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Al cabo de los días, el bosque quedó atrás, pero su magia perduró en mi corazón.

Cada vez que cierro los ojos, puedo sentir la brisa fresca y escuchar el susurro de
los árboles. Aquel encuentro con la naturaleza me recordó la importancia de buscar
momentos de calma y conexión en medio del ajetreo de la vida. Ahora, llevo
conmigo el eco de aquellos suspiros del viento y la serenidad que encontré en
aquel rincón mágico. Siempre estaré agradecido por la lección que el bosque me
enseñó y el regalo de paz que dejó en mi alma.

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