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La fruta y la oscuridad Las monjas eran alemanas. Limpias, blancas, amplias, como la casa principal en la que una elegancia auste- ra habitaba en los muebles, en los escasos adornos y hasta en la vajilla, pesada, inevitablemente blanca y hecha para durar por siempre. La belleza de ese ambiente rodeado de un parque apacible en el que podfamos andar horas sin pasar por el mismo lugar dos veces, me seducta: a pesar de que no era obligatorio yo habia elegido participar del re- tiro. Me gustaba escabullirme por la casa, la capilla y el jardin huyendo de las monjas que como fantas- mas deambulaban siempre fingiendo ir de una tarea a otra, del huerto ala cocina, del confesionario a la sala de lectura, de rezar la novena a encender las ve- las. Yo las miraba andar y me parecfa que lo hacfan sin tocar el piso, como si se deslizaran, a veces ha- ciendo desaparecer una mano en Ja manga contra- ria. No tenfan pies ni manos, ni pelo. Era evidente: no tenian cuerpo. Debajo de los habitos negros, de esos telones herméticos, las monjas sonrientes no tenfan cuerpo, por eso sus sermones, sus dulces dia- 57 uibas, su modo de hacer todo sin urgencia, fy logrado lo que todas queriamos y sonrefan y . incjillas redondas y rosas como flore bj ti ‘Chian Yo no. Yo tenfa un cuerpo, vivia con migo a cuestas o mejor dicho en él, andaba caballo sin domar siempre con miedo de ¢ al ne. CN up _ i: ‘acre, como si fuera por el borde. El secreto era NO mira ir cl vacio de frente, sdlo saberlo. Estaba escrito ylo repetian mis maestras para que yo pudiera Pasar las prucbas, porque los dfas, decfan, estaban llenos de prucbas como piedras. Piedras y plantas con espi- nas, asi imaginaba yo el camino. Debja ser fuerte, Esa mafiana habja cafdo en una especie de sue- fo al que me empujaba la oracién matutina, softaba que hacfa eso mismo que estaba haciendo, parecia rezar pero estaba, en realidad, dormida. Bendita tt eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jestis, decia mi boca en suefios. Mis ojos clavados en el ojo del tridngulo ya no veian. Los Padrenuestros y el Gloria eran lo tinico que exista fuera de los Avemaria. La voz de la hermana Inés que lefa los misterios llegaba a mi como si fuera" otra lengua. ' Gozo, dolor y gloria. Ese era el orden, el ey ' orden posible. Gloria al Padre, al Hijo y al oe Santo como era en un principio, ahora y cae por los siglos de los siglos. Por los siglos de be . glos el pulgar y el indice avanzando entre cuent ico 58 cuenta del rosario de soga que todas Ilevabamos en el cuello. Rezébamos también por la tarde, a la hora de los angeles. De gris, de blanco y de negro, arrodi- lladas, mansas, quietas al ritmo de la monotonia de las oraciones. Algunas dejaban caer la cabeza, otras entrecerraban los ojos, e bamos de a poco tejiendo algo parecido a un secreto. Y sobre todas, él, amoro- samente inclinado hacia nosotras, cubierto apenas entre las piernas. Gotas que no ruedan, quietas de sangre y de sudor, heridas de dolor o de gozo y gloria también, Ja caricia del pelo en los pémulos. Siempre murien- do y nunca muerto. Tenia la boca entreabierta y se veian las puntas de sus dientes y de su lengua htime- da. Apenas las puntas como una promesa. Después de la oracién fuimos al comedor de techos altos en el que ocupdbamos apenas un rin- cén de las mesas largas y una parte de los bancos de madera. Como no habja espacio para el juego, la necesidad de refrnos se colaba sobre todo en las horas de la comida: nos tirabamos pedacitos de pan, nos cambidbamos los platos, nos susurrébamos ton- terfas al ofdo, todo intentando esquivar las miradas vigilantes que como luces de un faro emitian las monjas erguidas en una y otra punta de la mesa. EI perfume del pan que hacfan las monjas para el desayuno me acaricia cada vez que lo recuerdo. 59 Era negro con semillas como estrellas httined, Sy Nedy como si estuviera vivo, pesado como la carne, 3 té negro en grandes tazas blancas. E] alma , después de haber rezado. Dios no estaba t cuando todo eso ocurria. Aquel dia después del desayuno sali a dar un paseo por el jardin a pesar de que no era cl mo. mento. Debiamos leer El silencio de Maria, “un capitulo al menos”, habfa dicho la hermana Ag. nes. limpig ‘AN lejos Habia péjaros y yo tenfa atin el sabor del pan en mi boca cuando vi venir a la hermana Helga, Era la nica que parecfa no haber resuelto la cuestién del cuerpo: al de ella yo podia verlo. Rengueaba y después de comer, sentada como si estuviera apilada sobre si misma, dormia unas siestas cortas con ron- quidos de ratén. Me escondi en la galeria, abri la primera puer- ta que encontré, y aparecié ante m{ un mundo de libros. Los estantes Ilegaban hasta el techo y tal vet més all4, habia una especie de balcén largo de una pared a otra y una escalera. Los libros estaban més altos de lo que estaba Jestis en la capilla. Los lomos de cuero con letras doradas junto a los lomos flacos de cartén de las enciclicas, y hacia la izquierda u™ Enciclopedia Universal del Arte. Saqué un tomo y lo abri. Yo abria libros ¢ abria puertas, como s6lo puede hacerlo un nino, om0d sin 60 pasado ni nada por delante mas que la misma puer- ta. Y ahf estaba ella. Habja dejado a un costado su ropa, junto a las frutas del dia de campo, o Desayuno como decia que se llamaba la pintura. Desayuno en la hierba. Toda la luz del cuadro salfa de su cuerpo des- nudo. Los dos hombres estaban vestidos, uno sen- tado junto a ella, escuchando a su amigo y el otro recostado como lo hacen los dioses o los reyes, con una mano levantada que confirmaba lo que estaba diciendo. La mujer de atrds, la que estaba en una es- pecie de arroyo o m{inimo claro de agua, no existia. Me di cuenta por la desproporcién de su tamafo. Habia sido inventada a ultimo momento pero no era real, no como los que estaban en primer plano. El bosque que los rodeaba, la ropa de los hom- bres, sus caras, sus barbas, el sombrero negro, lo que conversaban sin prestarle atencién a ella como no se le presta atencidn al sol, al fuego, a las lam- paras que nos iluminan, todo era oscuro menos ella. Y el desparpajo no estaba en su desnudez sino en el modo de mirarme, tranquila, tan cémoda en su cuerpo como no se podia estar si el cuerpo era el enemigo. Tal vez ella habia domado al enemigo 0 se habia entregado a él por completo, pero no, no se veia como alguien después de una lucha, no era vencida ni vencedora. Ella era y no necesitaba mas que eso. Como la fruta que estaba junto a st ropa. Gr Ella me miraba desde el libro cuandg es CUiche el grito a mis espaldas. Tal vez se asusté fanee ate Comy yo pero no pude verla, cerré el libro o g para defenderse. La hermana Helga me tomé del brazg arrastro fuera de la biblioteca. No me soltaba me llevo al despacho de la Madre Anna. No len contramos y sin soltarme, la hermana Helga sigug llevandome de un lado al otro como si no supie. ra dénde ponerme. Yo flameaba de costado con ¢ hombro a la altura de la oreja. La hermana Hel. ga decia que no iba a poder confesarme porque el padre Julidn no llegaba hasta el domingo. “Chica sucia’, repetia una y otra vez sin mirarme. Pero des- pués de un rato se cansé y asf también mi miedoy su enojo. Mi miedo durmid y se esfumé en sueiios, el enojo de ella en cambio se desperté renovado. Después de la cena y antes de retirarnos a nues tras celdas se nos dio el ejercicio de esa noche. La hermana Cecilia dijo que una vez que estuviérames por dormir, luego de habernos lavado y haber tet" do, debiamos recostarnos y dejar que Jestis entratl por la puerta a sentarse junto a nuestras camas. la hermana Cecilia dijo que debfamos esperar en Sr lencio y que él, Jestis, iba a hablarnos. a Después dijo que podiamos retirarnos: is entonces la hermana Helga me llamo apart ee te jsitarlt ” usted no, Kamiya”, dijo. “Jestis no va a visit@ © Cerrg sol 62 ay usted...”, agregd en voz muy baja, y dejé incompleta en J aire como Ia punta de un ZO. después del golpe. Luego vonrié como hacia re de dormir sus sistas, y me dijo que podie irme. Mc lavé, me peiné y me vesti para dormi hice Jentament Lo ‘| agua fria, el jabén blanco, las toallas de algodén, las sabanas que olfan a sol ya las manos buenas de las hermanas que les habian lava- do. acercarme, sin que FE carme como s¢ acercan los perros asus amos Cuan- do tienen mucho miedo y ya no pueden cuidarlo. Recé de rodillas con las manos juntas, repitien- do lo que me habia escuchado decir cada noche. Bendita sea tu pureza y cternamente lo sea pues todo un Dios se recrea en tan graciosa belleza. Jestis no iba a venir a mi celda. Iba a visitar a las demés, a todas, pero no a mi. A ti celestial princesa, Virgen sagrada Maria yo te ofrezco en este dia... “Dios esté allf donde sc lo deje entrar”, decia siempre la hermana Cecilia. “El diablo también”, agregaba la hermana Helga cada vez. Hice la sefal de la cruz, tomé aire como si fuera a sumergirme y apagué cl velador. Desaparecié todo y yo me quedé sola, sin piso, sin techo, sin paredes, sin el] crucifijo de la cabecera. No sé si el miedo se tragé los sonidos de la noche o fue la misma noche la que se quedé quieta y silenciosa. 63 La oscuridad es lo més poderoso, Penge hay nada que no quepa en esa boca; pucd en silencio todo lo que Dios ha cre: al ultimo dia. Me quedé muy quicta y a pesar del 1 me acurruqué, extendi mis piern No © Wit ado del Pring, Niedo ng as y dejé los brags a los costados de mi cuerpo. Senti entonces que no estaba sola, Hal mirada en la oscuridad. Una mirada que deaba porque no tenia dudas. Decidi hacer de mé una ofrenda, Tomé mi camison por cl borde y lo levanté hasta que los tltimos pliegues cubrieron mi ropa interior, Esperé, creo que a mi misma, y descubri luego el tra- mo de la cadera hasta la cintura. Senté la frescura de un soplido. La oscuridad era suave y Fria. Por ultimo arqueé mi espalda y levanté la ce Did una no Patpa- beza para dejar salir el camisén, que arrojé junto a la cama, adonde dejé caer también mi ropa it- terior. No sé si mis ojos estaban cerrados o abiertos pero podia sentir mi cor n. Volvi a la quietud y esperé en ella. ; Frente a la oscuridad hambrienta me mes entera para que me entendicra. fo Aquella fue la primera y la tileima ver q" tuve desnuda. Desde entonces busco repetirlo. cre Me quito la ropa, las hebillas del pelo, el ma- quillaje, los adornos, el perfume, no sonrio ni dejo de hacerlo, en mi cara dejo sdlo lo que siento, y en- tonces busco aquella desnudez primera. Pero siem- pre algo se interpone entre quien mira y mi cuerpo. Siempre un velo de nada, algo que finge no existir se interpone, tapa, viste, impide. ;Qué es lo que no consigo quitarme? {Qué es lo que le entregué a la oscuridad y ya no logro darle a nadie? 65

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