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Barbie
Barbie
Picante rosa
Soledad Castro Lazaroff
Con esta resurrección gloriosa de Barbie -la película viene rompiendo todos los récords de
este año en taquilla y, junto a Oppenheimer, de Nolan, está devolviendo las multitudes a
los cines del mundo- parece confirmarse que Greta Gerwig tiene un gran talento para
trabajar sobre personajes icónicos, netamente arraigados en la cultura popular.
Asumiendo la creación cinematográfica como una tarea comunicacional que, sin
abandonar la pretensión de entretenimiento, puede también cumplir una función
histórica y política, otorga a sus personajes -tanto a Barbie como a Jo, de Mujercitas- la
oportunidad de una concreta evolución simbólica hacia el feminismo. Así, estableciendo
sobre esos íconos populares una mirada crítica pero siempre respetuosa, nunca
destructiva, propicia un interesante juego dialéctico que convoca a personas de diferentes
generaciones a dialogar, tanto desde la evocación emotiva como desde la razón
conceptual, sobre temas actuales e importantes, animándose a enriquecer una
determinada postura ideológica mediante la ampliación de sus horizontes estéticos. Y si
Mujercitas fue, todavía, una película más dirigida a la clase media intelectual y a sus hijas -
al fin y al cabo, se trata de la adaptación de un libro de fines del siglo XIX, con una estética
de vestidos antiguos y tonos amarronados, grises y azulados-, al meterse con la
resignificación de Barbie, un personaje muchísimo más marketinizado, rosado y terraja,
está apostando a la masificación de una discursividad que, como se ilustra en una de las
escenas de la película, utiliza la cultura pop para invitar a las mujeres a abandonar el
universo de la supuesta perfección y situarse, de manera colectiva y consciente, en la
complejidad del mundo real -o, dicho de otro modo, del patriarcado-.