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ZULOAGA Y «LO ANDALUZ» Articulo de JOSE ROMERO PORTILLO Teléfono: 658 08 28 29 Correo electrénico: jromerol1@us.es Institucién académica: Universidad de Sevilla CV DEL AUTOR Doctor en Periodismo y Méster en Guin, Narrativa y Creatividad Audiovisual por la Universidad de Sevilla, José Romero Portillo desarrolla una trayectoria profesional que se sustenta en la investigacién y la préctica del periodismo. Fruto de su labor académica son los distintos estudios que ha dedicado a la prensa en la Transicién espafiola, recogidos en articulos cientificos, en la obra Triunfo. Una revista abierta al sur (2012) © en la tesis doctoral La crénica parlamentaria en la obra periodistica de Victor Mérquez Reviriego (1977-1981), que fue reconocida con el Premio de Tesis Doctorales del Congreso de los Diputados. En paralelo, ha ejercido el periodismo como redactor en la editorial Comunicacién y Turismo o como guionista en series documentales emitidas Por Canal Sur Televisin (Andalucia es su nombre, Premio Andalucia de Pe para un pueblo). Asimismo, ha dirigido los documentales Murillo. Oxido y oro y ismo; Andaluzas, Premio Parlamento de Andalucia; 0 Blas Infante. Un hombre Menese (Premio Imagenera de 2019). Colaborador en la revista Andalucia en la Historia, ha canalizado su atraccién por el arte a través de diferentes trabajos, entre los que se encuentra el ensayo Ignacio Zuloaga en Sevilla, que describe la relacién del pintor vasco con Andalucia, ZULOAGA Y «LO ANDALUZ» RESUMEN En 1892, un indeciso Ignacio Zuloaga visita por primera vez Sevilla con el propésito de trabajar como pagador para una compafiia minera, y mejorar asi su situacién econémica, Sin embargo, este cometido durara poco, Atraido por la luz, el carécter y la voluptuosidad meridionales, el pintor vasco no tarda en retomar los pinceles en sendos talleres ubicados en la Casa de los Artistas y Alcalé de Guadaira, Su fascinacién por el paisaje y el paisanaje, o por el mundo del flamenco y los toros, que vive desde dentro, cristaliza en decenas de obras que revierten los manidos t6picos del romanticismo, hasta convertirse en un contenido ineludible de sus lienzos. Una fascinacién por «lo andaluz» que, lejos de ser un vineulo pasajero, dejara una huella permanente en la trayectoria tanto personal como artistica de Ignacio Zuloaga. PALABRAS CLAVE Ignacio Zuloaga, Andalucia, temas, paisaje, toros, flamenco ZULOAGA AND THE ANDALUSIAN CULTURE ABSTRACT In 1892, an undecided Ignacio Zuloaga visits Seville for the first time with the purpose of working as a paymaster for a mine company in order to improve his economic situation. However, this task will be short lived and attracted by the light, character and voluptuousness of the South, it will not be long before he resumes painting in the two studios located in Casa de los Artistas in Seville and in Alcalé de Guadaira. His fascination for the landscape and the civil population, the world of flamenco and bullfighting, which he lives from the inside, is reflected in dozens of his worksreverting the trite romantic clichés and becoming an unavoidable content in his paintings. This fascination for the Andalusian culture, far from being a temporarybond, will mark personally and artistically Ignacio Zuloaga’s career permanently. KEYWORDS Ignacio Zuloaga, Andalusia, contents, landscape, bullfighting, flamenco 3 ZULOAGA Y «LO ANDALUZ» Al contemplar una obra de Ignacio Zuloaga resulta dificil no reparar en algtin elemento que lo relacione con Andalucia, Ya sea en detalles materiales o en aspectos intangibles del proceso creativo —asimilados durante sus continuos periplos por esa tierra-, «lo andaluz» se halla presente como nota representativa en casi toda su trayectoria. No solo en una etapa puntual, sino a lo largo de décadas, Como un corazén que, en un momento dado, cobra vida y no para ya de latir instintivamente. O como una brijula que se activa y guia el camino hacia la impronta estética, Asi serd el vinculo de Zuloaga con Andalucia 0, més bien, con el Sur, entendido acaso a la manera cernudiana, desde un prisma litico y no geogréfico, como «desierto que llora mientras canta [...] risa blanca en el viento». El Sur que deja una huella indeleble en el artista que sabe leer entre lineas, entre retérica barroca y hueros t6picos, y que se convierte en un referente constante en lo personal, en lo intimo y lo emotivo, més alld de los cuadros. Lejos de conformar un periodo aislado dentro de su produccién artistica, Andalucia dibuja una linea transversal en la biografia de Ignacio Zuloaga. Desde que en 1892 tome contacto por primera vez. con Sevilla, los lazos se estrechan poco a poco, al tiempo que se prolongan Jas estancias en un concurrido estudio de la calle Feria o en una apacible vivienda que alquila en la localidad de Alcald de Guadaira, a la sombra de un castillo y a pocos metros de las casas cueva habitadas por los gitanos. Pero la conexién no se agota ahi, En reiterados viajes por CAdiz, Cordoba, Malaga o Granada, se suceden una tras otra las experiencias, y de ellas se nutren, cémo no, decenas de lienzos que plasman motivos, personajes y paisajes. Temas que podrian agruparse bajo el comin denominador de la fascinacién y la paradoja, pues partiendo de asuntos costumbristas relacionados, en su mayorfa, con el Ambito festivo de los toros 0 el flamenco-, Zuloaga revierte el estereotipo «con desgarro y sin convencionalismo», en palabras de Enrique Lafuente Ferrari, para alumbrar, por el contrario, una visién distanciada de las manidas escenas roménticas, cuyos ecos se repetian ain con insistencia a finales del siglo XIX y principios del XX. La Andalucia que interpreta Zuloaga no se asemeja a la pintoresca regién que describe literariamente Serafin Estébanez Calderdn. Ni es tampoco el vergel delicado que concibe su amigo Santiago Rusifiol en la Alhambra; ni el rine6n bueélico que evocan los plenairistas a orillas del rio Guadaira, en una reedicién meridional de la Escuela de Barbizon; ni mucho menos el conjunto exético, orientalizado, que -en la estela de Théophile Gautier, Washington Irving o Richard Ford- moldean a su gusto los 4 viajeros franceses y anglosajones para consumo répido de los turistas. Como sefiala Jesiis Maria de Arozamena, su Andalucia, la que vislumbra Zuloaga, es una tierra «desnuda», desprovista de maquillaje y carente del boato adulador, que anticipa, con destellos, los rasgos definitorios de su pintura posterior, consolidada en Segovia bajo el paraguas filos6fico de los miembros de la Generacién del 98. No hay, por tanto, una estampa de folclorismo tiznado y truculento a lo Romero de Torres», como acierta a decir Mufioz Molina rechazando las simplificaciones a las que se ha visto sometida su obra. Lo que se bosqueja, més bien, es una impresién compleja y contradictoria en ocasiones, a la par feliz y dolorosa, que engarza, por ejemplo, con las asperas crénicas firmadas por Azorin en El Imparcial en 1905 —luego recogidas en el libro Los pueblos-, donde acufia el concepto de una «Andalucia trgica» apenas atendida. Curiosamente, a pesar de la relevaneia que adquiere en la carrera de Zuloaga, sorprende el hecho de que sean escasos los estudios que traten en profundidad la influencia que esta tierra y su gente legaron a su catélogo. Andalucia no solo ha pasado desapercibida en buena parte de las investigaciones, sino que, cuando se ha reparado en ella, las reflexiones han girado en tomo a los clichés y a la categorizacién de este vineulo como una aventura «cargada de situaciones accesorias». Se ha llegado a afirmar que Zuloaga padece en Sevilla el «sarampién andaluz», como si esta relacién fuera una enfermedad infantil que debilitara pasajeramente su trayectoria, También se ha caido con frecuencia en la interpretacién de que su estancia en Andalucia especialmente la primera, entre los afios 1892 y 1898 no supuso més que una simple transicién entre su efervescencia juvenil en Paris y su madurez como pintor en Castilla. Sin embargo, las vivencias, los testimonios expresados en la correspondencia y los propios lienzos se empefian en mostrar mucho més. Basta apuntar las circunstancias que rodean al cuadro Visperas de la corrida —finalizado en Alcala en 1898 y rechazado en la Exposicién Universal de Paris de 1900 por la comisién espafiola— para ejemplificar las numerosas aristas que se desprenden del trabajo que lo unen al Sur y que determinan su recorrido posterior. Y significar con ello que lo que a primera vista parece superficial, esa supuesta mirada t6pica a «lo andaluz», oculta mayor complejidad. EI contexto. Para entender cémo perdura esa afinidad con el Sur, hay que remitirse a los inicios titubeantes de Zuloaga y al modo en que se produce ese encuentro con la tierra que lo acogera durante afios. O, como lo denomina Lafuente Ferrari, habria que descifrar las claves de ese «descubrimiento de Andalucfa», que cobra tintes epifiinicos. 5 En dicho hallazgo tiene especial importancia la juventud del pintor y su deseo irrefrenable de vivir nuevas situaciones y de seguir aprendiendo de los «clisicos» espafioles —Velézquez, Zurbarin, Ribera, El Greco, Goya...— que debian apartarlo de la vacuidad del academicismo ya conocido en Roma o de la blandura de la modernidad que avistaba en Paris. A ello tendria que sumarse la precariedad econémica por la que atraviesa. Tal es su avidez ~y la necesidad— en ese momento, que acepta incluso el encargo de trabajar para una empresa minera con sede en Sevilla. Por mediacién de varios amigos bilbainos, consigue un empleo como pagador en la Compaitia Argentifera Sevillana, que excavaba en la Sierra Norte; lo cual implicaba que una vez, por semana debia asumir el encargo de trasladarse a los yacimientos -montado a caballo y con un revélver bajo la chaqueta~ para llevar la soldada a los mineros. Ya esté mas 0 menos teflida de novela este pasaje, lo cierto es que Zuloaga prefirié aquel trabajo temporal en Sevilla antes que volver a su Kibar natal, donde posiblemente se hubiera limitado su singladura vital y artistica. A través de los comentarios realizados por algunos compafieros de aquella etapa —véanse las Memorias de un bilbaino, de José de Orueta-, se tiene constancia de que la capital andaluza le causé una honda impresién. Lejos de sentirse decepcionado por la vida provinciana, el pintor se sorprendié al descubrir una segunda bohemia en tomo a la plaza de la Alameda de Hércules y sus calles aledafias. Una bohemia ins6lita, tan vibrante como la de los cafés parisinos, compuesta por una amalgama excéntrica de cantaores, guitarristas’ y bailaores de flamenco, toreros consagrados y «maletas», cigarreras, floristas, gitanas de la buenaventura y buscavidas de toda calafia, a los que Zuloaga ausculté en sus obras bajo la patina de superficialidad pintoresca. Una bohemia que, a fin de cuentas, como resalté su amigo Orueta (1952: 294), le ayud6 a zafarse de la «crisdliday de timidez que le cefifa, «para volar, con alas brillantes, por el mundo artistico universal, pocos momentos después». También el pintor Javier de Winthuysen (2005: 84), con el que coincidié en este periodo, puntualizé que «Zuloaga se enamord de Sevilla» desde el primer instante en que la pis6. Se embeles6 de tal manera que su estancia en Andalucia significé un cambio en su modo de coneebir la pintura, al aclarar su paleta e incluir personajes de corte costumbrista, que fueron tratados de una manera singular. Y a la inversa, esta visita de Zuloaga, asi como la legada de otros artistas formados en el extranjero, surtié un efecto renovador, no exento de polémica, en la ciudad de acogida. Seifalaba Winthuysen, en Memorias de un seforito sevillano, que la pintura hispalense de finales 6 del siglo XIX se encontraba anclada en el pasado, incapaz de soltar amarras con la imagen estereotipada del Sur. Sobresalian entonces los maestros José Jiménez Aranda, Gonzalo Bilbao 0 José Garcia Ramos, cuyas obras eran, en buena medida, herederas de las de Fortuny. Triunfaban los cuadros de pequefio formato, casi miniaturistas, elaborados con una técnica depurada; lienzos que reflejaban escenas cotidianas, ‘marcadas por la luminosidad, la brillantez. de los colores y el preciosismo, Frente a estos trabajos minuciosos, se posicionaron una serie de pintores fordneos, entre los que se incluyen Zuloaga, Iturrino y Regoyos, que rompieron los moldes vigentes y que, dada la osadfa, recibieron duras criticas. El pi Alcala de Guadaira, localidad que, desde la primera mitad del siglo XIX, acogié a un ije. Este «descubrimiento de Andalucia» se completa con un acercamiento a heterogéneo cfrculo de artistas que abarcaba desde los pintores europeos embozados en su capa de romanticismo -como David Roberts 0 John Frederick Lewis~ hasta los andaluces que trabajaban con sus caballetes desplegados al aire libre en el entorno del parque de Oromana, el castillo almohade, 1a ermita de San Roque o los molinos harineros. Con sus delicados paisajes, autores como Emilio Sanchez Perrier, Manuel Gareia Rodriguez 0 Nicolés Alpériz. dieron lustre a este pueblo sevillano que, en opinién de Juan Feméndez Lacomba (2005), poco tenia que envidiar a la Escuela de Barbizon. Sin embargo, al igual que en Sevilla, Zuloaga vuelve a representar una excepcién en Alcald, pues no se deja atrapar por la corriente plenairista, ni por los efectos luminicos, ni por los juegos crométicos asociados a esta préctica, A contracorriente, se separa de la temética verista y naturalista para continuar la senda emprendida en Paris. Los cuadros Mujer de Alealé de Guadatra, Estudio en grises y Las dos amigas ~con el que obtiene una medalla de plata en la Exposicién de Bellas Artes de Barcelona en 1896~ son ejemplos del interés que muestra por progresar en la recreacién de interiores y en el movimiento de sus modelos, que se desplazan a la manera degasiana. Salvo en el cuadro Vispera de la corrida —donde si aparece una silueta de Alcalé de Guadaira- el pintor apenas se decanta por las panorémicas en boga, tan solicitadas por la burguesfa local y los turistas. Y en esa linea continuard en sus infatigables viajes por Andalucia en fechas posteriores. A pesar de que se embelesa con el paisaje surefio, tan Ileno de contrastes ~desde las tierras bajas de CAdiz hasta la cordillera escarpada de Sierra Morena, en pocas ocasiones plasmara pictoricamente su fisonomia. Como 1 reflejo de esa admiracién, se encuentra su correspondencia, donde destacan tarjetas postales enviadas desde Malaga o Granada con comentarios de los lugares que visita. Comentarios breves, pero, eso si, repletos casi todos ellos de exclamaciones de jubilo. En 1907, por ejemplo, durante una travesia por la ciudad de la Alhambra escribird a su tio, el ceramista Daniel Zuloaga: «Qué hermosisima tierra ésta. {Qué gitaneria més colosal! Cémo te gustaria este pais». Entusiasmo que transmite también a su familia en Francia y a sus amigos del mundo artistico, a los que invita de continuo a descubrir Andalucia. Lo hace, entre otros, con el joven poeta Rainer Maria Rilke, declarado admirador de Zuloaga, quien, a sus 27 afios, diré en una carta: «Tengo que confesarle que durante varios dias estuve a punto de partir directamente para Sevilla, para verle a usted y ver a su patria [...] Mi deseo Ilegé al colmo de la impaciencia, porque se me hizo evidente la necesidad que tengo de escribir ese libro ardiente Ileno de flores y danzas». Finalmente, en diciembre de 1912, Rilke recalarfa unos meses en Ronda, y del influjo de aquella localidad «encaramada del modo més fantistico y grandioso a una montafia brotarian ensofiaciones y versos misticos. Mas prosaica, aunque no menos interesante, sera la isita de Auguste Rodin, quien, de la mano de Zuloaga y tras recorrer Madrid y Toledo, hizo parada en Sevilla y Cérdoba, En esta tiltima ciudad, el escultor asistié con asombro a la compra de un cuadro por parte de Zuloaga, que desembolsé 5.000 pesetas del afio 1905 por la Visién apocaliptica de El Greco, una de las grandes obsesiones del eibarrés. Se conoce que Rodin no compartia esa fascinacién por el cretense y, al parecer, intents disuadir al pintor de tan elevada adquisicién, espetdndole un hiriente «se ha vuelto usted loco?». ‘Anécdotas aparte, y por mas que los viajes por Andalucia fueran reiterados, cabria resaltar una vez mas que no son abundantes los paisajes meridionales en la obra de Zuloaga. Sobre todo, se estiman escasos si se compara con la profusa produccién en torno a Castilla o, incluso, Arag6n. Como fulgores puntuales lucen los perfiles de Arcos de la Frontera, Antequera 0 Granada, todos ellos captados en los afios veinte. Perfiles, por cierto, que denotan su predileccién por escenografias imponentes, cargadas de historia y monumentalidad, donde se eleva una arquitectura de raigambre medieval, compuesta por fortalezas, casas sefioriales 0 conventos. Paisajes esporidicos, en definitiva, que ceden el paso al paisanaje andaluz, de especial interés para Zuloaga, que hallé mayor estimulo en los toros y el flamenco. O, mas bien, en sus protagonistas. Toros y flamenco. Uno de los aspectos mas lamativos del paso de Zuloaga por Andalucia es su sobresaliente aficién por los toros, que le lleva no solo a retratar a matadores, sino incluso a probar fortuna en las plazas. En 1895, tres afios después de su Hegada a Sevilla, el pintor se dirige al barrio de San Bernardo para recibir las ensefianzas de «salény de un torero retirado, Manuel Carmona «Panadero», quien habia fundado una escuela taurina junto a la Puerta de la Came. A pesar de su entusiasmo con la espada y 1a muleta, se tiene constancia de que Zuloaga interviene en apenas diecisiete novilladas, de las cuales se aparta, probablemente, tras suftir una severa comada. Bajo el apodo de «El Pintor», el eibarrés intenta hacer realidad un suefio que ya se habia iniciado en su juventud parisina, en el coso de la rue Pergolese, y que perdura hasta su muerte en 1945, cuando atin con més de setenta afios acompafia a su ahijado Rafael Albaicin en los tentaderos. Testimonio de su época mas bohemia, las andanzas taurinas de Zuloaga componen algo més que una simple anéedota. Esta aventura como novillero tuvo escaso recorrido, pero le sirvié para conocer desde dentro el estremecimiento que nace sobre el albero. Al igual que Goya ~también torero ocasional-, Zuloaga plasma en sus cuadros una visién compleja de la fiesta, cargada de desgarro y profundidad, No se interesa tanto por los lances, sino més bien por plasmar el cardcter, la mirada y el ademén tanto de toreros consagrados -caso de Domingo Ortega o su admirado Juan Belmonte, al que retrata en tres ocasiones— como el perfil de personajes annimos, que intentan hacerse un hueco en los carteles; o bien, el perfil de aquellos otros que, abatidos y castigados por la fiesta, denotan la dureza del oficio. Expresién que se aprecia en las figuras enjutas del picador y el caballo de La victima de la fiesta, una de las obras més simbélicas del sentir noventayochesco. Como ha cuantificado Mariano Gémez de Caso, la produccién de temitica taurina de Zuloaga representa en toro a un diez por ciento del total de las obras realizadas a lo largo de su carrera, Teniendo en cuenta que el vasco fue un artista fecundo, con mas de ochocientos trabajos en su catélogo particular, esta cifra aleanza una notable importancia, no ya tanto por el volumen como por la calidad de los lienzos. Zuloaga plasmé el toreo desde un prisma personalisimo, en el que primaron las sensaciones individuales, el aspecto emocional, por encima de las formas y la descripcién minuciosa de los festejos. De hecho, son muy pocos los cuadros de Zuloaga donde se contempla el desarrollo de una corrida, Su «tauromaquia» se distingue por componer una galeria de perfiles ¢ instantes del toreo, y de todos aquellos elementos 9 supuestamente secundarios que lo rodean, desde la visita a las reses en el dia previo a la fiesta -Vispera de la corrida- al regocijo del piblico en el tendido o en el palco —Las presidentas-. Salvo contadas excepeiones, como el mencionado cuadro La victima de la ‘fiesta 0 el retrato del picador £! Coriano -envolvente el gesto apesadumbrado, senequista, del personaje-, su pintura taurina esté armada mayoritariamente sobre experiencias gozosas, que afloraron con mayor brio tras sus escarceos como novillero en aquella pequefia plaza de la Puerta de la Came. Y lo mismo se podria extrapolar a su relacién con el flamenco, otro de los pilares indispensables en la obra de Zuloaga. Flamenco que también conoce de primera mano, en plena ebullicién de los cafés cantantes sevillanos que se abren en tomo a la Alameda de Hércules. La retina del pintor conservard el especticulo vibrante de los tablaos y lo recrearé en Jos lienzos. Pero también lo trasladard a las fiestas intimas, familiares, como ocurre, por ejemplo, en la celebracién del bautizo de su hijo Antonio en Paris el 25 de abril de 1906; dia en el que ilustres invitados, entre ellos Degas, Rilke © Albéniz, gravitan en tomo a la atrayente figura de Carmen «La Bailaoray. Anticipdndose varias décadas a la labor de promocién cultural del flamenco en el extranjero, Zuloaga proyecta con sus cuadros el flamenco en Europa y Estados Unidos. Basta citar, como minimo ejemplo, el éxito que coseché Bailarina andaluza, obra que obtendria el gran premio de la Bienal de Venecia en 1903. O, incluso, se podria afirmar que Zuloaga lo apoya como una especie de mecenas que impulsa la carrera de guitarristas, bailaores y cantaores, entre los que despunta Pastora Pavén, més conocida como «La Nifia de los Peines», voz imprescindible del flamenco en el siglo XX, a la (que retrata en Pastorcita la gitana y a la que lleva a actuar a Bilbao cuando esta era tan solo una adolescente. O bien, interviene a nivel organizativo ~a nivel de «imagen» se diria ahora-, prestando asesoramiento y asistiendo al Concurso de Cante Jondo de Granada en 1922; cita emblemética para el flamenco, que conté con la iniciativa del compositor Manuel de Falla y el respaldo de autores de Ia talla de Federico Garcia Lorea, y que constituyé una piedra de toque a la hora reivindicar el flamenco como expresién de calado artistico, capaz. de aunar lo popular y lo culto. Todavia por desentrafiarse esa pasién de Ignacio Zuloaga por los toros y el flamenco, se antoja ineludible una mirada mas profunda a las conexiones entte el pintor y Andalucia. Una relacién que, como se ha dicho, resulta imposible acotar en un periodo conereto, puesto que durante décadas el eibarrés regresard a tipos, escenarios y detalles que invariablemente remiten al Sur. Ahi estén, como botén de muestra, los 10 lienzos Las tres primas 0 La calle de las pasiones, hibridos de mantillas, trajes de flamenca y arquitectura segoviana, situados a medio camino entre lo meridional y lo castellano. Prueba més que palpable de que «lo andaluz» no fue solo punto de inflexién 0 un hito aislado en un fecundo camino. ul BIBLIOGRAFIA ALVAREZ EMPARANZA, Juan Maria. Ignacio Zuloaga. San Sebastién: Diputacion de Guipizeoa, 1970. AROZAMENA, Jesiis Marfa de. Ignacio Zuloaga. El pintor, el hombre. San Sebastién: Sociedad Guipuzcoana de Ediciones y Publicaciones, 1970. AZORIN. 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