manera, había encontrado un lugar donde vendían
bocadillos de baguette y caí sobre uno como una mujer poseída antes de desmayarme
en el tren a Niza. Me limpié las babas de la barbilla.
—Nous arrivons dans trente minutes20 —dijo el hombre de enfrente con
brusquedad, puntuando la frase con un golpe de barbilla en dirección a la ventana.
Me giré para mirar hacia donde señalaba y me quedé con la boca abierta.
—Vaya —murmuré en voz baja.
No había nada más que azul al borde de las rocas movedizas de la costa. El cielo
y el increíble azul del mar Mediterráneo se extendían hasta donde yo podía ver. Era el
tipo de azul que era difícil de contar a alguien. Definitivamente, el tipo de azul para el
que no se necesita un filtro de Instagram. Era vívido, profundo, audaz, con tonos
vibrantes que iban desde el turquesa brillante hasta la tinta de medianoche, casi como
una caricatura en su paleta de colores. El océano daba paso al cielo que se extendía hacia
otro sueño cerúleo interminable. Se me apretó el pecho y suspiré, casi hasta las
lágrimas. Estaba en Francia.
—Alors. ¿C'est beau, non?21
Volví a mirar al hombre, tratando de procesar lo que había dicho con mi cerebro
cansado y el francés del instituto. Beau. ¿Es hermoso?
—Um, uh, oui22.
Gruñó, claramente no impresionado con mis habilidades de conversación.
—¿Vous êtes américaine23?
¿Americana?

20
Nous arrivons dans trente minutes: Llegamos en treinta minutos en francés.
21
Alors. ¿C'est beau, non?: Así que. ¿es hermoso, no? en francés.
22
Oui: Sí en francés.
23
Vous êtes américaine: ¿Eres americana? en francés.
—Oui —respondí.
—Bienvenida.
Sacudió el papel con una sonrisa de bienvenida y volvió a leer. Mi teléfono zumbó
con un mensaje. Había tenido suerte de poder conectarme al Wi-Fi del tren porque no
tenía un plan de datos internacional. No había tenido oportunidad antes de salir.

Mer: Oye, ¿ya llegaste a Niza?

Todavía en el tren. Llegaría en unos 30 minutos.

Respondí.
Haciendo doble clic en los mensajes, abrí la aplicación de correo electrónico.
Entonces busqué el nombre de Meredith. Había un hilo para mí de Meredith y Tabitha,
en el que se esbozaban los detalles. Un conductor me recogería en la estación de tren de
Nice Ville. Me llevaría a la casa de la familia en Valbonne antes de embarcar en el yate
pasado mañana. Espera. ¿Un yate?
Le escribí a Meredith:

OMG, Tabitha no mencionó que estaba haciendo de niñera en un barco. ¡Odio los
barcos! ¿WTF?

Mer: No lo supo hasta que te fuiste. Sé que odias los barcos. ¿Pero odias los yates?
¿Los yates franceses?

Son lo mismo.

Mer: Eh, no. No es lo mismo.

Lo mismo.

Mer: No.

Lo mismo.

Mer: No.
¡Uf!

Mer: Tienes que hacerme saber si está tan bueno en la vida real.

¿Quién?

Escribí, siendo deliberadamente obtusa.

Mer: El papá.

Creo que ya hemos hablado de esto. Y por favor no estreses a Tabs.

Mer: Lo sé, Tabs enloquecería. Pero puedes mirar, ¿verdad? NO es que esté
avalando que desees a tu jefe, pero no está de más tener un entorno de trabajo bonito. Y
no me refiero al Mediterráneo. Espera, nunca puedo deletrear eso. Dos ¨r¨ o dos ¨t¨.

¿En serio?

Mer: Lo sé. Lo sé. Además, ¿quizás es demasiado bonito para ti? Como, demasiado
perfecto, ¿sabes?

Para. ¿Podemos dejar de hablar de él? No quiero que me metas ideas en la cabeza.

Mer: Todavía no lo has buscado en Google, ¿verdad? Detén el puto tren y hazlo
AHORA MISMO.

Mer: Chica. Hazlo. Sin relación, deberíamos haberte hecho echar un polvo antes de
que te fueras. ¿Cuánto tiempo ha pasado de todos modos?

¡Para!

Puse los ojos en blanco.


Mer: Tienes que estar preparada. Agradécemelo después. ¿Empacaste tu vibrador
al menos?

Sacudí la cabeza, conteniendo una risa. Un enlace llegó a través de texto. Estaba
claro que Meredith no confiaba en que siguiera sus órdenes.
Fuera de la ventana del tren, la fascinante vista del Mediterráneo empezaba a
desaparecer a medida que las vías se adentraban en las afueras de Niza. Volví a mirar
mi teléfono. Mi pulgar se detuvo unos dos segundos antes de descender.
La página se cargó lentamente, mostrando a Xavier Pascale. Tragué con fuerza.
Una mierda.
Que se jodan Meredith y Tabitha ahora mismo. Y el señor Tate. Y todos los que
habían jugado un papel en que yo estuviera aquí.
Oh, Xavier Maxime Pascale estaba muy bien. No, no estaba muy bien. Era
impresionante, hermoso en una especie de anuncio de revista del que no se puede pasar
la página. Robusto y gélido en su mirada. Pero con la piel bronceada y el cabello oscuro,
perezoso y brillante, apartado del rostro. No podía tener más de treinta y cinco años. No
es un anciano, entonces. No sé por qué había pensado que un multimillonario francés
viudo que necesitaba una niñera para sus hijos podría ser mayor, pero así era. Hice clic
en una noticia sobre él.
En esta foto, estaba de pie en una acera frente a la entrada de un hotel de aspecto
llamativo, con las manos metidas en sus pantalones cortos azul marino y las piernas
atléticas metidas en esos mocasines sin calcetines que los hombres europeos podían
llevar. Estaba junto a un coche de aspecto aún más llamativo. Entrecerré los ojos. Un
Maserati. De color negro mate, si es que lo adivinaba. En la página principal de Google
había una imagen tras otra de él siendo espiado: fotos tomadas a través de los
parabrisas, desde entre las palmeras y a través de las ventanas de los restaurantes.
Pobre hombre. La gente parecía obsesionada con él.
El artículo en sí fue tomado de la versión francesa de un sitio de tabloides. Era
básicamente un Kardashian francés. Había un artículo que incluía otra foto más antigua
de él con una mujer morena y elegante. El epítome de la elegancia francesa. Exhalé un
largo y lento suspiro y cursor del artículo, ya que de todos modos no entendería el texto
en francés, y volví a mi correo electrónico.
Me desplacé más allá de la logística de mi recogida hasta el mensaje de Tabitha.

Hola Josie:
Muchas gracias por hacer esto. He trabajado para esta familia antes.
Tristemente, aunque creo que te lo dije, fue cuando la esposa de Monsieur
Pascal, Arriette, estaba viva. Una tragedia tan terrible. Su hija, Dauphine, es
deliciosa. Tendrá unos diez años ahora, creo. No puedo imaginar lo triste que
ha sido para ella perder a su madre. Al parecer, sigue siendo duro dos años
después.
Normalmente, te invitaría a comer para tener una discusión franca
sobre la familia. Pero ayer fue todo un poco loco, tengo que enviarte todo por
correo electrónico.
Bien, las reglas estándar se aplican a las chicas que posiciono.
Solamente estoy pegando esto. Te conozco y sé que esto no será un problema.
Pero tengo que cubrirme las espaldas.
1) Sigue las reglas de la familia para el cuidado, no inventes las tuyas
propias (horarios de comida, hora de dormir, rutinas, etc).
2) Nada de amigos (románticos o de otro tipo) en las instalaciones del
empleador sin su consentimiento por escrito. (La mejor idea es enviar un
correo electrónico al empleador y enviarme una copia a mí, y entonces lo
tendremos por escrito. En realidad, la mejor idea es simplemente evitar las
visitas durante la duración del contrato).
3) No fumar, ni beber alcohol, ni consumir drogas.
4) No confraternizar en ninguna capacidad romántica con ningún
familiar, amigo o conocido del empleador. Deberás ser invisible en la mayoría
de los casos.
5) No utilizar el teléfono, excepto durante el tiempo personal o
expresamente para estar en contacto con el empleador si está fuera con los
niños. Probablemente te dará un teléfono local.
Tienes dos días libres a la semana. En realidad, la semana laboral en
Francia es de un máximo de cuarenta horas, pero puedes llegar a un acuerdo
con tu empleador.
En tu caso, como la mayoría de las veces será en un yate (¡lo siento!
Acabo de enterarme. Me siento fatal. Estarás bien, ¿verdad?), imagino que
tendrás que arreglarlo con Monsieur Pascale. Me pondré en contacto contigo
al final de la primera semana, la tercera y la última (sexta semana) para ver
si quieren ampliar a ocho. Si surge algo mientras tanto, no dudes en llamarme.
La mejor de las suertes para el mejor trabajo del mundo: ser el ángel de
la guarda de un alma pequeña.
Tabs xo

Exhalé el largo aliento que había estado conteniendo mientras leía la mayor
parte del correo electrónico. Me encantó la parte invisible. Invisible era exactamente lo
que necesitaba. Pero, ¿era posible ser invisible cuando se iba a compartir un espacio
diminuto, como un barco? ¿Y qué pasa si todos nos aventuramos a salir del barco? Tuve
la horrible sensación de que eso iba a suponer un escrutinio muy cercano. Recordando
lo traumatizante que había sido cuando mi familia había salido en las noticias, di un
escalofrío.
Mer: Ok. Tu falta de respuesta me dice que estás alucinada. Confía en mí, Josie.
Todo va a salir bien. Solamente mantén la cabeza baja, y vigila a la niña, y seis semanas
habrán pasado antes de que te des cuenta.

Exhalé. Mi mejor amiga me conocía bien.


Escribí:

¿Y luego qué?

Mer: Entonces vamos a averiguar tu próximo paso. Juntas. Te quiero.

Yo también te quiero.

Cerré las aplicaciones de mi teléfono para ahorrar batería y recogí mis cosas
mientras llegábamos a la estación de tren.
¿En qué estaba pensando? Debería haber una regla para no tomar nunca
decisiones que alteren la vida después de un día traumático seguido de tres cócteles de
ginebra.
Este trabajo tenía el desastre escrito por todas partes.
CAPÍTULO SEIS

Bajé del tren y atravesé una de las ornamentadas puertas dobles verdes de la
estación de tren de Nice Ville. El edificio era antiguo y precioso, el vestíbulo principal
solo tenía el tamaño de una cancha de baloncesto, pero con detalles ornamentales en
las paredes y una cúpula de paneles de vidrio que hablaba de una época pasada. Me
detuve y miré hacia arriba, sin darme cuenta de que me había quedado con la boca
abierta hasta que alguien chocó conmigo con un gruñido.
—Lo siento. —El nerviosismo me pellizcó el vientre e hice que mis pies se
movieran. No estaba segura de sí esperaba a alguien con una pancarta, pero mientras
miraba a izquierda y derecha, tratando de apartarme de la corriente de pasajeros que
venían detrás de mí, no vi a nadie que pareciera estar aquí por mí.
Alguien me empujó de nuevo.
—Excusez-moi24.
—Lo siento —murmuré y me dirigí hacia un pequeño puesto que vendía
periódicos, caramelos y cigarrillos para poder salir del paso. Al menos debía comprar
una botella de agua mientras esperaba y calculaba mi próximo movimiento en caso de
que no apareciera nadie. Fruncí los labios y busqué en mi bolso las lentes de sol y me
las puse. Señalé una botella de agua y entregué algunos de mis euros que había
conseguido sacar de un cajero automático en el aeropuerto de París.
El sonido de unos pequeños pies corriendo llamó mi atención. Una niña pequeña,
con un vestido rosa y zapatos Mary Jane25, y el cabello color miel enmarañado flotando
alborotado sobre su rostro, voló por la esquina del quiosco y se detuvo en seco al verme.
Me puse en cuclillas y me subí los lentes de sol al cabello, frunciendo el ceño.
—¿Estás bien?
—¡Dauphine! —La voz de un hombre retumbó en la estación, con un sonido de
pánico.
—¡Dauphine! —El hombre pasó corriendo y se giró al vernos. Se puso en cuclillas
y tomó a la niña en brazos. La abrazó con fuerza, con la cabeza apoyada en su hombro,
como si la inhalara desesperadamente.

24
Excusez-moi: Discúlpeme en francés.
25
Mary Jane: marca de zapatos.
Oh, Dios mío. Era él. Xavier lo que sea. Monsieur Pascale. Lo supe por el breve
destello de su rostro antes de enfrentarme a ese increíble y espeso cabello oscuro. Y,
por supuesto, el nombre de su hija encajó de repente. Unos pantalones de mezclilla
caros se estiraban sobre sus fuertes muslos, y su camisa blanca de lino y su blazer azul
marino, que gritaban que estaban hechas a medida, vestían un torso que no parecía
tener ni un gramo de grasa prescindible.
Me puse de pie lentamente y di un paso atrás para dejarles espacio.
Me picaba la mano para volver a dejar caer los lentes de sol sobre los ojos como
protección, pero me resistí.
Después de que Monsieur Pascale hubiera abrazado a su hija lo suficiente, la
puso a distancia y la sacudió, con una cara estruendosa y una boca que balbuceaba todo
tipo de cosas que yo no entendía. Supuse que había creído que había perdido a su hija y
ahora el miedo lo estaba alcanzando. Dios, el hombre era atractivo. Mucho más atractivo
de lo que el enlace de los tabloides franceses que me había enviado Mer había logrado
captar. Su sola presencia era como un vórtice.
Me obligué a retroceder más cuando la niña me señaló.
Pero entonces el mundo se ralentizó. En el tiempo que sus ojos tardaron en subir
lentamente, desde mis pies hasta mi cara, viví eones. Tuve momentos en los que me
pregunté si debía dar un paso adelante y presentarme y momentos en los que deseé
evaporarme de vuelta al tren antes de que nos miráramos. Antes de que pudiera
decidirme a presentarme, sus ojos se fijaron en los míos y el mundo volvió al tiempo
real.
Sentí la atracción como un puñetazo en el plexo solar. Un pequeño suspiro salió
de mí.
Mierda.
No había nada suave en él. Sus ojos azules se oscurecieron y su mandíbula se
tensó. Sus rasgos eran duros y angulosos, pero ligeramente imperfectos, de una forma
que los hacía pasar de bonitos y perfectos a peligrosamente sexys. Era elegante con un
borde afilado y dentado que lo hacía letal. En un instante, la mirada de sus ojos,
cualquiera que fuera cuando me miró por primera vez, desapareció. De hecho, todo su
estado de ánimo pareció pasar a la velocidad de la luz de un alivio desesperado por la
seguridad de su hija, a la molestia, a lo que fuera que había pensado cuando me miró, y
luego a una especie de frío control que se apoderó de él. Todo en cuestión de segundos.
Fue realmente impresionante.
Se me cerró la garganta al intentar tragar bajo su mirada. Me pregunté de qué
era multimillonario. Podía imaginarme a los peones y a los secuaces temblando y
temblando bajo esta mirada.
Arrastré mi mirada desde él hasta su hija, que me miraba con curiosidad.
—Ho-hola —tartamudeé.
Su padre me observaba desde su posición agachada. Debe de tener los muslos de
acero para estar tan agachado.
Me adelanté, extendiendo la mano, y miré a su padre directamente a los ojos.
—Encantada de conocerlo, soy Josie Marín.
Monsieur Pascale desplegó su cuerpo con la gracia ágil de una pantera hasta
ponerse de pie, imponiéndose sobre mí. Me tomó la mano en un breve apretón
superficial, y la soltó tan rápido como la tomó.
Sus ojos me evaluaron con frialdad.
—Xavier Pascale —anunció—. Esta es mi hija, Dauphine. —Su acento era como
una llovizna de rica salsa de chocolate que me hacía relamer los labios.
Miré a Dauphine y le tendí la mano.
—Encantada de conocerte.
Ella lo agitó.
—¿Vous parlez Francais26?
Sacudiendo la cabeza, adopté lo que esperaba que fuera una mirada de disculpa.
—No muy bien, no. —Comprendí que me preguntaba si hablaba francés, pero
más allá de estas preguntas básicas, sabía que no tendría ni idea. Al menos hasta que mi
francés del instituto volviera a encajar, e incluso entonces, sabía que sería
lamentablemente inadecuado.
Ella sonrió.
—Bon27.
¿Bien?
Disparó algo en francés rápido hacia su padre y luego se alejó. Esperaba que su
padre volviera a perseguirla de inmediato por el susto que acababa de llevarse, pero
Xavier Pascale no se movió. Y no me pareció alguien que se limitara a seguirla sin una
buena razón.
Dauphine se acercó a un hombre que rondaba a tres metros de nosotros. Era más
o menos de mi edad, tenía el cabello rubio oscuro, llevaba unos pantalones y una blazer
de color claro pero de aspecto oficial, y un auricular. Alcanzó la mano de Dauphine. En
la otra sostenía un cartel que colgaba a su lado y en el que estaba escrito mi nombre. No
debo haberlo visto. Me dirigió una sonrisa cálida y acogedora.
La devolví nerviosamente.
El hombre que tenía delante no se había movido cuando volví a mirarlo. Me
estudió con una intensidad sorprendente. Nada en él era cálido y acogedor. De hecho,
era más bien una brisa ártica. Supongo que ésta era la entrevista, entonces. En la
estación de tren. Esperaba que me pagara el billete de vuelta a casa, de lo contrario se
me había acabado la suerte. Pero eso se estaba convirtiendo en el tema de mi vida.

26
Vous parlez Francais: ¿Habla francés? en francés.
27
Bon: Bien en francés.
—No eres lo que esperaba —dijo, su voz profunda y acentuada, articulando cada
palabra.
Tú tampoco, amigo. Fruncí el ceño.
—¿En qué sentido?
Su mirada me recorrió y murmuró algo en francés que no entendí. Mis brazos se
cruzaron instintivamente sobre mi pecho y se erizaron.
Parece que ha recuperado el sentido común y ha sacudido la cabeza.
—Désolé28. Lo... siento. Merci29... uh. Gracias por venir con mucho en corto...
—¿Con poca antelación?
—Poca antelación. —Asintió, aunque no parecía muy agradecido. Más bien
molesto y perturbado por mi presencia—. Me disculpo. Mi inglés es normalmente
mejor. Estudié durante un tiempo en Gran Bretaña, después de todo.
—Por supuesto —dije—. Mi francés es normalmente peor.
Frunció el ceño.
—Estaba bromeando. Todavía no he probado mi oxidado francés del instituto. Y
puede que no tenga tanta experiencia como la mayoría, pero si me da las reglas, soy
buena siguiéndolas.
Me rendí ante una sonrisa que no pude contener.
Sus cejas se juntaron al instante como si se sintiera ofendido.
Entonces no hay que sonreír. Lo tengo.
—Bueno —dije, tratando de mantenerme brillante—. Es un placer conocerlo a
usted y a Dauphine. Por favor, hágame saber si hay alguna actividad que le gustaría que
hiciera con ella mientras está a mi cuidado. Trabajo escolar, lectura, matemáticas —
enumeré. No parecía estar escuchando mis palabras aunque seguía estudiándome—.
Aunque todo eso tendría que ser en inglés —insistí—. O podríamos simplemente
divertirnos —añadí cuando seguía sin obtener respuesta.
Inhaló bruscamente por la nariz y sus ojos se apartaron de mí y se dirigieron a
su reloj.
—On y va 30—gruñó, se dio la vuelta y se alejó—. Vámonos.
De acuerdo entonces. Tampoco bromear.
Chasqueó un dedo al otro hombre, que pareció entender lo que significaba un
chasquido de dedos porque se lanzó hacia delante para tomar mi maleta. Dauphine
marchó detrás de su padre, con los brazos cruzados y la cabeza alta.
Parecía que había empezado con mal pie con todos ellos. Y lo que es peor, me

28
Désolé: Lo siento en francés.
29
Merci: Gracias en francés.
30
On y va: Vámonos en francés.
preguntaba cómo iba a superar la profunda atracción que sentía por mi nuevo jefe.
Aunque supuse que si seguía siendo un imbécil despectivo, no sería tan difícil. Aferré
mi botella de agua y los seguí afuera.

CAPÍTULO SIETE

Evan, nuestro conductor, se presentó y luego cargó mi maleta en el maletero de


un Mercedes oscuro último modelo.
—Siento que hayamos llegado tarde. ¿Has esperado mucho? —me preguntó con
acento británico. La sensación de alivio al saber que había un verdadero angloparlante
para ayudarme a encontrar mi camino aquí fue un gran alivio.
—No, acababa de bajar del tren.
—¿Esto es todo lo que tienes? —Señaló mi bolsa con una sonrisa, revelando unos
bonitos hoyuelos.
Me encogí de hombros, apartando la camiseta de mi cuerpo para que entrara el
aire contra mi piel.
—Hace calor aquí, pensé que no necesitaba pantalones de mezclilla y jerséis.
—Evan —reprendió en voz alta Monsieur Pascale desde la puerta del copiloto,
que seguía abierta, con una larga pierna vestida de pantalones de mezclilla apoyada en
el asfalto.
Evan se apresuró a cerrar el maletero y fue a abrirme la puerta trasera al otro
lado del coche.
—Normalmente es un tipo bastante amable —me susurró, con los ojos en
blanco—. Debe haberse sentado accidentalmente sobre una zanahoria.
Resoplé una carcajada ante la ridícula apreciación cuando se abrió la puerta,
pero me la tragué rápidamente y subí. La puerta se cerró y Evan se sentó en el asiento
del conductor delante de mí.
Mi jefe metió la pierna en el lado del pasajero y cerró la puerta de golpe. Sus
hombros parecían rígidos bajo su blazer de lino, y el fresco y espacioso interior del
coche se sintió de repente sofocante, como si su presencia ocupara cuatro asientos. El
blanco de su cuello almidonado brillaba contra la piel bronceada de su cuello. Incluso
podría decir que estaba sonrojado, pero ¿qué sabía yo? Probablemente era el calor.
Salimos en silencio de la estación de tren.
Dauphine se sentó conmigo en el asiento trasero, con los brazos cruzados. Me
miraba con curiosidad, pero en cuanto me encontraba con sus ojos levantaba la barbilla
y miraba hacia otro lado, fingiendo desinterés, solamente para que sus ojos volvieran a
vagar segundos después. Si supiera cómo llevarme bien con los niños, podría entablar
una conversación. ¿En qué habían pensado Tabitha y Meredith al convencerme de
aceptar este trabajo?
Miré por el espejo retrovisor para compartir una mirada con Evan, pero según
mi ángulo me fijé al instante en unos ojos azules como el hielo que pertenecían a mi
nuevo jefe. Nerviosa, aparté la mirada
El coche ronroneaba por las calles desconocidas. Intenté concentrarme en la
ciudad que había fuera de las ventanas.
Esto fue un error.
Esto fue un error.
Esto fue un gran error.
Tacha eso.
Aprovecharía el hecho de que siempre había querido venir al sur de Francia.
Cerré los ojos y me imaginé visitando pequeños pueblos y paseando por los mercados
semanales. Me sentaría a tomar un café en la plaza de un pueblo pequeño y encantador,
espantando a los gorriones que saltaban sobre los adoquines, esperando las migas de
mi croissant31. Quizás escucharía las campanas de la iglesia para saber la hora y luego
me acercaría al cementerio y leería las lápidas, imaginando tiempos pasados.
No dejaría que un jefe gruñón me arruinara Francia. Además, Tabitha le había
llamado gruñón, claro, pero también le había llamado triste. Afligido. Trataría de darle
el beneficio de la duda.
Abrí los ojos, sintiéndome más tranquila, y traté de ver pasar la ciudad, pero
pronto fue solamente autopista y edificios que habían visto días mejores. El océano no
se veía por ninguna parte.
Un carraspeo desde el asiento del copiloto. Los hombros del señor Pascale
parecieron bajar como si los obligara a relajarse. Levanté la vista y volví a captar su
mirada. Dios, sus ojos eran realmente cautivadores.
—¿Fue agradable su vuelo? —preguntó, rompiendo el silencio, y luego se aclaró
la garganta de nuevo. Debía de odiar los silencios incómodos tanto como yo.
—Uh, sí. Gracias.
—¿Y el tren? —preguntó.
Fruncí el ceño.

31
Croissant: Pan francés en forma de cuerno.
—Estaba bien. Gracias. —El silencio se prolongó—. Le agradezco que haya
venido a recogerme —añadí.
—Estaba en el camino.
—¿En el camino?
—A mi yate.
Pensé que Tabs había dicho que íbamos a su casa primero. Claramente, nos
dirigíamos directamente al barco.
—Um. Pensé que íbamos a su casa primero. —Dios, pensé que tendría un día
para al menos animarme a subir a un barco. Genial.
—Los planes cambiaron —dijo.
Hubo otro largo silencio, y de repente me invadió una sensación de nostalgia. Me
escuecen los ojos y aprieto los dientes. Estaba condenada a que este príncipe de hielo
congelado me hiciera llorar en mi primer día. El cansancio y el jet lag, eso es todo.
Además, no había asimilado el hecho de que mi carrera se había evaporado.
Así que nos sentamos todos en silencio. Incómodamente.
Dauphine sacó una tableta y mis parpadeos se hicieron más largos. El viaje en
coche fue suave y arrullador. El aire era fresco. El estrés de los últimos días me atrapó
y, a pesar de la siesta en el tren, cerré los ojos.

El movimiento del coche me despertó. Al cabo de una hora más o menos, dejamos
la autopista y bajamos hacia la costa. Una vez más, la impresionante vista del mar
Mediterráneo me hizo contener temporalmente la respiración al verlo. Me froté el
sueño de los ojos. Qué vista para despertarse.
—¿Tienes novio? —preguntó Dauphine a mi lado.
Al volverme hacia ella con sorpresa, no vi más que una nueva curiosidad en su
rostro.
—No —susurré y negué con la cabeza.
Ella frunció el ceño.
—¿Por qué no?
—Ah…
Unos ojos azules se cruzaron en el espejo retrovisor. Mi jefe estaba escuchando.
Si había alguna posibilidad de que mi nuevo jefe hubiera visto mi reacción inicial ante
él, podría ser bueno mencionar casualmente que estaba fuera del mercado. Oh, cómo
deseaba poder decir que sí. ¿Tal vez debería inventarme uno? Mentir sobre tener un
novio era un límite. Las mujeres lo hacían todo el tiempo. Tuve amigas que se ponían un
anillo en el dedo de la mano para salir de noche con las chicas y así no ser acosadas en
algunos de los clubes a los que nos gustaba ir. Convoqué una frenética reunión de
emergencia en mi cabeza. ¿Usar un ex real? ¿Ese corredor de bolsa infiel con el que salí
hace un año? ¿A quién más?
Mierda. El momento había pasado.
—¿Pero has tenido novio?
—Sí. Por supuesto.
Dauphine aplaudió.
—¿Es estadounidense?
Asentí con la cabeza.
—¿A qué se dedica este novio estadounidense? ¿Es una estrella de cine?
Se me escapó una carcajada. ¿Todos los extranjeros solamente pensaban en
estrellas de cine cuando pensaban en Estados Unidos?
—No. Era periodista financiero. —Vale, así que ese era el trabajo del ex, ex-novio.
Un corredor de bolsa que escribía editoriales de opinión. Que me había dejado cuando
se dio cuenta de que nunca iba a hablar de mi padrastro.
—¿Qué es esto, Finans...? —intentó pronunciar con el ceño fruncido.
—Periodista financiero. Me temo que te parecerá bastante aburrido.
—¿Qué es la palabra aburrido?
—Pénible32 —dijo Monsieur Pascale desde el asiento delantero, dándome una
pista de que, efectivamente, estaba prestando atención. Llevaba el teléfono a la oreja
mientras hojeaba unos papeles en su regazo. Pero está claro que eso no le quitó la
atención de lo que yo estaba compartiendo con su hija.
—Ahh —dijo Dauphine, asintiendo gravemente—. Continuez33.
Me tragué una sonrisa.
—Escribe sobre la bolsa para el periódico. ¿Sabes lo que es la bolsa?
Dauphine se erizó.
—Sí, por supuesto. Papá también habla de eso y me... aburrido. —Sus ojos
giraron ligeramente.
Me reí y también escuché un suave bufido desde el asiento delantero.
—Aburre —corregí con una sonrisa—. Te aburre, no aburrido.
Ella frunció el ceño, pero luego pareció entenderlo y soltó una pequeña risita.
—Pero tu inglés es muy bueno —le aseguré.

32
Pénible: Aburrido en francés.
33
Continuez: Continua en francés.
—Papá dice que solamente puedo ver la televisión y YouTube en inglés. —Dio
un suspiro dramático—. Así que sí, es bastante bueno. Mejor que las chicas de mi colegio
—añadió sin una pizca de arrogancia.
Noté que no se refería a ellos como amigos.
—¿Qué te gusta ver? —pregunté mientras el coche daba la vuelta a lo que parecía
la decimoséptima rotonda. Mi estómago vacío se inclinó con náuseas y eché la mano a
la manivela del techo.
—En la televisión me gusta Disney Channel.
Busqué en los recovecos de mi mente.
—¿Zack y Cody? —Me atreví.
—¡Oui! Me encantan. —Me miró con renovado interés.
—¿Por qué ya no es tu novio?
Vaya. Esta niña.
—Mmm-
—¿Lo amabas? ¿A tu novio?
—Dauphine —dijo su padre desde el frente.
Apreté los labios entre los dientes para no reírme.
Dauphine volvió a cruzar los brazos sobre el pecho, pero no me presionó y todos
volvimos a quedar en silencio. La miré a los ojos y, asegurándome de que nadie más que
ella pudiera verme, le dije:
—No.
Ella jadeó de placer y luego se rió. Y las dos miramos hacia otro lado
inocentemente.
Fuera de la ventana, el paisaje era más encantador a cada momento. Nunca había
visto un azul tan intenso como el índigo de la bahía que teníamos delante, rodeada de
turquesa y brillando bajo el sol. Solamente había unos pocos barcos anclados en la
bahía, pero era difícil imaginar que fueran propiedad de particulares. Podrían ser una
empresa de cruceros de élite. No había pensado mucho en el barco en el que me alojaría,
más allá de que odiaba el aislamiento y la claustrofobia de los barcos. Si a ello le
añadimos el miedo a caer por la borda o a ir a la deriva en una gran extensión de mar
sin tierra a la vista, no era un vehículo en el que gastara mucho ancho de banda mental.
Pero ahora mi pulso empezó a acelerarse. Intenté hacer ejercicios de respiración lenta.
Quince minutos más tarde, el Mercedes redujo la velocidad sobre las calles
adoquinadas y salió entre una pequeña hilera de boutiques de ropa a un lado y lo que
parecía la tienda insignia de Hermès34 a mi derecha.
—¿Qué pueblo es este? —Pregunté.

34
Hermès: Casa de moda francesa.
—St. Tropez —respondió Evan.
Nos deslizamos lentamente entre la multitud de veraneantes que contemplan los
yates alineados, de popa a popa, a lo largo del muelle. Se alzaban como gigantescos
monolitos, de un blanco deslumbrante, con metal brillante y cristal resplandeciente. Era
una exhibición casi asquerosa, pero impresionante, de los mega-ricos tratando de
superarse unos a otros. Si el puerto de St. Tropez se pareciera en algo a los codiciados
amarres del centro de Charleston, estos lugares pagarían por sí solos la deuda nacional
de varios países pequeños. Debajo de casi todos los nombres aparecía la palabra
Valletta. Tendría que preguntar por eso. A nuestra derecha, los cafés y restaurantes se
habían apropiado de parte de la calle para sus mesas. Los camareros con camisas
blancas y delantales corrían de un lado a otro sosteniendo bandejas. Respiré con alegría.
Estaba aquí.
Dauphine hablaba con Evan y su padre en un francés incomprensible. Parecía
que estaba emocionada. Nos detuvimos ante el brazo de una puerta, custodiado por lo
que supuse que era un policía con una AK-47 colgada del cuello. Tragué saliva. El brazo
de la verja se levantó y avanzamos por un largo muelle privado con barcos mucho más
grandes que los que habíamos pasado hasta que nos detuvimos junto a una pasarela de
madera de teca y acero.
Agaché la cabeza para mirar por la ventana y tragué saliva ante la visión. Nadie
hizo un movimiento para salir.
Evan hizo una rápida llamada telefónica.
El barco no era exactamente como los demás, sino que tenía un brillante azul
marino en el casco con varias capas blancas apiladas por encima. No era el más grande
de los barcos de los muelles privados, pero en mi apartamento del centro de Charleston
probablemente cabrían dos veces los metros cuadrados de un nivel. El nombre del
barco, Sirena, brillaba en plata bajo el sol.
Mi visión del yate desapareció parcialmente tras el torso de un hombre de
complexión fuerte, con la cabeza calva y vestido con un uniforme blanco consistente en
una camisa de manga corta y pantalones. El imitador de Mr. Clean35 llevaba una placa
con su nombre que decía Paco. Llevaba un auricular en la oreja similar al de Evan y se
acercó a nosotros por la pasarela, mirando a la izquierda y derecha. Luego habló con su
muñeca y se acercó al lado del pasajero. Mientras abría la puerta de Monsieur Pascale,
Evan abrió la del conductor, salió y abrió inmediatamente la mía.
Le miré.
—Suba al barco, yo llevaré sus cosas. —Miró más allá de mí—. Dauphine
deslízate por este lado también, por favor. Date prisa.
Se me aceleró el pulso al ver sus modales de negocios, tan diferentes a los del
afable compañero que había cargado mi equipaje.
Salí y tomé la mano de Dauphine para ayudarla a salir. Ella me soltó, me empujó

35
Mr. Clean: Marca de productos de limpieza. El personaje representativo de la marca es un hombre
calvo vestido de blanco.
y corrió hacia la pasarela.
—¡Attention, Dauphine36! —Monsieur Pascale advirtió tras ella.
Saltó al barco y desapareció dentro de dos puertas de cristal gris oscuro.
Seguí su ruta, con los ojos pegados a mis zapatillas de correr, asegurándome de
no dar un paso en falso y sujetando la cálida barandilla de metal. La barandilla se
balanceaba y casi perdía mi baguette digerido. No fui capaz de cruzar ninguna extensión
de agua sin agarrarme a la vida. Dios, ¿por qué había aceptado esto otra vez? ¿Y si me
mareaba y vomitaba durante seis semanas seguidas? No creía que me mareara, pero no
tenía mucha experiencia para averiguarlo. Estas náuseas, por lo menos, eran
probablemente los nervios.
Una mujer atractiva, también vestida con un uniforme blanco, quizá un poco
mayor que yo, con un físico atlético y el cabello rubio recogido en un moño apretado,
había salido del interior y ahora me tendía la mano para ayudarme.
Agarrándome a ella con gratitud, bajé de la pasarela a la espaciosa cubierta del
barco.
—Soy Andrea, la jefa de la administración. Eres la nueva au pair, ¿verdad?
¿Todos sus empleados eran británicos?
—Lo soy. —Extendí mi mano—. Josephine Marín.
—Señorita Marín, encantada de conocerte.
—En realidad, llámame Josie, por favor. Largo viaje, mi boca no está conectada a
mi cerebro en este momento.
—Estoy segura. —Andrea miró a mi lado con una sonrisa—. Monsieur Pascale.
Bienvenue. Bienvenido. ¿Algún problema? —Sus ojos miraron hacia el puerto donde
Paco y Evan sacaban el equipaje del Mercedes.
Me giré.
Xavier Pascale asintió a Andrea y a mí.
—No. Parece que los hemos evitado —dijo en un perfecto inglés acentuado—.
Por favor, muéstrale a la señorita Marin uno de los camarotes de la cubierta dos.
—¿Evitar a quién? —Empecé, pero Andrea estaba respondiendo a su jefe.
—No hay problema, señor —dijo—. Nos hemos tomado la libertad de trasladarle
al camarote principal ahora que la niñera está aquí.
—No —dijo rápidamente—. Yo también me quedaré en la cubierta dos. Por
ahora.
Espera, ¿los tres estaríamos al lado del otro? ¿Cuántas habitaciones había?
Esperaba que tuviera una ventana o me daría un gran ataque de pánico.

¡Attention, Dauphine!: ¡Atención, Dauphine! en francés.


36
Andrea asintió con la cabeza.
—Como guste. Debería haberlo comprobado antes. Disculpe.
Monsieur Pascale subió inmediatamente por unas escaleras a otra cubierta y
desapareció.
—Acompáñame —dijo Andrea después de presentarme a Paco, el capitán—. Te
instalaré y luego te pondré al día sobre el cuidado y la alimentación de Dauphine Pascale
y lo que se requiere de ti.
CAPÍTULO OCHO

Mientras recorríamos el interior del barco, mi mirada rebotaba por todas partes.
Los enormes ventanales a ambos lados compensaban la oscuridad de la caoba y los
modernos accesorios de latón. Los sofás empotrados eran acogedores, lujosos, de color
blanco roto, con una dispersión de cojines tirados que parecían extraer el color del arte.
Había una enorme mesa de comedor de doce plazas.
—Los cuadros... —Tartamudeé—. Quiero decir, ¿son reales? Seguro que no en el
mar. —No pude evitar soltarlo mientras seguía a Andrea. La alfombra parecía
exuberante y suave a pesar de ser un tejido apretado. Probablemente era algún tipo de
fibra de calidad marina destinada a resistir las realidades de la vida en el mar y al mismo
tiempo parecía que podía proteger los preciosos dedos de los pies del uno por ciento.
Andrea redujo su caminar.
—La mayoría son reproducciones de alta gama del arte que los Pascale tienen en
su finca de Valbonne. Y están protegidos. Una fina película los cubre y permite que se
vean los colores naturales, pero protege el lienzo del moho y la pintura de los rayos
ultravioleta. Todo está protegido. Los tejidos son a prueba de manchas. Por supuesto,
con una niña a bordo y algún invitado ebrio, hay que tomar precauciones. —Se volvió
hacia mí completamente mientras daba un paso atrás—. ¿Tú bebes?
—Uh, no seré una invitada ebria si eso es lo que quieres decir.
Ella sonrió.
—No. No quise decir nada con eso. Mantenemos la bebida en tierra firme y la
mantenemos en un tono extremadamente bajo. —Se dio la vuelta y empezó a bajar unas
escaleras, inclinando la cabeza hacia un lado aunque hubiera despejado fácilmente el
espacio—. Pero cuando tengas una noche libre, deberías salir con nosotros. La
tripulación, quiero decir. La mayoría de las noches probablemente comerás con
Dauphine y el señor Pascale.
Bajé tras ella. Mi pecho se apretó inmediatamente en el espacio más pequeño y
oscuro. Me obligué a respirar lentamente. Podía hacerlo. Tenía que hacerlo.
—Depende del horario del señor P. —Abrió el pestillo de una puerta de madera
lacada a su derecha—. Esta es tuya. Dauphine está a tu izquierda. Y temporalmente el
señor P. está... —Señaló con la cabeza el camarote opuesto al mío y bajó la voz—. Estará
allí. Desde que la señora Pascale falleció, Dauphine tiene a veces problemas para dormir.
Tiene pesadillas. Al señor P le gusta estar cerca de su hija. Supongo que hasta que se
instale, querrá estar cerca.
Pobre niña.
—Comprensible. Entonces, ¿está bien preguntar? ¿Qué pasó con la señora
Pascale? ¿Y por qué la preocupación por la seguridad cuando llegamos al puerto? —
Entré por la puerta de madera de lo que iba a ser mi camarote. Había una pequeña y
diminuta ventana, oh Dios mío. Pero la habitación era más espaciosa de lo que había
imaginado. La cama era de tamaño queen y estaba cubierta con lujosa ropa de cama
blanca y cojines de color rosa pálido y gris. Respiré profundamente.
—¿Estás bien? —preguntó Andrea al notar mi respiración.
—Nunca me ha ido bien en espacios reducidos —admití y traté de forzar una
sonrisa—. Tampoco en los barcos. Pero supongo que la terapia de exposición es mi
única opción ahora mismo.
Ensanchó los ojos.
—Alégrate de no estar en el camarote de la tripulación apilado como una sardina
en una litera en la que no puedes sentarte completamente erguido. Y tienes tu propia
cabeza.
—¿Cabeza?
—Baño.
—¡Oh! Lo siento —dije—. No quise sonar ingrata.
Apoyó una mano en mi brazo.
—No lo hiciste. Relájate. Y tendré que contarte la historia de la señora P cuando
tengamos nuestra noche libre, si es que coincide. Pero espero que el señor P te lo cuente
él mismo cuando repase lo que se espera de ti.
Asentí.
—¿Puedo preguntar, sin embargo, cuánto tiempo ha pasado desde que murió?
Andrea miró por encima del hombro hacia la puerta y volvió a mirarme.
—Apenas dos años. Eso es todo lo que puedo decir. Pero la familia, lo que queda
de ella, necesita curarse. Y este intento de volver al mar y pasar algún tiempo juntos es
parte de ello. Estoy segura de que sabes cómo la prensa trata al señor P, como una
especie de príncipe trágico. Eso hace que Dauphine sea la pobre heredera solitaria.
También la convierte en un objetivo para tipos sin escrúpulos. Serás su niñera, pero
también nunca la perderás de vista.
Un escalofrío me recorrió los brazos.
—¿Quieres decir que es un objetivo para, como, el secuestro?
Andrea asintió.
—Vaya. Eso está un poco por encima de mi nivel salarial, ¿no crees?
—Solamente tiene que ser otro par de ojos y otra mano que sostener cuando
todos están fuera de casa. Evan estuvo en los Royal Marines y ha recibido formación
como guardaespaldas. —Sus ojos brillaron mientras lo decía, y se me ocurrió que
Andrea podría estar enamorada del afable conductor que claramente era mucho más
de lo que parecía.
—Así que tiene muchos papeles diferentes aquí —dije, impresionada.
—Se le paga bien por ello, créeme. Y todos vamos más allá y hacemos lo que sea
necesario para que las cosas funcionen bien. Realmente respetamos a Monsieur Pascale.
No confundí los consejos para mí en su simple declaración. Pero nunca había sido
una persona que hiciera lo mínimo o que eludiera la responsabilidad. Probablemente
por eso había llegado tan lejos en el trabajo antes de estrellarme contra mi techo de
cristal.
—Y supongo que todos esperamos que contigo aquí, Dauphine pueda estar un
poco menos sola, y tal vez el señor P empiece a relajarse un poco. Ha sido sombrío, te
diré. Será un poco diferente de tu último trabajo, estoy segura.
Me mordí el labio.
—En realidad es mi primera vez. Quiero decir, así —me apresuré ante su mirada
de sorpresa, no queriendo pintarme como una completa despistada en mi primer día—
. No tengo mucha experiencia. —Tragué saliva.
—Ahh. Bueno. Y en un barco nada menos.
—Sí.
Ella sonrió y yo me relajé.
—Bueno, la tripulación es un buen grupo. Aunque es una tripulación mínima
para un barco de este tamaño, ya que solamente son ustedes tres. Pero avisa si necesitas
ayuda. Seré yo, Evan, que es el primer oficial, pero que también hace las veces de
seguridad y ayudante de cubierta, Rod, que conocerás, es un ayudante de cubierta
adicional y hace las veces de camarero cuando estamos escasos, Paco, el capitán, y
André, el chef. En otros barcos normalmente soy una de las tres o cuatro mujeres. Por
lo menos tengo mi cuarto de litera para mí desde que trabajo aquí. Si necesitas algo,
desde un refresco hasta crema solar mientras encuentras el camino, soy tu chica. Si
necesitas que te lleven a la orilla, Evan es tu hombre. ¿Hay algo que deba decirle al chef
que evite por ti?
—No. —Sacudí la cabeza—. Me lo como casi todo. ¿Dónde está Dauphine? —
Pregunté, recordando la razón por la que estaba en este barco.
—Probablemente en el puente con Paco. Le encanta ir a verlo a primera hora.
—¿El puente?
—Término de barco. Es donde el capitán maneja la embarcación: el timón, el
radar, el sonar, el satélite. Todos los artilugios que hacen funcionar esta belleza. Paco
también tiene un camarote en el nivel del puente.
Me froté las palmas de las manos en los pantalones cortos y miré a mi alrededor.
—¿Tengo tiempo para desempacar?
Andrea se dirigió hacia la cabecera de la cama, donde una estantería de madera
empotrada recorría el ancho de la habitación y sostenía dos lámparas de cabecera
atornilladas.
—Aquí hay un intercomunicador —dijo, señalando una incrustación de latón con
un botón y listones como en un altavoz—. Es un poco de la vieja escuela, y tratamos de
no usarlo a menos que haya una emergencia. Pero te equiparemos con tu propio
teléfono. ¿Qué tal si desempacas, te relajas, te duchas y te llamo cuando el señor P esté
listo para reunirse contigo para revisar el cuidado de Dauphine? La mantendré conmigo
mientras tanto, y puede ayudar al chef a preparar la cena.
Sonreí con gratitud.
—Eso sería genial. Gracias.
—No hagas la siesta si puedes evitarlo. El jet lag te matará si lo haces. Ah, y el
código del Wi-Fi está en el cajón —dijo—. Te dejo con ello. Te llamaré cuando el señor
P esté listo para recibirte.
Con una sonrisa, se dirigió a la salida y, en cuanto cerró la puerta, me acerqué a
la ventana y descubrí cómo abrirla. Inhalando el aire salobre y aceitoso del puerto, lo
aspiré profundamente a través del hueco de diez centímetros. Nunca había tenido
claustrofobia como tal, y estaba segura de que no sería paralizante, pero eso no
significaba que no fuera a necesitar que se abriera una ventana o una puerta con la
promesa de aire fresco. Tendría que preguntar cuáles eran las reglas para mantener las
ventanas abiertas. Lo último que necesitaba era que el agua del mar entrara con una
gran ola. Agaché el cuello para mirar hacia abajo y vi que la ventana de mi camarote
estaba bastante cerca de la superficie verdosa y aceitosa del agua. Aquello no era
espeluznante.
Mi teléfono sonó desde algún lugar, y busqué en mi bolso.
Meredith.
En lugar de enviar un mensaje de texto, abrí mis ajustes y encontré el Wi-Fi, y
luego marqué su número a través de una aplicación de llamadas por Wi-Fi.
Contestó al tercer timbre.
—Jos, ¿llegaste?
—Lo hice. Estoy en el barco. Digo barco, pero un mejor calificativo sería crucero.
—Oh, Dios mío. ¿Es exuberante? Apuesto a que es increíble. ¿Tienen personal?
Por supuesto que sí.
Sonreí.
—Lo tienen.
—Te estoy imaginando en el reparto de Below Deck37. ¿Hay un chef genio loco?

37
Below Deck: serie de tv que narra las experiencias de trabajadores de barcos, yates y diversas
—No lo sé todavía.
—¿Y son lindos los mozos de cubierta?
Pensé en Evan.
—Sí, el que he conocido lo es. Se llama Evan y no, antes de que preguntes, no es
mi tipo. —No había sentido nada de atracción por Evan. Desde luego, no en la estela de
la atracción visceral que había sentido por la única persona a la que no debería mirar
así: mi nuevo jefe.
—Dios. —Me dejé caer de nuevo en la cama—. Han pasado tantas cosas en dos
días. No puedo creer que esté al otro lado del Atlántico. ¿Cómo está mi madre? ¿La has
llamado? —Les había pedido a Meredith y a Tabs que se comunicaran con ella
periódicamente. Odiaba haber tenido que irme con tanta prisa. Se sorprendió cuando le
dije que había renunciado. Incluso después de explicarle el motivo, no parecía entender
la decisión que había tomado. Le aseguré que mi viaje era solamente temporal, un
trabajo remunerado mientras encontraba otro empleo y recuperaba mi carrera, pero
todo lo que pude ver en su cara fue sorpresa y decepción. Ni siquiera me atreví a decirle
que Tate había mencionado a mi padrastro, Nicolas.
—Tu madre está bien. La llamé anoche y le expliqué todo con más detalle. Le dije
que estabas ayudando a Tabitha.
—Viene de una generación diferente. En su época, las mujeres no renunciaban a
sus puestos por culpa de sus jefes o por la falta de crecimiento profesional. Ella piensa
que soy un copo de nieve.
—No, no lo sabe. Solamente es una madre preocupada porque su hija está al otro
lado del mundo.
Me encogí.
—¿Fue una buena idea?
—Para, Josie. Sí. Fue una buena idea. La maldita mejor idea que hemos tenido, y
punto. Eres una perra con suerte, ¿lo sabías?
—Tienes razón. Si soy un copo de nieve en algo, es que actualmente estoy
sentada en un yate en el sur de Francia con un multimillonario viudo y sexy, y me quejo
de ello.
—Me quitaste las palabras de la boca.
—En ese sentido, ¿te das cuenta de que es un completo imán para los paparazzi?
¿Y si alguien siente la suficiente curiosidad por la nueva niñera como para desenterrar
mi historia familiar? Eso mataría a mi madre, si las cosas volvieran a salir a la luz.
—Estás fuera de contexto —me tranquilizó—. Es otro país. Y ocurrió hace mucho
tiempo. Es imposible que alguien te reconozca. Además, eres esencialmente la ayuda.
Nadie presta atención a la ayuda. Eres prácticamente invisible.
Pensé en el intenso escrutinio de Monsieur Pascale cuando me conoció y no sentí

embarcaciones de lujo.
que fuera invisible para él en absoluto. Más bien como alguien a quien desaprobaba. Y
ni siquiera me conocía.
—Y aunque lo hicieran —continuó Meredith— ¿se preocuparía algún francés
por un oscuro delito financiero en Charleston? Sin ánimo de ofender.
No tuve energía para corregirle que los clientes de mi padrastro no se limitaban
a Estados Unidos.
—No creo que le guste a mi nuevo jefe —dije, tratando de cambiar de tema—.
Me sentí como un microbio bajo un microscopio. ¿No parezco una niñera normal?
Me senté.
Meredith se rió.
—Probablemente solamente piensa que estás buena.
—¡Cállate, Mer! —Chillé y escuché a Tabs decir algo en el fondo—. ¿Qué dijo
Tabs?
—Ella también me dijo que la cerrara. Caray, solamente estaba bromeando. Tal
vez estaba teniendo un mal día. Hey —dirigió a algo que Tabitha dijo de nuevo.
—Tal vez —dije, pensando que incluso Evan había dicho que normalmente era
más amigable.
—Tabs quiere un turno —dijo Meredith—. Te quiero y te extraño, cara de perra.
Aquí está ella.
—Yo también te quiero, adiós.
—Hola, Josie —me saludó Tabs—. ¿Llegaste bien?
—Sí. Toda metida en mi ataúd acuático —bromeé a medias—. Oye, ¿sabes algo
de lo que le pasó a su esposa?
—En realidad, no lo sé. Y no he investigado mucho al respecto. No hay mucho en
Internet. ¿Qué te han dicho?
—Todavía no hay nada. Pero se supone que me reuniré con él dentro de un rato,
tal vez al menos me dé la información sobre el terreno. Al menos en lo que respecta a lo
que le han dicho a su hija. En ese sentido. Será mejor que me recomponga. Solamente
espero poder hacer que te sientas orgullosa.
—No seas tonta. Por supuesto que lo harás. Y sé que lo pasarás bien.
—Me alegro de hablar con las dos. Diviértete en la boda de tu hermana, Tabs.
Abraza a Mer de mi parte. Y dile que, por favor, no se olvide de mí, que estoy aquí fuera.
—Ja. ¿Atrapada? —Meredith claramente había luchado con la boquilla más cerca
de ella—. Difícilmente. Estoy aquí para ti cuando quieras.
—Te quiero, Mer. Te quiero, Tabs.
—Te queremos más.
Todas colgamos y yo me recosté en la mullida cama con una sonrisa, luego me
bajé de la cama y comencé a desempacar en la cómoda. Los cajones tenían un pestillo
giratorio que los bloqueaba cuando se cerraban. Imaginé que era en caso de aguas
turbulentas. Me estremecí al pensar en estar atrapada en esta habitación durante el mal
tiempo. Cerrando los ojos, respiré hondo y traté de mantenerme en la tarea.
Cuando entré en el cuarto de baño y vi el espejo, prácticamente me sobresalté.
Mierda. El jet lag y el bronceado blanco fluorescente de la oficina eran un combo
duro. Estaba pálida por el cansancio, mis ojeras parecían magulladas y mis pecas claras
más pronunciadas. Me sentía como un extraño que me miraba. Descubrir la ducha me
llevó un momento, pero fue un placer ponerme bajo el chorro caliente y lavarme
rápidamente el cabello y afeitarme las piernas. Imaginé que el barco debía almacenar
agua dulce a bordo, así que no me entretuve demasiado.
Me sobresalté al oír un pitido y un crujido de estática. La voz de Andrea llegó a
través del intercomunicador. Había dejado la puerta del baño abierta para no perderla.
—Hola, Josie.
Salí corriendo de la ducha, cogiendo una gran toalla blanca y mullida por el
camino. Pulsé el botón.
—Sí, estoy aquí.
—Monsieur Pascale te verá en la cubierta superior en unos diez minutos.
—Ok. Gracias. Estaré allí. Cambio38. —Solté el botón y me encogí.
La risa incorpórea de Andrea se hizo presente.
—Esto no es un campamento de niñas exploradoras con walkie-talkies, diez-
cuatro39.
—Lo siento. —Me reí mientras devolvía el mensaje.
Luego me sequé rápidamente con una toalla y me recogí el cabello.
—Maldita sea —murmuré. ¿Qué me pongo para impresionar profesionalmente
pero sin que parezca que me estoy esforzando demasiado? Me decidí por unos
pantalones cortos blancos, desgraciadamente un poco más cortos de lo que me gustaría,
pero no indecentes, y una camisa de rayas marineras y blancas de manga tres cuartos.
Totalmente náutico. Tenía el aspecto adecuado. Y, francamente, había tenido que
trabajar con lo que tenía al hacer la maleta.
Me pasé un peine por el cabello oscuro, que era aún más oscuro cuando estaba
mojado, y lo recogí en un moño bajo. El cabello oscuro y la piel pálida hacían que mis
ojos verde-grisáceos resaltaran más. Cogí mi bolsa de maquillaje y me puse crema
hidratante, corrector de ojeras para no parecer macabra y bálsamo labial, y me miré en
el espejo.

38
Cambio: Termino utilizado en una conversación de radio, para indicar que la persona terminó de
hablar y espera la respuesta de su receptor.
39
Diez-cuatro: es un código utilizado para mensaje recibido.
—Puedes hacerlo —me susurré—. Eres capaz de todo.
Respiré profundamente y salí de mi habitación para encontrar el camino hacia
arriba.
CAPÍTULO NUEVE

Seguí el camino inverso al que había bajado con Andrea.


Un nivel más arriba estaba la zona de estar principal a la que habíamos llegado
al barco. No había nadie, pero un delicioso olor a pescado asado y ajo salía de algún
lugar, y mi estómago gruñó. Había pasado mucho tiempo desde aquel baguette en el
tren. Me volví hacia la escalera y continué subiendo, sujetándome al pasamanos de
latón. Fuera de las ventanas, el sol estaba bajo en el cielo y brillaba en todos los demás
barcos que se balanceaban en fila. La tercera cubierta era una sala de estar más
pequeña, con tres escalones que conducían al puente, donde vi al capitán, Paco, que
estaba revisando unos grandes mapas desenrollados.
Golpeé ligeramente el panel de madera muy barnizado de la pared de al lado, y
él levantó la vista.
—Hola —le dije—. No sabía que la gente aún utilizaba mapas de papel para
navegar.
Su rostro moreno se dividió en una sonrisa, mostrando unos dientes
perfectamente rectos, aunque manchados de tabaco.
—Ah, sí, pero también soy un cazador de tesoros. Las cartas de navegación
antiguas son la forma de encontrar las viejas bahías y cuevas. —Su inglés era bueno,
pero su acento resultaba difícil de distinguir.
Mis cejas se alzaron.
—¿En serio?
—Sí. Si tienes suerte verás anotaciones y símbolos antiguos. A Dauphine le gusta
venir aquí a mirar las cartas y decirme dónde cree que puede haber un tesoro. —Sus
amables ojos se arrugaron mientras sonreía—. ¿Está todo a tu gusto en tu camarote?
—Sí, gracias. Más que cómodo. ¿Puedo dejar la ventana abierta?
—Mientras haga buen tiempo y estemos anclados, no veo ningún problema.
Aunque tenemos aire acondicionado.
—Es más bien que necesito estar conectada a un espacio abierto. Aire fresco.
—Ah. —Asintió con comprensión, y luego sus ojos se dirigieron al techo—. Te
está esperando.
Saludé despreocupadamente al capitán y me volví hacia las escaleras.
Cuando mi cabeza emergió en el nivel superior, la brisa del atardecer refrescó mi
cabello húmedo. Mi atención fue inmediatamente captada por una resplandeciente
piscina de color turquesa que brillaba con la iluminación subacuática en el crepúsculo.
Vaya. Una piscina en un barco. Los sonidos de la charla, la música y el tintineo de los
cubiertos llegaban desde los restaurantes del puerto. Los olores eran celestiales: ajo,
carbón, pan horneado. Arrastré los ojos hacia la presencia que notaba a mi izquierda, y
la piel del cuello me cosquilleó.
Xavier Pascale estaba sentado en la mesa de teca, recostado en una silla a juego,
observándome. Su rostro era inexpresivo, sus ojos azules, que brillaban con los últimos
rayos de sol que caían sobre su rostro, estaban atentos. Llevaba la camisa blanca de lino
de antes y se había cambiado los pantalones de mezclilla por unos pantalones cortos
azul marino y unos zapatos de lona con suela blanca. Sus tonificadas piernas,
bronceadas y salpicadas de vello oscuro, estaban cruzadas por los tobillos. Un brazo,
con las mangas de la camisa blanca remangadas para mostrar los antebrazos
acordonados, estaba colgado despreocupadamente sobre el respaldo de la silla que
tenía al lado.
Los músculos de mi estómago se apretaron por sí solos, mis ovarios se
sacudieron como caballos de carreras en una cuadra de salida. Tragué con fuerza.
Sentirse atraída por mi jefe hasta ese punto iba a ser muy, muy peligroso. Solamente era
lujuria, me dije a mí misma con severidad, y apreté dos dedos contra el pulso de mi
muñeca como si pudiera obligar a mi corazón a frenar. Y teniendo en cuenta una de las
razones por las que acababa de abandonar mi carrera, también era realmente irónico
que pensara que mi jefe estaba bueno. Solamente esperaba no hacer el ridículo.
Tenía papeles y un teléfono extendidos frente a él, pero en el otro extremo de la
mesa había tres cubiertos.
—¿En qué piensa tanto? —Su voz rompió el silencio entre nosotros. Era grave
pero suave, como un lecho de piedras mojadas.
—Hola —conseguí, aclarando la garganta y sintiéndome como si me hubieran
pillado mirando.
Mi vientre volvió a gorgotear. Sus cejas se fruncen.
—Que tengo mucha, mucha hambre —respondí con una media verdad,
sonriendo con vergüenza—. Hace tiempo que no cómo.
No respondió, y yo no estaba segura de sí me había tropezado con un error
cultural.
—Vale, bueno, también me gustaría saber qué espera de mí como niñera de
Dauphine.
Inhaló por la nariz, y luego deslizó el brazo de la silla de al lado y se sentó hacia
delante con un movimiento lento y deliberado.
—Tome asiento. —Señaló una silla frente a él.
Obedientemente, lo saqué y me senté.
Pasaron varios segundos mientras examinaba los papeles que tenía en la mano.
Mis ojos se fijaron en los largos dedos y las cortas y limpias uñas de la mano que sostenía
las páginas, y luego en sus muñecas. Llevaba un reloj de acero inoxidable de banda
ancha que brillaba en plata contra su piel bronceada salpicada de pelo oscuro. El aroma
de él bailaba esquivo mientras yo aspiraba el aire marino impregnado de todos los
olores del puerto. Volví a respirar profundamente, intentando captar el hilo de algo que
me traía a la mente el cuero desgastado, el eucalipto y las malas decisiones. ¿Era eso a
lo que olía una feromona de verdad?
Dejó la pila en el suelo y vi mi nombre en medio del francés escrito al revés.
Entonces se inclinó hacia delante y juntó los dedos. Unos ojos azules me taladraron.
—¿Por qué estás aquí?
—Uh. —Parpadeé, con la boca seca—. Para hacer de niñera de Dauphine
—¿Por qué?
No me apetecía decirle que había dejado mi trabajo. Podría hacerme parecer
huidiza o temperamental. Y, francamente, no quería revivir la incómoda experiencia.
—Necesitaba un cambio de aires. Y usted necesitaba una niñera. Parece que las
circunstancias combinadas me trajeron aquí.
Sus ojos parpadearon, e imaginé que esperaba la respuesta estándar porque amo
a los niños.
Envalentonada, continué.
—No he trabajado antes para la agencia de Tabitha, y estoy segura de que ha
tenido niñeras para Dauphine con más experiencia que yo. Pero siendo honesta, trabajo
duro, y realmente necesito este trabajo. Si quiere una razón mejor que esa, entonces no
tengo ninguna. —Al sostener su mirada, me esforcé por no dejar que el campo de fuerza
de la misma me acobardara. El nivel de intensidad que emitía me hacía sentir como si
estuviera mirando al sol.
—Te sientes atraída por mí —afirmó.
Una oleada de calor me subió por el cuello hasta las mejillas mientras mi mente
se esforzaba por asimilar la sorpresa de su franqueza. Dios, ¿había sido yo tan evidente?
¿Después de solamente un puñado de interacciones? Mi familia y mis amigos siempre
se reían que llevaba mis emociones en el rostro con demasiada facilidad. Intenté
formular una negación, pero no fui lo suficientemente rápida.
—No estoy interesado —dijo con displicencia antes de que yo pudiera formular
una respuesta.
El calor que había surgido de la vergüenza se convirtió rápidamente en
irritación. ¡La arrogancia!
—¿Disculpe?
—He dicho que no estoy interesado. Está aquí por Dauphine y solamente por
ella.
Me subió la presión arterial y me ardieron las puntas de las orejas.
—Soy muy consciente de ello —logré decir con los labios rígidos.
—Bien. Entonces nos entendemos. —Volvió a mirar sus papeles como si la
conversación le aburriera—. ¿A menos que creas que será un problema?
La sangre me latía en los oídos.
—Solamente porque sea atractivo, no significa que quiera, que quiera... —
tartamudeé.
Levantó la vista, con una ceja alzada.
Genial. Ahora, acababa de confirmar que lo encontraba atractivo. Quería que el
barco me tragara.
Bajo la mesa, mis puños se cerraron con fuerza. Me propuse convertir mi
vergüenza en algo útil. Me acordé de que hace solamente dos días también me había
sentado con un jefe que nada más veía a las mujeres como muñecas Barbie sexualizadas.
¿Este tipo pensaba que todas las mujeres querían saltar sobre él? Qué asco.
—¿Será un problema? —volvió a preguntar, con calma.
Ya había tenido suficiente.
—No. No lo hará —solté con frialdad, la atracción totalmente enfriada. Qué
imbécil—. Me ofende que piense tan poco de mí, y eso que me acaba de conocer. Le
estoy haciendo un gran favor a una buena amiga al aceptar este puesto. Ni siquiera sabía
que existía hasta hace dos días. Así que si pudiera darme un poco de crédito, se lo
agradecería.
—Me cuesta creerlo. —Resopló—. Que no sabías que yo existía. No sería la
primera que intenta llegar a mí a través de mi hija. Solamente me aseguro de que lo
entiendas.
Me quedé con la boca abierta ante su nivel de arrogancia.
—Oh, Dios mío. —Mi silla chirrió cuando me aparté de la mesa, y me incliné hacia
delante sobre mis manos, acercando mi cara a la suya. Sus pupilas se encendieron, casi
eclipsando el azul de sus ojos.
—Puede que seas un rey en tu parte del mundo —gruñí, dándome cuenta de que
el cansancio y el hambre se apoderaban de mí, pero sin poder evitarlo—. Pero he tenido
problemas mayores al otro lado del océano, en mi propio mundo, que perder el tiempo
leyendo revistas de cotilleo y soñando despierta con casarme con un príncipe rico. Me
importa un bledo lo importante que te creas. Para mí, eres un medio para un fin. Un
trabajo. Nada más. —Mi mente me gritó que me callara—. Lo siento. He tenido unos días
de mierda. Tengo hambre. Estoy cansada. Y odio los malditos barcos. —Así que, si había
terminado con su misoginia equivocada, supuse que debía ir a empacar mis cosas y
enviarle un correo electrónico a Tabitha de que esto no funcionaba porque mi jefe era
un imbécil con derecho, sexista y arrogante. Quería ayudarla con este trabajo, pero no
tanto como para soportar que me hiciera sentir como una basura buscadora de oro—.
No creo que esto vaya a funcionar. Buena suerte. Tú y Dauphine probablemente
necesiten pasar más tiempo juntos de todos modos. No me necesitas para eso. Por
segunda vez en tres días, renuncio. —Me aparté de la mesa y giré rápidamente sobre
mis talones, volviendo a bajar por donde había venido. El corazón me retumbaba en la
garganta.
Paco levantó la vista, sorprendido, cuando pasé a toda prisa sin decir nada. Las
lágrimas de rabia impotente me salpicaron las mejillas antes de llegar a la mitad de mi
camarote. Dios, ¿por qué estar enfadada y avergonzada siempre me hace llorar? Bajé
volando los siguientes escalones y me topé con un muro de ladrillos en el pecho.
—Vaya —retumbó la pared. Evan. Intenté pasar, pero unas manos me agarraron
la parte superior de los brazos con suavidad pero con firmeza—. Oye. ¿Estás bien, amor?
Sacudí la cabeza.
—Déjame ir, ¿por favor?
—¿Qué ha pasado?
—Por favor, ¿puedes llevarme a la estación de tren por la mañana? Acabo de
renunciar.
Sus ojos se desorbitaron.
—¿Qué? ¿Qué ha pasado? —Entonces, su frente se hundió bruscamente—. ¿Pasó
algo? Él no... —Evan sacudió la cabeza como si no pudiera creer la pregunta que estaba
haciendo. Entonces la mirada de incredulidad absoluta se enfrentó a una repentina
caballerosidad heroica en su rostro—. No te hizo... nada, ¿verdad?
—Dios, no —aseguré—. No. Insinuó algunas cosas. Me acusó de estar aquí para
llegar a él. De usar a Dauphine para llegar a él.
—Oh.
—¿Oh?
Evan se encogió de hombros con una pequeña mueca.
—No sería la primera vez. Puedes entenderlo, es un poco un objetivo.
—Agh. ¿Por qué alguien querría estar con ese culo arrogante y con derecho? —
Dios, su personalidad lo acababa de convertir literalmente en el hombre menos
atractivo con el que me había topado—. No hay suficiente dinero en el mundo. —
Probablemente le había dicho eso también al renunciar.
Evan echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada.
—No es divertido.
—De alguna manera lo es. ¿Se lo has dicho?
Me crucé de brazos.
—Algo parecido. Ahora, ¿puedes sacarme de este barco o qué?
—No.
—¿No? —Grité—. Acabo de perder los nervios con mi jefe y he renunciado.
Tengo que dejar la embarcación. Eres de seguridad, ayúdame a empaquetar mis cosas
y acompáñame fuera de aquí. Ahora. —Especialmente cuando empecé a sospechar que
podría haber exagerado un poco—. Me despediría por cómo reaccioné si no hubiera
renunciado ya.
Evan se rió más fuerte, su cara se arrugó y sus ojos lagrimearon.
—Esto... esto es perfecto.
Di un pisotón.
—Bien, muévete. Tengo que hacer las maletas. Encontraré mi propio camino de
vuelta.
Se movió pero no dejó de reír.
Lo fulminé con la mirada al pasar.
—¿Qué es ¨perfecto¨ en esta situación?
Sacudió la cabeza.
—Nada que puedas entender. Le diré a Andrea que no estarás comiendo con el
señor P.
—Sí, hazlo. —Sin embargo, tenía mucha hambre—. ¿Hay alguna posibilidad de
hacerme un sándwich o algo así sin estorbar al chef?
—Imposible. Haré que te traigan algo o puedes esperar hasta cerca de la
medianoche, cuando el chef esté fuera de la cocina. Pero no lo recomiendo. Es
totalmente obsesivo y cuenta los granos de arroz que sobran.
—Vaya. De acuerdo. —Tragué saliva—. No quiero... agitar el barco, por así
decirlo.
Evan estalló en una nueva ronda de risas, murmurando algo sobre cómo lo maté.
—Tal vez haga rápidamente la maleta para salir del barco y conseguir algo en la
ciudad —continué y me dirigí a mi habitación. Habría dado un portazo a su locura si no
fuera porque iba a hacer saltar todas mis alarmas claustrofóbicas al estar encerrada
dentro del camarote mientras mi corazón latía con fuerza. Me quedé mirando la cama y
solté un gran suspiro. Echaría de menos poder dormir una noche en esa cómoda cama
después de estar toda la noche metida en un minúsculo asiento de avión. Acababa de
deshacer la maleta y ahora me iba. Tendría que llamar a Tabs y darle la noticia. Una
fuerte dosis de culpa me golpeó en el vientre. Odiaba haberla defraudado ya. Pero ya no
podía evitarlo. Dios sabía dónde me quedaría en la ciudad mientras intentaba volver a
casa. Pero ya lo resolvería. Tomé el bolso que había escondido bajo la estantería de la
mesa auxiliar y me volví hacia la cómoda.
—Sabes que no puedes irte, ¿verdad? —dijo Evan desde la puerta, finalmente
serio.
Le fruncí el ceño.
—¿Perdón?
—No puedes salir. No permitimos que nadie entre o salga del barco doce horas
antes de que nos movamos. Como su equipo de seguridad, tengo que advertirte que
estás obligado a quedarte.
Le miré fijamente en busca de cualquier indicio de que no hablaba en serio.
—Estás bromeando.
Negó con la cabeza.
—No.
—¿No puedo irme?
—Afirmativo. No esta noche, al menos.
—Entonces, ¿me mantendrás en contra de mi voluntad? ¿Soy una prisionera? —
Abrí un cajón y saqué el pijama, los sujetadores y la ropa interior, tirándolos sobre la
cama.
Los ojos de Evan se quedaron en mí.
—Yo no lo llamaría así. —Me crucé de brazos.
—¿Cómo lo llamarías?
—Una oportunidad para refrescarse. Y un período de empleo contratado.
—¿Por un imbécil? —¿Con quién me acabo descargar?
—Supongo que si lo ves así, entonces sí. Pero algo me dice que eso no durará
mucho.
—¿Te he dicho lo mucho que odio los barcos? —Miré a mi alrededor antes de
volver a captar su mirada—. No me importa lo lujoso que sea.
Su atención pareció dirigirse a alguna parte, luego su muñeca se acercó a su boca.
—Sí, aquí está.
Fruncí el ceño y me di cuenta de que su atención se había dirigido a su auricular.
—¿Que estoy qué? —pregunté.
Evan se aclaró la garganta y salió de la puerta de mi habitación.
En su lugar, y con una presencia no menos viril y dominante, apareció el objeto
de mi ultraje: Xavier Pascale.
CAPÍTULO DÍEZ

Desplegué mis brazos, y miré fijamente a la figura que se alzaba en la puerta de


mi camarote. La mera presencia de Xavier Pascale podía reducir una habitación a una
fracción de su tamaño.
Sus ojos me recorrieron y se posaron en la maleta que había colocado en la cama
entre nosotros. Detrás de él apareció un rostro pequeño con los ojos muy abiertos y
luego se agachó. No me cabía duda de que estaría escuchando cada palabra. Al ver a
Dauphine, sentí otra punzada de culpabilidad. Mierda. Me reprimí de ese pensamiento.
Ni siquiera conocía a esta gente.
―¿Puedo ayudarte? ―pregunté, con la vergüenza arrastrándose por mi piel.
―Yo... me gustaría que cenaras conmigo y con Dauphine. ―Sacudió la cabeza.
― ¿Por qué? ―Ladeé la cabeza.
―Necesitas comer. Y, además, no te quedaste a escuchar el resto de los detalles
sobre el cuidado de mi hija.
―Lo dejé. ¿Recuerdas?
―Y no acepto.
Solté una risa confusa.
―¿No aceptas?
―No. ―No me devolvió la diversión. Después de un rato, miró el pesado reloj que
llevaba en la muñeca―. La cena estará servida en cinco minutos ―dijo impasible―. Te
veré en la mesa.
Luego se dio la vuelta y, tomando el cerrojo de la puerta del camarote que se
mantenía abierta contra la pared, la cerró detrás de él. Tuve la sensación de que le
apetecía cerrarla de golpe.
Bueno. A mí también.
― ¡Uf! ―Tome un bañador, lo enrollé y lo lancé contra la puerta cerrada con todas
mis fuerzas. El ligero trozo de tela recorrió solamente unos metros antes de caer
impotente sobre la cama.
Apretando el puente de mi nariz, respiré profundamente. Si todavía estaba
dispuesto a emplearme después de mi arrebato en el piso de arriba, supuse que debía
escucharlo. Sobre todo, porque no tenía ningún sitio al que ir esta noche. No se
disculparía, eso lo sabía. Pero, ¿por qué disculparse? Había afirmado un hecho: me
sentía atraída por él. Lo había estado, me corregí rápidamente. Era molesto que me
acusara de utilizar a Dauphine para llegar a él, pero tanto él como Evan mencionaron
que ya había ocurrido antes.
Me encogí. Pobre Dauphine. Esperaba que no se diera cuenta. Exhalé el aire que
había retenido, sin sentirme mejor en absoluto. Normalmente manejaba mucho mejor
mis emociones en situaciones difíciles. Diablos, podía ser injustamente marginada en
mi puesto de arquitecta de ensueño mientras mantenía la cabeza alta, como había
sucedido hacía apenas unos días. Pero Xavier Pascale me había convertido en un
manojo de emociones. Me sentía muy, muy humana y débil. Era el agotamiento, razoné.
Emocional y físico.
Recogí la ropa de la cama y la devolví al armario. Luego cerré el zíper de mi
maleta vacía y la volví a guardar.
Al abrir la puerta, me sobresalté cuando vi a Dauphine esperando en su puerta a
mi izquierda. Me sonrió tímidamente.
―Hola ―dije.
―Bonsoir. ¿Allons-y?40
Me encogí de hombros.
―Claro, vamos. Tú vas delante ―dije.
Pasó bailando a mi lado con los pies descalzos y el mismo vestido que llevaba
antes.
―¿Qué juegos te gustan? ―me preguntó por encima del hombro mientras
subíamos por el interior del yate.
―¿Juegos? ¿Como los juegos de mesa?
―¿Escondite?
―En realidad, es un juego al que nunca juego.
Se giró para mirarme, con un desafío en los ojos.
―¿Non? ¿Pourquoi?41
―Porque no me gustan los espacios reducidos. Y todos los mejores escondites
son así. Así que no soy una buena jugadora.
Su ceño se frunció, recordándome a cierto francés cáustico de arriba. No había
manera de confundir que Dauphine era su hija. Luego su expresión se suavizó.
―Entonces ganaré siempre. Tenemos que jugar.
Me reí.
―No. Me encantaría, lo prometo. Pero no lo haré. Podemos jugar a otros juegos.

40
Bonsoir. ¿Allons-y?: Buenas noches. ¿Vamos? en francés.
41
¿Non? ¿Pourquoi? ¿No? ¿Por qué? en francés.
Sus labios se fruncieron a un lado de la boca como si yo fuera un problema a
resolver.
―Vamos, princesa. Vamos arriba. Estoy lista para comer mi propia mano.
―¿Qué significa eso?
―Es una broma.
―Hmm.
―Una carrera. ―Me adelanté a ella.
Ella gritó detrás de mí.
― ¡Non!42
Pasamos por delante del puente, sin encontrar al capitán Paco. Subí los últimos
escalones riendo. Detrás de mí, Dauphine gritó: ¡Atención!
Cuando nuestras cabezas emergieron en la cubierta superior, agradecí que su
advertencia gritada fuera innecesaria, ya que nadie había estado en las escaleras al
mismo tiempo.
La noche se había instalado rápidamente.
Me agaché un momento para recuperar el aliento mientras Dauphine se unía a
mí, riendo. Un resplandor provenía de la mesa. En la mesa había dos recipientes de
cristal que contenían una vela cada uno.
Andrea estaba de pie junto al señor Pascale al frente de la mesa, con una mano
en la espalda y la otra sirviéndole una copa de vino rosa pálido. Me miró con una ceja
fruncida.
El señor Pascale no parecía muy contento.
―Papa ―exclamó Dauphine en un rápido y fluido francés hacia él.
Dejó escapar una risita incómoda y sus hombros se relajaron un poco.
Un fuerte olor a ajo se extendió hacia mí, y mi boca se inundó de saliva.
Capté los ojos entrecerrados de mi jefe cuando se dirigieron a mí desde su hija.
Acercaba la silla a su izquierda con Dauphine a su derecha.
El plato frente a Dauphine tenía prosciutto43 con melón artísticamente colocado.
Era uno de mis platos favoritos con su sabor salado-dulce.
Dauphine dio una palmada cuando lo vio.
―San Daniele44 di Parma avec melon.45 Chef lo ha preparado especialmente para

42
¡Non! ¡No! en francés.

43
Término italiano usado para referirse al jamón.
44
Hace referencia a una marca de un jamón típico de la gastronomía italiana.
45
San Daniele di Parma avec melon: Jamón con melón.
ti, cariño ―le dijo Andrea con una sonrisa, y luego se giró hacia nosotros―. Y para
ustedes dos, tenemos Moules Marineare,46 seguido de Loup de Mer 47con haricots verts
48y petites patates49.

El señor Pascale se dirigió hacia mí.


―La traducción directa de Lobo de Mar, es un tipo de…
―Lubina. Especial del Mediterráneo. ―Me interrumpí al darme cuenta de cómo
lo había cortado bruscamente. Nerviosamente, me giré hacia Andrea y en realidad
agradecí las ganas de mi madre y mi padrastro de estar al día con el foodie-Jones's de
Charleston, que era conocido por su buena comida―. Gracias. ¿Y mejillones para
empezar?
Quería que Monsieur Pascale se diera cuenta de que no había contratado a una
despistada provinciana. Yo era inteligente y tenía conocimientos, y por alguna razón,
necesitaba que lo supiera.
Andrea asintió.
―Sí, así es. ¿Te sirvo agua o un refresco?
―Agua está bien. Gracias.
―¿No quieres vino? ―preguntó el señor Pascale, arqueando una ceja oscura.
Miré mi copa de vino a la luz de las velas, y la botella de vino frío de aspecto
seriamente refrescante. Seguro que estaba delicioso. Se suponía que no podía beber en
el trabajo. Por otra parte, había dejado este trabajo. No era una persona exuberante,
pero disfrutaba de una copa con la cena.
―Eso sería encantador, en realidad ―dije levantando los hombros―. Gracias,
Andrea. He renunciado hoy, así que no creo que realmente importe, ¿verdad?
―Um. ―Miró entre el señor Pascale y yo.
Se sentó y me miró con rostro de desconcierto. Pero cuando le devolví la mirada
también vi una admiración reticente por haber llamado su atención.
―Verás ―me giré hacia Andrea―. El señor Pascale está negociando conmigo para
ver si me quedo. Y definitivamente no hemos discutido si puedo o no tomar una copa
de vino en la cena. ―En mi cabeza, le pedí a Andrea que no se ofendiera por mi forma
de actuar. Quería decirle que había renunciado porque me había insultado. Tendría que
explicarle y disculparme más tarde. Pero, francamente, habiendo tomado la decisión de
que estaba dispuesta a marcharme, era más fácil mantener mis principios.
Andrea me llenó la copa de vino.
―Gracias ―le dije significativamente.

46
Moules Marineare: Mejillones en su concha.
47
Loup de Mer: Lobo de mar o Lubina (es un pescado).
48
Haricots verts: Frijoles verdes.
49
Petites patates: Papas pequeñas.
―Non, papa. 50Tiene que quedarse ―suplicó Dauphine, que también miraba
entre nosotros. Gracias, Dauphine.
El señor Pascale palmeó la mano de su hija.
―Prends ton dîner.51
Dauphine se sumergió en su plato y yo sonreí ante su entusiasmo y obediencia.
Andrea sacó la tapa de un recipiente de la mesa y mostró mejillones de concha
negra nadando en una salsa cremosa, espolvoreada con hierbas verdes frescas. Luego
dejó una cesta de pan con baguette cortada.
―Le diré a Chef que prepare el siguiente plato ―se dirigió a su jefe, y luego se
alejó y bajó las escaleras.
―¿Moules52? ―preguntó.
Arrastré mi mirada hacia la suya.
―No, gracias.
―Tienes hambre, ¿no? ¿Por qué no?
¿Cómo iba a explicarle que, aunque me encantaban las cremas, las chalotas y la
salsa de ajo - ¿quién no lo haría? -, no me atrevía a comer una pequeña vagina53? Le
echaría la culpa a Meredith el resto de mi vida por habérmelos señalado cuando tenía
trece años. Ahora no podría dejar de verlas así.
―Tomaré un poco de pan y salsa. Gracias.
Asintió y me pasó la cesta de pan antes de servirse los fragantes mejillones.
Arranqué un trozo de pan crujiente, caliente y de centro suave, casi
desmayándome de placer al sentirlo en las yemas de los dedos. ¿Por qué en América no
pueden hacer un buen pan?
Monsieur Pascale tomó también un trozo de pan y lo mojó en la salsa del
recipiente compartido entre nosotros. Seguí su ejemplo, tratando de ignorar la
intimidad de compartir un recipiente juntos y dejando un segundo para la máxima
absorción. Luego me metí el trozo entre los labios y gemí cuando los sabores estallaron
en mi lengua. No pude contener mi sonido de agradecimiento. Mis sentidos se fundieron
en el rico, cremoso y apetitoso sabor. Incluso mis hombros se hundieron en ellos.
Me apresuré a preparar otro. Y otro.
De repente me sentí cohibida y levanté la vista para encontrar sus ojos en mí, su
cuerpo rígido, su boca trabajando lentamente mientras comía su porción.
―Necesitas una cuchara solo para beber la salsa ―dije para cortar la extraña

50
Non, papa: No, papá en francés.
51
Prends ton dîner: Toma tu cena en francés.
52
Moules: Mejillones en francés.
53
Se refiere a que los mejillones abiertos tienen forma de vagina.
tensión―. Es tan deliciosa.
Levantó una concha de mejillón y la sumergió en el recipiente como si fuera una
cuchara, dejando que una buena porción de caldo la inundara. Luego se la llevó a la boca
y bebió. Cuando retiró la concha, sus labios brillaron y se los lamió.
Apreté los muslos y desvié la mirada hacia su hija.
Dauphine estaba terminando su melón y su prosciutto.
―¿Estaba delicioso, Dauphine?
Ella levantó la vista.
―Oui
―¿Cenas con tu papá todas las noches? ―Me abalancé preguntando.
―Este verano, sí. Cuando no tiene una cena de negocios. ―Puso los ojos en
blanco, haciéndome sonreír―. Me gusta, pero solo cuando me dan buena comida. A
veces Papa me hace probar cosas que ya sé que no me gustan.
―¿Alguna vez te has sorprendido? ―Intercambié una rápida mirada con su
padre, viendo que su ceja se movía.
Ella se sentó y se cruzó de brazos.
―¿Esto es un truco?
Levanté un hombro.
―Me interesa la respuesta. ¿Sabes que hace tiempo odiaba el prosciutto? Es una
historia real. Yo también lloré. Mi madre me obligaba a probarlo y me daba mucha rabia.
Le di el primer mordisco con lágrimas corriendo por mi rostro y con dolor de cabeza de
tanto llorar. ―Profundice los ojos para hacer efecto y Dauphine soltó una risita―. El
prosciutto estaba salado y masticable, tal y como sabía que sería ―continué―. Y corrí al
bote de la basura y lo escupí.
Dauphine jadeó.
No me atreví a mirar a su padre.
―Me metí en tantos problemas. Me enviaron a mi habitación sin más comida.
Tenía mucha hambre y estaba tan cansada por mi rabieta que me quedé profundamente
dormida. Me desperté cuando la casa estaba en silencio y me escabullí escaleras abajo
y encontré las sobras de prosciutto en la nevera y me lo acabé todo.
Dauphine me miró con rostro de asombro antes de soltar una carcajada.
―Pero no recomiendo asaltar la nevera de Chef ―proseguí antes de que se
hiciera ilusiones―. Evan me dice que es feroz con su comida.
Hubo un resoplido masculino desde mi derecha.
Levanté la vista. El señor Pascale estaba sonriendo de verdad. Fue devastador.
Como si las nubes se abrieran para revelar el sol. Se me cortó la respiración, tragué
saliva y volví a mirar a la niña.
―Así que la moraleja de la historia es que nunca se sabe si no se intenta.
Su padre le dijo algo en francés que parecía una frase similar. Ella me miró con
recelo, como si hubiera sido un truco después de todo.
―Papá me da esa lección a veces.
―Hombre sabio. ―Levanté un hombro―. Tampoco es solo la comida. No me
gustaba montar a caballo hasta que lo intenté. Los caballos me daban miedo.
―¡Me encanta la equitación! ―exclamó ella y luego frunció el ceño―. Pero sí. Los
caballos pueden dar miedo. Son tan grandes.
―Exactamente ―dije.
―¿Qué más?
―¿Qué más pensé que odiaba que me alegro de haber intentado?
Ella asintió.
Miré al cielo nocturno como si estuviera sumergida en sus pensamientos.
―Veamos. Regaliz, aguacate, karate…
―¿Puedes hacer karate?
―Por supuesto. Una chica debe aprender defensa personal.
Sus grandes ojos se hicieron más redondos.
―Es cierto ―dijo su padre, y luego se giró hacia mí―. ¿Y los barcos? ―preguntó,
con los ojos fijos en los míos mientras tomaba un sorbo de vino rosado. Me di cuenta de
que aún no había tocado el mío―. ¿Te alegras de haber intentado los barcos?
Entorné los ojos hacia él. ¿Se estaba burlando de mí?
―¿No te gustan los barcos? ―jadeó Dauphine―. ¿Incluso el barco de Papa? Pero
si es el mejor barco.
Me reí de lo indignada que estaba.
―¿Lo es? No lo sé. Nunca he estado en otro porque, bueno, no me gustan.
―Pero ahora sí ―afirmó como si estuviera segura. Se removió en su asiento y
luego resopló―. Uh. Je vais aux toilettes. Excusez-moi. 54―Empujó su silla hacia atrás y
bajó las escaleras, dejándonos a mí y al señor Pascale solos en una cena
extremadamente romántica a la luz de las velas.
En un yate.
En el sur de Francia.
Pero me sentí más como si me hubieran dejado dentro de la jaula de un leopardo
a la hora de comer.
Esta vez sí tomé de mi vino y bebí un buen sorbo mientras los ojos azules

54
Je vais aux toilettes. Excusez-moi: Voy al baño. Discúlpenme en francés.
convertidos en azul marino brillaban en la casi oscuridad.
CAPÍTULO ONCE

―Dijiste que no tenías mucha experiencia como niñera ―preguntó el señor


Pascale, cortando claramente con la entrevista que nunca tuvimos en cuanto su hija
había dejado la cubierta superior―. He revisado el currículum que envió Tabitha
Mackenzie. ¿Trabajaste en un estudio de arquitectura?
A pesar de lo incómodo que me resultaba hablar de mi carrera, con la herida tan
fresca, era mejor que la extraña tensión que había surgido de repente de la nada en
cuanto nos quedamos solos. Mis hombros se relajaron y me di cuenta de lo tensa que
había estado.
―Sí.
―¿En calidad de qué? ―preguntó, levantando su copa de vino.
―Como arquitecta.
Su copa se detuvo en el aire.
En mi interior, di un choque de victoria y un par de volteretas. Toma eso,
arrogante, magnífico, pedazo de trabajo. Ser arquitecta es un trabajo duro. Requiere
años de estudio. Tanto las matemáticas como la creatividad y un montón de paciencia
y atención al detalle.
Su cabeza se inclinó hacia un lado, sus ojos me estudiaron.
Esperé, regodeándome en silencio. Aunque esperaba que no se notara.
―Estás un poco sobrecalificada ¿non?
¿Eso era todo? ¿Eso era lo que tenía que decir? La irritación retumbó en mí, y mi
ego recibió un golpe en el trasero.
―Alors55, ¿ni siquiera vas a probar un mejillón después de la charla que le diste
a mi hija? ―preguntó el señor Pascale, alcanzando una de las conchas restantes.
Y así terminamos con mi carrera y conmigo. Tomé un lento sorbo de vino,
dejando que el aromático y rico líquido se deslizara por mi lengua.
Me estaba provocando y yo... ¿disfrutando?
Quedaban tres mejillones nadando en el recipiente. Había sido un aperitivo, así
que había lo justo para que ambos pudiéramos comer un poco sin arruinar nuestro

55
Alors: Entonces en francés.
apetito por completo, pero yo me estaba absteniendo.
―Puedes tomarlos ―dije. El pan se había terminado de todos modos.
―¿No quieres la salsa?
―No tengo cuchara.
―Si solo tienes un moule, puedes usar la concha como cuchara.
―O puedes darme una de las tuyas.
―Ahh. ¿Pero dónde está la aventura en eso?
Tal vez él tenía un lado más ligero después de todo. Esto no podía ser un
coqueteo, ¿verdad? No después del horrible comienzo de la noche. Y no desde que era
mi jefe.
Levanté un hombro.
―¿Es el sabor? ¿cómo se dice? La textura ―me preguntó, usando un tenedor para
sacar su recompensa de la concha―. Con toda esta salsa, se podría comer cualquier cosa.
―Lo hizo girar en el recipiente para darle el máximo sabor antes de llevárselo a la boca.
―No es el sabor o la textura, es lo que parece.
Hizo una pausa y miró hacia abajo, estudiando el bocado en el extremo de su
tenedor, con el ceño fruncido.
Entonces su confusión dio paso a la sorpresa y estalló en carcajadas. Momentos
después, la risa aún no se había apagado y el tenedor cayó al plato. Se apartó de la mesa,
con una mano en el pecho mientras le temblaban los hombros, y se perdió en la histeria.
Era contagioso, aunque me esforcé por contenerme. Pero la visión de este
hombre serio y cuidadosamente controlado, perdiendo la cabeza como un niño de doce
años en clase de biología, me hizo estallar, y en poco tiempo yo también me reí.
Especialmente cuando sus ojos empezaron a lagrimear y jadeó:
―Mon dieu. 56
Se escuchó un ruido en la escalera y me giré para ver un grupo de rostros
sorprendidos. Andrea, Evan e incluso la cabeza de Paco asomaron por encima de la
escalera.
Apareció otro rostro que no reconocí, tal vez era el del chef. Y entonces Dauphine
se abrió paso entre ellos.
―¿Qué es lo gracioso? ―preguntó.
Compartí una mirada con su padre. No había manera de decírselo. Era más que
infantil. Y, por alguna razón, eso nos puso a los dos de nuevo en marcha.
Dauphine dio un pisotón.

56
Mon dieu: Dios mío en francés.
―¡Papa!
―Perdón ―logré decir tratando de recuperar la sobriedad.
―Je suis desolé 57 ―dijo al mismo tiempo Monsieur Pascale, también
disculpándose.
Agarrando mi servilleta, me sequé los ojos.
Evan y Paco habían desaparecido en la planta baja, pero no antes de que ambos
nos miraran de uno a otro con total desconcierto y especulación.
Mirándonos a ambos con recelo, Dauphine tomó asiento, pero era una versión
extremadamente apagada de la chica que había abandonado la mesa minutos antes. La
boca de su padre no dejaba de crisparse mientras contenía su humor, pero sus ojos me
marcaron brevemente con intensidad. Se fue tan rápido que pensé que lo había
imaginado.
Andrea y el chef trajeron el plato principal a la mesa. Lubina para los mayores y
espaguetis para Dauphine. Tras una breve presentación del Chef, él también se fue.
Cuando Andrea fue a rellenar mi copa de vino, la detuve con un pequeño movimiento
de mano y una sonrisa.
―Gracias, pero creo que solo debería tomar una cuando estoy trabajando.
Al otro lado de la mesa, sentí, más que ver, que el hombro de Xavier Pascale se
relajaba. Quería que me quedara. Y yo me sorprendí a mí misma queriendo quedarme
también. Y le había permitido no tener que disculparse ni rogarme. Esperaba que lo
apreciara, porque normalmente no tenía la costumbre de dar a los hombres pases libres
para ser arrogantes. Pero, por supuesto, también había pasado por alto que perdiera los
nervios antes.
Cuando Andrea se fue, comimos en silencio durante un rato. La lubina estaba
deliciosa, ligeramente salada y repleta de sabor a hierbas. Y para cuando terminamos,
estaba llena y feliz. El agotamiento del viaje y la disminución de la adrenalina me
agotaban los músculos.
― ¿A qué hora te acuestas normalmente? ―le pregunté a Dauphine.
―A las once ―dijo al mismo tiempo que su padre a las nueve.
Ella hizo un puchero y yo sonreí. Su padre puso los ojos en blanco.
―Y solo porque es verano. En ocasiones especiales quizás a las diez.
―Vamos ―dije después de consultar mi reloj de pulsera―. Te ayudaré a
prepararte y te arroparé. ¿Tienes animales con los que duermes?
― ¿Des animaux58?
―Sí, ¿como osos de peluche?

57
Je suis desolé: Perdón en francés.
58
Des animaux: Animales en francés.
―Por supuesto.
―Tal vez puedas presentármelos. Mi favorito cuando crecía era un leopardo de
nieve de peluche que me regaló mi tía abuela de Nueva York. Echo mucho de menos a
ese gato.
Le tendí la mano mientras su mente se distraía tratando de desentrañar todos
los elementos que le acababa de contar. La ayudé a levantarse de la silla.
―Dile buenas noches a tu papá.
Ella me soltó y le echó los brazos al cuello.
―Bonne nuit, papa. 59
―Bonne nuit, mon ange.60 ―Acarició sus rizos y, con los ojos cerrados, le dio un
fuerte beso en la cabeza, donde estaba metida bajo su barbilla. Su ángel.
Tomé mi plato y mi vaso.
―Puedes dejarlo ―dijo el señor Pascale.
Entonces Dauphine volvió a agarrarme de la mano y me arrastró hacia las
escaleras.
―Buenas noches ―le dije a su padre.
―¿Una pregunta más, señorita Marin?
Me giré.
―¿Sí?
―¿Le gustan ahora? ¿Los barcos? ―aclaró y echó una mano a su alrededor.
Ladeando la cabeza, fingí reflexionar.
―Todavía estoy decidiendo.
Levantó su vaso con una sonrisa de satisfacción.
Me di la vuelta y bajé las escaleras con su hija, odiando cómo el pulso parecía
hacer tictac en mi garganta, y esa lubina hacía un baile de tap en mi vientre. Cuidado,
me dije.
En su camarote, Dauphine me mostró su pijama favorito y empezó a
presentarme sus peluches.
―¿Estos viajan contigo entre el barco y casa?
―Sí. Pero tengo más. Papa dijo que no podía traerlos todos aquí. ―Sus hombros
se hundieron.
―Oye, está bien. Necesitas que algunos se queden en casa para cuidar tu
habitación allí.

59
Bonne nuit, papa: Buenas noches, papá en francés.
60
Bonne nuit, mon ange.: buenas noches, mi ángel en francés.
―Pero se sienten solos.
―¿Estás bromeando? Tienen una fiesta cada noche.
―No soy una bebé, sé que mis juguetes no están de fiesta.
―Pero tienen sentimientos. Me dijiste que se sienten solos. Si se sienten solos,
también pueden ser felices.
Ella se encorvó.
―Ser feliz no es tan fácil como estar triste. Eso es lo que me decía mi madre. Decía
que se esforzaba por ser feliz todo el tiempo, pero que a veces era demasiado difícil.
Dios. Me dolía el pecho. Realmente necesitaba saber qué le había pasado a su
madre.
―Es cierto que a algunas personas les cuesta más ser felices que a otras ―dije
con cuidado, acercándome a su cepillo de dientes―. Igual que a algunas personas les
duele la cabeza más que a otras.
Tomó el cepillo de dientes de mi mano y añadió pasta de dientes.
―Voy a contar hasta sesenta. Tienes que cepillarte los dientes durante ese
tiempo.
Su cabeza se inclinó.
―¿Pourquoi?61
―Porque ese es el tiempo que necesitas para que no se te escape ningún diente
y salgan todos los gérmenes. Tienes que cepillarlos todos. De lo contrario, un diente
podría sentir que no te gusta tanto.
Sus ojos brillaron divertidos y se metió el cepillo en la boca.
―Uno, dos, tres, cuatro... ―Comencé. Para el treinta, ella estaba escupiendo y
suspirando con fastidio. Me reí―. Continúa.
Puso los ojos en blanco, pero cuando terminó y se enjuagó e hizo sus necesidades
mientras yo preparaba la cama, se puso a canturrear. Corriendo y saltando, aterrizó en
el centro de la cama.
―Bien, es hora de las presentaciones. ¿Quién es este? ―pregunté, tomando un
larguirucho mono marrón.
―Mon Chi Chi.
―¿Mon Chi Chi? ―pregunté, mirando al mono a los ojos. Luego agité su brazo
inerte―. Enchantée62 ―dije, recordando el saludo francés.
Dauphine soltó una risita.
―Estos son Pépé, Arnaud, Céleste y Babar. ―Me los presentó uno a uno hasta que

61
Pourquoi: Porque en francés.
62
Enchantée: Encantada en francés.
pasamos por una veintena de juguetes, desde monos hasta sirenas y una familia entera
de elefantes. Finalmente, llegó al último. Un oso con gabardina azul, sombrero rojo y
botas Wellington.
―Conozco a este personaje ―le dije―. Es Paddington. ¿Cómo está usted,
Paddington? ¿Quién te ha regalado éste? ―le pregunté.
―Evan. ¿Il est beau, non?63
―Muy bonito ―asentí, tan agradecida de que mi francés del instituto hubiera
empezado a recordarme estas pequeñas frases aquí y allá.
―Me encanta el abrigo ―dijo―. Es muy... ¿elegante? Me gustaría tener más ropa
para él.
―¿No hay Barbies? Puedes vestirlas.
Su nariz se volvió hacia arriba.
―No. No me gustan. ―Entonces soltó un gran bostezo.
Me hubiera gustado hablar de nuestra aversión mutua a las Barbies, pero se
hacía tarde. Le di una palmadita a la almohada que había detrás de ella, animándola a
que se sentara. Ella obedeció, agarrando a Paddington, y yo la envolví con el edredón.
El barco se balanceaba suavemente, las olas eran diminutas en el puerto protegido.
Volvió a bostezar.
―¿Te estabas riendo de mí? ―preguntó somnolienta―. Arriba, cuando he
regresado de les toilettes. 64
―No ―respondí, sorprendida―. ¿Por qué piensas eso?
Se puso a mirar las costuras de Paddington.
―A veces pasa en mi escuela. Cuando salgo del aula, las chicas se ríen a
carcajadas. Y cuando vuelvo a entrar, dejan de hacerlo.
Mi respiración se entrecorta mientras la emoción me inunda inesperadamente.
Parpadeé y exhalé lentamente. Alargando la mano, le aparté el sedoso cabello de la
frente. Mi mente se quedó en blanco al no saber cómo consolarla.
―Creo que es por mi nombre. Dauphine. Nadie tiene este nombre.
Ladeé la cabeza.
―¿Qué significa Dauphine?
―No conozco la palabra en inglés.
―A mí me suena a Delfín. Y quién no querría llamarse como un Delfín. ―Aun así,
saqué mi teléfono del bolsillo trasero y traduje Dauphine. No había traducción, así que
tecleé ¿Qué es una Dauphine en Francia? ―Ahh ―dije mientras se cargaba la
respuesta―. Así que eres la heredera del trono real francés. ―En realidad, no estaba tan

63
Il est beau, non: Es bonito, no en francés.
64
Les toilettes: Baño en francés.
lejos de la verdad si la prensa sensacionalista era creíble. Al menos, así es como la gente
veía a Xavier Pascale.
―Pero no lo soy. Papa dijo que mi maman quería llamarme así. Y ahora que ella
no está aquí no quiero cambiarlo. Pero es tan, tan estúpido. ―Se dio la vuelta,
acurrucándose en su almohada.
―Creo que es bonito. Es como llamarse princesa.
―Eso no es bueno. Las chicas de la escuela son malas con eso.
Exhalé un suspiro, dándome cuenta de que la mayoría de los tópicos serían una
mentira. También me sentí humilde de que esta niña hubiera decidido compartir su
dolor personal conmigo, y eso que la acababa de conocer.
―Yo también he conocido a chicas así ―dije, en cambio―. También a chicos. Es
doloroso. Pero por suerte hay muchas más personas en el mundo que son más amables,
más bondadosas y mejores amigos. Pueden ser difíciles de encontrar. Como un tesoro.
Pero cuando los encuentres, mantén la amistad a salvo. Es muy, muy valiosa.
Me incliné hacia ella y le besé la frente, sorprendida de que aquella niña se
hubiera metido en mi corazón en cuestión de horas. Apagué la lámpara.
―Duerme bien, princesa.
―Bonne nuit ―dijo ella con sueño.
Me levanté y me dirigí a la puerta.
―¿Peaux-tu laisser la porte ouverte? 65―preguntó ella señalando la puerta con la
cabeza.
La obedecí y dejé la puerta abierta. Evidentemente, mi cerebro había guardado
más francés del que creía. No creía que pudiera hablarlo, pero estaba contenta con lo
mucho que parecía entender. Seguiría usando la aplicación de idiomas de mi teléfono
cada mañana e intentaría ponerme al día.
En mi camarote, me cepillé los dientes y me lavé el rostro en el pequeño cuarto
de baño y me puse mi camiseta suave favorita y mis pantalones cortos para dormir. Me
pareció que faltaba toda una vida para que estuviera metiendo la ropa en una bolsa y
rebuscando en los trajes de baño. Apagando la luz, me metí entre la sábana suave y el
acogedor edredón. Las luces, el parloteo y la música se filtraban por la ventana abierta.
El pasillo estaba oscuro afuera de la puerta de mi camarote, que estaba abierta porque
no había manera de que pudiera dormir con ella cerrada.
Por muy cansada que estuviera, mental y físicamente, el cambio de hora ya me
estaba jugando una mala pasada. Miré mi reloj, distinguiendo las tenues manecillas que
brillaban en la oscuridad. Eran las cinco de la tarde en casa.
Por primera vez en dos días, respiré profundamente y sentí que mi pecho se
aflojaba. Incluso metida en un camarote justo por encima de la línea de flotación de un
barco, sentí una sensación de libertad que nunca había experimentado. Le di vueltas a

65
Peaux-tu laisser la porte ouverte: Puedes dejar la puerta abierta en francés.
la sensación en mi mente, tratando de entenderla. ¿Cuánto tiempo llevaba sintiéndome
tensa, estresada y atrapada? Una gran universidad, un título, perspectivas de trabajo
lucrativas. Siempre asegurándome de que estaba haciendo algo de lo que mi padre
estaría orgulloso. Algo de lo que mi madre pudiera presumir. Por mucho que pudiera
enfadarme con mi madre por su decisión de casarse con Nicolas, que se había
convertido en un desastre, ella me había educado para que fuera capaz de cuidar de mí
misma. Y eso era lo que hacía antes de desviarme del camino, según sus palabras, al
dejarlo.
Pero había belleza en la caída. Aquí no tenía que ser de una determinada manera
para complacer a nadie más que a mí misma. Nadie me conocía. Nadie tenía expectativas
de Josie, la mujer. No era la hija de un miembro de la alta sociedad de Charleston, ni la
hijastra de un estafador deshonesto. Dios amo a Charleston, pero la ciudad tenía una
memoria como un elefante y un peso de juicio igual de pesado. Pero aquí, durante unas
pocas semanas, no era una arquitecta que intentaba desesperadamente hacerse un
hueco en un campo dominado por los hombres. Y había una cierta libertad en ser
alguien nuevo. Aunque sea temporalmente. Una chica con un nombre sin pasado y sin
historia.
Enfrentarme a Xavier Pascale hoy, y ser fiel a mí misma, había sido una apuesta.
Pero el resultado era que tal vez me había ganado una pequeña pizca de su respeto, y
eso me hacía sentir bien. Podía sacar lo mejor de la situación, ser la mejor niñera que
nadie había tenido nunca y aprovechar al máximo la oportunidad que se me había dado.
Eso incluía dejar de lado la ridícula atracción que sentía por mi jefe.
Cerré los ojos y repasé nuestra velada. Desgraciadamente, la atracción que había
sentido por él era difícil de superar. Pero él me había dejado claro que era mi problema.
Y parecía que era del tipo que respetaba el desequilibrio de poder y nunca actuaba de
forma inapropiada con alguien que trabajaba para él. Y yo sabía que de ninguna manera
comprometería mi trabajo de cuidar a la dulce Dauphine ni mancharía la agencia de
Tabitha que tanto le había costado construir.
El barco se balanceaba suavemente y al poco tiempo ya estaba dormitando. El
bajo profundo de una discoteca en el puerto retumbaba débilmente casi al compás de
mi corazón. Me pregunté cómo sería la vida nocturna en Francia y si podría conocerla.
Pensar en eso me hizo echar de menos a Tabitha y Meredith.
Me desperté algún tiempo después, totalmente alerta. Los sonidos del puerto
habían disminuido. Unas pálidas líneas ondulantes bailaban como fantasmas a lo largo
del techo del camarote por el reflejo del agua. Agudicé el oído y oí una pisada en los
escalones y luego afuera de mi habitación. Giré la cabeza y vi una figura en el pasillo. El
señor Pascale. Tanteó la manija que mantenía la puerta abierta y empezó a cerrarse.
―No, por favor ―dije en voz baja.
El se asustó.
―Lo siento. ―Ahogué una risa por haberle dado un susto―. Por favor, déjala
abierta. No puedo respirar con ella cerrada.
Se quedó callado mientras procesaba esto.
―Salimos del puerto temprano en la mañana. Debes cerrar la ventana.
Me senté.
―Je le ferai. 66―Me hizo un gesto y entró de lleno en la habitación, su silueta se
dirigió a la puerta. La cerró y echó el pestillo.
Pude olerlo. Su colonia se mezclaba con el dulce aroma del whisky. Había estado
bebiendo hasta tarde. Me pregunté si era algo habitual. Tragué, respiré profundamente,
el aire ahora lleno de él, y me froté el pecho.
―¿Estás bien? ―preguntó.
―Creo que sí.
―¿Por eso no te gustan los barcos? ―retumbó su voz en la oscuridad.
―En parte.
―¿Y la otra parte?
Solo distinguí vagamente sus rasgos en la oscuridad.
―El océano siempre me ha dado un poco de miedo. Es tan oscuro. Insondable.
Lleno de cosas que los humanos no entienden.
―Misterio y milagros también. Todo depende de cómo elijas verlo. Y el
Mediterráneo... bueno, verás muchas partes que son claras, brillantes y seductoras. Te
olvidarás del miedo. Querrás sumergirte en las profundidades para descubrirla.
―Suenas seguro.
―Lo estoy. Oh. ¡Merde!67 ―maldijo―. ¿Sabes nadar?
―Por supuesto. ―Solté una carcajada―. Y me encantan las playas. Es que la idea
de estar en medio de grandes extensiones de agua me hace olvidar cómo respirar.
―Y ahí es donde el aire es más limpio y abundante. Donde se puede respirar más
fácilmente.
―Supongo que sí…
―Te curaremos, Dauphine y yo.
Me reí.
―Tal vez. Ella es maravillosa.
―Lo es. ―Se quedó quieto durante un largo momento, luego hizo un ligero sonido
de inhalación―. Gracias por quedarte.
Probablemente era lo más parecido a una disculpa por nuestro accidentado
comienzo que iba a conseguir.
Asentí, pero no estaba segura de que me viera.

66
Je le ferai: Lo haré en francés.
67
Merde: Mierda en francés.
―Por supuesto ―susurré―. Y siento haber reaccionado con tanta fuerza.
Pareció asimilar mis palabras y luego, sin responder, se dirigió hacia la puerta y
desapareció por la abertura de su camarote.
Esperé el sonido de su puerta cerrándose y, en cambio, escuché la puerta de su
baño cerrarse y el sonido lejano del agua. Luego se abrió y escuché el sonido de la ropa
que se quitaba y el suave crujido de las sábanas. ¿También iba a dormir con la puerta
de su camarote abierta? Supuse que, como padre preocupado, lo haría.
Me quedé despierta durante lo que me parecieron horas, esforzándome por
escuchar su respiración. Me llamó la atención lo extrañamente íntimo que era que todos
durmiéramos por separado, pero que todos durmiéramos sin puertas cerradas entre
nosotros en un lugar tan cercano.
CAPÍTULO DOCE

Tiré el bolígrafo sobre el informe que intentaba anotar con asco después de leer
el mismo párrafo cuatro veces y me pasé el dedo por el cuello de la camisa, que ya estaba
flojo.
Sentí el picor de la tal Josephine Marin bajo el cuello de la camisa como una
quemadura de sol. Estaba acostumbrado a que las au pairs de la agencia fueran sencillas
y sin tonterías. Eran dulces, casi sin personalidad, y se mezclaban fácilmente en el fondo.
Como debía ser.
No es que necesitara una niñera sencilla. Nunca había sido el tipo de persona que
tuviera ese problema, a diferencia de algunos hombres que conocía; mi padre era uno
de ellos, el perro viejo. No había elegido la agencia por el aspecto anodino de las
profesionales del cuidado de niños. Pero Tabitha Mackenzie siempre había enviado a
profesionales realmente fantásticas, con una paciencia infinita, y que eran mucho más
sensatas que guapas. Mientras Dauphine estuviera segura y bien cuidada, el aspecto no
tenía nada que ver. Tal vez algunas habían sido bonitas, pero desde luego nunca me
había fijado en ellas.
Pero ahora... ahora era una historia diferente.
Mi primer encuentro con Josephine Marin ayer me hizo dudar de la decisión
desde el instante en que la vi. Supe inmediatamente que ella había sido la mujer que se
había tropezado con mi video llamada con Tabitha. En la que me avergüenza admitir
que también he vuelto a pensar, con todo lujo de detalles, esa noche en la ducha. Casi la
había puesto de nuevo en el tren en ese momento. Ni siquiera podía recordar cómo
hablar correctamente en inglés. Yo. Un hombre que había obtenido su título en la
London School of Economics. Mi inglés era normalmente impecable. Evan iba a tener
un día de campo conmigo, ya que había sido testigo de todo el asunto. Así que me miró
de reojo durante todo el trayecto hasta el barco. Era como si supiera que me había
dejado sin palabras. Sus ojos verde-grisáceos parecían disparar directamente a mi alma.
Algo en Josephine Marin alteraba el equilibrio cuidadosamente ordenado que
había perfeccionado durante los últimos años, como un leve temblor de tierra a lo largo
de una falla catastrófica. De las que me ponen los vellos de punta. Y anoche, cuando
intentó dejarlo... bueno, ni siquiera iba a admitirme a mí mismo que su discurso y la
forma en que se defendió habían sido como un despertar contundente de mi libido, así
que no tenía sentido pensar en ello. Si hubiera sido cualquier otra persona la que
hubiera reaccionado así, me habría alegrado que lo dejara. Pero, por alguna razón, lo
había encontrado inaceptable.
Por mucho que la hubiera animado a quedarse, ahora me daba cuenta, tras una
larga noche sin apenas dormir, de que era demasiado peligrosa. Debía enviarla a casa.
Tenía que enviarla a casa.
Pulsé el botón del intercomunicador en el camarote principal, donde utilizaba el
escritorio mientras estaba a bordo.
―¿Evan? ¿Nos vemos en mi despacho, por favor?
Minutos después Evan apareció en la puerta.
Le hice un gesto para que entrara desde el escritorio en el que había estado
intentando concentrarme durante las dos últimas horas en vano.
―Tengo la embarcación auxiliar preparada para llevarte a tierra en cuanto estés
listo ―me informó.
―Bon. ―Me pasé la mano por el cabello.
―¿Estás listo para la reunión? ―preguntó.
¿Reunión?
Oh, sí. Reunión. Miré distraídamente todos los informes químicos finales, cuyos
resultados harían que nuestra empresa obtuviera un contrato de mil millones de
dólares si conseguíamos la última ronda de financiación para la producción. Podría
pagarlo yo mismo, pero siempre era buena idea repartir el riesgo. Mi empresa llevaba
años trabajando en un papel especial parecido a una película que podía registrar los
conocimientos tecnológicos y los lenguajes de código del mundo sin deteriorarse. Lo
habíamos conseguido hasta el punto de que podía sobrevivir a temperaturas extremas
de calor y frío durante, creemos, dos mil años en caso de cataclismo. Lo cual,
admitámoslo, con el modo en que estábamos tratando al planeta, estaba destinado a
suceder más pronto que tarde. Todos los gobiernos lo necesitaban. También todas las
empresas, para proteger sus conocimientos y sobrevivir. Pero los informes que tenía
sobre mi mesa no eran mi principal preocupación en este momento.
―Esta situación con la nueva chica no va a funcionar. No puede quedarse ―dije
en su lugar, inclinándome hacia adelante en mi escritorio.
―Lo siento. ¿Perdón?
―La au pair ―expliqué, tomando mi bolígrafo y agitándolo despectivamente―.
Niñera, o lo que sea.
Evan sonrió.
―¿Qué es eso? ―Hice un movimiento hacia su rostro.
―Este soy yo sonriendo al verte tan confundido.
―Confundido. ―Apuñalé la mesa con mi bolígrafo y deslicé mis dedos hasta la
punta antes de voltearlo sobre su extremo y volver a hacer lo mismo. Deslizar, voltear,
pegar, deslizar, voltear, pegar.
―Herido ―elaboró.
Parpadeé. Deslizar. Voltear. Pegar.
Puso los ojos en blanco.
―¿Por fin te has dado cuenta de que tu equipo masculino podría no estar
muerto?
El bolígrafo voló por el aire, golpeándolo en la frente.
―Podría despedirte por eso. No creas que porque te conozco prácticamente toda
mi vida no lo haría.
―Ow ―refunfuñó, frotándose la frente―. Vaya. ¿Sacando la vieja carta del
despido, X? Las cosas deben ser realmente difíciles. ―Levantó una ceja.
―Jódete. ―Era al único que dejaba llamarme X, en lugar de Xavier o Monsieur
Pascale. Y solo cuando estábamos los dos.
―Lo siento, eso fue grosero. ―No parecía arrepentido en absoluto―. De todos
modos, aquí está su contrato y la no divulgación si quieres revisarlo antes de que firme.
Acaba de llegar del abogado.
Tomé los papeles, pero me quedé callado ya que me estaba incriminando. Sabía
que era injusto enviar a la chica a casa solo porque no podía detener el estremecimiento
que se deslizaba por lo más profundo de mi ser con una sola mirada hacia ella. Y ahora
había admitido mi debilidad ante Evan y confirmado todas sus suposiciones.
Además, más allá del hecho de que no tenía tiempo ni ganas de distracciones,
también me recordaba a mi padre deseando a mis niñeras mientras crecía. Salvo que
mi padre actuaba según esos impulsos. Exhalé un suspiro molesto para tapar mi
encogimiento, tratando de alejar mis pensamientos de ella y volver a los negocios.
Estaría bien. Solo era una mujer atractiva. Había pasado tiempo con muchas de ellas. No
era para tanto. Le daría un par de semanas. Me centré en lo que tenía delante.
―Los informes para la reunión tienen buena pinta. Estoy listo. ―Pasé las páginas
sin necesidad. Sabía que los resultados eran sólidos. No necesitaba releer los informes
esta mañana para saberlo.
―Bien. Me gustaría que mi ganso siguiera engordando. Todavía no estoy
preparado para el foie gras. 68
―Qué expresión tan extraña. ―Cada año, en lugar de una bonificación, le
regalaba a Evan una pequeña cantidad de acciones de mi empresa. Había sido su idea,
y estaba acumulando una buena jubilación. Era una relación simbiótica, su piel en el
juego, si se quiere. Me protegía porque yo era, literalmente, su inversión.
―A veces me gusta fantasear que me proteges porque soy tu amigo y no porque
te hago rico ―le dije.
―Eso es muy tierno ―contestó―. Bien, también en tu agenda. Tu padre ha
68
Es un producto alimenticio del hígado hipertrofiado de un pato o ganso que ha sido especialmente
sobrealimentado.
enviado otra petición para reunirse por este proyecto del puente que quiere que veas.
Se me apretó el estómago.
―Invertir, quieres decir. Esperaba que no estuviera presionando con eso.
―Pas du tout.69 Está ansioso por compartir algunos números contigo.
―Está convencido de que ahora tenemos nuestra mano en algunos proyectos de
hoteles boutique en los que también me gustaría entrar en infraestructuras. ―Noticia
de última hora, no lo hice. Guarda los contratos de construcción del gobierno para los
inescrupulosos. Prácticamente no había forma de evitar la corrupción sistémica, y yo
no quería participar en ella.
―Está preparando una comida ―continuó Evan mientras yo reflexionaba cómo
mi padre no podía aceptar un no por respuesta―. La semana que viene. Marie-Louise lo
puso en tu agenda. Me acaba de llamar para preguntar si lo habías visto.
Mi pobre y sufrida asistente que tenía que contactar con Evan porque yo estaba
jugando a la evasión con mi propio padre.
Abrí el portátil y, tras pasar el software de reconocimiento facial, abrí mi agenda
para ver cómo Marie Louise había configurado mis próximas dos semanas. Por suerte
estaba bastante despejado, como le había pedido que lo mantuviera, aparte de un par
de reuniones, una visita con el abogado de la herencia de mi difunta esposa y el
almuerzo con mi padre. Al menos Dauphine estaría contenta. El almuerzo era en Le Club
Cinquante-Cinq, su favorito. Apreté los dientes y pulsé el botón de confirmación de la
invitación.
―Bien. Hecho. ―A veces era más fácil mantener la paz e invertir un poco aquí y
allá con él.
―Bien, la otra actualización es que uno de nuestros contactos en el puerto nos
comentó que había un tipo preguntando por nosotros, y por eso tomamos precauciones
ayer. Supuso que se trataba de un periodista.
―¿Mais?70
―Pero, ¿qué?
―Te pregunto a ti. Tienes el rostro como si te hormiguearan las arañas.
Evan puso los ojos en blanco.
―Sentido arácnido. ¿Cuándo vas a entender eso?
―Evan.
―Lo siento. Sí. Tienes razón. Algo se siente sospechoso. Investigué a Michello.
―Evan hizo una pausa―. Fue liberado.
―¿Está afuera? Mierda. ―El hermanastro de Arriette. Mi cuñado. Había sido
arrestado por posesión afuera de un club nocturno y brevemente sacado de las calles.

69
Pas du tout: Para nada en francés.
70
Mais: Sin embargo, en francés.
Pero siempre había sido una mala semilla. Siempre llamando a su hermana por dinero
extra cuando no tenía. Culpaba a las adicciones de Arriette por su habilitación. Había
entrado en una espiral después de su muerte, presumiblemente pensando que
heredaría su patrimonio, acumulando pagarés con el tipo de personas a las que les
gustaba atar los cabos sueltos cuando no cobraban, o incluso cuando lo hacían. Y
lamentablemente, también eran del tipo que sabía que era su pariente. Michello era un
comodín. No me gustaban los comodines.
―De acuerdo. Vigílalo.
―Ya tengo a alguien en eso.
Asentí satisfecho, y miré mi reloj, esperando que Evan no volviera a dar vueltas
a mis comentarios sobre la niñera.
―Estaré listo para ir en breve.
Evan no se movió.
―¿Qué? ―pregunté.
―Estaba pensando que hacía mucho tiempo que no te escuchaba reír como lo
hiciste anoche.
―Oui, tal vez estaba atrasado. Dicen que el tiempo cura, ¿no?
Evan ladeó la cabeza.
―Tal vez. De todos modos, dale una oportunidad.
Internamente, sabía que lo que había preguntado sobre que la enviaran a casa
era ridículo. Y podría haber llegado a esta conclusión por mi cuenta en lugar de poner a
Evan al corriente de mi lucha. Agité la mano con una risa como si hubiera estado
bromeando todo el tiempo.
―Al parecer, no tengo muchas opciones, ¿verdad? Ya era bastante difícil
conseguir una niñera con tan poco tiempo de antelación. ¿Llegó la verificación de
antecedentes? ―A pesar de que la Agencia de Tabitha Mackenzie siempre prometía
colocaciones investigadas, sería un tonto si no hiciera mi propia investigación.
Especialmente cuando Dauphine estaba involucrada.
―Los preliminares están limpios. No pude encontrar una licencia de conducir,
pero tiene un certificado de nacimiento, social y pasaporte.
―¿Tal vez no conduce?
―Tal vez. Vive en el centro de Charleston. Así que no será difícil averiguar una
imagen completa.
―Bon. ―Si recordaba, Charleston era una pequeña y pintoresca ciudad con una
historia joven pero bien conservada. También era una ciudad para caminar, así que no
era sorprendente que no tuviera auto. Había disfrutado mucho de mi breve viaje para
reunirme con una empresa de súper yates que había ofertado y ganado mi negocio para
el yate más ecológico al que estaba planeando cambiar. Me encantaba el océano, y esas
bestias devoradoras de gasolina y aceite no eran muy buenas para él.
―Es arquitecta ―ofrecí.
―¿Ella es qué? ―Sus cejas se clavaron en la línea del cabello.
―Una arquitecta. Tendría un título o algo con su nombre. Empieza por ahí.
―Es impresionante. Hermosa e inteligente.
―Aparentemente ―gruñí.
Evan se giró hacia la puerta.
―Por cierto, le dije que no podía salir. De nada. Sentí que ambos necesitaban un
período de enfriamiento.
―¿Que hiciste qué? ―Joder. Lo último que necesitaba era que se sintiera como
una prisionera, especialmente si tenía problemas con estar en un barco―. Evan.
Se encogió de hombros con una mirada críptica.
―Nueva medida de seguridad que acabo de implementar. Nadie entra o sale del
barco doce horas antes de que nos movamos de puerto.
―¿Doce horas?
―Bueno, está bien, podemos hacer que sean tres. Pero con Michello
merodeando, es una buena idea de todos modos. Quiero asegurarme de que estamos a
salvo.
De alguna manera, no creí que el nuevo dispositivo de seguridad tuviera mucho
que ver con mi ex cuñado y todo que ver con el hecho de que Josephine había
renunciado y Evan quería que se quedara. ¿Qué estaba tramando mi viejo amigo?
Un pensamiento perdido apareció en mi cabeza. Mi mano se apretó.
Le fruncí el ceño.
―Espera. Tú no... tú no... sabes que no hay que confraternizar…
―¿Qué? ―Evan se detuvo con la mano en la puerta, y luego se echó a reír―. Los
celos te sientan bien, amigo mío.
―Fuera.
Levantó una palma.
―Pas de problème.71

71
Pas de problème: No hay problema en francés.
CAPÍTULO TRECE

La primera mañana el jet lag era como una bestia pesada en mi cabeza que se
aferraba a mis párpados. Convencí a Dauphine de que saliera de mi habitación donde
había entrado para despertarme, diciéndole que tenía que ducharme y cambiarme y
que luego me reuniría con ella arriba. El barco se movía. Me duché con lentitud y me
volví a enjuagar el cabello, ya que había dormido con él mojado y me había despertado
con el aspecto de un miembro del reparto de plaza sésamo. Me até el cabello en un moño
bajo y me puse un sencillo vestido de verano que había encontrado en rebajas el otoño
pasado mientras estaba de compras en King Street con Meredith. Con mis mejores
amigas en mente, miré mi teléfono en busca de un mensaje.
Tabs: ¿Qué tal tu primera noche?
Respondí rápidamente, consciente de la hora. Ya era de madrugada y tenía que
cuidar a una niña.
Todo está muy bien. La comida es deliciosa. Barco en marcha. El jet lag. Espero que
estés bien. Te echo de menos. Te escribo más tarde xo.
Me di cuenta de que el sonido del motor era tan fuerte porque había una puerta
abierta en el pasillo que bajaba a lo que parecía una sala de máquinas. Las paredes eran
de color crema y estaban bien iluminadas. Me asomé a las escaleras metálicas.
―¿Lo tienes? ―dijo una voz de hombre. No creí que fueran Evan o Paco―.
Tendremos que cambiar el rodamiento, cambio ―dijo la voz británica y entonces surgió
el cuerpo al que pertenecía: de cabello castaño, más delgado que Evan y con una camisa
blanca y unos pantalones cortos de color caqui que ahora tenían manchas de grasa
negra en algunos lugares―. Oh, hola ―dijo con una amplia sonrisa, mostrando unos
dientes ligeramente torcidos al verme. Era joven, pero estaba sucio por el mar. Tal vez
un ex-surfista―. Usted debe ser la señorita Marin.
―Lo soy. ―Le tendí la mano.
Él levantó la suya, negra y cubierta de grasa, en señal de disculpa.
―Soy Rod. Soy ayudante de cubierta. No estaba cuando llegaste ayer, me estaba
tomando un poco de tiempo libre. Siento que mi mano esté engrasada. Solo tuve un
pequeño problema con uno de los sistemas. No es gran cosa.
―No hay problema. Encantada de conocerte. ¿Cuándo subiste a bordo?
―pregunté conversando.
―Uh. ―Se rascó la cabeza―. Sobre las cinco de la mañana, justo antes de salir.
―¿Es eso cierto? Bueno, te dejo con ello. ―Saludé con la mano y subí las escaleras.
Evan se iba a llevar una bronca de mi parte. ¿Imagina que me dijera que nadie podía
subir y bajar del barco durante doce horas antes de que nos moviéramos? gruñí.
En cuanto llegué al salón principal, me tomé un momento para mirar por la
ventana. Estábamos atravesando el agua, la tierra a nuestra derecha. El sol de la mañana
brillaba en las olas azules. Quería apreciarlo más, pero mi necesidad de cafeína era
mayor que la magnífica vista. Todavía no había visto dónde trabajaba el chef, así que
miré a mi alrededor buscando dónde podría estar la cocina. Espera, ¿se llamaba cocina?
¿o Galera?
El sonido de una risa masculina provenía del puente.
Me dirigí hacia allí para dar los buenos días y quizás para que me indicaran la
dirección correcta para la cafeína.
Dauphine estaba sentada en la silla del capitán, con las manos en el gran timón,
y el capitán Paco estaba de pie detrás de ella, señalando en la distancia. Una brisa
entraba por las ventanas abiertas y el aroma del aire salado era una bienvenida muy
sacudida para mi cansado cerebro.
―Buenos días ―saludé.
―¡Mira! Yo conduzco el barco ―exclamó Dauphine al verme.
Me reí.
―Ya lo veo, no me extraña que vaya tan suave. Debes estar haciendo un gran
trabajo.
Se sonrojó de orgullo.
―Me preguntaba dónde podría encontrar las sobras del desayuno y un poco de
café.
Dauphine abandonó el puesto, deslizándose de la alta silla de madera.
―Te llevaré. ―Llevaba unos diminutos pantalones cortos blancos y una camiseta
azul. Su cabello necesitaba un cepillado.
Paco le dio una palmadita en la cabeza.
―Siento que tengas que perder a tu co-capitán ―le dije, separando más los pies
para permitir el movimiento del barco.
―¿Dormiste bien? ―preguntó, metiendo un cigarro sin encender en su boca.
―No lo suficiente. Todavía estoy en horario americano.
Asintió con la cabeza.
―Llevará unos días.
Dauphine tiró de mi mano.
―Ven.
Levanté la otra en un gesto de despedida y me dejé llevar de nuevo a la zona de
estar principal y a través de una puerta en el lado opuesto de la escalera que utilizaba
para bajar a mi camarote. La cocina era larga y estrecha, con electrodomésticos de alta
gama. Los mostradores eran de acero inoxidable y estaban impecables. Parecía que
podría ser la cocina de un elegante departamento neoyorquino. el Chef no aparecía por
ninguna parte, pero junto a una máquina de café de aspecto caro, que todavía tenía una
luz roja brillante, había un plato, un juego de utensilios envueltos en servilletas de lino,
un recipiente de fruta fresca cortada y una cesta de pan y bollería que incluía un
croissant envuelto en una servilleta de lino. Croissants. Mi debilidad. En la cesta
también había un pequeño recipiente de suave mantequilla amarilla y uno diminuto de
conservas rojas con tapa a cuadros.
Lo primero es lo primero, me preparé un humeante café aromático y añadí nata
de un pequeño recipiente de metal que había quedado afuera. Luego puse un croissant
en el plato, así como la mantequilla y las conservas, y me senté en el pequeño banco
cerca de la pared. Dauphine encontró otro plato y se sirvió un poco de fruta y se unió a
mí.
―Entonces, ¿cuál es el plan de hoy? ―le pregunté, arrancando un extremo de mi
croissant y untándolo con mantequilla y mermelada de fresa. Cerré los ojos mientras
empezaba a masticar y dejé escapar un gemido de agradecimiento.
―Te gusta tanto la comida ―observó Dauphine con una risita.
―Creo que no lo entiendes. En Estados Unidos creemos que sabemos hacer
baguettes y croissants, pero te aseguro que no es así. Pienso engordar un poco mientras
estoy aquí. ―Me acaricié el estómago.
Ella se rió encantada.
―Pero en Estados Unidos hacen buenas hamburguesas, ¿no?
―Tal vez. Te lo haré saber después de comer una aquí. Entonces, no me has
contestado. ¿Cuál es el plan para hoy?
―Vamos a Antibes. Anclaremos en la bahía. Papá tiene una reunión. ―Ella puso
los ojos en blanco―. Hoy nos quedaremos en el barco. Paco dijo que podría haber un
tesoro. ¿Nadarás conmigo?
Asentí.
―Solo se me permite si alguien se mete en el agua conmigo.
―Siempre que a tu padre y a Paco les parezca bien. Necesitaré que me prestes
protector solar, olvidé traerlo.
―Tenemos mucho. Te lo enseñaré.
Terminé el desayuno, escurriendo mi taza de café, y localicé el lavavajillas. Como
todo lo demás en la cocina de Chef, estaba limpio y vacío, el desayuno ya había sido
limpiado y guardado. Cargué nuestros platos y utensilios y limpié las migas de la
encimera y la mesa.
Luego Dauphine me condujo por otro pasillo corto hasta una puerta. Dio un
fuerte golpe y la abrió.
―¿Papa?
―No, Dauphine ―siseé en un susurro cuando me di cuenta de que pensaba entrar
en sus aposentos―. No pasa nada. No molestes a tu padre.
Entró en la habitación iluminada por el sol.
―Está arriba, solo estaba comprobando. Me dijo que siempre debo llamar
cuando una puerta está cerrada.
―Buen consejo.
El camarote en el que entramos era claramente el camarote principal, una
habitación enorme que abarcaba todo el ancho del barco. Una cama de matrimonio
centraba el espacio. En un lado, el más cercano a nosotros, había una zona de despacho
y un escritorio con papeles apilados ordenadamente, y en el otro había un gran sofá y
una zona para sentarse. También había una máquina de correr y algunos equipos de
ejercicio en una esquina. Su padre no aparecía por ninguna parte, y aunque sabía que
utilizaba un camarote de la planta baja para dormir en lugar de éste, seguí entrando con
cautela. Evidentemente, él también trabajaba y se vestía aquí, si la camisa de vestir de
hombre que colgaba de un gancho en la esquina era un indicio. Dauphine cruzó la
habitación bailando y desapareció por una puerta. La seguí hasta el cuarto de baño y el
vestidor. Aunque no era enorme, el baño era lujoso y ciertamente más grande que los
de la planta baja.
El armario estaba lleno de ropa de hombre y de mujer. El estómago se me
revolvió incómodamente al mirar lo que probablemente habían sido las cosas de la
madre de Dauphine, que nunca se habían limpiado. ¿Dos años y todavía estaban aquí?
Dauphine tocó varios de los vestidos al pasar, y luego apartó la mano como si
hubiera recordado que no debía tocarlos. Abrió un profundo cajón de madera con un
suave siseo para revelar una serie de protectores solares.
―Ici72 ―dijo―. Toma.
Seleccioné un protector solar. Había un cepillo de cabello sobre la encimera, pero
no había cepillos de dientes ni nada que hiciera pensar que el baño se utilizaba a diario.
Toqué el cepillo con los dedos.
―¿De tu madre? ―pregunté. Pero seguramente no después de todo este tiempo.
Dauphine asintió, y luego miró hacia la ropa, con el rostro marcado por una
emoción dolorosa. Dudaba de que una niña de diez años pudiera definir realmente los
sentimientos que debía suscitar el hecho de tener que ver cada día ese recuerdo de su
pérdida. Por otra parte, ¿qué pasaba con su padre? ¿Era acaso otra razón por la que
dormía abajo?
― ¿Te gusta trenzarte el cabello? ―pregunté para intentar cambiar su atención.

72
Ici: Aquí en francés.
―Oui. Andrea lo hace a veces, pero no sé hacerlo yo misma.
―¿Puedo?
Dauphine asintió a mi reflejo.
―Pero mi cabello es... no sé la palabra. ¿Se atasca? ―Frunció el ceño y dijo algo
en francés que supuse que significaba enredado.
―Tengo algo para el enredado.
―¿Enredado?
Recogí un mechón de cabello.
―Así. Tienes unos rizos preciosos, pero debes evitar que se te hagan nudos.
―¿Tienes el cabello rizado?
Miré mi reflejo e hice un gesto con la mano.
―Ondulado. Pero ahora está mojado. ¿Tu maman tenía el cabello largo como tú?
―pregunté, tocando los rizos rubios oscuros.
―Sí, pero era diferente. ―Su ceño se frunció como si tratara de recordar―. A ella
le gustaba mi cabello. Le gustaba usar el peine.
―¿Te cepillaba el cabello?
Dauphine asintió, y su labio inferior empezó a temblar de repente.
―A veces se hacía algo rubio el cabello. Es... difícil de recordar.
―¿Te entristece pensar en ella?
Ella asintió.
―Pero también me entristece cuando olvido cosas de ella.
―¿Tienes una foto?
―En mi habitación en casa. Debería haber traído una aquí para que la vieras.
―Parpadeó rápidamente, con los ojos azules llorosos―. Era muy, muy hermosa. Pero
estaba muy, muy triste. Papa decía que estar triste puede ser como enfermar. Algunas
personas mueren cuando se enferman demasiado.
Jesús. Tragándome una ola de dolor por su pérdida, le apreté el hombro.
―Tiene razón. ―Exhalé un aliento tranquilizador―. ¿Quieres que te cepille el
cabello antes de irte a dormir esta noche? Puede que no lo haga igual, pero tienes unos
rizos tan bonitos que deberíamos hacerlos brillar como le gustaba a tu maman.
Los motores del barco se ralentizaron y el balanceo se hizo más pronunciado. Me
aferré al marco de la puerta, con el estómago revuelto, y tomé la mano de Dauphine. Me
alegré de haber desayunado algo sólido.
Al girarme, me detuve en seco al ver a Xavier Pascale cruzando el camarote a
grandes zancadas.
―¿Qué haces ahí adentro? ―preguntó, con una voz extraña―. Dauphine, te dije
que no entraras aquí.
Inhalé bruscamente y me puse delante de ella para protegerla.
CAPÍTULO CATORCE

Con Dauphine protegida detrás de mí, levanté las cejas sorprendidas por el tono
de voz de su padre. Mi corazón crujió como si me hubieran enviado a la oficina del
director.
La desaprobación en su rostro se evaporó de repente, como si se hubiera
sorprendido a sí mismo exagerando.
―No he tenido tiempo de comprar protector solar. ―Lo levanté a modo de
explicación de por qué estábamos en el camarote principal―. Dauphine dijo que podía
tomar prestado un poco.
―Oui, Papa. ―Dauphine se deslizó por detrás de mí y le abrazó por la mitad. Sus
hombros temblaron. Las lágrimas que habían estado tan cerca de la superficie, las que
había logrado mantener a raya momentos antes, estallaron de repente ante la herida
punzante que la ira de su padre había infligido. Balbuceó palabras en su cuerpo.
Su cabeza se inclinó mientras la abrazaba por la espalda, y el cabello castaño
oscuro cayó sedosamente sobre su frente. Luego apartó a su hija de su medio con
suavidad. Ella había dejado manchas de humedad en su camisa de lino azul pálido. Al
ver sus lágrimas, vi que sus hombros se desplomaban y que la culpabilidad le hacía
tambalearse.
La arrulló suavemente en francés, y luego me miró, con los ojos desolados.
―Mis disculpas ―dijo―. Haré que Andrea añada el protector solar a la lista de
compras. ―Sus ojos se dirigieron al dobladillo de mi vestido de verano y recorrieron
mis piernas. Pareció darse cuenta de lo que estaba haciendo y sacudió rápidamente la
cabeza. Volvió a abrazar a Dauphine y luego la apartó de él―. Mon chou73 ―dijo,
mirándola, y su anterior expresión gélida quedó atrás al mirar a su hija―. Serás una
buena niña para la señorita Marin, ¿Oui? Evan me llevará a la orilla para mi reunión.
Dauphine arrugó el ceño.
―¿Dónde vas a almorzar?
―En la ciudad.
―Me prometiste que iríamos a Le Cinquante-Cinq. ¿Cuándo? ―Su voz se agudizó
histéricamente.

73
Mon chou: Cariño en francés.
―La semana que viene, ¿bien? ―Él cambió al francés y ella respondió.
Dauphine hizo un mohín y dio un pisotón. Luego volvió a mirarme, sus ojos se
iluminaron como si hubiera tenido una idea.
―¿Puede venir la señorita Marin? Por favor, papa.
Levantó la vista.
No tenía ni idea de lo que se acababa de decidir, así que me encogí de hombros.
―Si ella quiere. ―Me miró un instante, pero su boca se torció como si se hubiera
tragado un insecto al tener que invitarme.
Conseguí encontrar mi lengua.
―Si Dauphine quiere que vaya con todos ustedes, será un placer.
―D'accord. Es un plan. Dauphine. ―Se giró hacia su hija y le besó la cabeza―. Nos
dejarías a mí y a la señorita Marin por un momento. Debo hablar con ella en privado.
Mi estómago se tensó de los nervios.
Dauphine hizo un mohín, pero hizo una pirueta hacia la puerta.
―¡Paco! ―La escuché gritar mientras se dirigía a toda prisa al puente.
Él siguió su camino y cerró la puerta detrás de ella.
―¿Está bien? ―me preguntó, indicando la puerta cerrada. El gesto de
preocupación fue sorprendente.
―Claro. ―Miré hacia las largas pero estrechas ventanas e inhalé. Al menos el
barco había dejado de balancearse tanto.
―Eres... ―hizo una pausa―. ¿Claustrofóbica? ―preguntó como si hubiera tenido
que recuperar la palabra del fondo de su mente.
Asentí.
―Un poco. No es agobiante. Pero está ahí. ―Esta habitación, con un espacio más
amplio y más ventanas, me parecía menos estrecha que mi camarote de abajo.
―¿Quieres sentarte? ―indicó hacia el sofá―. Tengo algunos papeles de empleo
para ti. Un contrato y un acuerdo de confidencialidad. ―Tomó una pila de papeles de su
escritorio y me la entregó con un bolígrafo.
Me senté en un extremo del sofá y hojeé cada página. Estaba en inglés, lo cual
agradecí.
―Puedes revisarlo y dárselo a Andrea cuando esté firmado. ―Se apoyó en su
escritorio, cruzó los tobillos y cruzó los brazos sobre el pecho. Junto con su camisa de
lino azul, que hoy hacía juego con el color de sus ojos, llevaba unos pantalones
desgastados y unos zapatos de barco marrones. Parecía un modelo de un anuncio de
moda masculina: con las cejas expertamente fruncidas y una masculinidad
despreocupada que rezuma por todas partes.
Es mi jefe, me recordé. Aparté la mirada. Tendría que rezar para que los contratos
fueran normales porque no podía concentrarme en una maldita palabra. Firmé el
contrato de trabajo y el acuerdo de no divulgación.
―Toma.
Tomé los papeles.
―Debo disculparme ―comenzó―. Normalmente soy más... suave.
En mi interior, me reí de que se llamara a sí mismo suave.
―¿Ecuánime? ―Le contesté.
―Sí. Reacciono desde la preocupación. Dauphine... se altera a veces cuando viene
a ver las cosas de su madre. He querido quitarlas... ―Levantó los hombros con
impotencia―. Sus emociones. Son elevadas a veces.
Me lamí los labios y ladeé la cabeza, sin saber qué decir. Tenía muchas preguntas
sobre la madre de Dauphine, su difunta esposa y lo que había sucedido.
―Si cree que podría ayudar en mi relación con Dauphine, tal vez podría explicar
las circunstancias en torno al... fallecimiento de su madre. Es que Dauphine mencionó...
―¿Qué dijo? ―Sus cejas se juntaron, y dejó el papeleo firmado en el escritorio a
su lado.
―Solo que su madre estaba triste. Y tal vez piensa que la tristeza tuvo algo que
ver con su muerte ―le dije.
Los ojos del señor Pascale se desenfocaron y la tensión recorrió la postura
aparentemente relajada de su cuerpo. Me di cuenta por el leve cosquilleo bajo la piel de
su sien y por la forma en que sus brazos cruzados pasaron de ser algo que tenía que ver
con sus manos a un apretado lazo que mantenía contra su pecho. Era un cambio sutil,
pero inconfundible. Como una jaula alrededor de su corazón.
―Si no quieres hablar de ella, está bien. Siento haber preguntado. ―Me eché
atrás―. No es mi lugar. Solo pensé que, por Dauphine...
―Estoy seguro de que has leído historias en internet.
―En realidad, no lo he hecho.
Resopló, y traté de no sentirme ofendida. Pero cuando le sostuve la mirada con
sinceridad, pareció aceptarlo.
El motor del barco se apagó y el sonido de una pesada cadena repiqueteó
suavemente.
―Es el ancla ―dijo, y estaba claro que no iba a responder a mi pregunta. Al menos
no hoy. Entonces dejó escapar un pequeño suspiro y la tensión se rompió―. Hemos
llegado. ¿Qué van a hacer hoy? ―preguntó, sentándose en el extremo de la cama
perfectamente hecha y mirando hacia mí.
Apoyó los codos en sus muslos envueltos en pantalones y me miró con seriedad.
Un mechón de cabello volvió a caer hacia delante.
Parpadeando, traté de ignorar la imagen de Xavier Pascale y una cama en el
mismo marco, impresionada por su habilidad para cambiar de tema con tanta facilidad.
―En realidad, esperaba alguna orientación. ¿Cómo suele pasar Dauphine el día
en el barco?
―Tiene que hacer algunas lecturas escolares y algunos ejercicios sencillos para
mantener su cerebro -¿comment dit-on-? 74―Hizo un círculo con la mano en el aire
mientras intentaba claramente pensar en la palabra.
―¿Activo? ―le contesté.
―Oui, para mantener su cerebro activo antes de que empiece la escuela de nuevo.
Asentí. Recordé que me quedé sin cerebro durante los largos veranos entre los
años escolares en el calor de Charleston.
―Vaya, suena divertido ―dije, tratando de transmitir un tono de ironía.
―Pero, además, le he pedido a Paco que se lleve el barco a la pequeña bahía de
Capd'Antibes y que vuelva por mí más tarde ―continuó―. Ustedes dos pueden ir a nadar.
Haré que Rod ponga el tobogán.
―¿Un tobogán? ―pregunté.
Monsieur Pascale esbozó una sonrisa perezosa.
―Los mejores barcos tienen juguetes.
Puse los ojos en blanco.
―Los mejores barcos, ¿eh? ¿Tratando de impresionarme?
―Simplemente intentando que cambies de opinión sobre los barcos ―corrigió
con una risita.
Maldita sea, su risa era sexy. Fornida y cálida.
―¿Funciona? ―presionó.
No tienes ni idea, quise decir. Pero no tiene nada que ver con el barco.
―Todavía no ―contesté―. ¿Qué otros juguetes tienes en la manga? Recuerdo
claramente haber visto un helipuerto en uno de los otros barcos. ¿No eres lo
suficientemente rico?
Soltó una sonora carcajada, con los ojos casi cerrados por la alegría. Era
impresionante cuando se reía. Lo había notado la noche anterior, y hoy me provocó una
sacudida aún más vertiginosa dentro del pecho. Sacudiendo la cabeza, me clavó la
mirada.
―No puedo creer que me hayas dicho eso.
Tragué saliva y traté de contener mis labios sonrientes.
―Sí, yo tampoco.

74
Comment dit-on: Cómo se dice en francés.
―Me temo que no hay helipuerto.
―Entonces me temo que no me impresiona ―bromeé. Esto era un coqueteo,
estaba segura. No. No. No. Mi bajo vientre se inundaba de un calor efervescente, pero
las campanas de alarma sonaban en mi cerebro. Distancia, distancia, distancia.
Hubo un golpe seco y repentino en la puerta.
―¿Ex? ―Sonó la voz de Evan. ¿Ex? ¿X, de Xavier?
―Aquí ―respondió el señor Pascale.
La puerta se abrió y Evan asomó la cabeza por la abertura.
―Cuando quiera, señor Pascale ―dijo Evan, y sus ojos pasaron de mí a su jefe y
luego volvieron a mirarme.
Una extraña sensación de que me habían sorprendido con las manos en la masa
me inundó de energía. Sonreí con incomodidad.
―Ahora mismo voy ―dijo mi jefe, sin hacer ningún movimiento para levantarse.
Me puse de pie.
―Ya me iba.
Evan se detuvo un momento, luego se retiró y cerró la puerta detrás de él.
La tensión creció cuando mi jefe también se puso de pie. Se pasó una mano por
el cabello, pareciendo avergonzado. De repente, su rostro se cerró en banda y respiró
profundamente.
―Dauphine lo ha pasado mal estos dos últimos años ―dijo, metiendo las manos
en los bolsillos―. Necesita a alguien en quien confiar. Yo necesito a alguien en quien
pueda confiar. Desgraciadamente, no siempre he hecho lo correcto ni he reaccionado
de la forma adecuada. La he alejado de su abuela más de lo debido, un error que espero
rectificar este verano. Su abuela la tendría casi todos los fines de semana. O más si
pudiera. Pero es difícil con mi horario y el de ella. ―Se acercó al otro lado de su
escritorio y se sentó, apretando los dedos―. Dauphine necesita una amiga. Necesita
intimidad y espacio para ser una niña y no estar sometida al escrutinio de los medios
de comunicación. Sé que eres su niñera, pero ya está claro, por la forma en que
interactúa contigo, que también podría ser una amiga. Parece que el riesgo que corrí al
contratarte sin que se comprobaran rápidamente tus antecedentes fue el correcto...
para Dauphine ―añadió tras una pausa―. Por favor, no nos decepciones.
Era una súplica grave y sincera. Tragué saliva, con la garganta llena.
No se me escapó cómo se separaba de Dauphine. Yo era buena para ella. Por
defecto, eso significaba que no era buena para él. La distinción me pilló desprevenida.
―¿Estás bien? ―Me miró fijamente.
―No. Sí ―corregí con un ligero quiebre de voz―. Yo, sí. Ya le tengo mucho cariño
a Dauphine. Me doy cuenta de que lo ha pasado mal por lo poco que ha compartido.
Puede confiar en mí. Los dos pueden ―añadí.
―D'accord. Puedes irte ―dijo, con la voz rígida. Su expresión se había vuelto
preocupante.
―Por supuesto. ―Me dirigí a la puerta, pero me detuve con la mano en la
manija―. Sabes ―dije, con voz suave―. He perdido a un padre, así que tengo una idea
de lo que pasan las familias, de lo que es perder a un padre. Estaré aquí para Dauphine,
y la mantendré a salvo. ―Dudé. Tenía en la punta de la lengua la idea de decirle que yo
también podía estar a su lado, pero me mordí los labios. No era prudente acercarse más
a este hombre. Estaba dañado, y no creía que tuviera que ver únicamente con la pérdida
de su esposa.
Salí y cerré la puerta detrás de mí, dirigiéndome a la sala de estar.
―¿Qué fue eso? ―preguntó Evan, haciéndome saltar. Estaba apoyado en la pared
justo cuando salí del salón.
Me puse una mano en el pecho.
―¿Qué?
Inclinó la cabeza, con una extraña expresión contemplativa en su rostro.
―Quería hablarme de Dauphine ―me encontré explicando―. Y del papeleo. He
firmado...
―Relájate. Solo tenía curiosidad. Me alegro de que hayas firmado el papeleo. Me
alegro de tenerte a bordo. ―Sonrió y se dirigió a través de la sala de estar principal hacia
la cubierta trasera, dejándome confundida.
Al oír la charla de Dauphine, seguí el sonido hasta la cocina.
Solo más tarde, cuando Dauphine y yo nos situamos en la parte trasera del barco
y observamos cómo el pequeño bote auxiliar con su padre y Evan se dirigía a la orilla,
recordé que había querido tener una conversación con Evan sobre el hecho de que
dijera que no se me había permitido abandonar el barco, cuando eso se había inventado
claramente en el acto.
Respiré el aire del mar, la brisa acariciando mi piel, las olas de abajo tan azules
que parecía que un gigante había derramado un bote de tinta.
Miré a mi joven pupila, con sus rizos enmarañados al compás de la brisa y sus
ojos, al igual que los de su padre, a juego con las profundidades azules del mar bajo
nosotros. En solo un día, ella y su padre se habían metido en mi piel y sabía que, incluso
cuando volviera a casa, nunca me abandonarían.
CAPÍTULO QUINCE

Después de que Evan y el señor Pascale se fueran, Paco ancló el barco en una
pequeña bahía cercana que, según dijo, se traducía literalmente en plata falsa. Dauphine
estaba segura de que eso significaba un tesoro. Paco y Rod habían desaparecido en la
sala de máquinas para arreglar lo que les había dado problemas, y Andrea fue vista por
última vez con una pila de sábanas, servilletas y crema para pulir la plata. Chef estaba
cortando y preparando cosas para los menús que estaba preparando para el almuerzo
y la cena.
Seguí a Dauphine hasta la cubierta trasera y me quedé boquiabierta cuando vi
que habían sujetado un gran tobogán inflable desde la cubierta, pasando por la
plataforma inferior, hasta el agua.
―Vaya ―dije, deteniéndome.
El sol brillaba en el agua. El barco se balanceaba suavemente y Dauphine dio una
palmada de alegría cuando vio que Rod había desplegado e inflado el largo tobogán por
el costado del barco.
Me incliné sobre la barandilla.
―Bueno, eso parece un poco desalentador.
―Primero tenemos que mojarnos. ―Dauphine bajó corriendo hacia la cubierta
trasera para saltar.
―Espera ―dije, y me apresuré a seguirla hasta el borde de la plataforma inferior.
Debajo de nosotros el agua era como una joya. Podía decir que era profunda,
pero era tan clara y translúcida que era casi como mirar a través de un caleidoscopio
hecho de turquesa, verdes vibrantes y azules oscuros.
―Esto es increíble ―dije.
―Contamos, ¿sí?
Me reí.
―Claro ―dije―. ¡Uno, dos, tres!
Las dos saltamos.
El agua estalló hacia arriba, fría y afilada contra mi piel mientras nos
sumergíamos. Me sacó el aliento del pecho y aflojó la parte superior de mi bikini, que
rápidamente sujeté con la mano libre.
La pequeña mano de Dauphine abandonó la mía cuando el peso de mi cuerpo me
arrastró a lo más profundo, y mis pies acariciaron remolinos de agua aún más fría. Con
los ojos cerrados, me deleité con la sensación de tranquilidad. Ya podía sentir la
salinidad en mis labios y burlarse de la costura de mis párpados. Por un momento luché
contra el impulso de volver a patear hacia arriba, para disfrutar de unos segundos más
de la novedosa sensación. ¿Alguna vez me había sumergido en un océano sin miedo a lo
desconocido, a lo que no se ve? Sentí un oleaje de agua y supe que Dauphine estaba
moviendo el agua cerca. Con una patada me levanté con facilidad y atravesé la superficie
con el rostro hacia el cielo. La sal golpeó mi lengua cuando abrí la boca para respirar.
Me limpié el exceso de agua de los ojos y los abrí para encontrarme con la arrebatadora
sonrisa de Dauphine.
―Fantastique75, ¿non?
Me reí, incapaz de contener mi alegría por este simple placer.
―Sí, increíble. Al principio hace frío.
―Sí. Es maravilloso. Papa dice que en un mes más hará demasiado calor. Ahora
es parfait.76
―Perfecto ―dije.
―Perfecto ―imitó ella―. Ahora subimos al tobogán. Yo primero. ¿Me esperas
aquí?
―Claro, adelante.
Se dio la vuelta y se dirigió hacia la cubierta del baño y la escalera, y yo pataleé
las piernas mientras me ajustaba la correa del bikini alrededor del cuello. El azul marino
y el blanco brillante de las cubiertas del yate formaban una imagen elegante y
majestuosa contra el cielo azul sin nubes y el horizonte perfectamente despejado.
Ocupaba casi toda mi vista. Y pensar que la semana pasada, a estas alturas, estaba
sentada en mi pequeño escritorio en la parte trasera de un edificio del centro de
Charleston, con los ojos forzados por los números, los ángulos, los bocetos y las hojas
de cálculo del presupuesto bajo la dura luz fluorescente. Por primera vez desde que mi
mundo se puso patas arriba, sentí una repentina sensación de alivio y evasión. No sabía
qué significaba eso en la práctica, porque me encantaban la arquitectura y los edificios.
Pero me aferré a la ligereza de mi pecho. De alguna manera, en el arduo camino para
intentar ascender, me había quemado un poco.
Me giré, pisando el agua, y miré hacia los bordes rocosos y grises de la bahía y
hacia las pocas mansiones, desde modernas hasta de piedra del viejo mundo, que se
aferraban a sus bordes. Aquí y allá había escalones empinados tallados en piedra entre
la escarpada maleza verde. Imaginé las hazañas de ingeniería que los arquitectos de
antaño tuvieron que idear para que estas viviendas palaciegas junto al acantilado
resistieran las pruebas de cientos de años. Me pregunté si las más modernas tendrían
esa longevidad. Si más tarde siguiéramos anclados aquí, me encantaría dibujar las casas.

75
Fantastique: Fantástico en francés.
76
Parfait: Perfecto en francés.
Aún no había abandonado el hábito de llevar un cuaderno de bocetos a todas partes que
me había inculcado uno de mis primeros profesores de dibujo.
Escuché que Dauphine me llamaba.
Me giré a tiempo para ver como se colocaba en la parte superior del tobogán y
se lanzaba. Gritó durante todo el trayecto, y su pequeño cuerpo cayó al agua en un
chapoteo de miembros desgarbados. Salió jadeando, haciéndonos reír a los dos.
―No es tan elegante ―dije―. Pero parece divertido.
―Tu turno.
―¿Me esperas aquí?
Ella negó con la cabeza, fingiendo miedo por quedarse sola en el agua.
―A mí tampoco me gustaba estar sola en el agua cuando era más joven. Ni
siquiera en una piscina. Vamos, te echo una carrera.
Dauphine soltó una risita y gritó mientras nadaba medio a lo perrito y medio a
braza furiosamente hacia la cubierta de natación.
Fingí que intentaba seguirle el ritmo con brazadas lentas en el agua, pero la dejé
ganar.
Paco nos observaba desde una cubierta superior, riéndose. Por fin había
encendido su pequeño cigarro, y el humo era una tenue aparición que daba vueltas a su
cabeza.
Durante las dos horas siguientes, saltamos, nadamos y competimos. Dauphine
trató de convencerme de que estaba bien que dejara de jugar con la parte superior de
mi bikini, ya que al parecer muchas mujeres francesas simplemente hacían topless. Por
un segundo, me imaginé caminando por el barco en topless con los ojos de su padre
mirando mis pechos.
―No soy francesa ―le expliqué con voz ahogada, tratando de sacudir la imagen.
―¡Todavía! ―Sonrió―. Yo te haré más francesa y tú me harás americana.
Le solté una débil carcajada.
Probamos el equipo de esnórquel, pero Paco nos pidió que no nos alejáramos
demasiado del barco, ya que Evan había tomado el tender, y si nos metíamos en
problemas por las rocas, no podría llegar hasta nosotros ya que el barco principal era
muy grande. Aun así, poder flotar por la superficie del agua cristalina a una profundidad
de lo que supuse que eran unos treinta o cuarenta pies era hipnotizante. Era increíble
ver el fondo arenoso y rocoso y los pequeños peces plateados con colas amarillas que
correteaban por aquí y por allá. Por desgracia, también vimos varios trozos de vidrio,
aluminio y plástico semienterrados. Dauphine lo vio primero y me hizo un gesto, antes
de señalar y luego hacer una acción de llanto en rostro con los puños cerrados. Me
encantó que esto la molestara. A mí también me molestó. Hice un símbolo de corazón
con los pulgares y los índices y la señalé.
Al final, nuestros hambrientos estómagos nos llamaron para que volviéramos al
barco, y nos tumbamos en la cubierta de baño para secarnos bajo el brillante sol.
Hacía tiempo que no me divertía tan despreocupadamente. Tenía la piel
polvorienta y tensa por la sal, estaba sedienta y me escocían un poco los ojos, pero me
sentía muy tranquila. Dejé escapar un largo suspiro y giré mi rostro hacia Dauphine.
―Gracias ―le dije sinceramente.
―¿Pourquoi?
Cómo explicarlo de forma que ella lo entendiera.
―Hacía mucho tiempo que no disfrutaba tanto de la natación ―le dije, pero no
llegaba a expresar la alegría y el alivio que sentía en el pecho.
Ella sonrió, claramente complacida por mi gratitud.
―El almuerzo está listo ―dijo Andrea desde arriba.
Dauphine se levantó de un salto.
Me sombreé los ojos, me incorporé y entrecerré los ojos para ver a Andrea.
―Ahora mismo voy. ¿Comemos afuera o nos cambiamos primero?
―Afuera. Comeremos en la cubierta trasera inferior ya que el señor P está afuera
del barco.
Me puse de pie y seguí a Dauphine, subiendo la corta escalera de mano
incorporada.
Andrea nos entregó unas blandas toallas marineras y blancas.
Paco se sentó a la cabeza de la mesa en la cubierta trasera y Chef al final. Rod,
Andrea, Dauphine y yo lo completamos. Había un par de baguettes grandes, jamones y
salami, quesos, y una gran ensalada Niçoise con frijoles verdes, huevos cocidos,
aceitunas y atún sobre deliciosas hojas verdes. Chef señaló el plato grande.
―Sin anchoas para la princesita.
―Merci ―le dijo Dauphine y se levantó, inclinándose y dándole un gran beso en
la mejilla.
Chef parecía tan sorprendido que todos nos echamos a reír.
Él sonrió con pena.
Andrea nos sirvió a todos agua espumosa San Pellegrino.
―Así que ―dijo, colocando un cabello suelto detrás de la oreja―. Todos nos
hemos preguntado qué le dijiste al señor P para que se riera tanto anoche.
―Oh ―dije, sintiendo que el calor subía por mi garganta. Miré de reojo a
Dauphine y ella me miró con interés. Anoche había pensado que nos reíamos de ella.
Volví a mirar con nerviosismo a los cuatro pares de ojos curiosos―. Um ―tartamudeé―.
Fue solo una tontería. Apenas lo recuerdo.
Andrea y Chef parecían decepcionados y poco convencidos ante mi falta de
respuesta.
―¿Qué pasó? ―preguntó Rod.
―Algo me dice que la señorita Marin hizo que el señor P perdiera la cabeza.
―Llámame Josie, por favor ―dije.
Rod enarcó una ceja mientras untaba mantequilla en un trozo de baguette y le
ponía un círculo de salami.
―Hacía tiempo que no tenía algo de lo que reírse.
―Bueno, sea lo que sea ―dijo Andrea―, fue encantador escucharlo reír. ¿Verdad,
Dauphine?
Dauphine asintió con la boca llena.
―Entonces, ¿cómo terminaron cada uno de ustedes trabajando para Monsieur
Pascale? ―pregunté, desesperada por desviar su mirada.
―Moi ―comenzó Paco―. Yo era el capitán de los mayores Monsieur et Madame
Pascale. Conozco a Xavier desde que era un niño. ―Dejó escapar una risa ronca con un
movimiento de cabeza―. Podría contar algunas historias, pero no. Solo puedo decir que
estoy muy agradecido con la familia. Y ha sido un honor trabajar con Xavier. ―Hizo una
pausa, con un aspecto repentinamente sombrío―. No hay hombre más fino ―terminó y
tomó su vaso de agua con espuma, mirándolo fijamente como si pudiera ver recuerdos
lejanos dentro de él.
―Bueno. ―Rod se aclaró la garganta―. En cuanto a mí, digamos que era un chico
bastante malo, me arrestaron un par de veces, y Evan, que es compañero de mi hermano
mayor, me llamó un día y me dio un discurso. ¿Qué vas a hacer con tu vida, Roddie?
―dijo―. O algo parecido. Me dijo que tenía que ser un hombre. Me ayudó a recuperarme
y me dio un trabajo. Siempre estaré agradecido de que el señor P confiara en Evan lo
suficiente como para darme un trato justo. Así que se puede decir que me dedico a no
defraudar nunca a ninguno de los dos.
Mastiqué mi trozo de salami, y luego bifurqué un poco de ensalada mientras me
giraba hacia Chef.
Chef se sentó con los brazos cruzados.
―No estoy seguro de cuándo se convirtió en un almuerzo confesional. Pero es
mejor que lo sepas. Soy alcohólico. Llevo seis años y un mes sobrio. Perdí un
restaurante, mi mujer y la custodia de mi hijo. ―Miró a Dauphine y las palabras
parecieron detenerse en su garganta. Suponía que tenía mucho más que decir, pero
creía que era demasiado difícil o mejor que Dauphine no lo escuchara―. De todos
modos, mi restaurante era uno de los favoritos del señor y la señora P. Cuando se enteró
de lo que me había pasado, me ofreció un trabajo si conseguía limpiarme. Dijo que el
trabajo era mío todo el tiempo que necesitara, y que en cualquier momento que
estuviera listo para empezar de nuevo con una nueva empresa él... ―Chef se aclaró la
garganta como si se atragantara―. Dijo que me apoyaría. No estoy seguro de que vaya
a aceptarlo. Pero por ahora, soy feliz aquí, hablando con ustedes, lo siento. ―Levantó su
vaso de agua―. Salud.
Tomé mi vaso, con un nudo en la garganta.
―Salud ―dije.
―Chin chin ―cantó Dauphine.
―Por el señor P ―añadieron Rod y Andrea al unísono.
Todos dimos un sorbo.
Andrea se puso de pie.
―¿Alguien necesita algo? Tengo que ir corriendo a la cocina, he puesto otro
baguette a calentar. Vuelvo enseguida.
Todos nos servimos segundos y tercios de la deliciosa ensalada y de los
embutidos y quesos. El baguette estaba caliente, crujiente y delicioso, especialmente
cuando se untaba con un poco de mantequilla ligeramente salada. Comí mucho más de
lo que me hubiera gustado, pero no me importó.
Un rato más tarde, después de que Paco nos contara una historia sobre un
encuentro con unos piratas modernos al principio de su carrera como navegante, se
sentó con una palmadita en el estómago y una sonrisa de satisfacción.
―Hora de la siesta.
Dauphine dejó escapar un sonido de decepción.
―¿Quieres ver una película o algo así? ―le pregunté―. No hace falta que
duermas, pero quizá deberíamos acostarnos un rato hasta que la comida se asiente y el
sol no sea tan fuerte.
―Puedes poner una película en la pantalla del salón principal ―dijo Andrea―. Te
enseñaré cómo funciona todo.
Sonreí.
―Perfecto.
Todo el mundo tomó su plato y algunos vasos de la mesa, y lo tuvimos todo
recogido en un santiamén. Al poco tiempo, Dauphine y yo estábamos en el sofá viendo
a Zac Efron cantando, y fue entonces cuando me di cuenta de que Andrea no había
compartido su historia de cómo llegó a trabajar para Xavier Pascale.
Si las historias del almuerzo eran creíbles, todos sus empleados habían
necesitado ser rescatados, así que tuve que asumir que la historia de Andrea era una
situación similar. Así que mi nuevo jefe tenía complejo de caballero blanco. Supongo
que se pueden tener peores defectos, pensé con ironía, irritada porque estaba
encontrando más razones para que me gustara que para que me disgustara. Un
enamoramiento de un hombre guapo, podía superarlo rápidamente. Un
enamoramiento de un hombre guapo y amable... bueno, amable era mi criptonita.
Dauphine estaba acostada, con los ojos adormecidos, pero pegada a la película.
Se había puesto una manta de cachemira de color cereza sobre las piernas desnudas.
―Ahora vuelvo ―susurré. El barco se balanceaba suavemente bajo mis pies
cuando me puse de pie.
El baño, la sal y el aire del mar la habían cansado.
Esperaba que me ocurriera lo mismo a la hora de acostarme.
Le acaricié el cabello y luego me levanté y me dirigí a la cocina para buscar a
Andrea y charlar. Por desgracia, estaba ocupada revisando los próximos menús con
Chef.
Después de asegurarme de que a Andrea le parecía bien que dejara a Dauphine
relajada donde estaba, tomé mi cuaderno de dibujo y subí a la cubierta superior. Me
pasé una hora de felicidad bajo el toldo, dibujando las casas construidas en la roca.
Dauphine no tardó en encontrarme y se alegró de que supiera dibujar. Arranqué una
hoja de mi libro, anotando que compraría más papel cuando pudiera, y le di un lápiz.
Dibujó un paisaje marino con una sirena.
El sol estaba bajo, y la luz que incidía en las villas y los afloramientos rocosos
mientras nos balanceábamos suavemente en el agua hizo que mi corazón se retorciera
de satisfacción. Me encontré con el deseo de explorar los pequeños pueblos. ¿Qué tan
cerca estaban todas esas casas después de todo? ¿Estaban todas las calles empedradas?
¿Las señoritas francesas se paraban frente a sus puertas azul pálido y barrían sus
escalones de piedra y espantaban a los gatos callejeros? ¿Volvían todos a casa con
baguettes frescas cada día? Qué extraño es haber sido arrancada de mi pequeña vida
sureña que creía haber deseado y haber sido arrojada al medio del Mediterráneo. Este
era el tipo de cosas que debería haber puesto en un tablero de visión cuando era
adolescente. No es que haya terminado uno. Siempre había sido idea de Meredith, y mi
cerebro lógico de mente izquierda no daba mucha importancia a esa práctica. Aunque
Meredith siempre intentaba convencerme de que mi tablero de Pinterest sobre Francia
era lo mismo. Tal vez lo fuera. Tal vez el destino sí me había traído aquí.
Dauphine y yo volvimos a comer con la tripulación, ya que el señor Pascale aún
no había regresado, y más tarde me encontré intentando dormir sin descanso. Mi reloj
interno seguía bloqueado en la hora americana. El barco se balanceaba más
fuertemente anclado en la bahía que en el puerto, y aunque el movimiento debería
adormecerme, lo único que hacía era hacerme constantemente consciente de que
estaba encerrada en las profundidades de un barco sin aire fresco y rodeada de agua
oscura. Decidí levantarme para ir al exterior, pero entonces escuché el sonido de Xavier
bajando las escaleras y preparándose para ir a la cama. Así que estaba en casa. Algo
dentro de mí se relajó ahora que había vuelto.
CAPÍTULO DIECISÉIS

Me asomé a la cocina, esperando encontrar al menos a Chef allí también, pero


solo estaba Andrea. No creí que me hubiera perdido el desayuno esta vez, ya que había
platos y comida todavía en la mesa. Estaba de espaldas a mí mientras jugaba con la
máquina de café.
―Buenos días ―saludó mientras miraba por encima del hombro―. ¿Quieres un
café?
―Sí, por favor. Desesperadamente. Pero solo uno, gracias. Este jet lag podría
mantenerme despierta de nuevo esta noche, así que no creo que añadir demasiada
cafeína a la mezcla sea una buena idea. Todavía tengo seis horas de retraso.
―Sentémonos y conversemos antes de que entre todo el mundo ―dijo e indicó
los asientos―. El jet lag tardará unos días, estoy segura.
Me senté con algo de fruta y un croissant.
―¿A qué hora suelen comer todos?
Andrea se sentó frente a mí, poniendo dos tazas de capuchino espumoso frente
a nosotras. Miró su teléfono.
―Más o menos ahora, pero todos están tratando de arreglar el Wi-fi. Tiene un
fallo. ―Llevaba el cabello rubio recogido como lo llevaba normalmente, en un moño bajo
detrás de la cabeza. Llevaba un maquillaje mínimo, y su piel brillaba sana y suave―.
Probablemente te habrás dado cuenta en la comida de ayer, pero a Monsieur Pascale...
le gusta...
―¿Rescatar personas?
Ella soltó una carcajada llena de tensión.
―Supongo que se podría decir eso. Ni siquiera creo que se dé cuenta. ―Agitó las
manos en el aire con displicencia―. Probablemente sea mejor ponerte al corriente. Y no
quería hablar de ello delante de todos. Ellos lo saben, por supuesto, pero no Dauphine...
―Se aclaró la garganta―. Verás ―dijo―. Yo estaba... en un matrimonio abusivo.
Mis ojos se abrieron de par en par.
―Dios, lo siento mucho ―dije.
Volvió a agitar la mano.
―No busco compasión. Ha pasado el tiempo suficiente como para poder decirlo
tal y como era sin toda la vergüenza con la que me arrastré fuera de allí. Pero es
importante que lo sepas porque no tengo duda de que mi marido vendría a buscarme
si supiera dónde estoy.
―No sé qué decir. Dios. Siento mucho que hayas pasado por eso.
―No hay nada que decir ―dijo Andrea―. Lo que pasa es que me pregunto por
qué esconderse con un jefe que es un imán para los paparazzi como Xavier Pascale
parecía una buena idea. Pero luego me pregunto qué otra cosa podía hacer. Ha sido una
persona increíble para la que trabajar, y todos los que trabajamos para él haríamos
cualquier cosa por él. Y hasta ahora he permanecido bajo el radar.
Me retorcí los dedos, moviéndome mientras sus palabras me helaban.
―¿Hay alguna posibilidad de que tu ex marido te encuentre? ¿Crees que te está
buscando actualmente?
―No veo cómo podría hacerlo después de todo este tiempo. Si salgo a tomar algo
o a cenar con la tripulación, saben que no nos hacemos fotos y mantenemos un perfil
bajo. ―Exhaló un suspiro―. Por desgracia, no es mi ex marido. He estado demasiado
nerviosa para solicitar el divorcio en caso de que pudiera utilizarlo como una forma de
localizarme.
―Dios mío, Andrea. Lo siento mucho. ―Dios. No podía imaginarme vivir con esa
clase de miedo.
―Sí. Bueno, te lo digo porque tú también tienes que mantener un perfil bajo.
Todo el mundo en este barco es un objetivo a su manera. O ellos mismos, como en mi
caso, o como una forma de llegar al señor P o a Dauphine.
Apreté el borde lateral de la uña de mi pulgar contra el tablero de la mesa de
madera muy barnizada.
―Si te preocupa que traicione su confianza, o que llame la atención, tienes que
saber que nunca lo haría voluntariamente.
―Gracias.
―Por supuesto.
―De todos modos ―dijo finalmente―. Todos tenemos algo que perder. Así que
espero que entiendas la seriedad con la que tienes que tomarte tu trabajo aquí.
Asentí.
―Lo entiendo. ¿Te he dado una impresión diferente?
―No, claro que no. Pero, de nuevo, la gente me ha engañado antes. ―Sus labios
se aplanaron.
―Me tomo mi trabajo en serio.
―Hasta ahora solo nos has impresionado.
Agradecí escucharlo, aunque no creía haber hecho nada especial más allá de lo
que haría una persona normal.
La puerta de la cocina se abrió de golpe detrás de mí y Dauphine entró volando.
Se inclinó hacia mí y me dio un gran beso en cada una de mis mejillas, luego hizo lo
mismo con Andrea, tomó un plato y se sentó.
―Vaya ―dije―. Alguien está de buen humor esta mañana.
―¡Oui! ―Dauphine aplaudió y tomó la mantequilla―. ¿Adivinas por qué?
Comparto una mirada con Andrea.
Dauphine apuntó con su cuchillo.
―¡No debes decírselo, Andrea!
Andrea hizo un movimiento de cremallera sobre sus labios.
―No sé ni por dónde empezar ―dije, divertida.
―Es algo que tiene que ver con... ―Dauphine hizo una pausa, frunciendo el ceño,
y luego dijo la palabra “Shopping” a Andrea.
―Es la misma palabra en inglés. Shopping ―ofreció Andrea.
―¡Ah! Oui. Shopping.
Levanté las cejas.
―¿Vamos... de compras?
―No solo de compras... ¡vamos al mercado! Papa ha dicho que podemos ir hoy al
mercado de Antibes. No es tan bueno como el de St. Tropez, pero... está bien. Te va a
encantar. Es lo que más me gusta. ―Prácticamente daba saltos en su asiento.
Confundida por la excitación de Dauphine, miré a Andrea en busca de ayuda.
―¿Un mercado la tiene tan emocionada?
―Bueno, los mercados en Francia son algo muy importante en verano. Antibes
es uno de los mejores. Bueno, el mercado cubierto está allí todo el verano, pero también
tienen un mercado callejero en el que cierran las calles y los vendedores vienen de todas
partes a instalar sus cosas.
―¿Como un mercado de agricultores?
―Más o menos. Pero mejor. Venden de todo. Incluso antigüedades increíbles. El
de St. Tropez es famoso pero caro. Pero después de haber hecho este tramo de costa
unos cuantos años, te das cuenta de que muchos de los mismos vendedores viajan a
cada lugar. Puedes comprar vestidos de lino de Italia, quesos increíbles, joyas únicas,
bolsos de cuero, flores... ¿sabes qué? No puedo hacer justicia. Lo entenderás cuando
llegues.
―¿No irás?
―No. He ido a muchos. No tengo espacio para más ropa. Además, tengo un
montón de cosas que hacer en el barco. Sin embargo, Chef siempre va a recoger
suministros.
Rod y Chef salieron de las escaleras de la tripulación.
―¿Adónde voy? ―preguntó Chef.
Rod se sirvió un plato y se sentó frente a mí.
―Buenos días.
Lo saludé con la cabeza.
―Al mercado ―respondió Dauphine a Chef a través de un bocado de croissant.
Tragó saliva―. Puedes comprar un hermoso bikini nuevo, Josie. Así no tendrás que
preocuparte de que se te caiga el top todo el tiempo.
Hubo un tiempo de silencio en el que el calor subió por mi garganta hasta mi
rostro, y las cejas a mi alrededor se alzaron.
―Bueno ―dijo Rod, guiñándome un ojo―. A ninguno de nosotros nos importaría
que quisieras hacer topless. Todas las francesas lo hacen. Es una de mis cosas favoritas
de Francia.
Chef le dio un puñetazo en la cabeza.
―Eso es un estereotipo, y lo sabes. ―Gruñó al mismo tiempo que sentía la brisa
de la puerta del salón abrirse detrás de mí.
―Rod. ―La voz del señor Pascale era un estruendo ártico.
Frente a mí, el rostro de Rod se puso repentinamente morado mientras tragaba
entero lo que se había metido en la boca.
―Viens ici 77―dijo la voz grave del señor Pascale detrás de mí. Me giré para verlo
sosteniendo la puerta abierta y gesticulando a través de ella con una mano, con los ojos
como carámbanos clavados en Rod.
Rod asintió con un trago.
―J'arrive.78 ―Se deslizó afuera de su asiento―. Lo siento, Josie ―me dijo entre
dientes al pasar.
―No pasa nada ―dije―. Sé que solo estabas bromeando.
Sus ojos pasaron de mí a su jefe.
Sintiéndome mal por Rod, eché una mirada al señor Pascale, completamente
desgarrada, pero sin querer socavar su autoridad. Me miró fijamente y me hundí en mi
asiento. Por Dios. ¿Ahora era culpa mía? Rod atravesó el hueco, seguido por el señor
Pascale, y la puerta se cerró.
Se hizo el silencio.
―Bien ―dijo Chef―. Creo que hablo por todos nosotros cuando me disculpo por
el comentario de Rod. Él simplemente no piensa a veces. Su inteligencia emocional es
todavía un trabajo en progreso.

77
Viens ici: Ven acá en francés.
78
J'arrive: Ya voy en francés.
Hice una mueca.
―Está bien. Lo prometo. ―Sabía que era técnicamente acoso sexual, así que no
dije nada más.
Chef sacudió la cabeza y levantó los brazos.
―Debo ir a hacer mi lista. Ya deberíamos estar allí, todas las mejores cosas se
habrán ido ―murmuró mientras salía de la galera.
―Los mercados de Antibes son frecuentados por algunos de los mejores chefs
―explicó Andrea mientras fruncía el ceño ante la salida de Chef.
Dauphine nos miró de uno a otro.
―No entiendo por qué Rod tiene problemas. Es cierto, ¿non? No nos importa que
se vaya en top.
―No pasa nada. ―Le di una palmadita en la mano―. Quizá tu padre quería hablar
con él de otra cosa.
―Hmm ―dijo ella, y luego se deslizó de su asiento―. Iré a prepararme.
Andrea me dio una sonrisa apretada.
―Evan dijo que eras arquitecta, Josie. ¿Qué demonios te hizo dejar eso para ser
niñera durante el verano? ―Señaló a nuestro alrededor―. No es que no sea un buen
trabajo.
Dauphine salió haciendo piruetas por la puerta.
Me aferré al cambio de tema con gratitud.
―Bueno, me di cuenta de que no tenía futuro en la empresa. Me pasaron por
encima de un ascenso que debería haber sido mío. Añade el hecho de que uno de los
socios es un poco misógino. Y definitivamente insinuó que yo era fácil de ver. ―Levanté
un hombro―. Y bueno, renuncié. Fue precipitado. Es que... no estoy del todo de acuerdo
con el hecho de que mi carrera por la que trabajé tan duro acababa de explotar. Y todos
ustedes necesitaban una niñera. Mi compañera de cuarto dirige la agencia. Y el señor
Pascale fue convincente.
―Ja. Normalmente consigue lo que quiere. Pero vaya, siento lo de tu ascenso.
Vaya. Una arquitecta. ―Se rió, aparentemente con incomodidad―. Estoy impresionada.
Un poco sobrecalificada para esto, ¿no?
Xavier Pascale había dicho lo mismo. La miré directamente a los ojos.
―Nunca lo trataría como algo inferior a mí.
Ella asintió.
―Nunca tuve la oportunidad de ir a la universidad.
No supe qué decir a eso. Tal vez pensó que me sentía por encima de ella o algo
así. No estaba segura de cómo arreglar eso. Tendría que esforzarme para asegurarme
de que ella tuviera la última palabra y tratar de no adivinarla como lo había hecho en la
cena de la primera noche sobre el vino.
―¿Tienes algo en lo que pueda ayudar? Me gustaría ser útil si puedo.
Ella miró a su alrededor, y me di cuenta de que nuestra fácil camaradería podría
haber recibido un golpe. Pero estaba segura de que lo recuperaríamos.
―La verdad es que no. Deberíais ir a disfrutar del mercado. ―Me entregó un
pequeño teléfono―. He querido ponerte en contacto con esto. El señor P parece que ya
confía en ti ―continuó, y yo me alegré interiormente―. Lo cual tengo que decir que me
alivia. No sé qué haría si no hubiéramos encontrado a alguien. Tengo mi propio trabajo,
¿sabes? Aunque Dauphine parece más relajada este año que antes. Pero, de todos
modos, el señor Pascale necesita que nos quedemos cerca de Antibes unos días. Han
surgido cosas. ―Su boca se torció.
―¿Oh? ―pregunté, sin que me gustara la expresión de su rostro. Tomé el teléfono
y lo metí en el bolsillo de mis pantalones.
Sus ojos se desviaron nerviosamente y soltó otra risa nerviosa, con el dedo
recorriendo el labio de su taza de café.
―Antibes es donde vive la familia de la señora P. Es, bueno... durante un tiempo
después de que la señora P muriera, hubo mucha negación y culpa por todas las partes.
Las cosas siempre han sido tensas. Pero más aún después. ―Ella tomó un sorbo
mientras yo me preguntaba qué tenía que ver esto conmigo―. De todos modos, cuando
venimos a Antibes, suele ser porque el señor Pascale tiene que ir a ver cosas
relacionadas con la herencia de su mujer, y en particular con su hermanastro, Michello.
―Andrea se estremeció―. Nunca me gustó ese tipo. Pero ahora está en la cárcel por
drogas, así que eso es un alivio al menos. No debería contarte todo esto, pero supongo
que es bueno que conozcas la situación. ―Sacudió la cabeza―. De todos modos, quería
hablar contigo porque te han involucrado en esto, puede que no haya un día libre esta
semana, y necesito asegurarme de que estás bien con ello.
―No estoy segura de tener otra opción. El primer día quise dejarlo porque me
acusó de sentirme atraída por él, y no pude soportar su arrogancia. Pero luego conocí a
Dauphine, y... ―Levanté un hombro.
―¿Lo estás?
Mis cejas se enroscaron.
―¿Estoy qué?
―¿Atraída por él?
Mi garganta se atascó inmediatamente.
―Es guapísimo ―admití―. Es un poco difícil no tener una reacción. Pero también
se comportó como un idiota la primera noche. Apagado.
―Agradezco tu sinceridad. ―Sonrió ella―. ¿Y sigues pensando que es un imbécil
ahora? ―preguntó, con conocimiento de causa.
―No ―admití. Cómo iba a serlo después de enterarme de las cosas que dijeron
ayer en la mesa del almuerzo sobre lo buen tipo que era. Suponía que todos podían estar
inventando, pero lo dudaba.
―¿Sigues atraída por él?
Me encontré con su mirada, firme.
―Soy profesional. No será un problema. Además, digamos que tengo un
problema de confianza con los hombres en general. No será un problema ―repetí.
Me miró fijamente, evaluando, pero con una pequeña sonrisa en su boca.
―¿Qué? ―pregunté, divertida y aliviada de que estuviéramos volviendo a
nuestra relación inicial.
―Nada.
―En serio. No será un problema.
―Lo sé. No creo que seas tú quien tenga un problema. ―Tomó un sorbo de café
con una sonrisa de satisfacción―. ¿Seguro que no quieres otro?
Sacudí la cabeza y me escabullí del asiento para poner mi plato en el lavavajillas.
―Espera. ¿Qué significa eso? ¿He molestado a alguien?
―Dios, no. En absoluto. ―Se encogió de hombros―. Nada. De verdad, me expresé
mal. Solo... sé tú misma.
Incliné la cabeza, pero cuando ella no ofreció nada más, suspiré.
―Eres extraña.
―Probablemente ―dijo―. Diviértete con el señor Pascale y Dauphine en el
mercado.
¿Íbamos a ir los tres? Tragué saliva. Eso no me parecía íntimo y felizmente
familiar. Para nada.
Tal vez podría pasar el rato con Chef.
Dauphine abrió la puerta.
―¡Depêche-toi s'il te plaît! 79―gimió―. Nos vamos pronto. Date prisa.

79
Depêche-toi s'il te plaît: Apúrate por favor en francés.
CAPÍTULO DIECISIETE

Las calles del pueblo de Antibes eran incluso mejores de lo que había imaginado
que sería una ciudad francesa. Desde el barco, podía ver la muralla medieval que
rodeaba el pueblo, y ahora que habíamos llegado a puerto, las calles eran cercanas y
antiguas. Los viejos edificios de piedra y estuco soportaban valientemente los nuevos y
mejorados escaparates. En las calles había toldos rojos, azules y de todos los colores
imaginables que daban sombra a las mercancías ofrecidas. Cestas de todas las formas y
tamaños, algunas alineadas y llenas de variedades de aceitunas, bandejas de queso,
algunas altas llenas de baguettes, abarrotaban las mesas cubiertas. Había barriles de ajo
fresco, manojos de lavanda, cajas llenas de trufas picantes. Caminé con la boca abierta,
mientras Dauphine me arrastraba para ver los vestidos. Menos mal que acababa de
desayunar. Xavier iba detrás de nosotras, sin querer apresurarse como su hija, o tal vez
sin querer agruparse con nosotras. Nos hizo un gesto para que nos adelantáramos
cuando bajamos del barco y se puso unas gafas de sol oscuras y una gorra de béisbol.
Un disfraz de algún tipo, imaginé.
―Esto es increíble ―murmuré, inhalando el aroma del salami picante, y observé
la infinita variedad de tipos y longitudes. En casa, el salami era solo salami. A no ser que
se contara la extraña tabla de embutidos de lujo y excesivamente cara que servía para
educarnos en que podía haber más de un tipo. Pero hasta el chef más preparado de
Charleston se haría un lío viendo la variedad de alimentos de este mercado.
―¡Viens! ―gimió Dauphine mientras un tipo guapo con chaqueta blanca de chef
ofrecía en mi dirección un trozo de pan recién horneado con queso blando y miel
chorreante.
Yo negué, con un merci, non.
Pero detrás de mí, la voz de mi jefe se interrumpió.
―Pruébalo ―ordenó, aunque su tono era suave.
Volví a mirarlo y deseé poder ver su expresión tras el escudo de sus gafas de sol.
―Adelante, vale la pena. Dauphine, atiende ―dijo a mi lado.
Volví a mirar al joven y serio chef y tomé el bocado que me puso suavemente en
la palma de la mano. Oí que el chef le ofrecía un bocado a Xavier, pero perdí el
conocimiento de todo lo que me rodeaba en el momento en que los sabores llegaron a
mi lengua. Dejando escapar un gemido audible, mastiqué, con la boca inundada de
saliva.
―Oh, mi dulce cielo ―logré decir cuando volví en mí.
―Miel de lavanda. ―La voz de Xavier era ruda. Luego compró tres baguettes, dos
rondas de queso y dos botes de miel antes de que Dauphine consiguiera que
volviéramos a movernos.
Esperaba seriamente que fuera a compartir conmigo. Para eso lo había
comprado, ¿no?
A nuestro alrededor, la gente gritaba saludos y tarareaba con oohs y aahs, y otros
llamaban a amigos y familiares separados. Había colores por todas partes. Los olores
iban desde el queso fundido hasta el pescado, pasando por los pollos asados y las
hierbas y especias frescas. Bajo los pies, las desiguales calles adoquinadas se cubrían de
una sombra multicolor gracias al sol que atravesaba los toldos.
Nunca había sido una gran usuaria de las redes sociales, pero de repente quería
hacer fotos y publicar todo lo que veía. Pero ninguna de las fotos captaría los sonidos y
los olores y la absoluta fiesta para los sentidos. Estaba asombrada, y solo cuando miré
por encima de mi hombro y vi que Xavier Pascale nos seguía, manteniendo el ritmo, con
las manos metidas estoicamente en los bolsillos, me sentí lo suficientemente cohibida
como para darme cuenta de que debía parecer una turista embobada y cerré la boca.
Dauphine me arrastró a varios puestos en los que incluso tuve que admitir que
los vestidos eran preciosos. A instancias de Dauphine, compré un par de vestidos de
verano de lino, uno blanco y otro negro, así como un bikini verde jade con cuello halter.
―Nunca he comprado un traje de baño sin probármelo. ―Hice una mueca,
deseando que al menos Meredith estuviera aquí para aconsejarme. Incluso Andrea. Las
tallas no tenían sentido, así que levanté la parte superior de un bikini y me ajusté el
tirante alrededor del pecho. Dauphine agarró la mano de la vendedora para llamar su
atención y le dijo algo a gritos. La vendedora me miró de arriba abajo y, de repente, me
agarró las tetas con las manos, soltándolas antes de que yo pudiera siquiera jadear de
asombro. Luego me agarró por los hombros y me hizo girar de lado a lado y de nuevo
hacia ella. El calor me recorrió el pecho y las mejillas. Murmuró algo, sonando irritada
o poco impresionada, y luego me agarró por las caderas y la cintura.
Dauphine soltó una risita y se tapó la boca con una pequeña mano.
―¿Qué acaba de pasar? ―Me las arreglé.
―Te ha medido.
―¿Con sus manos? ―susurré.
El señor Pascale se quedó merodeando, con las gafas oscuras aún puestas y el
teléfono en la mano libre. Por un momento creí que no lo había visto hasta que lo vi
aspirar sus mejillas, intentando con todas sus fuerzas no reírse.
Antes de que pudiera procesar si realmente se estaba riendo de mí o de algo en
su teléfono, ya que no podía ver sus ojos, la mujer estaba de vuelta. Me hizo girar de
nuevo y asintió.
―Um ―intenté, con las cejas prácticamente en la línea del cabello.
―Bon ―dijo y me arrancó el bikini original de las manos, sustituyéndolo por otro
del mismo color.
―Dijo que necesitabas una talla más grande ―me dijo Dauphine.
―Uh, bien.
La mujer me dijo algo más.
―Dice que son ochenta euros por los vestidos y el bikini, pero creo que puedes
ofrecerle cincuenta.
―Espera. ¿De verdad?
Dauphine se encogió de hombros.
―Creo que está bien. Papa siempre dice que les cobran más a los americanos.
Metí la mano en mi pequeño bolso cruzado para sacar algo de dinero y le
entregué tímidamente a la mujer un billete de cincuenta euros. Me lo arrebató de la
mano y luego le dijo algo a Dauphine.
―Bien, ha dicho que costará sesenta. ¿Tienes diez más?
Rebusqué y encontré un billete de veinte.
―Toma ―le dije a la mujer, sintiéndome mal―. Que sean setenta.
―Bon ―dijo y lo tomó, sin parecer impresionada por mi regateo, aunque fuera a
su favor. Luego se fue a ayudar a otra persona.
―De nada ―susurré en voz baja, sintiéndome como si acabara de estar en una
especie de batalla en la que también me habían violado―. No estoy segura de que haya
valido la pena el descuento ―le dije a Dauphine―. No fue muy amistosa.
―Nunca lo son ―interrumpió la voz del señor Pascale―. Hacen seis mañanas de
mercado a la semana, viajando todos los días. Creo que dejaron de ser encantadores
hace mucho tiempo.
Levanté la vista hacia su perfil, pero no pude leer su rostro con la boca puesta de
forma tan severa.
―Vamos ―dijo encogiéndose de hombros―. Vamos a buscar una cafetería. Tengo
que hacer unas llamadas telefónicas y aquí hay demasiado ruido.
―Uh, gracias señor Pascale, por dejarnos parar a comprar. Siento haber tardado
tanto.
Me hizo un gesto y tomó la mano de Dauphine.
―Si esto significa que tienes un traje de baño adecuado y no tengo que
preocuparme de que Rod haga comentarios inapropiados, entonces no es nada. ―Su
cuello se sonrojó―. Y llámame Xavier, por favor. El señor Pascale es mi padre. ―Se
adelantó.
Dejé escapar un suspiro y los seguí, sintiéndome de nuevo como si me acabaran
de reprender por lo de Rod. Me quedé atrás mientras Dauphine señalaba cosas aquí y
allá, y Xavier volvió a sacar la cartera y le compró un vestido rosa de verano, un juego
de coletas brillantes y unas pulseras. Admiraba todo lo que veía, pero no me atrevía a
detenerme a admirar demasiado tiempo por si los perdía de vista a los dos o me
enredaba con otra vendedora de miedo. Mi anterior asombro por el mercado se había
transformado en una pequeña sobrecarga sensorial.
Finalmente, giraron a la derecha para salir del mercado y entrar en una calle
lateral. Nos acercamos a una cafetería súper bonita con pequeñas mesas de madera que
se extendían por la acera. Un enrejado con algún tipo de planta en flor, y había
sombrillas de color mandarina brillante. Había una sola mesa con dos asientos
disponibles y Xavier le indicó a Dauphine que se dirigiera a ella antes de hablar
brevemente con una mesa cercana y robarle un asiento extra. En cuestión de segundos,
todos estábamos sentados de cerca.
―¿Qué te ha parecido el mercado, Josie? ―preguntó Dauphine.
―Es increíble.
―¿Lo ves? ¿Je l’ai dit, non? 80Se lo dije, papa. Ella no me creyó.
Xavier esbozó una pequeña sonrisa, y deseé poder ver sus ojos.
―¿Es cierto?
Levanté un hombro y me aclaré la garganta.
―Nunca había experimentado algo así. También fue un poco abrumador.
Apareció un camarero. Dauphine pidió una Orangina81, y Xavier me miró
expectante.
―¿Puedo pedir una bebida para ti?
―De acuerdo. Gracias. Nada alcohólico.
Asintió.
―Un citron pressé82 ―le dijo al camarero―. Pour nous deux. 83
―¿Qué voy a tomar? ―Le pregunté.
Se quitó las gafas de sol y me quedé momentáneamente congelada en la trampa
de sus ojos azules.
―¿Espera y verás?
Tragando, asentí.
―Perdona si la vendedora te ha avergonzado. Una vez hice que un sastre me
midiera el tiro en el mercado. Conozco la sensación. ―Sonrió un poco, y mi estómago se
relajó ligeramente, agradeciendo que intentara hacerme sentir cómoda.

80
Je l’ai dit, non: Yo le dije en francés
81
Marca de refrescos francés con sabor a cítricos como naranja, limón y mandarina.
82
Se refiere a una Limonada.
83
Pour nous deux: Para nosotros dos en francés.
―Fue ciertamente inesperado.
Sonrió, y tuve la sensación de que quería preguntar algo más, pero no llegó.
―Entonces, ¿dónde está Evan hoy? ―pregunté―. ¿No se supone que es tu
seguridad?
―Está por aquí. ―La boca de Xavier se torció, y sus ojos pasaron por encima de
mi hombro―. Ah, aquí está ahora. ―Xavier se inclinó hacia atrás y levantó una mano.
Me giré para ver a Evan paseando por la calle desde la otra dirección.
―¿No hay sitio para mí? ―dijo Evan mientras miraba nuestra mesa―. Dauphine,
hay un acróbata con el que acabo de cruzarme. ¿Te llevo a verlo?
Ella se levantó de un salto.
―¡Oui! J'adore!
―Acabo de pedirle una bebida ―protestó Xavier.
Evan sonrió y nos miró tanto a su jefe como a mí.
―Y estará aquí cuando volvamos.
Xavier frunció el ceño y yo sentí que me faltaba algo.
Dauphine tomó la mano de Evan y desaparecieron entre la multitud de peatones,
dejándonos a Xavier y a mí solos. En la mesa de al lado, una mujer de cabello oscuro no
dejaba de mirarnos. Xavier se dio cuenta y volvió a ponerse las gafas de sol sobre los
ojos. El silencio se prolongó.
―Siento lo de Rod ―dije.
―¿Por qué lo sientes? No fue tu culpa.
―Lo sé. Solo quiero decir que siento que haya pasado. Si sirve de algo, sé que él
no quiso decir nada con eso.
―No lo hizo. Es joven y a veces no piensa. Pero, aun así, no puedo permitir que
haga comentarios así. No aprenderá si nadie lo corrige.
―Es cierto. Entonces, ¿cómo conoces a Evan? Entiendo que trabaja para ti, pero
parece que también son amigos.
Xavier se echó hacia atrás y sus dedos tamborilearon sobre la mesa.
―Conozco a Evan de vez en cuando desde que éramos niños. Su padre trabajaba
con el mío. Y después de que Evan se enlistara en el ejército británico, supe que un día,
cuando estuviera preparado, lo contrataría.
Ladeé la cabeza, esperando que se explicará.
―Desde que era un niño, siempre era un guardaespaldas el que solía pasar más
tiempo conmigo. ―Hizo una pausa, con la mandíbula desencajada―. Aparte de las
niñeras, por supuesto. Me di cuenta muy pronto de que también podía ser alguien a
quien respetara y considerara un amigo. Los verdaderos amigos... son difíciles de
encontrar cuanto más exitosa es mi empresa. Conozco a mucha gente ―respondió a lo
que vio en mi rostro, y me di cuenta de que se sentía incómodo hablando, pero no dejó
de hacerlo, aunque mantuvo la voz baja―. No se viene de mi familia ni se llega a donde
he llegado en mi vida empresarial por no conocer a mucha gente y cultivar todas las
relaciones que se puedan. Por el bien del resto del personal que trabaja conmigo, Evan
y yo siempre somos simplemente jefe y empleado en público. Pero en privado somos
amigos.
―Y supongo que si alguien puede entender las cosas a las que te enfrentas, será
él.
Xavier se movió y se pasó un pulgar por el labio inferior de un lado a otro.
―Ha estado conmigo en los mejores y peores momentos de mi vida. Y ahora ha
conseguido más de mí que la mayoría de los entrevistadores de las revistas.
El camarero llegó con la bebida de Dauphine, así como con dos vasos altos que
contenían un poco de lo que parecía ser zumo de limón fresco puro exprimido, una jarra
de agua y una pequeña garrafa de algo más claro.
―Agua con azúcar. ―Xavier hizo un gesto hacia ella―. ¿Cómo se llama? ¿Jarabe
simple?
―Ah, sí.
―Esto es muy francés. Solía ser mi favorito cuando era niño. ―Me mostró cómo
añadir el azúcar y el agua y hacer mi propia limonada al gusto. Chocamos los vasos y
bebimos a sorbos. Estaba ácida y deliciosa.
―¿Te gusta? ―me preguntó.
Asentí.
La mujer de cabello oscuro se rió a carcajadas, revolviéndose el cabello, y sus
ojos volvieron a recorrer a mi compañero de mesa.
Me incliné hacia delante con los codos sobre la mesa.
―¿Te conoce? ―pregunté.
―¿Quién? ―Se acercó.
―La mujer hambrienta a tus nueve.
Apretó sus gafas de sol contra el puente de la nariz e hizo como si se estirara y
mirara la calle en ambas direcciones. Luego se inclinó hacia atrás.
―Puede que ella me conozca. Pero yo no la conozco. Pero creo que debe saber
que tengo algunos seguidores aquí y allá. A la gente le gusta saber lo que hago y hacer
juicios sobre mí.
―Eres famoso, quieres decir.
―Muy conocido, quizás.
―¿Y te resultará extraño que te vean sentado en una mesa conmigo? ¿Se
preguntarán quién soy? ―Oh Dios, ¿qué estaba insinuando?
Sus labios se aplanaron.
―¿Porque podrían pensar que estamos... juntos?
Una risa estrangulada salió de mi garganta.
―No, no. Solo...
―La gente pensará lo que quiera.
¿Y qué pensarán? quise preguntar. ¿Qué es lo que piensan?
―¿Entonces no te molesta lo que la gente piense? ―pregunté en su lugar.
―Sí lo hace. Y no lo hace. Está fuera de mi control. Y hay otras cosas que son...
más fáciles de controlar. ¿Te molesta? ―preguntó.
―No lo sé. Tuve un breve roce con la notoriedad cuando se produjo un asunto
con mi padrastro. ―Tracé una gota de condensación en mi vaso, y luego tomé otro
pequeño sorbo y tragué―. Resultó que había estado invirtiendo enormes sumas de
familias de Charleston -nuestros amigos y vecinos- en un elaborado esquema Ponzi. Fue
difícil escapar de la prensa y de la vergüenza. Aunque mi madre y yo no habíamos hecho
nada malo. Creo que no me gustaría que me volvieran a escudriñar así.
Pareció meditar mi respuesta.
―Eso es... difícil ―dijo.
―¡Papa! ―Dauphine apareció, con Evan cerca.
Mis hombros se relajaron. No me había dado cuenta de lo nerviosa que había
estado sentada con Xavier a solas, clavada por esos ojos que parecían ver dentro de mí.
Y se me ocurrió que, aunque habíamos salido del mercado para que Xavier pudiera
hacer una llamada, no había tocado su teléfono.
―Josie ―dijo Evan―. Las acompañaré a ti y a Dauphine de regreso al barco.
Xavier tiene una reunión.
―Oh. ―Tomé un sorbo más de limonada y me puse de pie―. Por supuesto.
Dauphine tomó su Orangina, preguntando si podía llevarla en la botella.
Entonces Xavier me entregó el paquete con las baguettes, el queso y la miel, con sus
cejas levantándose por encima de sus gafas de sol en señal de desafío.
―¿Intenta no comértelo todo de una vez? Al menos guárdame un poco.
Le agradecí torpemente porque estaba tan conmovida y sorprendida y
francamente escandalizada de que se burlara de mí y me regalara comida, que era
básicamente el camino más rápido hacia mi corazón, y luego los tres nos dirigimos de
nuevo hacia los puestos del mercado. Intenté disfrutar de los atisbos del casco antiguo
que podía ver más allá del montaje del mercado y disfruté de la sensación de estar en
tierra firme.
Pero pronto el puerto y el agua estaban a la vista.
Había sido un día divertido y sentía que por fin había podido ver el verdadero
Xavier Pascale, y no había servido de mucho para aplastar mi atracción.
Ese pensamiento me hizo sentir un poco de pánico. Esta situación era demasiado
seductora para ser segura. En cuanto volviera al barco, trabajaría en mi currículum.
Cuanto antes tuviera un plan para salir de aquí a tiempo, mejor.
CAPÍTULO DIECIOCHO

Tomé aire y me senté con la espalda recta cuando la presión en el pecho me


despertó de un sueño agitado. La luz de la luna proyectaba un resplandor azul sobre mi
cama. El barco se balanceaba suavemente y todo estaba en silencio. Abrí la pequeña
ventanilla y aspiré una bocanada de aire cálido y salado.
Y otra más.
El agua chapoteaba y jugueteaba.
No era suficiente. Dormía con la puerta del camarote abierta todas las noches,
pero ni siquiera eso me impedía despertarme con un jadeo de vez en cuando. Esta
semana, había empezado a subir de puntillas las escaleras hasta la cubierta superior y
a mirar cuidadosamente a mi alrededor para asegurarme de que estaba sola. Solo
entonces podía inhalar bocanadas de aire fresco y cálido de la noche para
tranquilizarme. Nunca me quedé mucho tiempo. Después de un viaje a la cubierta
superior, a menudo caía en un sueño mucho más profundo e imperturbable hasta la
mañana.
Al salir de mi camarote, miré rápidamente a Dauphine. Estaba tumbada casi de
lado en la cama, con las mantas caídas, las piernas desgarbadas afuera del borde y los
dedos agarrados a la trompa de Bajar el elefante. Sonreí y sacudí la cabeza. La movería
cuando volviera a bajar.
Me deslicé silenciosamente hacia arriba, nivel tras nivel, arrastrada por el aire
fresco de la noche que casi podía saborear. Al salir a la cubierta superior, me encontré
con un cielo nocturno que había explotado en tinta negra y diamantes. Exhalé un suave
“Guau” y volví a llenar mis pulmones, esta vez de forma más consciente, mientras me
arrastraba hacia la barandilla y la oscuridad aterciopelada donde se encontraba el
horizonte. Xavier tenía razón, aquí afuera, en el océano, se podía respirar realmente lo
más fácil. Lo más profundo. Especialmente de noche. Me concentré en mi respiración,
inhalando por la nariz, exhalando por la boca. Intentando saciarme. Mis manos se
agarraron a la barandilla.
Al cabo de unos minutos, incliné la cabeza hacia atrás y traté de distinguir las
constelaciones que me eran familiares, preguntándome si serían diferentes de las que
veía en mi país. Francia también está en el hemisferio norte, así que, técnicamente,
debería ser capaz de distinguir patrones familiares.
A medida que mis ojos se acostumbraban, pude ver que la franja nublada de la
Vía Láctea empezaba a adquirir más definición y a distinguir algunas estrellas
individuales.
Se levantó una brisa que me levantó los pequeños vellos de los brazos. El aroma
de la sal, el aceite de teca y el eucalipto bailaban en la brisa con notas de whisky
ahumado. ¿escocés?
Se me erizó la piel. En concreto, el cuello.
Me di la vuelta y jadeé.
Mis ojos, ahora acostumbrados a la oscuridad, distinguieron la forma alargada
de un hombre que estaba recostado.
Xavier sostenía un vaso de líquido ámbar con una mano sobre el abdomen y la
otra detrás de la cabeza. Sus ojos me observaban, perezosamente. Como un gato de la
selva muy, muy, atento.
Al verlo, se me secó la boca al instante y se rompió el apacible alivio que había
encontrado.
―¿Qué haces aquí? ―pregunté, sin ganas. ¿Y cuánto tiempo llevaba
observándome?
La pausa fue tan larga que me sentí cohibida. Llevaba unos pantalones cortos
para dormir y una camiseta con tirantes, más de lo que me pondría para nadar, pero de
repente no me pareció suficiente.
―Es tu barco, por supuesto, estás aquí ―balbuceé―. Es que no te esperaba.
Andrea dijo que te habías ido esta tarde. No comiste con nosotros. Así que... ―Mis
palabras se interrumpieron. Miré a mi alrededor. Las débiles luces de algunas de las
casas de los acantilados altos titilaban en la oscuridad y al otro lado del agua detrás de
él. La paz que había encontrado aquí arriba había desaparecido. Tomé una última y
larga bocanada de aire abundante. ― Así que, supongo, um, supongo que voy a ir ...
―¿Sabes que el origen de Marin significa marinero o gente de mar? ―Su voz
acentuada, áspera y suave, me detuvo. Sus largas piernas, en pantalón corto, estaban
cruzadas por el tobillo. Sus pies estaban desnudos. Y su visión, más que nada, me
produjo una extraña sensación de intimidad.
Tragué saliva.
―Y Josephine... bueno, era una emperatriz astuta y pícara.
―La esposa de Napoleón ―confirmé, relamiéndome los labios con nerviosismo.
Los últimos días había sido cordial, aunque no tan hablador, comiendo con Dauphine y
conmigo, pero las cosas se sentían diferente esta noche. Tampoco había estado
realmente a solas con él. Dauphine siempre estaba cerca. Ahora que estábamos solos en
la oscuridad de la noche, era dolorosamente obvio el buen amortiguador que ella había
proporcionado.
Levantó su vaso y dio un largo sorbo. No hubo tintineo de hielo. Estaba bebiendo
puro.
―Y así... tienes un nombre francés. Un nombre francés que también implicaría
que te gusta el océano. Sin embargo, no eres francés. Y odias los barcos.
―En realidad, desciendo de los huguenots franceses ―susurré, mi voz parecía
haberme fallado―. Mi padre hablaba de nuestra historia todo el tiempo cuando yo era
una niña.
No ofreció nada más que una cabeza ladeada.
―¿Problemas para dormir? ―pregunté, tratando de cambiar de tema, y luego me
maldije interiormente. No debería intentar hablar con él. Vete, Josie. Vuelve a la cama.
Estaba claro que estaba de mal humor.
―¿Problemas para dormir? ―Se hizo eco de mi pregunta y soltó una suave
carcajada―. Toujours84 ―dijo―. Siempre.
Cuando lo miré más de cerca, estaba lejos de ser un depredador. Parecía...
derrotado. Agobiado por la tristeza. Lo ocultaba bien durante el día. Pero aquí, ahora,
tenía el presentimiento de que lo estaba viendo de una manera que la mayoría de la
gente normalmente no veía. Su tiempo a solas. Su soledad, que elegía pasar mirando las
estrellas y adormeciéndose con whisky.
Volví a acercarme a la barandilla y apoyé los codos, inclinando mi peso hacia
atrás. Mi corazón latía erráticamente de una manera que esperaba que mi postura
relajada ocultara.
―¿Ayuda el whisky?
Las olas golpeaban suavemente, el sonido del agua calmaba en la tranquila
noche. No tenía ni idea de la hora que era. Estaba segura de que ya había pasado la
medianoche.
No parecía dispuesto a responder.
Inspiré profundamente.
―Después de la muerte de mi padre, mi madre... hacía esto. La encontraba
algunas noches cuando entraba a hurtadillas por la puerta trasera a las tres de la
madrugada, sentada sola en la ventana de la oscura terraza. Mirando a ciegas, bebiendo
whisky.
―¿Whisky?
Asentí.
―Una mujer que sabe cómo hacer el trabajo. ―Hubo un largo silencio―. Así que
ya sabes cómo es.
―Lo sé. ―Mi garganta se sintió repentinamente aplastada por el dolor recordado.
Cuando pude volver a respirar, añadí―. Fue un ataque cardíaco repentino. Un día aquí.
Al siguiente se fue para siempre.
―Siento su pérdida.

84
Toujours: Todavía en francés.
Lo miré a los ojos.
―Lamento la tuya.
―¿Cuánto tiempo recordará Dauphine? ―preguntó.
―Para siempre.
Hizo una mueca de dolor ante mi sincera respuesta, así que me apresuré a
continuar.
―Pero el dolor disminuye. Es un poco más joven que yo, así que quizá sea mejor.
Menos recuerdos. No lo sé. ―Giré la cabeza para no ver el dolor en su rostro parpadeé.
El agua negra brillaba.
Xavier dio un largo y profundo sorbo a su bebida. El ruido sordo de su trago
parecía fuerte en nuestro silencio.
―Pero tienes muchos recuerdos. No sé si eso es bueno o malo.
―Es bueno, supongo. Ahora que el tiempo ha pasado. Salíamos a pasear todos
los domingos por la tarde. La iglesia de los huguenots franceses era de estilo gótico,
pero luego paseábamos y él señalaba las influencias griegas, antillanas y coloniales
británicas.
Cerré los ojos y disfruté del aire moviéndose a lo largo de mi piel y del regazo del
agua. Me ayudó a calmar el profundo zumbido que sentía en el vientre, donde los
músculos se negaban a relajarse. Donde más parecían sentir la atracción de Xavier. Algo
que no podía controlar. Y que intentaba ignorar con mis balbuceos.
―Aprendí a prestar atención a los detalles de un edificio que hablan al
observador sin ser ruidosos. Como un susurro en sus mentes. Es lo que me atrajo de la
arquitectura. Sentí que estaría más cerca de mi padre. ―Me quedé sin palabras.
Probablemente lo haría dormir con mi aburrida charla sobre la construcción.
―¿Qué hacías entrando a escondidas a las tres de la mañana? ―preguntó
rompiendo el silencio.
Fruncí el ceño.
―¿Qué?
―Dijiste que habías visto a tu madre cuando te colaste a las tres de la mañana.
―¿Nunca hiciste lo mismo? ―respondí con una volea―. Me gustaba bailar. ¿Eras
un niño muy bueno cuando crecías? ―me burlé.
Sus ojos se entrecerraron y se concentraron en mí.
Mi garganta se cerró en respuesta.
―Era malo. ―Inspiró profundamente por la nariz―. Muy, muy malo. ―La risa que
le acompañó disminuyó la tensión―. Mis padres se pelearon. ―Hizo una pausa y bebió
un trago de su whisky, casi mordiéndolo entre los dientes―. Mi padre se desvió. Mi
madre estaba amargada. Me mantuve al margen todo lo que pude. El resultado fue
mucho tiempo sin supervisión y malas decisiones. El tipo de decisiones que solo puede
tomar un adolescente enfadado y lujurioso con dinero para quemar. ―Bebió otro sorbo.
El momento se sentía como un regalo. Dudaba de que realmente quisiera
compartir esta historia conmigo, y quizás mañana se arrepentiría. Pero por ahora,
acepté el ofrecimiento con gratitud.
―Entonces conocí a Arriette ―dijo, y yo contuve la respiración―. Éramos los más
salvajes. Después de la universidad volvimos a estar juntos. Luego, crecí. Me llevó
mucho tiempo darme cuenta de que ella nunca lo haría. Sus demonios eran demasiado
profundos. Pensé que el matrimonio ayudaría a domarla. Pero no fue así. Pensé que
tener un hijo la ayudaría. Que nos ayudaría. Pero parecía... parecía empeorarla. O quizás
fui yo quien la empeoró. No lo sé. Cuanto más intentaba salvarla, más se hundía...
Sus palabras se detuvieron bruscamente. Y me sentí inexplicablemente culpable
cuando pareció darse cuenta de lo mucho que estaba compartiendo. Cerré los ojos y
abrí la boca para decir algo. No sabía qué. ¿Confianza?
―Debes irte. ―El repentino y áspero ladrido de Monsieur Pascale me hizo saltar
y mis ojos se abrieron de golpe.
Sus ojos estaban oscuros y su vaso vacío. Deliberadamente lo dejó en la cubierta
a su lado.
Fruncí un poco el ceño.
―¿Por qué?
―Parce que je veux te baiser. Parce que je veux que tu fasses oublier. 85
―¿Qué significa eso?
Su rostro se endureció.
―Significa que tienes que bajar de una puta vez...
Me quedé con la boca abierta y el calor me inundó el pecho y el rostro. Estaba
bastante segura de que no era eso lo que había dicho. Pero si ésa era la versión más
aceptable, me sentí aún más mal.
―Vete ―gruñó.
―Bien. ―Empujando desde la barandilla hacia las escaleras, mi corazón latía con
fuerza―. Imbécil. ―No pude evitar sisear la palabra en voz baja mientras bajaba los
escalones.
Él soltó una risa amarga, haciéndome saber que me había escuchado.
―Es mejor que lo recuerdes.
No pretendía que me escuchará de verdad. ¿Pero qué acababa de pasar? En un
momento se estaba abriendo, y al siguiente estaba gruñendo. ¿Por qué había aceptado
este trabajo, otra vez?

85
Parce que je veux te baiser. Parce que je veux que tu fasses oublier: Porque quiero follarte. Porque
quiero que olvides en francés.
Calmando mi respiración, conté hasta diez mientras bajaba las escaleras. No
tenía por qué ser tan mal educado.
Aunque me había metido en un momento realmente crudo y privado que estaba
teniendo. Supuse que me estaba gritando como lo haría un perro herido. No quería
causar dolor, pero no era capaz de ver más allá del suyo. Tal vez estaba a punto de
perder el control y no quería que yo lo viera. O se sintió de repente avergonzado al darse
cuenta de lo mucho que estaba compartiendo -la vulnerabilidad le hacía atacar-.
Di los últimos pasos hacia mi camarote cuando me di cuenta de que simplemente
se estaba protegiendo.
Todavía me sentía ofendida.
Pero desde su punto de vista... Suspiré, sabiendo que me disculparía mañana. Me
aseguraría de que supiera que sus secretos estaban a salvo conmigo.
¿O era mejor fingir que no había ocurrido?
Ugh.
Mi cerebro estaba demasiado cansado ahora para pensar en ello. Pero sabía que
quería conocerlo más. Incluso cuando era frío y cortante. Y solo eso era un pensamiento
peligroso.
Dauphine seguía tumbada de lado en su cama, y su visión desvaneció mi malestar
como un globo reventado, y volví a recordar que todo el mundo en este barco estaba
sufriendo de alguna manera. Y mi trabajo era cuidar de ella, no conocer a su padre.
Dejando escapar un largo y profundo suspiro, la moví suavemente y le puse el edredón
por encima.
―Bonne nuit, dulce niña.
Luego me dirigí a mi propio camarote, me metí en la cama y volví a repetir todo.
Escuché en mi cabeza las palabras en francés que me espetó, aunque no sabía lo que
significaban.
CAPÍTULO DIECINUEVE

El cielo de la mañana estaba despejado, la brisa seguía siendo fresca y el sol


brillaba sobre el azul profundo del agua en una bahía frente a una isla llamada Île Sainte-
Marguerite86. El agua era especialmente clara y mágica aquí, y como era una reserva
natural, los peces eran increíblemente abundantes. Había descargado un curso de
“Introducción a la biología marina” para que Dauphine y yo trabajáramos juntas y
pensaba subirlo hoy mismo.
Los últimos días habían empezado a formar una especie de rutina. Mientras su
padre trabajaba por las mañanas, Dauphine y yo desayunábamos, luego leíamos para la
escuela y yo le enseñaba algunas posturas de yoga. Luego seguíamos con su curiosidad,
que la mayoría de las veces la llevaba a preguntarme sobre arquitectura. Me encantaba
su interés y, al explicarle y dibujarle elementos, volvía a sentir mi pasión original.
También era divertido darse cuenta de que nuestro tiempo juntas era también como
lecciones de francés para mí y de inglés para ella, ya que nos topábamos con conceptos
de los que no podíamos hablar fácilmente debido a la barrera del idioma.
Por las tardes, normalmente después de comer, Xavier venía a buscar a su hija.
A veces nadábamos todos, pero la mayoría de las veces aprovechaba para dejarles un
tiempo a solas y retirarme con mi cuaderno de bocetos o hacer un par de cursos de
formación continua online que siempre había querido hacer pero para los que nunca
parecía encontrar tiempo en casa.
Cuando Xavier abandonaba el barco para asistir a reuniones en persona, yo
animaba a Dauphine a no exponerse al sol y veíamos películas, jugábamos juegos de
mesa o a las cartas antes de cenar con la tripulación. Por la noche, competíamos para
ver quién pedía un deseo a la primera estrella. Era una experiencia muy placentera en
muchos sentidos. Pero también estaba claro que la frágil amistad que Xavier y yo
habíamos forjado tras nuestro accidentado comienzo se había roto la noche en la
cubierta. Y me gustaría saber por qué. No era grosero, pero tampoco era precisamente
amistoso. Y definitivamente evitaba estar a solas conmigo.
Echaba de menos Charleston, a mi madre, a Meredith y a Tabs, en teoría -incluso
elementos de mi trabajo, por supuesto-, pero me había encariñado tanto con la
tripulación, con los ritmos de la vida en el barco y, obviamente, con Dauphine. Mi mejor
amiga en el mundo ahora mismo era una niña de diez años. Y Andrea, por supuesto.
También era divertida, ella y yo nos habíamos acercado durante la última semana,

86
Isla santa Margarita en francés
charlando después de que Dauphine se fuera a la cama.
Por fin en horario francés, esta mañana me había despertado antes de lo
habitual. Así que, antes de salir de mi camarote, me dediqué a enviar por correo
electrónico mi currículum a los pocos estudios de arquitectura que conocía en
Charleston. Y luego, a algunos más lejanos. No quería dejar Charleston, pero poco a poco
empezaba a darme cuenta de que quizá no tuviera elección si quería un trabajo en el
campo para el que había pasado ocho años de formación. Sería un paso hacia abajo en
el prestigio, y muchas de las empresas eran responsables de algunas monstruosidades
absolutas. Pero los mendigos no son precisamente los que eligen. Y por muy bonita que
fuera esta pequeña estancia en el Mediterráneo, era consciente de que tenía que volver
a la realidad en algún momento. Leí rápidamente los requisitos y me presenté para un
puesto de alto nivel en un bufete llamado Kendrick & Rutledge en Columbia, rezando en
silencio una oración de perdón por haberme pasado al lado oscuro de la arquitectura
de parques de oficinas y centros comerciales, y luego cerré la conexión.
Después de otro delicioso desayuno, me puse las manos sobre el estómago en la
mesa de la cocina, preguntándome cuánto tiempo faltaba para que el festival de
carbohidratos me alcanzara.
Andrea se dio cuenta y se rió.
—Iba a ofrecerte este último trozo de baguette, pero supongo que no.
Gemí.
—En casa, el yoga y el spinning me mantenían tonificada mientras estaba en mi
trabajo de oficina.
—Al menos nadas mucho —dijo ella.
—Es cierto. Pero tal vez Dauphine y yo deberíamos intensificar el yoga también.
—Había encontrado una clase de yoga en YouTube en el iPad de Dauphine que era una
mezcla perfecta de principiante y avanzado.
Dauphine untó su baguette con una enorme porción de mermelada de fresa.
Aparte de una pequeña rabieta la noche anterior, cuando se enteró de que su padre iba
a salir del barco para otra cena de negocios, la verdad es que era una niña encantadora.
Habíamos pasado la noche inventando rutinas de baile K-Pop, peinándonos
mutuamente, en general, haciendo todo lo posible para que superara que su padre no
volvería por la noche. No había dormido bien. Me escabullí a la cubierta superior,
asegurándome de que estaba sola, para tomar aire. La sensación de claustrofobia al
despertarme en mitad de la noche no mejoraba. Tumbada donde Xavier había estado
aquella noche, y observando las estrellas, me di cuenta de que también echaba de menos
la energía que impregnaba el barco cuando Xavier estaba cerca. Lo encontré, lo
encontré, adictivo. Lo poco que conocía de él me hacía querer saber mucho, mucho más.
—Le daré una lista a Evan más tarde. ¿Hay algo que necesites? —preguntó
Andrea desde el otro lado de la mesa del desayuno, sacándome de mi ensoñación.
—En realidad —miré a Dauphine, que no estaba prestando atención, pero bajé
la voz de todos modos—. Quería preguntarte cómo te las arreglas con... ¿Tú periodo?
Por supuesto, Dauphine reaccionó a mi tono de voz más bajo y centró su mirada
en nosotras. Tenía que esperar que su inglés no hubiera mejorado tanto todavía.
—Solo dime lo que necesitas y me aseguraré de que esté en el barco.
Mi expresión debió de seguir siendo poco convincente o de aspecto incómodo
porque Andrea se rió.
—Vivo para pedirle a Evan que recoja las cosas más oscuras y/o embarazosas
para ver si puedo sacudir esa conducta imperturbable. Ponlo en mi boca. ¿Tampones de
tamaño especial?
—La la la —dijo Rod, entrando ruidosamente en la galera con los dedos metidos
en las orejas. Durante los últimos días, había considerado al marinero como el payaso
del grupo. Y había sido ridículamente cortés conmigo desde su comentario sobre que
iba en topless. Le encantaba hacer bromas pesadas, pero al parecer incluso él tenía sus
límites. Y los tampones eran su límite.
Me reí de su expresión y me giré hacia Andrea.
—Tener el periodo estando a bordo es un verdadero dolor —dijo ella—. Yo
empecé a ponerme inyecciones de tres meses el año pasado. Me funciona muy bien.
Aunque es caro.
—Bien, me voy —refunfuñó Rod y salió de la habitación, con el café en la mano.
—¿No es para el control de la natalidad? —pregunté.
—Por suerte, en Francia, a pesar de ser un país tradicionalmente católico,
prefieren proporcionar anticonceptivos que abortos, y entienden la igualdad de género
y el acceso a la sanidad cuando se trata de cosas así. En realidad, en muchas cosas.
—Dios, en Estados Unidos no quieren que la gente tenga abortos o acceso barato
a los anticonceptivos. Tiene cero sentido.
—Ahh, el patriarcado vivo y bueno. ¿Tomas la píldora? Tal vez puedas tomar un
paquete para evitar tener el periodo solo esta vez.
Estaba tomando la píldora, así que supuse que podía considerar hacer eso.
—¿Qué es el periodo? —preguntó Dauphine.
—Tes règles87 —explicó Andrea, traduciéndolo al francés.
Dauphine se estremeció, con los ojos muy abiertos.
—No quiero tener eso. Las chicas de la escuela dicen que tienes sangre. ¿Es
cierto?
Pasé un brazo alrededor de sus pequeños hombros.
—Todas las mujeres lo tienen. Será una señal de que estás creciendo.
—¿Es doloroso?

87
Tes règles: Período en francés.
—Puede ser un poco, sí.
—Entonces no quiero crecer. Y no lo quiero. —Frunció el ceño como si recordara
algo—. El año pasado una de las chicas, Cécile, creo que lo tuvo y todo el mundo se reía
de ella. Se puso a llorar.
—Está bien, cuando te pase a ti, no tienes que decírselo a tus amigas, solo díselo...
Mierda.
—Papa —saltó Andrea—. O a mí.
—O a mí —añadí—. Tienes mi número de teléfono y puedes llamarme cuando lo
necesites. —Me di cuenta de que decía cada palabra en serio. Solo llevaba una semana
aquí cuando Dauphine me había acorralado y me había preguntado muy seriamente si
éramos amigas de verdad, y si la llamaría cuando estuviera de regreso en América. Le
había dado mi número americano y le había dicho que lo usara cuando quisiera.
Compartí una mirada con Andrea.
Dauphine se sentó en un preocupante silencio y siguió comiendo.
—De todos modos, pon lo que quieras en la lista para Evan —me dijo Andrea—.
Veremos cómo lo maneja. —Se levantó y llevó su taza de café al lavavajillas—. Y pon al
menos una cosa escandalosa. Te juro que un día de estos encontraré algo que no me
pueda traer. —Hizo una mueca—. Ese hombre sí que tiene recursos.
—¿Hay algo ahí? —pregunté con una mirada astuta a Dauphine para asegurarme
de que no entendía lo que quería decir.
Una nube pasó por el rostro de Andrea.
—No —dijo enfáticamente, pero de alguna manera no le creí del todo—. Yo no...
salgo. No puedo. ¿Seguro que no quieres este último trozo de baguette?
—Ja. No hay posibilidad.
—Oh, antes de que se me olvide, tú y Dauphine van a acompañar al señor P a
comer hoy. Van a ir todos a Le Cinquante-Cinq. Es un famoso club de playa.
Dauphine aplaudió con alegría.
—¿Hoy?
—¿Iremos?
Andrea sonrió ante la emoción de Dauphine.
Eso no nos dejaba mucho tiempo.
—Vamos, Dauphine. Es hora de nuestra clase de yoga matutina.
Se apresuró a meterse en la boca el último bocado de baguette.
—Oh —dije—. ¿Evan nos va a recoger para ir al club de playa? ¿A qué hora
debemos estar listas?
Andrea se encogió de hombros.
—He renunciado a intentar que Evan fije la hora. Digamos que hay que estar
listos a mediodía. Dijo que es más seguro ser imprevisible.
—Lo que me vuelve loco —dijo Chef, entrando en la cocina.
—A ti y a mí también —respondió Andrea.
Guié suavemente a Dauphine hacia la puerta.
—Estaremos arriba si nos necesitas.

En la fresca brisa y el brillante sol de la mañana de la cubierta superior, puse en


marcha el vídeo de yoga. Inhalé profundamente y exhalé según las instrucciones,
tratando de expulsar cualquier negatividad dentro de mí. Abrí un ojo. A mi lado,
Dauphine estaba con las piernas cruzadas, con los dedos y el pulgar de cada mano
tocándose y los ojos cerrados. Me encantaba la seriedad con la que se tomaba nuestro
yoga.
Volviendo a cerrar los ojos, intenté ahogar la moto acuática y un pequeño motor
cercano, así como todo el sentimiento de culpa por no haber llamado a mi madre en días
para ver cómo estaba. La sensación de incomodidad en mi interior por el trabajo, y por
no haber recibido aún ninguna respuesta al envío de mi currículum, me presionaba. No
quería afrontar el hecho de que había renunciado cuando podría haber aguantado un
poco más en Donovan & Tate mientras buscaba otro puesto. Me había precipitado. Y
ahora estaba sentada al otro lado del mundo. Era precioso, pero era una tierra de
fantasía. En más de un sentido. Pero… agradecida, me recordé a mí misma. La
instructora de yoga me dijo que dejara que los pensamientos se desvanecieran como
las nubes, y lo intenté. Lo intenté de verdad. Pero había un obstinado de ojos de hielo
que era difícil de desalojar. Entonces empezamos con la primera serie de posturas.
Tuvimos que pasar de algunas porque no había manera de mantener el
equilibrio mientras el barco se balanceaba aunque fuera suavemente. Me refiero a los
Guerreros Uno y Dos, claro. ¿Postura del árbol? Olvídate de ella. Finalmente
terminamos de nuevo en posición de perrito hacia abajo para una última serie de
posturas. Incliné el trasero hacia arriba, tratando de estirar todo lo que pudiera por
última vez. Abrí los ojos y me quedé mirando sin saber qué hacer con los tobillos cuando
un par de zapatos de barco con suela blanca y unos fuertes tobillos masculinos salieron
a la luz desde el hueco de la escalera.
Se escuchó un sonido estrangulado del hombre en cuestión, y luego el jadeo
excitado de Dauphine a mi lado.
—¡Papa! —Dauphine casi tropezó en su prisa por salir de su postura y llegar a
los brazos de su padre lo más rápido posible.
—Uf —dijo.
Me puse en pie torpemente, mareada por estar boca abajo. Acababa de exhibir
mi trasero en leggings ceñidos directamente a mi jefe.
—Hola —logré decir, con el rostro palpitante.
Asintió, mirando a todas partes menos a mí.
—Bonjour. Siento haber estado fuera tanto tiempo.
—No ha pasado nada. Dauphine y yo estamos haciendo una clase de yoga.
Se aclaró la garganta.
—Ya veo. He interrumpido. Mis disculpas.
Dauphine se quitó la camisa para quedar en bikini y se metió en la piscina.
—Es muy divertido, Papa.
—Ya casi habíamos terminado —dije—. No sabía que ibas a volver. Creía que
habíamos quedado para comer.
—Josie, ¿vienes al agua? —me preguntó Dauphine, sin esperar a que su padre
respondiera a mi pregunta. Le había prometido que nos meteríamos en la piscina
después de nuestra clase para refrescarnos.
De ninguna manera me iba a desnudar hasta quedar en bikini delante de mi jefe.
Pero tampoco quería romper mi promesa.
—Papa, debes hacer yoga con nosotras por las mañanas. Y debes venir a la
piscina, ¿sí?
Oh Dios, no. ¿Meterme en esa pequeña piscina de inmersión con mi sexy jefe? No
lo pensé.
—Non, mon chou88. Tengo que ir a discutir los planes con Paco. Pero volveré a
subir en unos veinte minutos. ¿De acuerdo?
Ella sacó el labio inferior pero asintió.
Un aviso de veinte minutos para no estar delante de él con el trasero en el rostro
cuando volviera a subir. La vergüenza me recorrió.
Tras refrescarse en la piscina, Dauphine bajó volando a cambiarse y yo la seguí
a un ritmo más pausado. Pasaba por el camarote principal abierto cuando escuché a
Evan y al señor P hablar adentro. Hablaban en voz baja. Y estaba segura de haber
escuchado mi nombre. No pude evitar aminorar el paso. De hecho, al cabo de un
momento, me di cuenta de que me había detenido por completo y de que estaba
agudizando el oído. Me pareció oír a Monsieur Pascale decir algo imposible y una
palabra que sonaba como “cu…”, a lo que Evan se rió y dijo algo en tono burlón. Fruncí
el ceño mientras trataba de encontrarle sentido con mi limitado francés. Me sacudí y
me reprendí por ser entrometida. Me di cuenta a tiempo, porque cuando doblé la
esquina para bajar la siguiente escalera a la cubierta dos, oí que la puerta del camarote
principal se cerraba como si se hubieran dado cuenta de que la habían dejado abierta.
88
No, cariño en francés
Quien la hubiera cerrado me habría visto escuchando.
CAPÍTULO VEINTE

Después de interrumpir el yoga en la cubierta superior, volví a bajar las escaleras


a trompicones, mis normalmente confiables y poderosas piernas no eran de fiar.
—Vaya. ¿Estás bien? —preguntó Evan, al salir del puente.
—Bien. —Me pasé una mano por la barbilla—. Tengo que hablar con Paco sobre
los planes del almuerzo.
—Ya me he encargado de ello.
—Bien —dije distraído y bajé la siguiente media escalera hacia la habitación de
mi camarote, esta vez agarrado a la barandilla—. Oye. Por favor, pídele a Andrea que
me traslade de nuevo aquí, no creo que necesite estar más abajo. —Dios sabía que no
podía dormir una noche más al otro lado del pasillo de la sexy niñera. Si la oía levantarse
e ir al piso superior de nuevo, no podía prometer que no la seguiría.
—De acuerdo —respondió Evan mientras me seguía al camarote—. En cuanto
me cuentes lo que acaba de pasar en la cubierta superior. Pareces un poco agitado.
Me acerqué a las ventanas y me metí las manos en los bolsillos.
—Estaban haciendo yoga.
—¿Y? —preguntó Evan.
Me giré y le lancé una mirada, la visión del redondo y delicioso culo de Josephine
Marin presionado hacia atrás, cubierto de rosa ajustado, grabado en mi cerebro.
—Y su culo... —me interrumpí.
Las cejas de Evan se dispararon hasta la línea del cabello.
—Continúa.
Fruncí el ceño.
Evan hizo un gesto de continuidad con la mano.
—Y su culo…
—Estaba justo ahí —espeté—. En mi rostro.
—¿En tu rostro?
—Dios mío, ya sabes lo que quiero decir. —Mi mano se restregó sobre mis ojos
y se disparó sobre mi cabello—. ¿Estás seguro de que no podemos conseguir a otra
niñera?
—Lo checaré.
—¿Lo harás?
—No. Contrólate, hombre. —Mi amigo se rió. Se rió. Pensó que todo esto era una
gran broma. No era una broma. Había hecho que mi equilibrio se desequilibrara por
completo. Le eché una mirada. La mirada. La que le echaba a la gente en la sala de juntas
que no podía responder a una pregunta directa. La mirada que le decía lo delgado que
era el hielo.
Evan levantó las manos.
—Perdóname. Pero, ¿te estás escuchando?
—Lo haré. Ahora bien, si tú también lo hicieras, sería estupendo. ¿Para qué te
pago, de todos modos?
—Para mantenerte seguro y entretenido.
—¿Tu protección no se extiende a mi cordura?
Evan apretó los labios con fuerza y expulsó una bocanada de aire por la nariz,
casi ahogándose en su intento de frenar una nueva carcajada.
Resoplé con disgusto y me dirigí a mi escritorio.
—Y ahora tengo que ponerla delante de mi padre. —Mi padre, el mujeriego, se
había tirado a casi todas las niñeras que tuve en mi infancia. Cuando tenía trece años y
ya no necesitaba una, mi madre finalmente se hartó de fingir que no lo sabía. Así que,
por supuesto, su marido empezó a aventurarse más allá. Quién sabía si todavía le
gustaba la ayuda en estos días, y yo odiaba que fuera automáticamente hacia donde iba
mi mente. Creo que le gustaba la dinámica de poder, lo que lo hacía enfermizo.
—¿Tal vez deberías dejar de llevarlas a ella y a Dauphine? —sugirió Evan.
—Se lo prometí a Dauphine. Además, es su abuelo. Prefiero quitarme de encima
una visita entre ellos. También me dará una razón para salir de allí antes. No, hoy tienen
que venir conmigo.
No quise expresar con palabras lo que me sucedió cuando estuve en las cercanías
de Josephine Marin. Era muy consciente de que lo más probable es que fuera un simple
caso de lujuria. Uno extremo, seguro. Y también sabía que tenía mucho que ver con el
hecho de no haber estado con nadie desde que murió Arriette, e incluso desde antes. Y
la señorita Marin era divertida, cálida e inteligente. Y hermosa, por supuesto. Pero de
una manera totalmente natural y con los pies en la tierra. Una visión de los tres
paseando por las calles de un pequeño pueblo se parecía demasiado a una familia para
mi estómago. Era dulce y gentil con Dauphine. Nunca fue despectiva. Era su trabajo, por
supuesto. Pero tenía una manera de...
—¿Me estás escuchando? —dijo Evan, exasperado.
—¿Perdón?
—He dicho que tengo los antecedentes de ella. Ella dejó su trabajo. Después de
ver la reputación de uno de los socios, creo que probablemente hubo algo de acoso
sexual. —Así que renunció en lugar de obtener su camino hacia arriba. Bien por ella. Y
que se joda el tipo que la puso en esa posición. Y por eso, como su actual jefe, tenía que
mantener la cabeza lejos de ella.
Me sacudí rápidamente la cabeza para despejarla.
—¿Algo sobre su padrastro?
—Su madre se volvió a casar. Al parecer, su padrastro perpetuó un fraude
masivo y se hizo encarcelar. El tipo es de Charleston. Por lo que parece, un montón de
personas en la ciudad invirtió con él. ¿Alguna vez escuchaste el nombre cuando
estuviste allí?
Dios, pobre chica. Ella lo había compartido conmigo. Me alegré de que Evan lo
corroborara. Pero sabía lo que era tener un padre que te avergonzaba.
—No, no lo creo. —Solo había estado allí unos días, revisando el yate más
ecológico que había encargado. Me daría pena despedirme de este barco, pero
sinceramente no me daría pena dejar atrás los recuerdos de Arriette—. Pero eso me
recuerda —añadí—. Tengo que responder al correo electrónico de la compañía de
yates. Me pondré en contacto con Marie Louise para que haga un seguimiento. ¿Has
conseguido más información sobre el proyecto del puente en el que mi padre quiere
que invierta? —pregunté.
—Nada más que lo que te dije.
Puse los ojos en blanco.
—Bien. Entonces debería ser un almuerzo rápido. Porque obviamente la
respuesta es no. —Con suerte, mi asistente en mi oficina de Sophia Antipolis nos había
conseguido una mesa apartada. Estaba empezando a odiar la sensación de quién es
quién en el club de playa Le Cinquante-Cinq. La gente quería ver y ser vista. Era peor en
esta época del año, justo después del Festival de Cine de Cannes. Mi familia llevaba más
de cincuenta años acudiendo a él todos los veranos, cuando era el único club de este
tipo en la playa de Pampelone; de lo contrario, conseguir una reserva habría sido una
broma. Por supuesto, ahora tenía nuevos propietarios. Se habían esforzado por
mantener el ambiente relajado. Me pregunté qué pensaría Josie de ello. No creía que el
dinero y la fama la excitaran, pero claro, ya me había equivocado antes con las mujeres.
—Nos vemos en la terraza trasera —dijo Evan.
Dios, no podía pensar en nada sin que mi mente se dirigiera a Josephine Marin.
Le asentí distraídamente.
—¿Papa? —Dauphine entró corriendo en la habitación, pasando por delante de
Evan, que la despeinó.
—¿Sí, mon ange?
Se tiró en mi cama y empezó a charlar. Por supuesto, todo giraba en torno a Josie.
Josie era tan agradable. Josie era tan talentosa. Josie le enseñaba inglés y Dauphine le
enseñaba francés a Josie. Josie le enseñaba a Dauphine a dibujar. Dauphine podría
querer ser arquitecta como Josie algún día. Josie se estaba quedando sin páginas en
blanco en su cuaderno de dibujo, y Dauphine quería un papel tan fino como el de Josie,
porque el papel que usábamos para la impresora no era bueno para dibujar. Y quería
lápices de acuarela como los de Josie. Todo esto fue como un torrente de conciencia.
Sonreí al ver su felicidad y exuberancia mientras ponía un pantalón de baño
turquesa y una camisa de lino blanca en el armario. Sin embargo, al detenerme en la
puerta del armario, fruncí el ceño de repente. Me encontré con un vestido de noche, una
de las muchas cosas de Arriette de las que nunca me había ocupado.
—¿Papa? ¿Qué estás haciendo? —Dauphine apareció al borde de la puerta. Mi
mano se desprendió del vestido de su madre. Sus ojos rastrearon mi mano.
—Mon ange —empecé y me aclaré la garganta—. Estaba pensando que tal vez
podría mover las cosas de maman. ¿Te parece bien?
Se mordió el labio inferior, con los ojos azules muy abiertos.
—No sé —susurró—. ¿Dónde las pondremos?
—Todavía no lo sé. Pero hay mucha gente que no tiene cosas tan bonitas y quizás
podríamos dar...
Ella sacudió la cabeza vigorosamente, sus ojos se llenaron.
—Non —susurró.
—Ven aquí —dije suavemente, y ella cayó de cara a mi vientre—. Shh. Está bien.
Dime, ¿qué estás pensando?
Inhalando, se apartó, dejando un rastro de lágrimas en mi camisa.
—¿Y si mamá nos ve llevarnos sus cosas y piensa que ya no la queremos?
—Oh, mon chou. —Se me apretó el pecho—. No. Maman no puede ver desde
donde está.
—¿En el cielo?
—Por supuesto, en el cielo. En el cielo solo ve y siente con el corazón, y su
corazón sabe que siempre, siempre la amarás. —No tenía ni idea de dónde había caído
esa perla de sabiduría, pero parecía tener un efecto tranquilizador en Dauphine.
—¿De verdad?
Tragué saliva.
—De verdad.
Nos abrazamos de nuevo.
—¿Hay algo que quieras que te guarde?
Dauphine miró la fila y los estantes, luego se dirigió a un cajón y lo abrió.
—¿Tal vez alguna de sus joyas?
—Por supuesto. Te las guardaré todas. También tengo algunas en casa, en
Valbonne, en la caja fuerte. Todo será tuyo cuando seas mayor.
Deslizó el cajón para cerrarlo.
—Bien. —Inhaló por última vez, se limpió la mejilla y se revisó el cabello—. Oh,
¿te gusta mi trenza? La hizo Josie. ¿Sabes que en Estados Unidos la llaman trenza
francesa? —Ella soltó una risita, nuestra conversación anterior parecía haber sido
olvidada—. ¿No es una tontería?
Con un movimiento de cabeza desconcertante, toqué el sedoso cabello de mi hija
que había sido domado con maestría.
—Es precioso. Estás muy guapa. Ahora ve a buscar a Evan, pronto querrá irse a
ver al abuelo.
Hizo un pequeño gesto con la mano y salió de la habitación haciendo piruetas,
con sus preocupaciones por las cosas de Arriette en el pasado.
Inhalando profundamente, eché un último vistazo al armario y contemplé la
posibilidad de volver a cambiarme la camisa, pero luego suspiré y salí del baño. Salí del
camarote justo cuando Josie subía las escaleras.
—Oh, lo siento —dijo, haciéndose a un lado. Se había puesto un bañador verde
pálido sobre el bikini de color jade que había comprado en el mercado, y lo único que
pude ver fue que su ropa hacía juego con el color de sus ojos. ¿En serio se volvía más
hermosa cada vez que la veía? Dejó de mirarme inmediatamente y me di cuenta de que
debía de estar mirándola fijamente.
Agité una mano.
—Después de ti.
Se dio la vuelta, presentándome una espalda suave y bronceada y ese cabello
ondulado en el que me gustaría envolver mis manos. Tal vez mientras la inclinaba y...
Se giró hacia mí.
—¿Estás... he hecho algo malo?
—No —respondí rápidamente, sintiendo culpa por mis sucios pensamientos,
obstruyendo mi garganta—. Vámonos.
Sus ojos, tan vibrantemente verdes como el traje que llevaba, se entrecerraron.
—¿Estás seguro?
—Oui.
—No sé por qué, pero no te creo.
Levanté las cejas.
—Pero da igual —dijo ella con un gesto decidido en los labios—. Soy buena en
esto. Se me da bien estar con Dauphine. Parece que me desapruebas durante la última
semana. No he hecho nada malo, y me molesta que pienses que lo he hecho.
—D'accord —dije.
—¿De acuerdo?
—Sí —confirmé—. No has hecho nada malo. —Excepto meterte en mi piel—.
Además... ¿puedes intentar ser más... invisible... hoy en la comida? —Después de todo,
mi padre estará allí.
Sus ojos se abrieron de par en par.
—¿Perdón? —Su tono dio un giro repentino hacia la ofensa.
Joder. Fui un idiota. Agité la mano de arriba abajo.
—Eres… —Tragué saliva. No podía decir hermosa, ella vería a través de mí y se
daría cuenta de mi torpe enamoramiento. O peor aún, pensaría que soy un sórdido que
la seduce—. No quiero... um. —Oh, Dios mío. ¿Estaba tan oxidado?
—¿No estoy vestida apropiadamente? —De repente, se puso nerviosa, con las
mejillas rosadas y los ojos inseguros—. Me dijeron que podía usar un traje de baño.
Joder. El remordimiento me llenó.
—No. Estás bien. —¿Bien? Era jodidamente hermosa. Sin pensarlo, mi mano se
dirigió a su brazo desnudo y lo apreté suavemente durante un milisegundo antes de
soltarlo como si quemara—. Vamos —dije—. Llegaremos tarde. —Pasé torpemente por
delante de ella en lugar de quedarme encerrado en ese pequeño espacio, tomando su
olor a coco y ofendiéndola accidental y perpetuamente.
Pero Dios, era una bestia con ella.
Desagradable.
Errático.
Caliente.
Esperemos que sea invisible para mi padre. Y más aún, que no se dé cuenta de lo
tenso que me pongo por ella.
Después de un momento oí que me seguía y nos dirigimos a la cubierta trasera.
Dauphine empezó a parlotear de inmediato y mantuvo su trenza en alto mientras Josie
frotaba la crema solar en el cuello, la espalda y los hombros de mi hija. Entonces
Dauphine le devolvió el favor, yo sabía que Josie podría acabar quemándose más tarde,
pero no había manera de que yo me ofreciera a poner mis manos en su piel. Animé a
Dauphine a hacer un trabajo más minucioso, y cuando terminó, todos subimos al
tender89 para el corto viaje a la playa.
Apenas había visto a mi padre en los últimos dos años. Cuando era niño, tenía un
estatus casi mítico para mí. Trabajaba muchas horas, y yo suponía que el dinero de
nuestra familia se debía a su trabajo. Pasaron años antes de que descubriera que
nuestra riqueza había sido de mi madre, y que mi padre simplemente siempre fue un
“esforzado” con un chip en el hombro. Y su tiempo fuera de casa rara vez había sido por
trabajo.
Me pasé la juventud intentando impresionarlo sin conseguirlo. Pensaba que

89 Barco de trabajo para llevar a los invitados y los cocineros desde un puerto para abordar el yate.
pasaría más tiempo conmigo si veía lo inteligente que era. En consecuencia, me convertí
en el mejor estudiante. Aunque no había sido un gran esfuerzo, ya que tenía una
mentalidad analítica por naturaleza. Adoraba la ciencia y las matemáticas. Mi padre me
llamaba nerd.
Entonces pensé que si practicaba más deportes, me ganaría sus elogios, así que
me apunté al equipo de fútbol. Eso había sido más difícil. Cuando otros chicos habían
perfeccionado sus elegantes movimientos de pies en las calles y parques después de la
escuela, yo me había metido de cabeza en un libro o me habían llevado a la música y al
ajedrez. Pero perseveré y finalmente lo logré, convirtiéndome en delantero central y
luego en capitán de nuestro equipo local. Mi padre nunca vino a un partido.
Luego, cuando era un adolescente mayor, pensé que podría obtener sus elogios
si me convertía en un donjuán. Un chico salvaje. Después de todo, parecía respetar a los
hombres con un ojo errante, que no estaban encadenados a sus esposas y familias. Y así,
Bebí. Folle. Rompí corazones. Pero todo lo que obtuve fue una jodida reputación, las
lágrimas de mi madre y el desprecio de mi padre, que llegó a verme como un
derrochador. Al igual que la prensa francesa que vigilaba tan de cerca a nuestra familia.
Solo cuando me di cuenta de que el dinero de la familia era solo algo con lo que
mi padre se había casado y que gastaba frívolamente, y que solo me respetaba si
necesitaba algo de mí, me lo saqué por fin la cabeza. Las vendas habían caído de mis
ojos, y mi padre se había convertido en... solo un hombre.
Un hombre débil. Un hombre que hacía tratos dudosos, confiaba en la gente
equivocada y se acostaba con cualquiera.
Alguien a quien no tenía intención de imitar.
Cuando llegamos al club de playa, mi padre estaba en plena forma. Sus ojos no
pasaron por alto nada, ni la tensión en mis hombros ni la extensión de piernas que
exhibía la niñera de mi hija. Las mujeres del club de playa llevaban menos ropa que ella,
pero Josie seguía tirando del dobladillo de su bañador, y seguía atrayendo las miradas
hacia ella como un imán. Incluida la mía.
—Papa —dije, forzando una jovialidad que no sentía en mi tono cuando me dio
una palmada en la espalda más fuerte de lo necesario.
Me di cuenta de que se sentía en la cima del mundo. Atrevido y optimista por
haber conseguido que invirtiera en su última empresa.
—Me alegro de verte —me saludó—. Simplemente genial. Y mi pequeña y dulce
Dauphine —dijo mientras ella saltaba a sus brazos—. ¿Quién es tu nueva amiga?
—Papie —balbuceó Dauphine—. Ella es Josie. Solo habla inglés. Es americana.
Dibuja edificios increíbles. Y me está enseñando cómo hacerlo. Es muy agradable. Ella
nada conmigo cada vez que quiero. Y creo que a Papa no le gusta. Pero a mí me gusta.
Por favor, dile que tiene que quedarse.
—Dauphine —solté, mi voz salió como un ladrido estrangulado. ¿Cómo se había
dado cuenta mi hija de mi malestar?—. Calla.
Los ojos de mi padre se fijaron en Josie mientras tomaba la mano que le ofrecía.
—Enchanté —saludó y se llevó la mano a la boca, presionando sus labios sobre
el dorso de la misma—. Soy Etienne Pascale.
Josie me echó una mirada antes de sonreírle a mi padre y retirar su mano.
—Ahh —dijo otra voz. Nos giramos hacia el italiano grande y moreno que se
dirigía hacia nosotros. Reconocí al amigo de mi padre. Alfredo Morosto. Había estado
involucrado en tantos negocios turbios que estaba seguro de que el precio de las
acciones de mi empresa bajaría un diez por ciento el lunes simplemente porque
estábamos en el mismo restaurante. Ahora parecía que estaba almorzando con
nosotros.
Genial.
CAPÍTULO VEINTIUNO

La playa de arena blanca, el agua fresca y transparente de color aguamarina


hacían que la bahía fuera perfecta para un club de playa. Evan nos llevó al señor P, a
Dauphine y a mí desde el barco hasta un embarcadero donde nos dirigimos a la playa.
Mis primeros pasos en tierra firme me dieron ganas de bailar.
—¿Estás bien? —preguntó Evan.
Xavier se giró para mirar en mi dirección.
No pude ver sus ojos a través de sus gafas de sol.
—He olvidado lo que se siente estar en tierra firme —dije, probablemente
recordándole lo que sentía por los barcos en general—. Estoy bien.
Su boca se tensó y levanté las cejas en forma de pregunta, luego bajé las gafas de
sol sobre mis propios ojos.
Dauphine me tomó de la mano, yo le sonreí, todos continuamos nuestro paseo.
Las asistentes con pantalones cortos de lino blanco y camisas turquesas corrían
colocando sombrillas, trayendo champán, rosé y recipientes de fruta cortada en hielo.
Había un pequeño bar hecho de madera a la deriva y un paseo marítimo que seguimos
a través de una vegetación baja y espesa hasta que se abrió a un gran restaurante al aire
libre escondido detrás de las dunas, a la sombra de madera a la deriva y toldos de lona.
Sillas pintadas de blanco y mesas con manteles azules se agolpaban en cualquier
centímetro disponible con las patas en la arena. Los camareros se apresuraban de un
lado a otro, apretándose entre las mesas ocupadas.
El sonido del tintineo de las copas, las risas y el estallido de los corchos hacían
que pareciera una gran fiesta. ¿Así es como el uno por ciento iba hacía la playa? Me reí
para mis adentros, recordando la forma en que Tabs, Mer y yo siempre teníamos que
turnarnos para arrastrar la nevera y nuestras sillas de plástico desde donde podíamos
encontrar estacionamiento, con el sudor goteando en los ojos, hasta el acceso a la playa
del paseo marítimo en Sullivan's Island o Folly Beach. Lo que me recordó que tenía que
llamarlas pronto.
Dauphine y yo seguimos a su padre mientras se dirigía a la entrada del
restaurante y saludaba a un maitre alto que besó al señor Pascale en ambas mejillas y
le alborotó el cabello. Supuse que lo conocía desde hacía mucho tiempo y me hizo
sonreír ver a mi jefe tratado como un niño pequeño.
Sentí que nos miraban, en una especie de quién es quién. Me produjo una
sensación extraña e incómoda, que me recordó los días posteriores a la detención de mi
padrastro. Mirando a mi alrededor con mis gafas de sol, casi hice una doble toma al
reconocer a una famosa modelo que había sido importante en los años noventa y, en
una mesa aparte, al ex gobernador de California, que también había sido una estrella de
cine en algún momento. Mi ritmo cardíaco se aceleró. Meredith y Tabs alucinarían. Dios,
las echaba de menos. A Meredith, sobre todo, se emociona al ver a las estrellas.
No es que a nadie le importara quién era yo, pero de repente me sentí
extremadamente expuesta al estar en un lugar tan destacado. Me ardían las mejillas y
sentía unas vagas náuseas. No hay nada como que te den un repaso y te descarten
sumariamente para recordarte lo insignificante que puede ser tu vida. Aunque me
produjo una sensación de alivio. Sin embargo, los ojos siguieron a Xavier Pascale.
El maitre hizo una rápida demostración sobre Dauphine, luego nos señaló una
mesa en un rincón del restaurante, bajo la rama retorcida de un tamarisco90.
Antes de que pudiéramos sentarnos, se nos unió un hombre mayor que supe al
instante que debía ser el padre de Xavier.
Tenía el mismo grueso mechón de cabello en la frente, aunque el suyo era gris
oscuro, y su cabello estaba cortado de forma casi idéntica, corto pero enroscado
alrededor de las orejas y el cuello. El hombre y su hijo eran más o menos de la misma
altura. Es interesante que no se hayan abrazado al saludarse.
Cuando llegó el momento de mi presentación, inhalé, dominada por los nervios.
Me subí las gafas de sol a la cabeza, di un paso adelante y extendí la mano.
—La niñera de Dauphine. Josie. Encantada de conocerlo.
El señor Pascale, ya mayor, me tomó la mano en señal de saludo y luego apretó
los labios húmedos contra mi piel.
—Enchanté. Soy Etienne Pascale. —Esbocé una sonrisa falsa y retiré la mano,
sintiéndome ligeramente manchada.
Otro hombre se acercó a nosotros y la tensión de Xavier pareció subir diecisiete
grados.
—Mi amigo Alfredo Morosto —me dijo Etienne. Luego se rió y dijo algo en
francés en voz baja que hizo reír también a nuestro recién llegado, pero provocó una
mueca de dolor en Xavier.
—Ven. —Xavier apartó la silla del extremo más cercano de la mesa, haciéndome
un gesto para que me sentara, me senté frente a Dauphine. Esperaba que se sentara
junto a ella, pero se acercó y ocupó el asiento del otro lado, protegiéndome de tener que
sentarme junto a alguno de los dos hombres mayores. Mis hombros se relajaron
ligeramente, aliviada por tenerlo entre yo y nuestros compañeros de almuerzo.
Mirando brevemente el menú en francés, le dije a Dauphine que me pidiera lo que fuera
para facilitar las cosas.

90
Arbustos o árboles pequeños que fueron introducidos en distintos países con fines ornamentales, como
barreras de viento, para la estabilización de taludes y dunas y para el control de la erosión
Ambas acabamos con Shirley Temples91, lo que me valió otro levantamiento de
cejas por parte de Xavier.
Los tres hombres hablaban con seriedad, aunque mantenían la voz baja. Alfredo
Morosto era un hombre fornido con un enorme Rolex de oro en la muñeca. Llevaba la
camisa desabrochada hasta la mitad del torso y una pesada cadena de oro se apoyaba
en el vello gris de su pecho y en sus años de carne excesivamente bronceada. Miraba
alrededor del restaurante al menos cada cinco minutos. No sabría decir si estaba
buscando algo o asegurándose de que nadie los escuchaba. Dejé de intentar seguir el
idioma porque de repente parecía que habían cambiado al italiano, y mientras
Dauphine y yo jugábamos al ahorcado en la mesa con un papel, observé su lenguaje
corporal. Tardé un rato, pero de repente me di cuenta de por qué Alfredo Morosto no
dejaba de mirar a su alrededor. Pensé que tal vez quería que alguien lo viera, o más
concretamente que vieran con quién estaba almorzando. Eso se confirmó cuando por
fin vio a alguien conocido y se puso de pie y dio una palmada en la espalda a un joven
con una camisa rosa mientras se daban la mano. Lo presentó brevemente a Xavier y a
su padre. Dauphine y yo seguimos jugando, ignorando a los demás. El primer saludo
pareció abrir las puertas de la gente que se detenía junto a la mesa. Hubo algunas
miradas curiosas hacia mí, pero cuando no sonreí ni llamé la atención de nadie y dirigí
toda mi atención a Dauphine, pronto me catalogaron como la niñera.
A mi lado, el señor Pascale mostraba un aspecto tranquilo, pero bajo la mesa, su
pierna rebotaba incesantemente con pequeños movimientos. El estrés parecía
desprenderse de él en oleadas, aunque tenía la sensación de que yo era la única que lo
notaba.
Debajo de la mesa, sus dedos estaban destruyendo un pequeño cartel de papel
que decía que la mesa estaba reservada cuando llegamos. Ya había destruido su
posavasos de papel. Luego pasó a tocar el dobladillo de sus pantalones cortos contra el
muslo, comprobando constantemente su reloj.
El impulso de calmar su mano con la mía por debajo de la mesa, o de apretar mi
pie contra el suyo en la arena, para ofrecerle algún tipo de consuelo, era abrumador.
Agarré mi vaso y tomé un largo sorbo de Shirley Temple helado. Mientras lo
hacía, deslicé sigilosamente mi posavasos de papel hacia su cubierto, ganándome una
pequeña bocanada de aire de sorpresa y aceptación cuando él lo recogió
despreocupadamente y se puso a romperlo.
Xavier bebió agua y no tocó ni una gota del vino que le sirvió su padre.
Su padre estaba atento. Cada vez que captaba su mirada, pegaba una rápida
sonrisa plácida y miraba hacia otro lado. Gracias a Dios por mis gafas de sol.
Todo el almuerzo fue incómodo y pareció interminable. Al menos, los espaguetis
con almejas que nos había pedido Dauphine estaban deliciosos.
—Alors, ¿de dónde eres, Jenny? —me preguntó de repente el mayor de los
Pascale cuando Alfredo Morosto se excusó para ir al baño.

91
Shirley Temple: Es un cóctel sin alcohol.
Todos los ojos se volvieron hacia mí. Me quedaban los últimos sorbos de mi
bebida y había llegado al último.
—Soy de Estados Unidos. —No me molesté en corregir mi nombre mientras
sacaba la cereza de mi vaso. En realidad, me sentí bastante aliviada de que lo hubiera
olvidado.
—Sí, ¿pero de dónde? —insistió.
—Charleston. Está en la costa este, en Carolina del Sur.
—Ahh, sí. Lo conozco. —Su mirada se dirigió a su hijo y sus ojos se entrecerraron
ligeramente—. Pasaste algún tiempo allí recientemente, ¿no es así?
Miré a mi jefe, sorprendida, mientras mordía la dulce y masticable cereza,
haciéndola rodar por mi lengua. ¿Había estado en mi ciudad?
Xavier no se había quitado las gafas de sol, pero sentí la sombra de su mirada en
mi boca mientras masticaba. Luego sacudió la cabeza y bebió un sorbo de agua. Su
respiración se entrecortó y le hizo toser. Su padre debía de hacerle sentir muy
incómodo.
—Estuve allí brevemente, sí —respondió—. Visitando una compañía de yates.
—¿Oh? ¿Cuál? —pregunté.
Mencionó un nombre, y me pregunté si sería la de King Street donde trabajaba
la francesa Sylvie. Ella y yo acabábamos a menudo tomando café más o menos a la
misma hora en la cafetería Armand's. No nos conocíamos bien, pero con el tiempo
habíamos empezado a saludarnos y a entablar una pequeña conversación, y así supe
dónde trabajaba.
—Creo que lo conozco. —Me resultaba extraño saber que había estado en mi
ciudad natal, recorriendo mis calles. Tan cerca. No, no es extraño. Destino. Mis entrañas
se apretaron al pensar que había estado allí antes de que yo lo conociera. Como si
hubiera una ruptura en la línea de tiempo de mi vida de alguna manera. Como si debiera
haberlo sabido. ¿Cómo podía haber tenido una reacción tan fuerte hacia él desde el
mismo momento en que lo conocí y no saber cuándo había estado cerca de mí antes? Lo
cual era realmente ridículo. Sacudí la cabeza, tomé mi vaso de agua y di un largo sorbo,
volviendo mi atención al dibujo de Dauphine de una sirena—. Es preciosa —dije.
Etienne Pascale sacudió la cabeza con un ligero resoplido, como si lo que yo decía
fuera de alguna manera divertido.
Fruncí el ceño, perdida e incómoda, esta vez por la extraña tensión que palpitaba
entre padre e hijo.
—Papa, ¿puede Josie llevarme a la playa ahora?
—Por supuesto, mon chou. —Xavier parecía aliviado.
Etienne Pascale se inclinó hacia un lado y sacó de sus pantalones cortos una
gorda cartera marrón.
—Tenez92 —nos dijo a mí y a Dauphine y nos tendió un billete de euro de gran
denominación—. Para un helado. —Cambió al inglés.
Dauphine lo tomó.
—Es un poco exagerado, ¿no crees? —refunfuñó Xavier.
Su padre se rió.
—Deja que un viejo mime a su única nieta.
—¡Merci, Papie! Ven —me dijo, y yo estaba demasiado ansiosa por irme.
—Primero el baño —dije, y tomé nuestra bolsa de playa compartida—.
Encantada de conocerlo —le dije a su abuelo.
Se puso de pie, y cuando le ofrecí mi mano, la tomó y bajó su boca para
encontrarse con mi piel de nuevo.
—El placer es todo mío. Y me disculpo por haber confundido tu nombre... Josie.
A mi lado, Xavier estaba rígido. Su pierna, que aún podía ver bajo la mesa, se
congeló mientras buscaba tranquilamente su agua. Miré su rostro y no vi más que unas
gafas de sol y una plácida sonrisa antes de que él también se pusiera en pie. Todo un
caballero.
—Envíame un mensaje y hazme saber dónde estarán en la playa —nos dijo—.
Me reuniré con ustedes cuando termine aquí.
Asentí.
—¿Quieres nadar conmigo, Papa? Por favor. —Dauphine me rodeó y le dio a su
padre un rápido apretón y besos en ambas mejillas.
—Bien sûr93 —murmuró—. Por supuesto.
Mi protegida le dio un beso a su abuelo en cada mejilla y entramos en el edificio
de arcilla, de poca altura y encalado. El interior estaba oscuro, con una gran sala vacía y
una fría chimenea. Inspiré profundamente, agradecida por haberme liberado de la
tensión de la mesa. Había baños unisex en un pequeño pasillo y uno estaba libre. Me
aseguré de que no tuviera una cerradura sospechosa y le dije a Dauphine que la
esperaría.
En cuanto cerró la puerta, se abrió otra y salió Alfredo Morosto.
Sonreí amablemente.
—Ahh, bella. Esperaba tener la oportunidad de hablar contigo.
—Estoy esperando a Dauphine.
—Por supuesto, por supuesto que sí. Eres aún más hermosa de cerca.
Me aclaré la garganta mientras retrocedía hacia la pared y cruzaba los brazos

92
Tenez: Toma en francés.
93
Bien sûr: Por supuesto en francés.
sobre el pecho.
—Gracias. Te están esperando en la mesa…
—Que esperen. —Se acercó un poco más y extendió una mano y me sobresalté,
pero se limitó a recoger un trozo de mi cabello que se había caído del moño y lo
estudió—. Un color fascinante —dijo mientras lo dejaba caer inmediatamente—.
¿Natural?
Me dio un vuelco el corazón, me alisé el cabello y me acomodé el trozo detrás de
la oreja mientras él levantaba la mano en un gesto inocente. Date prisa, Dauphine, deseé.
—¿Cuánto hace que conoces a Xavier? Es muy listo. Te hace pasar por la niñera.
—Yo soy la niñera.
—Por supuesto, por supuesto. Pero un hombre como él, con tanto criterio.
Apuesto a que la gente se pregunta. Me lo estoy preguntando. Escucha, aquí está mi
número. Siempre me gusta conversar. Me encanta saber qué hace el joven Pascale en
los negocios estos días. Soy un fan, ya sabes.
Fruncí el ceño.
—¿Me estás pidiendo que lo espíe?
—No, no, solo... que seamos amigos. Buenos amigos. Amigos que podrían hacer...
favores el uno al otro. Conversar. Hay mucho para ti. Información a la que podrías tener
acceso. Piensa en ello. Se rumorea que está trabajando en algo grande. Algo en lo que
podría ayudar.
Me burlé y miré la puerta del baño.
—¿Por qué no lo llamas entonces? —Dios mío. ¿Cuánto tiempo tardaba en hacer
pipí con una vejiga diminuta?
—Sabes —se acercó un poco más y tuve que controlar un escalofrío—. Tengo
una vacante de niñera en mi casa. —Sus dedos se cernieron sobre mi hombro, rozando
el cordón de mi traje de baño—. Por si acaso buscaba algo más... interesante. Mis hijos
son mayores, por supuesto. Pero soy generoso. No tenemos que llamarlo niñera.
Podemos llamarlo como quieras.
Lo miré directamente a los ojos y le sostuve la mirada con un desafío y un asco
absoluto. En serio, ¿qué carajo estaba pasando ahora? Lo único que sabía era que no
debía mostrar miedo. Eso se convirtió de repente en un imperativo. Pensé que podría
esperar a Dauphine en la sala principal junto a la chimenea y no en este pequeño pasillo
privado.
Me moví.
Su mano se alzó, deteniéndome por el hombro.
—¿No ibas a despedirte?
Lo miré fijamente.
—No me di cuenta de que había algo bueno en ello.
La sorpresa brilló en sus ojos, y su rostro se transformó de simpático a mezquino
en milésimas de segundo.
—Menuda perra gélida, ¿verdad? —siseó—. ¿Te calientas para el pequeño tonto
de ahí fuera?
La puerta del baño se desbloqueó, y él soltó mi mano, su rostro y su
comportamiento se fundieron en una sonrisa inofensiva.
Dauphine salió, presionándose inmediatamente a mi lado. Los niños captan
mucho más que los adultos. Y este tipo era una amenaza. Y no solo para mí. La
protección se apoderó de mí. Por Dauphine. Por su padre.
Rodeando con mi brazo el hombro de Dauphine, tiré de ella mientras la
empujaba.
Me detuvo de nuevo, esta vez dándome una palmada en el pecho. El impacto de
su mano me hizo detenerme, y la agarré a tientas.
—Mi número. Espero tu llamada. —Guiñó un ojo y se alejó, adelantándose a la
puerta.
—Ugh —dije.
—No me gusta —dijo Dauphine.
—A mí tampoco.
CAPÍTULO VEINTIDÓS

Dauphine pasó casi una hora nadando y haciendo castillos de arena antes de
levantarse de un salto y correr hacia su padre, que paseaba descalzo junto a las
pequeñas olas que rompían en el borde del agua. Le había enviado un mensaje al
número que me dio, diciéndole que girara a la izquierda y caminara unos cincuenta
metros. Llevaba sus gafas de sol oscuras y sujetaba los zapatos con una mano. Besó la
cabeza de su hija y luego se acercó y miró nuestra creación.
Me tapé los ojos para mirarlo.
Los bordes de su boca se inclinaron en una sonrisa.
—No parece que te vayas pronto —dijo.
Seguí su mirada hacia donde estaba enterrada hasta la cintura. Dauphine había
empezado haciéndome un sillón excavado en la arena. Luego se había convertido en un
“trono de sirena”. Y ahora tenía todo un pueblo de sirenas con montículos y muros
construidos a mi alrededor y sobre mis piernas. Tenía un apestoso trozo de alga marina
en la cabeza. Mi corona.
—Eso parece. —Levanté las cejas. No añadí que también tenía arena en lugares
innombrables.
Los labios de Xavier parecieron forcejear antes de soltar una sonrisa de oreja a
oreja, revelando sus magníficos dientes rectos y un hoyuelo de diablo. No pude evitar
devolverle la sonrisa. Sabía que tenía un aspecto totalmente ridículo.
—Es la diosa sirena —dijo Dauphine con un suspiro de felicidad, llamando
nuestra atención—. Ella gobierna todo este reino.
—¿Ahora lo hace? —le siguió la corriente a su hija. Volvió a mirarme—. Deberías
haber alquilado unas sillas de playa y una sombrilla para resguardarte del sol —dijo, y
luego frunció el ceño—. Me disculpo. No pensé en eso. También en que mi reunión se
alargaría. —Sacó su cartera y le hizo señas a un empleado de la playa que pasaba
corriendo con un cubo de hielo—. ¿Dónde están tus cosas?
Señalé por encima de mi hombro detrás de nosotros y él fue a recoger mi bolsa
de playa.
—Está bien...
—Dauphine. —Habló por encima de mi cabeza—. ¿Nadas conmigo y dejas que la
diosa sirena descanse en la sombra?
Dejó caer el puñado de arena mojada y se metió chillando en el agua.
—Oye —llamé—. ¿Un poco de ayuda aquí? —Luché por soltarme en la arena, y
cuando estaba claro que Dauphine no había oído o simplemente había ignorado mi
súplica, su padre se agachó de repente a mi lado y sacó la arena de alrededor de mis
piernas. Dios. Estaba demasiado cerca. Su mano rozó la arena y luego la piel mientras
me desenterraba. Se quedó parado un momento, luego tomó aire y continuó.
Rápidamente tomé el relevo y me aparté lo suficiente como para poder
liberarme por fin.
Se levantó y me dio la mano. Y en un momento el reino de Dauphine fue
destruido mientras me ponía de pie.
—Toma. —Dejó caer mi mano y dio vuelta para quitarme la arena de la espalda
antes de detenerse bruscamente y retroceder, pensándolo mejor.
—Gracias —dije y me apresuré a pasar junto a él hacia el agua—. Necesito
lavarme.

En cuanto tuvimos un lugar donde sentarnos, me dio su cartera para que la


metiera en la bolsa de playa y colocó su camisa de lino en la silla junto a mí. Le cambié
la cartera por una toalla que le entregué para la segunda silla. La tendió y luego se sentó
en el borde y se aplicó en el rostro y los hombros el protector solar que le di.
Desde detrás de mis gafas de sol me deleité observándolo. Tenía el cabello
revuelto donde obviamente había pasado una mano varias veces. Tal vez cuando se
había quedado sin posavasos. De alguna manera, nunca le había tomado por una
persona nerviosa. No encajaba con su reputación empresarial. Y me di cuenta de que
ver su lado vulnerable me provocaba cosas extrañas en el estómago. Suspiré
suavemente.
No se me escapaba que los tres en la playa parecíamos una familia. Y lo mucho
que me gustaba. De verdad, de verdad, me gustaba.
—Gracias por el almuerzo —logré decir con voz estrangulada para llenar el
silencio. Miré a mi alrededor, desesperada por mirar cualquier cosa en lugar de a él, y
me di cuenta de que la playa se había vaciado un poco. Dauphine intentó hacer una
parada de manos en el agua y se cayó de lado.
Se aclaró la garganta y me preparé para que me pidiera que le pusiera crema
solar en la espalda. Me picaban las manos. Podría morirme o gemir accidentalmente en
voz alta si tuviera que pasar las manos por ese cuerpo. No me lo pidió, solo volvió a
meter la crema en la bolsa.
—De nada. Espero que no haya sido demasiado tedioso.
Levanté un hombro. Había tantas cosas que quería preguntarle. Como por
ejemplo, por qué parecía tan tenso con su padre. Y sobre ese personaje de Morosto.
—¿Tedioso? No. ¿Tenso? Tal vez. Perdona que te diga, pero tú... no eras tú mismo.
Inclinó ligeramente la cabeza.
—Lo siento. Tal vez me equivoqué —retrocedí—. No te conozco. No sé cómo
actúas normalmente...
—No, tienes razón. —Dejó escapar un suspiro y miró hacia Dauphine, que ahora
intentaba y no conseguía dar volteretas en las olas poco profundas—. No veo mucho a
mi padre. Y quiere que invierta en algo. Y, por supuesto, eligió el lugar más destacado
para reunirse.
—Sí. Es un bonito club de playa. Parece que lleva ahí un tiempo.
—Desde los años cincuenta. Antes de eso, lo único emocionante era el
desembarco de los aliados aquí.
—Vaya, ¿en serio? Solo oímos hablar de las playas de Normandía, pero supongo
que vinieron de todas partes.
Sonrió.
—Aquí no había mucho. Una familia local construyó unos pequeños bungalows.
Luego añadieron una mesa comunitaria en la arena e invitaron a los transeúntes a
unirse a ellos. Brigitte Bardot... ¿la conoces?
Asentí. La sexy actriz francesa de muchas películas en blanco y negro.
—Ella estaba filmando aquí la película Et Dieu ...Créa La Femme. Y Dios creó a la
mujer. —Se rió roncamente—. Mi abuelo me contaba la historia. Todo el equipo comía
aquí todos los días. Y después de eso, en 1955, la familia consiguió una licencia de
negocio y desde entonces es Le Club Cinquante-Cinq y está lleno de… —señaló con la
mano—. Ricos y famosos.
—Incluido tú.
Se encogió de hombros con una sonrisa dibujando sus labios.
—Entonces, ¿es el más antiguo de todos estos lugares que veo por este tramo?
Se rió.
—Oh no. Tahití es el más antiguo por unos pocos años. Y en Tahití, como en
muchas playas de Europa... la ropa es opcional.
El calor me subió por el cuello.
Él sonrió, y si no me equivocaba, su rostro anguloso estaba mirando mi cuerpo.
Mirando de verdad.
Sentí la mirada, aunque no podía ver sus ojos. ¿O sí? ¿Era esto la peor clase de
deseo? Me aclaré la garganta.
—Qué buena historia. Bueno, la comida estuvo genial.
—La comida lo estuvo. Siempre lo es. Nuestra compañía, sin embargo... —
sacudió la cabeza y miró hacia su hija.
—¿No te fías de ese tal Morosto? —pregunté, aunque estaba bastante segura de
que tenía razón. También quería asegurarme de que él también recibía las mismas
malas vibraciones que yo. Sobre todo si tenía que hacer negocios con el tipo.
Xavier se giró hacia mí. Luego se quitó las gafas de sol y sus ojos azules se
posaron en mí con una intensidad sorprendente.
Fue como estar de repente bajo un rayo refractario alienígena. No sabía si iba a
transportarme o a freírme en el acto. Respira, Josie.
—No sabía que venía. Es malo para mi imagen comercial que me vean hablando
con él. Él... no tiene la mejor reputación. Te vi salir del edificio justo después de él,
parecías alterada —dijo en voz baja—. ¿Te dijo algo adentro?
Dudé, preguntándome si debía decírselo o si causaría más drama. Un drama que
obviamente quería evitar. ¿Quién no lo querría?
—Nada que no pudiera manejar.
La mandíbula de Xavier se tensó.
—¿Qué ha dicho?
—No importa. Fue una estupidez. Casi me reí de él.
—Pero no lo hiciste.
—No. Pude soportarlo. Me dio la impresión de que quería que le contara cosas
sobre ti, aunque no sé nada. Pero si te sirve de algo, espero que no tengas que hacer
negocios con él. —Levanté la barbilla—. De hecho... por favor, no lo hagas.
Xavier me miró fijamente.
—No tengo intención de hacerlo.
Se me calentó el pecho.
—¿Y tu padre?
—¿Qué pasa con él?
—No lo sé —dije, mi respuesta fue floja porque no quería verbalizar mis
verdaderas teorías.
Levantó una ceja.
—Sí, lo sabes. Se notaba cuando estaba tenso en la comida. Me doy cuenta de que
tienes demasiadas opiniones flotando en esa cabeza tuya.
—¿Demasiadas opiniones? —respondí de forma arcaica—. ¿Qué? Para una
mujer.
Dejó escapar un gruñido corto y divertido que tuvo el efecto de revolverme el
estómago. Dios, imagina ese sonido en otro contexto.
—Ya sabes a qué me refiero —dijo.
—Bien. ¿Quieres mi opinión? Creo que la única manera en que tu padre sabe
tener una relación contigo, ahora que eres un adulto, es a través de los negocios. Aparte
de eso, no creo que tengan nada en común. Quizá ni siquiera entonces. —Apreté los
dientes con fuerza. Cállate, Josie—. Como la mayoría de los padres, pueden hacer que te
sientas de nuevo de doce años, por mucho que te hayas convertido en una persona
mejor y más fuerte.
Los ojos de Xavier se entrecerraron y exhaló un corto suspiro de sorpresa por la
nariz. Después de un momento, habló.
—Todo lo que quiere es una forma de ganar más dinero, sin importar lo poco
ético que sea. Quiere que la gente piense que me escucha. Por eso eligió este lugar tan
público. Cree que soy un blanco fácil.
—¿Lo eres? —pregunté, con voz suave.
Se puso de pie y arrojó sus gafas de sol sobre la silla.
—Ni de lejos —dijo y se dio la vuelta para bajar al agua.
—Espera —le dije.
Se giró, con los ojos entrecerrados.
Me incorporé.
—¿Sí?
—¿Necesitas protector solar en la espalda? —pregunté. Ohhhh, no acabo de
preguntar eso. No lo hice. Joder.
Su cabeza se inclinó hacia un lado, sus ojos no delataban nada.
—No importa. —Le hice un gesto para que se fuera. Vete. Solo pretende que eso
no pasó.
Entrecerró los ojos, como si conociera cada pensamiento de mi cerebro, y se dio
la vuelta, y todo mi cuerpo casi se derrumbó de alivio mientras lo veía caminar hacia el
agua. Su musculosa espalda se estrechaba dentro de aquel bañador turquesa que hacía
que su piel de bronce brillara aún más. Cerré los ojos, aunque estaban ocultos tras mis
gafas de sol, en una dosis masiva de fuerza de voluntad, como si eso me ayudara a
inocular la atracción por él o algo así.
Durante otra media hora, padre e hija jugaron en las olas mientras yo observaba
desde la comodidad de la sombra de la silla de playa. No podía creer cómo acababa de
hablarle de su padre. Pero, para ser justos, me había pedido mis pensamientos. Si no le
gustaban, era cosa suya. Sin embargo, mis entrañas estaban muy revueltas. Cada vez
que teníamos una conversación, la línea entre el jefe y empleada se difuminaba y él
siempre la cortaba antes de que fuera más allá. Era como si a veces se olvidara. Lo que
me hacía pensar que, a pesar de que Evan era su amigo y estaba rodeado de gente,
Xavier Pascale se sentía... solo. Tal vez fue por su propio diseño. Yo no era psicóloga,
pero tenía la sensación de que en el fondo, donde se negaba a reconocerlo, anhelaba
una conexión. Me pregunté qué le había hecho su difunta esposa para que enterrara su
corazón tan profundamente.
De repente, Dauphine vino corriendo hacia mí.
—Ven. Necesito que juegues al Jeu de Loup94. No es divertido solo con Papa.
—No conozco el juego.
—Una persona es el, um... le loup95... —Ella torció los labios de lado mientras su
ceño se fruncía.
—¿El lobo? —respondí, la palabra surgiendo de las profundidades de mi
cerebro.
—¡Sí! Una persona es el lobo y los demás deben intentar escapar. Y cuando el
lobo los muerde, deben convertirse en el lobo. —Aplaudió y se estremeció mientras
explicaba.
—Ven aquí —le dije y le sequé el rostro y los hombros y le volví a aplicar un poco
de protector solar.
—Bien. ¿Vas a jugar?
Miré hacia el agua. Su padre nadaba a estilo libre con grandes y potentes
brazadas paralelas a la playa mientras esperaba que ella volviera.
—Por favor. Papa ha dicho que sí. Y ha dicho que puedo ser el lobo primero.
¿Pero qué pasa cuando su padre se convierta en el lobo? Me estremecí.
—Suena como el juego de la mancha, pero con mordiscos. —Una imagen de
Xavier atrapándome y mordiéndome apareció en mi cerebro, y la expulsé tan rápido
que tuve que sacudir la cabeza. No necesitaba un rollo de película porno en mi cabeza
mientras había niños presentes, muchas gracias. Las cosas ya estaban bastante mal.
—No muerdes, tonta. —Ella miró con simpatía la alarma que debió cruzar mi
rostro—. Solo tomas, así. —Me agarró de la muñeca—. Di que sí. Por favor. No da miedo,
lo prometo.
Eso era discutible. Me reí.
—No sé cómo alguien te dice que no. Sinceramente, no lo sé.
—Yo tampoco. —Se encogió de hombros como si fuera la cosa más confusa.
Mi risa se convirtió en una carcajada completa.
—Muy bien. Toma, ponme más protector solar.
Tras un rudimentario manotazo, Dauphine me tomó de la mano y me arrastró
hasta el agua.
—Ahora, es perfecto —dijo Dauphine, con los ojos brillantes—. Está nadando y
no sabe que voy a atraparlo. Lo haré el lobo. —Avanzó lentamente, esperando cruzarse
con él. Vi el momento en que su cabeza se giró hacia un lado para respirar, y sus ojos
me encontraron e inmediatamente se dirigieron a Dauphine. Ella debió ver que la

94
Jeu de Loup: Juego del lobo en francés
95
Le Loup: El Lobo en francés.
descubría, porque soltó un grito excitado y se lanzó hacia delante. Hubo una ráfaga de
chapoteos y luego una Dauphine triunfante gritó de nuevo y gritó algo que
probablemente significaba: “Te tengo”. Y entonces nadó locamente hacia mí.
—Oh, no, no lo tienes —dije mientras intentaba usarme como escudo humano,
la forma de su padre se acercaba rápidamente bajo el agua como un tiburón. Pero ella
me agarró como un pulpo y luego me empujó hacia adelante con sus pies.
—¡Ay! —Grité y reí a medias, con la adrenalina disparada mientras intentaba
apartarme del camino del depredador que se acercaba, pero ella prácticamente me
empujó encima de él. Grité cuando una mano salió disparada hacia delante y me agarró
por la cintura, nuestros cuerpos se deslizaron juntos.
Joder.
El universo entero explotó y se contrajo en un instante ante esa única sensación.
Me soltó inmediatamente, pero yo ya había caído de lado. Salí a flote
chapoteando al mismo tiempo que él salía a la superficie y se colocaba en el agua hasta
la cintura. Dio un golpe de cabeza para sacudirse el agua del cabello, con los ojos oscuros
y vigilantes.
Mis ojos se desviaron hacia abajo mientras respiraba entrecortadamente. El
agua corría en riachuelos por su cuerpo, con el pecho moteado de vello oscuro. Tragué
contra los restos del fogonazo que me había dejado dolorida. Nunca había
experimentado una química así. Nunca. Me pregunté cómo mi cuerpo no se había
convertido instantáneamente en vapor. Con pura fuerza de voluntad, hice funcionar mi
cerebro y mi boca.
—¡Dauphine, eres una traidora! —grité, con voz áspera y transparente, y aparté
los ojos de él. Miré a mi alrededor en busca de ella, pero ya se alejaba tan rápido como
podía. Volví a mirar a su padre, y él también se estaba alejando rápidamente de mí. Será
mejor que se asegure de que no lo atrape, pensé histérica.
No podía ser responsable de mis acciones.
Podría llegar a morderlo.
CAPÍTULO VEINTITRÉS

Cuando volvimos a la pequeña embarcación en el muelle del club de playa, ya era


tarde. No me había quemado del todo, pero sentía la piel tirante e incómoda y tenía
dolor de cabeza, sed y agotamiento. Dauphine me había pasado protector solar por la
espalda y los hombros, pero me daba cuenta de que probablemente tenía quemaduras
en la piel.
Los tres estábamos en silencio mientras regresábamos con Evan de vuelta al
amenazante yate anclado a poca distancia. Imaginé que podía sentir los ojos de Xavier
Pascale sobre mí, y su melancolía me hizo sentir el estómago tenso.
—¿Se han divertido? —preguntó Evan. No podía ser tan inconsciente de la
tensión, ¿verdad? La sonrisa de su boca decía lo contrario.
—Sí. —Dauphine asintió, seguido de un gran bostezo. Yo hice lo mismo.
Xavier sonrió con cariño a su hija y le apretó los hombros.
El agua se agitó un poco, y mi rodilla se balanceó de lado y chocó con la pierna
de mi jefe. Intenté moverme, pero era inútil si necesitaba sentirme anclada en mi sitio.
Intenté ignorar la sensación cuando se repitió. Miré el horizonte y el yate que se
acercaba. Nuestra embarcación redujo la velocidad. Pero toda mi atención se centró en
el único punto en el que mi piel rozaba la suya. Debía tener una insolación. No había
otra explicación para el hecho de que no pudiera hacer que mi estúpido cerebro dejara
de pensar en exceso y que mi cuerpo dejara de sentirlo todo.
Y entonces llegamos al yate, y Xavier se adelantó para ayudar a Evan, y luego
ayudó a su hija a salir.
***
Bajo la cubierta, una rápida mirada por encima del hombro en el espejo de mi
baño confirmó las quemaduras solares. Me duché, me hidraté y me rocié torpemente
un poco de aloe sobre los hombros, esperando haberlo hecho en el lugar correcto. Luego
me puse una camisa holgada, me bebí una botella entera de agua y me acosté durante
unos minutos.
Cuando me desperté, estaba oscuro. La luz de la luna entraba a raudales, creando
un tenue resplandor incoloro. La puerta de mi camarote estaba cerrada. Me senté de
golpe, totalmente desorientada. Busqué mi teléfono y vi que la hora era poco más de
medianoche. Me había perdido la cena.
Me dirigí al cuarto de baño, sujetándome mientras el barco se balanceaba
suavemente. Luego me dirigí a la puerta abierta, debatiendo si iba a tomar un respiro
en la cubierta superior. No me había despertado con el corazón acelerado, me di cuenta
de repente. Y no tenía hambre, así que me pregunté qué más me había despertado. Justo
entonces oí un gemido. Y luego a Dauphine hablando. Asomé la cabeza fuera del
camarote. Esperé en el silencio a escucharla de nuevo. Hubo otro grito más fuerte y
luego algo ininteligible. Estaba teniendo una pesadilla.
Al otro lado del pasillo, la habitación de Xavier Pascale estaba a oscuras y en
silencio, como si no estuviera allí. Entonces recordé que se había vuelto a mudar al piso
de arriba.
El grito de Dauphine atravesó el silencio y me hizo saltar.
Me apresuré a entrar en su habitación.
—Shhh —dije, viéndola mover la cabeza de un lado a otro. Me subí a la cama y
ella se incorporó con otro grito. La rodeé con mis brazos y trató de forcejear.
—Dauphine, shhh. Soy yo. Soy Josie. Estás bien. Estás a salvo. Shhh.
—¿Josie?
—Sí, mi amor.
Se desplomó de nuevo en la cama.
—¿Qué estabas soñando?
—Maman —susurró. Le temblaron los hombros y se acurrucó de lado.
Le aparté el cabello de la sien. Estaba húmedo.
—Mon chou. —Xavier era una figura oscura en la puerta.
—Papa.
Llegó al otro lado y se subió a la cama. Estaba sin camisa y solo con unos
pantalones cortos deportivos.
Debería dejarlos juntos, pero me quedé inmóvil al verlo. Saliendo de mi estupor,
me moví.
—Non. —Dauphine alargó el brazo y me agarró la mano—. Reste ave moi96—
murmuró.
—Tu padre está aquí ahora...
—S'il te plaît97. Por favor. —Respiró con dificultad—. Por favor, ¿se quedan los
dos?
Por encima de su cabeza, Xavier Pascale me observaba, sus ojos casi negros en
la oscuridad. No podría decir si estaba horrorizado por la súplica de su hija. Pero si ella
me necesitaba, solo por un rato, no quería hacer una escena simplemente porque estar

96
Reste ave moi: Quédate conmigo en francés
97 S'il te plait: Por favor en francés
cerca de su padre hacía que la química de mi cuerpo se volviera un caos.
Asentí y me cambié de sitio para poder tumbarme y mirar a Dauphine. Olí su
champú de coco y, más allá de eso, el olor desvaído de la colonia amaderada de Xavier,
el almizcle masculino y la piel cálida y somnolienta. Apreté los labios entre los dientes.
Dauphine se agarró al brazo de su padre y lo rodeó por la mitad y luego se volvió
hacia mí, haciéndose un ovillo y acurrucando su barbilla bajo la mía.
Rígida y tensa por la cruda intimidad familiar del momento, cerré los ojos para
no tener que mirar a su padre, que estaba a menos de un metro de mí sobre las
almohadas. Su movimiento lo había acercado. Su mano y su muñeca estaban a
milímetros de mi vientre. Me esforcé en pensar qué podía hacer con los brazos.
Naturalmente, uno de ellos se extendería sobre su pequeño cuerpo, pero su brazo
estaba allí. Me conformé con apoyar el mío torpemente a lo largo de mi costado.
Los dedos de Xavier debían de estar acariciando su brazo o algo así, porque podía
percibir los pequeños y suaves movimientos rítmicos.
Las respiraciones agitadas de Dauphine se calmaron y profundizaron, y su
cuerpo se relajó.
Abrí los ojos lentamente, mirando la parte superior de su cabeza y
preguntándome cuánto tiempo tardaría en entrar en un sueño profundo para que yo
pudiera escabullirme.
No pude evitar que mi mirada se dirigiera hacia donde sabía que yacía Xavier.
Unos ojos oscuros me estudiaron. Vi que la gratitud luchaba contra el conflicto.
Manteniendo la respiración lo más tranquila posible, le sostuve la mirada.
Pasaron largos minutos. Me di cuenta de que era el mayor tiempo que me permitía
mirarlo de verdad. Sin duda, el mayor tiempo que habíamos cruzado nuestras miradas.
Me entregué a la experiencia, como si él fuera una decadente mousse de chocolate
después de haber estado a dieta durante años. Se sentía rico, embriagador y muy, muy
malo para mí. La tensión crecía, pero debajo había una intimidad que se sentía más
profunda de alguna manera, quizás debido a la niña dormida que descansaba entre
nosotros, pero también subrayando el hecho de que Dauphine era el elemento más
importante aquí. Y de alguna manera también venía con el mensaje de que cualquier
cosa o persona que pudiera amenazarla, Xavier Pascale no dudaría en cortarla,
limpiamente y sin vacilar.
Sus ojos comenzaron a recorrer lentamente mi rostro.
No tuvo que decir nada para que yo entendiera una mínima parte de lo extraña
que debía ser esta situación.
Era demasiado íntima.
Era demasiado parecido a una familia.
Era demasiado personal.
Pasaban cosas extrañas dentro de mi pecho y me daban ganas de estirar la mano
y cepillar su cabello oscuro de las sienes.
Cosas que me hacían querer depositar un beso en el cabello de su hija como si
fuera mía.
Nuestra.
Por un instante comprendí la conexión pura, la protección feroz y el amor
familiar que debe sentir una madre cuando cobija a su hijo con su pareja.
Su mirada volvió a la mía. Y, de repente, el calor de sus dedos presionó la tela de
mi camisa.
Mi respiración se detuvo, mis pulmones se agarrotaron, mientras una corriente
recorría mi piel. ¿Esto estaba ocurriendo realmente?
Los dedos bajaron y luego estuvieron en mi piel, en mi vientre, donde la camisa
debía de haberse subido.
Mi boca se abrió con una bocanada de aire.
Y entonces no hubo nada. Sus dedos habían desaparecido.
Cerró los ojos, dejándome sola en la oscuridad, preguntándome si había sido un
accidente. Preguntándome si lo había imaginado.
Dejé escapar un largo suspiro, sin darme cuenta hasta que lo solté de la tensión
que había sufrido todo mi cuerpo en los últimos minutos.
Las inhalaciones de Dauphine eran profundas y relajadas, indicando el estado de
su sueño.
Con cuidado, me aparté y salí de la cama. Sin mirar atrás, me arrastré hasta mi
habitación y, dejando la puerta abierta, me metí en mi propia cama.
Parpadeé con la luz de la mañana y me orienté mentalmente. Las imágenes de la
noche anterior inundaron mi mente. La pesadilla de Dauphine. Su cabello húmedo. Su
pequeño cuerpo. Los ojos de su padre en la oscuridad.
Sus dedos en mi piel.
Se me cortó la respiración.
Volvió a sonar un golpe en mi puerta.
—¿Josie? —La voz de Andrea llamó.
La piel de mis hombros me arañaba como papel de lija ardiendo mientras se
desplazaba hacia el codo. Quemadura de sol. Ouch.
—Entra —dije.
Andrea asomó la cabeza por la brillante caoba. Alguien debió de cerrar mi
puerta.
—Hola, ¿estás enferma?
—No. Al menos no lo creo. Dios mío, lo siento mucho —añadí al ver la hora—.
Creo que el sol me aniquiló ayer. —Me esforcé por levantarme.
Ella agitó la mano.
—No pasa nada. Solo quería saber cómo estabas. Nos vemos arriba.
Sentada, me agarré la cabeza mientras me latía. Era peor que una resaca.
Me duché y fui a buscar a Dauphine para que me diera agua, analgésicos y algo
de comer. Encontré a mi protegida descansando frente a una maratón de High School
Musical.
—Hoy no hay natación —se quejó—. Y nada de leer. Estoy demasiado cansada
para todo.
—Pero no demasiado cansada para ver a Zac Efron —dije con una sonrisa.
—Nunca. —sonrió Ella.
Miré por la ventana.
—¿Dónde estamos hoy? —pregunté, recordando que había sido vagamente
consciente de que el motor del barco estaba en marcha muy temprano esta mañana, ya
que debía de haberme deslizado hacia el despertar en algún momento antes de volver
a perder el conocimiento.
Dauphine se encogió de hombros, sin apartar los ojos de los cincelados pómulos
de Zac. Te entiendo, chica.
—Ok, bien —dije. La verdad es que me aliviaba tener un día tranquilo. No me
había tomado un día libre desde que llegué. Después de comprobar con Andrea que
estaba bien hacerlo, salí a la cubierta a la sombra para dibujar. Me quedaba la última
página.
Al día siguiente, el barco se haría a la mar y volveríamos a recorrer la costa hacia
Niza y Mónaco. Miré con nostalgia por encima del hombro hacia la orilla. Había estado
investigando en Internet sobre todas las influencias arquitectónicas de la costa. El
hecho de que la zona tuviera vestigios que se remontaban a miles de años atrás me
desesperaba por conocer más de estos pequeños lugares. Y Corsica, una isla con algunas
de las influencias arquitectónicas más variadas, desde las prerromanas hasta las
pisanas y las genovesas que aún se conservan, estaba a solo cuatro horas en barco.
¡En barco!
Y yo estaba en un maldito barco. Quería llorar. Luego quise reírme de lo mucho
que empezaba a apreciar los barcos.
—¿Qué es tan divertido?
Me sobresalté y me giré para ver que Xavier había salido por la puerta. Se levantó
y se agarró a la barandilla de la escalera exterior, extendiendo los pies para encontrar
el equilibrio mientras el barco surcaba las olas. El viento agitaba su cabello negro sobre
la frente.
—Lo siento. ¿Qué?
—Parecía que te reías en voz alta para ti misma.
—¿Lo hice? —Agaché la barbilla, avergonzada de que me hubiera atrapado
cambiando de opinión sobre los barcos—. Estaba pensando que podría estar
aprendiendo a apreciar los barcos.
Levantó una ceja.
—¿De verdad?
—No te adelantes a los acontecimientos —dije—. De apreciarlos a amarlos hay
un largo camino.
—¿Has tenido una mala experiencia con un barco?
—No todos los sentimientos tienen que estar arraigados en el pasado. —Levanté
un hombro.
Él ladeó la cabeza.
—Pero normalmente lo son.
Interesante.
—Bueno, no que yo recuerde —dije—. En realidad nunca he pasado tiempo en
un barco antes de este.
—¿Incluso viviendo en Charleston? Eso es un logro —dijo. Dios mío, Xavier
Pascale estaba... bromeando conmigo.
Dejé escapar una risa incómoda.
—Es cierto.
Me di cuenta entonces de que llevaba una bolsa de lona blanca en la otra mano.
Al ver mi mirada, bajó la vista.
—He venido a darte esto. —Se aclaró la garganta—. No estoy seguro de que sean
las cosas adecuadas.
Me puse de pie y tomé la bolsa que me ofrecía. Dentro había dos grandes
cuadernos de dibujo en blanco, un juego de lápices de dibujo realmente caros, lápices
de acuarela y un libro de tapa dura.
—Vaya. —Sonreí.
—Dauphine dijo que te estabas quedando sin papel. —Agitó una mano, con
desprecio, repentinamente rudo y con un aspecto extremadamente incómodo—. No es
nada. Simplemente estoy sustituyendo, ya que Dauphine ha estado agotando tus
suministros.
—Gracias, de verdad. —Volví a mirar hacia ellos y luego hacia el libro. Era un
libro de tapa dura, pequeño, tipo mesa de café, y el dibujo de la portada era de un
castillo. Le di la vuelta—. ¿Y esto?
—Es sobre las influencias arquitectónicas de la zona donde vivo, en Valbonne.
Pensé que sería bueno para Dauphine. Mi madre, ella, eh, ayudó a recaudar los fondos
para producir el libro para la sociedad histórica de la que forma parte. Tenía una copia.
Pensé que lo apreciarías más. Y quizás mostrar a Dauphine. Está en francés, por
supuesto.
—Por supuesto. Gracias. Esto fue muy considerado.
—Como he dicho. No es nada. —Luego añadió—. Solo pensaba en Dauphine.
Lo miré y le di una sonrisa de agradecimiento.
—De todos modos, te lo agradezco mucho.
Asintió.
El barco frenó de repente su movimiento y yo me tambaleé hacia delante. Tenía
las manos ocupadas y, al no poderme sujetar, me encontré de repente de cara al duro
pecho de Xavier Pascale.
—Uf —resopló con una bocanada de aire, y sus brazos me atraparon.
El olor y el calor de él me invadieron, y antes de que pudiera reunir mi ingenio
disperso para despegarme de él, sus fuertes manos me agarraron por la parte superior
de los brazos y me apartaron bruscamente de él.
—Ten cuidado —gruñó.
Casi tropiezo con la fuerza de la acción y sus palabras. Parpadeé conmocionada.
Mis mejillas ardían de calor.
—Yo no... lo siento, yo...
—Cuidado ahí abajo —llamó Paco detrás de Xavier. Y me di cuenta de que podía
vernos desde el puente—. Debería haberte avisado. Me pareció ver un trozo de madera
en el agua. Debe haber sido un truco de la luz.
La ira luchó con mi vergüenza. ¿Había pensado Xavier sinceramente que me
había caído a propósito sobre él? Dios. Abrí de un tirón la bolsa de lona y guardé mi otro
cuaderno de dibujo junto con el material nuevo.
—Gracias por los materiales —dije con rigidez, incapaz de mirarlo. Luego pasé
junto a él.
Su mano se extendió y me tomó del brazo, deteniéndome.
Me giré.
—¿Qué? —solté, aunque la voz se me atragantó y rogué a Dios que no se me
saltaran las lágrimas.
Me soltó pero no dijo nada.
Lo miré fijamente, ambos enzarzados en una batalla de Dios sabía qué. ¿Estaba
tan cerrado emocionalmente que no podía disculparse por actuar como un tirano
arrogante?
—Estaré abajo si Dauphine me necesita —grité, esperando no sonar como una
mujer desquiciada.
Él asintió con un pequeño gesto, sin ninguna emoción reconocible, yo bajé
corriendo a mi habitación.
A solas en mi camarote, actualicé con rabia mi correo electrónico. Dios, tal vez
recibiría una increíble oferta de trabajo para, no sé, rediseñar la fachada del edificio más
feo de Charleston, el Holiday Inn de West Ashley. Aunque, honestamente, ese edificio
debería tener algunos cargos cuidadosamente establecidos y ser sacado de su miseria.
Marqué el número de mi madre, sin saber si respondería. Hacía semanas que no
hablábamos. Meredith le había configurado una aplicación para que pudiera llamar por
Wi-Fi.
—¿Hola? —Su voz sonaba pequeña y vasta a la vez. Sonaba como en casa.
Los oídos y la nariz me picaron con la nostalgia instantánea.
—¿Mamá?
—Josie. Cariño. ¿Eres tú? ¿Hola? ¿Hola?
—Sí, mamá. Estoy aquí. —Sonreí, mis ojos se inundaron—. Estoy aquí. ¿Cómo
estás?
—Dios, cariño. Casi no escuché esta maldita cosa sonar. Pensé que era otro
informe meteorológico. ¿Cómo vives con estos constantes pitidos y zumbidos
informándote de todo? No me interesa saber si Wappoo Cut va a inundar sus orillas con
la marea alta. Espera, lo siento mucho, esto probablemente te está costando una fortuna
y yo estoy parloteando. ¿Cómo estás, amor?
Me dolía el rostro de tanto sonreír por la alegría de escuchar su voz. Tomé un
pañuelo y me limpié los ojos y la nariz.
—Es bueno escuchar tu voz, mamá. Estoy bien. Se está muy bien aquí. Y estoy
llamando por Internet, así que es gratis, ¿bien? No te preocupes. Aunque a veces puede
haber mala señal porque estamos en un yate.
—¡Odias los barcos!
—Sí, los odio. Pero este... bueno, es tan grande como una casa. Deja que te hable
de Dauphine, la niña que cuido. —Me rasqué las cutículas de los dedos de los pies
mientras le contaba todo sobre Dauphine y el agua del Mediterráneo, la comida y la
tripulación.
—Suena como una pequeña diversión —dijo mi madre cuando terminé, y me
enojé un poco por su interrupción—. ¿Has estado trabajando en tu currículum? He
hablado con una señora de mi club de bridge. Y cree que su marido podría saber de un
puesto en la Fundación Histórica de Charleston. Sé que no es una empresa de
arquitectura. Pero es respetable y encaja bien en tu currículum... a diferencia de esto,
esto, ¿cómo le llamas? ¿Una Au Pair? ¿Una niñera?
—Cualquiera de los dos.
—Sí, bueno, fingiremos que te has tomado unas largas vacaciones o algo así,
entonces, después de un tiempo, tal vez nadie note el hueco en tu currículum.
—Ma. Te agradezco que intentes ayudar. Pero ya estoy bastante preocupada por
las dos. Que intentes conseguirme un trabajo solo me estresa más. De hecho, he
solicitado varios puestos en empresas de arquitectura reales. Y es mi carrera, ¿bien?
—Solo estoy tratando de ayudar.
—No lo hagas, ¿de acuerdo? —Salió más duro de lo que quería—. Lo siento, yo...
—Es vergonzoso —siseó—. No sé qué decir a la gente cuando pregunta.
Parpadeé y mi voz se endureció.
—Pues diles que Ravenel Tate es un maldito misógino y que tu querida hija ya
no podía trabajar allí.
Mi madre jadeó.
—Josie...
—Estoy bromeando —dije, con molestia en mi tono—. No sobre lo que es, sino
sobre que digas eso. —Mi garganta se cerró con las últimas palabras. No era que tuviera
nostalgia necesariamente.
—Eso no es gracioso, jovencita.
Exhalé un suspiro y cerré los ojos contra el ligero pinchazo. No era nostalgia, era
simplemente que de repente me sentía muy lejos de casa. La frialdad de Xavier Pascale
me hacía sentir a la deriva. Al igual que le había comentado a Xavier sobre su padre,
había algo en hablar con mi madre que me hacía sentir de nuevo de doce años. Volvimos
a los viejos patrones. En parte era reconfortante. Pero también me volvía loca.
Puse los ojos en blanco.
—No. Tienes razón. No lo es. Porque es verdad. De todos modos, ¿por qué tienes
que hablar de mí?
—Porque eres mi hija, y estoy orgullosa de todo lo que has logrado. —Su tono
sugería un pensamiento inacabado.
—¿Pero?
—Pero no entiendo por qué tuviste que huir. Eso no es lo que hacemos,
Josephine. No me viste huir de Charleston cuando tu padre murió. Ni tampoco cuando
ocurrió todo ese malestar con Nicolas.
Resoplé ante su elección de palabras. ¿Desagradable?
—No —continuó—. Nos quedamos. Miramos a la gente a los ojos y mantuvimos
la cabeza alta.
Me arranqué un trocito de piel seca junto a la uña. ¿Era eso lo que había hecho?
¿Huir cuando las cosas se ponían difíciles?
—Y no creas que no me he dado cuenta de que ni siquiera has mencionado a tu
jefe.
Me lamí los labios.
—¿Qué pasa con él?
—Josephine.
—Madre —le contesté.
Ella dejó escapar un suspiro.
—He visto fotos de él, ¿sabes?
—Voy a estar bien. —Ignoré su mención—. Está bien pensar en esto como unas
vacaciones prolongadas, ¿de acuerdo? Eso es lo que es. No voy a dejar mi título para
convertirme en una niñera profesional.
—Está bien. Solo te extraño. —Su voz se tambaleó.
Cerré los ojos.
—Yo también te echo de menos. Oye. ¿Puedes rodearte con los brazos y apretar?
Esa soy yo abrazándote. Todo va a estar bien. Escucha, tengo que irme. Te quiero.
Nos despedimos y colgamos. Me quedé mirando el teléfono. No necesitaba ir a
ninguna parte, pero hablar con mi madre no me había hecho sentir mejor en absoluto.
Una hora más tarde, Andrea me envió un mensaje de texto diciendo que yo
comería temprano con la tripulación y que Dauphine comería sola con Monsieur
Pascale. No pude evitar la horrible sensación en mi vientre de que había hecho algo
terriblemente malo. ¿Pero qué?
Al día siguiente, volvió a ocurrir tanto en la comida como en la cena. Me sentí
ligeramente traicionada y me debatí entre el alivio y la decepción. Jugaron a juegos de
mesa en la cubierta superior y fueron a nadar, él apenas miró en mi dirección. Cuando
me desperté por la noche y subí sigilosamente a la cubierta superior, me sentí aliviada
y decepcionada a partes iguales al no encontrarlo allí. Cada mañana, me sentía más
cansada y más malhumorada.
Xavier tenía asuntos en tierra y estaba de aquí para allá. Uno de esos días, era mi
día libre, así que lo acompañé a él y a Evan a la orilla mientras Dauphine se quedaba con
Andrea. Estábamos en una pequeña ciudad cerca de Marsella, por mucho que esperara
momentos como éste, me sentí abrumada deambulando sola todo el día por una ciudad
extraña. El museo sobre el que había leído en Internet estaba cerrado y en ningún sitio
había una buena conexión Wi-Fi, así que ni siquiera pude comunicarme a mi casa ni
comprobar mi correo electrónico para ver si me habían contestado alguno de los
trabajos que había solicitado. Me senté torpemente sola en un pequeño café y pedí un
citron pressé, que no era tan bueno como el que me había pedido Xavier porque venía
con paquetes de azúcar que no se disolvían en lugar del jarabe simple. El sándwich de
baguette venía con anchoas, que impregnaron toda la experiencia aunque las quité. Y
extrañamente, eché de menos a Dauphine y me pregunté por qué no la había invitado a
pesar de que era mi día libre. Seguridad, me recordé. Por eso.
Me reuní con Xavier y Evan en el muelle. Xavier estaba hablando por teléfono,
con la otra mano metida en el bolsillo de su pantalón marrón y el cuello de su camisa de
lino desordenado. Con el telón de fondo del Mediterráneo, seguía pareciendo de un
millón de dólares. Señaló con la cabeza en mi dirección.
—¿Lo has pasado bien? —preguntó Evan, y yo aparté la mirada.
Por suerte, llevaba gafas de sol.
Me encogí de hombros y lo seguí hacia la embarcación.
—Estuvo bien. No hay mucho que hacer aquí. Pero fue agradable estirar las
piernas y caminar más de quince metros en una dirección.
Sonrió y entró en la embarcación poco profunda, girándose para ayudarme a
entrar.
—Seguro que sí.
—Sin embargo, me decepcionó no ver el museo. Estaba cerrado. He leído que
tienen una exposición sobre la expulsión de los Huguenot98, ya que Marsella fue uno de
los puertos de los que muchos huyeron.
—¿Sabes de dónde partieron los antepasados de tu padre? —preguntó de
repente Xavier detrás de mí, que claramente nos había sorprendido a nosotros y a
nuestra conversación.
—Um. —Me moví en el asiento para dejarle espacio—. El sur, probablemente
Marsella. Pero no estoy segura.
—Me disculpo. Debería haberte dicho que hay un monumento a los Huguenot en
la Île Sainte-Marguerite.
—¿Dónde estuvimos hace unos días? —pregunté, con un tono de consternación.
Ensayé rápidamente mis rasgos y esperé no parecer molesta. Después de todo, no eran
mis vacaciones. Pero estaba molesta. No podía evitarlo. De repente me pregunté por
qué seguía trabajando para un hombre que ni siquiera me gustaba la mitad del tiempo.
Pero entonces pensé en Dauphine. Me había dicho que me quería cuando la acosté la
otra noche. Y me sorprendí a mí misma devolviendo el sentimiento.
—De todas formas, ¿de qué iba todo eso de los Huguenot? —preguntó Evan—.
No era bueno en historia en la escuela.
—La gente era perseguida por ser protestante, así que cientos de miles de
personas huyeron del país —le dije mientras dirigía el barco más allá del muelle y hacia
nuestra enorme casa flotante.
—Así que técnicamente eres protestante —reflexionó Evan, mirándome—. Y
Xavier es católico. Interesante. Destinados a estar en desacuerdo.
Pateé la espinilla de Evan, actuando como si estuviera siendo juguetona,
mientras por dentro me preguntaba ¿qué demonios?
—¿Y tú qué eres? —le pregunté a Evan, tratando de disimular la extraña

98
Huguenots: Antiguo nombre otorgado a los protestantes franceses de doctrina calvinista durante las
guerras de religión.
sensación.
—Sediento. Oye, toda la tripulación va a salir cuando lleguemos a St Tropez.
Deberías venir con nosotros.
Miré a mi jefe, que miraba fijamente su teléfono.
—Claro —dije—. Sería divertido. Siempre que Dauphine no me necesite.
—Estará viendo a su abuela un rato —respondió Xavier, haciéndonos saber que,
efectivamente, había estado escuchando.
—Oh —respondí. Sorprendida—. ¿Por cuánto tiempo? —¿Qué se suponía que
debía hacer cuando no estaba vigilando a Dauphine?
—No estoy seguro todavía. ¿Evan? —Giró la cabeza hacia su guardaespaldas—.
¿Cuándo llegaremos a St. Tropez?
—Pasado mañana. ¿Por qué?
Cambió al francés, y hablaron tan rápido que entre eso y el sonido del motor,
dejé pasar su conversación y me dejé llevar por sentir el sol y el viento en mi rostro.
Volviéndome hacia los elementos, respiré profundamente.
No entendía por qué mi mera presencia había hecho que Xavier se comportara
de forma tan condenadamente tensa. Me había comprado cuadernos de dibujo con
mucho cuidado e incluso me había regalado un libro que creía que me interesaría. Pero,
al mismo tiempo, había actuado como si debiera evitarme a toda costa. Días atrás, en la
playa, habíamos hablado y sentí que empezábamos a ser amigos, pero hoy se iba de la
habitación si yo entraba en ella antes que quedarse a solas conmigo. En la cubierta, en
medio de la noche, había compartido partes íntimas de su pasado. Yo también lo hice.
Luego, de repente, me gritó para que me perdiera. Una sensación generalizada de
incomodidad me invadió, como si hubiera metido la pata, pero sin saber cómo
arreglarlo. Y no podía olvidar el toque de aquella noche en la habitación de Dauphine.
Tal vez había sido por accidente, y ahora se sentía incómodo por ello. Aunque ahora
empezaba a pensar que lo había imaginado.
Al tener unas horas para mí cuando volvimos, decidí bajar a mi camarote.
Marqué el número de Meredith. Tenía que hablar con alguien sobre lo que estaba
pasando. Sentía que me estaba volviendo loca.
CAPÍTULO VEINTICUATRO

Meredith contestó al tercer timbre.


—¿Está todo bien? —Su voz estaba impregnada de sueño.
—Sí, sí —respondí al saludo somnoliento de Meredith—. Espera, ¿por qué? ¿Qué
hora es allí?
—Déjame abrir un párpado y te lo diré. —Hubo un resoplido—. Ahh. Son las diez.
—No puedo creer que sigas durmiendo, pero siento haberte despertado. Son las
cinco de la tarde aquí.
—Es sábado —gruñó—. Y anoche me pisotearon las Moscow Mules99.
—Nada que un poco de Polish Water100 y jugo de tomate no puedan curar. —
Sonreí, pensando en el afán de Meredith por conseguir el Bloody Mary101 perfecto—.
Espero que hayas conseguido más Tabasco102. La última vez que lo comprobé se te
había acabado.
—Sí, boba. La vida no se detiene cuando no estás aquí.
Me reí.
—Oh, pensé que era indispensable. Oye, hablando del tema, vi una publicación
de Instagram de Skull Creek Boathouse en Hilton Head que tenía un cangrejo entero de
caparazón blando frito y picante posado sobre un Bloody Mary. Necesitas un viaje por
carretera. Está a solamente dos horas.
—No voy a conducir dos horas por un Bloody Mary —se quejó.
Me recosté en la cama y giré para poder tener los pies en la pared del camarote.
—Te llevaría dos horas por un Bloody Mary perfecto. Te quiero tanto.
—Lo harías. Si tuvieras una licencia de conducir. Arg. Echo de menos tu cara.
—Yo también.

99
Moscow Mules (Mulas de Moscú en español): Bebida alcohólica hecha con vodka, cerveza de jengibre
y jugo de limón.
100
Polish Water (Agua polaca en español): Marca de agua embotellada.
101
Bloody Mary: Bebida alcohólica de fama internacional, hecha a base de Vodka, jugo de tomate, jugo
de limón, salsa worcestershire, salsa tabasco, sal y pimienta.
102
Tabasco: Marca de salsa picante.
—Entonces... ¿cómo va todo? —preguntó.
Mi labio inferior se estaba lastimando por la cantidad de tiempo que pasaba
mordiéndolo.
—Va bien. Xav… El señor P se la pasa dentro y fuera del barco, así que a menudo
somos solamente Dauphine y yo. Y la tripulación, por supuesto. —Hice una pausa con
todo lo que quería decir pesando en mi lengua hasta el silencio—. Pero todo bien. Muy
bien.
—¿Cómo es la niña?
—Ella es... es genial.
—¿Un infierno?
—En realidad, no. En absoluto. No más que una niña normal que ha perdido a un
padre y necesita desesperadamente la atención del que le queda.
—Ah. Entonces, un buen ajuste para ti, ¿eh?
Me levanté rápidamente y cerré la puerta de mi camarote en aras de la intimidad,
luego abrí la pequeña ventana del ojo de buey103 para poder respirar.
—Podría decirse que sí. —Quise añadir la advertencia de que sería mucho mejor
si no me sintiera terriblemente atraída por su padre.
—Solamente mantén la cabeza baja. Y los pantalones arriba —añadió como si
acabara de escuchar mis pensamientos en voz alta.
—¡Ey! —Me volví a tumbar en la cama, con una sonrisa en el rostro al poder
ponerme al día con una de mis mejores amigas, bromeando como si no estuviéramos a
miles de kilómetros de distancia la una de la otra. Yo también quería hablar con Tabitha,
pero me preocupaba que se diera cuenta del flechazo del tamaño de un elefante que
había en la habitación.
—Lo sé, lo sé. Solamente, oh Dios mío —se quejó—. He estado buscando en
Google información sobre él. Esperando poder verte. Ah, y creo que lo hice. ¿Fueron
todos a un restaurante de playa hace unos días?
Un escalofrío de miedo me recorrió.
—Um, sí. Cómo...
—Te sacaron en una foto los paparazzis. No tengo ni idea de lo que decía, y antes
de que te asustes, no tenían ni idea de quién eras porque tu nombre no estaba en ningún
sitio.
—Oh, Dios mío. ¿Fue solamente una foto? —Pensé en nuestra tarde de natación.
—Sí. Te la enviaré. Maldita sea, ese hombre está muy bieeen. ¿Cómo no babeas
todo el día?

103
Ojo de buey: Ventanilla en forma circular colocadas en la estructura de barcos, aviones, cámaras
industriales, etc.
Me reí a pesar mío.
—Sí, lo sé. Es un verdadero problema —admití, y luego me encogí—. Como, Mer,
un problema serio, grave. Y creo que él también lo sabe.
—Mierda. ¿De verdad? —Se rió—. Siempre tuviste una mala cara de póker.
Me cubrí los ojos con la mano libre y bajé la voz.
—Lo sé. Pero no es solamente su aspecto, me atrae mucho, y hace esas cosas tan
bonitas por la gente —añadí con desgana cuando no se me ocurrió cómo describir las
cosas que sabía—. Es difícil de describir. —Y también acaba de comportarse como un
idiota contigo, me recordé—. Pero también es complicado —añadí.
Hubo una breve pausa.
—Tabs está tan aliviada de que esto haya funcionado —dijo Meredith en un tono
cargado de advertencias no dichas.
Mi vientre se sintió lleno de culpa, a pesar de que no había hecho nada malo.
—De todos modos, aparte del club de playa, me está evitando. Creo que sí. O yo
le estoy evitando a él. No lo sé. Tal vez ambas cosas. Pero es una hazaña cuando estás
en un barco, te diré. —Pero entonces ese extraño toque en la habitación de Dauphine.
¿Y si realmente fue accidental? Probablemente lo fue.
—Te doy crédito, sabes que lo hago. Pero si él también te está evitando, ¿has
considerado el hecho de que el sentimiento podría ser mutuo? Tal vez lo esté haciendo
sentir incómodo.
A pesar de estar tumbada, mis entrañas parecían desprenderse.
—Agh —gemí y me tapé los ojos de nuevo—. No digas eso. Nunca he sido tan...
consciente de alguien en mi vida. No sé cómo explicarlo. Y ni siquiera puedo pensar que
pueda ser mutuo; mis entrañas podrían implosionar. —Se sentían como si estuvieran
implosionando ahora mismo—. Si ese es el caso, nunca haría nada al respecto. Lo cual
es... bueno. Pero, honestamente, Mer. Creo que Evan, que es su chico de seguridad, y el
señor P estaban hablando de mí. Tal vez por eso ha estado tan distante y “caliente y
frío”. No confía en mí o algo así.
—No te tendría vigilando a su hija si ese fuera el caso.
Mis dientes siguieron trabajando en mi labio.
—Cierto.
—¿Qué dijo exactamente?
Pensé en la mañana anterior al club de playa, después del yoga, cuando pasé por
el camarote y les oí a él y a Evan hablar en francés, convencida de que había oído mi
nombre.
—No sé. Estaba segura de que había dicho mi nombre. Hablaba en francés y yo
estaba escuchando a escondidas. Dijo algo sobre imposible. Algo, algo como cu.
—¿Cu?
—Sí. Lo sé. Te lo dije, no podría decirlo, pero definitivamente escuché mi
nombre. —Pensé en esa noche en la cubierta superior—. Y no sé mucho de francés, pero
sentí que lo esencial era que no me quería cerca. También dice cosas en francés a
propósito, como si supiera que no le voy a entender.
Meredith tarareó.
—¿Cómo qué?
—Si supiera...
—Lo sabrás tú. Te entiendo. Cielos, eso es incómodo. Pero, ¿estás bien? —
preguntó—. Como si estuvieras pasando un buen rato lejos de él, ¿verdad?
—He estado solicitando puestos de trabajo y no me han contestado, lo que me
está haciendo entrar en pánico. Echo de menos trabajar. Diseñar. Usar mi cerebro. Sé
que es extraño decirlo. Creo que Dauphine es increíble, pero siento que mi cerebro
podría volverse papilla. ¿Cómo puede la gente estar tumbada en el regazo del lujo todo
el día y no aburrirse y volverse loca? He empezado a hacer cursos online. Por elección.
—Cielos, Josie. Problemas del primer mundo. ¿No te has tomado nunca unas
vacaciones? Finge que son vacaciones.
—Me aburro en vacaciones, ya lo sabes. Por eso siempre quiero hacer cosas, ir
de excursión, hacer turismo o lo que sea.
—Arg. Lo sé. Y no se me ocurre nada mejor que estar tumbada con un buen libro
y sin nada más que hacer. Entonces, ¿por qué no haces cosas?
—Estoy atrapada en un barco. Si antes no tenía fiebre de camarote, seguro que
ahora sí. —Pero una idea comenzó a formarse en mi cabeza—. En realidad, tal vez ese
sea el problema. Estoy ansiosa. Pero tienes razón. Creo que tengo que decirle que
necesito hacer algunas excursiones con Dauphine. —Y preguntarle qué estaba haciendo
mal.
—Perfecto. Y siempre tengo razón.
Puse los ojos en blanco como si ella pudiera verme.
—Claro. —Sonreí.
—Y apuesto a que tengo razón en que la atracción es probablemente mutua. Pero
las relaciones entre multimillonarios ricos privilegiados y las chicas que trabajan para
ellos... no creo que normalmente terminen bien. Pretty Woman104 no está incluida. La
dinámica de poder está mal. Además, su historia, ¿sabes? Grita equipaje. Y está Tabitha.
Así que ten mucho, mucho cuidado, ¿vale?
Se me hizo un nudo en la garganta.
—Lo sé. Lo sé. —Forcé una lenta respiración—. Lo haré. Lo prometo.
No quería colgar, pero después de una larga despedida, gemí de frustración y
aplasté el botón de finalizar antes de aplastar el rostro en la almohada y gritar.

104
Pretty Woman: Película de 1990.
Xavier se sentó en una tumbona con una laptop, dos teléfonos y una bandeja que
contenía un gran vaso de agua helada. O vodka. ¿Quién lo iba a saber?
—Oh. —Me detuve—. Hola.
Me observó por encima de un montón de papeles.
Supongo que ahora era tan buen momento como cualquier otro para tener esa
charla con él que había dicho que iba a tener.
—¿Tienes unos minutos? —pregunté antes de clavarme los dientes en el labio
inferior.
Dejó los papeles y se quitó las gafas de sol, y por un segundo vi que su mirada se
deslizaba hacia mi atuendo. O la falta de él. Maldita sea. Me sentía expuesta en traje de
baño y no llena de la confianza y la valentía con la que me había armado al salir de mi
camarote. ¿De qué quería hablar exactamente?
—¿Y bien? —preguntó cuándo mi silencio se hizo incómodo. Su tono se había
suavizado, como si supiera que estaba luchando.
—Dauphine —dije, agarrando un tema seguro—. Estaba pensando que ella y yo
deberíamos hacer más excursiones. Cuando vayas a la costa, tal vez ella y yo podamos
hacer algo en la ciudad a veces.
Ladeó la cabeza.
—Podemos preguntarle a Evan, por supuesto. Él tendría que acompañarlas.
—¿Po-podrías acompañarnos a veces? Creo que a Dauphine le gustaría hacer
más cosas contigo. Pero solamente si es seguro, obviamente.
—¿Qué tienes en mente?
Me devané los sesos, que parecían haber perdido la mayor parte de la
información que les había proporcionado en las últimas semanas.
—Si volvemos a Île Saint Marguerite, ella y yo podríamos ir a ver el monumento
a los Huguenot que mencionaste. Y también, estuve leyendo sobre este increíble río
turquesa. Es como un desfiladero o algo así, el color del agua es azul lechoso, y puedes
hacer kayak…
—¿Les Girges du Verdon?
—¡Sí! El desfiladero de Verdon. ¿Está lejos? —Me apoyé en la barandilla de la
escalera detrás de mí.
Frunció los labios.
—Si condujéramos cuando estuviéramos de vuelta en Niza, tal vez tardaríamos
dos horas y media.
—Oh. —Mis hombros se desplomaron—. Era solamente una idea.
—Fue una buena idea. En realidad, Dauphine siempre ha estado interesada en ir
allí. Hace tiempo, su clase se fue de acampada, pero no pudo ir. Tenía miedo de
despertarse con una pesadilla y que las otras chicas se burlaran de ella.
Mi pecho se contrajo.
—Pobre Dauphine. Espera, ¿tienes que acampar allí o puedes hacerlo en un día?
Resopló una carcajada ante lo que debió ver en mi cara.
—Veo que no eres una fanática de acampar.
—¿Tú lo eres? —Me defendí.
—No particularmente. Pero de alguna manera no creo que tenga la misma
reacción que tú.
—¿Y qué reacción fue esa?
—Como si alguien te pidiera que probaras una langosta105 cubierta de chocolate.
O un mejillón.
Me reí.
—Sí. Así es. Todo bien con los campistas, solamente que nunca ha sido lo mío.
—No barcos, no campamentos —reflexionó—. Entonces, ¿es todo lo que querías
hablar?
Abrí la boca y la volví a cerrar.
Sus ojos estaban fijos en los míos. Intensos. Era ahora o nunca.
—Es que. Esta... esta charla contigo es agradable. Luego, a veces, te pones como
si hubiera hecho algo malo, y vuelves a ser frío. No digo que sea la mejor persona del
mundo, pero creo que soy bastante agradable. Dauphine parece pensar que sí. Así como
prácticamente todas las personas que he conocido. Tengo que ser honesta, nunca me he
encontrado con alguien que simplemente me tolera un minuto y parece repelido por mí
al siguiente.
Se quedó quieto, con los ojos entrecerrados. Sus brazos se cruzaron sobre el
pecho.
Mierda, realmente lo había sacado a la luz, ¿no es así? El corazón me dio un fuerte
golpe en la garganta.
—Quiero decir... Yo, está bien si no te gusto. Pero —tragué. Mi boca se había
quedado seca como el papel. La tierra, o el océano, tráguenme. Por favor.
—Un minuto eres amable y al siguiente eres parco.
Se sentó hacia delante, con las piernas a horcajadas en la tumbona.

105
Langosta: Se refiere al insecto, no al crustáceo.
—¿Parco? —Su trabajo fue dejado de lado.
—Parco106 —reiteré—. La forma en que me miras se siente como... —Me quedé
en blanco y me aclaré la garganta—. No importa. De todos modos, parece que me has
estado evitando. ¿Lo has hecho? —pregunté antes de que mi cerebro se pusiera al día
con mi boca. Podría preguntarle directamente.
Su expresión no cambió, aunque hubo una larga pausa antes de responder
lentamente.
—¿Por qué iba a hacer eso?
—Eso pareciera. —Levanté un hombro como si hubiera sido una observación
casual.
—Creo que tengo demasiado trabajo y demasiadas cosas importantes en la
cabeza como para preocuparme por dónde estás en todo momento. Me... agradas. Lo
siento si te he hecho sentir lo contrario —dijo rotundamente—. Esa no era mi intención.
Mientras mi hija esté a salvo, eso es lo único que debería importarme.
—Por supuesto. —Mordí con fuerza—. De acuerdo. Siempre y cuando no haya
algo que pueda hacer de manera diferente.
—No creo que eso sea posible —dijo crípticamente tras una larga pausa—.
Ahora, si me disculpas, tengo que leer algunos informes más.

106
Parco: referencia a parco de palabras. Que dice solamente lo necesario y puede rayar en lo grosero o
rudo.
CAPÍTULO VEINTICINCO

Mi teléfono de EU emite un pitido con un mensaje entrante mientras me pongo


una camiseta nueva de la pila de ropa sucia. Después de que Dauphine y yo nadáramos
mientras Xavier estaba en una conferencia telefónica, me di una ducha rápida para
quitarme la sal. Esta mañana habíamos parado en una pequeña bahía y esta tarde
atracaríamos de nuevo en St. Tropez. Tenía ganas de volver a bajar del barco y tener
una noche libre.
Me apresuré a echarme un poco de enjuague bucal para refrescarme y me hice
un nudo en el cabello mojado, luego tomé el teléfono. Había dos mensajes de texto de
Meredith.

Mer: ¡Actualización! Creo que sé lo que dijo en francés. Jaja Llámame más tarde.

Mer: Oh, mierda. Tabitha acaba de decir que recibió un correo electrónico de él y
preguntó si había oído de ti. ¡Llámame!

El corazón me dio un vuelco, fruncí el ceño y me senté en el borde de la cama


mientras marcaba el número de Meredith. Saltó el buzón de voz.
—Mierda —murmuré y apreté los dientes mientras marcaba a Tabs.
—Hola, Josie —respondió al primer timbre.
—¡Tabs! ¿Cómo estás? ¿No es la boda este fin de semana? Debes estar muy
ocupada.
Soltó una breve carcajada.
—Mi hermana tiene la planificadora de bodas más intensa del mundo. Todo está
listo, pero estoy muy ocupada porque la maldita planificadora y mi hermana han micro
gestionado el tiempo de todos al minuto. Tenemos una agenda repleta. Tengo que
peinarme y maquillarme para la cena de ensayo en, no bromeo, diecisiete minutos. No
quince. Ni veinte. Diecisiete.
—Yikes. Eso suena intenso. Pero te estás divirtiendo, ¿verdad?
—Lo estoy.
—¿Y qué hay del chico de la ciudad natal que te preocupaba ver? ¿Está ahí?
—Está aquí —dijo ella—. Pero no quiero hablar de él. ¿Cómo va todo por allá?
—Bien. Quiero decir, creo. Dauphine es increíble. Y nos hemos unido totalmente.
—¿Pero?
—¿Cómo sabes que hay un pero?
Dejó escapar un pequeño suspiro.
—Escucha, me dirías la verdad si algo hubiera pasado entre tú y el señor Pascale,
¿verdad?
Mi vientre se revolvió.
—Um —logré decir a través de una garganta ahora llena de piedras—. ¿Qué
quieres decir?
—Josie, no me hagas decirlo.
—Pero esa es la cuestión. Creo que me estás preguntando si ha ocurrido algo
sexual, a lo que puedo decirte categóricamente que no. De ninguna manera.
Dejó escapar una exhalación.
—Gracias a Dios.
Su reacción de alivio debería haberme hecho sentir mejor, pero de alguna
manera, me sentí peor. Y qué había pasado para que me hiciera esa pregunta. Parecía
estar esperando algo más de mí, así que decidí compartir mis pensamientos.
—Pero creo que tiene un problema conmigo por alguna razón. Es amable y
hablador un minuto, y al siguiente se opone a hablar conmigo. Básicamente, me encanta
Dauphine, pero no me lo paso muy bien con él, si eso tiene sentido. Pero quiero decir,
él no es mi trabajo. Lo es ella.
—Bien.
Me lamí los labios.
—¿Por qué has preguntado eso?
—No he revisado mi correo electrónico en unos días, y no sé, tal vez me lo perdí
cuando lo revisé, pero me envió un correo electrónico.
Se me arrugó la frente y traté de ignorar la sensación de incomodidad que se
estaba gestando en mi interior.
—Y —insistí cuando hizo una pausa.
—Y me preguntó si podía encontrar un reemplazo para ti.
Mi estómago cayó en picado y el hielo recorrió mi piel.
—¿Hablas en serio?
—Sí. Como dije, fue hace un tiempo y lo pasé por alto. Pensé que tenía todo
resuelto con el negocio y puse una nota de fuera de la oficina en mi correo electrónico,
y hemos estado sin parar aquí, y me siento mal por no haberlo visto y respondido.
Debería haberlo visto y haberlo llamado. Pero, por supuesto, quería consultar primero
contigo y escuchar tu versión.
El corazón me retumbaba en la garganta, la sensación de malestar se extendía
ahora por mí.
—¿Mi versión? No hay ninguna versión. Me siento como...
Me sentí traicionada por él, eso es lo que sentí.
—¿Hace cuánto tiempo fue el correo electrónico? —pregunté en cambio y esperé
mientras ella lo buscaba.
Ella nombró una fecha. Hace casi dos semanas. Supongo que eso debería
hacerme sentir un poco mejor.
—¿Y no te ha enviado otro, cancelando esa petición? —aclaré—. ¿Aunque no
hayas respondido?
—Tal vez pensó que todavía estaba trabajando en ello. ¿Qué pasó hace dos
semanas?
—No lo sé —dije con sinceridad—. Quiero decir, la noche que llegué fue tan
grosero conmigo que renuncié. Estaba claro que quería que me quedara. Y yo no quería
defraudarte. Así que me quedé. Y desde entonces... —Desde entonces había sido amable
y luego frío. Amable, luego malo. Amigable, luego gélido.
—Desde entonces, ¿qué?
—Nada. Sinceramente. He estado ocupada con Dauphine. Ella es feliz. Yo
solamente... no sé, Tabs. —Me rasqué un trocito de piel despegada que me quedaba de
una quemadura de sol en la rodilla—. ¿Puedo preguntar? ¿Qué decía exactamente su
correo electrónico?
—Josie, sé que somos amigas, pero no puedo divulgarlo. —Su voz sonaba
dolorosa.
—Demonios. Lo sé. Lo siento.
—Tal vez un día cuando estés en casa. Supongo que será mejor que lo llame.
—De acuerdo —dije, desinflada. Hace casi dos semanas fue el incidente en la
cubierta superior en medio de la noche. Pero no tenía ni idea de si ese fue el incidente
que lo incitó a enviar un correo electrónico a Tabitha. Pero tal vez lo fue. Las náuseas
me invadieron. ¿Qué había hecho exactamente que fuera tan malo? ¿Y qué me había
dicho exactamente esa noche?
Nos despedimos y pulsé el botón de finalizar. Inexplicablemente, las lágrimas
ardían en el fondo de mis ojos. Sabía que no había hecho nada malo, pero la sensación
de traición y rechazo era tan fuerte que me sentía impotente. Y él era un maldito
multimillonario de éxito, por el amor de Dios. Si tenía un problema conmigo, ¿por qué
no podía decírmelo a la cara?
Alrededor de la mesa con la tripulación en la cocina, unas horas más tarde,
intenté seguir las animadas bromas, pero mi estómago llevaba horas revuelto. Mi
orgullo apaleado permitía que todo tipo de pensamientos se unieran al desfile de la
fiesta de la compasión. Ahora empezaba a preguntarme si Dauphine había sido dulce
frente a mi y luego se había quejado amargamente de mí a su padre en todas las comidas
que habían compartido sin mí. Porque, si no, ¿cómo podía explicar que hubiera tomado
la drástica medida de pedir un reemplazo?
Encontré a Andrea justo antes de la cena y le conté lo que había pasado. Estaba
tan sorprendida como yo y no tenía ni idea.
—Intentaré preguntarle a Evan más tarde —dijo antes de darme un abrazo—.
Puede que él lo sepa.
Pensé que había hecho un buen trabajo. No era precisamente difícil. Y pensé que,
a pesar de la preocupación que le había expresado antes, al menos le gustaba. ¿Pero a
quién había engañado? Desde que llegué, Xavier Pascale y yo habíamos estado en
desacuerdo. La relación amistosa entre jefe y empleada que había vislumbrado era
claramente una ilusión. Pensé en la dura mirada que me dirigió después de que cayera
contra él cuando el barco frenó bruscamente. Nunca había sabido que era posible
repeler a alguien de quien estabas enamorada de forma tan absoluta.
—¿Qué piensas, Josie? —Me preguntó Rod.
Parpadeé, con un bocado de ravioli olvidado a medio camino de mi boca, y me di
cuenta de que todo el mundo me estaba mirando. Todos menos el capitán Paco. Él
estaba cenando con Monsieur Pascale y Dauphine esta noche en la cubierta superior.
—Um, lo siento, ¿qué pienso de qué? —Me las arreglé, mi voz arrastrándose
desde algún lugar lejano.
Rod sonrió.
—¿Sobre si Chef debería depilarse la espalda? —Mis cejas se dispararon.
—Vete a la mierda —Chef gruñó, y se oyó un chillido cuando empujó su silla
hacia atrás y se inclinó sobre la mesa, agarrando a Rod por el cuello de la camisa y
golpeándole la cabeza—. Eso no es lo que he dicho y no tengo la espalda peluda.
—Oui, quítate —gritó Rod—. Es una broma, amigo. Una broma.
—Pide perdón, tú...
—Niños, niños —Evan dijo con calma mientras movía hábilmente su vaso de
agua de debajo del codo de Chef, donde corría el riesgo de ser golpeado por la mesa.
Contuve la respiración mientras Rod intentaba liberarse de las despiadadas
costillas. Y me encogí mientras esperaba que algo fuera realmente derribado.
Finalmente, Chef lo soltó, se enderezó la camisa y se sentó.
—Hmmph —sonó gruñón.
—Maldita sea. —Rod se frotó la cabeza—. ¿Era un punto doloroso, no?
Chef amagó con hacer otro movimiento, riéndose cuando Rod retrocedió por
instinto.
—Los raviolis están deliciosos —le dije a Chef, aunque hasta ahora apenas había
probado nada. Pero estaba ansiosa por ayudar a que el grupo avanzara. Me centré en
mi plato y di otro bocado. Era casero, como siempre, lleno de un suave queso
mantecoso, hierbas y un toque de trufa. Dios, echaría de menos su cocina.
Chef se encogió de hombros.
—Comida sencilla. No me inspiro cocinando para este grupo. —Aunque este
ravioli estaba lejos de ser simple para mi paladar, y estaba siendo claramente humilde
y también lanzando una indirecta a Rod.
—No me quejo de que prefiera la sencillez —Rod dijo, empujando
deliberadamente la deliciosa y nada sencilla pasta por su plato, con un tono sarcástico—
. De todas formas, prefiero comer pan tostado con frijoles al horno que esta bazofia.
Chef gruñó.
Todos los demás se rieron.
Estaba claro que se trataba de una larga disputa porque nadie parecía tomárselo
en serio. Y estar aquí con ellos todos los días había empezado a sentirse poco a poco
como una familia. Parpadeé mientras las lágrimas amenazaban de nuevo. Me recordaba
a cuando mi padre vivía y las familias de mi madre y de mi tía y las familias extendidas
tenían una comida dominical cada semana que duraba más allá de la hora de la cena.
Todo eso había cambiado cuando mamá se casó con Nicolás, por supuesto.
Echaría de menos a estos nuevos amigos. Tanto, tanto, tanto. Estaba claro que
iba a tener que renunciar. No podía quedarme en una situación en la que no me querían.
Desde luego, no quería que me despidieran, si eso era lo que se estaba preparando para
hacer. Además, tenía que estar disponible si alguna de las empresas con las que había
contactado quería que fuera a entrevistarme. No podía pedirles que esperaran mientras
me bajaba de un barco en el sur de Francia. Jesús, mi madre tenía razón. Debería
haberme quedado. Era demasiado tarde para eso, pero necesitaba ir a casa ahora.
Dauphine iba a ir a casa de su abuela de todos modos. Era el momento perfecto.
—Muy bien —dijo Andrea con una mirada de soslayo—. Suficiente, Rod. Josie,
estábamos hablando de salir del barco más tarde. ¿Qué te parece, quieres venir con
nosotros? Podríamos dar un paseo por el puerto y acabar en el pueblo. Es precioso. Tal
vez tú y yo podamos entrar en algunas boutiques ya que permanecen abiertas hasta
tarde. Podemos quedar con los chicos para tomar un café después.
Atracamos en St. Tropez justo antes de la cena. Debería haberme emocionado,
ya que por fin tendría la oportunidad de bajar del barco a tierra firme y explorar la
ciudad de la que tanto había oído hablar. Pero ahora era probablemente el lugar del que
me iría.
—Muy bien, entonces no hay respuesta de Josie —dijo Rod.
Tomé aire.
—Dios, lo siento. Creo que me quedaré a bordo. No me siento bien. —No podía
enfrentarme a salir con todo el mundo y tener que fingir que era feliz y que no estaba a
punto de irme. Además, tenía que escribir una carta de renuncia, empacar y hacer los
arreglos para irme.
Se me cortó la respiración mientras luchaba contra una risa casi histérica
mezclada con ganas de gemir.
Andrea se acercó a la mesa y me apretó la muñeca.
—Todo va a estar bien.
Me subió la sangre a las mejillas por el hecho de que me llamara la atención
delante de todo el mundo cuando me sentía tan enferma.
—¿Qué pasa? —Chef preguntó.
—Sí, ¿qué pasa, cariño? —Rod dijo simultáneamente.
Andrea me echó una mirada rápida y luego se dirigió a los demás.
—¿Alguien de aquí tiene alguna queja sobre Josie que quiera compartir con el
grupo? Todos me han dicho a la cara que les parece estupenda. Así que, ¿puede alguien
—miró a Evan— decirme por qué el señor P ha dicho que está buscando otra niñera?
—¿Qué? —Rod explotó—. Eso es ridículo.
—Ahh, mierda —gruñó Evan y se puso de pie. Tiró la servilleta sobre su comida
sin terminar, haciendo que Chef se estremeciera—. Maldito tonto.
Evan y Chef compartieron entonces una mirada.
—¿Qué? —pregunté—. ¿Qué está pasando?
Chef rió y negó con la cabeza.
—Por el amor de Dios —se quejó Andrea—. ¿Evan?
—No es nada —dijo—. Relájate, Josie. Lo solucionaré.
—No hay nada que resolver —dije—. Definitivamente no me voy a quedar donde
no me quieran o necesiten. Esta es probablemente mi última noche.
CAPÍTULO VEINTISÉIS

Evan no regresó antes de que la cena estuviera lista. De vuelta a mi camarote,


tardé menos de veinticinco minutos en recoger mis pertenencias. Al mirar el reloj, vi
que era casi la hora de dormir de Dauphine. Mordisqueé la esquina de la uña del pulgar
mientras debatía qué hacer. ¿Debo ir a buscarla? Era mi noche libre, pero si me iba
mañana, no la vería. Comprobé los correos electrónicos en mi teléfono en busca de algo
nuevo de Tabitha. O una respuesta a alguna de mis solicitudes de trabajo. No había nada.
Abrí el mensaje de Meredith que aún no había podido mirar.

Mer: Descubrí lo que significa ¨cu¨. Creo que dijo ¨cul¨. Se pronuncia de forma
parecida, y me encontré con esa señora francesa en Armand's, así que también le
pregunté.

¿Y? ¿Qué significa?

Mer: significa ¨culo¨.

¿Culo? ¿Cómo trasero?

Mer: Sí. Estaba hablando de tu trasero. Estoy segura de ello.

¿Sobre deshacerse de mí? Como despedirme.

Mer: Tal vez. :( Lo siento. ¿Lo hizo? ¿Te pidió que te fueras? Tabs dijo que podría
hacerlo, pero no por qué.

Andrea apareció en mi puerta abierta. Se había maquillado y llevaba un suave


vestido azul y unas chanclas brillantes. Fuera de su almidonado uniforme blanco de
yate, estaba mucho más guapa. Incluso hermosa.
—Hola —dijo suavemente—. ¿Estás bien?
—La verdad es que no. Pero no hay mucho que pueda hacer al respecto. No estoy
segura de lo que decía Evan, pero créeme, no quiero quedarme para que me despidan.
Redactaré mi carta de dimisión por la mañana. Por cierto, estás impresionante.
—Gracias. —Ella miró a su alrededor—. Has hecho la maleta.
—Me voy mañana a primera hora —respondí a modo de explicación—. Aquí es
donde embarqué, aquí puede ser donde desembarque.
—No puedo creer que no lo haya discutido conmigo. O con Evan. Aunque puede
haber enviado un correo electrónico, pero no lo recibí. El Wi-Fi ha estado mal. No hemos
podido enviar ni recibir correos electrónicos en las últimas horas.
Exhalé un suspiro.
—Oh. Estaba esperando noticias de Tabitha, la dueña de la agencia. Ella iba a
llamarlo.
—¿Por qué no sales con nosotros? No tiene sentido quedarse a bordo.
—No estoy en el mejor momento mental.
—Vamos. Tu estado mental es la mejor razón para salir. Ni siquiera has tenido
una noche fuera desde que empezaste. Debes estar loca de remate.
—No tienes ni idea.
—Necesitas una. Además, podría ser tu última noche.
—Es mi última noche. —Sentí que mi resolución se derrumbaba.
—Bien.
Al mirar a mi alrededor, me di cuenta de que tendría que quedarme encerrada
aquí toda la noche y probablemente no pegaría ojo a la hora de acostarme. Y
ciertamente no visitaría la cubierta superior. Dios sabía que no quería estar en ningún
otro lugar del barco y tropezarme con Xavier Pascale cuando no soportaba verme y lo
hacía sentir tan incómodo.
—Si voy con ustedes, ¿hay alguna posibilidad de que no me juzguen si decido
tomarme unas cuantas o cien copas? —Incluso mientras lo decía, sabía que no quería
estar con resaca mientras hacía el viaje de la vergüenza al aeropuerto mañana.
Se rio.
—No te juzgaré, lo prometo. Puede que incluso me una a ti en algunas. Vamos.
Rebusqué en mi bolso y saqué lo único que pude encontrar. Era el vestido de lino
negro liso que había comprado en el mercado de Antibes, pero era corto y bien
confeccionado. Con los accesorios adecuados, podía servir de vestidito negro. También
saqué mi bolsa de maquillaje.
—¿Me das cinco minutos?
Andrea esbozó una amplia sonrisa.
—Ya lo creo. Nos vemos en la cubierta trasera. No nos iremos sin ti. No lleves
tacones, los adoquines son una pesadilla.
—No tengo ninguno. —Me encogí de hombros—. Nos vemos en unos minutos.
Mi cabello se había secado con unas ondas a las que me estaba acostumbrando,
ya que no había visto un secador desde que llegué. Me ayudó el hecho de enrollar mis
mechones en un moño bajo mientras se secaba. Al estar al sol todos los días, los tonos
cobrizos se habían aclarado y captaban la luz mientras separaba las ondas. Me maquillé
ligeramente, centrándome sobre todo en los ojos. El bronceado que había adquirido en
las últimas semanas anulaba la necesidad de mucho más. Me puse el vestido por encima
de un sujetador negro y unas bragas, me puse unos pendientes brillantes y mis chanclas
negras. Tenía que bastar. Tomé mi pequeño bolso cruzado, el brillo de labios, el teléfono
y algo de dinero y salí de mi camarote para dar las buenas noches a Dauphine antes de
marcharme, solamente para tropezarme con ella y Xavier bajando las escaleras.
Mis mejillas palpitaron al sentirme de nuevo inundada por un calor vergonzoso.
No podía mirarle, así que dejé caer mi mirada hacia Dauphine, y luego me incliné a su
nivel.
—Bonne nuit107, mi sirenita —le dije y besé su mejilla mientras sentía el peso de
la mirada de su padre sobre mí—. Dulces sueños.
—¡Voy a ver a mémé mañana! —cacareó—. Debo empacar mi ropa. ¿Y luego
puedes leerme a mí también, después de papa?
Mi corazón se apretó. Dios, la echaría de menos. Sacudí la cabeza.
—Voy a salir con Andrea.
—¿A dónde vas? —El tono áspero de Xavier me hizo levantar el rostro para
encontrar su mirada.
—No tengo ni idea. —Telegrafié vibraciones de “no me jodas” tan fuerte como
pude.
Su mandíbula se flexionó.
—Tengan cuidado.
Entrecerré los ojos. Como si le importara.
—Creo que me gustaría tomar unas copas y... bailar —le dije—. ¿Es eso seguro?
Sus fosas nasales se encendieron brevemente. Pero reprimió lo que estaba a
punto de decir. Asintió con un gesto brusco que parecía que prefería hacer cualquier
cosa menos estar de acuerdo conmigo.
—Estás muy guapa —dijo Dauphine—. ¿No está guapa, papa?
Le sonreí.
—Gracias.
—Oui —dijo la voz ronca de su padre.

107
Bonne nuit: Buenas noches en francés.
Volví a mirar hacia él, mi sonrisa se desvaneció cuando sus ojos se clavaron en
los míos brevemente.
Parpadeé.
—Discúlpanos —gritó y empujó a Dauphine hacia delante. Me arrimé a la pared
cuando pasó junto a mí, con los ojos cerrados, y me permití una última inhalación
subrepticia. Madera. Hombre. Es increíble que este hombre condescendiente y
controlador pueda hacer que mis partes femeninas bailen claqué108. Incluso con los ojos
cerrados, mi cuerpo podía sentir el momento en que él pasaba por delante de mí. Me
pregunté cómo una conciencia celular tan fuerte podía ser unilateral. Y me pregunté si
volvería a experimentarla el resto de mi vida. Mi cerebro analítico no podía darle
sentido.
Me di la vuelta y subí a toda prisa las escaleras sin mirar atrás.
En la cubierta trasera, los sonidos de los restaurantes del puerto y la cálida brisa
de la noche calmaron mis sentidos. Paco estaba sentado en una tumbona con un delgado
cigarro marrón en la mano. Una pistola y un ejemplar de For Whom the Bell Tolls109
descansaban sobre la mesa a su lado.
Espera.
Giré hacia atrás tan rápido que me lastimé el cuello.
—¿Es eso...? —Miró casualmente hacia abajo.
—¿Una pistola? Sí.
Tragué saliva.
—De acuerdo.
Sí. Por supuesto, alguien tendría que quedarse y vigilar a la familia Pascale.
—No sabía que eso era una cosa en Francia para estar casualmente empacando.
¿Y Hemingway? —Arqueé las cejas, disimulando mi sorpresa.
—Siento ser tan cliché. —Se rió.
—Yo no lo llamaría así —dije y capté la expresión divertida de Andrea.
Evan se había deshecho por fin de su uniforme almidonado y estaba vestido con
una camiseta que abrazaba su impresionante físico y unos pantalones chinos
desgastados. Se metió las manos en los bolsillos y se encogió de hombros.
—Tengo que hacer un par de cosas en la ciudad durante una hora más o menos,
así que Paco vigilará el fuerte. —Me sentí aliviada de que viniera con nosotros, ya que
esperaba saber de qué había hablado con monsieur Pascale.
Chef y Rod ya estaban fuera de la pasarela y caminando por el muelle hacia la
puerta de seguridad que nos permitiría salir del puerto deportivo y entrar en la

Claqué: Estilo de baile estadounidense. Conocido mundialmente como Tap.


108

For Whom the Bell Tolls: Libro de Ernest Hemingway. El título en Español es Por quién doblas las
109

Campanas.
multitud de la vida nocturna del puerto. Al parecer, ahora se llevaban bien.
Me tambaleé por la pasarela, tocando tierra firme por segunda vez en una
semana, y me agarré al brazo de Andrea.
—Dios mío. Tengo piernas de mar —me quejé—. Me siento como si pesara diez
toneladas. Por favor, dime que esto es un fenómeno conocido y no que he comido tanta
pasta y baguette.
Evan me sostuvo desde el otro lado, con cara de preocupación.
—Espero que no tengas mal de débarquement110.
—¿Mally qué?
—Es como las piernas de mar invertidas. La gente puede marearse, su centro de
equilibrio se desplaza por estar en un barco durante mucho tiempo. Esperemos que sea
solamente un episodio y que se pase pronto. No lo tuviste en el club de playa, ¿verdad?
Me acordé.
—Me sentí pesada y cansada cuando llegamos, pero no mareada. Y no duró.
—Solamente agárrate a uno de nosotros mientras caminamos.
—Vaya, lo dices en serio. ¿Esto es una cosa? —Me concentré en poner un pie
delante del otro—. Me siento borracha pero sin la diversión.
Evan nos dejó entonces y se apresuró a alcanzar a Chef y Rod. Al final del muelle,
me sentí ligeramente mejor, pero me di cuenta de que había perdido la oportunidad de
hablar con Evan.
—¿Cómo está tu cabeza? —preguntó Andrea.
—Bien. Genial. Entonces, ¿soy yo, o notaste que Evan se esfumó antes de que
pudiera preguntarle sobre ir a hablar con Monsieur Pascale en mi nombre?
—Sí. Lo noté. Cobarde. —Puso los ojos en blanco—. Solamente puede significar
que aún no tiene una respuesta. Lo siento.
Mi estómago se hundió.
—Está bien. No es como si hubiera cambiado de opinión sobre mi salida.
—¿Pero tal vez puedas acorralar a Evan más tarde y obtener los detalles?
Asentí.
—Estupendo —dijo, y su incómoda sonrisa se transformó en una alegre—.
Ahora déjame llevarte a mi pequeña boutique favorita de la plaza y luego iremos a
tomar unas copas. Y luego te convenceré de que te quedes.
Los adoquines estaban muy apretados y también la multitud de gente. Me aferré
con fuerza al brazo de Andrea. Había solteros, parejas, familias y grupos de jóvenes
fogosos y chicas jóvenes que se regocijaban. Los atuendos iban desde un día en el agua

Mal de débarquement: Enfermedad del desembarque en francés..


110
hasta reservas elegantes para cenar.
La música, el tintineo de las copas y el murmullo de las charlas que emanaban de
los cafés y restaurantes de la calle daban un aire festivo al ambiente. La noche se sentía
plena. Vibrante. Sin las tensiones tontas de las preocupaciones familiares o los trabajos
mal pagados. O la humillación de fracasar como niñera. La vida real no parece existir
aquí.
Una familia con dos niños pequeños vestidos con Vilbrequin111 y Gucci112 a juego
gesticulaban salvajemente mientras hablaban, caminaban y miraban los escaparates.
Después de varias tiendecitas, había hecho una mella marginal en mi tarjeta de crédito
con algunos artículos bonitos para Meredith y Tabs, una magnífica bufanda de lino y un
collar con plumas de pavo real para mi madre.
—Vamos —dijo Andrea y me apretó el brazo—. Hay otra pequeña boutique en
la que quiero entrar más adelante. Pero primero, te voy a comprar una crepa francesa
de verdad.
El olor de la masa caliente y el azúcar caramelizado ya había captado mi atención
y me hizo rugir el estómago. Me arrastró hasta un escaparate abierto al otro lado de la
calle y pidió dos crepas de limón y azúcar que nos sirvieron pegajosas, goteando del
papel encerado. Los sabores agrios y dulces estallaron en mi lengua y devoré el
delicioso manjar.
—Ohdiooooosmio —murmuré con la boca llena—. Increíble.
Andrea se rió.
—¿Verdad?
Cuando ambas terminamos, Andrea sacó un par de toallitas húmedas de su bolso
y nos limpiamos los dedos y los labios. Luego nos dirigimos hacia la carretera.
Metida en un callejón de no más de metro y medio de ancho había una pequeña
tienda. Debajo del escaparate había una maceta llena de flores de colores. La antigua
puerta de madera, con pintura azul claro descascarillada, estaba abierta. De ella
colgaban varios bonitos vestidos de verano que se mecían con la brisa. El olor a conos
de waffle horneados y a café llegaba desde la concurrida heladería de la esquina.
Andrea saludó a la vendedora, que parecía recordarla de viajes anteriores, y
charlaron en francés. Andrea me señaló y ambas me miraron de arriba abajo.
—Tiene una nueva remesa de preciosos vestidos que no ha visto nadie —se
dirigió a mí Andrea—. ¿Qué talla tienes? En realidad, no me digas las tallas americanas,
son nauseabundamente pequeñas. Siempre recordaré a Julia Roberts en Pretty Woman
diciéndole a la compradora personal que tenía una talla seis, y todos los que la veían en
la sala común de la uni soltaron un gemido audible. —Se rió—. Uy. Estoy saliendo
conmigo misma, ¿no?

111
Vilbrequin: Marca de trajes de baño de lujo y ropa de verano.
112
Gucci: Marca de lujo italiana.
Sonreí.
—Conozco la escena de la que hablas. Si tuviéramos a Richard Gere y su tarjeta
de crédito ilimitada. Eso haría este viaje aún más divertido. O mejor aún, nuestras
propias tarjetas de crédito ilimitadas, sin necesidad de hombres.
La vendedora desapareció en la parte de atrás y volvió a salir con los brazos
llenos, y Andrea y yo pasamos una divertida media hora probándonos pequeños y
coquetos vestidos.
El último que me probé era un sencillo pero impresionante vestido corto de un
material dorado y sedoso que parecía flotar alrededor de mi cuerpo como una “brizna
de sensualidad”¨, según la expresión de Andrea. Era tan fino que debería ser
transparente, pero no lo era del todo.
—Será un crimen si no lo compras —dijo persuasivamente.
—Sabes —dije con ironía—. Creo que te llevarías bien con mi amiga Meredith.
Casi puedo oírla diciéndome que me compre el vestido aunque no tengo ni idea de
cuándo me pondría algo así. ¿Estás segura de que no la estás canalizando ahora mismo?
—Ja. Claramente una chica sensata.
—Pero no es un vestido muy sensato.
—Llévalo ahora. —Se encogió de hombros, con los ojos brillantes—. Nada es
sensato en St. Tropez.
—¿Qué? No.
—¡Sí! —Aplaudió con entusiasmo—. No hay mejor momento. Estás toda
bronceada y preciosa. Es tu última noche. —Su sonrisa se atenuó un poco—.
Deberíamos hacerla valer. No suelo salir de fiesta, pero creo que al menos deberíamos
ir a Les Caves. Es famoso. Todas las celebridades lo han visitado a lo largo de los años.
No puedes ser joven y guapa en St. Tropez y no ir a un club nocturno. Eso sí que es un
crimen.
—Mmm. ¿Qué pasó con la sensata, jefa de la administración, Andrea? —
pregunté, con una ceja levantada.
—No ha tenido una noche de fiesta en mucho tiempo. Y por si no lo has notado,
tampoco ha tenido mucha compañía femenina últimamente. Y me hierve la idea de que
esta podría ser su última noche. Así que digo que hagamos una para recordar.
—No tengo el sujetador adecuado para esto. —El material, aunque no era
transparente, era tan fino como un hilo de araña. Los delicados tirantes de espagueti se
veían estropeados por los tirantes negros del sujetador que había debajo.
—Quítate el sujetador.
—Andrea. Espera. ¿Eres Andrea? Meredith, ¿eres tú? —Me adelanté y golpeé
ligeramente su cabeza con los nudillos—. Estás loca.
—Eres joven, eres alegre y no conoces a nadie aquí. No es que nadie te juzgue.
La gente toma el sol en topless aquí, por el amor de Dios. Vamos. Voy a tomar este verde
esmeralda. —Levantó el primer vestido que se había probado y que yo había intentado
convencerla de que comprara.
—Tú, estafadora —me quejé—. Ibas a conseguirlo todo el tiempo.
—No.
—Sí.
—De acuerdo, estaba debatiendo. Pero ahora lo haré si tú quieres. Vamos. Le
diremos a Evan que vamos al club para que nadie se preocupe por nosotros. Pero
vayamos a bailar durante unas horas. Vamos a sentirnos como las increíbles y
poderosas mujeres guapas que somos. Tal vez incluso nos coqueteen.
—¿Has pensado alguna vez en empezar un podcast motivacional? —Me quedé
muda.
—¿Es eso un sí?
—Bien. Sí. Pero no me importa que me coqueteen. Estoy por encima de los
hombres ahora mismo.
Andrea volvió a aplaudir.
—No puedo creer que esté haciendo esto. —Metí la mano bajo el vestido y traté
de desabrochar mi sujetador—. Y todavía no estoy convencida de que seas realmente
Andrea.
—Me voy a ofender si sigues diciendo eso. ¿Realmente soy un palo en el barro?
—No. Lo siento. Solamente... ¿sensata?
—Esta es la idea más sensata que he tenido en años.
Puse los ojos en blanco con una carcajada y saqué el sujetador del vestido por
debajo de un brazo. Hice una mueca de dolor cuando me vi en el espejo.
—¿Estás segura de esto? —pregunté.
—Estás despampanante —respondió Andrea desde detrás de una cortina por la
que había desaparecido para ponerse el vestido elegido—. Necesitas un vestido
impresionante y una noche impresionante. No soporto pensar que te vayas a casa con
tan mal sabor de boca de uno de los lugares más divinos del mundo y de una de las
familias más adorables para las que he trabajado. Resoplé ante esto último.
—No, en serio —dijo mientras apartaba la cortina—. No sé qué es lo que se le ha
metido en la piel al señor P. últimamente. Pero es un buen hombre. Uno de los mejores.
Ahora, llamemos a Evan y hagámosle saber el plan. Estoy seguro de que ya está de
vuelta en el barco. Su principal deber de protección es para el Sr. P y Dauphine después
de todo. Y luego tú y yo podemos ir a buscar una copa de champán.
Pagamos a la vendedora y ella nos recorrió un par de veces más, recortando una
etiqueta y doblando nuestros propios vestidos en bolsas de la compra. Luego me uní a
Andrea y dejé que me arrastrara por la ciudad.
CAPÍTULO VEINTISIETE

Eran los vestidos o la intención de divertirse, pero desde el momento en que


salimos de la tienda, las miradas nos seguían con aprecio allá por donde pasábamos.
Noté las miradas como si fueran chelines de oro y me sentí como un millón de dólares
para cuando llegamos a los bares y restaurantes del muelle. Nos dirigimos hacia donde
estaban Rod y Chef sentados en un café, para pedirles que llevaran nuestras bolsas de
la compra al barco.
Un fuerte silbido de lobo atravesó el aire, haciéndonos saltar tanto a Andrea
como a mí y atrayendo aún más miradas. En el mismo instante me di cuenta de que
venía de Rod.
—¡Preciosas, señoritas!
—Dios, Rod. Eres un albañil —se quejó Andrea—. ¿No puede una chica caminar
por la calle sin ser acosada?
—Te encanta. Ahora ven aquí y siéntate con nosotros dos y haznos quedar bien.
Chef se rió de las payasadas de Rod, y me alegró ver que realmente parecían
llevarse bien.
—Lo siento, muchachos. No podemos. Josie y yo nos vamos al club nocturno. Les
Caves.
—¿Has comido lo suficiente? —intervino Chef, como un padre estricto.
—Comimos crepas —le aseguró Andrea—. De todos modos, lleva nuestras
compras, ¿quieres? Le he mandado un mensaje a Evan, pero hazle saber que nos has
visto y que estamos bien, y que si no estamos en casa a la una de la madrugada, ¿podría
venir alguno a buscarnos?
—¿Después de medianoche? —espetó Rod—. ¿Qué pasa con mi sueño de
belleza?
—Dios sabe que lo necesita —murmuró Chef.
—¡Ey!
—Chicos, chicos. Rod, siempre te levantas tarde. ¿Sí o no?
—Sí. Bien. ¿Por qué no podemos ir contigo?
Andrea puso una mano en el cabello arenoso de Rod.
—La próxima vez, ¿sí? —Luego me agarró del brazo y nos despedimos con la
mano mientras los dejábamos.
Escondida en una esquina detrás de una hilera de restaurantes al lado del puerto
principal, había una pequeña y oscura puerta flanqueada por dos palmeras y una cuerda
roja con herrajes de latón. Había una fila que serpenteaba por la esquina hasta el
callejón. Un hombre ancho, de hombros cuadrados, cabeza afeitada y cuello inexistente,
salió de la oscuridad. Tenía el rostro fruncido.
—¡Umberto! —saludó Andrea, y él estalló en una sonrisa que lo transformó de
terrorífico hijo de puta a bola de azúcar.
Se lanzaron una retahíla de saludos en...
—¿Hablas italiano? —Le pregunté a Andrea—. Es italiano, ¿verdad?
Andrea se encogió de hombros con timidez.
—Conozco algunas palabras. Este es Umberto. Umberto, esta es Josie. La niñera
de Dauphine.
—Por supuesto. —Sonrió y me estrechó la mano—. Y tú, querida. Tú también
eres bellísima, como mi Andrea. Pasen, pasen. —Desenganchó la pesada cuerda y nos
hizo pasar, y entramos en un vestíbulo tenue y silencioso en el que apenas se oía un
pesado latido de base.
—¿Cómo conoces al portero? Creía que no salías mucho de fiesta —pregunté.
—Oh, también atracamos aquí fuera de temporada, y dejamos que su hijo venga
a pasar el rato y a jugar en el barco. Umberto y Paco se conocen desde hace mucho
tiempo. Creo que trabajaron en el mismo barco en su día. El mundo de la hostelería es
muy pequeño, especialmente en el mundo de los megayates.
—Se llaman a ustedes mismos yachties113, ¿verdad?
—Lamentablemente, sí. —Empujó una puerta interior—. Entonces, ¿estás lista?
Asentí.
La música y las risas sonaron. La música era algo de los años noventa, pero a
ritmo de baile. En el interior, la discoteca estaba poco iluminada. Había una zona central
ovalada rodeada de bancos cubiertos de terciopelo rojo y mesas redondas ocupadas por
pequeños grupos de personas. Una larga barra respaldada por cristales antiguos
ahumados cubría un extremo de la sala y en el otro había una pista de baile de baldosas
blancas y una cabina de DJ. No había demasiada gente, pero tuvimos que pasar por la
barra. Andrea llamó al mesero y en pocos segundos tenía una copa de champán, al estilo
de los años ochenta.
—Este lugar es tan de la vieja escuela, ¡me encanta! —gritó Andrea. Extendió su
vaso para que chocara y ambas brindamos y bebimos. El DJ puso una mezcla de baile de
“Gangsta's Paradise” y nos lanzamos a la pista.
—Tenías razón —le dije a Andrea después de una hora en la que habíamos

113
Yachties: Deriva de la palabra en inglés Yacht que significa Yate.
bailado, tomado agua, más champán y bailado un poco más.
—¿Qué? —gritó.
—¡Esto es tan divertido! —Y lo necesitaba tanto.
Asintió con una sonrisa.
Como era temprano y la mayoría de los grupos que había allí formaban en parte
parejas, nadie se había acercado a nosotras para bailar con ellos. Pero los hombres sí
que nos miraban. Algunas chicas también. Puede que no fuéramos las más guapas o
glamurosas del lugar, pero incluso yo sabía que había algo hipnótico y atractivo en una
persona llena de alegría y felicidad. Y durante unas horas, eso fue exactamente lo que
sentí. La habitación se llenó. Me sentí atraída suave pero firmemente por el abrazo de
un tipo con el cabello rubio peinado hacia atrás y con unos pantalones de mezclilla rotos
y una camiseta de Dolce & Gabbana114 que apenas parecía haber salido del instituto. Era
absolutamente hermoso, pero demasiado joven para mí. Me reí de su exagerada
confianza y disfruté de dos canciones con él. Al menos fue respetuoso con el lugar donde
iban sus manos. Andrea bailó con su amigo. Cuando intentaron instarnos a salir de la
pista de baile, indicándonos un rincón oscuro de bancos, nos negamos y mi chico se
llevó una mano al pecho, fingiendo una herida mortal. Pero no tardaron en encontrar
nuevas conquistas.
El cabello se me pegaba al cuello y el ambiente se volvía más humeante y cálido
a medida que aparecía más gente. Le hice un gesto a Andrea para que bebiéramos y nos
abrimos paso hasta el bar, ahora abarrotado. Después de un vaso de agua, le hice un
gesto para que se dirigiera al baño de mujeres.
Al final del pasillo, el aire era más fresco en mi piel húmeda, y mis oídos sonaban
con latidos apagados. El silencio era comparable. Me aferré al brazo de Andrea, aun
sintiéndome ligeramente desequilibrada.
—¡Uf! Ha sido divertido —dijo entusiasmada mientras abríamos la puerta. Había
una pequeña zona de estar antes de los baños.
Una chica estaba arreglando su manga y nos echó un vistazo.
—Hacía tiempo que no tenía un buen baile como ese —dijo Andrea cuando la
otra chica se fue.
—Esos dos jóvenes eran divertidos. —Me miré en el espejo y me limpié la
sombra de rímel bajo el ojo.
—Ahh, susurraba y me rogaba que lo llevara al cielo. —Se rió, levantando los
dedos entre comillas—. Si tuviera diez años menos —comentó—. Tu chico era
impresionante.
Me reí.
—Y también de doce.
—Sí. Hace que una solterona como yo sienta que aún puede hacerla. —Se dirigió

114
Dolce & Gabbana: Marca de moda de lujo italiana.
a los espejos para unirse a mí y tomó un pañuelo de papel para secarse el rostro
brillante.
—¡No eres una solterona!
—Josie. No he tenido sexo en más de diez años —dijo ante mi reflejo—. Soy tan
solterona como puede ser. Y la última vez que lo hice fue... bueno, lo dejé, ¿no? Así que
eso es todo.
El estado de ánimo cayó en picada.
Le apreté el brazo y ella resopló, dándose la vuelta.
—Argh. Mírame: un desastre después del champán. Siempre me ha puesto
pegajosa. Lo echo de menos, ¿sabes? La intimidad. La ternura incluso, no es que tenga
mucho de eso.
—Estás bien. Puedes sentirte triste por eso si lo necesitas. Quiero decir, ¿diez
años? —exclamé en tono burlón.
Se apartó y me dio un puñetazo en el brazo de buena gana.
—Oye.
—Estoy bromeando.
—Yo no. Me siento... sola. El barco y toda la gente que hay en él son encantadores,
una familia, casi, y me siento segura, me encanta mi trabajo. Me siento valorada pero...
también me siento invisible. Como si hubiera otra vida ahí fuera que se supone que
debería estar viviendo y ese bastardo me la ha robado. —Suspiró mientras se volvía
hacia el espejo—. Soy un holograma en esta vida.
Quería decir que no creía que fuera invisible para Evan, o que la viera como un
holograma. Pero también era mucho tiempo para que Evan no hiciera su movimiento si
quería.
—No me siento lo suficientemente sabia como para darte consejos —dije
suavemente—. Quiero decir, mírame, se supone que soy una arquitecta, pero he
terminado siendo una niñera. No es que haya nada malo en ello, pero he estudiado e
invertido enormes cantidades de dinero y años en conseguir un trabajo que mi difunto
padre habría aprobado, y el hombre con el que mi madre se casó después de él lo puso
todo en peligro. El último chico que me invitó a salir me dejó plantada después de una
cita. Y antes de eso alguien me dejó por quién era mi padrastro. Totalmente humillante.
Y lo que es peor, me siento muy atraída por mi jefe. Quiero decir, Dios, ¿se puede ser
más triste que eso? Estoy loca por mi jefe. —Sacudí la cabeza con una mueca—. Estoy
haciendo retroceder el feminismo cien años.
Cuanto antes tenga escrita la carta de dimisión, mejor.
Me di cuenta de que Andrea quería decir algo pero no sabía qué.
—Oye, lo siento —dije—. No estaba tratando de hacerlo sobre mí. ¿Pero puedo
decir una cosa?
—Dispara.
—No creo que seas invisible para Evan. —Ahí, lo había dicho.
Andrea se puso rosa y luego pálida.
—Mierda, lo siento. ¿Te vas a desmayar? —Pregunté.
—No. No, estoy bien. Pero ya que estamos siendo sinceras, tampoco creo que
seas invisible para el señor Pascale. —Me cogió del brazo—. Me di cuenta desde el
principio que hay algo entre ustedes. Y tal vez es solamente una atracción física. Tal vez
es más. Pero está ahí. Y ese hombre se merece algo de felicidad. Un poco de alegría. Y si
te vas mañana, va a ser un maldito gruñón. Y tú eres tan fantástica con Dauphine. No es
que debas tirar tus propios planes de vida por un viudo y su hija. Pero nunca le he visto
tener el brillo en los ojos que ha tenido las últimas semanas. Incluso cuando no está de
buen humor tiene... chispa. Hace tiempo que no la tiene. Y no importa la risa. Dios mío.
El hombre no ha encontrado nada divertido en años. Años. Mucho antes de que muriera
la señora Pascale. —Lo soltó y dio un paso atrás.
El silencio que siguió se sintió como la pesada y ensordecedora secuela de una
sonora explosión.
Me di cuenta de que seguía aturdida, con el pulso acelerado. Cerré la boca y la
mandíbula se me desencajó.
—Sí —dijo ella—. No puedo creer que te haya tirado esa bomba. Culpo al
champán.
Las dos nos giramos por acuerdo tácito y nos dirigimos a los cubículos de los
baños para hacer nuestras necesidades.
Los nervios subieron desde su fiesta de baile en mi vientre hasta mi garganta
mientras me lavaba las manos en el lavabo. El baño y la zona de descanso estaban ahora
mucho más llenos. Teníamos que volver a salir y divertirnos, maldita sea.
—No sé qué hacer con la información que me has dado. Estoy demasiado
embriagada para esto —dije. Y no estaba segura de creerle. Pero quería hacerlo, y eso
era bastante aterrador.
—Yo tampoco sé qué hacer con lo que me dijiste —dijo con una sonrisa
melancólica—. Así que voy a fingir que no lo hiciste.
Acordamos una copa más y unos cuantos bailes más, y luego daríamos por
terminada la noche. Esperaba estar demasiado cansada para pensar y mucho menos
para despertarme sin aliento, como todavía hacía la mayoría de las noches. Fuera de la
tranquila charla de la sala de retiro, se reanudó el profundo latido del club. La música
había cambiado de los clásicos de los 90 a ritmos más sexys y profundos. Mis
pensamientos se arremolinaban. De vuelta a la barra, pedimos dos copas más de
champán. El lugar parecía aún más electrificado que antes de ir al baño. El mesero miró
hacia arriba y pasó de nosotras a la distancia por un momento, y luego se volvió para
tomar una botella abierta de una cubitera de plata.
Me giré para mirar detrás de mí para ver qué había llamado su atención y
solamente vi el club oscuro y lleno de humo: caras que reían y cuerpos que bailaban en
la pista. Entonces algo me hizo levantar la vista. Tal vez fuera porque había una energía
que atraía la atención hacia arriba.
Se me cerró la garganta.
Estaba allí, en un nivel superior, con su camisa blanca levantada hasta los codos
que se apoyaban en la barandilla, mirando hacia abajo sobre el abarrotado club.
Xavier Pascale. Con el ceño fruncido como si fuera a matar a cualquiera que se le
acercara. La energía de toda la sala parecía estar en su órbita a pesar de que estaba solo,
transmitiendo vibraciones de ¨no me jodas¨.
En cámara lenta, su mirada nos encontró y luego me encontró a mí, y mi boca se
secó.
Andrea debe haberme visto mirando, o sintió el cambio junto con todos los
demás.
—Mierda —dijo—. Creo que necesito una ducha fría.
—¿Eh? —Me obligué a apartar los ojos de él y me volví hacia ella.
—No importa. Supongo que vas a subir.
—¿Qué? —Mi corazón latía con fuerza en mi pecho y mis oídos—. No. Me quedo
contigo.
—No. Tienes que ir a hablar. No me importa. Confía en mí.
—Lo hago. Me importa. Hemos venido a bailar. Hemos venido a divertirnos.
Hagámoslo. —Incliné el champán y lo engullí, las diminutas burbujas casi amenazaban
con explotar por mi nariz, bebí tan rápido. Se me aguaron los ojos.
—Volveré al barco a ver cómo está Dauphine y me esconderé. —Acercó su boca
a mi oído, para que pudiera escucharla bien—. Sube y habla con él.
—No puedo —dije, girando ligeramente la cabeza por si podía leer mis labios.
Los nervios hacían que mis piernas se sintieran como gelatina, y me agarré con fuerza
a la barra del bar—. No. Vamos. Vamos a pagar nuestras bebidas y volvamos a salir.
—Ya los ha comprado para nosotras.
Dejé escapar un largo suspiro.
—Por supuesto que sí.
—Ve a hablar con él.
—¡Ah, les filles élégantes115! —Nos giramos para encontrar a nuestros dos
jóvenes admiradores con un aspecto más sudoroso e igual de entusiasta que antes.
—¿Voulez-vous danser encore un fois116?
—Sí, no lo creo. —Evan apareció al otro lado de nosotras. Su mirada se clavó en
la de Andrea—. ¿Te diviertes? —gruñó.

115
Les filles élégantes: Las chicas elegantes en francés.
116
¿Voulez-vous danser encore un fois?: ¿Quieren bailar una vez más? en francés..
Sea lo que sea lo que tenía Evan en el rostro hizo que los dos chicos
desaparecieran entre la multitud tan rápido como habían aparecido.
—Oye —gritó Andrea por encima del ruido—. ¿Qué fue eso?
Evan no dijo nada, aunque me di cuenta de que se estaba mordiendo la lengua, y
Andrea parecía dispuesta a escupir fuego. Vaya, vaya. Si alguien tenía química por aquí
eran estos dos. Era bastante gracioso que ella no pudiera verlo.
Mis ojos los abandonaron y lo encontraron de nuevo. No se había movido. Nos
observaba todavía. Me observaba a mí. Como un leopardo desde un árbol.
—Me aseguraré de que Andrea vuelva sana y salva. —La voz de Evan era fuerte
en mi oído, presumiblemente para que pudiera escucharlo por encima del ruido—.
Quiere que subas.
Me estremecí.
—¿Eso quiere?
Y entonces, en el tiempo que me llevó procesar las palabras de Evan, él y Andrea
se fueron.
Xavier Pascale bebió un trago de un vaso de aspecto pesado, y luego lo dejó en
algún lugar a su lado que no pude ver.
Me temblaban las piernas y el corazón me latía en la garganta. Sabía que si subía
allí, me iba a cambiar para siempre.
Una chispa de anticipación y nervios, caliente y abrasadora, me atravesó desde
el cuello hasta el ombligo. Y entonces estaba a medio camino de la habitación,
presionando a través de la gente, con el pulso acelerado a velocidad de Mach117 y mi
respiración no mucho mejor. Al parecer, había empezado a acercarme a él antes de que
mi mente me diera permiso.
Había un gorila al final de la escalera. Una cuerda. Pero de alguna manera los
pasé. El portero no me había detenido. Las escaleras eran de cristal cuando encontré mi
equilibrio. La barandilla era de madera fría y acero bajo mi palma.
Cuando llegué a la cima, había corrido un maratón. La adrenalina se disparó. Mis
pulmones rugían.
Me esperó, retirándose de la barandilla e inclinando ligeramente la cabeza hacia
un pequeño sofá y una mesa en el rincón en penumbra. Sentí que unos ojos curiosos me
miraban desde la oscuridad y los descarté.
—¿Es cierto? —Me acerqué a él.
Arrastró sus ojos de mi cara a mis pies y de vuelta.
—¿Qué?
—Quieres enviarme a casa —dije—. Le enviaste un correo electrónico a Tabitha.

117
Mach: Unidad de medida para objetos moviéndose a alta velocidad.
No te hagas el tonto.
Siseó y sus ojos brillaron en señal de advertencia. Me rodeó y me giré con él.
—¿Evan? —preguntó.
—No fue Evan. —Mierda, tampoco quería que Tabitha se metiera en
problemas—. Te escuché.
—No, no lo hiciste. —Dio un paso hacia mí, y yo me retiré a la oscuridad de la
pared junto al sofá. No había manera de que me sentara a compartir un momento
agradable con él. Necesitaba despejar el aire, y luego me iría de aquí. Esta noche había
un peligro para este hombre. ¿A quién quería engañar? Había un peligro para él todas
las noches.
¿Por qué todos los demás veían a un gatito amable, guapo y roto?
Todo lo que vi fue un depredador letal que estaba seguro de tener los medios
para arrancarme el corazón del pecho de un solo golpe.
Se asomó.
—¿Qué estás haciendo? —Jadeé mientras mi espalda golpeaba la pared y él
seguía acercándose—. Me-me estás asustando.
—Bien. —Su palma golpeó la pared junto a mi cabeza, y el olor del aire rancio,
ahumado y alimentado por el alcohol de la discoteca se difuminó lentamente en lino y
madera de pino áspera—. Porque me das un susto de muerte —dijo—. Tu me détruis118.
Tragué pero se me atascó la garganta.
—¿Qué significa eso?
Se inclinó, con la nariz rozando mi mejilla, inhalando. Nunca habíamos estado
tan cerca. Mi cuerpo se encendió como una yesca incandescente.
Mi respiración se volvió superficial.
Los dedos presionaron ligeramente en el hueco de mi garganta, descansando. Su
piel sobre la mía.
—No pareces una chica que se asuste fácilmente. —Las palabras, pronunciadas
tan suavemente justo en mi oído, hicieron vibrar cada molécula de mi piel.
—No lo soy —logré decir, aunque sabía que eso no era lo que había dicho en
francés. Mis manos, pegadas a la pared a ambos lados de mis caderas, bajaron y apreté
el puño para no alcanzar su cintura. Para evitar que mis dedos se enredaran en las
trabillas de sus pantalones de mezclilla y lo acercaran. Estaba encerrada en la energía
de su cuerpo, me dolía. Pero resistiendo. Era mi jefe. Y había perdido el sentido común.
Uno de nosotros tenía que mantener la cabeza.
—¿Qué te asusta de mí? —preguntó.
Cerré los ojos, como si así pudiera reunir valor. Aspiré un aire cargado de su

118
Tu me détruis: Tú me destruyes en francés.
aroma amaderado. El mismo aire que estaba cargado de la atmósfera embriagadora y
pesada del club. Estábamos suspendidos en el tiempo. Su rostro rondaba junto al mío,
su boca junto a mi oído. Mis terminaciones nerviosas pedían a gritos el contacto con
cada una de sus exhalaciones.
—La forma en que me haces sentir —pronuncié finalmente. Oh, Josie. No lo
hiciste. Su cuerpo se calmó. Su respiración se entrecorta.
—Otra vez.
—¿Qué?
—Dímelo otra vez —me gruñó al oído.
—Me asusta la forma en que me haces sentir —dije más fuerte—. No es... es...
—Oui —fue todo lo que murmuró. Sí. Los dedos en mi garganta, aplastados en
una palma caliente contra mi pecho—. Oui —dijo de nuevo.
Parpadeé mientras mi respiración se entrecortaba. Está bien, esto estaba
pasando.
CAPÍTULO VEINTIOCHO

Mis dedos encontraron la cintura de Xavier, la protuberancia suave de su camisa


de lino, y luego se enroscaron en el músculo tenso debajo, líneas duras que temblaban
con el contacto.
Tembló cuando lo toqué. ¿Qué brujería era esta?
La oscuridad del club y el fuerte ritmo de la música parecían canalizar todos mis
sentidos para sentir su olor. Decirle que tenía miedo de la forma en que me hizo sentir
podría haber sido la cosa más imprudente que jamás había hecho. Hasta que empecé a
tocarlo, pero no pude hacer que mis manos se detuvieran.
Contra mi oído, escuché su respiración vacilar mientras mis dedos se movían.
Entonces mi nombre salió de sus labios con su acento francés. “Joséphine” y mis
entrañas se derritieron espontáneamente.
Giré mi rostro, mi boca encontró la piel áspera de su mandíbula. Quería, no,
necesitaba, que me besara.
Un temblor lo recorrió bajo mis palmas.
Y lentamente, deliberadamente, nuestros cuerpos se movieron y presionaron
más cerca.
Respiré con calma, conscientemente, tratando de frenar esta embriagadora
carrera que se sentía como si estuviera cayendo en picado hacia abajo. Tenía que
mantener la cabeza, pero era casi imposible. Estaba mareada, volando y clavada al suelo
con lujuria y pánico, todo al mismo tiempo.
Su palma se deslizó hasta mi garganta y alrededor para acunar mi nuca. Mi piel
ardía.
Una rodilla áspera cubierta de mezclilla tocó la mía y presionó lenta e
insistentemente, separando mis piernas, y un muslo duro se deslizó entre los míos.
Oh, Dios.
Mi cuerpo se arqueó, mi boca se abrió y se me escapó un gemido. Su boca estaba
tan cerca, un ligero giro de mi rostro presionado contra la aspereza sublime de su
mandíbula, y podría tenerlo, pero su boca permaneció obstinadamente fuera de su
alcance. Iba a besarme, ¿verdad?
¿Qué era esta tortura? ¿Y cuándo había perdido todo el control de esta situación?
La mano contra la pared junto a mi cabeza de repente se convirtió en un brazo,
duro como el acero alrededor de mi cintura, bloqueándome contra él mientras el calor
ardía a través de mí.
Gruñó en lo que pensé que era una maldición en francés, y su mano tomó mi
cabello en un puño apretado, levantando mi rostro.
Estaba atrapada. Incapaz de moverme.
Sus ojos en la oscuridad parecían febriles y con los párpados bajos, y entonces
nuestras bocas estaban ahí, separadas por milímetros. Respiramos juntos. Mi corazón
se lanzó contra mi caja torácica. Mi cuerpo palpitaba y dolía, y mis caderas hicieron un
pequeño movimiento contra él fuera de mi control.
—¿Qué pasa con esto? —murmuró en mi aliento, y sus caderas respondieron a
las mías y se movieron lentamente. Dios. Él era enorme, y estaba duro—. ¿Esto te asusta
aún más? Ambos deberíamos estar jodidamente aterrorizados.
Santa mierda. Iba a morir. La excitación iba a causar una arritmia y mi corazón
se detendría. Me quemó, y literalmente iba a morir de lujuria. ¿Cómo podría la gente
experimentar esto y no quererlo todo el tiempo? Era como un golpe de la droga más
potente que había. No había forma de que esto fuera normal. Que estuviera permitido,
incluso. Ni siquiera me había besado, ni siquiera estaba desnuda con él todavía, y nunca
había estado tan excitada en mi vida. Me hizo querer llorar, mis ojos ardían.
Sus caderas se movieron de nuevo, pero ya se estaban juntando con las mías
cuando presioné hacia adelante.
Mordí mi labio en un esfuerzo por no jadear ante el contacto. Mi vestido era
demasiado delgado, y su muslo demasiado duro.
Su rostro retrocedió un poco, sus ojos encontraron los míos, ardiendo con
intensidad, observándome.
Se movió de nuevo, más fuerte, triturando. Poniéndome a prueba.
Mi vestido no era nada. Las sensaciones eran demasiado agudas.
—Oh, Dios. —La fricción era perfecta. Era demasiado, demasiado rápido. Un
relámpago comenzó a destellar al rojo vivo cuando me presioné hacia él, en pequeños
movimientos, pero eran suficientes. No podía parar.
La mano en mi cabello lo agarró con más fuerza, miró fijamente mi boca y lamí
mis labios. Quería su boca. Nunca había necesitado tanto un beso como el suyo. Tenía
sed de eso. Traté de alcanzarlo, pero me retuvo justo fuera de su alcance.
—No —susurró—. No todavía.
—Pero… —Su muslo presionó, y mis caderas se balancearon. Tal vez la gente
pensaría que estábamos bailando—. Pero, vas a hacer... hacer que me corra así —me
atraganté. No podía respirar. Dios, ya casi estaba ahí.
—¡Merde! No. —Me soltó tan abruptamente que me balanceé contra la pared,
con mis piernas casi cediendo.
Pero fue demasiado tarde. Las sensaciones se habían reunido y construido, y la
presión había subido tanto que mi cerebro ya no controlaba mi cuerpo, si es que alguna
vez lo había hecho a su alrededor. Me rompí más allá del punto de no retorno. Fue
exquisito, enloquecedor, impactante, y tan, tan... vacía de él.
Su boca se abrió y sus manos me agarraron por la cintura mientras todo mi
cuerpo temblaba y me deslicé por la pared.
Volvió a maldecir y me arrastró contra él.
—Oh, Dios —susurré, mi respiración me estaba ahogando. Me las arreglé para
poner mis palmas entre nosotros en su pecho duro y empujé. Jesús. ¿Alguien había
visto? La vergüenza me inundó, borrando todas las sensaciones increíbles que se
estaban desvaneciendo demasiado rápido. Mi rostro ardía, mi cabeza daba vueltas de
izquierda a derecha. Los grupos de personas en las sombras oscuras del área de arriba
parecían estar absortos en sus propios asuntos. O no nos habían visto, o la gente de aquí
arriba estaba acostumbrada a dar y exigir discreción. No nos habíamos besado, tal vez
realmente pensaron que estábamos bailando. Jesús. Ni siquiera nos besamos.
Una réplica me sacudió. Estaba mareada, de repente quería reírme
histéricamente.
—Nadie vio —respondió a mi pregunta no formulada—. Pero tenemos que irnos.
Ahora. Eso no puede volver a suceder. —Su tono sonaba sorprendido. Atemorizado.
Horrorizado.
En serio.
—Yo no lo empecé —dije, sonando como una niña petulante. Me estremecí hasta
la médula, literalmente en todos los sentidos.
Me agarró del codo y nos dirigimos hacia las escaleras.
—Al demonio si no lo hiciste con ese vestido.
—¿Me estás tomando el pelo? —Saqué mi brazo de un tirón.
Se giró hacia mí y se pasó una mano por el rostro.
—Por favor —dijo—. Aquí no. Lo siento, eso fue… inapropiado. No puedo pensar.
Estaba equivocado. ¿Podemos irnos?
Nos miramos el uno al otro.
Me crucé de brazos.
—Lo juro por Dios, Pascale.
—Xavier.
No le hice caso corrigiéndome.
—Será mejor que tengamos una conversación normal cuando volvamos al barco,
y nada de decirme que me vaya a la mierda otra vez en francés.
Sus cejas se fruncieron en confusión.
—No te dije que te fueras a la mierda. ¿Cuándo?
—¡Lo hiciste! Esa noche en la cubierta superior. Estábamos hablando y luego me
dijiste algo en francés que significaba…
Dio un paso hacia mi espacio, bajando la voz.
—Dije que quería follarte. —Él ladeó la cabeza—. No que quisiera que te fueras
a la mierda, hay una diferencia muy importante.
Lo que quedaba de mi aliento fue succionado directamente de mi pecho.
Inclinó la cabeza ante lo que vio en mi rostro. Un mechón de cabello oscuro caía
sobre su frente.
—Y, sí, estaba enojado por eso. Conmigo mismo, no contigo, y sí, es crudo, pero
es verdad. No puedo trabajar, no puedo dormir, no puedo pensar con claridad contigo.
Me estás destruyendo, y no puedo permitir que eso suceda. No por mí, sino por
Dauphine. Por eso envié ese correo. Ahora, a menos que quieras una foto de nosotros
discutiendo en un club nocturno plasmada en Voici or Stars mañana por la mañana, te
sugiero que salgamos de aquí.
La mención de los tabloides fue como un balde de agua helada. De ninguna
manera quería invitar a ese tipo de escrutinio de los medios a sus vidas. O a la mía.
Apreté mi mandíbula con fuerza, las palabras que había dicho revolotearon alrededor
de mi cerebro, causando el máximo daño.
—Vete tú primero —continuó—. Estaré unos minutos detrás de ti. Dirígete
directamente al muelle y no te detengas a hablar con nadie.
Asentí. Podría hacer eso.
—Haré que Evan te encuentre en la puerta. Tiene un código. —Se inclinó hacia
adelante y susurró el número en mi oído.
No había forma de recordar el código de una puerta, por el amor de Dios. Apenas
sabía mi propio nombre. Pasé junto a él. Todo esto era demasiado, y sus palabras fueron
demasiado.
—Josephine —dijo.
Me di la vuelta.
—Te ves hermosa —dijo. Sus ojos recorrieron mi vestido y regresaron a mi
rostro—. Eres hermosa. No quise dar a entender lo contrario. Te veré en unos minutos.

La noche afuera se sentía diferente. Sentí ojos arrastrándose sobre mí, la brisa
como pinchazos en mi piel, los sonidos eran discordantes. Mis sandalias golpearon los
adoquines y casi me caigo. Me moví hacia las aceras de concreto más planas donde
estaban disponibles, esquivando a la gente, y luego crucé hacia el muelle. Hice lo que
Andrea y los chicos habían hecho cuando pasamos la puerta de seguridad y saludé como
si supiera a dónde iba. No les preocupaban los peatones ya que todos los muelles donde
se encontraban los mega yates tenían puertas codificadas. Oh, mierda. No podía
recordar cuál era. ¿El tercer o cuarto embarcadero? ¿O era el quinto?
Ahora, si pudiera volver atrás y borrar los últimos veinte minutos. Sabía que mi
vida cambiaría antes de subir las escaleras hacia él en el club nocturno, pero no estaba
preparada para esto. Para él. Descubrir que estaba luchando con su atracción por mí
tanto como yo lo hacía con él. Mi cerebro apenas podía calcular, y no había estado
preparada para la forma en que me derrumbé por él, que me dejara sintiéndome como
un atropellado. Dije una oración para que hubiera estado demasiado oscuro como para
que alguien hubiera obtenido una foto o un video claros. Mi corazón subió por mi
garganta con nervios y vergüenza.
—Josephine. —La voz de Evan, amplificada por el concreto y el agua, me llegó
justo cuando comenzaba a sudar de pánico—. ¿Estás bien? —preguntó cuando llegué a
la puerta donde él estaba y la abrió antes de que tuviera que intentar recordar el código.
—Bien —dije.
—Pensé que ustedes se quedarían afuera por un tiempo, y tendrían la
oportunidad de…
—No quiero hablar de eso.
—Él es un buen tipo…
—Dije que no quiero hablar de eso, y no me siento bien. Estoy mareada o algo.
Tal vez todavía tengo esa cosa mally.
—¿Mal de desembarco?
—Eso, dile que me fui a la cama. Dile… que dije adiós. ¿Qué tan temprano
podemos irnos en la mañana?
—¿Qué? ¿De qué estás hablando?
—Sé que le preguntó a Tabitha sobre la cancelación de mi contrato, ¿de acuerdo?
Tengo que renunciar. No puedo trabajar para él. —No podría trabajar para él cuando
me sentía así. Especialmente no ahora, no después de lo que pasó—. No puedo.
—Josephine, no le hagas esto.
—¿A él? ¿Qué hay de mí? No sé qué hacer aquí. No me inscribí para esto. —Mi
histeria creció—. No puedo tener una aventura con mi jefe —siseé con un chillido.
—Okey. Entonces renuncia, pero no te vayas.
—Evan. Dios, escucha lo que estás diciendo. Esto... esto es demasiado para mí.
¿Es por eso que me mantuvo cerca y no me despidió porque esperaba que él y yo
pudiéramos tener algo? —Me encogí cuando las palabras salieron.
—Mierda, no. Xavier preferiría morir. Jesús, tienes que hablar con él. No es mi
lugar, solo por favor no te vayas antes de haber hablado con él.
Sabía que le había dicho que quería hablar con él, pero mi mente era un desastre
y me sentía abrumadoramente avergonzada por lo que acababa de suceder. Débil. En
peligro. Como si tirara todo lo que soy si me quedara. Me convertiría en su concubina.
Su concubina que cuidaba de su hija. Una escort no remunerada, así como una niñera, y
lo haría de buena gana solo para sentir eso de nuevo, esta vez con él dentro de mí.
No. No. No, y no.
Evan se aclaró la garganta, y la mirada en mi rostro claramente lo inquietó.
—Por favor, Evan. Solo prométeme que, si decido irme, me llevarás.
Dejó escapar un largo suspiro.
—De acuerdo.
Asentí y me volví hacia la pasarela.
—¿Josephine?
—Sí.
—Has sido una maravillosa adición a la vida de Dauphine, y un placer tenerte en
el barco. Lamento que no haya funcionado.
Parpadeé y solté un suspiro tembloroso, repentinamente inundada por la
emoción.
—Yo también.
—Pero no me despediré de él por ti, tienes que hacerlo tú misma.

Abajo revisé a Dauphine dormida, tomándome un momento para presionar mis


labios en su cabello. Luego fui a mi camarote y tiré mi pequeño bolso cruzado que
contenía mi teléfono y dinero sobre la cama. Nuestras bolsas de compras de antes
estaban cuidadosamente colocadas junto a la puerta. Las vacié y guardé
cuidadosamente las pequeñas baratijas entre mi ropa en mi maleta. Me di una ducha
rápida, me puse una camiseta larga y empaqué el vestido dorado. Luego lo volví a
desempacar y lo colgué en el armario. Siempre me recordaría a él, y no podía imaginar
usarlo alguna vez en casa. Algunas cosas simplemente no viajaban bien. Aventuras de
verano y pequeños vestidos dorados de fiesta entre ellos. Tal vez Andrea lo usaría.
Me quedé quieta, cambiando de un pie a otro. ¿Él estaba de vuelta en el barco?
Se había mudado de nuevo al camarote principal, así que no tenía que preocuparme de
que durmiera en el camarote frente a mí. Revisé mi correo electrónico, pero no había
nada de Tabitha, y no más textos de Meredith. Me debatí en llamarla, especialmente si
iba a empezar a viajar de regreso mañana, pero no podía enfrentarme a hablar de eso.
No sabía cómo articular todo lo que había pasado y las cosas que estaba sintiendo. El
sonido de mi nombre, la forma en que lo había susurrado, estaba en un bucle en mi
cerebro, haciéndome sentir débil. “Josephine”.
Me cepillé los dientes, me lavé el rostro, me metí debajo del edredón y apagué la
luz. La luz entraba a raudales desde el ajetreado puerto, y el barco estaba prácticamente
inmóvil.
Cerrando los ojos, volví inmediatamente a la oscuridad del club y la intensidad
de su mirada, viéndome mientras me desmoronaba. El recuerdo de la sensación de no
poder atraparme a mí misma cayendo por el borde me hizo perder el aliento de nuevo.
La excitación nadó a través de mí, apretando mis entrañas y me encogí. El recuerdo era
casi tan intenso como la realidad. Me acurruqué a mi lado y me mordí el puño.
—Josephine.
Él no tenía la intención de que fuéramos tan lejos, lo sabía. No en público. Quizás
nunca. No podía estar enojada. Tenía razón en que ambos deberíamos haber estado
aterrorizados por nuestra atracción física. Era el tipo de conexión que podría incendiar
el mundo que nos rodea, y no podía permitirse que eso sucediera. No con una hija que
cuidar.
Yo tampoco podía hacerlo.
Lo escuché cuando regresó. Las voces bajas de él y Evan. Me imaginé a Evan
retransmitiendo mi mensaje y me pregunté sobre la reacción de Xavier. ¿Estaría
decepcionado? ¿Enojado?
Sin pensarlo me deslicé en silencio desde mi cama hasta la puerta, y por primera
noche desde que llegué, solté el pestillo que la mantenía abierta y la cerré
silenciosamente.
El pestillo sonó con fuerza en el silencio, puse las manos y la frente en la parte
posterior de la puerta, respiré lentamente y conté hasta diez.
CAPÍTULO VEINTINUEVE

Me paré afuera de la puerta cerrada del camarote que pertenecía a la niñera de


mi hija, mirando la madera y agarrando el marco de la puerta. No se me escapó que lo
había cerrado por primera vez desde que llegó. Ella no podría haber enviado un
mensaje más fuerte, un mensaje que mi libido no estaba escuchando. Mi corazón estaba
en mi garganta cuando apoyé mi frente suavemente contra la madera barnizada y
comencé a contar en un esfuerzo por relajarme.
—Un, deux, trois…
Me estaba dando una salida, tal vez incluso perdonándome por cruzar la línea.
Y yo iba a respetar su puerta cerrada.
Yo lo haría.
Y sin embargo… y sin embargo.
Le revelé mi atracción.
Y ella la compartió.
No había experimentado este tipo de intensidad en mucho tiempo. ¿Tal vez
nunca? Tal vez fue tan fuerte porque había pasado mucho tiempo desde que sentí algo.
Ahora conocía la sensación de ella bajo mis manos, y sus curvas bajo ese ridículo
trozo de tela. El temblor en su cuerpo, esos pequeños sonidos que hizo en mi oído como
los gemidos de un pequeño animal atrapado. El calor entre sus piernas, su olor. Cristo.
La forma en que se derrumbó solo por nuestra conexión.
Acababa de tener la experiencia más erótica de mi vida y nadie estuvo desnudo.
Me sentí como un niño de dieciséis años otra vez. Tan desesperado y despistado como
uno al menos.
¿Qué sonidos haría cuando la desnudara? ¿Cuando la volteara sobre su vientre,
envolviera mis manos en su cabello y me hundiera en su cuerpo? Mierda. Se me hizo un
nudo en el estómago y se me nubló la cabeza. La agité para aclarar la imagen.
Pero la imagen permaneció. Se puso más sucia. Más sudorosa. ¿Gritaría? Quería
saberlo. Necesitaba saberlo.
Me estaba ahogando.
Me sentía fuera de control y no me gustaba.
Aléjate de la puerta, me dije. Aléjate del infierno. Nada bueno puede salir de esto.
Un pensamiento incómodo de repente se deslizó bajo mi piel, haciéndome
querer quitármelo. Me estremecí. ¿Fue así como empezó para mi padre? ¿Querer follar
a las niñeras y ser incapaz de dejarlas solas hasta que las tuviera? No. Esto era diferente.
¿no es así? Yo no era mi padre. Él no tenía nada que ver con esto. Me sentía vil y
puramente atraído por ella, maldita sea. Lo habría hecho incluso si la hubiera conocido
en la calle, o si la hubiera visto en una videoconferencia, me recordó una vocecita.
¿Y si la despido? Entonces ella no trabajaría para mí. Eso solucionaría eso al
menos, y entonces podría…
Idiota, me enfadé conmigo mismo. ¿Qué clase de hombre despide a alguien para
poder acostarse con ella? Apreté los dedos en el marco de la puerta.
—¿Papa? —La voz de Dauphine vino detrás de mí y me incorporé de un tirón—
. ¿Qué estás haciendo, papa?
Respiré hondo y me froté las manos por el rostro.
—Mmm, eh. Yo estaba pensando. —Mierda.
Ella ladeó la cabeza hacia un lado mientras dejaba escapar un bostezo.
—Estaba descansando —corregí—. Tuve un dolor de cabeza. Ven, vamos a
llevarte de vuelta a la cama. ¿Qué estás haciendo despierta? —La conduje suavemente
de vuelta a la cama. Tomando su edredón, lo abrí y ella se arrastró adentro. Mi garganta
se sentía espesa, como si me hubieran atrapado robando. Al menos la aparición de
Dauphine había apagado mi lujuria furiosa.
—Tuve una pesadilla —dijo.
—Lo siento, cariño. —Me incliné y besé su frente húmeda—. Fue solo un sueño.
—Soñé que enviabas lejos a Josie. La quiero mucho, papá. ¿Crees que puede venir
conmigo a Grand-mère? Tengo muchas ganas de que Mémé la conozca. Creo que la
amará como yo la amo.
La culpa me inundó, y traté de tragarla por mi garganta ya cerrada. Metí el
edredón alrededor del pequeño cuerpo de mi hija para detenerme.
—Shh. Es hora de dormir, ¿de acuerdo? Hablaremos por la mañana. —Besé su
cabeza de nuevo—. Buenas noches, mon chou.
—Buenas noches, papá.
Mis hombros se hundieron cuando ella me soltó. Salí de la habitación de
Dauphine y caminé directamente a la escalera y fui a mi camarote, arrancándome la
ropa. De ninguna manera iba a tener una aventura de mal gusto con la niñera y
escabullirme en mi propio maldito barco y tratar de ocultárselo a mi propia hija y a
todos los que trabajaban para mí.
Yo no era mi padre.
No follaba con la servidumbre.
Apagué la luz y me acosté debajo de la sábana, e inmediatamente me asaltaron
sensaciones e imágenes, estaba más duro y largo que una carpa de circo, dormir era
imposible.

Terminé mi entrenamiento matutino, sintiéndome cansado, preocupado y fuera


de mí. El barco se sentía... vacío, o tal vez era yo. Un ping en mi teléfono me dijo que
Evan había sacado el Mercedes de nuestro estacionamiento en St. Tropez. Estaría
haciendo algunos mandados y recogiendo algunas cosas para mí en mi oficina en Sofia
Antipolis y nos encontraríamos en casa de mi madre más tarde, pero Evan a menudo
dejaba el barco, y no dejaba el lugar con la sensación de que faltaba algo. Mi intestino se
sentía preocupado.
Andrea se sentó a la mesa en la cocina con una taza y un platillo y no dijo nada
cuando entré. Era su día libre, así que difícilmente podía quejarme, pero estaba
totalmente fuera de lugar.
—Buenos días —lo intenté, de todos modos.
Se puso de pie y llevó su café al fregadero y lo vació.
—¿Lo es? —preguntó crípticamente, y luego desapareció por la escalera del
personal, pasando al Chef que estaba subiendo.
Fruncí el ceño y me preparé un espresso y le pedí al chef que me hiciera una
tortilla de clara de huevo.
Él gruñó.
—No hay problema, Monsieur —dijo en un tono que me hizo preguntarme si
escupiría en él.
—Excelente. Lo tomaré en la cubierta superior en quince minutos. ¿Todos bien
esta mañana? —pregunté.
—Oui —respondió Chef en un tono que decididamente decía “no”.
—Está bien, entonces —murmuré sarcásticamente—. Iré a bañarme.
Acababa de salir de la ducha cuando Dauphine entró de golpe en la habitación.
—Disculpa —me quejé—. Me estoy vistiendo.
Su rostro era atronador, y pateó con su pie.
—¡No me importa! —ella gritó—. ¿Por qué la dejaste irse? —Su rostro se
derrumbó en un fuerte sollozo y corrió hacia adelante para enterrar su rostro en mi
estómago.
—¿De qué estás hablando? —La abracé hacia mí con una mano mientras
sostenía mi toalla con la otra.
—¡Todo es tu culpa! —Se apartó de mí y empezó a golpearme el estómago—. Oh
—se quejó ella—. Tu estómago es demasiado duro.
Me reí.
—Me estoy tensando para que no me lastimes.
—Parar de reír, no es gracioso. Sabía que no te gustaba ella. Lo sabía. ¿Por qué,
papa? ¿Por qué?
—Cristo. —Dejé escapar un largo suspiro y apreté mi toalla firmemente
alrededor de mi cintura y luego entré en el dormitorio. Señalé el sofá—. Siéntate.
Mi hija pisoteó y se sentó.
—¿De qué estás hablando?
—Josie se fue.
Mi estómago cayó hasta los dedos de mis pies, y mi corazón se sentía como diez
toneladas de concreto.
—¿Ella se fue?
Fue entonces cuando noté una carta doblada arrugada en el pequeño puño de
Dauphine. Ella la golpeó en mi pierna.
—Está en inglés. Léemela.
—¡Dauphine! No me hables así —le advertí y tomé la carta.
En lugar de su disgusto normal cuando sabía que me había empujado demasiado
lejos, obtuve una mirada de chispas puras. Suspiré y la miré. Monsieur Pascale estaba
escrito en delicada cursiva. Incluso tenía una letra hermosa.
—Esto es para mí. Así que creo que debería leerla.
—Andrea y Evan ya la leyeron, así que no es privado.
Mis cejas se dispararon.
—Oh, ¿lo hicieron? —Iba a tener unas palabras con los dos—. Bueno, no la vas a
leer tú. Está dirigida a mí. No a ti. ¿No se despidió de ti?
—Lo hizo. —Dauphine asintió en silencio, sus lágrimas seguían rodando
calientes y rápidas por sus mejillas, mientras su pequeña barbilla temblaba.
La abracé más cerca con un brazo.
—Sabía que no te gustaba —gorjeó Dauphine—. A veces eras malo con ella. No
eres malo, papa. ¿Por qué fuiste malo con Josie?
—Ella me gustaba mucho, y yo no estaba… —Me interrumpí—. Tal vez fui brusco
a veces.
Dauphine se disolvió en lágrimas de nuevo.
Mierda. Mi corazón se retorcía en mi pecho al pensar en la partida de Josie y al
ver a mi hija tan angustiada.
—Me gustaba. —Hice una mueca—. Me gustaba mucho. —Dios, si tan solo
pudiera explicar la mitad de esto.
—Es tan agradable.
—Lo es. —Asentí.
—Y amable.
—Oui.
—E inteligente.
Me pellizqué el puente de la nariz.
—Oui.
—Y me hace reír.
A mí también.
—Y me enseña cosas, y puedo contarle mis secretos y no se ríe, y me hace sentir
segura en la noche, y sabe cuánto echo de menos a mamá, y no dice estupideces.
—¿Qué estupideces?
—Como dice todo el mundo. Mis maestros, tú, el médico con el que me hiciste
hablar. Todos dicen que mejorará, dicen que lo sienten. ¿Por qué lo sienten? Lo siento
no trae de vuelta a Maman.
—No. No lo hará.
—Y... es mi amiga. mi mejor amiga. Si no la traes de vuelta, nunca te volveré a
hablar. Nunca.
Chupé mis labios.
—De acuerdo. Bueno. Ahora vamos a navegar hasta Cap Ferrat y puedes
contárselo a Mémé.
—Le diré a Mémé que hiciste que Josie se marchara. Oí hablar a Evan y Andrea.
¡La despediste!
Cerré los ojos con fuerza y luego dejé escapar un largo suspiro. Quería negarlo,
pero sería mejor que no lo hiciera. En primer lugar, por enviar el correo electrónico
hace unas semanas a Tabitha Mackenzie y nunca retractarme, y segundo, actuando
como una maldita bestia anoche, pero al final, su partida fue lo mejor para todos. Tal
vez no Dauphine, pero...
—Lo superarás —le dije suavemente a Dauphine. —Harás nuevas ami…
—¡Te odio! —Corrió hacia la puerta y la cerró de golpe detrás de ella.
—Supongo que tengo una preadolescente —murmuré, y luego miré fijamente la
carta, mis entrañas se retorcieron.
Tres horas más tarde, mientras el yate daba la vuelta al promontorio y se
adentraba en la pequeña bahía donde estaba la villa de mi madre, Dauphine no me había
dirigido una sola palabra. Empacó casi todos sus animales, lo que me dijo que estaba
haciendo una declaración de que no regresaría al barco en el corto plazo. Me dolía el
pecho por la culpa. A pesar del tono serio y ligero de la carta de renuncia de Josie,
haciéndome saber lo bien que lo había pasado con Dauphine y que una oportunidad de
trabajo la esperaba en casa, no pude evitar sentir que estaba haciendo lo incorrecto al
dejarla ir y también que probablemente estaba realmente molesta. ¿Creía que tenía una
oferta de trabajo? Ciertamente, era posible. Cualquiera sería un tonto si no la contratara,
pero de alguna manera, sabía que esa no era la razón. El motivo era todo mío, y no pude
evitar el respeto a regañadientes que tenía por ella dibujando una línea en la arena y
yéndose a raíz de lo que había sucedido entre nosotros.
Al parecer, Evan llevó a Josie a la estación de tren de camino a Sofia Antipolis y
se marcharon temprano para evitar el tráfico.
Mi madre nos esperaba para almorzar en su terraza, así que tan pronto como
Paco echó el ancla, Dauphine y yo, con sus maletas, llevamos el bote auxiliar al pequeño
embarcadero de concreto donde uno de los encargados de la casa de mi madre, que
hacía las veces de seguridad, estaba esperando con Jorge, su secretario privado. Jorge,
flaco y siempre impecablemente vestido, tenía un aire afeminado y era, por lo que pude
ver, completamente atemporal. Se veía y vestía exactamente igual desde que comenzó
en este puesto hace más de veinte años. Arriette solía bromear diciendo que era un
vampiro. El administrador de la casa de mi madre, Albert, formaba parte de un equipo
formado por marido y mujer que hacía de todo, desde la compra hasta el
mantenimiento, y vivía en la propiedad. Albert había envejecido, pero todavía se veía en
forma y fuerte.
Le lancé la cuerda a Albert y él nos ató a la pesada cornamusa de amarre de
hierro antes de echarnos una mano.
—Justo a tiempo —elogió Jorge después de que todos dijimos nuestros saludos.
Albert y yo agarramos las maletas de Dauphine y subimos los escalones de piedra
excavados en el acantilado.
Mi madre esperaba en la parte superior junto a la puerta de hierro forjado de su
villa. Llevaba pantalones palazzo blancos, una túnica de colores brillantes y perlas en el
cuello. Su cabello, aún costosamente rubio y salpicado de plata, estaba perfectamente
recogido en su característico moño. Ella levantó las manos en señal de bienvenida.
—Ma petite! —exclamó, agarrando a mi hija en un fuerte abrazo y luego
besándola en cada mejilla. Se levantó y la miró de arriba abajo—. Eres una delicia para
estos ojos. ¡Te extrañé!
Después de que Dauphine le devolviera los sentimientos, mi madre se volvió
hacia mí y me besó en ambas mejillas.
—Vengan. El almuerzo está servido.
Caminamos hasta la terraza con una balaustrada de piedra que daba a la bahía
rocosa de abajo y mi yate anclado a poca distancia. Su ama de llaves y esposa de Albert,
Astrid, nos saludó y nos sirvió un poco de vino y agua.
Dauphine y mi madre charlaron mientras buscaban sus asientos. El almuerzo
consistía en salmón ahumado, ensalada y baguette.
—Por favor, pásale la canasta de pan a tu padre, querida —se dirigió mi madre
a Dauphine.
—No le hablo, tendrá que tomarlo él mismo.
Las cejas de mi madre se levantaron suavemente.
—¿Y qué hizo para merecer esto? —preguntó, mirándome a los ojos.
Debería haber sabido que tendríamos que hablar de la niñera otra vez.
—Despidió a Josie y la envió lejos. ¡Y ella no hizo nada malo, Mémé!
—¿Y quién es Josie? —preguntó mi madre.
—Era la niñera estadounidense que contraté. No tenía experiencia. —Mordí un
trozo de pan—. Todo sucedió en el último minuto, y no la despedí, ella renunció.
Desafortunadamente, Dauphine se encariñó bastante con ella, me temo que no me di
cuenta de cuánto.
—Oh. —Mi madre palmeó la mano de Dauphine con simpatía—. Habrá otras.
Mi hija olfateó.
—Era mi mejor amiga.
—¿Pasó algo? —me preguntó mi madre.
Tomé un trago de vino rosado, más grande de lo que pretendía. Casi se fue por
el camino equivocado y tosí. Negué con la cabeza, ahora ella iba a sacar conclusiones.
—Oh —dijo mi madre, ladeando la cabeza hacia un lado mientras me estudiaba.
No podía decir si estaba divertida, disgustada o simplemente empática—. Eso es
desafortunado —dijo, con la boca curvada. Quizás pensó que Josephine se me había
insinuado o algo así—. Evan debería haber dicho algo.
—No fue ella. Yo... —mi mirada se desplazó a Dauphine y luego a mi madre—.
Simplemente no era adecuada. Espera, ¿qué quieres decir con Evan?
—Como ya dije, es desafortunado porque ella está en camino.
Esta vez tosí.
—¿Qué? —La pequeña descarada se había estado haciendo la tonta. Le fruncí el
ceño a mi madre.
—¿De verdad? —preguntó Dauphine, luego miró por encima de mi hombro hacia
la casa—. ¡Josephine! —Ella saltó y pasó corriendo junto a mí.
Me di la vuelta y ahí estaban Josephine y Evan, a quienes Jorge estaba
acompañando a las puertas del patio. El rostro de Josephine era todo sonrisas al ver a
Dauphine, pero por la forma en que su piel palpitaba de color rojo brillante hasta las
orejas, me di cuenta de que estaba avergonzada de estar aquí.
Yo estaba jodidamente avergonzado. Miré a Evan.
—He estado tratando de llamarte, jefe. Pero me rendí y llamé a Madame Pascale.
La huelga de los trabajadores del tren ha cerrado todas las líneas y no llegará a París a
tiempo para el vuelo de esta noche. Llamé a Marie Louise para intentar ponerla en el
vuelo de mañana, la huelga debería terminar en unos días, por lo que tendremos mejor
suerte más adelante esta semana.
Me había olvidado de los ataques planeados e inmediatamente me sentí como
una mierda por poner a Josephine en esta posición. Bueno, incluso más mierda de lo
que me sentía hace apenas dos minutos, y luego sospechosamente molesto porque
fácilmente podría haberla llevado en un vuelo a París.
—Ven, debes conocer a Josie —le dijo Dauphine a su abuela. Luego a Josie—.
Mémé habla inglés.
Mi madre se adelantó y sonrió en señal de bienvenida.
—Soy la señora Pascale.
—Josephine Marin —respondió la ex niñera de mi hija—. Encantada de
conocerla. Siento mucho la intrusión inesperada.
—Tonterías, te unirás a nosotros para el almuerzo, tenemos mucho. Tú también,
Evan.
—Gracias señora, pero tomaré un bocado con Jorge adentro, necesitamos
discutir algunos detalles de seguridad.
Luego me dio una mirada pétrea antes de darse la vuelta para entrar. Excelente.
¿Todos los que trabajaban para mí planeaban ponerse del lado de Josie antes que del
mío?
—Como quieras. —Mi madre se dirigió de nuevo a la mesa y le hizo una seña a
Astrid, que ya se estaba apresurando a salir con otro juego de cubiertos y vasos para la
mesa redonda. Astrid nos separó a Dauphine y a mí y colocó el lugar de Josephine justo
entre nosotros. Por supuesto.
—Estas huelgas ridículas —espetó mi madre en francés—. Es irresponsable.
—Bueno —dije mientras sacaba la silla de mi madre para evitar tener que sacar
la de Josie—. Tienen razón, si necesitan más paga.
—No te tomé por un sindicalista —dijo, volviendo a colocar la servilleta en su
regazo.
—Bueno, como producto de una educación privilegiada —señalé con la mano a
nuestro alrededor—, y sabiendo lo bien que estamos, puedo decir que tienen razón en
sentirse enojados cuando el mundo que los rodea se vuelve más caro y nunca obtienen
un aumento de salario.
—Bof. —Mi madre movió la muñeca y cambió a inglés—. Josephine. ¿Hay muchas
huelgas en Estados Unidos?
—Mmm, realmente no. Quiero decir que hay sindicatos para las fábricas, pero
no tanto para la infraestructura. —Sus ojos se movieron hacia donde se estaba
sirviendo salmón y ensalada. No me había mirado ni una sola vez, y me di cuenta de que
ni siquiera nos habíamos saludado. Dios, yo era un imbécil. ¿Cómo debe sentirse ella en
este momento?
—Es un inconveniente aquí. Hay una huelga cada vez que me doy la vuelta,
parece en estos días.
—Siempre ha habido huelgas, es parte de la vida francesa —dije, divertido por
el nuevo sentido de los principios de mi madre.
—¿Y no te importa? —desafió mi madre.
—Por supuesto que sí. —Me encogí de hombros—. Pero sorteo el obstáculo. —
Le ofrecí la canasta de pan a Josie y luego le serví un poco de vino. Lo logré todo sin
dejar de concentrarme en dirigirme a mi madre para no tener que cruzar miradas con
ella.
—Oui —intervino Dauphine—. Las montañas están hechas para encontrar un
camino, no para detener tu viaje —repitió como un loro mi frase favorita que le decía
cada vez que me decía que no podía hacer algo difícil, como la tarea. Se volvió, con sus
ojos brillando orgullosamente hacia mí.
—Muy bien. ¿Me estás hablando de nuevo? —le pregunté en francés.
Ella sacó la lengua.
—Josie ha vuelto. Lo dejaré de hacer si ella se va de nuevo.
¿Si ella se va?
Finalmente me arriesgué a mirar a la mujer en cuestión, pero ella estaba
concentrada en su plato, sus mejillas aún ardían y probablemente acababa de escuchar
su nombre en nuestra interacción en francés. De repente me di cuenta de lo incómoda
que debe sentirse al verse obligada a comer conmigo después de cómo quedaron las
cosas entre nosotros, y no fue como si yo la hiciera sentir bienvenida y la hubiera
invitado a quedarse y comer. Mi madre hizo eso. Agrega el hecho de que la última vez
que nos vimos, ella estaba teniendo un orgasmo en mis brazos, y... mierda. Cerré la
imagen de eso y tomé un sorbo de agua.
Tenía que sentirse humillada y vulnerable y, si sabía algo sobre ella hasta ahora,
enojada como la mierda. ¿Me aproveché de ella?
Mi estómago se apretó. Incluso la idea de que ella estuviera enfadada me
excitaba. Yo era un choque de trenes.
Volví a mirar a Dauphine y a mi madre, solo para ver los ojos de mi madre
entrecerrados sobre mí.
Le di una sonrisa delgada.
—Entonces, Madre. Cuéntanos sobre tu último proyecto de caridad.
El resto del almuerzo transcurrió rápidamente. Traté de prestar atención a las
noticias de mi madre, y pronto se despejó el almuerzo y Dauphine estaba arrastrando a
Josie a la casa para darle un recorrido.
—Alors —dijo mi madre tan pronto como estuvimos solos—. ¿Cuánto tiempo
estuviste durmiendo con la pobre chica antes de que se armara de valor y te dejara?
CAPÍTULO TREINTA

Los ojos de mi madre me clavaron con su característica mezcla de desaprobación


y lástima.
El peor aspecto.
Recordé una mirada similar una noche hace eones cuando me escabullí de vuelta
a casa, metí el Porsche de mi padre en el garaje a las tres de la mañana después de
robarlo para dar un pequeño paseo. Lo hice en un intento por impresionar a mis amigos,
y a una chica, por supuesto, aunque fracasó cuando el padre de la chica nos encontró
con su asiento de pasajero reclinado, mi mano en el camisón de su hija y mi lengua en
su garganta. Supongo que debería haberme sentido afortunado de que no viviéramos
en la tierra de las armas, pero en ese entonces, la ardiente humillación de ser atrapado
era como ser sostenido contra una pared por mi garganta. Conduje a casa con cuidado,
mi valentía y machismo anteriores se habían ido, y rezaba como un moribundo para
que una llamada telefónica sobre mi comportamiento no me llevara a casa antes. Por
desgracia, mi madre esperó en la oscuridad del garaje hasta que pensé que estaba casi
libre en casa, el motor en ralentí se silenció, la cubierta contra el polvo volvió a cubrir a
la ruidosa bestia, antes de encender la luz fluorescente del garaje y asustarme como la
mierda. “No te convertirás en tu padre” gruñó.
—No me mires así —le dije ahora, a través de la mesa del almuerzo—. No tengo
dieciséis años, y no me voy a acostar con ella.
—Xavier. No soy ciega, y no estoy siendo prejuiciosa. Al menos no sobre lo que
piensas. No hay esposa a la que engañar —dijo sobre el sonido burlón que hice.
Ouch.
—Pero mon dieu, Xavier. ¿No aprendiste nada del comportamiento de tu padre?
No te acuestas con la servidumbre. Qué extremadamente grosero. Ciertamente, no en
tu posición. Si ocurriera una demanda ahora con todo lo que has construido, o si los
medios se enteraran… bueno, y sin mencionar lo terrible que sería para Dauphine. Muy
confuso.
—Otra vez. No me voy a acostar con ella —le espeté—. Es... es por eso que no la
detuve cuando renunció. —Sentí una mueca ante mi admisión, incluso mientras trataba
de permanecer estoico.
—Ah, pero querías acostarte con ella. —Confía en mi madre para simplemente
sacar lo que estaba bailando.
Dejé escapar un suspiro. A pesar de que yo fui un adolescente imposible y era el
principal responsable de los mechones plateados que ella pagó una fortuna para
mezclar con el rubio de su salón, también nos hicimos cercanos después del divorcio de
mis padres. Agarrando mi copa de rosado, bebí el último sorbo y lo llené de agua. Dios
sabía que necesitaba mi ingenio sobre mí.
—Ya sea que quiera o no, es irrelevante. Ella se irá.
—No hasta al menos mañana.
—¿Y qué? Es una noche, no soy tan débil o desesperado. De todos modos,
hablemos de otra cosa. ¿Cuánto tiempo estarás aquí? Sin un poco de ayuda para
Dauphine, realmente me vendría bien esta semana. Estoy ocupado por el trabajo y odio
dejarla siempre en el barco con la tripulación.
—Estaré aquí por cinco días. Ella puede quedarse, luego me espera una reunión
de la junta en Mónaco para la Roman Heritage Society. Eso me recuerda que debo
decírselo a Dauphine. Han descubierto un naufragio de casi dos mil años aquí mismo en
el pueblo, junto al antiguo puerto romano. Estaban cavando para poner un
estacionamiento de todas las cosas. —Su rostro se torció en disgusto—. Honestamente,
nada es sagrado con esta gente. Gracias a Dios tuvimos el sentido común de insistir en
que el equipo arqueológico se involucrara en la preparación del sitio. Sabes que
simplemente habrían arrasado a través de él, sin saberlo. En fin, lo puse en la agenda.
Necesitamos recaudar fondos para preservar la cosa y luego exhibirla. ¿Supongo que no
te apetece volver a ser mecenas este año?
—Como siempre, simplemente hazme saber qué tan grande es el cheque que se
debe escribir y dónde enviarlo.
—Eres un buen hijo para tu mamá —dijo cariñosamente.
—Sí, y estoy seguro de que eso te convierte en la miembro favorito de la junta.
Ella levantó un hombro junto con su ceja.
—No es la única razón, pero seguro que ayuda. En ese sentido, estoy de nuevo
en el comité anfitrión de la gala. Si pudieras comprar una mesa, encontraré a las otras
nueve personas.
—Seguro. Por supuesto, pero nada de citas de emparejamiento.
—Xavier, ¿cómo se supone que debo invitar a una dama extra para inventar
números y no esperar que te lleves bien? Pero por suerte para ti, no tengo a nadie en
mente en este momento.
—Bien, no lo pienses demasiado. No estoy listo.
Ella me dio una mirada de acero. Nunca se había llevado bien con Arriette, y
supongo que pensó que debería superarla más rápido.
—Han pasado dos años…
—No estoy listo —reiteré—. Además, pensé que tú eras mi cita.
Miró hacia el océano, la brisa soltó un mechón de su moño perfecto.
—Yo… podría haber conocido a alguien —dijo con voz baja, insegura.
—¿En serio?
Se alisó el mechón errante detrás de la oreja, con las yemas de los dedos
presionándolo de nuevo en su peinado.
—No quise decir nada, no hasta que estuviera segura de mis sentimientos, pero
sí. Creo que sí.
—¿Alguien que yo conozca?
—Espero que no. Sin ofender, pero él es... italiano. Lo conocí a través de unos
conocidos en Mónaco. Vive en San Remo. —San Remo estaba un poco más lejos a lo
largo de la costa al otro lado de la frontera italiana—. Él es agradable. Sin
complicaciones. Amable. Todavía no ha estado aquí.
—¿Él sabe quién eres?
—Sabe que tengo un hijo.
—¿Estás escondiendo tu dinero? —pregunté, mi incredulidad era obvia incluso
para mis propios oídos. A mi madre le encantaba vivir un nivel por encima de todos los
demás. Al menos, pensé que así era—. ¿Y me estás escondiendo?
—Bueno, mírate. —Hizo un gesto con la mano hacia arriba y hacia abajo—. Eres
un gigante en los negocios. Dios sabe que no obtuviste eso de tu padre. Estoy feliz de
tomar el crédito, pero creo que tal vez podrías... intimidar a un hombre normal. No es
que esté diciendo que Giuseppe sea ordinario, no de esa manera, es notable en muchos
sentidos…
Mi madre se apagó bajo mi escrutinio.
Me bajé los lentes de sol para estudiarla de verdad.
—¿Te estás sonrojando? —pregunté.
—¡Tonterías! —Me tiró la servilleta—. Yo no me sonrojo.
—Estás sonrojada. —Me reí.
—Te estás riendo, eso es bueno, ¿no? Esperaba que fueras más protector.
—Soy protector. Todavía voy a hacer que lo investiguen. —Me tiré a la boca un
trozo de pepino restante que estaba en el borde de mi plato.
—Okey.
—Estaba bromeando, confío en tu juicio.
—Yo no, no en asuntos del corazón. No después de tu padre. —Volvió a mirar
hacia el mar.
Inhalé profundamente por la nariz. Esa era la cosa, ¿no? Uno podría tener todo
el buen juicio e intuición del mundo, y tener éxito en los negocios, pero aquellos a los
que elegías darles tu corazón, que tenían el poder de lastimarte más, ahí era donde la
familia Pascale parecía tener un punto ciego.
Era consciente de todos los espacios oscuros en mi corazón. Nunca más que
ahora mismo. Se habían vuelto cómodos, esos espacios oscuros, pero de repente me di
cuenta de que, durante las últimas dos semanas, se habían vuelto como arena en las
grietas, rotas e irritantes, y definitivamente quería apartarlos del camino y dejar que
entrara la luz. Mirando a mi madre, notando el brillo que había perdido cuando llegué
hoy, parecía como si estuviera viviendo de nuevo.
Me pregunté cómo se sentía eso.
Me preguntaba si alguna vez me sentiría lo suficientemente valiente como para
intentarlo.
Dauphine llegó corriendo por la hierba hasta el patio de piedra, con Josie detrás
de ella. Estaba sonriendo por algo que dijo Dauphine, pero se deslizó un poco al verme
y volvió a concentrarse en mi madre en su lugar. Dios, ¿por qué me sentía tan mal por
ella?
—Tiene una casa hermosa —Josephine se dirigió a mi madre—. ¿Arquitectura
de la Belle Epoque?
—Así es, construido en la década de 1880. ¿Te gusta la historia?
—Sí, y la arquitectura, por supuesto.
—¡Josie es arquitecta! —dijo Dauphine con orgullo.
Mi madre me miró, y sus cejas se levantaron de nuevo antes de volverse hacia
nuestra visitante.
—¡Dios! Mi hijo no me lo dijo.
—No —dijo Josephine, con los ojos fijos únicamente en mi madre—. Supongo
que no lo hizo. Salí hace varios años. Algunos de mis cursos favoritos en la universidad
fueron las influencias arquitectónicas en esta parte de Francia. También tengo algo de
herencia francesa. Siempre ha estado en mi lista venir aquí en persona.
—Bueno, sé que te diriges a casa, pero espero que hayas podido ver algo de la
arquitectura a lo largo de la costa. Abarca desde antes de la época romana.
—Mmm, no. No pude ver mucho en realidad. No de cerca de todos modos. —Sus
ojos se posaron en los míos brevemente—. Tendré que planear un viaje aquí en otro
momento.
—¿Qué? ¿Estuviste prisionera en ese barco? —mi madre amonestó.
Ella es la jodida niñera, quería protestar. Ahí es donde está su trabajo estaba. Lo
que sea.
Josephine soltó una pequeña y tensa carcajada, y aunque sabía que no estaba
obligado a proporcionar viajes y excursiones para las personas que contraté para cuidar
de mi hija, de repente me sentí culpable y arrepentido. Lo cual se sentía como la cosa
más estúpida del mundo. Mi madre llevó a Josie a la mesa para que se sentara y le hizo
señas a Astrid para que nos trajera café después de que ella hubiera limpiado la mesa.
—Entonces —dijo—. ¿Cómo se encuentra una arquitecta trabajando como
niñera para mi hijo gruñón?
—Disculpen —les dije—. Tengo que hablar con Evan y hacer algunas llamadas.
—Me incliné y besé a mi madre en la mejilla y le di la espalda, caminando hacia las
puertas del patio que conducían al interior. No necesitaba sentarme ahí mientras mi
propia madre me pinchaba pasiva y agresivamente.
—¿Tienes que irte de inmediato? —La oí preguntarle a Josie—. Tal vez podrías
quedarte en el área unos días más. Sabes que estoy en varios comités de preservación
y puedo indicarte algunas áreas maravillosas para visitar.
¿Unos pocos días? Ella estaría aquí por una noche más, eso era todo. Cuanto
antes se fuera, antes podría olvidar la sensación de ella bajo mis manos y sacármela de
la cabeza.
—Mierda —murmuré mientras entraba en el fresco interior de la casa, mis
zapatos chirriaban ligeramente en el suelo de mármol.
—Venía a buscarte —dijo Evan, doblando la esquina—. Debería haber seguido
la maldición. ¿Qué pasa con tu trasero?
—Odio esa expresión.
—Lo sé, por eso la uso.
—¿Me estás diciendo en serio que no pudiste encontrar una manera de llevarla
a París para su vuelo? Tenemos un helicóptero por el amor de Dios.
—Voy a fingir que no me preguntaste eso. Me insultas.
Dejé escapar un suspiro y me froté el rostro.
—Lo siento, pero debe haberse sentido como una mierda al tener que venir aquí
y enfrentarme después de... después de...
Evan ladeó la cabeza.
—¿Después de que ella descubriera que querías que la reemplazaran, en contra
de mi consejo, por cierto? ¿O después de lo que pasó anoche en el club?
Mi cabeza se levantó y entrecerré los ojos.
—¿Qué hay de anoche? ¿Qué te dijo?
Levantó la palma de la mano y sonrió.
—Jesús. Cálmate, estaba adivinando. Ella no me dijo nada, pero tú acabas de
hacerlo.
—No pasó nada.
—Claro.
—No pasó nada —insistí. Realmente no. Excepto que sí, ¿no? Se desmoronó bajo
mis manos, y el recuerdo de eso incluso ahora hizo que mis piernas se debilitaran—. De
todos modos, no es asunto tuyo.
—¿Pero querías que sucediera algo más?
—Evan. Sé que eres mi amigo y te digo muchas mierdas, pero si no dejas de
hablar ahora mismo, vamos a tener que explicarle a mi madre por qué tienes los dientes
en el suelo.
Se estiró y colocó una mano en mi hombro.
—Voy a tomar el riesgo. Tienes unos días, incluso si puedo llevarla a París, no
puedo conseguir que tome un vuelo hasta el jueves por lo menos. Tal vez cambies de
opinión para entonces.
—¿Jueves? —Mi estómago dio un vuelco. Eran cuatro noches de tenerla cerca sin
Dauphine como amortiguador. Ella puede quedarse aquí. O en el barco y yo puedo
quedarme aquí, o en un hotel en Niza, o…
—Así de mal, ¿eh?
Estaba siendo ridículo. En serio, ¿qué iba a hacer? ¿Irrumpir en su camarote
como un hombre de las cavernas y violarla porque no podía controlarme? No. Yo no era
una bestia. Al menos, no normalmente, pero también, ella me cerró esa puerta anoche
antes de que tuviéramos la oportunidad de hablar sobre lo que pasó. Eso me dijo que
había pocas posibilidades de que me diera otra oportunidad. Sí, era hermosa y dulce
con mi hija, inteligente y divertida. Así era mucha gente. Podría aguantar unos días, solo
ella y yo si se quedara en el barco. Probablemente tampoco la vería mucho. Tenía
trabajo que hacer, como siempre. Ella podría comer con la tripulación y yo tendría
comidas en tierra. De hecho, podría ir y hacer su recorrido arquitectónico o lo que sea
durante el día.
—Lo que sea —dije y me encogí de hombros—. No es la gran cosa. Así que se
quedará hasta el jueves, y tal vez deberíamos llevarla a París el miércoles para que no
haya problema en llevarla a su vuelo.
Una noche menos con ella en el barco.
—Qué considerado de tu parte —dijo Evan inexpresivamente.
Levanté los hombros de nuevo con indiferencia casual, aunque el
endurecimiento de mis entrañas me dijo que estaba tratando de engañarme a mí
mismo, así como a Evan.
—Está bien entonces —dije—. Vamos a despedirnos de Dauphine y recoger al
polizón.
Me volví hacia la salida y Evan me detuvo, con una mano en mi brazo.
—X, espera. Te mereces un poco de felicidad. O al menos algo de buen sexo.
Ninguno de nosotros te juzgará por ello.
—No necesito tu permiso —espeté y me encogí de hombros. Él levantó las
palmas de las manos y siguió caminando.
Pero no había manera de mentirme a mí mismo. La idea de estar a solas con
Josephine Marin en un barco, con la tensión entre nosotros, me estaba haciendo sentir
todo tipo de cosas de nuevo. Cosas físicas. Cosas que me había negado durante mucho
tiempo. Ahora que se decidió que se quedaría unos días más, sentí un escalofrío, ese
pequeño cosquilleo que sentí cuando me di cuenta de que estaba en algo en el trabajo
que iba a cambiar las reglas del juego. Un reto que valdría la pena. Tal vez Evan tenía
razón, tal vez solo necesitaba tener sexo. Josie ya no trabajaba para mí, así que
mentalmente podía tachar eso de mi lista de reservas. Si, si tuviéramos una aventura,
tendría fecha de caducidad incorporada, que era la única forma en que podía
contemplarlo.
Y la química entre nosotros me dijo que iba a ser bueno.
Oh, tan, tan bueno.
Retrocedí cuando Evan abrió la puerta del patio y me acomodé discretamente.
Okey. Tomé un respiro. Iba a hacerlo, si ella todavía me quería, claro está. Mi corazón
tronó de terror.
Salimos a la calle y me protegí los ojos del sol de la tarde.
—Buenas noticias —dijo mi madre—. Como ya no la necesitas en el barco,
Josephine se quedará aquí conmigo unas semanas y me ayudará con mi trabajo de la
fundación. ¿No es maravilloso? No te importa, ¿verdad?
CAPÍTULO TREINTA Y
UNO

Xavier Pascale había dominado el arte de mantener el rostro inexpresivo, así que
no tenía ni idea de qué efecto tuvo en él el pronunciamiento de su madre. O ninguno.
Dauphine volvió a la mesa después de arrojar algunos restos de pan a las
gaviotas por encima de la balaustrada justo a tiempo para escuchar el pronunciamiento
de Madame Pascale.
—¿Te quedarás conmigo aquí? —me preguntó, con sus ojos grandes y
redondos—. Pero, ¿por qué no regresas al barco? ¿Ahora te quedarás aquí en Francia y
no estarás conmigo? —Su tono me dijo que encontraba esto incomprensible. Sus ojos
se llenaron de lágrimas, su barbilla temblaba—. Papa me dijo que le gustas mucho. Así
que ahora no tienes que irte.
—Mmm, yo…— Miré impotente hacia Xavier.
Di algo, quería gritarle.
—Tal vez compartamos a Josephine —la tranquilizó Madame Pascale a su
nieta—. ¿Ella puede ayudarme y ayudar a tu papá? Además, estaré dentro y fuera de la
ciudad. —Miró a su hijo y yo miré entre ellos. Evan, por supuesto, estaba reprimiendo
una sonrisa. Era como si encontrara divertido el predicamento de Xavier.
Dios, esto era una tortura. Comencé el día sintiéndome como si no me quisieran
en absoluto. No era como si hubiera ido y tocado a mi puerta anoche. Ni siquiera llamó
cuando se enteró de que me fui con Evan. Fue como un golpe a mi ego, y ahora tenía la
clara sensación de que se estaban peleando por mí, y Xavier Pascale de repente había
sido superado por su madre, lo cual no tenía ningún sentido.
Él no quería que me quedara.
¿O sí?
La idea de poder quedarme unas semanas en esta hermosa casa y explorar y
aprender sobre la arquitectura local de la región era muy tentadora y un hermoso
premio de consolación. Sumado a que aún podría ver a Dauphine un poco más antes de
irme a casa. Madame y yo habíamos tenido una conversación maravillosa, y ella estaba
llena de información que yo quería extraer, y parecía encontrarme igualmente
encantadora.
¿También una triste verdad? Si Xavier me quería de vuelta en su barco, y cerca
de él, había un cero por ciento de posibilidades de que dijera que no. Lo que me hacía
bastante patética.
Xavier Pascale se aclaró la garganta y pareció recobrar el sentido. Se dio la vuelta
y tuvo una conversación tranquila con Evan, lo que dejó a Evan con aspecto
desconcertado.
—Dauphine, disfruta de unos días con tu abuela —dijo Xavier, volviéndose hacia
nosotras—. Tengo negocios que atender en Córcega mañana. Iba a sugerir que
Josephine podría querer venir a ver la arquitectura ya que tiene unos días libres, y luego
la traería de regreso pasado mañana.
Abrí la boca y luego la cerré.
Evan tenía la cabeza inclinada hacia un lado, mirando a su jefe, pero rápidamente
lo sacudió.
—Sí —dijo de repente y se volvió hacia mí—. Andrea me dijo que habías leído
sobre la arquitectura de Córcega, y yo venía para decirte que no podemos subirte a un
vuelo hasta el jueves. Parece una buena idea.
—Bueno, puedes cambiar la reservación de ese vuelo para dentro de unas
semanas —dijo Madame Pascale—. Mejor aún, déjalo abierto. —Luego se volvió hacia
mí—. Me gustaría poder acompañarte y ser tu guía turística, pero siéntete libre de
regresar aquí después de tu viaje y ser mi invitada, a menos que te quedes con Xavier y
Dauphine. —Ella sonrió, pero fue el tipo de sonrisa alegre que me hizo clavarme los
dientes en el labio con sospecha. ¿Ir a Córcega con Xavier en el barco? ¿Sin Dauphine
como amortiguador? ¿O como una razón para estar ahí?
—¡Pouah! —dijo Dauphine con la nariz respingona—. Se tarda mucho en llegar.
Me alegro de poder quedarme aquí con Mémé. —Ella envolvió sus brazos alrededor de
mi cuello—. ¡Te extrañaré!
Xavier se sentó junto a su madre y se inclinó para decirle algo.
Pasé mi mano por la espalda de Dauphine y le devolví el abrazo.
—Yo también, cariño. —Cuando Dauphine se alejó, miré a Evan—. Por supuesto.
Ir a Córcega suena genial, y es considerado. Agradezco que me incluyan.
Evan miró torpemente a Xavier, luego sonrió levemente.
—No hay problema. Bueno, deberían irse si van a llegar para la cena. Paco está
lleno de combustible y listo. Estoy seguro de que quiere adelantarse a la niebla que se
pronostica aquí para mañana.
—¿Nos dirigimos ahí ahora?
—Xavier tiene una cita mañana en Calvi.
—Oh, ah, por supuesto. —Me volví hacia Dauphine—. Diviértete, sirenita. Te
veré cuando regrese.
—¿Cuándo será eso? —Madame Pascale se cubrió los ojos mientras le
preguntaba a su hijo.
—Probablemente pasemos mañana por la noche ahí y regresemos al día
siguiente, y luego tengo negocios en Cannes. —Sabía que Cannes, donde se realizaba el
famoso festival de cine todos los años, estaba entre donde estábamos ahora y St Tropez.
Me moría por verlo.
Madame procedió a darme una lista de lugares para ver tanto en Calvi como en
Cannes, incluido el infame Hotel Carlton.
—¿Sabes que se rumorea que fue ahí donde Grace Kelly conoció al príncipe
Rainiero de Mónaco? Una historia tan romántica como trágica. —Ella colocó una mano
sobre su pecho.
—Está bien, madre —dijo Pascale después de un rato—. Pongamos este
espectáculo en marcha.
Mordí mi labio.
—Mmm. Madame, ¿le importaría mucho si intercambiáramos números en caso
de que tenga preguntas y necesite más consejos sobre dónde ir y qué ver?
Madame Pascale sonrió.
—¡Bien sur! Por supuesto.
Unos minutos más tarde, después de despedirnos de la madre y la hija de Xavier,
Evan y Xavier ayudaron a bajar mis maletas por las escaleras del acantilado hasta el
bote auxiliar. No estaba segura de cómo me sentía al estar en ese pequeño barco con
mis maletas. Parecía un poco precario.
—Tu madre es absolutamente encantadora, la amo —le dije a mi ex jefe en un
intento de entablar conversación y mantener mi mente alejada de la idea de un posible
naufragio. Mi ansiedad se había disparado, y probablemente no se debía en un cien por
ciento a la preocupación de caer por la borda, sino a este extraño giro de los
acontecimientos.
—Suenas sorprendida —dijo mientras me entregaba las maletas en el barco.
—¿Te has visto? —Salió antes de que pudiera comprobarlo.
Evan soltó una carcajada a expensas de su jefe que resonó en el acantilado rocoso
y rebotó en el agua.
—Lo siento —se disculpó rápidamente.
Xavier miró a Evan y dijo algo rápidamente en francés, a lo que Evan sonrió y se
encogió de hombros, luego entró con cuidado en el bote auxiliar. Evan me pasó y Xavier
me tendió la mano para tomar la otra. La agarré, cálida y firme, y luego entré con cautela
en el bote poco profundo.
—Te veré en un par de días. —Evan saludó y luego subió las escaleras,
sonriendo.
—Espera. ¿No vendrás? —le pregunté.
—Tiene asuntos que atender para mí —dijo Xavier, con la boca erguida por la
concentración mientras apretaba el estrangulador del bote.
—Oh. Bien. Entonces, ¿no necesitas un guardaespaldas en Córcega? —pregunté
con escepticismo.
Levantó una ceja y aceleró el motor.
—Es una visita no planeada.
—¿Pero no dijiste que tenías una reunión para almorzar? ¿Cómo es no planeado?
—Levanté la voz para que me escuchara.
—Haces muchas preguntas.
Le envié un mensaje de texto a Andrea.
No te sorprendas. Me dirijo de regreso al barco.
El sol de la tarde calentaba mis brazos desnudos y mi sencilla camiseta blanca.
Aunque el agua estaba un poco agitada. Se había levantado un viento. Me puse los lentes
de sol sobre los ojos y me concentré en nuestra travesía por el agua, agarrándome con
fuerza a las asas de plástico de los lados tiernos.
Otro yate estaba en la pequeña bahía. Un enorme monolito gris que podría tener
un aspecto militar si no fuera por los elementos de diseño de estilo nave espacial de
curvas y vidrio reflectante y las dos chicas en bikini bailando con música inaudita en la
terraza. Una bandera rusa ondeaba en la cubierta de popa. Miré hacia Xavier para ver si
se había dado cuenta, pero miraba directamente hacia nuestro destino.
—Estoy confundida —solté, tratando de ser escuchada por encima del viento.
—¿Qué pasa? —Se dirigió hacia la popa de nuestro barco anclado.
—Tu cambio de humor. Pensé que te alegrarías de deshacerte de mí. Casi lo
conseguiste. ¿Qué cambió?
Disminuyó la velocidad del motor y señaló la cuerda enrollada a mis pies. Lo
había visto a él y a Evan hacer esto tantas veces que sabía que me necesitaba para
agarrar la cornamusa de la plataforma y atarla cuando nos acercábamos.
Agarré la cuerda y me concentré en asegurarnos.
—Quiero decir, sé que Evan pensó que sería bueno para mí ver a Córcega, pero
no era necesario que estuvieras de acuerdo.
—Fue mi idea. No suya.
Mi cabeza se acercó a la suya, pero no pude leer nada detrás de sus lentes de sol.
—¡Josephine! Estás de vuelta. —Paco bajó los escalones, poniendo fin
efectivamente a la posibilidad de obtener algún tipo de aclaración a esa extraña
declaración.
Le devolví la sonrisa al capitán porque era imposible no hacerlo.
—Capitán Paco. El destino no quería que me fuera hoy. Hubo una huelga y no
pude tomar el tren.
—Lo oí. —Paco subió mi equipaje a los escalones, y Rod lo agarró y lo llevó
adentro. Estuve de pie en la brisa en la cubierta principal mientras Paco y Xavier
guardaban la embarcación auxiliar. Por encima de nosotros, en el acantilado, busqué la
balaustrada de la casa de Madame Pascale y la vi a ella y a Dauphine de pie junto a la
barandilla, pareciendo diminutas desde esta distancia. Saludé, y ellas me devolvieron el
saludo.
Xavier pronto se unió a mí, y nos quedamos en silencio uno al lado del otro
mientras el motor se encendía y Paco jalaba el ancla, luego nos sacó de la bahía. Se había
levantado un viento frío y se me puso la piel de gallina en los brazos desnudos, o tal vez
era por estar de pie junto a este hombre.
Hizo un suave carraspeo como si estuviera a punto de hablar. Cuando no sucedió
nada, me giré hacia él, esperando, mientras miraba hacia el agua.
—No sé lo que soy para ti en este momento —comencé—. Quiero decir, ¿sigues
siendo mi jefe? ¿Soy tu invitada?
Su rostro se volvió hacia el mío, y sus ojos azules tan complejos como el océano
debajo de nosotros, se fijaron en mí.
—¿Qué quieres ser?
Mi corazón saltó en mi garganta, cortando el aire.
Negó con la cabeza de repente.
—Lo siento, yo… —se cortó a sí mismo. Hizo una mueca con los ojos cerrados—
. Sé que debes estar enojada…
Mi cabeza se inclinó hacia atrás con sorpresa.
—¿Enojada? ¿Por qué estaría enojada? —Esa era la última emoción que estaba
sintiendo.
—Después de anoche. Después de lo que hice, y luego te fuiste, y yo no te detuve.
Te dejé marchar, pensando... —se apagó.
—¿Pensando qué? —invité.
—Lo siento, no creo que pueda hacer esto. Pensé que podía, yo…
Estalló el pánico, pero exactamente por lo que no podría decir. Simplemente
reconocí el sentimiento, sabiendo que tendría que examinarlo más tarde.
—¿No puedes hacer qué? —pregunté.
—No sé. —Tragó saliva y apartó la mirada.
La claridad me golpeó. Me había pedido que volviera al barco, sin Dauphine. Mi
estómago dio un vuelco, y lo supe.
Parecía vulnerable de repente. Tan rico y poderoso como era, también era solo
un hombre. Se sintió atraído por mí, lo había admitido. Mostrado, en realidad, en
términos muy claros. Para ser justos, probablemente solo quería tener sexo, pero mi
relación con su hija había complicado las cosas.
Y ahora, por la razón que fuera, no sabía si proceder ni cómo hacerlo. A eso se
refería con no poder hacer esto.
Mi corazón pareció hincharse hasta convertirse en una bestia que golpeaba
pesadamente mientras contemplaba si ayudarlo a cerrar la brecha entre nosotros.
Estaría arriesgando mi corazón, lo sabía. Podría ser solo lujuria por él, pero estaba
involucrada tanto con él como con su hija. Mierda. Me dolería cuando me fuera. Me mató
esta mañana despedirme de Dauphine y marcharme sin ver a Xavier por última vez. Tal
vez era mejor dejarnos sin complicaciones.
—Me preguntaste qué quería ser para ti —dije en voz baja. Observé sus manos
en la barandilla apretándose con fuerza—. ¿Qué tal… —Dios, esto era todo. Dar el
primer paso, o no. Después de la forma en que me sentí al irme esta mañana, después
de lo que compartimos anoche. No. No podría hacerlo de nuevo—. ¿Qué tal... sólo...
amigos?
Inhaló por la nariz y cerró los ojos.
—Por supuesto. —Luego se apartó de la barandilla. Se llevó la mano al cabello y
se dio la vuelta, luego volteó otra vez, luego dio media vuelta por última vez y entró.
Su partida fue como apagar una llama. Yo era una cobarde de mierda.
Me quedé ahí, respirando el viento y preguntándome si había cometido un error.
Examiné mi vacilación, y la suya. Sí, Dauphine complicaba las cosas. Yo no era una
extraña, tenía vínculos con su familia, pero tampoco vivía aquí. Me iría a casa, si no el
jueves, en unas pocas semanas. Nadie estaba pidiendo un compromiso, yo no lo hacía,
no podía. Tenía una vida a la que regresar y una carrera por reconstruir. Esto no era un
cuento de hadas. ¿Quién dijo que no podíamos simplemente disfrutar el uno del otro
por un par de días? ¿Sacarlo de nuestros sistemas y seguir adelante? Por un segundo
dejé ir mi mente fuertemente controlada y conjuré la imagen de él y yo juntos.
La química de anoche.
Sin ropa entre nosotros.
Mi vientre entró en caída libre y luché por contenerme y apagar las imágenes.
Respiré temblorosamente y reproduje nuestra conversación. Le ofrecí simple
amistad. Por supuesto, me dijo. ¿Su reacción fue de alivio o decepción? Era Xavier
Pascale de quien hablábamos. Era el tipo de hombre que iba tras lo que quería, no había
llegado a donde estaba en la vida por no haberlo hecho. No esperaba el permiso, él
creaba la oportunidad. Entonces, ¿qué tenía de diferente esta situación? ¿No confiaba
en mí para no hacerlo emocional?
¿Era capaz, en esta etapa, de no hacerlo emocional?
Negué con la cabeza a mí misma. Por supuesto. Usé mis emociones para que
todos las vieran, y él pudo verlo. Vio mi amor por Dauphine, yo no era material “sin
ataduras”. Ese era definitivamente un territorio peligroso para un padre soltero. Sin
duda, uno en su posición. Suspiré, esto era probablemente lo mejor. Traté de aferrarme
a la sensación de que me dije a mí misma anoche cuando regresé a mi habitación y tomé
la decisión de irme. La atracción entre nosotros era peligrosa. Se sentía imprudente, y
si a mí me pareció así, debe sentirse peor para él. Tenía mucho que perder. El corazón
de una niña para romper era parte de eso.
Doblamos el promontorio, y el sol de la tarde bañaba la cubierta y el agua con
oro. El yate cortó las olas, ondulando suavemente. Pensé en lo que había leído sobre
Córcega para distraerme.
Detrás de mí la puerta se abrió de nuevo, Andrea probablemente. Me di la vuelta.
Era Xavier, se detuvo y nos miramos el uno al otro.
El sol ardía fuego alrededor de su cabello oscuro, y sus ojos brillaban, escupiendo
oro en la luz de la tarde. Era tan hermoso, que en realidad me dolía el pecho.
Luego vino hacia mí y siguió acercándose hasta que estuvo a centímetros de
distancia.
Mi aliento se congeló.
Sus brazos me enjaularon contra la barandilla.
La piel de gallina me subió por los brazos.
Dios, estaba tan cerca.
—Si… si eso es lo que quieres —logré decir. Olía tan bien: la madera de cedro y
la sal del océano se derritieron en mis sentidos—. Quiero decir, siempre podrías
necesitar otro. Amigo, quiero decir. —Estaba tratando de bromear, pero salió mal.
Sacudió la cabeza, y luego se tambaleó hacia adelante y su frente cayó sobre la
mía.
—Pero eso no es lo que quiero. Je veux... Quiero tu boca. —Hizo una pausa y yo
inhalé su aliento—. Esta boca deliciosa pero molesta, quiero devorarla, quiero invadirla.
Eso podría ser un poco más que amigos, ¿verdad?
No sentía mis piernas. Era solo aire burbujeante y lujuria derritiéndome contra
él.
Su mano se enroscó en mi cabello, aflojando el desordenado moño y luego
retorciendo los mechones alrededor de su mano. Murmuró algunas cosas en francés,
luego en inglés. Cosas sobre mi cabello, y si había que creer en las habilidades de
traducción de Meredith, algo sobre mi trasero, estaba delirando.
Podría estar diciéndome que estaba a punto de tirarme por la borda, y yo no
pestañearía.
Él inclinó mi rostro hacia arriba.
Se me hizo la boca agua.
Sus ojos ardían.
—¿Y tú qué quieres? —dijo con voz áspera.
No dudé. No podía. No ahora.
—A ti —logré decir en silencio—. Por favor. Por favor, bésame.
Y luego, dulces ángeles misericordiosos, sus labios cerraron la distancia y se
inclinaron sobre los míos.
Me agarré de sus hombros y de las solapas de su camisa de algodón. ¿Estaba
pasando esto realmente?
Me estaba besando. Finalmente.
Dios, me estaba besando.
Sus labios eran celestiales, suaves al tacto, duros con intención, la barba
incipiente de su barbilla enviaba llamas en cascada sobre mi piel y mi vientre,
quemándome de adentro hacia afuera. Sus labios mordieron y saborearon, tiraron y
luego abrieron. Su lengua se deslizó contra la mía.
Oh, Dios.
Un gemido llenó mis oídos. Primero mío, luego el suyo.
Abrí, saboreándolo. Mi cuerpo se inundó de calor. Mi lengua presionó hacia
adelante, necesitando más, y él la tomó. Profundamente. Sus manos sostuvieron mi
cabeza, inclinaron mi mandíbula, su pulgar abrió más mi boca como si no pudiera tener
suficiente, y su lengua profundizó. Acariciándome, bebiéndome. Me estaba devorando
y me encantaba.
Esto era lo que se suponía que era besar. Nunca sería capaz de besar nunca más
y no comparar. Lo sentí a lo largo de cada célula de mi cuerpo mientras se quemaban,
dejando cenizas a su paso.
Jesús. Era embriagador. Adictivo. Estaba hambrienta. No pensé que podría tener
suficiente de esto. De él. De su boca. No quería parar nunca. Mi respiración era tan
errática que me estaba mareando, pero no me importaba si me desmayaba besándolo.
No debería estar haciendo esto, pensé desde los oscuros rincones de mi mente.
No deberíamos, pero solo podía seguir adelante, queriendo más.
Mis dedos se deslizaron por su cuello y en su cabello. Mis uñas arañaron su cuero
cabelludo y un temblor recorrió todo su cuerpo. El cuerpo que ahora estaba contra el
mío, duro por mí, presionando contra mi vientre.
Por favor, nunca dejes que se detenga.
Su boca se hizo más lenta, y yo gemí de decepción. Sus labios se deslizaron hasta
mi mandíbula, y el pesado sonido de su respiración rozó el lóbulo de mi oreja y bajó por
mi cuello, recordándome que en realidad tenía piel y un cuerpo, y que estaba de pie
sobre algo sólido y no flotando como un desastre inflamado, y átomos combustibles en
alguna parte.
—Mon dieu —dijo, y luego continuó en francés.
Quería saber el significado de sus palabras, pero solo la música de ellas,
entrecortada y desesperada, deslizándose sobre mi piel fue suficiente.
Inhaló, deslizando su nariz por un lado de mi cuello, haciendo que todo mi
cuerpo se estremeciera.
Y de repente una garganta se aclaró junto a nosotros. Los dos nos separamos de
un salto, Xavier se volvió hacia la barandilla y yo hacia el visitante, con la respiración
entrecortada en mis pulmones.
Andrea se quedó ahí, con los ojos muy abiertos, las mejillas de un rosa brillante
y tratando de contener una sonrisa alegre.
CAPÍTULO TREINTA Y
DOS

Me tapé la boca con las yemas de los dedos. Con Xavier de espaldas y mirando
hacia el mar, Andrea y yo compartimos un momento. Su boca se abrió con exagerada
sorpresa, luego articuló: “¡Oh, Dios!”
Mi expresión, espero, comunicó: “¡Lo sé! Loco verdad?”
Se aclaró la garganta de nuevo, tratando de controlar su expresión.
—Lamento interrumpir, monsieur Pascale —dijo, con la voz un poco chillona—.
Pero el Capitán dijo que podríamos encontrarnos con aguas turbulentas pronto y quería
asegurarnos de que todos, ejem, no estuvieran a punto de irse por la borda.
Mis mejillas ardían y presioné mis fríos dedos contra ellas para calmarme. Tenía
un duende en mi barriga saltando de un lado a otro, arrojando confeti de arcoíris por
todas partes.
Xavier se volvió, con expresión indiferente, aburrida incluso. Dios, realmente
necesitaba saber cómo hacía esa cosa en la que borraba su expresión como un jugador
de póquer.
—Gracias, Andrea. Dile al chef que solo necesitaremos aperitivos esta noche
antes de atracar en Calvi. Mademoiselle Marin y yo cenaremos en el puerto.
—¿Lo haremos? —Giré para enfrentarlo.
Sus ojos se encontraron con los míos, y solo vi un destello de calidez y
familiaridad que había visto momentos antes de nuestro beso, pero era suficiente saber
que el hombre al que había besado todavía estaba ahí y aparentemente no se arrepentía.
Me volví hacia Andrea, levantando un hombro y luchando contra una sonrisa.
—Lo haremos.
Tenía la sensación de que lo dijo como un hecho consumado para reducir la
posibilidad de que me negara, como si fuera a hacerlo. Pero hizo que mi corazón se
hinchara al pensar que eso era algo que le preocupaba, me prometí despojarme de ese
exterior áspero en los próximos días y comprender al hombre que hay debajo.
—Muy bien. —Andrea me devolvió la sonrisa y giró sobre sus talones, dejando a
Xavier con el ceño fruncido en la cubierta.
—No te gusta que lo sepan, ¿verdad? —pregunté, aún incapaz de borrar la
sonrisa vertiginosa de mi rostro.
—No hay mucho que la tripulación de este barco no sepa, pero nunca los he
obligado a presenciar mi vida social.
Mi sonrisa finalmente se alivió.
—Supongo que por vida social te refieres a las mujeres con las que sales.
Su mano se acercó y un pulgar presionó una suave caricia entre mis cejas.
—Interesante —reflexionó con una leve risa—. ¿Un peu jalouse?
¿Celosa? Yo no respondería a eso.
Su sonrisa se extendió ampliamente.
Parpadeé.
—Cuando me sonríes así, mi corazón da un vuelco —le dije.
Me miró fijamente, y su expresión se volvió seria de nuevo. Empecé a dudar de
mi honestidad. Dios, definitivamente se suponía que esto era solo una aventura, y aquí
estaba yo teniendo conversaciones conmigo misma sobre encontrar al hombre dentro
y hablarle en voz alta sobre mi corazón.
—Lo siento —murmuré—. Fue solo una forma de hablar. —Negué con la cabeza,
mis mejillas se calentaron de nuevo, pero esta vez con vergüenza.
—Protégelo.
—¿Qué?
—Tu corazón. Por favor. No puedo ser responsable de eso.
Mi garganta se obstruyó.
—Por supuesto, yo…
—No puedo… no soy capaz de dar más. Debes perdonarme. —Negó con la
cabeza, su acento francés más fuerte con su angustia—. Tenemos dos noches y dos días.
Sólo dos. Solo nosotros. ¿Me los darás? —preguntó.
Mi respiración tartamudeó y el calor en mi vientre creció.
—¿Es eso una petición o una demanda?
—Puedes decir que no.
—Dios, no.
Su expresión cayó.
—¿No?
—¡No! Quiero decir: sí. Sí. Oui. Dos días. —Mi rostro ardió—. Dos noches. —Dejé
escapar un suspiro y una risa tímida—. Es bueno ver lo decepcionado que estabas. —
Chupé mis labios entre mis dientes.
Gruñó. Dios. Ese sonido. Luego pasó un dedo por mi labio inferior y bajó por mi
garganta para engancharlo en mi camiseta. Me atrajo hacia él y presionó sus labios
contra los míos. No había tenido suficiente, pero ya se estaba retirando.
—No tenemos que hacer nada que no quieras —murmuró—. Puedes cambiar de
opinión en cualquier momento. No me debes nada.
Dios, le agradecía tanto por decir eso. Sonreí.
—Tú también puedes cambiar de opinión, pero realmente lo odiaría si lo
hicieras.
Me miró fijamente, sus ojos azules se clavaron en mi boca de nuevo.
—Tengo que tratar de hacer algo de trabajo ahora —dijo—. Mon dieu, aide-moi.
¿Pero nos vemos para tomar champán en la cubierta superior a las siete?
Me lamí los labios y asentí, con mi mano alcanzando la barandilla mientras el
barco se sumergía en otra ola.
—¿Qué acabas de decir en francés?
—Mon dieu, aide-moi. Significa, Dios, ayúdame. Porque no sé cómo me voy a
concentrar en el trabajo. Ya ha sido imposible durante semanas.
—Eh. —Sonreí, complacida—. Oh, por cierto. ¿Cómo se dice trasero en francés?
—¿Trasero?
—Sí, como 'tienes un buen trasero'.
—¿Lo tengo?
—Cierra la boca. Sabes que lo tienes. Entonces, ¿cómo se dice? ¿Cuál es la palabra
en francés?
—Cul.
Me reí.
—Meredith tenía razón.
—¿Meredith?
—Mi mejor amiga. Te escuché hablar con Evan y ella dijo que estabas hablando
de mi trasero.
Soltó una risa y se pasó una mano por el rostro.
—Nadie puede guardar un secreto en un barco.
—¿Así que lo hiciste?
—¿Hablar de tu trasero? —Me guiñó un ojo, y su mano se deslizó detrás de mí y
agarró un puñado, llevándome fuerte contra su cuerpo.
Chillé.
—Sí. ¿Tienes algún problema con eso?
Oh, sí. Este Xavier juguetón era una sorpresa muy agradable.
—Prefiero que los chicos no discutan mi anatomía en el vestidor. —Fingí
molestia, incluso mientras el calor de su mano me quemaba.
Se rió, con los dientes brillando y los ojos arrugándose, haciendo que mi ritmo
cardíaco se triplicara.
—D'accord. Solo hablaré de tu trasero contigo. —Se inclinó hacia adelante y
presionó un beso prolongado en mis labios.
Mi mano dejó la barandilla y agarré las solapas de su camisa. El barco se hundió
de nuevo y mi estómago dio un vuelco. Él rompió el beso.
Frunció el ceño, mirando hacia el mar.
—Se está poniendo difícil. ¿Te mareas?
—No lo he hecho antes de hoy, pero, de nuevo, no me gustan mucho los barcos,
así que tengo poca experiencia para saber si lo haré. —Me encogí de hombros y peiné
un mechón de cabello que de repente voló sobre mi rostro. El viento se había levantado.
—Te gusta mi barco.
Levanté un hombro.
—Está bien.
Sus ojos se entrecerraron.
—Pero tú me gustas —agregué—, y Dauphine, y todos los que trabajan para ti.
Bueno, supongo que tienes razón. Me gusta tu barco. Como sea, será mejor que vayas y
termines ese trabajo antes de que te escale como el gimnasio de la jungla en mi parque
favorito. —A regañadientes solté su camisa y la alisé.
Frunció el ceño, con una sonrisa jugando alrededor de su boca.
—¿Gimnasio de la jungla? ¿Es algo americano? Suena pervertido.
Me reí, amando que en realidad pudiera bromear conmigo después de la
conducta bastante brusca que había tenido desde que llegué.
—Está bien. —Se alejó, con las palmas hacia arriba—. Me voy. Tengo que
reorganizar todas las reuniones que pasé por alto para quedarme en Córcega por dos
noches. El agua se está poniendo muy brava. Si te sientes mal, pídele al Chef un té de
jengibre. Mira el horizonte. O ven a buscarme.
—Lo haré. —Asentí, procesando lo que acababa de decir. Puede que tuviera que
ir a Córcega mañana, pero su decisión de quedarse una noche más la tomó pensando en
mí.
Clavé mis dientes en mi labio inferior para luchar contra la sonrisa.
Tan pronto como entró, me di la vuelta y arrastré una bocanada de aire marino.
Repasé la última hora, y con ella se arremolinó una anticipación vertiginosa. Dos
noches. Mi piel picaba con lujuria. Apreté mis muslos para saciar el profundo dolor que
se había instalado entre ellos. Sabía lo que era esto. Un asunto de dos días. Eso era todo.
No tenía ninguna duda de que sería muy sexual y abrasadoramente caliente. Solo
esperaba que mi corazón pudiera manejarlo cuando se terminara después de que se
acabara el tiempo. ¿Sería capaz de hacer lo mismo? ¿Y entonces qué? ¿Debería irme a
casa? ¿O aceptar la oferta de su madre de quedarme unas semanas con ella? Eso parecía
una perspectiva mucho más íntima ahora que antes de que todo cambiara entre su hijo
y yo. Me mordí el labio. Debería llamar a Meredith para pedirle consejo, pero de alguna
manera no quería. Decirle a alguien, incluso a Meredith, que estaba planeando tener
una aventura de dos días con mi ex-jefe en su yate lo hacía sentir... sórdido de alguna
manera. Y, por supuesto, estaba Tabitha. No sabía en qué caía esta situación.
Técnicamente, ya no era su empleada, pero aún era la reputación de Tabitha la que
podría verse afectada si la gente supiera de nosotros. No les importarían los
tecnicismos, solo verían que Xavier Pascale se folló a la niñera de su hija.
La tierra era un borrón distante y a nuestro alrededor no había nada más que un
océano abierto. Un escalofrío me recorrió. Ahora que Xavier no estaba aquí
distrayéndome, y estábamos más lejos de la tierra que nunca, las razones de mi disgusto
por los barcos volvieron con fuerza. Mi estómago se sacudió mareado.
Dejé la barandilla y entré para buscar un poco de té de jengibre.
En la cocina, Chef estaba encajado en la banca leyendo un periódico esparcido
sobre la mesa.
—Creo que me estoy mareando. —Sostuve el borde de la mesa—. ¿Tienes un
poco de té de jengibre que pueda preparar?
—Tenemos bolsitas, pero lo mejor es que te haga algo fresco. Además, tenemos
medicamentos contra las náuseas por si se pone feo, y —salió de la cabina y agarró una
canasta de un pequeño estante inferior—, también tenemos estos. Manguitos de
acupresión. De hecho, funcionan muy bien. —Levantó un paquete de pulseras de goma
de color azul claro.
—¿En serio? —pregunté con escepticismo.
—En serio. —Me las tiró—. Presionan el punto de acupresión Nei Kuan en la
parte interna de la muñeca. Mi exesposa tiene fe ciega en ellas, y tiene razón en la
mayoría de las cosas.
Sentí una extraña sonrisa cruzar mi rostro.
Él agitó una mano.
—Sí. Soy el tonto triste que todavía está enamorado de su ex esposa.
Demándame. De todos modos, preferiría un té de jengibre y una pulsera en lugar de los
medicamentos contra las náuseas porque los medicamentos te dejarán inconsciente, y
por lo que entiendo, tienes... una cita, ¿esta noche? —Me miró con una ceja levantada.
—No puedo guardar un secreto en un barco —murmuré. Claramente, la noticia
se había extendido rápidamente. Gracias, Andrea—. ¿Es raro? Quiero decir, ¿todos
están de acuerdo con este... desarrollo? ¿Cómo lo llaman? ¿Una aventura sexual de dos
días con su jefe?
—No debería importarte lo que pensemos. —Rebuscó en la cesta de verduras y
sacó un poco de jengibre.
Levanté un hombro.
—Pero…
—Estamos felices por él. Créeme, sólo sé cuidadosa.
—¿Cuidadosa? —Era dulce de parte del Chef preocuparse de que me lastimara.
El barco se inclinó y mi estómago se quejó. Saqué una pulsera del respaldo de la pantalla
de la tarjeta y me la puse. Mejor eso que nada.
—Fue lastimado —continuó el Chef—. Está cerrado, lo sé porque yo… bueno, lo
reconozco. Si se abre a ti, tómalo como el regalo que es y no te aproveches.
Mis cejas se juntaron.
—Por supuesto. —Tragué saliva, sintiéndome tonta ahora por haber pensado
que su preocupación era por mí, y casi culpable, aunque no había hecho nada malo.
El chef cortó la raíz de jengibre.
—¿Conoces esa canción 'Graceland?' ¿De Paul Simon?
—Vagamente.
Encendió la lujosa cafetera y preparó una taza para llenarla con agua caliente.
Levantó una botella e inspeccionó la etiqueta.
—¿Miel?
—Oh, por supuesto. Gracias.
—Miel de lavanda.
—Oh, me encanta. Pensé que ya no teníamos.
—Escondí algunas. Es de la granja al lado de la finca de los Pascale. El lugar es
famoso por la lavanda. Deberías verlo todo en flor. Es malditamente hermoso. De todos
modos, ¿alguna vez escuchaste la letra? —Echó el jengibre picado y una generosa
cucharada de miel en una taza.
—¿Graceland?
—Sí. Se trata de este padre, un padre soltero y su hijo. En un viaje por carretera,
y él dice... —Miró hacia arriba pensativo—. Mmm. Lo prepararé. El agua caliente está
lista. —Puso la taza debajo del surtidor de agua caliente y la llenó. Luego lo revolvió,
sacó la cuchara y puso un plato encima—. Necesita reposar. Dice algo como cuando has
perdido el amor, es como si todos pudieran ver dentro de tu corazón y ver que estás
destrozado.
Tragué, mi garganta se sentía espesa.
—De todos modos, es verdad —continuó el Chef—. Parece que todos pueden ver
tu daño, por lo que tapas ese agujero de cualquier manera que puedas, con lo que
puedas, y no siempre es una estructura sólida, si sabes a lo que me refiero.
—Yo…
—Oye, tú —dijo Andrea, subiendo las escaleras a toda prisa—. Acabo de sacar la
ropa de cama de abajo de la secadora y rehacer las camas. —Luego me miró, volvió a
mirar al Chef y volvió a mirarme a mí.
—Sabe lo de Xavier —dije—. ¿Le dijiste?
—Tuve que hacerlo, ¿recuerdas? Tienes una cita para cenar en Calvi esta noche.
—Oh, sí. —sonreí—. Lo siento, mi mente está un poco...
—¿Pastosa? Apuesto a que sí. Eso fue un beso.
—Lo fue, ¿no? —Traté de controlar mi sonrisa mordiéndome el labio inferior,
pero dentro había una burbuja de vértigo que no se podía contener.
El Chef silbó y agitó una mano mientras ordenaba su pequeña estación de
trabajo.
—Tengo unos minutos —dijo Andrea—. ¿Quieres ir a sentarte en la sala de
estar? O podemos bajar a tu antiguo camarote. De hecho, es mejor estar más abajo en el
barco en días como este, el balanceo no es tan malo.
El Chef quitó el plato de la parte superior de la taza. El vapor se elevó.
—Ahí lo tienes.
—Muchas gracias —le dije, aceptando la taza con gratitud.
—Solo recuerda lo que dije, ¿sí? Ten cuidado.
—Lo haré.
Seguí a Andrea abajo. Mis maletas estaban de vuelta en mi habitación.
—Dijiste mi viejo camarote, y me dio la extraña sensación de que se suponía que
estaría en la habitación del señor Pascale esta noche.
—Está bien, dos cosas —dijo Andrea, dejándose caer en el borde de mi cama. —
Uno, sí, probablemente lo estarás, oh, Dios, pero pensé que podrías necesitar tu propio
espacio si lo deseabas.
—Eres una buena amiga.
—Sé que somos amigas recientes, pero sí, siento lo mismo.
—Extraño a Tabitha y Meredith, pero tenerte aquí lo compensa por completo.
Excepto que eres testigo de la aventura sexual con mi ex-jefe. Lo cual no es lo ideal.
—No, ya hablé con la tripulación. Paco se quedará, pero los demás, si el señor P.
está de acuerdo, nos vamos a tomar dos noches libres en Calvi.
Mi barriga dio un vuelco y me llené de gratitud.
—Eso es amable de todos.
—Es hermoso ahí, y un poco diferente de la habitual escena engreída de la
Riviera, y un descanso es bienvenido, créeme.
—¿Dijiste dos cosas cuando llegamos aquí? Una debería tener mi propio
camarote. ¿Y dos? —Tomé un sorbo cuidadoso del té de jengibre caliente que llevaba y
lo dejé sobre el tocador sobre un tapete de cuero diseñado para evitar que las cosas se
deslicen de la superficie barnizada.
—Ah, bien. Dos, ¿no vas a llamarlo señor Pascale ahora que, ya sabes, van...? —
Ella movió una ceja.
Me reí.
—Cierto. Supongo que se supone que debo llamarlo Xavier. Quiero decir, me lo
ha pedido antes. Se siente raro.
—No más extraño que —bajó la voz hasta un gemido sensual—, oh, sí, señor
Pascale...
—¡Basta! —siseé y solté una risa sorprendida—. Shhh, oh, Dios. —Le di una
palmada juguetona en su brazo, mis mejillas ardían. —Pervertida. Haces que suene
como si fuera mi maestro o algo así. —Me estremecí, todavía riéndome pero también
sintiéndome más que mareada. Una imagen de la expresión de desaprobación de
Tabitha flotó en mi cerebro.
—Lo siento. —Se mordió el labio en una mueca exagerada—. Fuera de lugar.
—Un poquito. Lo sé, es raro. Mira. —Me puse seria y tomé otro sorbo cuidadoso
de té—. Esto se siente… aterrador, y real. Aún no ha pasado nada. Nada irreversible, al
menos. Aparte de ese beso fue uff, pero las posibilidades de que alguien resulte herido
son altas. Yo. Solo lo diré. Las posibilidades de que yo salga lastimada son altas. —Dejé
escapar un suspiro medido—. Estoy por encima de mi cabeza. Así que probablemente
voy a tocar cosas cerca de mi pecho, y siento que compartirlo lo hará más real, ¿sabes?
Por favor, no… por favor, no te ofendas.
Ella extendió la mano y apretó la mía.
—Entiendo, puedes confiar en mi. Les tengo cariño a los dos, y para ser honesta,
me he preguntado cómo me sentiría si esto sucediera. Mi lealtad es hacia él debido a la
historia y las circunstancias, pero te apoyo. Los apoyo a ambos.
—Son solo dos días.
—Es más.
—Por favor. —Mi estómago se apretó. ¿Era mareo o pánico?—. Por favor, no
digas eso. No puedo... no puedo darme el lujo de pensar eso. —La advertencia de Xavier
para proteger mi corazón volvió a mí—. Estaré decepcionada, y no debería estarlo,
tengo una vida a la que volver, esto no puede ser más.
Ella extendió la mano y tomó mi mano de nuevo.
—Mantén la mente abierta, ¿sí? ¿Y tal vez el corazón abierto?
—Ya está demasiado abierto. Esta relación se siente como hacer malabares con
cuchillos recién afilados.
—Y supongo que no eres una buena malabarista.
—No me digas. —Tomé otro trago más grande de té de jengibre. Mi estómago ya
se sentía mejor.
—Está bien. Bueno, te dejo para que te relajes. Voy a empacar algunas cosas y
llamar antes para conseguir una habitación de hotel. ¿Todo un día libre mañana donde
no conozco a nadie y no tengo nada que hacer? Estoy salivando.
—¿Todos van y se quedan en el mismo hotel cuando tienen tiempo fuera del
barco?
—No si puedo evitarlo. Además, creo que Rod y el Chef conocen gente en Calvi,
así que estoy segura de que arreglarán algo. Deberíamos estar ahí en un par de horas.
Nos pusimos de pie y le di un abrazo.
—Gracias —dije—. Disfruta de tu tiempo libre, y cuídate.
—Siempre.
Después de que Andrea se fue, desempaqué parcialmente y terminé mi taza. No
quería asumir que pasaría toda la noche con Xavier. E incluso si lo hiciera, no planeaba
pasar el rato entre las cosas de su difunta esposa. Solo el pensamiento de que sus
recuerdos lo rodeaban ahí era suficiente para hacerme preguntarme por millonésima
vez qué demonios estaba haciendo. A pesar del balanceo, decidí darme una ducha
rápida, me afeité en todas partes que lo necesitaban, debatí sobre el área del bikini y
decidí que el riesgo de estropearme, cortarme o tener vellos encarnados en el lugar
equivocado era una guía suficiente para simplemente arreglar las cosas.
El barco se sacudió de repente, luego cayó, mi estómago se hundió hasta la
gravedad cero. Choqué con la pared de la ducha y resbalé sobre la fibra de vidrio. Me
agarré en el fregadero, pero no antes de dejarme un corte de navaja en el muslo. La
navaja de plástico cayó al suelo, junto con todo lo que había sobre el mostrador. Registré
tardíamente el sonido de las cosas cayendo en la habitación, mi maleta que había dejado
en el borde de la cama. Probablemente la taza de té. ¿Qué tan grande era la ola que
habíamos encontrado? ¿habría otra? Mi estómago se apretó por el miedo y luego se
rebeló. Mierda.
Vomité, apenas llegando a la taza del inodoro antes de vomitar dentro.
Desnuda, mojada y temblando, con mi estómago vaciado, mis ojos llorosos y mi
garganta ardiendo. Estirándome, agarré una toalla blanca y esponjosa, tirando de ella
hacia abajo para cubrirme mientras me sentaba, tratando de recuperar el aliento. Mi
corazón latía con fuerza. Mi neceser se había caído a mi lado. Eché débilmente un poco
de pasta de dientes en mi cepillo y busqué detrás de mí el agua de la ducha que aún
estaba abierta. Me limpié la boca lo mejor que pude para deshacerme del sabor y escupí
en el inodoro de nuevo y tiré de la cadena.
Mierda. Esto no era bueno. Me había quitado la pulsera de náuseas para
ducharme y ahora estaba a mi lado en el suelo. Me la puse patéticamente de nuevo.
Parecía que había vomitado mi fuerza. Apoyé la cabeza en la ducha y cerré los ojos, mi
cuerpo se sentía débil. El barco se balanceó de nuevo y mi equilibrio se fue con él. Gemí,
obligándome a no vomitar de nuevo. No quedaba nada.
—¿Josephine?
Abrí un ojo justo cuando Xavier llegó corriendo por la esquina del baño.
—¡Merde! —gritó, luego estaba sobre mí, tratando de levantarme.
—Estoy bien —protesté débilmente.
Balbuceó en francés, cerró la ducha y, en una demostración de fuerza
sobrehumana, logró levantarme del suelo del baño, resbaladiza, mojada y enredada en
una toalla, y debajo desnuda. Muy desnuda.
—Estoy bien, estoy bien. —La vergüenza se arrastró por mi piel cuando me
acostó contra las almohadas de la cama con movimientos bruscos por el pánico.
Sus manos corrieron sobre mí. Luego indicó la sangre en la toalla.
—Estás sangrando. ¿Dónde estás herida?
Agarré la toalla y traté de mantenerme cubierta. El corte estaba en lo alto de mi
muslo. Realmente fue un roce, ahora que la sangre había sido limpiada.
—Estoy bien, no es nada. La navaja se resbaló. —Hice un gesto hacia el área del
corte.
Su mano empujó la toalla a un lado y reveló la pequeña herida por un segundo,
antes de cubrirse el rostro con la otra mano.
—Perdón. Lo siento. Me entró el pánico. Pensé que estabas herida.
—Me resbalé y luego me mareé, pero estoy bien.
—¿Estás mareada?
Asentí y me tomé un momento para hacer un balance de mi cuerpo.
—Creo que sí, pero ahora me siento mejor. —No hay nada como ser rescatada
por un francés macizo para ordenar las prioridades de tu cuerpo. ¿Mareada? ¿Qué? No
lo recuerdo.
—¿Te sientes mejor? —preguntó.
Asentí.
Cerró los ojos con fuerza, con los hombros caídos.
—Pensé…
Mis dedos se estiraron y se curvaron alrededor de su brazo y apretaron. Quería
sentarme y sostenerlo contra mí, ofrecerle consuelo de cualquier pesadilla que acababa
de surgir en sus recuerdos.
Tomé conciencia de su mano en mi muslo y de mi toalla, que corría peligro de
desnudarse por completo. No podía ver cuánto de mí debajo de la cintura se revelaba.
Mi atención se centró en el aire que refrescaba la piel húmeda entre mis piernas y me
di cuenta de que probablemente era mucho. Estaba siendo un caballero al no mirar, y
me obligué a no tratar de ocultarme para no llamar más la atención. No obstante, el
calor se acumulaba, y mi piel hormigueaba.
Luego sus ojos se arrastraron hacia abajo, y un mechón de cabello oscuro le cayó
sobre la frente, sus labios se abrieron cuando una suave bocanada de aire escapó, luego
se cerró cuando dio un gran trago.
Me miró y captó mi mirada, sus ojos ardían, con las pupilas dilatadas, y la
preocupación menguando. Su expresión, tan desesperada, tan vulnerable, tan
hambrienta, hizo que mi respiración se tambaleara, luego miró hacia la puerta abierta.
Se levantó, con su mano deslizándose por mi piel, y fue hacia la puerta, y la cerró.
Se cerró con un suave chasquido, y lentamente giró el pestillo, encerrándonos.
—¿Esta bien? —dijo con voz áspera.
No pensé que estuviera preguntando por la puerta cerrada esta vez.
CAPÍTULO TREINTA Y
TRES

Giré el pestillo, con el corazón acelerado. Mi piel estaba demasiado tensa por la
energía y el deseo golpeando a través de mi cuerpo. Conté hasta cinco, esperando que
pasara la sensación, pero no hubo suerte. Estaba en una llamada cuando el barco se
inclinó cuarenta y cinco grados sin previo aviso y se desplomó en el espacio dejado por
una ola rápida. Hubo choques y golpes cuando todo lo que no estaba asegurado salió
volando en cada habitación del barco, incluida mi computadora portátil. Entonces
escuché a Rod gritar y un miedo frío se apoderó de mí. Había dejado a Josie en la
barandilla.
Olvidé la computadora portátil y el teléfono, y corrí a la cubierta. No era Josie.
Rod estaba enganchado, tratando de rescatar una silla que se había volcado desde el
piso superior y estaba atrapada por una pata en la barandilla inferior. Debería ayudar,
pero…
—¿Y Josie? —grité. Rod abrió mucho los ojos y negó con la cabeza. El
pensamiento lógico razonó con pánico mientras atravesaba la cocina y el Chef, que
estaba de rodillas en un lío de platos, me hizo señas hacia el camarote de Josie.
Jodidamente gracias.
Pero luego lo juro, mi maldito corazón se detuvo. La razón fue superada, y todo
lo que vi fue a Arriette en un montón arrugado, inconsciente. Sangrando donde se había
golpeado la cabeza, con el vestido de noche cubierto de vómito.
Grité una maldición, y mi garganta se apretó por el miedo recordado.
No. Esta era Josie. Mon dieu. Estaba herida pero parpadeó hacia mí, y Dios,
esperaba no haberla asustado.
Pero ahora, minutos después, mi corazón todavía latía con fuerza y la adrenalina
estaba disminuyendo, siendo reemplazada por otra cosa. Estaba en la puerta,
encerrándonos. Apreté los puños con fuerza. La deseaba tanto. Me aparté de la puerta
justo cuando ella susurró mi nombre.
—Xavier.
Era extraño en sus labios.
Levantó una mano.
—Ven aquí.
Caminé hasta el final de la cama. Estaba como la había dejado, la toalla apenas
cubría nada. Sus piernas suaves y largas, la piel como la seda donde había tocado la
parte interna del muslo. Su cabello era un desastre húmedo, cayendo en cascada sobre
la almohada.
Apartó las piernas un poco y la toalla se levantó. Un ruido salió de mi garganta.
—¿Acabas de gruñirme? —preguntó, con la voz entrecortada—. Suenas como un
lobo.
Presioné una rodilla en la cama.
—Iba a llevarte a cenar primero —dije.
—Excepto que parece que yo seré tu cena. —La comisura de su deliciosa boca se
inclinó hacia arriba cuando me reí en respuesta, agradecido por la liberación de la
válvula de tensión. Su expresión volvió a ponerse seria—. Esto es solo sexo, ¿verdad?
Dos días, entonces tiremos las reglas por la ventana.
Tragando una negación inesperada en mi garganta y dejando su pregunta de
sexo sin respuesta, mis dedos comenzaron a desabotonar los puños de mi camisa de
lino. Una muñeca, luego la otra. Ella tenía razón, solo era sexo, dos días. Era lo que
quería, lo que necesitaba. Después de eso, las cosas podrían volver a ser como antes.
Los botones se aflojaron en mi frente, y luego me quité la camisa.
Josie se lamió los labios, y sus mejillas se sonrojaron mientras su mirada se
arrastraba hacia abajo.
Guiado por el deseo en sus ojos, me abrí los botones de los pantalones cortos y
me los bajé por las piernas.
Ahora no podía ocultar lo que quería de ella. Estaba duro y dolorido, mis
calzoncillos no estaban a la altura de la tensión.
Se incorporó y la toalla cayó hasta su cintura, revelando sus senos de color
blanco lechoso bordeados por unos deliciosos pezones bronceados que se arrugaron y
endurecieron bajo mi mirada. Jesús.
—Tengo que advertirte —me atraganté cuando una ardiente necesidad me
recorrió la espalda y luego me sostuvo con su agarre de acero. Estaba mareado—. Ha
pasado un tiempo, y he estado fantaseando con eso. —Entre otras cosas.
Sonriendo e inclinándose hacia adelante, metió las piernas detrás de ella y se
puso de manos y rodillas hacia mí.
Mi mirada recorrió su pálida espalda baja hasta la curva de su trasero donde la
línea bronceada terminaba en globos suaves de color blanco lirio.
—Ton cul… —respiré.
—¿Mi trasero? —preguntó, divertida, alcanzando mi polla. Sus ojos brillaban
luminosos en el suave resplandor de la luz de la tarde que entraba por la pequeña
ventana. Dios, ella era hermosa.
Asentí justo cuando me palmeó a través de la tela, y mi cabeza cayó hacia atrás
en un gemido de alivio insatisfactorio. Agarrando su mano mientras se sumergía dentro
de la banda de mi ropa interior, la detuve.
—No estaba bromeando. Ha pasado un tiempo. —Por mucho que deseara esa
boca suya sobre mí, mis manos se deslizaron por su cabello y me incliné para besarla.
Sabía a pasta de dientes de menta y necesidad. Sus manos agarraron mis muñecas
donde sostenía su cabeza. Ella se levantó, aún besándome y envolvió sus brazos
alrededor de mí, sosteniéndome cerca. Sus tetas se aplastaron contra mi pecho
desnudo, la sensación de estar piel contra piel me puso la piel de gallina.
—Se siente tan bien —susurró contra mi boca.
—Oui —estuve de acuerdo.
Envolviendo mi mano alrededor de su cintura, la levanté y la moví de vuelta a la
cama. Luego me puse de pie y me quité la última prenda que me quedaba. Mis ojos se
deleitaron con su forma desnuda. Sus pechos brillaban suaves y pálidos contra el resto
de su piel bronceada.
—No sé por dónde empezar. —Me arrastré sobre ella, sumergiéndome para
lamer alrededor de la punta rígida de su pezón antes de meterlo en mi boca.
Ella se arqueó y gimió, y sus dedos rasparon mi cabello para sostenerme contra
su pecho.
—Ahí está bien.
Chupé y lamí y una urgencia creció mientras su cuerpo respondía. Cambié de
lado, prestándole la misma atención, amando cómo se arqueaba y se retorcía, con su
pierna enganchada a la mía. Chupé con más fuerza, mordisqueando con los dientes,
amasando con las manos, comprobando cuánto deseaba. Ella gritó con un sonido
gutural, y la parte inferior de su cuerpo se abalanzó hacia mí, buscando alivio. Sus
manos agarraron mi cabello en un puño apretado que bordeaba el dolor. Bien, ella no
era una flor frágil. Debido a que mi necesidad era tan brutal en este momento, era
probable que la rompiera. Debería tomarme mi tiempo, sabía que debía hacerlo, pero
ella había estado invadiendo mi mente y mi cuerpo durante semanas, y mi codicia por
no conocía límites ahora que estaba desatada.
Dejé sus pechos, chupando, mordiendo y devorando su piel mientras bajaba. Le
dejaría marcas, y de alguna manera, quería hacerlo. Empujé sus piernas para separarlas
y ella las separó. Audazmente levanté una, presionándola hacia atrás, abriéndola
completamente. Mi pene se tensó contra la ropa de cama y la toalla debajo de mí,
instándome a hacer presión con la cama solo para obtener algo de alivio. Especialmente
cuando inhalé su aroma, ligeramente jabonoso de su ducha mezclado con el ligero
aroma de su excitación que brillaba en sus pliegues rosados y en su pequeña entrada
apretada.
Se me hizo agua la boca y un relámpago bajó hasta mis bolas. Corría el peligro de
correrme demasiado pronto y traté de frenarme. La respiré y saqué mi lengua para
probarla rápidamente, lamiendo su abertura.
Ella jadeó y empujó sus caderas hacia arriba. Lo hice otra vez, suavemente,
torturándonos a ambos, tratando de calmar mi corazón que latía tan fuerte que
probablemente podía sentir la vibración a través de la cama. Empecé a susurrar cosas
entre cada pequeño gusto, cosas francesas, cosas que sabía que ella no podía entender,
y eso me hizo sentir libre. Solo cosas sobre su cuerpo, para recordarme que esto era
solo sexo. Le dije lo hermoso que era su coño. Lo rosa, perfecto y dulce. Lo mojada que
estaba y cómo me había hechizado. Con mis dedos, la abrí, probando más
profundamente. Diciéndole que no podía esperar a estar dentro de ella. La probé con
mis dedos, con el calor abrasador cerrándose sobre mi piel. Los sonidos que hizo como
anoche en el club, cantaron a través de mis sentidos. Cerré toda mi boca sobre ella,
explorando con la lengua y terminando con una profunda succión en su clítoris.
Se retorció y sus piernas se tensaron.
—Xavier —gimió—. Por favor.
Lo hice una y otra vez, perfeccioné ese punto dulce con persistencia rítmica.
Dentro de ella, mi dedo presionó hacia arriba.
—Dios. Sí. —Sus manos sostenían mi cabeza, su cuerpo apenas se movía, estaba
tensa con demasiada fuerza—. Justo ahí. Por favor, no te detengas. —Ella ni siquiera
respiró. Era como si cada parte suya se detuviera y enrollara mientras la trabajaba.
Esperó.
Se tensó.
Y luego estalló. Su espalda se arqueó, sus caderas convulsionaron. Sentí el
escalofrío mientras rodaba por su cuerpo, y un grito la atravesó y resonó por toda la
habitación. El sonido se estrelló contra mis entrañas, grabándose en mi memoria. Tomé
un último sorbo, mientras su cuerpo temblaba por una réplica, luego le di un pequeño
beso en el pequeño corte que había dejado una mancha de sangre en su muslo. Mis
caderas estaban moliendo contra la cama. Dios. La necesitaba tanto.
Mierda.
—No tengo protección —gruñí, y no tardaría mucho. No había posibilidad de que
pudiera retirarme.
Me atrajo hacia ella, con sus manos recorriendo mi rostro, acariciándome,
consumiendo mi aire.
—Estoy tomando la píldora y soy religiosa al respecto. Estoy limpia. ¿Y tú? —Sus
ojos eran cálidos, luminosos, llorosos, interrogantes.
—Han pasado más de dos años —la confesión salió antes de que me detuviera.
Mierda. Cerré los ojos con fuerza contra la mirada fugaz que cruzó el rostro sonrojado
de Josie. No necesitaba su piedad—. Sí, estoy limpio. —Di la respuesta que debería
haber dado antes.
—Entonces córrete dentro de mí —susurró, con su pulgar recorriendo mis
párpados cerrados—. Sin reglas, ¿recuerdas?
Jesús. Nunca hice eso. Nunca, pero…
No podía mirarla. No quería hacerlo. No quería que ella viera algo que yo no
quería mostrar. Con los ojos aún cerrados, busqué sus labios, besándola lánguidamente,
dejándola probarse a sí misma en mi lengua. Luego empujé mis brazos hacia arriba y,
deslizando una mano debajo de su espalda, la volteé bruscamente sobre su vientre.
Ella chilló.
Ahora mis ojos se abrieron y me deleité con su trasero. Agarré la piel suave.
Empujado, amasado. Clavé mis dedos en la piel y pasé mi mano por su columna
vertebral y la puse en su cabello.
—Sin reglas. Dos días. Solo sexo —dije.
Su cuello se arqueó y jadeó.
Solté su cabello y levanté sus caderas. Mi polla estaba lista para gritarme. Cerré
mi mano alrededor de la dura longitud y encontré su humedad, pasando mi punta arriba
y abajo. Preparándola.
—Eso es todo lo que puede ser.
—Lo sé.
Hice muescas en mi polla en su entrada y luché con mi paciencia. Mi estómago
se apretó mientras deseaba que la ola de lujuria retrocediera un poco. El barco se
balanceó y me deslicé más adentro. Gemí y traté de detenerme. No estaba listo para que
terminara, pero ella se echó hacia atrás, tomando más y dejando escapar un suave grito.
Apreté los dientes, deteniéndome de presionar más, y las manos clavándose en
sus caderas. Estaba tan apretada, tan caliente.
—Dios, amo tu cuerpo —respiré, y mis ojos tomaron con avidez la vista. Cuando
mi mirada se deslizó por su espalda más allá de su hombro, se enganchó en la suya. Su
rostro yacía de lado, presionado contra la almohada, con las mejillas sonrojadas, la boca
ligeramente entreabierta, y los ojos suaves, observándome. Sus dedos se aferraron a la
ropa de cama, con los nudillos blancos.
—Sin reglas —susurró ella—. Déjate llevar. Te tengo.
—Oh, mierda —respiré—. Lo sé. —Me deslicé hacia adelante—. Sé que lo haces.
—Y ella lo hacía. Eso era lo más aterrador. Cambié al francés—. Me preocupa no poder
dejar de desearte —admití, sabiendo que ella no podía entender, y siseé cuando la
sensación de ella envolviéndome a lo largo de mi cuerpo subió por mis piernas. La
presión creció en la base de mi columna. Apreté los dientes y me retiré, dejándome caer
hacia adelante. Sabiendo, confiando, que ella podría soportarlo. Otra vez. Otra vez. Las
palabras salieron de mis labios, pero no me di cuenta de ellas. Me tomó todo mi esfuerzo
tratar de evitar la explosión que se estaba gestando. Empezó respondiendo a mis
embestidas, y ahora se preparaba, arqueando la espalda, ofreciendo lo que yo estaba
tomando. El sudor goteaba y se acumulaba, rodando por mi sien y salpicando su piel.
Ella todavía me miraba. Podía sentirlo. No quería mirar, no quería hacerlo. Empujé más
fuerte, castigándome por mi debilidad. Castigándola por ello. Haciéndome a mí mismo
esperar. Encontrando lo último de mi control desde lo más profundo de mí y admitirme
a mí mismo que me estaba aprovechando de su atracción por mí. De su amor por mi
hija, y odiándome por ello. Porque sabía que si abría los ojos, los de ella me estarían
diciendo que no era solo sexo, y no eran solo dos días, y había reglas. E íbamos a aplastar
todo, incluyéndonos a nosotros mismos.
Mis ojos se abrieron de golpe. Ella estaba ahí para encontrarme con todo lo que
ya sabía. En ese momento, algo dentro de mí se liberó. Deseé que estuviéramos cara a
cara, mi cuerpo acunado en el suyo mientras me acogía. Me incliné y puse mi pecho en
su espalda, con mis manos deslizándose por sus brazos y entrelazándose con sus dedos,
la necesidad de conexión anuló cada argumento que tenía. Sacudí mis caderas, rodando
hacia afuera y empujando hacia adentro. El ángulo había cambiado y ella gritó y
presionó hacia atrás, buscando más. Enterré mi rostro en su cabello y dejé que me
rodeara. Estaba cediendo a eso. Cediendo a ella. Dejándome llevar como ella pidió.
No podía.
No debería.
De esta manera yacía la destrucción total. Ya había recorrido este camino antes
y no volvería a hacerlo.
Pero mi cuerpo no escuchaba.
Los suaves gritos de Josie y los gemidos necesitados me mantuvieron cautivo.
Sus dedos agarraron los míos como si yo pudiera ser su salvación, o ella la mía.
Tenía que retroceder, tenía que hacerlo. Era demasiado tarde, las sensaciones se
desbordaron, catapultándose a través de mí, arrastrando destrucción y absolución a su
paso.
—Josephine. —Su nombre atravesó mis labios mientras me soltaba,
derramándome y dejándome como un dique roto y completamente expuesto.
CAPÍTULO TREINTA Y
CUATRO

El peso de Xavier, caliente, duro y sudoroso, me presionó contra la cama,


provocando lo último de mi orgasmo. Fue suave y le pisó los talones al suyo. No cerca
de la explosividad del primero que me había dado con la boca y las manos, pero no
menos intenso. Incluso más profundo. La sensación de su aliento en mi cabello y en la
nuca subrayó la absoluta crudeza del momento.
Cerré los ojos con fuerza, sintiendo la humedad que se había acumulado y el
aumento de la emoción que acababa de ahogar mi garganta. Mierda. ¿Llorar después
del sexo? Esto era nuevo. Traté de equilibrar mi respiración antes de que sollozara y me
avergonzara por completo.
Algo acababa de suceder. Lo sentí, lo experimenté como le sucedió a él, y lo que
fuera que había tratado de agarrar mi corazón, tratando de llevarme con él. Lo que
acababa de experimentar se había sentido mucho menos como follar y mucho más como
hacer el amor. Tal vez era una cosa francesa, quizá así eran los amantes en Francia. Sexo
del alma, con mucha emoción, pero capaz de simplemente apagarlo. Si esta era su idea
de solo sexo, dos días, sin reglas, estaba en muchos problemas.
Su mano apartó mi cabello de mi hombro húmedo y sus labios, suaves y
punzantes con su barba, se presionaron contra mi piel.
Me encogí en la almohada, luchando contra la forma en que su ternura me
confundía, la forma en que me hacía llorar. Había sido rudo al principio, más rudo de lo
que estaba acostumbrada. Áspero de una manera que no sabía que me gustaba,
aparentemente. El recuerdo de eso hormigueó sobre mi piel. La aspereza mantenía las
cosas simples.
Necesitaba levantarse ahora mismo y limpiarse y dejarme aquí. Yo estaba
confundida.
Salió de mí, y me sentí vacía.
—Dis moi… —susurró.
Me pregunté si sabía con qué frecuencia se había deslizado en francés conmigo
en los últimos tiempos. Me pregunté si significaba que no se estaba controlando
mentalmente. Escucharlo murmurar en francés, decir Dios sabe qué, mientras le hacía
esas cosas malvadas a mi cuerpo, era lo más erótico que había experimentado. Gemí y
apreté mis muslos. Lo quería de nuevo. Esto era malo.
Sus dedos acariciaron mi cabello de nuevo y aparté el rostro para que él
estuviera a mi otro lado. Todavía no estaba lista para mirarlo.
—Josie —murmuró—. ¿Estás bien? Dime… ¿te lastimé? Lo siento. —Sus labios
encontraron mi hombro, y mi columna vertebral. El calor se movió a través de mí.
Le respondí en mi cabeza. No todavía, pero lo harás. De eso estoy segura.
Contando en silencio hasta tres, giré mi rostro hacia el lado en el que él estaba,
confiando en que la almohada había borrado todo rastro de mi extraña reacción
emocional. Él yacía con la sien apoyada en una mano, mirándome. Sus ojos azules eran
suaves y oscuros. Intenso.
El balanceo del barco se había calmado, aunque el motor todavía resoplaba,
impulsándonos en nuestro viaje.
—Esa fue una forma interesante de distraerme de sentirme mareada —
murmuré y observé cómo su boca se abría en una sonrisa abierta.
Cerré mis ojos.
—No hagas eso —me quejé.
—¿Qué? ¿Sonreírte?
—Mmm.
—¿Eres tan gruñona? —Deslizó los dedos por mi columna hasta la curva de mi
trasero. Estaba obsesionado. Mi piel se erizó con chispas a su paso—. Hubiera pensado
que estarías relajada ahora.
—¿Como tú? —musité—. Eres como una pantera domesticada.
—Pero aún tengo hambre. Los animales hambrientos nunca son domesticados.
—Su palma rodeó un montículo, luego el otro antes de que sus dedos subieran por el
pliegue.
Estaba inundada con un calor doloroso de nuevo. No podía creer que pudiera
excitarme de nuevo tan rápido. Ni que él había pasado tanto tiempo sin sexo. Con la
resistencia y la habilidad que tenía, era un crimen negarse al mundo durante tanto
tiempo. Puaj. Los celos me golpearon en el estómago rápido y fuerte.
Su mano dejó mi espalda y su dedo presionó entre mis cejas.
—¿Qué pasa por tu mente cuando haces esta línea? —preguntó.
—No quiero hablar de eso.
—Dime.
—Es estúpido.
Esperó, con su mirada en la mía.
—Estaba celosa de todas las demás mujeres. Pasadas y futuras.
Pasaron los segundos y luego se dejó caer sobre su espalda, ambos brazos
subieron para acunar su cabeza, y miró al techo, dejando escapar un largo suspiro.
Un escalofrío me recorrió por la pérdida de su calor.
Yo y mi bocota. Me moví, haciendo una mueca al sentirlo, pegajoso y resbaladizo
entre mis piernas. Nunca dejaría que nadie hiciera eso. Fue tan íntimo, y peligroso, para
ser honesta, pero este hombre podría obtener cualquier cosa de mí. Debería limpiarme.
Al encontrar la toalla de mi ducha anterior amontonada debajo de mí, hice un
movimiento para levantarme y cubrirme.
Su mano salió disparada hacia mi brazo.
—Descansa un momento. —Negó con la cabeza—. ¿Te quedas? S'il te plait.
Agarré el borde del edredón, me tapé con él y rodé hacia él.
—No te escondas.
—No lo hago, tengo frío.
Mirando hacia abajo de su cuerpo, vi que estaba duro de nuevo.
Siguió mi mirada y se rió entre dientes.
—Es mucho tiempo para compensar —bromeó.
—Seguramente… seguramente ha habido otras. ¿Otras oportunidades?
Su sonrisa se desvaneció.
—Mi vida ha sido todo sobre Dauphine y el trabajo. Sé que parece fácil desde el
exterior. Otros padres solteros lo tienen más difícil. Después de todo, tengo una madre
y mucho personal que quiere cuidarla, pero —hizo una pausa, frunciendo el ceño como
si estuviera pensando cómo expresarse—, estaba asustado. Tenía miedo de no ser un
buen padre y Dauphine crecería siendo como su madre. Yo... sigo buscando las señales.
Yo no... no parece que haya mucho más importante, tengo mi trabajo, muchos nuevos
retos, inventos, y tengo a mi hija. —Parecía estar bailando alrededor de otra cosa—. No
me gusta la forma en que la gente -las mujeres- me miran. Como si estuviera roto. Fuera
trágico. Un hombre digno de lástima, o de ser salvado. Estoy roto, soy muy consciente
de ello, pero es mi problema, y no me gusta verlo en el rostro de la gente. En los ojos de
las mujeres que creen que pueden arreglarme. No quiero que me arreglen, no confío
fácilmente, no después de Arriette, y quiero que siga siendo así. Es más seguro y
funciona, pero eso no me ha dejado muchas oportunidades, las mujeres siempre
quieren más.
Wow. Ofensa aceptada. Estaba igualmente inundada de lástima por él y tristeza
por nosotros, y duele, como si me estuviera rechazando personalmente.
—Todos deberían querer más. Todos deberían esperar más.
No ofreció una respuesta.
Una cosa era saber que el hombre con el que estabas tenía paredes, otra muy
distinta saber personalmente sobre su altura, su anchura y su absoluta
impenetrabilidad, y que me advierta que no intente escalarlas para no ser una más de
esas mujeres. ¿Se suponía que debía sentirme afortunada de que me eligiera? Estaba a
punto de sentirme utilizada. La irritación burbujeó. No. Sabía cuáles eran las reglas. Lo
que él quería que fuera, al menos. Me tragué el amargo aguijón del rechazo y la
desesperanza que se levantó en mí y traté de aligerar el estado de ánimo.
—¿Y ahora yo puedo ser la chica afortunada que disfruta de esto por unos días?
—Extendí la mano y la cerré alrededor de su circunferencia. Internamente, me
estremecí ante la superficialidad de mi respuesta. Sonaba hueca para mis propios oídos,
pero, ¿qué otra respuesta podría tener?
Quitó mi mano de él y se la llevó a la boca y besó el dorso. Luego se sentó.
—Debería dejar que te arregles. Estaremos atracando pronto.
Cualquiera que fuera la conexión que habíamos encontrado durante nuestra
relación amorosa, porque estaba segura de que se había convertido en eso, se había
desvanecido después.
—Claro —dije—. ¿Todavía iremos a cenar? —pregunté porque, francamente,
después de lo que acababa de decir, era una incógnita. Quiero decir, ¿no era romántico
salir a cenar con una mujer con la que te acostabas? ¿Una forma de acercarnos? ¿Hablar
termina de hacer que ella termine queriendo más?
—Sí, por supuesto —dijo.
Cierto.
—¿Que debería ponerme?
—No esa cosa dorada, o no dejaremos el barco —dijo con una carcajada mientras
levantaba la camisa del suelo y se la pasaba por los brazos.
—No tengo mucho para elegir, pero encontraré algo.
Se puso de pie y se puso la ropa interior y los pantalones cortos, abrochándose
el botón. Pasó su mano por su cabello oscuro, luego se inclinó hacia adelante y me dio
un beso rápido.
—Siempre te ves hermosa, ponte lo que quieras. —Luego guiñó un ojo, abrió la
puerta y se fue.
Me dejé caer en la cama.
Buen Dios, estaba confundida.

Atracamos en un pequeño puerto cerca de Calvi que se asentaba debajo de


acantilados y una enorme y antigua muralla.
—Wow —exhalé la palabra, protegiéndome los ojos mientras nos acercábamos.
El sol se estaba poniendo a través del océano detrás de mí, hacia el oeste, y la luz bailaba
sobre los acantilados de piedra caliza, haciendo que las rocas parecieran oro puro.
Andrea se unió a mí en la proa.
—Te ves preciosa —dijo ella.
Adorné mi sencillo vestido de lino negro con un hermoso collar verde jade y
turquesa que compré con Andrea en St. Tropez. Resaltaba mis ojos, si lo decía yo misma.
Fui testigo de eso en el espejo del baño después de mi segunda ducha de la tarde.
—Gracias.
—¿Estás bien? —me preguntó.
—Estratosférica —respondí.
Ella le dio una sonrisa sombría.
—Ese es un largo camino para caer.
—En serio. —Apreté su mano—. Disfruta de tu tiempo libre.
—Tú también. —Me guiñó un ojo y me dejó.
Debía unirme a Xavier en la cubierta superior, pero necesitaba un segundo para
mí al aire libre. Éramos el único barco en el muelle largo, de lado a lado, probablemente
debido a la profundidad del agua disponible y el tamaño del barco.
Rod se movía, atando cosas y arreglando otras que se habían caído. Él y el Chef
probablemente tardarían un poco en salir del barco. Andrea debe haber tirado de la
pajita larga porque la vi caminar por el malecón alejándose de nosotros hasta la puerta
del final.
Después de mi ducha, volví a revisar mi correo electrónico para ver si había
respuestas a mis solicitudes. Había un correo electrónico de mi mamá. Me envió el
nombre de su contacto en la Fundación Histórica de Charleston. Estaba bastante segura
de que incluso podría disfrutar trabajando ahí por un tiempo. Ciertamente, los
contactos en la ciudad serían invaluables. Personas que valoraban lo que hacía y que no
buscaban ganar dinero más rápido. Luego, después de eso, ¿quién sabía? No tenía
noticias de nadie más, pero por alguna razón, todavía me resistía a presentar la
solicitud.
También me mantendría en contacto con Madame, independientemente de lo
que pasara aquí con Xavier. Podría aprender mucho de ella que podría ser útil en mi
trabajo en Charleston. Además, me gustaba de verdad. Entonces, con ese fin, le envié un
mensaje y le pregunté formalmente si podía quedarme y seguirla durante una semana
antes de regresar a casa mientras descifraba mis próximos pasos. Me daría una semana
más en Francia, no las semanas que ella había sugerido, para poder minimizar mis roces
con Xavier después de que terminara esta aventura de dos días. Ella respondió
inmediatamente con la palabra: ¡Absolument ! Lo que tomé como absolutamente en
francés.
Luego envió una linda selfie de ella y Dauphine mostrando unas uñas recién
pintadas. Las de Dauphine eran mandarina con calcomanías de sirenita, y las de
Madame eran una elegante manicura francesa. Quería preguntarle a Andrea cómo
llamaban los franceses a una manicura francesa. ¿Era incluso francés? Las papas fritas
no eran francesas, entonces, ¿qué sabía yo?
Un silbido llamó mi atención.
Miré hacia arriba.
Xavier estaba casualmente inclinado sobre la barandilla de la cubierta superior,
luciendo como un modelo de Instagram.
—¿Te unirás a mí? —preguntó y dejó escapar su sonrisa de megavatios que fue
como una descarga eléctrica en mi pecho.
Todo dentro de mí era un complicado lío de emociones. Estaba molesta por las
cosas que dijo mientras estábamos acostados en mi cama después de la experiencia
sexual más increíble de mi vida. Molesta y herida, y no tenía derecho a estarlo.
¿Por qué no podía apagar mi estúpido cerebro y corazón y simplemente disfrutar
esto por lo que era? No me hizo ninguna promesa, no quería promesas de todos modos,
y solo porque fue devastador para mí, no significaba que sus experiencias sexuales no
fueran siempre así para él.
Pero, mierda.
Estaba loca por él. Más que atraída por él. Era adicta a conseguir que se riera o
sonriera. ¿Y la forma en que gritó mi nombre cuando llegó al clímax? Bueno, eso me
perseguiría en lo más profundo de mi alma casi siempre, y su hija, Dios, la amaba, y yo
estaba enamorada de la forma en que él la amaba. Tenía que asegurarme de no
confundir mi amor por su familia con estar enamorada de él, pero temía que las aguas
ya estuvieran demasiado turbias.
Mi estómago, completamente vacío, gruñó.
—¿Y bien? —preguntó
—Estoy en camino.
CAPÍTULO TREINTA Y
CINCO

Xavier Pascale y yo caminamos juntos desde el embarcadero hasta las pequeñas


cabañas de pescadores que se agrupaban en semicírculo alrededor del puerto. El calor
del día aún no había disminuido por completo, pero se había levantado una brisa.
—Entonces, ¿este es Calvi ? —pregunté.
—Sí. La parte más tranquila del puerto. Más barcos de pesca, menos turistas, y
conozco mejor esto.
—¿Y es aquí donde tu reunión es mañana?
Se detuvo en la entrada de un estrecho callejón empedrado por el que estábamos
a punto de bajar y señaló más allá de la enorme muralla de la ciudadela que dominaba
la bahía rocosa y la cima del acantilado.
—Ahí arriba.
Levanté mis cejas.
—Okey.
Me dio una sonrisa de laso.
—Larga historia. Tal vez te la cuente durante la cena. —Su mano rozó la mía y
luego la apretó, con sus dedos deslizándose entre los míos.
Mi vientre dio un aleteo de placer. El agarre llegó justo a tiempo cuando mi
sandalia se enganchó en un adoquín y me tropecé. O tal vez fue la distracción de la
acción.
—¡Wow!
Su brazo se envolvió alrededor de mi espalda mientras me atrapaba.
—Atención. Lo siento. Ten cuidado. ¿Estás bien?
Hice una mueca y moví mi pie.
—Tropezar con sandalias es doloroso.
—¿Estarás bien? —preguntó, con el ceño fruncido por la preocupación. Se puso
en cuclillas e inspeccionó mi pie antes de que sus dedos subieran por la parte posterior
de mi pantorrilla—. El restaurante no está lejos. ¿Quizás un masaje de pies cuando
volvamos esta noche?
Golpeé su frente.
—¿Eres real?
—Ah. —Se frotó la cabeza, con una sonrisa divertida en su rostro.
—Lo siento, no fue demasiado duro, ¿verdad? —¿Quién era este hombre dulce,
sonriente y juguetón?
—¿Para esta cabeza? No.
—Ja. —Moví los dedos de los pies—. Creo que estoy bien, vamos. ¿Mencioné lo
hambrienta que estoy?
Se puso de pie y se inclinó hacia delante. ¿Qué estaba…? Oh. Sus labios se
presionaron contra los míos. Suave, persuasivo y demasiado rápido. Dio un paso atrás.
Mis ojos se abrieron.
—¿Por qué fue eso?
De repente parecía inseguro.
—Lo siento, eso fue simplemente inesperado. —Miré a mi alrededor—. Y la
mano también. Pensé que te preocupaba que la gente te viera. ¿Que te reconocieran? —
Los peatones siguieron su camino a nuestro alrededor. Los comerciantes pasaban el
rato en los escalones de la entrada fumando y charlando entre ellos, sin prestarnos
atención. Me recordó a St. Tropez, pero menos llamativo y menos grupos de familias de
catálogo perfectamente vestidas.
—Nadie sabe que estoy aquí, y a la gente aquí no le importa quién soy.
Principalmente. No es como en el continente.
—Espera, ¿técnicamente no estamos en Francia? Me siento muy estúpida.
Quiero decir, pensé que estábamos ahí. Simplemente no lo pensé. Nadie quería ver mi
pasaporte.
Se rio entre dientes y llevó mi mano a su boca para un rápido beso antes de tirar
de nosotros en nuestro camino.
—En realidad, esto es Francia. Aunque, no siempre fue así, y Paco envió nuestros
pasaportes por adelantado al capitán del puerto.
—¿Ah?
—Antes no solíamos tener que hacer eso, pero tenemos tantos refugiados en
aguas mediterráneas por el genocidio en Siria. Todos los países están sintiendo la
tensión, por lo que los funcionarios verifican las credenciales de los barcos, y tengo una
buena relación con la gente aquí.
—¿En serio? ¿Cómo?
—Otra larga historia.
—Mmm. ¿Qué idioma hablan los lugareños aquí? ¿Francés?
Me guió por una colina hasta un pequeño callejón lleno de escaleras que tenía
solo una persona de ancho, y me guió delante de él.
—Sí, pero muchos se consideran corsos, no franceses. Tienen sus propias
costumbres. —Su voz flotó detrás de mí mientras subía—. Tienen su propio dialecto en
muchas áreas. Hay mucha influencia italiana, en realidad está más cerca de Italia.
Francia se lo robó a los genoveses en el siglo XVIII, y putain, es realmente difícil subir
las escaleras con ese trasero delante de mí.
Me di la vuelta, atrapándolo mirando el área en cuestión. Levantó sus ojos hacia
los míos con culpabilidad, con sus palmas hacia arriba y una sonrisa jugando alrededor
de su boca sexy.
—Bueno, ahora no puedo caminar delante de ti.
—Sí puedes.
—No. No puedo. —Me crucé de brazos.
Reprimió una sonrisa.
—Eso es una lástima. Lo disfrutaré más tarde. —Tomó mi mano—. Además, ya
estamos aquí. Aunque un poco temprano. —Nos detuvimos frente a una puerta verde.
Estaba colocado en una pared de estuco astillado, la pintura de la puerta se estaba
descascarando para revelar madera antigua. De repente, se abrió y un hombre pequeño
salió, la abrió y colocó una pizarra contra la pared. Luego levantó la vista y su rostro
grisáceo se transformó en una amplia sonrisa manchada de tabaco.
—¡Pasqual-ey! —estalló.
El hombrecillo corrió hacia adelante, agarrando a Xavier de la mano y palmeando
su espalda en un medio abrazo. Fue devuelto con grandes sonrisas.
—Cristo. —Xavier saludó al hombrecito que le llegaba hasta el codo, apenas.
—¡Venga! Venga! —ordenó emocionado el hombre llamado Cristo. Xavier y yo
fuimos conducidos al interior. Antes de que mis ojos se acostumbraran, hubo un
alboroto de saludos del personal en la cocina y algunas presentaciones hechas a los
meseros que Xavier no conocía. Estaba claro que les estaban diciendo que la realeza
había llegado. Me quedé atrás, dejando que Xavier me alcanzara. Estaba respondiendo
en lo que sonaba como un rudo italiano, definitivamente no francés, y luego,
lentamente, todos recordaron que yo estaba ahí. Tragué saliva mientras uno a uno los
ojos curiosos se volvían hacia mí. Xavier dio un paso atrás y tomó mi mano. La levantó
y dijo algo y Joséphine.
Hubo algunos suspiros colectivos y sonidos de sorpresa.
—Josephine —susurraron algunas personas con reverencia. Okey. Eso fue
extraño. Y luego mi otra mano fue agarrada, besada y sacudida y nos condujo a un par
de taburetes junto a un barril de vino volcado.
—¿Eh? —pregunté—. ¿Qué acaba de suceder? ¿Eres como una estrella de fútbol
secreta o algo así?
Se rió entre dientes y luego se rascó la nariz.
—Algo como eso. No en cuanto a fútbol. Eso quisiera. No es que fuera medio malo
en la escuela.
—¿Y? Llega ahí más rápido —lo alenté.
Miró a su alrededor.
—Nos están preparando una mesa arriba —evadió.
—¿Y esta es otra larga historia?
—Oui.
—Podríamos necesitar más de una cena juntos —bromeé.
—Podríamos —dijo, su voz bajando a una octava baja y sus ojos encontrando los
míos en la tenue luz interior.
De repente nos obsequiaron con una canasta de pan, aceitunas y una jarra de
barro con vino tinto con dos vasos cortos y gruesos. Por alguna razón había catalogado
a Xavier Pascale como alguien que frecuentaba lugares extremadamente elegantes. Esto
era tan básico, tan encantador y tan real como parecía.
—Estás lleno de sorpresas —le dije y mordí una aceituna verde ácida y firme,
con el suave sabor amargo zumbando en mi lengua. Era el cielo, y gemí—. No tenemos
aceitunas como esta en casa. Wow.
Sonrió enigmáticamente y tomó un sorbo de vino tinto.
Cristo volvió a la mesa diciéndole algo a Xavier que sonaba como las palabras
diez minutos en mi comprensión básica del idioma romance europeo. Luego vertió un
poco de aceite amarillo verdoso oscuro en un platillo y besó las yemas de sus dedos. Él
era tan dulce.
—Nuestra mesa de arriba estará lista en diez minutos —me dijo Xavier—. Dijo
que quiere que sea perfecto.
—¿Te importa si mientras tanto me atiborro de pan y aceite de oliva?
Inclinó la canasta hacia mí en ofrenda. Tomé un trozo de pan, arranqué un trozo
y lo puse a absorber el aceite que Cristo acababa de verter.
—Gracias.
—Me encanta verte comer. Lo hice desde la primera noche y se volvió imposible.
Tenía que evitarlo siempre que podía, tuve que decirle a Andrea que necesitabas comer
con la tripulación.
Hice una pausa a mitad del bocado, mirándolo fijamente.
—Oh. —Ups. Bocado. Apresuradamente mastiqué y tragué. Demasiado grande.
Tomé un trago de vino y casi me ahogo. Genial. Alguien te dice que le gusta verte comer,
y decides en ese momento atragantarte con la comida. Excelente.
—Pero guarda un poco de espacio. La comida de Cristo es la mejor. Simple, pero
la mejor, y hay mucho de eso.
Tomé un bocado más de pan, y luego lo dejé a un lado de mala gana y tomé un
sorbo de mi vaso.
—El vino es increíble —le dije—. ¿De qué tipo es?
—Solo una mezcla local que sobró de los viñedos, probablemente. Lo venden
como vino de la casa. Puede variar ligeramente de un año a otro, dependiendo de lo que
se exporte.
Nuestros ojos se encontraron.
Dejo mi vaso.
—¿Qué haces exactamente?
Su mirada se dirigió a su vaso donde pasó un dedo por el costado, luego de
regreso a mí.
—Larga historia —dijimos los dos al mismo tiempo. La mía es una pregunta, la
de él una afirmación.
Él sonrió, y me reí en mi vino.
—Me encanta que no lo sepas.
Fruncí el ceño.
—¿Y quieres mantenerlo así?
Dejó escapar un suspiro, y sus ojos se pusieron serios.
—Me encuentro queriendo contarte todo, es tan fácil estar contigo. —Tomó su
vaso y tomó un gran sorbo. Ahora se permitía dejarse llevar conmigo, era el significado
tácito.
—Ojalá pudiera decir lo mismo.
Su cabeza se inclinó hacia un lado, pidiéndome sin palabras que le explicara. Una
leve mirada de dolor ondeó detrás de su máscara de póquer.
—Me refiero a esto, aquí, a ti, ahora mismo. Es genial, pero el mismo día me dices
que las mujeres quieren demasiado de ti. Me imagino… sé —corregí—, cómo pueden
caer en esa trampa de querer más de ti de lo que estás dispuesto a darles. De darme.
Esta versión tuya es… —Tomé un pequeño sorbo de vino, preguntándome cuán honesta
ser y decidiendo que ya había dicho suficiente. Lo que quería decir era “es fácil
enamorarse de esta versión tuya". Pero la verdad era que cada versión de él lo era.
No podía mirarlo. Tomé un pequeño trozo de mi pan, y entonces apareció Cristo,
gesticulando y señalando una pequeña escalera de madera desvencijada.
Nos levantamos y lo seguimos. Al pie de las escaleras, Xavier me indicó que
siguiera a Cristo y que me adelantara. Después de lo que pasó afuera, esto debería haber
sido divertido, pero había arruinado el ambiente. Me adelanté a él, pero en el momento
en que mi pie tocó el primer escalón, me tomó del brazo para detenerme y se paró
detrás de mí, con su boca en mi oreja.
—Estaba hablando de otras mujeres —susurró.
—¿Yo qué soy? —Giré mi rostro hacia el suyo.
Dejó caer su frente en mi hombro por un segundo, luego me miró, con expresión
impotente.
—Tú eres… tú.
Asentí ante su falta de respuesta, sabiendo que probablemente era todo lo que
obtendría, luego continué siguiendo a Cristo escaleras arriba.
CAPÍTULO TREINTA Y
SEIS

Después de seguir a Cristo por cuatro tramos de antiguas escaleras de madera,


que se volvieron más estrechas y desvencijadas, estaba seriamente lista para cuestionar
la seguridad de esta aventura.
—¿Cuántos años crees que tiene este edificio? —le pregunté a Xavier por encima
del hombro.
En cada curva, pasamos por puertas de madera cerradas empotradas en estuco
blanqueado y seguimos subiendo.
—Quinientos años, más o menos. Quizás más.
—Wow. ¿No tienen termitas en esta parte del mundo?
—Normalmente, diría '¿de qué estás hablando?' Pero acabo de leer un artículo
aterrador. Van a ser más frecuentes en Europa con la temperatura media aumentando
cada año. Perderemos tanta historia.
—Eso es tan triste, yo… —Mis palabras murieron en mis labios cuando llegamos
a la cima y subimos a través de una trampilla donde estoy segura de que le mostré a
Xavier mi tanga negra, y luego estábamos en una terraza en la azotea. Estaba adornado
con luces parpadeantes y plantas en macetas. Naranjos y limoneros adultos en barriles
de vino partidos por la mitad crearon un santuario pero dejaron la vista abierta hacia
el puerto y el océano. Incluso había una vid de uva sobre nuestras cabezas. Los últimos
rayos de luz del día habían derramado mercurio sobre el océano azul. En la terraza
frente a nosotros, había una mesa individual cubierta de lino para dos personas con una
vela en un frasco de vidrio en medio. Suave música clásica era tocada desde algún lugar
desconocido.
Cristo se preocupó y nos movió hacia la mesa. Mi boca estaba abierta y la cerré.
—Es hermoso —le dije con sinceridad.
Aparentemente sabía lo que eso significaba.
—Hermoso, hermoso, si, si —dijo, encantado. Se volvió hacia Xavier, señalando
la pared en la esquina, explicando una especie de artilugio de mesero tonto y una
campana antes de volverse hacia nosotros y llenar nuestras copas de vino con lo que
quedaba de la jarra. Aparentemente, la mesa de arriba tiene el elegante cristal tallado.
Era viejo y pesado. Hermoso. Después de sentarnos, Cristo desapareció escaleras abajo.
Miré a mi alrededor, todavía con asombro.
—Esto es... impresionante. —La brisa era más fresca aquí arriba y acariciaba mis
brazos desnudos.
—Lo es. No tenía ni idea.
—Espera. ¿Esta no es tu mesa romántica especial?
—Creo que mencioné cuánto romance he tenido recientemente —dijo con
firmeza.
Mi intestino golpeó.
—Lo siento, parece que te conocen desde hace mucho tiempo. Yo, ¿no trajiste a
tu esposa aquí?
—Me retracto de que es fácil estar cerca de ti. Me estás desafiando esta noche.
—Se rio entre dientes y tomó su copa de cristal—. Chin chin.
—Salud —respondí con cuidado.
Ambos dejamos nuestras copas.
—La verdad es que la traje aquí, no aquí arriba. Esto nunca me lo ofrecieron
antes. No sabía que existía. Arriette no disfrutó cuando vine a visitar Córcega. Quizá
Cristo podría decirlo. —Su voz era baja y sus ojos se desviaron hacia la izquierda como
perdidos en los recuerdos.
—¿Qué le pasó realmente? —susurré—. ¿Cómo murió?
Sus hombros se movieron y lentamente descruzó los brazos, colocando las
palmas de las manos en el borde de la mesa como si se estuviera estabilizando. Se miró
los dedos.
—Las historias sórdidas dicen que se divirtió demasiado y tomó una sobredosis.
—Su voz llevaba vergüenza.
—¿Y tú? —me las arreglé—. ¿Qué crees?
Me miró con vacilación, y con tanto dolor que mi pecho se apretó.
—Yo… creo que ella se quitó la vida —dijo—. Creo que fue... deliberado.
Mierda. Dejé que su verdad cuelgue en el aire entre nosotros, luchando contra el
impulso de refutarla, de tranquilizarlo, de arrastrarme sobre la mesa y abrazarlo tan
jodidamente fuerte.
—Hoy, cuando me viste en el baño, pensaste en ella, ¿no? —pregunté en voz baja
cuando pude respirar de nuevo.
Él asintió, luego levantó las palmas de las manos de la mesa con una inhalación
y alcanzó su vino.
—Bueno . Ahora lo sabes, y me gustaría que no lo discutas con nadie.
—Por supuesto —grazné y me aclaré la garganta—. Nunca lo haría. Lo siento
mucho.
—No es tu culpa. —Hizo una mueca.—. Si Dauphine tuviera que pensar en el
hecho de que su madre no amaba a su hija lo suficiente como para seguir con vida,
bueno, puedes entender por qué no hablamos mucho al respecto.
Toqué el dobladillo de mi vestido mientras temblaba por dentro ante su dolorosa
verdad dicha sin rodeos, y apuesto a que él sentía lo mismo: que ella tampoco lo había
amado lo suficiente como para seguir con vida. No es de extrañar que tuviera problemas
de confianza. Esto era más que alguien mintiéndole. Esto era confiar en alguien con tu
corazón. Con tu vida. Con la vida de tu hija, y no ser suficiente. Mis ojos picaban y se
llenaban. Negué con la cabeza, parpadeando y mirando la oscura vista nocturna. Pasé
una mano rápidamente a mis ojos antes de que pudiera ver.
—Dauphine dijo que le dijiste que la tristeza era una enfermedad de la que la
gente podía morir. Creo que lo has manejado bien con ella. No es que las personas que
sufren no amen lo suficiente a su familia —dije lentamente—. Es que la enfermedad es
más fuerte.
Me miró por un segundo, y pareció haber un entendimiento entre nosotros.
—¿Eres real? —preguntó en voz baja, arrojándome mis palabras de esta noche
mucho más conmovedoras.
Hubo un golpe en la pared donde estaba el montaplatos, y Cristo se materializó
por la pequeña puerta del techo como si lo hubieran convocado, trayendo una bandeja
de postres y rompiendo la atmósfera malhumorada.
Dejó la comida en un carrito que empujó y comenzó a colocar algunos de los
platos sobre la mesa. Los aromas celestiales se elevaron, haciéndome la boca agua.
Hierbas, ajo, algo ligeramente frito. Para cuando él también tomó lo que había en la
charola, mi estómago dio un fuerte gruñido y los ojos de Cristo se clavaron en mí,
sobresaltado.
—Disculpe —dije, con mis mejillas ardiendo, chupando mis labios entre mis
dientes. Miré hacia arriba para ver a Xavier, con la cabeza agachada, los hombros
temblando mientras trataba de contener la risa.
Me miró a los ojos y ambos nos reímos a carcajadas.
Cristo sonreía con su sonrisa manchada y desdentada y empezó a hablarme.
—Dice que se siente halagado de que disfruten tanto la comida que han
preparado.
—Dile que me has estado matando de hambre preparándome para experimentar
su cocina.
—Je… no. Mon dieu. —Xavier me lanzó una mirada semi divertida y semi
sorprendida antes de transmitir algún tipo de mensaje a Cristo. Cristo pareció
complacido, y luego comenzó a señalar y explicar.
Algunos no necesitaban demasiada explicación. Había una tabla de carnes frías
con una selección de carnes y quesos, algunas aceitunas más, pequeños calamares
fritos, grandes camarones rosados y brillantes ligeramente espolvoreados con algo y
rodeados de grandes, gordos y jugosos limones. Había algún tipo de carne de color más
claro, rodeada de bolas redondas y zanahorias.
—Jabalí y castañas asadas —explicó Xavier cuando lo miré demasiado tiempo.
Todos los platos se veían suntuosos pero pequeños para que pudiéramos probar
todo.
Cristo abrió una botella polvorienta de vino tinto y la dejó a un lado por ahora, y
luego se alejó arrastrando los pies y desapareció.
—Se me hace agua la boca. —Señalé un cuenco—. Para ser honesta, esto parece
sémola sureña.
—¿Sémola?
—Hecho de harina de maíz gruesa.
—Ah, como la polenta. Sí, esto es corso sin embargo. Así que estará hecho de
harina de castañas. Se sirve con el cordero o con lo que gustes.
—Sirve lo mismo que la sémola también, entonces. Desayuno, almuerzo o cena.
Ciertamente en Carolina del Sur la gente o los ama o los odia. No hay término medio.
—¿Cómo se prepara?
—Simple mantequilla y sal, a veces con queso, a veces con salsa de salchicha —
enumeré—. Definitivamente con camarones y salsa de bourbon. Tú eliges. Algunas
personas incluso lo endulzan con jarabe. —Hice una mueca—. Aunque eso es un pecado
en mi casa.
Xavier sirvió mi plato con un poco de todo y comencé a comer. Los sabores eran
increíbles. Ninguna hierba era abrumadora, pero todo sabía fresco y lleno de sabor.
Identifiqué hinojo, ajo, romero y, por supuesto, castaña.
—Cuéntame sobre tu infancia —preguntó Xavier después de que casi
termináramos los platos iniciales, ninguno de los dos pudo hablar por mucho tiempo
antes de poner algo más en nuestras bocas. Era difícil no gemir en voz alta.
Cristo acababa de levantarse y sirvió una especie de sopa de mariscos que me
estaba haciendo delirar. Me estaba llenando tanto, y la jarra de vino ahora terminada
nos había dejado lánguidos, relajados y riéndonos libremente.
Le respondí a Xavier y le conté sobre crecer en el centro de Charleston y asistir
a una escuela privada. Compartimos historias similares de cómo fue eso y el tipo de
amigos que perduraron desde ese momento.
Me contó sobre las monjas en su escuela privada católica y cómo les dio crédito
por mantenerlo en el buen camino.
Hablé de perder a mi papá, y le hablé de la mañana en que me desperté en el
internado y me llamaron a la oficina del director. Me dijeron que habían arrestado a mi
padrastro y que me pedían que me fuera porque mis cuotas no se habían pagado desde
el comienzo del año escolar.
—Ni siquiera se me permitió volver a mi habitación y empacar mis propias cosas,
o incluso decir adiós. Todos estaban en clases. —Me tragué la bola de vergüenza y
humillación que siempre se alojaba en mi garganta cuando recordaba—. Mi madre
estaba ahí para recogerme, y estaba tan sorprendida y humillada por todo lo que ni
siquiera podía decirme. No dijimos nada en todo el camino a casa y cuando llegamos
ahí, había prensa en las puertas. Apenas pudimos pasar. La policía llegó para que
pudiéramos pasar por la puerta, pero tuvo que soportar caminar hasta la puerta
principal con esa audiencia. Dejé todas mis cosas en el auto en lugar de desempacar
frente a ellos.
Xavier tomó mi mano.
—Sé lo lobos que pueden ser.
Parpadeando un poco de humedad en mis ojos, continué.
—Recuerdo haber preguntado mientras cerrábamos la puerta principal detrás
de nosotros: '¿Esta casa es nuestra o también nos echarán de aquí?' La respuesta fue,
por supuesto, sí, nos echarán. La hipoteca no había sido pagada en seis meses. Fue esa
pregunta la que rompió a mi madre, ella amaba esa casa. Ella y mi padre la habían
comprado juntos, mucho antes de que mi padrastro entrara en escena. —Con mi copa
de vino vacía, tomé mi vaso de agua y tomé un largo sorbo, recordando cómo casi se
había derrumbado y tuve que intentar llevarla al sofá—. No muchos amigos se
acercaron a mí. Incluso amigos con los que había estado en la escuela durante años. Sin
embargo, Meredith sí. —Sonreí—. La conozco desde la primaria. A Tabs apenas desde
la universidad, aunque se siente como mucho más tiempo. Las extraño. También son mi
familia en realidad.
Xavier alcanzó la botella polvorienta de vino tinto que Cristo había abierto antes
y nos sirvió copas nuevas.
—Lamento que te haya pasado —dijo—. No puedo imaginar cómo se debe haber
sentido eso, como un terremoto bajo tus pies.
—Algo como eso. Si el terremoto destruye todo el mundo que te rodea y te deja
de pie y preguntándote a dónde fue todo. Todavía nos persigue, Charleston tiene una
larga memoria. El día que acepté el trabajo para venir aquí, me acababan de pasar por
alto para un ascenso en el trabajo, y el socio mayoritario mencionó a mi padrastro.
Después de todos estos años, todavía estamos pagando por sus pecados. Me dijeron que
nunca obtendría un ascenso.
Xavier frunció el ceño.
—Idiota —dijo con acidez.
Me reí.
—Aprecio tu lealtad ciega, pero no tienes idea si soy buena en mi trabajo.
—Eres extraordinaria, apostaría mi vida por ello. Eres una apasionada de todo
lo que haces. Interesada. Curiosa. Talentosa, a juzgar por los bocetos que Dauphine me
ha mostrado. Puedes dibujar el detalle exacto en una fachada que la convierte en lo que
es, y fuiste la mejor estudiante de la clase.
Levanté las cejas, sonrojada de placer.
—¿La mejor estudiante? ¿Y cómo sabrías eso?
Tomó aire y luego me miró a los ojos.
—Tengo tus expedientes académicos de la universidad. Tengo el hábito de
investigar a fondo a todos los que se acercan a mi familia.
—Eso suena solitario —disparé a la defensiva, sin saber cómo me sentía acerca
de él investigándome. Tenía sentido dada su posición, pero aún así no se sentía bien.
—Es solitario.
De alguna manera eso me desinfló.
—Entonces, sabías todo sobre mí. ¿Por qué molestarse en preguntar? —
pregunté fuertemente.
—Porque esos eran hechos, pero no había historia. Tú eres la historia, Josephine.
Tomó su copa y olió el vino nuevo. En Charleston, solía encontrar eso
pretencioso, pero Xavier girando e inhalando vino era sexy como el infierno. Tal vez fue
solo la forma segura en que se sentó, reclinado hacia atrás, con las piernas ligeramente
abiertas. La luz de las velas y el brillo de las luces centelleantes del techo jugaban con
sus rasgos. Tal vez fue la forma en que sostuvo su copa, y el hecho de que estábamos
sentados en una azotea en una isla en medio del Mediterráneo, pero más que eso, era
su presencia. Su intelecto, y la forma en que claramente era un hombre de negocios
exitoso e importante y, sin embargo, me miraba como si yo fuera la criatura más
fascinante que jamás había conocido. Eso podría ir a la cabeza de una chica.
Después de que tomó su primer sorbo de la nueva botella y no la escupió ni hizo
una mueca de horror, supuse que probablemente era excelente. No es que esperara lo
contrario.
Tomé un sorbo y tragué lentamente. Wow. Lo era.
—Mmmmm.
Xavier se aclaró la garganta.
—Mmm, ¿qué fue eso? —preguntó, con voz áspera.
—¿Qué?
—Esa cara que acabas de hacer, ese pequeño sonido especialmente.
—¿Hice un sonido? El vino es tan bueno, supongo. Evoca imágenes de yacer en
un campo oscuro, contemplando un cielo estrellado rodeada por el aroma de las moras.
—Tienes facilidad con las palabras.
—Ja. No usualmente. —Le di una pequeña sonrisa.
Dejó su copa sobre la mesa.
—Supongo que mientras estás ahí tirada inhalando las moras y mirando las
estrellas yo estoy entre tus piernas, subiéndote el vestido y saboreándote.
Me ahogué.
—¿Qué? Oh, Dios. —Mi voz salió en un chillido entrecortado. El leve zumbido y
la calidez de la química a fuego lento entre nosotros se encendió como una cerilla y se
extendió por toda la parte inferior de mi vientre.
Me miró.
—Me encanta ese sonido que acabas de hacer. Soy adicto a ese sonido, y esa
mirada que tienes en tu rostro. Eres embriagadora, Josephine.
Mi mano tembló levemente mientras tomaba otro pequeño sorbo de vino en un
intento de no parecer como si acabara de ser volada hacia un lado.
—Deberías advertirle a una chica antes de hacerle el amor a un metro de
distancia.
Inhaló por la nariz.
—¿Eso es lo que estoy haciendo?
Dejé mi vino, lamiendo mis labios. Descruzando y cruzando las piernas, me moví
en mi asiento. Un movimiento que no pasó desapercibido para Xavier.
—Definitivamente es como se siente —admití. Solo la forma en que decía mi
nombre a veces hacía que mi estómago cayera libremente.
Cristo aprovechó ese momento para materializarse y, en silencio, como si
pudiera sentir el cambio de atmósfera, limpió nuestros platos, y le susurró a Xavier.
—¿Postre? —Xavier me preguntó. Negué con la cabeza. Estaba lleno y estaba
segura de que estaría delicioso, pero solo quería estar a solas con Xavier.
Tan pronto como Cristo se fue y el montacargas bajó traqueteando, nos
quedamos en silencio a la luz de las velas. Los acordes de la guitarra clásica suave se
habían desvanecido entre las piezas y ahora lentamente volvían a la vida.
—Hay tantas cosas que todavía quiero saber sobre ti —dije—. Dos días no
parece suficiente.
—Tal vez lo sea, todavía estamos al principio.
No me molesté en estar en desacuerdo. En cambio, asentí, empujando hacia
abajo el extraño sentimiento de tristeza que burbujeaba a través de mi felicidad.
—No nos volverán a molestar. —Deslizó su silla hacia atrás y levantó una mano
hacia mí—. Viens ici?
¿Vienes aquí?
Como si me pudiera resistir.
CAPÍTULO TREINTA Y
SIETE

De vuelta en el barco, todo estaba oscuro. Aparentemente, solo Paco estaba a


bordo, e incluso él se había retirado a dormir.
Después de que Xavier me hizo señas para que me acercara a su lado de la mesa,
terminé en su regazo, nuestros brazos se abrazaron, hablamos durante lo que pareció
años y nos besamos como adolescentes. Nos detuvimos antes de llegar a ningún
comportamiento indecente por respeto a Cristo y su espacio, pero en poco tiempo
quedó claro que ni siquiera nuestro entorno podría detenernos si no salíamos de allí.
Tropezamos vertiginosamente por las escaleras, diciéndonos adiós de forma rápida y
jovial. En las calles empedradas, Xavier me abrazó, me sostuvo bajo su brazo,
deteniéndose ocasionalmente en los portales oscuros para besarme el cuello y
susurrarme cosas en francés al oído. Mi piel era un conducto para su deseo, cada célula
iluminada con fuego eléctrico.
Estaba mareada, sin aliento y completamente seducida.
Guíe a Xavier hasta mi cabina donde apenas logramos cruzar la puerta antes de
que nuestra ropa fuera desechada. Solo las luces de los botes amarrados y el muelle se
filtraban a través de mi pequeña ventana mientras acunaba su cuerpo entre mis muslos
abiertos y se deslizaba dentro de mí, llenando la necesidad interminable que tenía por
él. Su rostro y sus ojos eran apenas visibles en las sombras.
Nuestro acto de amor comenzó lento y deliberado.
Levantó mi pierna, buscando la forma de llegar más profundo, y grité por el
nuevo ángulo.
—No hay nadie para oírte —susurró, entrando y saliendo de mí lánguidamente,
haciéndome sentir cada centímetro mientras arrastraba y empujaba hacia adentro—.
Dime lo que quieres. Déjame escucharte.
—Esto —jadeé—. Tú. Te sientes tan bien dentro de mí.
Gruñó y me murmuró algo en francés. Luego cambió a inglés.
—¿Más rápido? —preguntó mientras empujaba fuerte y rápido.
Grité de nuevo.
—Oui, así —respondió por mí—. Me vuelves loco. Hambriento. Voy a terminar y
necesito más. ¿Cómo es posible?
Entonces sus susurros se calmaron y fue solo el sonido de nuestras respiraciones
laboriosas y mis gritos mientras me acercaba más y más al borde. El repentino silencio
de él fue desconcertante, pero, oh, Dios, estaba justo en el lugar correcto.
—Xavier. Sí. —Envolví mi otra pierna alrededor de su trasero firme, instándolo
a ir más rápido, más profundo. Un relámpago subió y bajó por mi piel.
Su cuerpo se puso tenso y ambos luchamos contra y hacia la carrera por el límite.
Llegué primero, mis ojos se cerraron con fuerza y mi cabeza retrocedió mientras me
entregaba a la caída.
Entonces sostuve su cabeza entre mis manos, observando sus rasgos
sombreados mientras se desmoronaba, deseando poder ver lo que estaba pasando
detrás de sus párpados fuertemente cerrados.
Se derrumbó sobre mí, su corazón latía contra el mío, y luego se deslizó hacia un
lado. El aire fresco susurró sobre mi piel resbaladiza por el sudor mientras recuperaba
el aliento.
Me desenredé sin resistencia y salí de la cama para limpiarme. Cuando regresé,
encontré a Xavier durmiendo, con una mano sobre su cabeza y la otra sobre su vientre.
La luz del baño mostraba que sus rasgos eran suaves y relajados en reposo, sus espesas
pestañas descansaban sobre sus mejillas. Me obligué a dejar de mirar y apagué la luz
del baño, gateando para unirme a él.
Me acosté en la oscuridad junto a su cálido cuerpo, sintiéndome extraña e
incómoda. Había una lucha dentro de Xavier. Era abierto y burlón en un momento y
tranquilo y melancólico al siguiente. A pesar de nuestra velada romántica y los juegos
previos, verbales y de otro tipo, que habían precedido a nuestro acto sexual, él parecía
distante al final, como si de repente se encontrara vulnerable y se hubiera esforzado
por cerrarse de nuevo.
Me desperté con un sobresalto, respirando hondo. Estaba oscuro y caliente, y me
estaba asfixiando. El recuerdo de la noche que pasamos juntos se deslizó a través de mí.
La pesadez del brazo de Xavier cubrió mi cintura y el calor de él enroscado alrededor
de mi espalda me trajo de vuelta a mi entorno.
Su respiración cambió, luego su brazo se movió, apretando suavemente antes de
levantarlo para que su palma recorriera mi torso. Su mano se posó sobre mi vientre y
encendió el calor acumulado que no había disminuido desde la noche en el club.
—¿Ça va?119 —susurró.
Tomé aire, llenando mis pulmones con el oxígeno que tanto necesitaba.
Se alejó, haciéndome rodar sobre mi espalda.
—¿Es por eso por lo que visitas la cubierta por la noche? ¿Te despiertas así?

119
¿Ça va?: ¿Como estas? en francés.
Asentí, luego me di cuenta de que probablemente no podía verme.
—Sí. Está bien. Estoy bien. Solo necesito un segundo para respirar.
—¿Viene de alguna mala experiencia?
Me reí.
—No. No que yo recuerde. No todo tiene que estar enraizado en traumas
pasados. —Me di la vuelta para enfrentarlo y deslicé mi mano en el cabello de su nuca,
raspando mis uñas a lo largo de su cuero cabelludo.
Gimió.
Nuestros labios se encontraron. Suaves, seductores, exigentes.
—Solo tienes que distraerme —susurré mientras sus labios se deslizaban por mi
cuello y yo arqueaba mi cuerpo.
De repente, sus manos se deslizaron debajo de mí.
—Ven. —Me levanto.
—¡Wow! ¿Dónde?
—Mi cama. Es más grande. Más ventanas. Más espacio. Más aire.
Lo detuve con una mano en su hombro, pensando en todas las cosas de la madre
de Dauphine allí.
—¿Qué? —preguntó.
—¿Qué tal la cubierta superior?
—¿Afuera?
—Bajo las estrellas —dije, preguntándome si recordaría lo que había dicho en la
cena. No es que lo necesitara. Quiero decir, no me quejaría.
—Mmm. —Tarareó, sus dedos empujando la sábana de mí y arrastrándose por
mi vientre.
Agarré sus dedos y los besé.
—Insaciable.
—Adicto. Ven. Bajo las estrellas será.
Se puso los pantalones cortos y me entregó su camisa tirada en el suelo. Luego
recogió dos almohadas y mi edredón y trotamos por los niveles del barco hasta que
salimos a la bochornosa noche iluminada por las estrellas. Las luces del puerto
centellearon y una luz amarilla pálida inundó los muros de la ciudadela en lo alto de los
acantilados. Mar adentro, todo era negro como la tinta.
Xavier juntó dos sillas y sacó los cojines de una caja de almacenamiento. Atamos
los cojines entre sí en lugar de a la silla para evitar que se desmoronen. Dejó las
almohadas y el edredón y luego se subió, tendiéndome un brazo para que me deslizara
debajo y descansara mi cabeza en su hombro.
La altura de la barandilla ocultaba nuestros cuerpos, pero sobre nosotros
brillaban las estrellas. Nuestro único testigo.
—¿Está mejor así? —preguntó.
Sonreí, acurrucándome a su lado.
—Sí. —Las luces en las boyas emitían un débil resplandor a nuestro alrededor y,
cuando mis ojos se acostumbraron, pude ver tan bien como si hubiera una pequeña
lámpara encendida.
—Nos despertaremos mojados y cubiertos de… ¿Cuál es la palabra cuando todo
está mojado por el aire en la mañana? Lo olvidé en español. En francés es la rosée120.
—¿Roció? —Sugerí.
—Sí, roció.
—Dios, eso suena mejor en francés. Todo lo hace. —Especialmente lo que haya
sido que salió de tu boca mientras me hacías el amor.
Besó la parte superior de mi cabeza.
—Ahora, dime por qué eres tan famoso para Cristo. ¿Y por qué te llama
Pasqualey?
Xavier rio. Era un estruendo oscuro bajo mi mejilla.
—Una línea de la familia de mi madre es originaria de Córcega. Hubo un héroe
famoso llamado Pasquale Paoli que en varias ocasiones trató de ayudar a mantener la
independencia de Córcega, trabajando con la resistencia de Córcega contra los
franceses en el siglo XVIII. Cristo está convencido de que soy descendiente de él de
alguna manera.
—¿Lo eres?
—No tengo ni idea. Pero probablemente no. Pascale es el nombre de mi padre y,
que yo sepa, no tiene nada que ver con Córcega.
Fruncí el ceño.
—Algo no cuadra sobre esta noche. Es una historia encantadora, pero no me la
trago. —Lo empujé entre las costillas y se sacudió con un siseo—. Oh por dios, ¿tienes…
cosquillas? —Me reí.
Agarró mi mano justo cuando me estaba preparando para realmente ir por sus
costillas.
—Tendría cuidado si fuera tú.
Nos miramos el uno al otro un momento, mi rostro se volvió hacia la suyo.
Luego me besó en la nariz.

120
la rosée: el roció en francés.
—Yo… tal vez…. hice algo para ayudar a limpiar el área del crimen y la corrupción
al ayudar al municipio con donaciones y contribuir a la elección de un concejal más
honrado. —Pauso—. Quien también resulta ser sobrino de Cristo.
—Ahhh.
—Son gente buena, honesta, trabajadora. Merecen gobernar su propia ciudad y
no ceder ante el crimen organizado que nunca está demasiado lejos. También tiene
mucha historia, que puede perderse fácilmente por demasiado progreso. Y me refiero
al tipo codicioso, comercial.
Volteé mi rostro hacia él con sorpresa.
—¿En serio? Habría pensado que un hombre de negocios como tú aplaudiría las
oportunidades comerciales dondequiera que pudiera encontrarlas.
—Me haces sonar como un mercenario.
—¿No es así? Había oído que lo eras.
Tarareó.
—Tal vez solo sobre cosas que me fascinan. Tecnología, innovación. El desarrollo
de edificios comerciales no es uno de ellos.
Me reí, el calor zumbando a través de mis venas.
—Esa es la cosa más sexy que me has dicho.
—¿Cómo es eso? —Volví a sentir su mirada en mí, curioso.
—Esa idea está cerca de mi corazón viviendo en Charleston, Carolina del Sur.
Lucho contra los desarrolladores comerciales todo el tiempo que quieren venir a
nuestra ciudad y ganar dinero rápido sin tener en cuenta la historia de lo que vino antes.
Me encanta que nuestra ciudad haya progresado de tantas maneras. Ahora se considera
una capital gastronómica: restaurantes fantásticos, llenos de estudiantes y una mezcla
de lo antiguo y lo nuevo. Por supuesto, todavía hay mucho progreso social por hacer, y
en mi campo es un buen acto de equilibrio entre el progreso y la preservación de la
historia y no solo la preservación del “tipo correcto de historia”.
—Explícate.
—Bueno, hay partes de mi ciudad que han estado sub financiadas durante
generaciones. Olvidados e ignorados y sistemáticamente reprimidos. Por supuesto,
entonces el crimen florece. Ahora la gente quiere entrar y ”limpiarlo”, pero eso significa
trasladar a las personas que han vivido allí durante décadas o más. Lo que debe suceder
es que esas áreas deben obtener fondos para parques y restauración y mejores
instituciones y educación, no alejar a las personas, solo para que algún inversor pueda
enriquecerse. —Terminé enfadada, sin darme cuenta de cómo mi presión arterial se
había disparado—. Tenemos una historia vergonzosa de poseer esclavos. Pero los
descendientes de esos esclavos tienen tanto derecho a que se salve su historia como el
dueño de la esclava blanca que construyó una mansión. Quizás más, en mi opinión.
—Te apasiona este tema.
Dejé escapar un suspiro.
—Sí, supongo. Y no digo que todos los inversores sean malos. El capitalismo
puede ser bueno. Yo… solo… tiene que haber equilibrio.
—¿Y estabas trabajando por eso en tu último empleo?
Fruncí el ceño.
—No. Quiero decir, lo estaba intentando. Me puse a trabajar en algunos
proyectos de la mano con las diversas sociedades de conservación. Pero mi último
proyecto rompió mi fe. —Le conté sobre el hotel y la historia de la tierra en la que estaba
y cómo el estúpido nepotismo y la codicia de mi exjefe y su sobrino habían arrojado
todo mi arduo trabajo y potencialmente esa historia por la ventana—. Sin mencionar —
agregué con un tono sombrío— que mi jefe insinuó que solo me mantenía porque era
agradable a la vista. Entonces, ¿qué podía hacer sino renunciar?
Xavier siseó.
—¿Cuál es su nombre? —Gruñó la pregunta, su cuerpo se tensó.
Miré su mirada preocupada. Sus ojos brillaron oscuramente.
—¿Vas a vengar mi honor? —pregunté, la diversión atando mi tono.
Gruñó.
—Quizás.
Me moví, girándome más hacia él y paseando mis dedos por su vientre tenso.
—¿A qué debo el honor?
Sus músculos se tensaron bajo mi toque.
—Mi padre. No quiero ser como él. Ya me siento como él en algunos momentos
cuando te miro y mi cuerpo se enfurece por tenerte. Se siente depravado. Como si
estuviera poseído. Y me pregunto, ¿así fue para mi padre? ¿Fue así como empezó? Pero
luego lo sé, se trataba de poder con él. Se trataba de salirse con la suya. No se trataba de
lo enojado que estaba por las chicas. No como la forma en que me vuelves loco de deseo.
—¿Qué tan enojado? —pregunté.
—Fuera de mi mente —admitió—. Estaba dividido entre estar adicto a verte
todos los días, sabiendo que no te tocaría, que no podía, y enviarte lejos para que no me
torturaras más. Pero entonces, por supuesto, le haría daño a Dauphine.
—Sin embargo, me dejaste renunciar y marcharme.
—Lo siento. Te volviste demasiado. Y después del club —su dedo trazó la concha
de mi oreja— J'ai paniqué.121
El vértigo burbujeó en mi vientre.
—Supongo que eso significa que entraste en pánico. ¿Por qué?

121
J'ai paniqué: Entre en pánico en francés.
—Mi hija lo es todo para mí.
Asentí, entendiendo.
—Lo sé.
—Y no me he permitido distraerme. O estar separado de ella.
—¿Y ahora? —pregunté mientras me lamía los labios—. ¿Qué cambió?
—No sé. —Su mirada se detuvo en mi boca y su dedo se movió de mi oreja a mi
mejilla y sobre mi labio inferior—. Todavía estoy tratando de resolverlo. Después de
que te fuiste, me decía a mí mismo que era lo mejor. Pero sentí… sentí que había
cometido un terrible error.
—Apuesto a que Dauphine te hizo sentir mal —bromeé.
Rió.
—Todos lo hicieron. Incluso el Chef apenas podía mirarme. ¿Y Evan? Mon dieu.122
Tiene suerte de que tengamos una larga historia.
Sonreí. Fue agradable saber que tenía aliados más allá de Andrea, que la gente
nos apoyaba. Me preguntaba qué dirían si supieran que ya nos había puesto una fecha
de caducidad de dos días.
—Pensé que me habían dado una segunda oportunidad cuando regresaste hoy,
pero mi propia madre iba a mantenerte lejos de mí —dijo con una sonrisa y un
movimiento de cabeza—. Y entonces supe que mi necesidad de ti era demasiado fuerte
para resistirme. No estaba seguro de que estuvieras de acuerdo después de la forma en
que me había comportado. O si todos verían a través de mí y sabrían lo que quería y se
rieran. Pero me arriesgué. Y ahora estás aquí. Apenas puedo creerlo.
—Yo tampoco —susurré—. Me alegro de estar aquí. Quiero estar aquí —afirmé
por si había alguna duda—. Me alegro de haber tenido un jefe idiota en casa, o no habría
estado aquí. No te hubiera conocido o a Dauphine.
Nos miramos el uno al otro, comprendiendo la gravedad de nuestras admisiones.
Entonces su boca descendió y cubrió la mía. Sus labios eran suaves y exigentes.
Mi mano en su vientre se aferró con fuerza como si pudiera enredarme en su
piel.
Su lengua se hundió en mi boca y gemí, arqueándome contra él. El fuego bajo que
quemaba sin cesar para él, ardió.
—Soñé contigo —susurró entre besos—. Como esa noche en que subiste aquí
con tu minúsculo pijama. —Beso—. Me senté en esta silla. —Beso—. Y fantaseé con que
viniste, te quitaste la ropa y te pusiste encima de mí. —Beso—. Y me hizo olvidar el dolor
en mi corazón.
Me moví hacia él, y luego deslicé mi pierna sobre la suya, me senté y me senté a
horcajadas sobre él.

122
Mon dieu: Dios mío en francés
—Y en francés me dijiste que querías follarme. Pero no entendí. —Mis muslos
desnudos apretaron su cintura y las sábanas se deslizaron por mi espalda. Todavía
usaba su camisa de lino, y ahora desabotoné los dos lugares que la mantenían unida—.
Pero lo habría hecho. Te he deseado desde el momento en que te vi con tu hija en la
estación de tren. Cada célula de mi cuerpo quiere las tuyas. Y maldije el hecho de que
nos encontráramos bajo las circunstancias de que yo trabajaba para ti.
Sus ojos estaban entrecerrados, su boca ligeramente entreabierta cuando sus
manos se unieron a las mías y extendió el material y me desnudó a su mirada. Debajo
de mí, sus caderas se levantaron y presionaron contra mi centro desnudo, arrancando
un gemido de dolorosa necesidad de mi garganta. Susurró algo en francés.
—¿Por qué cambias a francés cuando no puedo entender?
Me miró, su voz espesa.
—Dije, eres un ángel bajo la luz de la luna.
Mis manos temblorosas hicieron un trabajo rápido en sus pantalones cortos,
abriendo el botón y la cremallera y sacándolo, caliente, duro y pesado en mi mano.
—Te necesito. —Jadeé, levantándome lo suficiente como para deslizarlo a través
de mi humedad una, dos veces, y luego hundirme lentamente, tomándolo dentro de mi
cuerpo.
Sus dedos se clavaron en mis caderas, empujándome hacia abajo y empujándose
a sí mismo hasta que estuve llena hasta la empuñadura y completamente sin aliento.
Su mirada se fijó en mí, la mirada salvaje, hambrienta, encantada y suplicante.
Rogando por algo que dijo que no quería que le ofreciera. Mi corazón.
Dos días no serían suficiente con este hombre. Iba a matarme cuando terminara.
Cerré mis ojos con fuerza. Me estaba matando ahora, mi corazón corriendo
voluntariamente hacia su propia perdición en mi pecho.
CAPÍTULO TREINTA Y
OCHO

Me desperté con el sonido de las gaviotas chillando y dando volteretas sobre mi


cabeza. Me di cuenta de que estaba sola, envuelta en las tumbonas donde nos habíamos
quedado dormidos en la madrugada.
El cielo resplandecía azul con el sol de la mañana a pesar de que la enorme
península oscurecía la bahía. Mi cuerpo estaba caliente y húmedo, pegajoso bajo el
edredón. Mi rostro se sentía húmeda y fresca en el aire de la mañana.
—Ah, estás despierta. —La voz de Xavier me hizo girar para verlo subir el último
escalón a la cubierta, con dos tazas en sus manos.
—Realmente espero que sea café. —Parpadeé aturdida—. Fue demasiado vino y
no dormí lo suficiente. —¿Y tal vez demasiado sexo? ¿Hubo tal cosa? me dolía. Pero de
una manera buena, deliciosa y satisfecha—. Oh, Dios mío, ¿ya te duchaste?
Xavier vestía pantalones cortos azul marino y una camisa fresca de lino rosa
claro que hacía que su piel brillara. Se veía absolutamente masculino y delicioso contra
su tono suave. Su cabello estaba húmedo y brillante a la luz del día, y olía a bosques
frescos y verdes cuando se inclinó hacia mí y me dio un beso en la frente y una taza en
mi mano.
—Oui —respondió y se sentó a mi lado—. Tuve una llamada temprano con Tokio,
y luego tuve que hacer algo de ejercicio antes de ceder al impulso de venir aquí y
arrastrarte a mi cama de nuevo.
Alisé mi cabello con mi mano libre, dándome cuenta de que debía verse
absolutamente salvaje debido a nuestros arreglos para dormir al aire libre.
—Estás preciosa.
—Cállate, encantador. —Sonreí y tomé un sorbo de café, cremoso, amargo y
suave, todo a la vez. Levanté una ceja—. ¿Cómo supiste cómo tomo mi café?
—Llamé a Dauphine.
—¿Estás bromeando?
Sonrió en su café, luciendo un poco avergonzado.
—Non. —Rio.
—Mmm. ¿Cómo está ella?
—Maravillosa. Esta tarde van a visitar el barco romano recién descubierto.
Todavía no está abierto al público, pero mi madre tiene sus formas.
—Y a Dauphine le encanta la idea de naufragios y tesoros.
—Y mucho.
Compartimos una sonrisa sobre su hija.
—Ella es maravillosa —le dije ya que nunca lo había dicho abiertamente—. Y es
un testamento para ti. Deberías estar muy orgulloso. Tenía miedo de tomar este trabajo.
Nunca pensé que sería buena con los niños. Pero ella lo hace fácil.
—Eres natural.
Levanté un hombro.
—Solo espero que mis propios hijos sean tan encantadores algún día. Tal vez
solo soy buena con ella. —Me reí, pero se me escapó un poco cuando me di cuenta de
que Xavier había desviado la mirada, incómodo.
—¿Por qué arquitectura? ¿Después de todo lo que me dijiste anoche?
Fruncí el ceño, un poco desconcertada.
—¿Qué quieres decir?
—Quiero decir, eres apasionada por la historia. Es obvio que te gusta conservar
las cosas viejas, no construir cosas nuevas.
—Bueno, yo… —Dejé escapar un resoplido de sorpresa—. Tienes razón,
supongo. Nunca lo miré tan en blanco y negro. Tal vez… —Sabía que lo que estaba
diciendo era correcto, pero había estado trabajando para ser una socia exitosa en una
firma de arquitectos desde que comencé la universidad. Mi padre siempre supo que
sería buena en eso, desde que supe lo que quería ser. Él me animó. Había fomentado mi
amor por los detalles que nadie más veía. Él...
—¿Qué?
Eh.
—Um. Creo que estoy teniendo una crisis existencial. —¿Debería incluso ser
arquitecta?
El rostro preocupado de Xavier se volvió más serio.
—Lo siento. Solo quise decir…
—No. Está bien. —Me aclaré la garganta. Por supuesto que debería ser
arquitecta. Mi título era el único que hubiera querido, pero... —Tal vez me he estado
enfocando en trabajar en los lugares equivocados. Mirándolo mal. Dios, pensar que
incluso solicité un trabajo en una empresa que construye parques de oficinas. —Me
estremecí—. ¿Cómo te volviste tan inteligente?
Se rió y besó mi cabello.
—Bueno, debo hacer algunas cosas más antes de mi reunión. —Se levantó.
Me aclaré la garganta.
—De acuerdo. Gracias por el café. —Miré hacia abajo, a mi atuendo de su
solitaria camisa arrugada—. ¿Es seguro bajar las escaleras vestida así?
—Por supuesto. Estaba pensando que tal vez te gustaría quedarte en mi cabina
esta noche. Si necesitas tu propio espacio lo entiendo. Pero quizás dormirías mejor
—No es que necesité mi propio espacio, pero… —¿Cómo le dije que su esposa
muerta estaba por todas partes en esa habitación? Y sabiendo ahora lo que había
compartido conmigo sobre ella, se sentía aún más desgarrador. Como si al mantener
intactas todas sus cosas durante dos años no estuviera dispuesto a renunciar a su
memoria. Tal vez no lo estaba. ¿Y dónde me dejó eso? Ya sabía que era temporal para
él, pero no necesitaba el recordatorio mientras hacíamos el amor. Sin mencionar que
era una forma segura de decir adiós a mi gran O123. Y ya estaba bastante apegada a los
que él sacó de mi cuerpo.
Tomé un respiro.
—Se siente como si tu habitación fuera tuya y de Arriette. No quiero interferir
con tu recuerdo de ella. Y está bien —continué corriendo—. Estoy bien. No, como,
celosa, ni nada. —Hice una mueca. ¿Celosa? ¿De una mujer muerta? Mierda. Necesitaba
dormir más, claramente—. Lo siento, eso no fue lo que quise decir. —Me agité—. En
realidad, no sé lo que estoy tratando de decir. Estoy tratando de ser sensible a tus
sentimientos, a los míos y a su memoria, y no lo estoy haciendo muy bien. Lo siento.
—¿Tu as fini?124 —Volvió a sentarse, con una ceja levantada.
¿Había acabado? Asentí y estudié su rostro en busca de una pista de cuánto lo
había ofendido o molestado.
Parecía pensativo.
—He cometido un error al no sacar las cosas de Arriette del barco. El verano
pasado, fue... fue la primera vez que Dauphine y yo vinimos al barco sin su maman. No
nos quedamos mucho tiempo. Fue difícil. Debería haberlo hecho antes de ahora. Pero
estuve ocupado. Y luego me preocupé, tal vez debería esperar hasta que Dauphine
quiera mirar y ver qué quiere conservar. Pero parece tan joven para una tarea tan difícil.
Y así, esperé. O tal vez lo evité. No esperaba tener a alguien... que trajera... un amante
aquí. —Tragó saliva, su tono se había vuelto pesado.
—Entonces deberías esperar.
—Ya he esperado bastante. Hablé con Dauphine la semana pasada al respecto.
Voy a mover las cosas de Arriette…

123
Referencia de la protagonista para decir gran orgasmo.
124
¿Tu as fini?: ¿Has terminado? En francés.
—Lo siento. —Puse una mano en su antebrazo y apreté suavemente—. No
necesitas compartir esto. O explicar cualquier cosa. No me debes eso.
Respiró hondo.
—¿Tal vez podamos hablar de eso más tarde?
—Si tú quieres.
—Gracias. —Me miró y luego se inclinó hacia adelante, presionando sus labios
contra los míos en un breve y suave beso—. Tal vez deberías venir conmigo hoy.
Mordí mi labio.
—¿A tu reunión?
—¿Por qué no?
—Yo-yo no lo sé.
—Ven. Te gustará a dónde voy. Fue reconstruida en el siglo XVIII sobre cimientos
del siglo XV. Y no está abierto al público en general.
—Mmmm —gemí de placer—. Realmente sabes mucho sobre la seducción, ¿no?
Estalló en carcajadas.
—¿Es por eso por lo que finalmente te tengo? ¿Porque te prometí historia y
arquitectura? —Bromeó. —Debería haberlo descubierto antes. Ven. Vamos a llevarte
abajo para que puedas prepararte.

—¿Una iglesia? —Exclamé—. Nunca me dijiste exactamente a qué te dedicas.


¿Con quién te estás reuniendo? ¿Tienes negocios con el mismo Dios? —Subimos la
montaña en un taxi, pasamos las antiguas murallas de la ciudadela que vimos desde el
bote y atravesamos un matorral rocoso hasta que llegamos a una capilla encaramada
en una colina. Un pequeño cartel me decía que se llamaba Notre Dame de la Serra. Era
estuco color crema y estaba enmarcado en la cima de una colina rocosa con montañas
más impresionantes a su alrededor.
Sonrió, divertido.
Bajamos del taxi y cruzamos una pequeña puerta en un muro de piedra.
—Aquí está ella ahora —dijo, mirando más allá de mí a través del pequeño jardín
enclaustrado de piedra caliza—. Soeur Maria125 —saludó a una diminuta monja que
corría hacia nosotros.
Su rostro arrugado se iluminó con una sonrisa emocionada. Era adorable.

125
Soeur Maria: Hermana María en francés
—Ella no habla nuestro idioma, me disculpo —dijo en voz baja.
—Vaya. Está bien. ¿Vas a reunirte con una monja?
—Trabajaba en el internado al que fui cuando era niño.
—¿Y todavía estás en contacto? ¿Y tienes una reunión de negocios con ella?
—Otra larga historia —dijo justo cuando la mujercita nos alcanzaba y,
metiéndose una carpeta bajo el brazo, agarraba las manos de Xavier entre las suyas.
Hablaron suave y afectuosamente, y supuse que me había presentado cuando escuché
mi nombre y recibí su atención.
Sus manos frías y parecidas al papel tomaron las mías, y sus ojos azules
legañosos me recorrieron de arriba a abajo. Sonreí a modo de saludo, sin saber qué
decir ya que no lo entendería de todos modos.
Aparentemente satisfecha, se volvió hacia Xavier y señaló un camino que
conducía a través de una abertura en la pared del claustro.
—Está sugiriendo que caminemos para disfrutar de la vista —me dijo.
—Ustedes dos adelante —le dije—. Yo los seguiré.
Asintió con una sonrisa agradecida y ofreció su brazo a la Hermana María, y
comenzaron un lento paseo.
Tan pronto como se dieron la vuelta, me tomé un momento para recuperarme.
¿Su encuentro fue con una monja? Honestamente, no entendía a este hombre. Pero
todas las personas con las que interactuamos, aparte del espeluznante personaje de
Morosto y su padre, parecían poner a Xavier en un pedestal. Si no estuviera medio ida
por este hombre, descubrir que estaba financiando en secreto un orfanato para
expósitos dirigido por monjas me pondría seriamente al límite. ¿A quién estaba
engañando? Ya estaba colgando sobre el maldito borde. Estaba en tantos problemas. Mi
pecho se hinchó al ver su cuerpo alto y musculoso, y no nos engañemos, increíble vista
trasera, mientras se inclinaba y atendía a una diminuta anciana. ¿Quién era este tipo?
Los seguí alrededor del lado de la capilla estucada de color crema, construida
más recientemente, y subí unas escaleras rocosas hacia una estatua de la Virgen que se
alzaba alta y blanca contra un cielo azul. No parecían tener prisa. Charlaron y se rieron.
De vez en cuando tenía la sensación de que me mencionaban. Especialmente cuando la
Hermana María le preguntaba algo, y él se ponía muy callado y pensativo.
Entonces, de repente, no estaba pensando en ellos.
Jadeé.
Habíamos llegado a lo alto de un camino de piedra y Notre Dame de La Serra nos
reveló su mayor secreto. Había sido construido con vistas a toda la ciudadela y a la bahía
de Calvi, de kilómetros de largo. Se me cortó la respiración al contemplar la abrumadora
vista que abarcaba desde los afloramientos rocosos que se sumergían en el océano azul
brillante, sobre las increíbles murallas antiguas de la ciudadela de la ciudad y sobre un
valle ondulado. Un giro a mi izquierda mostró que también se podían ver las
imponentes montañas cubiertas de rocas detrás de nosotros. Fue espectacular
Aparté los ojos para mirar a Xavier a unos metros a mi derecha, solo para
encontrarlo mirándome por encima de la cabeza de la pequeña monja, observando mi
reacción.
Dejé que mi boca se abriera más de lo que ya estaba en una expresión no verbal
de asombro.
Sonrió.
La Hermana María le dijo algo a Xavier y se arrastró un poco más por el camino,
dejándonos juntos.
—Increíble —dije.
—Sabía que te encantaría.
Hizo un gesto hacia abajo de la ladera.
—Ese es el Vallé Réginu.
—No tengo idea de qué es eso, o por qué es importante, pero esto es asombroso.
—Miré hacia atrás sobre la bahía y señalé—. El agua es tan azul claro allí.
Se inclinó cerca, presionando su brazo contra el mío.
—Es poco profundo en la bahía. —Señaló a nuestra izquierda, donde una
península irregular se adentraba en el océano azul oscuro—. Eso se llama La Revellata.
Las partes a lo largo del borde son extremadamente profundas. Hay cuevas y grutas y
pequeñas playas también. He oído que es bueno para bucear.
—Es impresionante.
Mis manos estaban apoyadas en la barrera del muro de piedra frente a nosotros,
y la cálida mano de Xavier cubrió una de las mías antes de levantarla y llevársela a los
labios. Me miró.
A pesar de lo hermosa que era la vista, me resultó difícil soltar su mirada hasta
que la educada tos de una pequeña monja nos recordó a ambos su presencia.
Se volvió hacia el mar, pero no antes de que viera su sonrisa de complicidad. Ella
le dijo algo a Xavier, y él se volvió hacia mí.
—La hermana María dijo que puedes entrar a la capilla principal y mirar
alrededor. Regresaremos en unos minutos después de concluir nuestra reunión.
—Oh por supuesto. Gracias por mostrarme esto. —Retrocedí unos pasos y de
mala gana solté su mano. Mi pecho estaba lleno, mi corazón acelerado. Doblé la esquina
y bajé los primeros escalones de piedra y me detuve para respirar.
El amor me llenó como un huracán repentino, como si hubiera abierto la última
ventana de mi alma, arremolinándose por mis entrañas y robándome el aliento.
Creo que acabo de dar el último paso para enamorarme en la cima de esta
montaña.
Estaba enamorada de Xavier Pascale.
Junto con la comprensión vino el pánico. Mis manos comenzaron a sudar.
Presioné una contra mi pecho.
Respira, Josie. Aún no te ha roto el corazón.
Pero lo hará.
¿Verdad?
CAPÍTULO TREINTA Y
NUEVE

La Hermana María no tardó mucho en darme su actualización financiera más


reciente sobre nuestro proyecto conjunto. Era una maga de los números y también el
alma más amable y generosa que conocía. Cuando tuve la idea por primera vez de
ayudar en el proceso de los niños refugiados que llegaban a la isla sin padres y
brindarles alimentos, hogares seguros y educación, la hermana María había sido una
elección natural. Ya se había retirado de la docencia y transferido sus órdenes a un
convento en su Córcega natal, y nos habíamos mantenido en contacto a lo largo de los
años. Principalmente nuestras interacciones habían sido postales de ella pidiéndome
que donara a varias organizaciones benéficas y recordándome que Dios había creído
conveniente bendecirme por una razón. No había nada como la culpa católica
dispensada por una monja bondadosa. Pero ahora que comenzamos esta empresa
conjunta hace casi cinco años, Me encontré viniendo a visitarla y hablar en persona al
menos una vez al año. Y desde que Arriette había muerto, muchas veces más.
Al final de nuestra charla de negocios, ella no hizo ningún movimiento para que
nos fuéramos a reunirnos con Josephine.
—Ahora puedo ver por qué querías reunirte conmigo aquí, en lugar de en la
ciudadela como habíamos arreglado previamente.
—¿Qué quieres decir? —pregunté, haciéndome el tonto—. Josephine es
arquitecta y ama la historia. Pensé que le gustaría verlo.
La hermana María se rio con voz ronca.
—No puedes columpiar a un gato sin golpear una estructura antigua ahí abajo.126
—Señaló colina abajo—. Mucha más historia que aquí arriba.
—Pero sin vistas.
Hizo un gruñido evasivo de afirmación y luego miró las escaleras que bajaban.
—¿Supongo que conoces la leyenda de este lugar?
Dejé escapar un suspiro controlado y asentí.

126
Referencia para decir que no se puede construir una zona urbana.
—Sí —admití.
Tomó mi mano entre las suyas.
—¿Ella sabe?
Negué con la cabeza.
—Ay, Xavier. No quiero verte lastimado de nuevo.
—¿Crees que lo estaré? —pregunté cuidadosamente.
—No me corresponde a mí decirlo. Ella parece encantadora. Conectada a tierra.
Y enamorada de ti.
Mi inhalación fue corta y aguda.
—¿Tú crees? —Esperé la punzada de pánico que esperaba, pero no llegó. Lo
haría más tarde, estaba seguro.
—No necesitas que te lo diga.
—Ya no sé nada. No puedo confiar en mis propios pensamientos. —Traté de
tragar—. La culpa que siento por Arriette…
—Xavier. Sabes que Dios no te hace responsable de Arriette.
Mi garganta se cerró tan fuerte que apenas podía respirar.
—¿No es así? ¿Cómo puedes estar tan segura?
—Tengo una relación cercana con Él. —Me guiñó un ojo, tratando de aligerar mi
estado de ánimo, pero fue inútil.
—No podría amarla lo suficiente como para salvarla, hermana. Creo que tal vez
no soy capaz. —Presioné mis manos sobre la piedra, empujando hacia atrás y
doblándome para colgar mi cabeza como si pudiera abrir mis pulmones para poder
respirar, para poder calmar el dolor que se precipitó en mi pecho al admitir mi verdad.
Apreté mis ojos cerrados y conté a través de él—. Yo no… sé dónde está mi corazón —
dije cuando pude hablar de nuevo—. Amo a mi hija, pero más allá de eso me temo que
esté muerto por dentro para cualquier otra cosa o tan profundo que no pueda
encontrarlo. Si no puedo encontrarlo, ¿cómo puedo dárselo a alguien de nuevo? —
Saqué mis manos de la pared de piedra, pero temblaban. Mis palabras parecían
absurdas a mis oídos. Y odiaba este sentimiento de vulnerabilidad.
La hermana María puso una cálida mano sobre mi columna, ofreciéndome un
tranquilo consuelo.
—Tu corazón no está perdido. No habrías traído a Josephine aquí si lo fuera. En
todo caso, es todo lo contrario. Se encuentra. Solo necesitas tiempo.
Tiempo.
Le había dado a Josephine dos días, solo quedaba uno, y luego se iba. Era mejor
así. ¿cierto? Más seguro para mí. Más seguro para Dauphine. Y no sabía si quería más.
No con esta persona que acababa de conocer hace unas semanas. Era demasiado pronto.
Seguro que era demasiado pronto. ¿verdad?
—Creo que la traje aquí para poner a prueba la leyenda. Que Dios tome la
decisión por mí. Para desenterrar mi corazón… o no.
—Xavier, te mereces la felicidad. Pero contar con una leyenda que dice que una
pareja que viene junta a este lugar estará unida para siempre es una locura. Dios no va
a hacer tanto. Él te dio un corazón y la capacidad de amar. Y creo que Él también pone
en nuestro camino a las personas que necesitamos. Es tu elección aceptarlo a Él.
—¿Qué pasa si tengo demasiado miedo? —pregunté.
Dejó escapar un largo y triste suspiro.
—Entonces tienes demasiado miedo. —Miró al mar y luego a mí—. Una vida
vivida con miedo no es vida en absoluto. Mira a las familias que estás salvando, personas
que vivían con miedo pero que están dispuestas a enfrentar la muerte, el hambre y el
ahogamiento para que ellos y sus hijos tengan una vida mejor. Una vida sin miedo. —
Tomó mi mano y la apretó.
—Bueno, eso ciertamente pone mi drama en perspectiva —dije a regañadientes.
La Hermana María sonrió.
—Diré que el hecho de que vinieras aquí hoy para encontrar orientación me dice
que, aunque tienes miedo, una pequeña voz te dice que amar a Josephine podría valer
la pena.
—Creo que esa pequeña voz podría ser mi libido, no mi corazón —dije
secamente.
La Hermana María se santiguó y me dio una palmada en el dorso de la mano.
Sonreí, aliviado por la ruptura de la tensión.
—Vamos. —Chasqueó la lengua y me entregó la carpeta manila que había
escondido bajo el brazo—. Reunámonos con Josephine.

Josephine estaba tranquila en la parte trasera del taxi.


Yo también lo estaba. Estaba en carne viva después de mi confesionario
improvisado con la hermana María. Mientras el automóvil avanzaba por la sinuosa
carretera, le pedí al conductor que nos llevara en un breve recorrido por la ciudad vieja
y que señalara los puntos de referencia antes de regresar al puerto.
Miré a mi compañera de viaje y me invadió la necesidad de tocarla, de cerrar la
extraña brecha que parecía haber surgido entre nosotros. Extendí la mano y tomé la
mano de Josephine, cálida y suave, la sostuve suavemente en el asiento entre nosotros
encima de la carpeta manila que me había dado la hermana María.
Josie miró nuestras manos y luego me miró a mí. Sonrió tentativamente.
—¿Qué hay en la carpeta? —preguntó.
—Mi proyecto con la Hermana María.
—¿Puedo ver?
Apreté los labios, sin querer soltar su mano, pero luego me encogí de hombros y
así lo hice.
—Por supuesto.
Tomó la carpeta y la abrió.
—Yo no he mirado todavía —dije mientras ambos mirábamos la primera página,
que era una lista de nombres y edades.
Josie frunció el ceño y pasó la página al primer niño. Una foto de un niño con
cabello y ojos oscuros, de unos doce años, estaba grapada en la esquina superior.
—¿Es esto… una libreta de calificaciones? —preguntó y pasó la página a otro
niño. Esta vez un poco mayor. Luego otra y otra.
—Sí. No son huérfanos exactamente, pero han sido separados de sus padres. La
mayoría de ellos son del norte de África y Siria. Están destinados a ser reclutados para
una vida delictiva o algo peor. Entonces, la hermana María y yo trabajamos con los
gobiernos locales y las ONG para ubicarlos y darles la oportunidad de ir a la escuela y
un futuro de algún tipo, y también tratamos de ubicar a sus familias a través de la red
de campamentos de refugiados. —Tragué saliva, avergonzado de repente. No sabía por
qué. Tal vez solo me sentí expuesto. Como si me estuviera esforzando demasiado. O
alardeando de mi caridad.
Los ojos de Josephine estaban sobre los míos, fijos e ilegibles.
—Me gusta ver sus calificaciones. Tal vez con el tiempo darles una nueva
oportunidad. Es... no es una inversión de ninguna manera —continué como si me
hubiera acusado de algo—. Es algo que hago. Creo que es importante. Me dieron tanto.
Y yo…
—Para —dijo Josie. Luego miró hacia otro lado por la ventana, ocultando su
rostro. Cerró la carpeta y la volvió a colocar entre nosotros.
Mi corazón latía con fuerza. ¿Qué mierda fue eso? No esperaba que me adorara
ni nada por el estilo, pero uno pensaría que le acababa de mostrar los planos de una
planta de energía nuclear que iba a desplazar a una colonia de crías de tortugas marinas.
Un pequeño reconocimiento de que yo era al menos un ser humano decente hubiera
sido bueno.
—¿Estás bien? —pregunté.
—No.
—¿Qué hice?
Se volvió hacia mí. Lágrimas en sus mejillas, destripándome, sus ojos verdes
translúcidos.
—Nada. Lo siento —dijo—. Es absolutamente maravilloso. No quise hacerte
pensar lo contrario. Solo estoy cansada. Me emociono cuando estoy cansada.
Levanté mi mano y toqué las lágrimas en su mejilla. Cerró los ojos.
Debatiéndome por una fracción de segundo, cedí a un instinto y arriesgué un
rechazo.
—Ven aquí —dije, y sin encontrar resistencia, la arrastré por el asiento trasero
hasta mi regazo, donde se acurrucó contra mi pecho. Dejé que mi rostro cayera en su
cabello espeso y seductor y la sostuve cerca, respirándola profundamente. Mi corazón
se aceleró cuando me di cuenta de lo nervioso que me había puesto ese pequeño y
simple movimiento de acercarme a ella. Y qué aliviado estaba de que ella no se hubiera
resistido.

Después de un recorrido relámpago en taxi por los principales lugares de interés


dentro de las murallas de la ciudad de Calvi, le pedí al conductor que nos dejara en un
pequeño restaurante en el puerto que empleaba a sus propios pescadores que salían
todas las mañanas. Era temprano en la tarde, y Josie y yo compartimos una botella de
rosé127 y pedí un almuerzo tardío de bouillabaisse128 y Josie pidió pescado fresco, arroz
y verduras sazonadas.
Sus dedos estaban a la mitad de la mesa, jugueteando con el pie de su copa de
vino. Sin pensarlo, estiré la mano y tomé sus dedos entre los míos y me encontré
tomados de la mano sobre la mesa, algo que no había hecho en años. No desde que
Arriette y yo nos conocimos.
Era tan natural querer tocar a Josie, estar con ella. Para reír y hablar. Me hizo
todo tipo de preguntas sobre mi negocio, y compartí mi trabajo con la planta de energía
del proyecto de energía alternativa que se estaba construyendo cerca de donde vivía.
Le conté sobre la invención del microfilm que podía resistir un cataclismo y durar dos
mil años y cómo todos querían grabar su tecnología o sus secretos industriales y
esconderlos en el microfilm en un búnker en Islandia en caso de que el mundo
terminara. No estaba alardeando. Ella estaba fascinada y me dejó hablar.
Le hablé de mis éxitos y también de mis fracasos. Le conté sobre el hermano de
Arriette y cómo se sentía como si mereciera la herencia de Dauphine de su madre. Sobre
cómo siempre sentí que él era una amenaza y por eso mi seguridad con Dauphine
siempre fue tan alta.
—Wow, ¿la lastimaría?

127
Marca de vino.
128
Comida francesa y tradicional de la provincia de Provenza que consiste en una sopa de diversos
pescados y a veces son servidos enteros.
—Yo... no lo sé.
El rostro de Josie se inquietó.
—¿Dauphine ha conocido a su tío?
—Cuando era pequeña. Dudo que lo recuerde.
—Podría valer la pena mostrarle una foto reciente, para que sepa que debe hacer
sonar la alarma si él se le acerca.
No quiero asustarla. Pero probablemente sea una buena idea. Sacudí un
escalofrío.
—Hablemos de otra cosa. ¿Qué hay de ti?
—¿Qué hay de mí? —Sonrió, sus ojos bailando—. Ya te he dicho todo.
—Lo dudo —dije—. ¿Cuáles son tus planes cuando regreses? —pregunté.
La pregunta golpeó la atmósfera entre nosotros como un meteorito golpeando
París. Mierda.
Josie se sacudió como si la hubieran abofeteado, sus ojos se cerraron con fuerza.
Sus dedos en los míos se movieron para desenredarse, y los agarré con más fuerza.
—Espera —dije.
Necesitaba decir algo. Pero... no le estaba pidiendo que se quedara. Ella no
planeaba quedarse.
Las palabras, las necesidades, las demandas y las negaciones se alzaron y
chocaron silenciosamente en mi garganta.
Sus dedos se aflojaron en los míos, lo que de alguna manera fue peor.
—Está bien, Xavier. Ambos somos conscientes de lo que es esto. Vamos... —Su
voz tembló—. Disfrutemos un día más y no pensemos en pasado mañana. —Apartó la
mano lentamente y la dejé.
Todavía no podía hablar, paralizado como estaba. Dentro de mí, las palabras se
levantaron. Quiero más. Pero no las dije, no lo creí, incapaz de arrastrarlas a través de
la confusión incluso si lo hiciera.
Josie pegó una sonrisa en su rostro, sus ojos brillaban con determinación.
—Mencionaste cuevas y grutas. ¿Y playas privadas escondidas en los
acantilados?
—La Revellata.
—¿Tal vez podríamos tomar el bote allí esta tarde? —Se puso de pie y se acercó
a mí—. Necesito correr al baño, pero —se inclinó, sus labios cerca de mi oído— tengo
una fantasía de ti follándome en el océano que me gustaría llevarme a casa. Hagamos
eso en lugar de hablar. —Su boca se deslizó hacia un lado de mi cuello y sus labios se
presionaron contra mi piel, encendiéndola en llamas. Luego se puso de pie y se apresuró
a entrar, su vestido de verano flotando alrededor de sus curvas, su cabello cayendo en
cascada por su espalda.
Agarré mi copa de vino y bebí el contenido, haciendo señas para la cuenta.
CAPÍTULO CUARENTA

Pensé que el agua era hermosa frente a la costa del sur de Francia, pero aquí,
frente a la costa de una isla rocosa en medio del mar Mediterráneo, era casi falsa. Me
incliné sobre la proa del bote mientras el ancla se zambullía en el agua, buscando un
fondo que parecía más cerca de lo que aparentemente estaba. Cuando finalmente tocó
fondo y se detuvo, no pude ver el fondo. Sin embargo, pude ver los azules moteados de
las rocas y la arena a través del agua cristalina.
Xavier había puesto algo de música, y el ritmo suave y de discoteca rebotó a
través de los parlantes y de repente me hizo sentir como si estuviera en un video
musical. O un sueño. La cantante cantó sexy en un ritmo que suena a reggae. Algo sobre
la necesidad de dejar ir, pero también sobre nunca volver atrás. Inhalé y cerré los ojos,
con una sonrisa en mi rostro incluso mientras mi corazón latía con fuerza. Nunca pensé
que alguna vez tendría una experiencia tan sensualmente abarcadora como esta: el
lugar, la situación, el hombre, las emociones. No importaba que nuestro tiempo juntos
terminara mañana y mi corazón se partiera en pedazos al dejar a Xavier, Dauphine y la
tripulación, todavía estaba inundada por la alegría de la experiencia.
—¿Qué estás pensando? — Escuche la voz áspera de Xavier detrás de mí.
Inhalé por la nariz.
—Me preguntaba sobre quién estaba cantando el artista. —Mentí.
—Dennis Lloyd. Él es de Israel. Tel-Aviv.
Fuertes brazos me rodearon a cada lado y el cálido cuerpo de Xavier se apretó
contra mi espalda.
—Mmm. Me gusta —dije, hablando solo a medias sobre la música—. ¿Entonces
Paco estaba enojado porque querías traer el bote por aquí?
—Non. —Sus labios se posaron sobre mi hombro desnudo, apartando el tirante
de mi vestido veraniego. Espinas de lujuria corrieron sobre mi piel.
Eché la cabeza hacia atrás y mi mirada se arrastró por los acantilados hasta las
aves marinas que volaban. El Ténder apenas se balanceaba, las olas lamían las rocas con
tanta suavidad que era difícil creer que pudieran estar tan marcadas y cortadas. Uno
esperaría chorros de agua blancos y violentos que los golpearan sin cesar. No había
otros botes alrededor que indicaran otros nadadores o buceadores. Cada pocos minutos
se podía ver un atisbo de arena blanca entre un corte en dos imponentes acantilados
sobre las suaves olas del agua.
—¿Vamos a nadar a esa playa? —pregunté, señalando y luego dejando que mi
otra mano pasara por su cabello suave y espeso junto a mi mejilla.
—Podemos tomar esa oferta.
Presioné hacia atrás, dándome espacio desde la barandilla, y él retrocedió.
Agarrando la parte inferior de mi vestido, me lo subí por la cabeza y lo saqué y lo dejé
caer en la cubierta hasta que me quedé en mi bikini. Luego me subí a la barandilla
plateada.
—Haré una carrera contigo —le dije con una mirada por encima del hombro.
Estaba mirando, ojos oscuros, un pulgar acariciando su labio inferior.
Sonreí, y luego levanté mis brazos a cada lado de mí y me sumergí.
Fue elegante, un talento desarrollado en los veranos durante la secundaria. El
agua se precipitó hacia mí y luego mis manos, mi cabeza y todo mi cuerpo se
sumergieron en el frio.
Estaba arqueándome de nuevo hacia la superficie cuando escuché la zambullida
en el agua a mi lado. Mis ojos se abrieron en la picadura por un breve segundo para ver
la línea blanca de burbujas cuando Xavier pasó disparado hacia mí.
Saliendo a la superficie, comencé un rápido estilo libre hacia la playa.
En un momento, estuvo a mi lado y luego se adelantó, su boca se dividió en una
amplia sonrisa. No sirvió de nada, su fuerza y velocidad no eran rival. Hice lo mejor que
pude, pero pronto comencé a brasear mientras me acercaba a donde él estaba parado
hasta la cintura, el agua corría por su parte superior del cuerpo finamente cortada. Se
sacudió el cabello y luego pasó sus dedos por él.
Nos miramos estúpidamente. Me duelen las mejillas de tanto sonreír. Cuando
estuve lo suficientemente cerca, su mano se extendió. Lo tomé y él me ayudó a ponerme
de pie. Mi dedo del pie se raspó con algo duro y siseé. Todavía quedaban unos diez
metros hasta la pequeña playa. Dejé que mis pies tocaran la roca sumergida sobre la
que estaba parado.
—¿Estás bien? —preguntó con uno de sus brazos cerrándose alrededor de mi
cintura y bloqueándome contra su cuerpo.
—Bien —dije, viendo una gota de agua salada caer hasta el borde de su labio
superior.
—Parecía que te lastimaste.
—Mi pie. Pero tu cuerpo es un buen analgésico. —Me lamí los labios y guiñé un
ojo.
Se rió. El agua se hinchó a nuestro alrededor y ajustó nuestra postura para
mantener el equilibrio sobre la roca.
Su erección se presionó contra mi vientre desnudo y mi estómago se derritió.
Entonces sus labios, salados y fríos, estuvieron sobre los míos y su lengua,
caliente y dulce, me lamió.
Gemí, y dejé que su brazo me levantara, envolví mis piernas alrededor de su
cintura para que fuera un percebe en su cuerpo. Sostuve su cabeza entre mis manos
para poder tener suficiente de su maldita boca.
—Ta bouche129 —dijo con un gemido y me reí, retrocediendo por un momento,
tratando de recordar la palabra. Boca.
—Yo también amo la tuya —dije—. Estaba pensando exactamente eso. —Y le di
otro beso profundo, mi lengua probando la suya.
Gruñó y su mano se deslizó detrás de mí cuello.
Los tirantes de mi bikini se deslizaron por mi pecho y su erección presionó con
fuerza entre mis piernas.
Se lamió los labios.
—¿Cuánto de lo que digo en francés entiendes? —Sus dedos jugaron sobre mi
pezón, pellizcando suavemente y haciéndome arquearme contra él con una fuerte
inhalación.
—Quiero decir... —Jadeé cuando su boca siguió a sus dedos, y luego me reí—. A
veces entiendo el contexto. Pero no mucho.
Su otra mano se deslizó por mi cintura hasta mi trasero y apretó un poco,
presionándome contra él.
—Ton cul130 —comenzó, y luego dejó escapar un torrente de palabras.
—Háblame en inglés —logré decir mientras nos balanceábamos juntos—. ¿O
estás siendo demasiado sucio?
—Es demasiado de todo. Eres demasiado de todo. Es lo primero que noté de ti.
Me paré allí en la estación de tren y pensé... No puedo tenerte aquí distrayéndome de
tratar de ser un buen padre. Tratando de ser un buen hombre. —Su tono de broma se
había deslizado, y sus manos me agarraron, y su boca tomó la mía salvajemente.
Se balanceó en el agua y agarré su cuerpo con más fuerza.
—Dios, te quiero dentro de mí —dije sin aliento mientras dejaba mi boca por un
segundo. Miré sus ojos sin pestañear, sus pestañas brillando con agua de mar—. Pero
no quiero que esto termine —dije—. Esto. Aquí mismo. Este dolor y necesidad que
tengo por ti es la cosa más deliciosa y dolorosa que jamás he experimentado —admití.
Era insoportable y abrumador y casi de otro mundo. En ese momento, entendí cómo el
deseo podía hacer que la gente hiciera cosas estúpidas, irreflexivas y dementes.
Asesinar, separar familias o llevar países a la guerra.

129
Ta bouche: Tu boca en francés.
130
Ton cul: Tu culo en francés.
Llevó una mano a mi rostro, acunándola, todo lento y suave. Su pulgar recorrió
mis labios y luego se sumergió dentro. Chupé la punta de su pulgar en mi boca, viendo
como sus fosas nasales se ensanchaban y sus pupilas se dilataban. Tragó pesadamente.
—Vamos a la playa —susurré.
Encontramos una pequeña franja de arena oculta del bote por una roca. Por
encima de nosotros no había nada más que acantilados y cielo azul. Incluso el sol estaba
bloqueado aquí. Con una mano en su pecho, presioné a Xavier contra la arena y le bajé
el short de baño color turquesa. Y allí estaba. Enorme y duro.
—Joséphine —comenzó a decir y luego el resto de sus palabras desaparecieron
en una ráfaga de gemidos, sin aliento, en francés cuando tomé su longitud en mi boca.
Me pregunté si conocía todas las diferentes formas en que decía mi nombre.
Como si no fuera solo mi nombre, sino una oración.
—Joséphine.
Cada lamedura y succión extraía más palabras de él.
Su mano se enredó en mi cabello, firme y suplicante. Sus caderas se tensaron.
Mi mano lo agarró con fuerza, imitando mi boca, tocando donde mi boca no podía
llegar, y los sonidos que hizo cantaban en mi sangre, acicateándome, inundándome con
un calor cálido y húmedo. No pude evitar que mi otra mano se deslizara entre mis
propias piernas, apartando la parte inferior de mi bikini y deslizándose contra mi piel
hinchada y resbaladiza.
Lo chupé más profundo, más duro, más rápido, gimiendo con la pura emoción de
sentir su placer, su vulnerabilidad y su pérdida de control. Por unos momentos, trató
de detenerme, murmuró cosas en francés que apenas podía entender como si él no
podría, o yo no podría, o Dios sabe qué.
Entonces, de repente, sus dedos se apretaron en un puño contra mi cuero
cabelludo, su respiración se detuvo y todo su cuerpo se tensó durante dos segundos
antes de que tartamudeara y comenzara a apartar mi boca. Luché contra él, decidida a
tenerlo.
Quería todo.
Dejó escapar un sonido estrangulado, se sacudió y estalló en mi garganta,
estremeciéndose violentamente a través de su orgasmo.
El tiempo se paralizo y luego volvió.
Las olas lamían suavemente la arena en juncos susurrantes. Los pájaros lloraban.
—Merde, Josephine. Me matarás —añadió después de unos momentos, con la voz
quebrada.
—Yo lo quería. Yo te quería. —Cada pieza tuya que pueda obtener, agregué en
silencio. Porque te amo. Me senté, y sus ojos se abrieron y recorrieron mi cuerpo.
De repente sus ojos se entrecerraron en la mano que todavía estaba entre mis
piernas, y la agarró.
El rostro sonrojado de Xavier se tornó agonizante cuando chupó mis dedos en
su boca.
—Pour moi131 —dijo—. Debería castigarte por tratar de quitarme tu placer
cuando me robaste el mío. No puedes tenerlo todo.
Jesús. Sus palabras eróticas me enviaron aún más cerca del borde sin poner un
dedo sobre mí.
Luego sus dedos reemplazaron los míos, luego su boca, y mientras miraba hacia
los acantilados unos momentos después de eso, me di cuenta de lo fugaz que era mi
control.

Nos subimos por la escalera a la plataforma de natación, riendo y sin aliento por
las carreras entre nosotros. La música del barco seguía sonando. Era lento y poderoso,
y la voz de la mujer cantaba letras familiares en un eco de la sensación que acababa de
tener en la playa con Xavier acerca de que era extraño lo que el deseo podía hacer que
la gente tonta hiciera. Inhalé, sintiendo las palabras golpear mi pecho mientras ella
gritaba desesperadamente que no quería enamorarse.
—¿Esa es Wicked Game? Solo conozco la versión de Chris Isaac —añadí, mi voz
indiferente en un intento de llamar la atención sobre el hecho de que las palabras eran
el tema de toda nuestra relación. Y que iba a llorar como loca si me paraba a escucharlos.
—El nombre de la artista es Ursine Vulpine —dijo Xavier, entregándome una
toalla de la pila que Paco debe haber dejado para nosotros.
—Es hermoso —dije mientras mi cabello se erizaba y se me ponía la piel de
gallina—. Obsesionante. Pero tienes que apagarlo.
Xavier se detuvo y tragó. Parecía a punto de decir algo y se detuvo. A nuestro
alrededor la voz de la cantante creció y nos envolvió en su desesperada súplica de no
enamorarnos.
Vi como Xavier entendió lo que quise decir, las palabras se registraron, y la
sorpresa y el arrepentimiento ondearon en su rostro.
Le di la espalda, mordí con fuerza y, fingiendo que necesitaba secarme más, me
concentré en mis piernas y brazos.
Entonces sus brazos me rodearon.

131
Pour moi: Para mí en francés.
—Lo siento —susurró en mi cabello—. Eres fabulosa. —Tragó ruidosamente—.
Pero…
—Lo sé —dije rápidamente, desesperada por que no terminara esa frase. Apreté
su antebrazo—. Está bien. Quise decir lo que dije en el almuerzo. Yo sé lo que es esto.
Es solo... esto entre nosotros... es más de lo que planeé... es difícil.
Inhaló profundamente.
—Lo es —admitió—. Para mí también.
Me di la vuelta en sus brazos, y por un momento pude creer que nos daría la
oportunidad de algo más allá de dos días si supiera cómo me sentía. Fue un salto
aterrador para él. ¿Qué pasa si lo hice primero?
—Yo... nunca me había sentido así antes. —Mi voz se quebró en la admisión.
—Lo siento, Josephine —murmuró, en cambio—. No sé si alguna vez podré… te
mereces tanto. Te mereces todo un corazón.
Sus ojos estaban fijos en los míos, rogándome que entendiera.
Puse mi mano en su pecho.
—Me contentaría con el tuyo roto —susurré.
Su garganta se agitó con fuerza, y sus ojos se cerraron.
El agua llenó mi visión, se derramó por mis mejillas y goteó hasta la cubierta.
—¡Monsieur Pascale! —La voz de Paco rompió de repente el silencio. —
Regresaste. Gracias a Dios. Estaba a punto de hacer sonar la bocina de emergencia.
Ambos nos giramos hacia Paco. Había envejecido cincuenta años desde que lo
vimos hace dos horas.
—Ha habido una llamada urgente desde el continente. —Se detuvo, su rostro
desmoronándose—. Es Dauphine.
CAPÍTULO CUARENTA Y
UNO

No era madre, pero incluso yo sabía que cuando el rayo del terror me atravesó,
no había nada peor que esto.
Cuando el ancla resonó en su lugar, Paco repitió entrecortadamente lo que sabía.
Madame había llevado a Dauphine a ver la exhibición de barcos romanos. El hermano
de Arriette se había acercado a Madame mientras esperaba que Dauphine regresara del
baño. Mientras hablaban, alguien más debió haber logrado de alguna manera llegar a
Dauphine. Ella había desaparecido en el aire. Dauphine estaba perdida.
Las rodillas de Xavier se doblaron. Tanto Paco como yo nos lanzamos hacia
adelante para agarrarlo. Inmediatamente nos sacudió, pero sus ojos se fueron a otro
lugar. Su mente se había desconectado de su cuerpo. Éramos extraños para él. Lo seguí
mientras se apresuraba a encontrar su teléfono, maldiciendo y gritando mientras
arrojaba cosas sobre su escritorio para buscarlo. Lo vi asomándose desde su camisa
rosa tirada sobre la cama. Agarrándolo, lo sostuve. Me lo arrebató y segundos después
estaba ladrándole a Evan.
No sabía si quedarme o irme. Era invisible en este momento, y estaba bien con
eso. Simplemente no estaba segura de qué hacer. Cómo podría ayudar. Dios, esperaba
que Dauphine estuviera bien. Seguramente, su tío no la lastimaría. Especialmente si el
dinero era lo que quería. Anhelaba decirle esto a Xavier, pero parecía un consuelo
inadecuado para el terror que lo invadía en oleadas. Me di cuenta de que estaba
pensando en cómo volver más rápido a la casa de su madre.
¿Por qué la gente aún no había inventado la teletransportación?
El barco se movía a un ritmo rápido. Las olas de la tarde eran fuertes y mi
estómago se sacudió. Preguntándome cuál era la mejor manera de ayudar, de mala gana
dejé a Xavier al teléfono y fui al puente, aferrándome fuerte a cada pasamanos.
Según Paco, el barco necesitaba repostar antes de emprender el viaje de varias
horas a tierra firme.
—Debería haberlo hecho esta mañana —maldijo, su rostro se arrugó en agonía,
y pude ver que estaba al borde de las lágrimas—. ¿Por qué no lo hice esta mañana?
Apreté su mano arrugada donde agarraba el volante.
Paco ya había llamado a Andrea, Rod y Chef, y los recogeríamos en el muelle de
Calvi en cuanto pudiéramos dar la vuelta al cabo.
Cada momento contaba.
Sintiéndome impotente, bajé las escaleras y deslicé el brazalete de goma para el
mareo en mi muñeca. Rápidamente me quité el bikini mojado y, agarrándome del
toallero para mantener el equilibrio contra el movimiento de balanceo, enjuagué la sal
de mi cuerpo. Me puse unos pantalones cortos, una camiseta y zapatillas deportivas, y
me recogí el cabello mojado en un moño. Luego, tratando de mantener mis manos
ocupadas y mi mente distraída, empaqué todas mis pertenencias, sin saber dónde
dormiría esta noche o si dormiría.
Pobre pequeña Dauphine.
Dios, esperaba que no estuviera asustada. ¿Qué clase de monstruo podría ser
este tío suyo? Xavier había mencionado que había tenido problemas.
Mi estómago se retorció de miedo, me sentí mal. Por lo que debe estar pasando
Xavier
Quería estar con él y consolarlo a través de esto. Tratando de pensar cómo
podría ser más útil, pensé en lo que podríamos necesitar cuando la encontráramos, o lo
que podría traer la noche. Probablemente tendría que hablar con la policía.
Probablemente habría que esperar mucho. Fui a su dormitorio. Estaba recién hecha.
Algunos de los animales que había dejado atrás estaban sentados en la cama. Podría
empacar una bolsa con un cambio de ropa para ella. Fui y agarré la bolsa de playa que
ella y yo habíamos estado usando y saqué un conjunto de ropa y pijamas de su cajón.
Luego seleccioné un mono pequeño, suave y pegajoso de su colección de animales. En
el baño, revisé su cajón para ver si había dejado un cepillo de dientes viejo. Encontré
uno nuevo sin abrir y también lo tiré en la bolsa. Volviendo a mi dormitorio, busqué mi
libreta, le saqué dos hojas en blanco y las enrollé junto con dos lápices, juntándolo todo
con una liga para el cabello y guardándolo en la mochila.
Podía sentir el peso de la desesperación y el miedo de Xavier emanando a través
de todo el barco. Tomando la bolsa que había empacado para Dauphine, me dirigí a la
cocina y tiré una botella de agua y una barra de granola. ¿Y si no fuera su tío? ¿Y si su
aparición fuera una coincidencia? ¿Y si algún maldito enfermo se la hubiera llevado? No
por rescate, sino por razones terribles, impensables e insondables. Mi estómago se
revolvió, y mi corazón latía con fuerza. Tenía que ser mil veces peor para Xavier. ¿Y
Madame Pascale, su madre? Había perdido a Dauphine durante su turno. Dios, esto era
una agonía. Fuera de la ventana estaba el mar abierto. No podía decir lo cerca que
estábamos de recoger a la tripulación y repostar.
Esta segunda noche en Córcega había sido para mí. Si yo no hubiera estado aquí,
Xavier ya estaría camino a casa. Incluso podría estar allí ya. Mi piel se volvió húmeda
con el pensamiento. ¿Fue mi culpa?
Me colgué la bolsa al hombro y me moví de la cocina a la sala de estar para ver si
ya casi habíamos llegado a Calvi. Efectivamente sí. Esto estaba tomando demasiado
tiempo. Fui al dormitorio de Xavier.
Todo estaba en silencio y su puerta estaba abierta. Asomando la cabeza por la
puerta, escaneé el camarote, esperando verlo al teléfono.
—¿Xavier? —Llamé suavemente.
No hubo respuesta, pero escuché un sonido ahogado. Entré y rodeé la cama,
corriendo en ayuda de Xavier.
Estaba encorvado, meciéndose, con la cabeza golpeando el suelo. Dio un
respingo cuando mi mano tocó su columna desnuda, conteniendo el aliento.
—Shh —lo tranquilicé, cayendo de rodillas junto a él, y froté su espalda, mis
propios ojos se llenaron de lágrimas punzantes—. Shhh. Vamos a encontrarla —
susurré—. Ella está bien. Ella va a estar bien.
Se inclinó hacia un lado, su cabeza encontrando mi regazo y sus brazos
rodeándome la cintura. Estaba temblando, un temblor de cuerpo completo. Estaba en
estado de shock, me di cuenta, y probablemente también tenía un ataque de pánico y
algún tipo de episodio de TEPT.132 Me mordí el labio mientras cedía y lloré con él,
abrazándolo tan fuerte como pude.
No supe cuánto tiempo estuvimos sentados así, pero el teléfono que sostenía en
su mano detrás de mi espalda de repente sonó, fuerte y estridente.
Xavier se apartó de mí.
Apenas le eché un vistazo en el rostro antes de que se la frotara con el brazo y se
levantara.
—Oui —ladró, alejándose. Todavía estaba en su traje de baño—. Bon.
Immédiatement 133 —dijo y colgó.
Levantándome del suelo, me di cuenta de que él también necesitaba algunas
cosas. Recogí la camisa de lino rosa que estaba sobre la cama.
—Necesitas vestirte. ¿Puedo ayudarte con algo?
—Non —dijo. Se volvió hacia mí, pero caminó directamente a mi lado hacia el
baño. Cerrando la puerta.
Me hundí hasta el final de la cama, sosteniendo su camisa. No había nada peor
que este sentimiento de impotencia para ayudar. Saqué mi teléfono del bolsillo de mis
pantalones cortos y pensé en enviarle un mensaje de texto o llamar a Madame. Mis
dedos recorrieron la textura de la camisa de Xavier, la llevé a mi nariz e inhalé el aroma
reconfortante de este hombre que amaba, el padre de la niña que adoraba.
Entonces comencé a orar.
Por favor, Dios. Por favor, deja que Dauphine esté a salvo. Toca el corazón de la
persona que la tiene y pídele que se la devuelva a su padre, sana y salva. Él la necesita.

132
Trastorno de estrés post traumático.
133
Bon. Immédiatement: Bien. Inmediatamente en francés.
Solo se tienen el uno al otro. Perderla lo matará, ella es todo lo que le queda. Por favor,
por favor. Por favor. Por favor.
Me sequé las lágrimas que habían rodado por mis mejillas.
La puerta del baño se abrió de golpe y salió Xavier.
—Todavía estás aquí —dijo con voz plana.
—¿Has oído algo más?
—No.
Tragué.
—¿Hay algo que pueda hacer? —pregunté impotente.
Soltó una risa amarga mientras se ataba su corbata y se dirigía a su escritorio.
Había papeles por todas partes de su anterior búsqueda frenética de su teléfono.
—Ya has hecho suficiente.
—¿Qué-qué quieres decir?
Dejó escapar un suspiro mientras se inclinaba y comenzaba a recoger papel.
Me puse de pie y me incliné para ayudarlo.
—Déjalo —ladró.
Levanté mis manos.
—L-lo siento.
Se pellizcó el puente de la nariz.
—Ni siquiera debería haber estado aquí.
Exactamente mi miedo. La culpa me desgarró el estómago. Todos nuestros
hermosos y sensuales momentos se volvieron sórdidos y sucios. Como si estuviéramos
siendo castigados por robar estos momentos egoístas de placer.
—L-lo siento —dije. Y lo estaba.
Deseaba poder rebobinar el tiempo y planear quedarme con Dauphine y
Madame Pascale hasta mi vuelo.
Yo debí haber estado con ella. Hubiera sido un par de ojos extra. Protección
adicional. Ella estaría a salvo en este momento.
Mi mano se posó en mi vientre, sintiendo el dolor y la culpa asentarse
profundamente en mis entrañas. Oh, Dauphine, lo siento mucho. Sorbí mis mocos y
limpié mis ojos.
—¿Qué tan pronto puede regresar el barco esta noche? —pregunté. ¿Cuántas
horas más de agonía soportaremos esperando y sin poder hacer nada para ayudar a
encontrarla?
—Haré que mi helicóptero me recoja en Calvi. El barco nos seguirá.
—Vaya. Eso tiene sentido. —Haciendo un gesto a la bolsa de playa que había
empacado, me puse de pie—. Deberías tomar eso. Empaqué algunas cosas para
Dauphine para... cuando la encuentres. Por si es tarde y tienes que hablar con la policía
o algo así. Hay un cambio de ropa y cosas.
—Gracias —dijo y luego miró su teléfono, desplazándose, con el ceño fruncido.
El motor del barco cambió y supe que nos acercábamos al puerto. Sacó una
pequeña bolsa de cuero marrón y tiró algo de ropa, luego tomó la bolsa de playa que
había empacado y metió la mano para agregar el contenido a su bolsa. Transfirió el
mono, la ropa y el cepillo de dientes.
—Y agua y un refrigerio —insistí—. Podría ser tarde. Quizá tenga hambre.
El asintió.
—Espera, también hay algo de papel para dibujar ahí. Si hay que esperar. Ella
seguro se aburrirá.
Metió la mano y sacó el papel y un recibo viejo o algo que miró fijamente.
—Está bien. —Me retorcí las manos. Esto fue agonía. Quería ir con él y estar allí
cuando la recuperara. Y lo haría. Tenía que. Quería abrazar a Dauphine tan fuerte contra
mi corazón cuando lo hiciera. Pero tuve que dar un paso atrás y dejar que él mismo
hiciera esto. Era la única forma que conocía—. Por favor, dile que la amo cuando la
recuperes.
Me miró, el pequeño cuadrado de papel todavía en su mano.
—¿Fuiste parte de eso?
Lo miré confundido.
—¿Qué?
—Pregunté, ¿fuiste parte de eso?
—¿De qué?
—Secuestrarla.
Las palabras estallaron entre nosotros.
Mi piel se enfrió mientras la sangre en mi cuerpo parecía drenarse. Estaba
paralizada en estado de shock, incapaz de siquiera formar una respuesta. ¿Pensó que
yo tenía algo que ver con esto? ¿Por qué?
—¿Me estás preguntando lo qué creo que estás preguntando?
—Sí.
Abrí la boca, luego la cerré. Jesús.
—Yo-yo no puedo…
—Es una pregunta fácil. —Ladeó la cabeza, torciendo la boca con disgusto—. Una
pregunta que creo que tienes problemas para responder.
—¿De qué estás hablando? ¿Cuál es la pregunta exactamente? ¿Estás jugando
conmigo?
Levantó lo que tenía en sus manos.
Entrecerré los ojos al verlo. Era la tarjeta de presentación que me había dado el
asqueroso Alfred Morosto cuando Dauphine y yo salimos del baño en Le Club Cinquante
Cinq.
—Evan cree que Michello, el hermano de Arriette, está trabajando con Alfred
Morosto. Que de alguna manera Morosto avisó al hermano de Arriette sobre nuestros
planes.
Vaya. Vaya.
—Necesito que me digas todo lo que te dijo ese día en la playa, y lo que le dijiste,
y quiero saber lo que te prometió.
CAPÍTULO CUARENTA Y
DOS

El helicóptero que se aproximaba era elegante, negro y brillante con marcas


mínimas. Solo había un número de cola que comenzaba con XP, y supuse que era la
versión de helicóptero de una placa de tocador. Atrajo a una multitud en el puerto
cuando aterrizó al final de un largo malecón.
No tenía ni idea de qué tipo de maniobra había ocurrido para permitir que Xavier
usara el puerto como su propio aeropuerto personal.
Xavier me ladró para que lo siguiera mientras se agachaba. No había pensado
que iría con él, pero todo cambió de repente. Había pasado de su amante a una traidora
en un abrir y cerrar de ojos.
Él estaba reaccionando por miedo y pánico, y yo estaba tratando muy duro de
tener eso en mente.
Pero internamente estaba hirviendo y adolorida, mis puños apretados y mi
cabeza dolía por rechinar los dientes.
El viento en mis oídos y el golpe de las aspas era ensordecedor. Mantuve mi
cabello fuera de mis ojos lo mejor que pude mientras lo seguía, corriendo bajo hacia la
ruidosa bestia. Si no fuera por Dauphine, le habría dicho que se fuera a la mierda cuando
de repente me exigió que dejara todas mis cosas y lo acompañara. Pero con la
oportunidad de llegar a ella antes, ayudar a encontrarla, o al menos estar allí cuando lo
hicieran, estaba reprimiendo mi ira.
Hizo girar la manija de la puerta y la abrió, haciéndome un gesto para que
entrara.
Subí al interior fresco y oscuro, inclinando la barbilla hacia un solo piloto con
casco negro y auriculares con gafas reflectantes que asintió con la cabeza. Había cuatro
asientos de pasajeros de cuero negro, dos pares uno frente al otro. Me senté en el más
lejano, mirando hacia la cabina. No sabía mucho acerca de estar en una de estas cosas,
pero si era algo así como un tren, quería mirar en la dirección en la que me dirigía. Los
nervios se deslizaron a través de mí, volcando mi estómago.
Xavier aseguró la puerta antes de tomar asiento justo adentro, en una esquina
maliciosa hacia mí, de espaldas a la cabina, con sus largas piernas dobladas a mi lado.
El cierre de la puerta no disminuyó el sonido, solo amortiguó la nitidez.
Encontré un cinturón de seguridad y lo aseguré e hice lo mejor que pude para
alisar y volver a atar mi cabello. Luego miré a Xavier.
Sus ojos estaban inyectados en sangre, su cabello despeinado por el viento, y de
repente noté que se había abotonado mal la camisa antes de vestirse. Me aferré a ese
pequeño detalle para recordarme a mí misma que él era un padre humano y
aterrorizado y no un multimillonario megalómano que pensó que lo había agraviado.
No en el fondo. Al menos eso esperaba.
Giró la cabeza para asentir al piloto por encima del hombro y se quitó unos
auriculares del reposacabezas y se los puso. Los tocó y señaló al lado de mi cabeza.
Giré el rostro y vi los auriculares justo a mi lado junto a la ventana.
Mi estómago dio un vuelco cuando la máquina se elevó y el muelle se alejó
rápidamente debajo de nosotros. Buscando a tientas los auriculares y el micrófono,
logré ponérmelos.
Silencio.
Mis oídos resonaron en el vacío del sonido mientras me ajustaba. Entonces habló
Xavier, algo en francés. El piloto respondió. Conversaron de ida y vuelta un par de veces.
Fuera de la ventana, el sol bajo caía en cascada sobre la península de La Revellata
y sobre las bahías azules. Era difícil de creer lo que había sucedido allí abajo hace solo
un par de horas. Debería haber estado construyendo una armadura emocional en lugar
de enamorarme completamente. Porque, maldita sea, mi corazón se estaba partiendo
en pedazos y quería doblarme por el dolor.
El miedo por Dauphine era lo único que me mantenía funcionando.
Luego, el helicóptero se inclinó, lo que me hizo agarrarme al asiento con ambas
manos y se hizo a la mar.
—Josephine —dijo Xavier en mis oídos.
Miré su boca chata y sus ojos en blanco.
—Le he dicho al piloto que nos ponga en un canal separado. ¿Puedes
escucharme?
Asentí, tenía náuseas en el estómago.
—Empieza a hablar.
Respiré tranquilamente y conté hasta tres.
—¿Acerca de?
—No seas dif…
—¿Difícil? Me estoy esforzando mucho en este momento para darte el beneficio
de la duda —dije bruscamente—. No me resistí cuando básicamente me hiciste marchar
como una rana hacia esta trampa mortal de máquina solo porque también estoy
aterrorizada por Dauphine. Y cada segundo que piensas que tuve algo que ver con que
se la llevaran, estás perdiendo un tiempo precioso averiguando quién la tiene
realmente.
Sus ojos se entrecerraron.
—¿Qué te dijo?
—¿Morosto? Ya me preguntaste eso en la playa esa tarde.
—Y no me lo dijiste.
—Porque casi no había nada que decir —dije y me incliné hacia él—. Me hizo
una insinuación. Me dijo que podía venir y ser niñera en su casa.
La mandíbula de Xavier se tensó y mostró los dientes. Supuse que sabía que
Morosto no tenía hijos pequeños.
—O —levanté un hombro— espiarte por él.
Su cabeza se ladeó.
—¿Y lo hiciste?
Solté una risa sin sentido del humor mientras sacudía la cabeza con incredulidad,
recostándome.
—Vete a la mierda.
Xavier hizo un sonido estrangulado en su garganta, y su puño golpeó el asiento
frente a él.
Jadeé, mi mandíbula cayendo.
—Idiota —siseé, mi corazón saltando en mi garganta con miedo. De ninguna
manera estaba dirigido a mí o incluso cerca, pero la violencia me dejó temblando—.
Cálmate o no te hablo nunca más. No tuve nada que ver con esto, y tú lo sabes muy bien
—continué, conmocionada—. Alfred Morosto es un asqueroso. Me preguntó si estaba
interesada en un “arreglo”. Dije que no. Me llamó perra fría y me preguntó si me
calentaba más para ti. Asumió que estábamos saliendo. —Arrastré un suspiro—. De tal
padre tal hijo, ¿verdad?
Xavier se estremeció.
Mierda. Aparté la mirada, cerrando los ojos con fuerza, para no tener que mirar
hacia abajo y ver lo alto que estábamos sobre nada más que agua.
—Y te llamó nerd. —Recordé el último detalle—. ¿Eres feliz ahora?
Xavier estaba callado y cuando lo miré de nuevo, estaba inclinado, acunando su
cabeza entre sus manos.
El silencio crujió entre nosotros a través de las ondas de radio.
Sus musculosos hombros recortados contra su camisa se agitaron mientras
respiraba profundamente, y ansiaba extender la mano y calmarlo. Para consolarlo
sobre Dauphine, para retirar mis palabras mordaces. Incluso después de sus acciones.
Pero giré la cabeza hacia la ventana, aferrándome a mi ira.
—¿Dónde estaba Dauphine? —preguntó después de unos momentos.
—En el baño. La estaba esperando fuera. Me acorraló en el pasillo.
—¿Por qué tomaste su tarjeta?
—Porque era eso o él mismo la iba a deslizar entre mis senos. —Miré a Xavier y
él me devolvió la mirada. Era un maestro de la no expresión, y yo sabía que yo no lo era.
Solo esperaba que pudiera ver en mi rostro cuán escandalosa era su acusación y cuánto
me había lastimado con ella. Pensar en lo diferente que nos habíamos mirado no hace
mucho tiempo, nuestros cuerpos resbaladizos por el agua del mar y el deseo.
Sabía que nuestra relación era temporal, pero no había manera de que pudiera
haber predicho el martillo que caería sobre nosotros. Tragué y puse mi barbilla.
—Creo que te estás olvidando de quién soy. Tengo una vida esperándome en
casa. Una carrera. —Si pudiera volver a construirla—. Soy arquitecta. Algo por lo que
trabajé duro. Yo no pedí estar aquí. Y ya ni siquiera trabajo para ti. —Mi pecho se agitó—
. Me iba a ir, Xavier, ¿recuerdas? Este viaje a Córcega, del que ahora me arrepiento con
cada fibra de mi ser, fue idea tuya porque estabas cachondo y solo. No lo olvides.
Sin su breve demostración de ira hace unos momentos, y su desaliento general,
ni siquiera sabrías lo que estaba pensando. Su mirada en la mía parpadeó, la única pista
de que escuchó lo que estaba diciendo.
Aparté los ojos y miré el lienzo azul degradado del horizonte. Entonces cerré los
ojos y conjuré la dulce, alegre y risueña sonrisa de Dauphine. Ella iba a estar bien. Esa
certeza me golpeó profundamente.
—Deja de señalarme con el dedo y empecemos a pensar en cómo encontrarla —
agregué con cansancio.
—Estás en lo correcto.
—¿Perdón? —Abrí mis ojos.
Volvió a mirar el teléfono en su mano y leyó un mensaje de texto y luego comenzó
a enviarle un mensaje de texto a alguien.
—Debería concentrarme en Dauphine, no en ti —dijo después de unos
momentos sin mirar hacia arriba.
Parpadeé ante su frialdad. Mis ojos se inundaron, y mi aliento me dejó como si
me hubiera quedado sin aliento. Faltaba una niña. Este no era el momento de
permitirme el tsunami de rechazo y dolor que me envolvía. Pero mi corazón se estaba
rompiendo, arrancándose en grandes pedazos irregulares. Y simplemente no pude
aguantar más.
Mi pecho se contrajo, incapaz de contener el sollozo ahogado. Tirando de mi
boquilla hacia abajo para que no tuviera que oírlo, me metí el puño en la boca y me
acurruqué como si pudiera evitar que el corazón se me saliera del pecho.

El resto del viaje en helicóptero fue silencioso para mí. Xavier se había metido
en un canal con el piloto y yo me quedé colgada en un silencio sordo mientras
atravesábamos el aire hacia tierra firme en Francia. Podía ver la costa, plagada de
pueblos y ciudades de la Riviera.
Apenas me había dado cuenta de que estábamos cayendo sobre el techo de la
casa de su madre y luego estábamos aterrizando. Claramente, me había perdido el techo
plano y el helipuerto en mi recorrido. Vi a Madame por la ventana. Agarró la manga de
su secretario, Jorge, ambos protegiéndose los ojos del sol y el viento de las hélices.
Mis piernas eran gelatina cuando desembarcamos.
La elegante grand-mère que había conocido había sido reemplazada por una
anciana con manos temblorosas que agarró a Xavier en un fuerte abrazo, con lágrimas
corriendo por su rostro. Luego se volvió hacia mí, y fue lo más natural del mundo que
nos acercáramos, y en un momento me envolvió en un abrazo lleno de calidez, tristeza
y miedo compartido.
El motor se apagó y las aspas se desaceleraron, el rugido se extinguió
lentamente. Mis oídos sonaron.
—Ven, hablaremos con la policía, han llegado abajo —gritó Madame.
Xavier asintió y siguió adelante. Parecía destrozado, aterrorizado y
completamente solo, y yo quería apoyarlo.
En cambio, le tendí el brazo a Madame y ella lo apretó con fuerza mientras la
seguíamos.
Jorge abrió una puerta que daba a una escalera con paredes de estuco y
escalones de baldosas. El metal resonó al cerrarse detrás de nosotros.
El sonido del teléfono de Xavier retumbó con fuerza en la cámara de eco del
hueco de la escalera. Delante de nosotros, se lo llevó a la oreja, a medio trotar por las
escaleras.
—Allo. —Se detuvo en seco, su mano alcanzando la barandilla. Sus piernas
colapsaron mientras se sentaba.
Mi estómago tocó fondo. Oh mierda
A mi lado, la mano huesuda de Madame apretaba mi brazo como un torno.
—Ô, mon Dieu, ô mon Dieu.134 —Se lamentó.
—Shhh —la tranquilicé. No había forma de que Xavier pudiera oír nada si lloraba
más fuerte—. Shhh. Déjalo escuchar.
Nos apresuramos a bajar, pasando a su alrededor para poder ver su rostro y
tratar de obtener algún tipo de indicación de las noticias que acababa de recibir. En el
interior, me encontré cantando por favor, que este bien, por favor, que este bien.
Sus ojos se cerraron con fuerza mientras escuchaba a quienquiera que estuviera
del otro lado.
Madame le puso una mano en el hombro, y él la agarró y apretó con fuerza,
tomando el consuelo. Pero por la rigidez de su cuerpo, me di cuenta de que quería matar
a quienquiera que estuviera al otro lado de la línea.
—Oui —dijo, la palabra arrancada de él como si le costara todo lo que tenía.
Luego se quitó el teléfono de la oreja.

134
Ô, mon Dieu, ô mon Dieu: Oh, Dios mío, oh, Dios mío en francés.
CAPÍTULO CUARENTA Y
TRES

—S'il te plaît135 —suplicó Madame cuando el teléfono se deslizó de la oreja de


Xavier.
Observé cómo todo su cuerpo y su espíritu parecían colapsar sobre sí mismos
con… espera. ¿Alivio?
—Elle va bien —susurró—. Ella está bien. Por ahora. Michello la tiene. Quiere
dinero. Pero tendrá suerte si vuelve a ver cielos azules. Evan sabe dónde está. Si Dios
quiere, Dauphine estará en casa a la hora de acostarse.
—Ay dios mío. —Respiré las palabras, mi voz me fallaba. Todavía no había
terminado, quién sabía lo loco que estaba este tal Michello, pero saber quién la tenía,
era, con suerte, más de la mitad de la batalla.
Madame y yo nos abrazamos con alivio, y luego, cuando Xavier se puso de pie,
ella lo agarró y le rodeó la espalda con los brazos.
Di un paso atrás, abrazando mis brazos alrededor de mí.
Xavier soltó a su madre. Por un momento me miró fijamente.
Desesperada por alcanzarlo, apreté los puños a los costados.
Nuestros ojos se encontraron durante milisegundos que se sintieron como
largos minutos.
Lamí mis labios.
—Espero que la recuperes pronto. ¿Q-qué puedo hacer para ayudar?
Parpadeó, sus ojos se cortaron.
—Voy a bajar a hablar con la policía, para que puedan coordinarse con Evan.
Entonces tomaré el helicóptero. Acompaña a mi madre en auto a mi villa en Valbonne.
—Su mandíbula se flexionó—. Por favor.
Me limpié los ojos llorosos.

135
S'il te plaît: Por favor en francés.
—Por supuesto.
Él y su madre tuvieron otro rápido intercambio emocional.
Sus ojos me miraron de nuevo, brevemente, y luego nos pusimos en marcha de
nuevo.
Abajo, dos hombres vestidos de civil que se identificaron como policías tomaron
mi nombre, pero no hicieron preguntas. Madame y yo dejamos a Xavier con ellos y
seguimos a Jorge y al ama de llaves de Madame, Astrid, hasta un Mercedes negro que
esperaba en el camino circular. Todo estaba sucediendo en un borrón. Apreté la mano
de Madame.
—Se siente mal dejar que Xavier la encuentre sola —dijo Madame mientras
subíamos al auto.
Apreté su mano.
—Lo sé. Siento lo mismo. ¿Estará bien?
—La policía lo acompañará. Yo... sí, eso espero. —Su voz tembló, traicionando su
terror.
—No me hicieron ninguna pregunta —dije, dándome cuenta de lo extraño que
era.
—Xavier les dijo que no tenías nada que ver y que estabas con él en Calvi.
Mis ojos se llenaron de nuevo. ¿Así que él podría decírselo a ellos, pero no a mí?
Apreté la mandíbula y me obligué a entender que era un hombre en pánico. Una
disculpa podría venir más tarde. En este momento, solo necesitaba llegar a Dauphine.
—Él la traerá a casa, y ella te necesitará allí esperándola —le dije a Madame para
tranquilizarla.
Yo, en cambio, me sentía como una carga en una crisis familiar. Mi pasaporte y
mis pertenencias quedaron varados en un bote en el océano. No pude irme. Aunque en
esta etapa, felizmente dejaría atrás todo lo que poseía para no tener que enfrentar la
frialdad de Xavier nunca más. Un suspiro salió de mi cuerpo emocionalmente cansado.
Estaba aterrorizada por Dauphine y desesperada por verla a salvo. Y el miedo y la
angustia me habían agotado.
Sólo quería ir a casa. Quería despertarme en mi cuarto de caja de zapatos en mi
viejo apartamento que compartía con mis dos mejores amigos. Quería mirar por la
ventana de la cocina y ver una pared de ladrillos que conocía. Nunca quise ver otro yate.
Quería caminar hasta mi pequeña cafetería favorita y esperar que la dama francesa,
Sylvie, no me recordara a Xavier. O una niña por la que había perdido mi corazón.
Entonces, para ganarme la vida, quería dibujar, crear, imaginar y proteger la historia
todo el día.
Y quería volver atrás en el tiempo, a antes, a mi vida segura en mi pequeña
ciudad. Un lugar donde no sabía cuántos tonos de azul podía tener un océano, o los ojos
de un hombre roto.
Madame sonrió con una sonrisa acuosa, sin darse cuenta de la confusión y la
tristeza que de repente me habían invadido.
—Dauphine también te necesitará.
—Quizás. Necesito verla a salvo. —Y luego necesitaba verme a salvo. No podía
ignorar mi corazón palpitante que todavía jadeaba como un pez destripado en mi pecho.
Después de abrazar a Dauphine, necesitaría tiempo para recuperarme de todo esto.
Respira, Josie.
—Ella te quiere. Mucho.
—Yo también la quiero. —Iba a aplastar su pequeño cuerpo en el abrazo más
grande cuando la tuviéramos a salvo. Dios, esperaba que estuviera bien y no asustada.
La pobre niña ya tenía pesadillas. Mi estómago se arremolinó de rabia al pensar en el
imbécil que la tenía, en lo aterrorizada que debía estar. Entendí un indicio de cómo se
debe sentir Xavier. Debe querer desgarrar a Michello miembro por miembro. Lástima
que fuera un legítimo empresario y no un mafioso porque seguro que con sus recursos
podría hacer desaparecer a alguien. Tomé una respiración profunda. Dios, quería
abrazarlo. Consolarlo. Incluso después de sus brutales acusaciones de hoy. La imagen
de él acurrucado, su cabeza en mi regazo, en un raro momento de vulnerabilidad pasó
por mi mente, y parpadeé para contener el ardor de más lágrimas.
—¿Y mi hijo? ¿Lo amas?
Me sacudí, mi inhalación profunda interrumpida.
—Lo siento. No quise... sorprenderte.
Mi cabeza se sacudió con voluntad propia, pero no pude responder.
Su mano apretó la mía.
Solté el largo, lento y tranquilizador suspiro.
—No importa.
—Él merece encontrar el amor de nuevo.
Cerré los ojos contra el ardor de las lágrimas y asentí.
—Sí.
—Debes perdonarlo. Él no es fácil. Siempre fue un niño cauteloso. Su padre… y
yo, si te soy sincera… no le dimos el mejor ejemplo de amor. Fue... ¿cómo se dice? —
Frunció los labios—. Era… ¿intercambio? Usamos el amor, y el amor de Xavier, uno
contra el otro.
Hice una mueca internamente y asentí al comprender la forma en que dio su
explicación como una pregunta, debido a la inseguridad del idioma. Pero le di vueltas a
su explicación en mi mente.
Si Xavier no sentía que valía la pena amar... Si no pensaba que tenía valor
emocional, o que no valía la pena invertir en él, o que era un riesgo que valía la pena
correr... O peor aún, si no sentía que valía la pena vivir por él, entonces sí, tal vez así lo
vio. Tal vez incluso la forma en que lo dio.
—Estoy de acuerdo, él piensa que no merece amor.
—Se culpa a sí mismo por Arriette. —El perfil de Madame se recortaba mientras
acelerábamos por la carretera, las luces de la calle brillaban en color ámbar, dándole un
fuerte relieve.
—Sí —estuve de acuerdo, y después de una breve vacilación, agregué—. Me dio
la impresión de que no la aprobabas.
—Debería haber sido mejor al aceptar a Arriette cuando estaba viva. Siempre
pensé que él era demasiado bueno para ella. Tal vez el orgullo de una madre. Pero al
final tenía razón. Tuvo que pelear esa batalla solo. No sintió que tuviera mi apoyo
cuando las cosas se pusieron mal. Y, por supuesto, cuando ella murió probablemente
pensó que yo estaba diciendo… te lo dije… —Negó con la cabeza.
—¿Le… le has contado tus arrepentimientos?
—No en tantas palabras. Además, su unión produjo a Dauphine.
—Creo que probablemente necesita escucharlo. Tal vez no la parte sobre dónde
crees que tenías razón. Creo que él ya lo sabe.
Soltó una carcajada sin humor, luego suspiró.
—No he sido la mejor madre. Y con el terrible ejemplo que dieron sus propios
padres, no es de extrañar que haya elegido mal.
Mi pecho se apretó.
—Él te ama. Y nadie es perfecto. Todos hacemos lo mejor que podemos —la
tranquilicé. Y de repente sufrí por mi propia madre. Me había dicho cosas similares a
mí mientras crecía cuando ella y yo habíamos cruzado los cables, sobre cómo estaba
haciendo lo mejor que podía. Y ella lo hizo. Nunca dudé de su devoción. Incluso cuando
eligió a Nicholas De La Costa como mi padrastro.
Madame me palmeó la rodilla.
—Sí. Espero recuerdes tus propias palabras de sabiduría cuando tú y Xavier
estén resolviendo sus diferencias. Cuando todo esto termine y mi nieta esté a salvo.
Todos hacemos lo mejor que podemos.
Entrecerré los ojos ante su maniobra emocional, pero fingió no darse cuenta.
—Me acusó de estar involucrada en lo que sucedió hoy —dije en su lugar.
Su inhalación fue aguda.
—Non.
—Oui —respondí.
Agitó su mano en el aire.
—¡Es ridículo!
—Oui —repetí, esperando la inevitable pregunta de por qué podría haber
pensado eso con un toque de sospecha. Ninguno vino.
En cambio, dijo—. Él está buscando una excusa para apartarte de su corazón. Y
eso me dice todo lo que necesito saber.
Volvió a tomar mi mano entre las suyas.
—Después de que tengamos a Dauphine de vuelta en nuestros brazos, por
favor… Por favor, dale una oportunidad. El amor es... Verdadero y real. Y el amor
profundo es... Tan raro. Recién lo estoy descubriendo yo misma. Vi la forma en que mi
hijo te miró ayer cuando pensó que ninguno de nosotros se daría cuenta y —me miró
sosteniendo su mirada— la forma en que lo mirabas. Tú has estado... Sanándolo. Por
Dauphine. El amor real de la persona adecuada hará eso.
Pensando en todo lo que había pasado entre Xavier y yo, y en el poco tiempo que
tuvimos para cimentar quiénes éramos el uno para el otro antes de que una crisis me
mostrara lo mal construida que había sido nuestra conexión, calmé mi voz.
—A veces el amor no llega lo suficientemente rápido. Y a veces no es suficiente.
—Y a veces el amor es todo lo que se necesita. —Guiñó un ojo descaradamente,
incluso cuando sus hombros todavía estaban tensos por el miedo. Ninguna de las dos
soltó la mano de la otra.

El auto se salió de la autopista y una rotonda nos puso en una vía de dos carriles.
Aceleramos por las colinas y las curvas cerradas en la penumbra. Eran casi las nueve de
la noche. En algún lugar hacia el oeste, el sol estaba a punto de ponerse. Cada pocos
minutos, Madame silenciaba su teléfono, no estaba dispuesta a tomar una llamada y
correr el riesgo de perder una de su hijo. En este caso, no tener noticias no parecía una
buena noticia.
El auto redujo la velocidad en una curva bordeada de cipreses altos y
puntiagudos. Luego nos detuvimos en un camino de grava blanca frente a dos
imponentes puertas de hierro forjado entre dos pilares de estuco. Las puertas se
abrieron silenciosamente, y luego nos movimos de nuevo, lentamente a través de ellas
hacia una finca bien cuidada. Había bosques a ambos lados de nosotros, pero el camino
estaba bordeado por pequeños setos y a pocos metros un árbol ornamental lleno de
rosas blancas. Dieron paso a líneas de lavanda a medida que los árboles se despejaban,
y en la cima de una pequeña colina, de repente apareció una amplia casa solariega. Baja,
tal vez de dos pisos con un ático, pero girando extravagantemente hacia ambos lados.
Era estuco envejecido con enredadera de ciruelo cuidadosamente bordeada y un techo
de pizarra resistente. El auto giró lentamente y se detuvo frente a la gran puerta doble
de madera.
Afuera, la noche estaba llena del aroma de la lavanda y el sonido de las cigarras.
Astrid y Jorge entraron, encendiendo las luces.
—El ama de llaves de Xavier no está, así que Astrid preparará nuestros
dormitorios —dijo Madame.
—Te ayudaré —ofrecí. Necesitaba algo que hacer o me volvería loca. En el
interior, la entrada se elevaba dos pisos con paredes de estuco, vigas de madera
envejecidas y pisos de terracota. Astrid subió corriendo las escaleras de mosaico y yo la
seguí. La ayudé a poner sábanas en dos camas tamaño queen en habitaciones contiguas
que estaban bellamente decoradas en azul y blanco y amarillo y blanco
respectivamente. Luego, al final de un pasillo estaba claramente el dormitorio de
Dauphine. Una cama con dosel blanca con luces de hadas y cubierta con animales de
peluche. Astrid retiró la colcha color lavanda pálido e hicimos la cama con sábanas
limpias. Trabajábamos en silencio, una al lado de la otra, su inglés y mi francés no
podían proporcionar mucha conversación por el miedo mudo de que algo pudiera salir
mal y que Dauphine no volviera a casa.
Abajo, podía escuchar a Madame y Jorge, y pronto el olor a pan horneado subía
por las escaleras. Mi estómago gruñó. En la mesita auxiliar había un cuadro enmarcado.
Me acerqué y lo recogí. Dauphine era pequeña, tal vez de cinco o seis años. Su madre, se
veía deslumbrantemente esbelta y de aspecto exótico, con el cabello largo cayendo en
una cascada sedosa sobre un hombro, se arrodilló junto a su hija, con un brazo
alrededor de su hombro. Ambas sonrieron con la misma sonrisa a la cámara. A
Dauphine le faltaban dos dientes frontales, pero no había duda de que era la hija de esta
mujer. Debe ser un doloroso recordatorio para Xavier ver a Arriette en su hija todos los
días.
Astrid se aclaró la garganta, indicando que me estaba esperando.
Siguiéndola, entré en el último dormitorio. Tenía ventanas y un balcón en la
pared trasera, pero el espacio estaba dominado por una cama tamaño king hecha de
lino en tonos de hojas de tabaco secas. Era acogedor y masculino y olía a Xavier. El olor
único de su piel mezclado con sal y cedro. Parpadeé, sintiéndome mareada, una ola de
tristeza quemando mi garganta.
Mis piernas se sentían débiles por la urgencia de meterme en la cama, rodeada
por su olor, y esperar su regreso.
Al darme cuenta de que estaba quieta, mirando la cama, negué con la cabeza.
Astrid me dio una sonrisa triste y cómplice antes de señalar un estante vacío y decir
algo en francés. Deduje que no había sábanas de repuesto en el armario, o ya estaban
sobre la cama. No estaba segura de cuál. Arregló la cama y luego bajamos las escaleras.
Jorge estaba a mitad de camino con la maleta de Madame y me saludó con la
cabeza.
—¿Hay noticias? —pregunté al pasar.
—Madame está hablando con Monsieur Pascale ahora.
Saqué mi teléfono y doblé la esquina hacia una gran cocina encantadora.
Había un mensaje de texto de un número que no reconocí.

La tengo. No volveremos hasta tarde. X.


Xavier.

Di un grito ahogado de alivio cuando miré fijamente a Madame. Estaba sonriendo


y asintiendo, con el teléfono en la oreja cuando me miró.
Sintiéndome mareada por el alivio, me desplomé en una silla en la gran mesa de
madera de la cocina. Respondí a varios mensajes de texto de Andrea pidiendo una
actualización.
Iba a abrazar a Dauphine con tanta fuerza que debería tener cuidado de no
romperle un hueso de su diminuto cuerpecito.
Y me había enviado un mensaje de texto. Eso tenía que significar que él ya no
pensaba que yo estaba involucrada, ¿no?
CAPÍTULO CUARENTA Y
CUATRO

Los sonidos impregnaron mi conciencia y parpadeé para abrir los ojos. Una
pequeña lámpara proyectaba sombras sobre las paredes de estuco.
Me había quedado dormida sentada en un sillón, esperando noticias de
Dauphine. Mi espalda estaba rígida. Me senté y me estiré, girando el cuello. Mirando
hacia arriba, vi que Madame se había ido de su sillón al sofá donde roncaba suavemente.
Después de que Madame recibiera noticias de Xavier de que se había reunido con
Dauphine pero que todavía estaban tratando con la policía, cenamos sopa y pan en la
mesa de la cocina con Astrid y Jorge. Después vinimos aquí a esperar.
El sonido de una puerta pesada abriéndose me recordó que me habían
despertado unos sonidos. Rápidamente me dirigí al lado de Madame y la sacudí para
despertarla suavemente.
—Madame. Creo que están en casa. —Tan pronto como parpadeó hacia mí, la
dejé y me apresuré hacia la puerta del vestíbulo de entrada.
Evan sostenía la puerta abierta y la alta figura de Xavier, con los brazos acunando
a una dormida Dauphine, atravesó cuidadosamente la abertura.
Ahogué un sollozo con mi mano, al instante estallé en lágrimas al verla a salvo.
Apresurándome hacia adelante, con los ojos en ella, me acerqué y toqué suavemente su
cabeza, dándole un suave beso antes de dar un paso atrás.
El rostro de Xavier, cansado y sombrío, me dio un solo asentimiento.
Antes de alejarme, apreté su brazo donde él la sostenía, vertiendo cada emoción
que tenía en él ya que no podía saltar a sus brazos y abrazarlo.
Luego, Madame estaba allí, y una serie de susurros emocionados y aliviados en
francés y más lágrimas hicieron que el nivel de ruido aumentara. Dauphine se movió,
su frente se arrugó.
Xavier la hizo callar e inclinó la cabeza hacia las escaleras.
Salté en silencio delante de él y me dirigí al dormitorio de Dauphine, pero me di
cuenta de mi error cuando Xavier se dirigió a su propio dormitorio y luego acostó a su
hija suavemente a un lado de su cama. Tonta de mí. Debería haberme dado cuenta de
que prefería no perderla de vista. Especialmente sin saber por lo que podría haber
pasado y si se despertaría en la noche. No querría que ella se sintiera sola.
Trabajando en silencio junto a él, le desabroché las sandalias y noté que sus pies
descalzos estaban polvorientos y sucios. El vestido que había usado era lo
suficientemente suave para dormir, pero dudé que quisiera despertarse con él y
recordar su terrible experiencia. Madame debe haber tenido el mismo pensamiento
porque apareció detrás de nosotros con un camisón verde pálido con pequeñas sirenas.
El cabello de Dauphine estaba enredado y tendría que ayudarla a cepillarlo por
la mañana. Lo alisé antes de besar su frente suavemente, lágrimas de alivio quemando
la parte de atrás de mis ojos.
—¿Estaba herida? —Susurré, aterrorizada por la respuesta.
Hizo una pausa y me miró a los ojos. Tanto parecía pasar a través de él: dolor,
anhelo, disculpas y cosas que no pude descifrar que se parecían a alguien que había
mirado al abismo del infierno y lo había logrado por la gracia de Dios. Luego sacudió la
cabeza y volvió a su tarea.
Mi aliento se liberó con ráfagas de alivio.
Dando un paso atrás y derritiéndome hacia la puerta, dejé a Xavier y su madre
arropando a Dauphine.

En el dormitorio azul y blanco que se suponía que era mío, cerré la puerta y dejé
escapar un suspiro de cansancio. En el baño privado, decorado con sencillez y belleza
en mármol blanco y azulejos marroquíes azules, me quedé mirando mi reflejo.
Qué día. Mi cabello casi se había secado en su moño. Mi piel se veía pálida y
manchada a pesar del bronceado que sabía que debía tener, y mis ojos se veían
hinchados y agotados por el llanto. Abrí los cajones del tocador y encontré un pequeño
kit de avión en el último. Dentro había un pequeño cepillo de dientes y pasta de dientes.
Suponiendo que lo habían dejado aquí para un invitado que no estaba preparado, me
cepillé los dientes y me enjuagué el rostro con gratitud. Tendría que dormir con la
camiseta que me puse en Córcega hoy. Se sentía como hace una vida. Mirando mi
teléfono, vi que eran alrededor de las tres de la mañana.
Quería dormir, pero también estaba conectada queriendo saber qué le había
pasado a Dauphine. Por dentro, estaba desgarrada. Sabía que Madame probablemente
pediría a Xavier que le diera la mayor información posible esta noche, y yo quería estar
allí para ello. Pero tal vez debería dejarlos para que sean una familia. No podía evitar la
forma gélida en que me había mirado hoy cuando pensó que estaba involucrada y la
forma en que instantáneamente asumió mi culpa. Mientras crecía, mi papá siempre me
decía que la forma en que las personas se comportaban en una crisis era la verdadera
prueba de su carácter. Hoy me había demostrado que Xavier no confiaba fácilmente. Tal
vez no en absoluto. Me ayudó a entender por qué era amigo de las personas con las que
trabajaba. Pero también que era padre, antes que nada, y eso era admirable. Fue
heroico, incluso. Si todos los hombres del mundo tomaran sus deberes paternales tan
en serio como Xavier, el mundo se sentiría más seguro.
Mi padre había renunciado a la paternidad sin culpa propia cuando murió
repentinamente. Tuve que reconocer la parte de mí que, durante muchos años,
irracionalmente, lo culpó por dejarnos. Me sentí traicionada. Abandonada. Pero, sobre
todo, estaba enojada con mi padre por no luchar más por vivir. Pasé varios meses
leyendo todo lo que pude encontrar sobre personas que veían la luz y luego regresaban
para tener otra oportunidad en la vida, convencida de que si papá les hubiera dicho
cuánto me amaba, le habrían dado otra oportunidad.
Cada noche, lloraba y discutía con Dios. En un momento, mi yo de doce años, solo
un poco mayor que Dauphine, le preguntaba a Dios si yo hubiera sido una hija mejor,
menos obstinada y más amorosa y agradecida, si tal vez, quizá, papá no hubiera muerto.
Luego, por supuesto, tuve un padrastro que no se tomaba en serio sus deberes
paternales, de hecho, nos había usado como un escudo de respetabilidad, dejándonos a
mi madre y a mí casi en la indigencia y nuestra reputación hecha jirones.
No, la desconfianza de Xavier hacia todos y todo por su hija, incluso a costa mía,
sólo sirvió para que yo lo admirara más. Entenderlo más. Amarlo más.
Era el tipo de hombre con el que elegiría tener una familia, admití para mis
adentros. Y no tenía nada que ver con sus medios y todo que ver con él.
Maldita sea. Mis ojos se llenaron de nuevo, agarré el lavabo y cerré los ojos con
fuerza. Esto no se suponía que pasara. No se suponía que debía venir a Francia y dejar
mi corazón atrás. Xavier y su hija significaban todo para mí. Todo. Los quería para mí.
¿Cómo podría dejarlos voluntariamente?
Escuché la voz suave de Madame y la cadencia más áspera de Xavier.
Probablemente estaban discutiendo lo que había sucedido y cómo habían encontrado a
Dauphine.
Siempre podría averiguarlo mañana.
Mañana.
Solté mi cabello con un suspiro, pasando mis dedos por el y luego trenzándolo
suelto.
Mañana abrazaría a esa querida sirenita, luego tendría que rescatar mis cosas e
intentar llegar a casa. Ni siquiera sabía qué día era. Evan había mencionado algo sobre
la disponibilidad de vuelos más adelante en la semana. Pero luego Madame me invitó a
quedarme. Dios, estaba tan desgarrada y tan a la deriva.
Hubo un golpe silencioso en mi puerta. Mi estómago se apretó.
—¿Josie? —La voz de Madame llamó suavemente, y traté de no sentirme
decepcionada de que no fuera Xavier—. ¿Tu vas bien?136
Caminé hasta la puerta y la abrí.
—Oui. Estoy bien.
Ladeó la cabeza hacia un lado, evaluándome.
—¿Te gustaría bajar? Sé que es tarde, pero escucharemos las noticias de lo que
pasó. ¿Oui?
—Merci. —Asentí y la seguí escaleras abajo.

Evan, vestido con jeans desgastados y un polo blanco, se sentó en la silla donde
me había quedado dormida. Estaba inclinado hacia delante, apoyando los antebrazos
en los codos. Xavier estaba de pie junto a las estanterías, apoyando los puños sobre una
mesa. Parecía exhausto y conmocionado, no aliviado como había imaginado, como si ya
no se pudiera contar con todo lo que sabía.
Madame y yo nos sentamos en el sofá.
—Alors —empezó Madame—. ¿Qu'est-ce qui s'est passé?137
—Hablaremos en inglés para Josie y Evan —dijo Xavier.
—Sí, por supuesto. —Madame sacudió la cabeza—. ¿Entonces qué pasó? ¿Cómo
llegaron a ella?
Me di cuenta de que todavía se estaba culpando a sí misma, y apreté su mano. Mi
gesto no escapó de la atención de Xavier.
—No lo sabremos todo hasta que la policía haya revisado las cintas de vigilancia
—dijo Evan— o hasta que Dauphine nos lo diga. Pero ella no está diciendo mucho.
La pobre chica probablemente estaba en estado de shock y exhausta.
—No hay muchas imágenes de vigilancia en esa parte del puerto deportivo
debido a la construcción reciente, por lo que cualquier cosa que comparta Dauphine
será fundamental en el caso contra Michello.
—Tal vez ella hable mañana —dijo Xavier.
—¿Dónde la encontraste? —pregunté.

136
¿Tu vas bien?: ¿Estás bien? en francés.
137
¿Qu'est-ce qui s'est passé?: ¿Qué sucedió? en francés.
Evan explicó que sabía sobre un barco en el que Michello había estado
durmiendo desde que salió de prisión porque lo había estado siguiendo solo para
vigilarlo.
—Llevó a Dauphine allí con la promesa de un helado y fotos de Arriette; así es
como creemos que logró que confiara en él. Lo que estamos reconstruyendo es cómo
Michello sabía que Dauphine estaba con su abuela. Alguien debe haberle informado de
nuestros movimientos.
Mi estómago se apretó con fuerza. Y miré a Xavier, que apartó los ojos de los
míos. Así que esto fue todo. ¿Yo seguía siendo la sospechosa? La pena casi me derriba.
—Creemos que es Rod —continuó Evan.
Espera.
¿Qué?
—¿Rodney? —preguntó la señora, sorprendida.
—¿Qué? —Yo pregunté—. Rod, la mano derecha, ¿oi-all-right-mate-Rod?138 No.
—Sacudí la cabeza con desconcierto—. No le haría daño a una mosca. —Tragué—. ¿Lo
haría? —Y aquí debería estar feliz de no ser más la sospechosa... pero ¿Rod? Ay dios
mío. Pobre Xavier. Todos confiábamos en él—. ¿Cómo… por qué piensas eso?
Evan se pellizcó el puente de la nariz. Parecía exhausto también, y como si se
diera cuenta, él cargó con gran parte de la culpa.
—No creemos que lo haya hecho a propósito. Pero, cuando le ofrecí el trabajo
hace algunos años, él estaba... digamos que iba por el camino equivocado, con las
personas equivocadas, y su mamá es una amiga de la familia. Sabía que era un buen
chico, solo necesitaba orientación y un empleo remunerado. Pero siempre he
mantenido un ojo abierto con él por si acaso, temiendo por la cantidad correcta de
dinero que alguien podría darle. También detecté una transmisión del Wi-Fi en el barco
hace unos días. Obviamente, alguien había abierto un enlace incorrecto y, bueno,
algunos de los documentos comerciales de Xavier estaban comprometidos.
Afortunadamente, creemos que solo obtuvieron una fracción antes de que se detectara.
Cuando le pregunté a cada uno de los miembros del personal, Rod estaba actuando
algo... raro. No mucho, pero lo suficiente como para presionarlo. Dijo que se le había
acercado hace unas semanas un "diez de diez", sus palabras no son mías, y pasó la noche
con ella. Casi pierde el barco, apareció de madrugada. De todos modos, al día siguiente,
ella le envió un mensaje de texto y le envió un enlace. Pensando que era una fotografía
desnuda, hizo clic. —Los ojos de Evan rodaron—. No era una fotografía desnuda, por
supuesto. Era una foto de la vida silvestre. Y sí, bobs-your-uncle, tenemos algo de
malware en el Wi-Fi.
—¿Qué es eso, bobs? —preguntó Madame.

138
Originalmente en inglés y quiere decir, el buen amigo Rod.
—En este contexto, simplemente significa “por supuesto”. Bien sur139 —añadió
Evan traduciendo para ella.
Dios, la trampa podría habernos pasado a cualquiera de nosotros. Pero ¿y
Dauphine? ¿Y cómo pasó Xavier del malware a acusarme?
Xavier caminó hacia el otro sillón y se hundió en él, el cansancio rezumaba de
cada molécula.
—Dauphine tiene un tío, ¿lo mencioné?
Asentí.
—Michello —escupió Madame—. C'est une racaille140. —Podía suponer lo que
eso significaba. Algo desagradable.
Xavier prosiguió.
—Lo hemos estado observando, y él ha estado en el puerto vigilándonos.
Creemos que incluso tenía a alguien en Les Caves la noche que Andrea y tú estuvieron
allí. ¿Se te acercó?
—No. —Negué—. Oh. Esperen. Estaban estos dos tipos. Jóvenes. Guapos.
Estaban encima de Andrea y de mí. Bastante insistentes, en realidad.
Xavier se puso tenso.
—¿Insistentes cómo?
Mi irritación se apagó. ¿Qué, estaba celoso ahora?
—Persuasivos. De manos inquietas.
Sus ojos se entrecerraron.
—No fue nada exagerado —agregué, cediendo.
Los ojos de Evan se movieron entre nosotros.
—Ejem. Creo que entendemos el punto. Acababa de encontrar la discrepancia en
el suministro de datos y lo apagué. Fue entonces cuando le dije a Xavier que pensaba
que teníamos algún malware.
—Recuerdo que ese día no pude conectarme ni enviar un correo electrónico —
dije.
—Creemos que estaban tratando de obtener otro enlace acercándose a usted y
Andrea. De todos modos, tomó algunos días revisar lo que estaba comprometido. Pero
el calendario de Xavier y nuestro itinerario definitivamente lo fueron. Asumimos
espionaje corporativo. Especialmente cuando anteayer, mientras navegaba hacia
Córcega, hice que el asistente de Xavier en la oficina de Sofia Antipolis se acercara al
señor Pascale y le dijera que no invitara a otra persona a las reuniones con su hijo antes
de aclararlo con nosotros primero. Fue entonces cuando dijo que no sabía que iba a

139
Bien sur: Claro en francés.
140
C'est une racaille: Es una escoria en francés.
venir Morosto, que habían cambiado la reserva para añadir a Morosto en el último
momento. Pensó que Xavier lo había hecho. Entonces Morosto sabía dónde íbamos y
cuándo. Era una corazonada que Morosto había estado usando a Michello para llegar a
Xavier. Michello sería una elección natural dado el enorme chip en su hombro. Y sabía
dónde buscarlo. Creemos que el acceso a donde podría estar Dauphine era su parte del
trato. Que él pudiera usarla para extorsionar a Xavier siempre fue una probabilidad.
—Dios. ¿Dónde está Michello ahora? —pregunté, preguntándome sobre los
detalles de cómo se había encontrado a Dauphine y si Michello había dado pelea. Podría
haber resultado herida.
—En la cárcel, arrestado por cargos de secuestro y extorsión —dijo Evan.
—Mais, ¿qué posees, Xavier, que haría que este malvado Morosto se arriesgara a
ir a la cárcel por ello? —preguntó Madame—. ¿Y poner a mi nieta en peligro?
Xavier negó.
—No es nada.
—Es todo —dijo Evan, poniendo los ojos en blanco hacia Xavier—. Madame, su
hijo ha inventado algo que casi todos los gobiernos y todas las empresas necesitarán
para asegurar su lugar en un futuro distópico. Lo cual parece más probable cada día,
pero esa es una historia diferente. Pongámoslo de esta manera. Incluso Bill Gates querrá
usarlo. —Se rió—. Especialmente Bill Gates.
Xavier miró.
—Tais-toi141 —murmuró a Evan.
—Para ser honesto —continuó Evan alegremente— ese plebeyo, Morosto no
sabría qué hacer con la información incluso si la hubiera encontrado.
Madame asintió con aprobación.
—Xavier. Sabes que siempre estoy muy orgullosa de ti.
—Merci —dijo incómodo y le lanzó una mirada molesta a Evan antes de poner
los ojos en blanco.
—Mais maintenant142 —prosiguió Madame con un aplauso breve y decidido—.
Es muy tarde. Mañana todo será más claro.
No estaba segura de estar lista para lidiar con todo lo que había entre Xavier y
yo, no después de un día tan aterrador. Por supuesto, estaría lista para su disculpa en
cualquier momento, cuanto antes mejor, pero él y yo necesitábamos hablar de mucho
más que eso. Y yo estaba destrozada.
Madame se puso de pie y yo hice lo mismo.
Evan asintió hacia mí.

141
Tais-toi: Cállate en francés.
142
Mais maintenant: Pero ahora en francés.
—Haré los arreglos para que sus pertenencias sean entregadas aquí mañana —
dijo mientras se dirigía hacia la puerta—. Buenas noches, Josie.
Quería seguir a Evan y preguntarle sobre mi vuelo a casa. Mirando hacia Xavier,
estaba a punto de decirle buenas noches también.
—Josephine, ¿por favor quédate un momento? —Asintió con la cabeza tanto a su
madre como a Evan, y nos dejaron solos.
CAPÍTULO CUARENTA Y
CINCO

Xavier y yo nos miramos el uno al otro en la penumbra de la sala de estar de la


biblioteca. Parecía tan lejano, y tan agotado, las angustiosas líneas del pánico que había
enfrentado hoy estaban grabadas alrededor de sus ojos y entre paréntesis en su boca.
En cualquier otra situación en la que alguien tan querido para mí hubiera pasado por lo
que había pasado Xavier, habría estado levantada y en sus brazos para abrazarlo y
consolarlo.
Al diablo con eso.
Parecí volar por la habitación, cediendo a una decisión que ni siquiera sabía que
había tomado, y envolví mis brazos alrededor de su torso.
Tropezó cuando me atrapó.
Tal vez si lo abrazaba lo suficientemente fuerte, todas esas grietas y fisuras en su
corazón se recuperarían. Olí su camisa. El olor de él, piel cansada y cálida, solo un rastro
de su aroma amaderado nadaba a través de mis miembros como una droga.
Debajo de mis brazos, sus músculos estaban tensos y duros y deseaba deslizar
mis manos debajo de su camisa.
Me tomó un momento darme cuenta de lo rígido que estaba su cuerpo, y luego
me estaba alejando de él.
Su pérdida fue como un viento helado.
Abrió la boca, luego la cerró y tragó saliva, sus ojos se apartaron por un
momento.
Una piedra cayó en mi estómago.
—Um —comencé—. Estoy tan aliviada de que Dauphine esté en casa. Me alegro
de que ambos estén en casa. Sé que estás cansado. —Sin saber qué hacer con mis brazos,
los crucé sobre mi pecho—. Podemos hablar mañana. Necesitas dormir.
Y desearía poder acurrucarme a tu alrededor en tu cama, agregué mentalmente,
o te acurrucarías a mi alrededor y tomarías cualquier consuelo que necesites.
Asintió, mudo.
El fuerte sonido del tictac llenó el silencio, y mis ojos buscaron el reloj antiguo
que estaba en una estantería llena de libros de tapa dura. No hizo ningún movimiento
para irse, así que me senté rígidamente, mis manos presionadas entre mis rodillas.
Se dio la vuelta, la luz tenue jugando con los planos de su rostro resaltando su
agotamiento.
No quería ser otro problema que tuviera que resolver antes de dormir esta
noche.
—Xavier.
Se pasó la mano por el rostro, y luego su forma imponente bordeó la mesa de
café y vino hacia mí.
Recostándome, me incliné para mirarlo al rostro.
—Sé que necesitas mi disculpa —dijo, sentándose en la mesa de café frente a mí,
con las piernas abiertas.
Asentí.
—Lo hago.
—Y estás enojada.
—Estaba. Me dolió. —Me lamí los labios para encontrar humedad, y mis ojos
escocían con el dolor recordado de su desconfianza.
—Lo siento, Josephine. Nunca sabrás cuánto. Normalmente me controlo mejor,
pero, por supuesto, nunca me he enfrentado a una pesadilla como la de que alguien se
llevara a mi hija.
—Por supuesto que lo sé —dije. No era madre, pero incluso yo había sentido el
horror de saber que Dauphine no estaba. Con eso como la emoción fundamental del día,
ahora me hacía sentir tonta por haberme lastimado. Pero entonces las palabras
acusadoras que me había lanzado resonaron en mi memoria, haciéndome enojar por
dejarlo escapar—. Aunque lo entiendo. —Hice una pausa, tratando de encontrar las
palabras adecuadas—. Encontraste tan fácil culparme. Incluso sabiendo cuánto amo a
Dauphine. Incluso después de lo que tú y yo compartimos. ¿Por qué?
Se mordió el labio inferior entre los dientes.
—Evan me había hablado de Morosto… entonces cuando vi la tarjeta… yo, di un
salto, ¿cuál es la expresión?
—¿Saltaste a las conclusiones?
—Oui. C'est ça143. Salté a las conclusiones.
—Eso no me dice por qué pensaste que era capaz de algo tan horrible.

143
Oui. C'est ça: Sí. Eso es en francés.
Sus ojos se clavaron en los míos, cansados. En conflicto. Luchando, y cansado de
luchar. Levantó la mano y pellizcó un mechón de mi cabello que se había caído de su
trenza, frotándolo entre sus dedos.
—Quería abrazarte —admití, y pensé que mi barbilla podría estar
tambaleándose—. Consolarte. Ojalá me hubieras mirado en busca de ayuda en lugar de
alejarme. Está bien necesitar a alguien, Xavier.
Parpadeó lentamente, mirándome a los ojos y buscando mi rostro, pero no
respondió.
Y mis palabras ahora se sentían tontas y demasiado vulnerables rebotando en su
silencio.
—Es tarde —dije, tragándome su silencioso rechazo—. Deberías ir y estar con
tu hija en caso de que se despierte.
Soltó mi cabello y se frotó la nuca como para aliviar un dolor. Respiró hondo y
luego se detuvo. Las palabras parecían estar en la punta de su lengua.
—¿Qué? —pregunté.
—Esto entre nosotros… je sais pas…144 fue… yo no … no quiero que te vayas, pero
no puedo pedirte que te quedes.
Mi esperanzado corazón saltó ante sus palabras. Aunque odiaba lo débil que me
hacía, especialmente después de su mediocre disculpa.
—No quiero usar a Dauphine para tratar de pedirte que te quedes —continuó—
. Ella te extrañará mucho. La primera pregunta que me hizo fue dónde estabas. Y
esperaba que estuvieras aquí. —Su cabeza se inclinó—. Pero lo habría entendido si te
hubieras ido después de la reacción que tuve. Después de lo que dije. Lo entenderé si te
vas.
Observé la parte superior de su cabeza, su brillante cabello castaño, cálido y
suave, y traté de leer entre líneas de sus palabras. ¿Estaba usando a Dauphine como
excusa porque quería que me quedara? ¿O así de pequeña fue la idea de que yo le dejara
realmente? No, estaba segura de que era lo primero. La noche y el día que pasamos
juntos habían sido tan increíbles, pero había sido el curso natural de tantos
sentimientos acumulados durante semanas. Nos habíamos conectado de una manera
que nunca había sentido en toda mi vida. Sabía que era lo mismo para él. Tenía que ser.
Lo había sentido. Antes de que todo se torciera.
—Xavier. Sabes que también mereces sentir cosas buenas. —Mi conversación en
el auto con Madame volvió a mí—. Creo que crees que no.
—Quizás.
—Estoy segura —insistí.

144
Je sais pas: No sé en francés.
—Josephine, soy medio hombre, pero con todo el corazón dedicado a mi hija —
Levantó la vista, sus ojos me suplicaban—. Eso es todo lo que soy capaz de hacer en este
momento.
Vaya.
Vaya.
Miré hacia mi pecho. Mi mano ya estaba presionada contra él como si tratara de
mantener todo junto, para detener el dolor. Debería decir algo, pensé. Debería poner mi
rostro fuerte para que no supiera el alcance del daño. Parpadeé e intenté tragar la bola
de arena que se había formado en mi garganta sin éxito. Mi pulso latía en mi garganta y
oídos. Cuenta hasta diez, Josie. Respira. Mi voz, cuando salió, era un susurro áspero.
—¿Así que quieres que me quede, pero solo por el bien de Dauphine?
Agarró mi mano, haciéndome estremecer ante el contacto, el alivio evidente en
sus rasgos.
—Oui. Eres muy buena con ella. Te necesita. Después del shock, necesita
estabilidad. ¿Te quedarás con nosotros por un tiempo más?
Saqué mi mano de un tirón, la parte de atrás de mis ojos ardiendo. Mi piel brilló
caliente, luego fría, y un abismo de vacío doloroso comenzó a abrirse dentro de mi
pecho. El abismo se iba a tragar pedazos enteros de mi corazón. Y me iba a doler.
—Josephine… —Su cabeza se inclinó hacia un lado.
Levanté una palma y la tiré hacia abajo cuando sentí que me temblaban las
manos.
—Me lo advertiste —dije—. Me advertiste que protegiera mi corazón. Me temo
que probablemente ya era demasiado tarde.
Hizo una mueca, su rostro palideció y cerró los ojos.
—Es verdad. Estás sentado aquí hablando como si no supieras que estoy
enamorada de ti.
—No digas eso.
—Estoy enamorada de un hombre que cree que el amor busca formas de
lastimarlo. Para destruirlo. Pero eso no es amor. —Mi voz tembló—. Tal vez nunca lo
has sabido realmente.
Xavier había derribado la muralla de hierro de la nada sobre su expresión.
—Tal vez no.
Siguió el silencio, mis oídos se llenaron con el latido de mi corazón y el jodido
reloj marcando más fuerte que nunca.
La incómoda vulnerabilidad hizo que mi piel se erizara a medida que pasaban
los segundos sin respuesta. No es que esperara una. Aclaré mi garganta antes de que la
humillación de ser tan cruda y expuesta me ahogara. ¿No se suponía que el amor debía
hacer que uno se sintiera invencible? Nunca me había sentido tan débil.
—No fue unilateral —dije—. Sé que no fue así. Lo sé en mis huesos. Pero estás
fingiendo que lo era. Cuando te sentiste atraído por mí, en lugar de mirar dentro de ti y
regocijarte, me culpaste a mí.
—Non.
—Sí. Has tenido un problema conmigo desde el principio. Tú mismo lo dijiste, te
aterroricé. Y pensé que no eras un cobarde.
Sus labios se curvaron en una protesta.
—¡No tienes idea de lo que he pasado!
—Sé que no.
Se puso de pie y vino hacia mí. Luego pareció pensárselo mejor y se detuvo,
metiendo las manos en los bolsillos. Luego sacó una mano y se la pasó por el cabello.
—Apenas te conozco y, sin embargo, me dejé distraer por ti por un día y mira lo
que le pasó a Dauphine.
¿Qué carajo?
El dolor me quitó el aliento, mi jadeo fue fuerte en el silencio.
Giró la cabeza para mirarme, el remordimiento llenó sus ojos.
—No. No quise decir eso. —Caminó hacia mí y levanté una mano, sacudiendo la
cabeza.
—Lo hiciste —me atraganté—. He descubierto que rara vez dices algo que no
quieres decir, y esta no es una excepción.
—Merde. No sé cómo decir lo correcto. No quiero herirte. Pero sí, quise decir eso.
En cierto sentido. —Su mano tomó la mía y lo dejé, tratando de fingir que tocarlo no
importaba—. Soy padre, ante todo, Josephine. Me permití olvidar eso por un momento.
Lo siento por la forma en que he sido, por lo que podría haberte hecho creer. Tienes
razón, mi cabeza ha sido un desastre desde que llegaste. Y no puedo permitírmelo. Hoy
me demostró eso más que nada. No hay espacio para... nosotros. Por algo de sexo loco
y sin sentido, cuando podría significar que pierdo a mi hija.
Mi respiración se ahogó.
—Sin sentido.
Bajó la mirada, sus ojos llenos de arrepentimiento.
Di un paso atrás.
—Eso es todo lo que soy. Te digo que estoy enamorada de ti, ¿y me llamas alguien
con quien tener sexo? ¿Alguien a quien apenas conoces? —Mis palabras apenas
salieron, mi voz se había ido—. Llama a una maldita prostituta entonces. Habría sido
más barato. Para nosotros dos.
Se estremeció como si lo hubiera abofeteado. Dio un paso hacia mí, sus ojos
gritando cosas que nunca le escucharía decir, su boca torcida en ira y.… vergüenza.
—Pero, aun así, por favor quédate. —Su mano, áspera y cálida, se deslizó
alrededor de mi nuca. Su mirada se dirigió a mi boca y luego de regreso a mis ojos—.
Por ella.
Mi respiración se volvió superficial, traicionando el efecto que tenía en mí.
Estaba tan cerca. Sus ojos tan torturados. Sus mensajes confusos me estaban
destrozando. No había sido sin sentido, pero no lo admitiría. Me deseaba, pero no se lo
permitía.
Mis dedos se cerraron alrededor de su muñeca y saqué su mano de mi piel
porque, Dios sabía, no podía pensar con claridad mientras él me tocaba, con sus ojos
transmitiendo deseos y necesidades que nunca se permitiría complacer mientras
ignoraba lo que tenía. Me costó admitir mis sentimientos.
La tenue arruga entre sus cejas se profundizó.
Respiré temblorosamente y levanté los hombros como si pudiera aliviar las
astillas dentro de mí.
—Como dije, amo a Dauphine. —El pavor ante la idea de estar cerca de Xavier
después de lo que habíamos compartido era como cemento en mi estómago—. Por ella,
me quedaré. Durante unos días como máximo —añadí—. Para asegurarme de que está
bien. Pero más que eso, no puedo hacer. Por favor, trata de mantenerte fuera de mi
camino y yo trataré de mantenerme fuera del tuyo.
De alguna manera, llegué a la puerta.
—Por favor, haz que Evan traiga mi pasaporte y mis pertenencias lo antes
posible. —Giré la manija y me detuve. Girando la cabeza, lo miré directamente a los ojos.
Las palabras, “Cobarde”, bailaban en mi lengua—. Espero que algún día te des cuenta
de que vale la pena amar —dije en su lugar. Luego me deslicé y cerré la puerta detrás
de mí.
Subí corriendo en silencio las escaleras hasta mi dormitorio y me tiré en la cama.
Al final del pasillo, escuché a Dauphine murmurar en sueños, y esperé, tensa,
hasta que escuché a Xavier subir las escaleras en silencio. Estaría con ella si despertaba.
Solo entonces, dejé que todo el peso de todo me golpeara.
Y cuando terminó el llanto, me pregunté cómo había llegado aquí. No solo
emocionalmente, sino físicamente. Entonces, tuve un contratiempo en mi carrera,
debería haberme quedado en Charleston, en mi propia vida, y luchar por lo que quería.
No estaba enojada con Tabitha y Meredith, pero me preguntaba a mí misma que tan
fácilmente había aceptado esta idea descabellada. Mi madre había tenido razón, había
huido.
Ya no sabía quién era yo. Era como si la Josie con la que había crecido, la Josie
fuerte, resistente, ambiciosa y que probablemente nunca se enamoraría porque no se
podía confiar en los hombres, estuviera de pie, sobre la cama, con los brazos cruzados
y su pie golpeando la alfombra, preguntándose quién era esta versión débil y perdida
de sí misma. “Ya ves”, me dijo, “tenía razón. Ahora cálmate, nos vamos a casa”.
El sueño cuando llegaba era irregular y torturado. En mis sueños, Dauphine
todavía no estaba y Xavier no me hablaba. Miraba a través de mí como si yo no estuviera
allí, incluso cuando traté de golpear su pecho para llamar su atención.
Pero cuando desperté, estaba decidida: podía perder el corazón, pero no podía
ni perdería mi sentido del orgullo, y eso seguramente sucedería si me quedaba. Puede
que no me quiera, pero querría volver a acostarse conmigo. Pero venga el infierno o el
francés caliente, estaba volando a casa antes de que terminara la semana.
CAPÍTULO CUARENTA Y
SEIS

Me desperté de golpe, me dolía el cuello y mis ojos lucían como arena cuando el
avión aterrizó en Charleston. Inhalé profundamente y traté de estirar mi espalda, mis
hombros estaban rígidos y doloridos. Habiendo olvidado cerrar la persiana de mi
ventana cuando despegamos a las siete de la mañana desde Nueva York, el sol brillaba
como un foco, lo que me dificultaba abrir los ojos. Luego, el dolor en mi corazón se
apoderó de todo lo demás, y la respiración profunda que acababa de tomar salió
disparada de mí como si me hubieran dado un puñetazo.
Nos dirigimos hasta la puerta de embarque y todos a mi alrededor zumbaban
con la energía de la emoción y la anticipación. Apoyé la cabeza contra la ventana y dejé
que mis ojos se acostumbraran, tomando respiraciones largas y lentas para aliviar lo
que estaba sucediendo dentro de mí. ¿Debería haberme ido? ¿Debería haberme
quedado y luchar por el padre y la hija de los que me había enamorado tanto?
Madame me había suplicado.
Evan me había suplicado.
Dauphine me había suplicado.
Mis ojos ardían mientras se inundaban de nuevo. Me quedé con Dauphine cinco
días más, tratando de darle una apariencia de normalidad y alegría después de su
traumática experiencia de la que todavía no hablaba.
Xavier y yo habíamos coexistido bajo el mismo techo. Tensas comidas familiares.
Evitando contacto visual. Incómodos silencios.
Y luego casi me rogó. Y no podía arrepentirme del momento de debilidad que
había tenido, permitiéndo un último adiós agridulce.
La noche antes de irme volvieron a mí. Xavier, Madame, Dauphine, Evan y yo nos
sentamos alrededor de la gran mesa de madera gastada bajo un cenador envuelto en
enredaderas colgantes, comiendo pizza casera horneada en el horno de ladrillos del
jardín. También les habíamos pedido a Astrid y Jorge que comieran con nosotros. Lo
más probable era que hubiera sido la mejor pizza que había comido, pero cada bocado
sabía a aserrín. El aire de la tarde estaba espeso con el aroma de jazmín y lavanda
quemado por el sol. Los colores del cielo se estaban desvaneciendo hasta convertirse
en tenues rayos de humo y fuego. El vino tinto me había aflojado las extremidades, y
traté de reírme y seguir la conversación mientras iba y venía entre francés e inglés.
Estábamos limpiando la mesa y Astrid y Jorge acababan de ahuyentar a Madame
de regreso a la casa porque aparentemente alteraba el orden del universo que Madame
intentara ayudar. Así que tomó a Dauphine de la mano para ayudarla a prepararse para
ir a la cama y yo me sentía inútil. Astrid y Jorge llevaron los platos a la cocina, y Evan los
siguió con un puñado de vasos. Xavier fue a agarrar la gran paleta de madera que
pertenecía al horno de pizza, sacando las cenizas en un contenedor de metal. Miré hacia
la piscina azul brillante. Si no hubiera pasado toda la tarde con Dauphine en la piscina
jugando de todo, desde Marco Polo hasta sirenas y gimnastas, habría dado veinte
vueltas más para quizás desmayarme y despertarme el día que me iba.
Xavier había pasado el día trabajando bajo los ventiladores de la logia y yo había
sentido el peso de sus ojos sobre nosotras todo el día. Sobre mí.
Mis chancletas no hicieron ningún sonido en el patio de piedra gastada mientras
me paraba y rodeaba la mesa para poder apilar los vasos restantes para seguir a Evan.
A mitad de camino, me detuve para mirar hacia arriba. La quietud de Xavier me
había llamado la atención. Estaba de espaldas a mí, pero como si supiera cada uno de
mis movimientos. La tensión era palpable. Estábamos solos. Nos las habíamos arreglado
para no estar solos desde la noche en la biblioteca.
Se giró.
Sus ojos eran el fondo y yo quería sumergirme.
Yo estaba quieta, anclada en el mismo lugar, mientras él dejaba la paleta de
madera a un lado y se dirigía hacia mí.
Miró brevemente a la casa, pero no podía dejar de llamar mi atención. Ni por un
segundo.
Suavemente tomó los vasos de mis manos y los puso sobre la mesa con su
atención concentrada. Flexioné mis manos abriéndolas y cerrándolas, las dejé caer a
mis costados y luego las volví a subir para cruzarlas.
Xavier frunció el ceño ante mi gesto defensivo y rodeó mis muñecas,
separándolas.
Mi respiración se hizo más superficial cuando sus brazos serpentearon
alrededor de mi cintura y acercó mi cuerpo rígido. Moldeó su cuerpo al mío, y traté de
no respirar.
—Salgo temprano para una reunión mañana. No podré despedirme de ti,
Josephine.
Oh, está bien, así que esto fue un abrazo de despedida.
Mi garganta se contrajo mientras trataba de tragar y no respirar. Segundos
estirados. Estaba bien darle un abrazo de despedida. Debería, estaba siendo infantil al
resistirme. Conté mentalmente hasta tres y suavicé a la fuerza todos los músculos que
pude. Pero mi voluntad contra él también se suavizó y, de repente, la sensación de que
él me abrazaba se abrió paso, envió una oleada de tristeza y anhelo de pies a cabeza.
Nuestros cuerpos se fundieron juntos, y mi pulso latía con fuerza.
Su rostro se volvió hacia mi cuello y el aire agitó mi piel.
—Josephine —susurró con ese musical acento francés suyo, dándome la vuelta.
Mis respiraciones superficiales se hicieron más rápidas por falta de oxígeno y
una mente despejada.
Entonces Xavier se apartó, sus ojos llenos de necesidad se encontraron con los
míos por un momento abrasador, y tomando mi mano, tiró de mí.
Tropecé para seguirlo mientras se dirigía hacia la oscuridad del jardín. Seguimos
unos escalones de piedra más allá del nivel de terrazas de la piscina hasta la cabaña de
piedra del jardinero que brillaba, apenas visible en las sombras, pero con suficiente luz
del paisaje de arriba para que no camináramos directamente hacia ella.
El vino que había tomado con la cena fue una mala idea, pensé en algún lugar en
los confines de mi mente mientras el deseo de repente me quemaba como un fusible
encendido. Porque no había otra razón para que él me arrastrara hacia la oscuridad. No
ofrecí resistencia cuando Xavier se giró, me alcanzó y me inmovilizó contra la pared fría
como la piedra de la choza. Cuando llegó su beso, fue salvaje, sus labios sellados sobre
los míos, su lengua exigente.
Cedi.
Manos rozaron mi cuerpo, empujando mi camiseta sobre mis pechos y
deslizando las copas de mi sostén hacia abajo con impaciencia. No podía recuperar el
aliento mientras agarraba su cabeza, mis manos agarraban su suave cabello castaño. Su
boca hambrienta dejó la mía y se cerró sobre un pezón, chupando tan fuerte que grité.
Sus labios se suavizaron, persuadiendo, los dientes raspando, succionando tan
suavemente que me arqueé y empujé hacia él, ofreciéndole y necesitando más.
Cedi.
Y tomé. Quería un recuerdo más.
Dio un gemido y se enderezó. Apoyó su frente contra la mía. El aire de la noche
recorrió mi piel húmeda y expuesta, y dentro de mis venas había fuego líquido.
—Dime que me detenga —dijo.
No dije nada.
De repente estaba desabrochándome los pantalones cortos de mezclilla y
empujándolos por mis piernas. Inclino mi cabeza hacia atrás para que lo mirara.
—Abre los ojos, Josephine —susurró.
No me había dado cuenta de que los había cerrado con fuerza.
—¿Debería parar? —preguntó.
Mi ropa interior siguió a mis pantalones cortos. ¿Qué par me había puesto? Me
estremecí, pero por dentro era lava. Debería detener esto. Las palabras rodaron por mi
conciencia, pero no parecían tener ningún sentido procesable. Me separó las piernas de
una patada.
—Abre tus ojos.
Yo no quería, pero obedecí, mi respiración se atascó en mi pecho.
Me miró lleno de deseo, asombro y hambre. Una mano caliente rozó la parte
interna de mi muslo y luego su largo dedo se deslizó dentro de mí.
—Oh, Dios —gemí, mi voz baja. Era demasiado mirarlo a los ojos y ver lo que
quería imaginar. Que esto no era solo su necesidad humana básica, sino algo más
profundo. Deslizó su dedo hacia afuera y luego hacia adentro, su palma aplanada y
frotando y oh, tan bien.
Una ola de doloroso placer me recorrió cuando lo hizo de nuevo. Y otra vez. Y
cada vez pensé, voy a parar esto ahora.
Observó mi rostro.
Y lo observé de vuelta.
Sus ojos se pusieron vidriosos, sus labios se abrieron y sus fosas nasales se
ensancharon ligeramente.
Entonces le respondí. No en palabras. No, no quería parar. Mis manos buscaron
a tientas sus pantalones cortos. Urgente. ¿Cuándo lo había decidido? ¿A quién estaba
engañando? Nunca hubo una pregunta que me detendría. Quería un pedazo más de él,
aunque sería dejar atrás otro pedazo de mi alma.
—Oui —dijo con voz áspera, y retiró su mano de entre mis piernas, ayudándome
a bajar sus pantalones cortos. En unos momentos, me había levantado y mis piernas
estaban envueltas alrededor de él. El muro de piedra me raspo los hombros. Duele. Me
distrajo del dolor en mi pecho. Y el dolor de necesitarlo dentro de mí era más fuerte. Mi
corazón latía con fuerza y mis ojos ardían con lágrimas no derramadas.
Estaba duro entre mis piernas, cerca, pero no del todo allí. La mano envuelta
alrededor de mi cintura me mantuvo quieta mientras la otra empujó entre el apretado
ajuste entre nuestros cuerpos y tomó su longitud. Frotó la punta de su polla a través de
mi humedad, deslizándose a lo largo de mi entrada y luego estaba allí. Listo.
Nos calmamos. Mi cabeza se dejó caer con cuidado contra la piedra. Sus ojos
brillaron hacia mí en la oscuridad.
—Josephine —susurró.
Y luego se empujó hacia adelante, y su longitud me llenó, me estiró, me completó.
Grité.
Mi espalda ardía contra la piedra, pero el fuego entre nosotros era más fuerte. Y
el dolor de mi corazón gritaba: ¡Sí! Ya ves, no puedes dejarlo ir. Quería un último adiós,
y ahora me preguntaba cómo podía estar tan loca para dejarlo tan cerca de mi corazón
otra vez.
—Xavier —gemí.
Mis piernas se apretaron alrededor de su cintura. Mis brazos lo abrazaban con
fuerza.
—Oui, eso es todo —gruñó las palabras, su cara ahora contra mi cuello, su aliento
caliente. Empujó de nuevo, largo y duro. Luego más rápido. Cada vez que pensaba que
moriría de placer.
—Xavier. —Implore, profundo y gutural, como el comienzo de mi clímax.
Arañó su camino a lo largo de mi columna vertebral y se extendió en una ola
aguda y ardiente a través de mi cuerpo. Empujé hacia atrás, cada movimiento, dolor y
placer. Sostuve su cabeza, su cabello, sus hombros. Su cuerpo golpeó contra el mío.
Palabras ininteligibles en francés salieron de su boca entre gemidos y chorros contra
mi piel. Cada uno de ellos se atragantó con gruñidos de necesidad y respiraciones
entrecortadas.
No deberíamos haber dejado que esto sucediera, pero ya era demasiado tarde.
Ambos habíamos sido tomados por un tsunami de pura desesperación. No tuvimos
ninguna posibilidad. Sus palabras, aunque no pude entenderlas, se volvieron ásperas,
suplicantes, enojadas.
Esto no era hacer el amor. No, esto era pelear.
Estábamos peleando, los dos. Luchando contra nuestros corazones siendo
rompidos en pedazos. Y luego todo lo que latía a través de mí se fusionó: el dolor, la
necesidad, el querer, el fuego, el dolor, el amor. Mi cuerpo en tensión se inclinó y se
tensó. Mi cabeza se estrelló contra la pared y miré hacia arriba. Las estrellas estaban
esparcidas por el cielo negro sobre mí, y fue como si volara hacia arriba y fuera de mi
cuerpo, uniéndome a ellas.
Me quedé quieta cuando Xavier me siguió poco después, como si hubiera estado
esperando. Su cuerpo dio una estocada final y brutal, y se congeló. El sonido de un
hombre con dolor vino desde lo más profundo de su pecho.
Nuestra respiración era ruidosa en el silencio, entrando y saliendo. El mundo a
su alrededor volvió, una música suave y distante que había estado sonando en los
parlantes del patio. El sonido de las cigarras y el susurro del viento a través de los
campos. Desde la distancia llegó el débil tintineo metálico de un cencerro.
Mis mejillas estaban húmedas y frías. Mis hombros repentinamente gritaron con
fuego, y jadeé con él.
Xavier se deslizó de mi cuerpo, e hice una mueca cuando el empujón movió mi
espalda. Todo dentro y fuera de mí, dolía y quemaba. Pareció sentir mi angustia, y tras
apartarse, se arrodilló y agarró mi ropa interior, usando suavemente la tela para
limpiarme. Los metió en el bolsillo de mis pantalones cortos de mezclilla y luego,
dirigiendo cuidadosamente mis pies para que me calzaran los pantalones cortos, los
subió. Besó mi muslo y me miró.
No me di cuenta de lo mucho que estaba llorando hasta que un chorro de agua
golpeó su mejilla. Se limpió con las yemas de los dedos y se los llevó a la boca. Su mano
tomó la mía y tiró, haciéndome caer. Mis piernas se doblaron y él se movió para
acunarme en su regazo, dándole la espalda a la piedra áspera.
Como si eso lo alertara, me empujó hacia adelante y miró mis hombros.
—Dieu —siseó, su voz retumbando por la sorpresa—. No puedo ver con esta luz,
pero te he lastimado. Lo siento mucho. ¿Estás adolorida?
No era nada comparado con lo que me dolía dentro del pecho. En lugar de
responder, me acurruque más cerca de él y me abrazó, con cuidado de no apretar
demasiado fuerte. Presioné mi mejilla contra los latidos de su pecho.
Su boca se movió en mi cabello, besándome suavemente.
Los sonidos de la noche a nuestro alrededor se extendieron, manteniéndonos
envueltos y seguros.
—Quédate —dijo de repente. Su voz era tranquila.
Detuve mi respiración. Conmocionada. Esperaba que se retirara
emocionalmente.
—Por favor. Olvida todo lo que dije y quédate con nosotros.
Tragó el sonido audible contra mi mejilla.
—Quédate conmigo.
—No puedo. —Me giré en sus brazos, levantando mi cara para encontrarme con
la suya—. Porque tú no lo dices en serio.
Me miró.
—Pensé que me habías dicho que no dijese nada que no dijera en serio.
—Supongo que aprendiste. Nada ha cambiado —dije y esperé a que él refutara—
. Necesito volver a mi vida. Esto… —Lance una mano a nuestro alrededor—. Esto no es
mi vida—. Reprimí todas las razones por las que esta no era mi vida porque estaba
preocupada en mi estado de emoción intensificada de que todo saldría mal.
O tal vez saldría bien, y era una verdad que no valía la pena enfrentar. Y la verdad
era que había tenido razón. Él no estaba listo. No por la magnitud de lo que creía que
podíamos ser. Del tipo de amor que podríamos compartir. Cualquier cosa menos que
eso significaba renunciar a mi vida y mi carrera por él, para poder pasar el rato con su
hija las veinticuatro horas del día y estar disponible para tener sexo ocasional.
Puede que me haya enamorado de él, pero no me entregaría por él.
—Tú mismo lo dijiste, debes concentrarte en Dauphine. Lo entiendo
completamente. Tú y yo, no estamos... destinados a ser. No es como si viniera aquí por
un puesto de arquitectura, y nos conocimos donde podríamos tener una relación basada
en algún lugar en pie de igualdad. No, me tomé unas vacaciones de mi propia vida para
venir a ayudarte a ti y a Dauphine. Y ahora se acabaron las vacaciones. Mi vida real está
en casa, esperándome. —Me moví y me puse de pie, haciendo una mueca cuando mi
espalda protestó. Tendría moretones, no había duda.
Él también se puso de pie.
—Te extrañaré, Xavier. No sabía que podía caer así. Duele. —Mi voz tembló—. Y
es solitario aquí abajo. Tengo que irme a casa.
Su silencio era ensordecedor, y la máscara inexpresiva que llevaba, o lo que yo
podía ver en la penumbra, estaba de vuelta. Me di cuenta ahora, lo usaba cuando más
sentía las cosas.
Apreté su mano.
—Adiós, Xavier.
Entonces me di la vuelta y caminé de regreso a la casa.
CAPÍTULO CUARENTA Y
SIETE

—Entonces, ¿le estamos enviando a Xavier Pascale una bolsa de pollas?—


preguntó Meredith, con los ojos muy abiertos con fingida inocencia mientras cerraba la
boca sobre la pajita de papel. El restaurante mexicano en el centro de Charleston estaba
tranquilo para ser miércoles por la noche.
—Detente. —Me reí débilmente. Luego fruncí el ceño cuando pensé en Dauphine
encontrándose accidentalmente con una bolsa de penes de caramelo—. No. Él no hizo
nada malo. —Mis dedos estaban haciendo confeti con el posavasos de papel.
—Además de no ver la increíble criatura que tenía en sus manos y dejarte ir. No,
de alejarte —Meredith dejó su bebida—. Sólo digo. Has vuelto hace tres semanas. Stella,
nena, necesitas recuperar tu ritmo.
Mi sonrisa no fue forzada, pero el humor era solo un lugar extraño para mí.
—Me encantó esa película. Deberíamos verlo esta noche. De hecho, vayamos a
casa y pongámonos los pijamas ahora mismo. Taye Diggs para la victoria —desvié.
Ella le dio una sonrisa descarada y se apartó el pelo de su hombro.
—Él es un tentempié sabroso. Y me sigue en Instagram.
—No, no lo hace.
—Lo hace. —Ella agarró su teléfono de la mesa y deslizó la pantalla. Entonces su
teléfono vino a mi cara tan rápido que me agaché—. ¿Ves?
—Amiga, no puedo concentrarme en la pantalla cuando intentas metérmelo por
la nariz. —Reprimí una risa. Agarrando su muñeca, sostuve su teléfono a una distancia
respetable—. ¿Qué estoy mirando? Esto no es Instagram.
—Grabé la pantalla de la notificación de que me seguía obviamente, duh. Esa es
una mierda única en la vida.
—Déjame ver su perfil —bromeé—. Algo me dice que él también sigue a
trescientos millones de otras personas.
Hizo un puchero pero sostuvo su teléfono lejos de mí.
—No, no lo hace.
—Lo hace.
—Solo porque estás en la villa de los corazones rotos, no me arrastres allí
también.
—Vaya, gracias por la simpatía.
—No tengo simpatía. —Ella se inclinó hacia adelante—. Podrías estar follando a
un multimillonario francés en este momento, que literalmente te pidió que te quedaras
para el sexo caliente por cierto, y en lugar de eso volviste a casa deprimida. —Tomo su
pajilla de papel y me dio un golpe en la mano—. No te mereces esa suerte. En serio. Y
no vamos a ir a casa a ponernos pijamas.
—¿Por favor?
—No. Estuve sola durante semanas desde que ambas se fueron. Y luego volviste
con la depresión post-vacacional, sin trabajo y negándote a salir. Ahora que tienes ese
trabajo en la Fundación Histórica de Charleston, y ahora que te tengo aquí, nos
quedaremos fuera. Nos estamos divirtiendo, maldita sea —ordenó.
Acatando su orden, tomé un pequeño sorbo de mi cóctel.
—De acuerdo. Además, ¿cuándo volverá Tabs? No puedo creer que se haya ido
tanto tiempo. —Necesitaba decirle lo que pasó en persona. Todo lo que sabía era que,
después del secuestro de Dauphine, Xavier decidió que ya no necesitaban estar en el
barco y que ya no necesitaban a alguien que los ayudara, ya que su madre se mudaría
allí por un tiempo.
—Entre tú y yo, creo que Tabs se ha vuelto a conectar con su amor de la
secundaria. Hay algo acerca de ir a casa después de tanto tiempo para una boda familiar
que se parece mucho a una película de televisión por cable felices para siempre.
Mi mandíbula estaba abierta, así que la cerré.
—No. Ella no lo haría. —Me estrujé el cerebro por todas las historias de la
escuela secundaria que habíamos intercambiado a lo largo de los años—. ¿Podría?
—¿Y dejar la gran ciudad por el que se escapó…? Sí, creo que lo haría.
—¿Estamos llamando a Charleston la gran ciudad ahora?— pregunté.
—Bueno, cuando vienes del país de los caballos, Aiken, Carolina del Sur, sí,
Charleston es la gran ciudad.
—Pero ella tiene un negocio.
—Que puede correr desde cualquier lugar.
—Mmm. Ese es un buen punto. Pero ustedes han estado buscando apartamentos
por el club náutico. A Tabitha parecía interesarle.
—Creo que principalmente conducía ese autobús. Últimamente tengo la
sensación de que añoraba su hogar desde que sus padres se retiraron a donde está el
resto de su familia. Y aceptémoslo, a ti tampoco te gustaba la idea de mudarte. De todos
modos, ni siquiera vivirás aquí para fin de año.
Mis ojos se abrieron y me atraganté con mi bebida.
—¿Perdóneme?
Ella se encogió de hombros.
—Solo digo. Vivirás la vida cómoda en Francia.
Se me retorció la barriga y dejé mi bebida en el suelo, posicionándola para
alinearla perfectamente con mi vaso de agua.
—No, no lo haré. No digas eso.
—Le doy dos meses como máximo.
—¿Hasta que? —Rodé los ojos—. Hasta que deseche mi autoestima y le suplique
a su madre un trabajo solo para poder estar cerca de él. —Agregué un escalofrío
dramático ante la ridiculez que estaba sugiriendo. No es que no se me hubiera pasado
por la cabeza en mis momentos más débiles.
Ella sacudió su largo cabello castaño rojizo detrás de su hombro.
—No. Hasta que él venga por ti.
Mi estómago cayó en caída libre. La idea de que alguna vez haría eso era
imposible y al mismo tiempo un pensamiento intoxicante y peligroso. Fue un sueño.
Una fantasía fácilmente aplastada. Una idea que empeoró por el hecho de que en lo más
profundo y enterrado de mi corazón, un lugar donde había ocultado mi amor por él bajo
un montón de auto ridículo por ser una niñera enamorada de su jefe multimillonario
viudo, un pequeño destello de esperanza pulsó a la vida. Mierda. Nunca lo olvidaría si
no pudiera dejar de fantasear que me extrañaba y que no podía vivir sin mí.
Apreté los dientes.
—Solo detente, está bien. Me duele, Mer. Le dije cómo me siento. Él sabe. Él sabe
y no es capaz de reunirse conmigo allí. Está demasiado dañado. Es desconfiado. Su
corazón está cerrado para mí. No está sucediendo. Y no puedo permitirme siquiera
considerar la idea de que está pensando en mí. No puedo. Me romperé. Apenas aguanto
aquí. Por favor, como mi mejor amiga, ayúdame a olvidarlo, ayúdame a sanar, no metas
una palanca en las grietas de mi pecho para abrirlas. —Las lágrimas habían brotado de
mis ojos.
El rostro de Meredith se relajó. Su mano cubrió la mía donde había pulverizado
lo que quedaba del posavasos.
—Maldita sea. Lo siento mucho, Josie. Soy tan desconsiderada a veces. Yo... no
me di cuenta de que realmente te enamoraste de él. Mierda.
—Te dije que sí —susurré y pasé una mano por mi mejilla.
—Y supongo que pensé que era lujuria y un flechazo masivo... mierda, lo siento.
Apoyé la cabeza en mis brazos.
—De acuerdo. Nos cerraremos y luego nos iremos a casa con Taye Diggs. Lo
siento.
Asintiendo, murmuré:
—Gracias.
Unos minutos más tarde, caminábamos por King Street hacia casa. La tarde de
otoño todavía era cálida y suave, pero la brisa estaba mezclada con un trasfondo fresco.
—Lo siento —dijo Meredith por decimocuarta vez.
Deslicé mi brazo a través del suyo, juntándonos.
—Lo sé.
—Entonces, ¿cómo estuvo tu primera semana en el nuevo trabajo? —preguntó.
—Genial, en realidad. Definitivamente estoy entre mi gente. La mitad del salario,
por supuesto, pero el doble del nivel de satisfacción. Además, he desempolvado mi
antiguo blog que empecé en la universidad. Envié un correo electrónico a mi antigua
lista de suscriptores y todos siguen ahí, me han echado de menos. —Mi pecho volvió a
llenarse de calidez por lo increíble que había sido enviar esos fríos correos electrónicos
después de tantos años y que las respuestas comenzaron a llegar.
—Espera. ¿Tu blog de gárgolas y medallones? Eso es genial. Realmente tenías
algo ahí, fue triste cuando lo dejaste ir. Crecía tan rápido que podrías haberlo
monetizado.
—Lo sé. Me enganché tanto en la competencia desalmada de trabajar para el
estudio de arquitectura, pensando que podía marcar la diferencia de esa manera, que
olvidé la pasión que me llevó a la arquitectura en primer lugar. —Tenía que agradecer
a Xavier por despertarme a eso—. Me estoy esforzando en hacer lo que amo. —Luego
mencioné los títulos de los próximos cinco temas de nicho sobre los que planeé escribir
sobre las influencias extranjeras en la arquitectura clásica del país.
—No tengo idea de lo que acabas de decir, estoy un poco distraída, pero suena
genial.
—Simplemente significa que me concentraré mucho más en mis intereses. Y si
un día vuelvo a visitar Francia o cualquier otro lugar de Europa, lo haré con fines
legítimos de investigación. Y tal vez incluso pueda consultar sobre proyectos de
construcción que están tratando de ajustarse a las ordenanzas arquitectónicas o
estéticas locales. Dondequiera que estén los proyectos.
Meredith me miró de soslayo y pude sentir que se mordía la lengua. En cambio,
apretó mi brazo a su lado.
—Excelente. Estoy feliz por ti.
Nos acercamos a la esquina de nuestra calle y busqué en mi bolso las llaves del
apartamento. Mi teléfono vibró y lo saqué. Tenía tres llamadas perdidas y un mensaje
de voz de un número desconocido.
—Ugh —dije—. Alguien que intenta venderme una garantía de ese auto que no
tengo.
Le entregué a Meredith mis llaves y pasé a la página del correo de voz donde se
transcribió un mensaje. Josie, prepara el relleno. Juego limoso. No se puede transcribir el
resto del mensaje.
—Extraño —le dije en voz alta a Meredith. Entonces me detuve quieto. ¿Juego
limoso? S’il te plait?145
—¿Qué es? ¿Vienes? —Meredith se quedó sosteniendo la puerta abierta.
—Um. Creo... Creo que Dauphine acaba de dejarme un mensaje. No estoy segura.
—Escúchalo entonces. ¿Le diste tu número?
—Lo hice. Le dije que podía llamarme en cualquier momento.
Meredith me miró fijamente, con las cejas levantadas expectante.
—Por mucho que me guste pararme en las esquinas de las calles…
—Lo siento. —Negué con la cabeza. Entramos y reproducí el audio y sostuve el
teléfono en mi oído mientras subíamos por la estrecha escalera alfombrada hasta
nuestro apartamento del tercer piso. Efectivamente, era la voz de Dauphine, llena de
lágrimas y susurros: Josephine. Es Dauphine. S'il te plait, por favor llámame. Estoy tan
triste. Tuve un sueño muy malo. Y estoy despierto. ¿S’il te plait?
—Oh Dios. —Puse mi mano en mi pecho—. Es Dauphine. Se despertó de un mal
sueño. Voy a devolverle la llamada.
—¿Entonces no hay Taye Diggs para ti?
—¿Piensas empezar sin mí?
Meredith puso los ojos en blanco con una sonrisa de complicidad.
—Está bien.
—¿Por qué fue eso?
—Nada, Josie. Ve y llama a la hija del chico del que estás enamorada.
Fruncí el ceño.
—¿Por qué es eso malo? yo…
—No lo es. Ve. —Me empujó a mi habitación y cerró la puerta.
Miré la madera, luego caminé hacia mi cama y me senté. Busque el contacto de
Dauphine en mi teléfono. Luego me quité los zapatos y esperé mientras sonaba.

145
Por favor en Francés
CAPÍTULO CUARENTA Y
OCHO

La pantalla de mi teléfono se abrió a la oscuridad.


—¿Aló? —Una pequeña voz responde.
—¿Dauphine? Soy yo, Josie, devolviéndote la llamada.
Hubo un chillido y algunos crujidos. Obviamente estaba en la cama.
—¡Josephine!
El brillo de la tableta que sostenía iluminó suavemente sus rasgos. Miré mi reloj,
eran alrededor de las dos de la mañana allí.
—¿Estás bien? Dijiste que tuviste un mal sueño.
—Oui. Pero ahora no me acuerdo. —Su voz se redujo a un susurro—. Debo estar
en silencio.
—Sí, um, ¿por qué tienes tu iPad en la cama? —Sabía que a su padre no le gustaba
que durmiera con sus aparatos electrónicos en su habitación.
—Lo tomé de la habitación de papá mientras dormía.
Lancé una amable reprimenda.
—Entonces, ¿te despertaste de un mal sueño y fuiste a la habitación de tu padre,
pero no lo despertaste? —Mis cejas se alzaron.
—No. Quería hablar contigo. Ojalá estuvieras aquí, Josie. Te extraño mucho.
Presioné y solté mis labios, una mano vino a mi pecho.
—Te extraño demasiado cariño. ¿Dónde estás ahora mismo? ¿En casa o en el
barco? Está tan oscuro que no puedo ver dónde estás.
—En casa. Hoy comencé la escuela de nuevo. ¡Y las chicas eran tan malas! Les
dije que tenía una amiga estadounidense y me dijeron que estaba mintiendo. Eres mi
mejor amiga. ¿Tu sais? Tu me manques. Te extraño —dijo de nuevo.
—Yo también te extraño —repetí y me mordí el labio.
—Mémé incluso le dijo a papá que está irritable porque él también te extraña. Y
se enojó mucho con ella. Pero en secreto, creo que lo hace.
Ah, mi estómago se apretó, junto con mis dientes.
—Bueno, estoy segura de que está irritable porque está estresado con cosas
importantes del trabajo.
—¿Josephine? ¿Por qué no pudiste quedarte? —Su nariz se arrugó y su barbilla
se tambaleó como si estuviera tratando de no llorar.
—Ay, cariño. Yo... yo no vivo allí, vivo aquí y yo...
—Pero podrías vivir aquí. Con nosotros. Pensé que tal vez tú y mi papá podrían
enamorarse y tal vez tú podrías ser mi belle-mère. ¿Puedes volver?
Oh Dios.
—Dauphine. Cariño. —Mi voz falló, y parpadeé para quitar las lágrimas que se
acumulaban en mis ojos. Apretando mis labios, y luego aplastándolos juntos, traté de
sofocar la bola de demolición que subía por mi garganta. Especialmente cuando escuché
el suave sollozo que me dijo que Dauphine ahora también estaba llorando. Las lágrimas
en sus ojos brillaron con la luz del iPad.
—¿Por favor, Josie?
Su voz era tan pequeña y temblorosa que se sentía como si mi pecho fuera a
romperse.
—¿No me amas mucho? —ella preguntó.
Oh, Dauphine.
Mierda.
Dejé escapar un suspiro tembloroso y resople ya que toda mi cabeza ahora se
estaba licuando. Y ella vería que estaba llorando. Apreté los ojos y lo logré con una
fuerza de voluntad sobrehumana.
—Te amo. Te amo tanto.
—Entonces, ¿por qué no puedes venir aquí?
—No es tan simple. El hecho de que la gente quiera estar junta no significa que
siempre sea correcto.
—¿Amas a papá?
—Cariño. Yo, eso es... eso es entre tu padre y yo.
—Pero si vienes aquí, entonces tal vez puedas enamorarte. —Ella hipó. De
repente desapareció de la pantalla en un susurro de sábanas.
—¿Dauphine? —La voz ronca y soñolienta de Xavier me golpeó. Le murmuró en
francés, confundido, interrogante. Estaba amortiguado. Obviamente había escondido su
dispositivo.
Mierda.
¿Debo colgar?
Me mordí el labio, debatiéndome. Yo debería. Pero no quería que ella pensara
que me había colgado o dejar que trate de explicar nuestra conversación por sí misma.
Yo también, Dios me ayude, quería volver a escuchar su voz. Quería escuchar el gruñido
bajo de su garganta y las suaves y tranquilizadoras palabras en francés que
probablemente no entendería mientras calmaba a su hija. Mis dedos se cernían sobre
el botón de finalización cuando, de repente, se encendió una lámpara en la habitación
de Dauphine y la cara de Xavier llenó la pantalla.
Mi pecho se hinchó por la emoción de verlo. Observé, bebiendo hasta saciarme
durante interminables momentos. Parecía igualmente aturdido, aunque quizás no por
las mismas razones. Tenía los ojos cansados, inyectados en sangre, y me pregunté si
habría vuelto a tomar sus whiskies de medianoche. Su pelo hizo que mis palmas picaran
por alcanzar a través de la pantalla y alisarlo. El calor se deshizo a través de mis
entrañas.
—Josie —susurró, luego se aclaró la garganta.
Nos miramos durante dos largos latidos. Sus rasgos se endurecieron.
—Espera —dije.
Pero la pantalla se quedó en blanco.
Lancé mi teléfono en la cama junto a mí mientras caía hacia atrás.
—Maldita sea —grité y me tapé los ojos, apartando el escozor en ellos. El impacto
de verlo pateó como un viejo moretón en mi caja torácica. Y la vocecilla suplicante de
Dauphine, que veía las cosas con tanta claridad, como solo los niños pueden hacerlo,
casi me había arrancado el maldito corazón.
Hubo un golpe suave en la puerta.
—¿Josephine?
—Sí. Adelante. —Me pasé la mano por la cara y me senté.
La puerta se abrió y el rostro de Meredith se retorció con simpatía.
—¿Quieres hablar de eso?
Me deslicé sin decir palabra, acomodando mi espalda contra la cabecera y
doblando mis piernas para apretarlas contra mi pecho.
Meredith se subió a la cama y se acostó a mi lado.
—¿Conoces esa historia, sobre el gran camión que se atasca en el túnel y solo el
niño puede descubrir cómo soltarlo?
—Mmm no. Lo siento, pensé que estábamos hablando de mi angustia. Si
volvemos a física de quinto grado, me voy —me senté
Agarro un almohadón y me lo arrojó a la cabeza.
—Está bien, sigue.
Me acomodo.
—Entonces todos estos ejecutivos de la compañía y la patrulla de caminos salen,
porque, ya sabes, la maldita cosa ha bloqueado el túnel por completo, como si estuviera
encajado allí. Organizan una situación de remolque, pero simplemente no hay suficiente
fuerza para sacarlo. No se mueve. Llaman a los ingenieros y los ingenieros hablan sobre
quitar piezas del techo del túnel. Pero eso podría causar mucho daño estructural y
significar mucha reconstrucción. Y en este punto, el alcalde del pueblo local está
rascándose la cabeza porque esta situación ha bloqueado la entrada y salida de su
pueblo. La gente está molesta.
—¿Fumaste algo?
—Shh. Alguien dice que pongamos el soplete aquí y cortemos el techo del
camión, y todos piensan que es una gran idea. Pero luego alguien menciona chispas, y
la gente se preocupa de que todo pueda explotar. Entonces, por supuesto, realmente se
está saliendo de control porque alguien más está diciendo “vamos a volar la montaña”,
¿sabes?
—¿Hay algún punto aquí?
—Cállate. Entonces, con todo esto que está pasando, hay un pequeño
embotellamiento. Y se está empezando a correr la voz por los carriles de que hay un
camión atorado en el túnel y que no hay forma de sacarlo. Todos tenemos que dar la
vuelta e irnos a casa porque van a volar la montaña y estaremos atrapados en nuestra
ciudad, aislados, aislados durante años sin suministros hasta que puedan reconstruir el
túnel.
—Meredith. —gruño.
—Paciencia, saltamontes. Entonces, este niño pequeño…
—No me digas. ¿Quinto grado?
—Por supuesto. Así que esta alumna de quinto grado levanta tímidamente la
mano. Pero por supuesto, nadie presta atención. Ella es pequeña y su voz es pequeña, y
todos los adultos están emocionados y en pánico y básicamente tienen una crisis
existencial. El alcalde está llorando por la pérdida del pueblo, los ingenieros que
tendrán que destruir todo lo que construyeron, la compañía de camiones por perder un
camión. Entonces, la niña habla más fuerte y, finalmente, se dirige directamente al jefe
de la compañía de camiones cuyo camión está atascado en el túnel. —Meredith guiñó
un ojo—. Quiero decir, está realmente encajado allí, y solo estamos hablando de una
diferencia de 15 centímetros. ¿Quizás 17? Y ese camión podría soltarse.
—Oh, Dios mío, sólo tú podrías hacer que esta historia sea sexual —rodé los ojos.
—Simbólico, no sexual. De todos modos —exageró—. Entonces la niña reúne su
coraje y su voz más fuerte y marcha hacia las personas a cargo. Los que son los
verdaderos tomadores de decisiones. Y ella dice “¿Excusez-moi?” Ella es francesa como
Dauphine. Esta es una ciudad francesa. ¿Te dije eso?
—Meredith.
—Así que ella dice, “¿Excusez-moi?” Pero, ¿por qué no dejas salir el aire de los
neumáticos? Todo el mundo se calla y el alcalde se ríe y dice: “Sí, lo intentamos”. Y mira
a los ingenieros que miran a la empresa de camiones, que a su vez miran al conductor
del camión. El conductor niega con la cabeza un poco tímidamente. En realidad, nadie
ha intentado eso, parece. Así que todos le fruncen el ceño a la niña. Quiero decir, es una
niña pequeña que ofrece una opinión, ¿sabes? Y todos estos importantes hombres
bravucones no están acostumbrados a eso. Quiero decir, Señor, dame la confianza de un
hombre blanco mediocre, ¿quieres? Pero están desesperados, así que lo intentan. Y he
aquí, ¿no lo sabrías?
—Funciona.
Meredith asintió.
—Funciona. Remolcan gratis el camión y todos celebran, y todos quieren a todos,
y el alcalde, llamémosle Xavier Rascale, se enamora de la madre. Ella se llama Mosie. Y
la niña, su nombre es…
—Lo entiendo.
—Bien, bien, y todos viven felices para siempre.
Meredith frunció el ceño.
—Bueno, casi todo el mundo. Los ingenieros, por supuesto, van a casa y se dan
cuenta de que en realidad no son tan inteligentes, y todos se deprimen mucho. Pero
todos los demás están felices.
Apreté los labios, luchando contra una sonrisa.
—El punto es —dijo Meredith—. Los adultos están complicando esto. Y
realmente es bastante simple.
Dejando escapar un largo suspiro, dejé caer mi cabeza hacia la cabecera para
mirar la moldura tallada del siglo XIX.
—¿Cómo hace la niña para que el alcalde entre en razón?
—No sé.
—Esto fue muy útil —digo, inexpresivamente—. Gracias.
Ella apretó mi mano.
—De nada.
Pero Meredith me había hecho una especie de sonrisa, y eso era algo.
—¿Puedes buscar lo que significa belle-mère? —Le pregunté, deletreándolo
mientras ella lo escribía en su teléfono.
—Madrastra. ¿Dauphine te pidió que fueras su madrastra?
Asentí, mis ojos llenándose.
—En realidad significa hermosa madre. Confía en los franceses para romantizar
por completo una madre de reemplazo. Mi idea de una madrastra es Cruella De Ville.
—Lo mismo con mi padrastro. —Tomé un hilo perdido en mi almohada—.
Aunque no fue exactamente cruel, no conmigo. Solo un acaparador de dinero.
—Tal vez es diferente cuando uno de los padres muere en lugar de que uno de
ellos tenga una aventura.
—Quizás. —Levanté un hombro. Entonces me estremecí—. La forma en que me
miró cuando tomó su tableta. Me siento culpable de repente, a pesar de que Dauphine
me llamó y no al revés. Tal vez no debería haberle devuelto la llamada.
Meredith levantó la rodilla y apoyó la mejilla en ella, mirándome de reojo.
—Parece que tienes una buena relación con ella. Ustedes son amigas. Si no
hubieras devuelto la llamada cuando ella estaba obviamente molesta, eso habría sido
cruel.
Suspiré.
—Estás bien.
De repente mi teléfono volvió a sonar. Otro número desconocido. Tanto
Meredith como yo lo miramos.
—¿Respondo o no? —pregunté rápidamente.
—¡Contesta! —Meredith prácticamente gritó.
Pulsé el botón de aceptar. Al menos fue una llamada de voz y no una
videollamada.
—¿Josephine? —La voz profunda de Xavier retumbó.
Meredith se tapó la boca con la mano y abrió los ojos como platos.
Agité mi mano.
—¿Qué? —Meredith susurró ante mi gesto—. ¿Qué significa eso?
Cubrí el teléfono.
—No sé. ¿Vete?
—Me voy —dijo, luego se detuvo y me señaló—. Pero me contarás todo.
—Vete —articulé.
—Me voy —articuló en respuesta, retrocediendo hacia la puerta.
—¿Josephine? —Xavier dijo de nuevo con una maldición francesa murmurada.
—Yo… yo estoy aquí.
El silencio descendió tan pronto como le anuncié a Xavier que estaba en la línea.
El suave clic de la puerta de mi habitación cerrándose detrás de Meredith fue el
único sonido. Quizás colgó porque no me había anunciado antes. Tomé el teléfono lejos
de mi oído para comprobar la pantalla. Todavía estábamos conectados.
—¿Xavier? —pregunté en voz baja, y salió como un susurro, casi como si tuviera
miedo de decir su nombre. Tenía miedo. Tanto miedo de que estos sentimientos por él
se inflaran con el sonido de su voz cuando me había esforzado tanto por reprimirlos.
—Oui —dijo en voz baja. Cuando nada más vino después, fruncí el ceño, pero me
quedé tranquila, insegura del propósito de su llamada. ¿Estaba enojado? ¿Me extrañó?
Después de unos momentos, me recosté contra mis almohadas y apagué mi lámpara
lateral. Esperando. En la oscuridad, me di cuenta del débil sonido de su respiración—.
¿Estás sola?— preguntó de repente.
—Sí. Por supuesto. —Hice una pausa—. ¿Tú?
—Moi aussi. —Yo también.
Por un momento estuve tentada de llenar el silencio, pero luego me rendí.
Había demasiado entre nosotros y nada podía resolverse. Ciertamente no por
teléfono. Podría preguntar por Dauphine, pero sabía por ella que no estaba bien. Si
quisiera hablar de eso lo haría.
Me puse de espaldas, dejando escapar un suspiro.
—¿Hola, Xavier?
—¿Oui?
—No es necesario que respondas y, por favor, no termines la llamada. Yo solo...
quiero decirte. Te extraño. Los extraño a ambos, mucho. —Con un nudo en la
respiración, continué— .No digas nada. Vamos a... vamos a dormirnos juntos, ¿de
acuerdo?
—D'accord,146—susurró, sonando derrotado. Mi corazón se estrujó.
Me di la vuelta y me acurruque, todavía completamente vestida, y cerré los ojos
con el sonido de la respiración de Xavier en mis oídos.

146
De acuerdo, en Francés
CAPÍTULO CUARENTA Y
NUEVE

Valbonne, Provenza, Francia


—¡Papa! —Dauphine saltó de la cama y cayó en mis brazos en dos saltos—.
¡Estás en casa! Ya llamé a Josie y estoy lista para mi historia. —Agarró mi cara entre sus
manos y me dio un beso húmedo en la frente.
—¡Qué bienvenida! —Miré por encima de su hombro mientras la dejaba cerca
de Martine, mi ama de llaves, esperaba pacientemente—. Siento estropear la rutina de
la hora de dormir —le dije—. Mi vuelo se retrasó. —Traté de no tener estadías
nocturnas, pero teníamos un argumento para una ronda masiva de financiamiento de
inversores en Ginebra. Afortunadamente, Martine, mi ama de llaves, había regresado de
quedarse con su hermana.
—Pas de problème. —La señora mayor sonrió, luego se volvió, ayudándola a
acomodarse nuevamente—. Bon nuit147 —le dijo a Dauphine. Después de preguntarle a
Martine cómo estaba su hermana, nos dejó a Dauphine ya mí.
—¿Qué vamos a leer esta noche? —Le pregunté a mi hija en lugar de preguntarle
cómo estaba Josie y cómo sonaba, si estaba feliz y si preguntó por mí. No podía creer
que Dauphine llamara a Josie todos los días antes de acostarse. En realidad, no podía
creer que lo permitiera.
Todas las noches acostaba a Dauphine y ella llamaba a Josephine durante unos
minutos para darle las buenas noches. Dios sabía qué estábamos molestando a
Josephine durante su hora de trabajo. ¿Había conseguido un nuevo trabajo? ¿Estaba con
un novio almorzando tarde? La curiosidad me llevó a la distracción. Y con más suerte
de la que tenía, Josephine respondió a la llamada de Dauphine cada vez. Hablaron
durante varios minutos sobre el día de Dauphine mientras yo rondaba, fingiendo no
estar interesado, y luego se dijeron que se amaban. Después de eso, Dauphine se fue a
dormir. Se quedó dormida. No era saludable permitir que Dauphine desarrollará una
dependencia hacia alguien del otro lado del mundo, pero fuera lo que fuera, estaba
funcionando. Dauphine no había tenido pesadillas desde que empezaron a hablar.
Después de leer un capítulo de la versión infantil de la biografía de Marie Curie,

147
Buenas noches en Francés
besé a mi hija y la arropé por la noche.
Caminando hacia mi habitación, deslicé mi corbata alrededor de mi cuello y
desabroché mi botón superior. estaba inquieto Desempaqué y luego merodeé por la
casa.
Uno pensaría que ahora que Dauphine estaba durmiendo tan bien, significaría
que yo también empezaría a dormir mejor. Y todas las noches, después de que Dauphine
y Josephine colgaban, me decía a mí mismo que no la llamaría unas horas más tarde.
Pero frecuentemente, varias veces a la semana, me encontraba despertándome y
acostado en la oscuridad mirando al techo y luego marcando su número. Me dije a mí
mismo que era mejor que levantarme y ahogar mis pensamientos en whisky como había
hecho durante demasiados meses como padre soltero.
Llamar a Josephine esa noche hace unas semanas cuando sorprendí a Dauphine
llamándola en medio de la noche podría haber sido la cosa más tonta que había hecho
en mucho tiempo. Tan pronto como contestó, casi colgué. ¿De qué había que hablar?
Pero luego me dio una salida: no hay necesidad de hablar, solo quédate al teléfono
mientras nos quedamos dormidos. Parecía idiota. Algo que podría hacer un adolescente
enamorado. Pero me rendí a su sugerencia con una voluntad que se derrumbó como un
sediento en el desierto. Y la vida había sido verdaderamente un desierto sin ella aquí.
Negarse a admitir que era una batalla perdida. Especialmente cuando escuché sobre
ella todo el día, todos los días, de Dauphine. Incluso Evan no dejaba de hacerme
comentarios. Y mi sueño en realidad se había deteriorado.
Escuchar la respiración de Josephine mientras se dormía era una meditación.
Calmó mi mente y calmó mi alma. Lamentablemente, también despertó otras partes de
mí. Antojos que no tenía derecho a sentir. Y así, luché contra eso también antes de
finalmente relajarme y quedarme dormido.
Esta noche, sin embargo, estaba inquieto. El sueño estaba demasiado lejos. El
trato en el que había estado trabajando durante meses acababa de cerrarse. Y ahora
eran las tres de la mañana y no me importaba despertarme, todavía no me había
dormido. Quería llamar a Josephine, no para quedarme en silencio esta vez, sino para
hablar.
No habíamos hablado más que nuestro saludo estándar desde la primera noche
cuando me dijo que me extrañaba. Era un ritual extraño.
Miré mi reloj por centésima vez. ¿Qué estaría haciendo ella en este momento?
Eran las nueve de la noche donde ella estaba, un poco antes de lo que solía llamar.
Debería sentirme culpable por usarla como muleta y apartarla de su vida, pero cuando
examiné superficialmente mi conciencia, no pude encontrarla. Y no se esforzó
demasiado.
Rodé a mi lado y tomé mi teléfono, llamándola antes de que la razón y la decencia
saquen lo mejor de mí.
Sonó tres veces y se conectó.
—¿Josephine? —pregunté como solía hacer.
—Estoy aquí.
—¿Estás sola? —dije como hacía cada vez que llamaba.
Hubo una larga pausa. Una incómoda enfermedad se deslizó bajo mi piel y se
enroscó alrededor de mi estómago.
—Sí —dijo ella al fin como si le doliera admitirlo.
Tragué pesadamente. Un día, ella diría que no, y eso sería todo.
—Moi aussi —dije, finalizando nuestro ritual. Aquí era donde normalmente
terminábamos nuestro discurso y nos sumíamos en el silencio. Mi mente corrió a través
de formas de abrir una conversación. No había planeado qué decir.
—¿Xavier? —ella preguntó.
Inhalando por la nariz, sorprendida, me preparé para ella diciéndome que esta
era nuestra última llamada. No la culpaba.
—¿Oui?
—¿Cómo fueron tus reuniones?
Moví mi cabeza en mi almohada, rodando sobre mi espalda, dejando escapar un
suspiro de alivio. Parecía que ambos sentíamos la necesidad de romper nuestro silencio
esta noche.
—¿Supongo que Dauphine te lo dijo? Muy bueno. Cerramos el trato.
Conseguimos las inversiones que necesitábamos. Autorizamos las patentes que
queríamos. Tuve que ceder un poco en el tiempo. Quería que se renovarán cada año,
pero acepté cada dos.
—Está bien. Felicidades.
Gruñí, sabiendo que la satisfacción que solía sentir por el éxito empresarial no
se encontraba por ninguna parte.
—¿Y tú? ¿Conseguiste un trabajo en otra empresa? —Era terrible que no lo
supiera todavía. ¿Y si todavía estuviera desempleada? ¿Sin hogar? ¿Hambriento? Estaba
siendo dramático. Ella era tan talentosa e inteligente.
—No. No busqué otra firma para ser honesta. Alguien me ayudó a darme cuenta
de que mi pasión no residía tanto en construir lo nuevo como en salvar lo viejo. Acepté
un trabajo con un grupo de preservación.
Lamí mis labios.
—Como mi madre.
Ella suspiró.
—Sin los medios, y solo la pasión.
—Sin pasión, los medios no tienen impacto —dije.
Hizo una pausa y soltó una risa sorprendida.
—Es cierto.
—Le diré a mi madre. Ella estará contenta por ti.
—Nosotras... nos hemos mantenido en contacto —admitió—. No mucho —se
apresuró—. Solo algunos mensajes de texto aquí y allá. Entonces ella sabe de mi nuevo
trabajo.
—Ah, ¿te mantienes en contacto con mi hija y mi madre? debería sentirme
abandonado, fuera —bromeé.
—Y sin embargo, aquí estamos. Hablando.
—Oui. —Silencio tenso—. Entonces... ¿te encanta tu nuevo trabajo? —pregunto.
—Mucho. Y me gustan mis nuevos compañeros de trabajo. Nadie hace
comentarios de que vale la pena tenerme cerca porque soy agradable a la vista.
—¿Y por qué es eso?
Hubo una pausa.
—¿Aparte del hecho de que es acoso sexual? —Casi podía ver su ceja levantarse
por el tono de su voz.
—Por supuesto. Aparte de eso —dije—. Estoy seguro de que piensan eso, pero
son simplemente decentes. —¿Qué hombre podría trabajar junto a ella y no dejarse
cautivar por su belleza natural? La idea de los hombres que pasaban tiempo con ella
todos los días envió ese lodo inquietante a través de mi estómago nuevamente. Celos.
Había poder en nombrar la emoción. Estaba celoso. Celoso de los hombres ficticios. Tan
jodidamente celoso.
—Decentes. —Estuvo de acuerdo, sin darse cuenta de mi frustración mental—.
Y la mayoría de ellos son mujeres.
Mis músculos se relajaron al saber que no estaba trabajando rodeada de
hombres que la querían. Pero ¿qué hay de ella queriendo a alguien?
—¿Estás con alguien más? ¿Has… —Las palabras simplemente se me escapan.
Mi sonrisa se desvaneció y apreté mis labios. Mierda.
El sonido de su respiración entrecortada llegó a través de la línea.
—Xavier. No.
Pero necesito saber.
—¿Lo estas?
—Xavier. Por favor.
—Por favor —le repetí.
—No es justo. Todo esto es injusto. Meredith piensa que soy una loca,
rechazando ofertas para salir por las noches para poder estar al teléfono contigo. Dios,
si ella supiera que ni si quiera hablamos, me tendría internada. ¿Qué estamos haciendo?
—Su tono se volvió introspectivo—. ¿Qué estoy haciendo?
—Espera —dije rápidamente, seguro de que estaba a punto de colgarme—.
Estamos hablando. Esta noche al menos. Yo... no debería haber preguntado. No tengo
derecho.
—No. No, no lo haces.
El silencio se prolongó. Las palabras se congregaron y empujaron y obstruyeron
mi garganta, pero cada una de ellas era demasiado peligrosa para decirla en voz alta.
No lograrían nada más que dolor y confusión. La presión aumentó, la tensión se enroscó
en mi espalda y se asentó en la base de mi cráneo. ¿Por qué? ¿Por qué no podía dejarla
ir? ¿Por qué no podía ceder? ¿Por qué no podía abrirme? ¿De qué tenía miedo?
—No creo que debamos seguir hablando. —Las palabras de Josephine
atravesaron mi confusión—. O no hablar más. O lo que sea lo que estamos haciendo.
Yo... Voy a terminar la llamada ahora.
—Josephine, espera. Insisti S'il te plaît... ¿me darías un momento para poner mis
pensamientos en palabras?
Ella dejó escapar un largo suspiro.
Cristo. ¿Cómo podría hacer esto por teléfono? ¿Cuál fue el punto? ¿A qué
pensamientos podría, podría dar voz cuando no quisiera enfrentarlos yo mismo? la
extrañaba ¿Y qué? Ella no estaba aquí, y yo ciertamente no estaba allí. Decírselo solo
nos confundiría a los dos.
La quería, pero de nuevo, la geografía. Decírselo solo causaría dolor.
Estaba celoso. Y no tenía ningún puto derecho a estarlo. Decírselo sería lo más
cruel cuando no tenía planes de hacer nada al respecto.
Ella se merecía la felicidad. La clase de felicidad que yo no era capaz de dar.
—Por favor, olvida que hice esa pregunta. Comencemos de nuevo. Cuéntame
acerca de tu trabajo.
Ella suspiró y comenzó con cansancio.
—Bueno, en primer lugar, es realmente agradable tener un trabajo en el que
todos respetan tu opinión y no tienes que usar medias y tacones.
Traté de analizar la frase que acaba de decir y me quedé en blanco.
—¿Qué es eso? ¿Medias?
—Medias y tacones. ¿Pantys? ¿Medias? ¿Medias? Y zapatos de tacón alto.
Un destello de Josephine con escandalosas medias hasta los muslos y tacones
altos me golpeó entre los ojos y me inundó la ingle. Gemí en voz alta.
Dejó de hablar al instante.
—Perdón. Continúa —dije con esfuerzo—. S'il te plaît.
Aclarándose la garganta, continuó.
Hice lo mejor que pude para concentrarme en sus palabras hasta que quedé
legítimamente atrapado en ella.
Relatos sobre la historia de sus proyectos actuales.
—Parece que deberías haberte quedado un poco más con mi madre. Ella ha sido
promotora y concejala lo suficientemente dulce como para que definitivamente haya
aprendido algunos trucos. Ambas podrían aprender un poco de cada una.
Josephine se rió entre dientes, roncamente.
—Te apuesto. Ella es formidable.
—Sin embargo, ella no fue lo suficientemente formidable como para que te
quedaras. Ojalá te hubieras quedado. —Se me escapó y me maldije.
Josephine dejó escapar un suave suspiro.
—No pude. ¿Y para qué?
—Para darme tiempo. —Cerré mis labios con una mueca.
Hubo una pausa en la que supuse que ambos nos tambaleábamos al borde.
—¿Tiempo para qué? —preguntó entonces, inclinándose sobre el abismo.
Yo también me asomé precariamente. No habría nadie para atraparnos si ambos
perdimos el equilibrio.
—Es hora... de confiar —dije.
—¿Yo?
—No. —Lamí los labios—. No. Al principio, tal vez. Pero no. Para confiar en mí
mismo. Mis propios sentimientos. —La admisión sopló a través de mis labios sin pausa.
Me pellizqué el puente de la nariz. De repente la oscuridad, y la intimidad de nuestra
privada conversación y lo avanzado de la hora trabajaron juntos para soltar las cuerdas
que me sujetaban con tanta fuerza y seguridad en lo alto del acantilado—. Yo... amé una
vez. Desesperadamente. Yo estaba abierto. Ingenuo. —Me reí amargamente—. Amar
por completo. Imprudentemente. Apasionadamente. Siempre creí que el poder de ese
tipo de amor no podía ser llevado por una sola persona. Cuando me di cuenta de la
verdad, que no solo lo llevaba solo, sino que de hecho era una ilusión, un engaño masivo
en el que había comprado... traje a una niña. El dolor fue... me rompió, Josephine. —Hice
una pausa para aspirar una bocanada de aire—. Me encantaba Arriette. —Mi garganta
se movió para cerrarse, las palabras terminaron antes de que terminara.
—Lo sé.
—No. Eso no es... —Mi mano llegó a mi cuello como si pudiera aliviar el
bloqueo—. Ya me había mudado a la habitación de invitados. Tu dormitorio —añadí
para dar contexto—, antes de que ella muriera.
—No tienes que dar explicaciones.
—No. Lo hago. Yo quiero. Debería haber sacado sus cosas. Desde el barco. De
nuestra casa. Y no lo hice. Lo he estado evitando. Pero no es por la razón que piensas.
Me encantaba Ariette. La amaba porque todavía amaba a la mujer que era cuando nos
conocimos. Y la amaba porque era la madre de mi hija. Una niña que adoro. Siempre le
estaré agradecido a Arriette por darme a Dauphine. Nunca podré arrepentirme de mi
matrimonio aunque lamente no haber podido mantener a Arriette alejada de sus
demonios. Pero no hubo mucho de un matrimonio al final. No pude alcanzarla. Me
rompió el corazón mucho antes de dejarnos. Y desde entonces, he estado... congelado.
La suave respiración de Josephine en el silencio era el único indicio de que
todavía estaba allí. Pero ella no dijo nada, dejándome espacio para encontrar mis
palabras.
—No lo vi venir. Y no estoy hablando de su muerte. Eso también. Pensé que sería
capaz de salvarla y fracasé. Odio haber fallado. Pero lo que realmente quiero decir es
que no vi que nuestro amor no era real. Mi amor lo era, pero era mío, no nuestro. Fue
como despertar de un sueño a una pesadilla. Despertar para darte cuenta de tu persona,
del guardián de tu corazón, de tus secretos, de tus miedos, de todo lo que te permite
caminar por esta tierra sabiendo que tú importas, que la tierra bajo tus pies es sólida
porque alguien te ama... darte cuenta nada de eso fue real. Y tal vez aunque lo fuera, que
tú no fueras suficiente para conservarlo. No lo suficiente para merecerlo, tal vez. Y
dudas de ti mismo. El suelo bajo tus pies se ha ido. El peso del vacío dentro de ti te hace
pensar que nunca recuperarás el equilibrio. Te preguntas. ¿Cómo me perdí esto? ¿Todos
saben que el amor no es permanente, y no te lo dijeron? ¿O solo fui yo quien falló en
mantenerlo? La crueldad de la traición está en todas partes, en todo lo que haces. Otras
parejas en la calle son solo ilusiones que ahora puedes ver con claridad. Con crueldad
burlona. Aprenderán, piensas. Ellos aprenderán de la manera difícil.
Tomé una respiración profunda. No podía estar seguro de que tenía sentido y
tenía la sensación de que podría haber pasado al francés de vez en cuando ya que eso
pasaba cuando no se me venían las palabras en inglés, pero estaba seguro de que la
esencia estaba intacta.
Me quedé en silencio, mi respiración pesada, cruda. Por lo que sabía, la llamada
había sido cortada. O ella había colgado. Pero yo estaba hablando ahora. Y no podía
parar, lo escuchara o no.
—La forma en que murió Arriette fue horrible. Horrible. Tuvo una sobredosis en
un club nocturno de París. Quería que fuera con ella. La rechacé. Había tenido un gran
día. Cada día era un gran día, por supuesto. La verdadera razón era que ya no quería esa
vida. Nos peleamos. Ella se fue sin mí. Recibí la llamada de alguien que la había
encontrado en el piso del baño y llamó a la ambulancia. Me presenté al mismo tiempo
que ellos. La vi. —Siseé en un respiro ante el dolor de la visión—. Fue muy tarde. Me
perseguirá durante todos mis días que no fui con ella esa noche. Que podría haber hecho
más para salvarla. Y me duele por Dauphine que la enfermedad de su madre haya sido
más fuerte que el amor por su hija. Ese amor no pudo ganar. Pero lo que más me
atormenta es que mi matrimonio había muerto frente a mis ojos, y no lo vi hasta que
fue demasiado tarde. ¡No lo vi! ¿Cómo uno, cómo puedo volver a confiar en esta emoción
cuando todo lo que hace es cegarte y esperar hasta que estés a su merced, y luego patear
la tierra debajo de ti? Lo sé mejor ahora, pienso para mí mismo. No volveré a caer en
eso. Jamais. Jamais ... ensuite il ya eu toi148. Pero entonces tú. Pero entonces... estabas tú.
Todo lo que escuché fue mi propia respiración.
Ella se fue. Nuestras llamadas habían disminuido de vez en cuando durante los
días intermedios desde que comenzaron nuestras llamadas nocturnas. Fue una
molestia de larga distancia sobre aplicaciones. Y eso estaba bien ahora. Esperé y no
escuché nada.
Necesitaba hacer la siguiente parte solo, de todos modos.
Era como estar en un confesionario a oscuras. del perdón Sin juicio ni
repercusión.
—Quiero... quiero amarte, Josephine. Quizás lo haga. Pero no confío en que sea
real. Lo siento. Mon dieu. Lo siento tanto.
Apreté mis ojos cerrados contra el ardor detrás de ellos, mi mano libre se posó
sobre ellos por un momento, un instinto inútil.
El teléfono tampoco tenía sentido ahora, y lo deslicé de mi oído para apagarlo.
Pero luego vi que la llamada todavía estaba conectada. Mi aliento se congeló en mi
pecho, y lentamente lo traje de regreso a mi oído. Pasaron milisegundos antes de que
me diera cuenta de que la llamada ya no estaba. Pero no antes de escuchar el sollozo
silencioso antes de que terminara.
¿Qué había hecho?

148
Nunca. Nunca... luego estabas tú; en Francés
CAPÍTULO CINCUENTA

Charleston, Carolina del Sur, EE. UU.


Enterrada debajo de mi almohada, mi sábana húmeda por mis estúpidas
lágrimas, escuché el sonido apagado de la puerta de mi habitación al abrirse y luego
cerrarse. Sentí a Meredith sentada en la cama a mi lado. Tomó el teléfono que aún tenía
en la mano y lo dejó sobre la mesita de noche.
—Esto no puede continuar —dijo suavemente y quitó la almohada, haciendo una
mueca cuando vio mi estado—. No puedes simplemente poner tu vida en espera para
poder hablar con Xavier Pascale todas las noches. Especialmente no cuando te está
matando así. —Se estiró y agarró la caja de pañuelos, arrancó un puñado y lo presionó
en mi palma—. Puede que sea la mitad de la noche para él, pero para ti es el mejor
momento para socializar. Eres joven y sexy y mereces una relación real. No estar aquí
llorando en la oscuridad todas las noches por un hombre a miles de kilómetros de
distancia que no podía ver lo que tenía cuando te tuvo.
—No lloro todas las noches. —¿Cómo explico nuestras llamadas telefónicas
normales?—. Yo… tienes razón. Por supuesto.
—¿Así que?
—¿Qué?
—Entonces, ¿qué vas a hacer al respecto? —preguntó.
A pesar de esta noche, sobre todo había sido reconfortante estar aquí en silencio.
Conectada con Xavier. A pesar de que estaba seriamente jodido.
—Nada. Yo no voy a hacer nada. Él me necesitaba. Quería estar ahí para él. —Y
ahora probablemente no volveríamos a hablar.
—¿Nada? Te necesito. Se supone que eres mi amiga, pero entre tu nuevo trabajo
y tus llamadas telefónicas nocturnas, nunca te veo.
Mordí mi labio.
—Lo siento.
—¿De qué hablas, de todos modos? Me refiero a que solo te quedas ahí
escuchando. Es alguna mierda rara.
—No hablamos. Normalmente. Solo dejo que se duerma. Él-él no duerme bien,
y…
—Tienes que estar bromeando. ¿Me estás ignorando para que puedas escuchar
cómo duerme un chico? —Ella levantó los brazos—. A la mierda esa mierda. Levántate.
—Ella se puso de pie.
—Meredith. No.
—Sí. Voy a conseguir una bolsa de hielo para tus ojos y saldremos. ¿Que diablos,
Josie? Esta no eres tú. No eres de las que dejan que un tipo te quite la autoestima.
—No necesito amor duro en este momento, Mer. Te escucho, ¿de acuerdo? Lo sé.
Lo sé. Xavier y yo no hablaremos más. Le dije que hemos terminado. Así que déjame
llorar esta noche. Saldré pronto contigo, te lo prometo.
Ella se elevaba sobre mí, con las manos en las caderas.
—¿Promesa?
—Sí.
Se hundió en mi cama de nuevo.
—Lo siento. Odio verte así. Y yo realmente espero que si alguna vez, alguna vez,
me atrapas en la misma posición, me patearas el trasero.
Apreté su brazo.
—El karma será una perra, lo prometo —le dije con sinceridad.
—Bien. Eso está garantizado. Pero en serio, me está matando verte así. Tu mamá
también está preocupada. Ella me llamó. También notó lo diferente que has sido desde
que regresaste.
—Soy diferente. Claro, tengo un renovado sentido de propósito sobre lo que
estaba haciendo con mi vida. Pero sobre todo, me enamoré de un amor estúpido, grande
y que todo lo consumía. De la forma en que habló mientras nosotros... ya sabes. —
Meredith arrugó la nariz, pero continué—. Y como, quiero-ser-mamá-de-una-niña-que-
no-es-mía-pero-se-siente-como-mía-porque-es-parte-de- él, ese tipo de amor. Era
como si me fuera de Charleston como una adolescente demasiado grande y volviera
como una mujer. Esa es la explicación más cercana que puedo darte. Y ni hablar del
sexo... de otro mundo. Quiero decir que siempre he disfrutado del sexo, pero nunca ha
sido como lo fue con Xavier. Nunca. Tan jodidamente intenso. Y probablemente nunca
vuelva a encontrar eso... por el resto de mi vida.
—Bueno, joder. Yo también estaría llorando entonces —dijo Meredith, con una
expresión legítima de horror en su rostro—. Muévete, voy a hacer que te entreguen un
helado y haremos un velorio por tu vida sexual.
Me reí, pero se transformó en una nueva ronda de lágrimas.
—H-helado s-suena bien. —Hipo.
—Cristo, eres un desastre. —Ella suspiró y tiró de mí para que me acostara sobre
su hombro mientras su otra mano encontraba la aplicación de entrega de comida en mi
teléfono.
Fui un zombie durante la siguiente semana más o menos.
Dauphine seguía llamando, pero ahora a veces lo hacía cada dos o tres días.
Sentía como si estuviera mejorando. Finalmente capaz de superar su dolor y trauma
reciente. Sabía que Xavier había organizado que volviera a ver a un terapeuta después
del incidente con el secuestro, así que con eso y tenerme a mí para hablar, sonaba más
y más ligera. Sin embargo, no había vuelto a escuchar la voz de Xavier y me dolía el
estómago al escucharla.
Pero luego Tabitha regresó y la energía en nuestro apartamento comenzó a
retroceder lentamente hacia los tiempos más felices que habíamos tenido antes de
Francia. Era viernes y habíamos planeado una noche de chicas para que pudiera
contarle a Tabitha con moderación sobre el hecho de que había roto todas sus reglas
sobre no fraternizar con una de sus familias, y ella pudiera informarnos sobre qué o
quién. La había mantenido alejada de Charleston tanto tiempo. El calor de finales de
septiembre en Charleston era implacable y lo seguiría siendo al menos durante los
próximos meses, y siempre resultaba chocante ver a la gente empezar a decorar con
follaje otoñal falso y calabazas reales que rápidamente se pudrían en los umbrales de
las puertas.
Cada vez que estaba en East Bay Street, miraba para ver si los constructores
habían comenzado la construcción del hotel horriblemente diseñado. Pero hoy, al pasar
corriendo, con el sudor goteando de mi barbilla, vi que se habían quitado todas las
señales del revelador. Disminuí la velocidad y llamé a Barbara, la asistente de Donovan
y Tate en mi antiguo trabajo.
—Bárbara, soy yo, Josie. No digas mi nombre —añadí apresuradamente.
—¡Jo-hola!
—¿Johigh? Esa es una nueva. —Me reí.
—¿Cómo estás?
—Genial, en realidad. ¿Tú?
—El Sr Donovan no está hoy. Es solo el Sr. Tate.
—Entonces, ¿bastante mierda?
—Eso es exactamente correcto —cantó.
—¿Qué puedes decirme sobre el trabajo en el hotel de East Bay Street?
—Um... es una locura. Whoo boy, tendré que revisar el horario, pero ¿Harás algo
más tarde en el día?
Fruncí el ceño y luego me di cuenta de que no debía estar sola. Seguí el juego.
—¿Hoy?
Yo pregunté.
—Sí, señora.
—¿Nos vemos en King Street Tavern a las cinco?
—Alrededor de media hora más tarde, y puedo incluirte en el horario.
—Perfecto. —Sonreí, aunque ella no podía verme—. Hasta entonces. Te voy a
comprar tu margarita favorita, ¿así que planeas llevarte un Uber a casa o que Jeff venga
a buscarte?
—Eso funciona maravillosamente. Te tengo en el horario. Bien, hasta más tarde
—cantó Barbara y colgó.
Me reí mientras guardaba mi teléfono. Era cierto, cada día era mejor que el
anterior. Saldría más fuerte de este corazón roto. Continué mi trote hacia King Street.
Cuando pasé corriendo frente a la ventana de la compañía de yates de lujo, no pude
evitar pensar en Xavier. Puaj. Por eso normalmente no corría de esta manera. Entonces
vi a la dama francesa que reconocí de la cafetería de Armand dirigiéndose hacia las
puertas delanteras de vidrio y saliendo. Reduje la velocidad.
Salió y abrió una pitillera plateada. Sus labios eran de un bermellón brillante.
—Oye —dije—. Sylvie, ¿verdad?
—Vaya. Sí. ¿Cómo estás? —Sacó un cigarrillo y me ofreció uno.
—Oh, no, gracias. Estoy muy bien. ¿Tú?
Cerró el estuche de golpe.
—Ya no te veo en Armand's.
Me alise el pelo húmedo y encrespado de la frente.
—Todavía voy, pero mi horario ha cambiado. No tengo que estar oficialmente
hasta una hora tarde, lo cual es bueno. ¿Y tú? ¿Cómo está…? —Me reí, porque era
extraño tener una conversación con alguien a quien apenas conocías más que para
saludar todos los días—. ¿Cómo es la vida? ¿Eres francesa o francocanadiense? Nunca
he estado segura.
—Ambas cosas. Pasé mucho tiempo en París —dijo la palabra exactamente como
lo haría una persona francesa, sin S. Paree. El sonido del acento hizo que se me encogiera
el estómago.
—Sé tu nombre, pero nunca nos han presentado correctamente. —Extendí mi
mano—. Josephine Marín.
Hizo una pausa en el acto de guardar su estuche plateado, con el cigarrillo
apagado colgando entre dos dedos. Ella entrecerró los ojos hacia mí.
—¿Qué? —pregunté. Mi mano cayó entre nosotras.
Ella sacudió su cabeza.
—La cosa más extraña. Uno de mis clientes, mencionó su nombre el otro día. En
realidad, ayer, eh.
—¿Vaya? ¿Hice algún diseño arquitectónico para ellos?
—Él. —Ella se rio—. No me parece. Me preguntó si te conocía. Por supuesto, dije
que no. No me di cuenta de que lo hice. —Ella me miró más de cerca, su mirada se movió
de mi cara sudorosa a mi camisa pegada a mí, mis calzas y mis zapatillas sucias—. Eh.
—Umm... —Levanté las cejas. Que momento tan peculiar.
—¿Conoces el nombre de Xavier Pascale? —preguntó.
Se me drenó la sangre y me tambalee.
—¿Qué? —Susurré—. ¿Qué dijiste? —Pero la había oído.
Sylvie miró por encima de mi hombro y abrió los ojos como platos.
Y lo supe.
—Es él, ¿no?
Miró mi estado de nuevo e hizo una mueca.
—Desolée149. Pero si.
No podía respirar.
—Bonjour, Sylvie —dijo.
Vaya.
Mi.
Dios.
Su voz.
Aquí mismo. En la vida real. En mi ciudad.
Su tono era jovial y amistoso.
¿Por qué estás tan feliz? Grité en mi cabeza. ¿Cómo se atreve a venir aquí? Él
debería estar en casa, de vuelta en Francia, llorando en su sopa de puerros y lamentando
dejarme ir. La amargura y el dolor se levantaron. Debería seguir moviéndome. No me
reconocería por detrás.
Además, me veía como una mierda.
Y yo estaba enojada con él, maldita sea. Estaba mareada con la intensidad de la
conmoción y la ira en igual medida.
—¿Josephine?
Su voz era áspera. Inseguro. Incrédulo.
Era demasiado tarde para moverse. Miré brevemente mi atuendo, el sudor en mi
cuero cabelludo, me picaba la cabeza. No había Dios. Entonces me giré.
—Xavier —logré decir, mi voz se sentía como papel de lija.

149
Lo siento; en Francés
CAPÍTULO CINCUENTA Y
UNO

—Eres tú. —El rostro de Xavier estaba iluminado por el asombro, el alivio y la
alegría, emociones que simplemente no entendía ni esperaba.
—¿Por qué te ves así? —Levanté la mano y lo saludé vagamente. Sus cejas se
juntaron ligeramente.
—¿Cómo?
—Feliz de verme.
—Porque vine a América a verte, y aquí estás.
Miré a Sylvie, que tenía una ceja perfectamente depilada arqueada mientras nos
observaba a los dos.
—¿Así que no viniste a ver a Sylvie y revisar tu yate? Porque aparentemente no
acabas de llegar hoy. —La amargura se deslizó en mi tono.
—No. Quiero decir, lo hice, pero había algunas cosas de las que tenía que
encargarme. —Sus ojos azules me clavaron—. ¿Hay algún lugar donde podamos hablar?
—¿Ahora? Yo… —Me interrumpí—. No. De hecho, llegó tarde al trabajo. —O lo
sería si continuáramos hablando. Además, mi conmoción estaba desapareciendo y
comenzaba a sentirme débil y aturdida. Negué con la cabeza—. Lo siento. Yo... esto es
un shock. Me tengo que ir.
—Espera. —Extendió una mano hacia mí, y retrocedí. Sorpresa y dolor cruzaron
sus rasgos—. Josephine... —Bajó la voz. Un mechón de cabello oscuro caía sobre su
frente.
Sylvie dijo algo en francés, que tardíamente entendí como si fuera a esperarlo
dentro. Volvió a guardar el cigarrillo sin usar en su caja plateada y volvió a la tienda.
—Xavier —comencé, cambiando mi peso nerviosamente. Bajé la mirada a los
botones de su camisa blanca revelados entre las solapas de un blazer de lino oscuro,
cualquier cosa menos mirar sus ojos. Sobre los faldones desabrochados de su camisa,
sus jeans desgastados y sus prístinas zapatillas azul marino y blancas. Dios. Él era tan
elegante. Y tan jodidamente caliente. ¿No podría verse como un vago por un segundo
para que pudiera orientarme?
—Por favor, no hagas esto. Tengo que seguir adelante. Tengo que superarte. Por
favor, arregla tu barco de lujo y vuelve a Francia.
—¿Qué pasa si digo que no?
—¿No?
—No, no voy a volver a Francia. No ahora mismo, de todos modos. —Pasó ambas
manos por su cabello, dejándolo indómito—. Y no, no quiero que sigas adelante, y no
quiero que me olvides. Yo… ¡Merde!150 —mordió la maldición—. Así no es como quería
verte.
Me pellizqué la camisa de ejercicio húmeda de mi pecho.
—Confía en mí, yo tampoco.
Sus ojos regresaron a mí, recorriendo mi rostro, mi cabello, mi cuerpo.
—Eres hermosa, Josephine. Siempre. Pero tu corazón, tu corazón dentro de ti es
lo más hermoso de ti. —Su mano se extendió, y su palma presionó caliente contra mi
pecho.
Me quedé helada. Quemaba . Y miró.
—Y seguramente no lo merezco —dijo y me soltó con la misma rapidez,
dejándome salvajemente despojada—. Yo sé eso. S'il te plaît. Por favor, hablemos. Si no
es ahora, será más tarde. En algún lugar de tu elección. Pero escúchame. Por favor,
escúchame.
Me miró fijamente durante largos momentos. A nuestro alrededor, la ciudad
bullía, y la gente pasaba y pasaba a nuestro alrededor, ajena a nuestro momento y
nosotros al de ellos. Su mirada no tenía fondo, y luché por no hundirme en ella. En él.
Sacudiendo la cabeza, di un paso atrás.
—Josephine —suplicó, con la voz ronca—. Por favor no…
—¿No qué? —espeté, tratando de luchar contra la emoción que subía por mi
garganta.
—No... me rompas. —Se estremeció cuando la admisión salió de sus labios.
Mi aliento abandonó mi pecho. Mis ojos se llenaban, mi nariz ardía y una bola de
golf aumentaba de tamaño en mi garganta.
Tragó, audiblemente, y dio un paso hacia mí, cerrando la distancia que había
creado.
Intentar respirar con él invadiendo mis sentidos era una tortura. di un paso atrás
de nuevo y él me siguió, sus manos subiendo y acunando mi rostro e inclinándome hacia
arriba. Mis piernas se debilitaron y me apoyé contra el costado del edificio. Mis manos
agarraron sus muñecas, con la intención de alejarlo pero sin soltarlo. Sus ojos
bordeados de pestañas recorrieron mi rostro. Y detrás de él miradas curiosas se

150
Mierda; en Francés
movieron sobre y más allá de nosotros.
—Mais, si piensas hacerlo, hazlo correctamente —suplicó en voz baja, con los
ojos ardiendo—. Destruye todo lo que queda de mi corazón. No dejes nada atrás. No
puedo hacerlo de nuevo. No habrá nadie después de ti. Sé minuciosa. Despiadada.
Termina conmigo.
—¿Q-qué estás diciendo?
—Estoy enamorado de ti, Josephine. —Sus ojos clavaron los míos, entregando
todo su secretos abiertamente y sin poder hacer nada.
El sonido de mi nombre pronunciado de esa manera, su francés acentuado
cayendo de sus labios, curvados en mis entrañas.
—Has dado vida a un corazón y a un alma muertos. Me devolviste a la vida.
Hambriento, jadeante y desesperado... por ti. Mi corazón late... por ti. No… —Él frunció
el ceño—. Es como si no existiera antes que tú. ¿Estoy vivo ahora en este mundo que
podría no tenerte a ti en él? No es imposible. No quiero que el mundo gire otro día, que
el sol arda otro día sin ti.
—Xavier —susurré, mi voz me fallaba. El líquido caliente se derramó por mis
mejillas y mi corazón latía con fuerza.
—Siento haber tardado tanto en darme cuenta. Para verte. Para sentirte. Para
creer que podrías amarme. Para creer en mi propio corazón. Mon dieu. —Su frente cayó
hacia adelante para descansar contra la mía. Sus pulgares rozaron mis lágrimas.
Nuestras respiraciones se mezclaron, tartamudearon.
Mis manos agarraron sus muñecas con más fuerza, su pulso fuerte y sin embargo
errático bajo mis dedos. Su boca estaba tan cerca. Su lengua salió disparada para
humedecer sus labios.
—Así que por favor —dijo, susurrando ahora—. Si quieres romper mi corazón,
no dejes nada. Te lo ruego. No dejes nada. No sobreviviré, de lo contrario. Pero no me
rompas el corazón, Josephine. Te lo ofrezco. Completamente. Tómalo. Tómalo... o
destrúyelo.
Y luego sus manos se deslizaron hasta la nuca de mi cuello. Su boca, hambrienta
y desesperada, tomó la mía. Sus labios se abrieron, su lengua barriendo mi boca,
tomando, saboreando y rogando.
—Je suis complètement amoureux de toi151 —susurró mientras su boca dejaba la
mía y patinaba hacia mi oído. Su lengua se arrastró sobre mi piel, prendiéndome fuego.
Él gimió—. Te amo.
Me estaba ahogando en sus palabras y su toque abrumaron cada uno de mis
sentidos. Vagamente consciente de que estábamos parados en la calle a la vista de los
transeúntes curiosos y probablemente de Sylvie, luché por encontrar mi sentido común,
o algo de la amargura o la ira que había sentido momentos antes. Pero todo lo que

151
Estoy completamente enamorado de ti; en Francés
quería hacer era hundirme en su toque. Mi corazón estaba en llamas.
Su cuerpo, sostenido a una distancia respetable del mío, me dijo que él también
era consciente de nuestro entorno.
—Por favor. Josephine. —Se echó hacia atrás, sus ojos azules oscuros eclipses—
. ¿Nos vemos luego? Dime donde. Dime cuando —Sus dedos recorrieron mi rostro.
Asentí, sin aliento, mis venas cantando con sus palabras. Su confesión. El me ama.
Pero… él mismo me había dicho que no confiaba en sus sentimientos. ¿Realmente
podría haber cambiado?
Sus hombros se hundieron con alivio ante mi asentimiento.
—Um. ¿Puedo llamarte? —Yo pregunté—. Tengo… tengo trabajo. Y planes. —
Cancela todo, gritaba mi corazón— .Y necesito... necesito pensar. necesito pensar sobre
si yo... te creo, y lo que eso significa.
—Por supuesto —dijo, tragando saliva y retrocediendo. Una severidad ya se
deslizaba en su semblante, como un hombre que sabía que el golpe se acercaba y estaba
reuniendo toda su armadura para resistir la fuerza del mismo. Su mano se movió para
frotar el centro de su pecho—. Por supuesto que entiendo.
—¿Hace cuánto tiempo estás aquí? —pregunté.
Dejó escapar una risa sin humor y se pasó una mano por la cara.
—¿Qué es gracioso? —Yo pregunté.
Sacudió la cabeza.
—Nada es gracioso. Irónico, tal vez. He hecho planes para quedarme por un
tiempo. Un rato interminable. Esperaba mostrarte que quise decir todo lo que dije sobre
cómo me siento. Pero puedo ver que podría ser demasiado tarde.
—Vaya. —La confusión, la alegría y la cautela competían por mi atención. Sus
ojos se entristecieron, dejándome ver sus emociones de una manera que nunca había
visto. Podría decirle que no era demasiado tarde. Pero no lo sabía.
Nos miramos el uno al otro, la nueva cautela y la vulnerabilidad chocaban con
las realidades de nuestra situación y crecían en un abismo entre nosotros. Y Dios, sin
olvidar que, no importaba lo que acababa de decir, esas palabras en las que quería
revolcarme y saborear y estudiar y acunar, yo vivía aquí. Él vivía allí. Estaba
desesperado. Parpadeé para contener un nuevo ardor de lágrimas.
—Estaré aquí todo el tiempo que sea necesario —dijo.
—Pero, ¿qué pasa con tu negocio?
Se encogió de hombros.
—Lo tengo. Tengo ganas de hacer negocios desde aquí ahora.
—Oh —dije débilmente—. ¿Y Dauphine? —Dios, Dauphine, no podía creer que
no había pensado en ella hasta este segundo.
—Ella está aquí.
Mi cabeza giró en ambas direcciones.
—Espera. ¿Dónde?
—¿En este momento? Ella está con una niñera en el hotel en el que nos
hospedamos. La Posada del Jardinero. ¿ Lo conoces?
Era mi hotel de lujo local favorito porque habían trabajado muy duro para
integrarse en la historia arquitectónica de la ciudad. Perfil bajo, gran elegancia, con
patio, como las antiguas casas de Charleston. Asentí.
—Lo conozco.
Buscó en el bolsillo interior del pecho y sacó una tarjeta y una pluma estilográfica
plateada. Garabateó un número en la parte de atrás.
—Es el número de nuestra suite. Por favor ven. Dauphine quiere saludar. Está
desesperada por verte.
—Ella no ha llamado en algunos días, supuse que era porque estaba mejorando
para conciliar el sueño.
—Ella lo hace. Gracias por eso —añadió sinceramente—. Tu generosidad con
ella —se humedece los labios—, bueno, gracias.
—Lo hice por ella. No por ti.
Asintió.
—Yo sé eso. Estoy agradecido de todos modos.
—Y lo hice por mí. La amo.
—También lo sé. Y nunca me perdonaré por acusarte de lastimarla. Estaba en
pánico. Asustado. Y de lo que me di cuenta recientemente fue que no solo estaba
reaccionando con miedo por mi hija. El tiempo que pasamos juntos, tú y yo... fue como
un terremoto. Me sentí expuesto. En peligro. Porque me estaba enamorando de ti. Me
agarré a una razón para alejarte, para no confiar en ti. Estaba mal. Muy mal. Sé que me
he disculpado antes. Pero, Josephine, el dolor que debo haberte causado... —Respiró
hondo por la nariz y cerró los ojos un momento como para contener la emoción.
Mierda, iba a llorar de nuevo.
—Siento ese dolor como si fuera mío ahora. No puedo creer que lo haya infligido
cuando todo lo que hiciste fue amarnos y curarnos.
—No me lo estás poniendo fácil para ser fuerte.
Dio un paso hacia mí, su mano posándose en mi cuello. Cálido y áspero.
—No seas fuerte entonces. Sé débil como yo. Entonces podemos ser fuertes
juntos.
—Necesito pensar.
—Lo sé. Pero je suis... Me temo que si piensas demasiado no nos elegirás. Y tengo
mucho más que decirte. —Sus ojos dejaron los míos para girar de izquierda a derecha,
luego entre cerro brevemente en la ventana de la sala de exhibición de yates—. Cosas
que no puedo decir en este momento.
—Sylvie nos está mirando, ¿verdad?
—Mais oui. —Su mirada volvió a la mía.
—Ella se pregunta cómo un dios como tú, le está rogando a una sudorosa, sucia
chica como yo para darle una oportunidad a él.
—Me encanta esta chica sudorosa. —Se inclinó y pasó su lengua por mi cuello
bajo mi oído, haciendo que se me pusiera la piel de gallina y que el calor líquido se
asentara en mi vientre.
—¡Xavier!
—Ella sabe bien. Su piel está enrojecida, húmeda y salada como está después de
hacer el amor. Y ya sea que esté sucia o no... —inhaló un gemido hambriento y
entrecortado en mi oído que sentí entre mis piernas—. Me encantaría averiguarlo.
Espero que lo sea.
Gemí mientras trataba de dejar escapar una risa casual. Jesús. Había pasado de
un desastre emocional a una damisela enloquecida por la lujuria y de rodillas débiles
en segundos.
—Ahh, extraño tus sonidos, Josephine. Y hay cosas que me gustaría hacer
también, y este no es el lugar para ellas. —Estaba haciendo todo lo posible para que yo
le diera una oportunidad.
Puse mis manos sobre su pecho y lo empujé hacia atrás.
—Bien. —Me estremecí.
—Bien, te veré esta noche. Me encontraré con amigos, pero te veré después, ¿de
acuerdo?
Él rompió en una brillante sonrisa.
—Guarda eso —me quejé.
Él sonrió más ampliamente.
—No puedo. —Pero luego su rostro cayó—. ¿A qué hora vas a venir? Dauphine
podría estar dormida porque está en horario francés y estaría muy decepcionada.
Aunque quiero verte esta noche. Tal vez sea mejor si está durmiendo porque podemos
hablar en privado. ¿Podemos verte de nuevo mañana? —Me agarró la mano—. Pase lo
que pase esta noche, bueno o malo, dime que cumplirás la promesa de ver a Dauphine
mañana.
Tragué.
—Por supuesto.
—Bon. —Él asintió, luego su sonrisa luchó por abrirse paso de nuevo.
—No traje mis lentes de sol para lidiar con tu sonrisa.
Sus dientes brillaron.
—No puedo creer que me hayas reconocido por detrás —agregué.
—Puedo. Olvidas cuánto tiempo pasé obsesionado con tu trasero. —Me guiñó
un ojo
Mi corazón se hinchó y burbujeó. Dejando escapar un suspiro controlado, en
caso de que empezara gritando con el vértigo que burbujeaba dentro de mí, di un paso
hacia un lado con un movimiento brusco de mi pulgar.
—Me tengo que ir, llego tarde al trabajo.
—D'accord, Josephine. À ce soir152 —Presionó sus labios en mi muñeca y luego
los soltó.
—Hasta esta noche.
Asentí y volví. Cuatro pasos después, miré por encima del hombro y lo atrapé
mirándome el trasero. Me guiñó un ojo y se encogió de hombros con las palmas hacia
arriba como si dijera “¿Qué esperabas?” Me volví y corrí hacia atrás tres pasos,
sacudiendo la cabeza y luchando contra una sonrisa, luego, con un gesto, reanudé mi
camino. No miré hacia atrás hasta que llegué, sudando, pero impulsada por alas en mis
pies todo el camino a casa, en la puerta principal de nuestro apartamento.

152
Muy bien, Josephina. Hasta esta noche; en Francés
CAPÍTULO CINCUENTA Y
DOS

Noche de chicas de emergencia. CUANTO ANTES.


Envié un mensaje de texto al chat grupal con Meredith y Tabitha.
Mer: Ya la tenemos , idiota.
Sí. Pero yo estoy marcando el tono.
Mar: ¿Por qué?
Es una larga historia. Pero no les diré por el grupo.
Mer: Oh.
Tabs: Oh, ¿qué? No importa. Creo que sé por qué.
??
Mer:??
Tabs: Um... No tendría nada que ver conmigo organizando una niñera local para
Xavier Pascale, ¿verdad?
Mar: Que?!!!!!!
¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¿Qué?!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
Mer: Mierda. (Emoji de ojo lateral)
¿Sabías que estaba aquí? Espera. Respuesta equivocada.
Tabs: Sí. Me llamó hace dos días y me dijo que tenía negocios en Charlestón. La
pregunta es por qué no sabía qué TÚ podrías necesitar saberlo. ¿No crees que tal vez
deberías haberme dicho algo? ¡Así no lo tendría que escuchar DE MI CLIENTE!
Mer: uf.
Lo siento. Lo siento mucho.
Mer: Esto es tan incómodo.
No estabas aquí. Y sé que iba contra las reglas. No quería estresarte. Pero te lo iba
a decir, te lo prometo. Espera. ¿Cuándo te lo dijo?
Tabitha: Esta mañana. Llamó y me dijo que tú y él habían tenido una relación. Él
asumió que yo sabía.
Mer: En defensa de Josie, te lo iba a decir esta noche.
Lo iba a hacer. Lo prometo.
Encogiéndome, presioné enviar.
Mer: Pero de todos modos, volvamos a la mierda importante. ¿Él está aquí? ¿Como
aquí, AQUÍ? En Charlestón. Esto es Dios mío. Josie, ¿cómo te enteraste?
Me encontré con él. Literalmente. Estaba corriendo.
Mer: Ugh. ¿Te vio?
Sí. Me vio... hundida en el calor, el sudor acumulado sobre mí, y el pelo encrespado
por la humedad.
Mer: Auch
Auch, de hecho.
Mer: Hablaron?
Sí. Por eso, la ambientación de la noche de chicas es EMERGENCIA. Entonces Tabs,
¿qué dijo exactamente?
Tabs: Tengo una reunión ahora mismo. Hablamos luego xo
¡Puaj!
Mer: ¡Uf!
Tanto que necesito compartir. Y por mas que me va a MATAR quedármelo
embotellado hasta más tarde, es mejor que les diga en persona.
Mer: Por favor. ¿Solo un poco? ¿Él está aquí para ti?
No. Su barco.
Mer: Yo no creo eso. Cuéntame un poco. ¿Dijo que no podía vivir sin ti?
Estoy casi en el trabajo, tengo que irme.
Mer: Por favor!!! ¿Te dijo que te ama?
Mer: ¿Josie?
Mer: ¿Josie?
Mer: JOSIE!!!!!
Sí, lo hizo. Pero ...
Mer: SQUEEEEEALLLL. Sin peros.
Todos los peros.
Mer: Mierda. Te hablaré claro más tarde.
No tengo ninguna duda de que lo intentarás. Pero puede que no necesite mucho
convencimiento.
Mer: Dios mío. ¿En serio?
Mordí mi labio. En serio.
Tabs: Ingrese al chat nuevamente en contra de mi buen juicio. ¿En serio?
Mer: Hola Tabs. Sabía que no podías resistirte a una buena historia de amor.
¿Quizás deberías abrir un servicio de emparejamiento en su lugar? Esto es increíble. Hazlo
conmigo después
Me reí en voz alta.
Tabs: JAJAJAJAJAJAJ. No.
Ah, también le pedí a Barb que viniera a reunirse con nosotros para tomar una
margarita. Ella tiene algunas noticias de trabajo para compartir. Espero que no les
importe.
Mer: Amo a Barb. Cuanto más, mejor.
Tabs: Bien conmigo. Siempre y cuando no te avergüence que te regañen por joder
a tu jefe frente a un excompañera de trabajo.
Fruncí los labios y seleccioné el emoji de boca recta y presioné enviar.
Mer: uf. Otra vez.

Por primera vez desde que comencé mi nuevo trabajo, el día se prolongó. Mi
mente estaba por todos lados. El hombre del que estaba enamorada estaba en mi
ciudad. Quería estar conmigo y yo estaba arrastrando los pies. A la hora del almuerzo,
solo tenía treinta y cinco minutos entre reuniones, así que me dirigí a Washington
Square con un batido, encontré un banco y llamé a mi madre. Era un parque diminuto,
a una cuadra de la ciudad, si eso. Y no mucha gente sabía de su existencia, o al menos sí
lo sabían, nunca cruzaron la puerta.
—Mamá. —El alivio al escuchar su voz mientras respondía me hizo un nudo en
la garganta. A veces solo necesitas a tu mamá. No me di cuenta de cuánto necesitaba
que ella respondiera.
—Querida. Esta es una agradable sorpresa. ¿A qué debo el honor?
—¿Realmente te llamo así de infrecuente? —Aclaré mi garganta y sonreí, el
alivio aflojando todo mi cuerpo.
Ella rió.
—No, pero nunca me llamas durante la jornada laboral. ¿Cómo va todo por allá?
—Es genial. Me conocías mejor de lo que yo me conocía a mí misma, y me
conseguiste el contacto allí. Es perfecto para mí, amo a la gente. Me encantan los
proyectos de conservación. Echo de menos que me desafíen creativamente. Pero
encontraré una manera de volver a eso de alguna manera.
—Estoy emocionada. Pero no es por eso que me llamaste, ¿verdad?
Dejé escapar un suspiro.
—No. Mamá... ¿cómo supiste que papá era el elegido? —Había silencio—.
¿Mamá?
—Sí, querida. Lo siento. Me acabas de tomar por sorpresa. No lo sé
específicamente. Nada de eso tenía sentido. Era el “viejo Charleston”. Yo era una
extranjera inmigrante. Conoces Charlestón. Tan progresista en muchos sentidos, tan
cerrado y atrasado en otros, especialmente dejando entrar a los recién llegados. Pero
nuestro amor era... bueno, era de otro mundo. Sobre el papel, las cejas de todos estaban
levantadas. Pero para nosotros se sintió más grande que nada. Pero lo que lo aseguró
fue cuando dijo que se mudaría y dejaría a sus amigos y su familia y la ciudad donde
creció y su trabajo. Todo. Solo por tener la oportunidad de estar conmigo porque tenía
una pasantía que me llevaría a Londres durante seis meses con la oportunidad de
comenzar una carrera allí.
—¿Y no fuiste? ¿Renunciaste a tu carrera por él?
—Oh cariño. Era un tiempo diferente. Y no. Tuve la misma carrera. Sólo
diferente.
—Pero no el de renombre internacional que podrías haber tenido…
—Josephine. —Ella dejó escapar un suspiro—. La cuestión es. No importaba
porque yo tenía a tu padre. El punto era que él daría todo por mí, como yo lo haría por
él. Pero si me pides mi bendición porque quieres dejar tu trabajo por este francés, me
temo que tendré que aconsejarte que te tomes un momento.
—¿Sentiste lo mismo por Nicolás?
—No.
—Entonces, ¿por qué te casaste con él?
—Estaba sola. Ya sabes cómo es a mi edad. Bueno, no lo haces, pero siempre es
mejor ser parte de una pareja que ser una mujer soltera. Todos son amables al principio,
pero luego dejas de recibir invitaciones cuando estás soltero y listo para tener una cita.
Y cuando llegué a esa etapa, era obvio que necesitaba establecerme. Nicolás era... era
amable. Un poco llamativo. Pero amable. Ahora sé que me estaba diciendo todas las
cosas que necesitaba escuchar para confiar en él, pero yo estaba triste y sola, y tú
estabas tan sola. Y pensé que si volvíamos a sentirnos como una familia completa, serías
más feliz.
Me pellizqué el puente de la nariz y cerré los ojos.
—No es que haya sido culpa tuya, en absoluto. —Se apresuró a decir—. Fui yo.
Todo yo. Tuvimos algunos buenos momentos, ¿no? ¿Con Nicolás?
—Sí. Supongo. Lo hicimos.
—Mira, pase lo que pase contigo, necesito que sepas que quiero que sigas tu
corazón. Incluso si te lleva a Francia. Sabes que eso probablemente haría a tu papá más
feliz que cualquier otra cosa.
—Mamá.
—Lo sería. Siempre quiso volver y ver si podíamos rastrear su historia. Y no te
preocupes por mí.
—Mamá. No me estoy yendo. Me encanta Charlestón. Mis amigos están aquí.
Estás aquí. Me encanta mi nuevo trabajo.
—Pero tú también lo amas.
—Sí. —Dejé escapar un suspiro—. Mucho. Tanto que mi corazón se siente
demasiado grande para mi pecho. Y cuando pensé que todo había terminado, estaba...
devastada. Y ahora está aquí.
—¿Josephine? ¿En serio? ¿Vino por ti?
—No te dejes llevar, vino aquí para revisar su yate.
—¿Trajo a su hija?
—Sí. Pero eso no significa nada.
—Tal vez no. ¿Pero no crees que tal vez estaba usando el yate como una razón
para hacer lo que realmente quería hacer?
Arrugué mi cara y mi mano libre.
—Sí, mamá. Sí —admití—. Por eso te llamo. Yo... mamá, tengo miedo. Está roto.
Dios, está tan roto. Lo amo, e incluso admitió que no confía en sus sentimientos. Pero
ahora dice que me ama. Sé que si hago esto tendré que dar un salto de fe, y te pregunto,
¿cómo lo supiste? De verdad, por favor, ¿cómo lo supiste? —Parpadeé rápidamente.
—Eso es preguntar cómo sabes que la luna llena es redonda. Solo sabes. ¿Lo
sabes? —preguntó.
—Creo que lo sé. Sé que él es la persona para mí. Pero —respiré para
fortalecerme—, nada está garantizado para siempre, incluso si lo sé.
—Oh cariño. —Ella dejó escapar un largo suspiro—. Quieres decir porque tu
padre murió.
Cerré los ojos, exprimiendo las lágrimas que estaban esperando.
—Sí. Yo... la primera esposa de Xavier murió, mamá. —Mi voz se quebró—. No
puedo imaginar ese tipo de dolor. Ha pasado por eso. Y te pasó a ti, mamá. Y la siguiente
elección que hiciste fue Nicolás. ¿Y si yo soy su Nicolás?¿Cómo puedo aprovechar esta
oportunidad cuando no está garantizada? ¿Cuando él es mi elección correcta, pero yo
podría ser su elección equivocada? Estoy tan asustada. Se siente demasiado grande. No
sé. Papá nos dejó. Nicolás nos traicionó. Aunque sé que Xavier es el indicado para mí,
¿cómo aprovecho esta oportunidad? — Mi sollozo se liberó—. ¿Qué pasa si no soy la
indicada para él?
Una respiración entrecortada y un resfriado me dijeron que mi mamá también
estaba llorando.
—Oh Dios. Lo siento mamá. No quería hacerte llorar a ti también.
Ella resopló.
—Está bien. Estoy llorando porque estoy feliz.
—¿Q-qué?
—Estoy feliz de que hayas encontrado este tipo de amor. No hay nada, nada, que
de haberlo sabido antes me hubiera impedido estar con tu padre. Ese tipo de amor es el
tipo por el que caminarás a través del fuego. Morirás mil veces o soportarás la pérdida
una y otra vez solo por haberlo sabido. Es grande y da miedo, pero vale la pena. Incluso
todo lo que tuve que pasar con Nicolás. Si pudiera hacerlo todo de nuevo, lo haría de
buena gana por haber tenido esos años con tu padre. Y haberte tenido. Nuestra hija.
Me limpié las mejillas.
—Oh mamá. —Salió un susurro.
—Es verdad. Entonces, ya sea que decidas o no ir por esto, quiero que sepas que
estaré allí para ti sin importar nada. —Ella hizo una pausa—. Y también, sería genial
tener una ventaja inicial sobre una nieta comenzando con una niña de diez años.
—¡Mamá! —Solté una risa ahogada.
—Sólo digo. No me importaría ser la abuela estadounidense que la malcría. Estoy
lista.
—Ella tendrá suerte de tenerte.
—Será afortunada de tenerte, Josephine.
Un extraño sonido de gemido salió de mi pecho y garganta mientras me defendía.
Más llanto. Traté de fruncir los labios y soplar como si estuviera soplando en una bolsa
de papel.
—Guau.
—¿Qué más es?
—Bueno, sabes que es muy conocido en Francia. Si hago esto... la gente va a
querer saber quién soy. Quién es mi familia. Y estoy preocupada.
Hubo una pausa.
—¿De quién?
—Tú. Sobre todo tú. Yo. Tal vez incluso Xavier. No sé.
—Bueno, no te preocupes por mí. Una cosa buena que he logrado es hacer crecer
una piel más gruesa. Pero sabes, querida, Nicolás ya nos ha quitado mucho. No dejes
que te quite esto a ti también. Tu vas a estar bien. Vas a ser feliz. Sé que lo eres.
—Soy un maldito desastre, eso es lo que soy.
—¡Josephine!
—Lo siento, mamá. —Me reí entonces, sintiendo como si algo dentro de mi pecho
se había liberado—. Gracias.
Nos despedimos, e incliné mi cabeza hacia el sol, deseando que se desvaneciera
el desastre que debe tener mi cara.
Regresé al trabajo y me metí en el baño para lavarme la cara y volver a aplicar
mi maquillaje con mi pequeño kit de emergencia. La máscara de pestañas tenía dos años
y estaba endurecida, pero el corrector y el brillo de labios eran adecuados. Después de
ver a mis chicas, tal vez tendría que correr a casa para darme una ducha y un retoque
adecuado antes de ver a Xavier.
A las cinco y media de la tarde nunca había estado más lista para una noche de
chicas. Me acercaba a King Street Tavern cuando sonó mi teléfono. Donovan y Tate.
Fruncí el ceño. Barbara seguro iba a tener que cancelar y, francamente, con todo lo que
había sucedido hoy, podía esperar por completo a escuchar las últimas noticias sobre
lo que había sucedido con el trato en East Bay Street.
—Hola, Barb —respondí.
Había silencio. Y luego,
—Este es Ravenel Tate. ¿Es esta Josie Marín?
Tragué.
—Lo soy.
—De acuerdo. Bueno, me pondré manos a la obra. Oh. Me preguntaba si podría,
um, es posiblemente, eh...
Mis ojos se abrieron, mis cejas se elevaron y mis pasos se hicieron más lentos.
—¿Sí?
—Bueno, eh, la cuestión es que nosotros, Jason y, por supuesto, Donovan y yo,
definitivamente yo, bueno, nos preguntamos si podríamos ofrecerte tu… su antiguo
trabajo devuelta.
Llegué a una parada completa.
—¿Perdón?
—Queríamos saber si querías tu antiguo, no, lo siento, queríamos saber si lo
harías, si tal vez podríamos ofrecerte un trabajo aquí nuevamente en el puesto de
Asociado senior.
Frunciendo el ceño, di vueltas en un círculo, el teléfono en mi oreja y mis ojos sin
ver. Me alejé del flujo de turistas en King Street y miré ciegamente la exhibición de joyas
nuevas y antiguas en Crogan's.
—¿Y por qué querría hacer eso? —pregunté, genuinamente curiosa.
—Vaya. Bueno, hay un nuevo promotor para el proyecto del hotel East Bay
Street. Compró el antiguo desarrollador. Y, obviamente, nos gustaría mantener el
negocio. Pero... no le gusta el diseño de Jason. Quería algo más… —Escuché a Tate
aclarar su voz y me lo imaginé metiéndose un dedo en el cuello como si lo estuviera
ahogando.
Sonreí.
—Continúe.
—Quería algo más histórico. Dada la historia de la tierra.
—Ya veo.
—¿Así que lo harás?
—No.
—¿No?
—Puedes contratar a alguien para consultar. Incluso puedes usar mis diseños ya
que me los quitó. Pero si crees que volvería a trabajar para ti después de lo que hiciste,
debes estar loco. —Mi corazón latía con la audacia y el descaro de decir lo que pensaba.
Mi feminista interior vitoreó, incluso cuando mi yo interior de dama y buen
comportamiento que tomó una multitud de microagresiones para no sacudir el barco
en el trabajo, se encogió y calló y agarró sus perlas. Mis mejillas palpitaban y mi cara se
puso caliente.
—Ya veo. Entiendo. ¿Podríamos, ah, tal vez contratarte para consultar?
Solté una carcajada. No hubo risa de respuesta.
—Espera. ¿Es en serio?
—Mucho. Te pagaremos la misma cantidad, si lo solucionas, será pagada por
hora…
—No.
—Lo duplicaremos. Solo para consultar.
—No. Y no me insultes ofreciéndome más dinero. Verás, el problema no es el
trabajo.
—¿Vaya? Pero, ¿y la historia? —preguntó, su voz se volvió un poco superior y
burlona, claramente poco acostumbrado a lidiar con el rechazo. Estaba recurriendo a la
provocación y al ridículo.
Fruncí el ceño.
—Tienes la oportunidad de salvarlo —continuó como si me estuviera haciendo
un favor—. Para hacerlo a tu manera.
Error, amigo. Tomé una respiración profunda.
—El problema, me temo, eres tú. Mientras sigas a cargo del proyecto, o cerca de
él, no trabajaré en él. —Me mordí el labio, asombrada de mí misma. Sabía que siempre
me habían enseñado a no quemar puentes. Al menos no en Charleston. Pero en este
momento, no me quedaban ninguna mierda que dar.
Había silencio.
—Si no hay nada más... —probé—. Es viernes por la noche y …
—Ah, no. No, está bien. Que tengas una buena noche.
—Tú también. —Colgué.
Guau. Este día. Negué con la cabeza.
Al entrar en el bar, vi que Barb, Tabs y Meredith ya estaban allí.
—¡Buuuuu! —todos corearon al verme.
Me detuve y sostuve mi mano en mi pecho.
—¿Qué?
—¿Por qué estás aquí y no vas tras tu único amor verdadero?—preguntó
Meredith, hablando claramente por el grupo cuando todas asintieron.
Miré. Tabs sacó un taburete de la barra en la parte superior alta para mí, y Barb
deslizó una bebida en una copa de martini hacia mí.
—Ginebra, ¿verdad? —preguntó—. Para que conste, estoy de acuerdo con
Meredith, pero es posible que necesite un poco de coraje holandés.
—Gracias. —Levanté la bebida mientras me sentaba—. Tabs —La miré a los ojos
antes de girarme hacia Meredith—, Mer. —Luego tomé un gran sorbo.
—¿Así que? —preguntó Meredith—. No nos hagas esperar.
Miré a Tabs.
—Lo siento. Me enamoré de mi jefe, su cliente. Tuvimos una relación. No
queríamos que sucediera. Si te sirve, renuncié antes.
—¿Renunciaste? —ella chilló—. ¿En medio de un trabajo, sin decírmelo? ¿Qué
hiciste mal?
—Shhh. —Meredith puso una mano sobre la de Tabitha y miró a su alrededor.
—Lo siento. Pero, eh, ¿qué? —preguntó Tabita.
—No porque haya hecho algo malo, lo prometo. Después de que descubrí que él
quería reemplazarme, las cosas se pusieron incómodas. Fui herida. Iba a renunciar,
pero luego descubrí que solo quería que me fuera porque se sentía muy atraído por mí.
Aparentemente, no pudo manejarlo.
Dios sabe por qué. Meredith fingió gruñir y yo entrecerré los ojos.
—Es broma, es broma —dijo.
A mi izquierda, Bárbara prácticamente se derritió en el acto, con una mano en el
pecho.
—Oh, Dios mío, esa es la cosa más romántica que he escuchado.
Tabitha parecía estar reflexionando, con la boca prácticamente invertida por la
forma en que se mordía el labio.
—Te prometo que no fue nada malo. De hecho, renuncié antes que nada podría
pasar. Dauphine no consiguió… —Mierda. Estuve a punto de decir que a Dauphine no le
hizo daño. Pero ella había sido secuestrada mientras su padre y yo habíamos estado a
horas de distancia teniendo un escape sexy. Mi estómago dio un vuelco con náuseas
absolutas. Dios. Mi mirada se posó en mi bebida.
—Necesito ir al baño —dijo Tabitha, su voz apagada y decepcionada. Saltó del
taburete.
—Ay —dije—. Me siento como una mierda. —Iba a tener que darle a Tabs mucho
más que el breve resumen que le acababa de dar. Y muchas, muchas disculpas.
—Nunca hay un camino fácil hacia el amor verdadero —dijo sabiamente
Meredith—. Iré a ver si está bien. —Se deslizó de su taburete y la siguió.
—¿Se encuentra ella bien? —preguntó Barb.
—Es... es demasiado para profundizar en este momento. — Suspiré
pesadamente. Tanto para una noche de sanación de chicas como para recibir consejos
sobre cómo hablar con Xavier—. Pero, oye, ¿adivina quién me llamó al entrar?
—¿Tate? —Bárbara adivinó.
—Espera. ¿Cómo lo supiste?
—Eso es lo que necesitaba decirte. Entonces, ¿viste que los letreros estaban
caídos? Bien, al parecer, el desarrollador vendió toda su posición a un tipo nuevo. Y el
chico nuevo odia los planes que Jason había aprobado. Y aunque le advirtieron que
retrasará el proyecto otros doce meses por lo menos, él quiere planes diferentes. No le
importa que tenga que aguantar más tiempo. Claramente el tipo es rico. Y
aparentemente Donovan le mostró tus planes. Él los ama. Le encantan especialmente
las pequeñas notas a pie de página que tenías sobre por qué tomaste ciertas decisiones
y la historia de la tierra y qué no. Primero quiere una excavación arqueológica y luego
quiere construir una sala de exhibición para delinear la historia de la tierra en la que
está construido el hotel.
Parpadeé, me moví. Y un poco asombrado de que el nuevo desarrollador quisiera
las mismas cosas que yo.
—Eso es …
—¡Lo sé! Increíble, ¿verdad?
—Eso explica por qué Tate estaba rogando tenerme en ese entonces.
Probablemente soy la única persona que ha defendido el elemento histórico. Pero
tienen mis planes, ¿por qué no los usan?
—Porque el Sr. Pascale —bajó la voz—, ese es el nuevo propietario que compró
el proyecto, les dijo que si no pueden volver a incorporar a la persona original que
diseñó esos planos, entonces se va con una firma de arquitectos diferente.
Mi bebida estaba suspendida a dos pulgadas de la mesa donde me había quedado
congelada en pleno vuelo cuando ella mencionó al Sr. Pascale, y ahora se deslizó hacia
la mesa con un fuerte crujido.
El sonido me llamó la atención, y el líquido se derramó por los lados hasta llegar
a mi mano.
—¡Oh querida! Toma —dijo Barb y presionó su servilleta sobre el derrame. Ella
se inquietó y trató de secarlo.
—¿Qué nos perdimos? —Meredith cantó mientras se sentaba de nuevo. Tabs se
arrastraba detrás de ella
Mi boca se abrió y luego se cerró.
—Oh —dijo Barb—. Acabo de decirle a Josie que le ofrecieron su trabajo por el
chico nuevo.
Me puse de pie abruptamente.
—Lo siento. Yo, eh, me tengo que ir. Gracias, Barb. lo siento tengo que correr.
Meredith inclinó la cabeza.
—Mer, pon a Barb al tanto de Xavier Pascale. —Me volví hacia Barb—. Cuéntale
a Tabs y a Mer lo que me acabas de contar.
Barb asintió.
—Por supuesto. Espera. Xavier... ¿Pascale?
—Sí —dije. Bebí mi bebida de ginebra y casi me atraganto.
—¡Ve a buscarlo! —Meredith aplaudió.
Tabs me miró fijamente, una mezcla de emociones en sus ojos. Y Barb,
asimilando todo junto, solo susurro:
—Ve a buscar a tu hombre. —Segundos después, salí corriendo por la puerta.
Ya era tan tarde.
CAPÍTULO CINCUENTA Y
TRES

Volé a través de la puerta del Planters' Inn y me detuve abruptamente en el


ancho piso de tablones manchados de nogal. Mierda. ¿Dejé la tarjeta con su número de
habitación en casa cuando fui a ducharme antes del trabajo? Abrí mi bolso y con poco
entusiasmo revisé los bolsillos interiores incluso mientras recordaba dejar la tarjeta en
mi mesita de noche pensando que la tomaría cuando volviera a casa para refrescar mi
atuendo y maquillarme después de la noche de chicas. ¿Debería ir a casa a buscarla o
tomar una copa en el Peninsula Grill, el restaurante del hotel, y llamarlo?
—¿Puedo ayudarla, señorita?
Un botones o camarero uniformado o como los llamen aquí, apareció a mi lado.
Mis hombros se hundieron.
—No. Estoy bien. Gracias. Olvidé el número de habitación de mi amigo. Esperaba
sorprenderlo.
Hubo un chillido y pies corriendo.
—¡Josie!
Me volví justo a tiempo para atrapar a Dauphine mientras se lanzaba a mis
brazos.
—¡Guau! —Me reí sorprendida cuando la atrapé y la estreche en un fuerte
abrazo, levantándola por los aires. Se aferró y trató de envolverse a mi alrededor, y me
tambaleé bajo su peso— ¡Guau! Guau. ¡Eres pesada!
—Dauphine. Arrête.153 ¡Descender!
Se deslizó hacia abajo, pero sus brazos no me dejaron. Sobre su cabeza, Xavier
estaba de pie con sus jeans azules y camisa blanca, sus dedos índices metidos en sus
bolsillos delanteros.
—Bajamos a cenar —dijo. Sus dientes mordieron su labio inferior. Mi corazón se
hinchó.

153
Detente en Francés
—Te ves bien —dijo, sus ojos deslizándose por mi blusa verde sedosa y mis jeans
blancos—. No es que no me guste tu atuendo para correr.
Bajo mis manos, sentí un temblor.
—¿Dauphine?
Miré hacia abajo. Sacudió la cabeza y apretó la cara contra mi vientre, sus
hombros se sacudieron.
—Oh cariño. —Pasé mis manos por su cabello y sus hombros—. Estoy aquí.
Me agaché y la miré, apartando suavemente el cabello de sus mejillas mojadas.
—¿Lágrimas de sirena?—pregunté con una sonrisa.
—Viniste. —Su voz era temblorosa, su labio temblando—. Papa dijo que no
podía verte hasta mañana.
Miré detrás de ella.
—Los extrañaba mucho a los dos —dije, mirándolo directamente—. No podía
esperar.
Los ojos de Xavier parpadearon y su garganta se movió, su barbilla se inclinó
ligeramente.
Aparté los ojos de él y le devolví la sonrisa a Dauphine.
—¿Hay alguna posibilidad de que pueda unirme a ustedes dos para la cena?
—¡Oui! Papa, ¿s'il te plait? —Se volvió hacia su padre.
—Bien sûr, ma petite154. —Entonces me miró a los ojos y me tendió la mano—.
No me gustaría nada más.
Dejé caer mi mirada de sus profundos y cálidos ojos a su mano extendida. Con
una respiración profunda, lo tomé. Sus dedos, cálidos y secos, se cerraron alrededor de
los míos. En el interior, mi alma parecía levitar y no estaba segura de que volvería a
bajar. Dauphine agarró mi otra mano y, con una risa, me dejé arrastrar hacia el
Peninsula Grill.
Las lágrimas de Dauphine se olvidaron cuando tomó un segundo aliento y
parloteó sin parar hasta que sus ojos se pusieron caídos.
Xavier hizo señas para la cuenta tan pronto como terminamos de comer algunos
aperitivos y ensaladas.
Cuando salimos del restaurante, Xavier levantó a Dauphine sin esfuerzo y ella
apoyó la cabeza en su hombro. No hubo discusión sobre si debía ir con ellos, pero Xavier
se alejó y me abrió la puerta del patio. Me deslicé a través, mi corazón cada vez más
fuerte en mis oídos.
Cruzamos el patio, el paisaje iluminado suavemente por luces a pesar de que aún
no estaba oscuro. El tintineo de la fuente central me hizo pensar en orinar. Estaba

154
Claro que si cariño; en Francés
nerviosa.
Xavier deslizó una tarjeta de acceso y entramos en un vestíbulo con escaleras.
Me indicó que me adelantara y, aunque tenía a Dauphine en brazos, no pude evitar
pensar en él siguiéndome escaleras arriba en Calvi. En el primer nivel se encontraba la
sala y la cocina, elegantemente decoradas en tonos tierra con líneas modernas y
suntuosos acabados. Había otra escalera que subía, pero Xavier se dirigió a través de
una puerta a otro dormitorio con Dauphine. Rápidamente usé el baño mientras Xavier
la ayudaba a ponerse el pijama.
—Josie —dijo adormilada cuando salí.
—Estoy aquí, amor. Vamos al baño y lávate los dientes, papá te sostendrá.
Ella adormilada hizo su trabajo, y luego se apoyó en Xavier mientras yo
gentilmente le cepillaba los dientes mientras dormía de pie. Luego la llevó a la cama y
la besó en la frente. La besé también, y luego con el corazón en mi garganta, seguí a
Xavier a la sala de estar.
Se dirigió a la cocina.
—¿Te gustaría una copa de vino? ¿O algo más?
—El vino sería genial. —Desde el otro lado del mostrador, lo vi tomar dos vasos
y buscar en la nevera una botella fría—. Este es un buen hotel. Uno de mis favoritos.
—¿Por qué? —preguntó, girando el sacacorchos en la parte superior de la botella
y luego sacándola con facilidad. Sus antebrazos, los tendones flexionados, la dispersión
del vello oscuro sobre la piel bronceada, eran fascinantes—. ¿Estás bien? —preguntó,
divertido.
—¿Disculpa, que?
Sacudió la cabeza y apretó los labios para ocultar una sonrisa. Luego sirvió dos
vasos y me tendió uno.
—Te pregunté por qué era uno de tus hoteles favoritos.
Tomando el vino, choqué contra su copa suavemente, luego tomé un pequeño
sorbo. El sabor frío y agrio se deslizó por mi lengua.
—¿Qué tal si me cuentas sobre tu último proyecto de hotel?
—Ah. Difícil guardar un secreto en esta ciudad, ¿eh?
Me incliné hacia delante y apoyé los codos en la encimera de hormigón de la
cocina.
—Es casi tan difícil como guardar un secreto en un barco.
Él se rió y asintió.
Dejando mi vino a un lado, junté mis manos.
—No quiero volver a trabajar para Tate nunca más. Habría pensado que lo
sabías.
—Lo hice.
Mis cejas se juntaron.
—Entonces, ¿por qué pedirle que me devuelva mi trabajo o arriesgarme a perder
el negocio por completo?
—Para que puedas tener el placer de decirle que se vaya a la mierda.
Inhalando profundamente por la nariz, me deleité con la alegría y el amor que
me inundaban el pecho.
—Ah —dije—. ¿Y por que seria eso?
—Pensé que era el mejor regalo que podía darle a una mujer que no necesita
nada.
—¿Compraste un proyecto hotelero completo por valor de millones solo para
que pudiera decirle a alguien que se vaya a la mierda?
—Quería que reconociera lo talentosa que eras, lo mucho que había perdido, lo
miope que era, y quería que suplicara. ¿Te rogó?
—Para él, creo que era mendigar. —Me encogí de hombros, tratando de luchar
contra la sonrisa que estaba desesperada por salir.
—Algunos hombres no saben cómo mendigar —dijo en voz baja, rodeando el
mostrador. Se detuvo cuando estuvimos cara a cara. Sus ojos me recorrieron, dejando
chispas a su paso. Tomando un mechón de mi cabello, lo retorció alrededor de su dedo.
—¿Es eso así? —pregunté, mi respiración entrecortada—. ¿Eres uno de esos
hombres?
Se mordió el labio como si estuviera sumido en sus pensamientos, luego me miró
directamente a los ojos y lentamente se puso de rodillas.
Me reí nerviosamente.
—Xavier, levántate. Estaba bromeando.
Sus dedos vagaron por mis muslos y caderas hasta mi cintura y luego me
rodearon, su frente avanzando para descansar contra mi vientre.
Tragué, con la boca seca y el corazón acelerado. Mis dedos bailaron a través de
su suave cabello.
Sus labios encontraron mi piel debajo de mi camisa.
Siseé en un respiro.
—Por favor —rogó contra mi piel, salpicando suaves besos y tomando pequeños
sabores—. ¿Estarás conmigo? ¿Estarás con Dauphine y conmigo? ¿Me dejarás amarte?
¿Amarás este corazón roto mío? ¿Y perdonarme por lastimarte? ¿Que me despierte cada
mañana con tu sonrisa, con el olor de tu piel, con el sonido de tu amor?
—Yo no… ¡ay! —siseé—. ¿Acabas de morderme?
—Más, sí. Dijiste algo que no sonó como un sí.
—Tal vez no eres tan bueno para mendigar.
Levantó una ceja en desafío, la picardía bailando en sus ojos oscurecidos.
—Además, en realidad quiero consultar sobre ese proyecto.
Se rió mientras sus dedos hacían un trabajo rápido del botón y la cremallera de
mi jeans blancos.
—Esto es injusto. —Jadeé cuando su boca siguió mis jeans sobre mi caderas, su
aliento caliente contra mi núcleo humedecido rápidamente.
—¿Lo es? —preguntó, deteniéndose para quitarme los tacones. A instancias
suyas, di un paso fuera de mis vaqueros. Su mirada hambrienta sobre el diminuto par
de bragas que llevaba puestas me las iba a quemar, bañándonos en chispas flotantes de
seda quemada. Su mano subió por la parte interna de mi muslo y luego un solo dedo
pasó por el centro de mí.
—Oh, Dios —gemí—. Sí. Sí, es injusto. ¿Cómo puedo pensar con claridad?
Se enganchó en el costado de mi ropa interior y los deslizó por mis piernas.
—No te escucho pedirme que pare.
—Simplemente no me muerdas de nuevo.
—No puedo prometer eso —dijo con una risa oscura.
Entonces se puso de pie y su boca tomó la mía. Me rendí al beso, enrollando mis
manos alrededor de su cuello y deslizándolas por su cabello. Sus labios se movieron
sobre los míos, con urgencia, pellizcando y saboreando. Separé mis labios, saboreando
a escondidas mi lengua contra la suya.
Un gemido gutural salió de su garganta y su lengua volvió a buscar la mía,
hambrienta y exigente. Sabía a vino agrio, dulce pecado y promesas para toda la vida.
—Josephine —pronunció de esa manera única suya.
Si mi corazón fuera una cinta, estaría girando hacia arriba y hacia arriba y
envolviendo el suyo.
—Te equivocaste, lo sabes —logré decir entre besos.
—¿En qué? —Un brazo se cerró alrededor de mi cintura, y su otra mano inclinó
mi cabeza para poder tomar más. Bebió, chupó y lamió dentro de mí. Me estaban
devorando, y me encantaba.
—Que soy una mujer que no necesita nada —dije en su beso—. Te necesito.
Entonces, de repente, estaba en el aire y depositado en el mostrador de la cocina
helada. Grité en estado de shock.
Retrocedió, el aliento entrando y saliendo de su pecho, los labios brillando.
—Mon dieu. ¡Me haces perder la cabeza! Lo siento. Estaba listo para saborearte
aquí mismo. Pero despertaremos a Dauphine. —Me sacó del mostrador tan rápido como
había aterrizado y se pasó una mano por la cara. Su cabello estaba despeinado y
sobresalía en cinco direcciones.
Mi corazón se estrujó y mi cuerpo latió.
—Ve a poner el ventilador en su baño. Vamos... ¿Llevamos esto a tu habitación?
—Mis mejillas se calentaron.
—Sí. Mon dieu. —Él retrocedió y luego se apresuró a su habitación. Me tomé un
segundo para recuperarme, luego recogí mis zapatos, ropa interior y jeans y subí las
escaleras de puntillas. Sabía que aún necesitábamos hablar. Y yo durmiendo con él en
este momento no significaba que todavía no tuviéramos mucho que resolver. Quiero
decir, ¿se estaba mudando aquí? ¿Realmente compró el desarrollador solo para que yo
le diera una lección a mi antiguo jefe? ¿Quería realmente construir un hotel? Pensé, por
su padre, que no incursionaba en la construcción. ¿O esperaba que volviera a Francia
con él? Mi mente dio vueltas y me sentí rara y expuesta de pie junto a su cama
esperándolo mientras estaba desnuda en la mitad inferior.
El segundo nivel de la suite era un loft abierto con una media pared que nos
ocultaba desde abajo, y la cama era de tamaño king y elegante. Pero no había puerta ni
paredes, y ¿realmente deberíamos estar teniendo sexo cuando su hija podía subir aquí
en cualquier momento que se despertara?
Sintiéndome completamente cohibida, me volví a poner la ropa interior y luego
me senté para ponerme los jeans. Deberíamos estar hablando de realidades, no cayendo
en la cama.
Xavier corrió escaleras arriba. Llegó a la parte superior descalzo, me echó un
vistazo, y gruñó.
—No. —Negó con la cabeza y se acercó a mí. Inclinándose hacia abajo, agarró mi
rostro y cubrió mi boca con un beso hambriento, luego deslizó mi camisa por encima de
mi cabeza y desabrochó mi sostén. Me empujó hacia atrás en la cama y agarró mis jeans,
arrancándolos del único tobillo en el que había logrado ponerme y los envió volando
sobre la pared del desván al nivel inferior—. Je veux te baiser, Josephine —susurró.
—¿Q-Qué significa eso? —Yo pregunté.
—Ya lo has oído. Significa que quiero follarte, Josephine.
—¡Xavier! —El calor brilló a través de mí.
—¿Oui? —preguntó, luego con una mano me arrancó la ropa interior.
Jadeé en estado de shock.
—¿En serio acabas de arrancarme la ropa interior?
—Creo que finalmente se me acabó la paciencia —dijo, y se puso de pie, y con
una mano detrás de su cabeza, tiró de su camisa y se la quitó.
Mis ojos devoraron a este fuerte, hermoso y amoroso padre y hombre. Mi mirada
se arrastraba por su pecho definido, salpicado ligeramente con cabello oscuro, y bajaba
sobre su estómago plano hasta la uve que desaparecía en la parte superior de los jeans
azul oscuro de cintura baja. Volví a mirarlo a la cara, pero sus ojos recorrieron mi
desnudez y terminaron atrapados entre mis piernas.
Se arrodilló al final de la cama y con una mano en cada tobillo, tiró de mí hacia
él.
—¿Todavía quieres vestirte? —preguntó.
Mi respiración era rápida y superficial. Negué con la cabeza. Quería estar
desnuda con este hombre más de lo que quería respirar.
—Dilo.
—No. —Dios no. Acababa de joderme con sus ojos y sus palabras, y me sentí al
borde del orgasmo y apenas me había tocado.
—Bon —dijo y me abrió, su cara acercándose a pulgadas de mí. Su aliento era
cálido y frío al mismo tiempo. Me retorcí.
—Por favor —rogué.
—¿Qué pasa, mon ange? ¿Qué necesitas?
—Por favor, bésame allí.
Él tarareó.
—Mmm —dijo y luego presionó un pequeño beso con la boca cerrada. Justo en
mi clítoris. Me resistí.
—¿Sólo un beso? —preguntó y lo hizo de nuevo.
—No. —Sollocé un suspiro—. Más.
—Dime.
Jadeé cuando sus manos presionaron mis piernas más separadas. Mi cuerpo
estaba llorando y temblando por él, chispas saltando por toda mi piel como si fuera
demasiado apretada para mis huesos.
—Dime.
—Yo quiero tu lengua.
—Ah, ¿un beso francés? ¿Oui? —Se rió y luego me lamió largo y lento.
—¡Sí! —Mi espalda se arqueó—. Oh Dios. —Las palabras salieron de mí en un
sonido profundo y gutural que apenas reconocía que era capaz de hacer. Cada
movimiento lento de su lengua hacía que mi cuerpo persiguiera su boca, arqueando mis
caderas hacia él. Mis manos llegaron a su cabello, agarrándolo. Su lengua seguía
saliendo, repetidamente, enloquecidamente lenta, como si supiera que estaba cerca,
pero serpenteando y serpenteando hasta que no pude respirar—. Por favor. —Esto
puede haber comenzado con él rogándome, pero ahora era yo quien rogaba.
Especialmente cuando de repente se detuvo.
Miré hacia abajo, parpadeando, y lo vi chupar dos de sus dedos en su boca y luego
deslizarlos dentro de mí.
—Oh, mierda. —Mi cabeza cayó hacia atrás—. Xavier. Por favor.
—¿Comme ça?155 —Los deslizó más adentro y presionó hacia arriba, y su boca
caliente se cerró sobre mí otra vez.
Gemí y me arqueé, el fuego lamiendo y estallando a través de mi cuerpo con
velocidad creciente, un dolor hambriento cada vez más fuerte.
—Oui —murmuró contra mí.
El dolor creció, oscuro, feroz y doloroso, desde más y más dentro de mí. Quería
a este hombre, su cuerpo, su corazón, su pasión, sus miedos, sus heridas, su
temperamento, sus frustraciones. Lo tomaría todo.
—Te necesito dentro de mí. —Me las arreglé, usando mi agarre en su cabello
para levantar su cabeza—. Por favor te necesito. Estoy tan cerca. Y quiero, te necesito
conmigo. No me dejes caer sola.
No discutió. Se puso de pie y se desabrochó los vaqueros y se los quitó junto con
la ropa interior. Su erección se balanceaba rígida y enorme y luego se inclinó sobre mí
y trepó por mi cuerpo. Enganchándome por debajo de los brazos, me arrastró más
arriba en la cama y, sin detenerse, de repente estuvo sobre mí y me penetró con una
estocada larga, lenta y profunda.
Un sonido salió de su pecho, uniéndose al mío, y su cabeza voló hacia atrás,
dejando al descubierto su garganta.
—Josephine.
Deslicé mis manos por sus duros brazos y sobre sus hombros y las envolví
alrededor de su cuello.
Sus ojos se abrieron y se enfocó en mí como a través de una neblina.
—Estoy aquí —susurré, mi mano curvándose en su mejilla—. Hazme el amor.
—Siempre —dijo y se retiró agonizantemente lento antes de volver a deslizarse.
La presión y la plenitud de él me hicieron jadear. Lo hizo de nuevo, sus ojos
tenían problemas para enfocar.
—Te amo, Josephine. —Su frente arrugada, el sudor se acumuló. Empujó dentro
de mí de nuevo, más lento, más fuerte. Y arrastrado—. Te amo mucho. Mi corazón
comenzó a latir de nuevo desde el momento en que te conocí. Incluso antes de que lo
supieras. Pero esto me matará, lo sé.
Mis ojos ardían por las lágrimas y acaricié sus labios con el pulgar, rozándolos.
—No. No, no lo hará. No te haré daño.
—Ámame, Josephine. Por favor. —Empujó y se retiró y volvió a empujar—. Este
soy yo rogando. Quiéreme. —Cambió su peso a un brazo y usó el otro para deslizarse
por mi costado y levantar mi pierna, presionándome aún más abierta.

155
Asi en Frances
Gruñí.
—Lo hago. Te amo. —En segundos estaba de vuelta en el borde. Mis músculos se
tensaron, mi respiración quedó atrapada en mi pecho y hormigueo corriendo por mi
piel—. Dios, Xavier. Te sientes muy bien.
Aumentó la velocidad, su brazo temblaba, su mandíbula tensa, sus ojos brillando.
Palabras en francés que no entendí salieron rápidas y desesperadas de sus labios.
Entonces su cuerpo estuvo sobre el mío, sus caderas moviéndose, su boca
devorando mis labios, mi pecho. De alguna manera, mientras me arqueaba, se las
arregló para chupar un pezón con fuerza en su boca mientras su hueso púbico se
clavaba en mí.
Eso fue todo. Me rompí y me elevé.
Su mano estaba sobre mi boca, y grité en ella, mi cuerpo convulsionando y
disolviéndose.
Sus caderas se estrellaron contra mí, tomando el movimiento de mis caderas que
se agitaban de forma involuntaria y usándolo a su favor. Fue brutal, casi violento. Luego
se congeló, enterrado tan profundamente que yo estaba atrapada, inmóvil y
probablemente magullada, pero temblando por la belleza de eso. Parpadeó para abrir
los ojos. La mano sobre mi boca cayó para sostenerlo y me dejó sin aliento. Observé
cómo la agonía de su éxtasis desgarraba su rostro, su cabeza echada hacia atrás,
mostrando los dientes y los tendones de su cuello tensándose mientras se vertía en mí.
Nunca había visto algo tan excitante o más hermoso. Este hombre era mío. Mío para
guardar y sostener y amar y proteger. Nunca lo lastimaría ni permitiría que nadie lo
hiciera. Protegería su corazón sin importar qué. Siempre.
Con las sienes empapadas de sudor o lágrimas, y el corazón desbocado, mis
dedos acariciaron la piel húmeda de su garganta y rodearon la nuca, atrayéndolo hacia
mí.
—Ven aquí —susurré. No ofreció resistencia, sus brazos débiles y temblorosos,
doblándose hacia abajo hasta que su cuerpo cubrió el mío, su cara girando hacia mi
cuello.
—¿Va a ser un problema?
—Dios, no, te ves inc… —Me mordí el labio, mirando hacia Dauphine que estaba
observando cada uno de mis movimientos y palabras—. Um. Te ves encantador. —Me
aclaré la garganta—. Muy distinguido. Caliente y nerd. Um, eso, ah, lo hace por mí.
Él sonrió.
—¿Eso es cierto?
Asentí.
—Deberías, ya sabes, usarlos mucho. —Mordí mi labio.
Inhaló ruidosamente.
—Papá. Ahora que Josie está despierta, ¿qué pasa con el plan…?
—Dauphine. —Arrastró sus ojos sobre los míos—. No ahora.
—¿Qué plan? —Volví a mirar a Dauphine.
Arrugó la cara y movió los labios entre los dientes, como si estuviera guardando
un secreto que se moría por compartir.
—¿Tienes hambre? —pregunté, compadeciéndome de su miseria y tratando de
distraerla. Tendría que preguntarle a Xavier de qué se trataba eso más tarde.
—Estoy hambrienta.
En el momento justo, mi vientre gruñó.
—Hemos estado levantados desde muy temprano —dijo—. Ya es la hora de
comer en Francia. Pero guardamos un poco para ti, en caso de que tuvieras hambre.
Pero solo un poco porque hoy tenemos un plan para…
—Dauphine, ¿por qué no bajas y te aseguras de que todo esté listo para Josie? —
dijo su padre—. Bajaremos en dos minutos.
Dio un largo suspiro, asintió y bajó las escaleras.
—Oye, quería preguntarte. Anoche, cuando estábamos...
—¿Haciendo el amor?
—Sí. Dijiste que tu corazón comenzó a latir de nuevo cuando me conociste, y
luego dijiste incluso antes de que lo supiera. ¿Qué querías decir?
—¿Fuiste capaz de tener un pensamiento coherente durante eso? no debí haber
estado haciendo un muy buen trabajo.
Mis mejillas se calentaron.
—Confía en mí. Hiciste un gran, gran trabajo.
Se pavoneó, luego dobló el periódico y se quitó las gafas, más fue la pena.
—El día que llamé a Tabitha, el día que renunciaste a tu trabajo, estaba en la
pantalla. Tabitha se había alejado por un momento, pero llegaste a casa, loca, enojada,
escupiendo fuego y tirando tus tacones. Desnudándote. Verte... fue como si alguien me
conectara de repente. Y entonces llegaste tú, y nos conocimos. Y yo... luché. Luché tan
duro, pero me atraía todo sobre ti. Tu espíritu. La forma en que eras con Dauphine. La
forma en que podrías hacerme reír por algo absurdo. Incluso la forma en que supiste
cómo me afectó ver a mi padre. Quería compartir todo contigo. Era aterrador y adictivo.
Y sé que a veces fui duro. Fingiendo que no me afectaste. Asegurándose de que no
pudieras ver cuánto.
—Ay, Xavier. Pensé que me odiabas la mitad del tiempo.
—No. Odiaba la forma en que me hacías sentir que podía perder el control. Me
enorgullezco de mi control en todos los campos. Y luego, de repente, todo no significó
nada.
Xavier dobló el papel y luego recogió su camisa de lino del suelo y me lo tendió.
Sosteniendo la sábana contra mi pecho, me senté y la tomé con gratitud.
—Gracias.
—El placer será todo mío, te lo aseguro. Vamos. Dauphine espera.
Él se rió entre dientes, luego se inclinó hacia adelante y presionó un beso
prolongado en mi frente antes de correr escaleras abajo. A mi izquierda, mis jeans,
camisa, ropa interior y bolso estaban ordenados en una silla.
Vi lo que quería decir dos segundos después cuando fui al baño y vi que podía
ver mis pezones a través de la camiseta. Negué con la cabeza y me lo quité. Después de
un enjuague rápido, me puse el sostén antes de abotonar la camisa nuevamente y luego
ponerme los jeans. Abrí un pequeño paquete de cepillo de diente y pasta del hotel. Me
preguntaba cuándo Xavier y yo íbamos a hablar de nuestra relación. Una cosa era
admitir que se nos amábamos y tener sexo increíble, pero logísticamente, ¿qué
significaba eso? ¿Hubo alguna permanencia en eso? Quería estar con él, pero no había
manera de que pudiera verlo viviendo aquí más de lo que podía verme viviendo en el
sur de Francia.
Escupí la pasta de dientes y me enjuagué la boca con agua varias veces para no
arruinar el sabor del desayuno. ¿Yo, viviendo en el sur de Francia?
Toda esa hermosa arquitectura. Comida increíble. Un hombre maravilloso. Una
familia maravillosa. Una visión de mi madre y la Sra. Pascale bebiendo vino en su patio
y hablando de arte pasó por mi cabeza. Pero, ¿y si nos separamos y me mudo al otro
lado del mundo? Mi pecho se apretó. Estaría sola y me sentiría tan tonto.
Agarré mi teléfono que estaba metido en el bolsillo trasero de mis jeans y envié
un mensaje de texto grupal.

Si me mudara a Francia, me visitarías, ¿verdad?


O si tuviera que volver porque no funcionó, ¿no pensarías que soy una idiota?
¿Estoy loca por mudarme a Francia para salir con un chico?
No es que me haya pedido que vaya.
Estoy enloqueciendo.

Me mordí un trozo de piel junto a la uña de mi pulgar mientras esperaba una


respuesta a cualquiera de los cinco mensajes de texto rápidos que había enviado.
Llamaron a la puerta.
—¿Josephine? ¿Estás bien? —Xavier preguntó, preocupado y algo más en su
tono.
—E-estoy bien.
—¿Estás segura?
—Sí. Bajaré enseguida.

ALGUIEN DESPIERTO????
Envié un mensaje de texto
Mer: perra. ¿En serio? ¿No es suficiente que consigas que un atractivo
multimillonario francés se enamore de ti, pero ahora tienes que despertarnos al amanecer
para alardear de ello?
Lo siento. Me despertaré por ti cuando necesites consejos sobre relaciones. Por
favor ayuda.
Mer: Vete a Francia y jódele los sesos, y pídele que se case contigo, y que tengas
muchas Ranitas más. Sí, te extrañaremos, y sí, te visitaremos. Buenas noches.
Tabs: ídem.

—¡Puaj! —murmuré. Me eché agua fría en la cara y peiné mi cabello con los
dedos y luego abrí la puerta del baño.
Xavier estaba sentado a los pies de la cama, con los codos apoyados en las
rodillas y el temor en la cara.
—¿Estás bien? —preguntó, su rostro transformándose en una ligera decepción
cuando vio que estaba completamente vestida—. ¿Estás enferma?
—No.
Un rubor se extendió por sus mejillas, sus labios estaban pálidos.
—¿Quieres irte?
Tragué saliva y negué con la cabeza.
—No.
—¿Te... arrepientes de algo entre nosotros?
—No. Nunca. Nunca —repetí con el ceño fruncido.
—¿Así que todavía nos quieres a Dauphine y a mí?
Parpadeé y asentí.
—Sí. Pero logísticamente, yo…
—Entonces, ¿qué pasó en el baño? ¿Tengo la sensación de que te estabas
volviendo loca?
—Lo estaba. Bueno, un poco. Le pregunté a Meredith y Tabitha qué debía hacer.
—¿Acerca de?
Lamí mis labios.
—Si debería mudarme a Francia. —Hice una mueca—. Para que podamos salir.
No es que lo hayas preguntado, y yo nunca...
—¿Y qué dijeron?
—¿Qué?
—¿Qué dijeron tus amigas?
—Um… —Saqué mi teléfono de mi bolsillo trasero y lo desbloqueé, luego se lo
entregué.
Sus ojos se agrandaron cuando leyó la respuesta de Meredith, y una sonrisa
curvó su boca. Cuando volvió a mirarme, sus ojos ardían. Me devolvió el teléfono.
—¿Hay algo sobre la sugerencia de tu amiga que te asuste?
Respiré hondo y lo miré a los ojos.
—No.
Apretó los labios, como si contuviera una reacción.
—¿Ni siquiera la parte de “más ranitas''? —Levantó los dedos entre comillas en
el aire—. Y tengo que decir que es levemente insultante.
—No —susurré después de una breve pausa e incliné la cabeza—. ¿A ti ?
Sus ojos se posaron en mi boca mientras contemplaba mi pregunta.
—No —dijo al fin. Sus ojos se posaron en los míos. Y la gravedad de lo que ambos
acabamos de admitir fue como una explosión silenciosa. Promesas y esperanza y un
futuro lleno de amor y risas y una familia más grande de repente florecieron en el
espacio entre nosotros.
Exhalé, una sonrisa vertiginosa partiendo mi rostro incluso mientras trataba de
morderla.
Se levantó.
—Bien, entonces ven. Dauphine tiene una pregunta que le gustaría hacerte.
Extendió su mano y puse la mía en la suya. Besó mi muñeca y luego me guió
CAPÍTULO CINCUENTA Y
CUATRO

Poco a poco me di cuenta de la luz del día detrás de mis párpados y el cosquilleo
de las pequeñas yemas de los dedos subiendo lentamente por mi brazo. El aroma
amargo y delicioso del café me golpeó a continuación. Luego, el sonido de un suave
crujido de papel girando como si alguien estuviera leyendo el periódico.
Luego un susurro.
—¿Cuándo despertará, papá?
—Dauphine, déjala dormir. —La voz baja de Xavier vino detrás de mí. Todavía
estaba en su cama. ¡Oh, Dios mío, y Dauphine me había encontrado aquí!
Inhalé bruscamente. Había dormido tan profundamente que fue un esfuerzo
abrir los ojos. Se enfocaron lentamente en el rostro de Dauphine a menos de tres
pulgadas del mío y con una gran sonrisa.
Era imposible no devolver esa sonrisa, incluso si mi cuerpo se sentía sin huesos
y pesado como un saco de papas.
—Dauphine, déjala.
—Ella está despierta. —Ella aplaudió. Luego se inclinó más cerca y me susurró—
. Te quedaste dormida en la cama de papá.
—Mmm. —Me las arreglé para decir, luego me puse rígida. ¿Estaba desnuda?
¿Estaba cubierta? Hice un balance y concluí que aunque mi brazo y un pie estaban
expuestos, el resto de mí estaba caliente. Rodé sobre mi espalda, con cuidado de no
desalojar mi modestia y girando la cabeza para ver el otro lado de la cama. Xavier, sin
camisa, solo con sus jeans, se apoyó contra la cabecera, con un periódico abierto y
escondiendo su cabeza. Dobló un lado hacia abajo y me miró, sus ojos azules estaban
rodeados por un par de anteojos negros para leer.
—Bonjour, estás despierta. —Dio una pequeña sonrisa.
—¿Y usas lentes?
—No me gusta viajar con mis lentes de contacto. —Levantó un hombro.
—Ni siquiera sabía que usabas.
escaleras abajo. A mitad de camino, levanté la vista de seguir mis pies y vi la mesa del
comedor con comida, flores y champán.
—P-Pensé que habías dicho que habías comido y me habías guardado algo. No…
—Miré a Xavier, solo para verlo mirar hacia Dauphine. Ella estaba esperando,
sosteniendo un sobre en sus manos.
Mi nombre estaba grabado en su ilegible caligrafía en el frente. Solté la mano de
Xavier y di un paso hacia ella.
—¿Qué es esto? —Yo pregunté.
Se tapó la boca y saltó arriba y abajo dos veces.
Lo tomé, lo abrí con cuidado y saqué la tarjeta. Fue escrito por ella en francés.
Josephine,
S'il te plaît, veux-tu être ma belle-mère? Te amo,
Dauphine.
Yo estaba congelada
—Puedes darle la vuelta. Está en inglés en la parte de atrás —suplicó y se volvió.
—Josie —leí en voz alta—. Por favor serás mi madrastra, te amo,
—Dauphine. —Me atraganté con la última palabra—. Oh cariño. —¿Sabía Xavier
que su hija había hecho esto? ¿Y si no estaba del todo listo a pesar de lo que entendíamos
arriba? Me di la vuelta para mirarlo—. Oh —jadeé.
Mis ojos se posaron en Xavier, sobre una rodilla, y levanté la mano y me tapé la
boca.
Extendió una caja abierta, una sonrisa torcida en su rostro, y dentro había un
anillo de un solo diamante brillante.
A mi lado, Dauphine saltaba arriba y abajo.
—Josephine —empezó a decir Xavier con voz áspera. Él se aclaró—. Josephine,
eres la emperatriz de mi corazón. Me posees. Sé que ha sido rápido. Pero nunca he
estado más seguro. Me has hecho creer de nuevo en el amor, y no puedo imaginar un
mundo en el que no estés a mi lado…
—Et moi 156—interrumpió Dauphine.
Me reí, las lágrimas rodando por mis mejillas.
—Desolé, mon chou157, no puedo imaginar un mundo en el que no estés a
nuestro lado como parte de nuestra familia. —Sus ojos azules me miraron fijamente,
insondables y serios y llenos de más amor, confianza y esperanza de lo que jamás podría
creer ser digna—. Te amo, Josephine Marín. Te amamos. Sé que parece rápido, pero
nunca he estado más seguro de nada en toda mi vida que de lo que siento por ti. Por

156
Y yo; en Francés
157
Lo siento cariño en Francés
favor, ¿quieres casarte conmigo y hacer que mi corazón vuelva a estar completo y que
nuestra familia vuelva a estar completa? Te prometo que te cuidaré. Tú y tu madre.
Podemos vivir aquí, o allá, o en cualquier lugar. En un barco, en tierra, no me importa
mientras estemos juntos. Y puedes trabajar, o no trabajar. Construye edificios feos o
salva los viejos. Lo que te haga feliz. Pero siempre respetaré la importancia de lo que
elijas hacer…
—Sí —lloré. Agarré a Dauphine en un fuerte abrazo, luego la solté y caí de
rodillas frente a Xavier—. Sí. Sí. Sí me casaré contigo. No me importa dónde vivamos
mientras no sea un barco. Pero en cualquier otro lugar, mientras yo esté contigo. —
Tomé su rostro entre mis manos y solo así de cerca pude ver la brillante emoción en sus
ojos. Pasé mis pulgares por sus pómulos y luego me incliné para besarlo, aplastando la
caja con el anillo entre nosotros solo para poder sostenerlo.
Le oí cerrarlo de golpe y sus brazos me rodearon y me sujetaron con fuerza.
—¡Hourra! ¡Hourra! —Dauphine chilló y luego se echó a llorar.
—Oh, no. —La alcance. Xavier y yo la doblamos entre nosotros—. Está bien,
cariño. No estés triste.
Ella inhaló y se limpió la cara de un lado a otro en mi camisa. La camisa de Xavier.
—YO… No estoy triste. —Nos separó y salió de nuestro agarre— ¡Voy a llamar a
Mémé! —Corrió a su dormitorio para llamar a Madame y nos dejó solos a Xavier y a mí.
Nos separamos, y me besó suavemente una vez más, y luego me apartó el pelo de la
cara—. Me has hecho más feliz de lo que nunca pensé posible. Doy gracias a Dios todos
los días que el pendejo de Tate te hizo renunciar para que pudieras venir a Francia. Esa
es la única razón por la que aún no he despedido a su empresa.
Reí y agité mi cabeza.
—Donovan es muy amable. Y Barbara y un grupo de dibujantes, ingenieros y
asociados junior. Sería horrible para ellos perder ese proyecto.
—Eh. —Se encogió de hombros—. De acuerdo.
—Estás loco —le dije.
—Casi seguro. —Me besó de nuevo, luego se apartó y levantó mi mano. Buscando
a tientas en la caja, logró sacar el anillo con una mano, dejando que la caja ahora vacía
cayera al suelo.
—¿Eso es... una caja de Crogan? —pregunté, reconociendo a la familia local y al
joyero inmobiliario en el logo de King Street— ¿Cuando… ?
—El día de ayer. De hecho, casi pensé que nos habías visto a Dauphine y a mí.
Estabas al teléfono en la ventana. Ella me ayudó a elegirlo. No sé cómo lo mantuvo en
secreto durante la cena de anoche. Hubiera traído un anillo de Francia porque ya sabía
que te iba a preguntar. Pero luego pensé que si necesitábamos redimensionarlo, o si
querías cambiarlo…
—Cállate y ponlo en mi dedo, bestia.
—¿Una bestia? No tienes idea. —Se rió y lo deslizó en mi dedo.
—Dios, ¿estás tratando de mostrarme lo rico que eres o algo así? —bromeé,
sosteniéndolo el anillo, era elegante y antiguo marco de pequeñas filigranas enviaba un
millón de puntos de luz que resplandecían alrededor de la habitación—. Hmm, aunque
en realidad —lo acerqué a mi cara, entrecerré los ojos y arrugué la nariz—. No hay
helipuerto en él. Tal vez no seas tan rico después de todo.
Soltó una carcajada.
Dios mío, ambos estábamos tan vertiginosos y enfermizamente llenos de amor y
alegría. Era bueno que Meredith y Tabs no estuvieran aquí. Vomitarían. Meredith
especialmente.
Xavier se puso serio.
—¿Podrías amarme si lo dejara todo mañana? ¿Los barcos, el dinero, todo,
menos tú y Dauphine? Porque yo lo haría. Hay mil causas dignas. Podrías elegir a quién
le darías mi dinero. Me retiraria mañana.
—Sí —dije, igualando con la misma cantidad de seriedad.
El tragó.
—Je sais158 —dijo, con los ojos entrecerrados—. Yo se que tu podrás. Viviríamos
una vida simple y feliz con tu salario.
—No nos apresuremos demasiado. ¿No tienes una cuenta de jubilación?
Seguramente, ¿no eres tan irresponsable?
Riendo, me besó en la nariz.
—Sí, estaríamos cómodos. Pero podría aburrirme de no trabajar. Pero tal vez
pueda deshacerme solo de los botes.
—¿Y qué harías con todas esas personas increíbles que trabajan para ti? Los
extraño. Además, me he enamorado del Mediterráneo. Podría aprender a tolerar los
barcos. ¿Y qué hay de Sylvie, no estás completando la compra del nuevo bote de ella?
Él rió.
—Ya lo pagué y aprobé todos los diseños. Realmente no tenía ninguna razón
para venir aquí, excepto para venir por ti. Visitar a Sylvie fue solo una cortesía. —Se
puso de pie y me ayudó a ponerme de pie—. Vamos —dijo—. Vamos a comer, y luego
quiero que me enseñes tu ciudad y toda la historia, lo bueno, lo malo y lo feo. Y para la
cena, debes llevarme por... qu'est-ce que c'est que la... ah, ¿camarones y sémola?
—Sémola. Polenta suave.
Su boca se torció.
—Polenta suave...
—Te encantará, lo prom… , en realidad, es posible que no.

158
Yo se en francés
Se estremeció.
—¿Puedes invitar a tu madre? —preguntó—. He hablado con ella por teléfono,
pero me gustaría conocerla en persona.
—¿Lo haces?
—¡Por supuesto! Tuve que pedir su bendición. También le he preguntado a
Meredith y Tabitha. Deberíamos invitarlas a cenar también.
Presioné mis manos juntas y lo miré con asombro.
—Wow, realmente hablabas en serio.
—Te he pedido que te cases conmigo, ¿cómo es que esto no es serio? Espera,
sabes que esto es serio, ¿oui?
—Oui —susurré—. Fue solo una expresión.
Dauphine abrió la puerta de golpe.
—Mémé quiere desearte muchas felicidades. ¿Puede mi vestido de dama de
honor ser como una sirena? ¿Por favor por favor por favor?
Miré a Xavier a los ojos y ambos nos reímos, y él apretó mi mano.
—Gracias —dijo, sinceramente—. Por hacer que nuestra familia esté completa.
Por hacerme completo.
PROXIMO LIBRO

Hace casi diez años, Andrea escapó de un marido


maltratador hacia una vida que nunca había imaginado.
Estar protegida y en el anonimato, y vivir en un yate de
lujo como tripulación la salvó. También vino con una
espina muy mandona y caliente en su costado: el jefe de
seguridad, Evan Roark.

Pero ahora Andrea está harta de esconderse y


dejar que su pasado dicte todos sus movimientos. El
problema es que Evan también está pendiente de cada
uno de sus movimientos y eso la está volviendo loca. Y
más aún porque está enamorada de él y se está
volviendo demasiado intensa al estar en su espacio
todo el tiempo. Él siempre ha estado ahí, su protector y
su faro, y siempre parece estar muy bien, pero ella
necesita salir y conocer a más gente inmediatamente; la
atracción es, obviamente, totalmente situacional. Sin
embargo, lleva tanto tiempo sin estar con alguien que siente pánico y frialdad, y sólo
Evan parece capaz de tocarla de una forma que haga que su cuerpo anhele más en lugar
de apagarse. Él sería la práctica perfecta en este nuevo viaje de libertad que ha
emprendido. Es una lástima que él nunca haya dado ninguna indicación de que podría
estar abierto a ello.

...Hasta que accidentalmente lo hace.

¿Qué hará falta para que ambos se entreguen a lo que ha estado ahí durante más
tiempo del que ninguno de los dos sabía? Desgraciadamente, puede ser que Andrea se
haya pintado una diana al solicitar el divorcio y que un Evan aterrado no la pierda de
vista. Lo que significa que tiene que aceptar el hecho de que sus sentimientos por ella
son más profundos de lo que nunca se atrevió a admitir. Y tiene que enfrentarse a lo
inevitable: ella va a hacer que rompa todas sus reglas, que derribe todos sus muros y
que le cuente una verdad que ha estado ocultando durante casi diez años. Y en el
proceso, probablemente romperá su propio corazón.
SOBRE EL AUTOR

Natasha Boyd (escribiendo romance como TASHA BOYD) es una autora galardonada y
con superventas de USA Today y Wall Street Journal tanto de ficción histotica como de
romance contemporáneo. Su novela de ficción histórica THE INDIGO GIRL fue incluida
en la lista para el Southern Book Prize y fue una OKRA PICK de la Asociacion de
Libreros Independientes del Sur. Tiene una Licenciatura en Ciencias en Psicologia y
vive con su esposo, dos hijos y su perro en Atlanta, GA.

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