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La pandemia y el trabajo de las mujeres

en foco: acerca del «cuidado»


como categoría y eje de las políticas
Graciela Morgade

ESO QUE LLAMAN «AMOR»...

La pandemia, y el consecuente aislamiento social, preventivo y obligatorio, de-


vinieron de manera vertiginosa en una suerte de foco poderoso dirigido hacia
las desigualdades sociales; una especie de zoom, que notablemente es también
el nombre de una de las plataformas comerciales más utilizadas durante el con-

en foco prácticas y supuestos sociales que podríamos caracterizar como propias


del patriarcado.
El «estar en casa» partió del supuesto de que en todos los casos el hogar es el
lugar más protegido para permanecer. Además, el aislamiento implicó asumir la

personas mayores (que se convirtieron en grupo de riesgo a pocos días de cono-

las tareas de la escuela. Los primeros estudios realizados señalan que –a pesar
de los fuertes cambios en la condición social femenina durante la segunda parte

de mujeres en hogares que, con una frecuencia incrementada en pandemia, no


fueron ni son espacios protegidos para ellas mismas.
En términos de trabajo remunerado, las estadísticas señalan que alrededor
del 62% de las mujeres en la «edad activa» trabaja también en el mercado. En el

riesgo tienen licencia; en el sector privado, el teletrabajo1 está mucho menos pro-
tegido y se suma a las tareas domésticas, en general sin solución de continuidad.
La pandemia puso en foco, además, la fuerte presencia femenina en los comedores
comunitarios donde se cocina y donde se brindan alimentos a barrios enteros. Tam-
bién devino visible que el personal de salud, sobre todo en la enfermería, es mayori-
tariamente femenino, al igual que ocurre en nuestro conocido ámbito de la docencia.

1. Mientras este ensayo estaba en elaboración, tuvo media sanción una ley de regula-
ción del teletrabajo que retomaremos hacia el final de este ensayo.
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(99%) y fuerte en el primario (cerca del 90%), mientras que en el secundario se-
rían dos de cada tres docentes. La continuidad pedagógica impulsada como políti-
ca durante el aislamiento ha sido, entonces, una tarea feminizada. La desarrollan
fundamentalmente docentes que continuaron llevando a cabo lo que ya hacían
en sus hogares (preparar y evaluar tareas) con el agregado de tener que emplear
medios de comunicación y tecnologías diversas (en buena parte de los casos,
aprendiéndolas a través del uso), de tener que enviar y recibir trabajos y, sobre

En general, toda esta labor la llevan a cabo en forma paralela a las tareas del ho-
gar y a la atención de sus propias familias.
Sin lugar a dudas, el foco se posó en las «tareas esenciales», aun cuando algu-

regulación del aislamiento. Se trata de tareas esenciales para el sostenimiento


de la vida, ni más ni menos.
En los últimos años, los feminismos han desplegado la categoría «cuidado»
para dar un sentido político a estos trabajos, invisibles frente a los ojos del mer-
cado y naturalizados aun en la vida cotidiana de muchos hogares. La lucha sigue
vigente y va en un doble sentido: por una parte, visibilizar y contribuir a su reco-
nocimiento social; por otra, promover la crítica desde la perspectiva de género y
la transformación de la división patriarcal del trabajo, aún orientada fuertemente
por una supuesta naturaleza femenina afectiva y amorosa.
En un ejercicio que demanda no poco esfuerzo en estos días de escenarios
cambiantes, propongo pensar cómo este foco proyecta de manera fecunda, hacia
el futuro, políticas y proyectos dirigidos a tensar ese núcleo duro del patriarcado
para lograr más justicia social e igualdad.

DEL «TRABAJO VISIBLE E INVISIBLE» AL «CUIDADO» COMO


CATEGORÍA POLÍTICA

El trabajo invisibilizado en la economía y otras ciencias sociales


-
visibilización de las tareas «femeninas». El trabajo pionero de Isabel Larguía y
John Domoulin marcó los estudios en nuestro país por décadas. Larguía y Do-
moulin elaboraron una teoría publicada, en un principio, en artículos aparecidos
de manera fragmentaria. Luego, en el libro Hacia una ciencia de la liberación de
la mujer (1976) sistematizaron sus ideas de manera comprehensiva.
Larguía y Domoulin denominan como «trabajo invisible» a las tareas domés-
ticas ejercidas por las mujeres en sus casas. La tesis central de su teoría, que
marcó por décadas los estudios posteriores, es que las tareas dentro del hogar
generan plusvalía porque garantizan la reproducción de la fuerza de trabajo que
intercambia por dinero la persona del hogar que trabaja de manera «visible» en
el mercado. Su valor sería directamente proporcional a la cantidad de tiempo y
de energía que demanda el ejercicio de ese trabajo invisible.
LA PANDEMIA Y EL TRABAJO DE LAS MUJERES EN FOCO... 55

Este enfoque de visibilización, y la denominación como «trabajo» de las tareas


domésticas, no tuvo eco en el mainstream de los estudios sociales ni en la políti-
ca. Los análisis económicos suelen referirse al trabajo asalariado (sector público
y privado), por cuenta propia, formal e informal y en distintos sectores de la ac-
tividad económica, pero siempre remunerado.
Sin embargo, los estudios feministas lograron al menos caracterizar la diná-
mica de los trabajos femeninos remunerados: la llamada «segmentación hori-
zontal» (concentración en algunas tareas) y la «segmentación vertical» (con-
centración en la base y con fuertes obstáculos para ascender en la pirámide del
poder), así como la mayor presencia femenina en tareas precarizadas dentro del
mercado informal. Lejos de la interpretación liberal de que estos rasgos se deben
a intereses o elecciones de las mujeres, los feminismos también han estudiado

ligados con las tareas femeninas en el hogar. En otras palabras, la participación


de las mujeres en el trabajo remunerado (así como en otras actividades políticas,
culturales, sociales o de recreación) suele estar condicionada por esas mismas
tareas domésticas.
En suma, la economía clásica2 no les otorgó valor económico por interpretar-
las como no productivas; desde la perspectiva cultural, «eso que llaman amor»
fue el fundamento de su naturalización. La invisibilización económica y la natu-
ralización simbólica tuvieron, por décadas, un correlato en la falta de registro en
las políticas públicas.
Ahora bien, la ampliación de la participación femenina, vinculada tanto con
procesos de crisis y transformación del mercado productivo como –fundamen-
talmente– con la organización política del movimiento social de mujeres, comen-
zó a mover el amperímetro en la consideración pública de los modos en que el
bienestar de la humanidad requiere tanto de las tareas «reproductivas» como de
las tareas que generan ingresos en la órbita del mercado. La tarea de los femi-
nismos apunta a visibilizarlas, ayudar a construir su valor y denunciar que son
(interseccionalmente) una de las dimensiones de la desigualdad de género y, a la
vez, de la cruda desigualdad económica.
El proceso cultural y económico no puede darse sin un actor de relevancia

de democratización y de institucionalización de las tareas fundamentadas en


«eso que llaman amor».
El cuidado como cruce entre ética y política. Los feminismo vienen desple-
gando una conceptualización para estas tareas que, sin dejar de disputar el sen-
tido hegemónico de la idea de «trabajo no reproductivo», busca fundamentar el
sentido político de la visibilización y la valorización alternativas con una noción
que elude la negatividad. Comienza entonces a hablarse de «tareas de cuidado».

2. John Stuart Mill, rara avis, tomó en cuenta en su definición ampliada del «trabajo
productivo» a lo relacionado con diversos servicios, incluyendo aquellos vinculados al
cuidado de la vida de los seres humanos. No obstante, dentro de esta última categoría
de servicios, Mill excluyó explícitamente el trabajo de cuidados en la familia.
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Hablar de «cuidado» implica un cruce entre la ética y la política. La tradi-

Carol Gilligan3 se contrapone a la ética kantiana del «imperativo categórico».


Según esta última, una acción éticamente buena es aquella que se guía por una
norma de carácter universal; sin embargo, aplicado a ultranza, este principio
puede implicar una forma de violencia y de desconsideración de las diferencias
entre personas.
Para Nel Noddings,4 una pionera en el tema dentro del campo educativo, el
principio universal o «imperativo categórico» sería la necesidad de mantener
una relación de cuidado. El comportamiento ético implica, desde su perspec-
tiva, el poder brindar las razones convincentes sobre la propia acción, pero no

un espacio y un tiempo concretos. Noddings (1984, 1992 y 2002) sostiene que

mujeres», aunque son ellas quienes históricamente la han desarrollado y han


sido educadas para hacerlo) implica receptividad, atención interesada y simpa-
tía, en el sentido de «sentir con». Además, Noddings distingue entre un nivel

orden más general, que podría asimilarse a un sentido de justicia social. Este
sentido general es, de alguna manera, un requisito para que el cuidado entre
personas sea posible.
El cuidado en el trabajo de enseñar y la politización del «amor a la infan-
cia». En educación podemos pensar en la multiplicidad de adecuaciones que en
la vida cotidiana, y mucho más en pandemia, hacemos de la norma curricular, de
la norma de las asistencias, de la norma de la lengua... Cada vez que se toma en

la docencia despliega su carácter constitutivo de tarea de cuidado.


La función de educar requiere la posibilidad de atender, reconocer y cuidar.
La han desarrollado las mujeres porque socialmente la «posibilidad» de parir
se trasladó a la «necesidad» de ser las cuidadoras y educadoras en la llamada
primera infancia; y más tarde, en una modernidad que descubrió a «la infancia»
(concepto ultrageneralizador que posteriormente fue ampliado a la categoría

tiempos de conformación del sistema educativo, la «emoción» y el conocer de


modo intuitivo quedaron, de alguna manera, en el polo del cuerpo, las pasiones y
-

3. Carol Gilligan fue una de las primeras feministas en subrayar que en su desarrollo
moral las mujeres tienden a establecer «relaciones» antes que «competencia» entre
pares. Tildada de esencialista, Gilligan sin embargo sostuvo que se trata de los modos
en que la experiencia histórica configura subjetividades y su trabajo fue de gran rele-
vancia en la conceptualización de la enfermería como profesión. Véase Medina Vicent
(2016) para la definición de un nivel moral post-convencional contextualista.

4. Consultar, al respecto, la interesante tesis doctoral de Victoria Vázquez Verdera


(2009).
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lidad» les «impedía» a las mujeres ser soldados (nuevamente, igual que las niñas
o niños), se les atribuyó el papel de cuidar la vida. En algunos momentos de la

sedimento de sentido que no ha sido removido del todo.

considerarlo un asunto público, vinculado con el bien común, y no meramente


una cuestión de inclinaciones particulares o esenciales. Como todo concepto or-

políticas del abandono de las infancias, que también se producen en las aulas.
Además, la perspectiva de género habilita a pensar que «a cuidar se aprende».
El conocido supuesto de que «para ser maestra hay que amar a los niños y a las
niñas», o de que «las mujeres aman a niños y niñas por naturaleza», se resigni-

de los cuerpos feminizados derivó en la construcción y el despliegue de formas de


cuidado de otros y otras que fueron necesarias para el aprendizaje y el desarrollo
de niños y niñas en las escuelas.

-
menina» que maestras y maestros han producido y producen. Se trata de una
construcción social que en su dimensión subjetiva resulta un espacio de «femi-
nización» de cuerpos fenomenológicamente legibles como «de mujeres» o «de

«entrega desinteresada de amor» implícita en la idea de «vocación» y con fre-


cuencia desarrollan –quizás sin ponerle el nombre que el feminismo ha desarro-
llado teóricamente– esas prácticas de «cuidado».
El discurso de la vocación como «entrega desinteresada», eliminado –con
justicia– hace tiempo, fue dejando lugar al despliegue de una noción que liga la res-
ponsabilidad pública y la afectividad vincular en la noción política de que «enseña-

El derecho al cuidado (a ser cuidadx y a cuidar). La construcción del «cui-


dado» como categoría política implica también su interpretación desde la
perspectiva de los derechos humanos. Considerar al cuidado como un derecho
implica un reconocimiento del Estado como «sujeto obligado». Según Laura
Pautassi,

[...] este enfoque supera la visión de las políticas sociales como parte de una

de parámetros mínimos de dignidad cuya garantía es responsabilidad del


Estado, mediante los distintos instrumentos que tiene a su alcance. A partir
de este enfoque, se busca la promoción de nuevas políticas que superen

programas sociales de corte asistencial para pasar a su valoración en tanto


titulares plenos de derechos (Pautassi, 2007: 22).
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Estas nociones, que no solo subrayan la centralidad del Estado sino el carácter
activo de los sujetos titulares de derechos, tienen un componente político de lar-
ga data en las luchas feministas: centralmente, la «justicia social» teorizada por
Nancy Fraser en su conocida noción multidimensional (Iglesias, 2012); la justicia
de redistribución vinculada con la superación de las desigualdades estructurales;
la justicia de reconocimiento, vinculada con la incorporación de las voces y la
-
ción. Ninguna de estas políticas puede desarrollarse sin una articulación territo-

Economía del cuidado. Esta articulación entre ética y política tiene también
un correlato en los estudios de la «economía del cuidado», centralmente orien-
tados a indagar las diferencias en el uso del tiempo desde la perspectiva de
género dentro del campo de la economía feminista. La puesta en marcha
de mediciones de trabajo no remunerado se desarrolla en la región desde 1995,
a instancias de la Plataforma de Acción de Beijing, que reconoce la utilidad
social y el valor económico del trabajo doméstico y del cuidado no remunerado
que se realiza al interior de los hogares. Relevando los datos que hablan de la
contribución que el trabajo doméstico y de cuidado no remunerado realizan
al sistema económico, los informes tienden una y otra vez a señalar que las
brechas de género en el uso del tiempo dan cuenta de la persistencia y la repro-
ducción de desigualdades, y que esas diferencias son las que terminan teniendo
impacto sobre el acceso de las mujeres a los recursos monetarios y, por lo tanto,
sobre su propia autonomía.
La economía del cuidado apunta a medir y cuantificar los procesos denun-
-
nistas:

La forma de la organización social del cuidado se vincula con el cuidado

que viven en hogares de ingresos medios o altos cuentan con la oportu-


nidad de adquirir servicios de cuidado en el mercado (salas maternales
o jardines de infantes privados) o de pagar por el trabajo de cuidado de
otra mujer (una empleada de casas particulares). Esto alivia la presión
sobre su propio tiempo de trabajo de cuidado no remunerado, liberándo-
lo para otras actividades (de trabajo productivo en el mercado, de auto-
cuidado, de educación o formación, de esparcimiento). Estas opciones se

de mujeres que viven en hogares de estratos socioeconómicamente ba-


jos. En estos casos, la presión sobre el tiempo de trabajo de las mujeres
puede ser superlativa y las restricciones para realizar otras actividades
(entre ellas, la participación en la vida económica) son severas. De este
modo, la organización social del cuidado resulta en sí misma un vector de
reproducción y profundización de la desigualdad (Rodríguez Enríquez,
2015: 42).
LA PANDEMIA Y EL TRABAJO DE LAS MUJERES EN FOCO... 59

EL «CUIDADO» COMO DERECHO EN LA PANDEMIA Y


POSPANDEMIA: LOS PODERES DEL ESTADO EN ACCIÓN

Es evidente que cambiar los componentes culturales que alimentan y validan la di-

la violencia fundadas en las relaciones de género hegemónicas es un proceso


de largo aliento. Los antecedentes en el (ingente) campo de los «estudios del cui-
dado» señalan que el cuidado no es meramente una decisión individual de ejerci-
cio arbitrario sino que se trata de un derecho a proteger por parte de los Estados.
También es sabido que la mayor presencia del Estado es una de las fuerzas
más poderosas en esa dirección en al menos tres instancias: 1) las normas vin-
culadas a organizar el cuidado de las personas del hogar bajo responsabilidad de
las trabajadoras (licencias, por ejemplo); 2) políticas sociales dirigidas a la pro-
tección de las personas cuidadas: sistema educativo, sistema de salud, sistema
de protección de personas mayores; 3) leyes y políticas dirigidas a fortalecer el
cambio cultural en curso.
Regulación del teletrabajo. Mientras escribo este ensayo, ya tiene media san-
ción un proyecto dirigido a la conciliación entre trabajo y familia que aborda

esta regulación solo alcanza a quienes teletrabajan en el marco de las relaciones


laborales previstas en la Ley de Contrato de Trabajo, supone dar un primer paso
en la jerarquización del cuidado dentro de una norma laboral y contempla su
aplicación de manera equitativa, sin distinción de géneros.
Los puntos centrales del proyecto abarcan la limitación de la jornada laboral,

otorgadas, mantenidas y eventualmente reparadas por la instancia empleadora),


compensación de gastos (producidos en el hogar), derechos sindicales y derecho
a horarios compatibles con los trabajos de cuidados para las personas que tienen
a cargo hijos menores, personas con discapacidad o mayores dependientes.
También determina que cualquier acto, conducta, decisión, represalia u obs-
taculización proveniente del empleador que lesione estos derechos «se presu-
mirá discriminatoria», y alienta a que mediante la negociación colectiva puedan

agenda de género tienen escaso eco en los espacios de discusión entre patronal
y gremios, y no se contempla cuando la persona a cargo –menor o dependiente–
no convive bajo el mismo techo y hay que «cuidarla» en otro domicilio. Además,
ad hoc hace correr
el riesgo de que, si bien se visibilizan, estas tareas queden nuevamente a cargo
de las mujeres.
Debido a que las políticas de conciliación o compatibilización de tiempos de
trabajo y cuidados recaen en las mujeres, aún quedan pendientes algunas medi-
das que alienten la «corresponsabilidad» de los cuidados, tanto para que puedan
distribuirse entre mujeres, varones y otras identidades, como para no dejar so-
lamente circunscriptos los cuidados a las posibles resoluciones que tengan las
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familias en el ámbito de sus hogares. Estas normas tienen que ser complementa-
rias a servicios de cuidados.
Programa interministerial de políticas de cuidado. En el gobierno de Alberto
Fernández, once organismos del Estado nacional que tienen incumbencia y com-
petencias en el tema de los cuidados han asumido el compromiso de diseñar una
estrategia integral para dar respuesta a las nuevas demandas en relación a esta
problemática. El Ministerio de Mujeres, Géneros y Diversidad, por asignación de
la Jefatura de Gabinete de Presidencia de la Nación, lleva la coordinación ejecu-
tiva de la mesa interministerial a través de su Dirección Nacional de Políticas de
Cuidado.
Entiendo que vale la pena retomar en este ensayo la orientación política de esa
mesa, ya que se trata de una política innovadora en nuestro país y apunta a reco-
nocer al cuidado como una necesidad, un trabajo y un derecho (a cuidar y a ser
cuidado), así como a redistribuir las tareas sin sesgos de género, conseguir que
las personas encargadas de tareas de cuidado perciban remuneración, promover
instancias institucionales y sociales de asunción de las tareas de cuidado y buscar

Las principales líneas de acción del programa abarcan la revisión de marcos


normativos vigentes y proponer actualizaciones, relevar los espacios de cuidado
en establecimientos laborales, así como la infraestructura educativa de primera
infancia y los espacios comunitarios y barriales de cuidado; también abarca el
fortalecimiento de los programas de formación y de empleo de cuidadores o cui-
dadoras a domicilio, profundizar la formalización y capacitación de las trabaja-
doras de casas particulares y de todos los sectores de trabajadoras y trabajadores
del cuidado, promover la inclusión de varones y otras identidades en profesiones
asociadas al cuidado. En el mediano plazo, en articulación con las diferentes ju-
risdicciones y territorios, esta política propone construir un Sistema Integral y
Federal de Cuidados.
Evidentemente, se trata de una asunción integral del derecho a cuidar y a ser

demandados (espacios de cuidado de la primera infancia, por ejemplo) junto con


nuevas perspectivas (formación de trabajadoras de casas particulares u otros sec-
tores) que le brindan un potencial alentador para los movimientos feministas y

Profundización y ampliación de la cobertura de la Educación Sexual Integral


(ESI)
-
vo dirigido a la ampliación de derechos de las mujeres y las identidades lgtbiq+,

asociación entre ESI y prevención del embarazo, de infecciones o del aborto. La


igualdad social es un proyecto político que se vincula con la profundización de la
transformación cultural de los sesgos machistas en todos los planos de nuestra

cuidado es un eje central en los contenidos de la ESI.


LA PANDEMIA Y EL TRABAJO DE LAS MUJERES EN FOCO... 61

El gobierno nacional, a través de un Ministerio de Educación que ha hecho


de «cumplir las leyes» una de las orientaciones centrales para la política educa-
tiva, asume un compromiso público en la plena implementación de la ley. Así, la

dimensiones del sistema escolar sino también en la interlocución y el fortaleci-


miento de los centros de estudiantes y de la comunidad educativa organizada (en
las cooperadoras, por ejemplo), en el estímulo a los proyectos articulados con
las universidades (que también son instituciones implicadas en la ESI), y en el
diálogo y reconocimiento de las labores que realizan las mujeres en los barrios
populares. La ESI no es solamente es una política educativa sino, fundamental-
mente, una política social.

REFLEXIONES FINALES

es un indiscutible patrimonio del movimiento social de mujeres y disidencias. Su


adopción, por parte del Gobierno nacional, como eje de sentido de sus políticas
-
vas en los primeros seis meses de gobierno, tres de los cuales transcurrieron en
pandemia.
Para que «el cuidado» se integre fuertemente a los ejes que caracterizarán a la
gestión de Alberto Fernández y Cristina Fernández de Kirchner, no bastará con
llevar adelante las políticas anunciadas. Tampoco con las decisiones vinculadas
con la pandemia, que hacen reconocible a un Gobierno «que cuida» en el con-

peores guarismos.
La novedad de la temática no es reconocible aún en la doctrina o en las «es-
cuelas» que teorizan la política. Para decirlo de otro modo, no va de suyo que
un Gobierno apoyado en estos principios construya la autoridad política de ma-
nera automática. Creo entonces, con mucha convicción, que quienes ocupan
(ocupamos) los diferentes espacios de construcción de las políticas, junto con
el movimiento social que ha luchado para que estas ocupen un lugar central (en

(deberemos) construir la trama de un relato en el que las categorías clásicas


de la política, del poder y de la sociedad alojen la relevancia y la potencia del
«cuidar» como eje ordenador. Probablemente, también incluiremos el cuidado
de la naturaleza y el horizonte utópico del «buen vivir» que los feminismos
populares e indígenas vienen alumbrando. Como es un eje transversal de las

profundización de sentido.
La pospandemia será lo que logremos hacer con ella. La organización social y
la política serán, como siempre, nuestras herramientas.
62 PENSAR LA EDUCACIÓN EN TIEMPOS DE PANDEMIA

BIBLIOGRAFÍA

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2009 La educación y la ética del cuidado en el pensamiento de Nel Noddings, tesis
doctoral, Universidad de Valencia. https://www.tesisenred.net/handle/10803/
10307#page=1 [Consultado el 28 de julio de 2020].

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