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Indios, Porteños y Dioses Kusch
Indios, Porteños y Dioses Kusch
1966
RODOLFO KUSCH: Una implacable pasión americana
Realidad
La magia
Veamos por qué. Los indios del altiplano suelen usar pequeñas
figuras de plomo para sus ritos mágicos. Se llaman en quichua chiuchi
y comprenden treinta y cinco figuras, agrupadas de a tres, de tal modo
que se dan, por ejemplo, el sol, la luna y la estrella; o también un
cuchillo, un tenedor o una cuchara; o la torre de una iglesia, una plaza
o un arco. Constituyen así, cerca de doce grupos de tríadas
relativamente afines. Las figuras son acompañadas por una especie de
poroto, negro y rojo, llamado guairuru, que se vincula a la buena suerte
en los amores, así como también por trozos de papel de varios colores,
incluso oro y plata.
El significado de estas piezas se ha perdido, pero el indio las
emplea asiduamente. Este consumo engendró una verdadera industria,
de tal modo que varias cholas, que habitan en las ciudades, las
producen al por mayor. Pude localizar una de ellas en Oruro. Era la
esposa de un mascarero, y me mostró los moldes de pizarra, usados
para el vaciado. Cuando le pregunté por el significado de las figuras, me
contestó que lo desconocía, pero que lo usaba mucho la indiada. Se
trataba indudablemente de una economía y una industria, puestas al
servicio del indio.
El hombre en cualquier lugar de la tierra desea cosas, y cuando
estas cosas tardan en realizarse, se cristalizan en símbolos. Las
figuritas de plomo representan esos deseos profundos del indio en
obtener un ganado, de realizar una buena cosecha o mantener su casa.
Esto es natural. Qué es uno mismo, aun aquí en Buenos Aires,
sino un montón de deseos cristalizados simbólicamente en objetos. El
hombre siempre se desintegra en sus deseos y, por ende, en símbolos.
Pocas veces sabemos lo que somos. Antes bien nos comprendemos por
lo que deseamos. Cuando nos preguntan: «¿Quién es fulano de Tal?»,
tratamos de dar una imagen de ese Fulano, a través de sus deseos,
cristalizados o no. Decimos: «Tiene un coche», o «Tiene casa propia», o
«Tiene mucha plata». Siempre trocamos al ser humano por alguna cosa,
y la cosa simboliza a un ser humano, pero de nosotros mismos nada
sabemos. ¿Será entonces que entre nosotros, el coche anhelado, la casa
propia o una biblioteca son, en cierta medida, los chiuchi de nuestro
siglo XX, aunque más grandes? En esto último hemos progresado.
Pero en el caso del indio hay algo más. Este toma las figuras y las
quema. ¿Para qué? Pues para que sus deseos, cristalizados o no, se
conviertan en humo. Y el humo, siempre es el símbolo de lo sagrado. En
cierta medida el indio transfiere sus deseos a la divinidad, porque ella
flota también como un humo sutil en el aire. Así gana el poder mágico
conquistado a la divinidad, y con ella el indio logra que llueva o que
crezcan sus mieses.
Pero nosotros no vamos a quemar el coche, ni la casa, ni los
libros. Antes bien los vendemos y los convertimos en dinero. Y con la
plata hago lo que quiero, como decimos. ¿Y esto no es magia? Lo es pero
muy cara. Al indio en este sentido le resulta mucho más barato, se
arregla sólo con el plomo, el fuego y el aire.
Entre el indio y nosotros hay cerca de medio millar de años de
diferencia, y se diría que la evolución que media consistió en conseguir
el poder mágico, sustituyendo la divinidad por unos pesos. Así lo debe
entender la chola aquella que fabricaba los chiuchi en Oruro, y así lo
entendemos nosotros.
Y se plantea este problema: ¿qué hacemos cuando no hay dinero?
Pues entonces andamos sin poder mágico, y, peor aun, sin algún
mundo sagrado donde recobrarlo, como que no sea algún banco o algún
amigo. ¿O quizá quemando el coche, la casa o la biblioteca, como si
fueran realmente los chiuchi, nuestros deseos cristalizados en objetos?
Pero así, con un simple fósforo, que al indio sirve para ver la divinidad,
nosotros en cambio nos consumiríamos irremediablemente. ¿Entonces
para sólo eso sirvió el progreso, para ser alguien que tiene algo, y si ese
algo se quema, ya nada se es? Par que esto no ocurra, deberíamos
oficializar nuestra escondida magia, esa que usamos en el cine. Pero
esto mismo supone un progreso difícil de lograr, porque nos llevaría
otra vez a la altura del indio.
EL CUENTO DE LOS CUATRO ELEMENTOS
El gran plan