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CREER

por

Cristhian Paredes Yong.

Análisis de la
información

IDEA de Oriente

2006

Aprobado por
_______________________________________
Susana Suazo Zauriz
Dame algo en que creer

EL HOMBRE Y LA INTERMINABLE
BUSQUEDA

Creer

Todo este tiempo desde que tengo


conciencia, he estado rodeado de gente
creyente; no, no me refiero meramente a
las personas religiosas per se, si no a
todas en general. Desde el ateo que no
cree en nada sino en si mismo, hasta el
científico más racional, lógico y metódico
que cree en sus comprobaciones, pasando
por las personas religiosas que están
dispuestas a largas peregrinaciones

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ocupando simplemente sus rodillas como
medios de transporte.

Lo dicho, cada quien cree en lo que siente


debe creer. El hombre sin creencias es
poco más que un vegetal. Imagínense un
negociante internacional como yo, que no
creyera en el dinero. El acabose y un
poco más. Pero bueno mi punto es: El
hombre tiene la necesidad de creer, se
encuentra inmerso en una constante
búsqueda de ALGO en que creer, a lo cuál
aferrarse, que le permita encontrar un
camino y encomendarse cuando no
encuentra sentido a nada.

Así, el hombre de creencias científicas


busca ante todo una solución racional a
sus dilemas, mientras el religioso busca
en el poder superior una ayuda divina.

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Sin darse cuenta los dos acuden a la
misma fuerza: La fe.

Uno se detiene a pensar en las vertientes


y ramificaciones de las religiones; ya
sean antiguas o nuevas, todas incluyen el
rito y el acto de creer en algo. Desde los
albores de la civilización –aun más, desde
el nacimiento de la humanidad- se
necesitó algo en que creer y pedirle
favores. Un dios nace cuando existe
alguien que crea en el, cuando alguien
con mucha fe le pide algo y finalmente se
reconcede, es así como nace un dios, es
así como nace una creencia, por la
manifestación de la fe.

Existe otra variedad: los cultos. En estos


se venera a todo cuanto se pueda
considerar sagrado, sea una sábana con

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marcas de sangre que evidencian
mutilaciones ocurridas hace más de 2000
años, hasta uno peculiarmente antiguo,
pero que de buenas a primeras a llegado
a acaparar la atención en la sociedad: El
culto a la santa muerte.

Es curioso. Tiene más de 3000 años que


se rinde culto a la muerte, y no solo en
México, sino en todas las culturas y
religiones previas al judaísmo concebían
un dios o un encargado de la muerte,
como digo, es curioso, puesto que la
gente neófita no recuerda y lo envuelve
en un manto de lo pagano, siendo algo
que más que espantarnos deberíamos
considerar como un impacto cultural, de
algo que ha ido transformándose y
adaptándose época con época, y digo
adaptándose debido al avatar que ha

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asumido en los últimos 76 años. Y es que
desde 1930 fue cuando este culto se
transformó y se adaptó a la religión
imperante en el planeta: El cristianismo.
Con sus cientos de beatos, santos, y
demás peculiaridades comenzaron a
llamarle santa a la muerte, creando una
imagen que a la postre sería una fusión
entre la representación tradicional de la
carta el tarot “la parca” con el de la
virgen del sacramento. Su culto se fue
extendiendo y en algunos lugares, como
en San Luís Potosí en el pueblo minero de
San Pascualito Rey donde entre las
décadas de 1940 y 1950 se construyó una
iglesia dedicada a La santa muerte, a la
cual día a día al inicio de la jornada los
mineros se encomendaban y pedían
permiso para entrar a sus “dominios” y
permitirles salir sanos y salvos, de lo

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contrario, le pedían que fuera clemente
en su hora final y les permitiese
descansar siempre y cuando la Santa
Muerte se encargara de velar por sus
familias.

Este culto comenzó a expandirse en


demás pueblos mineros –aún en Real de
Minas y Real de Catorce se conservan
altares dentro de las minas- y se fue
haciendo popular en otras profesiones de
peligro como la explotación de petróleo.
Así se fue popularizando en círculos
inferiores siempre de manera de
secretismo, no tanto por que lo
considerasen algo pagano y malo, sino
por el simple hecho de que lo
consideraban cuestión gremial y por lo
mismo no permitían su expansión. Se
mantuvo así hasta la década de los 80

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cuando todo cambió, en parte por el
creciente narcotráfico y la aparición de
otro culto: El culto a Malverde.

Pero bueno, antes de desviarme del tema


de la santa muerte, he de hacer hincapié
en la animadversión que se le tiene está
basada a eso mismo, al narcotráfico ya
que se le liga a los temidos
“narcosatánicos”, y esto es obvio ya que
el vox populi considera a la muerte como
algo maligno. Nada más falso, los
narcosatánicos son “arena de otro
costal”, y es que si bien hay adoradores
de la santa muerte en todos lados y de
todos tipos, tienen por lo general algo en
común: Ven a la muerte como un último
resquicio de salvación. Consideran el
juicio de la muerte como un blanco y
negro sin medios tonos, o da o quita.

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Cumple o no. A la muerte le cargan
peticiones monetarias, de protección, de
venganza inclusive, más nunca de
salvación. Nunca se le pide a ella por
alguien enfermo, pues se entiende que si
es un enfermo de gravedad su Santa lo
está reclamando para sí, y con ella no hay
por qué discutir.

Es interesante como hay personas que


piensan que los ritos de la santa muerte
incluyen sacrificios humanos y demás
barbaries, más sin embargo no lo es.

Y no lo es, sino que a la muerte es tanto


igual de efectiva que cualquier dios,
cualquier santo o vaca sagrada, no es
más o menos efectivo, no es mejor o
peor, ni buena ni mala, sino que depende
el fervor con el cual se pidan las cosas,

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que a fin de cuentas es el creer en que se
podrá cumplir.

Lo dicho, el ser humano necesita algo en


que materializar su fe, poder encontrar
algo a que pedirle, sea una imagen o un
símbolo, ya que prefiere rezar o pedir a
algo que a la nada, sin darse cuenta que
el resultado sería el mismo si le tuviese el
mismo grado de fe a la nada.

Nacimos para creer. Es parte de nuestra


naturaleza buscar algo o alguien en quien
descargar nuestras ultimas esperanzas.
Todos creemos en algo, yo me incluyo, es
por eso mismo que no me considero capaz
de juzgar o emitir un punto
cortantemente a favor o en contra de
cualquier creencia. Esto soy yo, son mis
ideas y por ello mismo muero por ellas.

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