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Resumenes Unidad 2 Hgvi
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UNIDAD 2
La era imperial (c.1875-1914).
2.1. La Europa imperial. Lo nuevo, lo viejo, las transformaciones y las
resistencias. Las formas de la política: conservadurismo, liberalismo, nacionalismo,
socialismo, marxismo, anarquismo.
HOBSBAWM, Eric. La era del Imperio (1875-1914). Barcelona, Labor,
1989.
Cap. 4 “La política de la democracia”.
El período histórico que estudiamos en esta obra comenzó con una crisis de
histeria internacional entre los gobernantes europeos y las aterrorizadas clases medias,
provocadas por la Comuna de París en 1871, cuya supresión fue seguida de masacres de
parisinos. El terror ciego en el sector respetable de la sociedad, reflejaba un problema
fundamental de la política de la sociedad burguesa: su democratización. Evidentemente
los intereses de los ricos y los pobres no son los mismos. Este era el dilema fundamental
del liberalismo del siglo XIX, que propugnaba la existencia de constituciones y
asambleas soberanas elegidas, que, sin embargo, luego trataba por todos los medios de
esquivar actuando de formar antidemocrática, es decir, excluyendo del derecho de votar
y de ser elegido a la mayor parte de los ciudadanos varones y a la totalidad de las
mujeres. Contraponiendo el país legal del país real.
Pese a todo esto, se hizo inevitable cada vez más evidente que la
democratización de la vida política de los estados era absolutamente inevitable. Las
masas harían su aparición en la política, les guste o no a la clase gobernante. De aquí en
adelante, el problema era cómo conseguir manipularla.
La consecuencia lógica de ese sistema era la movilización política de las masas
para y por las elecciones. Ello implicaba la organización de movimientos y partidos de
masas, la política de propaganda de masas y el desarrollo de los medios de
comunicación de masas y otros aspectos que plantearon nuevos problemas y de nueva
envergadura a los gobiernos y clases políticas dirigentes. Así, la era de la
democratización se convirtió en la de la hipocresía política pública.
Si los grupos sociales se movilizaban como tales, también lo hacían los cuerpos
de ciudadanos unidos por lealtades sectoriales como la religión o la nacionalidad.
Sectoriales porque las movilizaciones políticas de masas sobre una base confesional,
incluso en países de una sola religión, eran siempre bloques opuestos a otros bloques, ya
fueran confesionales o seculares. No obstante, la aparición de movimientos de masas
político-confesionales como fenómeno general se vio dificultada por el ultra
conservadurismo que la institución poseía, con mucho, la mayor capacidad para
movilizar y organizar a sus fieles, la Iglesia católica. Esta se opuso a la formación de
partidos políticos católicos apoyados formalmente por ella, aunque desde la década de
1890 reconoció la conveniencia de apartar a las clases trabajadoras de la revolución atea
socialista y, por supuesto, la necesidad de velar por su más importante circunscripción,
la que formaban los campesinos. Así, apoyó a los partidos conservadores o
reaccionarios de diversos tipos.
Si la religión tenía un enorme potencial político, la identificación nacional era un
agente movilizador igualmente extraordinario y en la práctica más efectivo. Los
movimientos de masas eran ideológicos, algo más que simples grupos de presión y de
acción. Así, la religión, el nacionalismo, la democracia, el socialismo y las ideas
precursoras del fascismo de entreguerras constituían el nexo de unión de las nuevas
masas movilizadas, cualesquiera que sean los intereses materiales que representaban
también esos movimientos.
Los movimientos de masas superaron los localismos y regionalismos y se
integraron en frentes mucho más amplios. En contraste con la vieja política electoral de
la sociedad burguesa, la nueva política de masas se hizo cada vez más incompatible con
el viejo sistema político, basado en una serie de individuos poderosos e influyentes en la
vida local, conocidos como notables. Si bien el jefe no desapareció en la política
democrática, ahora era el partido el que hacía al notable, o al menos, el que le salvaba
del aislamiento y de la impotencia política, y no al contrario.
En resumen, los movimientos estructurados de masas no eran, de ningún modo,
repúblicas de iguales. Pero el binomio organización y apoyo de masas les otorgaba una
gran capacidad: eran estados potenciales.
La democratización, aunque estaba progresando, apenas había comenzado a
transformar la política. Pero sus implicaciones explícitas plantearon grandes problemas
a los gobernantes de los estados y a las clases en cuyo interés gobernaban. De otra
manera más genérica, se planteaba por encima de todo, el problema de garantizar la
legitimidad, tal vez incluso la supervivencia, de la sociedad tal como estaba constituida,
frente a la amenaza de los movimientos de masas deseosos de realizar la revolución
social.
De ningún modo podían ignorarse esos dos fenómenos. En los estados
democráticos donde existía la división de poderes, como en los EEUU, el gobierno era
en cierta forma independiente del Parlamento elegido, aunque corría cierto peligro de
verse paralizado por este último.
Los contemporáneos pertenecientes a las clases más altas de la sociedad eran
perfectamente conscientes de los peligros que planteaba la democratización política, y
en un sentido más general, de la creciente importancia de las masas. En realidad, el
único desafío real al sistema procedía de los medios extraparlamentarios, y la
insurrección desde abajo no sería tomada en consideración de fuerzas aparentemente
irreconciliables en la política, su primer instinto fue, muchas veces, la coalición.
Bismark, maestro en la manipulación de la política de sufragio, se sintió perplejo
cuando en el decenio de 1870 se tuvo que enfrentar con lo que consideraba una masa
organizada de católicos que se mostraban leales al Vaticano reaccionario y les declaró la
guerra anticlerical. Enfrentando al auge de los socialdemócratas, proscribió a este
partido en 1879. Antes o después los gobiernos tenían que convivir con los nuevos
movimientos de masas.
En efecto, con posterioridad a 1918, el constitucionalismo liberal y la
democracia representativa comenzarían una retirada en un amplio frente, aunque fueron
restablecidos parcialmente después de 1945. La sociedad burguesa tal vez se sentía
incómoda por su futuro, pero conservaba la confianza suficiente, en gran parte porque el
avance de la economía mundial no favorecía el pesimismo.
Así pues, las clases dirigentes optaron por las nuevas estrategias, aunque
hicieron todo tipo de esfuerzos para limitar el impacto de la opinión y del electorado de
masa sobre sus intereses y sobre los del estado, así como definición y continuidad de la
alta política. Su objetivo básico era el movimiento obrero y socialista, que apareció de
pronto en el escenario internacional como un fenómeno de masas en torno a 1890.
No fue fácil conseguir que los movimientos obreros se integraran en el juego
institucionalizado de la política, por cuanto los empresarios, enfrentados con huelgas y
sindicatos, tardaron mucho más tiempo que los políticos en abandonar la política de
mano dura, incluso la pacífica Escandinavia.
Lo cierto es que la democracia sería más fácilmente maleable cuanto menos
agudos fueran los descontentos. Así pues, la nueva estrategia implicaba la disposición a
poner en marcha programas de reforma y asistencia social, que socavó la posición
clásica de mediados de siglo de apoyar gobiernos que se mantuvieran al margen del
campo reservado a la empresa privada y a la iniciativa individual. Dice y estaba en lo
cierto cuando hacía hincapié en el incremento inevitable de la importancia y el peso del
aparato del estado, una vez que se abandonó el concepto del estado ideal no
intervencionista. De acuerdo con los parámetros actuales, la burocracia todavía era
modesta, aunque creció con gran rapidez, especialmente en el Reino Unido, donde el
número de trabajadores al servicio del gobierno se triplicó entre 1891 y 1911.
Sin embargo, el problema era más complejo ¿era posible dar una legitimidad a
los regímenes de los estados y a las clases dirigentes a los ojos de las masas movilizadas
democráticamente? En cierto sentido el período que analizamos consiste en una serie de
intentos de responder a este interrogante.
Al igual que la horticultura, ese sistema era una mezcla de plantación desde
arriba y crecimiento desde abajo (se puso metafórico el viejo). Los gobiernos y las elites
gobernantes sabían perfectamente lo que hacían cuando crearon nuevas fiestas
nacionales o impulsaron la ritualización de la monarquía británica.
Naturalmente, las iniciativas oficiales alcanzaban un éxito mayor cuando
explotaban y manipulaban las emociones populares espontáneas e indefinidas o cuando
integraban temas de la política de masas no oficial.
Así pues, los regímenes políticos llevaron a cabo, dentro de sus fronteras, una
guerra silenciosa por el control de los símbolos y ritos de la pertenencia a la especie
humana, especialmente mediante el control de la escuela pública, y por lo general
cuando las iglesias eran poco fiables políticamente, mediante el intento de controlar las
grandes ceremonias del nacimiento, el matrimonio y la muerte. De todos estos símbolos,
tal vez el más poderoso era la música, en sus formas políticas, el himno nacional y la
marcha militar y sobre todo la bandera nacional.
Los estados y los gobiernos competían por los símbolos de unidad y de lealtad
emocional con los movimientos de masas no oficiales, que muchas veces creaban sus
propios contra simbolismos, como la Internacional socialista cuando el estado se
apropió del anterior himno de la revolución, la Marsellesa.
¿Consiguieron las sociedades políticas y las clases dirigentes de la Europa
Occidental controlar esas movilizaciones de masas, potencial o realmente subversivas?
Así ocurrió en general el período anterior a 1914, con la excepción de Austria, ese
conglomerado de nacionalidades que buscaban en otras partes su perspectiva de futuro y
que sólo se mantenían unidas gracias a la longevidad de su anciano emperador. El
período transcurrido entre 1875-1914 y, desde luego, el que se extiende entre 1900 y
1914 fue de estabilidad política, a pesar de las alarmas y los problemas.
Los movimientos que rechazaban el sistema, como el socialismo, eran
engullidos por éste o podían ser utilizados como catalizadores de un consenso
mayoritario.
Lo que destruyó la estabilidad de la belle époque, incluyendo la paz de ese
período, fue la situación en Rusia, el imperio de los Habsburgo y los Balcanes, y no la
que reinaba en la Europa Occidental y Alemania.
De cualquier forma, el período que transcurre entre 1880 y 1914, las clases
dirigentes descubrieron que la democracia parlamentaria, a pesar de sus temores, fue
perfectamente compatible con la estabilidad política y económica de los regímenes
capitalistas. Ese descubrimiento como el propio sistema, era nuevo, al menos en Europa.
Para Marx y Engels, la república democrática, aunque totalmente burguesa, había sido
siempre como la antesala del socialismo por cuanto permitía, e incluso impulsaba, la
movilización política del proletariado como clase y de las masas oprimidas, bajo el
liderazgo del proletariado. Con anterioridad a 1880, los argumentos de Lenin habrían
parecido poco plausibles a los partidos y a los enemigos del capitalismo, inmersos en la
acción política. Incluso en las filas de la izquierda política, un juicio tan negativo sobre
la “república democrática” habría resultado casi inconcebible. Las afirmaciones de
Lenin en 1917 hay que considerarlas desde una perspectiva de la experiencia de una
generación de democratización occidental, y, especialmente, de la de los últimos quince
años anteriores a la guerra.
En 1919, toda la Europa que se extendía al oeste de Rusia y Hungría fue
reorganizada sistemáticamente en estados según el modelo democrático.
Inevitablemente, el capitalismo tenía que abandonar la democracia burguesa. Pero eso
también era erróneo. La democracia burguesa renació de sus cenizas en 1945 y dese ese
entonces ha sido el sistema preferido de las sociedades capitalistas.
DUROSELLE, Jean-Baptiste. Europa de 1815 a nuestros días.
Barcelona, Labor, 1991.
Cap. V “La democratización de los Estados (1871-1914)”.
A lo largo del S XIX, por medio de un lento pero irresistible movimiento, un
número cada vez mayor de hombres participaron en los asuntos públicos, se interesaron
por ellos y contribuyeron a ejercer cierta presión. Un poco por todas partes, se entrevé el
“fin de los notables” y el ascenso de capas sociales nuevas. Esto no significa que los
ciudadanos fuesen realmente iguales. De todas formas, hubo progresos en la instrucción,
se constituyeron partidos socialistas o radicales, se reclutaron para los ministerios gente
fuera de la aristocracia, etc.
Esta revolución se operó dentro de una relativa tranquilidad (salvo en Rusia), la
era romántica de las revoluciones llegaba a su fin. Los revolucionaron se organizaron
como no lo habían hecho antes, alrededor de partidos socialistas que se proclamaron en
extremo internacionalistas (la II internacional data de 1889). La crisis de julio de 1914
demostraría con claridad que el nacionalismo triunfaba por doquier.
1-Las reformas democráticas y los progresos de la “izquierda”
Existía entre las elecciones y las reformas un estrecho vínculo. Ya que según qué
mayoría se iba a conservar o innovar, se harían las reformas y siempre se tendió a elegir
la innovación. Pero una vez en el poder, los reformadores se moderaban, el contacto con
la realidad embotaba su celo reformador (Ej Francia: se votaban a los partidos de
izquierda, pero estos iban cada vez más al centro).
Tomemos entonces, el ejemplo de Francia. En 1871 disponía ya del sufragio
universal, pero eligió a monárquicos porque quería la paz y los republicanos parecían
ser los hombres de guerra a ultranza. Una vez que vieron cómo se destruía a la izquierda
el país optó de modo visible por una República moderada. Como es natural, al tener
monárquicos, éstos iban a querer restaurar la monarquía (chambord quería subir el trono
por derecho divino, haciendo fracasar todo).
El monarquismo estaba condenado desde entonces. En las elecciones de 1876 se
votaron 360 republicanos por 155 monárquicos.
Se entra entonces en la era de las reformas. Tan solo la agitación nacionalista
amenazó, durante un breve período de tiempo, los fundamentos de la República.
Ahora, el ejemplo de Inglaterra es a la vez diferente en sus modalidades y
simétrico en su esquema. En primer lugar, porque solo consiguieron de modo
progresivo el sufragio universal. No obstante, las reformas no constituyeron el
monopolio de los liberales. Ya que existían dos partidos, ambos tomaban reformas para
satisfacer al pueblo.
Alemania no era, antes de 1914 una democracia en el pleno sentido del término.
Prusia seguía eligiendo a sus diputados según el sistema de tres clases, dando
predominancia a los ricos. No obstante, en tanto que confederación poseía un Reichstag,
elegido por sufragio universal. Pero éste era solo competente en los asuntos federales y
con poco presupuesto. El canciller del Imperio (Bismarck hasta 1890) era siempre al
mismo tiempo ministro-presidente de Prusia. Había pues, reformas federales y otras
reformas en Prusia o en los diversos E alemanes. Hasta Bismarck ejecutaba reformas
para luchar contra los socialistas. Pero lo que impidió que Alemania se convirtiese en un
país realmente democrático fue por una parte la independencia total del poder ejecutivo
con respecto al pueblo y por otra la preponderante influencia de los militares.
Rusia es un caso particular. Hasta 1905 el gobierno fue puramente autocrático,
los funcionarios y policía también tenían un poder ilimitado. Los miserables campesinos
estaban más afectados que los demás por la administración del país y por todas partes
empezaban a insinuarse rebeldías. E 1905 las resultas (sumado a la derrota con Japón)
se tornaron más violentas. El Zar Nicolás II se resignó y proclamó que las leyes serían
elegidas por una Duma elegida, en apariencia se estaba dando un aspo hacia el
liberalismo y la democracia. En resumen, con anterioridad a 1917, Rusia solo conoció
ciertas apariencias de democracia y escapaba al movimiento general que le llevaba a
toda Europa. Allí radica la explicación del fenómeno esencial: que Rusia sea el único
país en donde la facción más revolucionaria del socialismo haya conseguido finalmente
tomar el poder.
2- El socialismo
Mientras que la sociedad europea, exceptuando Rusia, evolucionaba no sin
vacilaciones hacia la democracia, llevaba en sí misma un fermento de destrucción: el
socialismo revolucionario e internacionalista.
El socialismo utópico dejó paso a tendencias más ásperas, violentas, duras y
realistas. El socialismo de Marx rechazaba cualquier dogma, las leyes históricas
llevarían a derrocar a la burguesía K a tomar el poder. A contramano de esto Proudhpin
y Bakunin querían la desaparición del E.
Lo que contribuyó de gran manera fue el hecho de que por primera vez el
socialismo dejase de ser un asunto de teóricos para encarnarse en la masa obrera.
Si tratamos de descubrir las líneas directrices del desarrollo de este socialismo
nuevo, podremos constatar ante todo que se crearon partidos socialistas por todas partes.
Alemania fue el primero, Francia, Italia. El caso de GB es distinto, la tradición de los
dos partidos hizo que fuera siempre difícil la introducción de un tercero. Así, los obreros
votaban por liberales o conservadores, según los apoyos que éstos prometían a sus
trades unions. En los 80 éstos plantearon el problema de una representación especial. Se
creó la Independent Party y en 1892 se sentaron por primera vez dos socialistas en una
cámara inglesa, aunque su influencia siguió siendo escasa al no estar ligada con la trade
union. Puesto que los liberales emprendían amplias reformas económicas en detrimento
de los grandes propietarios, los laboristas evitaron en 1910 el fracaso de sus candidatos
y los sacaron.
El hecho de que el socialismo progresase por doquier no basta para explicar
todos los aspectos del problema, ya que todavía dicha palabra encubría numerosas y
diversas ideologías. La tendencia reformista quería conquistar el poder mediante
métodos legales y cambiar en provecho de los trabajadores la legislación burguesa
existente, por lo que aprovechaban a otros partidos cuando proponían leyes sociales
aprovechables. Por esto aceptaba que sus miembros participasen en gobiernos de
izquierda, suavizando los reclamaos de los obreros. Pero esta revolución estructural era
necesario que el partido socialista tomase la totalidad del poder.
El marxismo triunfó en primer lugar en Alemania, ya que los dos partidos
socialistas se fundieron en 1874 para constituir un solo partido que se convirtió en
social-demócrata, aunque también tenía sus propios revisionistas, como Bernstein.
En Francia tardó en realizarse la unificación entre la tendencia marxista y
reformista.
Obtuvo su mayor éxito en Rusia. Allí también existían diversas tendencias: los
socialistas revolucionarios, favorables a los atentados terroristas desordenados, y los
sociales demócratas marxistas. Lo que se produjo en 1903 fue una escisión y no una
fusión como en Francia. La minoría de s-d eran mencheviques y la mayoría
bolcheviques, unos precavidos y otros directos a la revolución.
En el caso británico, ocurrió a la inversa. Hubo sin duda alguna una Federación
social-demócrata de tendencia marxista, pero nunca agrupó más que a unos millares de
partidos y no entorpeció en absoluto a las trades unions.
Entre reformistas y revolucionarios se interponía la noción de patria. Los
primeros la aceptaban, los segundos como Marx pretendían sustituir la solidaridad en el
marco geográfico de la nación por la solidaridad de clase. Por solo los más fervientes
tenían en cuenta esta teoría y preconizaban la huelga contra la movilización. En julio de
1914, pese al asesinato de Jaures, los socialistas franceses se levantaron como los demás
para defender a la patria amenazada. En cuanto a Alemania, Bebel y Liebknecht
anunciaron que la clase obrera “seguirá a un solo hombre” la orden de movilización. Y
es lo que pasó. “En tiempo de guerra, todo el mundo es nacionalista” decía Kautsky.
ELEY, Geof. Un mundo por ganar. Historia de la izquierda en Europa,
1850-2000. Barcelona, Crítica, 2003.
Capítulo 4. La ascensión de los movimientos obreros. El avance de la
historia.
La década de 1860 fue decisiva para la izquierda. Las tradiciones antiguas se
eclipsaron al tiempo que otras como el anarquismo se desplazaban hacia los márgenes
del movimiento internacional. Apareció un ideal nuevo de partidos obreros, con una
organización nacional, y centrados en la palestra parlamentaria. Este constitucionalismo
socialista surgió de las liberalizaciones de 1867-1871, que permitieron a muchos
movimientos obreros llevar a cabo su primera agitación legal en una escala superior a la
agitación local. También fue fomentado activamente por la I Internacional, cuya
influencia sobrepasaba con mucho el modesto número de afiliados a los partidos que la
integraban. Sus perspectivas eran las de Marx y Engels, que durante estos años
asumieron su papel duradero como asesores principales de los movimientos socialistas
de Europa. Estos movimientos constituyeron un desvío novedoso para la izquierda
europea. Fueron los primeros partidos socialistas con una organización nacional y una
existencia continuada.
La geografía del socialismo La importancia de los nuevos partidos variaba
enormemente. Los más fuertes estaban en Escandinavia y en la Europa central de habla
alemana (incluidos los territorios checos del imperio Habsburgo); los más débiles, en el
mediterráneo. Donde la industria hizo pocos progresos, lo mismo ocurrió al socialismo,
como en el sudeste de Europa, pero la industrialización no era una guía infalible. La
legalidad, una constitución parlamentaria que funcionara bien y el democrático derecho
al voto eran tan capacitadores como la industrialización. A la inversa, la autocracia rusa
frenó la expresión democrática de la militancia popular y un sufragio discriminatorio
disminuyó las posibilidades de los socialistas en Bélgica. Así pues, los primitivos
marcos políticos democráticos de signo liberal podían compensar la falta de industria
capitalista, del mismo modo que la falta de liberalización podía obstaculizar el avance
de un movimiento obrero hacia un modelo “alemán” o “escandinavo” de éxito
socialdemócrata en las economías industriales. En este sentido, el factor constitucional
podía anticipar o impedir las consecuencias de la formación de clases industriales. Hay
dos complicaciones más en esta geografía de apoyo a los socialistas. En primer lugar, en
el Mediterráneo occidental el panorama se veía enturbiado por el anarquismo y, después
de 1900, por un movimiento afín, antiparlamentario, anticentralista y partidario de la
acción directa al que normalmente se llamaba sindicalismo revolucionario. Esto ocurría
de manera especial en España, donde los partidarios de Bakunin se adelantaron a los de
Marx a finales del decenio de 1860 y donde el atraso económico y la fragilidad del
liberalismo eran obstáculos para los socialistas. Pero también ocurría en Italia, donde el
PSI no logró suplantar la vigorosa tradición anarquista. La segunda complicación antes
de 1914 era Gran Bretaña. En ella se daba una paradoja, puesto que la nación con el
capitalismo más avanzado y la sociedad más proletaria era la que menos votos daba a
los socialistas.
Con esta única excepción, había tres geografías socialistas antes de 1914: el
“núcleo” socialdemócrata de Escandinavia y Europa central, donde el nuevo modelo
parlamentarismo socialista y sindicalismo asociado a él dominaba los movimientos
obreros; el Mediterráneo occidental, donde el anarcosindicalismo debilitó los partidos
socialistas e hizo que la política obrera fuese más inestable; y el borde oriental de
Europa formado por Rusia, los Balcanes y gran parte de Austria-Hungría, donde el
atraso económico y político demoró los partidos socialistas o los obligó a pasar a la
clandestinidad. Los partidos socialistas llegaron en dos fases: la primera ocupó el lapso
entre la I Internacional y la II Internacional y terminó con el partido italiano en 1892; la
otra empezó con la fundación de partidos socialistas en los Balcanes y Polonia a
principios del decenio de 1890 y acabó en 1905 con la revolución rusa.
Socialismo, gobierno parlamentario y derecho al voto Desde las agitaciones
constitucionales de 1867-1871 hasta 1914, en el norte y en el centro de Europa imperó
una sorprendente estabilidad. A lo largo de estos decenios, la estabilidad requirió
importantes hazañas de concertación, como en la Tercera Ley de Reforma británica
(1884), la constitución belga (1893), el sufragio universal masculino en Austria (1907) e
Italia (1912) y las liberalizaciones en Noruega (1898), Dinamarca (1901), Finlandia
(1905) y Suecia (1907). Pero estos ordenamientos se negociaron precisamente a través
de los medios constitucionales disponibles. Las aspiraciones se encauzaron hacia el
marco constitucional liberal. La estabilidad se aseguró mediante las formas
parlamentarias que existían. El decenio de 1860 instauró las duraderas normas
parlamentarias y constitucionales para la vida política de Europa que tanto la izquierda
como sus oponentes aceptaron. Después de 1905, inspirados por el soviet de San
Petersburgo y las agitaciones huelguísticas europeas, los radicales socialistas empezaron
a criticar estas perspectivas parlamentarias. Pero sus críticas no fructificaron hasta 1917-
1923. Antes, la mayoría de los socialistas observaban las normas parlamentarias; y allí
donde no existían, el objetivo de la agitación extraparlamentaria era crearlas.
Para los nuevos partidos socialistas, un principio era axiomático: las ideas
políticas del trabajo necesitaban los sistemas parlamentarios existentes. Estos sistemas
podían utilizarse en parte como tribuna para incitar a las masas y en parte para obtener
reformas a corto plazo. Además, las nuevas luchas por el derecho democrático al voto
afectaron directamente a las relaciones de la izquierda con el liberalismo, porque
mientras los antiguos regímenes se resistieron a las reformas, los liberales solían formar
parte de los frentes de oposición junto a los socialistas y otros radicales. Pero una vez
los obreros obtuvieron el derecho al voto, se produjeron escisiones. La democratización
de la constitución, por modesta que fuera, abría el camino a otros conflictos. Después de
conseguir que se democratizara más el sufragio, los socialistas obtuvieron su
independencia política. Gran Bretaña era un caso extremo en el que los socialistas
fueron socios subalternos de una coalición liberal durante más tiempo que en cualquier
otra parte. Alemania representaba el extremo opuesto y en ella la ruptura entre el trabajo
y el liberalismo se produjo excepcionalmente pronto en el decenio de 1860 1.
Escandinavia y los Países Bajos ocupaban un lugar entre estos extremos: una vez
resuelta la cuestión constitucional, el incremento de la fuerza parlamentaria de los
socialistas fomentó la independencia y fue posible un realineamiento.
La cuestión constitucional dio un nuevo giro. El derecho a voto era una cosa. El
marco más amplio de responsabilidad parlamentaria, que podía llevar a los socialistas al
gobierno, era otra. También en este caso hubo grandes diferencias. La relación de los
partidos con el estado y la respuesta de éste a la ascensión de aquellos influyeron en sus
tendencias radicales. Allí donde las tradiciones parlamentarias eran antiguas y la
ideología popular identificaba la democracia con la fuerza de tales tradiciones, como en
Gran Bretaña, o donde el estado respaldaba las libertades civiles y el arbitraje laboral,
como en Suecia y Dinamarca, los movimientos obreros estaban a favor del gradualismo
o reformismo. Donde los socialistas carecían de representación parlamentaria y el
estado se comportaba de forma represiva -como en la Península Ibérica, Italia antes de
1912, la mitad húngara del imperio Habsburgo o la Rusia imperial-, la militancia obrera
se volvía intransigente. La Ley Antisocialista, el acoso policial, la exclusión de los
socialistas de los empleos públicos, su demonización como “antinacionales”: estas
condiciones que existían en Alemania vincularon fuertemente la lealtad del SPD al
1
La inclusión del sufragio universal en las constituciones de Alemania del Norte y del Imperio de 1867-
1871 liberaron al joven Partido Socialista de la dependencia de los liberales. Los socialdemócratas
alemanes tardaron dos decenios en convertirse en un partido de masas, pero se establecieron las
condiciones políticas de la independencia.
marxismo revolucionario. Ver el estado como instrumento de la clase gobernante, un
instrumento que no había que reformar, sino que destruir, nació del maltrato que el
movimiento recibía a diario, entre otras razones porque su fuerza electoral creciente se
veía invalidada por el hecho de que el gobierno no estuviera sometido al control del
parlamento. En un ejemplo de lo contrario, Dinamarca demostró cómo el acuerdo
temprano entre el estado, el capital y el trabajo podía dar a la política del movimiento un
molde reformista. Sin embargo, los partidos socialistas no dependían exclusivamente de
las instituciones parlamentarias para florecer. La rápida ascensión de los partidos ruso,
judío, ucraniano y letón en el imperio ruso demostró la capacidad de los socialistas para
adaptarse a las condiciones de ilegalidad.
Sindicalismo Casi todos los partidos socialistas mantenían relaciones estrechas
con federaciones sindicales organizadas nacionalmente. De hecho, colaboraron en la
creación de dichas organizaciones nacionales, las cuales, con la excepción de Gran
Bretaña, fueron posteriores a la fundación del partido socialista mismo. En términos
generales, el sindicalismo era cuestión de economía y se extendía junto con las tasas y
las formas de industrialización. Hubo tres tipos de experiencia antes de 1914,
empezando por Gran Bretaña y Bélgica, pioneras de la industrialización a comienzos
del siglo XIX. Vino luego la industrialización de Escandinavia y Alemania en la
segunda mitad del siglo, con una aceleración a gran escala después de la década de
1890. Finalmente, la industrialización fue más débil en otras partes, aunque a partir del
decenio de 1890 Francia, Italia y Rusia crearon sectores industriales muy avanzados y lo
mismo hicieron Bohemia, Viena y Budapest en el imperio Habsburgo y Barcelona en
España. En todos los casos, los pequeños y exclusivos sindicatos de artesanos cedieron
ante el sindicalismo masivo que la industria hizo posible.
En todas partes, los forjadores de los movimientos obreros no fueron los obreros
de las fábricas, sino más bien los hombres especializados que trabajaban en talleres
pequeños. Los primeros sindicatos nacieron de sociedades de socorro mutuo, sociedades
de oficiales y asociaciones educativas que llenaban el espacio dejado por los gremios.
Estos artesanos poseían un conocimiento especializado de la producción y la capacidad
de regular los mercados de trabajo por medio de la costumbre y el aprendizaje. Se
escapaban de la “explotación” que se encontraba en los mercados de trabajo más
dominados por los patronos, los cuales mataron oficios como los de sastre y el de
zapatero. A diferencia de los artesanos rurales o los obreros de las fábricas, contaban
con organizaciones colectivas. En la tradición desde este sindicalismo gremial Gran
Bretaña fue un caso único. En ella los sindicatos crecieron dentro de un marco gremial
cuya fuerza era excepcional, los sindicatos de artesanos se convirtieron en el modelo
incluso de los obreros especializados creados por la propia industrialización, como los
hilanderos del algodón, que luego excluyeron a los menos especializados. Esta
dominación también hizo posible otro efecto británico distintivo después de 1889, los
sindicatos generales polimorfos, que penetraron en todas las industrias de las que los
sindicatos de artesanos hicieron caso omiso debido a su tradicionalismo. Estos
sindicatos generales diferían de otros modelos del continente: los sindicatos industriales,
que reclutaban a todos los trabajadores de una misma industria, prescindiendo de su
especialización e incluso de la “línea del cuello”; y los sindicatos de peones en general,
que reunían a todos los especializados que quedaban, ya fuera debido al exclusivismo de
los sindicatos gremiales o porque sus empleos eran inclasificables de acuerdo con los
criterios tradicionales; cuando se había reunido un número suficiente de obreros no
especializados, se les reasignaba al sindicato industrial apropiado en el que idealmente
se fundían con los oficios pertinentes.
Si Gran Bretaña contaba con una mezcla de sindicatos gremiales y generales con
organización nacional, mientras Francia, España e Italia produjeron coaliciones con
base local, descentralizadas y heterogéneas, Alemania mostraba la progresión evolutiva
más clara, con las tradiciones de los artesanos sucumbiendo ante el sindicalismo
industrial de masas. El movimiento obrero alemán también creció a partir de
asociaciones de artesanos locales que abarcaban ciudades enteras. Pero los sindicatos
gremiales alemanes nunca ampliaron su base como los británicos.
Expansión de los movimientos obreros El ritmo de avance del sindicalismo
estuvo vinculado tanto a los altibajos del ciclo económico como a la política. Una
dialéctica de liberalización política y economía en expansión había influido en la
primera oleada paneuropea de huelgas en 1868-1873, durante la cual la militancia
penetró mucho en la periferia subdesarrollada, desde España hasta Galitzia. La
liberalización actuó entonces con el final de la depresión en 1895-1896 y contribuyó a la
transición al sindicalismo de masas. La política también impuso la explosión obrera
continental en 1904-1907, y durante estos años los afiliados a los sindicatos austríacos
se triplicaron; los alemanes, noruegos y suecos aumentaron más del doble y los
húngaros casi hicieron lo propio, por no hablar de la militancia localizada en Francia,
Italia y España y la turbulencia revolucionaria en Rusia, donde los sindicatos fueron
legalizados por primera vez. Las cuestiones relacionadas con el sufragio y la inspiración
revolucionaria de Rusia fueron el ímpetu, aunque no cabe duda de que el incremento de
la actividad económica también contribuyera a ello.
Un efecto de la depresión fue decisivo. Fuera de Gran Bretaña, el período 1873-
1896 trocó el libre comercio por el proteccionismo y metió al gobierno en la economía.
En la industria pesada y en los nuevos sectores químicos y de ingeniería eléctrica, este
hecho también impulsó a la concentración, con imponentes niveles de concentración
vertical y horizontal en los sectores y entre sectores, implacable regulación del mercado
por medio de cárteles y nuevos grupos de presión corporativa que influían en el
gobierno. Donde más acentuado sucedía esto era en Alemania. Pero ocurría en los
sectores dinámicos en todas partes y creó una pauta nueva para las economías en vías de
industrialización en Italia, Rusia y Escandinavia. El capitalismo estaba mucho más
organizado: a mayor escala, más interrelacionado con la economía nacional, más
politizado y más integrado corporativamente con el estado. Esto reconfiguró el entorno
en el que tenían que actuar los sindicatos, con grandes consecuencias para sus
probabilidades de éxito. El avance hasta el sindicalismo de masas fue impresionante.
Los sindicatos invadieron finalmente las fábricas, en contraposición a las obras
de construcción, las minas de carbón y los talleres pequeños, donde ya estaban
presentes. Estos nuevos reclutas no tenían una formación profesional, sino habilidades
específicas de la industria que trabajaban: productos químicos, elaboración de alimentos
y nuevas ramas de la ingeniería como la producción de bicicletas y automóviles, donde
el sindicato era débil. En ramas más antiguas de la ingeniería, las reivindicaciones
sindicales tomaban formas profesionales conocidas y se centraban en el aprendizaje, la
demarcación y el personal encargado de las máquinas, así como cuestiones generales
más relativas al trabajo a destajo, las horas extras y la jornada de ocho horas. Pero la
debilidad del sindicalismo gremial en los sectores nuevos permitió a los organizadores
centrarse en los maquinistas semiespecializados y especializados que la mecanización
empezaba a crear. Por otra parte, si en Gran Bretaña esta expansión ocurrió más allá de
los sindicatos gremiales existentes, que eran reacios a organizar a los obreros menos
especializados, en el continente el sindicalismo de la industria del metal se adaptó
exactamente para el mismo fin. Pero en ambos casos estaba apareciendo una vanguardia
nueva: el obrero mundial semiespecializado que se había formado mientras trabajaba.
La negociación localizada se volvió cada vez más difícil. Campañas como la relativa a
la jornada de ocho horas exigían coordinación nacional. Los patronos también forzaban
agresivamente la marcha. Con el crecimiento de una esfera pública nacional y la
ascensión de los partidos socialistas de masas, el sindicalismo cristalizó esperanzas y
temores mayores. Los conflictos laborales simbolizaban principios más amplios. A
medida que creció la escala de las luchas sindicales, aumentó también esa dimensión
política nacional.
Socialismo, política nacional y vida cotidiana A mediados del decenio de
1890, los movimientos obreros europeos habían llegado a un primer punto decisivo. Un
ciclo de fundación de partidos había terminado y abarcaba el norte y el oeste de Europa;
y la segunda fase estaba en marcha, empezando por los partidos de Polonia y los
Balcanes a comienzos del decenio, continuando en todo el imperio ruso hasta su
culminación en 1905. Los estados parlamentarios creados por los ordenamientos
constitucionales del decenio de 1860 se habían estabilizado, con ampliaciones del
derecho al voto en los Países Bajos y Escandinavia. El auge económico posterior a
1895-1896 trajo el primer período de sindicación sostenida. Los partidos socialistas del
primer ciclo obtuvieron mejores resultados electorales ininterrumpidos, instauraron una
presencia parlamentaria, impregnaron la esfera pública y ahondaron sus raíces. Estos
procesos generaron conjuntamente el “núcleo socialdemócrata” del norte y el centro de
Europa.
Sólo una minoría de obreros se afilió a los partidos socialistas y sus sindicatos, y
todavía eran menos los que conocían las sutilezas de la teoría socialista. Pero la
experiencia de la vida cotidiana, donde las relaciones abstractas de poder se
experimentaban en la práctica, generó actitudes de independencia con un potencial
político obvio. En circunstancias de crisis social y política general, como las
insurgencias europeas de 1904-1907, el período revolucionario de 1917-1921, o
movilizaciones concretas de índole nacional y local, las culturas de resistencia podían
adquirir un significado político más completo. Entonces el mundo de la política y el
cotidiano podían actuar conjuntamente.
Conclusión. Así pues, el impresionante crecimiento de los partidos socialistas
antes de 1914 contenía algunos límites claros. No sólo alcanzaron un tope de apoyo
electoral -entre un cuarto y un tercio del electorado en el mejor de los casos-, sino que
se encontraban estructuralmente fuera del orden gobernante y permanecían allí tanto a
causa de su propia oposición rotunda al sistema como por el deseo de éste de excluirlos.
En los pocos casos en que el sufragio universal y el gobierno parlamentario en toda
regla llegaron aparte de la primera guerra mundial, estos límites se aflojaron. Pero en
otros sitios los partidos conservaron su condición de elementos ajenos al sistema y
confiaron en que la lógica a largo plazo del desarrollo y las crisis capitalistas les
llevarían al poder. Cuando aparecían reformistas, como los posibilistas franceses de la
década de 1880 o los moderados del SPD en los estados del sudoeste de Alemania, que
eran más liberales, después del decenio de 1890, fueron rechazados. La no participación
en “gobiernos burgueses” continuó siendo la norma de la II Internacional. En 1913, el
SDAP holandés de basó en ello para rechazar un puesto en el gobierno.
A partir de la década de 1890, las condiciones económicas favorables, las
acrecencias de la legislación social y el derecho laboral nacional y el fortalecimiento de
los sistemas parlamentarios permitieron la expansión de los partidos. Ya fuera por
medio del nuevo sindicalismo de masas, la recién creada maquinaria de los partidos y
las actividades culturales o los primeros logros del socialismo municipal, se convirtieron
en poderosas partes integrantes de sus sistemas políticos. Sin embargo, nunca estuvieron
cerca de contar con el apoyo universal de la clase obrera. La capacidad del socialismo
para armonizar intereses heterogéneos fue siempre insuficiente.
Capítulo 5. Retos más allá del socialismo. Otros frentes de la democracia.
La socialdemocracia se convirtió en la principal fuerza de la voz en la mayor
parte de Europa entre 1870 y 1914. El ímpetu colectivista de los nuevos partidos
socialistas nació de una experiencia obrera compartida que las críticas al capitalismo
como sistema de desigualdad describieron de manera convincente. Pero igualmente
fundamental fue la hostilidad de los gobiernos europeos a las masas, a las que
excluyeron de la ciudadanía.
El clima político previo a 1914 requería la postura revolucionaria de la
izquierda, porque la intransigencia de sus oponentes no ofrecía otra opción.
Los movimientos más fuertes presentaban una pauta común: partido único que
estaban unidos organizativamente, pero eran diversos desde el punto de vista
ideológico, sin rivales dignos de tenerse en cuenta, y reunían una mezcla de intereses
alrededor de valores que en línea generales cabía calificar de socialdemócratas. Pero
este modelo se instauro inequívocamente en el norte y centro de Europa. En otras áreas,
la política de izquierda resulto más polémica (Gran Bretaña: socialismo con pocos
progresos frente al liberalismo; Italia y España: conflictos violentos internos; Francia:
socialismo divido).
Estos primeros partidos socialistas no fueron los únicos propugnadores de la
democracia antes de 1914:
Las desavenencias internas de los partidos fueron semilleros de otras ideas, y
entre 1905-13, la ortodoxia se vino abajo.
Los rivales contemporáneos del socialismo también marcaron un espacio para
otras posibilidades.
Las feministas
Las tensiones aumentaron entre 1905-1914, cuando los marcos políticos creados
durante los esfuerzos constituyentes del decenio de 1860 se tambalearon, amenazaron
con derrumbarse y cayeron.
La II Internacional y sus divisiones En 1889, centenario de la Revolución
Francesa, se celebran dos congresos internacionales rivales:
Moderados.
SPD: vertiente marxista de los nacientes partidos socialistas. 1) Jornada de 8 hs
y condiciones de trabajo; 2) la paz, la guerra y las virtudes de las milicias nacionales en
comparación con los ejércitos permanentes; 3) el sufragio universal; 4) y la propuesta
del 1° de Mayo como solidaridad de la clase obrera internacional.
Al Congreso Marxista asistieron delegados de 20 países, e inauguró la II
Internacional.
Los debates iniciales siguieron a la I Internacional, y sirvieron para distanciarse
del anarquismo y de la “democracia burguesa”, por igual. La conclusión del congreso de
1893 equilibró los principios revolucionarios con una serie de mejores prácticas y
permitió que los objetivos maximalistas y la mejora a corto plazo habilitaran un
lenguaje político común. Se rechazaron las posturas violentas del anarquismo, pero
también la colaboración directa con los reformadores no socialistas. Se trazó un amplio
programa de democracia y reforma social para la acción parlamentaria en el que se
hacía hincapié en el sufragio universal, la emancipación de las mujeres, jornadas de 8 hs
y la oposición a la guerra. Pero esto solo podían alcanzarlo los partidos obreros
independientes y liberados de la tutela burguesa que Marx propugnara durante la I
Internacional.
Pero, en lugar del derrumbamiento, se produjo una inclusión progresiva. En
1900 los partidos socialistas ya estaban entrando en la constelación política “burguesa”
y ganaban en las elecciones nacionales, participaban de la cultura parlamentaria y
hacían campaña a favor de la reforma.
El primer gran escándalo fue el de Millerand, en Francia. Sus reformas, aunque
importantes, tenían detrás el simbolismo de entrar en un gobierno en el que estaba el
general Gallifer, el carnicero de la comuna de París en 1871, algo que para Vaillant era
intolerable.
Desde 1860, los socialdemócratas habían considerado que los parlamentos eran
de suma importancia para su eficacia, tanto con el fin de obtener beneficios para la clase
obrera por medio de la legislación como para recibir apoyo popular en las elecciones.
Sin embargo, los críticos de Jaurés veían las cosas con ojos menos favorables. Vaillant
opinaba que el Estado no era un marco neutral que pudiera utilizarse para la
“penetración” obrera, sino que lo definía la maquinaria represiva que formaba el
ejército, la policía y la judicatura.
En vez de ello, los obreros avanzaban por medio de su propia combatividad y
arrancaban concesiones de los gobiernos o hacían la guerra de clase en la
independencia. El principal valor de la república consistía en haber liberado la política
de la lucha “real” del trabajo y del capital. Según esta idea, los socialistas debían utilizar
al Parlamento y las elecciones y debían defender la república y sus libertades, pero sin
hacerse ilusiones. Los objetivos más amplios de la revolución debían prevalecer
siempre.
Guesde veía las cosas de forma aún más desfavorable: la republica era una farsa.
“Un socialista que entra en un ministerio burgués o bien se pasa al enemigo o se rinde
ante el enemigo”. Pero esta postura cedió ante el pragmatismo revolucionario de
Kautsky, que defendía los derechos democráticos por su valor intrínseco y aprobaba las
alianzas tácticas. Ver a los no socialistas como una “masa reaccionaria” era un grave
error. La clave residía en la claridad y la independencia socialistas.
El caso más claro a favor de la coalición era una emergencia nacional, cuando
“las instituciones democráticas fundamentales” de una sociedad corrían peligro. La
respuesta de los liberales fue formar un frente común con la extrema izquierda.
Estos experimentos con el reformismo provocaron algunas recriminaciones.
Inmovilizaron al PSI durante gran parte del periodo previo a la guerra. El escándalo a
causa del “ministerialismo” reveló dos modelos de política socialista cuyas tensiones
volverían a aparecer:
La orgullosa defensa del objetivo revolucionario del socialismo – la destrucción
del capital y la construcción de una sociedad diferente – que exigía oposición decidida,
total renuncia a una cooperación con partidos “burgueses” y no participan en las
instituciones existentes. Kautsky, el “papa” del socialismo, era el más célebre
representante de esta idea. La victoria final sería fruto del funcionamiento de la historia
a medida que el movimiento obrero ganara en organización y fuese más popular.
Imaginaba un resultado parecido, en términos menos utópicos. Hacía hincapié en
la búsqueda de principios y un humanismo ético y democrático y trataba los valores
socialistas como el punto que llevaba a coaliciones mayores, basadas en la democracia y
la justicia social.
Los representantes eran Jaures en Francia, Vandervelde en Bélgica, Víctor Adler
en Austria, Turati en Italia.
Al aumento la fuerza parlamentaria del SPD, la preservación de su pureza
revolucionaria se convirtió en un problema. Cooperaba con progresistas ajenos al
socialismo en elecciones y maniobras políticas, formaba parte de comisiones
parlamentarias, apoyaba o se oponía a las leyes. En este hueco entre la teoría
revolucionaria y la práctica inmediata se introdujo una serie de artículos de Bernstein,
importante intelectual del SPD.
Contra la teoría catastrófica de la transición revolucionaria, Bernstein proponía
un modelo continuo de mejora o “socialismo evolutivo”. Sus argumentos provocaron un
gran escándalo entre los marxistas ortodoxos, como, Bebel, Kautsky.
La derrota del revisionismo inspiró una importante recuperación de la ortodoxia
en el SPD que restringió mucho la formación de colaciones en el futuro. Kautsky trato
este hecho como un juego de suma cero: la primacía de la lucha de clase impedía
cooperar con partidos burgueses y viceversa. También este asunto fue trasladado a la
Internacional.
La resolución del SPD que prohibía las alianzas reformistas por considerarlas
una distracción de lucha de clases fue aprobada por mayoría de votos. Los que votaron
en contra y los que se abstuvieron procedían de países con constituciones parlamentarias
más fuertes; los que la aprobaron, eran países del Este con democracias débiles.
Hecho presagió la constelación de 1914-1917, porque entre los enemigos
declarados del revisionismo había varios miembros de la oposición revolucionaria
durante la guerra.
Las cuestiones relacionadas con el imperialismo y el nacionalismo produjeron
divisiones parecidas.
Los socialistas encontraban varios motivos para aceptar al imperialismo. Creaba
puestos de trabajo, especialmente astilleros, los muelles, las fábricas de armas y las
industrias que dependencia del comercio colonial. A pesar de que el asunto de la guerra
había sido eludido, a partir de 1904 los llamamientos a huelga general contra la fuera
nunca dejaron de figurar al orden del día.
Si bien los socialistas resultaron vulnerables a las lealtades nacionales de orden
superior antes de 1914, habituándose a los ritmos hegemónicos del interés nacional, en
cambio desatendieron en la misma medida a las minorías nacionales. Esto no ocurrió de
manera invariable en todo el mundo.
Cuando el estallido de la guerra en agosto de 1914 sumió a la II internacional en
el caos, no sólo el antimilitarismo resultó perjudicado, sino también el enfoque clásico
de la cuestión nacional por parte de los socialistas. Los teóricos marxistas, de Kautsky a
Luxemburgo, de Trotsky a Lenin, creían que una mayor conciencia de clase permitiría
que la identidad nacional de los obreros se extinguiera gradualmente.
Populistas, anarquistas y sindicalistas revolucionarios Si el nacionalismo
planteaba problemas a la izquierda, más aún los planteaba el campo.Los
socialdemócratas contaba con que sus votantes obreros se convirtiesen en “la gran
mayoría de la población”, cuyo inmenso número prometía una legitimidad democrática
a toda prueba. Sin embargo, incluso en Alemania, la agricultura representaba el 28,4%
del empleo en 1907. La sociedad comprendía otras clases populares: campesinos,
trabajadores autónomos, funcionarios y profesionales modestos, administrativos. Para
ganar elecciones, los socialistas necesitaban a estos grupos, con los pequeños
agricultores en la cabeza de la lista.
A veces los socialistas podían proteger la ortodoxia tratando a los habitantes del
campo como una clase obrera rural. Pero era difícil atraer así a los campesinos pequeños
y medianos con poca mano de obra asalariada. Kautsky reafirmó la ortodoxia: el apoyo
al campesinado solo servía para salvar una forma arcaica de agricultura que estaba
condenada a desaparecer con la expansión del capitalismo; la verdadera prioridad del
partido eran los peones agrícolas de las grandes propiedades. Aunque la política bávara
no experimento ningún cambio, la intervención de Kautsky acalló el debate nacional.
La anterior tradición revolucionaria en Rusia, el populismo, seguía una
estrategia de orden de los campesinos combinada con la insurrección incluida el terror
ejemplar contra el zar y altos cargos de gobierno. Contra estas perspectivas, los
primeros marxistas rusos hicieron hincapié en la necesidad de desarrollo del capital.
Este rechazo del campesinado reflejó la rigidez que se apoderó del marxismo después
de Marx.
Esta confianza en un modelo K uniforme estaba fuera de lugar: el propio
campesinado europeo tardo un siglo en desaparecer; la polarización de las clases no se
produjo; y los obreros industriales se convirtieron en una parte de la sociedad que era
cada vez menos en lugar de mayor. En 1917-1923, el campo pasó a ser una reserva
contrarrevolucionaria en Italia y Alemania, y una poderosa fuente de inercia contra el
bolchevismo en la URSS. El desarrollo desigual del K europeo, el destacado papel
económico del coactivo Estado ruso, la primacía del campesinado ruso como fuerza
revolucionaria y el potencial democrático de la organización comunal campesina: fue un
error tremendo no tener todo eso en cuenta al formar un movimiento socialista.
De nuevo Kautsky fue quien fijó los debates en torno a las posiciones
doctrinarias. Lo trágico es que donde más se le siguió fue en sociedades agrarias en las
que eran más necesarias las estrategias campesinas: Rusia imperial, Los Balcanes, El
Este de Europa, y El Mediterráneo.
La filoizquierda más fuerte contraria al socialismo después del decenio de 1860,
el anarquismo, condensaba los dilemas de la democracia con especial agudeza:
Los anarquistas condenaban la idealización marxista de la organización
centralizada, ya fuera en la economía o en el Estado. Rechazaban la atención que la
socialdemocracia prestaba al Parlamento y las elecciones. Rechazan la atención que la
socialdemocracia prestaba al Parlamento y las elecciones.
En su lugar, defendía valores democráticos que socialistas como Kautsky
tendían a olvidar: el control local, la participación directa, la comunidad a pequeña
escala y la cooperación federativa.
Sus conspiraciones revolucionarias prescindían de todo el proceso democrático.
Hasta 1890, los anarquistas rivalizaron con los socialistas en toda Europa.
Algunas creencias anarquistas eran homologas a las culturas socialistas que se
consolidaron después de 1870 – una ética de sociedad cooperativista, ideales de
perfeccionamiento humano, secularismo combativo, colectivismo básico – y durante
algún tiempo las dos continuaron siendo porosas. Se dividieron a causa de cuestiones
relativas al Estado, la estrategia organizativa y la naturaleza del cambio revolucionario.
Los anarquistas rechazaban la autoridad del Estado. Eran contrarios a los partidos y a
los sindicatos por considerarlos prefiguraciones burocráticas del poder coactivo y en su
lugar valoraban la dialéctica de la organización conspirativa y la espontaneidad popular;
insurrección violenta.
Al faltar el procedimiento púbico de los socialistas, los individuos exaltados no
tenían freno. El anarquismo quedo identificado para siempre con la desesperación
política de jóvenes apasionados pero desquiciados.
A pesar de sus afinidades con el anarquismo, el sindicalismo revolucionario en
los primeros años del siglo XX fue un fenómeno nuevo que se identificaba con un
aumento de la combatividad obrera en Francia.
En vez del proceso parlamentario, los sindicalistas revolucionarios celebraran la
acción directa del sabotaje y las huelgas; en lugar de burocracias centrales, exigían
iniciativa de las bases; contra las elecciones, propugnaban el valor revolucionario de la
huelga general.
El impulso saldría de las fábricas, de los sindicatos industriales en lugar de los
gremiales o faccionales, y por medio de la acción directa, que incluiría sabotaje y
huelgas no autorizadas. Esto era contrario a los rasgos principales de la
socialdemocracia: electoralismo y política parlamentaria, primacía del partido sobre los
sindicatos, organiza centralizada y socialización de la economía por medio del estado.
La energía principal acabó trasladándose al sindicalismo nacional de tipo
convencional. La agitación laboral de antes de 1914 introdujo categorías nuevas de
obreros semiespecializados en los sindicatos, como en el caso de la Unión Obrera
Británica, pero la huelga general revolucionaria, la panacea del sindicalismo
revolucionario, no llegó nunca.
Al final, el sindicalismo revolucionario organizado retrocedió ante la
radicalización más general de 1905-1914, que contribuyó a dinamizar. La retórica
sindicalista revolucionaria resonaba con temperamento revolucionaria de una nueva
izquierda marxista, inspirada por 1905, que discutía las ortodoxias kautskyanas de la II
Internacional en el resurgir extraparlamentario. Lo irónico del caso es que las ideas
sindicalistas revolucionarias reforzaron las agitaciones políticas socialistas a favor del
sufragio universal.
Las agitaciones revolucionarias apelaban a los deseos de autonomía y control en
el lugar de trabajo, lo cual alejaba la estrategia revolucionaria de la insistencia de
Kautsky en el Estado. Los sindicalistas revolucionarios albergaban la esperanza de que
los sindicatos pudieran convertirse en las “organizaciones fundamentales para la
producción y la distribución” después de la revolución, basando el socialismo “no en el
Estado centralizado opresivo, sino en los grupos funcionales y autónomos de
productores”. La huelga se convirtió en una panacea universal, el muy necesario
disolvente de la prudencia del partido y la burocracia del sindicato, que estaban
debilitando la conciencia de clase espontánea del proletariado. Así, el sindicalismo
revolucionario volvió a conectar con los ideales anarquistas de 1870. Pero también fue
un anticipo de los comunismos de los consejos de 1917-1923.
Feministas, socialistas y la emancipación de la mujer En teoría, los socialistas
eran defensores de la igualdad sexual. Las mujeres estaban doblemente oprimidas:
Por la dependencia económica y social respecto al hombre
Por la explotación capitalista.
La emancipación jurídica y política no podía ser suficiente. Las mujeres solo
serían liberadas de verdad por el socialismo, gracias a la independencia económica que
significaba trabajar fuera de casa.
Los socialistas compaginaban los derechos políticos con exigencias más amplias
de índole socioeconómica, entre ellas el cuidado socializado de los hijos de madres
trabajadoras, la igualdad de salario, la igualdad de educación, unidades domesticas
igualitarias, reforma de las leyes sobre el aborto, y los medios anticonceptivos. Pero la
cuestión social ocupaba el primer lugar.
La práctica socialista era más ambigua. Muchos socialistas veían a las mujeres
como una “fuerza atrasada” a favor del conservadurismo.
El feminismo del movimiento obrero previo a 1914 tenía límites claros: las
obreras no eran prioridad para los sindicatos.
El abismo entre la retórica socialista y la práctica sindical resultaba
especialmente penoso en la única industria en la que las mujeres siempre tuvieron
fuerza: la textil. Pero la militancia femenina provocaba quejas de los líderes sindicales:
huelgas no autorizadas interrumpían la toma de decisiones de arriba abajo, y la
participación de mujeres en la huelga sobrepasaba su disposición a afiliarse al sindicato.
La burocracia masculina del sindicato negaba a las mujeres puestos oficiales, se resistía
a la igualdad salarial y hacía caso omiso de la carga extra para las mujeres
representaban las obligaciones familiares, las reglas discriminatorias en el lugar de
trabajo y el acoso sexual.
Este antifeminismo negaba legitimidad al trabajo de las mujeres. Aunque las
mujeres socialistas se unían con frecuencia a otras feministas para oponerse a las leyes
protectoras basadas en el sexo, los partidos socialistas adoptaron la actitud paternalista.
La protección de las trabajadoras llevaba aparejadas reformas auténticas, especialmente
cuando se integraba con objetivo como la jornada de 8 hs, y la igualdad salarial. Sin
embargo, los socialistas daban a entender otra cosa: que las mujeres no debían trabajar.
Su lugar estaba en la casa.
El movimiento feminista del SPD comienza y se expande entre 1904 y 1905,
bajo bandera de precios de los alimentos, el bienestar familiar y coste de la vida. El SPD
convirtió la “familia socialdemócrata” en su ideal, en el sostén de la respetabilidad
obrera.
La mujer socialista ideal se convirtió en la arquitecta de un hogar socialista que
criaba niños socialistas y proporcionaba socorro a un esposo socialista.
Este programa se tradujo en política pública. Pero, a pesar del desarrollo de
políticas de lucha, la emancipación de la mujer quedo subsumida en los programas de
bienestar basados en la familia.
El empeño socialista en eludir la cuestión de la mujer fue especialmente grave en
el asunto central: el sufragio. Donde los obreros tenían derecho a votar, los partidos
socialistas no daban prioridad al sufragio femenino. Allí donde partidos socialistas de
masas monopolizaban los argumentos a favor de la democracia, el abismo entre ellos y
las defensoras de los derechos femeninos se ensanchó, estigmatizando el “feminismo”
como exigencia interesada de la clase media. Dada la cultura machista de los
movimientos obreros y su ideología centrada en la familia, el espacio para el feminismo
democrático en los partidos socialistas era pequeño.
En 1914, las campañas a favor de los derechos de las mujeres se bifurcaron entre
los partidos socialistas, que daban preeminencia a los objetivos de política de clase y
sindicalismo masculino, y los movimientos de mujeres “burguesas”, que se agrupaban
alrededor de la emancipación individual o igualdad con los hombres de clase media.
Las feministas no socialistas también aspiraban a la organización internacional,
de la efímera Asociación Internacional de Mujeres de Goegg. Sin embargo, la mayoría
de los grupos femeninos, desde las socialistas a las sufragistas, secundaron las
solidaridades nacionalistas de la PGM; y su creencia en la misión cultural de la mujer
hizo que asumieran las ideologías nacionalistas y etnocentricas, que imperaban a la
sazón.
Conclusión Al igual que los anarquistas, los sindicalistas revolucionarios y los
radicales agrarios, las feministas de antes de 1914 señalaron posibilidades democráticas
más allá de los límites del socialismo parlamentario. Estos retos no salieron solo del
sufragio organizado, ni de las campañas a favor de los derechos de la mujer ni de las
activistas capacitadas por los propios partidos de la II Internacional, sino también de las
vidas ejemplares de las pioneras, que la PGM aplacaría. El sufragio femenino no se
lograría por medio del socialismo, sino por la democratización.
El sindicalismo revolucionario de la preguerra se reprodujo y la combatividad
sobrepasó los marcos sindicales existentes. Los movimientos de base se fijaron como
objetivo el lugar de trabajo en vez de acuerdos o leyes nacionales, y exigieron consejos
de fábrica y control obrero. Estos movimientos fracasaron, pero cambiaron el equilibrio
del poder industrial en los corporativismos nacientes que los movimientos obreros
esperaban controlar.
Los radicalismos no socialistas de antes de 1914 siguieron siendo una serie de
estímulos y reproches de los que durante los decenios siguientes la izquierda solo se
ocupó parcialmente, suponiendo que se ocupara de ellos de algún modo.
El poder y la burguesía
Lo que los imperialistas realmente deseaban era la expansión del poder político
sin la fundación del cuerpo político.
Los pioneros de este desarrollo preimperialistas fueron aquellos financieros
judíos que habían ganado su riqueza fuera del sistema K y a los que las N- E en
crecimiento habían necesitado para la obtención de empréstitos con garantía
internacional.
Tan pronto como se hizo patente que la exportación de dinero tendría que ser
seguida por la exportación de poder gubernamental, la posición de los financieros en
general y la de los financieros judíos en particular, resultó considerablemente debilitada
y la dirección de las transacciones y de las empresas comerciales imperialistas pasó
gradualmente a manos de la burguesía nativa.
El E extendió su poder porque, teniendo que elegir entre pérdidas mayores que
las que cualquier cuerpo económico de cualquier país podía soportar y mayores
ganancias que las que cualquier pueblo abandonado a sus propios medios se hubiera
atrevido a soñar, solo podía escoger el último camino.
La primera consecuencia de la exportación de poder fue el hecho de que los
instrumentos de la violencia del E, la policía y el ejército, que en el marco de la N
existían junto a otras instituciones eran controladas por éstas, quedaron separados de
este cuerpo y promovidos a la posición de representantes nacionales en países
incivilizados o débiles.
Las inversiones exteriores, la exportación de K, que había comenzado como una
medida de emergencia se tornó característica permanente de todos los sistemas
económicos tan pronto como fueron protegidas por la exportación de poder. El concepto
imperialista de la expansión, según el cual la expansión es un fin en sí mismo y no un
medio temporal, hizo su aparición en el pensamiento político cuando resultó obvio que
una de las más importantes funciones permanentes de la N- E sería la expansión del
poder. Los administradores de la violencia empleados por el E pronto tomaron una
nueva clase dentro de las naciones y, aunque su campo de actividad se hallaba muy
alejado de la madre Patria, disfrutaron de una considerable influencia en el cuerpo
político de ésta. Cómo no eran más que funcionaron de la violencia solo podían pensar
en términos de política de poder. Fueron los primeros que, como clase y anclados en su
experiencia cotidiana, afirmaron que el poder es la esencia de cada estructura política.
La violencia fue siempre la última ratio de la acción política y el poder ha sido
siempre la expresión visible de la dominación y del gobierno. Porque el poder entregado
a si mismo solo puede lograr más poder y la violencia administrada en beneficio del
poder (y no de la ley) se convierte en un principio destructivo que no se detendrá hasta
que no quede nada que violar.
El concepto de expansión ilimitada, que solo puede colmar la esperanza de
ilimitada acumulación del K y que produce la acumulación del poder sin otros fines hizo
casi imposible la fundación de nuevos cuerpos políticos, tal como hasta la era del
imperialismo había sido siempre resultado de la conquista.
El poder se convierte en la esencia de la acción política y en el centro del
pensamiento político cuando es separado de la comunidad política a la que debería
servir. La burguesía durante largo tiempo excluida del Gobierno por la N- E y por su
propia falta de interés por los asuntos públicos, fue políticamente emancipada por el
imperialismo.
El imperialismo debe ser considerado como primera fase de la dominación
política de la burguesía más que como última fase del K.
Cuando, en la era del imperialismo, los hombres de negocios se convirtieron en
políticos y fueron aclamados como hombres de E, mientras que a los hombres de E solo
se les tomaba en serio si hablaban el lenguaje de los empresarios con éxito y si pensaban
en continentes, estas prácticas y estos medios particulares fueron transformados
gradualmente en normas y principios para la gestión de los asuntos públicos.
Según Hobbes el poder es el control acumulado que permite al individuo fijar
precios y regular la oferta y demanda en tal forma que contribuyan a su propia ventaja.
El individuo considerará su ventaja en completo aislamiento, desde el punto de vista de
una minoría absoluta. Por eso, si el hombre es impulsado por sus intereses individuales,
el deseo de poder debe ser su pasión fundamental.
Hobbes señala también que en la lucha por el poder todos los hombres son
iguales, porque la igualdad de los hombres está basada en el hecho de que cada uno
tiene por naturaleza poder suficiente para matar a otro. La razón del E es la necesidad de
obtener alguna seguridad para el individuo, que se siente amenazado por todos sus
semejantes.
La Comunidad está basada en la delegación de poder y no en la de derechos.
Adquiere monopolio del homicidio y proporciona a cambio una garantía condicional
contra el ser víctima de un homicidio. Respecto de la ley de E (el poder acumulado de la
sociedad y monopolizado por el E) no cabe la absoluta obediencia, el ciego
conformismo de la sociedad burguesa.
Privado de todos los derechos políticos el individuo a quien la vida pública y
oficial se presenta con una apariencia de necesidad, adquiere un nuevo y crecido interés
en su vida privada y en su destino personal.
Según las normas burguesas, aquellos que son completamente desafortunados y
los que quedan derrotados son automáticamente eliminados de la competición, que es la
vida de la sociedad. La buena fortuna es identificada con el honor y la mala suerte con
la ignominia. Atribuyendo sus derechos políticos al E, el individuo también delega en
éste sus responsabilidades sociales: pide al E que le libre de la carga de cuidar de los
pobres precisamente cuando él solicita protección contra los delincuentes.
Como el poder es esencialmente solo un medio para un fin, una comunidad
basada en el poder debe de caer en la tranquilidad del orden y la estabilidad; su
completa seguridad revela que está construida sobre arena.
El proceso ilimitado de acumulación de K necesita la estructura política de un
“poder tan ilimitado” que pueda proteger a la propiedad creciente, tornándose cada vez
más poderoso. Este proceso de inacabable acumulación de poder necesario para la
protección de una inacabable acumulación de K determinó la ideología progresista de
finales del S XIX y anticipó la aparición del imperialismo. Lo que hizo al progreso
irresistible no fue la ingenua ilusión de un ilimitado crecimiento de la propiedad sino el
advertir que la acumulación de poder era la única garantía para la estabilidad de las
llamadas leyes económicas. La noción de progreso del S XVIII, tal como fue concebida
en la Francia prerrevolucionaria, consideraba que del pasado era un medio de dominar
el presente y controlar el futuro; el progreso culminaba con la emancipación del
hombre.
En la época imperialista una filosofía del poder se convirtió en la filosofía de la
elite, que rápidamente descubrió y estaba dispuesta a reconocer que la sed del poder
solo podía apagarse mediante la destrucción (esta fue la causa esencial de su nihilismo
que sustituyó la superstición del progreso con la superstición igualmente vulgar de la
rutina).
La propiedad por sí misma, sin embargo, está sujeta al uso y al consumo y por
eso disminuye constantemente. La forma más radical de posesión y la única segura es la
destrucción, porque solo lo que hemos destruido es segura y perpetuamente nuestro. La
finitud de la vida personal es un reto tan serio a la propiedad en calidad de base de la
sociedad como los límites del globo son un reto a la expansión en calidad de base del
cuerpo político.
La vida pública adopta el engañoso aspecto de un total de intereses privados
como si estos intereses pudieran crear una nueva calidad mediante su simple adición;
todos los llamados conceptos liberales de la política tienen esto en común. Los
conceptos liberales son solo un compromiso temporal entre las antiguas normas de la
cultura occidental y la fe de la nueva clase en la propiedad como principio dinámico
autopropulsor. Las antiguas normas ceden en el grado en el que la riqueza
automáticamente creciente sustituye a la acción política.
Hobbes fue el verdadero filósofo de la burguesía, aunque no llegara a ser nunca
completamente reconocido como tal, porque comprendió que la adquisición de riqueza
concebida como un proceso inacabable solo puede ser garantizada por la consecución
del poder político, porque el proceso acumulante más pronto o después debe forzar
todos los límites del poder político.
2
El ENOS es un fenómeno oceánico-atmosférico que consiste en la interacción de las aguas superficiales
del océano Pacífico tropical con la atmósfera circundante y con la atmósfera global. Por otro lado, el
ENOS está relacionado con trastornos climáticos en muchas partes del mundo, así como con alteraciones
significativas en diversos tipos de ecosistemas tanto terrestres como marinos.
El ENOS consta, entre otros, de dos fenómenos oceánicos principales: el calentamiento atípico de las
aguas tropicales del océano Pacífico conocido popularmente como fenómeno de El Niño y, por otro lado,
el enfriamiento atípico de las mismas aguas, fenómeno conocido como La Niña.
El ENOS tiene, además de la componente oceánica (El Niño, La Niña), una componente atmosférica,
medida cuantitativamente por el Índice de Oscilación del Sur (IOS), el cual es un reflejo del cambio
relativo entre la presión atmosférica a nivel del mar entre los sectores occidental (alrededores de Darwin,
Australia) y central-oriental del océano Pacífico (alrededores de la isla Tahití).
Mientras la dinastía Quing estaba cumpliendo su contrato social con los
campesinos, los europeos contemporáneos morían de hambres y enfermedades entre
1740 y 1743. La capacidad del Estado chino durante el siglo XVIII es impresionante.
Los elementos culminantes de la Época Dorada de la seguridad alimenticia fueron la
vigilancia del precio de los cereales y los métodos de abastecimiento organizados por el
mismo Emperador.
En contraste con los estereotipos occidentales posteriores de un Estado chino
pasivo, el gobierno, durante el apogeo de la dinastía Qing, estaba involucrado en la
prevención de la hambruna a través de un amplio programa de inversiones para mejorar
la agricultura, la irrigación y el transporte fluvial.
El campesinado del norte de China, durante el apogeo de la dinastía Qing, era
más autosuficiente con respecto a la nutrición y menos vulnerable a la ansiedad causada
por el clima de lo que sus descendientes lo serían un siglo después.
Es improbable q una sequía como esa se hubiese transformado en un verdadero
holocausto q consumiere a la mayoría de la población, como sí sucedió a fines del XIX.
Mientras en 1876, el Estado chino (debilitado y desmoralizado después del fracaso de
las reformas domesticas de la restauración de la dinastía Tongzhi) se vio reducido a
repartir, desorganizadamente, dieron como medida de socorro, una cantidad monetaria q
fue aumentada por las donaciones privadas y la humilde caridad internacional.
Las leyes de cuero y las otras leyes de hierro
¿Qué decir de la hambruna de la India antes a la colonización británica? De
nuevo, no hay ninguna prueba q conforme que la India había experimentado crisis de
subsistencia en la misma escala q la catástrofe de Bengala en 1770 bajo el dominio de
las Indias Orientales, o el largo asedio de enfermedades y hambre entre 1875 y 1920.
La india de la dinastía Mogol, q tal vez se benefició de un ciclo del ENOS más
moderado, en general no padeció hambrunas hasta 1770.
Al igual que sus coetáneos chinos, los gobernantes mogoles basaban su gobierno
en un cuarteto de alimentos, regulación de precios para evitar la especulación,
condiciones impositivas y distribución gratuita de alimentos sin pedir a cambio trabajos
forzados.
En contraste con el dogmatismo y la rigidez de las colonias británicas cuyo
propósito era maximizar las rentas de la tierra, tanto los mogoles como los marathas
diseñaron su dominio de modo flexible para poder tener en cuenta las relaciones
ecológicas clave y las fluctuaciones climáticas impredecibles q suceden en las regiones
del subcontinente indio más propensas a padecer sequias.
India y China no entraron en el periodo histórico contemporáneo como las
desvalidas “tierras de hambrunas” q la imaginación occidental recrea. La intensidad del
ciclo del ENOS a fines del s XIX, probablemente igualdad en 3 o 4 ocasiones en el
último mileno, determina en gran medida cualquier explicación de las catástrofes de la
década de 1870 y 1890. Igual peso causal debe caer en el aumento de la vulnerabilidad
social a la variabilidad climática q se hizo evidente en el sur de Asia, norte de China y
nordeste de Brasil y sureste de África a fines del periodo victoriano. Las hambrunas son
crisis sociales q encarnan el fracaso de determinados sistemas políticos y económicos.
Perspectivas sobre la vulnerabilidad
Estereotipos orientalistas: q la pobreza inmutable y la superpoblación son los
prerrequisitos naturales de las grandes hambrunas del siglo XIX. Hay pruebas de q los
campesinos y jornaleros agrícolas, después de 1850, a medida q sus economías locales
eran violentamente incorporadas al mercado mundial, se vieron en una posición más
vulnerable a los desastres naturales. Lo q los administradores coloniales, misioneros y
las elites criollas, como en Brasil, percibieron como la permanencia de los ciclos de
atraso inmemoriales eran, en cambio, estructuras imperialistas formales o informales
modernas.
Desde la perspectiva de la ecológica política, la vulnerabilidad de los
agricultores tropicales, causada por los fenómenos climáticos externos posteriores a
1870, fue acrecentada por una reestructuración simultánea q convirtió a los vínculos
familiares y aldeanos en sistemas de producción regional y en productos para el
mercado mundial y el Estado colonial (o dependiente).
Tres cuestiones referentes a la articulación con estructuras socio-económicas
mayores, eran especialmente decisivas para la subsistencia rural en el “proto-Tercer
Mundo” de la era victoriana tardía:
1) La incorporación forzosa de la producción minifundista a los circuitos
productivos y financieros controlados desde el extranjero tendía a socavar la seguridad
alimenticia tradicional.
2) La integración de millones de cultivadores tropicales en el mercado mundial a
finales del siglo XIX vino acompañada por un deterioro de las condiciones del
comercio.
3) El imperialismo victoriano formal e informal, respaldado por el autoritarismo
supranacional del patrón oro, confiscó la autonomía fiscal local y limitó las respuestas
desarrollistas a escala nacional q podrían haber reducido la vulnerabilidad de la
población frente a la inestabilidad climática.
Antes de considerar los estudios de caso del empobrecimiento rural en las
regiones clave devastadas por los fenómenos El Niño en 1870-1890, o antes de observar
la relación entre el imperialismo, la capacidad estatal y la crisis ecológica a escala
aldeana, es necesario discutir cómo las posiciones estructurales de India y China (tercer
mundo del futuro) en la economía mundial cambiaron en el curso del s XIX. La
comprensión de cómo la humanidad tropical perdió tanto terreno económico a favor de
los europeos occidentales después de 1850 sirve para explicar por qué el hambre pudo
cosechar tales hecatombes humanas durante los años El Niño.
La derrota de Asia
Debido a q la productividad de la tierra era mayor en el sur de la India, los
tejedores y otros artesanos disfrutaban de un régimen alimenticio mejor q el del europeo
medio. Y todavía más importante es q los índices de desempleo tendían a ser menores
porque poseían derechos de contratación superiores y tenían más poder económico.
(El PBI de china en 1700 era de 23,1%, y en 1952 de 5,2) Durante el siglo XVIII
los chinos disfrutaron de un estándar de consumo mayor q el de los europeos. El
estereotipo habitual es q durante el siglo XIX Asia se quedó quieta mientras q la
Revolución Industrial empujaba a Europa occidental.
¿Por qué Asia se quedó quieta? Porque estaba sobrecargada por las cadenas de la
tradición y la demografía malthusiana, es la respuesta común. La respuesta pertinente no
es tanto por qué la Revolución Industrial ocurrió primero en Inglaterra, Escocia y
Bélgica, sino por qué otras regiones del mundo económicamente avanzadas en el s
XVIII fracasaron a la hora de adaptar sus manufacturas artesanales a las nuevas
condiciones de producción y competición del s XIX. Los telares de China no fueron
derrotados por la competición del mercado, sino q fueron desmantelados a la fuerza por
las guerras, las invasiones, el opio y el sistema de aranceles en una sola dirección
impuesto por Lancashire.
Es indiscutible q, desde 1780 o 1800, cada intento serio de una sociedad no
occidental de introducirse en el carril de la vía rápida del desarrollo o de regular las
condiciones de su comercio recibía una respuesta militar y económica de Londres o de
otra capital imperial competidora.
La rebelión Taiping (cuyos objetivos eran más revolucionarios q la Revolución
Meiji) fue un intento de revisar el veredicto y fue derrotado gracias a los recursos y a los
mercenarios proporcionados por parte de GB a la asediada dinastía Qing. Esto no es lo
mismo q decir q la Revolución Industrial dependía necesariamente de las conquistas
coloniales o de la subyugación económica de Asia. Al contrario, el tráfico de esclavos y
las plantaciones del Nuevo Mundo eran fuentes más estratégicas de capital líquido y de
recursos naturales. Paradójicamente, el “momento” más importante de Asia monzónica
en la economía mundial victoriana no fue a principios de década, sino a fines.
La economía mundial de la era victoriana tardía
En GB, durante el periodo prolongado de patrón de crecimiento “stop and go”,
entre 1873 y 1896, el índice de formación de K y el crecimiento, tanto de la
productividad de la mano de obra como del K, empezaron a decaer. GB se mantuvo
ligada a productos y tecnos anticuadas, mientras que Alemania y EEUU hacia industrias
químicas, eléctricas y petroleras.
Los hambrientos campesinos indio y chino fueron incorporados al sistema como
salvadores inverosímiles. El enorme superávit en la balanza de pagos india se convirtió
en el elemento central q permitió la reproducción amplificada de los procesos de
acumulación de K a escala mundial por parte del Reino Unido.
GB ganaba anualmente un enorme superávit en sus transacciones con India y
China, q le permitían sostener déficits igualmente grandes en sus transacciones con
EEUU, Alemania y los demás dominios poblados por los blancos.
La India fue el mercado cautivo más grande en la historia mundial. En el cuarto
de siglo posterior a 1870, saltó de la tercera a la primera posición en la lista de
consumidores de las exportaciones británicas
¿Cómo, en los tiempos de hambre, pudo el subcontinente indio permitirse
subsidiar la supremacía comercial, repentinamente precaria, de su conquistador? No
pudo: India fue obligada a incorporarse en el mercado mundial a marchas forzadas por
las políticas hacendísticas e hidráulica q obligaron a los campesinos a producir para el
consumo en el extranjero al precio de su propia seguridad alimenticia.
Entre 1890 y 1900, el comercio permanente y los desequilibrios contables q el
subcontinente indio mantuvo con GB fueron financiados con los excedentes comerciales
del opio, arroz e hilo de algodón q éste mantenía con el resto de Asia.
Este comercio triangular entre India, China y GB tenía una importancia
económica estratégica en el sistema mundial victoriano q trascendía otros flujos
comerciales de mayores dimensiones. Al agrandar por la fuerza la demanda china de
narcóticos y los impuestos q se recaudaban de su exportación, las dos Guerras del Opio
(1839-1842 y 1856-1858) y el punitivo Tratado de Tianjin (1858) revolucionaron la
base impositiva de la India británica.
La cadena funcionaba así: el Reino Unido pagaba el algodón de EEUU con
billetes del Banco de Inglaterra. Los yanquis llevaban algunos de esos billetes a Cantón,
y los intercambiaban por té. Los chinos cambiaban los billetes por opio indio. Una parte
de los billetes se reenviaba a Inglaterra en concepto de beneficios; otra parte se
destinaba a la compra de más productos en la India, a nutrir las remesas monterías de las
fortunas privadas en la India y los fondos para mantener el funcionamiento del
Gobierno de la india en la metrópoli.
Después de 1880, cuando los chinos recurrieron al cultivo domestico de opio
para reducir el déficit comercial, la India británica encontró un nuevo negocio lucrativo
en la exportación del hilo de algodón hilado a máquina.
El mito de “maltusia”
Los déficit comerciales impuestos a la fuerza; los impulsos a las exportación q
disminuían la seguridad alimenticia; la imposición excesiva y el K mercante
depredador; el control extranjero de los ingresos clave y del desarrollo de los recursos;
las guerras imperiales y civiles crónicas; el patrón oro q vació los bolsillos de los
campesinos asiáticos eran algunas de las modalidades clave usadas en la economía
mundial de fines de la era victoriana para transferir la carga del “ajusto estructural” de
Europa y Norteamérica a los agricultores de las recientemente acuñadas nuevas
“periferias”.
Según Malthus, la causa subyacente de las hambrunas en la India victoriana no
era el “drenaje de riqueza” sino “la gran cantidad de población q seguía viviendo en
regímenes de subsistencia, en tierras marginales regadas q no podía sembrar cultivos
comerciales lucrativos.
Aunque la población creció rápidamente en 1850 y 1860, en parte por
consecuencia del auge del algodón, el ímpetu demográfico se frenó con la catástrofe de
1876.
Rechazar el determinismo demográfico no significa q el crecimiento demo no
haya jugado ningún papel en la crisis de China durante el s XIX. Al contrario, está claro
q el éxito mismo de la intensificación agrícola durante la Época Dorada alentó, en
muchas regiones, una subdivisión excesiva de la tierra y promovió q se ocupasen con
desastrosas consecuencias ecológicas las zonas montañosas y pantanosas q previamente
no habían sido cultivadas. La relación entre la población local y los recursos deberá
figurar en los estudios sobre las crisis de subsistencia y la vulnerabilidad frente a los
desastres naturales en el norte de China.
El déficit de la irrigación
A principios del XIX, Europa se enfrentaba a presiones demográficas y
ecológicas incluso más graves, pero fue capaz de solucionarlas con la ayuda de los
recursos naturales del Nuevo Mundo, de la emigración en masa a las colonias, y con la
industrialización urbana. Lo relevante no es tanto la presión demográfica per se, sino
por qué Europa occidental pudo escapar de la incipiente trampa del equilibrio en un
nivel alto mientras que China no pudo.
Además de lo ya mencionado, hay otra variable: el abastecimiento de agua. El
siglo XIX se caracterizó por el casi total colapso de las mejoras hidráulicas.
El déficit hidráulico reforzó la ilusión maltusiana de una “involución” sin
remedio en China y en otras partes. Bien fuera como efecto de la presión demográfica o
del desplazamiento causado por los cultivos de exportación, en los tres países
campesinos, frecuentemente menos productivos, altamente vulnerables a los ciclos del
ENOS, sin q hubiese mejoras paralelas en los sistemas de riego, drenaje o deforestación
para asegurar la sostenibilidad.
La pobreza ecológica, la pobreza de la unidad familiar y la incapacitación del
Estado, constituyeron un triángulo causal q explica tanto el surgimiento del “tercer
mundo” como su vulnerabilidad a los fenómenos climáticos externos.
HALLIDAY, Fred. Las relaciones internacionales en un mundo en
transformación. Madrid, Catarata, 2002.
“La sexta gran potencia: las revoluciones y el sistema internacional”
Un caso mutuo de interés
La relación q la disciplina de las relaciones internacionales ha mantenido desde
hace mucho tiempo, con la revolución ha sido una relación incómoda. Suele citarse el
comentario de Arendt de que el siglo XX fue moldeado por las guerras y las
revoluciones, pero resulta llamativo como estos dos procesos históricamente formativos
reciben un tratamiento diferenciado. El estudio de la guerra es fundamental para el
estudio académico de las relaciones internacionales. Las revoluciones en cambio, han
tenido una existencia marginal.
Las propias relaciones internacionales empezaron como un estudio de la guerra y
de las causas de la guerra y siguen estando centradas en la creencia de que la guerra
entre los E debe concebirse como una agresión decidida racionalmente y no como la
internacionalización del conflicto social. El desarrollo subsiguiente de las relaciones
internacionales (y de las disciplinas que la estudian) ha confirmado esta situación.
Otros factores tienen que ver con el ambiente de las Cs. Sociales en general, en
especial el estudio de la revolución no encuentra acomodo en ningún lado. En estas
disciplinas se ha tendido a estudiarlas haciendo pocas referencias a las dimensiones
internacionales del fenómeno.
Las obras sociológicas trataron a las revoluciones como si hubieran tenido lugar
dentro de unas entidades nacional- políticas discretas. La otra gran contribución reciente
al estudio comparativo y teórico de las revoluciones fue la obra de Goldstone.
Dentro de los enfoques teóricos de las relaciones internacionales el realismo si
trata de las revoluciones, pero en general hace referencia a ellas no como objetos de
estudio en sí mismos sino para demostrar las presiones de la conformidad, de la
socialización impuesta por las constricciones del sistema hasta la más desviacionista o
revisionista de los E:
La reflexión más completa sobre las revoluciones desde una perspectiva realista
es la obra de Armstrong. Se trata, en el mejor de los casos, de un ajuste parcial: por un
lado evita la cuestión de que hay en la constitución interna de los E que pueda
considerarse como constituyente de la norma, por otro lado, no presta atención al
funcionamiento de la sociedad internacional en el sentido general, q va más allá de las
acciones de los gobiernos.
Otras tendencias de las relaciones internacionales de los años setenta y ochenta
dejan también poco espacio a la acción revolucionaria. Se olvida el papel que tuvo la
guerra de Vietnam en la toma de conciencia sobre la interdependencia. Los estudios
estratégicos del periodo de la guerra fría consideraron la carrera de armamentos Este-
Oeste haciendo la más completa abstracción de las configuraciones socioeconómicas en
dicho conflicto. Se prestó muy poca atención a los conflictos sociales y políticos del 3er
mundo, y menos aún a la guerra de guerrillas
Hay no obstante tres aspectos en el que este mutuo desinterés no ha sido
absoluto y en el que pueden identificarse elementos de interacción entre las relaciones
internacionales y las revoluciones. Antes que nada, tenemos el conjunto de obras de
relaciones internacionales centradas en las cuestiones analíticas y comparativas puestas
de manifiesto por las revoluciones.
En segundo lugar, las revoluciones han estado presentes en las relaciones
internacionales de una forma solapada, irrelevante.
En tercer lugar, hay algunas obras en ciencias sociales afines que resultan
accesibles y relevantes para construir un debate sobre las revoluciones dentro de las
relaciones internacionales.
El examen del lugar que ocupan las revoluciones en las relaciones
internacionales parece comprender tres grandes áreas de indagación: la primera es la
histórica; la segunda es descriptiva, se trata del examen de las dimensiones
internacionales de las propias revoluciones; la tercera y principal área de indagación
tiene que ver con la teoría, es decir que cuestiones teóricas plantea el estudio de las
revoluciones a las relaciones internacionales. Así, este aspecto involucra un doble
proceso y que debería considerar no solo la cuestión de cómo afectan las revoluciones a
las relaciones internacionales sino en qué medida una consideración apropiada del
contexto internacional puede suponer un cuestionamiento a las explicaciones
sociológicas o políticas establecidas en la revolución.
Las revoluciones y sus consecuencias
El uso de los conceptos que se hace en las relaciones internacionales depende, en
un grado que la disciplina no reconoce, de unas definiciones importadas de otras áreas.
Si esto ocurre con conceptos tales como E, poder y sistema, la revolución no es una
excepción.
La primera de las contribuciones es la de Skocpol en Estados y Revoluciones
sociales, en donde sobre la base del grado de transformación de la sociedad y de
destrucción del antiguo E que las revoluciones suponen se las identifica con una
categoría diferenciada del acontecimiento: las revoluciones son transformaciones
rápidas y básicas del E y de la estructura de clases de una sociedad y son llevadas a
cabo por revueltas de clases inferiores. Skocpol se centró en la relación de las
revoluciones con los E: las revoluciones intentaban a la vez derribar E existentes y
consolidar E nuevos, al hacerlo puso de relieve la medida de la competencia interestatal.
La segunda fue la de Barrington-Moore en Los orígenes sociales de la dictadura
y la democracia, en donde desarrollo dos argumentos que contradicen profundamente
las ideas de gran parte del pensamiento convencional sobre la revolución. Contra la idea
predominante de que GB y EEUU habían seguido una senda pacífica y no
revolucionaria señala que si tuvo capítulos revolucionarios. En resumen, propone que
tanto la vía revolucionaria como la no suponen costes humanos.
El tercer elemento es la obra de Griwank titulada El concepto moderno de
revolución, origen y desarrollo. Trató así de discernir con mayor claridad los elementos
constitutivos de ese uso moderno: que las revoluciones involucraban no solo un cambio
político o constitucional sino también la partición de las masas en el proceso; que el
objetivo principal de las revoluciones era el control del E y por consiguiente el concepto
de revolución no pudo desarrollarse antes del surgimiento del E moderno
Las cuestiones de la definición y el papel histórico desempeñado por las
revoluciones son fundamentales, evidentemente en toda discusión sobre la agitación
política en el contexto internacional. La mayor parte de la literatura de las relaciones
internacionales asume también que las revoluciones son momentos de ruptura y no de
transición, y que estos momentos se distinguen por la violencia, contrariamente a unos
regímenes represivos pero estables, que no son violentos.
Cada uno de los trabajos usa un concepto diferente de revolución, por lo que
existen tres paradigmas.
Los realistas suelen considerar a las revoluciones en relación a los cambiantes
estilos de la política exterior y de las prioridades de los E, entendiéndolas como un
factor revisionista, insatisfecho o desequilibrante. Las revoluciones suponen una ruptura
en un mundo que sin ellas sería ordenado. En sí mismas no requieren ni explicación ni
contextualización histórica.
Para los behavoristas, las revoluciones forman parte del espectro de la violencia
y como los virus pueden difundir la transnacionalidad, pero esta violencia se concibe en
términos psicológicos, abstraídos de las causas sociales o del contexto internacional, y
otra vez, contrasta implícitamente con una supuesta alternativa no violenta debido a su
estabilidad.
El materialismo histórico presente en las relaciones internacionales en su
variante estructuralista domesticada, presta mucha mayor atención a las revoluciones y
las considera precisamente como configuradoras del papel formativo y transicional
identificado por Skocpol y Barrington Moore y como responsables de un cambio social
y político sustancial. Así consideran a las revoluciones bajo una luz positiva y también
empiezan considerando los factores internacionales, definidos por el K y el
imperialismo.
Sin embargo, el materialismo histórico está tan centrado en la dimensión
internacional de las revoluciones que tiene dificultades para explicar por qué las
revoluciones parecen estar confinadas a unos E específicos y presentan unas
características tan específicamente nacionales y nacionalistas. Además, poseen una
concepción de revolución que se inserta en la concepción de la historia que avanza hacia
una meta histórica determinada, es decir es teleológica.
La formación del sistema internacional
Según Wight durante gran parte de la historia del sistema internacional, las
relaciones entre los E no han estado determinadas por factores “normales”, sino por
factores anormales, revolucionarios.
La importancia de la revolución en el S XX fue inmensa. La revolución
bolchevique del 17 estableció una fractura fundamental de las relaciones
internacionales. La cuestión de en qué medida fue el antagonismo a la revolución
bolchevique y el temor a su impacto en Europa central lo que le dio el impulso al
surgimiento del nazismo es una cuestión abierta.
La división ya constituida entre E K y comunistas, fue agravada por el torrente
de las revoluciones en el tercer mundo cuya propia enumeración coincide con las de las
principales crisis de postguerra.
Por otra parte, la guerra fría fue un conflicto intersistémico. Entre 1945 y 1989
fueron sobre todo los conflictos en el tercer mundo los que alimentaron las tensiones
internacionales. Un indicador de ello es que fuera la política a seguir en relación a las
revoluciones del tercer mundo lo que llevó a los presidentes de los EEUU a dar sus
nombres a sus respectivas “doctrinas”. De la misma manera, los desafíos del tercer
mundo fueron los principales retos a los que se enfrentaron los presidentes de los EEUU
como bien entendieron Truman, Johnson y especialmente Garter. En las cuatro décadas
que transcurrieron hasta fines de los años ochenta, la revolución proporcionó el
fundamento histórico del sistema bipolar, alimentado por la carrera de armamentos
nucleares, proporcionando caso tras caso de competición entre las grandes potencias y
amenazando la estabilidad política interna de las principales potencias.
El conflicto intersistémico de la guerra fría fue seguido por los episodios de
agitación política de Europa oriental de 1989 que asestaron un golpe mortal al mundo
bipolar existente desde el 45. En cierto sentido estas revoluciones tenían poca violencia
y fueron llevadas a cabo no en nombre de alguna alternativa heterogénea sino para
alinear a estos países a las normas occidentales predominantes.
Tal como se argumentará más adelante, estas revoluciones fueron revoluciones
en varios sentidos. Su importancia para la política internacional es indudable. Fueron
también estas revoluciones las que pusieron en marcha una serie de conflictos, dentro y
entre los E. estos conflictos llevaron al borde de la guerra a E que se disputaban
territorios y en algunos casos condujeron a la guerra.
Modelos históricos
Las revoluciones son acontecimientos internacionales por sus causas y efectos y,
con la excepción parcial de las revoluciones del 89, presentan un grado llamativo de
uniformidad. En el caso de las revoluciones, hay al menos cuatro áreas en las que esas
generalizaciones pueden examinarse: las cusas, la política exterior, las respuestas y la
posterior adaptación.
Como ya se ha observado, las revoluciones tienen lugar cuando se cumplen dos
condiciones generales: que los dominados se rebelen y que los gobernantes no puedan
seguir gobernando. Sin embargo, como demostraron las obras de Skocpol, Goldstone y
otros autores pertenecientes a la tercera ola, los factores internacionales promueven la
revolución principalmente a partir de la otra dimensión. En otras palabras, aunque los E
pueden usar la dimensión internacional y los recursos que ésta proporciona para
consolidar su posición interna, pueden también debilitarse internamente como resultado
de sus actividades y alianzas internacionales.
El otro tipo de causa, el apoyo a los revolucionarios es evidentemente
importante. Pero sin el debilitamiento concomitante de los E, ese estímulo externo tiene
efectos limitados.
La política exterior de los E revolucionarios del período anterior a 1989 es un
área de estudio muy amplia que ha recibido, curiosamente, mucha menos atención de la
que merece. Parte de la literatura se centra en la cuestión de la “nueva diplomacia” o sea
el papel de la ideología revolucionaria y de la acción no convencional en la política
exterior de los E revolucionarios.
Esta última cuestión es importante porque en gran parte de la literatura realista y
liberal se parte de la base de que las metas de los E revolucionarios no son muy
diferentes de las otros E. los liberales por su parte, sostienen que, si tan solo se tratara
mejor a los E revolucionarios, estos no intentarían exportar la revolución. La historia
nos demuestra que esto no es así, y que el reto que plantean aparte de promover la
revolución es que hagan un cambio en las relaciones sociales y políticas.
La discusión sobre qué es lo que provoca que, la revolución internacional o la
contrarrevolución internacional, esté mal situada en perspectiva histórica. Ambos
procesos pueden empezar de manera autónoma por razones internas y sistémicas, y
alimentándose mutuamente, llevar la confrontación. Si el internacionalismo
revolucionario es un resultado casi universal de las revoluciones, también lo es su
opuesto, el internacionalismo contrarrevolucionario.
Esta interacción plantea otras dos cuestiones que quizás sean más interesantes y
que nos llevan al núcleo del sistema internacional. Por un lado, está la tendencia del
sistema internacional a la homogeneidad es decir hacia la organización similar. Tanto el
internacionalismo revolucionario como el contrarrevolucionario se derivan de esta
tendencia a la homogeneidad.
La segunda cuestión ilustrada por los antecedentes históricos de ambas formas
de internacionalismo es que, pese a la voluntad de intervención, el sistema de E es
perdurable. Todos los E revolucionarios trataron de promover la revolución en el
exterior para exportarla. En el sentido del término, ninguna lo ha logrado. En la misma
tónica las contrarrevolucionarias dirigidas por los E casi siempre fracasan.
Este corto plazo, es, sin embargo, significativo, en el sentido de que la mayor
parte del debate realista sobre la socialización de los E se centra en el periodo
inmediatamente post-revolucionario y en la aparente domesticación de los E.
Un breve repaso al historial completo de los E revolucionarios demuestra que,
mientras los órdenes internos postrevolucionarios permanezcan intactos, estos E siguen
representando un desafío para los sistemas de otros E.
Esta perspectiva a largo plazo sugiere que la socialización de la revolución es
menos sencilla de lo que la ortodoxia resulta pretende hacernos creer, y también sugiere
que este desafío recurrente, aunque generalmente frustrado, es un producto tanto de
factores internos como externos. La conclusión de esto es que hasta que haya una
reimposición de la homogeneidad, es decir hasta q los órdenes internos de los E
revolucionarios divergentes vuelvan a los órdenes convencionales de otras potencias, las
potencias revolucionarias y las no revolucionarias estarán en conflicto.
La interacción entre las revoluciones y el sistema internacional plantea, por lo
tanto, unas cuestiones que no solo están vinculadas al estudio de la revolución, sino
también al de las propias relaciones internacionales. A partir de esas implicaciones es
posible delinear cinco áreas en las que se sitúan las revoluciones.
Vínculos internacionales e internos.
Las revoluciones no obligan a cuestionarnos el supuesto realista fundamental de
que las estructuras internas/domésticas pueden excluirse del estudio de las relaciones
internacionales: el más breve examen de cómo han contribuido las evoluciones al
conflicto internacional, o a la guerra en sentido estricto, demuestra como la cadena
interactiva es un elemento fundamental de la explicación de cómo surgieron estas
guerras.
Hay algunas implicaciones del concepto de E para el estudio de las revoluciones.
Las revoluciones se hacen en los E y sin embargo, las relaciones internacionales
trabajan con un concepto problemático y cada vez más cuestionado del propio E.
El concepto de E que se usa convencionalmente en relaciones internacionales
impide examinar precisamente esos procesos que hacen que las revoluciones sean
internacionales.
El segundo concepto de E más restringido nos permite concebir a los E en su
doble carácter, como entidades de dos caras que miran a la vez hacia dentro, hacia la
sociedad que intentan dominar, y hacia fuera, hacia los otros E con los q interactúan con
la meta de reforzar su propia posición interna. A partir de ese doble concepto resulta
también posible reexaminar un rasgo del sistema internacional. Los factores internos en
la actividad internacional nos conducen a la cuestión de la homogeneidad y
heterogeneidad. Después de todo, los E con regímenes diferentes pueden comerciar e
intercambiar embajadores. Si respetan la no injerencia y aceptan la diversidad de los
sistemas internos, entonces la heterogeneidad no debería ser causa de conflicto.
Además, cierto elemento de heterogeneidad podría considerarse beneficioso para
los E, ya que proporciona otro, un objeto extraño y amenazador en el mundo externos, a
partir del cual los E pueden movilizar apoyo social y político internos.
El problema de la homogeneidad va más allá, en el sentido de que oscurece la
que es quizás la cuestión fundamental, a saber, la del papel de la homogeneidad en
sentido positivo, en el reforzamiento de los E, es decir, en el reforzamiento de la
estabilidad de los E a partir de una interacción normal.
Esto apunta a la idea de que la dimensión internacional es fundamental no solo
para explicar la desestabilización de los E cuando hay heterogeneidad sino también para
explicar la estabilidad de los órdenes políticos y sociales cuando hay homogeneidad.
En otras palabras, la clave para entender el desafío ideológico de la
heterogeneidad reside en identificar el papel ideológico preexistente de la
homogeneidad y el reforzamiento.
Revoluciones y guerra
No es necesario decir que tanto las guerras causas revoluciones como viceversa.
Para seguir con esto hace falta traer a colación un rasgo difícil pero recurrente en
el debate sobre las relaciones internacionales, a saber, el de la relación de la seguridad
entre los E y la seguridad dentro de los E (o seguridad vertical vs seguridad horizontal).
Quienes establecen un vínculo estrecho entre los dos tipos de seguridad están
inclinados bien a ser coherentes y unos perfectos contrarrevolucionarios o a defender un
permanente proceso revolucionario mundial sobre la base de que el conflicto entre E
revolucionarios y contrarrevolucionarios es inevitable.
El consenso no ha consistido en evitar el problema y negar que las revoluciones
conduzcan a la guerra; a resueltas de ello, la comunidad internacional no estaba
preparada para el estallido de las guerras que siguió a las revoluciones del tercer mundo.
Estas cuatro cuestiones, presentes en la teoría de las relaciones internacionales
en general, llevan a una quinta que subyace a la manera en la que cada uno de los
principales paradigmas de las relaciones internacionales trata la cuestión de las
dimensiones internacionales de la revolución, o sea, el propio carácter del sistema
internacional.
Para los realistas el sistema está constituido por E en interacción, para los
pluralistas y behavoristas, los E mantiene su importancia pero el sistema permite otras
interacciones que no operan a través de los E; y para los materialistas el sistema
internacional está constituido por un sistema socioeconómico global, el K, superpuesto
a unas estructuras políticas.
Por un lado, los teóricos realistas y transnacionales subestiman el grado en el
que E y sociedades aparentemente separadlos se han formado y siguen existiendo dentro
de un contexto internacional definido por rasgos sociales, económicos e ideológicos
comunes.
El modelo convencional marxista sufre del problema opuesto, o sea la
exageración en base a factores socioeconómicos.
Puede argumentarse, a partir del colapso del comunismo y del fin, o al menos la
atenuación de la perspectiva revolucionaria heredada de la revolución francesa, que la
cuestión de la revolución perderá su centralidad ene. Funcionamiento de las relaciones
internacionales. Aun si fuera así, ello no anularía la necesidad de reconsiderar la historia
del sistema internacional de los últimos 500 años y de examinar las posibles
consecuencias teóricas e históricas.
En primer lugar, si aceptamos que es improbable o imposible que tenga lugar
revoluciones en E democrático, solo nos estamos refiriendo a tres docenas de los casi
200 E del mundo.
Los sociólogos históricos, los economistas políticos internacionales y los
analistas de la revolución se enfrentan todos a la cuestión de que es lo que constituye el
sistema, que es también la cuestión fundamental de las TI. Lo menos que podemos decir
es que no se ha llegado a ninguna respuesta adecuada enmarcada en términos históricos
y teóricos. El estudio de las evoluciones como fenómenos internacionales puede brindar
un medio de aproximarse a esta cuestión y a otras.
KENNEDY, Paul. Auge y caída de las grandes potencias. Madrid, Plaza
y Janés, 1990.
Cap. V “El advenimiento de un mundo bipolar y la crisis de las “potencias
medianas”: 1885-1914.
En el invierno de 1884-1885, las grandes potencias del mundo y unos pocos
Estados menores se reunieron en Berlín, en un intento de llegar a un acuerdo sobre
comercio, navegación y fronteras, en África occidental y el Congo, y en general, sobre
los principios de una ocupación efectiva en África.
Japón no fue miembro de la Conferencia: aunque se modernizaba rápidamente,
todavía era considerando por Occidente como un Estado pintoresco y atrasados.
EEUU estuvo en la Conferencia de Berlín. También Rusia; pero aunque sus
intereses en Asia eran considerables, tenía pocos en África q fuesen importantes.
La relación triangular entre Londres, Paris y Berlín y Bismarck ocupaba la
importantísima posición del centro. El destino del planeta parecía descansar en
Cancillerías de Europa. Por supuesto, si la Conferencia hubiese tenido q decidir el
futuro del impero Otomano en lugar del de la cuenca del Congo, países como Austria-
Hungría y Rusia habrían desempeñado un papel importante.
A lo largo de 3 decenios gran parte del continente seria económicamente
devastado, y su futuro estaría en manos de los q tomaban decisiones en Washington y
Moscú.
Aunque es obvio q nadie podía prever en 1885 la ruina y la desolación q
prevalecían en Europa 60 años tarde, lo cierto fue q algunos observadores percibieron la
dirección de la dinámica del poder mundial a fines de siglo. Lo más notable de estos
pronósticos fue el renacimiento de la idea de Tocqueville acerca de q los EEUU y Rusia
serían las dos grandes potencias del futuro.
¿Quién acompañaba a estos países? La teoría de los Tres Imperios Mundiales, es
decir, la creencia popular de q únicamente las tres Naciones-estado más grandes y
poderosas seguirían siendo independientes, preocupó a muchos estadistas mundiales. Se
referían a Rusia, Inglaterra, Estados Unidos y Alemania.
Para las antiguas potencias, GB, Francia y Austria-Hungría, el problema era si
podrían mantenerse ante los nuevos desafíos al statu quo internacional.
Para las nuevas potencias, Alemania, Italia y Japón, el problema estaba en si
podrían atravesar lo q Berlín llamaba una “libertad política mundial”, antes de q fuese
tarde.
Existían entre las elites gobernantes, los círculos militares y las organizaciones
imperialistas una visión predominante del orden mundial, q hacía hincapié en la lucha,
el cambio, la competencia, el empleo de la fuerza y la organización de los recursos
nacionales para incrementar el poder del Estado. Las regiones menos desarrolladas del
Globo serían rápidamente divididas.
Incluso un Estado moderno sería también eclipsó si no se apoyara en unos
cimientos industriales y productivos sólidos. Las potencias triunfales serán aquellas q
tengan la mayor base industrial.
Gran parte de la historia de las cuestiones internacionales durante el siguiente
medio siglo resultó ser la confirmación de las predicciones: se produjeron cambios en el
equilibrio del poder; se derrumbaron los viejos imperios y surgieron nuevos. Así, el
mundo multipolar de 1885 fue sustituido por uno bipolar.
La actividad industrial y la ciencia se fueron convirtiendo en los pilares de
fuerza de las naciones. Los individuos contaban en la política de poder solo porque
podían controlar y reorganizar las fuerzas productivas de los grandes Estados.
La política de alianzas y de toma de decisiones darán cuenta de:
Los cambios en la base productiva militar-industrial.
Los factores geopolíticos, estratégicos y socioculturales q influyeron en las
respuestas de los Estados, y de los grandes cambios políticos y diplomáticos.
El equilibrio cambiante de las fuerzas mundiales.
El comercio mundial y la red de comunicaciones, implicó más q un cambio en
las respectivas participaciones nacionales en la producción de acero, un cambio en el
potencial militar.
A potencia militar no es sinónimo, en una era de guerra moderna, de fuerza
militar.
El volumen de la población no es nunca un indicador seguro de poder. Sí lo es
un indicador significativo de modernización industrial-comercial.
Las importantes diferencias entre las grandes potencias se ponen de manifiesto
cuando se examinan los datos de la productividad industrial.
También la mejor medida de industrialización de una nación reside en su
consumo de energía, ya q indica la capacidad técnica.
La posición de las potencias, 1885-1914.
Países con una producción industrial idénticas pueden merecer calificaciones
distintas en términos de efectividad de gran potencia. Tal vez la mejor forma de ilustrar
la diversidad de la efectividad estratégica es observando a los 3 recién llegados al
sistema internacional: Italia, Alemania y Japón.
Los dos primeros se convirtieron en Estados unificados en 1870.-1871. El
tercero empezó a salir del aislamiento autoimpuesto tras la Revolución Meiji de 1868.
Entre 1880 y 1890, cada una iba adquiriendo territorios de ultramar y empezó a
construir su propia flota moderna como complemento de los territorios que tenía,
Cada uno tenía elementos de cálculos diplomáticos de la época.
Sin embargo, todas estas similitudes no pueden compensar sus diferencias de
fuerza real.
Italia.
El advenimiento de la nación italiana significó un cambio en el equilibrio
europeo. Su auge impresionó a Francia y Austria-Hungría, y si su entrada a la Triple
Alianza “resolvió” la rivalidad ítalo-austríaca, por otro confirmó q una Francia aislada
se enfrentaba a dos enemigos fuertes.
Pero el aspecto de gran potencia de Italia encubría algunas grandes debilidades:
su atraso económico, su analfabetismo del 40%, fincas pequeñas, suelo pobre, poca
inversión, transportes inadecuados, carbón británico q perjudicaba la balanza de pagos.
Esto no implica q no haya habido modernización. El crecimiento industrial se
produjo más de prisa q en cualquier otra parte de Europa. Se intensificó las migraciones
a las ciudades, se reajustaron los créditos industriales desde los bancos, y se elevó la
renta nacional. Italia “creó” una industria de hierro y acero, pero para 1913 equivalía a
1/8 de la de GB, 1/10 de la Alemania y 2/5 de la Bélgica.
Otro problema eran las fidelidades q existían en la política eran familiares y
regionales, pero no nacionales. El distanciamiento entre Norte-Sur, exacerbado por la
industrialización del primero y la falta de contacto con el mundo exterior por parte del
segundo, no eran mitigados por la hostilidad entre el gobierno italiano y la Iglesia
católica, q prohibía a sus miembros servir al Estado.
Las consecuencias de esto sobre la posición estratégica y diplomática fueron
deprimentes. El Estado Mayor italiano no sólo tenía plena conciencia de su inferioridad
numérica y técnica en comparación con los franceses, y con los austro-húngaros, sino q
sabía también q la inadecuada red de ferrocarriles y el arraigo del regionalismo hacían
imposible los despliegues flexibles al estilo prusiano.
El pacto de Alianza q firmó Italia con Berlín en 1882 fue alentador, cuando
pareció q Bismarck paralizaba a los franceses; pero entonces el gobierno italiano siguió
presionando para obtener lazos más estrechos con GB. Así, en 1900 Francia y GB se
acercaron.
En 1914 Italia ocupaba una posición parecida a la de 1871: fue la última de las
grandes potencias, imprevisible y nada escrupulosa a los ojos de los vecinos, y poseía
ambiciones comerciales y expansionistas en los Alpes, los Balcanes, el norte de África y
más lejos, q chocaban con los intereses de amigos y rivales.
Japón.
Italia era un miembro marginal del sistema de las grandes potencias en 1890,
pero Japón ni siquiera formaba parte del club. Durante siglos había sido gobernado por
una oligarquía feudal compuesta por señores territoriales (daymyo), y una casta
aristocrática de guerreros (samuráis).
Japón carecía de todos los q consideraban requisitos previos al desarrollo
económico; aislado del resto del mundo por su lenguaje, y por una fuerte conciencia de
unicidad cultural, el pueblo japonés permaneció encerrado en sí mismo.
Parecía destinado a permanecer políticamente inmaduro, económicamente
atrasado y militarmente impotente en términos de potencia mundial. Sin embargo, en
dos generaciones se había convertido en un elemento principal en la política
internacional de Extremo Oriente.
Las exportaciones (seda y tejidos) fueron aumentando. Existía un gran
compromiso político de realizar el eslogan nacional, “país rico, con ejercito fuerte”.
Para los japoneses, el poder con y el poder militar-naval iban a la par. Incluso en
vísperas de la PGM, más de 3/5 partes de la población se dedicaba a la agricultura, la
explotación de los bosques y la pesca, y a pesar de las mejores técnicas agrícolas, el
terreno montañoso y la pequeña extensión de la mayoría de las propiedades impedían
una “revolución agrícola”.
La producción de acero y hierro era pequeña. Económicamente había realizado
un milagro para convertirse en el único Estado no occidental q pasaba por una
revolución industrial en la era de gran imperialismo; sin embargo, comparado con GB,
los EEUU y Alemania, seguían siendo un peso ligero en la industria y finanzas.
Otros factores ayudaron a Japón a elevarse en el rango de gran potencia, y
explica por qué superó a Italia:
Su aislamiento geográfico. Presumiendo su desarrollo continuado en el este de
Asia, nadie podía impedir su potencialidad en la zona.
Su moral. El fuerte sentimiento de unicidad japonés, las tradiciones de adoración
al emperador y veneración al Estado, la elite samurái de honor militar y de valor, y el
énfasis de la disciplina y la fortaleza dieron lugar a una cultura política patriótica, q
esforzó a Japón a extenderse a una “Gran Asia del Este”, por seguridad y por estratégica
económica.
Pero ni siquiera entonces Japón era una gran potencia. Había tenido la suerte de
luchar contra una China aún más atrasada y una Rusia zarista militarmente poco ágil y q
tenía la desventaja de la distancia entre San Petersburgo y el Extremo Oriente. Además,
la alianza Anglo-Japonesa de 1902, le había permitido luchar en su terreno sin
interferencias de terceras potencias.
Alemania.
Dos factores aseguraron el auge de Alemania imperial:
Geográfico: Lejos de un aislamiento político como Japón, había surgido en el
centro del sistema de los viejos Estados Europeos.
Crecimiento industrial, comercial y militar/naval.
La población tenía un gran conocimiento en la producción de la tierra,
incluyendo usos de abonos químicos. Para apaciguar a los Junkers y a las asociaciones
de campesinos, los productos agrícolas alemanes recibieron una fuerte protección
aduanera para q pudiesen competir con los más baratos productos en los EEUU y en
Rusia. Su proporción en la producción manufacturera mundial era más elevada q la de
GB y dos veces la de Francia.
Lo significativo en el expansionismo alemán era q el país poseía los
instrumentos de poder para alterar el statu quo o contaba con recursos materiales para
crearlos.
Pero el imperio estaba debilitado por su geografía y su diplomacia. Situado en el
centro del continente, su crecimiento parecía amenazar a otras grandes potencias
simultáneamente. La eficacia de su maquinaria militar, además de su llamamiento a un
ordenamiento de fronteras, alarmaban a los franceses y a los rusos. La expansión
marina, por otro lado, alertaba a GB, y amenazaba a los Países Bajos y al norte de
Francia.
Si la geografía representaba un papel importante, la diplomacia era significativa,
como Alemania no disfrutaba de la posición geopolítica de Japón, su habilidad política
tenía a ser una altura extraordinaria. Dándose cuenta de la envidia q había causado el
surgimiento del Segundo Reich, Bismarck se esfuerzo después de 1871 en convencer a
las otras potencias de q Alemania no tenía más ambiciones territoriales.
Persistía el peligro de q el fracaso en el logro de éxitos diplomáticos o
territoriales afectase a la política interior de Alemania de Guillermo, cuya elite Junker
estaba preocupada por la decadencia de los intereses agrícolas, el auge del trabajo
organizado y la influencia de la socialdemocracia en un periodo de florecimiento
industrial.
Algunos observadores creían q una guerra uniría a la nación detrás del
emperador, otro temía q tensara más el tejido sociopolítico alemán. Desde el punto de
vista político de poder, Alemania poseía rasgos únicos q eran de gran potencia: era la
única de las democracias occidentales con la toma de decisiones autocrática de las
monarquías orientales. Era la única gran potencia “recién llegada”, y la única en auge, q
en combinación con la nación, sentía cuestión de “vida o muerte” recuperar el territorio
perdido.
Hablemos de los 3 países en cuestión: Austria-Hungría, Francia y GB. Los 3
eran más débiles a finales del s XIX de lo q habían sido 60 años antes. Los dirigentes de
las naciones sabían q la escena internacional era ahora más complicada y amenazadora,
y q los obligaba a considerar cambios políticos radicales.
Austria-Hungría.
Industrialización: índice de crecimiento ascendente desde 1870 a 1913.
Producción de carbón y textil.
Pero en la economía y la sociedad encontramos fallos significativos: diferencias
regionales en la renta y en la producción per cápita. Q reflejan las diversidades
socioeconómicas y étnicas en un territorio extenso, desde los Alpes suizos hasta
Bukovina.
La población se incrementaba en las regiones eslavas afligidas por la pobreza.
Esto generaba atraso productivo, q podría haber sido compensado por un alto grado de
cohesión nacional-cultural, como la q existía en Japón o en Francia. Pero Viena
controlaba el racismo étnico más diverso. La lista de problemas de nacionalidad de
Viena no se reducía a los checos o a los magiares. Los italianos del Sur estaban
resentidos por la rígida germanización de sus territorios y miraban por encima de la
frontera hacia Roma. Los polacos se sentían resignados, en parte porque los derechos de
q gozaban bajo el Imperio austríaco eran superiores a los q se les reconocían en los
territorios dominados por los alemanes y los rusos.
Todo esto afectaba el poder de A-H. No se trataba de la multiplicidad étnica
significase la debilidad militar. El ejército seguía siendo una institución unificadora, y
adepto al empleo de toda una serie de voces de mando. Al aumentar las tensiones
internacionales en 1900, la posiciones estrategia del Imperio pareció ser peligrosa. Sus
divisiones internas amenazaban con dividir al país y complicaban las relaciones con la
mayoría de sus vecinos. Su crecimiento económico no podía alcanzar el de las grandes
potencias dominantes.
Q el Imperio tenga tantos enemigos en potencia se debía a su singular situación
geográfica y multinacional. A pesar de la Triple Alianza, las tensiones con Italia
aumentaron desde de 1900. Viena se preocupaba por Rumania, q era en 1912 una clara
amenaza al pasarse al campo contrario. Pero Serbia era el peor caso, q parecía un imán
para los eslavos del sur del Imperio, y por eso un tumor canceroso q había q eliminar. El
ataque a Serbia, sin embargo, podría provocar una respuesta militar del rival más
formidable del Imperio, Rusia zarista, q invadiría el frente del nordeste.
En caso de una guerra entre potencias, A-H necesitaría del apoyo alemán y de su
sistema ferroviario.
Francia.
Poseía en 1914 grandes ventajas respecto a A-H
No tenía más q un enemigo, Alemania.
Desafío naval y colonial era inquietante porque una guerra contra Italia
representaba la intervención de su aliado alemán.
Deterioro de las relaciones anglo-francesas. Francia había añadido 5 millones de
km cuadraros entre 1871 y 1900, a raíz de las guerras contra GB en el Congo y en
África occidental.
Pero también presentaba impedimentos internos:
El impacto de la política sobre la Marina palideció con su efecto sobre el
Ejército, donde la fuerte antipatía mostrada por el cuerpo de oficiales hacia los políticos
republicanos y toda una serie de choques entre militares y civiles, poniendo en tela de
juicio la eficacia del Ejército.
El estado de la economía. Industria automotriz y desarrollo agrícola. Concedían
préstamos a Rusia, financiando su desarrollo. El carbón, el acero y el hierro eran más
caros porque procedían de minas más pobres y plantas más pequeñas.
Que la agricultura sea la base de la productiva del país, era un freno para la
productividad.
Francia se lanzó a la guerra, pese de estar para ese momento detrás de EEUU,
GB y Rusia, además de Alemania. Y además de tener una baja tasa de natalidad. Esto
refleja el gran patriotismo y nacionalismo francés. La confianza nacional no solo había
mantenido el lazo con San Petersburgo, sino q habían mejorado las relaciones con Italia,
a la q habían conseguido separara virtualmente de la Triple Alianza. Los franceses
habían sido capaces de resolver sus diferencias coloniales con GB en 1904.
Luchas contra los boches teniendo a Rusia y a GB como aliadas había sido el
sueño francés desde 1871. Y ahora era realidad. Y aunque no era fuerte como para
enfrentar a Alemania, el impulso psicológico, la fortaleza militar y sus aliados, la
empujaron más.
Gran Bretaña.
En 1900 tenía el Imperio más extensión del mundo, 20 millones de km
cuadrados; la Marina más numerosa del mundo. Sin embargo, después de 1870 el
equilibrio cambiante de las fuerzas mundiales estaba erosionando la supremacía
británica de dos maneras:
La expansión de la industrialización y los cambios en las fuerzas militar y naval
q se derivaron de ella debilitaron la posición relativa del Imperio británico más q la de
cualquier otro país.
Fue el estado más impresionado por el auge del poder americano, era el país más
afectado por la expansión de las fronteras rusas y de los ferrocarriles estratégicos.
Mientras algunos de los problemas (en África o en China) eran nuevos, otros, (la
rivalidad con Rusia en Asia y con los EEUU en el hemisferio occidental) habían
entrenado a muchas administraciones británicas previas. Lo que era ahora diferente era
q el poder relativo de los diversos Estados competidores eran mucho mayor y q las
amenazas parecían producirse casi simultáneamente.
La erosión de la preeminencia industrial y comercian de GB, en la q se apoyaba
su fuerza naval, militar e imperial. Las industrias británicas establecidas, como el
carbón, los tejidos y los artículos de ferretería, aumentaron su producción en términos
absolutos en aquellas décadas, pero su parte relativa en la producción mundial
disminuyó.
La industria británica se encontró invadida por una oleada de manufacturas
extranjeras importadas en el desprotegido mercado nacional, la más clara señal de q el
país estaba perdiendo su facultad competitiva.
El “taller del mundo” ocupaba el tercer lugar no porque creciese, sino porque los
otros crecían más de prisa. Esta decadencia económica iba tildando a GB de “Titán
cansado bajo el orbe demasiado vasto de su destino”. El comercio del hierro y del acero
y la industria de las maquinas herramienta habían sido alcanzados en varios mercados,
pero no eliminados. La industria textil disfrutada de un auge de exportación en los años
anteriores a 1914.
La industria de armamentos era inadecuada reflejando la presunción tradicional
de q el Ejército británico tenía q ser desplegado y equipado para pequeñas guerras
coloniales y no para gigantescas luchas continentales.
Q GB poseyese también fuerzas económicas en este periodo debería ser una
advertencia contra un retrato demasiado sombrío de los problemas del país. Era
indudable q, en caso necesario, podía pagar una guerra costosa y a gran escala; en
cambio, era dudoso q pudiese preservar su cultura política liberal si se veía obligada a
dedicar más recursos nacionales a los armamentos y a la guerra moderna
industrializada.
Otros factores la fortalecían: las fronteras terrestres. La insularidad de las Islas
Británicas seguía siendo una gran ventaja, liberando a su población del miedo a una
súbita invasión por ejércitos vecinos. Además, el gran dispositivo de guarniciones
militares, depósitos de carbón y bases navales, fácilmente reforzables por mar, le
colocaban en una posición fuerte contra potencias europeas en cualquier conflicto q se
desarrollase fuera del continente.
GB lucharía con Francia por mantener su dominio sobre el Valle del Nilo. En las
décadas q precedieron a la PGM, GB se había visto alcanzada industrialmente por los
EEUU y por Alemania, y sometida a una fuerte competencia en las esferas comercial,
colonial y marítima. Sin embargo, su combinación de recursos, financieros, capacidad
productora, posesiones imperiales y fuerza naval significaban q era aún la potencia
mundial “número uno”, aunque su liderazgo fuera menor q en 1850.
Rusia.
El imperio de los zares era también miembro automático del club selecto de
“potencias mundiales” al comenzar el s XX. Su enorme extensión, desde Finlandia hasta
Vladivostok. Durante 4 siglos se había extendido hacia el Oeste, hacia el Sur, hacia el
Este. Tenía un gran ejército y una gran línea férrea. También se estaba invirtiendo en
mucho dinero.
Así como era poderosa, también era muy débil para 1914. Tenía una gran deuda
exterior y necesitaba, para conservar la afluencia de fondos, ofrecer cotizaciones en el
mercado superiores a los inversores. Además, una gran parte de la industria estaba
dedicada a lo textil. Sin embargo, la valoración de la fuerza rusa es todavía peor a la
producción comparativa. Se encontraba detrás de EEUU, GB y Alemania. Era, ni más ni
menos, la cuarta potencia mundial.
La sociedad continuaba manteniendo fuertes lazos con el ámbito rural. Y el
crecimiento industrial iría en detrimento de estas costumbres. El gran impulso hacia la
modernización era inspirado por el Estado y estaba con las necesidades militares:
ferrocarril, acero, hierro, armamentos. Con el fin de pagar las enormes inversiones del
estado para la industrialización y los gastos de defensa, tenían q elevarse los impuestos
y reducirse el consumo personal.
Esto implicaba un fuerte costo social. Los niveles de embriaguez eran altos,
intentando de evitar la cruda realidad. Estas condiciones alteraban el trabajo en la
fábrica, y aumentaban los resentimientos contra el sistema.
No es solo desde la perspectiva de después de la Revolución bolchevique q
podemos ver q Rusia era un polvorín sociopolítico antes del 14. Pero, ¿podría ser segura
esta victoria, dados los que serían antagonistas de Rusia en ese año? En la guerra contra
el Japón, el soldado ruso había combatido valiente, pero el mando incompetente, el
mayor apoyo logístico y la táctica habían producido su efecto. ¿Podrían ahora los
servicios armados lanzarse contra A-H?
El factor decisivo era el atraso socioeconómico y técnico de Rusia. El mero
volumen de su enorme población campesina era reclutado para las fuerzas armadas. Las
vías ferroviarias eran ligeras y flojas, había pocos depósitos de agua. Así, el problema
de la movilización era exacerbado por la dificultad causada por los compromisos de
Rusia con Francia y Serbia.
Después de 1871, se acordó q un presumible ataque pruso-aleman empezaría con
un ataque masiva y rápido de Alemania hacia el Este. Pero cuando se hizo el Plan
Schlieffen, Francia presionó con la fuerza de S. Petersburgo, para q lanzase una
ofensiva contra Alemania lo antes posible, con el fin de aliviar a su aliada occidental. El
miedo a q Francia fuese destruida obligo a los planificadores rusos a convenir atacar
hacia el Oeste
Lograr reformas radicales en un ambiente en que la aristocracia se preocupaba
por sus privilegios, y el zar en su tranquilidad mental, era imposible, aquí había una elite
atemorizada por la agitación de obreros y campesinos, y, sin embargo, el Gobierno,
aunque era el que gastaba más del mundo en términos absolutos, mantenía los
impuestos directos sobre los ricos a un nivel mínimo.
Con su severa autocracia, bajos niveles educativos e injusto sistema de clases,
Rusia carecía de aquellos cuadros de funcionarios competentes q hacían q funcionasen
los sistemas administrativos. Rusia no era un Estado fuerte.
¿Cómo valorar entonces su poder? Poseía muchos valores: volumen del Ejército,
patriotismo, sentido de destino, la invulnerabilidad de la tierra moscovita. Contra A-H,
Japón o Turquía, tenía posibilidades de vencer. El problema mayor era Alemania.
Estados Unidos.
Terminada la Guerra Civil, los EEUU fueron capaces de explotar las ventajas
mencionadas más arriba: rico suelo agrícola; abundancia de materias primas; desarrollo
tecnológico; ausencia de presiones sociales y geográficas; inexistencia de peligros
vecinos; influencia de capitales de inversión extranjeros; gran productor de petróleo, de
hierro y acero. Los EEUU parecían tener todas las ventajas económicas q las otras
potencias poseían, pero ninguna desventaja.
El auge de la industrialización había frenado la tendencia hacia la importación
de manufacturas. Esto, además de consecuencias económicas, activó relaciones
comerciales. Creció el superávit comercial.
El crecimiento del poder industrial y del comercio ultramarino fue acompañado
de una diplomacia perentoria. La tradicional, aunque siempre alarmante Doctrina
Monroe, iba acompañada de llamamientos para q los EEUU cumpliesen su “Destino
Manifiesto” a través del pacífico. La demanda de Washington de tener el control único
del canal ístmico, la rectificación de la frontera de Alaska, y los preparativos de la flota
de guerra en el Caribe, fueron indicios de la determinación de los EEUU a no ser
desafiados por ninguna otra potencia en el hemisferio occidental.
Pero el rasgo novedoso de la política exterior fue sus intervenciones y su
participación en acontecimientos fuera del hemisferio occidental.
Grandes eran las diferencias entre Rusia y EEUU en vísperas de la PGM: la
primera poseía un Ejército de primera línea diez veces más grandes; pero EEUU
producían 6 veces más de acero, y eran 4 veces más eficaces en producción industrial.
Rusia parecía más poderosa. Los EEUU se habían convertido en una gran potencia, pero
no formaban parte del sistema de las grandes potencias.
Las alianzas y la marcha hacia la guerra, 1890-1914.
El tercer y último elemento para comprender la manera q estaba cambiando el
sistema de grandes potencias es examinar la diplomacia de alianzas desde la dimisión de
Bismarck hasta el estallido de la guerra.
La tendencia hacia la diplomacia de alianzas no afectó a los EEUU, solo de un
modo regional a Japón, y mucho a las potencias europeas.
Este sistema de alianzas fue iniciado por Bismarck en 1879, cuando trató de
“controlar la política exterior de Viena y avisar a S. Petersburgo, estableciendo la
alianza austro-alemana. Según los cálculos secretos del canciller alemán, esta maniobra
tendría también a inducir a los rusos a abanar su política errática, y volver a la Liga de
los Tres Emperadores.
Alemania se comprometió a auxiliar a A-H en caso de un ataque ruso
Berlín hizo algo parecido con Roma para el caso de un ataque francés, y luego
otra alianza con Rumania contra una agresión rusa.
Aunque el propio “ligamen secreto” de Bismarck con S. Petersburgo (el Tratado
de Reaseguro del 87) impedía una ruptura forma entre Alemania y Rusia, había algo
superficial. Tanto Rusia como Francia podían beneficiarse mutuamente con ayuda
militar rusa y con préstamos franceses.
El retiro de Bismarck en 1890 y los más amenazadores movimientos del
gobierno de Guillermo II cerraron la cuestión. En 1894, la Triple Alianza de Alemania,
A-H e Italia había sido contrarrestada por la Doble Alianza Franco-Rusa.
Existía un tosco equilibrio entre ambos bloques aliados, haciendo q los
resultados de un conflicto entre grandes potencias fuese más incalculable y menos
probable q antes. Francia y Rusia, escapando de su aislamiento, se volvieron a enfocar
en sus preocupaciones africanas y asiáticas; Alemania estaba volviendo a la Weltpolitik,
mientras Italia se estaba embollando en Abisinia.
Estas rivalidades imperiales afectarían, a largo plazo, las relaciones entre las
grandes potencias, incluso en un contexto europeo. Al empezar el siglo, las presiones
sobre el Imperio británico pidieron el fin del “espléndido aislamiento y una alianza con
Berlín”.
Al forjar la Alianza Anglo-Japonesa en 1902, los estadistas británicos esperaron
también a aliviar una difícil carga estratégica en China. Aunque todos los arreglos
parecieron afectar solamente a los asuntos extraeuropeos, influyeron directamente en la
situación de las grandes potencias europeas. La resolución de los dilemas estratégicos
de GB en el hemisferio occidental, más el apoyo q recibiría de la flota japonesa en el
extremo oriente, aflojaron algunas de las presiones existentes sobre los designios
marítimos de Royal Navi y aumentaron sus perspectivas de consolidaciones en tiempo
de guerra.
Todavía mayor fue la influencia sobre el equilibrio y las relaciones europeas
tuvieron las imponentes victorias militares y navales japoneses durante la guerra. Con
Rusia inesperadamente reducida a potencia de segunda clase por unos años, el equilibrio
militar europeo se inclinó a favor de Berlín, con lo q las perspectivas de Francia serian
ahora peores q en 1870.
En vez de lanzarse a una guerra, Berlín optó por la diplomacia. Los resultados de
la Conferencia de Algeciras, donde la mayoría de los participantes apoyaron las
aspiraciones de Francia a una posición especial en Marruecos, fueron devastadora
confirmación de lo mucho q había decaído, y la influencia diplomática de Bismarck.
La crisis marroquí hizo q las rivalidades internacionales volviesen de África al
continente europeo. Esto fue reforzado por tres acontecimientos:
La entente anglo-ruso de 1907 sobre Persia, Tibery y Afganistán, debilitando la
defensa británica en la India, y aumentando los nervios alemanes por estar “cercados”
en Europa.
La acalorada “carrera naval” anglo-alemana de 1908-1909. Ellos y los franceses
habían estado observando la crisis balcánica de 1908-1909, en q la indignación rusa por
la anexión forma de A-H de las provincias Bosnia-Herzegovina condujo a una petición
alemana de q Rusia aceptase el fait accompli o sufriese consecuencias.
El resurgimiento de la antigua “cuestión oriental”: el auge de Serbia alarmaba a
Viena; la creciente influencia alamana sobre Turquía aterrorizaba a S. Petersburgo.
Cuando es asesinado el archiduque Fernando en 1914, provocó la acción de A-H contra
Serbia y luego el contraataque ruso. Este asesinado desencadenó la guerra. Llevó al
Estado Mayor prusiano a insistir en la inmediata puesta en práctica del Plan Schlieffn,
es decir, el ataque preventivo contra Francia, vía Bélgica, q tuvo como efecto entrar en
guerra con los ingleses.
Los alemanes se comprometieron con A-H. Alentada por los fondos franceses,
Rusia se comprometió a una movilización y ataque hacia el Oeste, si estallaba la guerra,
mientras q los franceses adoptaron en 1911 el Plan XVII, q preveía la inmediata
invasión de Alsacia-Lorena. La intervención de GB era previsible.
El error de cálculo de q la guerra empezaba en julio/agosto de 1914 y habría
terminado en dic, ha sido explicado por no haberse previsto q la artillería de tiro rápido
y las ametralladoras hacían imposible una guerre manoeuvre y obligaba a las masas de
soldados a refugiarse en trincheras, de las q era difícil ser desalojados, y q los
prolongados bombardeo de la artillería y las ofensivas de infantería no eran una
solución, ya q las granadas no hacían más q remover el suelo y advertir al enemigo en
lugar donde se producía el ataque.
Esto hay q ubicarlo en el sistema de alianzas: pese a q la guerra por razones
técnicas terminaría rápido, una derrota implicaba la ayuda de los respectivos aliados.
Así, el sistema de alianzas aseguraba virtualmente q la guerra no se decidiría con
rapidez, y significaba q la victoria, en este largo duelo, se inclinaría a favor de aquellos
cuya combinación de recursos militares/navales, financieros/industriales/tecnológicos
fueran grandes.
Planes de guerra, 1914:
Ataque Alemán contra Francia (Plan Schelieffen)
Invasión francesa de Lorena (Plan XVII9
Fuerzas expedicionarias británicas a Francia y Bélgica
Ataque ruso contra A-H
Ataque ruso contra Prusia Oriental
Invasión Austro-húngara de galitizia
Ataque h-h contra Serbia.
La guerra total y los equilibrios de poder, 1914-1918.
EEUU estaba al margen
Japón interpretó libremente los términos de la Alianza anglo-japonesa para
ocupar las posesiones alemanas en china y en el Pacífico central. Para los aliados era
mejor tener a Japón como amigo q como enemigo.
Italia eligió la neutralidad.
La decisión de Turquía abría el Próximo oriente a la expansión francesa y a la
inglesa.
Las posiciones críticas eran las ocupadas por los “Cinco Grandes. Es importante
destacar aquí a A-H separada de Alemania.
Toda la fuerza militar y tecnológica q caracterizaba a A-H, se daba en opuesta en
el caso Francés y Ruso. Separadas por más de media Europa, encontraban difícil
coordinar la estrategia miliar.
La decisión de Alemania de atacar a Francia a través de Bélgica favoreció las
intervenciones británicas. Fuese por razones tradiciones del “equilibrio de poder”, o en
defensa de la “pobreza Bélgica”, la decisión británica de declarar la guerra a Alemania
fue crítica, aunque el pequeño ejército británico de largo servicio solamente podía
afectar marginalmente al equilibrio militar de conjunto.
Las fuerzas de GB eran considerables, principalmente por su flota marina. Estos
lazos ultramarinos significaron q la decisión británica de intervenir en la guerra influyó
en la acción japonesa en el Extremo Oriente, en la declaración de la neutralidad de Italia
y en la posición benévola de los EEUU.
Los todavía grandes recursos industriales y financieros de GB podían ser
desplegados en Europa, tanto para recaudar fondos y enviar municiones a Francia,
Bélgica Rusia e Italia, como para abastecer y pagar el gran ejército q emplearía Haig en
el frente occidental. Esto indica una superioridad significativa pero no abrumadora en el
material poseído por los Aliados. Sin embargo, hay q considerar, pese a estas ventajas,
por qué no habían triunfado los Aliados después de 2 o 3 años de lucha y por qué
consideraron vital la entrada de EEUU en el conflicto.
Parte de la respuesta puede estar en q los sectores en q los Aliados eran fuertes
no era probable q produjesen una victoria decisiva sobre las potencias centrales:
El imperio colonial alemán era económicamente insignificante en 1914, y su
pérdida significaba muy poco.
Las operaciones alemanas de exportación eran sustituidas por la producción de
guerra, el bloque de las Potencias Centrales era autosuficiente en artículos de alimentos.
El bloqueo marítimo era eficaz, pero solo cuando se aplicaban junto con
presiones militares en todos los frentes.
La geografía del mar del Norte y del Mediterráneo significaba q las principales
líneas de comunicación aliadas estaban seguras sin necesidad de ir a buscar a los barcos
enemigos en los puertos o de montar un bloqueo peligroso de sus costas. Antes, por el
contrario, eran la flota alemana y la austro-húngara las que tenían que salir a desafiar a
la Marina anglo-franco-italiana si querían conseguir el dominio del mar.
Las potencias centrales optaron por los ataques de los submarinos contra los
buques mercantes aliados, lo cual era una amenaza mucho más seria, pero la campaña
submarina contra el comercio era lenta y agotadora, y sus verdaderos éxitos solo podían
medirse comparando el tonelaje de barcos mercantes hundidos con el de los construidos
por astilleros aliados.
Por otro lado, la impotencia de la superioridad numérica e industrial de los
Aliados estaba en la naturaleza de la propia contienda militar.
Alemania contaba también con otras ventajas: sus avances en Francia y Bélgica
habían ocupado las tierras altas q dominaban la línea del frente occidental,
permaneciendo a la defensiva por el Oeste. Y, además, la ventaja geográfica de su
posición con buenos medios de comunicación interiores entre el Este y el Oeste,
compensaban su “cerco” por los Aliados.
Mientras los ejércitos anglo-franceses se defendían en el Oeste en 1915, los
alemanes atacaron por Oriente, en parte para rescatar a los copados a-h en los Cárpatos,
pero también para destruir al Ejército Ruso. Estos fueron expulsaos de Lituania, Polonia
y Galitzia. En el Sur, refuerzos alemanes se habían unido a las fuerzas austriacas y a los
búlgaros, invadiendo Serbia.
Algunas divisiones alemanas fueron destrozadas por rusos en la campaña de
Verdúm, empujando al desordenado ejército de los Habsburgo hacia las montañas de los
Cárpatos, y amenazando con su destrucción total. Casi al mismo tiempo, el Ejército
británico de Haig lanzó una ofensiva presionando a los alemanes en las alturas. En
cuanto estas operaciones aliadas condujeron al final de Verdún, la posición estrategia de
Alemania mejoró la actitud ofensiva en el Oeste permitió transferir tropas al Este,
reforzando unidades a-h, invadiendo Rumania y prestando ayuda a los búlgaros del sur
(unos capos los tipos).
¿Dónde mostraban debilidad las economías en tiempos de guerra? (Sin olvidar la
posible ayuda de los aliados).
A-H se hubiese derrumbado en la guerra contra Rusia de no haberse sido por las
intervenciones alemanas q hicieron q el Imperio Hasburgo fuese más q nunca un satélite
de Berlín.
Italia, q no necesitó en principio ayuda, dependencia cada vez mas de sus ricos y
poderosos aliados para los alimentos, carbón y materias primas. Su definitiva “victoria”
de 1918, como la definitiva derrota de Habsburgo, dependió esencialmente de acciones
y decisiones tomadas en otras partes.
Rusia fue la primera en abandonar la guerra debido a estar expuesta a ataques
del mucho más eficaz ejército alemán, y por estar estratégicamente aislada,
imposibilitándola de recibir ayuda militar. Así, tuvo q aumentar mucho más su
producción, acompañada de una mala política fiscal, negándose a elevar los impuestos a
las clases acomodadas; el Estado pidió más préstamos y a imprimir más billetes para
pagar los gastos de la guerra. También los soldados descontentos fueron un problema.
Este problema también fue vivido por Francia. Sin embargo, los franceses tenían
ventajas respecto de los rusos: la unidad nacional y la guerra de coalición. La
concentración en la producción de armamentos no hubiese sido posible en Francia sin la
ayuda de GB y EEUU. Los franceses perjudicaban a su propia agricultura llevándose
demasiados hombres de la tierra, trasladando caballos a la Caballería o a los servicios
militares de transporte, e invirtiendo en explosivos y en artillería en detrimento de los
abogados y de la maquinaria agrícola. Así, Francia tenía q confiar en la ayuda militar
inglesa, y luego norteamericana. Solo una combinación de ejércitos logró expulsar a los
alemanes de suelo francés y el país recobró libertad.
Cuando los ingleses entraron en la guerra en agosto de 1914, fue sin pensar q
también ellos dependerían de otra gran potencia para conseguir la victoria final. La
PGM mostró los puntos flacos de GB:
Si la geografía y la superioridad numérica de la Gran Flota significaba q los
Aliados conservaban el dominio en el mar, la Royal Navy no estaba en condiciones de
responder a la tremenda guerra submarina q los alemanes pusieron en práctica en 1917.
Si la serie de armas estratégicas baratas no aprecian servir contra un enemigo
con amplios recursos de las Potencias Centrales, la estrategia alternativa de encuentros
militares directos con el Ejército alemán también parecía incapaz de producir resultados.
Los Aliados fueron necesitando cada vez más de la ayuda financiera de EEUU.
Pero ¿qué decir de Alemania? Su actuación en la guerra había sido sorprendente,
manteniendo a raya al resto del mundo, había derrotado a Rusia, empujado a Francia, al
colapso militar de Europa, y a poco de obligar a GB a rendirse por hambre. Parte de esto
fue gracias a las ventajas dichas:
Buenas líneas de comunicación
Posiciones defendibles en el Oeste y espacios abiertos para una guerra móvil
contra enemigos menos eficaces en el Este
Calidad de combate
Numerosa población
Maciza base industrial.
Sin embargo, detrás de todo esto, existían problemas:
Las campañas de Verdún y Somme provocaron muchas bajas
En vez de aumentar los impuestos sobre la renta descargaron un pesado golpe
contra la moral popular,
El programa de Hindenburg requería no solo muchos trabajadores adicionales,
sino también una inversión infraestructural masiva. Se comprendió q el programa solo
podía ser realizado si muchos trabajadores volvían del ejército, disminuyendo la
disponibilidad de hombres para la lucha.
La importancia de la intervención yanqui pro-Aliados no fue militar, ya q su
Ejercito estaba todavía menos preparado para una campaña moderna q lo habían estado
las fuerzas europeas en 1914. Pero su fuerza productora, fomentada por los pedidos de
guerra aliadas por miles de dólares no tenía lugar. En términos económicos, su entrada
fue transformadora.
Las ventajas de las Potencias Centrales (comunicaciones buenas interiores, alta
calidad del Ejército Alemán, ocupación y explotación de territorios, aislamiento y
derrota de Rusia) no podían a la larga pesar más q su gran desventaja en poder
económico y q la considerable desventaja en el volumen total al de las fuerzas
movilizadas.
Las pruebas aquí presentadas sugieren q el desarrollo total del conflicto (punto
muerto entro dos bandos, ineficacia de Italia, agotamiento de Rusia, intervencionismo
decisivo de EEUU para mantener las presiones aliadas y el colapso final de las
potencias centrales) estuvo íntimamente relacionado con la producción industrial y con
las fuerzas eficazmente movilizadas q cada alianza tuvo a su disposición durante fases
de lucha.
WASSELING, Henri. Divide y vencerás. El reparto de África (1880-
1914). Barcelona, Península, 1999.
Conclusión.
La partición de África concluyó con el reparto franco-español de Marruecos y la
casi simultánea anexión de Libia por parte de Italia. A excepción de Etiopía no quedaba
nada por repartir. Poco después empezaba la PGM. El escenario principal se encontraba
en Europa, pero también se luchó en África y Asia.
Francia recibió la mayor parte de Togo y Camerún, lo sobrante fue para
Inglaterra, Bélgica. No obstante, no todos los dominios eran coloniales, sino territorios
bajo mandatos que eran gobernados por las potencias coloniales en nombre de la
Sociedad de Naciones, aunque el asunto no terminó hasta 1935.
Del mismo modo que la repartición de África no empezó en 1880, no terminó en
1914, aunque se puede considerar este lapso como la época de la repartición, pero ¿por
qué ocurrió en aquellos años y de esa manera?
El reparto de África como problema
¿En qué fecha empezó? Ya acá hay problemas, aunque no tendría que traer
problemas un año más o menos. En realidad, no se trata de la fecha en sí, sino del hecho
de que cada uno de los años remite a un acontecimiento concreto.
Los debates sobre esta cuestión son importantes, y sería igual de necio pretender
emitir un juicio concluyente sobre el asunto, que presentar como elemento crucial otro
acontecimiento más. No obstante, nosotros debemos llegar a la conclusión de que no es
posible establecer con certeza el inicio de reparto, y que no se puede señalar un
acontecimiento concreto como causante del mismo. Ni siquiera está claro que
exactamente, hemos de llamar de entender por acontecimiento.
Un suceso histórico es pues, el resultado de toda una cadena de decisiones, que a
su vez las tomaban distintas personas por diferentes motivos. Si queremos explicar los
acontecimientos hemos de reflexionar sobre las diversas motivaciones de las personas
implicadas.
El siguiente problema surge al observar las consecuencias de un acontecimiento.
Hemos leído que el suceso A lleva al B. Pero la sociedad en cambio, no funciona según
las leyes de la mecánica, y en la historia no conocemos esta regla de causa y efecto. Del
mismo modo que una determina actuación era el resultado de varias decisiones, la
reacción que producía también lo era.
Dejando aparte la pregunta de cuándo y por qué empezó el reparto, es como
mínimo igual de importante la pregunta de por qué continuó hasta las últimas
consecuencias, hasta donde no quedó nada por repartir. También podemos plantear la
pregunta de otra manera: ¿Qué habría podido detener la partición? En un principio hay
dos respuestas posibles, una oposición de los africanos o una intervención. Ambas
fueron inexistentes.
Inicialmente la repartición fue un asunto de papeles, una cuestión de tratados
entre distintos estados europeos. Pero las cosas cambiaron. Como hemos visto, la
ocupación efectiva se convirtió, en una época posterior, en la partición sobre el terreno.
Hemos de ser conscientes de que, en la primera fase, ocurrían pocas cosas en
África. La partición de África se registraba en los mapas europeos, nada más. ¿Pero que
representaban estos mapas? La división de cancillerías, que no se molestarían entre
ellas. En Europa primero se conquistaba y luego se reflejaba el resultado en el mapa. En
África primero se dibujaba el mapa y luego ya se vería lo que se tenía que hacer.
Como es lógica, estas prácticas se han criticado mucho. Con frecuencia se dice
que, debido a ellas, las fronteras de África son artificiales. Pero por regla general las
fronteras no las decide la naturaleza, sino el poder, es decir, la política. No obstante, lo
peculiar de las fronteras africanas es que no ratificaba las relaciones de poder a
posteriori, sino a priori.
No es de extrañar entonces que la década de 1880 no ofreciera oposición, ya q
no había a que oponerse. Eso cambió en la década de 1890 cuando la violencia aumento
gravemente y adquirió un matiz distinto.
La partición iba enserio. De todos modos, hay dos observaciones: por un lado,
incluso en estos años las guerras coloniales eran de un orden distinto al de las guerras
europeas, por otro lado el fin del reparto no significó el fin de la violencia, que siguió a
pesar de haberse terminado la partición. En Europa podemos trabajar con la simple
dicotomía paz o guerra, en la situación colonial, esta pareja de conceptos solo cubre una
parte de la realidad. Podemos afirmar entonces que el número de guerras era
relativamente pequeño y que no puede hablarse de una oposición masiva, colectiva y
persistente a la partición.
El segundo motivo por el que siguió el reparto fue la ausencia de intervenciones
exteriores. En África representaban su tradicional obra diplomática y lo representaban
con entrega y talento, según las reglas teatrales que habían desarrollado a lo largo de
muchos siglos de política europea: exigiendo, amenazando, intimidando, cambiando y
pacificando.
Motivos y decisiones
Los historiadores no solo han intentado averiguar que impulsó la partición del
mismo modo han discutido apasionadamente sobre los motivos que llevaron a los
europeos a actuar en África.
Galagher y Robinson argumentaron que la política británica en la partición no
fue dirigida por los K sino por los políticos. Sea cual sea la opinión bien es cierto que
solo puede referirse a GB. A los países que no tenían imperios en Asia no les podían
mover tales motivos: su política se basaba en otras motivaciones. Estos a su vez
variaban de un país a otro, de una época a otra. Aunque claro está que los grupos de
presión insistían ante sus respectivos gobiernos para que estos difundieran sus intereses.
Resulta más fácil observarlo en países pequeños, como por ejemplo Holanda,
que necesitaba y defendía los intereses de comerciantes.
Había entonces muchos intereses en juego en África y es imposible señalar cual
es preponderante, solo que en determinados momentos los gobiernos se veían inclinado
a unos u otros.
Así, solo se puede llegar a la conclusión de que en la repartición de África han
intervenido muchos motivos, intereses y motivaciones.
Causas y consecuencias
Si queremos responder a la pregunta de por qué ocurrió la partición cuando
ocurrió, no podemos limitarnos a las personas y sus motivaciones, hemos de hablar
también de las causas y efectos. La repartición de África hemos de plantearnos la
pregunta de cuál es el fondo histórico de todo este proceso.
Gallagher y Robinson dijeron que la cuestión que se plantea es qué relación
existe entre, los objetivos y los puntos de vista, y por otro lado, las causas. La respuesta
de ellos era que las visiones subjetivas que influyeron a los británicos que repartieron
África fueron unas de las causas objetivas de la partición en sí.
De todos modos, un planteo no saca al otro. En un enfoque se enfatiza la
realidad como la vivieron los contemporáneos, en el otro se observa esa realidad con la
sabiduría del tiempo transcurrido. Y si bien puede parecer un anacronismo, es la parte
del anacronismo en el que caen los historiadores.
Era inevitable que África se viera involucrada en la estrategia mundial europea.
Más bien resulta sorprendente que se haya quedado tanto tiempo al margen. Quizá se
hubiera podido establecer una posición de dominio más fuerte. En el S XIX esta
situación empezó a cambiar. El botín adquirió mayor importancia puesto que gran parte
del resto del mundo ya había sido repartido.
También desempeño un papel importante la situación política interna de cada
nación europea. Los gobiernos tenían que enfrentar un nuevo deber: debían tener en
cuenta a sus electores. Los problemas sociales y económicos llamaban la atención cada
vez más. Se ampliaron las instituciones estatales, se buscaba un E fuerte
Así pues, surgió una nueva situación en Europa a partir de 1870, tanto en el
terreno de la política nacional como en la internacional. Por lo que atañe a la última, la
creación de los últimos E-N originó una nueva constelación de poder que se
caracterizaba por una fuerte rivalidad internacional y continuas maniobras diplomáticas.
Difícilmente podrían separarse los motivos económicos de los políticos. Se podría decir
con más aciertos que la política fue la síntesis de consideraciones sociales, económicas
y puramente políticas.
Significado e interés
¿Qué interés tenía todo este período? Esa es una pregunta con dos caras: el
interés para Europa y para África. Desde una perspectiva europea no tenían gran
importancia, ya que ocupaba un papel poco destacado en las preocupaciones de los
políticos de esa época. Desde el punto de vista económico no sería importante hasta
después de la PGM.
Después de la SGM la era colonialista pronto llegó a su fin. Paradójicamente,
fue entonces cuando empezó a fortalecerse la conciencia colonialista en Europa.
Desde la perspectiva africana este período era un repudio al sometimiento y a la
autoridad colonial si bien el periodo no duro mucho, sin la participación de los políticos
africanos todo esto no se podría haber llevado a cabo. Incluso durante el colonialismo
los africanos seguían siendo los dueños de su destino.
La era colonial duró poco, pero aun así puso en marcha o aceleró una serie de
procesos que aún hoy tiene efectos. En lo económico y social no aportó absolutamente
nada, solo precipitó un proceso de modernización que ya había empezado
La mayoría de los africanos recuerda la época colonial con aversión, y la
describen con horror. Antiguamente los historiadores coloniales la juzgaban de otra
manera, alabando el colonialismo como aporte de progreso y civilización.
No es necesario que seamos tan negativos en nuestros juicios sobre el
colonialismo. No obstante, resulta extraño y también algo triste, pensar que el
colonialismo europeo en África haya tenido tan poca relevancia para Europa.