Está en la página 1de 5

DE LA ESTUPIDEZ

Rubén Darío Otálvaro Sepúlveda*

La causa mayor de los grandes errores humanos es la estupidez. Por

ello, para el estudio de tan vital y vasto tema deberían implantar, en

todas las universidades del mundo, una cátedra de estupidología.

Iniciar, por supuesto, con el problema más importante: ¿Qué

entendemos por estupidez? Nadie tiene una definición realmente

concreta.

Walter Pitkin escribió un tratado de más de 300 páginas al que intituló:

Una breve introducción de la historia de la estupidez humana. ¿El título es

una intencionada estupidez o una ironía mordaz? La estupidez –

concluye el citado autor- domina al hombre, lo cual es evidente por la

forma en que se gobierna al mundo.

Carlo Cipolla, sobre la más excelsa categoría moral del hombre,

escribió un sucinto ensayo denominado: Las leyes fundamentales de la

estupidez humana. El autor, con magistral rigor analítico y gratísimo

humor, señala: “Siempre se tiende a subestimar el número de

estúpidos en circulación; cada uno de nosotros puede comprobarlo

cada día: por conscientes que podamos ser del poder de la estupidez,

somos a menudo sorprendidos por manifestarse donde y cuando


menos nos lo esperamos”. Es cierto, pues la estupidez prolifera más

que el aire; se cuela constantemente a través de los medios de

comunicación y las redes sociales; se contagia como el bostezo y

arrastra en ese febril arroyo de idioteces a aquéllos que quieren pensar

y actuar de manera distinta.

Valoremos, pues, en grado sumo, el problema de la estupidez, tan

ignorado y subestimado en la historia de ese pobre animal humano,

único poseedor de la risa, el lenguaje y el pensamiento; pero, como

todos los otros animales, estúpido y destinado a la muerte. James

Welles, en su estudio: Entendiendo la estupidez, reconoce cuatro grupos

de seres humanos: los inteligentes, los desgraciados, los malvados y los

estúpidos. De estos últimos dice: la estupidez de una persona es

independiente de cualquier otra característica de la misma persona.

Por ejemplo, de la inteligencia.

Es cierto, en algunas personas prevalece la inteligencia y en otras la

estupidez. Nadie es totalmente estúpido ni nadie totalmente

inteligente; pero la primera categoría, sin duda alguna, está presente en

cada uno de nosotros. Argüirá usted, amable lector, en casi todos,

puesto que muchos lo son y otros tantos lo parecen. “No solo hay que

ser sino parecer” solía decir Julio César. ¿Ser o parecer estúpido?

Quevedo, maestro de la crítica sarcástica, escribió: “Todos los que


parecen estúpidos, lo son y, además, también lo son la mitad de los que

no lo parecen”.

El máximo beneficio para la humanidad se obtiene con acciones

“inteligentes” – y el máximo daño con las “estúpidas”. Matar al otro en

nombre de un dios, de una nación, de una raza, de una ideología, de

una clase social, en fin, de una verdad, de “su” verdad, es la “mayor”

estupidez del hombre. Supuestas verdades que infestan y envilecen el

espíritu. En cuanto rehusamos una verdad, una idea, un dogma, la

sangre corre…

Y corre más de prisa cuando estamos idiotizados, digo, enamorados.

¿Qué cosas estúpidas no hemos hecho por amor? Decimos tonterías y

hacemos tonterías. Torpes, cursis, ridículos, eso somos en ese

lamentable pero delicioso estado. Y no es gracioso ser Romeo y Julieta

que suspiran y mueren por amor. Es estúpido. Lo sabemos,

enamorados, somos felices y estúpidos. Flechazo, afección, aflicción,

bobería, nadería, ñoñería: “esto es amor, quien lo probó lo sabe”, al

decir de Lope de Vega.

Digámoslo sin rodeos, nuestra tendencia natural es a la estupidez. Para

constatar lo dicho, no hay sino que echar una mirada a la historia del

hombre en el planeta, especialmente a los violentos episodios de

guerra que han cercenado la maravillosa aventura de la vida humana.

Lo más estúpido de todo, es que esta constatación resulta, quizás, aún


hoy, demasiado tarde para el hombre, a pesar de que García Márquez

insista en que todavía tenemos una segunda oportunidad sobre la

tierra.

Vasto y vano sería intentar un archivo de la humana estupidez. Pero

mencionemos dos casos patéticos de ayer y de hoy: el genocidio

cometido por el energúmeno líder de la Alemania nazi y la

construcción de un muro fronterizo por el presidente-orangután del

país del Norte. Dos mayúsculas estupideces: una justificada en la

supremacía y preservación de la raza aria y la otra en cerrar la frontera

sur para impedir el flujo migratorio de centro y suramericanos. Dos

minúsculas necedades: el del estúpido que apagó la luz para que los

mosquitos que lo fustigaban no lo encontraran o el de ese otro estúpido

que abandona en la cama a su hermosa mujer para ir al estudio a

escribir un ensayo sobre la estupidez.

¿Es posible curar la estupidez? Creo que nadie tiene una respuesta

concreta. Lo único cierto es que en un mundo sin estúpidos, nadie

reiría. Mea culpa (confieso) que me encantan algunas estupideces. Las

mías, también, por supuesto.

*Escritor

También podría gustarte