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MORGADE (2020) - La Pandemia y El Trabajo de Las Mujeres en Foco
MORGADE (2020) - La Pandemia y El Trabajo de Las Mujeres en Foco
las tareas de la escuela. Los primeros estudios realizados señalan que –a pesar
de los fuertes cambios en la condición social femenina durante la segunda parte
riesgo tienen licencia; en el sector privado, el teletrabajo1 está mucho menos pro-
tegido y se suma a las tareas domésticas, en general sin solución de continuidad.
La pandemia puso en foco, además, la fuerte presencia femenina en los comedores
comunitarios donde se cocina y donde se brindan alimentos a barrios enteros. Tam-
bién devino visible que el personal de salud, sobre todo en la enfermería, es mayori-
tariamente femenino, al igual que ocurre en nuestro conocido ámbito de la docencia.
1. Mientras este ensayo estaba en elaboración, tuvo media sanción una ley de regula-
ción del teletrabajo que retomaremos hacia el final de este ensayo.
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(99%) y fuerte en el primario (cerca del 90%), mientras que en el secundario se-
rían dos de cada tres docentes. La continuidad pedagógica impulsada como políti-
ca durante el aislamiento ha sido, entonces, una tarea feminizada. La desarrollan
fundamentalmente docentes que continuaron llevando a cabo lo que ya hacían
en sus hogares (preparar y evaluar tareas) con el agregado de tener que emplear
medios de comunicación y tecnologías diversas (en buena parte de los casos,
aprendiéndolas a través del uso), de tener que enviar y recibir trabajos y, sobre
En general, toda esta labor la llevan a cabo en forma paralela a las tareas del ho-
gar y a la atención de sus propias familias.
Sin lugar a dudas, el foco se posó en las «tareas esenciales», aun cuando algu-
2. John Stuart Mill, rara avis, tomó en cuenta en su definición ampliada del «trabajo
productivo» a lo relacionado con diversos servicios, incluyendo aquellos vinculados al
cuidado de la vida de los seres humanos. No obstante, dentro de esta última categoría
de servicios, Mill excluyó explícitamente el trabajo de cuidados en la familia.
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orden más general, que podría asimilarse a un sentido de justicia social. Este
sentido general es, de alguna manera, un requisito para que el cuidado entre
personas sea posible.
El cuidado en el trabajo de enseñar y la politización del «amor a la infan-
cia». En educación podemos pensar en la multiplicidad de adecuaciones que en
la vida cotidiana, y mucho más en pandemia, hacemos de la norma curricular, de
la norma de las asistencias, de la norma de la lengua... Cada vez que se toma en
3. Carol Gilligan fue una de las primeras feministas en subrayar que en su desarrollo
moral las mujeres tienden a establecer «relaciones» antes que «competencia» entre
pares. Tildada de esencialista, Gilligan sin embargo sostuvo que se trata de los modos
en que la experiencia histórica configura subjetividades y su trabajo fue de gran rele-
vancia en la conceptualización de la enfermería como profesión. Véase Medina Vicent
(2016) para la definición de un nivel moral post-convencional contextualista.
lidad» les «impedía» a las mujeres ser soldados (nuevamente, igual que las niñas
o niños), se les atribuyó el papel de cuidar la vida. En algunos momentos de la
políticas del abandono de las infancias, que también se producen en las aulas.
Además, la perspectiva de género habilita a pensar que «a cuidar se aprende».
El conocido supuesto de que «para ser maestra hay que amar a los niños y a las
niñas», o de que «las mujeres aman a niños y niñas por naturaleza», se resigni-
-
menina» que maestras y maestros han producido y producen. Se trata de una
construcción social que en su dimensión subjetiva resulta un espacio de «femi-
nización» de cuerpos fenomenológicamente legibles como «de mujeres» o «de
[...] este enfoque supera la visión de las políticas sociales como parte de una
Estas nociones, que no solo subrayan la centralidad del Estado sino el carácter
activo de los sujetos titulares de derechos, tienen un componente político de lar-
ga data en las luchas feministas: centralmente, la «justicia social» teorizada por
Nancy Fraser en su conocida noción multidimensional (Iglesias, 2012); la justicia
de redistribución vinculada con la superación de las desigualdades estructurales;
la justicia de reconocimiento, vinculada con la incorporación de las voces y la
-
ción. Ninguna de estas políticas puede desarrollarse sin una articulación territo-
Economía del cuidado. Esta articulación entre ética y política tiene también
un correlato en los estudios de la «economía del cuidado», centralmente orien-
tados a indagar las diferencias en el uso del tiempo desde la perspectiva de
género dentro del campo de la economía feminista. La puesta en marcha
de mediciones de trabajo no remunerado se desarrolla en la región desde 1995,
a instancias de la Plataforma de Acción de Beijing, que reconoce la utilidad
social y el valor económico del trabajo doméstico y del cuidado no remunerado
que se realiza al interior de los hogares. Relevando los datos que hablan de la
contribución que el trabajo doméstico y de cuidado no remunerado realizan
al sistema económico, los informes tienden una y otra vez a señalar que las
brechas de género en el uso del tiempo dan cuenta de la persistencia y la repro-
ducción de desigualdades, y que esas diferencias son las que terminan teniendo
impacto sobre el acceso de las mujeres a los recursos monetarios y, por lo tanto,
sobre su propia autonomía.
La economía del cuidado apunta a medir y cuantificar los procesos denun-
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nistas:
Es evidente que cambiar los componentes culturales que alimentan y validan la di-
agenda de género tienen escaso eco en los espacios de discusión entre patronal
y gremios, y no se contempla cuando la persona a cargo –menor o dependiente–
no convive bajo el mismo techo y hay que «cuidarla» en otro domicilio. Además,
ad hoc hace correr
el riesgo de que, si bien se visibilizan, estas tareas queden nuevamente a cargo
de las mujeres.
Debido a que las políticas de conciliación o compatibilización de tiempos de
trabajo y cuidados recaen en las mujeres, aún quedan pendientes algunas medi-
das que alienten la «corresponsabilidad» de los cuidados, tanto para que puedan
distribuirse entre mujeres, varones y otras identidades, como para no dejar so-
lamente circunscriptos los cuidados a las posibles resoluciones que tengan las
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familias en el ámbito de sus hogares. Estas normas tienen que ser complementa-
rias a servicios de cuidados.
Programa interministerial de políticas de cuidado. En el gobierno de Alberto
Fernández, once organismos del Estado nacional que tienen incumbencia y com-
petencias en el tema de los cuidados han asumido el compromiso de diseñar una
estrategia integral para dar respuesta a las nuevas demandas en relación a esta
problemática. El Ministerio de Mujeres, Géneros y Diversidad, por asignación de
la Jefatura de Gabinete de Presidencia de la Nación, lleva la coordinación ejecu-
tiva de la mesa interministerial a través de su Dirección Nacional de Políticas de
Cuidado.
Entiendo que vale la pena retomar en este ensayo la orientación política de esa
mesa, ya que se trata de una política innovadora en nuestro país y apunta a reco-
nocer al cuidado como una necesidad, un trabajo y un derecho (a cuidar y a ser
cuidado), así como a redistribuir las tareas sin sesgos de género, conseguir que
las personas encargadas de tareas de cuidado perciban remuneración, promover
instancias institucionales y sociales de asunción de las tareas de cuidado y buscar
REFLEXIONES FINALES
peores guarismos.
La novedad de la temática no es reconocible aún en la doctrina o en las «es-
cuelas» que teorizan la política. Para decirlo de otro modo, no va de suyo que
un Gobierno apoyado en estos principios construya la autoridad política de ma-
nera automática. Creo entonces, con mucha convicción, que quienes ocupan
(ocupamos) los diferentes espacios de construcción de las políticas, junto con
el movimiento social que ha luchado para que estas ocupen un lugar central (en
profundización de sentido.
La pospandemia será lo que logremos hacer con ella. La organización social y
la política serán, como siempre, nuestras herramientas.
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BIBLIOGRAFÍA
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