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EL LARGO SIGLO XX (1870- )

UNIDAD 2
La era imperial (c.1875-1914).
2.1. La Europa imperial. Lo nuevo, lo viejo, las transformaciones y las
resistencias. Las formas de la política: conservadurismo, liberalismo, nacionalismo,
socialismo, marxismo, anarquismo.
 HOBSBAWM, Eric. La era del Imperio (1875-1914). Barcelona, Labor,
1989.
Cap. 4 “La política de la democracia”.
El período histórico que estudiamos en esta obra comenzó con una crisis de
histeria internacional entre los gobernantes europeos y las aterrorizadas clases medias,
provocadas por la Comuna de París en 1871, cuya supresión fue seguida de masacres de
parisinos. El terror ciego en el sector respetable de la sociedad, reflejaba un problema
fundamental de la política de la sociedad burguesa: su democratización. Evidentemente
los intereses de los ricos y los pobres no son los mismos. Este era el dilema fundamental
del liberalismo del siglo XIX, que propugnaba la existencia de constituciones y
asambleas soberanas elegidas, que, sin embargo, luego trataba por todos los medios de
esquivar actuando de formar antidemocrática, es decir, excluyendo del derecho de votar
y de ser elegido a la mayor parte de los ciudadanos varones y a la totalidad de las
mujeres. Contraponiendo el país legal del país real.
Pese a todo esto, se hizo inevitable cada vez más evidente que la
democratización de la vida política de los estados era absolutamente inevitable. Las
masas harían su aparición en la política, les guste o no a la clase gobernante. De aquí en
adelante, el problema era cómo conseguir manipularla.
La consecuencia lógica de ese sistema era la movilización política de las masas
para y por las elecciones. Ello implicaba la organización de movimientos y partidos de
masas, la política de propaganda de masas y el desarrollo de los medios de
comunicación de masas y otros aspectos que plantearon nuevos problemas y de nueva
envergadura a los gobiernos y clases políticas dirigentes. Así, la era de la
democratización se convirtió en la de la hipocresía política pública.
Si los grupos sociales se movilizaban como tales, también lo hacían los cuerpos
de ciudadanos unidos por lealtades sectoriales como la religión o la nacionalidad.
Sectoriales porque las movilizaciones políticas de masas sobre una base confesional,
incluso en países de una sola religión, eran siempre bloques opuestos a otros bloques, ya
fueran confesionales o seculares. No obstante, la aparición de movimientos de masas
político-confesionales como fenómeno general se vio dificultada por el ultra
conservadurismo que la institución poseía, con mucho, la mayor capacidad para
movilizar y organizar a sus fieles, la Iglesia católica. Esta se opuso a la formación de
partidos políticos católicos apoyados formalmente por ella, aunque desde la década de
1890 reconoció la conveniencia de apartar a las clases trabajadoras de la revolución atea
socialista y, por supuesto, la necesidad de velar por su más importante circunscripción,
la que formaban los campesinos. Así, apoyó a los partidos conservadores o
reaccionarios de diversos tipos.
Si la religión tenía un enorme potencial político, la identificación nacional era un
agente movilizador igualmente extraordinario y en la práctica más efectivo. Los
movimientos de masas eran ideológicos, algo más que simples grupos de presión y de
acción. Así, la religión, el nacionalismo, la democracia, el socialismo y las ideas
precursoras del fascismo de entreguerras constituían el nexo de unión de las nuevas
masas movilizadas, cualesquiera que sean los intereses materiales que representaban
también esos movimientos.
Los movimientos de masas superaron los localismos y regionalismos y se
integraron en frentes mucho más amplios. En contraste con la vieja política electoral de
la sociedad burguesa, la nueva política de masas se hizo cada vez más incompatible con
el viejo sistema político, basado en una serie de individuos poderosos e influyentes en la
vida local, conocidos como notables. Si bien el jefe no desapareció en la política
democrática, ahora era el partido el que hacía al notable, o al menos, el que le salvaba
del aislamiento y de la impotencia política, y no al contrario.
En resumen, los movimientos estructurados de masas no eran, de ningún modo,
repúblicas de iguales. Pero el binomio organización y apoyo de masas les otorgaba una
gran capacidad: eran estados potenciales.
La democratización, aunque estaba progresando, apenas había comenzado a
transformar la política. Pero sus implicaciones explícitas plantearon grandes problemas
a los gobernantes de los estados y a las clases en cuyo interés gobernaban. De otra
manera más genérica, se planteaba por encima de todo, el problema de garantizar la
legitimidad, tal vez incluso la supervivencia, de la sociedad tal como estaba constituida,
frente a la amenaza de los movimientos de masas deseosos de realizar la revolución
social.
De ningún modo podían ignorarse esos dos fenómenos. En los estados
democráticos donde existía la división de poderes, como en los EEUU, el gobierno era
en cierta forma independiente del Parlamento elegido, aunque corría cierto peligro de
verse paralizado por este último.
Los contemporáneos pertenecientes a las clases más altas de la sociedad eran
perfectamente conscientes de los peligros que planteaba la democratización política, y
en un sentido más general, de la creciente importancia de las masas. En realidad, el
único desafío real al sistema procedía de los medios extraparlamentarios, y la
insurrección desde abajo no sería tomada en consideración de fuerzas aparentemente
irreconciliables en la política, su primer instinto fue, muchas veces, la coalición.
Bismark, maestro en la manipulación de la política de sufragio, se sintió perplejo
cuando en el decenio de 1870 se tuvo que enfrentar con lo que consideraba una masa
organizada de católicos que se mostraban leales al Vaticano reaccionario y les declaró la
guerra anticlerical. Enfrentando al auge de los socialdemócratas, proscribió a este
partido en 1879. Antes o después los gobiernos tenían que convivir con los nuevos
movimientos de masas.
En efecto, con posterioridad a 1918, el constitucionalismo liberal y la
democracia representativa comenzarían una retirada en un amplio frente, aunque fueron
restablecidos parcialmente después de 1945. La sociedad burguesa tal vez se sentía
incómoda por su futuro, pero conservaba la confianza suficiente, en gran parte porque el
avance de la economía mundial no favorecía el pesimismo.
Así pues, las clases dirigentes optaron por las nuevas estrategias, aunque
hicieron todo tipo de esfuerzos para limitar el impacto de la opinión y del electorado de
masa sobre sus intereses y sobre los del estado, así como definición y continuidad de la
alta política. Su objetivo básico era el movimiento obrero y socialista, que apareció de
pronto en el escenario internacional como un fenómeno de masas en torno a 1890.
No fue fácil conseguir que los movimientos obreros se integraran en el juego
institucionalizado de la política, por cuanto los empresarios, enfrentados con huelgas y
sindicatos, tardaron mucho más tiempo que los políticos en abandonar la política de
mano dura, incluso la pacífica Escandinavia.
Lo cierto es que la democracia sería más fácilmente maleable cuanto menos
agudos fueran los descontentos. Así pues, la nueva estrategia implicaba la disposición a
poner en marcha programas de reforma y asistencia social, que socavó la posición
clásica de mediados de siglo de apoyar gobiernos que se mantuvieran al margen del
campo reservado a la empresa privada y a la iniciativa individual. Dice y estaba en lo
cierto cuando hacía hincapié en el incremento inevitable de la importancia y el peso del
aparato del estado, una vez que se abandonó el concepto del estado ideal no
intervencionista. De acuerdo con los parámetros actuales, la burocracia todavía era
modesta, aunque creció con gran rapidez, especialmente en el Reino Unido, donde el
número de trabajadores al servicio del gobierno se triplicó entre 1891 y 1911.
Sin embargo, el problema era más complejo ¿era posible dar una legitimidad a
los regímenes de los estados y a las clases dirigentes a los ojos de las masas movilizadas
democráticamente? En cierto sentido el período que analizamos consiste en una serie de
intentos de responder a este interrogante.
Al igual que la horticultura, ese sistema era una mezcla de plantación desde
arriba y crecimiento desde abajo (se puso metafórico el viejo). Los gobiernos y las elites
gobernantes sabían perfectamente lo que hacían cuando crearon nuevas fiestas
nacionales o impulsaron la ritualización de la monarquía británica.
Naturalmente, las iniciativas oficiales alcanzaban un éxito mayor cuando
explotaban y manipulaban las emociones populares espontáneas e indefinidas o cuando
integraban temas de la política de masas no oficial.
Así pues, los regímenes políticos llevaron a cabo, dentro de sus fronteras, una
guerra silenciosa por el control de los símbolos y ritos de la pertenencia a la especie
humana, especialmente mediante el control de la escuela pública, y por lo general
cuando las iglesias eran poco fiables políticamente, mediante el intento de controlar las
grandes ceremonias del nacimiento, el matrimonio y la muerte. De todos estos símbolos,
tal vez el más poderoso era la música, en sus formas políticas, el himno nacional y la
marcha militar y sobre todo la bandera nacional.
Los estados y los gobiernos competían por los símbolos de unidad y de lealtad
emocional con los movimientos de masas no oficiales, que muchas veces creaban sus
propios contra simbolismos, como la Internacional socialista cuando el estado se
apropió del anterior himno de la revolución, la Marsellesa.
¿Consiguieron las sociedades políticas y las clases dirigentes de la Europa
Occidental controlar esas movilizaciones de masas, potencial o realmente subversivas?
Así ocurrió en general el período anterior a 1914, con la excepción de Austria, ese
conglomerado de nacionalidades que buscaban en otras partes su perspectiva de futuro y
que sólo se mantenían unidas gracias a la longevidad de su anciano emperador. El
período transcurrido entre 1875-1914 y, desde luego, el que se extiende entre 1900 y
1914 fue de estabilidad política, a pesar de las alarmas y los problemas.
Los movimientos que rechazaban el sistema, como el socialismo, eran
engullidos por éste o podían ser utilizados como catalizadores de un consenso
mayoritario.
Lo que destruyó la estabilidad de la belle époque, incluyendo la paz de ese
período, fue la situación en Rusia, el imperio de los Habsburgo y los Balcanes, y no la
que reinaba en la Europa Occidental y Alemania.
De cualquier forma, el período que transcurre entre 1880 y 1914, las clases
dirigentes descubrieron que la democracia parlamentaria, a pesar de sus temores, fue
perfectamente compatible con la estabilidad política y económica de los regímenes
capitalistas. Ese descubrimiento como el propio sistema, era nuevo, al menos en Europa.
Para Marx y Engels, la república democrática, aunque totalmente burguesa, había sido
siempre como la antesala del socialismo por cuanto permitía, e incluso impulsaba, la
movilización política del proletariado como clase y de las masas oprimidas, bajo el
liderazgo del proletariado. Con anterioridad a 1880, los argumentos de Lenin habrían
parecido poco plausibles a los partidos y a los enemigos del capitalismo, inmersos en la
acción política. Incluso en las filas de la izquierda política, un juicio tan negativo sobre
la “república democrática” habría resultado casi inconcebible. Las afirmaciones de
Lenin en 1917 hay que considerarlas desde una perspectiva de la experiencia de una
generación de democratización occidental, y, especialmente, de la de los últimos quince
años anteriores a la guerra.
En 1919, toda la Europa que se extendía al oeste de Rusia y Hungría fue
reorganizada sistemáticamente en estados según el modelo democrático.
Inevitablemente, el capitalismo tenía que abandonar la democracia burguesa. Pero eso
también era erróneo. La democracia burguesa renació de sus cenizas en 1945 y dese ese
entonces ha sido el sistema preferido de las sociedades capitalistas.
 DUROSELLE, Jean-Baptiste. Europa de 1815 a nuestros días.
Barcelona, Labor, 1991.
Cap. V “La democratización de los Estados (1871-1914)”.
A lo largo del S XIX, por medio de un lento pero irresistible movimiento, un
número cada vez mayor de hombres participaron en los asuntos públicos, se interesaron
por ellos y contribuyeron a ejercer cierta presión. Un poco por todas partes, se entrevé el
“fin de los notables” y el ascenso de capas sociales nuevas. Esto no significa que los
ciudadanos fuesen realmente iguales. De todas formas, hubo progresos en la instrucción,
se constituyeron partidos socialistas o radicales, se reclutaron para los ministerios gente
fuera de la aristocracia, etc.
Esta revolución se operó dentro de una relativa tranquilidad (salvo en Rusia), la
era romántica de las revoluciones llegaba a su fin. Los revolucionaron se organizaron
como no lo habían hecho antes, alrededor de partidos socialistas que se proclamaron en
extremo internacionalistas (la II internacional data de 1889). La crisis de julio de 1914
demostraría con claridad que el nacionalismo triunfaba por doquier.
1-Las reformas democráticas y los progresos de la “izquierda”
Existía entre las elecciones y las reformas un estrecho vínculo. Ya que según qué
mayoría se iba a conservar o innovar, se harían las reformas y siempre se tendió a elegir
la innovación. Pero una vez en el poder, los reformadores se moderaban, el contacto con
la realidad embotaba su celo reformador (Ej Francia: se votaban a los partidos de
izquierda, pero estos iban cada vez más al centro).
Tomemos entonces, el ejemplo de Francia. En 1871 disponía ya del sufragio
universal, pero eligió a monárquicos porque quería la paz y los republicanos parecían
ser los hombres de guerra a ultranza. Una vez que vieron cómo se destruía a la izquierda
el país optó de modo visible por una República moderada. Como es natural, al tener
monárquicos, éstos iban a querer restaurar la monarquía (chambord quería subir el trono
por derecho divino, haciendo fracasar todo).
El monarquismo estaba condenado desde entonces. En las elecciones de 1876 se
votaron 360 republicanos por 155 monárquicos.
Se entra entonces en la era de las reformas. Tan solo la agitación nacionalista
amenazó, durante un breve período de tiempo, los fundamentos de la República.
Ahora, el ejemplo de Inglaterra es a la vez diferente en sus modalidades y
simétrico en su esquema. En primer lugar, porque solo consiguieron de modo
progresivo el sufragio universal. No obstante, las reformas no constituyeron el
monopolio de los liberales. Ya que existían dos partidos, ambos tomaban reformas para
satisfacer al pueblo.
Alemania no era, antes de 1914 una democracia en el pleno sentido del término.
Prusia seguía eligiendo a sus diputados según el sistema de tres clases, dando
predominancia a los ricos. No obstante, en tanto que confederación poseía un Reichstag,
elegido por sufragio universal. Pero éste era solo competente en los asuntos federales y
con poco presupuesto. El canciller del Imperio (Bismarck hasta 1890) era siempre al
mismo tiempo ministro-presidente de Prusia. Había pues, reformas federales y otras
reformas en Prusia o en los diversos E alemanes. Hasta Bismarck ejecutaba reformas
para luchar contra los socialistas. Pero lo que impidió que Alemania se convirtiese en un
país realmente democrático fue por una parte la independencia total del poder ejecutivo
con respecto al pueblo y por otra la preponderante influencia de los militares.
Rusia es un caso particular. Hasta 1905 el gobierno fue puramente autocrático,
los funcionarios y policía también tenían un poder ilimitado. Los miserables campesinos
estaban más afectados que los demás por la administración del país y por todas partes
empezaban a insinuarse rebeldías. E 1905 las resultas (sumado a la derrota con Japón)
se tornaron más violentas. El Zar Nicolás II se resignó y proclamó que las leyes serían
elegidas por una Duma elegida, en apariencia se estaba dando un aspo hacia el
liberalismo y la democracia. En resumen, con anterioridad a 1917, Rusia solo conoció
ciertas apariencias de democracia y escapaba al movimiento general que le llevaba a
toda Europa. Allí radica la explicación del fenómeno esencial: que Rusia sea el único
país en donde la facción más revolucionaria del socialismo haya conseguido finalmente
tomar el poder.
2- El socialismo
Mientras que la sociedad europea, exceptuando Rusia, evolucionaba no sin
vacilaciones hacia la democracia, llevaba en sí misma un fermento de destrucción: el
socialismo revolucionario e internacionalista.
El socialismo utópico dejó paso a tendencias más ásperas, violentas, duras y
realistas. El socialismo de Marx rechazaba cualquier dogma, las leyes históricas
llevarían a derrocar a la burguesía K a tomar el poder. A contramano de esto Proudhpin
y Bakunin querían la desaparición del E.
Lo que contribuyó de gran manera fue el hecho de que por primera vez el
socialismo dejase de ser un asunto de teóricos para encarnarse en la masa obrera.
Si tratamos de descubrir las líneas directrices del desarrollo de este socialismo
nuevo, podremos constatar ante todo que se crearon partidos socialistas por todas partes.
Alemania fue el primero, Francia, Italia. El caso de GB es distinto, la tradición de los
dos partidos hizo que fuera siempre difícil la introducción de un tercero. Así, los obreros
votaban por liberales o conservadores, según los apoyos que éstos prometían a sus
trades unions. En los 80 éstos plantearon el problema de una representación especial. Se
creó la Independent Party y en 1892 se sentaron por primera vez dos socialistas en una
cámara inglesa, aunque su influencia siguió siendo escasa al no estar ligada con la trade
union. Puesto que los liberales emprendían amplias reformas económicas en detrimento
de los grandes propietarios, los laboristas evitaron en 1910 el fracaso de sus candidatos
y los sacaron.
El hecho de que el socialismo progresase por doquier no basta para explicar
todos los aspectos del problema, ya que todavía dicha palabra encubría numerosas y
diversas ideologías. La tendencia reformista quería conquistar el poder mediante
métodos legales y cambiar en provecho de los trabajadores la legislación burguesa
existente, por lo que aprovechaban a otros partidos cuando proponían leyes sociales
aprovechables. Por esto aceptaba que sus miembros participasen en gobiernos de
izquierda, suavizando los reclamaos de los obreros. Pero esta revolución estructural era
necesario que el partido socialista tomase la totalidad del poder.
El marxismo triunfó en primer lugar en Alemania, ya que los dos partidos
socialistas se fundieron en 1874 para constituir un solo partido que se convirtió en
social-demócrata, aunque también tenía sus propios revisionistas, como Bernstein.
En Francia tardó en realizarse la unificación entre la tendencia marxista y
reformista.
Obtuvo su mayor éxito en Rusia. Allí también existían diversas tendencias: los
socialistas revolucionarios, favorables a los atentados terroristas desordenados, y los
sociales demócratas marxistas. Lo que se produjo en 1903 fue una escisión y no una
fusión como en Francia. La minoría de s-d eran mencheviques y la mayoría
bolcheviques, unos precavidos y otros directos a la revolución.
En el caso británico, ocurrió a la inversa. Hubo sin duda alguna una Federación
social-demócrata de tendencia marxista, pero nunca agrupó más que a unos millares de
partidos y no entorpeció en absoluto a las trades unions.
Entre reformistas y revolucionarios se interponía la noción de patria. Los
primeros la aceptaban, los segundos como Marx pretendían sustituir la solidaridad en el
marco geográfico de la nación por la solidaridad de clase. Por solo los más fervientes
tenían en cuenta esta teoría y preconizaban la huelga contra la movilización. En julio de
1914, pese al asesinato de Jaures, los socialistas franceses se levantaron como los demás
para defender a la patria amenazada. En cuanto a Alemania, Bebel y Liebknecht
anunciaron que la clase obrera “seguirá a un solo hombre” la orden de movilización. Y
es lo que pasó. “En tiempo de guerra, todo el mundo es nacionalista” decía Kautsky.
 ELEY, Geof. Un mundo por ganar. Historia de la izquierda en Europa,
1850-2000. Barcelona, Crítica, 2003.
Capítulo 4. La ascensión de los movimientos obreros. El avance de la
historia.
La década de 1860 fue decisiva para la izquierda. Las tradiciones antiguas se
eclipsaron al tiempo que otras como el anarquismo se desplazaban hacia los márgenes
del movimiento internacional. Apareció un ideal nuevo de partidos obreros, con una
organización nacional, y centrados en la palestra parlamentaria. Este constitucionalismo
socialista surgió de las liberalizaciones de 1867-1871, que permitieron a muchos
movimientos obreros llevar a cabo su primera agitación legal en una escala superior a la
agitación local. También fue fomentado activamente por la I Internacional, cuya
influencia sobrepasaba con mucho el modesto número de afiliados a los partidos que la
integraban. Sus perspectivas eran las de Marx y Engels, que durante estos años
asumieron su papel duradero como asesores principales de los movimientos socialistas
de Europa. Estos movimientos constituyeron un desvío novedoso para la izquierda
europea. Fueron los primeros partidos socialistas con una organización nacional y una
existencia continuada.
La geografía del socialismo La importancia de los nuevos partidos variaba
enormemente. Los más fuertes estaban en Escandinavia y en la Europa central de habla
alemana (incluidos los territorios checos del imperio Habsburgo); los más débiles, en el
mediterráneo. Donde la industria hizo pocos progresos, lo mismo ocurrió al socialismo,
como en el sudeste de Europa, pero la industrialización no era una guía infalible. La
legalidad, una constitución parlamentaria que funcionara bien y el democrático derecho
al voto eran tan capacitadores como la industrialización. A la inversa, la autocracia rusa
frenó la expresión democrática de la militancia popular y un sufragio discriminatorio
disminuyó las posibilidades de los socialistas en Bélgica. Así pues, los primitivos
marcos políticos democráticos de signo liberal podían compensar la falta de industria
capitalista, del mismo modo que la falta de liberalización podía obstaculizar el avance
de un movimiento obrero hacia un modelo “alemán” o “escandinavo” de éxito
socialdemócrata en las economías industriales. En este sentido, el factor constitucional
podía anticipar o impedir las consecuencias de la formación de clases industriales. Hay
dos complicaciones más en esta geografía de apoyo a los socialistas. En primer lugar, en
el Mediterráneo occidental el panorama se veía enturbiado por el anarquismo y, después
de 1900, por un movimiento afín, antiparlamentario, anticentralista y partidario de la
acción directa al que normalmente se llamaba sindicalismo revolucionario. Esto ocurría
de manera especial en España, donde los partidarios de Bakunin se adelantaron a los de
Marx a finales del decenio de 1860 y donde el atraso económico y la fragilidad del
liberalismo eran obstáculos para los socialistas. Pero también ocurría en Italia, donde el
PSI no logró suplantar la vigorosa tradición anarquista. La segunda complicación antes
de 1914 era Gran Bretaña. En ella se daba una paradoja, puesto que la nación con el
capitalismo más avanzado y la sociedad más proletaria era la que menos votos daba a
los socialistas.
Con esta única excepción, había tres geografías socialistas antes de 1914: el
“núcleo” socialdemócrata de Escandinavia y Europa central, donde el nuevo modelo
parlamentarismo socialista y sindicalismo asociado a él dominaba los movimientos
obreros; el Mediterráneo occidental, donde el anarcosindicalismo debilitó los partidos
socialistas e hizo que la política obrera fuese más inestable; y el borde oriental de
Europa formado por Rusia, los Balcanes y gran parte de Austria-Hungría, donde el
atraso económico y político demoró los partidos socialistas o los obligó a pasar a la
clandestinidad. Los partidos socialistas llegaron en dos fases: la primera ocupó el lapso
entre la I Internacional y la II Internacional y terminó con el partido italiano en 1892; la
otra empezó con la fundación de partidos socialistas en los Balcanes y Polonia a
principios del decenio de 1890 y acabó en 1905 con la revolución rusa.
Socialismo, gobierno parlamentario y derecho al voto Desde las agitaciones
constitucionales de 1867-1871 hasta 1914, en el norte y en el centro de Europa imperó
una sorprendente estabilidad. A lo largo de estos decenios, la estabilidad requirió
importantes hazañas de concertación, como en la Tercera Ley de Reforma británica
(1884), la constitución belga (1893), el sufragio universal masculino en Austria (1907) e
Italia (1912) y las liberalizaciones en Noruega (1898), Dinamarca (1901), Finlandia
(1905) y Suecia (1907). Pero estos ordenamientos se negociaron precisamente a través
de los medios constitucionales disponibles. Las aspiraciones se encauzaron hacia el
marco constitucional liberal. La estabilidad se aseguró mediante las formas
parlamentarias que existían. El decenio de 1860 instauró las duraderas normas
parlamentarias y constitucionales para la vida política de Europa que tanto la izquierda
como sus oponentes aceptaron. Después de 1905, inspirados por el soviet de San
Petersburgo y las agitaciones huelguísticas europeas, los radicales socialistas empezaron
a criticar estas perspectivas parlamentarias. Pero sus críticas no fructificaron hasta 1917-
1923. Antes, la mayoría de los socialistas observaban las normas parlamentarias; y allí
donde no existían, el objetivo de la agitación extraparlamentaria era crearlas.
Para los nuevos partidos socialistas, un principio era axiomático: las ideas
políticas del trabajo necesitaban los sistemas parlamentarios existentes. Estos sistemas
podían utilizarse en parte como tribuna para incitar a las masas y en parte para obtener
reformas a corto plazo. Además, las nuevas luchas por el derecho democrático al voto
afectaron directamente a las relaciones de la izquierda con el liberalismo, porque
mientras los antiguos regímenes se resistieron a las reformas, los liberales solían formar
parte de los frentes de oposición junto a los socialistas y otros radicales. Pero una vez
los obreros obtuvieron el derecho al voto, se produjeron escisiones. La democratización
de la constitución, por modesta que fuera, abría el camino a otros conflictos. Después de
conseguir que se democratizara más el sufragio, los socialistas obtuvieron su
independencia política. Gran Bretaña era un caso extremo en el que los socialistas
fueron socios subalternos de una coalición liberal durante más tiempo que en cualquier
otra parte. Alemania representaba el extremo opuesto y en ella la ruptura entre el trabajo
y el liberalismo se produjo excepcionalmente pronto en el decenio de 1860 1.
Escandinavia y los Países Bajos ocupaban un lugar entre estos extremos: una vez
resuelta la cuestión constitucional, el incremento de la fuerza parlamentaria de los
socialistas fomentó la independencia y fue posible un realineamiento.
La cuestión constitucional dio un nuevo giro. El derecho a voto era una cosa. El
marco más amplio de responsabilidad parlamentaria, que podía llevar a los socialistas al
gobierno, era otra. También en este caso hubo grandes diferencias. La relación de los
partidos con el estado y la respuesta de éste a la ascensión de aquellos influyeron en sus
tendencias radicales. Allí donde las tradiciones parlamentarias eran antiguas y la
ideología popular identificaba la democracia con la fuerza de tales tradiciones, como en
Gran Bretaña, o donde el estado respaldaba las libertades civiles y el arbitraje laboral,
como en Suecia y Dinamarca, los movimientos obreros estaban a favor del gradualismo
o reformismo. Donde los socialistas carecían de representación parlamentaria y el
estado se comportaba de forma represiva -como en la Península Ibérica, Italia antes de
1912, la mitad húngara del imperio Habsburgo o la Rusia imperial-, la militancia obrera
se volvía intransigente. La Ley Antisocialista, el acoso policial, la exclusión de los
socialistas de los empleos públicos, su demonización como “antinacionales”: estas
condiciones que existían en Alemania vincularon fuertemente la lealtad del SPD al

1
La inclusión del sufragio universal en las constituciones de Alemania del Norte y del Imperio de 1867-
1871 liberaron al joven Partido Socialista de la dependencia de los liberales. Los socialdemócratas
alemanes tardaron dos decenios en convertirse en un partido de masas, pero se establecieron las
condiciones políticas de la independencia.
marxismo revolucionario. Ver el estado como instrumento de la clase gobernante, un
instrumento que no había que reformar, sino que destruir, nació del maltrato que el
movimiento recibía a diario, entre otras razones porque su fuerza electoral creciente se
veía invalidada por el hecho de que el gobierno no estuviera sometido al control del
parlamento. En un ejemplo de lo contrario, Dinamarca demostró cómo el acuerdo
temprano entre el estado, el capital y el trabajo podía dar a la política del movimiento un
molde reformista. Sin embargo, los partidos socialistas no dependían exclusivamente de
las instituciones parlamentarias para florecer. La rápida ascensión de los partidos ruso,
judío, ucraniano y letón en el imperio ruso demostró la capacidad de los socialistas para
adaptarse a las condiciones de ilegalidad.
Sindicalismo Casi todos los partidos socialistas mantenían relaciones estrechas
con federaciones sindicales organizadas nacionalmente. De hecho, colaboraron en la
creación de dichas organizaciones nacionales, las cuales, con la excepción de Gran
Bretaña, fueron posteriores a la fundación del partido socialista mismo. En términos
generales, el sindicalismo era cuestión de economía y se extendía junto con las tasas y
las formas de industrialización. Hubo tres tipos de experiencia antes de 1914,
empezando por Gran Bretaña y Bélgica, pioneras de la industrialización a comienzos
del siglo XIX. Vino luego la industrialización de Escandinavia y Alemania en la
segunda mitad del siglo, con una aceleración a gran escala después de la década de
1890. Finalmente, la industrialización fue más débil en otras partes, aunque a partir del
decenio de 1890 Francia, Italia y Rusia crearon sectores industriales muy avanzados y lo
mismo hicieron Bohemia, Viena y Budapest en el imperio Habsburgo y Barcelona en
España. En todos los casos, los pequeños y exclusivos sindicatos de artesanos cedieron
ante el sindicalismo masivo que la industria hizo posible.
En todas partes, los forjadores de los movimientos obreros no fueron los obreros
de las fábricas, sino más bien los hombres especializados que trabajaban en talleres
pequeños. Los primeros sindicatos nacieron de sociedades de socorro mutuo, sociedades
de oficiales y asociaciones educativas que llenaban el espacio dejado por los gremios.
Estos artesanos poseían un conocimiento especializado de la producción y la capacidad
de regular los mercados de trabajo por medio de la costumbre y el aprendizaje. Se
escapaban de la “explotación” que se encontraba en los mercados de trabajo más
dominados por los patronos, los cuales mataron oficios como los de sastre y el de
zapatero. A diferencia de los artesanos rurales o los obreros de las fábricas, contaban
con organizaciones colectivas. En la tradición desde este sindicalismo gremial Gran
Bretaña fue un caso único. En ella los sindicatos crecieron dentro de un marco gremial
cuya fuerza era excepcional, los sindicatos de artesanos se convirtieron en el modelo
incluso de los obreros especializados creados por la propia industrialización, como los
hilanderos del algodón, que luego excluyeron a los menos especializados. Esta
dominación también hizo posible otro efecto británico distintivo después de 1889, los
sindicatos generales polimorfos, que penetraron en todas las industrias de las que los
sindicatos de artesanos hicieron caso omiso debido a su tradicionalismo. Estos
sindicatos generales diferían de otros modelos del continente: los sindicatos industriales,
que reclutaban a todos los trabajadores de una misma industria, prescindiendo de su
especialización e incluso de la “línea del cuello”; y los sindicatos de peones en general,
que reunían a todos los especializados que quedaban, ya fuera debido al exclusivismo de
los sindicatos gremiales o porque sus empleos eran inclasificables de acuerdo con los
criterios tradicionales; cuando se había reunido un número suficiente de obreros no
especializados, se les reasignaba al sindicato industrial apropiado en el que idealmente
se fundían con los oficios pertinentes.
Si Gran Bretaña contaba con una mezcla de sindicatos gremiales y generales con
organización nacional, mientras Francia, España e Italia produjeron coaliciones con
base local, descentralizadas y heterogéneas, Alemania mostraba la progresión evolutiva
más clara, con las tradiciones de los artesanos sucumbiendo ante el sindicalismo
industrial de masas. El movimiento obrero alemán también creció a partir de
asociaciones de artesanos locales que abarcaban ciudades enteras. Pero los sindicatos
gremiales alemanes nunca ampliaron su base como los británicos.
Expansión de los movimientos obreros El ritmo de avance del sindicalismo
estuvo vinculado tanto a los altibajos del ciclo económico como a la política. Una
dialéctica de liberalización política y economía en expansión había influido en la
primera oleada paneuropea de huelgas en 1868-1873, durante la cual la militancia
penetró mucho en la periferia subdesarrollada, desde España hasta Galitzia. La
liberalización actuó entonces con el final de la depresión en 1895-1896 y contribuyó a la
transición al sindicalismo de masas. La política también impuso la explosión obrera
continental en 1904-1907, y durante estos años los afiliados a los sindicatos austríacos
se triplicaron; los alemanes, noruegos y suecos aumentaron más del doble y los
húngaros casi hicieron lo propio, por no hablar de la militancia localizada en Francia,
Italia y España y la turbulencia revolucionaria en Rusia, donde los sindicatos fueron
legalizados por primera vez. Las cuestiones relacionadas con el sufragio y la inspiración
revolucionaria de Rusia fueron el ímpetu, aunque no cabe duda de que el incremento de
la actividad económica también contribuyera a ello.
Un efecto de la depresión fue decisivo. Fuera de Gran Bretaña, el período 1873-
1896 trocó el libre comercio por el proteccionismo y metió al gobierno en la economía.
En la industria pesada y en los nuevos sectores químicos y de ingeniería eléctrica, este
hecho también impulsó a la concentración, con imponentes niveles de concentración
vertical y horizontal en los sectores y entre sectores, implacable regulación del mercado
por medio de cárteles y nuevos grupos de presión corporativa que influían en el
gobierno. Donde más acentuado sucedía esto era en Alemania. Pero ocurría en los
sectores dinámicos en todas partes y creó una pauta nueva para las economías en vías de
industrialización en Italia, Rusia y Escandinavia. El capitalismo estaba mucho más
organizado: a mayor escala, más interrelacionado con la economía nacional, más
politizado y más integrado corporativamente con el estado. Esto reconfiguró el entorno
en el que tenían que actuar los sindicatos, con grandes consecuencias para sus
probabilidades de éxito. El avance hasta el sindicalismo de masas fue impresionante.
Los sindicatos invadieron finalmente las fábricas, en contraposición a las obras
de construcción, las minas de carbón y los talleres pequeños, donde ya estaban
presentes. Estos nuevos reclutas no tenían una formación profesional, sino habilidades
específicas de la industria que trabajaban: productos químicos, elaboración de alimentos
y nuevas ramas de la ingeniería como la producción de bicicletas y automóviles, donde
el sindicato era débil. En ramas más antiguas de la ingeniería, las reivindicaciones
sindicales tomaban formas profesionales conocidas y se centraban en el aprendizaje, la
demarcación y el personal encargado de las máquinas, así como cuestiones generales
más relativas al trabajo a destajo, las horas extras y la jornada de ocho horas. Pero la
debilidad del sindicalismo gremial en los sectores nuevos permitió a los organizadores
centrarse en los maquinistas semiespecializados y especializados que la mecanización
empezaba a crear. Por otra parte, si en Gran Bretaña esta expansión ocurrió más allá de
los sindicatos gremiales existentes, que eran reacios a organizar a los obreros menos
especializados, en el continente el sindicalismo de la industria del metal se adaptó
exactamente para el mismo fin. Pero en ambos casos estaba apareciendo una vanguardia
nueva: el obrero mundial semiespecializado que se había formado mientras trabajaba.
La negociación localizada se volvió cada vez más difícil. Campañas como la relativa a
la jornada de ocho horas exigían coordinación nacional. Los patronos también forzaban
agresivamente la marcha. Con el crecimiento de una esfera pública nacional y la
ascensión de los partidos socialistas de masas, el sindicalismo cristalizó esperanzas y
temores mayores. Los conflictos laborales simbolizaban principios más amplios. A
medida que creció la escala de las luchas sindicales, aumentó también esa dimensión
política nacional.
Socialismo, política nacional y vida cotidiana A mediados del decenio de
1890, los movimientos obreros europeos habían llegado a un primer punto decisivo. Un
ciclo de fundación de partidos había terminado y abarcaba el norte y el oeste de Europa;
y la segunda fase estaba en marcha, empezando por los partidos de Polonia y los
Balcanes a comienzos del decenio, continuando en todo el imperio ruso hasta su
culminación en 1905. Los estados parlamentarios creados por los ordenamientos
constitucionales del decenio de 1860 se habían estabilizado, con ampliaciones del
derecho al voto en los Países Bajos y Escandinavia. El auge económico posterior a
1895-1896 trajo el primer período de sindicación sostenida. Los partidos socialistas del
primer ciclo obtuvieron mejores resultados electorales ininterrumpidos, instauraron una
presencia parlamentaria, impregnaron la esfera pública y ahondaron sus raíces. Estos
procesos generaron conjuntamente el “núcleo socialdemócrata” del norte y el centro de
Europa.
Sólo una minoría de obreros se afilió a los partidos socialistas y sus sindicatos, y
todavía eran menos los que conocían las sutilezas de la teoría socialista. Pero la
experiencia de la vida cotidiana, donde las relaciones abstractas de poder se
experimentaban en la práctica, generó actitudes de independencia con un potencial
político obvio. En circunstancias de crisis social y política general, como las
insurgencias europeas de 1904-1907, el período revolucionario de 1917-1921, o
movilizaciones concretas de índole nacional y local, las culturas de resistencia podían
adquirir un significado político más completo. Entonces el mundo de la política y el
cotidiano podían actuar conjuntamente.
Conclusión. Así pues, el impresionante crecimiento de los partidos socialistas
antes de 1914 contenía algunos límites claros. No sólo alcanzaron un tope de apoyo
electoral -entre un cuarto y un tercio del electorado en el mejor de los casos-, sino que
se encontraban estructuralmente fuera del orden gobernante y permanecían allí tanto a
causa de su propia oposición rotunda al sistema como por el deseo de éste de excluirlos.
En los pocos casos en que el sufragio universal y el gobierno parlamentario en toda
regla llegaron aparte de la primera guerra mundial, estos límites se aflojaron. Pero en
otros sitios los partidos conservaron su condición de elementos ajenos al sistema y
confiaron en que la lógica a largo plazo del desarrollo y las crisis capitalistas les
llevarían al poder. Cuando aparecían reformistas, como los posibilistas franceses de la
década de 1880 o los moderados del SPD en los estados del sudoeste de Alemania, que
eran más liberales, después del decenio de 1890, fueron rechazados. La no participación
en “gobiernos burgueses” continuó siendo la norma de la II Internacional. En 1913, el
SDAP holandés de basó en ello para rechazar un puesto en el gobierno.
A partir de la década de 1890, las condiciones económicas favorables, las
acrecencias de la legislación social y el derecho laboral nacional y el fortalecimiento de
los sistemas parlamentarios permitieron la expansión de los partidos. Ya fuera por
medio del nuevo sindicalismo de masas, la recién creada maquinaria de los partidos y
las actividades culturales o los primeros logros del socialismo municipal, se convirtieron
en poderosas partes integrantes de sus sistemas políticos. Sin embargo, nunca estuvieron
cerca de contar con el apoyo universal de la clase obrera. La capacidad del socialismo
para armonizar intereses heterogéneos fue siempre insuficiente.
Capítulo 5. Retos más allá del socialismo. Otros frentes de la democracia.
La socialdemocracia se convirtió en la principal fuerza de la voz en la mayor
parte de Europa entre 1870 y 1914. El ímpetu colectivista de los nuevos partidos
socialistas nació de una experiencia obrera compartida que las críticas al capitalismo
como sistema de desigualdad describieron de manera convincente. Pero igualmente
fundamental fue la hostilidad de los gobiernos europeos a las masas, a las que
excluyeron de la ciudadanía.
El clima político previo a 1914 requería la postura revolucionaria de la
izquierda, porque la intransigencia de sus oponentes no ofrecía otra opción.
Los movimientos más fuertes presentaban una pauta común: partido único que
estaban unidos organizativamente, pero eran diversos desde el punto de vista
ideológico, sin rivales dignos de tenerse en cuenta, y reunían una mezcla de intereses
alrededor de valores que en línea generales cabía calificar de socialdemócratas. Pero
este modelo se instauro inequívocamente en el norte y centro de Europa. En otras áreas,
la política de izquierda resulto más polémica (Gran Bretaña: socialismo con pocos
progresos frente al liberalismo; Italia y España: conflictos violentos internos; Francia:
socialismo divido).
Estos primeros partidos socialistas no fueron los únicos propugnadores de la
democracia antes de 1914:
Las desavenencias internas de los partidos fueron semilleros de otras ideas, y
entre 1905-13, la ortodoxia se vino abajo.
Los rivales contemporáneos del socialismo también marcaron un espacio para
otras posibilidades.
Las feministas
Las tensiones aumentaron entre 1905-1914, cuando los marcos políticos creados
durante los esfuerzos constituyentes del decenio de 1860 se tambalearon, amenazaron
con derrumbarse y cayeron.
La II Internacional y sus divisiones En 1889, centenario de la Revolución
Francesa, se celebran dos congresos internacionales rivales:
Moderados.
SPD: vertiente marxista de los nacientes partidos socialistas. 1) Jornada de 8 hs
y condiciones de trabajo; 2) la paz, la guerra y las virtudes de las milicias nacionales en
comparación con los ejércitos permanentes; 3) el sufragio universal; 4) y la propuesta
del 1° de Mayo como solidaridad de la clase obrera internacional.
Al Congreso Marxista asistieron delegados de 20 países, e inauguró la II
Internacional.
Los debates iniciales siguieron a la I Internacional, y sirvieron para distanciarse
del anarquismo y de la “democracia burguesa”, por igual. La conclusión del congreso de
1893 equilibró los principios revolucionarios con una serie de mejores prácticas y
permitió que los objetivos maximalistas y la mejora a corto plazo habilitaran un
lenguaje político común. Se rechazaron las posturas violentas del anarquismo, pero
también la colaboración directa con los reformadores no socialistas. Se trazó un amplio
programa de democracia y reforma social para la acción parlamentaria en el que se
hacía hincapié en el sufragio universal, la emancipación de las mujeres, jornadas de 8 hs
y la oposición a la guerra. Pero esto solo podían alcanzarlo los partidos obreros
independientes y liberados de la tutela burguesa que Marx propugnara durante la I
Internacional.
Pero, en lugar del derrumbamiento, se produjo una inclusión progresiva. En
1900 los partidos socialistas ya estaban entrando en la constelación política “burguesa”
y ganaban en las elecciones nacionales, participaban de la cultura parlamentaria y
hacían campaña a favor de la reforma.
El primer gran escándalo fue el de Millerand, en Francia. Sus reformas, aunque
importantes, tenían detrás el simbolismo de entrar en un gobierno en el que estaba el
general Gallifer, el carnicero de la comuna de París en 1871, algo que para Vaillant era
intolerable.
Desde 1860, los socialdemócratas habían considerado que los parlamentos eran
de suma importancia para su eficacia, tanto con el fin de obtener beneficios para la clase
obrera por medio de la legislación como para recibir apoyo popular en las elecciones.
Sin embargo, los críticos de Jaurés veían las cosas con ojos menos favorables. Vaillant
opinaba que el Estado no era un marco neutral que pudiera utilizarse para la
“penetración” obrera, sino que lo definía la maquinaria represiva que formaba el
ejército, la policía y la judicatura.
En vez de ello, los obreros avanzaban por medio de su propia combatividad y
arrancaban concesiones de los gobiernos o hacían la guerra de clase en la
independencia. El principal valor de la república consistía en haber liberado la política
de la lucha “real” del trabajo y del capital. Según esta idea, los socialistas debían utilizar
al Parlamento y las elecciones y debían defender la república y sus libertades, pero sin
hacerse ilusiones. Los objetivos más amplios de la revolución debían prevalecer
siempre.
Guesde veía las cosas de forma aún más desfavorable: la republica era una farsa.
“Un socialista que entra en un ministerio burgués o bien se pasa al enemigo o se rinde
ante el enemigo”. Pero esta postura cedió ante el pragmatismo revolucionario de
Kautsky, que defendía los derechos democráticos por su valor intrínseco y aprobaba las
alianzas tácticas. Ver a los no socialistas como una “masa reaccionaria” era un grave
error. La clave residía en la claridad y la independencia socialistas.
El caso más claro a favor de la coalición era una emergencia nacional, cuando
“las instituciones democráticas fundamentales” de una sociedad corrían peligro. La
respuesta de los liberales fue formar un frente común con la extrema izquierda.
Estos experimentos con el reformismo provocaron algunas recriminaciones.
Inmovilizaron al PSI durante gran parte del periodo previo a la guerra. El escándalo a
causa del “ministerialismo” reveló dos modelos de política socialista cuyas tensiones
volverían a aparecer:
La orgullosa defensa del objetivo revolucionario del socialismo – la destrucción
del capital y la construcción de una sociedad diferente – que exigía oposición decidida,
total renuncia a una cooperación con partidos “burgueses” y no participan en las
instituciones existentes. Kautsky, el “papa” del socialismo, era el más célebre
representante de esta idea. La victoria final sería fruto del funcionamiento de la historia
a medida que el movimiento obrero ganara en organización y fuese más popular.
Imaginaba un resultado parecido, en términos menos utópicos. Hacía hincapié en
la búsqueda de principios y un humanismo ético y democrático y trataba los valores
socialistas como el punto que llevaba a coaliciones mayores, basadas en la democracia y
la justicia social.
Los representantes eran Jaures en Francia, Vandervelde en Bélgica, Víctor Adler
en Austria, Turati en Italia.
Al aumento la fuerza parlamentaria del SPD, la preservación de su pureza
revolucionaria se convirtió en un problema. Cooperaba con progresistas ajenos al
socialismo en elecciones y maniobras políticas, formaba parte de comisiones
parlamentarias, apoyaba o se oponía a las leyes. En este hueco entre la teoría
revolucionaria y la práctica inmediata se introdujo una serie de artículos de Bernstein,
importante intelectual del SPD.
Contra la teoría catastrófica de la transición revolucionaria, Bernstein proponía
un modelo continuo de mejora o “socialismo evolutivo”. Sus argumentos provocaron un
gran escándalo entre los marxistas ortodoxos, como, Bebel, Kautsky.
La derrota del revisionismo inspiró una importante recuperación de la ortodoxia
en el SPD que restringió mucho la formación de colaciones en el futuro. Kautsky trato
este hecho como un juego de suma cero: la primacía de la lucha de clase impedía
cooperar con partidos burgueses y viceversa. También este asunto fue trasladado a la
Internacional.
La resolución del SPD que prohibía las alianzas reformistas por considerarlas
una distracción de lucha de clases fue aprobada por mayoría de votos. Los que votaron
en contra y los que se abstuvieron procedían de países con constituciones parlamentarias
más fuertes; los que la aprobaron, eran países del Este con democracias débiles.
Hecho presagió la constelación de 1914-1917, porque entre los enemigos
declarados del revisionismo había varios miembros de la oposición revolucionaria
durante la guerra.
Las cuestiones relacionadas con el imperialismo y el nacionalismo produjeron
divisiones parecidas.
Los socialistas encontraban varios motivos para aceptar al imperialismo. Creaba
puestos de trabajo, especialmente astilleros, los muelles, las fábricas de armas y las
industrias que dependencia del comercio colonial. A pesar de que el asunto de la guerra
había sido eludido, a partir de 1904 los llamamientos a huelga general contra la fuera
nunca dejaron de figurar al orden del día.
Si bien los socialistas resultaron vulnerables a las lealtades nacionales de orden
superior antes de 1914, habituándose a los ritmos hegemónicos del interés nacional, en
cambio desatendieron en la misma medida a las minorías nacionales. Esto no ocurrió de
manera invariable en todo el mundo.
Cuando el estallido de la guerra en agosto de 1914 sumió a la II internacional en
el caos, no sólo el antimilitarismo resultó perjudicado, sino también el enfoque clásico
de la cuestión nacional por parte de los socialistas. Los teóricos marxistas, de Kautsky a
Luxemburgo, de Trotsky a Lenin, creían que una mayor conciencia de clase permitiría
que la identidad nacional de los obreros se extinguiera gradualmente.
Populistas, anarquistas y sindicalistas revolucionarios Si el nacionalismo
planteaba problemas a la izquierda, más aún los planteaba el campo.Los
socialdemócratas contaba con que sus votantes obreros se convirtiesen en “la gran
mayoría de la población”, cuyo inmenso número prometía una legitimidad democrática
a toda prueba. Sin embargo, incluso en Alemania, la agricultura representaba el 28,4%
del empleo en 1907. La sociedad comprendía otras clases populares: campesinos,
trabajadores autónomos, funcionarios y profesionales modestos, administrativos. Para
ganar elecciones, los socialistas necesitaban a estos grupos, con los pequeños
agricultores en la cabeza de la lista.
A veces los socialistas podían proteger la ortodoxia tratando a los habitantes del
campo como una clase obrera rural. Pero era difícil atraer así a los campesinos pequeños
y medianos con poca mano de obra asalariada. Kautsky reafirmó la ortodoxia: el apoyo
al campesinado solo servía para salvar una forma arcaica de agricultura que estaba
condenada a desaparecer con la expansión del capitalismo; la verdadera prioridad del
partido eran los peones agrícolas de las grandes propiedades. Aunque la política bávara
no experimento ningún cambio, la intervención de Kautsky acalló el debate nacional.
La anterior tradición revolucionaria en Rusia, el populismo, seguía una
estrategia de orden de los campesinos combinada con la insurrección incluida el terror
ejemplar contra el zar y altos cargos de gobierno. Contra estas perspectivas, los
primeros marxistas rusos hicieron hincapié en la necesidad de desarrollo del capital.
Este rechazo del campesinado reflejó la rigidez que se apoderó del marxismo después
de Marx.
Esta confianza en un modelo K uniforme estaba fuera de lugar: el propio
campesinado europeo tardo un siglo en desaparecer; la polarización de las clases no se
produjo; y los obreros industriales se convirtieron en una parte de la sociedad que era
cada vez menos en lugar de mayor. En 1917-1923, el campo pasó a ser una reserva
contrarrevolucionaria en Italia y Alemania, y una poderosa fuente de inercia contra el
bolchevismo en la URSS. El desarrollo desigual del K europeo, el destacado papel
económico del coactivo Estado ruso, la primacía del campesinado ruso como fuerza
revolucionaria y el potencial democrático de la organización comunal campesina: fue un
error tremendo no tener todo eso en cuenta al formar un movimiento socialista.
De nuevo Kautsky fue quien fijó los debates en torno a las posiciones
doctrinarias. Lo trágico es que donde más se le siguió fue en sociedades agrarias en las
que eran más necesarias las estrategias campesinas: Rusia imperial, Los Balcanes, El
Este de Europa, y El Mediterráneo.
La filoizquierda más fuerte contraria al socialismo después del decenio de 1860,
el anarquismo, condensaba los dilemas de la democracia con especial agudeza:
Los anarquistas condenaban la idealización marxista de la organización
centralizada, ya fuera en la economía o en el Estado. Rechazaban la atención que la
socialdemocracia prestaba al Parlamento y las elecciones. Rechazan la atención que la
socialdemocracia prestaba al Parlamento y las elecciones.
En su lugar, defendía valores democráticos que socialistas como Kautsky
tendían a olvidar: el control local, la participación directa, la comunidad a pequeña
escala y la cooperación federativa.
Sus conspiraciones revolucionarias prescindían de todo el proceso democrático.
Hasta 1890, los anarquistas rivalizaron con los socialistas en toda Europa.
Algunas creencias anarquistas eran homologas a las culturas socialistas que se
consolidaron después de 1870 – una ética de sociedad cooperativista, ideales de
perfeccionamiento humano, secularismo combativo, colectivismo básico – y durante
algún tiempo las dos continuaron siendo porosas. Se dividieron a causa de cuestiones
relativas al Estado, la estrategia organizativa y la naturaleza del cambio revolucionario.
Los anarquistas rechazaban la autoridad del Estado. Eran contrarios a los partidos y a
los sindicatos por considerarlos prefiguraciones burocráticas del poder coactivo y en su
lugar valoraban la dialéctica de la organización conspirativa y la espontaneidad popular;
insurrección violenta.
Al faltar el procedimiento púbico de los socialistas, los individuos exaltados no
tenían freno. El anarquismo quedo identificado para siempre con la desesperación
política de jóvenes apasionados pero desquiciados.
A pesar de sus afinidades con el anarquismo, el sindicalismo revolucionario en
los primeros años del siglo XX fue un fenómeno nuevo que se identificaba con un
aumento de la combatividad obrera en Francia.
En vez del proceso parlamentario, los sindicalistas revolucionarios celebraran la
acción directa del sabotaje y las huelgas; en lugar de burocracias centrales, exigían
iniciativa de las bases; contra las elecciones, propugnaban el valor revolucionario de la
huelga general.
El impulso saldría de las fábricas, de los sindicatos industriales en lugar de los
gremiales o faccionales, y por medio de la acción directa, que incluiría sabotaje y
huelgas no autorizadas. Esto era contrario a los rasgos principales de la
socialdemocracia: electoralismo y política parlamentaria, primacía del partido sobre los
sindicatos, organiza centralizada y socialización de la economía por medio del estado.
La energía principal acabó trasladándose al sindicalismo nacional de tipo
convencional. La agitación laboral de antes de 1914 introdujo categorías nuevas de
obreros semiespecializados en los sindicatos, como en el caso de la Unión Obrera
Británica, pero la huelga general revolucionaria, la panacea del sindicalismo
revolucionario, no llegó nunca.
Al final, el sindicalismo revolucionario organizado retrocedió ante la
radicalización más general de 1905-1914, que contribuyó a dinamizar. La retórica
sindicalista revolucionaria resonaba con temperamento revolucionaria de una nueva
izquierda marxista, inspirada por 1905, que discutía las ortodoxias kautskyanas de la II
Internacional en el resurgir extraparlamentario. Lo irónico del caso es que las ideas
sindicalistas revolucionarias reforzaron las agitaciones políticas socialistas a favor del
sufragio universal.
Las agitaciones revolucionarias apelaban a los deseos de autonomía y control en
el lugar de trabajo, lo cual alejaba la estrategia revolucionaria de la insistencia de
Kautsky en el Estado. Los sindicalistas revolucionarios albergaban la esperanza de que
los sindicatos pudieran convertirse en las “organizaciones fundamentales para la
producción y la distribución” después de la revolución, basando el socialismo “no en el
Estado centralizado opresivo, sino en los grupos funcionales y autónomos de
productores”. La huelga se convirtió en una panacea universal, el muy necesario
disolvente de la prudencia del partido y la burocracia del sindicato, que estaban
debilitando la conciencia de clase espontánea del proletariado. Así, el sindicalismo
revolucionario volvió a conectar con los ideales anarquistas de 1870. Pero también fue
un anticipo de los comunismos de los consejos de 1917-1923.
Feministas, socialistas y la emancipación de la mujer En teoría, los socialistas
eran defensores de la igualdad sexual. Las mujeres estaban doblemente oprimidas:
Por la dependencia económica y social respecto al hombre
Por la explotación capitalista.
La emancipación jurídica y política no podía ser suficiente. Las mujeres solo
serían liberadas de verdad por el socialismo, gracias a la independencia económica que
significaba trabajar fuera de casa.
Los socialistas compaginaban los derechos políticos con exigencias más amplias
de índole socioeconómica, entre ellas el cuidado socializado de los hijos de madres
trabajadoras, la igualdad de salario, la igualdad de educación, unidades domesticas
igualitarias, reforma de las leyes sobre el aborto, y los medios anticonceptivos. Pero la
cuestión social ocupaba el primer lugar.
La práctica socialista era más ambigua. Muchos socialistas veían a las mujeres
como una “fuerza atrasada” a favor del conservadurismo.
El feminismo del movimiento obrero previo a 1914 tenía límites claros: las
obreras no eran prioridad para los sindicatos.
El abismo entre la retórica socialista y la práctica sindical resultaba
especialmente penoso en la única industria en la que las mujeres siempre tuvieron
fuerza: la textil. Pero la militancia femenina provocaba quejas de los líderes sindicales:
huelgas no autorizadas interrumpían la toma de decisiones de arriba abajo, y la
participación de mujeres en la huelga sobrepasaba su disposición a afiliarse al sindicato.
La burocracia masculina del sindicato negaba a las mujeres puestos oficiales, se resistía
a la igualdad salarial y hacía caso omiso de la carga extra para las mujeres
representaban las obligaciones familiares, las reglas discriminatorias en el lugar de
trabajo y el acoso sexual.
Este antifeminismo negaba legitimidad al trabajo de las mujeres. Aunque las
mujeres socialistas se unían con frecuencia a otras feministas para oponerse a las leyes
protectoras basadas en el sexo, los partidos socialistas adoptaron la actitud paternalista.
La protección de las trabajadoras llevaba aparejadas reformas auténticas, especialmente
cuando se integraba con objetivo como la jornada de 8 hs, y la igualdad salarial. Sin
embargo, los socialistas daban a entender otra cosa: que las mujeres no debían trabajar.
Su lugar estaba en la casa.
El movimiento feminista del SPD comienza y se expande entre 1904 y 1905,
bajo bandera de precios de los alimentos, el bienestar familiar y coste de la vida. El SPD
convirtió la “familia socialdemócrata” en su ideal, en el sostén de la respetabilidad
obrera.
La mujer socialista ideal se convirtió en la arquitecta de un hogar socialista que
criaba niños socialistas y proporcionaba socorro a un esposo socialista.
Este programa se tradujo en política pública. Pero, a pesar del desarrollo de
políticas de lucha, la emancipación de la mujer quedo subsumida en los programas de
bienestar basados en la familia.
El empeño socialista en eludir la cuestión de la mujer fue especialmente grave en
el asunto central: el sufragio. Donde los obreros tenían derecho a votar, los partidos
socialistas no daban prioridad al sufragio femenino. Allí donde partidos socialistas de
masas monopolizaban los argumentos a favor de la democracia, el abismo entre ellos y
las defensoras de los derechos femeninos se ensanchó, estigmatizando el “feminismo”
como exigencia interesada de la clase media. Dada la cultura machista de los
movimientos obreros y su ideología centrada en la familia, el espacio para el feminismo
democrático en los partidos socialistas era pequeño.
En 1914, las campañas a favor de los derechos de las mujeres se bifurcaron entre
los partidos socialistas, que daban preeminencia a los objetivos de política de clase y
sindicalismo masculino, y los movimientos de mujeres “burguesas”, que se agrupaban
alrededor de la emancipación individual o igualdad con los hombres de clase media.
Las feministas no socialistas también aspiraban a la organización internacional,
de la efímera Asociación Internacional de Mujeres de Goegg. Sin embargo, la mayoría
de los grupos femeninos, desde las socialistas a las sufragistas, secundaron las
solidaridades nacionalistas de la PGM; y su creencia en la misión cultural de la mujer
hizo que asumieran las ideologías nacionalistas y etnocentricas, que imperaban a la
sazón.
Conclusión Al igual que los anarquistas, los sindicalistas revolucionarios y los
radicales agrarios, las feministas de antes de 1914 señalaron posibilidades democráticas
más allá de los límites del socialismo parlamentario. Estos retos no salieron solo del
sufragio organizado, ni de las campañas a favor de los derechos de la mujer ni de las
activistas capacitadas por los propios partidos de la II Internacional, sino también de las
vidas ejemplares de las pioneras, que la PGM aplacaría. El sufragio femenino no se
lograría por medio del socialismo, sino por la democratización.
El sindicalismo revolucionario de la preguerra se reprodujo y la combatividad
sobrepasó los marcos sindicales existentes. Los movimientos de base se fijaron como
objetivo el lugar de trabajo en vez de acuerdos o leyes nacionales, y exigieron consejos
de fábrica y control obrero. Estos movimientos fracasaron, pero cambiaron el equilibrio
del poder industrial en los corporativismos nacientes que los movimientos obreros
esperaban controlar.
Los radicalismos no socialistas de antes de 1914 siguieron siendo una serie de
estímulos y reproches de los que durante los decenios siguientes la izquierda solo se
ocupó parcialmente, suponiendo que se ocupara de ellos de algún modo.

 Carl E. Schorske - “Viena fin-de-siècle” III. “Política en un nuevo


tono: un trío austríaco”
En todos los aspectos de su programa, los liberales austríacos sabían que
combatían contra lo socialmente superior y lo históricamente anterior: se veían a sí
mismos como conductores de lo que estaba debajo y avanzaba en contra de lo que
estaba arriba y retrocedía. Si bien aún no podía confiarse en el pueblo -puesto que éste
no siempre comprendía-, la expansión de la cultura nacional contendría algún día las
condiciones previas para un sistema ampliamente democrático. El poder popular sólo
aumentaría como una función de la responsabilidad racional. La sociedad austríaca no
respetó estas coordenadas de orden y progreso. Durante el último cuarto del siglo XIX,
el programa que los liberales habían elaborado contra las clases altas provocó el
estallido de los de abajo.
Los liberales lograron liberar las energías políticas de las masas, pero contra sí
mismos y no contra sus antiguos enemigos. Entonces, lejos de unir a las masas contra la
antigua clase dominante de arriba, inconscientemente los liberales extrajeron de las
profundidades sociales las fuerzas de una desintegración general. No nos corresponde
remontarnos a la compleja historia de la expulsión de los liberales austríacos del poder
político, ni de la parálisis del parlamentarismo por el conflicto nacional y social. Nos
centraremos más bien en la naturaleza de los líderes que, rompiendo con su origen
liberal, organizaron y representaron las aspiraciones de los grupos que los liberales no
habían logrado captar.
Nuestro trío de los líderes de los nuevos movimientos de masas pone en
evidencia, a pesar de sus diferentes objetivos políticos, un nuevo estilo común, heraldo
de una nueva cultura política en la que el poder y la responsabilidad se integraban
diferente que en la cultura del liberalismo racional.
Georg von Schönerer (1842-1821) Organizó a los nacionalistas germanos
radicales y los condujo a una política antisemita extrema. Aunque nunca logro plasmar
un partido poderoso, elevó el antisemitismo a una importante fuerza desintegradora en
la vida política austríaca. Su pretensión aristocrática da una clave de las fuentes
psicológicas de su propia rebelión rencorosa contra la cultura liberal y de las
sensibilidades de los estratos sociales que él organizó. Georg von Schönerer adquirió su
título por honesta herencia, pero estaba lejos de ser un aristócrata de sangre. Es el único
de nuestros tres líderes que provenía de la nueva clase industrial. Su padre había
recibido el título de nobleza de manos de un emperador agradecido por sus servicios
como ingeniero y administrador ferroviario. Así, Georg era hijo de un self-made man,
“un hombre con cualidades”. Pasó la vida oscilando entre reivindicar o refutar su
legado. En tanto la mayoría de los hijos de los miembros de la exitosa clase media
austríaca abrazaban una profesión urbana, el cometido de Schönerer consistió en
convertirse en una modesta réplica del príncipe Schwartzenberg, llevando la ciencia y el
espíritu empresarial a la agricultura, como un moderno señor del feudo. Se preparó para
rebelarse contra todo lo que su padre había construido durante su vida: lealtad a los
Habsburgo, capitalismo, tolerancia interracial y especulación financiera. Como
frustrado pseudoaristócrata, Georg se preparó casi inconscientemente para dirigir a los
estratos sociales que bullían a fuego lento bajo el dominio de la burguesía industrial de
la que él mismo había surgido. A su debido tiempo se encontrarían las masas rebeldes y
el hijo sublevado.
Después que los liberales divididos cayeron del poder en 1879, Schönerer y un
importante grupo de estudiantes universitarios que lo habían adoptado como
representante parlamentario, se rebelaron abiertamente contra la línea de su partido.
Antepusieron los principios de la democracia y el nacionalismo alemán a la estabilidad
imperial y de la oligarquía de clase media. Orientando la lucha popular contra los
banqueros y bolsistas por canales antisemitas, Schönerer, confirió a la cuestión la
explosiva energía de su tardía rebelión edípica. No sólo acusó a liberales y ministros,
sino indirectamente a la corte misma de “inclinarse ante el poder de los Rothschild y sus
camaradas”, y amenazó a todos con “colosales vuelcos contundentes” en manos del
pueblo si no se quebraba este poder. El retorno de lo reprimido en la sociedad capitalista
tuvo su analogía en el retorno de lo reprimido en la psique de Schönerer.
Los liberales, ante este estallido de crudo rencor, se encontraron entre la espada
y la pared. Schönerer fue el primer cabecilla de la fuerza centrífuga à outrance que
surgió en la era del dominio liberal. Jamás nadie abrazó tan a fondo toda potencialidad
desintegradora de la sociedad: clase, ideología, nacionalidad y religión. El nacionalismo
fue el centro positivo del credo de Schönerer, pero dado que el nacionalismo podía
satisfacerse sin la desintegración social, necesitó de un elemento negativo para dar
coherencia a su sistema. Ese elemento fue el antisemitismo, que le permitió
simultáneamente ser antisocialista, anticapitalista, anticatólico, antiliberal y anti-
Habsburgo.
Karl Lueger (1844-1910) Tenía mucho en común con Schönerer. Ambos
empezaron como liberales, ambos criticaron inicialmente al liberalismo desde un punto
de vista social y democrático, y ambos concluyeron como apóstatas, exponiendo en
forma explícita doctrinas antiliberales. Los dos emplearon el antisemitismo para
movilizar a los mismos elementos inestables de la población: artesanos y estudiantes. Y
-decisivo para nuestra exposición- ambos desarrollaron las técnicas de la política
extraparlamentaria, la política de la camorra y la turba. El principal logro de Schönerer
consistió en metamorfosear una tradición de la vieja izquierda en una ideología de la
Nueva Derecha: transformó el nacionalismo groosdeutsch y democrático en
pangermanismo racista. Lueger hizo lo contrario: transformó una ideología de la Vieja
Derecha -el catolicismo político austríaco en una ideología de la Nueva Izquierda, el
socialismo cristiano. Lueger era un político vienés, es decir, un representante de los
intereses de la ciudad en tanto capital imperial. Conservó una lealtad fundamental con la
monarquía de los Habsburgo y por lo tanto no se sintió atraído por el nacionalismo
germano, la positiva esencia variable de los innumerables odios de Schönerer. El
catolicismo ofreció a Lueger una ideología que podía integrar los dispares elementos
antiliberales que se habían movido en direcciones contradictorias a medida que su
carrera evolucionaba: democracia, reforma social, antisemitismo y lealtad a los
Habsburgo.
Theodor Herzl (1860-1904) Intentó proporcionar una utopía liberal a su pueblo
(el judío), no sobre la base de una premisa racionalista, sino en base a la fantasía
creativa: “el deseo nos hace libres”. Consideraba que la intolerancia exterior y la
endogamia judía habían “limitado a los judíos física y mentalmente. Así se habían visto
impedidos de mejorar su raza”. “El cruce de las razas occidentales con la así llamada
oriental, en base a una religión estatal común es la solución más deseable”, escribió
Herzl en 1882. El hecho de adherir a una asimilación racial y religiosa tan abarcadora
volvió su extrusión como judío, conmovedora y a la vez insustancial. En tanto partidario
de la asimilación, al principio consideraba que el problema judío era adyacente a la
cuestión social. Siendo el problema judío un aspecto de los problemas de la sociedad
moderna, sólo podía resolverse dentro de los más amplios. Hacia 1893, Herzl había
llegado a abjurar de toda posibilidad de resolver el problema judío por medio de la
persuasión racional. El mejor paliativo contra los síntomas del antisemitismo consistía
en recurrir a la “fuerza bruta” en forma de duelos personales con los detractores de los
judíos. Herzl comenzó así a reunir los elementos de la política de nuevo tono para los
judíos: postura aristocrática, rechazo profético del liberalismo, gesto dramático y
compromiso con la voluntad como clave de la transformación de la realidad social.

2.2. El mundo imperial. Un orden multipolar y homogéneo: las conferencias de


Berlín. La crisis de 1873 y la expansión imperial: sus efectos sobre la política en Europa
y en el resto del mundo. Las potencias periféricas: Estados Unidos y Japón. La
pentarquía y la cuestión de la sexta potencia. El surgimiento de la periferia.
 HOBSBAWM, Eric. La era del Imperio (1875-1914). Barcelona, Labor,
1989.
Cap. 3 “La era del Imperio”.
El período transcurrido entre 1875 y 1914: se lo puede clasificar como era del
imperio no solo porque en él se desarrolló un nuevo tipo de imperialismo, sino también
por otro motivo anacrónico. Probablemente fue el, período de la historia moderna en
que hubo mayor número de gobernantes que se autodenominaban oficialmente
“emperadores”.
Desde una perspectiva menos trivial del período estudiado, es una era en que
aparece un nuevo tipo de imperio, el imperio colonial. La supremacía económica y
militar de los países capitalistas no había sufrido un desafío serio desde hacía mucho
tiempo, pero entre finales del s XVIII y el último cuarto del XIX no se había llevado a
cabo ningún intento por convertir esa supremacía en una conquista. Entre 1800 y 1914
(largo siglo XIX), ese intento se realizó y la mayor parte del mundo ajeno a Europa y al
continente americano fue divido en territorios, que quedaron bajo el gobierno formal o
bajo el dominio político informal de uno u otro de una serie de estados: Reino Unido;
Francia; Alemania; Italia; Países Bajos; Bélgica; EEUU o Japón.
Nominalmente, la mayor parte de los grandes imperios tradicionales de Asia se
mantuvieron independientes, aunque las potencias occidentales establecieron en ellos
“zonas de influencia”. El único estado no europeo que resistió con éxito a la conquista
colonial formal fue Etiopía, que pudo mantener a raya a Italia, la más débil de las
potencias imperiales. En Asia, existía una parte nominalmente independiente, aunque
los imperios más antiguos ampliaron y rodearon sus posesiones.
Dos grandes zonas fueron divididas por razones prácticas:
África. En 1914, pertenecía en su totalidad a los imperios británico, francés,
alemán, belga, portugués, español, exceptuando a Etiopía y una parte de Marruecos.
El pacífico. No quedó ningún estado independiente, totalmente dividido entre
británicos, franceses, alemanes, neerlandeses, norteamericanos y japoneses.
Se crearon dos grandes imperios nuevos:
Por la conquista francesa de Indochina, iniciada en el reinado de Napoleón III.
Por parte de los japoneses, a expensas de China en Corea y Taiwán, y luego a
expensas de Rusia.
Solo una gran zona del mundo pudo sustraerse a ese proceso de reparto
territorial: América, para 1914 se hallaba en la misma situación que en 1875: era un
conjunto de repúblicas soberanas, con la excepción de Canadá, las Islas del Caribe y
algunas zonas del litoral caribeño. Con excepción de EEUU, su status político raramente
impresionaba a sus vecinos. Eran dependientes económicamente. Pero ni siquiera
EEUU, con hegemonía política y militar, intentó conquistarla. Fue la única región del
planeta en la que no hubo una seria rivalidad entre las grandes potencias.
Este reparto del mundo entre un número reducido de Estados – era del imperio –
era la expresión más espectacular de la progresiva división del globo en fuertes y
débiles. Era también un fenómeno nuevo.
De los grandes imperios coloniales, sólo los Países Bajos no pudieron, o no
quisieron, anexionarse nuevos territorios, salvo ampliando su control sobre las islas
indonesias que les pertenecían formalmente desde hacía mucho tiempo.
Para los observadores ortodoxos se abría una nueva era de expansión nacional en
la que era imposible separar con claridad los elementos políticos y económicos y en la
que el estado desempeñaba un papel cada vez más activo y fundamental tanto en los
asuntos domésticos como en el exterior. Los observadores heterodoxos analizaban más
específicamente esa nueva era como una nueva fase del desarrollo K, que surgía de
diversas tendencias que creían advertir en el proceso.
Constituyó el punto de partida para otros análisis más amplios, pues no hay duda
de que el término imperialismo se incorporó al vocabulario político y periodístico
durante la década de 1890. Los emperadores y los imperios eran instituciones antiguas,
pero el imperialismo era algo nuevo. La mayor parte de los debates se han centrado no
en lo q sucedió en el mundo entre 1875 y 1914, sino en el marxismo. El análisis del
imperialismo, crítico, realizado por Lenin, se convertía en un elemento central del
marxismo revolucionario de los movimientos comunistas de 1917. A diferencia de lo
que ocurre con el término “democracia”, el imperialismo es una actividad que se
desaprueba, y que ha sido siempre practicada por otros.
Criticar esas teorías no revestiría un interés especial. Señalemos que los análisis
no marxistas del imperialismo establecían conclusiones opuestas a las dos de los
marxistas y de esta forma han añadido confusión al tema. Negaban la conexión
específica entre el imperialismo de fines del XIX y del s XX con el capitalismo en
general y con la fase concreta del K. Negaban que el imperialismo tuviera raíces
económicas importantes, que beneficiara económicamente a los países imperialistas, y
que la explotación de las zonas atrasadas fuera fundamental para el K, y que hubiera
tenido efectos negativos sobre las economías coloniales. Afirmaban que el imperialismo
no desembocó en rivalidades entre las potencias imperialistas y que no había tenido
consecuencias sobre la PGM. Rechazando el análisis económico, se centraban en
explicaciones psicológicas, ideológicas, culturales y políticos.
Dejando aparte el leninismo y el anti leninismo, lo primero que ha de hacer el
historiador es dejar sentado el hecho evidente, que nadie habría negado en 1890, de que
la división del globo tenía una dimensión económica.
El acontecimiento más importante en el s XIX es la creación de una economía
global. La red de transportes mucho más tupida posibilitó que incluso las zonas más
atrasadas y hasta marginales se incorporaran a la economía mundial. La civilización
necesitaba de un elemento exótico: el desarrollo tecnológico, que dependía de materias
primas que por razones climáticas o por azares de la geología se encontraban
exclusivamente en lugares remotos. Se necesitaba petróleo y caucho. Éste se encontraba
en EEUU y en Europa, aunque los pozos de Oriente Medio eran punto de
enfrentamiento. También existía una constante demanda de metales preciosos, que
convirtió a Sudáfrica en el mayor productor de oro del mundo.
Aparte de las demandas de nuevas tecnologías, el crecimiento del consumo de
masas en los países metropolitanos significo la rápida expansión del mercado de
producción alimentarios.
Estos acontecimientos no cambiaron la forma y las características de los países
industrializados o en proceso de industrialización, aunque crearon nuevas ramas de
grandes negocios.
Probablemente, para el europeo deseoso de emigrar en la época imperialista
habría sido mejor dirigirse a Australia, Nueva Zelanda, Argentina, o Uruguay. En estos
países se formaron partidos, gobiernos, obreros y radical democráticos y ambiciosos
sistema de bienestar y seguridad social. La función de las colonias y de las
dependencias no formales era la de complementar las economías de las metrópolis y no
la de competir con ellas.
Los territorios dependientes que no pertenecían al “capitalismo colonizador”, no
tuvieron tanto éxito. Su interés económico residía en la combinación de recursos con
una mano de obra que por estar formada por “nativos” tenía un coste muy bajo. Hasta la
caída vertical de los precios de las materias primas durante el crash del 29’, esa
vulnerabilidad no parecía tener mucha importancia a largo plazo.
La mayor parte de las inversiones británicas en el exterior se dirigían a las
colonias en rápida expansión y por lo general de población blanca, que pronto serian
reconocidas como territorios independientes (Canadá, Australia, Nueva Zelanda,
Sudáfrica)
El argumento general de más peso para la expansión colonial era la búsqueda de
mercados. La convicción de que el problema de “superproducción” del periodo de la
gran depresión, podía solucionarse a través de un gran impulso exportador, era
compartida por muchos.
Pero el factor fundamental de la situación económica general era el hecho de que
una serie de economías desarrolladas experimentaban de forma simultánea la misma
necesidad de encontrar nuevos mercados. Cuando eran fuertes, su ideal era el de la
“puerta abierta” en los mercados del mundo subdesarrollado, pero cuando carecían de la
fuerza necesaria, intentaban conseguir territorios cuya propiedad situara a las empresas
nacionales en la posición de monopolio o les diera una ventaja sustancial.
En este punto resulta difícil separar los motivos económicos para adquirir
territorios coloniales de la acción política necesaria para conseguirlo, porque cuanto el
proteccionismo de cualquier tipo no es otra cosa que la operación de la economía con la
ayuda de la política. La motivación estratégica para la colonización era especialmente
fuerte en el Reino Unido, con colonias muy antiguas perfectamente situadas para
controlar el acceso a diferentes regiones terrestres y marítimas.
Una vez que el status de gran potencia se asoció con el hecho de hacer ondear la
bandera sobre una playa limitada por palmeras, la adquisición de colonias se convirtió
en un símbolo de status, con independencia de su valor real. Si las grandes potencias
eran estados que tenían colonias, los pequeños países “no tenían derecho a ellas”.
Algunos historiadores han intentado explicar el imperialismo teniendo en cuenta
factores estratégicos. Han pretendido explicar la expansión británica en África como
consecuencia de la necesidad de defender de posibles amenazas las rutas hacia la India.
Es importante recordar que la India era el núcleo central de la estrategia británica, y que
esa estrategia exigía un control no solo sobre las rutas marítimas cortas hacia el
subcontinente, y las rutas marítimas altas, sino también sobre todo el océano Índico.
Pero estos argumentos no eximen de un análisis económico del imperialismo:
Subestiman el incentivo económico presente en la ocupación de algunos
territorios africanos, siendo el caso más claro el de Sudáfrica.
Ignoran el hecho de que la India era la “joya de la corona imperial”, y la pieza
esencial de la estrategia británica global.
La desintegración de gobiernos indígenas locales, que en ocasiones llevo a los
europeos a establecer el control directo sobre unas zonas que no se habían ocupado
antes, se debió al hecho de que las estructuras locales se habían visto socavadas por la
penetración económica.
No se sostiene el intento de demostrar que no hay nada en el desarrollo interno
del K occidental en 1880 que explique la revisión territorial del mundo. Es imposible
separar la política y la economía en una sociedad K.
Es difícil precisar hasta qué punto era efectiva la variante específica de
exaltación patriótica, sobre todo en países donde el liberalismo y la izquierda radical
habían desarrollado fuertes sentimientos antiimperialistas, antimilitaristas y
anticolonialistas. En algunos países, el imperialismo alcanzo una gran popularidad entre
las nuevas clases medias.
En muy raras ocasiones, los socialistas occidentales hicieron muy poco por
organizar la resistencia de los pueblos coloniales frente a sus dominadores hasta el
momento en que surgió la Internacional comunista.
En la esfera internacional, el socialismo fue hasta 1914 un movimiento de
europeos e inmigrantes blancos. El colonialismo era para ellos una cuestión marginal.
Su análisis y su definición de la nueva fase “imperialista” del K, que detectaron a finales
de 1890, consideraba correctamente la anexión y la explotación de colonias como un
simple síntoma y una característica de esa nueva fase. Eran pocos los socialistas que,
como Lenin, centraban su atención en el material inflamable de la periferia del K.
El análisis socialista del imperialismo que integraba el colonialismo en un
concepto más amplio de una “nueva fase” del K, era correcto en principio, aunque no
necesariamente en los detalles del modelo. Era un período en que las tarifas
proteccionistas y la expansión eran la exigencia que planteaban las clases dirigentes.
Formaba parte de un proceso de alejamiento de un K basado en la práctica privada y
pública del laissez-faire, e implicaba la aparición de nuevos oligopolios.
Todos los intentos de separar la explicación del imperialismo de los
acontecimientos específicos del K en las postrimerías del s XIX han de ser considerados
como meros ejercicios ideológicos.
Quedan todavía por responder las cuestiones sobre el impacto de la expansión
occidental en el resto del mundo y sobre el significado de los aspectos “imperialistas”
del imperialismo para los países metropolitanos.
Es más fácil considerar la primera de estas cuestiones que la segunda. El
impacto económico del imperialismo fue importante, pero lo más destacable es que
resultó desigual por cuanto la relación entre las metrópolis y sus colonias era asimétrica.
Cap. 12 “Hacia la revolución”.
I Solo en los países desarrollados desaparecieron las sombras de la gran
depresión para dejar paso a una gran expansión y prosperidad en el decenio de 1900.
Allí los 15 años transcurridos entre 1899 y 1914 fueron la belle époque. Las sociedades
y los regímenes parecían fácilmente controlables.
Pero había extensas zonas del mundo donde la situación era muy diferente. En
estas zonas esos mismos años fueron un periodo de revolución posible, inminente o real.
En algunos de ellos (Imperio Otomano) 1914 no constituye una ruptura, ya que la PGM
fue un episodio en una serie de conflictos militares que ya habían comenzado antes. En
otros (Rusia, Imperio Habsburgo) la PGM fue la consecuencia de la imposibilidad de
resolver los problemas de la política interna. En un tercer grupo de países (China, Irán,
México) la guerra no tuvo ninguna importancia. Era la zona que Lenin definió como
“material combustible de la política mundial”. Y a partir del 17 quedo claro que los
países estables y prósperos de la sociedad burguesa occidental se verían inmersos en los
levantamientos revolucionarios globales que comenzaron en la periferia de ese mundo
único e interdependiente que esa sociedad había creado.
La centuria burguesa desestabilizo su periferia de dos formas: minando las viejas
estructuras de sus economías y el equilibrio de sus sociedades y destruyendo la
viabilidad de sus regímenes e instituciones políticas establecidas. Así según el
parámetro de los estados-nación e imperio burgueses occidentales esas estructuras
políticas arcaicas eran obsoletas y condenadas a desaparecer y fue su derrumbamiento lo
que desencadeno las revoluciones de 1910-14, y en Europa la causa inmediata de la
inminente guerra mundial y de la Revolución Rusa. Los imperios que desaparecieron
eso años se contaban entre las fuerzas políticas más antiguas de la historia (China,
Persia, el Imperio Otomano). Este último estaba en retroceso desde el XVII, pero
todavía seguía siendo formidable con territorios en 3 continentes, además el sultán, su
monarca absoluto, era considerado por la mayoría de los musulmanes como su califa, la
cabeza de su religión.
Los seis años que contemplaron la transformación de estos 3 imperios en
monarquías constitucionales o republicas según el modelo occidental marcan el final de
una fase de la historia del mundo.
Rusia y los Habsburgo, dos grandes imperios europeos multinacionales e
inestables, que estaban a punto de derrumbarse, no eran comparables ya que tanto en su
condición de imperios como en la de potencias eran recientes, además se hallaban
situados en Europa, en la zona fronteriza que separaba las áreas atrasadas de aquellas
que habían alcanzado un desarrollo económico y desde un principio se integraron
parcialmente al mundo económicamente avanzado y como “grandes potencias”. Ello
explica las extraordinarias repercusiones de la Revolución Rusa y del hundimiento del
Imperio Austrohúngaro, en comparación con las repercusiones modestas de las
revoluciones china, mexicana y persa.
II Es improbable que sin la presión de la expansión imperialista hubiera
estallado la revolución en el antiguo imperio persa, ni tampoco en Marruecos donde el
gobierno del sultán intento ampliar su territorio y establecer un control efectivo sobre el
mundo anárquico de los clanes beréberes.
Persia sufría la presión de Rusia y GB y en la política estaban ya presentes tres
fuerzas de cuya conjunción resultaría el estallido revolución de 1979: los intelectuales
occidentalizados, los comerciantes (muy conscientes de la competencia económica
extranjera) y la colectividad del clero musulmán (capaz de movilizar a las masas
tradicionales). La alianza entre estos sectores demostró su fuerza en 1890-92 y más
tarde la guerra ruso-japonesa y la primera revolución rusa dieron a los revolucionarios
persas impulso y programa, pero en la practica el acuerdo de 1907 entre GB y Rusia
para repartirse Persia dejaba pocas posibilidades a la política persa, así el primer periodo
revolucionario termino de facto en 1911 (aunque allí continuo vigente la constitución de
1907).
Marruecos situado en un lugar estratégico era una presa codiciada para Francia,
GB, Alemania, España y sumado a la debilidad de su monarquía lo hacía especialmente
vulnerable a las ambiciones extranjeras. Las crisis internacionales que surgieron como
consecuencia de los enfrentamientos entre los diferentes predadores (1906, 1911)
tuvieron gran importancia en el estallido de la PGM. Finalmente, Francia y España se
repartieron Marruecos y los intereses internacionales británicos fueron tenidos en cuenta
mediante el establecimiento del puerto de Tánger.
III Las crisis internas de los imperios chino y otomano eran más antiguas y
profundas.
En China los extranjeros habían creado enclaves extraterritoriales y ocupado la
fuente principal de las finanzas imperiales, la administración aduanera china. Rusia
había penetrado en Manchuria, los británicos ampliaron su colonia de Hong Kong y
habían ocupado el Tíbet, Alemania estableció bases en el norte de China, los franceses
ejercían influencia en las proximidades de su imperio indochino (arrebatado a China) e
incluso los débiles portugueses obtuvieron la cesión de Macao (1887). Así como en
Marruecos esas rivalidades sobre el cuerpo decadente del imperio chino contribuyeron
al estallido de la PGM.
Tres grandes fuerzas de resistencia existían en China.
-La primera, el establishment imperial de la corte y los funcionarios confucianos
que reconocían que solo la modernización según el modelo occidental podía salvar a
China (esta reforma de los conservadores estaba condenada al fracaso, debilitada por la
ignorancia técnica y arruinada).
-La segunda, la antigua y poderosa tradición de rebelión popular y sociedades
secretas imbuidas de la ideología de oposición. La Revuelta de los Boxers de 1900 fue
un movimiento de masas, cuya vanguardia estaba formada por la agrupación Puños para
la Justicia y la Concordia que derivaba de la sociedad secreta budista Loto Blanco. Sin
embargo, el carácter de estas revueltas era xenófobo y antimoderno, estaban dirigidas
contra los extranjeros, el cristianismo y la máquina. Estas sociedades no podían ofrecer
ni un programa ni una perspectiva clara.
-La tercera se daba en el sur donde los negocios y el comercio eran importantes
y donde el imperialismo extranjero había sentado bases para el desarrollo de cierta
burguesía indígena. Solo allí las sociedades secretas mostraron algún interés en un
programa moderno para la renovación de China. Allí se establecieron relaciones entre
estas sociedades y el joven movimiento de revolucionario republicanos entre los que
surgía Sun Yat-sen como inspirador de la primera fase de la revolución. Ambos
compartían la oposición a la dinastía Manchu y el odio al imperialismo. Los tres
principios de Sun: el nacionalismo, el republicanismo y el socialismo agrario fueron
formulados en términos derivados de occidente.
Sin embargo, las sociedades secretas no eran la base más adecuada para la
creación de una nueva China y los intelectuales occidentalizados de las zonas literales
meridionales no eran todavía lo bastante numerosos, influyentes y organizados para
tomar el poder.
Finalmente, el imperio cayó en 1911 como consecuencia de una revuelta que
estallo en el sur y centro del país y en la que se mezclaban elementos de rebelión
militar, insurrección republicana, la perdida de lealtad de la nobleza y la rebelión de las
clases populares y de las sociedades secretas. Pero en la práctica no fue sustituido por
un nuevo régimen, sino por una serie de inestables y cambiantes estructuras regionales
deponer, bajo control militar (“señores de la guerra”). No resurgiría un nuevo régimen
nacional estable hasta 40 años depuse, hasta el triunfo del PC en 1949.
IV El imperio otomano había comenzado a desintegrarse hacia tiempo, pero
seguía siendo una fuerza militar poderosa como para causar dificultades a los ejércitos
de las grandes potencias. Desde fines del XVII sus fronteras septentrionales habían
retrocedido a la península balcánica y Transcaucásica como consecuencia del avance de
los imperios ruso y Austrohúngaro. La mayor parte de las regiones más remotas del
imperio (norte de África y Oriente medio) comenzaron a pasar a manos de los
imperialistas británicos y franceses. Así para 1914 Turquía había desaparecido casi por
completo de Europa, eliminada totalmente de África y solo conservaba un débil imperio
en el Oriente medio, donde su presencia no duro más allá de la PGM.
Pero a diferencia de Persia y China, Turquía contaba con una alternativa
potencial inmediata al imperio que se derrumbaba: un núcleo importante de población
turca musulmana, desde el punto de vista étnico y lingüístico, en el Asia menor, que
podía constituir la base de un estado-nación según el modelo occidental decimonónico.
Los tibios intentos del imperio por modernizarse (1870) habían fracasado. El
Comité para la Unión y el Progreso, más conocido como los Jóvenes Turcos que ocupo
el poder en 1908 aspiraba a establecer un patriotismo otomano que se situara por encima
de las divisiones étnicas, lingüísticas y religiosas, sobre la base de las verdades
seculares de la ilustración francesa. Finalmente, la revolución turca fracaso y la
modernización pasó de un marco liberal-parlamentario a otro militar-dictatorial y de la
esperanza de una lealtad política secular-imperial a la realidad de un nacionalismo
turco, y a partir de 1915 Turquía optaría por una nación étnicamente homogénea, que
implicaba la asimilación forzosa de los grupos griegos, armenios, kurdos y otros que no
fueron expulsados en masa o masacrados.
Así a diferencia de Peris y China, Turquía no solo liquido un viejo régimen, sino
que construyo uno nuevo. La revolución turca dio inicio al primero de los regímenes
modernizadores del 3M: defensor del progreso y la ilustración frente a la tradición, del
desarrollo y de una especie de populismo no perturbado por el debate liberal. En
ausencia de una clase media revolucionaria el protagonismo correspondería los
intelectuales y especialmente a los militares. Pero la debilidad de la revolución turca,
muy notable en sus logros económicos, residía en la incapacidad para imponerse sobre
la gran masa de la población rural y para cambiar la estructura de la sociedad agraria.
Sin embargo, las implicaciones históricas de esta revolución fueron de gran
trascendencia.
V En 1910 estallo la Revolución Mexicana, pero a pesar de que este era un gran
levantamiento social, el primero de su clase en un país agrario del Tercer Mundo, el
proceso mexicano se vería también eclipsado por los acontecimientos ocurridos en
Rusia.
Sin embargo, la Revolución Mexicana es de gran importancia porque surgió
directamente de las contracciones existentes en el seno del mundo imperialista y porque
fue la primera de las grandes revoluciones ocurrida en el mundo colonial y dependiente
en la que a masa de los trabajadores desempeño un papel protagónico.
En cuanto al imperio británico no precia existir una amenaza inmediata en
ningún lugar (salvo los conflictos en Irlanda y Sudáfrica). No obstante, un auténtico
movimiento de liberación colonial estaba surgiendo en la más antigua y en la más
reciente de sus colonias.
En Egipto su máximo dirigente, el jedive, y la clase dirigente local formada por
grandes terratenientes, cuya economía se había integrado en el mercado mundial,
aceptaban la administración británica de mala gana. El control británico seguía siendo
firme (se mantendría hasta 1952), pero la impopularidad del control directo era tal, que
tuvo que ser abandonada depuse de la guerra (1922), siendo sustituido por una forma
menos directa de administración. Así la semiindependencia irlandesa (21) y la
semiatonomia egipcia (22) constituyeron el primer retroceso parcial del imperialismo.
En La India la influyente burguesía (comercial, financiera, industrial y
profesional) y un importante cuadro de funcionarios cultos que administraban para el
GB rechazaban cada vez con mayor fuerza la explotación económica, la impotencia
política y la inferioridad social. Allí había tomado forma un movimiento autonomista
cuya principal organización, el Congreso Nacional Indio, fundado en 1885, que se
convertirla en el partido de liberación nacional, reflejaba el descontento de la clase
media y el intento de unos administradores británicos inteligentes de desarmar la
agitaron escuchando las protestas moderadas. Sin embargo, en los comienzos del XX, el
Congreso comenzó a liberarse de la tutela británica, aunque el Congreso seguía siendo
una organización elitista.
Por otro lado, los emigrantes indios de Sudáfrica habían comenzado a
organizarse contra el racismo y el principal portavoz de su exitoso movimiento de
resistencia pasiva era Gandhi. El creo en la política del tercer mundo la figura
extraordinariamente poderosa del político moderno como un santo. Al mismo tiempo
una versión más radical de la política de liberación aprecia en bengala y su poderosa
clase media.
Frente a ello mientras que el control británico sobre la India seguía siendo firme,
los administradores inteligentes consideraban que era inevitable una serie de
concesiones que desembocaran en la autonomía.
Donde el imperialismo resultaba más vulnerable era donde imperaba el
imperialismo informal más que el formal. México era un país dependiente económica y
políticamente de su gran vecino, peor técnicamente era un país independiente que
tomaba sus propias decisiones políticas. Era un estado como Persia más que una colonia
como la India. Sus clases dirigentes no tenían inconvenientes en integrarse en el
mercado mundial y en el mundo del progreso y la ciencia. El gran obstáculo para la
modernización era la gran masa de población rural, inmóvil e inamovible, negra o india,
sumergida en la ignorancia, la tradición y la superstición.
Finalmente, la modernización mexicana dejo atrás los sueños biológicos y se
concentró en el beneficio, la ciencia y el progreso, a través de las inversiones extranjeras
y la filosofía de Comte. Este proyecto se concretó con el gobierno de Porfirio Díaz, y el
desarrollo económico extraordinario durante su presidencia.
Pero los intentos de Díaz por mantear la independencia de su país enfrentando a
los europeos con el capital yanqui le acarrearon gran impopularidad al norte de la
frontera. Así los revolucionarios mexicanos contaron con el apoyo yanqui y además
Díaz era más vulnerable porque tras conquistar el poder como jefe militar había
permitido que el ejército se atrofiara, ya que se consideraba que los golpes militares
eran un peligro mayor que las insurrecciones populares. Así se enfrentó con una gran
revolución popular armada que su ejército no pudo sofocar.
El régimen favoreciendo a terratenientes y hacendados privo de tierras a las
aldeas del centro y sur del país, estas se convertirían en el núcleo central de la
revolución agraria que encontró su líder en Emiliano Zapata. La segunda zona rebelde
se hallaba en el norte, transformado rápidamente en una región fronteriza dinámica
económicamente y que vivía enana especie de simbiosis dependiente con las zonas
próximas de USA. Finalmente había también grupos de hacendados, poderosos y ricos
como los Madero que luchaban por el control de sus estados con el gobierno central o
con sus aliados entre los hacendados locales.
Muchos de los grupos potencialmente disidentes se beneficiaron de las masivas
inversiones extranjeras y del desarrollo económico que se produjo en el gobierno de
Porfirio. Pero lo que los convirtió en disidentes fue la cada vez mayor integración de la
economía mexicana en a la economía mundial. La crisis de la economía norteamericana
de 1907-08 tuvo efectos desastrosos en México, de forma directa en el hundimiento del
mercado mexicano y en las dificultades financieras de las empresas, de forma indirecta
en el regreso masivo de un ejército de trabajadores mexicanos. Coincidían así la
depresión económica cíclica y la perdida de las cosechas con la elevación de los precios
de los alimentos por encima de las posibilidades de los pobres.
En estas circunstancias la campaña electoral se transformó en un auténtico
terremoto. Díaz gano fácilmente las elecciones, pero la habitual insurrección del
candidato perdedor, Madero, se convirtió en una rebelión política social en las regiones
fronterizas del norte y en la zona campesina del centro, que no pudo ser controlada.
Díaz cayó y ocupo el poder Madero, que no tardó en ser asesinado. Zapata distribuyo
tierras entre los campesinos, Vila expropio haciendas en el norte y hasta la década del
30’ no se apreciaría con claridad el modelo que seguiría el México posrevolucionario.
VI Ciertos historiadores afirmaban que Rusia, que tal vez fue la economía que
experimentaba un desarrollo más rápido en los últimos años del XX, habría continuado
progresando hasta convertirse en una floreciente sociedad liberal se ese progreso no se
hubiera visto ininterrumpido por una revolución que podía haberse evitado de no haber
estallado la PGM. Pero ningún pronóstico hubiera sorprendido más a sus
contemporáneos. Si había un estado en el que se creía que la revolución era no solo
deseable sino inevitable, ese era el imperio de los zares. Gigantesco, torpe e ineficaz,
atrasado económica y tecnológicamente, con 80% de población campesina y 1% de
nobles hereditarios y una autocracia burocratizada. Todo ello hacía que la revolución
fuera el único método para cambiar la política del estado, y prácticamente todo el
mundo, desde los que en occidente habrían sido considerados como conservadores
moderados hasta la extrema izquierda, estaba obligado a ser revolucionario. La única
cuestión era decidir qué tipo de revolucionario.
Desde la guerra de Crimen (1854-56) los gobiernos del zar se imponían la
modernización. En 1861 se abolió la servidumbre, pero esto no dio por resultado la
aparición de un campesinado satisfecho, ni la modernización de la agricultura. No
obstante, la roturación de importantes zonas del país para la producción cerealista
destinada a la exportación convirtió a Rusia en uno de los más importantes productores
de cereales del mundo. La cosecha neta se incrementó un 160% entre los primeros años
de la década del 60 y los inicios de la década de 1900, y las exportaciones se
multiplicaron, pero a costa de incrementar la dependencia de los campesinos rusos del
mercado mundial de precios, precios que en el caso del trigo descendieron casi un 50%
durante la depresión agrícola mundial.
Entre los campesinos crecía el descontento, agudizado por la pobreza, el hambre
de tierra, los elevados impuestos y los bajos precios de los cereales y contaban con
formas importantes de organización potencial a través de las comunidades aldeanas
colectivas, cuya posición como instituciones reconocidas oficialmente se había visto
reforzada por la liberación de los siervos y se había fortalecido aún más en el decenio de
1880 cuando algunos burócratas consideraron que era un bastión de la lealtad
tradicional. Otros, en cambio, desde la posición opuesta del liberalismo económico
instaban a una rápida desaparición para convertir sus tierras en propiedad privada.
Entre los revolucionarios de daba un debate similar. Los narodniks o populistas
consideraban que una comuna campesina revolucionaria podía ser la base de la
transformación directa de Rusia, sin la necesidad de conocer los horrores del desarrollo
capitalista, en cambio los marxistas rusos creían que eso ya no era posible porque la
comuna estaba escindiéndose en una burguesía y un proletariado rural, hostiles entre sí.
Además, ellos habían depositado su fe en la clase obrera.
Es verdad que la comuna se estaba desintegrando en las regiones más
comerciales del sur, pero más lentamente de lo que pensaban los marxistas, en el norte y
centro aún conservaba su fuerza. La lucha de clase en las aldeas aún no había avanzado
lo suficiente como para impedir la aparición de un movimiento campesino masivo de
todos los campesinos, ricos y pobres, contra la nobleza y el estado.
El mundo rural aportaba los ingresos más importantes de Rusia en concepto de
impuestos y los impuestos elevados, junto con un alto arancel y la importación masiva
de capitales eran fundamentales para realizar el proyecto de incrementar el poder de la
Rusia zarista mediante la modernización económica. Los resultados obtenidos de la
mezcla de capi privado y estatal fueron espectaculares. Entre 1890 y 1904 la línea férrea
triplico su extensión mientras que la producción de carbón, hierro y acero se duplico.
Pero la otra cara de esto era que Rusia se encontraba un proletariado industrial en rápido
crecimiento, concentrado en unas fábricas desusadamente grandes reunidas en unos
pocos centros, y en consecuencia con el inicio del movimiento obrero que estaba
comprometido con la revolución social.
Otra consecuencia de la rápida industrialización fue su desarrollo
desproporcionado en una serie de regiones de las márgenes occidental y meridional del
imperio como en Polonia, Ucrania y Azerbaiyán. Las tensiones nacionales y sociales se
agudizaron desde el momento en que el zarismo intento reforzar su control político
mediante una política sistemática de rusificación educativa a partir de 1880.
Así la inteligencia y los europeos liberales desde 1870 se acostumbraron a la
idea de una revolución inminente tanto porque el zarismo mostraba signos de debilidad
interna y externa como por la aparición de un importante movimiento revolucionario,
alimentado por la inteligencia (hijos de nobles, clase media, un sector importante de
judíos).
Los miembros de la primera generación de revolucionarios era narodnikis que
trataban de atraerse al campesinado que no les prestaba la menor atención. Más éxito
tuvieron en sus actividades terroristas, y aunque este no consiguió debilitar al zarismo
sirvió para dar al movimiento revolucionario ruso un perfil internacional. Los
narodnikis fueron destruidos y dispersados después de 1881, aunque más tarde
revivieron en forma del partido Socialrevolucionario en los primeros años de 1900. Pero
en Rusia incluso aquellos que en otras circunstancias habrían sido liberales eran
marxistas antes de 1900, ello por la imposibilidad de aplicar soluciones liberales
occidentales.
Los movimientos revolucionarios que se desarrollaron sobre las ruinas del
populismo eran marxistas, aunque hasta los últimos años de la década de 1890 no se
organizaron en un partido socialdemócrata o en un complejo de organizaciones rivales.
Más tarde los bolcheviques no eran más que una de las tendencias de la
socialdemocracia rusa y no se organizaron en un partido independiente hasta 1912,
cuando se convirtieron en la fuerza mayoritaria de la clase obrera organizada. Pese a
esto para los extranjeros o para los mismos trabajadores las distinciones entre las
diferentes tendencias socialistas eran incomprensibles o secundarias, pues todos eran
merecedores de apoyo como enemigos del zarismo. La principal diferencia entre los
bolcheviques y los demás grupos era que los camaradas de Lenin estaban mejor
organizados y eran más eficaces y fiables.
Por otro lado, el zarismo alentó al antisemitismo con numerosos progroms. Así
los judíos que eran peor tratados y más discriminados se integraron progresivamente al
movimiento revolucionario. En respuesta al peligro socialista el régimen trato de utilizar
como arma la legislación laboral y durante un breve periodo organizo, en el primer
decenio de 1900, sindicatos bajo el auspicio de la policía. Fue la masacre de una
manifestación, dirigida desde esos ambientes, el hecho que desencadeno la revolución
de 1905. No obstante, a partir de 1900 era evidente la creciente inquietud social, las
rebeliones campesinas, casi inexistentes durante mucho tiempo comenzaron a revivir a
partir de 1902, al tiempo que los obreros organizaban huelgas generales (02-02).
En esos años Rusia se enfrentó a la expansión japonesa en el Lejano oriente
(ambas expansiones realizadas a expensas de China). Y la guerra ruso-japonesa
constituyó un desastre que subrayo la debilidad zarista. El zar consciente de que subía la
marea revolucionaria acelero las negociaciones de paz. La revolución estallo en enero
de 1905 antes de que hubieran concluido.
Lenin definió la revolución de 1905 como una revolución burguesa realizada con
medios proletarios. Estos fueron las huelgas masivas de capital y las ciudades
industriales que forzaron al gobierno a iniciar la retirada y ejercieron la presión que
condujo a la concesión de una especie de Constitución el 17 de octubre. Además, fueron
los obreros quienes con la experiencia acumulada en las aldeas constituyeron consejos
(soviets en ruso) entre los cuales el de San Petersburgo actuó como parlamento de los
trabajadores y durante un breve periodo como a autoridad más eficaz de la capital. En
este contexto fueron cruciales también las revueltas campesinas.
Nadie puso en duda el carácter burgués de la revolución. Las clases medias
apoyaron abrumadoramente la revolución y los estudiantes se movilizaron
masivamente, y liberales y marxistas aceptaron unánimemente que si la revolución
triunfaba solo podía desembocar en el establecimiento de un sistema parlamentario
burgués de corte occidental con libertades civiles y políticas. Existía un consenso de que
la construcción del socialismo no figuraba en la agenda revolucionaria de proyectos
inmediatos. Rusia no estaba ni económica ni políticamente preparada para el socialismo.
Sin embargo, Lenin veía, al igual que las autoridades zaristas, que la burguesía
en Rusia era demasiado débil, numérica y políticamente como para arrebatar el poder al
zarismo, de la misma forma que la empresa capi privada era demasiado débil para poder
modernizar el país sin la intervención extranjera y la iniciativa del estado. Incluso
cuando la revolución estaba en su punto álgido las autoridades solo hicieron
concesiones modestas (un parlamento elegido de forma indirecta (Duma) con poderes
limitados. Así luego del 05 no se produjo el retorno a la autocracia, pero en la práctica
se restableció el zarismo
Pero el 05 demostró que el zarismo podía ser derrocado. Y frente a ello la
novedad de la posición de Lenin (a diferencia de los mencheviques) era que reconocía
que dada la debilidad de la burguesía la revolución burguesa tenía que realizarse sin la
burguesía. Seria protagonizada por la clase obrera, organizada y dirigida por un partido
vanguardista de revolucionarios profesionales, que se basaría en el apoyo del
campesinado hambriento de tierra. Esa fue la posición de Lenin hasta el 17, en ese
momento rechazaba la idea de revolución permanente.
Para los años anteriores a 1914 Rusia inicio un nuevo proceso de
industrialización masiva por lo que el proletariado se desarrolló aún más. Y a partir de
1912 se dejó sentir una nueva marea de insurrección proletaria.
La reacción del gobierno del zar ante los sucesos de 1905, bajo la dirección del
ministro Stolypin fue crear un campesinado conservador, al tiempo que incrementaba la
productividad agrícola iniciando decididamente una política similar a los “cercamiento”
británicos. La comuna campesina seria dividida en parcelas privada para beneficio de
una clase de grandes campesinos de mentalidad comercial, los kulaks. Esta reforma
pudo haber prosperado a largo plazo, pero solo se implementó en algunas provincias y
en 1911 Stolypin fue cesado del gobierno y luego asesinado.
Lo indudable es que la derrota del 05 no tuvo por resultado la aparición de una
potencial alternativa burguesa al zarismo. El estallido de la guerra sirvió para aglutinar
el fervor político y social. En 1914 la revolución ya había sacudido a todos los antiguos
imperios desde Alemania hasta China.
De todas las revoluciones la Revolución Rusa seria la que tendría una
repercusión internacional más importante. Rusia era una gran potencia, una de las 5
piedras angulares del sistema internacional cuyo centro era Europa y el país más
extenso, más poblado y con mayores recursos. Una revolución social en ese estado
produciría importantes consecuencias a escala global. Las repercusiones de la
Revolución Rusa serían incluso más amplias que la de la Revolución Francesa y el
hecho crucial era que Rusia formaba parte de los mundos de los conquistadores y las
victimas, de los avanzados y los atrasados, dio a su revolución una enorme resonancia
en ambos. Rusia era al mismo tiempo un gran país industrial y una economía agoraría.
La Rusia zarista ejemplificaba todas las contradicciones del mundo en la era
imperialista.

 ARENDT, Hannah. Los orígenes del totalitarismo. Segunda Parte El


Imperialismo. Madrid, Alianza, 1982.
Prólogo a la segunda parte: imperialismo.
El imperialismo, que surgió del colonialismo y tuvo su origen en la
incompatibilidad del sistema de N-E con el desarrollo económico e industrial del último
tercio del S XIX comenzó su política de la expansión por la expansión no antes de 1884,
y esta nueva versión de la política de poder era tan diferente de las conquistas
nacionales en las guerras fronterizas como del estilo romano de construcción imperial.
El hecho de que los británicos liquidaran voluntariamente su dominación
colonial sigue siendo uno de los acontecimientos más trascendentales de la historia del
S XX. De esa liquidación resultó la imposibilidad de que ninguna N europea pudiera
seguir con sus posesiones ultramarinas.
El proceso de construcción nacional en zonas atrasadas, donde la ausencia de
todos lo prerrequisitos para la independencia nacional corresponde a un chauvinismo
creciente y estéril ha determinado unos enormes vacíos de poder en los que la
competición entre las superpotencias resulta tanto más fiera cuanto que parece
desechado con el desarrollo de las armas nucleares el enfrentamiento directo de sus
medios de violencia como último recurso para resolver todos los conflictos.
Nada es tan característico de la política de poder en la era imperialista como este
paso de objetivos de interés nacional localizados, limitados y por eso predecibles, a la
ilimitada prosecución del poder por el poder que podía extenderse por todo el globo y
devastarlo sin un seguro objetivo nacional y territorialmente prescrito y por eso sin
dirección previsible.
Las políticas imperialistas han sido las que determinaron la decadencia de
Europa y parecen haberse cumplido ya las profecías de los políticos e historiadores que
afirmaron que los dos gigantes que flanqueaban a las naciones europeas por el Este y
por el Oeste acabarían por surgir como herederos de su poder. Nadie justifica la
expansión ya mediante la misión del hombre blanco, por una parte, y una ensanchada
conciencia tribal a unir pueblos de similar origen étnico por otra; en vez de eso, se oye
hablar de compromisos con E clientes, de las responsabilidades del poder y de la
solidaridad con los movimientos revolucionarios de liberación nacional. La misma
palabra expansión ha desaparecido de nuestro vocabulario político.
Por otra parte, el móvil del beneficio ha desaparecido por completo, solo los
países muy ricos y muy poderosos pueden permitirse soportar las grandes pérdidas que
supone el imperialismo
Cualesquiera que sean las causas de ascensión americana al poder mundial, la
deliberada prosecución exterior encaminada a ese poder o una aspiración al dominio
global no figuran entre ellas. El enorme foso entre los países occidentales y el resto del
mundo no solo y no primariamente en riquezas, sino en educación, dominio técnico y
competencia en general, ha atormentado las relaciones internacionales desde el
comienzo incluso de una genuina política mundial.
Por lo que se refiere a las posibilidades del imperialismo, esta situación las
consolida temiblemente por la sencilla razón de que nunca han importado menos las
puras cifras.
Este libro se refiere solamente al imperialismo colonial estrictamente europeo,
cuyo final sobrevino con la liquidación de la dominación británica en la India. Narra la
historia de la desintegración de los N-E que demostró contener casi todos los elementos
necesarios para la subsiguiente aparición de los movimientos y gobiernos totalitarios,
antes de la era imperialista no existía nada que fuera una política mundial y sin ella caria
de sentido la reivindicación totalitaria de dominación global.
Cap. 5 “La emancipación política de la burguesía”.
Las tres décadas que median entre 1884 y 1914 separan al siglo XIX, que acabó
con la apropiación por África y el nacimiento de los panmovimientos, del S XX que
comenzó por la primera guerra mundial. Pero por cercano que nos resulte este pasado,
somos perfectamente conscientes de que nuestra experiencia de los campos de
concentración y de las fábricas de la muerte resulta tan alejada de su atmósfera general
como lo está de cualquier otro período de la historia occidental.
La burguesía se había desarrollado dentro de y junto con la N- E que casi por
definición gobernaba sobre y más allá de una sociedad dividida en clases. Incluso
cuando la burguesía estaba ya establecida como clase dominante, dejaba al E las
decisiones políticas. La burguesía logró destruir a la N-E, pero obtuvo una victoria
pírrica; el populacho se reveló completamente capaz de cuidar de la política por sí
mismo y liquidó a la burguesía junto con las demás clases e instituciones.
La expansión y la N- E.
La moderación y la confusión eran los únicos premios a la firme oposición de
cualquier político a la expansión imperialista. La nación- estado, basada en el activo
asentimiento a su Gobierno de una población homogénea carecía de semejante principio
unificador y, en caso de conquista, tenía que asimilar más que integrar, imponer el
asentimiento que la justicia, es decir, degenerar en tiranía. Robespierre se había
mostrado ya consciente de esto cuando exclamó: perrisent les colonies si elles nous en
countent l´honneur, la liberté.
La expansión como el objetivo permanente y supremo de la política es la idea
política central del imperialismo (que a su vez no es solamente político sino comercial).
Así, en la esfera económica, la expansión era un concepto adecuado porque el desarrollo
industrial era una realidad actuante, la expansión significaba el aumento de producción
de bienes para ser consumidos y utilizados.
El imperialismo nació cuando la clase dominante en la producción K se alzó
contra las limitaciones nacionales a su expansión económica. Con el slogan “la
expansión por la expansión” la burguesía trató de, y en parte logró convencer a sus
gobiernos nacionales de que tomaran el sendero de la política mundial, hecho que hizo
que varias naciones iniciaran su expansión al mismo tiempo.
En contraste con la estructura económica, la estructura política no puede ser
entendida indefinidamente, porque no está basada en la productividad del hombre, que
es, desde luego, ilimitada. De todas las formas de gobiernos y organizaciones del
pueblo, la N- E es la menos adecuada para el crecimiento ilimitado, porque el genuino
asentimiento que constituye su base no puede ser extendido indefinidamente y solo rara
vez, y con dificultad, se obtiene de pueblos conquistados. La nación concebía su ley
como fruto de una singular sustancia nacional que no era válida más allá de su propio
pueblo y de las fronteras de su propio territorio.
Allí donde la N- E apareció como conquistara despertó la conciencia nacional y
un deseo de soberanía entre los pueblos conquistados, derrotando por eso todos los
propósitos genuinos de construir un imperio.
La estructura nacional de GB había hecho imposibles la asimilación rápida y la
incorporación de los pueblos conquistados; la Comenwealth británica nunca fue una
Comunidad de Naciones, sino la heredera de Reino Unido, una nación dispersa por todo
el mundo. La dispersión y la colonización no extendían, sino que trasplantaban la
estructura política con el resultado de que los miembros del nuevo cuerpo federado
permanecían estrechamente unidos a su común madre Patria por profundas razones de
un pasado común y una ley común. La nación británica demostró ser adepta no al arte
romano de construcción de imperios, sino seguidora del modelo griego de colonización.
La contradicción interna entre el cuerpo político de la nación y la conquista
como medio político resulta obvio desde el fracaso del sueño napoleónico. A esta
experiencia se debe y no a consideraciones humanitarias el que la conquista haya sido
desde entonces condenada oficialmente y haya desempeñado un papel de escasa
importancia en los reajustes fronterizos.
Los franceses en contraste con los británicos y las demás naciones de Europa,
trataron en época reciente de combinar el derecho con el imperio, y de construir un
imperio antiguo en el sentido romano. Los ingleses intentaron escapar de lo peligroso de
construir un imperio, dejando a los pueblos conquistados entregados a sus propios
medios por lo que a cultura, religión y leyes se refería, manteniéndose distantes y
absteniéndose de extender la ley y cultura británica
Pero el imperialismo no es la construcción de un imperio y la expansión no es
conquista. Los conquistadores británicos, los antiguos “violadores de la ley en la India”
tenían poco en común con los exportadores del dinero británico o con los
administradores de los pueblos indios.
Es característico del imperialismo que las instituciones nacionales permanezcan
separadas de la administración colonial, aunque permite a aquellas ejercer un control de
estas.
La única grandeza del imperialismo descansa en la batalla perdida que contra él
libró la nación. La tragedia de esta oposición a media no consistió en que los
empresarios imperialistas pudieran comprar a muchos representantes nacionales; peor
que la corrupción fue el hecho de que los incorruptibles se hallaron convencidos de que
el imperialismo era la única forma de realizar una política mundial. Como las estaciones
marítimas y el acceso a las materias primas eran realmente necesarias para todas las
naciones, llegaron a creer que la anexión y la expansión obraban a favor de la salvación
de la nación. Sin desearlo, a veces incluso sin saberlo, no solo se tornaron cómplices de
la política imperialista, sino que fueron los primeros en ser censurados y acusados por
su imperialismo.
La conciencia de la nación, representada por un Parlamento y por una prensa
libre, funcionaba y se granjeó las iras de los administradores coloniales en todos los
países europeos con posesiones coloniales, tanto si se trataba de Inglaterra como de
Francia, Bélgica, Alemania u Holanda. En todas partes los administradores imperialistas
sentían que el control de la nación constituía una carga insoportable y una amenaza a su
dominación. Y los imperialistas tenían toda la razón, conocían las condiciones de la
dominación moderna sobre pueblos sometidos mejor que aquellos que, por una parte,
protestaban contra el gobierno por decreto y la burocracia arbitraria y por otra esperaban
retener siempre sus posesiones para mayor gloria de la nación. Los imperialistas sabían
mejor que los nacionalistas que el cuerpo político de la nación no es capaz de construir
un imperio.

El poder y la burguesía
Lo que los imperialistas realmente deseaban era la expansión del poder político
sin la fundación del cuerpo político.
Los pioneros de este desarrollo preimperialistas fueron aquellos financieros
judíos que habían ganado su riqueza fuera del sistema K y a los que las N- E en
crecimiento habían necesitado para la obtención de empréstitos con garantía
internacional.
Tan pronto como se hizo patente que la exportación de dinero tendría que ser
seguida por la exportación de poder gubernamental, la posición de los financieros en
general y la de los financieros judíos en particular, resultó considerablemente debilitada
y la dirección de las transacciones y de las empresas comerciales imperialistas pasó
gradualmente a manos de la burguesía nativa.
El E extendió su poder porque, teniendo que elegir entre pérdidas mayores que
las que cualquier cuerpo económico de cualquier país podía soportar y mayores
ganancias que las que cualquier pueblo abandonado a sus propios medios se hubiera
atrevido a soñar, solo podía escoger el último camino.
La primera consecuencia de la exportación de poder fue el hecho de que los
instrumentos de la violencia del E, la policía y el ejército, que en el marco de la N
existían junto a otras instituciones eran controladas por éstas, quedaron separados de
este cuerpo y promovidos a la posición de representantes nacionales en países
incivilizados o débiles.
Las inversiones exteriores, la exportación de K, que había comenzado como una
medida de emergencia se tornó característica permanente de todos los sistemas
económicos tan pronto como fueron protegidas por la exportación de poder. El concepto
imperialista de la expansión, según el cual la expansión es un fin en sí mismo y no un
medio temporal, hizo su aparición en el pensamiento político cuando resultó obvio que
una de las más importantes funciones permanentes de la N- E sería la expansión del
poder. Los administradores de la violencia empleados por el E pronto tomaron una
nueva clase dentro de las naciones y, aunque su campo de actividad se hallaba muy
alejado de la madre Patria, disfrutaron de una considerable influencia en el cuerpo
político de ésta. Cómo no eran más que funcionaron de la violencia solo podían pensar
en términos de política de poder. Fueron los primeros que, como clase y anclados en su
experiencia cotidiana, afirmaron que el poder es la esencia de cada estructura política.
La violencia fue siempre la última ratio de la acción política y el poder ha sido
siempre la expresión visible de la dominación y del gobierno. Porque el poder entregado
a si mismo solo puede lograr más poder y la violencia administrada en beneficio del
poder (y no de la ley) se convierte en un principio destructivo que no se detendrá hasta
que no quede nada que violar.
El concepto de expansión ilimitada, que solo puede colmar la esperanza de
ilimitada acumulación del K y que produce la acumulación del poder sin otros fines hizo
casi imposible la fundación de nuevos cuerpos políticos, tal como hasta la era del
imperialismo había sido siempre resultado de la conquista.
El poder se convierte en la esencia de la acción política y en el centro del
pensamiento político cuando es separado de la comunidad política a la que debería
servir. La burguesía durante largo tiempo excluida del Gobierno por la N- E y por su
propia falta de interés por los asuntos públicos, fue políticamente emancipada por el
imperialismo.
El imperialismo debe ser considerado como primera fase de la dominación
política de la burguesía más que como última fase del K.
Cuando, en la era del imperialismo, los hombres de negocios se convirtieron en
políticos y fueron aclamados como hombres de E, mientras que a los hombres de E solo
se les tomaba en serio si hablaban el lenguaje de los empresarios con éxito y si pensaban
en continentes, estas prácticas y estos medios particulares fueron transformados
gradualmente en normas y principios para la gestión de los asuntos públicos.
Según Hobbes el poder es el control acumulado que permite al individuo fijar
precios y regular la oferta y demanda en tal forma que contribuyan a su propia ventaja.
El individuo considerará su ventaja en completo aislamiento, desde el punto de vista de
una minoría absoluta. Por eso, si el hombre es impulsado por sus intereses individuales,
el deseo de poder debe ser su pasión fundamental.
Hobbes señala también que en la lucha por el poder todos los hombres son
iguales, porque la igualdad de los hombres está basada en el hecho de que cada uno
tiene por naturaleza poder suficiente para matar a otro. La razón del E es la necesidad de
obtener alguna seguridad para el individuo, que se siente amenazado por todos sus
semejantes.
La Comunidad está basada en la delegación de poder y no en la de derechos.
Adquiere monopolio del homicidio y proporciona a cambio una garantía condicional
contra el ser víctima de un homicidio. Respecto de la ley de E (el poder acumulado de la
sociedad y monopolizado por el E) no cabe la absoluta obediencia, el ciego
conformismo de la sociedad burguesa.
Privado de todos los derechos políticos el individuo a quien la vida pública y
oficial se presenta con una apariencia de necesidad, adquiere un nuevo y crecido interés
en su vida privada y en su destino personal.
Según las normas burguesas, aquellos que son completamente desafortunados y
los que quedan derrotados son automáticamente eliminados de la competición, que es la
vida de la sociedad. La buena fortuna es identificada con el honor y la mala suerte con
la ignominia. Atribuyendo sus derechos políticos al E, el individuo también delega en
éste sus responsabilidades sociales: pide al E que le libre de la carga de cuidar de los
pobres precisamente cuando él solicita protección contra los delincuentes.
Como el poder es esencialmente solo un medio para un fin, una comunidad
basada en el poder debe de caer en la tranquilidad del orden y la estabilidad; su
completa seguridad revela que está construida sobre arena.
El proceso ilimitado de acumulación de K necesita la estructura política de un
“poder tan ilimitado” que pueda proteger a la propiedad creciente, tornándose cada vez
más poderoso. Este proceso de inacabable acumulación de poder necesario para la
protección de una inacabable acumulación de K determinó la ideología progresista de
finales del S XIX y anticipó la aparición del imperialismo. Lo que hizo al progreso
irresistible no fue la ingenua ilusión de un ilimitado crecimiento de la propiedad sino el
advertir que la acumulación de poder era la única garantía para la estabilidad de las
llamadas leyes económicas. La noción de progreso del S XVIII, tal como fue concebida
en la Francia prerrevolucionaria, consideraba que del pasado era un medio de dominar
el presente y controlar el futuro; el progreso culminaba con la emancipación del
hombre.
En la época imperialista una filosofía del poder se convirtió en la filosofía de la
elite, que rápidamente descubrió y estaba dispuesta a reconocer que la sed del poder
solo podía apagarse mediante la destrucción (esta fue la causa esencial de su nihilismo
que sustituyó la superstición del progreso con la superstición igualmente vulgar de la
rutina).
La propiedad por sí misma, sin embargo, está sujeta al uso y al consumo y por
eso disminuye constantemente. La forma más radical de posesión y la única segura es la
destrucción, porque solo lo que hemos destruido es segura y perpetuamente nuestro. La
finitud de la vida personal es un reto tan serio a la propiedad en calidad de base de la
sociedad como los límites del globo son un reto a la expansión en calidad de base del
cuerpo político.
La vida pública adopta el engañoso aspecto de un total de intereses privados
como si estos intereses pudieran crear una nueva calidad mediante su simple adición;
todos los llamados conceptos liberales de la política tienen esto en común. Los
conceptos liberales son solo un compromiso temporal entre las antiguas normas de la
cultura occidental y la fe de la nueva clase en la propiedad como principio dinámico
autopropulsor. Las antiguas normas ceden en el grado en el que la riqueza
automáticamente creciente sustituye a la acción política.
Hobbes fue el verdadero filósofo de la burguesía, aunque no llegara a ser nunca
completamente reconocido como tal, porque comprendió que la adquisición de riqueza
concebida como un proceso inacabable solo puede ser garantizada por la consecución
del poder político, porque el proceso acumulante más pronto o después debe forzar
todos los límites del poder político.

La Alianza entre el populacho y el K.


Tal como fueron las cosas, el imperialismo esfumó todos los males y produjo ese
falso sentimiento de seguridad, tan universal en la Europa de la preguerra.
La riqueza, tremendamente aumentada, lograda por la producción K bajo un
sistema social basado en la mala distribución, había determinado un “exceso de ahorro”,
es decir, la acumulación de K que estaba condenado a la ociosidad dentro de la existente
capacidad nacional para la producción y el consumo. Las crisis y las depresiones
subsiguientes en las décadas precedentes a la era del imperialismo habían impreso en
los K la idea de que todo el sistema económico de producción dependía de una oferta y
de una demanda que, a partir de entonces, debía proceder “del exterior de la sociedad
K”.
Así, la primera reacción ante el saturado mercado interior, la falta de materias
primas y las crecientes crisis, fue la exportación de K. Pero ni la exportación de dinero
ni las inversiones en el exterior como tales no son imperialismo ni conducen
necesariamente a la expansión como un medio político.
La expansión, por eso, no fue solo un escape para el K superfluo, lo que era
mucho más importante es que protegía a sus propietarios contra la amenazante
perspectiva de permanecer superfluos y parásitos y revitalizó su concepto de propiedad
en una época en donde la riqueza no podía ser utilizada como un factor en la producción
dentro del marco nacional.
La curiosa debilidad de la oposición popular al imperialismo, las numerosas
inconsecuencias y las promesas abiertamente rotas de los políticos liberales,
frecuentemente atribuidas al oportunismo o soborno, tenían causas más profundas.
Varias fueron las razones por las que el nacionalismo desarrolló una tendencia
tan clara hacia el imperialismo, pese a la contradicción interna de dos principios.
Cuando peor preparadas se hallaban las naciones para la incorporación de pueblos
extranjeros, las tentadas se sentían a oprimirlos. En teoría existe un abismo entre el
imperialismo y el nacionalismo; en la práctica puede ser salvado y lo ha sido por el
nacionalismo tribal y por el racismo declarado. Desde el comienzo, los imperialistas de
todos los países afirmaron y se jactaron de hallarse más allá de los partidos y de ser los
únicos que hablaban en toda la nación. Esto fue especialmente cierto en los países de la
Europa central y oriental con escasas o nulas posesiones de ultramar. En ellos la alianza
entre el populacho y el K se desarrolló en el interior y afectó aún más gravemente a las
instituciones nacionales y a todos los partidos nacionales.
Los funcionarios gubernamentales se comprometieron más activamente que
cualquier otro grupo en el tipo nacionalista de impero y fueron los principales
responsables de la confusión del imperialismo con el nacionalismo.
La verdad es que solo lejos de su patria podía un ciudadano de Inglaterra,
Alemania o Francia ser nada más que un inglés, alemán o francés. En su propio país
estaba tan implicado en intereses económicos o lealtades sociales que se hallaban más
cerca de un miembro de su clase de un país extranjero que de un hombre de otra clase
en el propio país. Extranjero que de un hombre de otra clase en el país propio.
La alianza entre el K y el populacho se encuentra en la génesis de toda política
imperial consecuente. En algunos países, especialmente en GB esta nueva alianza entre
los ricos y los demasiado pobres estuvo y siguió estando confinada a las posesiones de
ultramar.
Si bien todos los grandes historiadores observaron y advirtieron ansiosamente la
elevación del populacho a partir de la organización K y su desarrollo. Lo que no
lograron comprender fue que el populacho no solamente es el desecho, sino también el
subproducto de la sociedad burguesa, directamente originado por ésta y por ello nunca
completamente separable de ella.
La afinidad de la alta sociedad con el populacho emergió a la luz en Francia
antes que, en Alemania, pero al final fue igualmente fuerte en ambos países. Francia
empero, por obra de sus tradiciones revolucionarias y de su relativa falta de
industrialización, originó solo un populacho relativamente reducido, de tal forma que la
burguesía se vio obligada finalmente a buscar ayuda más allá de las fronteras y aliarse
con la Alemania de Hitler.
Cualquiera que sea la naturaleza precisa de la larga evolución histórica de la
burguesía en los diferentes países europeos, los principios políticos del populacho, tal
como se hallan en las ideologías imperialistas y en los movimientos totalitarios, revelan
una afinidad sorprendentemente fuere con las actitudes políticas de la sociedad
burguesa, si estas últimas se hallan libres de hipocresía y no teñidas por concesiones a la
tradición cristiana. Lo que en esta fecha hizo que las actitudes nihilistas del populacho
resultaran tan intelectualmente atractivas para la burguesía es una relación de principio
que va más allá del nacimiento del populacho.
Pese a lo que cultos científicos puedan afirmar, la raza no es, políticamente
hablando, el comienzo de la humanidad, sino su final, no es el origen de los pueblos,
sino su declive; no el nacimiento natural del hombre, sino su muerte antinatural.
Cap. 9 “La decadencia de la Nación-Estado y el final de los Derechos del
hombre”.
La atmósfera de desintegración, aunque característica de toda Europa en el
período comprendido entre las dos guerras mundiales, era más visibles en los países
derrotados que en los victoriosos y se desarrolló por completo en todos los E
recientemente establecidos tras la liquidación de la Monarquía Dual y del Imperio
zarista.
La desnacionalización se convirtió en arma poderosa de la política totalitaria y la
incapacidad constitucional de la N-E europeas para garantizar los DDHH a aquellos que
habían perdido los derechos nacionalmente garantizados, permitió a los Gobiernos
perseguidores imponer su norma de valores incluso a sus oponentes. Aquellos a quienes
el perseguidor había singularizado como la escoria de la tierra (judíos, troskos, etc)
fueron recibidos en todas partes como escoria de la Tierra, aquellos a quienes la
persecución había calificado de indeseables se convirtieron en los indeseables de
Europa.
El mismo término de derechos humanos se convirtió para todos los implicados,
víctimas, perseguidores y observadores en prueba de un idealismo sin esperanza o de
hipocresía chapucera y estúpida.
La “Nación de minorías” y los apátridas.
La imperfección de los tratados de paz fue explicada a menudo por el hecho de
que quienes lo elaboraron pertenecían a una generación formada por las experiencias de
la era de la preguerra, de forma tal que nunca comprendieron perfectamente todo el
impacto de la guerra cuya paz tenían que lograr. No hay mejor prueba de esto que su
intento de regular el problema de la nacionalidad en la Europa oriental y meridional
mediante el establecimiento de Naciones- E y la introducción de los tratados de
minorías.
El resultado fue que aquellos pueblos a quienes no les fueron otorgados E, tanto
si eran minorías oficiales o solo nacionalidades, consideraron los tratados como un
juego arbitrario que entregaba a unos el mando y a otros la servidumbre. Por otra parte,
los E recientemente creados, a los que se le prometieron iguales derechos que las
naciones occidentales en lo que se refería a su soberanía nacional, consideraron a los
tratados de minorías como un claro quebrantamiento de la promesa y con una clara
discriminación porque solo los nuevos E, y ni siquiera la derrotada Alemania, se
hallaban ligadas por tales tratados.
Era desde luego cierto que el papel del proletario de la Europa occidental y
central, el grupo históricamente oprimido y cuya emancipación fue una cuestión de vida
o muerte para todo el sistema social europeo estuvo desempeñado en el Este por los
“pueblos sin historia”.
El hecho es que no pudo ser preservado el statu quo europeo y que solo tras la
caída de resto de la autocracia europea se hizo evidente que Europa había estado
gobernada por un sistema que jamás había tenido en cuenta la necesidad de la totalidad
de la población.
Al fin y al cabo, la sociedad se hallaba integrada por políticos nacionales cuyas
simpatías solo podían ser para los desafortunados nuevos Gobiernos, que se veían
obstaculizados y que contaban en principio con la oposición de un 25 a 50 por 100 de
sus habitantes.
Ni la Sociedad de Naciones ni los tratados de minorías habrían impedido a los E
recientemente establecidos asimilar más o menos a la fuerza a sus minorías. Las
nacionalidades amargadas, prescindiendo por completo de la Sociedad de Naciones,
pronto decidieron hacer frente al problema por sus propios medios.
El Congreso de Grupos Nacionales no solo esquivó el principio el principio
territorial de la Sociedad, fue dominado naturalmente por las dos nacionalidades q
estaba representadas en todos los E sucesores y q se hallaban por eso, si lo deseaban, en
posición de hacer sentir su peso en toda al Europa oriental y meridional. Estos dos
grupos eran los alemanes y judíos. Las minorías alemandas de Rumania y de
Checoslovaquia votaron, desde luego, con las minorías alemanas de Polonia y Hungría,
y nadie podía esperar que los judíos polacos, por ejemplo, permanecieran indiferentes
ante las medidas discriminatorias del Gobierno Rumano.
En otras palabras, los intereses nacionales y no los intereses comunes fueron los
que formaron la verdadera base de afiliación al Congreso, y solo los mantuvo unidos la
relación armoniosa entre judíos y alemanes. El verdadero significado de los tratados de
minorías descansa no en su aplicación práctica, sino en el hecho de que estuvieran
garantizados por un organismo internacional, la Sociedad de Naciones.
Las minorías eran solo medio apátridas, de iure pertenecían a un cuerpo político,
aunque necesitaran una protección adicional en forma de tratados y de garantías
especiales; algunos derechos secundarios, tales como el de hablar la lengua propia y el
de permanecer en el propio ambiente cultural y social se hallaban en peligro y eran
protegidos de mala gana por un organismo marginal; pero otros derechos más
elementales, tales como el derecho de residencia y el derecho al trabajo, jamás se vieron
afectados. Las minorías podían seguir siendo consideradas como un fenómeno
excepcional, peculiar de ciertos territorios que se desviaban de la norma.
Mucho más tenaz fue el caso de los apátridas, el más nuevo fenómeno de masas
en la historia contemporánea, y la existencia de un nuevo pueblo integrado por
apátridas, el grupo más sintomático de la política contemporánea. Si bien no puede
atribuirse su existencia a un solo factor, se puede ver que todos surgen después de la
primera guerra mundial, que vivían al margen de la ley. (Ej: un grupo Heimaltlosem,
originados por los tratados de paz de 1919 luego de la disolución Austria – Hungría). El
primer gran golpe asestado a las N- E con la llegada de centenares de miles de apátridas
fue que el derecho de asilo, único derecho que había llegado a figurar como símbolo de
los DDHH en la esfera de las relaciones internacionales, comenzó a ser abolido. Su
larga y sagrada H se remonta a los auténticos comienzos de la vida política regulada.
Aunque dicho derecho siguió existiendo se lo consideraba como un anacronismo, en
conflicto con los derechos internacionales del E (por eso no hay ley escrita). El segundo
gran choque por obra de los refugiados fue la comprensión de que era imposible
desembarazarse de ellos o transformarles en nacionales del país en el que se habían
refugiado. Entre las minorías, judíos y armenios eran quienes corrían los mayores
riesgos y pronto revelaron constituir la más alta proporción entre los apátridas, pero
demostraron también que los no servían como protección, sino que podían servir
también como un instrumento para singularizar a ciertos grupos con objeto de
expulsarlos eventualmente.
El verdadero mal comenzó tan pronto como se probaron los dos remedios
conocidos, la repatriación y la nacionalización. Cada intento de las conferencias
internacionales para establecer algún estatuto legal para los apátridas fracasó porque
ningún acuerdo podía sustituir al territorio extranjero, dentro del marco de la ley
existente, debía ser deportado. Por otra parte, la nacionalización también demostró ser
un fracaso, ya que se vinieron abajo cuando se enfrentaron con los apátridas.
Esencialmente la nacionalización era un apéndice de la legislación de la N-E que solo
tenía en cuenta a los nacionales, a las personas nacidas en su territorio y ciudadanos por
derechos de nacimiento.
Fue casi patético ver cuán desesperados se hallaban los Gobiernos europeos, a
pesar de su conciencia del peligro del E de apátrida para sus instituciones legales y
políticas y a pesar de todos sus esfuerzos para resistir a la marea, parecía que una vez
que entraban el “estado de apátrida” se extendía por todo el país. Mucho peor fue lo que
el estado de apátrida hizo a las distinciones necesarias y tradicionales entre nacionales y
extranjeros y al derecho soberano de los E en cuestiones de nacionalidad y de expulsión.
La N- E, incapaz de proporcionar una ley a aquellos que habían perdido la
protección de un gobierno Nacional, transfirió todo el problema a la policía. Esta fue la
primera vez que la policía de Europa occidental recibió autoridad para actuar por su
cuenta, para gobernar directamente a las personas, en una esfera de la vida pública ya no
era un instrumento para afirmar el cumplimiento de la ley, sino que se convirtió en una
autoridad dominadora, independiente del gobierno y de los ministerios.
Por otra parte, los crecientes grupos de apátridas en los países no totalitarios se
vieron conducidos a una forma de ilegalidad organizada por la policía que determinó
prácticamente una coordinación del mundo libre con la legislación de los países
totalitarios.
Tanto en la H de la nación de minorías como en la formación del pueblo
apátrida, los judíos desempeñaron un papel significativo. Sus necesidades especiales
eran el mejor pretexto para negar que los Tratados fuesen un compromiso entre la
forzosa tendencia de los nuevos tacones a asimilar a los pueblos extranjeros y las
nacionalidades que por razones de oportunidad no podían obtener el derecho a la
autodeterminación nacional. La noción de que el E de apátrida es primariamente un
problema judío fue un pretexto utilizado por todos los gobiernos que trataron de acabar
el problema ignorándolo.
Las perplejidades de los derechos del hombre.
La proclamación de los derechos del hombre (S XVIII) tenía que significar
también una protección muy necesitada en la nueva era, en la que los individuos ya no
estaban afianzados en los territorios en los que habían nacidos o seguros de su igualdad
ante Dios como cristianos. Por eso a lo largo del siglo XIX la opinión general era que
los derechos humanos habían de ser invocados allí donde los individuos necesitan
protección contra la nueva soberanía del E y la nueva arbitrariedad de la sociedad.
Los apátridas estaban tan convencidos como las minorías de que la pérdida de
los derechos nacionales se identificaba con la pérdida de los derechos humanos como de
que aquellos garantizaban a estos. Desde entonces ni un solo grupo de desplazados pudo
desarrollar una furiosa y violenta conciencia de grupo y de clamar por sus derechos
como pacos, judíos, etc.
La primera pérdida que sufrieron los fuera de la ley fue la pérdida de sus
hogares, y esto significaba de todo el entramado social. La segunda fue la pérdida de la
protección del Gobierno, es decir la pérdida del status legal en su propio país, sino en
todos. Cuando más aumentaba el número de los fuera de la ley, mayor se tornaba la
tentación de conceder menos atención a los hechos de los gobiernos perseguidores que
al status de los perseguidos. Los refugiados políticos, necesariamente pocos en número,
todavía disfrutan del derecho de asilo en muchos países, y este derecho actúa de una
forma irregular, como sustitutivo genuino de la ley nacional.
Llegamos a ser conscientes de la existencia de un derecho a tener derechos (y
esto significa vivir dentro de un marco donde uno es juzgado por las acciones y las
opiniones propias) y de un derecho a pertenecer a algún tipo de comunidad organizada,
solo cuando aparecieron millones de personas que habían perdido y que no podían
recobrar estos derechos por obra de la nueva situación política global. Solo en una
Humanidad completamente organizada podía llegar a identificarse la pérdida del hogar
y del status político con la expulsión de la Humanidad.
El hombre del siglo XX ha llegado a emanciparse de la Naturaleza hasta el
mínimo grado que el hombre del S XVIII se emancipó de la H. La historia y a la
naturaleza se han tornado igualmente extrañas a nosotros, principalmente en el sentido
de que la esencia del hombre ya no puede ser comprendida en términos de una u otra
categoría.
No nacemos iguales, llegamos a ser iguales como miembros de un grupo por la
fuerza de nuestra decisión de concedernos mutuamente derechos iguales. Nuestra vida
política descansa en la presunción de que podemos producir la igualdad a través de la
organización, porque el hombre puede actuar en un mundo común, cambiarlo y
construirlo junto con sus iguales y solo con sus iguales.
El peligro derivado de la existencia de personas obligadas a vivir al margen del
mundo corriente es entonces, el de que en medio de la civilización son devueltas a lo
que se les otorgó naturalmente, a su simple diferenciación. Su existencia atenta a
“nuestro artificio político”
Todo esto apoya los argumentos que Burke expuso ante la declaración de los
Derechos del Hombre, ya que los veía como demasiado abstracto. El mundo no halló
nada sagrado en a la abstracta desnudez del ser humano. Los supervivientes de los
campos, los encerrados en campos de concentración y de internamiento, e incluso los
apátridas podrían ver sin los argumentos de Burke que la abstracta desnudez de ser nada
más que humanos era su mayor peligro. Por eso las palabras de Burke cobran un
significado espacial si examinamos únicamente la condición general humana de
aquellos que han sido expulsados de todas las comunidades políticas.
El peligro estriba en que una civilización global e interrelacionada
universalmente pueda producir bárbaros en su propio medio, obligando a millones de
personas a llegar a condiciones que, a pesar de todas las apariencias, son las condiciones
de los salvajes.
 DAVIS, Mike. Los holocaustos de la era victoriana tardía. El Niño, las
hambrunas y la formación del Tercer Mundo. Valencia, Publicación de la Universitat de
Valencia, 2006.
Cap. 9 “Los orígenes del Tercer Mundo”.
ENOS2: fuerza episódica potente en la historia de la humanidad tropical. La idea
de que millones de personas murieron debido al tiempo extremo y no al imperialismo,
¿es cierto?
Un clima malo contra un sistema malo
A diferencia de lo q sucedió a finales del siglo XIX, no hubo una mortandad
generalizada ni de hambre ni de enfermedades, ¿por qué no?

2
El ENOS es un fenómeno oceánico-atmosférico que consiste en la interacción de las aguas superficiales
del océano Pacífico tropical con la atmósfera circundante y con la atmósfera global. Por otro lado, el
ENOS está relacionado con trastornos climáticos en muchas partes del mundo, así como con alteraciones
significativas en diversos tipos de ecosistemas tanto terrestres como marinos. 
El ENOS consta, entre otros, de dos fenómenos oceánicos principales: el calentamiento atípico de las
aguas tropicales del océano Pacífico conocido popularmente como fenómeno de El Niño y, por otro lado,
el enfriamiento atípico de las mismas aguas, fenómeno conocido como La Niña. 
El ENOS tiene, además de la componente oceánica (El Niño, La Niña), una componente atmosférica,
medida cuantitativamente por el Índice de Oscilación del Sur (IOS), el cual es un reflejo del cambio
relativo entre la presión atmosférica a nivel del mar entre los sectores occidental (alrededores de Darwin,
Australia) y central-oriental del océano Pacífico (alrededores de la isla Tahití).
Mientras la dinastía Quing estaba cumpliendo su contrato social con los
campesinos, los europeos contemporáneos morían de hambres y enfermedades entre
1740 y 1743. La capacidad del Estado chino durante el siglo XVIII es impresionante.
Los elementos culminantes de la Época Dorada de la seguridad alimenticia fueron la
vigilancia del precio de los cereales y los métodos de abastecimiento organizados por el
mismo Emperador.
En contraste con los estereotipos occidentales posteriores de un Estado chino
pasivo, el gobierno, durante el apogeo de la dinastía Qing, estaba involucrado en la
prevención de la hambruna a través de un amplio programa de inversiones para mejorar
la agricultura, la irrigación y el transporte fluvial.
El campesinado del norte de China, durante el apogeo de la dinastía Qing, era
más autosuficiente con respecto a la nutrición y menos vulnerable a la ansiedad causada
por el clima de lo que sus descendientes lo serían un siglo después.
Es improbable q una sequía como esa se hubiese transformado en un verdadero
holocausto q consumiere a la mayoría de la población, como sí sucedió a fines del XIX.
Mientras en 1876, el Estado chino (debilitado y desmoralizado después del fracaso de
las reformas domesticas de la restauración de la dinastía Tongzhi) se vio reducido a
repartir, desorganizadamente, dieron como medida de socorro, una cantidad monetaria q
fue aumentada por las donaciones privadas y la humilde caridad internacional.
Las leyes de cuero y las otras leyes de hierro
¿Qué decir de la hambruna de la India antes a la colonización británica? De
nuevo, no hay ninguna prueba q conforme que la India había experimentado crisis de
subsistencia en la misma escala q la catástrofe de Bengala en 1770 bajo el dominio de
las Indias Orientales, o el largo asedio de enfermedades y hambre entre 1875 y 1920.
La india de la dinastía Mogol, q tal vez se benefició de un ciclo del ENOS más
moderado, en general no padeció hambrunas hasta 1770.
Al igual que sus coetáneos chinos, los gobernantes mogoles basaban su gobierno
en un cuarteto de alimentos, regulación de precios para evitar la especulación,
condiciones impositivas y distribución gratuita de alimentos sin pedir a cambio trabajos
forzados.
En contraste con el dogmatismo y la rigidez de las colonias británicas cuyo
propósito era maximizar las rentas de la tierra, tanto los mogoles como los marathas
diseñaron su dominio de modo flexible para poder tener en cuenta las relaciones
ecológicas clave y las fluctuaciones climáticas impredecibles q suceden en las regiones
del subcontinente indio más propensas a padecer sequias.
India y China no entraron en el periodo histórico contemporáneo como las
desvalidas “tierras de hambrunas” q la imaginación occidental recrea. La intensidad del
ciclo del ENOS a fines del s XIX, probablemente igualdad en 3 o 4 ocasiones en el
último mileno, determina en gran medida cualquier explicación de las catástrofes de la
década de 1870 y 1890. Igual peso causal debe caer en el aumento de la vulnerabilidad
social a la variabilidad climática q se hizo evidente en el sur de Asia, norte de China y
nordeste de Brasil y sureste de África a fines del periodo victoriano. Las hambrunas son
crisis sociales q encarnan el fracaso de determinados sistemas políticos y económicos.
Perspectivas sobre la vulnerabilidad
Estereotipos orientalistas: q la pobreza inmutable y la superpoblación son los
prerrequisitos naturales de las grandes hambrunas del siglo XIX. Hay pruebas de q los
campesinos y jornaleros agrícolas, después de 1850, a medida q sus economías locales
eran violentamente incorporadas al mercado mundial, se vieron en una posición más
vulnerable a los desastres naturales. Lo q los administradores coloniales, misioneros y
las elites criollas, como en Brasil, percibieron como la permanencia de los ciclos de
atraso inmemoriales eran, en cambio, estructuras imperialistas formales o informales
modernas.
Desde la perspectiva de la ecológica política, la vulnerabilidad de los
agricultores tropicales, causada por los fenómenos climáticos externos posteriores a
1870, fue acrecentada por una reestructuración simultánea q convirtió a los vínculos
familiares y aldeanos en sistemas de producción regional y en productos para el
mercado mundial y el Estado colonial (o dependiente).
Tres cuestiones referentes a la articulación con estructuras socio-económicas
mayores, eran especialmente decisivas para la subsistencia rural en el “proto-Tercer
Mundo” de la era victoriana tardía:
1) La incorporación forzosa de la producción minifundista a los circuitos
productivos y financieros controlados desde el extranjero tendía a socavar la seguridad
alimenticia tradicional.
2) La integración de millones de cultivadores tropicales en el mercado mundial a
finales del siglo XIX vino acompañada por un deterioro de las condiciones del
comercio.
3) El imperialismo victoriano formal e informal, respaldado por el autoritarismo
supranacional del patrón oro, confiscó la autonomía fiscal local y limitó las respuestas
desarrollistas a escala nacional q podrían haber reducido la vulnerabilidad de la
población frente a la inestabilidad climática.
Antes de considerar los estudios de caso del empobrecimiento rural en las
regiones clave devastadas por los fenómenos El Niño en 1870-1890, o antes de observar
la relación entre el imperialismo, la capacidad estatal y la crisis ecológica a escala
aldeana, es necesario discutir cómo las posiciones estructurales de India y China (tercer
mundo del futuro) en la economía mundial cambiaron en el curso del s XIX. La
comprensión de cómo la humanidad tropical perdió tanto terreno económico a favor de
los europeos occidentales después de 1850 sirve para explicar por qué el hambre pudo
cosechar tales hecatombes humanas durante los años El Niño.
La derrota de Asia
Debido a q la productividad de la tierra era mayor en el sur de la India, los
tejedores y otros artesanos disfrutaban de un régimen alimenticio mejor q el del europeo
medio. Y todavía más importante es q los índices de desempleo tendían a ser menores
porque poseían derechos de contratación superiores y tenían más poder económico.
(El PBI de china en 1700 era de 23,1%, y en 1952 de 5,2) Durante el siglo XVIII
los chinos disfrutaron de un estándar de consumo mayor q el de los europeos. El
estereotipo habitual es q durante el siglo XIX Asia se quedó quieta mientras q la
Revolución Industrial empujaba a Europa occidental.
¿Por qué Asia se quedó quieta? Porque estaba sobrecargada por las cadenas de la
tradición y la demografía malthusiana, es la respuesta común. La respuesta pertinente no
es tanto por qué la Revolución Industrial ocurrió primero en Inglaterra, Escocia y
Bélgica, sino por qué otras regiones del mundo económicamente avanzadas en el s
XVIII fracasaron a la hora de adaptar sus manufacturas artesanales a las nuevas
condiciones de producción y competición del s XIX. Los telares de China no fueron
derrotados por la competición del mercado, sino q fueron desmantelados a la fuerza por
las guerras, las invasiones, el opio y el sistema de aranceles en una sola dirección
impuesto por Lancashire.
Es indiscutible q, desde 1780 o 1800, cada intento serio de una sociedad no
occidental de introducirse en el carril de la vía rápida del desarrollo o de regular las
condiciones de su comercio recibía una respuesta militar y económica de Londres o de
otra capital imperial competidora.
La rebelión Taiping (cuyos objetivos eran más revolucionarios q la Revolución
Meiji) fue un intento de revisar el veredicto y fue derrotado gracias a los recursos y a los
mercenarios proporcionados por parte de GB a la asediada dinastía Qing. Esto no es lo
mismo q decir q la Revolución Industrial dependía necesariamente de las conquistas
coloniales o de la subyugación económica de Asia. Al contrario, el tráfico de esclavos y
las plantaciones del Nuevo Mundo eran fuentes más estratégicas de capital líquido y de
recursos naturales. Paradójicamente, el “momento” más importante de Asia monzónica
en la economía mundial victoriana no fue a principios de década, sino a fines.
La economía mundial de la era victoriana tardía
En GB, durante el periodo prolongado de patrón de crecimiento “stop and go”,
entre 1873 y 1896, el índice de formación de K y el crecimiento, tanto de la
productividad de la mano de obra como del K, empezaron a decaer. GB se mantuvo
ligada a productos y tecnos anticuadas, mientras que Alemania y EEUU hacia industrias
químicas, eléctricas y petroleras.
Los hambrientos campesinos indio y chino fueron incorporados al sistema como
salvadores inverosímiles. El enorme superávit en la balanza de pagos india se convirtió
en el elemento central q permitió la reproducción amplificada de los procesos de
acumulación de K a escala mundial por parte del Reino Unido.
GB ganaba anualmente un enorme superávit en sus transacciones con India y
China, q le permitían sostener déficits igualmente grandes en sus transacciones con
EEUU, Alemania y los demás dominios poblados por los blancos.
La India fue el mercado cautivo más grande en la historia mundial. En el cuarto
de siglo posterior a 1870, saltó de la tercera a la primera posición en la lista de
consumidores de las exportaciones británicas
¿Cómo, en los tiempos de hambre, pudo el subcontinente indio permitirse
subsidiar la supremacía comercial, repentinamente precaria, de su conquistador? No
pudo: India fue obligada a incorporarse en el mercado mundial a marchas forzadas por
las políticas hacendísticas e hidráulica q obligaron a los campesinos a producir para el
consumo en el extranjero al precio de su propia seguridad alimenticia.
Entre 1890 y 1900, el comercio permanente y los desequilibrios contables q el
subcontinente indio mantuvo con GB fueron financiados con los excedentes comerciales
del opio, arroz e hilo de algodón q éste mantenía con el resto de Asia.
Este comercio triangular entre India, China y GB tenía una importancia
económica estratégica en el sistema mundial victoriano q trascendía otros flujos
comerciales de mayores dimensiones. Al agrandar por la fuerza la demanda china de
narcóticos y los impuestos q se recaudaban de su exportación, las dos Guerras del Opio
(1839-1842 y 1856-1858) y el punitivo Tratado de Tianjin (1858) revolucionaron la
base impositiva de la India británica.
La cadena funcionaba así: el Reino Unido pagaba el algodón de EEUU con
billetes del Banco de Inglaterra. Los yanquis llevaban algunos de esos billetes a Cantón,
y los intercambiaban por té. Los chinos cambiaban los billetes por opio indio. Una parte
de los billetes se reenviaba a Inglaterra en concepto de beneficios; otra parte se
destinaba a la compra de más productos en la India, a nutrir las remesas monterías de las
fortunas privadas en la India y los fondos para mantener el funcionamiento del
Gobierno de la india en la metrópoli.
Después de 1880, cuando los chinos recurrieron al cultivo domestico de opio
para reducir el déficit comercial, la India británica encontró un nuevo negocio lucrativo
en la exportación del hilo de algodón hilado a máquina.
El mito de “maltusia”
Los déficit comerciales impuestos a la fuerza; los impulsos a las exportación q
disminuían la seguridad alimenticia; la imposición excesiva y el K mercante
depredador; el control extranjero de los ingresos clave y del desarrollo de los recursos;
las guerras imperiales y civiles crónicas; el patrón oro q vació los bolsillos de los
campesinos asiáticos eran algunas de las modalidades clave usadas en la economía
mundial de fines de la era victoriana para transferir la carga del “ajusto estructural” de
Europa y Norteamérica a los agricultores de las recientemente acuñadas nuevas
“periferias”.
Según Malthus, la causa subyacente de las hambrunas en la India victoriana no
era el “drenaje de riqueza” sino “la gran cantidad de población q seguía viviendo en
regímenes de subsistencia, en tierras marginales regadas q no podía sembrar cultivos
comerciales lucrativos.
Aunque la población creció rápidamente en 1850 y 1860, en parte por
consecuencia del auge del algodón, el ímpetu demográfico se frenó con la catástrofe de
1876.
Rechazar el determinismo demográfico no significa q el crecimiento demo no
haya jugado ningún papel en la crisis de China durante el s XIX. Al contrario, está claro
q el éxito mismo de la intensificación agrícola durante la Época Dorada alentó, en
muchas regiones, una subdivisión excesiva de la tierra y promovió q se ocupasen con
desastrosas consecuencias ecológicas las zonas montañosas y pantanosas q previamente
no habían sido cultivadas. La relación entre la población local y los recursos deberá
figurar en los estudios sobre las crisis de subsistencia y la vulnerabilidad frente a los
desastres naturales en el norte de China.
El déficit de la irrigación
A principios del XIX, Europa se enfrentaba a presiones demográficas y
ecológicas incluso más graves, pero fue capaz de solucionarlas con la ayuda de los
recursos naturales del Nuevo Mundo, de la emigración en masa a las colonias, y con la
industrialización urbana. Lo relevante no es tanto la presión demográfica per se, sino
por qué Europa occidental pudo escapar de la incipiente trampa del equilibrio en un
nivel alto mientras que China no pudo.
Además de lo ya mencionado, hay otra variable: el abastecimiento de agua. El
siglo XIX se caracterizó por el casi total colapso de las mejoras hidráulicas.
El déficit hidráulico reforzó la ilusión maltusiana de una “involución” sin
remedio en China y en otras partes. Bien fuera como efecto de la presión demográfica o
del desplazamiento causado por los cultivos de exportación, en los tres países
campesinos, frecuentemente menos productivos, altamente vulnerables a los ciclos del
ENOS, sin q hubiese mejoras paralelas en los sistemas de riego, drenaje o deforestación
para asegurar la sostenibilidad.
La pobreza ecológica, la pobreza de la unidad familiar y la incapacitación del
Estado, constituyeron un triángulo causal q explica tanto el surgimiento del “tercer
mundo” como su vulnerabilidad a los fenómenos climáticos externos.
 HALLIDAY, Fred. Las relaciones internacionales en un mundo en
transformación. Madrid, Catarata, 2002.
“La sexta gran potencia: las revoluciones y el sistema internacional”
Un caso mutuo de interés
La relación q la disciplina de las relaciones internacionales ha mantenido desde
hace mucho tiempo, con la revolución ha sido una relación incómoda. Suele citarse el
comentario de Arendt de que el siglo XX fue moldeado por las guerras y las
revoluciones, pero resulta llamativo como estos dos procesos históricamente formativos
reciben un tratamiento diferenciado. El estudio de la guerra es fundamental para el
estudio académico de las relaciones internacionales. Las revoluciones en cambio, han
tenido una existencia marginal.
Las propias relaciones internacionales empezaron como un estudio de la guerra y
de las causas de la guerra y siguen estando centradas en la creencia de que la guerra
entre los E debe concebirse como una agresión decidida racionalmente y no como la
internacionalización del conflicto social. El desarrollo subsiguiente de las relaciones
internacionales (y de las disciplinas que la estudian) ha confirmado esta situación.
Otros factores tienen que ver con el ambiente de las Cs. Sociales en general, en
especial el estudio de la revolución no encuentra acomodo en ningún lado. En estas
disciplinas se ha tendido a estudiarlas haciendo pocas referencias a las dimensiones
internacionales del fenómeno.
Las obras sociológicas trataron a las revoluciones como si hubieran tenido lugar
dentro de unas entidades nacional- políticas discretas. La otra gran contribución reciente
al estudio comparativo y teórico de las revoluciones fue la obra de Goldstone.
Dentro de los enfoques teóricos de las relaciones internacionales el realismo si
trata de las revoluciones, pero en general hace referencia a ellas no como objetos de
estudio en sí mismos sino para demostrar las presiones de la conformidad, de la
socialización impuesta por las constricciones del sistema hasta la más desviacionista o
revisionista de los E:
La reflexión más completa sobre las revoluciones desde una perspectiva realista
es la obra de Armstrong. Se trata, en el mejor de los casos, de un ajuste parcial: por un
lado evita la cuestión de que hay en la constitución interna de los E que pueda
considerarse como constituyente de la norma, por otro lado, no presta atención al
funcionamiento de la sociedad internacional en el sentido general, q va más allá de las
acciones de los gobiernos.
Otras tendencias de las relaciones internacionales de los años setenta y ochenta
dejan también poco espacio a la acción revolucionaria. Se olvida el papel que tuvo la
guerra de Vietnam en la toma de conciencia sobre la interdependencia. Los estudios
estratégicos del periodo de la guerra fría consideraron la carrera de armamentos Este-
Oeste haciendo la más completa abstracción de las configuraciones socioeconómicas en
dicho conflicto. Se prestó muy poca atención a los conflictos sociales y políticos del 3er
mundo, y menos aún a la guerra de guerrillas
Hay no obstante tres aspectos en el que este mutuo desinterés no ha sido
absoluto y en el que pueden identificarse elementos de interacción entre las relaciones
internacionales y las revoluciones. Antes que nada, tenemos el conjunto de obras de
relaciones internacionales centradas en las cuestiones analíticas y comparativas puestas
de manifiesto por las revoluciones.
En segundo lugar, las revoluciones han estado presentes en las relaciones
internacionales de una forma solapada, irrelevante.
En tercer lugar, hay algunas obras en ciencias sociales afines que resultan
accesibles y relevantes para construir un debate sobre las revoluciones dentro de las
relaciones internacionales.
El examen del lugar que ocupan las revoluciones en las relaciones
internacionales parece comprender tres grandes áreas de indagación: la primera es la
histórica; la segunda es descriptiva, se trata del examen de las dimensiones
internacionales de las propias revoluciones; la tercera y principal área de indagación
tiene que ver con la teoría, es decir que cuestiones teóricas plantea el estudio de las
revoluciones a las relaciones internacionales. Así, este aspecto involucra un doble
proceso y que debería considerar no solo la cuestión de cómo afectan las revoluciones a
las relaciones internacionales sino en qué medida una consideración apropiada del
contexto internacional puede suponer un cuestionamiento a las explicaciones
sociológicas o políticas establecidas en la revolución.
Las revoluciones y sus consecuencias
El uso de los conceptos que se hace en las relaciones internacionales depende, en
un grado que la disciplina no reconoce, de unas definiciones importadas de otras áreas.
Si esto ocurre con conceptos tales como E, poder y sistema, la revolución no es una
excepción.
La primera de las contribuciones es la de Skocpol en Estados y Revoluciones
sociales, en donde sobre la base del grado de transformación de la sociedad y de
destrucción del antiguo E que las revoluciones suponen se las identifica con una
categoría diferenciada del acontecimiento: las revoluciones son transformaciones
rápidas y básicas del E y de la estructura de clases de una sociedad y son llevadas a
cabo por revueltas de clases inferiores. Skocpol se centró en la relación de las
revoluciones con los E: las revoluciones intentaban a la vez derribar E existentes y
consolidar E nuevos, al hacerlo puso de relieve la medida de la competencia interestatal.
La segunda fue la de Barrington-Moore en Los orígenes sociales de la dictadura
y la democracia, en donde desarrollo dos argumentos que contradicen profundamente
las ideas de gran parte del pensamiento convencional sobre la revolución. Contra la idea
predominante de que GB y EEUU habían seguido una senda pacífica y no
revolucionaria señala que si tuvo capítulos revolucionarios. En resumen, propone que
tanto la vía revolucionaria como la no suponen costes humanos.
El tercer elemento es la obra de Griwank titulada El concepto moderno de
revolución, origen y desarrollo. Trató así de discernir con mayor claridad los elementos
constitutivos de ese uso moderno: que las revoluciones involucraban no solo un cambio
político o constitucional sino también la partición de las masas en el proceso; que el
objetivo principal de las revoluciones era el control del E y por consiguiente el concepto
de revolución no pudo desarrollarse antes del surgimiento del E moderno
Las cuestiones de la definición y el papel histórico desempeñado por las
revoluciones son fundamentales, evidentemente en toda discusión sobre la agitación
política en el contexto internacional. La mayor parte de la literatura de las relaciones
internacionales asume también que las revoluciones son momentos de ruptura y no de
transición, y que estos momentos se distinguen por la violencia, contrariamente a unos
regímenes represivos pero estables, que no son violentos.
Cada uno de los trabajos usa un concepto diferente de revolución, por lo que
existen tres paradigmas.
Los realistas suelen considerar a las revoluciones en relación a los cambiantes
estilos de la política exterior y de las prioridades de los E, entendiéndolas como un
factor revisionista, insatisfecho o desequilibrante. Las revoluciones suponen una ruptura
en un mundo que sin ellas sería ordenado. En sí mismas no requieren ni explicación ni
contextualización histórica.
Para los behavoristas, las revoluciones forman parte del espectro de la violencia
y como los virus pueden difundir la transnacionalidad, pero esta violencia se concibe en
términos psicológicos, abstraídos de las causas sociales o del contexto internacional, y
otra vez, contrasta implícitamente con una supuesta alternativa no violenta debido a su
estabilidad.
El materialismo histórico presente en las relaciones internacionales en su
variante estructuralista domesticada, presta mucha mayor atención a las revoluciones y
las considera precisamente como configuradoras del papel formativo y transicional
identificado por Skocpol y Barrington Moore y como responsables de un cambio social
y político sustancial. Así consideran a las revoluciones bajo una luz positiva y también
empiezan considerando los factores internacionales, definidos por el K y el
imperialismo.
Sin embargo, el materialismo histórico está tan centrado en la dimensión
internacional de las revoluciones que tiene dificultades para explicar por qué las
revoluciones parecen estar confinadas a unos E específicos y presentan unas
características tan específicamente nacionales y nacionalistas. Además, poseen una
concepción de revolución que se inserta en la concepción de la historia que avanza hacia
una meta histórica determinada, es decir es teleológica.
La formación del sistema internacional
Según Wight durante gran parte de la historia del sistema internacional, las
relaciones entre los E no han estado determinadas por factores “normales”, sino por
factores anormales, revolucionarios.
La importancia de la revolución en el S XX fue inmensa. La revolución
bolchevique del 17 estableció una fractura fundamental de las relaciones
internacionales. La cuestión de en qué medida fue el antagonismo a la revolución
bolchevique y el temor a su impacto en Europa central lo que le dio el impulso al
surgimiento del nazismo es una cuestión abierta.
La división ya constituida entre E K y comunistas, fue agravada por el torrente
de las revoluciones en el tercer mundo cuya propia enumeración coincide con las de las
principales crisis de postguerra.
Por otra parte, la guerra fría fue un conflicto intersistémico. Entre 1945 y 1989
fueron sobre todo los conflictos en el tercer mundo los que alimentaron las tensiones
internacionales. Un indicador de ello es que fuera la política a seguir en relación a las
revoluciones del tercer mundo lo que llevó a los presidentes de los EEUU a dar sus
nombres a sus respectivas “doctrinas”. De la misma manera, los desafíos del tercer
mundo fueron los principales retos a los que se enfrentaron los presidentes de los EEUU
como bien entendieron Truman, Johnson y especialmente Garter. En las cuatro décadas
que transcurrieron hasta fines de los años ochenta, la revolución proporcionó el
fundamento histórico del sistema bipolar, alimentado por la carrera de armamentos
nucleares, proporcionando caso tras caso de competición entre las grandes potencias y
amenazando la estabilidad política interna de las principales potencias.
El conflicto intersistémico de la guerra fría fue seguido por los episodios de
agitación política de Europa oriental de 1989 que asestaron un golpe mortal al mundo
bipolar existente desde el 45. En cierto sentido estas revoluciones tenían poca violencia
y fueron llevadas a cabo no en nombre de alguna alternativa heterogénea sino para
alinear a estos países a las normas occidentales predominantes.
Tal como se argumentará más adelante, estas revoluciones fueron revoluciones
en varios sentidos. Su importancia para la política internacional es indudable. Fueron
también estas revoluciones las que pusieron en marcha una serie de conflictos, dentro y
entre los E. estos conflictos llevaron al borde de la guerra a E que se disputaban
territorios y en algunos casos condujeron a la guerra.
Modelos históricos
Las revoluciones son acontecimientos internacionales por sus causas y efectos y,
con la excepción parcial de las revoluciones del 89, presentan un grado llamativo de
uniformidad. En el caso de las revoluciones, hay al menos cuatro áreas en las que esas
generalizaciones pueden examinarse: las cusas, la política exterior, las respuestas y la
posterior adaptación.
Como ya se ha observado, las revoluciones tienen lugar cuando se cumplen dos
condiciones generales: que los dominados se rebelen y que los gobernantes no puedan
seguir gobernando. Sin embargo, como demostraron las obras de Skocpol, Goldstone y
otros autores pertenecientes a la tercera ola, los factores internacionales promueven la
revolución principalmente a partir de la otra dimensión. En otras palabras, aunque los E
pueden usar la dimensión internacional y los recursos que ésta proporciona para
consolidar su posición interna, pueden también debilitarse internamente como resultado
de sus actividades y alianzas internacionales.
El otro tipo de causa, el apoyo a los revolucionarios es evidentemente
importante. Pero sin el debilitamiento concomitante de los E, ese estímulo externo tiene
efectos limitados.
La política exterior de los E revolucionarios del período anterior a 1989 es un
área de estudio muy amplia que ha recibido, curiosamente, mucha menos atención de la
que merece. Parte de la literatura se centra en la cuestión de la “nueva diplomacia” o sea
el papel de la ideología revolucionaria y de la acción no convencional en la política
exterior de los E revolucionarios.
Esta última cuestión es importante porque en gran parte de la literatura realista y
liberal se parte de la base de que las metas de los E revolucionarios no son muy
diferentes de las otros E. los liberales por su parte, sostienen que, si tan solo se tratara
mejor a los E revolucionarios, estos no intentarían exportar la revolución. La historia
nos demuestra que esto no es así, y que el reto que plantean aparte de promover la
revolución es que hagan un cambio en las relaciones sociales y políticas.
La discusión sobre qué es lo que provoca que, la revolución internacional o la
contrarrevolución internacional, esté mal situada en perspectiva histórica. Ambos
procesos pueden empezar de manera autónoma por razones internas y sistémicas, y
alimentándose mutuamente, llevar la confrontación. Si el internacionalismo
revolucionario es un resultado casi universal de las revoluciones, también lo es su
opuesto, el internacionalismo contrarrevolucionario.
Esta interacción plantea otras dos cuestiones que quizás sean más interesantes y
que nos llevan al núcleo del sistema internacional. Por un lado, está la tendencia del
sistema internacional a la homogeneidad es decir hacia la organización similar. Tanto el
internacionalismo revolucionario como el contrarrevolucionario se derivan de esta
tendencia a la homogeneidad.
La segunda cuestión ilustrada por los antecedentes históricos de ambas formas
de internacionalismo es que, pese a la voluntad de intervención, el sistema de E es
perdurable. Todos los E revolucionarios trataron de promover la revolución en el
exterior para exportarla. En el sentido del término, ninguna lo ha logrado. En la misma
tónica las contrarrevolucionarias dirigidas por los E casi siempre fracasan.
Este corto plazo, es, sin embargo, significativo, en el sentido de que la mayor
parte del debate realista sobre la socialización de los E se centra en el periodo
inmediatamente post-revolucionario y en la aparente domesticación de los E.
Un breve repaso al historial completo de los E revolucionarios demuestra que,
mientras los órdenes internos postrevolucionarios permanezcan intactos, estos E siguen
representando un desafío para los sistemas de otros E.
Esta perspectiva a largo plazo sugiere que la socialización de la revolución es
menos sencilla de lo que la ortodoxia resulta pretende hacernos creer, y también sugiere
que este desafío recurrente, aunque generalmente frustrado, es un producto tanto de
factores internos como externos. La conclusión de esto es que hasta que haya una
reimposición de la homogeneidad, es decir hasta q los órdenes internos de los E
revolucionarios divergentes vuelvan a los órdenes convencionales de otras potencias, las
potencias revolucionarias y las no revolucionarias estarán en conflicto.
La interacción entre las revoluciones y el sistema internacional plantea, por lo
tanto, unas cuestiones que no solo están vinculadas al estudio de la revolución, sino
también al de las propias relaciones internacionales. A partir de esas implicaciones es
posible delinear cinco áreas en las que se sitúan las revoluciones.
Vínculos internacionales e internos.
Las revoluciones no obligan a cuestionarnos el supuesto realista fundamental de
que las estructuras internas/domésticas pueden excluirse del estudio de las relaciones
internacionales: el más breve examen de cómo han contribuido las evoluciones al
conflicto internacional, o a la guerra en sentido estricto, demuestra como la cadena
interactiva es un elemento fundamental de la explicación de cómo surgieron estas
guerras.
Hay algunas implicaciones del concepto de E para el estudio de las revoluciones.
Las revoluciones se hacen en los E y sin embargo, las relaciones internacionales
trabajan con un concepto problemático y cada vez más cuestionado del propio E.
El concepto de E que se usa convencionalmente en relaciones internacionales
impide examinar precisamente esos procesos que hacen que las revoluciones sean
internacionales.
El segundo concepto de E más restringido nos permite concebir a los E en su
doble carácter, como entidades de dos caras que miran a la vez hacia dentro, hacia la
sociedad que intentan dominar, y hacia fuera, hacia los otros E con los q interactúan con
la meta de reforzar su propia posición interna. A partir de ese doble concepto resulta
también posible reexaminar un rasgo del sistema internacional. Los factores internos en
la actividad internacional nos conducen a la cuestión de la homogeneidad y
heterogeneidad. Después de todo, los E con regímenes diferentes pueden comerciar e
intercambiar embajadores. Si respetan la no injerencia y aceptan la diversidad de los
sistemas internos, entonces la heterogeneidad no debería ser causa de conflicto.
Además, cierto elemento de heterogeneidad podría considerarse beneficioso para
los E, ya que proporciona otro, un objeto extraño y amenazador en el mundo externos, a
partir del cual los E pueden movilizar apoyo social y político internos.
El problema de la homogeneidad va más allá, en el sentido de que oscurece la
que es quizás la cuestión fundamental, a saber, la del papel de la homogeneidad en
sentido positivo, en el reforzamiento de los E, es decir, en el reforzamiento de la
estabilidad de los E a partir de una interacción normal.
Esto apunta a la idea de que la dimensión internacional es fundamental no solo
para explicar la desestabilización de los E cuando hay heterogeneidad sino también para
explicar la estabilidad de los órdenes políticos y sociales cuando hay homogeneidad.
En otras palabras, la clave para entender el desafío ideológico de la
heterogeneidad reside en identificar el papel ideológico preexistente de la
homogeneidad y el reforzamiento.
Revoluciones y guerra
No es necesario decir que tanto las guerras causas revoluciones como viceversa.
Para seguir con esto hace falta traer a colación un rasgo difícil pero recurrente en
el debate sobre las relaciones internacionales, a saber, el de la relación de la seguridad
entre los E y la seguridad dentro de los E (o seguridad vertical vs seguridad horizontal).
Quienes establecen un vínculo estrecho entre los dos tipos de seguridad están
inclinados bien a ser coherentes y unos perfectos contrarrevolucionarios o a defender un
permanente proceso revolucionario mundial sobre la base de que el conflicto entre E
revolucionarios y contrarrevolucionarios es inevitable.
El consenso no ha consistido en evitar el problema y negar que las revoluciones
conduzcan a la guerra; a resueltas de ello, la comunidad internacional no estaba
preparada para el estallido de las guerras que siguió a las revoluciones del tercer mundo.
Estas cuatro cuestiones, presentes en la teoría de las relaciones internacionales
en general, llevan a una quinta que subyace a la manera en la que cada uno de los
principales paradigmas de las relaciones internacionales trata la cuestión de las
dimensiones internacionales de la revolución, o sea, el propio carácter del sistema
internacional.
Para los realistas el sistema está constituido por E en interacción, para los
pluralistas y behavoristas, los E mantiene su importancia pero el sistema permite otras
interacciones que no operan a través de los E; y para los materialistas el sistema
internacional está constituido por un sistema socioeconómico global, el K, superpuesto
a unas estructuras políticas.
Por un lado, los teóricos realistas y transnacionales subestiman el grado en el
que E y sociedades aparentemente separadlos se han formado y siguen existiendo dentro
de un contexto internacional definido por rasgos sociales, económicos e ideológicos
comunes.
El modelo convencional marxista sufre del problema opuesto, o sea la
exageración en base a factores socioeconómicos.
Puede argumentarse, a partir del colapso del comunismo y del fin, o al menos la
atenuación de la perspectiva revolucionaria heredada de la revolución francesa, que la
cuestión de la revolución perderá su centralidad ene. Funcionamiento de las relaciones
internacionales. Aun si fuera así, ello no anularía la necesidad de reconsiderar la historia
del sistema internacional de los últimos 500 años y de examinar las posibles
consecuencias teóricas e históricas.
En primer lugar, si aceptamos que es improbable o imposible que tenga lugar
revoluciones en E democrático, solo nos estamos refiriendo a tres docenas de los casi
200 E del mundo.
Los sociólogos históricos, los economistas políticos internacionales y los
analistas de la revolución se enfrentan todos a la cuestión de que es lo que constituye el
sistema, que es también la cuestión fundamental de las TI. Lo menos que podemos decir
es que no se ha llegado a ninguna respuesta adecuada enmarcada en términos históricos
y teóricos. El estudio de las evoluciones como fenómenos internacionales puede brindar
un medio de aproximarse a esta cuestión y a otras.
 KENNEDY, Paul. Auge y caída de las grandes potencias. Madrid, Plaza
y Janés, 1990.
Cap. V “El advenimiento de un mundo bipolar y la crisis de las “potencias
medianas”: 1885-1914.
En el invierno de 1884-1885, las grandes potencias del mundo y unos pocos
Estados menores se reunieron en Berlín, en un intento de llegar a un acuerdo sobre
comercio, navegación y fronteras, en África occidental y el Congo, y en general, sobre
los principios de una ocupación efectiva en África.
Japón no fue miembro de la Conferencia: aunque se modernizaba rápidamente,
todavía era considerando por Occidente como un Estado pintoresco y atrasados.
EEUU estuvo en la Conferencia de Berlín. También Rusia; pero aunque sus
intereses en Asia eran considerables, tenía pocos en África q fuesen importantes.
La relación triangular entre Londres, Paris y Berlín y Bismarck ocupaba la
importantísima posición del centro. El destino del planeta parecía descansar en
Cancillerías de Europa. Por supuesto, si la Conferencia hubiese tenido q decidir el
futuro del impero Otomano en lugar del de la cuenca del Congo, países como Austria-
Hungría y Rusia habrían desempeñado un papel importante.
A lo largo de 3 decenios gran parte del continente seria económicamente
devastado, y su futuro estaría en manos de los q tomaban decisiones en Washington y
Moscú.
Aunque es obvio q nadie podía prever en 1885 la ruina y la desolación q
prevalecían en Europa 60 años tarde, lo cierto fue q algunos observadores percibieron la
dirección de la dinámica del poder mundial a fines de siglo. Lo más notable de estos
pronósticos fue el renacimiento de la idea de Tocqueville acerca de q los EEUU y Rusia
serían las dos grandes potencias del futuro.
¿Quién acompañaba a estos países? La teoría de los Tres Imperios Mundiales, es
decir, la creencia popular de q únicamente las tres Naciones-estado más grandes y
poderosas seguirían siendo independientes, preocupó a muchos estadistas mundiales. Se
referían a Rusia, Inglaterra, Estados Unidos y Alemania.
Para las antiguas potencias, GB, Francia y Austria-Hungría, el problema era si
podrían mantenerse ante los nuevos desafíos al statu quo internacional.
Para las nuevas potencias, Alemania, Italia y Japón, el problema estaba en si
podrían atravesar lo q Berlín llamaba una “libertad política mundial”, antes de q fuese
tarde.
Existían entre las elites gobernantes, los círculos militares y las organizaciones
imperialistas una visión predominante del orden mundial, q hacía hincapié en la lucha,
el cambio, la competencia, el empleo de la fuerza y la organización de los recursos
nacionales para incrementar el poder del Estado. Las regiones menos desarrolladas del
Globo serían rápidamente divididas.
Incluso un Estado moderno sería también eclipsó si no se apoyara en unos
cimientos industriales y productivos sólidos. Las potencias triunfales serán aquellas q
tengan la mayor base industrial.
Gran parte de la historia de las cuestiones internacionales durante el siguiente
medio siglo resultó ser la confirmación de las predicciones: se produjeron cambios en el
equilibrio del poder; se derrumbaron los viejos imperios y surgieron nuevos. Así, el
mundo multipolar de 1885 fue sustituido por uno bipolar.
La actividad industrial y la ciencia se fueron convirtiendo en los pilares de
fuerza de las naciones. Los individuos contaban en la política de poder solo porque
podían controlar y reorganizar las fuerzas productivas de los grandes Estados.
La política de alianzas y de toma de decisiones darán cuenta de:
Los cambios en la base productiva militar-industrial.
Los factores geopolíticos, estratégicos y socioculturales q influyeron en las
respuestas de los Estados, y de los grandes cambios políticos y diplomáticos.
El equilibrio cambiante de las fuerzas mundiales.
El comercio mundial y la red de comunicaciones, implicó más q un cambio en
las respectivas participaciones nacionales en la producción de acero, un cambio en el
potencial militar.
A potencia militar no es sinónimo, en una era de guerra moderna, de fuerza
militar.
El volumen de la población no es nunca un indicador seguro de poder. Sí lo es
un indicador significativo de modernización industrial-comercial.
Las importantes diferencias entre las grandes potencias se ponen de manifiesto
cuando se examinan los datos de la productividad industrial.
También la mejor medida de industrialización de una nación reside en su
consumo de energía, ya q indica la capacidad técnica.
La posición de las potencias, 1885-1914.
Países con una producción industrial idénticas pueden merecer calificaciones
distintas en términos de efectividad de gran potencia. Tal vez la mejor forma de ilustrar
la diversidad de la efectividad estratégica es observando a los 3 recién llegados al
sistema internacional: Italia, Alemania y Japón.
Los dos primeros se convirtieron en Estados unificados en 1870.-1871. El
tercero empezó a salir del aislamiento autoimpuesto tras la Revolución Meiji de 1868.
Entre 1880 y 1890, cada una iba adquiriendo territorios de ultramar y empezó a
construir su propia flota moderna como complemento de los territorios que tenía,
Cada uno tenía elementos de cálculos diplomáticos de la época.
Sin embargo, todas estas similitudes no pueden compensar sus diferencias de
fuerza real.
Italia.
El advenimiento de la nación italiana significó un cambio en el equilibrio
europeo. Su auge impresionó a Francia y Austria-Hungría, y si su entrada a la Triple
Alianza “resolvió” la rivalidad ítalo-austríaca, por otro confirmó q una Francia aislada
se enfrentaba a dos enemigos fuertes.
Pero el aspecto de gran potencia de Italia encubría algunas grandes debilidades:
su atraso económico, su analfabetismo del 40%, fincas pequeñas, suelo pobre, poca
inversión, transportes inadecuados, carbón británico q perjudicaba la balanza de pagos.
Esto no implica q no haya habido modernización. El crecimiento industrial se
produjo más de prisa q en cualquier otra parte de Europa. Se intensificó las migraciones
a las ciudades, se reajustaron los créditos industriales desde los bancos, y se elevó la
renta nacional. Italia “creó” una industria de hierro y acero, pero para 1913 equivalía a
1/8 de la de GB, 1/10 de la Alemania y 2/5 de la Bélgica.
Otro problema eran las fidelidades q existían en la política eran familiares y
regionales, pero no nacionales. El distanciamiento entre Norte-Sur, exacerbado por la
industrialización del primero y la falta de contacto con el mundo exterior por parte del
segundo, no eran mitigados por la hostilidad entre el gobierno italiano y la Iglesia
católica, q prohibía a sus miembros servir al Estado.
Las consecuencias de esto sobre la posición estratégica y diplomática fueron
deprimentes. El Estado Mayor italiano no sólo tenía plena conciencia de su inferioridad
numérica y técnica en comparación con los franceses, y con los austro-húngaros, sino q
sabía también q la inadecuada red de ferrocarriles y el arraigo del regionalismo hacían
imposible los despliegues flexibles al estilo prusiano.
El pacto de Alianza q firmó Italia con Berlín en 1882 fue alentador, cuando
pareció q Bismarck paralizaba a los franceses; pero entonces el gobierno italiano siguió
presionando para obtener lazos más estrechos con GB. Así, en 1900 Francia y GB se
acercaron.
En 1914 Italia ocupaba una posición parecida a la de 1871: fue la última de las
grandes potencias, imprevisible y nada escrupulosa a los ojos de los vecinos, y poseía
ambiciones comerciales y expansionistas en los Alpes, los Balcanes, el norte de África y
más lejos, q chocaban con los intereses de amigos y rivales.
Japón.
Italia era un miembro marginal del sistema de las grandes potencias en 1890,
pero Japón ni siquiera formaba parte del club. Durante siglos había sido gobernado por
una oligarquía feudal compuesta por señores territoriales (daymyo), y una casta
aristocrática de guerreros (samuráis).
Japón carecía de todos los q consideraban requisitos previos al desarrollo
económico; aislado del resto del mundo por su lenguaje, y por una fuerte conciencia de
unicidad cultural, el pueblo japonés permaneció encerrado en sí mismo.
Parecía destinado a permanecer políticamente inmaduro, económicamente
atrasado y militarmente impotente en términos de potencia mundial. Sin embargo, en
dos generaciones se había convertido en un elemento principal en la política
internacional de Extremo Oriente.
Las exportaciones (seda y tejidos) fueron aumentando. Existía un gran
compromiso político de realizar el eslogan nacional, “país rico, con ejercito fuerte”.
Para los japoneses, el poder con y el poder militar-naval iban a la par. Incluso en
vísperas de la PGM, más de 3/5 partes de la población se dedicaba a la agricultura, la
explotación de los bosques y la pesca, y a pesar de las mejores técnicas agrícolas, el
terreno montañoso y la pequeña extensión de la mayoría de las propiedades impedían
una “revolución agrícola”.
La producción de acero y hierro era pequeña. Económicamente había realizado
un milagro para convertirse en el único Estado no occidental q pasaba por una
revolución industrial en la era de gran imperialismo; sin embargo, comparado con GB,
los EEUU y Alemania, seguían siendo un peso ligero en la industria y finanzas.
Otros factores ayudaron a Japón a elevarse en el rango de gran potencia, y
explica por qué superó a Italia:
Su aislamiento geográfico. Presumiendo su desarrollo continuado en el este de
Asia, nadie podía impedir su potencialidad en la zona.
Su moral. El fuerte sentimiento de unicidad japonés, las tradiciones de adoración
al emperador y veneración al Estado, la elite samurái de honor militar y de valor, y el
énfasis de la disciplina y la fortaleza dieron lugar a una cultura política patriótica, q
esforzó a Japón a extenderse a una “Gran Asia del Este”, por seguridad y por estratégica
económica.
Pero ni siquiera entonces Japón era una gran potencia. Había tenido la suerte de
luchar contra una China aún más atrasada y una Rusia zarista militarmente poco ágil y q
tenía la desventaja de la distancia entre San Petersburgo y el Extremo Oriente. Además,
la alianza Anglo-Japonesa de 1902, le había permitido luchar en su terreno sin
interferencias de terceras potencias.
Alemania.
Dos factores aseguraron el auge de Alemania imperial:
Geográfico: Lejos de un aislamiento político como Japón, había surgido en el
centro del sistema de los viejos Estados Europeos.
Crecimiento industrial, comercial y militar/naval.
La población tenía un gran conocimiento en la producción de la tierra,
incluyendo usos de abonos químicos. Para apaciguar a los Junkers y a las asociaciones
de campesinos, los productos agrícolas alemanes recibieron una fuerte protección
aduanera para q pudiesen competir con los más baratos productos en los EEUU y en
Rusia. Su proporción en la producción manufacturera mundial era más elevada q la de
GB y dos veces la de Francia.
Lo significativo en el expansionismo alemán era q el país poseía los
instrumentos de poder para alterar el statu quo o contaba con recursos materiales para
crearlos.
Pero el imperio estaba debilitado por su geografía y su diplomacia. Situado en el
centro del continente, su crecimiento parecía amenazar a otras grandes potencias
simultáneamente. La eficacia de su maquinaria militar, además de su llamamiento a un
ordenamiento de fronteras, alarmaban a los franceses y a los rusos. La expansión
marina, por otro lado, alertaba a GB, y amenazaba a los Países Bajos y al norte de
Francia.
Si la geografía representaba un papel importante, la diplomacia era significativa,
como Alemania no disfrutaba de la posición geopolítica de Japón, su habilidad política
tenía a ser una altura extraordinaria. Dándose cuenta de la envidia q había causado el
surgimiento del Segundo Reich, Bismarck se esfuerzo después de 1871 en convencer a
las otras potencias de q Alemania no tenía más ambiciones territoriales.
Persistía el peligro de q el fracaso en el logro de éxitos diplomáticos o
territoriales afectase a la política interior de Alemania de Guillermo, cuya elite Junker
estaba preocupada por la decadencia de los intereses agrícolas, el auge del trabajo
organizado y la influencia de la socialdemocracia en un periodo de florecimiento
industrial.
Algunos observadores creían q una guerra uniría a la nación detrás del
emperador, otro temía q tensara más el tejido sociopolítico alemán. Desde el punto de
vista político de poder, Alemania poseía rasgos únicos q eran de gran potencia: era la
única de las democracias occidentales con la toma de decisiones autocrática de las
monarquías orientales. Era la única gran potencia “recién llegada”, y la única en auge, q
en combinación con la nación, sentía cuestión de “vida o muerte” recuperar el territorio
perdido.
Hablemos de los 3 países en cuestión: Austria-Hungría, Francia y GB. Los 3
eran más débiles a finales del s XIX de lo q habían sido 60 años antes. Los dirigentes de
las naciones sabían q la escena internacional era ahora más complicada y amenazadora,
y q los obligaba a considerar cambios políticos radicales.
Austria-Hungría.
Industrialización: índice de crecimiento ascendente desde 1870 a 1913.
Producción de carbón y textil.
Pero en la economía y la sociedad encontramos fallos significativos: diferencias
regionales en la renta y en la producción per cápita. Q reflejan las diversidades
socioeconómicas y étnicas en un territorio extenso, desde los Alpes suizos hasta
Bukovina.
La población se incrementaba en las regiones eslavas afligidas por la pobreza.
Esto generaba atraso productivo, q podría haber sido compensado por un alto grado de
cohesión nacional-cultural, como la q existía en Japón o en Francia. Pero Viena
controlaba el racismo étnico más diverso. La lista de problemas de nacionalidad de
Viena no se reducía a los checos o a los magiares. Los italianos del Sur estaban
resentidos por la rígida germanización de sus territorios y miraban por encima de la
frontera hacia Roma. Los polacos se sentían resignados, en parte porque los derechos de
q gozaban bajo el Imperio austríaco eran superiores a los q se les reconocían en los
territorios dominados por los alemanes y los rusos.
Todo esto afectaba el poder de A-H. No se trataba de la multiplicidad étnica
significase la debilidad militar. El ejército seguía siendo una institución unificadora, y
adepto al empleo de toda una serie de voces de mando. Al aumentar las tensiones
internacionales en 1900, la posiciones estrategia del Imperio pareció ser peligrosa. Sus
divisiones internas amenazaban con dividir al país y complicaban las relaciones con la
mayoría de sus vecinos. Su crecimiento económico no podía alcanzar el de las grandes
potencias dominantes.
Q el Imperio tenga tantos enemigos en potencia se debía a su singular situación
geográfica y multinacional. A pesar de la Triple Alianza, las tensiones con Italia
aumentaron desde de 1900. Viena se preocupaba por Rumania, q era en 1912 una clara
amenaza al pasarse al campo contrario. Pero Serbia era el peor caso, q parecía un imán
para los eslavos del sur del Imperio, y por eso un tumor canceroso q había q eliminar. El
ataque a Serbia, sin embargo, podría provocar una respuesta militar del rival más
formidable del Imperio, Rusia zarista, q invadiría el frente del nordeste.
En caso de una guerra entre potencias, A-H necesitaría del apoyo alemán y de su
sistema ferroviario.
Francia.
Poseía en 1914 grandes ventajas respecto a A-H
No tenía más q un enemigo, Alemania.
Desafío naval y colonial era inquietante porque una guerra contra Italia
representaba la intervención de su aliado alemán.
Deterioro de las relaciones anglo-francesas. Francia había añadido 5 millones de
km cuadraros entre 1871 y 1900, a raíz de las guerras contra GB en el Congo y en
África occidental.
Pero también presentaba impedimentos internos:
El impacto de la política sobre la Marina palideció con su efecto sobre el
Ejército, donde la fuerte antipatía mostrada por el cuerpo de oficiales hacia los políticos
republicanos y toda una serie de choques entre militares y civiles, poniendo en tela de
juicio la eficacia del Ejército.
El estado de la economía. Industria automotriz y desarrollo agrícola. Concedían
préstamos a Rusia, financiando su desarrollo. El carbón, el acero y el hierro eran más
caros porque procedían de minas más pobres y plantas más pequeñas.
Que la agricultura sea la base de la productiva del país, era un freno para la
productividad.
Francia se lanzó a la guerra, pese de estar para ese momento detrás de EEUU,
GB y Rusia, además de Alemania. Y además de tener una baja tasa de natalidad. Esto
refleja el gran patriotismo y nacionalismo francés. La confianza nacional no solo había
mantenido el lazo con San Petersburgo, sino q habían mejorado las relaciones con Italia,
a la q habían conseguido separara virtualmente de la Triple Alianza. Los franceses
habían sido capaces de resolver sus diferencias coloniales con GB en 1904.
Luchas contra los boches teniendo a Rusia y a GB como aliadas había sido el
sueño francés desde 1871. Y ahora era realidad. Y aunque no era fuerte como para
enfrentar a Alemania, el impulso psicológico, la fortaleza militar y sus aliados, la
empujaron más.
Gran Bretaña.
En 1900 tenía el Imperio más extensión del mundo, 20 millones de km
cuadrados; la Marina más numerosa del mundo. Sin embargo, después de 1870 el
equilibrio cambiante de las fuerzas mundiales estaba erosionando la supremacía
británica de dos maneras:
La expansión de la industrialización y los cambios en las fuerzas militar y naval
q se derivaron de ella debilitaron la posición relativa del Imperio británico más q la de
cualquier otro país.
Fue el estado más impresionado por el auge del poder americano, era el país más
afectado por la expansión de las fronteras rusas y de los ferrocarriles estratégicos.
Mientras algunos de los problemas (en África o en China) eran nuevos, otros, (la
rivalidad con Rusia en Asia y con los EEUU en el hemisferio occidental) habían
entrenado a muchas administraciones británicas previas. Lo que era ahora diferente era
q el poder relativo de los diversos Estados competidores eran mucho mayor y q las
amenazas parecían producirse casi simultáneamente.
La erosión de la preeminencia industrial y comercian de GB, en la q se apoyaba
su fuerza naval, militar e imperial. Las industrias británicas establecidas, como el
carbón, los tejidos y los artículos de ferretería, aumentaron su producción en términos
absolutos en aquellas décadas, pero su parte relativa en la producción mundial
disminuyó.
La industria británica se encontró invadida por una oleada de manufacturas
extranjeras importadas en el desprotegido mercado nacional, la más clara señal de q el
país estaba perdiendo su facultad competitiva.
El “taller del mundo” ocupaba el tercer lugar no porque creciese, sino porque los
otros crecían más de prisa. Esta decadencia económica iba tildando a GB de “Titán
cansado bajo el orbe demasiado vasto de su destino”. El comercio del hierro y del acero
y la industria de las maquinas herramienta habían sido alcanzados en varios mercados,
pero no eliminados. La industria textil disfrutada de un auge de exportación en los años
anteriores a 1914.
La industria de armamentos era inadecuada reflejando la presunción tradicional
de q el Ejército británico tenía q ser desplegado y equipado para pequeñas guerras
coloniales y no para gigantescas luchas continentales.
Q GB poseyese también fuerzas económicas en este periodo debería ser una
advertencia contra un retrato demasiado sombrío de los problemas del país. Era
indudable q, en caso necesario, podía pagar una guerra costosa y a gran escala; en
cambio, era dudoso q pudiese preservar su cultura política liberal si se veía obligada a
dedicar más recursos nacionales a los armamentos y a la guerra moderna
industrializada.
Otros factores la fortalecían: las fronteras terrestres. La insularidad de las Islas
Británicas seguía siendo una gran ventaja, liberando a su población del miedo a una
súbita invasión por ejércitos vecinos. Además, el gran dispositivo de guarniciones
militares, depósitos de carbón y bases navales, fácilmente reforzables por mar, le
colocaban en una posición fuerte contra potencias europeas en cualquier conflicto q se
desarrollase fuera del continente.
GB lucharía con Francia por mantener su dominio sobre el Valle del Nilo. En las
décadas q precedieron a la PGM, GB se había visto alcanzada industrialmente por los
EEUU y por Alemania, y sometida a una fuerte competencia en las esferas comercial,
colonial y marítima. Sin embargo, su combinación de recursos, financieros, capacidad
productora, posesiones imperiales y fuerza naval significaban q era aún la potencia
mundial “número uno”, aunque su liderazgo fuera menor q en 1850.
Rusia.
El imperio de los zares era también miembro automático del club selecto de
“potencias mundiales” al comenzar el s XX. Su enorme extensión, desde Finlandia hasta
Vladivostok. Durante 4 siglos se había extendido hacia el Oeste, hacia el Sur, hacia el
Este. Tenía un gran ejército y una gran línea férrea. También se estaba invirtiendo en
mucho dinero.
Así como era poderosa, también era muy débil para 1914. Tenía una gran deuda
exterior y necesitaba, para conservar la afluencia de fondos, ofrecer cotizaciones en el
mercado superiores a los inversores. Además, una gran parte de la industria estaba
dedicada a lo textil. Sin embargo, la valoración de la fuerza rusa es todavía peor a la
producción comparativa. Se encontraba detrás de EEUU, GB y Alemania. Era, ni más ni
menos, la cuarta potencia mundial.
La sociedad continuaba manteniendo fuertes lazos con el ámbito rural. Y el
crecimiento industrial iría en detrimento de estas costumbres. El gran impulso hacia la
modernización era inspirado por el Estado y estaba con las necesidades militares:
ferrocarril, acero, hierro, armamentos. Con el fin de pagar las enormes inversiones del
estado para la industrialización y los gastos de defensa, tenían q elevarse los impuestos
y reducirse el consumo personal.
Esto implicaba un fuerte costo social. Los niveles de embriaguez eran altos,
intentando de evitar la cruda realidad. Estas condiciones alteraban el trabajo en la
fábrica, y aumentaban los resentimientos contra el sistema.
No es solo desde la perspectiva de después de la Revolución bolchevique q
podemos ver q Rusia era un polvorín sociopolítico antes del 14. Pero, ¿podría ser segura
esta victoria, dados los que serían antagonistas de Rusia en ese año? En la guerra contra
el Japón, el soldado ruso había combatido valiente, pero el mando incompetente, el
mayor apoyo logístico y la táctica habían producido su efecto. ¿Podrían ahora los
servicios armados lanzarse contra A-H?
El factor decisivo era el atraso socioeconómico y técnico de Rusia. El mero
volumen de su enorme población campesina era reclutado para las fuerzas armadas. Las
vías ferroviarias eran ligeras y flojas, había pocos depósitos de agua. Así, el problema
de la movilización era exacerbado por la dificultad causada por los compromisos de
Rusia con Francia y Serbia.
Después de 1871, se acordó q un presumible ataque pruso-aleman empezaría con
un ataque masiva y rápido de Alemania hacia el Este. Pero cuando se hizo el Plan
Schlieffen, Francia presionó con la fuerza de S. Petersburgo, para q lanzase una
ofensiva contra Alemania lo antes posible, con el fin de aliviar a su aliada occidental. El
miedo a q Francia fuese destruida obligo a los planificadores rusos a convenir atacar
hacia el Oeste
Lograr reformas radicales en un ambiente en que la aristocracia se preocupaba
por sus privilegios, y el zar en su tranquilidad mental, era imposible, aquí había una elite
atemorizada por la agitación de obreros y campesinos, y, sin embargo, el Gobierno,
aunque era el que gastaba más del mundo en términos absolutos, mantenía los
impuestos directos sobre los ricos a un nivel mínimo.
Con su severa autocracia, bajos niveles educativos e injusto sistema de clases,
Rusia carecía de aquellos cuadros de funcionarios competentes q hacían q funcionasen
los sistemas administrativos. Rusia no era un Estado fuerte.
¿Cómo valorar entonces su poder? Poseía muchos valores: volumen del Ejército,
patriotismo, sentido de destino, la invulnerabilidad de la tierra moscovita. Contra A-H,
Japón o Turquía, tenía posibilidades de vencer. El problema mayor era Alemania.
Estados Unidos.
Terminada la Guerra Civil, los EEUU fueron capaces de explotar las ventajas
mencionadas más arriba: rico suelo agrícola; abundancia de materias primas; desarrollo
tecnológico; ausencia de presiones sociales y geográficas; inexistencia de peligros
vecinos; influencia de capitales de inversión extranjeros; gran productor de petróleo, de
hierro y acero. Los EEUU parecían tener todas las ventajas económicas q las otras
potencias poseían, pero ninguna desventaja.
El auge de la industrialización había frenado la tendencia hacia la importación
de manufacturas. Esto, además de consecuencias económicas, activó relaciones
comerciales. Creció el superávit comercial.
El crecimiento del poder industrial y del comercio ultramarino fue acompañado
de una diplomacia perentoria. La tradicional, aunque siempre alarmante Doctrina
Monroe, iba acompañada de llamamientos para q los EEUU cumpliesen su “Destino
Manifiesto” a través del pacífico. La demanda de Washington de tener el control único
del canal ístmico, la rectificación de la frontera de Alaska, y los preparativos de la flota
de guerra en el Caribe, fueron indicios de la determinación de los EEUU a no ser
desafiados por ninguna otra potencia en el hemisferio occidental.
Pero el rasgo novedoso de la política exterior fue sus intervenciones y su
participación en acontecimientos fuera del hemisferio occidental.
Grandes eran las diferencias entre Rusia y EEUU en vísperas de la PGM: la
primera poseía un Ejército de primera línea diez veces más grandes; pero EEUU
producían 6 veces más de acero, y eran 4 veces más eficaces en producción industrial.
Rusia parecía más poderosa. Los EEUU se habían convertido en una gran potencia, pero
no formaban parte del sistema de las grandes potencias.
Las alianzas y la marcha hacia la guerra, 1890-1914.
El tercer y último elemento para comprender la manera q estaba cambiando el
sistema de grandes potencias es examinar la diplomacia de alianzas desde la dimisión de
Bismarck hasta el estallido de la guerra.
La tendencia hacia la diplomacia de alianzas no afectó a los EEUU, solo de un
modo regional a Japón, y mucho a las potencias europeas.
Este sistema de alianzas fue iniciado por Bismarck en 1879, cuando trató de
“controlar la política exterior de Viena y avisar a S. Petersburgo, estableciendo la
alianza austro-alemana. Según los cálculos secretos del canciller alemán, esta maniobra
tendría también a inducir a los rusos a abanar su política errática, y volver a la Liga de
los Tres Emperadores.
Alemania se comprometió a auxiliar a A-H en caso de un ataque ruso
Berlín hizo algo parecido con Roma para el caso de un ataque francés, y luego
otra alianza con Rumania contra una agresión rusa.
Aunque el propio “ligamen secreto” de Bismarck con S. Petersburgo (el Tratado
de Reaseguro del 87) impedía una ruptura forma entre Alemania y Rusia, había algo
superficial. Tanto Rusia como Francia podían beneficiarse mutuamente con ayuda
militar rusa y con préstamos franceses.
El retiro de Bismarck en 1890 y los más amenazadores movimientos del
gobierno de Guillermo II cerraron la cuestión. En 1894, la Triple Alianza de Alemania,
A-H e Italia había sido contrarrestada por la Doble Alianza Franco-Rusa.
Existía un tosco equilibrio entre ambos bloques aliados, haciendo q los
resultados de un conflicto entre grandes potencias fuese más incalculable y menos
probable q antes. Francia y Rusia, escapando de su aislamiento, se volvieron a enfocar
en sus preocupaciones africanas y asiáticas; Alemania estaba volviendo a la Weltpolitik,
mientras Italia se estaba embollando en Abisinia.
Estas rivalidades imperiales afectarían, a largo plazo, las relaciones entre las
grandes potencias, incluso en un contexto europeo. Al empezar el siglo, las presiones
sobre el Imperio británico pidieron el fin del “espléndido aislamiento y una alianza con
Berlín”.
Al forjar la Alianza Anglo-Japonesa en 1902, los estadistas británicos esperaron
también a aliviar una difícil carga estratégica en China. Aunque todos los arreglos
parecieron afectar solamente a los asuntos extraeuropeos, influyeron directamente en la
situación de las grandes potencias europeas. La resolución de los dilemas estratégicos
de GB en el hemisferio occidental, más el apoyo q recibiría de la flota japonesa en el
extremo oriente, aflojaron algunas de las presiones existentes sobre los designios
marítimos de Royal Navi y aumentaron sus perspectivas de consolidaciones en tiempo
de guerra.
Todavía mayor fue la influencia sobre el equilibrio y las relaciones europeas
tuvieron las imponentes victorias militares y navales japoneses durante la guerra. Con
Rusia inesperadamente reducida a potencia de segunda clase por unos años, el equilibrio
militar europeo se inclinó a favor de Berlín, con lo q las perspectivas de Francia serian
ahora peores q en 1870.
En vez de lanzarse a una guerra, Berlín optó por la diplomacia. Los resultados de
la Conferencia de Algeciras, donde la mayoría de los participantes apoyaron las
aspiraciones de Francia a una posición especial en Marruecos, fueron devastadora
confirmación de lo mucho q había decaído, y la influencia diplomática de Bismarck.
La crisis marroquí hizo q las rivalidades internacionales volviesen de África al
continente europeo. Esto fue reforzado por tres acontecimientos:
La entente anglo-ruso de 1907 sobre Persia, Tibery y Afganistán, debilitando la
defensa británica en la India, y aumentando los nervios alemanes por estar “cercados”
en Europa.
La acalorada “carrera naval” anglo-alemana de 1908-1909. Ellos y los franceses
habían estado observando la crisis balcánica de 1908-1909, en q la indignación rusa por
la anexión forma de A-H de las provincias Bosnia-Herzegovina condujo a una petición
alemana de q Rusia aceptase el fait accompli o sufriese consecuencias.
El resurgimiento de la antigua “cuestión oriental”: el auge de Serbia alarmaba a
Viena; la creciente influencia alamana sobre Turquía aterrorizaba a S. Petersburgo.
Cuando es asesinado el archiduque Fernando en 1914, provocó la acción de A-H contra
Serbia y luego el contraataque ruso. Este asesinado desencadenó la guerra. Llevó al
Estado Mayor prusiano a insistir en la inmediata puesta en práctica del Plan Schlieffn,
es decir, el ataque preventivo contra Francia, vía Bélgica, q tuvo como efecto entrar en
guerra con los ingleses.
Los alemanes se comprometieron con A-H. Alentada por los fondos franceses,
Rusia se comprometió a una movilización y ataque hacia el Oeste, si estallaba la guerra,
mientras q los franceses adoptaron en 1911 el Plan XVII, q preveía la inmediata
invasión de Alsacia-Lorena. La intervención de GB era previsible.
El error de cálculo de q la guerra empezaba en julio/agosto de 1914 y habría
terminado en dic, ha sido explicado por no haberse previsto q la artillería de tiro rápido
y las ametralladoras hacían imposible una guerre manoeuvre y obligaba a las masas de
soldados a refugiarse en trincheras, de las q era difícil ser desalojados, y q los
prolongados bombardeo de la artillería y las ofensivas de infantería no eran una
solución, ya q las granadas no hacían más q remover el suelo y advertir al enemigo en
lugar donde se producía el ataque.
Esto hay q ubicarlo en el sistema de alianzas: pese a q la guerra por razones
técnicas terminaría rápido, una derrota implicaba la ayuda de los respectivos aliados.
Así, el sistema de alianzas aseguraba virtualmente q la guerra no se decidiría con
rapidez, y significaba q la victoria, en este largo duelo, se inclinaría a favor de aquellos
cuya combinación de recursos militares/navales, financieros/industriales/tecnológicos
fueran grandes.
Planes de guerra, 1914:
Ataque Alemán contra Francia (Plan Schelieffen)
Invasión francesa de Lorena (Plan XVII9
Fuerzas expedicionarias británicas a Francia y Bélgica
Ataque ruso contra A-H
Ataque ruso contra Prusia Oriental
Invasión Austro-húngara de galitizia
Ataque h-h contra Serbia.
La guerra total y los equilibrios de poder, 1914-1918.
EEUU estaba al margen
Japón interpretó libremente los términos de la Alianza anglo-japonesa para
ocupar las posesiones alemanas en china y en el Pacífico central. Para los aliados era
mejor tener a Japón como amigo q como enemigo.
Italia eligió la neutralidad.
La decisión de Turquía abría el Próximo oriente a la expansión francesa y a la
inglesa.
Las posiciones críticas eran las ocupadas por los “Cinco Grandes. Es importante
destacar aquí a A-H separada de Alemania.
Toda la fuerza militar y tecnológica q caracterizaba a A-H, se daba en opuesta en
el caso Francés y Ruso. Separadas por más de media Europa, encontraban difícil
coordinar la estrategia miliar.
La decisión de Alemania de atacar a Francia a través de Bélgica favoreció las
intervenciones británicas. Fuese por razones tradiciones del “equilibrio de poder”, o en
defensa de la “pobreza Bélgica”, la decisión británica de declarar la guerra a Alemania
fue crítica, aunque el pequeño ejército británico de largo servicio solamente podía
afectar marginalmente al equilibrio militar de conjunto.
Las fuerzas de GB eran considerables, principalmente por su flota marina. Estos
lazos ultramarinos significaron q la decisión británica de intervenir en la guerra influyó
en la acción japonesa en el Extremo Oriente, en la declaración de la neutralidad de Italia
y en la posición benévola de los EEUU.
Los todavía grandes recursos industriales y financieros de GB podían ser
desplegados en Europa, tanto para recaudar fondos y enviar municiones a Francia,
Bélgica Rusia e Italia, como para abastecer y pagar el gran ejército q emplearía Haig en
el frente occidental. Esto indica una superioridad significativa pero no abrumadora en el
material poseído por los Aliados. Sin embargo, hay q considerar, pese a estas ventajas,
por qué no habían triunfado los Aliados después de 2 o 3 años de lucha y por qué
consideraron vital la entrada de EEUU en el conflicto.
Parte de la respuesta puede estar en q los sectores en q los Aliados eran fuertes
no era probable q produjesen una victoria decisiva sobre las potencias centrales:
El imperio colonial alemán era económicamente insignificante en 1914, y su
pérdida significaba muy poco.
Las operaciones alemanas de exportación eran sustituidas por la producción de
guerra, el bloque de las Potencias Centrales era autosuficiente en artículos de alimentos.
El bloqueo marítimo era eficaz, pero solo cuando se aplicaban junto con
presiones militares en todos los frentes.
La geografía del mar del Norte y del Mediterráneo significaba q las principales
líneas de comunicación aliadas estaban seguras sin necesidad de ir a buscar a los barcos
enemigos en los puertos o de montar un bloqueo peligroso de sus costas. Antes, por el
contrario, eran la flota alemana y la austro-húngara las que tenían que salir a desafiar a
la Marina anglo-franco-italiana si querían conseguir el dominio del mar.
Las potencias centrales optaron por los ataques de los submarinos contra los
buques mercantes aliados, lo cual era una amenaza mucho más seria, pero la campaña
submarina contra el comercio era lenta y agotadora, y sus verdaderos éxitos solo podían
medirse comparando el tonelaje de barcos mercantes hundidos con el de los construidos
por astilleros aliados.
Por otro lado, la impotencia de la superioridad numérica e industrial de los
Aliados estaba en la naturaleza de la propia contienda militar.
Alemania contaba también con otras ventajas: sus avances en Francia y Bélgica
habían ocupado las tierras altas q dominaban la línea del frente occidental,
permaneciendo a la defensiva por el Oeste. Y, además, la ventaja geográfica de su
posición con buenos medios de comunicación interiores entre el Este y el Oeste,
compensaban su “cerco” por los Aliados.
Mientras los ejércitos anglo-franceses se defendían en el Oeste en 1915, los
alemanes atacaron por Oriente, en parte para rescatar a los copados a-h en los Cárpatos,
pero también para destruir al Ejército Ruso. Estos fueron expulsaos de Lituania, Polonia
y Galitzia. En el Sur, refuerzos alemanes se habían unido a las fuerzas austriacas y a los
búlgaros, invadiendo Serbia.
Algunas divisiones alemanas fueron destrozadas por rusos en la campaña de
Verdúm, empujando al desordenado ejército de los Habsburgo hacia las montañas de los
Cárpatos, y amenazando con su destrucción total. Casi al mismo tiempo, el Ejército
británico de Haig lanzó una ofensiva presionando a los alemanes en las alturas. En
cuanto estas operaciones aliadas condujeron al final de Verdún, la posición estrategia de
Alemania mejoró la actitud ofensiva en el Oeste permitió transferir tropas al Este,
reforzando unidades a-h, invadiendo Rumania y prestando ayuda a los búlgaros del sur
(unos capos los tipos).
¿Dónde mostraban debilidad las economías en tiempos de guerra? (Sin olvidar la
posible ayuda de los aliados).
A-H se hubiese derrumbado en la guerra contra Rusia de no haberse sido por las
intervenciones alemanas q hicieron q el Imperio Hasburgo fuese más q nunca un satélite
de Berlín.
Italia, q no necesitó en principio ayuda, dependencia cada vez mas de sus ricos y
poderosos aliados para los alimentos, carbón y materias primas. Su definitiva “victoria”
de 1918, como la definitiva derrota de Habsburgo, dependió esencialmente de acciones
y decisiones tomadas en otras partes.
Rusia fue la primera en abandonar la guerra debido a estar expuesta a ataques
del mucho más eficaz ejército alemán, y por estar estratégicamente aislada,
imposibilitándola de recibir ayuda militar. Así, tuvo q aumentar mucho más su
producción, acompañada de una mala política fiscal, negándose a elevar los impuestos a
las clases acomodadas; el Estado pidió más préstamos y a imprimir más billetes para
pagar los gastos de la guerra. También los soldados descontentos fueron un problema.
Este problema también fue vivido por Francia. Sin embargo, los franceses tenían
ventajas respecto de los rusos: la unidad nacional y la guerra de coalición. La
concentración en la producción de armamentos no hubiese sido posible en Francia sin la
ayuda de GB y EEUU. Los franceses perjudicaban a su propia agricultura llevándose
demasiados hombres de la tierra, trasladando caballos a la Caballería o a los servicios
militares de transporte, e invirtiendo en explosivos y en artillería en detrimento de los
abogados y de la maquinaria agrícola. Así, Francia tenía q confiar en la ayuda militar
inglesa, y luego norteamericana. Solo una combinación de ejércitos logró expulsar a los
alemanes de suelo francés y el país recobró libertad.
Cuando los ingleses entraron en la guerra en agosto de 1914, fue sin pensar q
también ellos dependerían de otra gran potencia para conseguir la victoria final. La
PGM mostró los puntos flacos de GB:
Si la geografía y la superioridad numérica de la Gran Flota significaba q los
Aliados conservaban el dominio en el mar, la Royal Navy no estaba en condiciones de
responder a la tremenda guerra submarina q los alemanes pusieron en práctica en 1917.
Si la serie de armas estratégicas baratas no aprecian servir contra un enemigo
con amplios recursos de las Potencias Centrales, la estrategia alternativa de encuentros
militares directos con el Ejército alemán también parecía incapaz de producir resultados.
Los Aliados fueron necesitando cada vez más de la ayuda financiera de EEUU.
Pero ¿qué decir de Alemania? Su actuación en la guerra había sido sorprendente,
manteniendo a raya al resto del mundo, había derrotado a Rusia, empujado a Francia, al
colapso militar de Europa, y a poco de obligar a GB a rendirse por hambre. Parte de esto
fue gracias a las ventajas dichas:
Buenas líneas de comunicación
Posiciones defendibles en el Oeste y espacios abiertos para una guerra móvil
contra enemigos menos eficaces en el Este
Calidad de combate
Numerosa población
Maciza base industrial.
Sin embargo, detrás de todo esto, existían problemas:
Las campañas de Verdún y Somme provocaron muchas bajas
En vez de aumentar los impuestos sobre la renta descargaron un pesado golpe
contra la moral popular,
El programa de Hindenburg requería no solo muchos trabajadores adicionales,
sino también una inversión infraestructural masiva. Se comprendió q el programa solo
podía ser realizado si muchos trabajadores volvían del ejército, disminuyendo la
disponibilidad de hombres para la lucha.
La importancia de la intervención yanqui pro-Aliados no fue militar, ya q su
Ejercito estaba todavía menos preparado para una campaña moderna q lo habían estado
las fuerzas europeas en 1914. Pero su fuerza productora, fomentada por los pedidos de
guerra aliadas por miles de dólares no tenía lugar. En términos económicos, su entrada
fue transformadora.
Las ventajas de las Potencias Centrales (comunicaciones buenas interiores, alta
calidad del Ejército Alemán, ocupación y explotación de territorios, aislamiento y
derrota de Rusia) no podían a la larga pesar más q su gran desventaja en poder
económico y q la considerable desventaja en el volumen total al de las fuerzas
movilizadas.
Las pruebas aquí presentadas sugieren q el desarrollo total del conflicto (punto
muerto entro dos bandos, ineficacia de Italia, agotamiento de Rusia, intervencionismo
decisivo de EEUU para mantener las presiones aliadas y el colapso final de las
potencias centrales) estuvo íntimamente relacionado con la producción industrial y con
las fuerzas eficazmente movilizadas q cada alianza tuvo a su disposición durante fases
de lucha.
 WASSELING, Henri. Divide y vencerás. El reparto de África (1880-
1914). Barcelona, Península, 1999.
Conclusión.
La partición de África concluyó con el reparto franco-español de Marruecos y la
casi simultánea anexión de Libia por parte de Italia. A excepción de Etiopía no quedaba
nada por repartir. Poco después empezaba la PGM. El escenario principal se encontraba
en Europa, pero también se luchó en África y Asia.
Francia recibió la mayor parte de Togo y Camerún, lo sobrante fue para
Inglaterra, Bélgica. No obstante, no todos los dominios eran coloniales, sino territorios
bajo mandatos que eran gobernados por las potencias coloniales en nombre de la
Sociedad de Naciones, aunque el asunto no terminó hasta 1935.
Del mismo modo que la repartición de África no empezó en 1880, no terminó en
1914, aunque se puede considerar este lapso como la época de la repartición, pero ¿por
qué ocurrió en aquellos años y de esa manera?
El reparto de África como problema
¿En qué fecha empezó? Ya acá hay problemas, aunque no tendría que traer
problemas un año más o menos. En realidad, no se trata de la fecha en sí, sino del hecho
de que cada uno de los años remite a un acontecimiento concreto.
Los debates sobre esta cuestión son importantes, y sería igual de necio pretender
emitir un juicio concluyente sobre el asunto, que presentar como elemento crucial otro
acontecimiento más. No obstante, nosotros debemos llegar a la conclusión de que no es
posible establecer con certeza el inicio de reparto, y que no se puede señalar un
acontecimiento concreto como causante del mismo. Ni siquiera está claro que
exactamente, hemos de llamar de entender por acontecimiento.
Un suceso histórico es pues, el resultado de toda una cadena de decisiones, que a
su vez las tomaban distintas personas por diferentes motivos. Si queremos explicar los
acontecimientos hemos de reflexionar sobre las diversas motivaciones de las personas
implicadas.
El siguiente problema surge al observar las consecuencias de un acontecimiento.
Hemos leído que el suceso A lleva al B. Pero la sociedad en cambio, no funciona según
las leyes de la mecánica, y en la historia no conocemos esta regla de causa y efecto. Del
mismo modo que una determina actuación era el resultado de varias decisiones, la
reacción que producía también lo era.
Dejando aparte la pregunta de cuándo y por qué empezó el reparto, es como
mínimo igual de importante la pregunta de por qué continuó hasta las últimas
consecuencias, hasta donde no quedó nada por repartir. También podemos plantear la
pregunta de otra manera: ¿Qué habría podido detener la partición? En un principio hay
dos respuestas posibles, una oposición de los africanos o una intervención. Ambas
fueron inexistentes.
Inicialmente la repartición fue un asunto de papeles, una cuestión de tratados
entre distintos estados europeos. Pero las cosas cambiaron. Como hemos visto, la
ocupación efectiva se convirtió, en una época posterior, en la partición sobre el terreno.
Hemos de ser conscientes de que, en la primera fase, ocurrían pocas cosas en
África. La partición de África se registraba en los mapas europeos, nada más. ¿Pero que
representaban estos mapas? La división de cancillerías, que no se molestarían entre
ellas. En Europa primero se conquistaba y luego se reflejaba el resultado en el mapa. En
África primero se dibujaba el mapa y luego ya se vería lo que se tenía que hacer.
Como es lógica, estas prácticas se han criticado mucho. Con frecuencia se dice
que, debido a ellas, las fronteras de África son artificiales. Pero por regla general las
fronteras no las decide la naturaleza, sino el poder, es decir, la política. No obstante, lo
peculiar de las fronteras africanas es que no ratificaba las relaciones de poder a
posteriori, sino a priori.
No es de extrañar entonces que la década de 1880 no ofreciera oposición, ya q
no había a que oponerse. Eso cambió en la década de 1890 cuando la violencia aumento
gravemente y adquirió un matiz distinto.
La partición iba enserio. De todos modos, hay dos observaciones: por un lado,
incluso en estos años las guerras coloniales eran de un orden distinto al de las guerras
europeas, por otro lado el fin del reparto no significó el fin de la violencia, que siguió a
pesar de haberse terminado la partición. En Europa podemos trabajar con la simple
dicotomía paz o guerra, en la situación colonial, esta pareja de conceptos solo cubre una
parte de la realidad. Podemos afirmar entonces que el número de guerras era
relativamente pequeño y que no puede hablarse de una oposición masiva, colectiva y
persistente a la partición.
El segundo motivo por el que siguió el reparto fue la ausencia de intervenciones
exteriores. En África representaban su tradicional obra diplomática y lo representaban
con entrega y talento, según las reglas teatrales que habían desarrollado a lo largo de
muchos siglos de política europea: exigiendo, amenazando, intimidando, cambiando y
pacificando.
Motivos y decisiones
Los historiadores no solo han intentado averiguar que impulsó la partición del
mismo modo han discutido apasionadamente sobre los motivos que llevaron a los
europeos a actuar en África.
Galagher y Robinson argumentaron que la política británica en la partición no
fue dirigida por los K sino por los políticos. Sea cual sea la opinión bien es cierto que
solo puede referirse a GB. A los países que no tenían imperios en Asia no les podían
mover tales motivos: su política se basaba en otras motivaciones. Estos a su vez
variaban de un país a otro, de una época a otra. Aunque claro está que los grupos de
presión insistían ante sus respectivos gobiernos para que estos difundieran sus intereses.
Resulta más fácil observarlo en países pequeños, como por ejemplo Holanda,
que necesitaba y defendía los intereses de comerciantes.
Había entonces muchos intereses en juego en África y es imposible señalar cual
es preponderante, solo que en determinados momentos los gobiernos se veían inclinado
a unos u otros.
Así, solo se puede llegar a la conclusión de que en la repartición de África han
intervenido muchos motivos, intereses y motivaciones.
Causas y consecuencias
Si queremos responder a la pregunta de por qué ocurrió la partición cuando
ocurrió, no podemos limitarnos a las personas y sus motivaciones, hemos de hablar
también de las causas y efectos. La repartición de África hemos de plantearnos la
pregunta de cuál es el fondo histórico de todo este proceso.
Gallagher y Robinson dijeron que la cuestión que se plantea es qué relación
existe entre, los objetivos y los puntos de vista, y por otro lado, las causas. La respuesta
de ellos era que las visiones subjetivas que influyeron a los británicos que repartieron
África fueron unas de las causas objetivas de la partición en sí.
De todos modos, un planteo no saca al otro. En un enfoque se enfatiza la
realidad como la vivieron los contemporáneos, en el otro se observa esa realidad con la
sabiduría del tiempo transcurrido. Y si bien puede parecer un anacronismo, es la parte
del anacronismo en el que caen los historiadores.
Era inevitable que África se viera involucrada en la estrategia mundial europea.
Más bien resulta sorprendente que se haya quedado tanto tiempo al margen. Quizá se
hubiera podido establecer una posición de dominio más fuerte. En el S XIX esta
situación empezó a cambiar. El botín adquirió mayor importancia puesto que gran parte
del resto del mundo ya había sido repartido.
También desempeño un papel importante la situación política interna de cada
nación europea. Los gobiernos tenían que enfrentar un nuevo deber: debían tener en
cuenta a sus electores. Los problemas sociales y económicos llamaban la atención cada
vez más. Se ampliaron las instituciones estatales, se buscaba un E fuerte
Así pues, surgió una nueva situación en Europa a partir de 1870, tanto en el
terreno de la política nacional como en la internacional. Por lo que atañe a la última, la
creación de los últimos E-N originó una nueva constelación de poder que se
caracterizaba por una fuerte rivalidad internacional y continuas maniobras diplomáticas.
Difícilmente podrían separarse los motivos económicos de los políticos. Se podría decir
con más aciertos que la política fue la síntesis de consideraciones sociales, económicas
y puramente políticas.
Significado e interés
¿Qué interés tenía todo este período? Esa es una pregunta con dos caras: el
interés para Europa y para África. Desde una perspectiva europea no tenían gran
importancia, ya que ocupaba un papel poco destacado en las preocupaciones de los
políticos de esa época. Desde el punto de vista económico no sería importante hasta
después de la PGM.
Después de la SGM la era colonialista pronto llegó a su fin. Paradójicamente,
fue entonces cuando empezó a fortalecerse la conciencia colonialista en Europa.
Desde la perspectiva africana este período era un repudio al sometimiento y a la
autoridad colonial si bien el periodo no duro mucho, sin la participación de los políticos
africanos todo esto no se podría haber llevado a cabo. Incluso durante el colonialismo
los africanos seguían siendo los dueños de su destino.
La era colonial duró poco, pero aun así puso en marcha o aceleró una serie de
procesos que aún hoy tiene efectos. En lo económico y social no aportó absolutamente
nada, solo precipitó un proceso de modernización que ya había empezado
La mayoría de los africanos recuerda la época colonial con aversión, y la
describen con horror. Antiguamente los historiadores coloniales la juzgaban de otra
manera, alabando el colonialismo como aporte de progreso y civilización.
No es necesario que seamos tan negativos en nuestros juicios sobre el
colonialismo. No obstante, resulta extraño y también algo triste, pensar que el
colonialismo europeo en África haya tenido tan poca relevancia para Europa.

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