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Saberes y experiencias en orientación escolar

Día Nacional del Docente Orientador


Oscar G. Hernández[1]
Profesor Universidad Pedagógica Nacional

El sociólogo canadiense Maurice Tardif nos enseña sobre la relación


entre los maestros y sus saberes. Él indica que lo que sabe un maestro
es una amalgama entre los campos de conocimiento universitarios, los
propios de su disciplina, la manera en que incorpora los lineamientos de
las políticas educativas, y aquellos saberes que se construyen en la
experiencia cotidiana.

Si lo pensamos con detenimiento, para el caso de los orientadores y las


orientadoras escolares, esto adquiere una relevancia especial. Las
investigaciones que realizamos recientemente en la Universidad
Pedagógica muestran que los orientadores saben más cosas de las que
son conscientes. Dicho de otra manera: ustedes tienen un conjunto de
saberes muy importante que poco a poco se está formalizando.

Una muestra de esto son las publicaciones que con gran esfuerzo y
entereza se han divulgado últimamente, entre ellas, Pasado presente
de la orientación escolar en Bogotá y Colombia y Rol y sentido de la
orientación en Colombia, ambas escritas por orientadores de la ciudad.
En sus páginas se leen ideas y concepciones sobre la escuela, los
orientadores, los estudiantes, la familia, etc., que en sí mismas exhiben
reflexiones sobre lo que significa orientar en nuestro contexto y en
nuestra escuela. ¡A sus autores felicitaciones!

Seguramente circulan entre ustedes muchas más producciones, en las


que se plasman pensamientos y anécdotas de distinto tipo. Todas
valiosas porque se originan desde la propia institución escolar. Esto es
muy importante, sobre todo, porque en la investigación educativa de
nuestro país ha prevalecido la prescripción sobre la descripción; es
decir, sabemos mucho sobre lo que debería ser nuestra escuela y
sabemos poco sobre lo que realmente es nuestra escuela.

A este respecto, vale la pena preguntarse hoy por el lugar de la


orientación en esta institución. En una entrevista del año pasado, una
orientadora vinculaba su actividad cotidiana con los problemas sociales
del país. Ella nos decía:
“Yo parto de un principio: Cualquier cambio social, político o económico
que busque un país o una región o una ciudad, solo se centra en la
educación. Si no invertimos en la educación nunca vamos a dar el
cambio. Pero no es solamente la educación, sino que de todas maneras
la sociedad trae una carga. Los orientadores somos los que estamos
recibiendo en la espalda todos los conflictos sociales de esta sociedad
¡Así de sencillo! ¿En dónde están todos los problemas de la sociedad?:
en la escuela. Entonces ¿si no hay quién mitigue?, ¿no hay quién
ayude?, ¿no hay quién oriente a padres, a niños, a la misma
sociedad?¡Fritos! La sociedad se está conteniendo por los orientadores,
sean psicólogos, sean psicopedagogos, sea terapistas ocupacionales,
sean reeducadores. No importa. Todos hacemos lo mismo.”

Si esto es cierto en todos los casos, orientar se convierte en un peso


muy difícil de tolerar. Por eso también creemos que debe prestarse
atención a la salud mental de los orientadores porque, al fin y al cabo,
todos los que cuidan necesitan cuidado.

Pero más allá de los casos individuales, todos importantes, les invito a
pensar un momento en el sentido sociológico de la práctica de la
orientación. Ya hace algunos años, el Grupo Federici de la Universidad
Nacional llamaba la atención sobre la conveniencia de debilitar las
fronteras de la escuela, para articular las culturas escolares y las
extraescolares. ¿Acaso esto no es lo que nos estaba señalando la
orientadora en el fragmento de la entrevista? Ni los niños, ni los
maestros, ni ustedes, dejan en la entrada de sus colegios parte de su
identidad, ni parte de su subjetividad.

Con cada taller, cada entrevista, cada reunión con padres y madres de
familia, y en general, con cada actividad que ustedes realizan en sus
respectivas instituciones, se está produciendo un tipo específico de
individuo que indirectamente refleja las condiciones sociales
contemporáneas. Para todos es claro que hoy la escuela opera como
un lugar de contención emocional para los estudiantes. Entonces cabe
preguntarse ¿En la actualidad en dónde se presta más atención afectiva
a los niños y a los jóvenes que en la escuela?

Esto atañe también a la clásica relación entre la institución escolar y la


institución familiar. En el trabajo de campo que realizamos pudimos
constatar la ausencia, física y simbólica, de la familia en la crianza de
los estudiantes. En ocasiones porque sencillamente los padres y las
madres no están, y en otras porque delegan la responsabilidad a otras
personas, a veces contratadas, mientras ellos atienden las actividades
y las urgencias laborales. Además, quienes más asisten a las escuelas
de padres son quienes menos lo necesitan.

En todo caso, el tipo de producción social de individuos contemporáneo


presenta una paradoja muy elaborada que afecta nuestro bienestar y,
por consiguiente, valdría la pena tenerse en cuenta cuando se orienta a
otro. Se trata de lo que el filósofo surcoreano Byun Chul Han denomina
autoexplotación, que deriva en la angustia de no hacer siempre todo lo
que se puede. La paradoja consiste, en que mientras se piensa que uno
se está realizando, realmente uno se está autoexplotando; y lo malo ¿a
quién se le puede reclamar? A veces no hay peor verdugo para sí que
uno mismo.

Con el equipo de investigación de la Universidad Pedagógica


constantemente nos preguntamos lo siguiente: ¿Es tan compleja la
sociedad colombiana como para necesitar que se nos oriente y así vivir
en ella?, ¿por qué se necesitan orientadores en la escuela? Una
respuesta inicial: aunque las emociones ocuparon un papel
determinante en nuestra evolución biológica, hoy en día parece que
están en nuestra contra. Cada vez más necesitamos apoyo para
manejarlas de manera adecuada, o por lo menos, para que no nos
hagan daño. Las emociones ahora están sujetas a las vicisitudes de la
evolución cultural, incluyendo toda la interacción que se presenta en la
institución escolar y los problemas sociales de Colombia.

Pese a este panorama, y pese a estos interrogantes, hoy vale la pena


celebrar. Paulatinamente se reconoce la relevancia de los orientadores
escolares, su pensamiento, su producción académica, y por supuesto,
el talante de su trabajo. Pensar la orientación como un saber escolar
nos ayuda a todos a refutar la falsa idea que por años asumimos, es
decir, creer que la orientación es solo un conjunto de funciones. Hoy
sabemos que es mucho más que eso, es un caleidoscopio de saberes
y prácticas que producen discursos sobre la formación en la escuela,
incluida la de los mismos orientadores. A propósito, en otra entrevista
alguien nos comentó:

“Ha sido un proceso de transformación de ser psicólogo a verme como


orientador escolar. Digamos que el orientador es un eje que articula
todos los demás estamentos y procesos. No solamente con los
estudiantes sino con los mismos docentes, que también a veces
necesitan una persona que haga las veces de polo a tierra, en muchas
cosas, tanto para ellos mismos como para los problemas con los
estudiantes. La comunidad educativa, los papás, los directivos, también
son otras personas que necesitan ese tipo de guía y no lo encuentran a
veces en ninguna otra persona sino en el orientador”.

El trabajo que nos espera es difícil, como todo lo relativo a la orientación


escolar. Nuestra convicción en la Universidad Pedagógica es continuar
con la comprensión de este fenómeno y construir teorías situadas que
lo expliquen. También queremos contribuir a la formulación de políticas
educativas afines. Pero no esperamos hacerlo aisladamente sino
estudiando la orientación en contexto. Para eso esperamos su amable
colaboración.

¡Felicidades a todos y a todas!

Bogotá, D.C. 26 de febrero de 2019

[1]
Coordinador del Programa de Investigación en Orientación Educativa del
Departamento de Psicopedagogía de la UPN. oghernandezs@pedagogica.edu.co

Programa de Investigación en Orientación Educativa


Universidad Pedagógica Nacional. Bogotá, Colombia
http://renoe.pedagogica.edu.co/

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