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FERNANDO GONZÁLEZ,

Filósofo de la autenticidad


Javier Henao Hidrón



FERNANDO GONZÁLEZ,
Filósofo de la autenticidad

Séptima edición
(Ampliada)

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CONTENIDO

VIVENCIA CRONOLÓGICA

DE CÓMO CONOCÍ A FERNANDO GONZÁLEZ

1. EN ENVIGADO ÉRAMOS ASÍ

El nombre de Envigado. Los títulos de Ciudad de las Ceibas, Ciudad Prolífera y Ciudad
Doctoral. Primeros pobladores. Lucas de Ochoa, tatarabuelo de Fernando González y su
alter ego. Sus padres: Daniel González y Pastora Ochoa. Nacimiento el 24 de abril de
1895. La casa de la calle con caño. Sus hermanos. Su infancia. Características de su
temperamento.

2. ESTUDIANTE REBELDE

Primeros estudios en el Colegio de la Presentación, de Envigado. Enseñanza primaria y


secundaria en el Colegio de San Ignacio, de Medellín. Controversia con sus profesores.
Expulsado del Colegio en quinto año de bachillerato. Profunda influencia de los jesuitas:
figura del padre Elías; Don Benjamín, jesuita predicador; Ignacio de Loyola; el jesuita
soltado.

3. EL TIEMPO COMO MOVIMIENTO DEL ESPÍRITU

Regresa a Envigado a finales de 1911. Sus lecturas preferidas. Un pensador debe tener
una pequeña fortuna: «Todas las libertades». Proceso de gestación de Pensamientos de
un viejo. Prólogo de Fidel Cano. Sus libretas. Ingresa al grupo Los Panidas. El ser en el
tiempo: «Nerón murió a la edad de mil años». Nace un escritor con personalidad. El
payaso interior.

4. EL DERECHO A NO OBEDECER

Grado de bachiller (1917). Doctorado en Jurisprudencia (1919). El derecho a no


obedecer o Una tesis: por qué en Colombia no rige la ley de proporcionalidad de las
actividades; el principio del hombre causa; la sociedad es para el hombre y no éste para
aquélla; la importancia de la división del trabajo; la escuela liberal y el socialismo de
Estado. Repudio a la acción gregaria y a las dictaduras. Lo primero es el in-di-vi-duo.

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5. ENTRE LA ABOGACÍA, LA JUDICATURA Y EL AMOR

Abogado. Juez y magistrado. La originalidad de sus providencias judiciales. Matrimonio


con Margarita Restrepo (1922). Un suegro y amigo: Carlos E. Restrepo. Berenguela. Sus
hijos. Diálogo acerca de Dios.

6. VIAJE A PIE DE DOS FILÓSOFOS AFICIONADOS

Los dos filósofos aficionados: Fernando González Ochoa y Benjamín Correa Fernández.
Publicación de Viaje a pie (1929) y traducción al francés. Obra maestra destinada a
acabar con la literatura de palabras. La arquidiócesis de Medellín prohíbe su lectura. El
estilo suramericano.

7. HISTORIADOR CON MÉTODO PROPIO

Planteamientos acerca del método. El método emocional. «Las verdaderas universidades


son los grandes hombres». Las obras de contenido histórico-biográfico: Mi Simón
Bolívar, Mi Compadre (Juan Vicente Gómez) y Santander. Aplicación del metro
psíquico o concienciámetro. La conciencia continental pura (Bolívar), la conciencia
nacional falsificada (Santander) y la inteligencia astuta (Gómez).

8. ANTINOMIAS DEL CONSULADO

De la amistad entre Carlos E. Restrepo y Enrique Olaya Herrera nace su primer


consulado en Europa (1932-1934). Génova y Marsella. Vivencia del arte de Italia. El
Hermafrodita dormido. Conflicto con el régimen fascista. Estancia en París. Don
Mirócletes. Enferma en Marsella. Salomé. Destituido del consulado. Regreso a
Colombia. Villa Bucarest. Cartas a Estanislao. Canto mínimo a Estanislao Zuleta.
Escatología estilística. Velasco Ibarra.

9. LA MUJER Y LA SUPERACIÓN DEL ESPÍRITU

El remordimiento (1935). Las incitaciones de mademoiselle Tony. Padezco, pero


medito. La juventud guerrera. La mujer: fuente de tormentos, de conocimiento y de
superación. La esencia de la mujer: el amor. Jesucristo, único filósofo que ha amado de
verdad a las mujeres. El remordimiento perfecciona al hombre. La verdadera pornografía
es la vergüenza a la vida.

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10. VANIDAD Y EGOENCIA

Los negroides (1936). La vanidad como apariencia vacía y hurto de cualidades. La


vanidad suramericana. Causas del complejo de ilegitimidad. Programa para Suramérica.
Significado del lema: «Meditar y no leer». La personalidad o manera como cada
individuo se autoexpresa. Filosofía de la personalidad. La educación y el maestro. La
cultura y el pedagogo. Misión cultural del Estado. Fernando González y sus alter egos.

11. EL GRAN MULATO, NUEVO HOMBRE AMERICANO

El hombre suramericano: pésima realidad y excelente promesa. El problema de la


inadaptación. No sirven el blanco, el negro ni el mulato. La esperanza es la raza india. El
Gran Mulato o tipo suramericano del futuro: 45% blanco, 45% indio y 10% negro. La
mezcla debe hacerse en forma científica y dirigida por Institutos Biológicos. La
inmigración, un mal que merece ser combatido. Dudas del autor acerca de la realización
de su teoría.

12. NACIONALISMO E IZQUIERDISMO

De por qué abomina de los partidos tradicionales. El nacionalismo de Fernando


González. Desastre electoral de 1935. La Izquierda Nacional (LAIN). Siempre las ideas
de Bolívar. Picaresca gonzalina. Sus «Arengas políticas». El anarquismo como ideal. El
izquierdismo. La evolución de la conciencia y de la noción de propiedad. «Conductor
espiritual de la juventud revolucionaria de Colombia».

13. ANTIOQUEÑIZAR LA GRAN COLOMBIA

La revista Antioquia, un panfleto filosófico y, al final, «amoroso», destinado a


antioqueñizar la Gran Colombia. Diecisiete números y tres etapas, entre 1936 y 1945.
Penetrante descripción del pueblo antioqueño. Génesis de Don Benjamín, jesuita
predicador, Poncio Pilatos envigadeño y La Primavera o Salomé. Ensayos sobre
filosofía, sociología, política, psicología y costumbrismo. Los políticos. El clero. La
poesía.

14. DESPEDIDA DEL MAESTRO DE ESCUELA

El maestro de escuela Manjarrés. El grande hombre incomprendido y la objetivación de


la culpa. La disolución del yo. Nace don Tinoso, el adaptado social: «¡Denme el busto
en plata!». Dedicatoria de El maestro de escuela (1941) a Thornton Wilder. Conceptos
de este escritor y dramaturgo norteamericano sobre Femando González. El encuentro

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entre ambos en La Huerta del Alemán. «Es mi experiencia más viva, estimulante y feliz
en Colombia», afirma Wilder.

15. NOCHES CARGADAS DE SILENCIO

La muerte de Manjarrés es la muerte literaria de Fernando González. Dieciocho años de


silencio (1941-1959), apenas interrumpidos por el Estatuto de Valorización (1942), las
«Arengas políticas» publicadas en la prensa de Medellín y algunos números más de la
revista Antioquia. Su amistad con el padre Antonio Restrepo Pérez. La búsqueda de los
más altos solitarios. Muerte de su hijo Ramiro y de su hermano Alfonso. Su amor por
Zaqueo.

16. SEGUNDA TEMPORADA EN EUROPA

Consulados en Róterdam y Bilbao (1953-1957). Breve permanencia en Holanda e


intenso mundo vivencial en España. Escritores como Jean Paul Sartre y Thornton Wilder
promueven su postulación al Premio Nobel de Literatura. Actitud de la Academia
Colombiana de la Lengua. Encuentra las razones profundas que le permitirán reemplazar
el conocimiento conceptual por el conocimiento vivo y el juicio de identidad. Regresa a
Envigado y trabaja en la formulación de su pensamiento metafísico. Martina la velera.

17. EXISTENCIA Y SER

Fernando González, metafísico del amor. Interrogantes acerca de Dios y el hombre.


Explicación de su principio: NO PIENSO, LUEGO SOY. La expansión de la conciencia. El
reino del espíritu. Desaparición del pensamiento y vivencia en el ser. El amente. La
unicidad de las apariencias. El Libro de los viajes o de las presencias y La tragicomedia
del padre Elías y Martina la velera. De cómo se convierte en brujo.

18. OTRAPARTE

El tránsito de Villa Bucarest a La Huerta del Alemán. La casa, obra de Carlos Obregón,
Pepe Mexía y Pedro Nel Gómez, es habitada a partir de 1940. Thornton Wilder, primer
visitante ilustre, dice que encierra más gusto que todo Chapinero. Años de silencio. La
Huerta del Alemán se convierte en 1959 en Otraparte. Prestigio del maestro. Los
nadaístas. Sus amistades. Fallece el 16 de febrero de 1964. Otraparte, monumento
departamental y casa museo.

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19. FILOSOFÍA Y VIDA

¿Fue Fernando González un filósofo? La filosofía tradicional y la filosofía como cultivo


del yo. Analista de problemas concretos: los de su intimidad y los de la realidad
colombiana y suramericana. La tarea de concienzarse. La desnudez de las vivencias. Su
mensaje. La juventud. «Entendí que tenía todas las personalidades…». El gran libro de
la vida y la amistad con la sabiduría y el amor. Precursor de una forma original de
existencialismo. Diferentes críticos opinan acerca de su obra.

BIBLIOGRAFÍA

ÍNDICE ONOMÁSTICO

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VIVENCIA CRONOLÓGICA

1895 Fernando González Ochoa nace el 24 de abril en Envigado, departamento de


Antioquia, República de Colombia. Hijo de Daniel, maestro de escuela —
además negociante— y de Pastora, ama de casa, fue el segundo de siete
hermanos.

El país soporta una nueva Guerra Civil: será la penúltima de la serie de nueve
insurrecciones armadas que marcaron con honda huella la vida colombiana
durante el desorbitado siglo XIX. Los liberales son vencidos por fuerzas del
gobierno presidido por Miguel Antonio Caro, sucesor del fallecido presidente
Rafael Núñez.

1900 Muere el filósofo alemán Federico Nietzsche, cuyo pensamiento influirá


notoriamente en la obra de juventud de Fernando. «Es para mí el hombre que a
mayor altura elevó su alma», confesará en su primer libro. Y le admiró por sus
cualidades refinadas de analista, en medio de una vida trágica como pocas, mas
no por ese sueño del Superhombre, que un espíritu como el suyo, percibió
engañoso y fantasmagórico.

El 31 de julio, en el fragor de una nueva guerra civil —la que por su duración
sería llamada de los «Mil días»— un golpe de Estado dirime las candentes
controversias en el seno del partido gobernante: el conservador. El sector
histórico derroca al nacionalista, a cuya cabeza se encontraba Manuel Antonio
Sanclemente. Por esta vía tortuosa asume el mando el vicepresidente
Marroquín.

1902 Termina la Guerra de los Mil Días.

1903 Colombia pierde el estratégico territorio de Panamá. Es 3 de noviembre, «el día


más doloroso de la patria», según Luis López de Mesa.

1904 Es elegido presidente de la República, el general Rafael Reyes.

1909 Presionado por la opinión pública y los partidos políticos, el presidente Reyes,
quien desde el año siguiente al de su posesión venía gobernando al margen del
ordenamiento constitucional, abandona el poder y se exilia en España.

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1910 Previa consulta a las municipalidades, el gobierno interino convoca una
Asamblea Nacional encargada de reformar la Constitución de 1886. En la
misma obtiene la mayoría una nueva coalición bipartidista, la Unión
Republicana. La Asamblea elige Presidente de la República para el cuatrienio
1910-1914 al abogado y hombre cívico antioqueño Carlos E. Restrepo, futuro
suegro de nuestro biografiado.

1911 Estudiante de quinto año de bachillerato en el Colegio de San Ignacio, de


Medellín, Fernando es expulsado por los jesuitas a causa de sus lecturas
literarias y filosóficas que lo habían conducido al escepticismo religioso.

El país es gobernado desde el 7 de agosto del año inmediatamente anterior por


Carlos E. Restrepo, político republicano y jurista antioqueño. Carlosé, como se
le llamaba familiarmente, habría de ser años más tarde el suegro del ahora
estudiante rebelde.

1914 Primera guerra civil europea.

Apertura del Canal de Panamá.

Al cumplir su período presidencial, Carlos E. Restrepo, en el homenaje que se


le ofrece, dice que se retira con «las manos limpias y la cabeza blanca».

Es asesinado en Bogotá, en el costado oriental del Capitolio Nacional, el


general Rafael Uribe Uribe, Senador de la República y uno de los pocos
políticos colombianos que merecieron la admiración de Fernando González.

1915 Ingresa al grupo Los Panidas, cenáculo de «locos y artistas» organizado en


Medellín el año inmediatamente anterior por León de Greiff, Ricardo Rendón,
Félix Mejía Arango, Libardo Parra Toro, Eduardo Vasco Gutiérrez, Rafael
Jaramillo Arango, Teodomiro Isaza, Bernardo Martínez Toro, Jorge Villa
Carrasquilla y Jesús Restrepo Olarte. En aquel año se vincularon, además de
González, José Gaviria Toro y José Manuel Mora Vásquez, para completar el
número de 13.

1916 Fernando González publica su primer libro: Pensamientos de un viejo, con


prólogo del insigne periodista don Fidel Cano. Parábolas, monólogos, aforismos
y ocasionales diálogos llenan esta obra premonitoria del filósofo de la

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personalidad de la década de los años treinta y del viajero del espíritu de la edad
senil.

Es el pensador en embrión, que escribe para aquellos que no leen sino en


silencio, pero todavía con muchos «decires» y «quereres». Más poeta que
filósofo, como corresponde a un joven de veintiún años, prematuramente
envejecido y para quien «el movimiento del espíritu sirve de medida al
tiempo…».

En abril de este mismo año comienza a escribir El payaso interior, serie de


aforismos orientados a reflexionar sobre sí mismo y sus visiones espirituales.
Manuscrito en libreta personal, permaneció inédito hasta el 2005, cuando los
herederos del maestro resolvieron hacer la publicación por intermedio de la
Universidad EAFIT, de Medellín, en pulcra edición de bolsillo.

1917 Revolución de Octubre en Rusia. Lenin, a nombre de los bolcheviques, asume


el poder.

1919 Se gradúa de abogado en la Universidad de Antioquia con un estudio de


sociología política: El derecho a no obedecer. El título no gustó a las
autoridades universitarias, que consideraron el ensayo como subversivo y
además impropio de un trabajo de grado. Presionado por las circunstancias,
decide introducirle algunas modificaciones y llamarlo, escuetamente, Una tesis.

Los dramáticos acontecimientos ocurridos durante la Primera Guerra Mundial y


el auge del socialismo de Estado, encuentran en la tesis de grado de Fernando
González una respuesta razonada, firme y erguida.

En Barranquilla se funda la SCADTA (Sociedad Colombo Alemana de


Transportes Aéreos), primera compañía comercial de aviación de América
Latina.

1921 Es nombrado magistrado del Tribunal Superior de Manizales, ciudad en donde


estaba domiciliado su hermano mayor, Alfonso.

1922 Contrae matrimonio en Medellín con la señorita Margarita Restrepo Gaviria,


hija del expresidente de la República, doctor Carlos E. Restrepo.

Instalación en La Haya (Holanda) de la Corte Internacional de Justicia.

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Benito Mussolini: Marcha sobre Roma…

1928 Juez Segundo Civil del Circuito de Medellín. En su secretario, don Benjamín
Correa, exseminarista y aficionado a la filosofía, encontrará a un admirable
amigo.

1929 Tras realizar un recorrido «con morrales y bordones» por pueblos de Antioquia,
Caldas y Valle en compañía de don Benjamín Correa, escribe Viaje a pie, libro
en el cual pretende acabar con la literatura de palabras. Según Gabriel Miró, «es
una obra extraordinaria y única que revela a los españoles de la península de
cuánto es capaz el genio sicológico de un criollo de Sudamérica».

Monseñor Manuel José Caycedo, Arzobispo de Medellín, por decreto del 30 de


diciembre prohíbe bajo pecado mortal la lectura de Viaje a pie. «Eran tiempos
muy inocentes», anotaría años después el maestro.

1930 Con motivo del primer centenario de la muerte del Libertador, publica Mi
Simón Bolívar, bello y polémico libro inspirado, según él, por su alter ego
Lucas Ochoa. Emplea el método emocional, que le servirá para escribir nuevas
obras de contenido histórico. «Pensamiento original y sólido, y una prosa de
alta calidad», según Valéry Larbaud.

1931 Haciendo de buhonero del espíritu, en el mes de julio dicta originales


conferencias en Bogotá y Manizales sobre Bolívar, Santander, el vicio solitario
—origen de todos los males de Sudamérica—, la grandeza humana, etc. Uno de
los oyentes en aquella última ciudad, el cuentista y novelista Adel López
Gómez, destaca un «cinismo jovial» en el cual se mueven sus desplantes y su
bondad. González insiste en que le gusta leer el original, o sea la vida, pues los
libros son malas copias, y que adquirir la perfecta inocencia es el fin de la
escuela cínica a que pertenece.

El 20 de agosto, mediante decreto expedido por el presidente Enrique Olaya


Herrera, es nombrado Cónsul General de Colombia en Génova (Italia).

El 1.º de septiembre emprende viaje a Venezuela con el propósito de conocer al


general Juan Vicente Gómez, a quien llama el «gran sombrerón», retoño del
Libertador. Adicionalmente, desea documentarse sobre la realidad social y
desarrollo histórico de aquel país, en donde vislumbraba el surgimiento de un

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hombre nuevo, producto de la mezcla de razas, al que llamaría El Gran Mulato.
«Este camino es mío, opuesto al de todos los americanos…».

El 24 de octubre nace en Medellín el quinto y último de sus hijos, Simón.


Sirvieron como padrinos de bautismo Juan Vicente Gómez y su esposa, quienes
para ese efecto enviaron el correspondiente poder al párroco de la iglesia del
barrio Boston, donde se cumplió la ceremonia. (Posteriormente, Fernando
González titularía su biografía sobre Gómez: Mi Compadre).

El 28 de octubre en Bogotá se suicida su compañero panida, Ricardo Rendón, a


la edad de 37 años. Caricaturista genial, Fernando lo consideraba «el más
grande de los de Colombia en todos los tiempos».

1932 En el mes de febrero, luego de su regreso de Venezuela, desde Medellín


emprende viaje a Italia con el fin de asumir el cargo de cónsul de Colombia en
Génova. Como buen «envigadeño descalzo», lo acompañan su esposa y sus
cinco hijos.

Vargas Vila, ese otro gran rebelde de la literatura colombiana, desde Barcelona
le escribe a su nueva sede con fecha 6 de junio y le dice: «Tiene usted el vicio
de pensar, y la virtud de decir bellamente lo que piensa; un Pensador-Artista, es
un producto muy raro en nuestras latitudes; usted llena en plenitud ese modelo;
no he de ocultarle que lo que amo más en sus libros es el aire de polémica que
se respira en ellos; ese hálito de combate, es vivificante y tonificador; vivir es
combatir».

La editorial Le Livre Libre, de París, publica Don Mirócletes. Manuel Ugarte,


entonces residente en Niza, de su puño y letra le escribe: «Cuando llegó su libro
estaba en casa, de visita, Gabriela Mistral y leímos con deleite algunos
capítulos. ¡Hay tanta fuerza de evocación, tanta ironía profunda en el
comentario irreverente, tanta gracia elegante en el estilo!». Y José Vasconcelos
desde España le manifiesta: «Se ha soltado Ud. a pensar en libre y eso hace falta
en América, donde siempre se piensa atendiendo a una actitud. […] Las
conferencias son una delicia, una delicia amarga, con profundidad. […] Su
página sobre la estampa de Ponce de León me parece magnífica, me ha
emocionado, casi me ha hecho llorar». (Cartas del 14 y 30 de diciembre de
1932).

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1933 Es cónsul de Colombia en Marsella (Francia), a donde ha sido trasladado por el
gobierno nacional, previa petición del gobierno fascista. La causa: las críticas a
Mussolini y su régimen, encontradas por la policía italiana en las libretas de
apuntes que dieron origen a El hermafrodita dormido.

Con gran acogida del público lector, en noviembre es puesto a la venta El


Hermafrodita dormido, impreso en España por la Editorial Juventud. En este
libro, además y fundamentalmente, refleja sus vivencias en los museos de Roma
y Florencia sobre arte griego y romano.

Asciende al poder, en Alemania, Adolfo Hitler.

1934 La Editorial Juventud, de Barcelona, publica su biografía sobre Juan Vicente


Gómez, titulada Mi Compadre.

En junio regresa a Colombia. Vive en Envigado en casa campestre a la que


denomina Villa Bucarest.

1935 De la Editorial Arturo Zapata, de Manizales, son dos nuevos libros de


Fernando: El remordimiento, un ensayo de teología moral concebido en
Marsella, y Cartas a Estanislao, serie de epístolas, la mayoría de las cuales
están dirigidas a su amigo Estanislao Zuleta Ferrer.

En Venezuela fallece, el 17 de diciembre, Juan Vicente Gómez, el personaje


central de Mi Compadre y uno de los tres grandes de la historia política de ese
país, junto a Páez y Guzmán Blanco. El vicepresidente Gómez se trepa al poder
a finales de 1908 —luego de preparar minuciosamente el viaje de Cipriano
Castro a Europa, en busca de salud— e instaura un gobierno en el cual
Fernando González creyó ver «el primer ensayo de autoexpresión de la raza
suramericana». Esta excepcional circunstancia lo indujo a viajar a Venezuela, a
conocer al brujo de los Andes y analizar su periplo vital, haciendo su mensura y
retratos conforme al método emocional o emotivo que había empezado a
utilizar en 1930.

1936 En Villa Bucarest recibe la visita del expresidente ecuatoriano, exiliado en


Colombia, José María Velasco Ibarra. Surge una cálida amistad. Admiración
recíproca. Fernando dedicará unos capítulos de Los negroides a quien llega a
considerar sin ambages «el primer político-pensador americano». Y Velasco
Ibarra, en el libro Conciencia o barbarie, al ser publicado por la Editorial

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Atlántida, en Medellín, llama a Fernando González «el más original y
penetrante de los sociólogos suramericanos».

En abril muere en Madrid, a la edad de 45 años, la novelista venezolana Teresa


de la Parra, con quien Fernando González conservaba una noble amistad,
iniciada cuando visitó Medellín en 1930. (Llamaba «mi ahijado» al cuarto de
los hijos de éste, Fernandito, nacido cuando ella asistía a un almuerzo en casa
de la familia Restrepo, por invitación de los suegros de su colega y amigo).
«Poseía el don de enamorar, de hacer que los hombres se sintieran ligeros,
capaces, ganosos, eufóricos», escribe.

En mayo circula su libro Los negroides, que es un novedoso ensayo sobre la


Grancolombia (Nueva Granada, Venezuela y Ecuador). La critica por ser
prototipo de vanidad, pero resalta que es la única región latinoamericana que
dispone de los elementos para crear una cultura original y, mediante la fusión de
razas, ser la cuna del hombre unificado. Proclama el principio según el cual
todo híbrido es promesa y pésima realidad.

En dicho mes aparece el primer número de su revista Antioquia. Dice que no


estará al servicio de nadie sino de algunos sentimientos delicados, tales como el
amor a lo original, a la desfachatez, a la patria y al arte. Sometida a muchas
vicisitudes y, por ende, publicada con intermitencia, de la misma alcanzaron a
editarse 17 números, el último en 1945.

Describe la época en que vive del siguiente modo: «Desprestigio de la noción


de libertad; muerte de tal sentimiento en los hombres; prestigio creciente de las
dictaduras; desprestigio del individualismo y auge de la acción rebañega; está
desprestigiada la soledad y grandes obras se ejecutan por el rebaño». Se lamenta
de que el hombre se ha hecho gregario y crea becerros para adorar (Hitler,
Mussolini, etc.). Añora al hombre griego y egipcio, al hombre del
Renacimiento, ese no tener más patria que los cielos, y concluye:
«Definitivamente, los celícolas somos inactuales».

1937 Fallecen los expresidentes Enrique Olaya Herrera y Carlos E. Restrepo. El


primero en Roma, el 18 de febrero, a la edad de cincuenta y siete años, y el
segundo en Medellín, el 6 de julio, a la edad de setenta años.

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En la revista Antioquia, F. G. escribe sobre ambos. «Olaya era un lindero de mi
personalidad. Me hace falta y anoche estuve triste. En el fondo, lo que hay es
que me gustó que hubiera muerto, pero también me entristecí. Era astuto,
inteligente y amaba las formas. Tenía magnetismo femenino y muy bella la voz.
Era una persona, y aquí hay muy pocas». De su suegro dice: «Carlosé fue centro
en el hogar, en las reuniones, en la patria, en su casa, en casa, en su alma y en
mi alma. […] Murió bellísimamente, tal como vivió. […] Él era mi bordón. […]
Espíritu nobilísimo, envíame de eso que tenías; envíame ritmo».

1940 El instinto de «tener finca raíz» se convierte en realidad. Con su familia se


traslada a vivir a La Huerta del Alemán, hermosa casa campestre que, situada
cerca de Villa Bucarest, ha construido en Envigado con el respaldo de sus
ahorros y la colaboración de tres amigos: el arquitecto Carlos Obregón, el
ingeniero Félix Mejía Arango y el pintor Pedro Nel Gómez.

Con motivo del primer centenario de la muerte del general Francisco de Paula
Santander, publica Santander, despiadado análisis histórico y psicológico del
Hombre de las Leyes, en donde analiza también el fenómeno de los héroes
nacionales.

El 19 de diciembre fallece en Medellín su amigo Tomás Carrasquilla, el escritor


y novelista colombiano a quien más admiraba.

1941 En El maestro de escuela analiza los fenómenos de objetivación de la culpa y


de «grande hombre incomprendido», para terminar declarando la muerte del
maestro de escuela envigadeño Manjarrés. Es su libro más desgarrador, en el
cual vive su propia agonía y entierro.

Para el fecundo escritor, la consecuencia es un largo período de silencio


literario y filosófico, interrumpido apenas ocasionalmente por colaboraciones
periodísticas y que se prolongará por espacio de dieciocho años.

El citado libro está dedicado a su amigo, el novelista y dramaturgo


norteamericano Thornton Wilder. Embajador cultural de su país en viaje por
Sudamérica, Wilder había visitado a fines del mes de marzo a Fernando
González en La Huerta del Alemán, su nueva casa de la que dice el ilustre
huésped que «encierra más gusto que todo Chapinero».

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La muerte literaria de Manjarrés coincide con la muerte real de Virginia Wolf y
con la publicación en Colombia de La vida maravillosa de los libros, de Jorge
Zalamea, y en el Perú, El mundo es ancho y ajeno, de Ciro Alegría.

El 7 de diciembre el Japón ataca la flota norteamericana en Pearl Harbor. Este


acto de agresión determinará la participación de los Estados Unidos en la guerra
europea, dos años después de que ésta empezara a extender su manto de muerte.

1945 En el periódico El Correo, de Medellín, escribe «Arengas políticas», una serie


de dieciocho ensayos dirigidos a la juventud colombiana. Pero lástima:
Colombia, esta esmeralda del mundo, está ocupada por una juventud llorona y
por otra juventud contratista. Por eso quiere una escuelita… amorosa, fría,
metódica y astuta, en donde se pagará por aprender. Ella es necesaria, para que
la juventud no se vaya a morir… virgen de realidad. No habrá doctores, sino
médicos, ingenieros, consejeros legales, etc. «En la de medicina, se estudiarán,
experimentarán y matarán las lombrices, tricocéfalos y otros animalitos que
padecen los gobernantes y a los doctorcitos los mandaremos por todo el país, a
SERVIR, porque el que sabe es un SERVIDOR, y ya no pondrán botica para vender
píldoras de almidón…».

(Es que sin juventud la cosa está fregada, más que fregada, viejo Bodegón,
como dijera el inimitable «Tuerto» López).

¿Y el libro? «Es santo, cuando es para consultar nuestras dudas, las que nacen
de la acción. Pero aquí, el libro es para adornarse».

Quiere, además, que en la escuelita se cumpla el apotegma de su maestro


Spinoza: «No llorar, ni reír, sino entender».

Cuando la escuelita sea una realidad —concluye— el país estará curado de


doctores, tricocéfalos y estadistas.

Este es su grito desesperado: «Una escuelita. ¡No me dejen morir sin ver una
escuelita!».

1947 El 28 de enero, a la edad de 22 años y cuando estaba próximo a obtener el título


de médico, muere de leucemia su hijo Ramiro. Profundo dolor. «Era más para
mí que yo…».

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1948 El 9 de abril es asesinado en Bogotá Jorge Eliécer Gaitán, jefe del partido
liberal y caudillo del pueblo. Una ola de violencia política se desata en el país.

En su ensayo Los negroides, Fernando González escribió en 1936: «Hoy


encontré a Jorge Eliécer Gaitán. Es un mesticito vivaracho, lector. Habla y se
escucha. ¿Cómo podría ser hombre de acción? He conocido durante mi vida a
tres donjuanes: no hablaban nunca de amor. He conocido dos activos: eran
silenciosos».

Y agregaba: «¿Cómo se le ocurrió formar partido político? Para que lo


escucharan. Es la gana de hablar hecha hombre; el instinto de hablar le formó la
cara y el cuerpo todo. Es cuerpo de quien habla».

En el mes de junio de aquel año en la revista Antioquia, González esbozaba la


siguiente tesis: «El pueblo colombiano está por encima de su clase directora;
ésta no existe, sino que es aborto bizco de lo que llaman aquí universidad». En
otra ocasión afirmaba que Colombia tiene pueblo y no clase directiva,
explicando: «Es inteligente nuestro pueblo; está por encima de su clase
ilustrada. No lee, porque no tiene a quién. Ahí está listo para que lo pinten, pero
carece de pintores; ahí está listo para que lo conduzcan, pero carece de
políticos». ¿Se inspiraría Gaitán en ese pensamiento para elaborar aquella frase
con la que deleitaba a las masas: «El pueblo es superior a sus dirigentes?»).

Años después, en carta del 7 de mayo de 1941, respuesta al telegrama de


pésame que había recibido con motivo de la muerte de su hermana Sofía, tras
darle los agradecimientos al «muy querido amigo y señor», le dice que
«siempre han sido y serán míos sus triunfos y dolores», agregando este deseo:
«… los dioses permitan que Ud. llegue a tener la jurisdicción de esta pobre
Colombia en donde todos morimos jóvenes y tristes».

1949 Su hermano mayor, Alfonso, fallece en Bogotá el 22 de enero, a la edad de 57


años. Hombre culto y de espíritu aventurero, dejó escrito en cinco tomos que se
conservan inéditos, su «Diario», el mismo que sirvió de inspiración a Para
antes del olvido, obra con la que Tomás González, su sobrino, ganó el Premio
Nacional de Novela en 1987. Alfonso fue, además, consejero y mecenas de
Fernando.

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1953 Es nombrado cónsul de Colombia en Europa, cargo que ejercerá durante cuatro
años, primero y por pocos meses en Róterdam y luego en Bilbao. Situado en el
principal centro de influencia del País Vasco, halla ocasión para conocer esa
singular cultura y reencontrarse con dos de los personajes de su predilección:
San Ignacio de Loyola y Simón Bolívar.

1954 A propuesta de Sartre y Wilder, figura en una lista de selectos candidatos al


Premio Nobel de Literatura.

1957 El presidente de Colombia, teniente general Gustavo Rojas Pinilla, el 10 de


mayo renuncia y se exilia en España. Había accedido al cargo por golpe de
Estado, el 13 de junio de 1953. Es reemplazado por una junta militar de cinco
miembros que habrá de desempeñar la jefatura del Gobierno hasta el 7 de
agosto de 1958, fecha en que se posesiona Alberto Lleras Camargo, elegido por
voto popular como consecuencia de un acuerdo bipartidista que origina el
sistema de gobierno conocido con el nombre de Frente Nacional.

En septiembre, Fernando González regresa a Colombia. De nuevo en Envigado,


se instala en su casa campestre La Huerta del Alemán, a la que pronto llamará
Otraparte. Dedícase a escribir su obra definitiva, de contenido esencialmente
metafísico: es una filosofía-sabiduría o curso de la vida interior, expuesta en
forma dialéctica y dramática, en la cual distingue tres estadios a los que da los
nombres de mundo pasional, mundo mental y mundo espiritual.

Fallece Gabriel Mistral, la poetisa chilena con quien sostuvo una cálida
correspondencia epistolar.

1959 Libro de los viajes o de las presencias. En las libretas regaladas por Lucas de
Ochoa al pu-bli-cis-ta González, se enseña a viajar por maravillosos mundos
interiores. Emplea un lenguaje nuevo de conocimiento vivo en el que sobresale
el uso del gerundio, que «ya es de por sí expresión de amago de vuelo fuera de
lo conceptual imaginativo…». (Con esta obra, diferente a todas la anteriores,
surge el gimnosofista o filósofo desnudo, versión andina de aquellos filósofos
budistas y brahmanes que deambularon por Occidente, al parecer hasta el siglo I
de la era cristiana).

1962 La tragicomedia del padre Elías y Martina la velera. Escrita en dos tomos, el
primero acabose de imprimir el 30 de enero y el segundo el 28 de marzo; aquél

18
dedicado a Fernando de Rojas de Montalbán y a Juan Pablo Sartre, y éste a
Martín Heidegger. Son apenas un mil ejemplares, publicados por Ediciones
«OTRAPARTE».

Fallecen los novelistas Hermann Hesse y William Faulkner, ganadores ambos


del Premio Nobel de Literatura, en 1946 y 1949, respectivamente.

1963 Fernando González y el sacerdote español Andrés Ripol, unidos espiritual e


intelectualmente por amistad entrañable, escriben para una radiodifusora de
Medellín una novena de Navidad, exaltación de los valores cristianos en el año
de realización del Concilio Vaticano II. (Su texto completo será publicado,
justamente treinta años después, con el título El Pesebre).

1964 En su casa Otraparte, en el Envigado que siempre amó y a consecuencia de un


infarto cardíaco, fallece el domingo 16 de febrero, cuando estaba próximo a
cumplir 69 años de edad.

Jean Paul Sartre rehúsa el Premio Nobel de Literatura.

1975 Thornton Wilder, el novelista y dramaturgo estadounidense que fuera excelente


amigo de Fernando González, muere a mediados de diciembre, víctima también
de un ataque cardíaco, en New Haven (Connecticut). Nacido en Wisconsin en
1897, perteneció a la famosa generación de los «Twenties» de la que formaron
parte Ernest Hemingway y Francis S. Fitzgerald.

Simón González Restrepo, hijo menor del maestro, organiza y preside el


Congreso Mundial de Brujería, que se realiza en Bogotá con el objetivo de
«abrir el corazón y la mente al fenómeno de lo desconocido». A partir de
entonces empezará a ser llamado «el brujo» Simón. Entre los asistentes estuvo
el famoso mago David Copperfield.

1976 El pensador existencialista alemán, Martín Heidegger, a quien Fernando


González dedicara el segundo tomo de La tragicomedia, fallece en su casa de la
Selva Negra. Estaba próximo a cumplir 87 años de edad.

«¡La señora muerte que se va llevando todo lo bueno que en nosotros topa!»:
León de Greiff, el gran poeta colombiano, se encuentra con ella en Bogotá, el
11 de julio. Empleó los pseudónimos de Leo Legris, Borgislao von Greiff,
Beremundo El Lelo, Gaspar de la Noche, Sergio Stepansky, Matías Aldecoa,

19
Ramón Antigua y Diego de Estúñiga, entre otros. «Lontano, absconto,
sibilino…, gota abisal de música secreta», como él mismo quiso definirse.
Amigo de juventud de Fernando González, compartieron las inolvidables
tertulias del grupo Los Panidas en el Medellín de mediados de la segunda
década del siglo XX. Ambos, Fernando y León, habían nacido en 1895. F. G. lo
llamaba León de Bolombolo y lo consideraba «el gran músico de los vocablos».

El 25 de septiembre, en accidente de tránsito ocurrido en jurisdicción de


Tocancipá (Cundinamarca), termina la agitada vida de Gonzalo Arango, poeta
escritor y dramaturgo, fundador del movimiento nadaísta. Utilizó un lenguaje
original y sarcástico, al estilo de Fernando González, de quien fuera su amigo y
ferviente admirador. Nacido en 1931 en Andes (Antioquia), estaba próximo a
realizar su más reciente sueño: irse a vivir a Europa (a Londres, en compañía de
Angelita, su novia inglesa), tras haber abandonado «ese ilusionismo suicida» de
sus años de juventud, de que él mismo hablara. A la tierra natal volverían sus
cenizas en 1993, llevadas por sus más cercanos compañeros del nadaísmo.

1979 Doña Margarita Restrepo de González, viuda de Fernando González Ochoa,


muere en Otraparte el 7 de junio, a la edad de ochenta y dos años. Sencilla y
suave, de hermosa sonrisa interior, la Berenguela de sus libros era su más
íntima presencia terrenal, en quien encontró comprensión a un efervescente
trabajo intelectual.

La madre Teresa de Calcuta, fundadora en 1950 de la orden de las Hermanas de


la Caridad y quien trabaja en la India por «los más pobres de los pobres», gana
el Premio Nobel de la Paz.

En el mes de noviembre la Asamblea de Antioquia, mediante la Ordenanza


número 76, declara a Otraparte monumento departamental.

1980 En París, a la edad de 75 años, fallece el escritor y filósofo Jean Paul Sartre, a
quien Fernando González había dedicado el primer tomo de su Tragicomedia.
Representante eximio de la tendencia existencialista de la posguerra,
consideraba que el hombre se define por su libertad, por una libertad absoluta
que es principio y fundamento de sí misma.

20
1982 Gabriel García Márquez gana, por primera vez para Colombia, un Premio
Nobel: el de Literatura. El primer colombiano candidatizado al preciado
galardón había sido, en 1955, Fernando González.

1987 Otraparte es convertida en Casa Museo por el municipio de Envigado, merced a


la colaboración de los hijos del maestro.

1989 La Nueva historia de Colombia se refiere a la «fascinante figura literaria» de


Fernando González, y considera como caso bien excepcional en las letras
colombianas su «personalidad filosófica, fuerte y liberada de prejuicios». (En
«Literatura y pensamiento», Andrés Holguín, t. VI, p. 24).

1995 Con motivo del centenario de su natalicio, las universidades de Antioquia y


Pontificia Bolivariana editan de nuevo la obra bibliográfica de Fernando
González.

1997 Desde su Monasterio de Luna Verde, en la isla de Providencia, Simón González


Restrepo edita su único libro: Sin amor todos somos asesinos…, serie de
oraciones y orgasmos (la orgasmomagia es hacerle el amor a la vida a cada
instante). Los temas versan sobre el Hermano Tigre, el Toro Cariñoso, el
Canario Simón, el Amor de los Colibríes, el Secreto de Aprendiz de Brujo, la
Juventud, La Doctoritis, Consejos para Gobernar, el Hermano Silencio, la
Barracuda de los Ojos Verdes y Lágrimas Azules, la Mujer Colombiana, los
Pingo-Fríos, el Arte de Soñar Despierto, etcétera.

2001 El 10 de abril, martes santo, fallece Fernando González Restrepo. Pocos meses
antes había sido publicado su ensayo filosófico El Instante Vital y en el mes de
junio siguiente, con la colaboración de amigos del grupo La Tertulia, aparecerá
El Puesto, terminado de escribir en 1964; es novela pletórica de ironía que
dedica al «gran pintor de la vida», Guy de Maupassant.

2002 Justamente al cumplirse un año del fallecimiento de Fernando González


Restrepo, su hermano Simón, en compañía de amigos y admiradores de su
padre, suscriben en Envigado el acta de constitución de la Corporación
Fernando González - Otraparte, inicialmente integrada por 58 miembros. Es
institución cultural sin ánimo de lucro cuya misión consistirá en preservar y
divulgar el legado «espiritual y filosófico» del maestro, administrar la Casa
Museo Otraparte —el 3 de septiembre siguiente la recibió con tal fin en calidad

21
de comodato— y, para beneficio de la comunidad y protección del ambiente,
convertir los terrenos aledaños en parque cultural y jardín.

2003 Viaja a la eternidad desde Medellín el 22 de septiembre, Simón González


Restrepo, a la edad de 72 años; al despedirse de sus familiares y amigos,
mediante aviso de prensa les dice: «Desde la Luna Verde y junto a mi barracuda
de ojos verdes y lágrimas azules, los estaré acompañando para siempre». En su
testamento dispone todo lo necesario para su fiesta de despedida en Old
Providence, la isla caribeña donde pasara los mejores años de su vida, dedicado
a graduarse de «doctor en silencios»; en cajita de madera con la imagen de su
barracuda del alma y cubierta por su sombrero de algodón crema, sus cenizas
son entregadas a la mar cerca de Cayo Cangrejo, el 10 de octubre, con
asistencia de su ejecutor testamentario, amigos y numeroso público.

2006 La Ley 1068, expedida por el Congreso de la República, exalta la memoria de


Fernando González Ochoa como «uno de los más importantes pensadores
colombianos de todos los tiempos» y declara su Casa Museo Otraparte, en
Envigado, bien cultural de interés público de la Nación.

El 12 de diciembre abre sus puertas al público, en terreno aledaño a la Casa


Museo en donde estuvo su «casita-biblioteca», El Café de Otraparte, iniciativa
de la Corporación Otraparte y que contó con la colaboración del Municipio de
Envigado y empresas privadas. Su objetivo es generar recursos para financiar
las actividades culturales de la corporación. Dispone de una artística carta de
servicios, en la cual los nombres de los productos corresponden a personajes
sacados de la obra literaria y filosófica de Fernando González. Así, hay cafés
calientes «Manjarrés», «Manuelito Fernández» o «Señorita Taylor»; cafés fríos
«Doña Berenguela», «Padre Elías» o «Simón González»; helados «Lucas de
Ochoa», «Padre Quirós» o «La grácil Julia»; bebidas «El Inefable», «Negroide»
o «Fabricio Sacristán» y cocteles «Salomé», «Remordimiento» o «Los
calzoncitos de Tony».

2007 El municipio de Envigado adquiere un lote de 3.000 m2 que perteneciera al


maestro González y ahora a firma constructora, contiguo a la Casa Museo, con
el propósito de convertirlo, una vez se obtenga la financiación requerida, en
Parque Cultural.

22
El Colectivo Teatral Matacandelas estrena la obra «Fernando González - Velada
Metafísica», primero en Medellín y después en Bogotá.

2008 Daniel Restrepo González, con motivo de sus bodas de oro sacerdotales,
publica San Fernando González, doctor de la Iglesia. En la solapa de portada
advierte que este libro lo escribe «para reivindicar la imagen de Fernando
González, vilipendiada injustamente por los clérici»; y más adelante: «Fue un
místico Fernando. Para saberlo, basta leer sus libros. Pero hay que saber leer.
Mucha gente que lee, no sabe leer».

En agosto se publican nuevas ediciones de Salomé y El remordimiento por el


Fondo Editorial Universidad Eafit, como parte de la colección «Biblioteca
Fernando González», ideada por su rector, el «fernandólogo» Juan Luis Mejía
Arango.

2010 En enero aparece otro libro de Daniel Restrepo González: Mensajes de


Fernando González a los jóvenes de América. El 16 de febrero, cuadragésimo
sexto aniversario de la muerte del maestro, es inaugurada La Librería de
Otraparte, contigua al Café del mismo nombre.

El Metro de Medellín, como uno de los actos conmemorativos del bicentenario


de la Independencia de Colombia, bautiza uno de sus trenes con el nombre de
Tren de la Cultura «Fernando González».

En diciembre el Fondo Editorial Eafit publica una nueva edición de Viaje a pie.

2014 En el mes de febrero, con actos culturales en Envigado, Medellín y Bogotá se


conmemora el cincuentenario del fallecimiento del maestro Fernando González.

2017 La alcaldía de Envigado, en el terreno de 3.000 m2 que adquiriera diez años


atrás —entrada por la carrera 43A o Avenida Fernando González— y con ayuda
financiera del Área Metropolitana del Valle de Aburrá y del Departamento de
Antioquia, inicia el 28 de agosto la construcción del Parque Cultural Otraparte.
Quiere ser evocación del «maestro de escuela», de aquella «escuelita» que
soñara Fernando González, destinada a enseñar a cada uno a encontrarse a sí
mismo por medio del amor a la vida y la práctica de valores auténticos. O en
sus propias palabras: «A mis jóvenes los haré dueños de los métodos, de sí
mismos. Sus personalidades serán sus instrumentos. Los honores les vendrán de
dentro para afuera…».

23
Como otrora, con la casa, ahora el diseño es de otro Obregón, Andrés, nieto de
Carlos y quien tiene la compañía de Marco Aurelio Montes, pertenecientes
ambos al «Estudio con Vista Arquitectónica». Constará de un auditorio
multipropósito, biblioteca, salas de exposición, oficinas y jardines, y en unión
con la Casa Museo, el Café y la Librería formará un importante complejo
sociocultural al servicio principal de Envigado y de los municipios del sur del
Valle de Aburrá, pero con proyección nacional e incluso internacional. Será
edificio paralelepípedo, o sea «sólido limitado por seis paralelogramos, cuyas
caras opuestas son iguales y paralelas»; la inversión aproximada es de 9.000
millones de pesos y su terminación está proyectada para diciembre de 2018.

Dentro de un concepto más amplio, se integrará al llamado «Corredor cultural


de Envigado» con la Casa Museo Débora Arango, el Parque Cultural Débora
Arango y la Casa de la Cultura.

24
DE CÓMO CONOCÍ A FERNANDO GONZÁLEZ

Fue en las vacaciones de diciembre de 1957 —había terminado el segundo año


correspondiente a la carrera de derecho—, cuando por primera vez leí un libro de
Fernando González.

En Don Mirócletes admiré la vitalidad que emanaba del personaje, la forma de


expresión de los conceptos de energía y de belleza, la capacidad de descripción de las
agonías y las conferencias, originales y profundas, por pueblos de Colombia.

Me forjé entonces el propósito de adquirir sus obras. A mis manos fueron llegando, en
medio de un inocultable regocijo interior, Viaje a pie, El remordimiento, Los negroides,
Mi Simón Bolívar, El Hermafrodita dormido…

Convertido en mi escritor predilecto, decidí conocerlo personalmente. A mediados de


1958 tuve esa experiencia. El maestro había regresado de Europa el año inmediatamente
anterior, tras desempeñarse como cónsul en Bilbao. Refugiado en su casa campestre de
Envigado, el recorrido desde Medellín se hacía en bus de escalera y tardaba unos treinta
minutos. La finca, con casa encerrada por plácidos jardines, en la que se destacaba un
bello balcón colonial, llamaba (en recuerdo de un silencioso y enigmático ciudadano
germano que, hasta cuatro lustros atrás, había sido el propietario de esos terrenos) La
Huerta del Alemán. Pero a partir del año siguiente sería conocida con el nombre de
Otraparte, una forma directa de expresar el vivo contraste entre los intereses de la
sociedad y «el mundo» de un viajero del espíritu.

Autor de libros dirigidos fundamentalmente a la juventud, en los que pretende liberarla


de prejuicios, mostrarle un método de conducta individual y hacer que se autoexprese,
me resultó fácil entrar en comunicación con el maestro, debido sin duda a ese
comportamiento vital suyo. Poco a poco fui descubriendo el personaje: de mediana
estatura, flácido, lento caminar filosófico, apoyado en su bordón; ojos grandes y
escrutadores —ojos de asombro—; cabello blanco debajo de boina vasca, remembranza
ésta de sus años de consulado en Bilbao y del ancestro español de su apellido materno:
Ochoa. Tenía 63 años de edad, y por causa de su sordera solía colocar la mano abierta
detrás de la oreja grande y saliente, para escuchar. Hablaba con fluidez y gracia,
paladeando las palabras. Poseía una especie de halo de grandeza similar al que debió
emanar de los sabios pensadores de la filosofía griega.

25
En aquella época era notorio su optimismo. Palpitaba con la realización de un nuevo y
estimulante proyecto, el de escribir un libro concebido así: «duro, límpido, vivido, que
fuera para después de que pase el jaleo, para los que vendrán…».

Estaba tomada una decisión trascendental: retornar a la literatura. De ella se había


alejado el prolífico escritor desde el lejano año de 1941 cuando anunciara con perfiles
dramáticos, e influenciado por los fenómenos de descomposición del yo y grande
hombre incomprendido, la muerte del maestro de escuela Manjarrés.

Prolongado silencio que quedaría interrumpido en 1959 con la publicación del Libro de
los viajes o de las presencias.

Una circunstancia adicional estimuló mis visitas a Otraparte: el haber fundado,


precisamente en aquel año, una revista universitaria. El maestro nos honró con su
colaboración y así fue formándose una amistad que sólo lograría ser interrumpida —o
quizá mejor, transformada un poco— por su muerte acaecida un lustro después.

La motivación para escribir este esbozo biográfico reside ahí: en razones de experiencia
vital y la devoción por la obra filosófica y literaria de Fernando González.

Por haber tenido la osadía de «vivir a la enemiga» y desnudar vicios de comportamiento


—intuyó con perspicacia que sus compatriotas no podrán encontrarse sino en «vientres
vírgenes aún…»—, fue rudamente controvertido, desdeñado, silenciado. Pero es lo
cierto que al descubrir fascinantes mundos interiores y expresar su verdad en un estilo
diáfano, directo, denso y cautivante, dejó atrás una manera alambicada, metafórica y
artificial de hacer literatura.

Por ese camino nos introdujo en formas y métodos nuevos, originales y llenos de
vitalidad, que van mostrando un camino individual, el de cada uno de nosotros, irrigado
de sinceridad y perspectivas de futuro.

Es, pues, un pensador de singulares características, no solamente en las letras


colombianas sino también en las hispanoamericanas, en donde está llamado a ejercer
una creciente influencia sobre las nuevas generaciones.

Sobre todo, porque el conjunto de su obra contiene un admirable mensaje de


autenticidad.

26
1. EN ENVIGADO ÉRAMOS ASÍ

Soy de Envigado, pueblo de ruana y guarniel. Pueblo


macho, berriondo. La cepa de la varonilidad, de la
fuerza toda de Antioquia […]. Lugar propicio para
gran representación humana. (F. G.)

De los enormes troncos de sus árboles, que utilizados a manera de vigas sirvieron para
construir los primeros puentes sobre sendas quebradas, provino el sonoro nombre de
ENVIGADO.

La parroquia fue erigida en 1775, año en que el gobernador de la provincia de Antioquia


expidió el título respectivo.

Antes de la fundación —explica el médico e historiador Manuel Uribe Ángel— sus


campos estaban ocupados por familias de origen español en su mayor parte, por algunos
negros esclavos y por unos pocos mestizos1; de modo que, para entonces, la raza indígena
había desaparecido por completo.

En los orígenes del poblado están ya en latencia dos aspectos coincidentes: los árboles
(en especial las ceibas) y las quebradas. Entre éstas sobresalían tres: la Doctora, así llamada
porque en sus riberas habitó don Vicente Restrepo con cuatro de sus hijos doctores; la
Zúñiga, que marca los límites con Medellín; y, ante todo, La Ayurá, nombre que en la
lengua de los indios significa, según Uribe Ángel, perico ligero, y alude a la abundancia de
animales de esta especie que hallaron los conquistadores en sus orillas. La Ayurá, de
exquisitas aguas cristalinas, ha sido famosa por las leyendas que le atribuyen un mágico
poder fecundante:

Las aguas de esta quebrada


portan fiel sabor a vino
y mujer que allí se baña
ha de tener muchos hijos.

Precisamente la abundancia de árboles de la familia de las bombacáceas y las


características especiales de su quebrada más conocida, obraron a modo de incitación para
que fuese denominada Ciudad de la Ceibas y, también, Ciudad Prolífera.


1
URIBE ÁNGEL, Manuel. Geografía general y compendio histórico del ESTADO DE ANTIOQUIA en Colombia.
Imprenta de Víctor Goupy y Jourdan, París, 1885, p. 113.

27
(¡Ceiba! Eres la idea de majestuosidad. Bello y útil tu tronco, grande como la nobleza y
espléndido tu extenso ropaje de hojas, ramas y frutos. Árbol americano de la imponencia,
del señorío, propicio para que hombres soñadores o fatigados, disfruten de la placidez de
tus sombras. Sabes hacerte amar…).

Resulta comprensible que a las ceibas que en buen número adornaban la plaza de
Envigado —hoy en día infortunadamente quedan muy pocas—, hubiese dedicado Fernando
González uno de sus libros de raíces más hondas y mayor savia vital: Don Mirócletes.

Envigado se encuentra al sur del valle que los aborígenes llamaron de Aburrá,
descubierto en 1541 por Jerónimo Luis Tejelo, al mando de un grupo de treinta soldados.
Enmarcado por los municipios de Medellín, Itagüí, Sabaneta, Rionegro y El Retiro, está a
1.580 metros sobre el nivel del mar y tiene una temperatura promedio de 21 grados
centígrados. Su territorio de 78.8 kilómetros cuadrados de superficie es hasta tal punto fértil
y de hermosos paisajes, que Uribe Ángel llegó a considerarlo la más apacible y bella
llanura de la República2. Y como si todavía fuese poco —manteniendo, orgulloso, su
tradición— este municipio, categoría que ostenta desde 1814, dispone de la mejor calidad
de vida entre los de su clase en Colombia3.

Los primeros pobladores, de origen español, legaron a sus descendientes apellidos tales
como González, Restrepo, Vélez, Arango, Díaz, de la Calle (asturianos), Garcés,
Bustamante, Cano, Guzmán, Henao, Santamaría, Mejía, Villegas (de Castilla y León),
Álvarez, Escobar, Jaramillo, Tamayo (de Extremadura), Mesa, Ramírez (de Cádiz), Molina
(de Granada), Ángel (de las islas Canarias) y Aristizábal, Barreneche, Baena, Echeverri,
Isaza, Londoño, Montoya, Palacio, Saldarriaga, Uribe y Ochoa (vascos).

El apellido González, patronímico derivado del nombre propio Gonzalo, fue llevado a
España por los visigodos. Derivado de la raíz germánica «gunda», lucha, combate, se le
otorga el significado de «espíritu de la guerra». En latín se decía Gundisalvo, que después
derivó en González.


2
Ibidem, op. cit., p. 112.
3
Calificado en 1987 por el Instituto Ser de Investigaciones con un índice de 100.0, seguido por Bogotá 98.3,
Tunja 96.0, Medellín 89.4 y Bucaramanga 88.5. En el año 2014, según medición del Departamento Nacional
de Planeación, Envigado volvió a ser calificado como el municipio colombiano con mejor calidad de vida,
sobresaliendo el sector educativo, con cobertura total; entre los cinco primeros se situaron tres municipios de
Antioquia, ubicados todos en el sur del valle de Aburrá y limítrofes entre sí: Envigado, Sabaneta e Itagüí
(puestos 1, 3 y 5), y dos municipios de Cundinamarca: Chía y Madrid (puestos 2 y 4).

28
A la provincia de Antioquia había sido traído hacia 1680 por el asturiano don Juan
González de Noriega y posteriormente a Envigado, por don Esteban González4.

El árbol genealógico del apellido Ochoa se inicia con el español don Lucas de Ochoa y
López Alday, quien llegó a tierras antioqueñas en 1690. Del matrimonio de uno de sus
hijos, Nicolás, con doña Ignacia Tirado Zapata, nació Lucas de Ochoa y Tirado, conocido
por los envigadeños como «el gran progenitor» por haber sido el padre de veinte hijos,
nacidos de cuatro matrimonios que don Lucas celebró en los años 1769, 1781, 1796 y 1800.
Cuando murió en 1838, tenía noventa años de edad5.

Lucas de Ochoa y Tirado, el tatarabuelo de Fernando González Ochoa —éste en


ocasiones lo hace figurar como bisabuelo, quizá con el deliberado propósito de tener una
perspectiva cercana de su más vivo retrato— es el personaje que a la manera de un sosías o
alter ego figura en algunas de sus obras, principalmente en Mi Simón Bolívar (1930) y el
Libro de los viajes o de las presencias (1959).

Representado como maestro y amigo de quien recibe la lección consistente en que el


crecimiento del hombre —la expansión de su conciencia— parte de sí mismo y se proyecta
hacia afuera; de ahí que sea necesario para sentir y vivir la sabiduría el unificarse con el
universo, es decir, ¡hacerse cósmico o comunista!

Las relaciones intelectuales que crea con Lucas de Ochoa testimonian la admiración por
este varón de carácter, cuyo amor al trabajo y culto a la familia son la mejor síntesis de las
virtudes de una raza de la cual es tenido como fundador y ejemplar exponente.

La tradición envigadeña ha sabido consignar esas cualidades y modos de ser en poemas


de inspiración popular, a uno de los cuales corresponde la siguiente estrofa:

Lucas de Ochoa y Tirado


de ascendencia vascongada
y entereza acrisolada,
vivió siempre en Envigado,
con pulcritud consagrado,
según veraz testimonio
al amor y al patrimonio,
pues fue prócer del trabajo
y cuatro veces contrajo
católico matrimonio.

4
GARCÉS ESCOBAR, Sacramento. Monografía de Envigado. Tercera edición, 1985, p. 249.
5
Ibidem, pp. 254-255.

29
De las sucesivas generaciones descendientes de Lucas de Ochoa, adquirió Envigado un
nuevo título: el de Ciudad Doctoral, que amerita con nombres de la prestancia de José Félix
de Restrepo, notable jurista y magistrado, educador de juventudes y ardiente patriota,
defensor de los esclavos y redactor del proyecto sobre su manumisión; Manuel Uribe
Ángel, intelectual y científico; Marceliano Vélez, influyente político y militar; Alejandro
Vélez Barrientos, discípulo del sabio Caldas y de José Félix de Restrepo, desempeñó
importantes cargos públicos: diputado al Congreso Admirable, gobernador de Antioquia,
Ministro de Relaciones Exteriores, consejero de Estado y senador; José Miguel de la Calle,
presbítero de fecunda labor religiosa y social; Miguel Uribe Restrepo, consejero de Estado,
senador, orador, cuya casa natal fue convertida en la atrayente «Casa de la Cultura» de
Envigado; José Manuel Restrepo, historiador y servidor público; Alejandro Vásquez Uribe,
gramático y educador; Luis Cano Villegas, influyente periodista; Francisco Restrepo
Molina, médico sabio y humanitario; Jorge Franco Vélez, médico, poeta y escritor; y
Débora Arango Pérez, artista que trascendió su época con un valiente y hermoso mensaje
pictórico, en busca de la liberación personal y social de la mujer6…

Y sin ser envigadeño de nacimiento: el padre Jesús María Mejía (1845-1927), cura en el
municipio durante 49 años y en propiedad de la parroquia por cerca de 40. Sacerdote de
almas y gestor de su grandeza material: construyó el hermoso templo parroquial, llamado
de Santa Gertrudis en honor a la patrona del municipio, y la iglesia de Santa Ana, así como
el Hospital de Caridad; fundó los colegios Uribe Ángel y de La Presentación, este último
regentado por religiosas a quienes vinculó a la educación de la niñez y la juventud; e inició
la organización del poblado de Sabaneta (corregimiento desde 1903 y municipio desde
1968).

Además, fue mecenas de los grandes artistas de la imaginería religiosa de la ciudad:


Tomás Osorio y su hijo Misael, Álvaro Carvajal Martínez y sus hijos Constantino y Álvaro
Carvajal Quintero, Andrés y Francisco Eladio Rojas, etc. En tres ocasiones viajó por
Europa y Tierra Santa, de donde trajo para ornamento del templo artísticas estatuas y un
afamado órgano. «Su nombre está unido a la historia de Envigado como la sombra al árbol,
como el cauce al río»6. Fernando González hace hermosas referencias del padre Mejía en
su novela breve sobre la Semana Santa de Envigado y que lleva por título Poncio Pilatos
Envigadeño, publicada en la revista Antioquia: «Era UN HOMBRE: amaba todo lo bueno y lo
bello. Nadie enterraba un cadáver como él […]. Tocaba la guitarra y cantaba, cantaba con
su voz semejante apenas a la voz de Aarón…», etc.


6
La pintora Débora Arango (1907-2005) nació en Medellín pero vivió en Envigado durante sus últimos
sesenta años, invariablemente en «Casablanca», la hermosa casaquinta que fuera de sus abuelos.

30
El padre Mejía, sin embargo, a principios de 1918 fue obligado a retirarse de su curato
parroquial, debido, según sus palabras, a la labor destructora de «apóstoles siniestros de la
mentira». Desterrado, vivió en Manizales y Medellín, pero ya cansado y enfermo regresó en
1926 a Envigado, en donde murió al año siguiente, a los 82 años de edad.

Al cumplirse en 1945 el centenario de su natalicio, la ciudadanía rindió a su memoria


homenaje de reconocimiento y gratitud; una estatua de bronce, obra del maestro
Constantino Carvajal, colocose en el atrio del templo de Santa Gertrudis, desde entonces
presidido por quien moldeó el alma de Envigado, el talante de su estirpe.

Convendría agregar aún otros nombres. De aquellos que no suelen ser aceptados por los
cánones de la historiografía oficial, pues ésta reserva sus sitiales de honor a cierta clase de
hombres ilustres. Aunque sobresalientes por su inteligencia o por su estilo7, se les excluye
en virtud de su origen humilde o la falta de lo que llaman formación académica. Así no
hayan nacido todos ellos en Envigado, dieron también lustre a esta tierra, donde vivieron
durante largos años. Mencionaremos algunos con los calificativos que les dio nuestro
biografiado: Misael Osorio, el «escultor glorioso»8, su émulo, Álvaro Carvajal, y Cosiaca,
«¡el mayor ingenio y el mejor bebedor de aguardiente!».

Al comenzar la última década del siglo XIX, Envigado tenía aproximadamente seis mil
habitantes9. Conservaba sus tradiciones patriarcales en medio de un ambiente sencillo,
donde las gentes se dedicaban al trabajo y había una cierta placidez espiritual, dado el
sentimiento cristiano de la vida que allí imperaba y el respeto que solía presidir las
relaciones entre familias10.


7
La inteligencia es definida hermosamente por Fernando González: «Posesión consciente de su
individualidad y de los nexos que tiene con el universo», y el estilo como la manera de manifestarse: «El
verdadero estilo consiste en manifestarse naturalmente».
8
Misael Osorio Ramírez, hijo del también escultor Tomás Osorio Alzate, nació en Carolina (Antioquia) en
1877, pero desde niño vivió en Envigado, donde tuvo taller de escultura y ebanistería durante 45 años. Al
contemplar el arte escultórico de la capital de Italia, Fernando González en El Hermafrodita dormido recuerda
a este notable artista imaginero: «En Roma no hay santos como los de Misael Osorio…» (p. 64). Y tras
recorrer los pueblecitos cercanos a las montañas de Carrara: «Si tuviéramos por aquí a los escultores de
Envigado, Misael Osorio y los Carvajales, para que hicieran un San Juan, así, hermafrodita, ¡como ellos
saben!» (Ibidem, p. 134).
9
Según el Censo Nacional realizado en el año 2005, la población de Envigado ascendió a 175.240 habitantes.
Mujeres 54,6% y hombres 45,4%. Establecimientos económicos: 6.494. Promedio de personas por hogar: 3,5.
Tipo de vivienda: casas el 39,5%, apartamentos 59,5% y otros 1%. Es el municipio con mejor nivel de
educación en el área metropolitana del Valle de Aburrá: el 47,3% de sus habitantes tienen título de bachiller y
el 18,3%, estudios profesionales. Distancia a Medellín: diez kilómetros que se recorren en automóvil en
veinte minutos. (Proyección oficial del DANE a 31 de diciembre de 2014: 217.343 habitantes, de los cuales el
96% se encuentra en el área urbana).
10
Desde 1995, adscrita al Municipio, funciona la Institución Universitaria de Envigado con programas de
pregrado en Ingeniería de Sistemas, Ingeniería Electrónica, Derecho y Contaduría Pública. La ciudad también
dispone de un canal comunitario: Teleenvigado.

31
Aquel día de 1890 en que los hermanos Daniel y José Vicente González Arango
celebraron su matrimonio con las hermanas Pastora y Concepción Ochoa Estrada,
respectivamente, el entusiasmo de las familias de los contrayentes produjo cierta confusión,
hasta el punto de que el sacerdote invirtió el orden de las parejas, motivo por el cual fue
indispensable repetir la ceremonia, algunos minutos después11.

Los descendientes de las dos familias González Ochoa, heredaron de sus progenitores
algunas características especiales. De los varones, ambos maestros de escuela, una rara
inteligencia y el sentido de originalidad. Porque Daniel y José Vicente, no obstante carecer
de preparación académica, tenían un agudo sentido práctico que les permitía resolver los
problemas cotidianos, interpretar con sagacidad hechos y costumbres, y animar las
conversaciones con fluidez y gracia.

Daniel era, además, negociante cafetero, en una época en la cual el café constituía
nuestro principal producto de exportación. Años después, sin embargo, prefirió dedicarse a
la compra y venta de ganado en comisión.

Con su esposa habitó una casa de la «calle con caño», correspondiente a la calle 20 y
distinguida con el número 15-44. En esta casa, el 24 de abril de 1895, nació Fernando.
Según la actual nomenclatura urbana es la calle 38 Sur, 39-37, donde en el terreno que
ocupaba la antigua casa ha sido construido un edificio de tres pisos, situado a escasos
cuatrocientos metros de la plaza principal. En el frontis del primer piso existe una placa con
este letrero: «Aquí nació el maestro Fernando González, 1895-1964. Homenaje del Centro
de Historia de Envigado, 1969».

Dos días después de nacido, el niño recibió del padre Jesús María Mejía, párroco de
Santa Gertrudis, las aguas bautismales, siendo padrinos sus abuelos paternos Antonio
González y Bárbara Arango.

Ya por la línea materna es necesario destacar la influencia ejercida por doña Pastora y el
padre de ésta, Benicio Ochoa.

De su madre heredó Fernando el temperamento reservado, meditativo casi siempre, y de


su abuelo materno, el ingenio satírico y burlón. Mencionado con admiración por su nieto en
la revista Antioquia y en algunas de sus libretas, Benicio es el autor de aquella frase


11
Los médicos Gustavo, José Vicente y Luis Enrique González Ochoa, el abogado Jaime González Ochoa, y
los filólogos y músicos Mario y Carlos González Ochoa —para no mencionar sino algunos de los veintiún
hijos de José Vicente y Concepción— son, por tanto, primos hermanos dobles de Fernando González. Jaime
es, además, el personaje de La Tragicomedia conocido con el nombre de Palillo Elías, el abogado de
Entremontes.

32
filosófica que Fernando hizo conocer y con la cual disfrutaba: «Somos cagajón aguas
abajo…».

La capacidad de introspección alcanzaría en él un grado tan elevado de desarrollo, que


sin esta singular característica no puede ser entendida ninguna de sus obras, gestadas
precisamente en esa fuente exquisita de autenticidad y fuerza vital.

A manera de síntesis genética, adquirió una manera peculiar de expresarse, de repudiar


la mentira, de decirlo todo: «… desde niños tenemos una gana de confesarnos que da
gusto»12. Y en bella frase epistolar: «Mis libros los escribo para confesarme y si tienen
expresiones crudas, es porque así soy yo, así éramos en Envigado, donde crecí; así pienso y
siento»13. Bajo otra perspectiva, llegó a decir que del segundo apellido de su padre, Arango,
había heredado su «capacidad insultante», pues «los González son santos».

Daniel y Pastora, como correspondía a las costumbres envigadeñas de la época,


conformaron una familia numerosa, de trece hijos. Pero como algunos murieron estando
muy pequeños, sobrevivieron siete: Alfonso, Fernando, Sofía, Graciela14, Jorge, Alberto y
Ligia15.


12
Revista Antioquia, n.º 2, junio de 1936, p. 10.
13
Carta a su hermano Alfonso, Marsella, 5 de abril de 1934, en Cartas a Estanislao, Casa Editora Arturo
Zapata, Manizales, septiembre de 1935, p. 88.
14
Graciela estuvo casada con el prestigioso médico y filántropo Francisco Restrepo Molina (1898-1976). El
doctor Restrepo Molina fue médico personal de Fernando, a quien siempre llamó «don Fernando», y uno de
sus íntimos amigos. En La tragicomedia del padre Elías y Martina la velera es «don Pío», el médico de
Entremontes. El escritor vallecaucano domiciliado en Envigado desde 1973, Faber Cuervo, lo describe así:
«Quién iba a pensar que la generosa humanidad arropada en impecable traje negro y sombrero de fieltro —
también negro— contenía una franqueza y humor provocadores que bordeaban las fronteras de la burla
ingeniosa […]. Algunos lo veían como un médico seco y repelente, porque decía en tres palabras lo que se
debía hacer; es lo cierto que una mayoría de envigadeños recuerda al bondadoso médico con gratitud y
singular admiración […]. Durante su apostolado en el mundo solidario del bisturí, condimentó sus largas
faenas de atención con la broma, el diagnóstico directo, el comentario imprevisto […]. La solidaridad y la
sabia franqueza con los enfermos lo acompañaría durante casi 50 años de servicios a la comunidad
envigadeña y antioqueña, pues fue profesor de la Facultad de Medicina de la Universidad de Antioquia
durante 22 años […]. Antes de que el doctor se colocara su dedo pulgar entre los labios para empezar a
hablar, uno de los estudiante decía en voz queda: “Chiss…, va a hablar el micrófono de Dios” […]. El
maestro Fernando González hubiera dicho del médico Restrepo que fue un individuo que se acercó al espíritu
al desnudar su propio ser renunciando al vano rol de médico que halaga a sus “clientes”». (Autores varios,
Vigas contra el viento II - Memoria Literaria Viva, Envigado, 2012, pp. 90, 98, 99).
15
En Pensamientos de un viejo, siendo su hermana una niña, le dedica el capítulo titulado «Oh viejo bordón
de los abuelos», donde expresa: «Ligia es la única que conoce el alma del joven pensador. Él ha puesto todo
su amor en ella». Doña Ligia fue la última sobreviviente de los hermanos González Ochoa. Estuvo casada con
el odontólogo Antonio Zuluaga Aristizábal y falleció en Medellín en el mes de diciembre de 2004 a la edad de
91 años.

33
Dentro del número cabalístico siete, Fernando fue el segundo. Un segundo que
compartía sus experiencias especialmente con el primero, o sea el hermano mayor, en quien
encontró siempre el más decidido estímulo a su vocación filosófica y literaria.

Alfonso (1892-1949) llegó a ser un hombre culto: además de lector apasionado de obras
literarias, hablaba con soltura el inglés y el francés. Aristocrático y de refinados modales,
vivió por varias temporadas en Europa, y sobre todo en la capital de Francia, donde nació
su afición por la anticuaria.

Durante su primer viaje, que hizo en calidad de becario del gobierno colombiano y
estando en la población belga de Halma, «caserío de doscientos habitantes, todos labriegos
honrados y de costumbres sanas», estalló la Guerra Civil Europea, horrendo drama que lo
obligó a trasladarse a Bruselas, después a Londres y más tarde a ingeniarse el camino de
regreso a su patria. En 1917 conoció a la señorita Laura Jaramillo Uribe, de quien se
enamoró con desbordante pasión; decidido veinte días después a contraer matrimonio,
dícese que Alfonso arrimó una escalera a la ventana de su amada y en dos caballos
galoparon en la fría mañana manizaleña al encuentro con el cura.

Negociante de antigüedades, en Manizales fue propietario del «Salón Venecia», que


gozó de reconocido prestigio durante las décadas de los años veinte y treinta. En esta
ciudad desempeñó con admirable competencia el cargo de alcalde —el primero que tuvo la
capital de Caldas durante el gobierno de Olaya Herrera— y, de adehala, encargose de la
edición de tres de los libros de Fernando: Mi Simón Bolívar (1930), El remordimiento y
Cartas a Estanislao (1935). Pero su mecenazgo abarca desde Pensamientos de un viejo
hasta El maestro de escuela: donde estuviese (en Medellín, en París, en Manizales, en
Bogotá), representó el permanente apoyo a la labor intelectual de su hermano. Por eso
resultó de justicia que éste le dedicara su tesis de grado (compartida con sus padres y su
hermana Laura) y uno de sus libros, aquel que contiene las vivencias acerca de la Italia
policroma: El Hermafrodita dormido.

Periodista por vocación, Alfonso dirigió en 1912 el primer periódico que se publicó en
Envigado, Vox Populi, de circulación semanal, y posteriormente La Patria, de Manizales.

El andante ciudadano dejó consignadas sus experiencias en un diario personal al que


denominó con el título Apuntes de viaje, dedicado como una ofrenda «al cariño de mi
madre». Sus herederos lo publicaron después de un trabajo de revisión, en cuidadosa
edición mimeográfica de alcance familiar. Comprende cinco etapas que transcurren entre
1911 y 1947: la primera es el viaje al municipio de Cisneros (Antioquia), en donde a la
edad de 19 años trabaja como empleado —«llevador de tiempo»— al servicio de la
empresa del Ferrocarril de Antioquia; la segunda narra el viaje de Envigado a Bogotá —

34
1913— en procura de una beca para estudiar Veterinaria, la que inicialmente programada
para Chile, se concreta para Bélgica a donde llega en abril de 1914, pero a los pocos meses,
sin haber empezado aún sus estudios, pues se había dedicado al aprendizaje del francés,
Alemania declara la guerra a aquel pequeño reino y ya todo será problemas y dificultades
(después se refugiará en Londres y en diciembre de 1915 estará de nuevo en Colombia); el
tercer viaje, en compañía de su esposa Laura, es para dejar estudiando en París a sus hijos
mayores, Fernán y Jaime, de once y nueve años de edad, respectivamente (1929); el
capítulo siguiente corresponde a su viaje por los Estados Unidos y México (mayo a
noviembre de 1945), y el último se extiende por todo el año de 1947. Su punto de partida es
Rochester, a donde ha ido en procura de salud para su esposa.

Desde allí se traslada a algunas ciudades de los Estados Unidos y después de atravesar el
Atlántico a bordo del S. S. Asterion hasta llegar al puerto de Le Havre, hace un largo
recorrido por Europa, siempre en compañía de esposa e hija (Laura y Beatriz),
especialmente a través de Francia, Italia y España, en automóvil particular al que llama su
Rocín, disfrutando de paisajes, ciudades, pueblos, museos…

En la última de las 574 páginas de estas ilustrativas crónicas, Alfonso dejó consignado
con emoción un pensamiento íntimo: «¡Qué no diera yo hoy por un Diario de mi padre, por
poder revivir a don Daniel, por seguir sus huellas, por ir detrás de él, pisando su sombra!».

De Fernando dice, en el diario correspondiente al 13 de noviembre de 1913: «Este


hermano, en quien hay talento para un gran filósofo, y quien, a la edad en que otro
cualquiera se “deleitaría con pamplinas”, ha lastimado sus pies en el sendero de la
reflexión» (p. 82, negrillas en el original).

De aquellos «Diarios» recibió inspiración Tomás González16 al escribir Para antes del
olvido, obra ganadora en 1987 del premio nacional de novela. La narración comienza en el
Envigado de 1913 cuando Alfonso, «cansado de sentirse preso entre una jaula cantando
siempre las mismas trovas», decide irse de la casa paterna, guiado sólo por su espíritu
aventurero. Renuncia entonces al calor del hogar, a la compañía de sus hermanos y a la
dulce comunicación amorosa con Josefina, su novia. Inteligente, simpático, de singular
predisposición para conquistar amigos17, su errancia por pueblos y ciudades de Colombia,


16
Tomás González Gutiérrez (1950) es hijo de Alberto González Ochoa y, por tanto, sobrino del maestro. De
éste llegó a decir: «Él vivía en la finca vecina a la nuestra, en Envigado […]. Me deslumbraba su manera de
ser, de hablar, de relacionarse con el mundo. Tuve mucha suerte en convivir con una persona sabia como
Fernando a una edad en la que las puertas de la percepción están abiertas de par en par». («Un tímido bañado
de letras», en revista Bocas, Bogotá, junio de 2014, p. 38).
17
«No había ser humano —sostiene el autor— capaz de pasar cerca de él y no enredarse en una conversación
pequeña o grande». (GONZÁLEZ, Tomás. Para antes del olvido. Plaza & Janés, Bogotá, mayo de 1987, p.
18).

35
primero, y luego por Europa, a donde había ido con la intención de hacerse profesional de
la medicina veterinaria, conforman el tema central del libro, presentado con notable fuerza
descriptiva, cálida y llena de vida.

Pero si los rasgos del carácter de Alfonso son bien definidos: jovial, emprendedor,
trotamundos, sentimental, inclinado a disfrutar de los placeres de la vida, los
correspondientes al temperamento de Fernando no eran menos protuberantes, aunque en
sentido opuesto.

Las peculiaridades de su carácter sirvieron para distinguirlo de los muchachos de su


edad, pues Fernando demostró poseer siempre un agudo sentido de posesión de su yo;
desde joven parecía un hombre experimentado, a la vez recio y dueño de sí mismo;
introspectivo, pensativo, analítico. Empleaba un lenguaje duro, sin adornos, llamando a las
cosas por su nombre. No aceptaba intromisiones y quería entender y deducir por sus
propios medios. Y cuando se le reprendía, reaccionaba disgustado, sin admitir
explicaciones.

En este retrato de infancia elaborado por él mismo, está descrito con entera fidelidad:
«Yo era blanco, paliducho, lombriciento, silencioso, solitario. Con frecuencia me quedaba
por ahí parado en los rincones, suspenso, quieto. Fácilmente me airaba, y me revolcaba en
el caño cada vez que peleaba con los de mi casa»18.

«Silencioso, solitario… por ahí parado en los rincones», manifestaciones frescas y


tempraneras de su vocación filosófica. Meditar para entender. Entender para
autoexpresarse. Y por este camino llegar al reino del espíritu. Proceso que constituirá la
espina dorsal de su larga y fecunda tarea de pensador, de filósofo vital para quien la verdad
está dentro de nosotros mismos y aprehenderla es ejercicio que requiere vivirla en su triple
dimensión pasional, mental y espiritual.

Un hecho en apariencia intrascendente (se orinaba en la cama dormido) y su obsesión


por curarse, sirvió para iniciarlo en la filosofía viva a los ocho años, edad en que escribió su
primer ensayo psicológico acerca del dolor 19. Así llegó a intuir que somos animales
avergonzados y que la vida es escuela de sabiduría cuando se padece, primero, y después se
entiende y digiere20.

Pronto adquirió también el gusto por las plantas. A orillas del caño donde vivía,
abundaban las poligonáceas, y en «amoroso contacto» con ellas nació su afición por la

18
VALLEJO, Félix Ángel. Retrato vivo de Fernando González. Editorial Colina, Medellín, 1982.
19
Mi Simón Bolívar. Segunda edición, Librería Editorial Siglo XX, Medellín, 1943, pp. 18-19.
20
VALLEJO…, op. cit., p. 45.

36
botánica, que cultivaría como complemento de su vida filósofa. Plantas que, como los
vegetales y los minerales, ¡expresan siempre la verdad! «El único mentiroso, entre todos los
de la creación, es el hombre»21.

Años más tarde, el inquieto muchacho perdería su fe. Precisamente fue el día en que, en
la sacristía de la iglesia de su pueblo, alzó el vestido a Pablo de Tarso y vio que su cuerpo
era «¡un tablón de madera ordinaria!». Desde entonces dejó de creer en los santos de
Envigado, en las devociones meramente acomodaticias para incentivar la fe. Sometido al
conflicto entre materia y espíritu, que es atormentador y persistente, en adelante su mensaje
estuvo dirigido al «hombre de carne y hueso», al estilo de ese eterno inconforme de la
literatura española que fue don Miguel de Unamuno.

En medio de la serie de experiencias de los años juveniles, aprendió también «el arte
suramericano de poseer a distancia todas las cosas de la vida». Convirtiose en intemperante
imaginativo. Los casos más vivos tuvieron que ver con Fernanda, María Luisa y una prima
nalgona que fue su tormento…, debido a la enseñanza que recibió del Mono de Marceliano,
un amigo suyo de aquellos tiempos febriles 22 . Desconsolado, decidió reaccionar con
vehemencia y olvidar el tormento ensoñador del vicio solitario; así fue convirtiéndose en
artista de la realidad turgente y concreta, en instigador de mundos interiores, en buscador de
cuanto oliera a semilla y a polen.

Un pensamiento de Fernando González, esencialmente autobiográfico, sirve como


ninguno para entender su carácter y personalidad. Pertenece a los años de mayor
efervescencia y creatividad intelectual —la década de los años treinta— y refleja de qué
manera su nacimiento e infancia determinaron todo su futuro camino: «Mi madre me parió
cabezón, pero infiel».

Cabezón, o sea buscador de la verdad. En cuanto imperfecto y dada su ansia de


perfección. Diremos, parodiándolo, que el muchacho no cabía por los orificios de la materia
organizada. Buscador de una cosa que no se sabe qué es ni dónde se encuentra… Espíritu
inquisitivo que constituyó la fuente de todas sus vivencias. De lo contrario hubiera carecido
de aptitud para la meditación y el entendimiento; habría sido un animal triste, porque la
alegría consiste precisamente en el presentimiento de ir a encontrar una cosa que no
sabemos y que llamamos de muchos modos23.

Infiel, es decir, insatisfecho. Infidelidad que es patrimonio de las almas cuyo destino es
la divinidad. Consecuencia de que lo anhelado no está ahí, donde se creía, y es necesario

21
Ibidem, p. 75.
22
Cartas a Estanislao, op. cit., p. 109.
23
El remordimiento. Editorial Arturo Zapata, Manizales, 1935, p. 78.

37
seguir buscando. ¿Dónde encontrar, pues, el secreto? Supone que las muchachas, tan bellas
y elásticas, pudieran tenerlo cuidadosamente escondido; entonces camina detrás de ellas,
las observa y analiza, pero es grande su desilusión: no hay tal secreto, ni siquiera en la
mujer única de Marsella… Tampoco lo encuentra en los libros de los filósofos, ni en las
ruinas romanas, ni en las esculturas griegas, ni en parte alguna del mundo exterior.

Así es como descubre, primero, y luego asimila la lección consistente en que la filosofía
es un camino, una amistad y no un matrimonio con la verdad.

Tal es, pues, su vocación. Tarea fascinante y tortuosa al mismo tiempo. Mediante ella
empieza a intuir a Dios, a quien considera interesante porque es un secreto. Por eso se
dedica a buscarlo «como mi mamá buscaba las agujas, en Envigado…». Es un proceso de
inquisidor que se prolongará durante cuatro décadas.

Inicialmente vislumbra, allá en la cruz, la divinidad de Jesucristo. Pero le resulta


imposible vivir la verdad. Aún está lejana y el secreto permanece inasible. Poco a poco irá
descubriendo que la verdad «es muda, no sufre adjetivos, ni nombres; únicamente un verbo:
Ser»24. Y también, entre emocionado y atónito, que el camino de la verdad es la renuncia25.

Esa actitud de búsqueda es esencial: viene a ser su trasegar humano. Fernando González
es un buscador y para ello se convierte en un atisbador: analista de sí mismo y del vasto
mundo que forja su constante brega por ascender en conciencia.

Las raíces del pensador —densas y profundas— están aquí, en Envigado; en sus gentes y
su ambiente. El marco criollo se lo proporcionará Antioquia, pueblo de ancestro vasco
cuyos perfiles de individualidad se adaptaron muy bien a su temperamento y espíritu
crítico. Y yendo más lejos, Colombia y Sudamérica instigarán las manifestaciones de un
original sociólogo y penetrante psicólogo.

Síntesis del ancestro varonil, altanero y creador de su raza, Fernando González


representa el mensaje liberador de la autoexpresión individual y colectiva.


24
El Hermafrodita dormido. Editorial Juventud, Barcelona, 1933, p. 11.
25
El remordimiento, op. cit., p. 82.

38
2. ESTUDIANTE REBELDE

Si he llegado a amar tanto la vida como campo de


experimentación y ascenso, es a causa de mis pecados
y arrepentimientos. (F. G.)

Los estudios de escuela primaria los inició Fernando en el Colegio de La Presentación,


de Envigado, regentado por las Hermanas de la Caridad.

Aunque retraído, callado, poco comunicativo con sus compañeros, en la escuela


demostró ser un niño de personalidad, intelectualmente vivaz e interesado por comprender
mucho más que por memorizar o repetir. Solía interrogar a sus maestros, pues no aceptaba
de buena gana las lecciones que recibía y menos aún la disciplina del plantel.

Un día la hermana Belén —su primera e inolvidable maestra— le impuso un arresto


como castigo. Tuvo que cumplirlo, pero enseguida reaccionó airado. «Cuando salí, después
de pagar el arresto, les grité desde la calle: “¡Hermanas, hermanas cagonas…!”, y me
expulsaron. Mi papá llamó entonces a Misael Osorio, el escultor, que tenía una letra muy
bonita, para que le escribiera una carta a las hermanas en la cual yo les pedía perdón. Fue
una bella carta de arquitecto. Me perdonaron y volví al colegio. Yo siempre fui grosero
desde chiquito»1.

Preocupados por la inquietud y viveza del estudiante, sus padres decidieron trasladarlo a
Medellín, donde fue matriculado en calidad de interno en el Colegio de San Ignacio de
Loyola, dirigido por sacerdotes de la Compañía de Jesús.

En aquel colegio prosiguió y terminó sus estudios elementales y cursó los primeros
cinco años de enseñanza secundaria. Es la época en que recibe la influencia intelectual y
afectiva más profunda. El método riguroso de sus profesores, el arte de formar silogismos,
los paseos a pie, los ejercicios espirituales…, forman un conjunto de experiencias que
sirvieron para moldear su carácter y conferirle agudeza a su espíritu crítico.

En medio de todo, se presentó un hecho que él mismo describiría más tarde como causa
de su temperamento retraído y de su amor a la soledad. Por herencia había sido tímido, y un
compañero de estudio se convirtió en su dominador; por medio de amenazas, lo sometió a
su voluntad: «Si me decía, durante la clase, que le prestara mi reloj y yo me negaba a ello,
me prometía una paliza para la hora de salida. Así que yo me hice un niño reconcentrado


1
Retrato vivo de Fernando González, op. cit., p. 140.

39
que miraba con temor a todos los hombres. Él me enseñó, sin quererlo, a hallar una gran
alegría estando conmigo mismo»2.

Cuando cursaba el quinto año de bachillerato, surgió el conflicto irremediable con los
jesuitas. Fernando estaba absorbido en la lectura de libros de Nietzsche, Voltaire, Kant y
Víctor Hugo, sin desconocer la intensa sensación que le causaba la lectura de Teresa de
Jesús. En la clase de filosofía, que dictaba el padre Quirós, se atrevió a pensar con libertad,
negando el primer principio que la lógica tomista —repensado el pensamiento aristotélico,
que le otorga ese lugar al principio de identidad—, y después la enseñanza jesuita,
denomina de contradicción: una cosa no puede ser y no ser al mismo tiempo y en el mismo
sentido. «Ese es el primero; ese no se comprueba»3. El alumno quedaba desconcertado. No
podía entender cómo una filosofía eminentemente racional, prescindía, en ese supuesto, del
uso de la razón.

«Luego le negué todo al padre Quirós —escribe en Los negroides—. ¡El primer
principio! Negué el primer principio filosófico, y el padre me dijo: “Niegue a Dios; pero el
primer principio tiene que aceptarlo, o lo echamos del colegio…”. Y negué a Dios y el
primer principio, y desde ese día siento a Dios y me estoy librando de lo que han vivido los
hombres. Desde entonces me encontré a mí mismo, el método emotivo, la teoría de la
personalidad: cada uno viva su experiencia y consuma sus instintos. La verdadera obra está
en vivir nuestra vida, en manifestarnos, en autoexpresarnos […]. Mi vida ha estado
dedicada a devolverles a los Reverendos Padres lo que me echaron encima; he vivido
desnudándome»4.

El 20 de agosto de 1911 —tenía dieciséis años de edad—, Fernando fue expulsado del
Colegio de San Ignacio. En carta suscrita por el rector, R. P. Enrique Torres, es comunicada
la decisión a don Daniel González. Con bella caligrafía y en estilo jesuítico, el padre Torres
escribió:

… Es el caso que desde el año pasado se dio Fernando con sumo ahínco a la
lectura, primero de obras literarias y luego este año de obras filosóficas
principalmente. Sin duda en lectura de tales libros procedía sin mucha selección al
principio, no advirtiendo el inmenso mal que de semejante proceder podía
seguírsele. Y así ha sucedido, en efecto, como U. habrá tenido que advertirlo; pues
al ojo avizor de un padre solícito, jamás se ocultan los cambios que en el hijo van
verificándose. Comenzando apenas sus estudios de filosofía y no bien cimentados
aún sus principios religiosos ha leído con verdadera pasión obras de Voltaire,

2
LA SEMANA, suplemento de El Espectador, Medellín, 28 de noviembre de 1915, entrevista concedida a
Fernando Isaza.
3
Viaje a pie. Segunda edición, Ediciones Tercer Mundo, Bogotá, 1967, p. 50.
4
Los negroides. Editorial Atlántida, Medellín, 1936, pp. 14-15.

40
Víctor Hugo, Kant y sobre todo Nietche (sic), las cuales han apagado en su
entendimiento la luz de la fe y han secado en su corazón todo temor saludable. No
cree absolutamente, afirma él a sus compañeros, en la divinidad de Jesucristo ni
menos en la Iglesia Católica. Imbuido en las ideas de Nietche (sic), sostiene que
hasta ahora los hombres han estado cegados con falsas preocupaciones, como el
infierno, que un genio ha de hacer desaparecer para sustituirlas con otras nuevas y
mejor fundadas. Así lo dice, casi de continuo, a sus compañeros; esto ha sostenido a
su profesor de filosofía, el P. Quirós y en parte también al Rdo. Padre Rector, sin
admitir razones de ninguna clase.

Tenía yo la esperanza de que los ejercicios espirituales, que durante tres días
tuvieron los alumnos la penúltima semana, hubieran de aprovecharle y abriera su
corazón a la divina gracia, pero el último día de las confesiones no vino al colegio,
y menos el día de la comunión. El lunes pasado le dije debía comulgar el martes,
fiesta de la Asunción, conforme al reglamento, y tampoco lo hizo.

Por todos estos motivos tengo la pena de comunicarle que la Junta Directiva del
colegio ha resuelto que Fernando queda excluido del colegio, y en consecuencia
suplico a U. tenga la bondad de enviar por el pupitre y los libros al colegio.

Al cumplir tan penoso encargo aseguro a U. continuaré pidiendo con toda mi


alma a Dios Nuestro Señor ilumine a Fernando y le dé gracia para volver al buen
camino.

De U. atento y seguro servidor.

Enrique Torres, S. J.

La expulsión del colegio dejaba marcado el signo de su preocupación intelectual, la


manera como defendía su derecho a pensar y creer libremente, y el rechazo a las
imposiciones de un catolicismo todavía más aparente que auténtico, no obstante su fondo
de preocupación apologética.

Quedaba abierto el camino para una vida de impertinencia y desfachatez, entregada por
entero a la noble tarea del pensamiento. Al mismo tiempo que buscaría su ruta espiritual,
expresaría sus ideas —redondas y duras— con absoluta veracidad. Línea de conducta que
mantendrá sin interrupciones, hasta llegar a sostener en el último de sus libros que el
mandamiento único es NO MENTIR.

Los años pasarán, pero permanecerá latente su interés por dar una explicación
satisfactoria al principio de contradicción, «evidente por sí mismo» y sobre el cual
edificaron durante siglos la filosofía escolástica.

41
En la última etapa de su vida, se dedicó a reemplazar el conocimiento conceptual por el
conocimiento vivo —método destinado a hacer posible la metafísica—, descubrió que los
conceptos son limitaciones, entidades nacidas de la imaginación sensual orgánica, del
aparecer de los sentidos; la «mente» los endiosa y la «razón» construye con ellos juicios,
racionamientos. Pero la verdad es que realmente no hay cuerpo, mente, razón, sino
Intimidad, Sucediendo, Presencia, y en esa Trinidad que es una, un número infinito de
sucediéndoses.

Fue así como del juicio Una cosa no puede ser y no ser al mismo tiempo, separó los
conceptos de «cosa», «una», «ser», «no ser», «tiempo», y procedió con ellos a hacer el
viaje mental, discurriendo de esta singular manera:

La hormiguita sube por el muro de doscientos metros de altura: la ventana, que


está a cien metros, no existe para ella, no está presente cuando principia a subir…
Se acerca…, se acerca… ¡y ya está presente…! ¡Y para mí estaba presente en el
antes, el ahora y el después de la hormiga! Y yo tengo mi pasado y mi futuro y mi
presente de mis coordenadas; y para un súpero todo eso está en presente. Resulta,
pues, que la infinita y total realidad es Presente para la conciencia infinita, y que
5
LAS COSAS SON Y NO SON según las coordenadas .

Todo juicio verdadero —concluye— es de identidad. Lo produce la muerte absoluta de


la vanidad, es decir, la reconciliación de los contrarios; bien y mal, alegría y dolor, nada e
intimidad. Y significa que sólo Dios Es y somos por Dios y en Dios6. Por tanto, el primer
principio no se demuestra sino que se intuye.

En 1933, en El Hermafrodita dormido, propuso el primer principio existencial: «No


pienso, luego soy. […] La verdadera existencia principia cuando podemos no pensar». En
1959, en el Libro de los viajes…, el verdadero juicio evidente es la Presencia, «aquello
cuya esencia es la Presencia». Y en 1962, en La tragicomedia…, parte del juicio de
identidad para concluir que el verdadero primer principio de toda sabiduría, la
reconciliación de los contrarios, identifica el ser y el saber. «Saber es ser». Construye, pues,
una metafísica viva.

Por eso un penetrante estudioso de su obra, el sacerdote Alberto Restrepo González,


sostiene: «Partiendo de la negación del primer principio de la filosofía de Occidente,
Fernando González hizo una filosofía vivencial latinoamericana, de valor universal».


5
Libro de los viajes o de las presencias. Tipografía y Editorial Gamma, Medellín, 1959, pp. 292 y 295.
6
Ibidem, pp. 240-246.

42
Hubo, pues, en su juventud, enfrentamiento con los jesuitas. Pero la huella de los
Reverendos Padres, su pensamiento y su disciplina, influiría con la fuerza desbordante de
un método admirable, hasta hacer de Fernando González un jesuita suelto. En este sentido
estuvo dotado de una definida vocación, llegando a entender a plenitud sus principios
orientadores y el modo de aplicarlos; sólo que prefirió que de racionales o conceptuales
devinieran en principios esencialmente vivenciales, transformados en manifestación de vida
pasional, mental y espiritual.

Cuando en 1930, a raíz de los juicios sobre Santander expresados en Mi Simón Bolívar,
sostuvo una polémica con Antonio José Restrepo, aprovechó para burlarse de los «lanudos»
de Bogotá —encarnación del espíritu santanderista— y advirtió que los actos humanos son
morales y se aprecian por la motivación. Espetó, tajante: «Les hace falta a ustedes ocho
años de jesuitismo para poder comprenderme…»7.

En Viaje a pie (1929) recuerda con cariño a sus «maestros y confesores»: el padre
Urrutia, el padre Torres, el padre Sarmiento, el padre Quirós. Asevera que este último —
«flaco, limpio, pausado y agradable en toda su persona»— fue quien más influyó en su
formación; quizá por haber sido el profesor con quien sostuvo las más arduas polémicas. Y
revela este atisbador por naturaleza que con frecuencia va los domingos, al atardecer, a ver
salir a los jesuitas de su finca de Miraflores. Lo hace porque ejercen gran atracción sobre él:
figuras interesantes que disciplinan su inteligencia y sus pasiones y pocos son mediocres.
Viven la vida del espíritu, perfeccionándose conforme a su método. «El alma del místico es
interesante como selva del trópico», afirma. Pero siempre profundo y burlón, no puede
sustraerse a describirlos en cuadro vivo:

El hombre jesuita no goza sino con tres cosas, a saber: las tres proposiciones
silogísticas: la mayor, la menor y la consecuencia. El que conozca las leyes de estos
tres elementos es más poderoso que un ejército de alemanes. Santo Tomás fue el
mago del silogismo. Cierta vez discutía con un fraile a quien asaltaban dudas acerca
de la existencia del diablo. ¿Qué hizo Santo Tomás? Lanzó las dos premisas, como
se lanza un anzuelo en río caudaloso; y el diablo salió chapaleando de los infiernos,
aterrador y furioso, casi ahogado por las premisas mayor y menor: ¡el diablo era la
8
consecuencia! ¡Imaginaos el susto del incrédulo!

Comienza a advertirse por qué el pensamiento central (metafísico) de Fernando


González es filosófico-religioso. Y cuáles son sus fundamentos, categorías e «ideas
madres». Sobresalen los temas del hombre, la conciencia, el método emocional, la energía,


7
Cartas a Estanislao, op. cit., p. 15.
8
Viaje a pie, op. cit., pp. 107, 112 y 150.

43
la belleza, el tiempo, el espacio, la realidad, por una parte; y por la otra, el Ser, el Ideal,
Dios. Filosofía y religión en conexión dialéctica y vivencial.

Cómo es de significativo que su personaje inolvidable, resumen de sus ansias


espirituales y hombre que quisiera haber sido, esté representado por el padre Elías. «¡Cuán
bello iba el jesuita!», exclama absorbido por su vitalidad, en Don Mirócletes9. En Mi Simón
Bolívar expresa que desea realizarlo en un libro «para ayudar a su aparecimiento en mí»10.
Este libro, que en un principio pretendió ser el Diario del padre Elías, quedó pospuesto
durante años —un poco más de tres décadas— en espera de un lento madurar espiritual.
Finalmente apareció dedicado al entonces cura de Entremontes y escrito con profundo
sentido místico. Es La tragicomedia del padre Elías y Martina la velera (1962), síntesis de
su vida y culminación de todo un ondulante ciclo literario y filosófico.

Ese mundo de inquietudes intelectuales había nacido tempranamente, en contacto con el


ambiente estudiantil creado por los Reverendos Padres. Entonces y después criticó a los
jesuitas por el apego a la filosofía conceptual, el uso y abuso de silogismos y el empleo de
metáforas; pero reconoció, al mismo tiempo, el valor de su disciplina y ejercicios
espirituales, el rigor de su método, el carácter varonil y realista que los identifica.

La actitud de admiración y respeto hacia los jesuitas tampoco le impidió denunciar la


antinomia, existente en ocasiones, entre el negocio de aquéllos y las enseñanzas de san
Ignacio de Loyola, a quien estudió con delectación y profundidad, especialmente durante
los tres años de consulado en Bilbao, tierra vascongada como la del guerrero de Cristo.

Concibió a san Ignacio como el mejor militar psíquico que ha producido el mundo. Y
saboreando parentesco y similitud de comportamiento:

Nada más activo que lo ignaciano. A nosotros, vascos (en la familia de san
Ignacio había Ochoas; su abuelo era Ochoa de Loyola; y yo soy Ochoa), nos llama
11
Dios por el lado de la guerra, en su verdadero sentido .

Cuánta verdad, gracia y picardía en las siguientes palabras, resumen de la influencia de


los jesuitas en su modo de pensar y actuar:

De ellos tenemos el amor por los paseos a pie; la pasión por los diálogos
peripatéticos, en los jardines y patios de los caserones; el ansia de tener finca rural,
con montes, prados, cañadas y mucha agua, así como la de ellos en Bucaramanga.

9
Don Mirócletes. Editorial Le Livre Libre, París, 1932, p. 21.
10
Mi Simón Bolívar, op. cit., p. 80.
11
RESTREPO PÉREZ, Antonio, S. J. Mis cartas de Fernando González. Consorcio Editorial Colombiano,
Bogotá, 1983, p. 45.

44
De nuestros queridos maestros tenemos esa pasión por convertir a las muchachas,
por llevarlas a la casa, para tocarles el corazón e impedir que sean engañadas por
12
hombres miserables… .

«¡Qué gran jesuita hubiera sido yo!», exclama en El remordimiento, donde se interroga:
«¿Por qué no insistiría el padre Torres?», y como soñando con el hombre de Iglesia que se
frustró en el Colegio de San Ignacio: «Hoy viviría en Roma o en París, enseñando un poco
de Teología abstracta […]. Yo habría fundado nuevas casas; mis sermones estarían
publicados y las muchachas de Francia habrían dicho: C’est gentil ce Père de la
Colombie!…»13.

¿Y qué decir de su libro Don Benjamín, jesuita predicador, dedicado al R. P. Zameza, su


confesor, y publicado inicialmente por entregas en la revista Antioquia (números 2 al 8, año
de 1936)? De rica belleza artística, imágenes de honda vitalidad y realismo, manejo
admirable de situaciones y personajes —los viejos curas de Antioquia, los sacristanes y
monaguillos, sus costumbres y amistades, su medio ambiente— y el sabor auténtico a las
cosas sagradas de la Iglesia. Ninguno en su género en Colombia y pocos en la literatura
española.

¡Qué fervor por los jesuitas! El hermoso preámbulo es testimonio insuperable. Por eso
conviene leerlo con su ritmo musical, que va describiendo un mundo psicológico de
grandezas y defectos —como todo lo humano— pero cuán digno de ser amado, de ser
vivido, de ser imitado:

¡El jesuita! Indudable que es la comunidad religiosa más interesante, por castos,
por estudiosos y por las disciplinas psíquicas. ¡Ningún conocedor del alma como
nuestro santo padre Ignacio! Él basta a España para que tenga la primacía en el
mundo interior. Es la única compañía bien organizada en todos sus detalles. El aire
ignaciano es propiedad de ellos: generalmente delgados, cuerpos atormentados de
estudiosos; en su juventud son fornidos y ágiles; en la vejez llevan la calvicie y
seriedad ignacianas. Tienen gordos, pero son pocos. Su vestido es el más
intelectual. Imperan en todas partes. Madrugadores, activos, completamente
sugestionados de que La Compañía es el cielo o el camino más recto para él. Tienen
razón. Santa Teresa lo afirma. Son insuperables en el respeto a la castidad,
inflexibles. De ahí, creemos, su triunfo. Sólo el que siga a Ignacio puede triunfar de
la carne.

Ninguno de ellos sobresale en originalidad, pues ésta es contraria a su espíritu,


pero todos ellos son ilustrados, metódicos, gente heroica.

12
Revista Antioquia, n.º 2, junio de 1936, p. 14.
13
El remordimiento, op. cit., pp. 90-91.

45
Para decir toda la verdad, que es nuestra cónyuge, diremos sus defectos, los que
nos parecen tales y que quizás sean los defectos de sus cualidades, según frase de
santa Teresa. Son:

Falta de originalidad intelectual. (Claro, porque están sometidos a la regla, son


perinde ac cadaver14 y «como bastón de hombre viejo»). Ausencia de atrevimiento
científico, de espíritu inventivo, por la misma causa. Muy doblegados por sus jefes
y muy soberbios en su espíritu de comunidad, pues creen firmemente que son
mejores que los demás. Tratan al mundo con desprecio. Sociedad que dominan,
sociedad que tiranizan. Siendo los mejores amigos, personalmente, la comunidad es
tirana y soberbia.

Son el sostén de Roma, y así lo creen y sienten.

El jesuita tiene aplomo dondequiera. Dominan el resto del clero. Son temidos,
temibles y respetadísimos.

Para terminar, nuestra gran tristeza es no pertenecer a La Compañía sino por la


gana. Somos jesuitas soltados, que de vez en vez vamos donde el padre Zameza a
lamentarnos de nuestros negros pecados, debido a que no llevamos, como ellos, las
cautelas del padre Ignacio entre el bolsillo.

Ahora los persiguen solapadamente, en Colombia. ¡Eso es!: ¡arrojen al espíritu


latino e introduzcan expertos, mineros y pastores sajones! ¡Arrojen a los maestros
de monsieur Voltaire, a los que abrieron y embellecieron la gran hacienda de los
llanos, a los que dieron al Paraguay el espíritu heroico…! ¡Arrójenlos, a nuestros
maestros, para que no queden en Colombia sino los putos y putas de la gran familia
liberal!15

Reiteradas y vibrantes son las manifestaciones del espíritu religioso de Fernando


González. Tentado por la carne y un tanto vulgar: «… mi vulgaridad es un premio que me
otorgo» (prefiere guardar su delicadeza para los que saben sonreír), vivió en búsqueda
anhelante de Dios. La definición de sí mismo no puede ser más reveladora: «Soy una
inmundicia que mira para el cielo». Sincero, incapaz de mentir, de disimular la realidad, de
hacer esguinces a la verdad, recorrió su propio camino dentro de una sorprendente línea de
autenticidad.

Por eso aquella aparición de Jesús que describe en Poncio Pilatos envigadeño, cuando
asistía a la Semana Santa en su ciudad natal, y de regreso a su casa tiene un sentido
profundo de convicción cristiana. Iba por la carretera soñando en su frustrado sacerdocio.

14
Parecidos a un cadáver.
15
Revista Antioquia, n.º 2, junio de 1936, pp. 17-19 (cursivas del texto).

46
Primero se vio de cura en Envigado, predicando el sermón de la soledad, el viernes santo,
ante una feligresía conmovida, y luego de príncipe de la Iglesia. De pronto Jesús se le
apareció y lo detuvo; cayó bocabajo y oyó que Aquél le decía:

Te he llamado desde la niñez. […] Recuerda a la hermana Belén, que te enseñó a


leer y a cuyo lado sentías cosas deliciosas: era mi voz; siempre te he llamado. […]
No oíste: no quisiste oír. ¿Qué has hecho de mis voces?16

Como lógico corolario, cuando hubo llegado el momento de matricular a sus hijos en un
colegio, no dudó en escoger precisamente aquel de donde fuera expulsado, tras ocho años
de estudio, por los jesuitas.


16
Revista Antioquia, n.º 8, diciembre de 1936, pp. 29-31.

47
3. EL TIEMPO COMO MOVIMIENTO DEL ESPÍRITU

Desde la infancia me apareció


la conciencia de la vejez (F. G.)

El incidente con los padres jesuitas en torno a la interpretación del primer principio de la
filosofía tradicional, hizo que Fernando González convirtiera en una constante la tarea
vivencial de búsqueda y entendimiento.

Regresó a Envigado y se dedicó con intensidad a la lectura y la meditación. Lee obras de


carácter filosófico, principalmente de Federico Nietzsche, Arturo Schopenhauer y Baruch
Spinoza; a este último lo llamará más tarde el decano de los filósofos, el enamorado. Y
también de contenido religioso, como El Eclesiastés, Los Proverbios y la literatura mística
de Teresa de Jesús.

La circunstancia de que los textos de aquellos primeros autores figurasen en el «Índice»


prohibido no es obstáculo para que sus ansias de conocer se manifiesten con libertad,
trascendiendo cualquier forma de limitación del pensamiento. Desde joven convertirá en
norma de conducta personal la siguiente frase, que aparece en una de sus libretas
correspondientes a 1914:

Un pensador debe tener una pequeña fortuna…, debe tener todas las libertades.
Mucho oro hace a uno esclavo del oro… ¡Todas las libertades!

Combina en sus lecturas el tema filosófico con el religioso, como queriendo al mismo
tiempo aprender a dudar y a creer. Creencia y duda imbuidas del inevitable tono poético,
cual corresponde a un joven pensador que ya conocía y admiraba a Mauricio Maeterlinck, a
quien llama el poeta de las cosas pequeñas del alma.

A esa influencia de doble vertiente parece dirigida esta hermosa confesión: «Hacerme
dos: uno que obra y otro que examina, es mi más refinado placer».

Transcurridos cuatro meses de la expulsión del colegio, aparecieron sus primeras


publicaciones en la prensa. En efecto, en el periódico La Organización, de Medellín, con el
título «NOTAS», escribió unos ensayos breves acerca de temas de meditación filosófica: el
escepticismo, la alegría, la verdad, la perfección, las inteligencias mediocres. Es notoria su
admiración por Nietzsche: «Cada golpe de su martillo va acompañado de una risa como la
que proclamaba Zarathustra». Y en no menor grado por Spinoza: «Sólo el genio que es
sabio como él, aprende a esperar y guardar su dolor…», afirmación eminentemente
introspectiva y que refleja su estado de alma. Premonitoria de una singular creencia, que

48
señala con fuerza y claridad su vocación: aquella de que con el tiempo se le irá revelando la
sabiduría…, dentro de sí mismo, y adquiriendo un goce más refinado y voluptuoso que
ninguno1.

Para entonces decide iniciar la preparación de su primer libro, al que guiado por una
definida intención intelectual le pondrá un título aparentemente extraño: Pensamientos de
un viejo.

En la montaña envigadeña, finca Las Palmas, de su tío Ramón Ochoa, realiza un intenso
trabajo que diariamente suele prolongarse hasta la una o dos de la madrugada. Encerrado en
su cuarto, con la ayuda de un candelero, lee y escribe. Luego sale a recorrer el prado,
envuelto en sábana blanca, descalzo y con un bordón en la mano… ¡Es como si quisiera
recibir la energía de la noche y de la naturaleza, y sentir en cielo abierto las palpitaciones de
la vida!

Fernando adquirió así una leve sordera, muy notoria ya por los años en que escribió el
Libro de los viajes o de las presencias y La tragicomedia del padre Elías y Martina la
velera.

Merece destacarse en esta época el peculiar tratamiento dado a su cabellera. Primero,


rapada media cabeza, con el fin de no salir a la calle y verse obligado a estudiar; después, a
modo de contrarréplica a su propio gusto, el pelo crecido hasta los hombros2.

Las gentes del contorno, alarmadas por el excéntrico comportamiento del joven,
empezaron a llamarlo «el loco».

Paralelamente empieza a volverse costumbre en Fernando el uso de libretas, de «esas de


carnicero» que sirven para hacer anotaciones. En ellas va consignando sus vivencias, pues
el proceso de conceptualización lo entiende como el producto de emociones, sentimientos y
experiencia. Son a manera de un diario destinado a que nada de lo escrito deje de tener el
sabor de la realidad, las palpitaciones del corazón y el ritmo de las revoluciones de su
cerebro. Libretas redactadas, además, en un estilo cada vez más sobrio, castizo, elegante y a


1
En La Organización, el 22 de diciembre de 1911, fue publicado el primer ensayo de Fernando González
titulado «NOTAS».
2
Entrevista concedida por Fernando González a Fernando Isaza en LA SEMANA, suplemento de El
Espectador, Medellín, 28 de noviembre de 1915.

49
menudo embrujador, al que se han referido con admiración hasta los más agudos y
vehementes críticos de su obra3.

Una de las primeras libretas conocidas es de 1914, el año cruel del estallido de la guerra
europea. A ella corresponden estos pensamientos:

Filosofar es buscar razones para nuestros modos de ser.

El que se entrega a la razón acabará por no poder amar, por no poder creer, por
no poder hablar. La razón no da autorización para nada. Y la vida es afirmativa. La
razón es enemiga de la vida.

Cada hombre es distinto a los demás. Y sin embargo, para darse cuenta de qué
tan poderoso es en los hombres el instinto del rebaño, y qué tan escaso es el
conocerse a sí mismo, basta considerar que se pueden contar con los dedos de las
manos los guías de la humanidad.

Mi abuelo don Benicio decía: «Aquel que se perfuma es porque huele mal».
¡Hay también escritores perfumados, abuelo!

Filosofar es oficio de viejos. ¡Comienza el crepúsculo! Vamos, siéntate a


meditar en las aventuras del día.

No se comprenden las verdades sin haberlas vivido antes. Entonces se aman


como si fueran parte de nuestro ser4.

En 1915, cuando contaba veinte años de edad, es recibido como integrante del grupo Los
Panidas, organizado en Medellín desde el año inmediatamente anterior por jóvenes
intelectuales. El lugar de reunión y de tertulia era el café «El Globo», situado a escasos
cincuenta metros al oriente del Parque de Berrío, por la calle Boyacá. Ahí cerca, en el
segundo piso del Edificio Central, llegaron a disponer de oficina arrendada cuando
decidieron tener su propia revista.

Los integrantes de ese cenáculo de «locos y artistas» eran: León de Greiff, Ricardo
Rendón, Félix Mejía Arango, Fernando González, Libardo Parra Toro, Teodomiro Isaza J.,
Jorge Villa Carrasquilla, José Gaviria Toro, Rafael Jaramillo Arango, Bernardo Martínez
Toro, José Manuel Mora Vásquez, Jesús Restrepo Olarte y Eduardo Vasco Gutiérrez. Con
el deliberado propósito de distinguirse y de adehala escandalizar a beatas y señoritos

3
Jaime Mejía Duque, por ejemplo, para quien Fernando González es un escritor inasible por lo irregular,
contradictorio y disperso de sus conceptos y opiniones, reconoce que «como artista literario es quizá el mejor
prosista de su generación en Colombia». (Literatura y realidad. Editorial La Oveja Negra, 1969, p. 39).
4
En Acuarimántima (revista de poesía), Medellín, n.º 28, julio-agosto, 1980.

50
burgueses —diríamos mejor, que como genuinos descendientes del dios Pan, para sembrar
pánico entre ellos…—, usaban cachucha (gorra) y cachimba (pipa).

Si bien los intelectuales de la «vieja guardia» los miraron con recelo, algunos, como
Fidel Cano, Tomás Carrasquilla y Abel Farina, simpatizaron con ellos. Más drástica aún fue
la Curia, que descalificó el espíritu innovador del juvenil movimiento artístico.

En un poema que corresponde precisamente a esa época, titulado «Villa de la


Candelaria», León de Greiff describe con estilo satírico el ambiente de la ciudad:

Sucesos
banales.
Gente necia,
local, y chata y roma.
Gran tráfico
en el marco de la plaza.
Chismes,
Catolicismo.
Y una total inopia en los cerebros…
Cual
si todo
se fincara en la riqueza,
en menjurjes bursátiles
y en el mayor volumen de la panza.

Entre febrero y junio de 1915 publicaron Panida, revista quincenal de literatura y arte,
con la cual los estudiantes rebeldes incursionaron en el ambiente intelectual y bohemio de
la parroquial Villa de la Candelaria. En ella Fernando González hizo conocer algunos
capítulos de Pensamientos de un viejo: son cinco ensayos, todos bajo el título
«Meditaciones», y un sexto al que bautizó «Desde mi tinglado».

En aquel último ensayo explica la noble filosofía de su amigo Juan Matías, cuyo oficio
de pensador necesariamente lo inclina a la vagancia. «Se ha descubierto que todo pensador
es vago y que en éste, toda la actividad se hace interior. Oficio de vago tan importante —o
tan sin importancia— como el de los médicos, los mercaderes o los locos… Cada profesión
puede ser apreciada o menospreciada, según la disposición en que se encuentre el
espectador al mirarla. Pero ya comienza a crecer la estimación por el oficio de Matías.
Quienes a él se dedican, llegarán a ser los grandes hombres».

51
Las tres primeras ediciones de la revista estuvieron dirigidas por León de Greiff y las
restantes, hasta el número diez, por Félix Mejía Arango.

Escritores, poetas, músicos, caricaturistas y, en todo caso, aficionados a las bellas artes,
los panidas utilizaron pseudónimo para dar a conocer algún poema, ensayo o producto de
su intelecto. «Nos parecía de buen tono y gusto ocultar los propios nombres», al decir de
uno de ellos, Jaramillo Arango. Así, León de Greiff pasó a llamarse Leo Legris y Gaspar de
la Nuit; Ricardo Rendón, Daniel Zegri y Arlín; Félix Mejía Arango, Pepe Mexía; Libardo
Parra Toro, Tartarín Moreira; Teodomiro Isaza, Tisaza; Jorge Villa Carrasquilla, Jovica;
Rafael Jaramillo Arango, Fernando Villalba; José Gaviria Toro, Joselyn; José Manuel Mora
Vásquez, Juan Manuel Montenegro; Jesús Restrepo Olarte, Xavier de Lys; Eduardo Vasco
Gutiérrez, Alhy Cavatini; y Bernardo Martínez Toro, músico y dibujante, quien «nunca
quiso figurar en letras de molde», Nano. Fernando González constituyó la excepción. No le
gustaba «taparse» y, además, consideraba que el nombre es esencial. «Sólo Moisés pudo
hacer las cosas que hizo Moisés; sólo Mirócletes pudo representar el papel de Mirócletes»,
sostenía; y remataba: «No hacemos las cosas que otros hayan hecho»5.

Los Panidas fueron trece, de los cuales alcanzaron prestigio nacional e internacional el
poeta León de Greiff, el caricaturista Ricardo Rendón y Fernando González. Otros como
Mejía Arango —arquitecto y dibujante—, Mora Vásquez —jurista y diplomático—, Vasco
Gutiérrez —médico— y Parra Toro, poeta y compositor, tuvieron importante figuración en
el ámbito intelectual antioqueño. Lamentablemente, años después tres de ellos se
suicidaron: Rendón, Isaza y Gaviria. El movimiento dejó su huella y puede ser considerado
predecesor del grupo bogotano de Los Nuevos.

El poeta De Greiff les dedicó su «Balada trivial de los 13 panidas», donde juega con el
idioma y crea frases musicales y vibrantes.

En 1916 —año en que llega a la mayoría de edad— publica Pensamientos de un viejo en


la Imprenta Editorial J. L. Arango, de Medellín, gracias a la colaboración de su hermano
mayor, Alfonso, y de algunos pocos amigos. Hermosamente diseñada por Ricardo Rendón,
en la carátula se representa a un viejo pensador que, alto y fornido, está sentado en actitud
meditativa, tal vez por allá en los jardines de Academo, mientras con la mano izquierda
sostiene su bordón y con la derecha acaricia sus luengas y blancas barbas. La mirada fija en
el horizonte infinito. ¿En qué piensa? Quizá en aquella frase del libro con la cual el joven-
anciano o niño envejecido expresa una inquietud trascendente: «La losa del sepulcro es la
musa de la filosofía…».


5
Revista Antioquia, n.º 2, junio de 1936, p. 13.

52
Fruto precoz de su vocación filosófica —de su ardiente deseo por desnudar su alma y
analizarse a sí mismo— tiene dedicatoria «para una lectora lejana». A sus amigos les dice,
acentuando el carácter subjetivo que ha marcado su línea de inspiración: «Al leer este
amargo libro, no pensaréis en él sino en Fernando. Mi sombra os oculta mis pensamientos».

Fidel Cano era un prestigioso periodista de quien el joven González decía admirar todas
las manifestaciones de su espíritu así como su optimismo luchador, con el que pretende dar
al alma raquítica de la juventud un poco de alegría sana y esperanza en tiempos futuros, de
donde concluía que era el único digno de ser nuestro maestro6. Con brillante pluma asumió
el encargo de redactar el prólogo. Es el único libro de Fernando que está precedido de esta
forma de presentación al público. El autor es descrito como un «joven pensador
envejecido» que empezó a leer filósofos y filosofar él mismo en la edad propicia para creer,
esperar y amar. De ahí que su fruto tenga sabor a acíbar y no al dulcemente grato de la
cosecha juvenil. Lo considera, además, «un atormentado», pero no porque el mundo se
haya propuesto torturarle, ni porque la naturaleza le haya tratado con rigor y aspereza, sino
por haberse dado demasiado temprano a beber de los pozos amargos «en que la vejez espía
y corrige las saciedades de miel de la juventud».

Con sutileza asevera don Fidel que si el pensamiento ha abierto surcos en el espíritu de
Fernando, en vano se empeña en estrujarle y atajarle el corazón, porque el amor pronto hará
surgir ahí su primavera: «Cuando Margarita entra en escena, hasta los Faustos ancianos y
de veras caducos rejuvenecen por obra de milagro…». (No se equivocó el viejo maestro.
Otra Margarita habrá de ser la mujer que en pocos años producirá las más suaves, dulces y
penetrantes transformaciones en el corazón de Fernando).

El prologuista afirma por último que, con este libro, su autor adquiere nombre
distinguido en el escalafón intelectual de Colombia. Pero que todavía no es más que una
aurora: «… el orto de la inteligencia que así se anuncia no tardará, y será espléndido».

Fernando reconoció que don Fidel significó para él «un alto estímulo moral e
intelectual».

Pensamientos de un viejo nació de la meditación obsesiva de un joven por asuntos que


suelen preocupar solamente a viejos pensadores: el ser humano, su origen, sus limitaciones,
su devenir en el tiempo, su destino. Temas que le crearon preocupación, angustia y cierto
pesimismo. Acerca de ellos expuso consideraciones extraídas de sus lecturas y del análisis
de su mundo interior, conservando siempre un sello personal inconfundible.


6
LA SEMANA, op. cit.

53
Las frases son reveladoras. Deducen que el centro de su intimidad y el motivo de
proyección de su yo, es su propia alma. En este sentido se mezclan unas afirmaciones con
otras, como puede apreciarse en los párrafos siguientes:

Aprende a hacer de tu alma un tesoro: allí encontrarás lo necesario para vivir una
vida divina.

El alma sólo se deja contemplar en medio del silencio y de la pureza.

La mayor parte de los hombres están atareados en la lectura de libros, sin


preocuparse de leer su propia alma.

La novia del solitario es su propia alma.

Amo de tal manera la meditación, que jamás concibo alegría en donde ella no
esté.

En ese santuario construye su pequeño imperio. Es necesario buscar la verdad dentro de


sí mismo, en su propio e íntimo corazón. Intentar encontrarla fuera sería tanto como
fabricar dioses. Y la grandeza del hombre se mide «por la disminución de sus dioses».

Cree que lo único cierto en el trato humano es la vulgaridad. Y por eso aconseja:
«¡Hazte dos! Uno, el solitario celoso y repleto de anhelos, y otro, el hombre que afirma y
niega».

Pero le atormenta el hecho de que el tiempo sea fugaz, inexorable. Por eso hay que
multiplicar las potencialidades del ser y, por este medio, prolongar el tiempo. Superar el
tiempo meramente cronológico de sucesión de instantes, de transcurrir de horas y minutos.
¿Cómo? Haciendo que el movimiento del espíritu sirva de medida al tiempo. Así, por
ejemplo, «Nerón murió a la edad de mil años».

Queda explicado el título del libro y enunciada una novedosa teoría.

(¿Por qué Fernando González escogió a Nerón como ejemplo de su tesis acerca del
tiempo y el movimiento del espíritu? Debió ser porque le seducían la vitalidad, la
autenticidad, la conciencia de artista de ese emperador que gobernó a Roma desde cuando
tenía diecisiete años de edad y por cerca de tres lustros. Pero cuidándose de emitir juicios
de valor sobre su conducta de gobernante, tarea que consideraba impropia de un aficionado
a la filosofía: «La afirmación y la negación son indignas del sabio, cosas del pueblo…»).

54
En Viaje a pie se resiste a admitir que pueda hacerse una comparación entre Nerón y ese
«monstruo» de Plutarco Elías Calles. «No podemos contener nuestra indignación —dice—
al saber que se ha comparado a este señor Calles con el fruto más jugoso del árbol de la
vida, con Nerón, con César Aenobarbus. ¡Qué artista perdió el mundo cuando Epafrodita
hundió el puñal en la garganta de Aenobarbus!»7.

Treinta años después, en sus diálogos con el novicio Ángel Ríos, de nuevo intercala
comentarios en torno a la personalidad del emperador:

… Nerón tenía una linda barba color de heno, repartida en dos alas… Uno de sus
abuelos había tomado ese apellido: Aenobarbus, o sea, barba de heno…

… Nerón salía en Corinto vestido de actor… Era su vocación, su intimidad…


Como lo fue de Mussolini… Y a pesar de que este oficio era despreciado entonces
por «los Calibanes», él lo elevó a la categoría de actividad divina…: ¡el histrión…!
Pero el cristianismo, los desposeídos de este mundo, desacreditó la palabra, lo
mismo que el vocablo sofista… Había que combatir reaccionariamente esos
términos, y quedó el de actor, y el de escolástico…

Nerón en sus primeros años de gobierno fue un gran gobernante. Lloraba cuando
se veía forzado a matar a alguien… Sus dos maestros fueron Séneca y Burro… A
éste lo hizo envenenar y al primero lo obligó a que se abriera las venas… Nerón fue
poeta… Su poema sobre el incendio de Roma dizque era soberbio…, ¡muy bello…!
8
La amaba mucho… El incendio fue de los barrios pobres, para reconstruirlos…

A propósito de la tesis enunciada por Fernando González, el escritor boliviano Jorge


Órdenes —excelente intérprete de sus obras— produce una afirmación que destaca el
trabajo original del joven pensador antioqueño. Aunque aparentemente exagerada o
inexacta, merece un análisis riguroso en su contexto histórico y en el orden epistemológico,
con el fin de deducir su grado de certeza. Según Órdenes, la interpretación del ser en el
tiempo, tal como es planteada en Pensamientos de un viejo, se adelanta nada menos que a la
obra de Martín Heidegger El ser y el tiempo que aparece once años después, así como a la
Philosofía de Karl Jaspers, publicada en 19329.

Estos Pensamientos, por otra parte, son obra de un solitario. Pero en ningún caso de un
solitario que desdeña la vida. La pregunta que formula es de una lógica apabullante:
«¿Cómo puede analizar la vida el que no tiene el corazón repleto de vida?». Y explica el

7
Viaje a pie, op. cit., p. 136.
8
ÁNGEL VALLEJO, Félix. Viajes de un novicio con Lucas de Ochoa. Editorial Gamma, Medellín, 1960, pp.
127, 138, 139. (Cursivas y puntos suspensivos del texto).
9
ÓRDENES, Jorge. El ser moral en las obras de Fernando González. Universidad de Antioquia, Extensión
Cultural, Colección «Huellas en la historia», Medellín, 1983, p. 20.

55
significado de la vida solitaria, que es hoguera sagrada, vivir mirando al mundo desde la
altura de una gran pasión. Por eso la imprecación que lanza con desdén y orgullo:

No doy derecho para juzgarme sino al que haya vivido la vida saboreándola con
recogimiento. A ningún sabio de biblioteca doy derecho para juzgarme. Estas cosas
no se aprenden; es preciso vivirlas.

Conviene advertir asimismo el acento poético del libro. Fernando se insinúa promesa
filosófica, pero a veces también poética. Uno de los capítulos está dedicado a «La amada» y
son frecuentes los «decires» y «quereres», palabras de corte poético y nada filosóficas. Pero
asume su propia defensa cuando dice que un filósofo, para poder vivir, tiene que ser algo
poeta. «¡Feliz yo que te he encontrado! —exclama dirigiéndose a la poesía—. Desde hoy
endulzaré mis amargas verdades con la miel de tus mentiras».

Puede parecer extraño, pero este libro es premonitorio de aquel estudio sobre teología
moral que instigado por mademoiselle Tony, la institutriz alsaciana, apareciera en 1935 con
el nombre de El remordimiento. En la parte final —subtítulo «La lucha interior»— el
remordimiento es concebido como el dolor de un instinto no satisfecho, de un deseo
contrariado. De profundo significado espiritual y humano, este «musageta de toda
filosofía» no dejará ya de formar parte del mundo vivencial de Fernando González como
fuente de tormento, de inspiración y de expansión de su conciencia.

En las fértiles y duras lomas de Envigado ha nacido un escritor con personalidad. Más
aún: están dadas las condiciones para elaborar una filosofía de la personalidad. Será
cuestión de seguir el proceso de madurez y de que surja, de contera, el sociólogo de
Suramérica.

La teoría sobre la personalidad y la interpretación psico-sociológica de lo suramericano


tendrán su desarrollo en la década de los años treinta. Sólo a finales de los cincuenta y
principios de los sesenta, empero, con la publicación del Libro de los viajes y La
tragicomedia, aparecerá expuesta en forma descriptiva y dramática esa filosofía-sabiduría
que es curso dialéctico de la vida interior.

Al hacer un certero análisis de su obra, Alberto Restrepo González sostiene que, desde
su comienzo, la búsqueda filosófica de Fernando González fue orgánica, sistemática, larga
y difícilmente madurada, y no ocasional, repentina, desvertebrada y contradictoria, como
frecuentemente se ha sostenido10.


10
RESTREPO GONZÁLEZ, Alberto. Para leer a Fernando González. Editorial UPB, Medellín, 1997, p.
215.

56
En lo relacionado con aquella búsqueda no contradictoria, conviene hacer una acotación
adicional. Consiste en admitir que creyó útil y necesaria la contradicción, la entendió como
algo connatural al ser humano y en este sentido la vivió a plenitud. «El animal hombre es el
más atormentado porque lleva en sí mismo la contradicción», y en nuestro interior «somos
un hervidero de contradicciones». Frases de F. G. que muestran el punto de referencia
desde el cual experimentó y trascendió sus instintos, sometidos a permanente combate
moral y convertidos a su vez en fuente de interpretación, origen de una de sus formas —
quizá la más protuberante— de hacer filosofía.

Tal es el escenario de sus contradicciones. Cabe agregar su aceptación plena de las


conclusiones provisionales —a los dueños de la verdad los consideró viejos sofistas—, así
como del cambio de pensamiento al ritmo de sus estados de alma. Pero a partir de la noción
filosófica que elabora poco a poco, logra agrupar los hechos con lógica y enunciarlos en
proposiciones madre. O en el lenguaje escolástico, es posible encontrar categorías
fundamentales y quizá también últimas, con las cuales construye una meditación vivencial
pero organizada y congruente.

Por eso no creyó en la disyuntiva tradicional, planteada como ser o no ser. Prefirió esta,
que aparece tempranamente en Pensamientos de un viejo: «ser nada o serlo todo». Con el
transcurso del tiempo, cuando la metafísica se convierte en el centro de su interés y
quehacer, el serlo todo se torna en postulado que tras arduo proceso pasional-mental-
espiritual, permite descubrir al hombre superior, el amente (el existente en el Ser puro, o la
nada en el Padre, o la comunión en la Intimidad), conclusión y síntesis de sus viajes, a los
que también da el nombre de presencias.

***

Es precisamente en abril de 1916 —sale de la imprenta su primer libro, Pensamientos de


un viejo—, cuando el joven González empieza a escribir El payaso interior.

Los herederos encontraron el segundo tomo (el primero había desaparecido), y después
de hacer la indispensable trascripción del texto, escrito a mano en su libreta personal,
permitieron su publicación casi noventa años después a la Universidad Eafit, de Medellín,
que la hizo en pulcra edición de bolsillo (diciembre de 2005), como quiso siempre el autor
que sus libros llegaran al público.

De estilo aforístico, preferido entonces por el pensador en ciernes, mediante esa forma
fragmentaria pero honda y elocuente expresa sus verdades e incita a la reflexión. Son
expresión viva de su intimidad, la misma que cultivó desde entonces y como una constante

57
que lo inducía al deber de entender, concebida cual medio para exprimir sus experiencias y
aumentar el campo de la conciencia.

Desde una perspectiva cronológica, aquellos aforismos constituyen un antecedente de


los célebres escolios que escribiera décadas después otro notable filósofo colombiano,
Nicolás Gómez Dávila (1913-1994), y de los cuales sus herederos seleccionaron, para
efectos editoriales, algo así como diez mil cuatrocientos. Aunque su autor es un aristócrata
desde temprana edad educado en París, enamorado del siglo XVIII francés, lector de todas
las horas en el refugio de su extensa y variada biblioteca —en su época, quizá la mejor
biblioteca privada que existió en Colombia—, y hombre de vasta cultura, concibe esos
escolios como un trabajo proveniente de un «amanuense de siglos», como se autocalificaba,
o también de «un campesino medieval indignado», pues no quiere ser llamado «un
intelectual moderno inconforme». Reflejan una síntesis erudita del pensamiento universal,
no exenta del sarcasmo inteligente y demoledor. Y sienta esta importante premisa: «En
filosofía lo que no sea fragmento es estafa».

El filosofar lo identifica como un diálogo con «los grandes muertos» y es categórico


cuando afirma: «El imbécil solo percibe el mundo actual». El hombre cultivado, por ende,
no es el que anda cargado de contestaciones, sino el que es capaz de preguntas. Hay
identidad con Fernando, en lo esencial, en este escolio: «La vulgaridad consiste en
pretender ser lo que no somos».

Del análisis de los más diversos temas deduce un pensamiento tan breve como
elocuente. Así, en la democracia advierte un defecto fundamental: «favorece el ascenso de
hombres inferiores», y en cuanto a la sociedad del futuro, la concibe como «una esclavitud
sin amos». En las ciencias sociales —afirma— se acostumbra a pesar, contar y medir, para
no tener que pensar. De los verdaderos problemas, que «no tienen solución sino historia».
De la vida, que es taller de jerarquías, pues «solo la muerte es demócrata». Del escritor, que
si no ha torturado sus frases tortura al lector. De los ancianos, que ya no existen, pues han
sido reemplazados por «jóvenes decrépitos». Del hombre, que no quiere sino al que lo
adula, pero no respeta sino al que lo insulta. De la burguesía, que es todo conjunto de
individuos inconformes con lo que tienen y satisfechos de lo que son. Del comunismo, que
comprende el que es protesta, pero no el que es esperanza. Del pueblo, que no elige a quien
lo cura sino a quien lo droga, y que a veces acierta cuando se asusta, pero siempre se
equivoca cuando se entusiasma. De los tontos, que antes atacaban a la Iglesia; ahora la
reforman. De la poesía, que es la huella dactilar de Dios en la arcilla humana. De la obra de
arte, que demuestra que el mundo tiene significado, aun cuando no diga cuál. Del
periodismo, que «es escribir exclusivamente para los demás». Del mundo, que, felizmente,

58
es inexplicable. Y se muestra duro con el joven izquierdista, cuya divisa explica en dos
palabras: «revolución y coño».

Como resumen, pone de presente que la única pretensión que tiene es la de no haber
escrito un libro lineal, sino un libro concéntrico.

Los Escolios a un texto implícito son para algunos críticos la obra filosófica más
importante de Colombia. Para otros, como William Ospina, no pueden serlo porque
padecen de una de las grandes limitaciones de nuestro pensamiento a lo largo del tiempo:
«la sumisa veneración de la escritura, que nos hace pensar que sólo hay sabiduría si procede
de libros, casi siempre europeos, y que nuestra misión consiste si mucho en glosarlos, en
tejer variaciones sobre las partituras que nos dejaron los sabios y los filósofos de otras
partes». Agrega que como un bálsamo contra esa enfermedad de la veneración excesiva de
los modelos de las metrópolis surgió aquí la obra de Fernando González, a la que llama,
para contrastar con la otra, «Escolios a un hombre implícito».

Con el devenir del tiempo, para Fernando la intimidad con minúscula se convertirá en el
ámbito que buscará la permanente presencia de otra Intimidad mayor, a la que escribe
siempre con mayúscula y que llama con diversos nombres; en esencia es el Néant o Padre,
o Dios con nosotros. Así, mediante un poderoso impulso interior que quiere hallar la
compenetración entre ambas formas de intimidad, fue naciendo una especie de misticismo,
fuente primigenia de su pensar existencialista11.

Joven escéptico, solitario y atormentado por el destino del hombre, por la variedad y
limitaciones de la existencia, en El payaso interior se ocupa en mirar su alma, para lo cual
busca la manera de captar las cabriolas del espíritu, a las que llama «visiones espirituales».
De estas visiones es de donde extrae sus verdades, que no pueden ser sino relativas y
provisionales, a causa de que el alma —espíritu encarnado— es tan variable como
incesante es la influencia del binomio mente-cuerpo. De ahí, por una parte, la afirmación de
su vejez, y por la otra la inclinación hacia el análisis de la vida, a la que describe como un
«desbaratar sueños» y un continuo conocer que la única verdad es el silencio de la muerte,
del no ser.


11
Esta teoría, como todas las suyas, va madurando paulatinamente hasta completar su expresión sistemática
en el Libro de los viajes o de las presencias (1959), donde al mundo espiritual se llega después de superar —
el hombre es un súpero— los mundos pasional e intelectual. Fernando adaptará a su propio pensamiento
ciertos principios tomados tanto del budismo como del cristianismo. Recuérdese que para Buda la primera
obligación del hombre es SUBIR, que es tanto como LLEGAR AL DIOS INTERIOR.

59
Es ostensible, por lo tanto, la importancia que concede a la meditación, por ser la única
capaz de penetrar en el santuario del propio espíritu. Este lo concibe como «instrumento
músico del cual arranca armonías la vida que pasa», e insiste en que para hacerse pensador
es indispensable «aprender a sentir el trabajo del espíritu».

Los dos mencionados libros de juventud de Fernando demuestran que su principal


interés consistía en adquirir la costumbre de mirarse a sí mismo. De donde deriva su gusto
por un postulado pedagógico que enuncia de este modo: «Sólo debe enseñársele al hombre
aquello que disponga su alma para el análisis». Mas debe entenderse que de esta premisa no
se desprende limitación alguna a la posibilidad de emprender cualquier otro conocimiento,
o al disfrute del placer del juego; pero advierte la conveniencia de que la finalidad sea
siempre «el estudio de sí mismo».

Aquel enunciado es entrelazado con el principio que pretende la orientación de la


enseñanza para hacer del hombre «el creador de su vida y el artífice de su destino». Con
ambos se adelanta décadas a los métodos educativos de su época —librescos, repetitivos y
memoristas—, e incluso a algunos vigentes en la actualidad que todavía no han logrado
liberarse de la influencia intelectualista extranjera.

Son postulados que servirán de fundamento a sus posteriores reflexiones en torno a


temas educativos, cuyas tesis centrales están expuestas para ser aplicadas en una fase
superior —la de la cultura—, lo cual lo llevará a proponer «escuelitas» de autoexpresión,
tan válidas para Colombia como para Latinoamérica. Y, por contera, advierten la formación
de un «gran mulato», síntesis del hombre adaptado.

Esas exposiciones irán surgiendo de manera dispersa, en medio de trabajos biográficos o


sociológicos, psicológicos, de crítica política o literaria. Y al unísono con la evolución de
sus vivencias y pensamientos, en libros como Mi Simón Bolívar, Los negroides, El
remordimiento, Cartas a Estanislao, El maestro de escuela y en la revista Antioquia.

En la explicación de sus tesis estará ausente el expositor sistemático y meramente


conceptual. Pues tal actitud resulta incompatible con la búsqueda introspectiva y el método
emocional.

Pero esta verdad no impide deducir un sistema de pensamiento consistente en


meditaciones, emociones, descripciones, con el que muestra un camino propio: el suyo, el
de la autoexpresión y la autenticidad, producto del análisis de su yo, y del ambiente de su
tierra envigadeña, antioqueña y colombiana. Y yendo más lejos, sirvió a dicho propósito el
haber especificado con sutileza las características que sirven para identificar al habitante del
suelo suramericano, con sus vicios y potencialidades, a fin de llevarlo a emprender la

60
conquista de un hombre nuevo —adaptado y consciente de su misión individual y
colectiva— al que denominará el «gran mulato».

61
4. EL DERECHO A NO OBEDECER

Pueblos en que la juventud no piensa, por


miedo al error y a la duda, están destinados a
ser colonias. (F. G.)

Después de tres años de intensa concentración, dedicados a la lectura, el conocimiento


de sí mismo y la gestación de Pensamientos de un viejo, Fernando reanudó sus estudios
secundarios, no sin cierta dificultad causada por su manera de ser y de pensar, pues en
entrevista del 28 de noviembre de 1915 le había dicho a su compañero y amigo Fernando
Isaza:

Eso de asistir todos los días a la clase, a cierta hora señalada; de aprender en
idéntico texto una lección limitada de antemano, y de verle diariamente la cara al
mismo profesor, es cosa que me aterra.

El título de «bachiller en filosofía y letras» le fue conferido por la Universidad de


Antioquia el 8 de febrero de 1917.

Decidido a seguir la carrera de abogacía, se matriculó en la Facultad de Jurisprudencia y


Ciencias Políticas de la misma universidad. Joven de inteligencia superior, validó por lo
menos la mitad de las asignaturas del pénsum académico; y transcurridos tan sólo dos años,
obtuvo su título de abogado. Se le otorgó el 14 de mayo de 1919, siendo rector de la
universidad Miguel María Calle, y, presidente de tesis, Víctor Cock. El jurado examinador
estuvo conformado por un grupo de prestigiosos profesores: Gonzalo Restrepo Jaramillo,
Miguel Moreno Jaramillo, Alfredo Cock Arango y Carlos E. Restrepo.

La tesis de grado quiso denominarla de un modo sugestivo, y con cierto atrevimiento la


llamó El derecho a no obedecer. Sin embargo, los directivos de la universidad, aduciendo
disposiciones del reglamento académico, exigieron el cambio de nombre por otro más
acorde con la naturaleza del título profesional que se le confería. Le advirtieron, al mismo
tiempo, que era menester precisar los conceptos emitidos en relación con las doctrinas del
anarquismo y el totalitarismo.

El incidente entre las autoridades universitarias y el graduando suscitó interés en el


ambiente estudiantil y alcanzó a tener repercusión en la prensa. Pero Fernando González,
convencido por sus familiares de que era preferible evitar mayores problemas, procedió no
solamente a cambiar la denominación del ensayo por un nombre breve y escueto, Una tesis,
sino que además introdujo algunas modificaciones en el contenido del mismo.

62
El presidente de tesis, por su parte, en informe fechado el 12 de abril de 1919, reconoció
en González a uno de los jóvenes más inteligentes entre los que en los últimos años había
frecuentado la Escuela de Derecho, y en relación con el trabajo sometido a su consideración
aseveró que así no se aceptaran o prohijaran los conceptos allí expresados era de «valía
incontestable».

Dedicada a sus padres y a sus hermanos Alfonso y Laura, Una tesis1 es un ensayo socio-
político cuya primera reflexión versa sobre la ley de la proporcionalidad de las actividades.
Por no regir esta ley fundamental, en Colombia es fértil el semillero de poetas, doctores,
políticos y empleómanos; en cambio, hay poca agricultura, pocos caminos, escasa
tecnología. La consecuencia no puede ser más desalentadora: un pueblo aislado, ignorante y
pobre.

El hombre tiene la orgullosa pretensión de creer dirigir la vida, pero las leyes naturales
son las que presiden la vida y nadie puede reemplazarlas. De aquí induce que el auge de la
metafísica y la exaltación romántica pronto tendrán que ceder ante la vida real, racional y
positiva que ofrece la ley de la proporcionalidad de las actividades.

En el desequilibrio que la ausencia de aquella ley genera, se encuentra, además, la causa


de la corrupción de la democracia. Un número exagerado de semi-intelectuales entra en
competencia con un pueblo mísero y fanático —depositario formal de la soberanía— con el
propósito de representarlo en congresos y asambleas. Y desde estas corporaciones simulan
fanatismo y un engranaje de pasiones repugnante.

El enunciado del principio acerca del hombre-causa: «En los pueblos se puede hacer lo
que se quiera», resultaría engañoso o susceptible de abusos y falsas apariencias, de no ser
sometido a una rigurosa disección. Será verdadero si por tal principio se entiende que los
deseos de los pueblos son realizables porque la necesidad los hace nacer, pero si se utiliza
para deducir que un gobernante puede modificar a su amaño una nación, es falso y
peligroso. Como consecuencia, la ley debe ser expresión de la necesidad y someterse a la
evolución; de lo contrario es absurda y entraba el progreso.

El hombre es principio y fin de la economía. Trabaja porque es imperfecto y siente


necesidades; si fuese perfecto, no saldría de sí mismo. La naturaleza le suministra el modo
de perfeccionarse y la sociedad le sirve como medio para dar cumplimiento a su ciclo vital.


1
GONZÁLEZ, Fernando. Una tesis. Medellín, Imprenta EDITORIAL, 20 de abril de 1919.

63
Su crítica a los colectivistas obedece, por tanto, a que cambian el medio en fin y el
efecto en causa, dando origen a la estatolatría; el hombre para la sociedad, no ésta para
aquél.

De modo tajante deduce dos conclusiones:

1.a En ningún caso se puede sacrificar al individuo en bien de la comunidad. Y,

2. a El progreso es el levantamiento general de la humanidad, pero no la igualdad de los


individuos.

El arco toral es la división del trabajo. Origen de la sociedad, base de la economía


política y fuente del desarrollo de la personalidad humana, este sistema explica muchos
fenómenos sociales: el surgimiento del trato y relaciones de intercambio entre los
individuos y los pueblos; el aumento de la producción; la paulatina supresión de los
fanatismos; la dificultad para que se produzcan nuevas guerras; y está llamado a convertir a
los hombres en ciudadanos de la tierra.

La necesidad de gobierno, por ende, es proporcional al grado de civilización. El pueblo


en donde menos necesidad haya de gobernar será el más civilizado, aproximándose de este
modo al anarquismo2.

En el fondo es la defensa de una tesis: la escuela liberal —sobre todo la escuela liberal
evolucionista— no es una antigualla, puesto que sigue siendo regida por las leyes naturales
que presiden la vida del hombre. El socialismo de Estado, en cambio, resulta ser una
mistificación alemana, una forma de militarismo.

En el año de 1919, ante las experiencias surgidas de la recién terminada Guerra Europea
y el auge del socialismo de Estado, Fernando González —que nunca cohonestó con su
silencio los atropellos al hombre o a la verdad— se niega a admitir los nuevos modelos de
poder absoluto. Ante todo, por una razón simple pero decisiva: porque para él ostenta la
primacía el in-di-vi-duo. (La palabra conviene dividirla en sílabas para apreciarla y
entenderla mejor, así como Stendhal solía hacer con la ló-gi-ca).

Casi tres lustros después, siendo cónsul en Génova, observaba el espectáculo que ofrecía
el fascismo. En su libreta, el 8 de mayo de 1932, escribió:


2
Dos son las verdaderas ramas del gobierno —sostenía en 1937 en sus «Nociones de izquierdismo»—: la una
coactiva, proporcional a lo primitivo de los hombres, y la otra creadora de libertad. (En: El Diario Nacional,
Bogotá, 27 de abril de 1937, p. 3).

64
Todo régimen en que se pierda de vista que el fin es el individuo, es una maldad
humana. Sólo el hombre es promesa; la sociedad no. Esta es una manifestación
3
accidental del hombre. De ahí mi antipatía por este socialismo gregario de Italia .

Y si la sociedad ahoga la libertad, peor aún. Porque estará desfigurando, de modo


grotesco, su misión. Que es la de formar individuos posesos de sí mismos.

Del mismo modo, en 1936 advertía cómo el desprestigio del individualismo conduce al
auge de la acción gregaria, a la muerte en los hombres del sentimiento de libertad y al
prestigio creciente de las dictaduras. «¿Podremos evitar —se interrogaba— el ser
arrastrados por Europa ensoberbecida y demente?». «¿Podrá América salvar la civilización,
salvar el espíritu de libertad y de mesura?». Quizá estos pueblos latinoamericanos —era su
respuesta—, a pesar de estar tan púberes y ser tan inocentes, pudieran reconquistar los
valores que la humanidad ha venido perdiendo, si entienden la herencia bolivariana y
obtienen el apoyo de los Estados Unidos4.

Actuando siempre dentro de la misma línea de pensamiento, en 1959 señalaba que para
los de su profesión no hay «masa», «todos», sino individuos. O en lenguaje metafísico:
«tantas agonías como seres».

¿Deberá concluirse que Fernando González es un individualista? Que el individuo forma


parte esencial de su ideología, es una verdad insoslayable. Sólo valorando el individuo,
respetando su dignidad, asegurando su libertad, podrá la sociedad cumplir su verdadera
misión; y el hombre aspirar a la plena posesión de sí mismo, mediante la conquista de los
niveles superiores de conciencia.

Pero de ahí a calificarlo de individualista, a secas, hay notoria diferencia; más aún si a
tal expresión se le quiere otorgar una connotación exclusivamente económica, o asimilarla
a una actitud egoísta frente a sus semejantes.

Lo cierto es que sólo una clase de individualismo lo conmovía hondamente. Sin duda a
causa de que articulaba mejor que nada con la orientación de su pensamiento hacia la
metafísica. Es el individualismo místico, que convirtió en tema fundamental de reflexión.

Existe, por otra parte, en Una tesis, un detalle aparentemente nimio pero que conviene
resaltar, pues denota su inclinación por el estudio de las lenguas extranjeras, aspecto que
constituye una nueva y atrayente faceta de su personalidad. Allí se encuentran citas en


3
El Hermafrodita dormido, op. cit., p. 47.
4
«Panorama espiritual del mundo». En: Los negroides, op. cit., pp. 141-149.

65
francés e italiano, de Augusto Comte y Gina Lombroso, respectivamente 5 , sin su
correspondiente traducción española. Es una muestra de interés por aquellos idiomas,
estudiados en su juventud al margen de compromisos académicos. Durante los años de
consulado en Génova y Marsella perfeccionaría su conocimiento de los mismos,
advirtiéndose la predilección por el francés, pues el italiano no le parecía hermoso a causa
de tanto che, che, chi… (Adquirió también una aceptable comprensión del inglés y, sobre
todo, del latín; en Don Benjamín, jesuita predicador, las expresiones latinas le otorgan al
libro un especial encanto).

Su comprensión del mundo empezaba a encontrar la zona más atrayente del


conocimiento, en los límites donde la ciencia y lo desconocido parecen hallar su punto de
contacto. Allí —creía— estaba palpitante la revolución: entre las leyes y el porvenir…


5
Una tesis, op. cit., pp. 11 y 14.

66
5. ENTRE LA ABOGACÍA, LA JUDICATURA Y EL AMOR

Hay gente muy verraca y hay otra que no


servimos sino para la filosofía. (F. G.)

Considerando que nuestro pueblo es de los congresos y asambleas, y que su fundador


fue un señor Francisco de Paula Santander, a quien llaman «el hombre de las leyes»,
resolvió graduarse de abogado, según refiere con sorna en uno de sus libros1.

La abogacía, en su modalidad de litigio, resultó para Fernando González una actividad


adicional y esporádica. Recién egresado de la universidad la ejerció en la oficina de dos
prestigiosos abogados de Medellín: Fernando Isaza y Gustavo Escobar. Más tarde, por
temporadas: en períodos de intervalo de su desempeño como cónsul, magistrado o juez.
Aunque el Derecho Civil era la disciplina que conocía más a fondo, tuvo también
intervenciones en el ramo penal, casi siempre como defensor de oficio.

Pero la abogacía no le apasionaba. Parecíale poco adecuada como punto de apoyo para
emprender la búsqueda de la verdad y el desarrollo de la conciencia en el individuo. Más
aún en Colombia, donde todo se reduce a una lucha por ganar pleitos.

Había nacido para pensador —estar pensando por ahí, de pie bajo los árboles—, para
caminante atisbador de agonías, entierros, muchachas y silencios… y para polemizar contra
las deformaciones de la verdad y de la vida.

Ese sentimiento, persistente a lo largo de su vida, ya lo expresaba con entusiasmo en su


primer libro, el de juventud, el paradójicamente titulado Pensamientos de un viejo, con este
deseo ardiente: «… tirarnos bajo un árbol a soñar en los infinitos caminos que podría seguir
esta comedia de la vida», y lo reiteraba en otro aparte en que discurría sobre los espíritus
libres, aquellos que no gustan de una verdad absoluta ni de un mandamiento absoluto, pues
estos son culpables de que el hombre vaya por la vida en línea recta: «… perdernos en el
laberinto de la vida. ¡Queremos gustar el placer de todos los vientos…!».

Con todo, aceptó por un tiempo ser incorporado al poder judicial del Estado. O sea,
ejercer la digna y difícil misión de aplicar la ley y administrar justicia entre los hombres.

Y empezó por ser magistrado. En Manizales, en donde ya por entonces estaba


domiciliado su hermano Alfonso junto con esposa e hijos, desempeñó una magistratura en
el Tribunal Superior a partir de 1921. Pero a los dos años surgió el problema que le impidió


1
Mi Simón Bolívar, op. cit., p. 29.

67
continuar en el ejercicio de sus funciones judiciales. La pasión partidista en el departamento
de Caldas —decía en una carta de esta época— «es algo aterrador y primitivo»2; pues esa
fue precisamente la causa que motivó su renuncia del cargo de magistrado, tras presentar al
Tribunal una solicitud para que iniciara la investigación por un delito de lesiones personales
en el cual estaban involucrados políticos de Manizales, según hechos ocurridos el 31 de
enero de 1923.

En Medellín estuvo vinculado a la judicatura en dos ocasiones: la primera, desde 1928


hasta 1931, como Juez Segundo Civil del Circuito, y la última, a finales de la década del
treinta, como Juez de Rentas.

Siendo Juez Civil del Circuito, en las vacaciones correspondientes a diciembre de 1928
y enero de 1929, concibió un espléndido y vivencial libro: Viaje a pie, en uno de cuyos
capítulos hace una penetrante descripción de la lógica. Esta parte medular de la filosofía la
tuvo siempre de guía insuperable para la elaboración de sus providencias judiciales.
Sostenía que en donde la mente goza más con el poder de la lógica es en este reino de la
justicia, que dispone de la ciencia del derecho probatorio y hace la interpretación de normas
jurídicas y actos humanos. Tras precisar que «la lógica consiste en obrar de modo que cada
acto encierre en sí el efecto apetecido», en saber determinar cuáles partes componen un
todo, y en qué partes se descompone un todo, la define de este modo: «… es el orden en el
espíritu»3.

El buen juez —explica en aquel libro— cuenta la historia en toda su esencia; establece
luego sus proposiciones que enuncian del modo más corto los problemas sometidos a su
resolución; cita las leyes que dan contestación a ellos. Y falla. Nada de enumerar hechos
inútiles, de razonar inútilmente4.

Fernando González distinguiose por ser un administrador de justicia a la vez honesto,


ágil e inteligente, para quien el primero de los deberes consistía en escudriñar la conciencia
de sus semejantes. Perspicaz analista del Derecho, solía emitir conceptos llanos y precisos,
salpicados de humor e ironía. Por eso muchas de las sentencias que profirió adquirieron
resonancia entre el público, que cuando no sabía interpretarlas o desconocía el contenido de
las mismas, las adicionaba por su cuenta… o las inventaba. De boca en boca circularon
anécdotas suyas, llenas de gracia y picardía. En cierta ocasión, por ejemplo, siendo Juez del
Circuito y estando su despacho situado en el cuarto piso del Palacio Nacional (el H.


2
Carta a Carlos E. Restrepo, 24 de enero de 1922. (Archivo Carlos E. Restrepo, Biblioteca Central de la
Universidad de Antioquia).
3
Viaje a pie, op. cit., p. 129.
4
Ibidem, p. 128.

68
Tribunal Superior ocupaba el tercer piso), al conceder un recurso de apelación terminó la
respectiva providencia con esta orden perentoria:

—Pase el expediente al inferior…

En otra oportunidad en que debía resolver la adjudicación de una herencia en la cual el


difunto —el de cujus de los abogados— había consignado en su testamento que parte de
sus bienes se distribuirían entre las benditas Ánimas del Purgatorio y el Niño Jesús de
Praga, dispuso lo siguiente en la sentencia:

—Las Ánimas del Purgatorio acreditarán su personería jurídica, y en cuanto al Niño


Jesús de Praga, su herencia le será entregada tan pronto cumpla la mayoría de edad…
Entretanto, pasen los bienes a los herederos reconocidos en este proceso5.

También, ocasionalmente, fue llamado a fungir como defensor de oficio en procesos por
homicidio. En una de esas causas judiciales, en alegato presentado ante el Tribunal
Superior de Medellín el 5 de noviembre de 1947, hizo esta advertencia:

Apenas de vez en cuando me ocupo de asuntos penales. Para mí la pena es lo


más beneficioso; para la conciencia de todo hombre lo es; pero el hombre social
cree que la pena es «deshonrosa», y sí lo es, si por «honra» se entiende la fama
social. Mejor dicho, el delito apetece la pena, pero la vanidad huye de ella. […] El
delito y el pecado apetecen la pena, porque la mala conciencia no muere sino en
ella. Un defensor así, con esta moral, en Colombia, es un imposible: por eso no
ejerzo sino obligado.

A poco de haber hecho defensa ante jurado de conciencia, dice que se propuso su
designación para Juez Superior, ante lo cual algunos magistrados hicieron constar que él era
ateo y que su defensa había sido bufa. Entonces respondió en memorial dirigido al tribunal:
«Si algo he hecho con todo mi corazón y mi poca inteligencia es amar a Dios y defender
con fe, con mucho estudio y tenacidad y buena conciencia ilustrada a Miguel Ángel
Álvarez, y le he dado ayuda económica y está trabajando y tengo por él cuidados

5
En su condición, ya de juez o de magistrado, Fernando González se enfrentó, con su peculiar manera de
pensar y sus actitudes, al inveterado formalismo que como un lastre repercute sobre el sistema colombiano de
administración de justicia. En lenguaje claro y directo respaldaba su sentido pragmático de análisis de los
conflictos judiciales. Nada de discurrir alrededor. Más de medio siglo después, un expresidente de la Corte
Suprema de Justicia se quejaba, con razón, de que «en nuestros países latinoamericanos los abogados en
general, y los jueces en especial, tienden a ser solemnes sin causa, formalistas en demasía, retóricos y poco
prácticos, dentro de una mentalidad rígida, que es el resultado de muchos anacronismos que aún subsisten en
nuestra tradición jurídica». Y a modo de conclusión: «Estas tendencias, propias de la cultura del
subdesarrollo, influyen no poco en la ineficacia de nuestra administración de justicia y contribuyen a su
postración». (URIBE RESTREPO, Fernando. El viacrucis de la justicia. Impreseñal, Quito, 1992, p. 91,
donde recoge una serie de ensayos publicados en la prensa en 1987).

69
paternales. Suplico a los señores magistrados que tuvieron ese error, que me excusen de
esta queja, que fue que se me escapó». Y concluye: «En todo caso, tuve la satisfacción de
que el Jurado, compuesto por un médico bueno y comerciantes entendidos, todavía no
machuchos en sus arterías de bolsa y de mostrador, aceptaran la verdad; que el Juez
también, y que ahora el Fiscal pida la confirmación».

En un intervalo del ejercicio de la magistratura, viajó de Manizales a Medellín, y el 23


de abril de 1922, en la capilla del colegio de los Hermanos Cristianos, el presbítero doctor
Manuel José Sierra presenció el matrimonio que contrajo «in facie Ecclesiae» con la
señorita Margarita Restrepo Gaviria.

Se casaban —según él— para «filosofar y para siempre».

Había conocido a su prometida tres años antes en una finca que Juan Crisóstomo Uribe
tenía en la vereda Santa Elena, jurisdicción de Medellín. Desde entonces quedó dominado
«por la energía del espacio entre sus ojos risueños»; y con razón porque es allí, en esa
amplitud majestuosa del eje cigomático, donde, al decir de Lucas Ochoa, reside el aura de
la inteligencia.

De adehala, Fernando convirtió a Carlos E. Restrepo (Carlosé), expresidente de la


República y «señor de la concordia», en su suegro, amigo y confidente. Cuando dejaron de
residir en la misma ciudad, la correspondencia epistolar surgió con frecuencia, así entre
Manizales y Medellín como entre Génova y Roma o desde Marsella, siendo notorio ese
mutuo tratamiento de admiración, respeto y calor humano.

(Cuando Carlosé falleció de pulmonía el 6 de julio de 1937, a la edad de setenta años,


Fernando escribió en la revista Antioquia: «Murió bellísimamente, tal como vivió. […] Él
era mi bordón. […] Carlosé fue centro en el hogar, en las reuniones, en la patria, en su casa,
en casa, en su alma y en mi alma. [...] Cuán ancha era su presencia; jamás le oí quejas». Y
se interrogaba: «¿Estaría emparentado este hombre con la verdad desnuda?»).

El escritor andarín y polémico encontró su necesario complemento en una mujer


bondadosa, discreta y prudente. Que supo acompañarlo y estimularlo. Y a menudo, ser su
fuente de inspiración.

Estando comprometidos en matrimonio —es anécdota que solía relatar doña


Margarita— su padre, Carlosé, se acercó a ella y le habló de esta manera:

—¿Cómo te atreves a casarte con ese loco?

70
A lo cual contestó:

—Papá, a amigas mías que se han casado con hombres normales, les ha ido mal. ¿No
crees que debería ensayar con un loco?

Ante esta respuesta, Carlosé puso fin a la conversación.

—Si realmente lo quieres, doy mi consentimiento.

Más de tres décadas después, en su Libro de los viajes (1959), Fernando la concibe
como un ángel que sabe que «ese loco» es un niño grande6.

Margarita es la mujer que con el nombre de Berenguela tiene serena presencia en casi
toda su obra. Esta realidad es evidente a partir de Viaje a pie, en donde no puede resistir su
influjo; aunque es libro dedicado inicialmente de puño y letra del autor «al general Tomás
Cipriano de Mosquera, mi conciudadano» —tal vez pensando en el guerrero que recorrió la
geografía patria en busca de emociones y victorias—, terminó por ofrecérselo a ella, a
quien le dice en el epílogo:

Tú, Margarita, que sabes el intenso amor del autor por su tierra colombiana, por
el aire colombiano, por el Simón Bolívar solitario en Santa Marta, por el mar
territorial, eres la única que puede entender la finalidad de este libro: describirle a la
juventud la Colombia conservadora de Rafael Núñez; hacer algo para que aparezca
el hombre echado para adelante que azotará a los mercaderes. Para ti es este libro;
tú sabes qué piensa el autor de Nuestro Señor Jesucristo.

De la primera edición de Viaje a pie se publicaron en papel madagascar veinte libros


numerados, de los cuales entregó a Margarita el ejemplar número uno, con esta nueva
dedicatoria: «A veces creo que no eres mi cónyuge, sino mis alas».

Y finalmente: «Me sucedí en Berenguela, y ella en mí y todo tiene nuestro sello»7.

En el matrimonio González-Restrepo fueron naciendo los hijos, hasta completar cinco:

Álvaro (1923). Ingeniero químico de la Universidad Pontificia Bolivariana. Casado con


doña Lía Flórez y padre de nueve hijos. Jubilado de la empresa textil Tejicóndor. De sobria
y caballerosa personalidad, adornada por una decidida afición a la historia y la geografía.


6
Libro de los viajes o de las presencias, op. cit., p. 39.
7
Ibidem, p. 96.

71
Cuando se sintió enfermo y presintió el final de sus días, en busca de la mar se trasladó a
Cartagena de Indias. Allí, solitario y reencontrado consigo mismo, murió el 6 de febrero de
1999.

Ramiro (1925). Cuando había terminado su carrera de medicina y estaba próximo a


graduarse, falleció de leucemia el 28 de enero de 1947. Dejó en sus padres un intenso y
prolongado dolor, que nuestro filósofo reflejó en horas de profunda meditación y en
pensamientos bellísimos. Fernando González lo describe como «serio, muy responsable y
de una mente tan pura, que era mi padre»8. Su deceso coincidió con una época difícil para
la familia: «Mucha pobreza económica había en casa y enfermó y murió mi hijo que era
más para mí que yo, pues en su agonía yo clamaba que nos cambiaran, que él viviera y yo
muriera…, y hubo que prestar el lugar para enterrar su cadáver»9.

Pilar (1928). Licenciada de la Facultad de Trabajo Social de la Universidad Pontificia


Bolivariana. Casada con el industrial Gabriel Ángel Villa y madre de siete hijos. Mujer de
hogar y de nobles sentimientos, ha alternado con éxito sus labores domésticas y
profesionales.

Durante años fijó su residencia en Villa de Leyva, población boyacense, en donde vivió
feliz en medio de la arquitectura colonial, la naturaleza policroma y la tranquilidad y
frescura del ambiente. Después, con su esposo, retornó a su tradicional domicilio en
Medellín.

Fernando (1930). Abogado de la Universidad Pontificia Bolivariana, con estudios de


postgrado en Moneda y Bancos en la Universidad de Indiana. Optó a su grado profesional
con una interesante tesis, fruto de un intenso trabajo de investigación realizado en Bilbao
(España) por los años en que su padre ejercía el cargo de cónsul; expone en ella el
pensamiento de Francisco Suárez acerca del derecho natural, cuya historicidad explica el
jesuita español acudiendo a la distinción entre derecho natural preceptivo y derecho natural
dominativo10. Alto empleado del Banco de Bogotá durante varios lustros. Lector asiduo de
temas filosóficos y literarios, encontró la más delicada y profunda fuente de inspiración en
la obra de su padre, de quien llegó a decirnos: «Parecía estar cumpliendo un destino…».

Excelente conversador, matizaba los temas de su preferencia con una sencilla y cálida
sonrisa, reflejo de la transparencia de su mundo interior.


8
Mis cartas de Fernando González, op. cit., p. 85.
9
Libro de los viajes o de las presencias, op. cit., pp. 69-70.
10
GONZÁLEZ RESTREPO, Fernando. La mutabilidad del derecho natural y el padre Francisco Suárez.
Empresa Nacional de Publicaciones, Bogotá, 1956, 78 páginas. Incluye un breve prólogo de Fernando
González Ochoa, fechado en Bilbao el 22 de mayo de dicho año.

72
Como su padre, usó durante años boina vasca, reemplazada después por boina
cordobesa, como queriendo recorrer la geografía de su España del alma.

Parodiando al biógrafo de Albert Schweitzer, puede decirse de Fernando que fue un


hombre bueno.

Ese rasgo lo captó muy bien su progenitor cuando en carta del 24 de enero de 1951
decía: «Ese Nano es un ángel. Tiene alma limpia de niño. ¡Qué bueno para él…!».

Esquivo escritor, pocos meses antes de su fallecimiento permitió que fuese publicado su
pequeño pero denso libro, El Instante Vital11, ensayo filosófico en el cual sostiene que,
vivido críticamente en la conciencia cierta, el Instante Vital es la única posibilidad ética y la
única condición en la que el Ser puede ser penetrado por el existente. Por eso sólo el
inocente virgen puede ser preñado por el Instante Vital, el mismo que tiene que ser vivido
con asombro, alegría e inocencia, es decir, como niño, y buscando ir para adelante. Es el
que permite que el «hombre» pase a ser individuo; en otras palabras, es el devenir en el Ser,
o el progredere de su padre. De ahí esta conclusión: sólo en el Instante Vital existido
(gerundio) con conciencia cierta (claridad), puede darse la vida y ser el principio ético y
estético (axiológico); de donde deriva su desprecio al humanoide (mínima criatura en el
existente) y la crítica a la nueva ética referida al «buen ciudadano», o a la «polis
organizada», como también a los sistemas que se mueven alrededor del teórico-racional, o
sea, alrededor de la vida en el hombre, no del hombre en la vida.

Primero un tumor en el cerebro y después la enfermedad de Parkinson produjeron un


deterioro grave y progresivo en su salud; el martes santo, 10 de abril de 2001, se apagó,
como quería, «temblando entre el amor de Dios», la existencia de este singular Fernando I,
superador de apariencias y solitario, noble y profundo.

A manera de obra póstuma fue publicada su novela El Puesto (Medellín, junio de 2001),
escrita en 1964 y dedicada a Guy de Maupassant, «el gran pintor de la vida». Consta de
diez capítulos, un capítulo final y a manera de conclusión una reflexión sobre el silencio, el
verdadero, el lleno de eternidad, ese que ni es triste ni alegre y que le es dado en este
mundo al hombre cuando nace de nuevo.

Una voz interior, influida por conocidos suyos, le decía que tenía que conseguir un
puesto, «aunque se ensucie todo lo bello que encuentres a tu paso», e intrigar, pues sin
intriga de por medio, fracasará. Empieza entonces un deambular en busca del anhelado
empleo, mezclando en la narración la angustia y la sátira oportuna. Golpeado por la mala

11
GONZÁLEZ RESTREPO, Fernando. El Instante Vital (ensayo filosófico). Unión Gráfica Ltda., Bogotá,
octubre de 2000, 59 páginas.

73
suerte, aprende a disimular todo lo utilitario y rastrero. Es como si su oficio, para el que
nació, fuese ese de buscar un puesto o un «destino» —como también se le dice con
inconsciente ironía—, drama tan angustiante que le hace creer que cuando lo encuentre,
hallará una razón para dejarlo y seguir buscando…

Actuaba con frecuencia como un pobre pendejo, sin saber qué responder a sus presuntos
empleadores, hombres-mentira que lo despedían diciéndole: «Usted es un excelente
candidato, mande el curriculum vitae», o al constatar su ambigüedad, le pedían que se
definiera: o liberal o conservador.

Soñó que atendidas las recomendaciones de tío y amigo, por fin había conseguido puesto
en el Instituto dirigido por don Poderoso. Pero como allí no había qué hacer, pues carecía
de clientes, el jefe le dijo: «Su puesto será llevar el negocio de su yo con amor, mi
secretaria le ayudará…». En la realidad el puesto resultó, pero de otra índole, y empezó a
trabajar convencido de que ya podía saludar con orgullo a sus familiares y conocidos.
Pronto le ganó el descontento y una soledad inmensa. Sumido en la enfermedad llamada
descentración o busquedita, cuyo síntoma «consiguió puesto» denota que la vida es como
de segundos, surge la conclusión: «Ya tengo un puesto. Hoy he muerto…».

Simón (1931). «Él —expresa, refiriéndose a su padre— me enseñó a volar alto, a mí


como a toda la juventud. A volar alto para poder ver el horizonte».

Ingeniero mecánico y metalúrgico, con estudios en los Estados Unidos y en Francia.


Tras su regreso al país, trabajó sucesivamente en Cali, Barranquilla y Bogotá. Durante
quince años fue director del Instituto Colombiano de Administración (INCOLDA). Cuando
renunció a dicho cargo, abandonó la aburguesada vida de alto ejecutivo capitalino para
reencontrarse consigo mismo en un paraíso del mar Caribe, la isla de Providencia, donde
durante tres decenios vivió enamorado del pueblo isleño, de la mar, y de la barracuda de
ojos verdes y lágrimas azules, aquella que con su inmensa ternura le enseñó a abandonar el
arpón y ser pescador de silencios.

Por haber sido el organizador de una reunión internacional de ocultismo, que él mismo
denominara Congreso Mundial de Brujería (Bogotá, 1975), el común de las gentes lo
identifica con el nombre de «el brujo», dando a entender que posee cierto poder misterioso
de hechicería. Pero Simón es discípulo genuino de su padre y en éste la brujería es la
ciencia de Mi Simón Bolívar, «abandonada hoy a causa de la civilización de cocina»12.


12
Convertirse en brujo o mago, a la manera como Fernando González entendía este arte divino, exige el
cumplimiento de un precepto esencial: ser hijo y padre de sí mismo. Seres escasos y como de leyenda, los
brujos adquieren el arte de acordar su voluntad con la cósmica, consiguiendo así cierto imperio divino sobre

74
De septiembre de 1982 a mayo de 1988 sirvió el cargo de intendente de San Andrés,
Providencia y Santa Catalina, habiendo realizado una labor de tal proyección social y
humana, que originó la llamada «Era Simón».

Convertidas las islas en nuestro departamento de ultramar, conforme a la nueva división


político-administrativa del país adoptada por la Asamblea Nacional Constituyente, Simón
aceptó volver a dirigirlas, pues entendió que «el barco necesitaba alguien que lo quisiera
tiernamente y lo navegara…».

Elegido primer gobernador del nuevo departamento el 27 de octubre de 1991, por el voto
directo de los ciudadanos del archipiélago, asumió el cargo para un período de tres años el
2 de enero de 1992. Durante ese lapso brother Simón trabajó intensamente, convencido de
que su capacidad de brujo bueno —fuerza interior y poderes extrasensoriales— debía estar
al servicio de la comunidad y, sobre todo, de los niños, a quienes dirigió sus más hondos
afectos.

Imaginación, ternura, poesía, amor, son sus ingredientes para gobernar. «El que diga que
puede gobernar sin esos valores, es el diablo mismo. Lo único que le haría falta sería la
cola», afirma este hombre que, en el sentido vital y humano de la expresión, se manifiesta
como otro filósofo de la autenticidad…

Concluido su compromiso con el departamento archipiélago, vendió su monasterio Luna


Verde, situado sobre espléndida colina al norte de la isla de Providencia. Entonces el monje
Simón —como también le gustaba llamarse— se fue a vivir a Cartagena de Indias, siempre
en cálido contacto con la mar y sus embrujos. Allí terminó de escribir un bello libro: Sin
amor todos somos asesinos…, serie de ensayos —oraciones y orgasmos— de un alumno de
la Escuelita del silencio y del viento.

Llegó un momento en que Simón decidió irse a morir a Medellín. Complicaciones en su


organismo, que degeneraron en un cáncer, hicieron que se despidiera de esta vida terrenal el
22 de septiembre de 2003, con este hermoso mensaje, que hizo publicar como aviso de
prensa:


el universo. Para ello hay que dejarse poseer, «que el alma se bañe en el infinito». A modo de ejemplo
menciona a Moisés, Elías y Samuel, Francisco de Asís e Ignacio de Loyola. El primero, un brujo egipcio-
hebreo; los segundos, grandes brujos históricos; y los dos últimos, grandes brujos católicos. Modernamente,
uno de los enemigos que debilita la posibilidad de ascenso cósmico en el hombre, e influye de manera
poderosa sobre los conceptos de bien y mal, es la propaganda. Fernando González, quien percibió con
claridad este peligro, respondió bellamente al interrogante: «¿No podré crearme?», diciendo: «Haré
propaganda dentro de mí…». (En la revista Antioquia, números 13 y 15, pueden consultarse los ensayos «De
magia» y «Diario de Atehortúa»).

75
Les cuento a mis familiares y amigos que he viajado a la eternidad. Desde la
Luna Verde y junto a mi barracuda de ojos verdes y lágrimas azules, los estaré
acompañando para siempre.

El funeral tuvo lugar al día siguiente en la parroquia de la Divina Providencia, barrio El


Poblado, como preámbulo a la cremación de su cuerpo.

Su voluntad, expresada en «Testamento Carta de Despedida», consistió en pedir que en


cajita de madera con la imagen de su barracudita del alma y cubierta por su sombrero de
algodón crema, sus cenizas fueran entregadas a la MAR cerca de Cayo Cangrejo, en la isla
caribeña de Providencia, donde había vivido acaso sus mejores años (decía que ningún
lugar más apropiado que Old Providence para graduarse en una disciplina nueva: «doctor
en silencios», de la que estaba enamorado porque le permitía desintoxicarse de creerse
sabio y buscar el camino de la simplicidad, de la humildad, que es lo maravilloso de la
vida). Previamente, quería que dos pregoneros recorrieron la isla a caballo, el uno por el
este y el otro por el oeste, cantando el anuncio del acontecimiento. Y que a las seis de la
tarde, «hora mágica del crepúsculo», del Puente de los Enamorados que él ordenara
construir para unir a Providencia con la isla menor, Santa Catalina, se iniciara el desfile en
el yate de su ejecutor testamentario (Carlos Archbold Cerón) y en lanchas, mientras
preciosas jovencitas bailaran y cantaran y colocaran flores en la mar. Después de lo cual los
acompañantes —raizales, familiares y amigos— implorarían a las diosas de la mar, Erzuriz
y Yemanyá, dándole gracias a la vida por «haber mimado tanto a Simón». Entonces todo
estaría listo para hundir la pequeña balsa de madera con las cenizas y su sombrero… y para
que Simón emprendiese su viaje a Otraparte al encuentro de Dios. Finalmente, en amena
reunión, todos brindarían con su licor preferido, el ron (Habana Club) a la Simón.

La programación acordada —cuyos gastos fueron cubiertos con dineros dejados por
Simón— tuvo cumplimiento durante los días viernes 10 y sábado 11 de octubre. Ese
viernes, en las horas de la noche, después del recibimiento a familiares y amigos en el
aeropuerto El Embrujo, se cumplieron tres actos: solemne misa en la parroquia de Nuestra
Señora de Fátima en la isla de Santa Catalina, presidida por monseñor Eulises González;
llegada de la luz a la Mar (72 farolitos —uno por cada año de vida— flotantes sobre la mar
en el Puente de los Enamorados), y la Danza de la Barracuda a la Luna Verde (bailes y
música folclórica). El sábado, los actos fueron denominados así: Sin amor todos somos
asesinos (cumplidos en la parroquia mencionada: cantos diferentes, palabras de
personalidades y lectura de algunos capítulos del libro del mismo nombre), Desfile de la
Barracuda (caravana marítima hasta las aguas de Cayo Cangrejo), Lágrimas azules y ojos
verdes (se esparcieron las cenizas en la mar según sus instrucciones), Colores de amistad
(recepción de invitados en la casa de la cultura) y Noche de Luna Verde (fiesta general con
grupos musicales de la isla, al ritmo del calypso y el reggae).

76
Este singular colombiano: hermano Simón —«es el brother Simón», solían decir los
raizales cuando lo veían pasar—, el brujo, el barracuda, el monje, el loco…, pues con todos
estos nombres fue conocido y admirado, vivió en torno a un amor diáfano a naturaleza,
animales y seres humanos, como buen filósofo vivencial o aprendiz de brujo. Además, supo
disfrutar de compañeros muy cercanos, aquellos que le sirvieron para prolongar la intensa
pasión por la barracuda, y al mismo tiempo para acompañar su soledad: el deporte del
buceo, la motocicleta Rayo de Luna, el jeep Chicanero, los cisnes Sol y Luna, los
guacamayos Moná y Cocó, los perros Mao y Seamoon, y aquel canario blanco al que sus
compañeros de oficina decidieron ponerle el nombre de Simón, «una inteligencia superior
de otro planeta» que en noche de dolor e inmensa tristeza —había encontrado sus plumas
regadas por el suelo— le cambió la vida y le inspiró el Congreso Mundial de Brujería.

Como su padre, este bacán era aficionado a los aforismos. Ellos sirvieron para resumir
su pensamiento:

Cuando uno ama, no puede ser malo; y si es malo, también es bueno. Sin amor
puedes ir a misa y ser un asesino.

Los sueños son la realidad de los amantes.

A un silencio solo lo acaricia otro silencio.

Si la gente comprendiera que la vida es lo mejor que nos ha pasado y que debe
vivirse intensamente, nadie haría daño a otro.

Tiempo libre, no. Libre es el tiempo para hacerle el amor a la vida, y a cada
instante.

Cuando uno cree tener la verdad es el animal más peligroso de la humanidad.

El tiempo lo pasamos cambiando máscaras, para satisfacer una sociedad que


nos exige ser hipócritas y mediocres.

Colombia es país de «doctorcitos».

La gran afición de nuestros dirigentes es hablar con el opinador roto, como un


tarro sin fondo.

Los «pingo-fríos», que se caracterizan por tener orgasmos sólo cuando son
adulados, son la negación absoluta del gran mulato.

77
Quiero una Colombia nueva, preñada de amor y sembrada de paz. Aprendí que
gobernar es hacerle sentir a los gobernados que ellos son los que están
gobernando; y es ser antorcha que alumbra el camino y enseña. Creo en una
amorosa revolución violenta.

***

En el siguiente diálogo de Fernando González con dos de sus hijos, todavía niños, acerca
de Dios, hay misterio y belleza:

SIMÓN (5 años). —¿No es cierto, papá, que Dios ve…?

FERNANDO (6 años). —¡No ve, porque es un espíritu…!

EL PAPÁ (un bagazo de la filosofía). —Dios no tiene ojos; Dios sabe; Dios está
inundado por sí mismo (?).

SIMÓN —¿Las almas ven…?

EL PAPÁ —Dicen que las almas son como espadas desenfundadas… (?)

SIMÓN —¿No es cierto, papá, que Pierrot (un perro muerto) está en el cielo?

EL PAPÁ —Unos opinan que no y otros que sí; otros dicen que no saben.

FERNANDO —¿Y por qué no se van los animales para el cielo?

EL PAPÁ —Parece que el hombre no quiere que los animales vayan al cielo
porque entonces no podría maltratarlos, usar y abusar de ellos. Si los animales
tuvieran alma inmortal, no podríamos comernos las gallinas, montar los
caballos, cazar los animales salvajes, etc.

SIMÓN —¡Pierrot está comiendo ahora en el cielo y no le pican las pulgas!

FERNANDO —¡Las pulgas también se van para el cielo! ¿No es cierto, papá,
que Pierrot tiene pulgas en el cielo?

EL PAPÁ —El perro debe creer que la pulga no va al cielo. Todo ser le niega el
cielo a su enemigo.

[…]

SIMÓN —¿No es cierto que Dios le gana a Joe Luis?

78
FERNANDO —¿No es cierto que no, porque Dios no tiene manos?

EL PAPÁ —No sabemos cómo será Dios…

Se siente inquieto, sin un solo amigo, ignorantísimo y exclama


mentalmente: ¡La opinión, la ciencia, la filosofía, la gloria, todo lo humano es
mierda! Luego, en voz alta, airado, grita:

—¡No me hablen más! ¡Váyanse para donde su mamá…!

SIMÓN —¿Y ahora nos enseña?

EL PAPÁ —Sí, váyanse y ahora les enseño a hacer la p y la r… Pero no


hablemos de Dios ni de los espíritus, porque yo no sé nada de eso; los temo,
pero los ignoro.

FERNANDO —¡Usted ya se va a morir…!

EL PAPÁ —¿Por qué?

FERNANDO —¡Ah, pues porque ya está muy viejo…!

EL PAPÁ —¿Por qué estoy viejo?

FERNANDO —Porque tiene muchos pelos en el estómago.

EL PAPÁ, mentalmente: —¡No me borres, Señor, del libro de la vida!13

***

A mediados de la década de los años treinta, en medio de febril actividad intelectual,


exclamaba: «Qué difícil para un escritor, un filósofo, sostener una familia», llegando a
considerar que el filósofo no debe tener sino una donna di tempo, una «dentroderita»
impetuosa… Poco después, sin embargo, confiesa con fuerza en la revista Antioquia: «Mis
hijos y mi mujer: ¡qué cadena de amor tan irrompible me liga a ellos!».

De ese ser en ebullición, movido por dos fuerzas opuestas, es resumen este pensamiento:

Deseo belleza para mí y para mis amigos; deseo ser casado y soltero; vivir en
Roma y en Colombia; hijos y soledad, viajes y monasterios, mujeres y ascetismo.


13
Revista Antioquia, n.º 7, noviembre de 1936, pp. 78-80.

79
Época de predominio del mundo pasional, fundamento y guía de su mundo mental. Y
éste premonitorio del mundo espiritual o de la beatitud. Trilogía vital y cósmica.

80
6. VIAJE A PIE DE DOS FILÓSOFOS AFICIONADOS

El secreto no está en que le metan a uno


muchas cosas en la cabeza sino en meter la
cabeza en muchas cosas. (F. G.)

Estos dos filósofos aficionados —González y don Benjamín— metieron la cabeza en


muchas cosas durante su viaje por pueblos, montañas y planicies de Antioquia, Caldas y el
Valle, desde el 21 de diciembre de 1928 hasta el 18 de enero de 1929, para que pudiera
producirse ese libro intenso, vivencial, inteligente y original, fiel en todo a su proceso de
gestación: Viaje a pie.

Iniciado el recorrido con morrales y bordones en Medellín, prosiguió por El Retiro, La


Ceja, Abejorral, Aguadas, Pácora, Salamina, Aranzazu, Neira, Manizales (ruta seguida por
los colonizadores antioqueños del siglo XIX) y, por la vía de Cali, terminó en
Buenaventura.

Cuando los dos sobrios caminantes llegaron a Abejorral, empezaron a tener una grata
compañía. Don Benjamín, herido en la parte posterior de la planta del pie, no podía caminar
bien. Se le consiguió un caballo blanco, manso, lento. Y entonces:

¡Ya éramos tres! Dos aficionados a la filosofía y un caballo aficionado a la


lentitud. Tres animales y un solo filósofo.

Amistad noble, sincera y profunda fue la que unió a Fernando González y a Benjamín
Correa. Nació cuando, en plena juventud, se conocieron en el municipio antioqueño de
Carolina; y se consolidó en el Juzgado Segundo Civil del Circuito, de Medellín, siendo
aquél, el juez; éste, su secretario. Pero por encima de esta circunstancia trivial, tuvieron en
común el gusto por la filosofía existencial, por el arte imaginero, por el sentido picaresco de
la vida. Aficiones que compartieron, atraídos por la fuerza del espíritu jesuítico. Don
Benjamín era de El Salto o La Tasajera (que de ambos modos llamaban a Copacabana), y
monaguillo en su infancia, contemplando al padre Luis Javier Muñoz «con roquete de
punto, estolón colorado y bonete encajado en sus rizos negros», descubrió su vocación
sacerdotal, brotó el deseo de ser jesuita; a los diecisiete años ingresó al Seminario de
Medellín, pero dos años después la situación de pobreza le impidió volver. Esta experiencia
de novicio lo hizo experto en latines; solía construir frases oportunas y sugestivas, con las
cuales disfrutaba mucho su compañero, quien era asimismo un enamorado de esa lengua
sonora y clerical. Las palabras le fluían con gracia y tenía una risa que era carcajada,
producida «con el estómago» y por ello mismo espontánea, desprovista de afectación o
maquillaje, enteramente diáfana.

81
Fernando insistió inútilmente en que don Benjamín terminara su carrera eclesiástica.
Aducía como razones el conocimiento que tenía de ritos y latines, el hecho de haberse
vestido de dalmática en la Compañía de Jesús y, sobre todo, porque «poseía la figura y el
modo dulce y hábil de los príncipes de la Iglesia».

Sin don Benjamín no puedo filosofar —solía decir—. Su risa de jesuita, su


cuerpo eclesiástico, sus ojos mansos… Él ha sido mi piedra de toque. Cuando reía,
1
durante nuestros diálogos, era porque la verdad nos había acariciado .

Para Fernando González fue un hermano, de cuya compañía disfrutó intensamente. Con
el vocablo «deleitosa» calificó esa amistad entrañable que se manifestaba en las labores
diarias del juzgado, en las jornadas a pie donde alternaban los diálogos en español y latín y
en aquella manera lenta y filosófica de saborear un buen café en la tienda urbana o en la
fonda caminera.

De allí nació el mejor homenaje al «padre Correa». Enriqueció, en efecto, la escasa


literatura mística narrativa de habla española con una novela que es modelo en su género:
Don Benjamín, jesuita predicador, cuadro vivo de las costumbres de un clero antioqueño
ya desaparecido. Es la época de los curas en propiedad, generalmente de la Marinilla, tan
vitales, tan buenos, tan auténticos, a quienes describe en su ambiente, con su lenguaje
descomplicado y las expresiones latinas más usuales de la vida clerical. Así van
desarrollándose las escenas, en las cuales el lector se convierte necesariamente en personaje
que participa de diálogos, liturgia, sermones, paseos, anécdotas, tentaciones y agonías.

Amigos entre sí y de la filosofía, aquellos dos caminantes hicieron durante un mes el


recorrido por entre montañas, ríos y valles, compartiendo las experiencias con vibrante
emoción y sentido crítico.

Por eso con naturalidad, así como la madre pare a su hijo, el pensador de treinta y cuatro
años dio a la luz un libro, escrito en depurado estilo literario: claridad, fluidez, precisión y
energía en las descripciones; elegancia, fuerza y profundidad en los conceptos; y maestría
en el manejo de la sátira, llena de frescura y picardía. Obviamente, tenía que llamarse Viaje
a pie.

Editado en París por la editorial «Le Livre Libre» en octubre de 1929 e ilustrado con
dibujos de Alberto Arango Uribe, pronto fue traducido a la lengua francesa. En efecto,
Francis de Miomandre, atraído por ese «espíritu profundamente libre, desprevenido, de
filósofo ambulante» y por la «ironía, humor y fuego desbordante de paradojas», hizo la


1
El remordimiento, op. cit., p. 84.

82
versión respectiva para la Revue de l’Amérique Latine, siendo publicado en las entregas
correspondientes a febrero y abril de 1930.

Sin dejar de ser el producto de un viaje real donde se observa, analiza y deduce; sin
perder la perspectiva del ambiente y de recibir las influencias de lo exterior, de lo que
palpita afuera, este espléndido relato se ubica —como todo lo suyo— dentro del género
autobiográfico. Por eso es también un viaje por el camino zigzagueante de Fernando
González. Y, como suele ocurrir con sus otros libros, hay incitación fuerte a viajar por el
mundo del yo, a trascender la «nada» y los prejuicios, a la búsqueda del superhombre. Este
último es un ideal, el del hombre culto y palpitante de vida, para quien diseña como
principio básico: «No dejarse arrastrar por lo bueno que está fuera de su camino».

Describir un viaje de tal naturaleza —donde confluyen la realidad ambiente, el


conocimiento intelectual y los sentimientos íntimos— es tarea que exige llenarse de amor,
de vitalidad, de juventud, de energía, de aire puro, de elasticidad muscular y cerebral y, por
supuesto, de desfachatez para decir la verdad.

Porque le gusta ser desfachatado. Que es tanto como no mentir, no tener vergüenza, no
simular y no aceptar la verdad aparente.

¡Qué bella palabra reinventa Fernando González! ¡Cómo se hace de elegante y sutil en el
lenguaje que emplea, trasunto de su actividad vital! Y de qué preciosa manera la explica,
dándole un sentido trascendente: «A los que no somos eruditos suele ayudarnos esa gracia
del Espíritu Santo, que se llama desfachatez…».

¿Qué dirá entonces de los predicadores de la moral y de las mujeres constantes? Pues
que no cree ni en aquéllos ni en éstas. Los primeros le parecen hombres viejos, debilitados
ya, en quienes se ha agotado esa energía que causa todo el fenómeno variado de la vida. Y
las últimas, se le antojan a la manera de ideas fijas, algo así como un vestido que uno no se
pudiera quitar…

De adehala, se burla de los hombres que viven a la caza del dinero —«afán tan grande
como el que se tenía antaño por la bondad del alma»— y del diablo y de los mendigos y de
la falta de ideas propias.

Admira, en cambio, la egoencia —la cruel egoencia que desea tener— y el método para
usar de las cosas, sin dejarse poseer por ellas. De ahí esta frase que es todo un apotegma:
«El método y la contención son los que pueden hacer del hombre un bípedo interesante».

83
Libro, además, de pensamiento nacionalista, en donde la patria es amada con las
entrañas, pero con dureza y sin eufemismos.

Recordemos la anécdota del yanqui, un agente viajero:

Oímos que decía a sus peones arrieros que el clero colombiano era una peste y
que el país estaba en la barbarie. Cerca a nosotros había un freno; lo cogimos por
las riendas y le dimos dos frenazos al míster en la cabeza, diciéndole: «Sólo
nosotros, los colombianos, podemos hablar mal de Colombia, y sólo nosotros, los
católicos, podemos renegar de los curas».

Al empezar el viaje, había advertido: «Somos filósofos castos». Y expresaba su


optimismo por que el libro que de allí brotara, «pueda caer en manos de pálida virgen».

Merecía, pues, a juzgar por la intención del autor, de un sobrio destino. Ciertamente fue
elogiado por la crítica culta, nacional e internacional. Gabriela Mistral, Concha Espina,
Teresa de la Parra, Azorín, Augusto Bréal, Valery Larbaud, Efe Gómez, Rafael Maya,
Baldomero Sanín Cano…. Según este último, es «libro curioso, original, temerario y
grandemente entretenido», agregando que Fernando González «ha hecho una cosa muy rara
aquí en Colombia, un libro de pensamiento […] escrito por un patriota que tiene de la
colombianidad un concepto libérrimo». Max Grillo expresaba: «Fernando González es un
poeta y un pensador vanguardista, con tantas y tan nutridas ideas que no puede ordenarlas.
Le duele el cerebro de pensar hondo. Es místico, es volteriano, es materialista, todo en un
mismo libro». Para Estanislao Zuleta Ferrer: «Es una obra de literatura subjetiva, de
penetrante observación psicológica, llena de pensamientos profundos, y sobre todo, llena de
gracias». Y Fabio Martínez, profesor de la Universidad del Valle: «Viaje a pie no solo
inaugura la presencia en nuestra cultura del viajero pensador, sino que marcará el inicio de
las novelas iniciáticas de viaje».

Su inteligente compañero, don Benjamín, escribió que Viaje a pie «se eternizará
mientras dure el amor por el habla castellana».

Pero su desfachatez y versatilidad no eran alimento para la Colombia de entonces. De


ahí la actitud radical y extrema asumida por la jerarquía eclesiástica, al prohibir bajo
pecado mortal su lectura, arguyendo que los fundamentos de la religión y la moral son
atacados con ideas evolucionistas y las personas y cosas santas con sarcasmos volterianos2.


2
Monseñor Manuel José Caycedo, Arzobispo de Medellín, prohibió bajo pecado mortal la lectura de Viaje a
pie, según decreto arzobispal fechado el 30 de diciembre de 1929, condenación ratificada por el obispo de
Manizales el 8 de abril de 1930. Similar disposición cursó, tres años después, con respecto a Don Mirócletes:
«… por disposición del Excmo. Sr. Arzobispo, el libro Don Mirócletes está prohibido y es pecado mortal

84
Su mensaje de autenticidad, de nacionalismo, de desprecio por las formas aparentes, no
fue entendido sino por unos pocos. Los demás —apartándose de su lectura pero sin dejar de
criticarlo, o penetrando en sus páginas con prosaica prevención— despreciaron el clima
interior del autor, su amor por la vida y la juventud, el valor de sus ideas, y el goce
dionisíaco aprendido del Nietzsche vitalista (el pesimista ya había sido superado).

Más aún: se dejaba de lado su canto a Julia, la evocación sutil del espíritu jesuítico, la
manera profunda de concebir la castidad y hasta la búsqueda de la esencia vital de
Jesucristo, aquel SUPERADOR que concibió la forma corporal como accidente.

Definitivamente, como años después dijera Fernando González: «Eran tiempos muy
inocentes…». Con todo, este libro cálido, socrático, de Quijote y Sancho por la variada
geografía colombiana, escrito al ritmo del palpitar del corazón y de los efluvios del cerebro,
cumplió a cabalidad con el propósito del autor: el de reaccionar contra la literatura retórica
y de palabras —«literatura meníngea»—. Quedaron así marcadas las huellas que conducen
a un camino nuevo y abierto. Porque es partiendo de esta obra como podrá ser reemplazado
en el mundo de nuestras letras ese caduco estilo suramericano, ampuloso, verbalista,
desconectado de la realidad, árido y solemne3.

Asistía razón a don Jacinto Benavente: «Su obra es originalísima y del más desenfadado
humorismo. Pero no es para todos. Caviar para la multitud, que dijo Shakespeare…». Y al
propio autor del libro, que dejó escrita esta frase de corte testamentario: «A mí me han
llamado ateo los jerarcas, y fui beato»4.


reimprimirlo, leerlo, retenerlo, venderlo, traducirlo a otra lengua o prestarlo a los demás…». (Enrique Uribe,
secretario del Arzobispo, Medellín).
3
Véase la certera crítica de Fernando González al estilo suramericano en la revista Antioquia, n.º 5,
septiembre de 1936, pp. 23-32. Este «bello estilo» es el único que se ha usado en Colombia. Caracterizado por
la gran longitud de los períodos, con cláusulas entre comas, a veces más largas que la proposición principal, y
adjetivos antes y después de cada sustantivo. Así que no hay ninguna idea, «sino un ruido como el de la
música africana». Fernando González señala a los campeones en este país de híbridos e imitadores: Olaya
Herrera, en la oratoria, los magistrados, en el foro, y Luisito Cano en el periodismo. De este último presenta
ejemplos tomados de sus editoriales, tras lo cual pregunta al lector: «¿Seremos groseros al llamar a esto “bello
estilo peído”?».
4
La «Lectura del Viaje a pie desde el camino» es idea impulsada desde 2009 por el proyecto «Travesías
Literarias» de la Organización Caminera de Antioquia, OCA. Según sus estatutos, sus objetivos consisten en
el rescate del patrimonio nacional, la promoción de estilos de vida saludables, el impulso al turismo rural-
cultural y la generación de conciencia ambiental. En Colombia practican la caminería 550.000 personas,
según su estadística de abril de 2018 (camineriacolombia@gmail.com).

85
7. HISTORIADOR CON MÉTODO PROPIO

En esto de biografías se han usado dos métodos hasta


hoy: el narrativo y el filosófico. El primero saca su
interés de los procedimientos del novelista; es muy
exitoso: Ludwig. El segundo es más serio e
intelectual: Zweig. Usaremos nuestro propio método,
el emotivo: revivir la historia por el procedimiento de
la autosugestión […]. (F. G.)

Una de las preocupaciones fundamentales del pensamiento de Fernando González en el


período que abarca desde 1929 hasta 1940, es la reflexión en torno al método.

Para organizar su energía y obtener el mejoramiento personal, el hombre requiere de un


proceder vital metódico. Pero no se trata de aprender un método, ni de adoptar uno
cualquiera, como se hace con los fenómenos estáticos y estereotipados. No. Es preciso
descubrirlo dentro de sí mismo, para que cada uno manifieste su individualidad, adquiera su
propio ritmo, construya su camino. El secreto consiste en POSEERSE: ir ascendiendo en
conciencia hasta obtener la completa autoposesión.

El método es materia vivencial de estudio y experimentación que surge con fuerza en


Viaje a pie (1929), es retomado en variadas formas y con matices más precisos en Don
Mirócletes (1932) y en Los negroides (1936), y bajo el nombre de método emocional o
emotivo se utiliza como técnica propia de interpretación de personajes en sus libros de
contenido histórico-biográfico: Mi Simón Bolívar (1930), Mi Compadre (1934) y Santander
(1940).

El punto de partida en Viaje a pie es la idea de ritmo. Columna vertebral moral del viaje,
lo considera tan importante para vivir «como lo es la idea del infierno para el sostenimiento
de la Religión Católica». El ritmo podría servir para clasificar a los hombres, pues cada uno
tiene el suyo para caminar, para trabajar y para amar1.

De ahí que proceda a formarse la idea de joven pragmatista, a quien la voluntad


metodizada, el alma concentrada, le permiten adquirir un estado positivo para el
pensamiento y la acción. Además, el hombre es vitalidad —acumulador de energía—, de
modo que es preciso no dilapidarla sino gastarla con método. Tal es su disciplina mental:


1
Viaje a pie, op. cit., p. 23.

86
«El joven pragmatista admira lo único que hay admirable en este esferoide: EL MÉTODO; la
capacidad de perfeccionarse que tiene el hombre»2.

Sólo de la aplicación de un método así concebido (y como canto a la vibrátil Julia de


Viaje a pie, aquella Dulcinea de las vertientes del Arma), podía surgir un entendimiento tan
elevado y artístico de la castidad. Juzgada indispensable para poder amar… universo, tierra
y estrellas, la encierra en esta exclamación: «¡Somos castos para poder amar!». No es
admisible, por tanto, buscar la castidad odiando la sensualidad, a la manera de los monjes,
que precisamente por eso no pueden ser castos. Únicamente los grandes sensuales llegan a
identificarse con la castidad. Castidad que consiste «en paladearlo todo, acariciarlo todo
sabiamente, y no dilapidar»3.

En Don Mirócletes empieza por describir métodos para que su alter ego, Manuelito
Fernández4, deje de fumar y beber. Aconseja el método gradual: reglamentar el vicio en
escala descendente y tratarse mentalmente por medio del espejo, ante el cual hace propósito
de perfeccionamiento. Fracasa, sin embargo, a menudo. Después de cada derrota, su
voluntad se torna más débil. Pero su amor a la grandeza humana lo transforma: «Cuando
oigo que hay un gran hombre, o cuando leo algo sobre ellos, dejo de fumar y beber durante
ocho días».

Es por ese camino y con esas manifestaciones vitales como va naciendo su filosofía de la
personalidad, delimitada en Los negroides como réplica a los vanidosos escenarios raciales
y culturales de Suramérica, a su tradición imitadora, a su apariencia vacía.

La personalidad para Fernando González es el conjunto de modos propios de


manifestarse el individuo. Aquello que se manifiesta se llama individualidad. Pero ésta se
encuentra dormida, casi siempre, o no brota con naturalidad, a causa de embolias psíquicas.

Induce que la grandeza del alma todo lo embellece. El padre Elías usaba un gorrito sobre
su gran cabeza:

Fue la primera vez que vi cómo una prenda de vestir, fea de suyo, se hacía bella
por la personalidad. El alma del padre Elías irrigaba el sombrero, echaba raíces en
el sombrero.


2
Ibidem, op. cit., p. 48.
3
Ibidem, op. cit., p. 114.
4
Manuelito nació en 1895 con tres dientes y mordió a su madre, que murió de un cáncer que allí se le formó.
Con dientes, característica que sirve para explicar cómo pudo llegar a convertirse en «el filósofo de
Suramérica y de la personalidad». Qué bello y qué raro, pero cuán lógico: Fernández, el de las embolias, el
que no tiene personalidad, ¡es el nuncio de la personalidad y el destructor de las embolias! (Don Mirócletes,
op. cit., pp. 13, 27, 40).

87
Sí, la grandeza de alma le otorga belleza a todo, incluso a los vicios: el poeta Byron, por
ejemplo, «… se emborrachaba en sus banquetes hasta caer debajo de la mesa, y tal era la
personalidad del inglés que eso parecía bello […]».

Entiende que debe ofrecer una lección a la juventud. La formula con palabras que son
una especie de mensaje-resumen de su teoría de la personalidad: «Cuando un joven
comprende que el secreto no está en lo que haga, en lo que diga, en el vestido, etc., sino en
la energía interior, está maduro para la filosofía»5. Es así como la juventud estará en
condiciones de ir abandonando los complejos raciales impuestos por los conquistadores y
los prejuicios que la azotan; y de convertirse en superadora de las causas deformantes de su
quehacer vital auténtico.

Método es modo de hacer una cosa y, en cuanto concierne con el individuo, es su modo
propio de manifestarse. Por eso resulta insuperable el que cada uno tiene dentro. «Cada
hombre está llamado a llegar al Espíritu con sus propios pies»6.

Método, pues, necesario para dar libertad, para suprimir embolias, vicios heredados,
prejuicios, temores, y hacer posible la manifestación desde lo profundo del yo, con la
fuerza y pureza del agua que brota del prístino manantial.

Si el método es libertador, aquí reside su poder y su parentesco con la verdad, que es


posible concebir como un proceso de liberación.

¿Hubiera podido ser el método de Fernando González, el suyo propio, otro que no fuese
el emocional, nacido de su yo íntimo? Por supuesto que no, porque entonces la búsqueda de
prolongación en seres, realidades y anhelos habría sido una expectativa frustrada; porque
habría quedado desprovisto de dimensión subjetiva y expósitos sus personajes; y no hubiera
logrado la plena posesión de sus biografiados, indispensable para comprenderlos.
Utilizarlo, advierte, es saber que la alegría está en el poder de la conciencia.

Entendió que la verdad es viva y también la biología de la historia. Y que el juicio de


identidad es la suprema intuición: ver en uno el mundo de… Por eso el uso del posesivo Mi
(Mi Bolívar, Mi Compadre) resultó ser expresión adecuada de su método y no artimaña o
forma simulada de traicionarse a sí mismo.

A pesar de los aspectos relevantes que presenta, los mismos que le otorgarían virtualidad
para superar o complementar los métodos tradicionales, la metodología empleada por
Fernando González no ha sido comprendida en sus verdaderas dimensiones. Un perspicaz

5
Ibidem, op. cit., p. 22.
6
Los negroides, op. cit., pp. 47-48.

88
crítico de la literatura colombiana sostiene que se trata en realidad de un no-método, cuyo
inconveniente consiste en dejar a la libre asociación más de lo deseable para un trabajo
orgánico7. Pero aun concediendo cierta validez a esta tesis, es difícil dejar de reconocer que
están haciendo falta investigadores de la historia dotados de la capacidad de utilizar el
método emocional con la profundidad psicológica que encierra. Nos parece que quedó
abierto un camino de amplias perspectivas a los futuros historiadores que, sin prescindir de
una documentación seria, deseen apartarse tanto de criterios enciclopédicos como de
narraciones románticas y exaltadas.

Pero ¿qué decir de los artistas del drama, los hombres? Confiesa que no ha conocido
hombres, sino pedazos de humanidad, cabos de hombre.

Quiere ir en busca de hombres representativos, observarlos, seguir atento sus huellas,


documentarse aplicando el procedimiento de la autosugestión para poder incorporarlos a su
mundo mental y emocional, de modo que las vivencias de aquéllos sean sus propias
vivencias.

Sí, grandes hombres. Porque «las verdaderas universidades son los grandes hombres».

¿Qué caracteriza a los grandes hombres, cómo se distinguen de los demás mortales? El
siguiente cuadro resulta ilustrativo:

Los grandes hombres son más fatalidad que todo. Son instrumentos de Dios. No
se detienen a meditar; el acto sigue a la idea, mezclados, sin espacio entre ellos.
Van como llevados de la mano; más que ninguno, no saben para dónde van.
Obedecen. Pienso que el secreto de la grandeza es obedecer a las voces. Tienen una
gran voz interior que no permite oír otras. La prueba está en que no se cansan, son
como posesos. […] Mientras que nosotros, humanidad amorfa, somos llamados por
8
mil cosas contradictorias y nos fatigamos y cambiamos; nada nos enamora .

Consecuente con sus ideas, Fernando González admiró en el transcurso de su vida a


unos cuantos grandes hombres: Jesucristo, Moisés, San Pablo, Sócrates, Siddharta Gautama
(Buda), San Francisco de Asís, San Ignacio de Loyola, Simón Bolívar, Mahatma Gandhi.
Shakespeare y Dostoievski, para él las dos cumbres de la psicología. A quien conoció en
Venezuela e hizo su compadre: Juan Vicente Gómez. Y entre los filósofos a Federico
Nietzsche, Giordano Bruno y Baruch Spinoza; este último, «el hombre más bien dotado
para la sabiduría que haya existido en la tierra».


7
Literatura y realidad, op. cit., p. 41.
8
Mi Compadre. Editorial Juventud, Barcelona, 1934, p. 114 (cursivas del texto).

89
Aplicando su método emocional, pretendió escribir en determinada época sobre casi
todos aquellos personajes, sin duda los que más influyeron en su vida y pensamiento.
Anunció que publicaría las biografías de Sócrates y Mahatma Gandhi, así como un segundo
volumen de Mi Simón Bolívar. Y en 1934, en Marsella, pocos meses antes de ser
reemplazado como cónsul, expresaba su emoción ante un proyectado viaje a Oriente en
busca de Jesús, Mahoma y Buda y la posibilidad de poder regresar con el más anhelado de
sus libros: La vida de Jesucristo9.

Los proyectos se concretaron tan sólo en los primeros tomos de Mi Simón Bolívar y
Santander (este último para destapar el falso héroe nacional), editados respectivamente en
1930 y 1940, años que corresponden a la conmemoración del primer centenario de la
muerte del Libertador y del Hombre de las Leyes. Y en la biografía de Juan Vicente
Gómez, titulada Mi Compadre y publicada en el intervalo de aquellas dos obras.

Asimismo, en 1959 anunciaba un segundo volumen del Libro de los viajes o de las
presencias. «Será el viaje a la hambre, cuyo rey es Carlos Marx, y también a varios otros
mundos». Pero una vez más, sus vivencias superaron sus propósitos.

***

Mi Simón Bolívar

El posesivo es derivación por línea directa del método emocional:

Echaré a don Simón delante de mí por calles, plazas y montes, y yo iré detrás,
animándolo y comparándome con él. Será mi hijo. […] Bolívar debe ser mi Bolívar,
10
así como el mamón es de la mujer parida; tibio como el polluelo amarillo .

¿Cuáles fueron los motivos que obraron para que Fernando González —hasta entonces
el autor de Pensamientos de un viejo, Una tesis y Viaje a pie— hiciera este viraje hacia el
campo de la investigación histórica?

Refiere Alfonso González Ochoa11 que en París, a finales de 1929, conversando con el
célebre escritor francés Romain Rolland, éste le comentó a modo de sugerencia: «¿Por qué
su hermano no escribe una vida de monsieur Bolívar?».


9
Cartas a Estanislao, op. cit., p. 89.
10
Mi Simón Bolívar, op. cit., pp. 250 y 262.
11
Carta a Carlos E. Restrepo, 20 de septiembre de 1930. (Archivo Carlos E. Restrepo, Biblioteca Central de la
Universidad de Antioquia).

90
El 11 de diciembre de dicho año, Alfonso recibió en París una carta en la cual Fernando
mencionaba la situación de pugnacidad que vivía Colombia con motivo de la campaña
electoral para escoger presidente de la República, y le pedía con angustia: «Sácame de aquí,
pues ya tengo la cabeza cana y las contrariedades y enojos me están acabando la
inteligencia y la juventud del corazón».

Al regresar a Colombia, el 5 de febrero de 1930, Alfonso era esperado en Girardota, en


la estación del ferrocarril, por Fernando y su familia. Subiendo hacia la casa de «El Noral»,
sostuvieron este breve diálogo:

—¿Qué escribes ahora?

—Estoy terminando El padre Elías.

—¿Por qué no escribes una biografía de Bolívar?

—El Libertador es muy interesante, pero yo no soy historiador.

—Escríbela para el centenario. Con esto ganarás dinero y podrás irte a estudiar a
Europa.

—Yo pienso el asunto y te aviso a Manizales.

El 13 de marzo siguiente, Fernando le escribía:

Bolívar, el hombre de la hamaca, nacerá en estos días.

Ya me siento preñado, pero no se puede apurar hasta que el espíritu lo desee.


Hay leyes espirituales como fisiológicas: las supremas leyes de la gestación.

Fernando González concibió la biografía de Simón Bolívar para ser escrita en dos
volúmenes que se llamarían, respectivamente, Lucas Ochoa y El Libertador. Respecto del
primero le decía a Alfonso:

Lucas Ochoa soy yo, pero yo no soy Lucas Ochoa. El loco que hay en mí en
embrión lo haré salir y lo crearé (a Bolívar).

Y en relación con el segundo volumen: «Será la obra definitiva. No temas que nadie me
arrebatará esa biografía».

91
Entonces, al tiempo que atendía sus obligaciones familiares y judiciales, trabajaba con
inusitada intensidad, poseído por la presencia de Bolívar. Hasta el extremo de que parecía
un surtidor de ideas…

Por eso su hermano Alfonso, que conoció todo el proceso de gestación de Mi Simón
Bolívar y recibió los originales para entregarlos a la imprenta12, pudo escribir este elocuente
y atinado concepto:

Libro difícil, histórico y autobiográfico que en cuatro meses fue estudiado,


concebido y creado en los sótanos de un juzgado.

¿Por qué la dedicatoria «al mayor Santander y al general Páez»? Porque mientras
Bolívar es conciencia continental y, a veces, cósmica, Santander y Páez representan
conciencias regionales y actitudes egoístas y mezquinas en el escenario de las guerras
libertadoras y después en el marco de la Gran Colombia, ideada y forjada por aquél. De
Santander dice: «Es la envidia hecha método, tenía conciencia orgánica del dinero. ¡Cuán
parecido a todos los abogados de la Nueva Granada!»13. Y de Páez:

Para el gran Páez no existía sino el río Apure; era un niño inocente, un primitivo
que miraba a Bolívar como a un dios y otras veces, cuando estaba lejos, como a un
diablo. Fue un niño hasta en sus crímenes; un primitivo dominado por todo lo que
14
brilla .

El trasfondo del libro es esencial: hacer ver que la América tropical e india debe poseer
y estimular a sus historiadores y artistas, capaces de entender a los grandes hombres que ha
producido, y no importar biografías y monumentos de Europa; no encargar esas obras a un
Emil Ludwig, a un Iván Mestrovic, a un Muller. Es cuestión de dignidad. Y, ante todo, de
auténtica conciencia americanista.

Inicialmente entra en escena el personaje Lucas Ochoa: se explica su vida, su manera de


concebir el yo, la conciencia, la concentración orgánica y psíquica, el perfeccionamiento
armonioso y la religión como un ideal de conducta. Es la preparación indispensable para
poder entender la biografía de Bolívar, presentada en forma fragmentaria, por cuanto el
alter ego y maestro de Fernando González tenía proyectado escribirla en un segundo
volumen.


12
La primera edición de Mi Simón Bolívar fue publicada en Manizales por la Editorial Cervantes en
septiembre de 1930.
13
Mi Simón Bolívar, op. cit., p. 234.
14
Ibidem, op. cit., p. 151.

92
Con el propósito de hacer la mensura de El Libertador, Lucas inventa el metro psíquico
o concienciámetro, instrumento de máxima utilidad para la medición impersonal y
desapasionada de hombres y pueblos. Aunque admite muchos matices y puede suceder que
un hombre tenga instantes superiores, el metro permite clasificar a los seres humanos en
siete niveles o grados de conciencia: orgánica, familiar, cívica, patriótica, continental,
terrena y cósmica, o sea que la escala se eleva desde la masa amorfa —mínimo de yo y
máximo de cosas extrañas— hasta la completa evolución del yo, cuando se infunde en él
todo lo manifestado.

Desarrollar esos grados, latentes en la conciencia, es tarea fundamental de la


civilización. El Occidente cristiano, empero, al tomar como modelo a Aristóteles y
especular con el conocimiento indirecto, y después crear una civilización mecanicista y
materialista, abandonó el núcleo de la conciencia.

¡Ante todo la conciencia! Esa hermosa facultad de percibir modificaciones «y el YO


como centro». Por eso afirma que la mejor manera de gozar y aprender es ascendiendo en
conciencia. Lucas Ochoa hace admirable y original estudio sobre ella, para demostrar hasta
dónde logró llegar Simón Bolívar, y por qué éste tuvo como ninguno la conciencia de la
libertad para los pueblos de América.

(El ideal bolivariano era el de romper las cadenas de la opresión y que todos sean libres
para vivir con dignidad, para formar parte de un pueblo representativo de sus propios
valores, orgulloso de lo autóctono).

Caraqueño de ascendencia vasca, Bolívar vivió y actuó en una tierra de mulatos,


impropia para conquistar altos grados de conciencia. Sorprende, sin embargo, que haya
alcanzado la conciencia continental nítida… ¡quinto grado! Tal es el resultado de la
aplicación del metro psíquico a su vida de guerrero, de estadista y de visionario, prolongada
durante cuarenta y siete años, cuatro meses y veinticuatro días. En este tiempo
relativamente breve había sabido cumplir con la admirable ley de la energía humana, cuyos
principios se resumen así:

1. Saber exactamente lo que se desea;

2. Desearlo como el que se ahoga desea el aire;

3. Sacrificarse a la realización del deseo, o sea, pagar el precio.

Además fue Libertador en un doble sentido: del dominio español y del alma americana.
Quería no sólo independencia política sino también libertad espiritual.

93
Su lucha por la libertad espiritual refleja al hombre promesa y la obra inconclusa,
aspectos que para Lucas Ochoa representan lo trascendental del espíritu: que la realidad
jamás alcanza al anhelo.

La obra más interesante de los hombres de acción la han realizado —sostiene—, no en


cuanto se movieron, sino en cuanto irradiaron.

Por eso Bolívar es situado entre los genios libertadores, aquellos que luchan por que
cada uno cumpla sus propios fines —se le sitúa al lado de Sidarta Gautama, Descartes,
Pasteur, Einstein…—, mientras los genios esclavizadores necesitan del rebaño (Atila,
Alejandro, Napoleón).

En cuanto a la organización del Estado, a las tres grandes funciones, órganos o poderes
tradicionales, Bolívar agregaba un cuarto poder, el Poder Moral, encargado de la
«jurisdicción efectiva de la educación y la instrucción». Lo juzgaba indispensable para
fomentar la virtud cívica y el espíritu nacional, condiciones sin las cuales Suramérica nunca
sería realmente libre. Quería que su gobierno fuera excelente, el que hacía consistir «en ser
apropiado a la naturaleza y el carácter de la nación para quien se instituye». Era entonces
cuando la política debía cumplir sus fines más elevados, que González entendía ya como
«el arte de conducir al pueblo a sus destinos latentes», o bien como «la faena de gestar una
patria en donde sea bueno estar vivo», como habría de escribir más tarde en sus Arengas
políticas. Además, por estar por encima de las facciones, consideraba que «Bolívar era
liberal y conservador».

En Mi Simón Bolívar —escribe Charles Lecca, desde París— se encuentran muchos más
elementos de interés que en tal o cual estudio grave y doctoral sobre el Libertador.

Laureano Gómez admite: «Es admirable en este autor la forma nueva como maneja el
arte biográfico, la gran independencia de criterio y la solidez de raciocinio».

Y Concha Espina: «Es lo más original, más bello y más moderno que se ha escrito
acerca del Libertador».

***

Mi Compadre

¿Qué indujo a Fernando González a escribir sobre Juan Vicente Gómez, el dictador
venezolano? Las palabras iniciales del libro, escritas de puño y letra del autor, ofrecen una
primera aproximación al interrogante planteado:

94
Este camino es mío, opuesto al de todos los americanos, y no tengo más
compañero que El Libertador.

¿Acaso no es interesante como objeto de estudio para el biógrafo un hombre que durante
sesenta años ha estado sobre sí mismo, construyendo su sendero de lucha y de victoria?

Por lo demás hay una frase de Fernando González que sirve, quizás mejor que ninguna
otra, para entender el porqué de esta biografía sobre Juan Vicente: «Yo lo estudié por amor
a la grandeza humana».

Tal fue la motivación que lo cautivó. Y también la razón que obró en su ánimo para
decidirse a viajar a Venezuela, en donde permaneció desde septiembre de 1931 hasta enero
de 1932, tratando de encontrar la «sinergia glandular» y la «unidad psíquica» del general
Gómez; bregando por recibir estímulos, por hallar el secreto de la vitalidad.

¡Estaba embriagado por el torbellino de la vitalidad! Y creía que esta cualidad humana,
tan incitante y creadora, se encontraba en la patria de Bolívar encarnada en ese extraño y
singular ejemplar humano, en ese «brujo» de los Andes.

(Estando en Caracas dedicado a documentarse sobre Venezuela y su gobernante, nació


en Medellín el 24 de octubre el quinto de sus hijos. Bautizado con el nombre de Simón
Guillermo, sirvieron de padrinos el general Juan Vicente Gómez y su señora esposa,
quienes para este efecto enviaron el correspondiente poder al párroco de la iglesia donde se
cumplió la ceremonia en aquella ciudad, siendo representados por Vicente Restrepo
Gaviria, hermano de doña Margarita, y Ligia González Ochoa, hermana menor de
Fernando, respectivamente. Este acontecimiento familiar explica el título del libro…

Cuatro días después, es decir, el 28 de octubre de 1931, un suceso doloroso y de


repercusión nacional ocurrió en Bogotá. En esta capital, donde vivía rodeado de prestigio y
amigos, se suicida a la edad de treinta y siete años Ricardo Rendón, dibujante genial y
temible caricaturista político.

¡Qué insondable viaje el de su compañero Panida, a quien debió evocar con inmenso
afecto desde la tierra de Bolívar y Gómez! Fernando lo admiró profundamente, hasta
afirmar que, como caricaturista, fue «el más grande de los de Colombia en todos los
tiempos»).

Fernando González procedió, pues, así en Caracas como en Maracay, a observar


minuciosamente el escenario en que actuaba su personaje: casa de gobierno, haciendas,
galleras, etc. Al mismo tiempo se documentaba sobre hechos, pretéritos y actuales, de la

95
vida política y social de ese país. Todo ese mundo vivencial lo anotaba en sus libretas, las
cuales llegaron a hacerse tan comunes e imprescindibles, que sus amigos de la Academia
Venezolana de Historia resolvieron bautizarlo «el hombre de las libretas».

La elaboración del libro no se terminó sino dos años después, cuando su autor se
encontraba en Marsella (Francia), ejerciendo el cargo de cónsul de Colombia.

Publicado en abril de 1934 por la Editorial Juventud, de Barcelona, Mi Compadre


presenta en primer plano la historia de Venezuela: Páez y los llaneros, José Tadeo
Monagas, Guzmán Blanco, Joaquín Crespo, las guerras civiles, la agonía de los godos
primero y del liberalismo después, Cipriano Castro y su dictadura (1899-1908).

Es el fondo al retrato del general Gómez, a la actividad que éste habrá de desarrollar,
guiado por un trabajo metódico, silencioso, serio, analítico… y contundente.

Los tres hombres decisivos en la evolución política venezolana, son: José Antonio Páez,
Antonio Guzmán Blanco y Juan Vicente Gómez. Pero es en este último en quien existe una
característica que se convierte en verdaderamente seductora para nuestro biógrafo: su
sagacidad o astucia para instaurar un gobierno netamente nacional, primer ensayo de
autoexpresión de la raza suramericana. La consecuencia es el abandono de la sugestión de
Europa, de la imitación extranjera de leyes y costumbres.

Mezcladas en virtud de las guerras las sangres española e india y la pinta negra,
Venezuela comienza a autoexpresarse. El capitán de este experimento es «el montañero»
Gómez. Fernando González vislumbra el gran mulato: 45% aborigen; 45% blanco y 10%
negro. Esperanza de Suramérica, representa la síntesis del hombre unificado y adaptado.

La evolución racial y humana, sin embargo, no se presentó como lo intuía González. Por
eso en 1960, en rápida pincelada y un poco a modo de testimonio de la desilusión, escribió:
«Yo esperaba un poco de egoencia en Venezuela»15.

De hogar campesino —el mayor de trece hermanos—, Juan Vicente Gómez fue siempre
un hombre de firmeza, cumplimiento y seriedad. Cuando estuvo con Cipriano Castro
refugiado en Colombia, lo llamaban don Juan. Y en el Táchira, mano Juan. «Hombre hábil
como un brujo; sabe esperar su día, permanecer en la sombra. Cada amanecer tenía cien
amigos más y Castro cien amigos menos…». Así, con paciencia y realismo y sin derramar
una gota de sangre, desalojó a Castro y se hizo proclamar presidente.


15
En: ¿Qué es eso de… filosofía latinoamericana? Editorial El Búho, tercera edición, Bogotá, 1984, p. 76.

96
Tras afirmar que el general Gómez ha cumplido 23 años en el poder sin una revolución,
destaca que el país está cruzado por carreteras; ninguna deuda; y ni un vago, ni un
pordiosero. Tres sueños ha tenido: «Bolívar, carreteras y acabar con guerrilleros». «El mar
de podredumbre y enredos que encontró ha servido también para que lo insulten y
desfiguren»; pero lo cierto es que Gómez salvó a Venezuela «con sus doctrinas y prácticas
originales, nacionales, sencillas y nuevas, emanadas de nuestro suelo».

Todo ello sin haber estudiado en ninguna escuela y, salvo el tiempo de lucha desde
Colombia, sin haber salido de su país.

¿Pero su inmensa fortuna? Fernando González la explica de este modo: «… es el primer


trabajador de Venezuela, el que comenzó, el que dio ejemplo. Sus empresas han
aprovechado de su obra de gobernante». Y no tiene dinero en el exterior.

Pertenece al epílogo la siguiente afirmación, que deslinda conceptos y resume la manera


como el autor entendió al personaje: «No es pro-pia-men-te un dic-ta-dor…; es un do-mi-
na-dor».

Recién terminada esta polémica biografía, Fernando González escribió: «Mi mejor libro
es Don Mirócletes, aunque los colombianos crean otra cosa. Mi mejor libro, eso sí, después
de Mi Compadre»16.

Se enorgullecía de haberle dicho al general Gómez todo lo que pensaba, haciendo


énfasis en la frase con la cual lo califica de ángel y tigra parida17.

Un crítico literario, José María Salaverría, coincide con el autor de Mi Compadre: «Me
parece la obra mejor de cuantas conozco de él…». Y puntualiza: «Se trata de un escritor de
raza, ingenioso e inquieto, dueño del lenguaje y de una animación que conquista y seduce».
Velasco Ibarra, por su parte, estima que es «el libro de psicología histórica más hondo»18.

Es lo cierto, sin embargo, que en materia de apreciación o gusto personal con respecto a
sus obras, el maestro no conservó una posición definida y menos aún rígida, sino, por el
contrario, variable y ondulante como la vida misma. Este parece ser un asunto de vitalidad.
En efecto, después de haber escogido a Mi Compadre como su mejor libro, sus preferencias
se inclinaron por Viaje a pie. Durante un diálogo que con él sostuvimos en La Huerta del


16
Carta a su hermano Alfonso, 5 de abril de 1934, en Cartas a Estanislao, op. cit., pp. 87-88.
17
En Mi Compadre, escribió: «Gómez oculta, quiere ocultar a todos, su gran capacidad para castigar. Es un
ángel y es una tigra parida». (Ibidem, op. cit., p. 164).
18
VELASCO IBARRA, José María. Conciencia o barbarie. Editorial Atlántida, Medellín, 1936, p. 159.

97
Alemán a finales de 1958, nos decía que su obra predilecta era El maestro de escuela,
porque sintetizaba hasta la edad de 46 años su lucha y angustias.

Al año siguiente, en el Libro de los viajes o de las presencias, rememoraba con emoción
a Viaje a pie y Don Mirócletes, poseído por el deseo de escribir otro similar a aquéllos.
Tampoco faltó la posición ecléctica: «Con las obras, hijas del espíritu, sucede lo mismo que
con los hijos, fruto de la carne. Un padre de familia siente el mismo cariño por todos sus
hijos, aunque entre ellos haya un descarriado o un jorobado. Todos son sus hijos», le
expresaba, en los últimos años de su vida, a un artista amigo suyo. Pero éste, al insistir para
que eligiera una de sus obras, se encontró ante esta respuesta: «El remordimiento, porque es
muy viva y me costó grandes dolores parirla»19.

Con todo, Mi Compadre no fue bien recibido por la opinión oficial venezolana. «Se
enojaron y ni siquiera permitieron la entrada de los ejemplares enviados»20. Quizá porque al
lado de los elogios a la personalidad del general Gómez, existen también apreciaciones
comprometedoras para el prestigio de un hombre todavía en el zenit del poder, del cual sólo
lo despojaría la muerte, ocurrida en 1935.

Cabría resaltar la forma como percibe el aura de Venezuela, asemejándola a una casa de
ejercicios de jesuitas: silencio, porque la gente tiene miedo a una voluntad de hierro. «Es
una leonera con el domador adentro»21.

Aunque admiraba la voluntad y la inteligencia astuta de Gómez, su ensayo de mensura


lo coloca lejos de Bolívar y más próximo a la conciencia orgánica que a la cósmica. En Los
negroides (1936) se pregunta si en Suramérica hay manifestaciones que brotan, así como el
agua de la peña, y responde: Bolívar y Gómez. Aquél, meteoro: «He meditado durante años
y don Simón me queda inexplicable». Éste, «hijo de la guerrilla, del asesinato, del
cataclismo racial»; genio elemental a quien «explican cien años de luchas atroces en la
brega por fusionar todas las razas» en esta parte del continente22.

¿Esperó Fernando González, por haber escrito este libro sobre Juan Vicente Gómez,
alguna recompensa del biografiado? En carta del 5 de abril de 1934, dirigida a su hermano
Alfonso, hace una afirmación categórica: «Del general Gómez nunca aceptaré regalos ni
condecoraciones»; pero pocos días después, con fecha 18 de abril del mismo año, escribe a
su suegro, Carlos E. Restrepo, con el fin de invitarlo a viajar a Jerusalén si el presidente
venezolano le envía un cheque, por la biografía, y puntualiza: «Esta invitación es muy

19
POSADA SALDARRIAGA, León. Escritos breves. Susaeta Ediciones, Medellín, 1975, p. 67.
20
Cartas a Estanislao, op. cit., p. 85.
21
Mi Compadre, op. cit., p. 141.
22
Los negroides, op. cit., p. 13.

98
seria, condicionada apenas por el envío de un cheque, cosa que debe ser, pues digo que mi
compadre es otro Moisés. Dentro de poco sabré si la condición se cumple».

La condición, finalmente, no se cumplió. «No hubo cheque», anotó al margen de dicha


misiva, al ser publicada en Cartas a Estanislao23.

En libro escrito cuarenta años después por un notable historiador venezolano24, en donde
se describe ese turbio, imprevisible y complejo escenario de los caudillos criollos, son
exhibidos en su dimensión vital Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez, representados por
los generales Carmelo Prato y Aparicio Peláez, respectivamente. Ya organizan tropas para
hacer la guerra, ora entran en conjuras o en combates, o bien en negocios e intrigas, como
dos compadres unidos por intereses comunes, y se mueven de un lado para otro por la
variada geografía de su país en busca del poder. Gómez aparece una vez más como el
hombre de actitudes y lenguaje propios del campesino de la frontera montañosa, astuto,
calculador, silencioso (prefiere oír hablar y callar largos silencios), apasionado por el
trabajo y por el campo y por el ejército, obsesionado por implantar el orden público en el
territorio nacional y para ello perseguidor de los guerrilleros y de los vagos, tan generoso
(dadivoso) con los amigos como implacable con sus enemigos, y además psicólogo nato
que se retrata en esta frase: «Lo que pasa es que yo sé lo que están pensando. No lo que
dicen sino lo que están pensando. No lo que hacen sino lo que querrían hacer».
Características humanas que después de la conjura o golpe de Estado de 1908 («nadie ha
preparado un viaje para Europa con la minuciosidad con que Gómez arregló el del general
Castro», afirma González en Mi Compadre), le permitieron mantenerse en el poder durante
veintisiete largos años, en los cuales —como sintetiza Uslar Pietri— acabó con la guerra
civil, creó el ejército nacional, echó las bases del Estado nacional, acabó con el caudillismo
y con los partidos históricos, abrió el camino para el desarrollo petrolero y pagó la vieja
deuda que venía desde la independencia25.

***

Santander

Dedicado a la juventud americana, fue escrito con el definido propósito de mostrar la


verdad desnuda acerca de un héroe falsificado, la hipocresía de un gobernante que murió
pidiendo que le hicieran cruces en la espalda dolorida…


23
Cartas a Estanislao, op. cit., pp. 84, 85 y 88 (cursiva del texto).
24
USLAR PIETRI, Arturo. Oficio de difuntos. Editorial Seix Barral, Barcelona, 1976.
25
Véase también su ensayo «El papel histórico de Juan Vicente Gómez», publicado en el suplemento
dominical de El Colombiano, 2 de junio de 1996, p. 9.

99
El general Francisco de Paula Santander ha sido un héroe nacional de Colombia, así
como Washington lo es para los Estados Unidos, San Martín para la Argentina y O’Higgins
para Chile. Pero todos estos héroes nacionales —según González— representan un
elemento conservador, son creadores de fronteras. Por oposición, Bolívar es un
quebrantador de fronteras: personaliza el impulso latente que va unificando al género
humano.

Más aún: para que sean posibles los héroes nacionales, ha sido necesario aminorar la
grandeza del Libertador. Porque sólo Simón Bolívar quiso que Suramérica fuera la madre
de las repúblicas, el gran teatro de la expresión humana e incluso la cuna del superhombre,
toda vez que «unos treinta años antes de Nietzsche, predicó y actuó y luchó como
superhombre».

Pero tampoco es justo —agrega— menospreciar a Santander: él tiene el mérito de ser


serpiente enemiga digna del león.

Tal es la columna vertebral de este libro, objeto de los más agrios y despectivos
comentarios desde su aparición, debido a aquellos herederos de la Nueva Granada que no
podían aceptar una crítica implacable a Santander, a quien sin reservas han denominado el
Hombre de las Leyes, el organizador de la victoria, el constructor civil de la República… y
hasta fundador de un partido político, el partido liberal.

(Tal ha sido la creencia impuesta por una corriente oficialista de opinión, la misma que
incurre en un doble atrevimiento, pues enseguida va tras Simón Bolívar y le atribuye
también un papel político protagónico: la fundación del otro partido, el conservador. A este
respecto, González hace claridad: «Bolívar era liberal y conservador, estaba por encima de
las facciones»).

Sobre la real influencia del general Santander en la vida política nacional, Fernando
González va todavía más lejos. Con su acostumbrado sentido crítico y revisionista, lleno de
agudeza y sutil penetración en el meollo de los acontecimientos, revalúa verdades
ancestrales y muestra nuevos rumbos a la historia patria. En esta línea de interpretación,
refulgen la inigualable sagacidad y las sutiles artimañas de su biografiado, quien además
estuvo durante largos años a la cabeza del gobierno, ya como vicepresidente (dada la
permanente actividad guerrera del presidente titular, el Libertador Bolívar), o bien como
jefe de Estado; fueron esas características y prolongadas oportunidades las que lo
convirtieron en «padre de conservatismo y liberalismo, los cuales apenas se diferencian en

100
que éste tiene remordimientos en la hora de la muerte y, por eso, es el hijo predilecto de
Santander»26.

Entre las obras de Fernando González, quizá sea la más difícil de comprender, y la que
más se presta para un amplio y complejo análisis desde diferentes puntos de apreciación.
Contribuyen a ello, por una parte, la serie de opiniones formadas en la mente de muchos
colombianos por una historia oficial y parcializada que sólo ha servido para hacer el
ditirambo del general Santander; y por la otra, los objetivos de desmitificación que se
propone el autor, el ambiente de intrigas y de hipocresía en que se mueve con pasmosa
habilidad el personaje, y la ubicación de éste en una nueva perspectiva mediante la cual se
juzga a los héroes nacionales.

González es no sólo categórico sino premonitorio. Su pensamiento se anticipa a criterios


renovadores sobre la manera de concebir y transmitir la historia, en relación con los
llamados héroes de la independencia hispanoamericana. Sin miedo reverencial, sin falsas
posturas oportunistas, alejado de la veneración oficial hacia hombres sin duda
sobresalientes pero no desprovistos —como cualquier mortal— de vicios y defectos,
proclama:

Un país que no esté fundado en historia verdadera y noble, sino en un cuento de


rábulas; un país que tenga que mentir siempre que se refiera a su historia…, dudo
que pueda subsistir, pues carece de conciencia nacional.

Histórica y psicológicamente, y con abundante respaldo documental, el estudio del


biografiado se hace desde antes de su nacimiento y por los augurios, al estilo de Plutarco.
En el siglo XVIII, en Antioquia, Rodrigo de Santander engendró un hijo, que fue cura, y
también otro que no se sabe qué se hizo… Después los Santander aparecen en la costa
atlántica y en la Villa del Rosario de Cúcuta. Aquí nace Francisco de Paula en 1792, pero a
los trece años está en Santa Fe, a donde ha sido llevado por un tío cura para que disfrute de
una beca en el seminario de San Bartolomé.

Durante los años del período comprendido entre 1810 y 1815, llamado de la Patria Boba
por algunos historiadores no muy ortodoxos en su léxico («Patria niña», prefería decir el
profesor López de Mesa), en el joven Santander era ya irresistible la tendencia al mando.
González pone en boca suya estas palabras: «aunque sea un piquete…».

La simulación y el anónimo, modos distorsionantes del comportamiento humano, le


seducían, pues en ellos encontraba el firme apoyo a sus aspiraciones de poder político y
económico. Hombre cubierto, nunca dejó pruebas; se interesaba por aparentar pureza ante

26
Santander. Editorial ABC, Bogotá, 1940, p. 45.

101
sí mismo y ante la posteridad. Sólo en un país seminarista y andino —sostiene González—
puede explicarse el fenómeno de su nacimiento.

Poco a poco el joven va trazando su batalla interior: hacerse amar del odiado y obtener
su confianza. «Es la perfecta encarnación de la hipocresía […]. ¿No es bellísimo un sapo
bien sapo? Pues el general Santander es el hijo más perfecto de los seminarios. ¡Es el héroe
de la Nueva Granada!»27.

Santa Fe, Ocaña, Piedecuesta, Casanare, son escenarios donde el genio defensivo, el
maestro de la fuga, actúa sin dejar huellas.

El primer volumen del libro (el segundo nunca se publicó) abarca hasta el año 1819, una
vez librada la batalla de Boyacá. Mientras en América soplan fuertes vientos de libertad,
Fernando González se despide del personaje, que está concentrado en objetivos muy
ambiciosos: quiere poder, prestigio, tranquilidad y una hacienda productiva…

¿Y qué decir del fusilamiento de Barreiro y los oficiales españoles prisioneros en


Boyacá, cumplido el 11 de octubre de 1819 por orden de Santander? Que es uno de los
hechos «más bochornosos y sangrientos de la historia colombiana», para citar a Laureano
Gómez quien califica esa acción de crueldad inútil y, además, de quebrantamiento de la
voluntad expresa del Libertador. Así consta en «El mito de Santander», serie de artículos
publicados inicialmente en El Siglo, de Bogotá, entre febrero y junio de 1940, y que ofrece
aspectos de coincidencia con la obra de González, así desde el punto de vista de apreciación
cronológico (esta última terminose de imprimir en la editorial capitalina ABC el 10 de abril
del mismo año) como por el modo franco, directo y contundente de exponer y analizar los
hechos históricos.

Sostiene nuestro autor que Santander no llegó a sospechar que las ciencias morales, la
psicología, la biología y la sociología, pudieran desnudarle alguna vez. En su tiempo era ya
posible que se reconstruyera un esqueleto con el hallazgo de un solo hueso; pero no las
figuras morales.

En este orden de ideas, era menester buscarle un sustituto al prócer granadino. Fernando
González lo encuentra en Antonio Nariño: «Meditad un poco, juventud universitaria
colombiana, en la figura de Antonio Nariño, que ahí encontraréis un padre de quien


27
Ibidem, op. cit., p. 179.

102
enorgulleceros»28. Nariño, concluye, es nuestro mejor ejemplar humano. Y aún superiores a
Santander son Camilo Torres y Policarpa Salavarrieta29.

Es preciso advertir, sin embargo, que hay inconsistencia en su juicio valorativo acerca
del general Nariño. Sólo una revaluación fundamental de su propio criterio puede servir
para explicar aquella afirmación de que es un padre del cual puede enorgullecerse la
juventud.

En Mi Simón Bolívar, en efecto, el Precursor de nuestra independencia había sido


descrito con palabras despectivas y reducido a un limitado campo de acción:

Para el gran Nariño no existía sino Bogotá, y en Bogotá su cuarto para comentar,
enredar y leer; fue una gran conciencia de café, una conciencia bogotana. Tradujo
un folleto que fue trascendental, pero se arrepintió de ello ante sus jueces, y
posteriormente enredó las cuentas de la Renta de Tabaco30.

Mas ahí no se detuvieron las acusaciones a Nariño. Seis años más tarde, en Los
negroides, es presentado como un enamorado del legalismo: discutiendo formas de
gobierno ante el apremio guerrero. Y se reiteran los calificativos peyorativos:
«revolucionario de traducciones y de cafés, conspirador del patio de la cocina…» 31 ;
«revolucionario que cuenta sus proyectos», «letrado, inofensivo»32.

¿Sería que al profundizar en el estudio de Santander descubrió las verdaderas facetas del
general Antonio Nariño (ciudadano instruido y generoso, luchador ardiente por la
independencia y la libertad, admirable capacidad de asimilación del infortunio, gobernante
abnegado y patriota), hasta decidirse a proponerlo a la juventud como modelo?

Tampoco podían escapar a sus diatribas los biógrafos José Manuel Restrepo y J. M.
Baraya, a quienes acusa de haber escrito bajo el dictado de Francisco de Paula Santander33.
Por eso los llama historiadores-pantallas34.

Obra densa, interesante por su alcance histórico, la manera de concebir a los héroes
nacionales y el análisis psicológico de la compleja personalidad del Hombre de las Leyes, a
quien consideraba más bien como un genio de la ley, es decir, capaz de cubrir con ésta
todos sus actos, por monstruosos que fueran.

28
Ibidem, op. cit., p. 124.
29
Ibidem, op. cit., p. 300.
30
Mi Simón Bolívar, op. cit., p. 151.
31
Los negroides, op. cit., p. 28.
32
Ibidem, op. cit., p. 131.
33
Santander, op. cit., pp. 233-236.
34
Ibidem, op. cit., p. 245.

103
Representa la culminación de un estudio biográfico que empezó a perfilarse al analizar a
Bolívar, diez años atrás, como el genio de la libertad. Con todo, es obra que no está exenta
de apasionamiento. Ni Santander es el primero de los colombianos, como algunos han
pretendido hacerlo creer, a pesar de haber dejado como ninguno grabada su impronta entre
sus compatriotas, particularmente en el gremio de abogados y en los políticos clientelistas;
ni resulta admisible concebirlo «tan grande para abajo como Bolívar para arriba», según
frase pasional de González35. La verdad histórica, que reclama también su justo medio, se
subordina mal a los criterios que irrumpen cargados de exageración o de subjetivismo.

Cabría una pregunta final: ¿cuáles motivos influyeron para que hubiese dejado
inconclusas las biografías de Bolívar y Santander?

¿A qué atribuir esa actitud? ¿Inconsistencia, capricho, circunstancias económicas —en


un hombre que vivió siempre modestamente—, o razones psicológicas en un ser
atormentado por las vivencias y el método introspectivo? Respecto del segundo volumen de
Mi Simón Bolívar, que se titularía «El Libertador», debió haber influido la frustrada
intención de recorrer previamente en mula «patifina y mecida» las llanuras del Orinoco y
lugares como San Mateo, Aragua, Mérida, Apure y Casanare. ¿Acaso estas experiencias no
eran las únicas que le hubieran permitido ser leal a su método, abandonar la imaginación
filosófica y no caer en el vicio solitario?

Si nos atenemos a su propia explicación, la conducta pasiva debiose a una «maliciosa ley
psicológica»36 consistente en que, como la muerte depende del ánimo, muchos autores,
apenas terminan su obra, mueren… No terminó, pues, esas biografías, porque quiso ponerle
una trampa a la muerte.

La frase de Gabriela Mistral, expresada después de haber leído su estudio sobre Lucas
Ochoa, el biógrafo de Bolívar: «Es muy lindo estar tan vivo, mi amigo», pudiera también
emplearse ante la decisión de no escribir la parte relacionada con el Bolívar de las
campañas libertadoras, ni con el Santander gobernante.

Al declinar sus emociones y transcurrida la oportunidad que representaba la


conmemoración centenaria de los años 1930 y 1940, Fernando González, quien en sus
biografiados buscaba sobre todo un estímulo para sentirse más vivo, para absorber más
energía, prefirió el encuentro con otros personajes y con nuevos temas de reflexión.


35
Ibidem, op. cit., p. 268.
36
Revista Antioquia, n.º 6, octubre de 1936, pp. 38-39.

104
8. ANTINOMIAS DEL CONSULADO

Esta bobada del consulado tenía que terminar así. No


ha habido un Ochoa que sirva para eso. El maestro
Bolívar, que era Ochoa, lo hizo mal en Londres,
cuando lo mandó la junta de Caracas… (F. G.)

El 20 de agosto de 1931, mediante decreto expedido por Enrique Olaya Herrera,


presidente de la República y refrendado por su ministro de Relaciones Exteriores, Roberto
Urdaneta Arbeláez, Fernando González es nombrado Cónsul General de Colombia en
Génova y con jurisdicción en todo el reino de Italia.

Un nombramiento de tal naturaleza, hecho en un hombre independiente, polémico y


apolítico, mal podía comprenderse sin la influencia intermediadora de un tercero. Su
suegro, el expresidente Carlos E. Restrepo, había mostrado especial interés en que tuviese
una experiencia intelectual en Europa. No resultó difícil el cumplimiento de dicho
propósito. Carlosé y Olaya Herrera conservaban amistad íntima, nacida desde los tiempos
en que conservadores y liberales decidieron formar la Unión Republicana, coalición política
que convirtió a aquél en presidente de los colombianos en 1910, tras memorable sesión de
la Asamblea Nacional. Amistad renovada con motivo de la campaña electoral de 1930,
cuando Olaya pasó a ser el primer presidente liberal de Colombia en el siglo XX; Carlosé
fue su ministro de Gobierno, primero, y luego embajador ante la Santa Sede.

Fernando González Ochoa, tras permanecer durante cuatro meses en Venezuela


dedicado al estudio de la personalidad de Juan Vicente Gómez, había regresado a Medellín.
Poco después, a principios de febrero, emprendió viaje a la península itálica con el fin de
asumir el cargo de cónsul que le había sido conferido por el gobierno de Olayita, pues así
solía llamar al presidente con gracia no exenta de sorna, como también Mono yanqui
porque daba en concesión petroleras, muelles, alcantarillados, acueductos… a los místeres,
críticas éstas que no dejó de hacer, ni siquiera mientras fue su agente consular en Europa.

Y como buen «envigadeño descalzo», el viaje lo hizo acompañado de su esposa y sus


cinco hijos, el menor de los cuales, Simón, apenas tenía tres meses de nacido.

El rey de Italia, Vittorio Emanuele III, suscribió en Roma el correspondiente exequatur,


autorizándolo para ejercer sus funciones, el 7 de marzo de 1932.

Para entonces Carlos E. Restrepo desempeñaba en Roma sus funciones diplomáticas.


Feliz circunstancia que será aprovechada, por supuesto, para visitarlo en la capital italiana,

105
o bien para el intercambio de una cálida correspondencia epistolar que surgirá espontánea
entre Roma y Génova.

A un hombre de la capacidad de pensar y sentir de Fernando González, la experiencia


del consulado tenía que servirle para asumir una relación vivencial y amorosa con la cultura
y el arte de Italia. Aunque infortunadamente breve —tan sólo de seis meses—, durante este
lapso se sintió embriagado por la belleza de ese país sorprendente, del cual afirmaba que
tiene la virtud de hacer que toda idea esté encarnada. De este modo, hasta «Dios tiene
figura humana».

Aquel que se consideraba «detective de la filosofía, de la teología y de la virtud», en


Italia disfrutaba con verdadera fruición de todo lo bello. En los museos se complace
observando los cuadros famosos, las pinturas del Renacimiento, las esculturas griegas y
romanas. Las descripciones contenidas en sus libretas revelan a un espíritu sensible,
apasionadamente dominado por el mensaje eterno del arte, por «el misticismo del ojo y del
tacto».

¡Sobre todo la escultura! Descubre que es el arte por excelencia, más elocuente y sutil
que la literatura. Al menor descuido de los vigilantes, en los museos su sentido del tacto se
rebela: necesita tocar. Desliza la palma de las manos sobre los pedazos de mármol, y es
como si hundiera los dedos en la carne juvenil y prognata… Pero admite con Roger Bacon
que no hay belleza perfecta sin cierta desarmonía en sus proporciones.

Las obras de arte de los griegos, de los romanos, de los renacentistas, van desfilando
ante su espíritu contemplativo como maestros que despiertan su emoción y lo incitan a
devenir: El Moisés, «esa cara de joven de treinta y ocho años, con esas barbas de setenta y
ese cuerpo de treinta…»; la Fuente Exedra, el gran patio de las Termas de Diocleciano, el
Apolo de Belvedere, la Cabeza de Euménide durmiente, el nacimiento de Afrodita y la
Venus Capitolina y la Venus de Cirene…

Al mismo tiempo, busca anhelante la beatitud: «… aquel estado en que jamás el día está
más bello que nuestra alma»…

Producto de su emoción estética y de apreciaciones acerca de Italia, es El Hermafrodita


dormido. El título proviene de la hermosa escultura griega de ese nombre que encontró en
el Museo Nacional de Roma y que consideraba el súmmum de la conquista en el arte:
reunir en la creación humana las bellezas de la mujer y del hombre; cualidad que explica
por qué «no es la sucia inversión, sino la unificación de las bellezas, Dios padre y Dios
madre».

106
Ciertamente la descripción del hermafrodita produjo páginas soberbias y vibrantes.
Respecto de ellas nuestro gran pintor muralista Pedro Nel Gómez se expresó así: «Son tal
vez lo más precioso que yo haya leído en Colombia en materia de estética y crítica de
arte»1. Y Tomás Carrasquilla le escribe diciéndole: «Acaso haya invocado usted los manes
de Miguel Ángel, y por eso le ha salido su creación muy del Renacimiento. Ya sospechaba
yo que era usted muy greco-latino, de una nerviosidad muy sutil, y que fluctuaba entre
Kempis y Epicuro. Usted sabe sentir la naturaleza y la belleza de la realidad; pero acaso
siente mejor el arte, especialmente el plástico»2.

El Hermafrodita dormido contiene también juicios sobre Mussolini, su dictadura y el


nacionalismo italiano. Admira la fuerza humana, la contención y la voluntad del jefe del
fascismo, pero critica sin eufemismos el poder que detenta y la manera como lo ejerce.
Considera que es un carnicero socialista que por leer a Nietzsche a la carrera no logró
entender su teoría del superhombre. Vislumbra que causará un cataclismo en Europa. Y
describe su gobierno de este modo objetivo, descarnado y profético:

En Italia, el Estado, o sea Mussolini, tiene en sus manos las riendas de la prensa,
el cinematógrafo y la radiofonía. Por medio de la organización del sistema
corporativo de las industrias, haciendo a las corporaciones órganos del partido, las
colocó bajo su control.

Un elemento que se le escapaba era el clero. Lo compró; le dio dinero; se


constituyó en su protector y ahora el Papa es su gran aliado.

¿Triunfará entonces? Tiene todo en sus manos, pero no tiene un fin noble y sus
métodos son envilecedores. ¿Qué se propone? No lo dice; se limita a repetir que la
grandeza de Italia. No triunfará, porque el alma humana no puede ser violentada;
ella no se mueve y crece sino por la instigación de la belleza.

Sólo hay una dictadura que triunfará: la que ejercen las almas grandes. Aun el
ser más perverso no crecerá un ápice por medio de la violencia. Azotando a un
esclavo, cada día será más esclavo. La virtud no se impone. Un pueblo debe preferir
el desaparecimiento a la tiranía. Por eso, la ley moral manda asesinar a los tiranos3.

El libro fue publicado en noviembre de 1933 por la Editorial Juventud, de Barcelona,


cuando su autor se encontraba domiciliado en Marsella. Debido a esta circunstancia, la
distribución del mismo se hizo primero en Europa, donde fue traducido al francés, al


1
En: Pedro Nel Gómez, Villegas Editores, segunda edición, Medellín, noviembre de 1986, capítulo «La
crítica de arte».
2
Carta del 16 de enero de 1934. En Otraparte.org.
3
El Hermafrodita dormido. Editorial Juventud, Barcelona, 1933, p. 100.

107
alemán y al inglés; a Colombia llegó posteriormente, una vez lograron superarse los
obstáculos que el gobierno nacional opuso a su circulación, presionado por la diplomacia
del fascismo italiano.

El origen de todos los inconvenientes vino a ser un hecho de común ocurrencia en las
dictaduras, pero que en Colombia tuvo amplia repercusión: la policía fascista, al penetrar en
el apartamento del cónsul situado en Vía Doménico Fiasella, 10-2, había descubierto
libretas de apuntes que se consideraron subversivas.

La consecuencia fue un cable del gobierno de Colombia, fechado el 12 de agosto de


1932, lacónico pero no menos explícito, en el cual se le informaba que ante el propósito del
gobierno fascista de cancelar el exequatur, había sido nombrado cónsul en Marsella.

Fernando González, sintiéndose desterrado como Ovidio, alcanzó a decir, casi a musitar:
«No tuve tiempo sino para los museos…»4.

Y refiriéndose al Duce: «Fue incapaz de comprender». (Más tarde, desde un cafecito del
Puerto Viejo, en Marsella, el 27 de marzo de 1934, escribiría con acento profético: «Es ley
que acabe crucificado, para que deje lección de belleza»5.

¡Qué lástima tener que abandonar tanta belleza artística! Y sobre todo a Roma. La
ciudad eterna en donde percibió como nunca la presencia de Dios. Porque el Creador se le
reveló en los parques, en el cielo, en las estatuas, en los maestros de la pintura y hasta en la
mujer única, de Marsella, a quien encontró en una calle pagana y le decía: «Yo soy
única…».

El Hermafrodita hubiese deseado repetir las mismas palabras de la mujer marsellesa,


pero ciertamente no fue la obra única de Fernando González concebida en Italia. Es preciso
mencionar que entre los meses de abril y mayo de 1932 escribió, además, los
«Pensamientos genoveses», publicados cuatro años después en la parte final del libro Los
negroides6. Confiesa allí que en Génova se ha sentido conmovido, más que nada, por un
enorme gato de ojos verdes… Es el mismo gato negro que en El Hermafrodita dormido se
asolea en Vía Malta, a la vuelta de su casa, y observándolo piensa: «¿No será posible llegar
a tener el alma tan bella como este gato los ojos?».

Es época en la que no quiere admitir sino la actividad egoísta que consiste en trabajar
sobre sí mismo. Con todo, no puede sustraerse al hecho protuberante de que en el país en

4
Ibidem, op. cit., pp. 185-187.
5
Cartas a Estanislao, op. cit., p. 77.
6
Los negroides. Editorial Atlántida, Medellín, 1936, pp. 151-179.

108
donde vive se está bajo un fascismo uniformador y restrictivo. Es natural que exprese su
preocupación: «Hay mucha gente, 42 millones, en Italia. Por eso no hay amistades, ni amor
familiar. Hay odio mutuo de competidores. ¡Y dicen que a nosotros nos hace falta
inmigración! Lo que falta es orden».

Se siente «abrasado en amor por esta maravilla que es existir»: ¡ser centro del universo!
Pero se lamenta de que la gente no sea consciente del hecho maravilloso de existir. Ahí está
latente el drama: «Vida es belleza y el hombre es inmundo».

De los genoveses opina que son comerciantes y nada más. Pero en tal grado, que superan
a los judíos… por «más sucios y jodidos». Hablan un dialecto arrastrado y el plato
preferido es «tripa», una especie de mondongo sin caldo, que huele a «matrimonio
descobijado»7.

Una conclusión acerca del lugar de nacimiento de Cristóbal Colón aparece en


«Pensamientos genoveses». Al respecto afirma que sus dudas desaparecieron. Fue genovés.
Ciertamente no podía ser sino genovés: el motivo que le indujo a la aventura de tres
carabelas fue «comerciar, comprar y vender; oro para comprar el cielo».

No quedando pues otra alternativa, a mediados de agosto de 1932 se vio obligado a salir
de la península itálica. Dos guardias fascistas lo dirigieron hasta la frontera con Francia,
acompañado siempre de Berenguela y de sus cinco hijos.

El destino de su recorrido es Marsella, mas se hace necesario disipar las preocupaciones


y de ahí su decisión de ir primero a París.

La ciudad le parece que «huele muy sabroso, como a libros nuevos», pero es
«quemadero de juventud». Muy de su agrado resultó la tumba de Napoleón, y en cambio le
disgustó bastante el Museo Rodin. «Rodin era una máquina de producir fealdades».
¿Incluyendo El Pensador? Responde que sí, porque: «Nadie piensa con esa actitud. Un
hombre con esa frente simiesca y esos músculos de terciador, puede boxear a lo sumo».

A Marsella llegó a principios del mes de septiembre, pero aquí en París, precisamente a
finales de este año de 1932, la Editorial «Le Livre Libre» publica Don Mirócletes, novela
psicológica cuyos personajes centrales son el abogado del mismo nombre, graduado en la
cárcel y alcohólico («Pequeño. Un metro con cincuenta. Grueso y sin cuello. La cara
pegada a los hombros», pero admirable por su vitalidad, imponencia y capacidad de
persuasión); un hijo suyo, Manuelito Fernández, hombre duro nacido con dientes y que

7
Carta desde Génova a Carlos E. Restrepo, entonces embajador en Roma, 20 de abril de 1932. (Archivo
Carlos E. Restrepo, Biblioteca Central de la Universidad de Antioquia).

109
mordió a su madre, seminarista durante doce años y heredero de Mirócletes únicamente en
sus debilidades, si bien lucha a base de métodos para desarrollar una gran personalidad; el
tío de éste, Epaminondas; y Abrahán Urquijo, un usurero que se confiesa y comulga, y cree
tener relaciones divinas.

Descrito cual alter ego del autor, Manuelito estaba dentro de Fernando González como
un monstruo dormido, y despertó en París, donde lo creó. Tan intensa fue la obsesión y el
tormento que le produjo, que procedió a rodearlo «de gente y de vida observada hace
tiempos»; y así, en escasos tres meses, nació esta obra de creación artística, cuya
dedicatoria tiene una leyenda evocadora: «A las ceibas de la plaza de Envigado».

En Marsella instalose en la casa número 63 de la avenida Bonneveine, de frente al


parque Borely y a poca distancia de la playa. Es casa de dos pisos, con balcón hacia atrás, y
en el primero están el salón del consulado, el comedor y la cocina. Pronto la ciudad lo
seduce y absorbe. Mar, calles, iglesias, cafés y muchachas.

Vivencias de un hombre de escasos treinta y ocho años, cuyo espíritu refleja una edad
muy superior.

Pero enferma de peritonitis. Es una dolencia grave, que le henchía el vientre y comprime
el corazón. Su angustia llegó a tal extremo, que gritaba a los médicos: «¡Quítenme esto tan
horrible, por Dios!; ¡pónganme morfina!»8. Fue operado en la Clínica Bouchard, pero no
lograba recuperarse. Entonces decidió internarse en el Hospital Saint Joseph, donde tuvo la
inmensa fortuna de ser atendido con unción y cariño por dos monjas de La Presentación,
colombianas, las hermanas Anselma y Dionisia de la Cruz, y, además, por un especialista.

Sólo así logró estar sano, en condiciones de seguir disfrutando de las cosas bellas de
Marsella.

«¡Por algo no permitió Dios que yo muriera en la clínica de Marsella!», exclama en


Cartas a Estanislao. Y la respuesta que insinúa es porque ahora considera posible viajar a
Oriente. Y de seguro caminar y atisbar por la Judea, de manera que pudiese regresar con su
libro ansiado: La vida de Jesucristo. En otros de sus textos dice que, meditando en su vida,
comprendemos que «se puede dejar de ser inmundo animal».

Y si 1933 se convierte en el año de El Hermafrodita dormido, el siguiente verá nacer a


Mi Compadre y producirá las vivencias que dieron origen a Salomé.


8
Cartas a Estanislao, op. cit., p. 30.

110
Tras dedicarse con intensidad durante dos meses y medio a ordenar sus apuntes
redactados en Venezuela para dejar listo Mi Compadre —obra terminada de escribir el 13
de marzo de 1934 y editada el mes siguiente—, emprende la elaboración de una novela
psicológica acerca de la influencia de la primavera. Influencia que se manifiesta en una gata
blanca (Salomé), bella virgen juguetona, y en un gato negro anhelante (Rousseau); pero que
incluye también —¡oh fatalidad primaveral!— a las señoritas Tony, Baby y Taylor, y no
puede dejar de reflejarse, por supuesto, en sus reacciones de hombre tentado. Escrita en
forma de «diario», algunos capítulos de aquella novela fueron publicados en la revista
Antioquia con el nombre de «La Primavera»9. Ya como libro, bajo el título Salomé, la
edición corresponde a 1984, año en el que con ocasión del vigésimo aniversario de su
fallecimiento los herederos autorizaron la reproducción completa de las libretas dejadas por
Fernando González10. Incitado por la frase con que Jenofonte describe el comportamiento
filosófico de Sócrates: «Nadie amaba tanto las cosas bellas y nadie se alejaba de ellas más
fácilmente», quería hacer suyas estas palabras en la primavera de 1934, ardiente y llena de
vitalidad y de belleza. Penetra, pues, en la estación maravillosa del amor con el propósito
de reflejar en temas tan naturales y vivos la conciencia de la música cósmica. Cada tema
como una estrofa musical. «El secreto del estilo literario, y también de las otras artes, está
en la música».

Pero conviene precisar que al mismo tiempo que lo invade el pensamiento de la belleza,
está atormentado por un suceso personal: pronto será reemplazado en el consulado11. ¿Cuál
es el motivo? La publicación de El Hermafrodita dormido, libro que seguía rondando en las
altas esferas del gobierno colombiano, convirtiéndose en causa de un nuevo problema
diplomático. El fascismo no admitía críticas y en su país de origen hacían eco a las
acusaciones del gobierno italiano. Consecuencia inevitable: prescindir de sus servicios12.


9
Antioquia, números 11, 12 y 13, correspondientes a los meses de septiembre, octubre y noviembre de 1939.
10
Salomé. Colección Autores Antioqueños, volumen 3, Medellín, diciembre de 1984.
11
Por Efraín del Valle Recuero, a quien dejó el mobiliario, al fiado, y «no pagó». (Cartas a Estanislao, op.
cit., p. 84).
12
En Cartas a Estanislao atribuye lo sucedido a una acusación de Eduardo Santos, originada en exigencia de
Mussolini, «de quien los Santos fueron espías en Europa, hasta 1935» (lb., p. 69). El doctor Santos era por la
época del problema uno de los más influyentes políticos del país, director-propietario del periódico El
Tiempo, de Bogotá, y amigo personal del presidente Olaya. Desde principios de 1930, cuando en casa de
Carlos E. Restrepo fueron relacionados, se evidenció que Eduardo Santos y Fernando González no se
entenderían. El Tiempo le criticó las ideas expuestas sobre Santander en Mi Simón Bolívar y también el
propósito de escribir una biografía de Juan Vicente Gómez, acusándolo de haberse declarado «Gomezolano»,
ante lo cual Fernando González reaccionó con vehemencia. Remitió entonces, con fecha 27 de febrero de
1931, una carta a Eduardo Santos en la que le decía: «Al ver su bigotico, intuí que usted me calumniaría; que
siempre han sido pelo y lana motivo de intuiciones…». (Publicada en Cartas a Estanislao, op. cit., p. 24).
Empero, una carta dirigida por Santos a Carlos E. Restrepo sirvió para aclarar el incidente diplomático.
Fernando reconoció su error y la nobleza de aquél y en carta a su suegro, de fecha 31 de agosto de 1932, le
confesó: «Cuánto daría yo ahora por no haber escrito aquello» (Correspondencia, Fernando González - Carlos
E. Restrepo, Editorial Universidad de Antioquia, Medellín, 1995, p. 68). Después ambos se cruzaron cartas

111
Salomé es, pues, novela donde se reflejan vivencias, sentimientos y amarguras. Escrita al
ritmo de sus emociones, entregando pedazos de alma. Y semilla de donde brotó —según
él— El remordimiento, un ensayo de teología moral que dedicó a dos amigos franceses:
Auguste Bréal y Alban Roubaud.

A mediados de abril de 1934, Fernando González hizo entrega del consulado. Las cartas
de la época reflejan su estado de ánimo. Está triste y frustrado, pues además ha quedado
hundido para siempre el proyecto de viajar a Oriente, con el que había soñado de este
modo:

Me detendré en Belén, en Nazareth, en el Lago, en el Jordán y en la Ciudad


deicida. También iré a Grecia, Egipto y la India. Por allá están los orígenes:
13
religiones, artes y ciencias. ¡El origen de la filosofía!

Por eso dudó de la conveniencia de retornar a su patria. «Por allá no humea», le decía a
Carlosé. Indignado por las pequeñeces que tenía que soportar, llegó hasta dirigir una carta
al general Juan Vicente Gómez, en la cual solicitaba que le fuese concedida la nacionalidad
venezolana ad honorem, o sea, sin perder la colombiana; y alguna posición en Europa, pues
deseaba trabajar con los venezolanos, «cuyo carácter es más propicio para el mío»14. De no
ser atendida su petición, probaría suerte en Caracas, o bien en Barcelona, ciudad esta última
en donde habían sido editados sus libros más recientes: El Hermafrodita dormido y Mi
Compadre.

Finalmente, empero, tomó la decisión de regresar con su familia a Colombia.

El 27 de junio abordó el buque «Cordillera» de la Hamburg American Line. Un mes


después, Envigado lo recibía de nuevo. Pues claro, si en Colombia está Envigado y ahí…
en la finca de Pacho Pareja, hace cincuenta y dos mil años, ¡Jehová hizo a Eva de catorce
años y medio!15


muy cordiales. Una de Eduardo Santos para Fernando González, remitida de París a Marsella, 1933, empieza
así: «Mi querido amigo», y expresa «un millón de gracias por sus cartas tan cordiales, tan generosas y tan
agradables»; en ella se despide con «un abrazo de su admirador y amigo». Después dice no estar
acostumbrado «a esa inaudita franqueza suya»; no obstante, le hace saber su «admiración y entusiasmo». En
otro aparte le manifiesta: «Con razón me decía Miomandre que Ud. es uno de los espíritus más libres que él
ha conocido y yo, como buen liberal, a veces resulto bastante conservador. En cambio admiro su prosa sin
reservas». (En Otraparte.org , sección Fernando González - Vida, artículos sobre su vida y obra).
13
Salomé, op. cit., p. 45.
14
Carta a Carlos E. Restrepo, 4 de mayo de 1934. (Archivo Carlos E. Restrepo, Biblioteca Central de la
Universidad de Antioquia).
15
La singular historia acerca del nacimiento de Eva puede leerse en Cartas a Estanislao, op. cit., pp. 111-112.

112
Del retorno a su tierra natal escribiría más tarde: «Vi a Grecia y vi a Florencia y me
volví para Envigado, […] la patria de los grandes agonizantes». Y también: «Estoy bien en
Envigado. […] Mejor que en París o en Roma, que tanto me agradaron».

Cerca de aquel paraíso hay una agradable mansión cuyo propietario es don Eugenio
Jaramillo, padre del destacado médico Ramón Jaramillo Gutiérrez. Allí se instala,
convertido en el arrendatario de Villa Bucarest. Y, casi de inmediato, quedan superadas las
angustias producidas por el consulado…

Durante seis años, hasta 1940, Villa Bucarest será su residencia habitual. Hoy en día, por
la carretera procedente de Medellín, corresponde a una edificación situada en la margen
izquierda de la entrada que conduce a la plaza principal; propiedad de por medio, está la
casa donde nació otro envigadeño ilustre: el médico, historiador y filántropo Manuel Uribe
Ángel. La zona es propicia para reminiscencias:

Dos cuadras más arriba estaba «el café de don Jorge» (Georgia), donde Fernando
González solía ir casi diariamente, en sus últimos años, a paladear un aromático café negro
(«tinto») y conversar con algún amigo. Diagonal a Georgia, surge atractiva Casablanca, la
residencia de la pintora Débora Arango16. Y hacia abajo…, a unos cuatrocientos metros,
sobre la otra margen de la carretera…, la casa campestre que habitó a partir de 1940.
Aquella que construyó en un terreno adquirido en la sucesión de un inmigrante ario y que,
por este motivo, llamó primero La Huerta del Alemán; después, en los meses de profunda
angustia causada por la muerte de su hijo médico, La Colmena de Ramiro; y que tras volver
a ser conocida como La Huerta del Alemán, bautizara en definitiva con el sonoro y
elocuente nombre de OTRAPARTE.

(Envigado y Villa Bucarest. Envigado y La Huerta del Alemán. Envigado y Otraparte.


Una misma ciudad y dos vivencias. Cada una de éstas con sabor campestre: zona verde
adyacente, algunos animales domésticos, y árboles propicios para meditar bajo su amable
follaje. Cuán significativa resulta, por tanto, esta confesión que en 1959 plasmó en el Libro
de los viajes como si se tratara de resumir el acogedor entorno que desde 1934, a su regreso


16
Débora Arango, un día de agosto de 1944, solicitó a Fernando González una recomendación personal. Con
su peculiar estilo, pleno de agudeza y sinceridad, escribió: «El suscrito, Fernando González, dice que conoce
a la señorita Débora Arango, artista pintora, desde niña, y certifica: que la considera como el artista pintor
más original de Colombia, junto con el maestro Pedro Nel Gómez. Tiene originalidad y poderío en el manejo
de los colores y genial atrevimiento en la temática. Que si se quiere incitar el aparecimiento de la personalidad
americana en el arte, se debe estimular a los que se parezcan a esta artista». Débora Arango, fallecida el 4 de
diciembre de 2005 a la edad de 98 años, fue objeto de homenaje de la Nación colombiana mediante la ley
1248 de 2008. La casa en la que vivió, en Envigado, fue declarada bien de interés cultural de la Nación con el
nombre de Casa Museo Débora Arango Pérez, debiendo las entidades públicas encargadas de proteger el
patrimonio cultural concurrir para su organización, protección y conservación arquitectónica e institucional.

113
del primer viaje a Europa, había representado su más fuerte incitación para el trabajo de la
inteligencia y la superación del espíritu:

Los alígeros, la ninfa, el sátiro, los gnomos, todo ese universo de los ritmos
movidos… es en Envigado, lugar predestinado para grande epifanía. Vi a Grecia y
vi a Florencia y me volví para Envigado, a La Huerta del Alemán, que ahora se
17
llama Otraparte .

Su actividad intelectual en Villa Bucarest se tornó de singular intensidad. Allí produjo


cuatro nuevos libros y una admirable revista: El remordimiento y Cartas a Estanislao, en
1935; Los negroides en 1936 y también, a partir de este año, la revista Antioquia;
finalmente, a principios de 1940, Santander.

La primera tarea consistió en poner en orden sus experiencias de Marsella, en donde la


carne prepotente de mademoiselle Tony —la institutriz de sus hijos— habíale inspirado El
remordimiento.

Al mismo tiempo, entre agosto de 1934 y mayo de 1935, dirigió una serie de epístolas a
su entrañable amigo, domiciliado en Bogotá, Estanislao Zuleta Ferrer, las cuales
constituyen el fundamento e inspiración del libro Cartas a Estanislao.

El remordimiento y Cartas a Estanislao fueron publicados por la Editorial Arturo


Zapata, de Manizales, gracias a la colaboración de su hermano Alfonso. El primero en el
mes de mayo, y el segundo en septiembre, tres meses después de la muerte trágica de
Estanislao Zuleta en el campo de aviación de Medellín.

Para Fernando fue una punzada en el corazón la muerte de su mejor amigo de entonces,
pero se consoló diciendo que «una existencia breve y repleta como la suya no necesita del
otoño de la existencia».

(¡Hasta siempre, Estanislao! Juventud filósofa, ardorosa y anhelante. Ese 24 de junio de


1935, en el choque de aviones en el que pereció Carlos Gardel, se apagó tu fuerza viril,
noble y prometedora. Dejaste un hijo que recuerda y prolonga tu nombre, y es heredero
afortunado de tu vocación de pensador.

Fernando González intuyó aquella vocación tan tuya, en la frescura de la mañana


envigadeña: «Nadie con tu capacidad de impertinencia y tu limpieza estética». Sólo hay
uno que ES; también para el filósofo, sus designios son inescrutables. Tu maestro y amigo
tenía razón: «Todo es filosofía. Ella, en resumen, es Dios»).

17
Libro de los viajes o de las presencias, op. cit., p. 28.

114
Aquel hijo heredero es Estanislao Zuleta Velásquez. Después de cursar sus primeros
cuatro años de bachillerato, y de tan solo dieciséis años de edad, empezó a convertirse en
uno de los más relevantes autodidactas de Colombia. Fue lector incansable de las obras de
Thomas Mann, Dostoievski, Freud, Nietzsche, Marx, Poe, Kafka, Hesse, Hegel, Heidegger,
Tolstoi, Sartre, Kierkegaard, Camus, ya en solitario —con el apoyo de su madre, Margarita
Velásquez Molina, quien siempre proveyó a sus necesidades económicas— o bien en
intensos grupos de estudio. Convertido después en profesor universitario —en Medellín,
Bogotá y sobre todo en Cali—, fue investigador, notable conferenciante y agudo, elegante
escritor. En 1980 la Universidad del Valle le otorgó el título de Doctor Honoris Causa,
reconocimiento académico al que respondió con un discurso titulado Elogio de la
dificultad. Nacido en Medellín, pocos meses antes de la trágica desaparición de su padre,
murió en Cali «en hora indefinida de la noche que va del 16 al 17 de febrero de 1990», a la
edad de 55 años. Consideró siempre que lo más importante de su vida era el pensamiento:
«Lo que importa es el pensamiento mismo, su diferenciación y su articulación, su mutación
y continuidad»18. Este autor sintetiza de este modo las características humanas de su
biografiado: «Un hombre asmático, insomne, bebedor, fumador, lúcido, inteligente,
revelador, encantador, algo así como un conjuratus fáustico»19.

Este Estanislao de triple generación —Estanislao él, Estanislao su padre, Estanislao su


abuelo— hizo radicar la tragedia educativa del país en un método inadecuado: enseñar sin
filosofía, por lo cual los alumnos no están en condiciones de ejercer la capacidad de pensar,
de defender sus tesis y creencias mediante el razonamiento lógico y teniendo en cuenta las
razones de los demás. En su libro Educación y Democracia explica la estrecha relación
existente entre educación y filosofía y exhorta al cumplimiento de este ideal: promover la
educación filosófica, de manera que la enseñanza sea dada como pensamiento, pasión por
la investigación y el sentido de las cosas y no como conjunto de información. El
aprendizaje, insiste, estará entonces motivado por el deseo de saber algo que se nos ha
hecho necesario, inquietante, interesante, o por la solución de una incógnita que nos
conmueve, mas no, como sucede en nuestra educación tradicional, por la nota, la
promoción, la competencia, el miedo de perder el año y ser regañado o penado. Apta para
que el hombre pueda pensar por sí mismo, se convierte en la forma por excelencia de
búsqueda de ampliación de la democracia dentro del sistema educativo.


18
VALLEJO MORILLO, Jorge. La rebelión de un burgués - Estanislao Zuleta, su vida. Norma, Bogotá,
2006, p. 266.
19
Ibidem, p. 222.

115
A su niñez y adolescencia estuvo cariñosamente vinculado Fernando González.
«González le daría al muchacho la lección definitiva para viajar a pie por sus propios
laberintos y recovecos»20.

***

Con agudo sentido crítico, en Cartas a Estanislao expone aspectos de la realidad


nacional: el comportamiento santanderista de la clase dirigente, el vicio solitario de la
oratoria, el raquitismo de las nuevas generaciones: «púberes con barbas canosas», el estilo
«pajoso» utilizado por los periódicos, la costumbre colombiana que consiste en «conversar
de nombramientos», la capacidad de opinar y la incapacidad de convencer, la necesidad de
tener un pueblo sano y acabar con paludismo, uncinaria y ese vicio solitario que es descarga
nerviosa excitada por la imaginación y no por la realidad. Así como la esperanza en un
nacionalismo que muestre la fealdad humana de Colombia y discipline a la juventud.

Las cartas están dirigidas a amigos cercanos a su corazón («entiendo por amigos
aquéllos con quienes no tenemos negocios sino secretos»): Carlosé, don Benjamín,
Alejandro López, Aquileo Calle, Auguste Bréal, sus hermanos Alfonso y Alberto y, por
supuesto, Estanislao. En ellas hace desfilar a Bolívar, Santander, Juan Vicente Gómez,
Mussolini, y a políticos colombianos de la época: Olaya Herrera («Olayita»), Alfonso
López, Eduardo Santos, Laureano Gómez… Pero es sorprendente la manera como destaca a
Marañas, a quien llama «filósofo antioqueño» y menciona en cinco oportunidades21.

En medio de todo, filosofa, oscilando entre la hondura conceptual, el humor y las


palabras crudas; con estas últimas denota su profundo desprecio por ciertas ideas o
determinadas actitudes. En el fondo surge el polemista, provisto de un estilo descarnado
que apenas puede compararse con el que exhibe en algunos capítulos de la revista
Antioquia y Los negroides.

El polemista es una constante en Fernando González, que aparece en toda su obra como
meteoro deslumbrante. Sin esta capacidad de polemizar sería otro, sin duda más «pulido»,

20
Ibidem, p. 55.
21
Este Marañas, cuyo verdadero nombre era Nemesio Mejía, nació en Itagüí, población limítrofe con
Envigado, en 1872. Fue un personaje del pueblo llano que vestía ropa ancha y usaba invariablemente ruana,
sombrero de fieltro rojo y una mochila donde guardaba herraduras oxidadas y baratijas que ofrecía en venta a
los transeúntes; su tartamudez no le impidió expresarse en frases sentenciosas, plenas de humor y que además
matizaba con una risa tan espontánea como contagiosa. Sus peculiares condiciones de vida, ciertas
habilidades para el cálculo y la original manera de interpretar los acontecimientos cotidianos hicieron que
Fernando González lo llamará filósofo y lo tuviese por colega. Como dato curioso, Marañas es el único
colombiano que figura en el Salón de la Fama del Museo de las Empresas Públicas de Medellín, Pabellón de
Energía. ¿Por qué? Porque en la noche del 7 de julio de 1898, una vez encendidas en la Plaza Mayor (hoy
Parque de Berrío) las primeras 100 bombillas de arco, exclamó: «¡Ahora sí te jodiste luna, a alumbrar a los
pueblos!».

116
más «elegante» o especial para «señoritas distinguidas», pero nada radical y sincero.
Cultura es autoexpresión, según sus palabras. Con su estilo manifiesta su individualidad,
sin adornos ni tapujos. Es también cuestión de temperamento. El Ochoa chispeante. El niño
grosero convertido en filósofo irreverente.

En Cartas a Estanislao sobresale esa irreverencia espontánea, picaresca, densa y sutil.


Se expresa ella en pensamientos que requieren ser leídos en su contexto, pues de lo
contrario pueden resultar más difíciles de entender que su metafísica. Es esto lo que suele
ocurrir con algunos críticos, incapaces de percibir nada distinto a grosería o insultos
personales.

Con todo, es bueno citar al desgaire algunos ejemplos, porque esta faceta del escritor y
pensador es la que ha reunido en torno suyo a un mayor número de adversarios y
admiradores:

Olaya es mono yanqui, y mono inglés es López.

Nuestro orador tiene la cuerda desenfrenada y habla y habla como si estuviera


roto.

¿De Laureano Gómez…? Ese es el representativo de los colombianos; así son y


fueron, menos Marañas y yo. De Laureano te diré en otra carta, apenas compre un
condón.

¿Cómo mueren los colombianos? Confesados. Le entregan al cura unos cien


pesos, en calidad de restitución de millones robados, y el cura dice a las señoras de
la casa: «No se les de nada, mis señoras, que murió con todos los sacramentos».

La historia ha sido escrita e impuesta por Santanderes y Arrublas. La única


salvación está en volver al Libertador.

Verdaderamente esta tierra es fértil en bobos; produce un bobo cada cuatro años.

El purgatorio, inventado por San Agustín para arreglar las finanzas de la


Iglesia…

Realista no he conocido sino al doctor Rendón, que tenía este lema: RES NON
VERBA, y RES eran unos pelos quemados, disueltos en agua, que curaban las
enfermedades imaginativas.

Los poetas bogotanos son a causa del anquilostoma y el alcohol.

117
Libardo lee un libro y no lo orina; tiene uremia de lo que lee. Es enfermedad
bogotana.

Además de irreverente, el libro no puede dejar de ser autobiográfico. Por eso resulta
también analítico y sugestivo. Ahí está el Fernando González que combina con maestría el
amor y el insulto. «No sabemos amar —decía— sino insultando»… La irreverencia obra
como látigo para castigar fariseos y despreciar la mentira o el engaño; y en ocasiones es
fruto maduro que, a modo de idea madre, surge para dar explicación a un fenómeno o
mostrar la verdad desnuda.

Conviene acudir, por lo demás, a su explicación acerca del vocabulario empleado y el


modo de manifestar su pensamiento:

… quiero tener la inocencia de la vida griega y que en Colombia me llamen


impuro. Prefiero ser hijo de la vida, palpitante, armonioso, y no un santo de palo,
22
como esos suramericanos hijos del pecado y de la miseria .

Es la manera que encuentra para ser sincero, o sea no mentir y autoexpresarse. Y


manifestar así las exigencias de su espíritu. Incluso para gastar la energía. Por eso el
aparente vaivén entre contrarios, tiene esta explicación posible y admisible:

… cuando sentí en verdad que alguien era perverso dije: hijo de puta, y cuando
vi santidades balbucié poemas infantiles…23

Sí, gustaba decir las cosas serias con «alas de paloma», y fustigaba muchas de las
actitudes de esa «gente de azar en sus nacimientos, fortunas y estudios», de manera
despiadada. El patriotismo —afirmaba en 1936 en la revista Antioquia— es lo que nos
obliga a tratar duramente a estos señores. Y agregaba que para hablar bien de ellos, para
apreciarlos, hay que tener «muy ancha la conciencia». Consideraba, además, que su
posición insular se debía a que Colombia es «un país inocentón».

Ciertamente la vida pasional de Fernando González fue intensa y prolongada. Cuando


inducido por Zaqueo y su hijo Ramiro logró superarla para vivir dialécticamente otros
«mundos» (el mental y el espiritual), ofreció nuevas explicaciones acerca de su vocabulario
escatológico. Advirtió que no era a los individuos a quienes insultaba, sino a su propio
concepto pasional, nacido de su convivencia con ellos. No es cierto, por tanto, que hubiese


22
Carta a su hermano Alfonso. Fechada en Envigado el 18 de marzo de 1936 y publicada en El
remordimiento, op. cit., p. VIII (cursiva del texto).
23
En la presentación del segundo volumen de Mi Simón Bolívar, por Lucas Ochoa (Medellín, 31 de mayo de
1931, texto inédito).

118
sido impulsado por un sentimiento de odio, pues la verdad es que «ME INSULTO A MÍ MISMO
24
EN LOS PRÓJIMOS» .

¿Será necesario asumir una tarea adicional y presentar la visión resumida de esa
polémica faceta del pensamiento de Fernando González? Si así fuese, un símil podría servir
de apoyo al esfuerzo de síntesis. Se atribuye a Óscar Wilde el haber dicho, refiriéndose a
Rudyard Kipling, que su obra está iluminada por «espléndidos destellos de vulgaridad».
Pues dicha frase es quizá la que mejor puede servir para calificar la obra de Fernando
González.

Esos «destellos de vulgaridad», tan inherentes a su modo de ser, le sirvieron


fundamentalmente para forjar un estilo literario inconfundible. Enemigo de la retórica, de la
hojarasca, de los refinamientos artificiales, detestaba la prosa muy bien escrita, prefiriendo
en cambio la expresión de sus ideas de manera espontánea, vivencial, concisa, con
originalidad y ritmo, es decir, con «el vestido y la música» del universo propio de cada
fenómeno.

Mezclados la belleza literaria, la virulencia del polemista, el humor que matiza la rudeza
de ciertas expresiones y hace sonreír, y la búsqueda de un mensaje renovador, osciló entre
el ensayo, la novela biográfica y la biografía novelada. Cuando las ideas filosóficas, que
nunca dejaron de estar entreveradas en sus escritos, adquirieron mayor vuelo y consistencia,
pensamiento y estilo decidieron acabar con las novelas y evolucionar hacia LA NOVELA o
representación íntima del bien y el mal. (Metafísica y metafísico en la terminología
tradicional. Los viajes y el viajero en el lenguaje del pensador colombiano).

Villa Bucarest se convirtió, pues, en escenario de buena parte de la labor intelectual de


Fernando González en aquella década excepcional de los años treinta. Allí escribió, como
se deja expresado, las Cartas a Estanislao, El remordimiento, Los negroides, la revista
Antioquia (números 1 al 13) y, por último, Santander.

Además de servir de sede a aquel fecundo trabajo de publicista, Villa Bucarest merece
ser recordada por haber albergado a un ilustre exiliado ecuatoriano que ejerció por primera
vez la presidencia de su país durante once meses (del 1.º de septiembre de 1934 al 20 de
agosto de 1935): José María Velasco Ibarra.

Precisamente en el año de 1936, la Editorial Atlántida de Medellín publicó, de Fernando


González, Los negroides, y de Velasco Ibarra, Conciencia o barbarie. En este libro el ex
presidente, al relatar emocionado su actividad en nuestra tierra, escribió:


24
Libro de los viajes o de las presencias, op. cit., pp. 152-153 (mayúsculas del texto).

119
Llegué a Colombia con mis anhelos morales desplomados. […] El pueblo de
Sevilla me telegrafió a Bogotá y me recordó que la vida era amplia e inagotable el
servicio. Que los jóvenes del colegio de la ciudad querían que yo fuese el rector.
Que sembrar ideas vale más, a veces, que administrar países25.

Firmado por su autor en Sevilla, el 16 de abril de 1936, Conciencia o barbarie está


dedicado a esa ciudad por el singular motivo de haberle recibido como a un hijo predilecto;
dedicatoria que se hace extensiva a los esposos Dr. Ramón Jaramillo y Gylma Saldarriaga,
quienes con Fernando González y doña Margarita Restrepo mitigaron los días amargos del
político desterrado, cuando de aquel municipio vallecaucano resolvió trasladarse a
Medellín.

Durante algunos meses, Velasco Ibarra regentó en la Universidad de Antioquia las


cátedras de filosofía e historia…, y en Villa Bucarest enseñó historia y ortografía, teniendo
como únicos alumnos a Fernando y a Simón, los hijos menores del maestro Fernando
González, quienes no podían ser más afortunados, por esta circunstancia y otra adicional:
disfrutaban también de lecciones de piano. La profesora: nadie menos que Corina Parral, la
esposa del distinguido visitante. Fue como asistir a un concierto a cuatro manos, de primera
categoría y absolutamente exclusivo26.

Como fruto de esa noble amistad, Velasco Ibarra y Fernando González se definieron
mutuamente, según frases que merecen destacarse. El primero llamó al segundo «el más
original y penetrante de los sociólogos suramericanos»27, y éste, en Los negroides, dijo que
aquél era «el primer gobernante discípulo del Libertador».

Velasco Ibarra, que había estudiado derecho en Quito y en París, tenía por entonces
cuarenta y tres años de edad. Alto, delgado y de anteojos —como nuestro López
Michelsen—, talante de intelectual, político de pura sangre y orador fogoso y convincente,
al año siguiente salió de Colombia con un propósito definido: la reconquista del poder en su
país. Decía que para ello le sería suficiente disponer de «un balcón en cada plaza». Después
de un primer intento fallido, el objetivo lo cumplió con creces: el pueblo lo eligió
presidente de Ecuador en cuatro ocasiones más (1944, 1952, 1960 y 1968); pero los
militares lo derrocaron por tres veces, de modo que tan sólo pudo finalizar el período
constitucional 1952-1956. En los intervalos conoció de nuevo el exilio, que cumplió
preferentemente en Argentina, dedicándose a la docencia universitaria y a la tarea de
escritor.


25
Conciencia o barbarie, op. cit., p. 217.
26
Velasco Ibarra, tras divorciarse de la ecuatoriana Esther Silva Burbano, contrajo segundas nupcias con la
pianista argentina Corina Parral Durán, en quien encontró su verdadero complemento.
27
Conciencia o barbarie, op. cit., p. 157.

120
Angustiado ante la muerte de su esposa, ocurrida en accidente de tránsito en Buenos
Aires, y anciano ya, regresó a Ecuador a cumplir un deseo de mente y corazón: el de
«meditar y morir» en la tierra que fue su campo de batalla, escenario de los triunfos más
emocionantes y de los más crueles sinsabores. Fue así como falleció en Quito, el 30 de
marzo de 1979, a la edad de 86 años, habiendo sido expresa la negativa de «El profeta» —
como lo llamaba el pueblo raso— a recibir honores militares.

121
9. LA MUJER Y LA SUPERACIÓN DEL ESPÍRITU

Son ellas [las mujeres] las que me han dejado grávido


de ideas y de amor a Dios. (F. G.)

Todo nace de la mujer, hasta el ascetismo. (F. G.)

Fue en Marsella, durante el otoño de 1933, cuando tuvo su período de gestación ese libro
«cristiano, muy tentado», al que Fernando González llamara El remordimiento (Problemas
de Teología Moral), dedicado formalmente a sus amigos franceses Auguste Bréal y Alban
Roubaud, pero cuyo mensaje está dirigido a la juventud. A la juventud guerrera.

Atraída por un anuncio publicado en El Pequeño Marsellés, en el que se solicitaba el


servicio de una institutriz, llegó a la casa del señor cónsul de la Colombie una muchacha de
19 años, alsaciana, rubia, fornida, baja estatura, ojos verdes, belleza natural e insinuante.

Era mademoiselle Tony, quien pronto invadió la sinergia orgánica y el espacio mental
del cónsul, con actos, es decir, sin necesidad de palabras. Al principio la muchacha se
ruborizaba ante la presencia de aquel a quien llamaba monsieur Gonzalés, y procuraba
apartarse de su lado. Éste, por su parte, aunque trataba de no mirarla, percibía toda la
energía de esa juventud poderosa.

Un día ella le escribió un papelito con las iniciales J.V.A. (Je vous aime). Él se sintió
invadido por un intenso sentimiento de satisfacción y vitalidad; no obstante, su decisión fue
la de ir a la iglesia de la calle Paraíso, arrodillarse y decirle al Espíritu: «Vengo a ofrecerte
este papelito…; en cambio, dame conocimiento…»1.

Ante nuevas oportunidades amorosas, respondía como un guerrero. En medio de una


extraña mezcla de alegría y dolor, luchó hasta sublimar el grito de la carne; hasta ser capaz
de decidirse a dar consejos espirituales a la muchacha, el día en el que fueron juntos a un
hotel de París. Empero, los instintos vencidos lo atormentaron con tal fuerza que al escribir
sus experiencias para ofrecerlas como enseñanza a la juventud, un año después, el
sentimiento de frustración y tristeza aún permanecía latente: «Tengo un remordimiento de
no haberme acostado con Tony, que me está matando, aquí, en Envigado, en donde mi
carne cuarentona resurge»2.


1
El remordimiento (Problemas de Teología Moral), Editorial Arturo Zapata, Manizales, 1935, p. 36 (cursivas
del texto).
2
Ibidem, op. cit., pp. 51-52 (cursivas del texto).

122
Guiado por este lema: padezco, pero medito, refiere con admirable veracidad sus
relaciones con Tony y explica todo el proceso que siguen los fenómenos morales. De modo
que la tentación, la lucha interior, el pecado, el arrepentimiento, la confesión, el propósito
de enmienda, se convirtieron en materia vivencial e introspectiva, narrada paso a paso para
abrir el camino a principios fundamentales del comportamiento humano.

Establece como postulado el derecho que tenemos de cumplir los instintos. Sólo así
podremos llegar a odiarnos en virtud del remordimiento y llegar a ser otros por medio del
arrepentimiento. Tal es el proceso de la Teología Moral, entendida como el estudio de Dios
en cuanto se relaciona con el hombre.

Define de este modo el remordimiento: «Es la intranquilidad que precede, acompaña o


sigue a una acción». Al remordimiento que precede al acto lo llamamos tentación; el
concomitante es el cruel tormento de las acciones humanas; y el subsiguiente se manifiesta
cuando, ejecutada la acción, el instinto opositor se queja amargamente, como víctima.

El hombre es ser moral. Oscila como péndulo entre el bien y el mal, atormentado por el
remordimiento. No puede aprobarse ni vivir tranquilo. Menos aún cuando ascienda en
conciencia. «Los santos se tienen horror a sí mismos».

Tras la lucha interna, hay una tendencia vencida y otra vencedora. Si el instinto vencido
es el más fuerte y arraigado, habrá remordimiento. Creándonos ideales, podemos llegar a
sentir remordimiento por nuestra vida pasada, de la cual nos enorgullecíamos; esto significa
que el que se avergüenza de su pasado, está por encima de él.

De ahí deduce que el papel biológico del remordimiento es perfeccionar al ser humano.
Ello por cuanto obra como mecanismo que nos hace mejores, nos va perfeccionando, nos
demuestra que somos futuros diosecitos.

Por esa vía llegará el momento en el que el hombre podrá cumplir su suprema
aspiración, que es la beatitud: estado de conciencia no sujeto al tiempo ni al espacio.

El remordimiento, como queda dicho, está entregado a la juventud para incitarla al


sacrificio, a dominarse a sí misma, a apoderarse del futuro. Por eso afirma su autor:

«Mis discípulos son los que renuncian cada día a lo que más les gusta, porque no
les satisface. Quieren poseer a Dios»3.


3
Ibidem, op. cit., pp. 53.

123
¿Ha hablado de discípulos? Sí, pero sin duda en sentido figurativo, simbólicamente.
Porque en rigor el vocablo está mal empleado y, además, tampoco él es maestro. No se trata
de enseñar; ni de aprender conforme a modelo. Aunque es indudable que hay una lección
vital de progreso, pro gre-de-re (hacia adelante).

La frase siguiente, que abarca un panorama más amplio y encierra un vibrante mensaje,
ya no está dirigida a supuestos discípulos sino al yo de cada uno, a su intimidad solitaria y
trascendente:

No tendré admiradores, porque creo solitarios; no tendré discípulos, porque creo


solitarios; no me tendré sino a mí mismo. Yo no atraigo; arrojo a cada lector y
persona que me habla en brazos de sí mismos. No puedo ser pastor, amado, jefe,
maestro. Soy el cantor de la soberbia y de la sinceridad4.

La falta de adecuada comprensión, sin embargo, ha llevado a muchos colombianos


desde aquella época de los años treinta a considerar pornográfico su mensaje. Esta posición
negativa obedece a que se han quedado con las cosas triviales, con las expresiones crudas
que a veces emplea para referirse a sus relaciones con la muchacha alsaciana (a pesar de
que «no hubo entre nosotros nada que no pueda contarse»); y también, por supuesto, a la
incapacidad de penetrar en ese mundo vivencial y humano del cual deduce verdaderas
enseñanzas para el hombre-porvenir, dado que sólo la inteligencia puede libertarlo y el
remordimiento hacerlo ascender en virtud.

Hasta alguien de la experiencia y capacidad intelectual de asimilación como Alfonso


González Ochoa, consideró que era «plato demasiado fuerte para Colombia» porque «aquí
la necesidad de confesarse no ha nacido todavía». E impulsado por el estilo metafórico y
preciosista, no resistió la tentación de hacer algunas modificaciones al texto original
destinado al editor en la ciudad de Manizales, después de lo cual remitió al autor la
correspondiente copia ya impresa.

Cierto que Fernando había autorizado a su hermano para que procediera a leer los
manuscritos y entenderse con la editorial; pero ante las supresiones e interpolaciones
respondió con energía en una carta que puede competir con las mejores de su extensa
producción epistolar. Fechada el 19 de marzo de 1935, discurre en ella acerca del valor y
alcance de las palabras que utiliza y las compara con los vocablos y expresiones con que se
pretende reemplazarlas; establece la diferencia entre el arte vital y el arte preciosista;
concibe la vitalidad como belleza; explica el sentido de la estética; y tras lamentarse de la
vergüenza que se tiene por la vida, analiza el verdadero significado de la pornografía.


4
Ibidem, op. cit., pp. 135.

124
Por eso el remate resultó punzante como un dardo y como la misma lógica: «Todo es
esencial en mi libro. Si suprimiste, renuncio a la publicación».

Alfonso recapacitó, entendió las razones expuestas y el libro pudo entonces estar listo
para el mes de junio siguiente.

Fernando González, en la carta aludida, se pregunta si puede ser pornográfico quien


siente todos los instintos agrandados y no hace nada perverso; quien crea seres con pechos,
pene, ano, piernas, brazos, pies y manos, tronco y cabeza. Y responde que dicha expresión
debe aplicarse únicamente a quienes tienen los instintos encapuchados en la oscuridad de la
vergüenza, por miedo a la vida y a la verdad de la vida.

Al seguir esa línea de conducta es consciente de que no se encuentra solo. Por el


contrario, se siente acompañado de todos aquellos que le han antecedido en ese arte que
chorrea vida y que él practica como hombre tentado. Por eso exclama con emoción y
orgullo: «Miguel Ángel, Goethe, el Libertador y yo no nos tapamos».

Del libro emerge, por otra parte, una lección profundamente significativa. Es la que
consiste en demostrar que la mujer, fuente de tormentos —eje del proceso del
remordimiento—, es también para el hombre fuente de conocimientos y de superación.

Configuran las mujeres un singular plano de contrastes. La gran fuerza sintetizadora,


dominante y que todo lo preside en ellas es el amor; tratar de prescindir de este sentimiento
esencial para tomar, como sustituto, la ciencia, el arte o las obras caritativas, equivale a
adoptar una actitud de vergüenza, que es pura vanidad. Estas son tareas que también pueden
embellecerla, pero sólo en la medida en que coadyuven a su destino amoroso5.

Una de las páginas de Fernando González con más profunda belleza literaria, por su
contenido psicológico y humano, es aquella en la que explica el amor de Jesucristo por las
mujeres, el tratamiento preferencial que les dispensó y la manera como las mantuvo
siempre en su corazón. Forma parte del relato de una Semana Santa en Envigado. Es pieza
musical que invita a seguir el ritmo:

Por estas benditas calles de esta capital espiritual de Colombia iba la verdadera
escuela; esta escuela superior a la socrática: superior en poesía, porque fue de
maestro andarín-campestre; superior en amor, porque unas tres mujeres lo amaron
hasta más allá de la muerte. Jesús es el único filósofo que ha amado de verdad a las
mujeres, para quienes guardó sus más discretos y mesurados sentimientos. Jamás


5
El desarrollo de estas ideas se encuentra en El remordimiento, op. cit., pp. 23-31, y en Los negroides, op.
cit., pp. 22-24.

125
tuvo palabra dura para ellas. En su compañía experimentó los únicos consuelos de
su corazón humano; sólo de ellas quiso recibir homenajes; sólo de ellas se dejaba
cuidar; a ellas defendió siempre; las defendió aun adúlteras. Su cara adquiría
seriedad divina cuando acusaban a una mujer. Recorriendo sus palabras y su vida,
casi se persuade uno de que todas las mujeres irán a su reino. ¿Cuándo fue duro
para con ellas? ¿Ante qué mujer no se convirtió en bálsamo? Con ellas y por ellas
hizo sus milagros más atrevidos, más difíciles y más paladeados.

No les hablaba en parábolas, sino directamente; les adivinaba sus vidas. Jesús se
dio todo a la mujer; con los hombres fue duro muchas veces. Es porque el hombre
abusa y la mujer nunca.

Ningún filósofo, ningún amante, ningún novelista ha sentido como Jesús la


dulzura, la inocencia de la mujer. Si la mujer peca, es por amor, y por eso todo le
será perdonado. Tal es la doctrina de Jesucristo.

¿Por qué extraña que las mujeres amen y sigan amando a Cristo, que las iglesias
estén llenas de mujeres y que mientras haya mujeres su doctrina vivirá? ¿Por qué se
admiran, si Jesús les dio a ellas su reino? Todo el que ataque a Cristo se estrellará
en el ejército siempre invencible de las mujeres.

Fue superior la escuela del lago, principalmente, porque puso el corazón más
allá de la muerte. Fue doctrina futurista, de superhombres. Tres o cuatro mujeres;
doce pescadores y, de vez en vez, un modesto auditorio en el monte: así debe ser
una escuela. Ningún empleo público; siempre fuera y por encima del gobierno;
fuera de lo actual, nunca con o contra lo actual. Así debe ser el maestro6.

Por sutil paradoja, tres mujeres ejercieron profunda influencia sobre Fernando González.
Su convivencia con ellas, en distintas etapas de su vida, sirve para explicar muchas de sus
reacciones y la dirección dada a su pensamiento. Esas mujeres son su madre, doña Pastora,
forjadora de su carácter y bálsamo de sus amarguras; la Hermana Belén, su primera
maestra, de quien recibió las nociones elementales del conocimiento; y doña Margarita, su
esposa y compañera, quien supo comprenderlo y estimular su efervescente trabajo
filosófico.

Doña Pastora, quien sobrevivió quince años a don Daniel, falleció en 1954 cuando
Fernando González desempeñaba funciones de cónsul en Bilbao (España). Y por singular
coincidencia, doña Margarita, la inolvidable Berenguela, sobrevivió otros quince años a su
esposo, pues murió en 1979 en Otraparte, a la edad de ochenta años.


6
Revista Antioquia, n.º 7, noviembre de 1936, pp. 15-16 (cursivas del texto).

126
Nuestro recuerdo de doña Margarita Restrepo es imborrable. La conocimos en esa tarde
de 1958 cuando fuimos a La Huerta del Alemán, guiados por el interés intelectual de entrar
en comunicación con el maestro; y la seguimos viendo allí, en su casa campestre que pronto
sería llamada Otraparte, dedicada con unción a las tareas del hogar, actividad cotidiana que
no le impidió ser una «lectora empedernida», sobre todo de novelas policíacas. Después de
1964 se sumió en una honda melancolía interior, pero jamás perdió la fortaleza del espíritu.
Su hijo Fernando constituyó entonces la única compañía y su consuelo. Era discreta y
retraída, pero con la sonrisa a flor de labio; hablaba con gracia, como queriendo con sus
palabras penetrar en el alma del interlocutor; y denotaba la imagen de persona prudente,
que inspiraba respeto y cariño. Sin ella, definitivamente, el joven pensador no hubiera
podido hallar su verdadero camino, borroso e impredecible a causa de su inicial pesimismo
e inseguridad personal.

Otras tres mujeres lo amaron con sentimientos pasionales, no correspondidos, según él,
por incapacidad material en el primer caso, y los dos siguientes por estar enamorado de una
imagen propia, o sea, enamorado de la superación. Ellas fueron, en su niñez, cuando
estudiaba donde los jesuitas, una criada que vivía en la casa de su tío Baltasar, llamada
Margarita, y en la época del consulado en Marsella, las sucesivas institutrices de sus hijos,
Teanós y la inolvidable mademoiselle Tony. Aquella ateniense, esta alsaciana; ambas
fueron estímulo para su alma trashumante, acicate a la renunciación, a la posibilidad de
resistir, que, cuando lo lograba, era su mayor alegría. Y le permitieron corroborar que el
hombre, sujeto a los sentidos, entiende mejor las cosas del espíritu en forma materializada;
de ahí sacaba otra conclusión: en el culto las imágenes son necesarias y los iconoclastas se
equivocan gravemente, pues ignoran la naturaleza humana…

Su oración al Padre, de inspiración socrática, tuvo siempre la misma intención, la de


renunciar a lo atrayente pasional y pedir lo mejor, el conocimiento. La expresa en sus libros
así: «¡A cambio de todos los goces sensuales, dame, Señor, sabiduría y belleza!», o de este
otro modo: «A cambio de todo, dame conocimiento, alias libertad», o bien en palabras más
sencillas, más próximas a su maestro griego: «A cambio de todo, dame conocimiento».
Oración que complementaba con esta explicación acerca de su trabajo filosófico: «Padezco,
pero medito».

Las tesis de Fernando González respecto de la mujer, su destino amoroso y la singular


capacidad que tiene de incitarnos a la superación espiritual, encontraron en aquellas dos
trilogías femeninas una manera incomparable de corroborarlas. Su consideración en el
sentido de que «la mujer no sirve sino para tentar al hombre», fue episódica.

La síntesis sobre la importancia de las mujeres, o de «las muchachas» como también


solía llamarlas, en su vida de pensador, puede encontrarse en el libro que comentamos, en

127
donde se hermanan la sensualidad y el deseo —instinto— de buscar. Después de llegar al
convencimiento de que la vida santa está condicionada por el estímulo sensual, y que nada
sabría hoy de la belleza si hubiera huido desde el principio de pecado y fealdad, es cuando
expresa:

Las muchachas son para mí un excitante del pensamiento; no es propiamente


que yo sea carnal […], sino que cuando hay muchachas en mi vida, se me ponen los
problemas morales. Me excitan»7.

En el plano sobrenatural demostró un amor persistente por la Santísima Virgen María,


Su Señora, a quien consideró imprescindible vínculo de unión de la Divinidad con el
hombre; debido a ella somos hermanos de Dios. En sus conversaciones con don Benjamín,
su compañero e íntimo amigo, y en el libro que le dedicó, se observa el gusto con que
paladeaban, con entusiasmo y verdadera unción, estas palabras que las tenían por síntesis
de una armonía supraterrena: Deípara Virgo (Virgen, madre de Dios). A Ella dedicó
hermosos pensamientos y aquel delicado poema en donde le dice: «Quiero ser blando a tus
rayos, como polluelo / que no ha roto el cascarón. […] Sé mi guía, / para rehacerme como
si fuera óvulo»8.

La presencia real, insinuante, a veces tórrida pero siempre trascendental de la mujer es,
pues, el punto de partida y de llegada de la obra que titulara El remordimiento, en la cual
demuestra que la agonística, o ciencia de los combates, ennoblece al hombre. Y lo conduce
a un superior destino.

Por lo demás, esa lucha pasional es un proceso de toda una vida, narrado con admirable
sinceridad y coherencia. Ya en su primer libro, el de juventud, con humor se interroga:
«¿Cómo entretener la vida, si no es jugando con la serpiente?». Más adelante alude a una
Eva que le sirvió para la superación de sus desarreglos imaginativos; fue la coja Matea —
«la coja mía, mi buena coja, mi Eva coja»—, a quien exalta diciendo: «Nadie sabe del amor
hasta que yazga con una coja». Pero más que búsqueda de placer, lo que ansiaba era la
superación personal, convencido de que el remordimiento es el puente que conduce al
superhombre y que el único refugio es indudablemente el espíritu. Estando siempre
presente el interés superior por la filosofía, deduce que su primer deber de filósofo es
dominar el amor sensual.

La contención, su primer mandamiento, involucra este mensaje: «Nadie goza, sino


nuestro joven metódico que usa las cosas y no se deja dominar por ellas». Las conclusiones
no pueden ser más contundentes: de la inmundicia de su mundo interior, pasional pero

7
El remordimiento, op. cit., p. 32 (cursiva del texto).
8
Este poema se incluye en el capítulo 13 y está dedicado a su primogénito.

128
también razonador, deduce que «el Héroe y el Santo son el resultado del asco que tiene el
hombre por sí mismo»; de sus vivencias, exprimidas en ardua lucha consigo mismo, extrae
el convencimiento de que el ritmo que preside la vida se compone «de ascender por medio
del sufrimiento y bajar por medio del goce», y de la reflexión filosófica enuncia esta norma
de conducta para el animal humano o sucediéndose: «El método y la contención son los que
pueden hacer del hombre un bípedo interesante».

Su obra filosófica literaria es en buena parte narración de su vivir, enfrentado a su cruz


(su «personita» rodeada de tentaciones, pasiones, derrotas, remordimientos e incitaciones).
De ella surge al mismo tiempo la exposición vehemente del deseo de ser otro, el verdadero
hijo de Dios, jesuita suelto cuyo ideal es «ese bendito padre Elías».

La explicación completa, surgida a manera de interrupción al prolongado silencio que


había emergido, dieciocho años atrás, de El maestro de escuela (1941), será hecha en forma
de narración dramática y dialéctica en el Libro de los viajes o de las presencias (1959), en
donde terminan por unificarse los contrarios y por ende el viaje y el viajero.

129
10. VANIDAD Y EGOENCIA

Lo único hermoso es la manifestación que


brota de la esencia vital de cada uno. (F. G.)

La grandeza nuestra llegará el día en que


aceptemos con inocencia (orgullo) nuestro
propio ser (F. G.)

Para expresar la idea opuesta a la vanidad, Fernando González emplea no solamente la


palabra personalidad, sino con más profunda connotación psicológica un sonoro y
elocuente neologismo: egoencia.

Aquellos vocablos se predican de actos, individuos y pueblos, y sirven para calificar su


grado de energía, de fuerza vital, de autenticidad.

Pero la vanidad es definitivamente la carencia de sustancia; apariencia vacía, no


respaldada. Por tanto, forma de simulación y hurto de cualidades.

Acto vanidoso es el que obedece a consideraciones sociales y no a determinaciones


íntimas.

El vanidoso tiene hipertrofiado el deseo de ser considerado socialmente y su fin, por


ende, es aparentar.

Pues bien: sobre los conceptos antagónicos de vanidad y personalidad-egoencia,


Fernando González construyó una novedosa teoría que, por su intención y características,
sirve para mostrar al desnudo a Suramérica y el hombre que la habita.

Con perspicacia y poder de síntesis, en Los negroides (1936) percibió el origen de


nuestras costumbres y la razón de ser del comportamiento individual y colectivo,
deformado por la influencia foránea y los complejos, hasta el punto de concluir que en este
subcontinente no existen propiamente seres humanos sino más bien «animales parecidos al
hombre».

Al mismo tiempo, sin embargo, vislumbró la enorme potencialidad de esta raza,


esperanza de futuro si logra la adaptación a la tierra en donde vive, para lo cual se precisa la
mezcla en proporciones adecuadas entre el blanco, el indio y el negro, de modo que dirigida
biológicamente sea factible el surgimiento de un nuevo tipo humano, capaz de expresar su
orgullo y construir una cultura.

130
Suramérica —término que emplea por razones de eufonía, pero en el cual incluye
también a los países centroamericanos1— es, en efecto, vanidad. Incapaz de formar un
pueblo dotado de manifestaciones vitales propias e inconfundibles, vive a la zaga de Europa
y, debido a ello, no sabe crear sino copiar: «Copiadas constituciones, leyes y costumbres; la
pedagogía, métodos y programas, copiados; copiadas todas las formas»2.

Surge de allí un estilo de comportamiento al que denomina suramericano o «bogotano».


Porque bogotanos son en Quito, Lima, Santiago, Buenos Aires… Todos tienen en común el
sentido de la imitación, la tendencia a importar modas y costumbres, a recibir prestado
tanto ideas como ideales. Actúan bajo fuertes lazos de dependencia, convirtiéndose en
simuladores de cuanto ocurre en el viejo continente: «… nada han parido, rezan como en
Europa, legislan como en Europa y orinan como en Europa»3.

En los países suramericanos el árbol de la vida carece de raíces en su propia tierra; la


autoexpresión es inexistente y, por tanto, nada hay original.

El síntoma más visible de esos males consiste en que nos avergonzamos del indio y el
negro. Tenemos vergüenza de nuestros padres, y de sus instintos. Como consecuencia, nos
hemos forjado la ilusión de que lo bueno y digno de imitar es lo europeo. (Más
recientemente, también lo estadounidense, actitud que refleja aún más la persistencia del
sentimiento de que somos colonia).

Ese complejo de ilegitimidad existente en el hombre suramericano es bautizado por


Fernando González, que no sabe de eufemismos, «complejo de hijo de puta», pues hijo de
puta es aquel que se avergüenza de lo suyo.

«Aquí han dicho que uso palabras inmundas» —advierte con picardía—, y agrega con
intención docente: «… lo que sucede es que estudio problemas nuevos, suramericanos».

Es la respuesta a sus compatriotas, a quienes conoce suficientemente porque, debido a


los prejuicios, exhiben un criterio restringido y timorato. Más aún: cree ser el primero en
investigar ese terrible complejo de vergüenza y con penetrante visión de sociólogo expone
las causas del mismo:

l.ª En cuanto negros, somos esclavos, propiedad de europeos, fuimos


prostituidos.


1
Los negroides, op. cit., p. 43.
2
Ibidem, op. cit., p. 13.
3
Ibidem, p. 14.

131
2.ª En cuando indios, fuimos descubiertos, convertidos; discutieron «si teníamos
alma»; rompieron nuestros dioses; nos prostituyeron moral, religiosa,
científicamente.

3.ª En cuanto españoles, somos criollos, sin poder «probar la pureza de la


sangre».

4.ª Lo peor: que somos mezcla de las tres sangres; ocultamos como un pecado a
nuestros ascendientes negros e indios. Somos seres que se avergüenzan de sus
madres, o sea, los seres más despreciables que pueda haber en el mundo. En
realidad, tal mezcla es un bien; pero en la conciencia tenemos la sensación de
pecado. Vivimos, obramos, sentimos el complejo de la ilegitimidad4.

Es lánguida su conclusión: porque tiene vergüenza del negro y del indio, el


suramericano simula europeísmo y es dilapidador, prometedor e incapaz. De ahí que su
liberación sea tan sólo aparente. Y la gran tarea hacia el futuro consiste en abandonar la
vanidad, las formas simuladas, para hacer que brote la autoexpresión, la cultura.

Donde observa mayores posibilidades de originalidad es en los países que formaron la


Gran Colombia: Nueva Granada, Venezuela y Ecuador. Por la variedad de climas, de
terrenos, de aguas y, sobre todo, por la variedad de instintos, de pasiones, etc., necesarios
para producir un nuevo tipo racial. Los países situados al sur del Amazonas, en cambio,
tienen estaciones y están atraídos por Europa; incluso en algunos el alma aborigen ha sido
ahogada por la inmigración (el caso más protuberante es Argentina). Y cada vez más, la
inmigración, no solamente de europeos sino también de asiáticos, producirá el
desaparecimiento de los tipos que habitan esos territorios.

Consecuente con sus ideas, para Suramérica concibe un programa muy diferente a los
que suelen exponer los gobiernos en sus planes de desarrollo, o los políticos en sus
campañas electorales. Merece ser destacado:

Gobiernos legalmente fuertes y cultura. Crear y no aprender; meditar y no leer;


hacer y no importar. Inculcar en el pueblo la verdad de que gozar de obras ajenas
5
corrompe .

La norma de conducta: «meditar y no leer», es válida para el hombre una vez superada la
edad vanidosa por excelencia, que va de los catorce a los veintiocho años. A esta última
edad es llegado el momento, más que de leer, de observar; de meditar y crear. De lo


4
Ibidem, pp. 128-129 (cursivas del texto).
5
Ibidem, pp. 97-98.

132
contrario se irá al limbo, donde sostiene que se encuentran todos los suramericanos, menos
Bolívar.

En 1937 insinuaba la urgente necesidad de una campaña contra esa costumbre que
conduce al vicio de la repetición mecánica de cosas leídas. Sugería, en su reemplazo,
instigar a la investigación, a la experimentación, a la documentación personal; organizar
excursiones a pie con objeto científico; «formar herbarios, coleccionar piedras y
animales»6.

Advertía que aquella lectura suele generar una clase muy peculiar de genios. Son los
«genios de las nalgas (capacidad de sentarse a copiar)».

Fue así, repudiando la vanidad y adquiriendo la conciencia acerca de los males que
produce, como nació en Fernando González la teoría que denominó filosofía de la
personalidad.

La misma aparece en medio de tres circunstancias negativas que se complace en resaltar:


en el hombre más inhibido (él, educado con los jesuitas, encarnación en su juventud de
inhibiciones y embolias y que vivía de lo ajeno), en el país más inhibido (Colombia) y en el
continente más vanidoso (Suramérica).

Cree que la poderosa ley de los contrarios romperá con el orden existente y generará otro
completamente nuevo.

Cuando consigue descubrir las ideas madres de su filosofía, no oculta su emoción: «Soy
el predicador de la personalidad; por eso, necesario a Suramérica»7.

Se trata, sin duda, de una frase orgullosa. Pero su autor concibe el orgullo como fruto del
desarrollo de la personalidad y, por ende, contrario a la vanidad.

¿Cómo hizo Fernando González para llegar a conclusiones novedosas respecto de la


personalidad? Antes de exponer sus ideas, hubiera querido recorrer las regiones de
Colombia y países de América. Hubiera deseado, además, disponer de un laboratorio de
experimentación acorde con los requerimientos de la moderna psicología. Todo eso, sin
embargo, estuvo lejos de su alcance. «Lástima que la pobreza me lo haya impedido», es la
queja expresada por boca de Manuelito Fernández, en Don Mirócletes. Revela entonces el
procedimiento empleado:


6
«Nociones de izquierdismo», XXI, en: El Diario Nacional, Bogotá, 31 de mayo de 1937, p. 3.
7
Los negroides, op. cit., p. 15.

133
El modo ha sido vagando por las calles, observando a mis amigos y parientes,
asistiendo a tumultos, sermones, ejercicios espirituales, mesas eleccionarias, teatros.

A ese método vivencial y trashumante se adapta muy bien una de sus definiciones de la
filosofía: «Es el arte de observar cautelosamente, agrupando hechos que luego se enuncian
en proposiciones madres»8.

Atisbador hemos llamado a este neosocrático. Hizo del verbo transitivo atisbar —mirar
con cuidado— su oficio predilecto, practicándolo primero consigo mismo y después con
cuanto le rodeaba. Ambas direcciones lo condujeron a un mismo camino: el de la
afirmación del yo. Sólo posible mediante el cultivo de la personalidad.

Adquirir personalidad es, ante todo, disciplinarse mediante prácticas que conduzcan al
conocimiento de sí mismo. Este conocimiento es esencial y la fuente de los demás
conocimientos.

La personalidad es conjunto de modos propios de manifestarse el individuo; la


individualidad en cuanto aparecida o manifestada. Con este fin es imprescindible el empleo
de métodos, los cuales conforman la cultura.

Su definición de cultura refleja esa tendencia a destruir la vanidad y caminar por


senderos propios, autónomos, estéticos, haciéndola consistir en «abandonar lo simulado, lo
ajeno, lo que nos viene de fuera, y autoexpresarse»9.

La cultura, por consiguiente, representa una etapa superior del desenvolvimiento


humano. Es expresión individual, manifestación de libertad espiritual.

La educación, en cambio, la concibe como nacida de la imitación; sobre todo de


personalidades fuertes o de pueblos poderosos. Educar es formar conforme a modelo, para
que el individuo se ajuste a las normas.

Un proceso de trasformación de la educación, que le permitiera al hombre llegar hasta la


cultura, equivaldría al paso del imperio del rebaño al tiempo de la libertad.

El maestro, que enseña, es producto de la educación y hace posible que ésta sea
transmitida y conservada. El pedagogo, que instiga a los niños a la manifestación, es obra
de la cultura. La escuela es acrítica y enseñadora (mera instrucción o adaptación del
individuo al medio social); la cultura, ante todo, creadora. La escuela se nutre con cierta


8
Revista Antioquia, n.º 7, noviembre de 1936, p. 18.
9
Los negroides, op. cit., p. 12.

134
frecuencia de vanidad; la cultura, de la libertad. Pero es necesario precisar que ésta requiere
ser realista y no imaginativa, para que encauce hacia la liberación del vicio solitario que
consiste en aprender sin que el conocimiento sea incitado por los sentidos.

Por ello, la cultura es premonitoria de la personalidad y de la egoencia. El verdadero


educador es acicate, incitador o partero: consigue RECREAR EN SÍ MISMO la sucesiva
representación del hombre sobre la tierra.

Al componerse de métodos, la cultura es un arte y tiene su fundamento en la psicología;


ésta nos enseña la naturaleza del hombre, sus instintos, tendencias, habilidades y
determinaciones. De modo similar, no puede haber cultura sin metafísica; el cultivo del
hombre tiene que producirse con la plena conciencia de su destino.

La cultura, por tanto, se expresa de dentro para afuera… procurando encausar la energía
hacia altos y nobles objetivos. La motivación le sirve de soporte. Los verdaderos motivos
explican la cultura y confieren valor a los actos. Para que sean fuente de cultura, las
manifestaciones deben brotar directamente de la personalidad. Es así como puede surgir el
egoente, que se distingue por tener «la gracia de la lógica».

La cultura aproxima al hombre al espíritu, porque al ir perdiendo la vanidad y


autoexpresarse, se va desnudando. Y ya no habrá nada que le impida ascender.

¡Disfrutar de la emoción de ascender…!

Al Estado incumbe también la noción de contribuir a la futura expresión humana. Por


eso, si de incorporar la teoría de Fernando González a los planes y programas oficiales, se
tratara, habría que concebir la misión del Estado dentro de objetivos fundamentalmente
culturales: instigar a la autoexpresión, a la manifestación de las fuerzas creadoras de los
individuos, teniendo como meta el reino de la libertad y del gobierno propio (anarquismo).
De ahí la necesidad de gobiernos legalmente fuertes, que dispongan de capacidad de
intervención de acuerdo con el grado de evolución de los pueblos. El fin es crear hombres,
así haya que acudir a métodos un tanto drásticos, como los que inspiraron la «tiranía
activa» de la que hablaba Bolívar.

Conviene señalar, por otra parte, que entre la vanidad y la egoencia existe una franja
intermedia: la formada precisamente por aquellos hombres que carecen tanto de la una
como de la otra. No simulan y tampoco su individualidad se manifiesta. Aunque nada
hacen, son tenidos por virtuosos. A los progenitores de estos niños buenos que no oponen
resistencia, que permanecen tranquilos en zona neutral, Fernando González se limita a

135
llamarlos «padres estériles»10. Cualquier disquisición en torno a ellos sería, ciertamente,
inútil.

Nada como la personalidad. Ella permitirá afirmar: yo soy el que existo, así como lo dijo
Jesucristo: «Yo soy el que soy». Su guía son las leyes de la motivación, pues sin ésta la
personalidad resultaría engañosa. Motivos íntimos, que broten de la esencia vital de cada
uno. Fernando González menciona el ejemplo de la corbata. El que la abandona, puede ser
para distinguirse o porque ya no le encuentra sentido. La corbata nada significa: hay
corbatudos vanidosos y los hay geniales. Compara a Gandhi con Sir Anthony Eden:
desnudo aquél y con bella corbata éste; pero ambos son aguas vivas, fuentes. En ambos
personajes, «el espíritu sonríe en las manifestaciones».

El egoente, debido a su personalidad enérgica, nos enamora, haga lo que hiciere. Su


secreto está en la fuerza interna que, sin saberlo, derrama al exterior. Expresa vitalidad y
ésta nos subyuga, pues tiene la virtud de embellecerlo todo.

La egoencia es una fuerza tan poderosa que llega incluso a suplantar la realidad. «Hasta
el entierro se lo quitan a uno los hombres de personalidad…»11.

Tesis fundamental de su pensamiento, explica por qué prefería en los estudios


biográficos y psicológicos a los seres de fuerte personalidad o, según su terminología, que
reflejasen unidad psíquica: Ignacio de Loyola, Simón Bolívar, Juan Vicente Gómez,
Mussolini, don Mirócletes, Tony, don Benjamín y el padre Acosta12, el doctor Escobar13…
Santander, en cambio, es una antibiografía. Manjarrés, el pobre maestro de escuela
desadaptado, representa el tiempo de crisis en el periplo vital del autor.

Aquellos principios ideológicos sirven así mismo para entender que su imperioso deseo
existencial por llegar a ser egoente —y su natural incapacidad para lograrlo— hicieron
indispensable la creación de un alter ego. De un «otro yo» que por épocas, al toque de
rebato de sentimientos, angustias y anhelos, le permitiese expresar sus ansias de perfección
o compartir sus vivencias. A veces mejor y más eurítmico que él, y en otras ocasiones
reflejo fiel de su mundo interior, para distinguirlo utilizó diversos nombres.

Inicialmente fueron sus Juanes, Juan de Dios y Juan Matías, quienes emergen en
diversos capítulos de su obra de juventud, Pensamientos de un viejo, como dos amigos
amantes del diálogo filosófico.

10
Ibidem, p. 81.
11
Don Mirócletes, op. cit., p. 119.
12
Don Benjamín Correa y el padre José María Acosta son los personajes centrales de Don Benjamín, jesuita
predicador.
13
Sobre el doctor Escobar, véase Don Mirócletes, op. cit., pp. 169-172.

136
En las últimas páginas del Viaje a pie surge Bolaños, una especie de antiego, pues se
trata de un zambo suramericano dominado por la atracción de las cosas materiales y que,
deslumbrado por el brillo de las metáforas, cree ingenuamente que en América hay grandes
escritores y artistas; por eso para Fernando González es prototipo de un «ilustre poeta
bogotano». Posición crítica que no obsta para que, en Mi Simón Bolívar, con el mismo
nombre sea presentado un ser frío, dominador, dandi y asexual que critica y dirige los
instintos de Lucas Ochoa. Pero esta disconformidad es transitoria, a causa de que Bolaños
se convierte en Jacinto.

En la tarea suprema de hacer de Bolívar su vivencia íntima —de seguirlo por sus
variados caminos hasta convertirlo en su hijo, sin dejarse dominar de él—, Fernando
González acude sucesivamente a la ayuda de aquellos tres «yoes»: Lucas Ochoa, Bolaños y
Jacinto. Con la advertencia de que estos dos últimos son el mismo personaje que,
impulsado por ansias de belleza, se convierte en crítico y guía de Lucas, un importante
profesor de psicología experimental que practica diversos métodos del Yoga inhibitorio
para estimular la evolución de su conciencia y a la postre estar en condiciones de emplear
adecuadamente el método emocional en la elaboración de esta su primera biografía. Sincero
consigo mismo, Lucas reconoce no haber dejado de ser «enamorado, mujerero, blando,
amigo del gusto», defectos estos que desea superar y de ahí su relación permanente con un
«querido amigo» que con dureza y buenas intenciones procura hacerlo mejor: es Bolaños, a
quien luego llamará Jacinto, quizá para eludir cualquier reminiscencia con respecto al
personaje de igual nombre que aparece al final del libro del pensador a pie. Aun así, Lucas
acude luego a un amigo más trascendental: es el padre Elías, personificación de sus ansias
espirituales y de sus mejores anhelos.

Tal es la magnitud de la tarea preliminar que emprende Fernando González, apoyado en


Lucas Ochoa y en donde apenas se observan los destellos del nuevo método: el emocional.
(Tan sólo destellos, aunque sorprendentes, por cuanto el segundo volumen de la obra, que
debía de llamarse El Libertador, nunca fue publicado).

Empero, su interés en ese año de 1930 se concentraba en lograr sentir vivo a su lado a
Simón Bolívar, el hombre excepcional que había recorrido miles de kilómetros por tierras
de América, se había movido inquieto de un lado para otro en busca de ayuda para la
liberación de su patria y de países vecinos y en procura de soldados para organizar
ejércitos, había redactado manifiestos y cartas, arengado con proclamas y discursos, y
soñado y delirado… hasta ver culminada su obra de dar libertad a cinco naciones.
Absorbido por esa idea, y una vez Lucas Ochoa logró trascender su ambiente psíquico y
encontrarse de frente con el Libertador, Fernando González debió aceptar que estaba
equivocado en la aplicación de su método. ¿Por qué? Arguye de este modo: «Creaba yo el

137
personaje, y resulta que éste debe ser real, independiente de nosotros, para asimilarnos su
belleza»14.

¿La observación anterior es válida? Creemos que sólo en tratándose de biografías. En las
subsiguientes, sobre Juan Vicente Gómez y Francisco de Paula Santander, ya no acudirá a
la colaboración de otro epígono, sino que irá directo al personaje, sin que esta variante
incida en la aplicación del método emocional.

Por eso no es de extrañar que en los dos libros con los cuales concluye su itinerario
filosófico, o sea en época de plenitud metafísica, resurjan Lucas de Ochoa y el padre Elías,
sus más fuertes «yoes». El primero luego de vivir en Tesalónica entre sefarditas cristianos
—tras las huellas de Pablo de Tarso— para inspirar un proceso dialéctico de viajes
interiores, y el segundo, que es su presencia espiritual, para ser actor de tragicomedia
humana en íntima unión con su otra presencia, la pagana, encarnada en el cojitranco
sacristán Fabricio (Fabricio Sacristán).

Entre la biografía de don Simón y las obras de senectud, el empeño por obtener el
desarrollo de su conciencia y la brega por entender las manifestaciones de su yo y de su
mundo, exigieron la creación de nuevos seres que le sirvieran de ayuda y complemento.
Porque «no es bueno que el hombre esté solo». El primero fue Manuelito Fernández…

Graduado de abogado en la cárcel, el personaje central de Don Mirócletes es de pequeña


estatura, pechisacado, autoritario, y aunque alcohólico tiene egoencia y consigue lo que
considera más importante: ganar los pleitos. Su hijo Manuelito, desde el primer momento,
fue motivo de problemas: nació con dientes a causa de la herencia alcohólica, mordió a su
madre en el pezón izquierdo y ésta murió de un cáncer que allí se le formó; luego, y debido
principalmente a su falta de persistencia en los objetivos, se consideró un fracasado, pero
siempre soñaba con la grandeza humana, a la que amó como nadie. No obstante que
gustaba de la disciplina, de los métodos, las circunstancias y el subconsciente derrotaban
sin atenuantes su potencia volitiva. «Yo soy malo —decía—, pero en mí hay otro que sabe
cómo debe manejarse el bueno». Iba siempre en busca de estímulos vitales y creía que a
costa de lágrimas es como se intuye a Dios…

Después vendrá, en la época más nostálgica y dolorosa de su vida, Manjarrés, un pobre


maestro de escuela sometido por virtud de la inadaptación social a un irreversible proceso
de descomposición del yo.


14
Mi Simón Bolívar, op. cit., p. 90.

138
Al final, en La tragicomedia del padre Elías y Martina la velera, subsistirá tan sólo el
«pobre Elías». Éste es el último y definitivo alter ego. Corresponde a la inscripción que se
colocó, erróneamente, en la tumba reservada al padre Elías en el cementerio de
Entremontes.

139
11. EL GRAN MULATO, NUEVO HOMBRE AMERICANO

Suramérica es el campo experimental


de las razas. (F. G.)

Esta singular confluencia de razas en el territorio suramericano: la blanca europea, la


negra, procedente del África, y la indígena, no ha producido sin embargo un tipo racial que,
además de unificado, tenga la virtud de la adaptación al medio. Mezcla no sólo de sangre
sino de aspectos históricos, geográficos y sobre todo psicológicos.

El cruce ha sido arbitrario, al acaso, temeroso muchas veces, falto de sinceridad casi
siempre, y en circunstancias de frecuente desigualdad, engaño y sometimiento.
Descubridores y descubiertos; conquistadores y conquistados; colonizadores y colonizados;
libres y esclavos… El biólogo ha estado ausente y también, por supuesto, los institutos de
investigación llamados a dirigir científicamente la mezcla de grupos.

La fusión racial, tal como se ha presentado en el medio suramericano desde el


descubrimiento, muestra resultados negativos; y cada una de las tres razas, aisladamente,
ofrece también desventajas. En efecto:

El mulato no sirve porque tiene «la jactancia del blanco y la pereza del negro»1. Promete
mucho y nada cumple, perdido para el acto a causa de tanta palabra. Y es como extranjero
aquí: lleva vida artificial europea, con la «exageración meníngea» del híbrido.

El blanco es netamente europeo, vive con naturalidad su vida europea y, por tanto, sufre
el mal de la inadaptación.

El indio americano, después del descubrimiento y la conquista, es un tipo vencido.


Personalidad reconcentrada, humillada. «Caminan agachados, embrujados, entristecidos
celularmente, los ojos alertados por el miedo». Poseen, empero, un orgullo prometedor:
«No imitan, no desean parecerse a sus amos, no se prostituyen»2.

Penetrando a fondo en la sociología americana, Fernando González descubre los


siguientes hechos: que el español despreciaba a la moza negra o a la manceba india, al
mismo tiempo que las atacaba en la oscuridad de la noche; que no contraía matrimonio con
ellas y el fruto era hijo del pecado; y, como consecuencia, que todo primer mulato fue hijo


1
Mi Compadre, op. cit., p. 65.
2
Los negroides, op. cit., p. 30.

140
de padre que se avergonzaba de él, lo desconocía y despreciaba a la mujer en quien lo
tuvo3.

Pero si conserva su esperanza en Suramérica, ella es debido al indio. A su malicia, su


reserva, la concentración dentro de sí mismo y la comunidad con las fuerzas elementales.
La raza india es la única aclimatada y la que posee la sabiduría de nuestro continente.

La reserva indígena está lista en Bolivia, Ecuador, Paraguay y Colombia; el negro en las
costas y valles; y también el blanco.

Deduce una conclusión importante: no hay necesidad de ninguna inmigración. Ésta, por
el contrario, es perjudicial. Requiérese, sí, de carreteras y unión entre países y regiones.

Sobre esas bases elabora una tesis destinada a explicar la formación del hombre futuro
de Suramérica, mezcla de todas las razas. Es la teoría del Gran Mulato, intuida ya en 1930
cuando descubrió que el Libertador había dado carácter a la conciencia universal. Y que en
pensamiento y acción, representaba al gran americano adaptado.

Por las arterias de los pobladores de hoy en Suramérica —sostiene en Mi Simón


Bolívar— corren las malas pasiones, pero a la vez corren volcánicos deseos de algo
innominado…4. Y presenta este cuadro descriptivo y futurista:

Indudablemente Suramérica, por su extensión territorial, por la hibridación


étnica, por la riqueza y variedad de sus tierras y sus climas, está destinada a ser la
cuna del hombre tipo y unificado, la gran democracia. […] Se fundirán todos los
organismos y aparecerá el verdadero hombre, EL GRAN MULATO ADAPTADO. Se
fundirán todas las religiones y aparecerá una gran unidad ideológica, unidad de
5
amor y de conciencia .

Observa que hasta ahora han gobernado los blancos y los mulatos, bajo un común
denominador: las ideas europeas, deformadas, sin relación con las energías de cada país.
Por eso, después de Bolívar, nunca en Suramérica ha estado la inteligencia en el poder.

La ilustración, sí. Pero ésta es impropia para gobernar, para interpretar los verdaderos
anhelos del pueblo y ante todo para impulsar un desarrollo auténtico.

Sobre el Gran Mulato, idea medular de su pensamiento sociológico, insiste en Don


Mirócletes (conferencia en Aranzazu), en Mi Compadre (donde confiesa que ese milagro

3
Don Mirócletes, op. cit., p. 203.
4
Mi Simón Bolívar, op. cit., p. 41.
5
Ibidem, pp. 60-61 (mayúsculas del texto).

141
venezolano de la unidad racial ha sido el motivo incitador para escribir el libro) y en Los
negroides, ensayo sobre el presente y el porvenir de la Gran Colombia.

El marco de referencia es, pues, el hombre suramericano de los años treinta. Ciertamente
encarna un disvalor: es pésima realidad. Pero al mismo tiempo es excelente promesa: tiende
a transformarse en un valor que dará sentido a la conciencia del futuro.

Conformado por el mestizaje, en proporciones adecuadas, de las tres razas que habitan el
territorio suramericano, el Gran Mulato representa el producto del indio, el blanco y «la
pinta» negra, correspondiendo el 45% a cada uno de los dos primeros y el 10% al último.

Para lograr tal objetivo étnico se precisa dirigir biológicamente la mezcla de sangres y
de grupos hasta conseguir las dosis indicadas y obtener resultados óptimos. Si quiere
realizarse el sueño de la Gran Colombia, de ser teatro nuevo para una expresión humana
nueva, los gobernantes respectivos tienen el deber de crear Institutos Biológicos que
asuman esa tarea y regulen la inmigración.

De ahí la definición de Gran Mulato: «El producto definitivo que se obtendrá de la


mezcla científica de las razas hasta unificar el tipo de hombre»6.

Durante la visita que realizara en 1931 a Venezuela con el propósito de estudiar a Juan
Vicente Gómez y reencontrarse con Bolívar, Fernando González creyó constatar que ese
nuevo tipo suramericano estaba apareciendo en aquel país. Precisamente en la tierra del
Libertador, la imaginación creadora del blanco, la mesura y astucia del indio, y la
capacidad de impertinencia del negro empezaban a asimilar lo extranjero, creando una
especie de «nacionalismo ilustrado»7.

El Gran Mulato se ubica dentro de la misma línea de interpretación e idealismo que


guiara a José Martí para hablar del hombre real americano, a Alfonso Reyes para percibir el
alma común que nos une, y a José Vasconcelos para vislumbrar la raza cósmica.

Respecto de la expresión Gran Mulato, Jorge Órdenes considera que sería más preciso
decir Gran Mestizo Americano, por cuanto el término mulato, estrictamente hablando,
viene a significar la mezcla de razas blanca y negra. Estima, además, que el autor de la
teoría utiliza dicha acepción para referirse de modo concreto a la gestación del hombre
nuevo en la región venezolana8.


6
Don Mirócletes, op. cit., p. 199.
7
Mi Compadre, op. cit., pp. 66 y 132.
8
ÓRDENES, Jorge. El ser moral en las obras de Fernando González, op. cit., p. 138.

142
No obstante la opinión de Órdenes, a quien asistiría la razón de conformidad con el
vocabulario tradicional, es menester atender al lenguaje empleado por Fernando González.
Éste, en efecto, explica: «Entiendo por mulato todo individuo de sangre mezclada»9. Al
tratar del Gran Mulato, la palabra tiene este significado amplio. En las demás ocasiones,
acude a su sentido estricto.

Tampoco es correcto circunscribir el ámbito de aplicación de la teoría del Gran Mulato a


la región venezolana; ciertamente en Venezuela aparecieron las primeras manifestaciones
de unificación y adaptación racial, pero aquella teoría fue concebida para regir en el
escenario étnico de Sur y Centro América.

¿Formulada la tesis sobre el Gran Mulato, siguió creyendo su autor en la viabilidad de la


misma? ¿Estuvo verdaderamente convencido de que ella serviría en el futuro para lograr la
reconciliación humana en el escenario americano?

Lo cierto es que Fernando González no ocultó el escepticismo en relación con la validez


de su teoría, a la cual dedicó algunos capítulos de Mi Simón Bolívar, Don Mirócletes y Mi
Compadre, lo cual significa que los postulados de la misma fueron expuestos entre 1930 y
1934. Pero en 1936, en Los negroides, si bien continuaba convencido de que con los
elementos existentes en la Gran Colombia podía hacerse algo asombroso, reconocía que el
destino más probable de los países suramericanos es la inmigración de europeos y asiáticos.
Unos y otros están ahítos de estas tierras. Las necesitan para solucionar su problema de
exceso de población y, simultáneamente, expandir su comercio10.

Y en 1959, en el Libro de los viajes o de las presencias, admitía que el problema


fundamental es que no aparecen individuos, nudos de individualidad, «ni siquiera de Marx
y Lenin». La conclusión era ya ostensiblemente pesimista:

Todo es aquí como exhalación, fucilazo. Sistemas nerviosos desarreglados por el


bombardeo de influencias contradictorias. Decididamente, no habrá por aquí una
11
original representación del gran mulato soñado .


9
Mi Compadre, op. cit., p. 36.
10
Los negroides, op. cit., pp. 117-119.
11
Libro de los viajes o de las presencias, op. cit., p. 125.

143
12. NACIONALISMO E IZQUIERDISMO

Desde mis primeros años juré enemistad a mis compatriotas


nacidos y criados en ambientes de liberalismo y
conservatismo. (F. G.)

Gobernado por carajos, se le envolata a uno el yo. (F. G.)

Un hombre que desde su temprana juventud había revelado una vocación tan decidida
hacia la metafísica, las disciplinas intelectuales y el estar pensando por ahí, obviamente
resultaba inapropiado para participar en la actividad política de los partidos.

Respecto de los dos partidos tradicionales existentes en Colombia desde mediados del
siglo XIX, ninguno de ellos llegó a representar para Fernando González un motivo de
admiración o simpatía. Por el contrario, abominó de todo ese juego de intereses creados, de
pugna por nombramientos y curules, de expresión demagógica de sentimientos y opiniones.

Consideraba deprimente el espectáculo que presentaban los partidos, enfrentados todavía


como hordas salvajes y «sin ningún carácter», razón por la cual decidió adoptar una actitud
radical: la de vivir a la enemiga.

La más protuberante consecuencia que esa posición generó, fue la de hacer surgir al
polemista. Polemizó en libros, ensayos, cartas, conferencias. Polemizó con historiadores de
la vida colombiana, con periodistas de la prensa capitalina, con sociólogos a ultranza, con
miembros de la clase dirigente… y con aquellos a quienes llamaba «presidenticos».

«Me veo obligado a ser áspero y seré odiado —escribió en Los negroides—, pero
¿podría cumplir mi deber con dulces vocablos?». Ciertamente su línea de pensamiento
estuvo guiada por el desprecio a la Colombia actual, el amor a la Colombia del futuro, la
prédica de la originalidad y el culto a la verdad. Sin embargo, su actitud de inadaptado
social —sometido por voluntad propia a las reglas del vivir a la enemiga— y las críticas a
menudo vehementes a personajes de la política, desembocaron en la dramática decisión de
retirarse de la vida pública como escritor y pensador, adoptada en 1941 en El maestro de
escuela.

Jamás quiso afiliarse, o simpatizar siquiera, con ningún partido político. Cierta vez un
periodista publicó un supuesto reportaje concedido por Fernando González, en el cual éste
dizque afirmaba su vinculación al partido liberal. Reaccionó airado y, de inmediato, remitió
al director del periódico una carta con fecha l.º de enero de 1935, en la que dice de modo
perentorio:

144
¿He dejado de amar a la belleza? ¿Soy, por ventura, un opinante o un borracho?
¿Qué mal hice, para que se diga que pertenezco a la horda del Mayor Santander?
[…] No, señor director. No me acuerdo de haber pertenecido nunca, ni en la
inocente primavera, a ningún partido político existente. Mucho menos a esa cosa de
1
aguardiente de caña, infidelidad y rapiña que fue unigénita del Mayor Santander…

Tres meses después, escribía:

Nosotros, los maestros nuevos, debemos odiar todo lo pasado; odio eterno a las
generaciones conservadoras y liberales. Nada hay aprovechable en nuestro pasado.
La historia ha sido escrita e impuesta por Santanderes y Arrublas. La única
2
salvación está en volver al Libertador .

Son conceptos que se encuentran consignados en una carta dirigida a su amigo


Estanislao Zuleta. En ella hay una exclamación aparentemente extraña: «¡Nació mi
verdadera vocación!». Pero enseguida explica:

Tengo ganas, Estanislao, de fundar escuelas en donde disciplinemos a la


juventud… para asombrar al mundo. Dame que pudiéramos establecer tres escuelas,
disciplinar dos generaciones, y Colombia sería grande.

Recorriendo ese camino fue como surgió en Fernando González, en época de pensador-
sociólogo-romántico, la idea del nacionalismo.

La primera tarea, como correspondía a un hombre de su pensamiento, tenía que ser la


adopción de un método. Pues bien: el método para que apareciera el nacionalismo
consistiría, ante todo, en mostrar el mal, describir la fealdad humana de Colombia, y por
este medio suscitar en las gentes una reacción positiva hacia el cambio.

Quería divulgar el nacionalismo como medio para «honrar la humanidad». Y en procura


de que naciera vigoroso, buscó un canal político, para lo cual obtuvo la colaboración de
otros cuantos ilusos.

De manera espontánea apareció el jefe: Bernardo Ángel, hijo del conocido industrial don
Alejandro Ángel.

El hombre llegó solo —relata Fernando González—; se me presentó y se


autonombró. Desde su primer acto fue poderoso: SE AUTONOMBRÓ. ¿Cómo diablos
se me había ocurrido que a un hombre hay que buscarlo? UN HOMBRE es una


1
Carta al director de El Colombiano, de Medellín, en Cartas a Estanislao, op. cit., p. 160.
2
Ibidem, op. cit., p. 176 (cursiva del texto).

145
protuberancia de la vida. Hay que buscar a las agujas perdidas, a las pulgas, a los
seres humildes, pero ¿a un hombre? Que lo vean, que lo sientan, que lo toquen, en
su esencia. ¿No ves que es protuberancia vital? […] Pues se autonombró y dijo que
«en numerosa reunión de copartidarios lo habían elegido». Nos colocó ante el
3
hecho cumplido. Para él, futuro es presente; adivinó nuestros votos y los aceptó .

Don Bernardo es un personaje a quien sigue describiendo con maestría, sin que la
intención política le haga perder el sentido del humor:

Tiene las características: feo como un diablo y no tiene remordimientos, no tiene


escrúpulos. Mírale la mandíbula cual herradura torcida por el uso, y la nariz, que
esconde a la boca, cobijadora, poderosa. Cada palabra que salga de esa boca la olerá
esa nariz. ¡Es el hombre para sacarles al balcón! Hemos encontrado el hombre4.

Rápidamente fundaron el periódico Colombia Nacionalista, compusieron himno e


hicieron distribuir insignias.

Y, a mediados del mes de mayo de 1935, concurrieron a las elecciones con listas
propias: Fernando González, cabeza para la Asamblea Departamental de Antioquia, y
Bernardo Ángel, primer renglón para el Concejo de Medellín. Resultado: ¡19 votos!

Con la habitual ironía, Fernando González describió así el desastre electoral:

Obtuve dos votos en Puerto Berrío, uno en Amalfi y dos en Yarumal. Catorce en
Medellín, que son de los candidatos y sus familiares. Ninguno en Envigado y en
Itagüí, en cuyos linderos…; pero más grave aún: ¡don Benjamín no quiso votar!…

Esta última circunstancia, particularmente dolorosa, lo hizo exclamar: «¡No votar por
mí, don Benjamín! Entonces, ¿qué es filosofía?», y terminó diciendo:

Esta derrota me ha hecho recuperar la razón, como la agonía a don Quijote […].
Ya soy un joven que promete. La belleza colombiana estaba dentro de mí, ¡era mi
5
locura!

Fernando González asimiló prontamente su primera derrota política. Todo hacía pensar
que sería también la única; que no volvería a incursionar en esa áspera y esquiva actividad,
propicia tan sólo para individuos avezados en el arte de influir sobre el electorado y
adquirir burocracia.


3
Ibidem, p. 185 (mayúsculas y cursivas del texto).
4
Ibidem, p. 180.
5
Ibidem, pp. 208-211 (cursiva del texto).

146
Pasados algunos años, sin embargo, el sarampión revolucionario emergió de nuevo. A
principios de la década del cuarenta, poco después de haber enterrado al maestro de escuela
Manjarrés —su más auténtico y desgarrador yo de entonces—, resolvió organizar otro
movimiento político, siempre dentro de la línea de orientación nacionalista. En efecto,
conjuntamente con dos amigos suyos: el maestro Pedro Nel Gómez, notable pintor y
muralista educado en Italia, y Rubén Uribe Arcila, médico, político y vigoroso orador,
fundó La Izquierda Nacional (LAIN)6.

Al grupo pertenecieron jóvenes intelectuales y políticos en cierne: Luis de Greiff Bravo,


Froilán Montoya Mazo, Jesús Ramírez Córdoba, Ricardo y Carlos Ayora Moreno, Ricardo
Piedrahíta, Hemel Ramírez y un abogado chocoano que tendría después una importante
figuración nacional: Diego Luis Córdoba, a la sazón de treinta y cuatro años de edad. En
general eran liberales de izquierda para quienes «no hay enemigos a la izquierda» y
concitaban a los hombres libres de todos los partidos.

Para Fernando González, su ideólogo y fuente de inspiración fue el fallecido caudillo


Rafael Uribe Uribe, a quien admiraba profundamente. En los días previos a las elecciones
escribió una especie de proclama a los jóvenes, que terminaba así: «¡A votar, hijitos! ¡Que
Rafael Uribe Uribe, sobrio, duro, pensador y ejecutor, nos dará el triunfo! […] ¡Rafael
Uribe Uribe debe ser el que gane estas elecciones…!».

En los comicios de octubre de 1943, LAÍN obtuvo 901 votos y consiguió elegir el
primer renglón de la lista de candidatos al Concejo de Medellín: Rubén Uribe Arcila como
principal, y suplente, Froilán Montoya Mazo.

Cuando el partido liberal en 1945 presentó dos candidatos a la presidencia de la


República: Gabriel Turbay y Jorge Eliécer Gaitán, los izquierdistas nacionalistas viraron
entonces hacia uno y otro de aquellos candidatos; abandonaron así definitivamente el
ardoroso e idealista grupo político.

Fernando González, consecuente con su posición respecto de los partidos tradicionales,


permaneció neutral. Al realizarse en mayo de 1946 el certamen presidencial, depositó su


6
Rubén Uribe Arcila, quien fungió como jefe de LAÍN, era médico especializado en obstetricia y ginecología.
Cuando el maestro Pedro Nel Gómez cumplió ochenta años de edad, el 4 de julio de 1979 le envió un
telegrama de congratulación en el cual rememora: «… tú, Fernando González y yo, batallamos día y noche
enseñándole a la juventud Rebeldía con mayúsculas y amor a Colombia bajo el apotegma político de: Pan,
Techo, Salud y Alfabeto para todos…» (Uribe Arcila, Óscar. Medellín de mis recuerdos. Editorial Lenguaje
Publicitario, Bogotá, 2010, pp. 106-107). Después del desaparecimiento de LAÍN, Rubén fue gaitanista,
representante a la Cámara, y en 1954 miembro de la Asamblea Nacional Constituyente, en representación del
partido liberal. Retirado de la política, «quebrantada ya la salud y minada la esperanza», falleció en Bogotá en
1981, a la edad de 75 años.

147
voto por Gaitán, a quien se sentía ligado por un sentimiento de amistad nacido durante una
de las visitas que el jefe liberal hizo a la capital de Antioquia.

La disolución de LAÍN ocurrió casi simultáneamente con la publicación en la prensa de


Medellín de sus «Arengas políticas»7. Las mismas estuvieron dirigidas a hacer un análisis
de las elecciones de marzo de 1945, en las cuales serían renovados los Concejos, las
Asambleas y la Cámara de Representantes. Formuló entonces a los antioqueños una
insistente invitación a ejercer el derecho de voto, mas no por curules sino por hombres, esto
es, por una lista de varones honrados que fuesen capaces de entender el momento crucial
que vivía Colombia (sometida a los efectos disolventes de la Segunda Guerra Mundial y las
pugnas políticas extremas) y preparar una juventud en la inteligencia y el trabajo metódico.

Consideraba que para lograr el objetivo propuesto era necesario organizar una
«escuelita»… Una escuelita en donde se practicase el amor a la patria y, por tanto, amorosa,
fría, metódica y astuta. Respecto de esta última palabra, explicaba: «Astuta como Fabré,
Pasteur, Edison y los otros maestros».

Pretendía que esas elecciones de 1945 las ganara el partido que llevara la mejor gente,
porque un hombre puede valer por miles. Pero era consciente del peligro de que todo fuese
arruinado por un apetito cruel y desmesurado: el de apoderarse de «la cosa» (la cosa es el
presupuesto). De ahí nacen los negociados, la juventud contratista…, opuesta a la otra
juventud, la del partido perdedor y por eso juventud llorona. ¡Pobre Colombia, ocupada por
una juventud llorona y por una juventud contratista!

Fernando González concluía diciendo, a modo de sentencia ejemplar, que la política —


como la educación— es amor: es el arte de crear una patria, engendrándola en nuestros
compatriotas. Y, además, con un grito de esperanza, para el cual evoca a Rafael Uribe
Uribe, pues sólo un hombre de su talla, sobrio, duro, pensador y ejecutor, podrá mostrar a
los colombianos el camino de la victoria.

De su trabajo político quedaron, además de los desengaños, formidables páginas acerca


del nacionalismo, doctrina cuyas raíces encontró en la ideología de Simón Bolívar. En ese
caraqueño a quien el mejor calificativo que puede dársele es el de hombre de la libertad.
«Pero pocos saben qué significa eso; creen que consiste en poder votar y ser votado.
Libertad significa expresarse valerosamente…»8.


7
«Arengas políticas» son dieciocho (18) ensayos publicados en El Correo de Medellín entre el 3 de febrero y
el 2 de marzo de 1945.
8
Revista Antioquia, n.º 14, julio 15 de 1945, p. 46.

148
¿Cómo juzgar esa conducta de Fernando González, insuflada de nacionalismo? Ante
todo es necesario distinguir entre el nacionalismo, que iba en serio, y el activismo político,
relegado a un plano más que secundario. Para esto último no tenía vocación. Aun en plena
campaña electoral de los nacionalistas, demostraba mayor interés por terminar de escribir
un libro, que por participar en actos públicos de proselitismo. «Cuenten conmigo» —le dice
al jefe Ángel— y le explica que está dispuesto a votar con el nacionalismo, usar sus
insignias, cantar su niñez dura…, pero advierte que no podrá hablarle a la juventud sino
cuando el libro quede listo, «por ahí dentro de dos meses». ¡Oh, ingenuidad! No faltaban
sino cuarenta y cinco días para la realización de las elecciones…

Tal vez por eso su deseo de impulsar políticamente el nacionalismo no haya sido sino
una manifestación más de esa vida picaresca a la que era tan aficionado. Y sin la cual la
filosofía no existe, o es apenas un remedo de amistad con la sabiduría. ¿Cómo no conceder
la razón al Lazarillo de Tormes: «La vida filosófica y la picaral son una mesma» y al propio
Fernando González: «No gano elecciones, pero soy partero»?

Es necesario, desde luego, precisar el alcance de su posición. El nacionalismo sólo es


predicable como forma de expresión de su interés político, o por decirlo de otro modo,
hacia afuera. Y entendiendo el nacionalismo en el sentido bolivariano del concepto, como
medio que se dirige a honrar la humanidad y perfeccionar su suerte.

Porque hacia adentro, en el fondo de sus convicciones, como ideal, siempre quiso ser
anarquista, estado que concebía como la cima de la conciencia.

El anarquismo representa la liberación del hombre culto, por cuanto éste no necesita que
otro lo gobierne. Consecuentemente, el filósofo debe de estar por encima de leyes,
trascender las apariencias.

En Fernando González el anarquismo está caracterizado por una doble connotación: la


de jesuita y derechista. Esto último por cuanto el jesuita soltado entendía que a la libertad
se llega por la disciplina.

Sin embargo, y aunque parezca contradictorio, fue ante todo y a su manera un


izquierdista. Para comprender esta faceta suya, la mejor fuente de referencia son los
veintidós artículos que con el título «Nociones de izquierdismo» publicó en El Diario
Nacional, de Bogotá, entre abril y junio de 19379, y mediante los cuales quiso analizar


9
En El Diario Nacional, el periódico que fundara Enrique Olaya Herrera y que en 1937 dirigían Carlos
Arango Vélez y Benjamín Silva Herrera, escribió Fernando González sus ensayos titulados «Nociones de
izquierdismo», publicados entre el 23 de abril y el 2 de junio de dicho año.

149
algunos conceptos izquierdistas que en Colombia —decía— han sido manoseados por una
prensa oligarca e impreparada.

Concebía el izquierdismo, esencialmente, como una escuela viva donde el hombre se


perfecciona, pues exige conocer y trascender los estados de conciencia desde la etapa
visceral hasta la comunista, que aparece cuando el hombre siente que todo el universo es
suyo y es uno.

Izquierdismo que, así entendido, coincide con el auténtico liberalismo. Por eso, para
imponerse, necesita de disciplinas. «La disciplina es nuestra y no de las fuerzas
reaccionarias», recalcaba.

El programa izquierdista tiene su fundamento en la escuela y la universidad: el capital al


servicio de la cultura (cultivo del pueblo). No se limita a lo instantáneo, a la satisfacción de
necesidades fisiológicas, sino que vislumbra con optimismo el porvenir. Su conciencia es
de futuro. Ofrece ideales para quienes sepan perseverar, despreciando la «orgía de la
riqueza material».

El izquierdismo conduce al más alto estado de conciencia: la conciencia comunista,


aquella que tuvieron Jesucristo, Francisco de Asís, Buda, Sócrates, Nietzsche… Para
explicar este proceso de perfeccionamiento, Fernando González formula una importante ley
histórica que hace consistir en que la evolución de la conciencia humana puede
considerarse como la misma de la noción de propiedad. Evolución que se produce en tres
etapas: la primera corresponde a la conciencia visceral y la propiedad visceral (la del
hombre nómada, dueño únicamente de las cosas que consume); la segunda a la conciencia
pronominal (mío, tuyo) y la propiedad individual, familiar, municipal, nacional, etc.; y la
tercera y última, a la conciencia comunista y la propiedad, primero sobre los bienes
comunes y luego sobre uno mismo (supresión de la oposición entre yo y tú, mío y tuyo),
hasta sentirse como propietario del universo.

Para los izquierdistas, por tanto, no existe nada estático, ni instituciones petrificadas ni
verdades definitivas. Las ideas, las nociones, las opiniones, evolucionan con la conciencia.

Tampoco admite el izquierdismo nada artificial. Concibe la democracia como una


organización vital creada por el pueblo. Sólo éste confiere vitalidad a las obras y al
progreso. El pueblo es la fuente única de humanidad.

En esta teoría hay un verdadero vínculo de convergencia entre la izquierda y la derecha:


es la disciplina. De ahí la validez de estas palabras: «La disciplina y el orden son

150
izquierdistas y derechistas. El desorden, la falta de autoridad son, en política, de los
partidos de centro, de la gente tímida y capuchina…»10.

Por todo ello, resultó altamente significativo que un grupo de intelectuales y obreros de
Bucaramanga, en mensaje telegráfico publicado en la página cinco de El Diario Nacional
del 3 de mayo de 1937, calificaran a Fernando González como «el conductor espiritual de
la juventud revolucionaria de Colombia».

La publicación en la prensa capitalina de la serie de artículos conocidos con el título


«Nociones de izquierdismo», tuvo también un definido propósito político: el de explicar,
defender y recomendar la aspiración presidencial de Darío Echandía, si bien advertía que
entraba en esa lucha ardorosa no propiamente por adherir a su persona, «sino por el
programa que se resume en escuela, universidad, higiene y capital al servicio de la
cultura»11. Como contrapartida, es vehemente su oposición a la candidatura de Eduardo
Santos, la que considera reaccionaria por estar sostenida por los poseedores satisfechos y
tener el respaldo del periódico El Tiempo, único medio de propaganda en grande, de tal
modo influyente que desde 1914 ha impuesto ministros, gobernadores y porteros12.


10
«Nociones de izquierdismo», III, 23 de abril de 1937, El Diario Nacional, p. 3.
11
La Editorial Universidad de Antioquia publicó en febrero de 2000 el folleto Nociones de izquierdismo,
recopilación de la columna periodística de Fernando González (84 páginas); la cita transcrita es de la página
19. De igual modo, la Editorial Universidad Pontificia Bolivariana publicó el folleto Arengas políticas
(Medellín, 1997, 70 páginas).
12
Eduardo Santos ganó las elecciones a nombre del partido liberal y gobernó durante el período 1938- 42.

151
13. ANTIOQUEÑIZAR LA GRAN COLOMBIA

ANTIOQUIA no estará al servicio de nadie sino


de algunos sentimientos delicados, tales como
el amor a lo original, a la desfachatez, a la
patria y al arte. (F. G.)

Densa en contenido como uno de sus libros y exquisita por la variedad de temas, cual si
se tratase de una publicación cultural de esas que nos deleitan con el pensamiento de
distintos colaboradores de categoría, ANTIOQUIA —manera nueva de panfleto filosófico—
inició labores en el mes de mayo de 1936, escrita íntegramente por Fernando González.

(Revista personal, sin antecedentes ni continuadores en Colombia. La psique en toda su


majestuosa manifestación, captando hechos sobresalientes de la vida colombiana e
internacional; analizando a los protagonistas de esos sucesos con penetración e ironía;
fluctuando entre los ensayos filosóficos, sociológicos e históricos; y con frecuencia inusual,
explayando el matiz profundo y tierno de su vena poética. Revista para satisfacer íntimos
deseos intelectuales y trascender, tibia y nueva, a los lectores. Y por ser expresión de
autenticidad, con hondas raíces en su tierra, desde donde conserva vivo el anhelo por una
patria grancolombiana inspirada en el espíritu de Bolívar y revestida de fe en el antioqueño,
cuya personalidad estima ruda y egoísta todavía, pero plena de posibilidades).

El lema que sirvió de inspiración: «Antioqueñizar la Gran Colombia», con frecuencia ha


sido interpretado como una forma de regionalismo o de mero costumbrismo —«chovinismo
de aldea», al decir de uno de sus críticos1— y por tanto carente de dimensión nacionalista,
verdaderas bases sociológicas y objetividad. Por supuesto que Fernando González fue un
hombre orgulloso de su raza, sobre todo porque consideraba que era «la única que tiene
personalidad en Suramérica»; pero jamás dejó de estudiarla en su contexto y mostrar
también sus peculiares defectos. Por lo demás, es precisamente en ese año de 1936 cuando
expone la «filosofía de la personalidad», circunstancia que influyó para que en la revista
tomara como modelo al antioqueño y, resaltando sus especiales características, advirtiese
las ventajas de extender su influencia a la órbita bolivariana.

Editada y distribuida por la Tipografía La Pluma de Oro, de Medellín, la etapa inicial de


ANTIOQUIA la constituyen los ocho números publicados, mensualmente, entre mayo y
diciembre de 1936.


1
MEJÍA DUQUE, Jaime. Literatura y realidad, op. cit., p. 63.

152
Una segunda etapa, aunque un poco dispersa, está conformada por los ejemplares
aparecidos en noviembre de 1937, febrero de 1938 y septiembre, octubre y noviembre de
1939. En estos tres últimos números (11 al 13), donde el editor es Alfonso Esse Hernández
(Cronio), la revista incluye una aceptable cantidad de avisos comerciales.

Corresponde la tercera etapa al año de 1945 (números 14 al 17, de fechas julio 15, julio
30, agosto y septiembre). Representa un paréntesis a su silencio literario posterior a El
maestro de escuela, y surge imbuida por un trasfondo político en el cual se procura ejercer
un derecho de «legítima defensa» frente al gobierno de Alfonso López Pumarejo. En
aquellos tres primeros números figura como gerente administrador, Pablo Ortega López, y
como distribuidor la Librería Cano. El postrero, o sea el número 17, trae el subtítulo de
«panfleto amoroso» y menciona que el autor y administrador es Fernando González.

Llegado a ese punto, explica que como consecuencia de que la industria y el comercio
no quieren colaborar con avisos y ya no hay imprenta que edite la revista, se encuentra
«rendido incondicionalmente», no en espíritu, sino en los instrumentos de expresión. «Me
quebré, pues», es la frase que intercala a manera de lánguida confesión.

El nombre de ANTIOQUIA refleja el interés de su autor por un medio de expresión libre,


no comprometido, donde pueda analizar el espíritu de la raza antioqueña
(desvergonzadamente por supuesto) y dejar consignado el anhelo de expandir la
individualidad y el carácter de ésta, no sólo en el ámbito de la patria sino también por el
territorio de los países bolivarianos que formaron la Gran Colombia. Lo único bello que ha
tenido en humanidad Suramérica —afirmaba— es este nido de vascos, Antioquia.

Acerca de los hábitos y costumbres del pueblo antioqueño, discurre en la revista con
admirable perspicacia. Los curas, los comerciantes, los gordos de Medellín, los miembros
de las juntas directivas de sociedades anónimas, los ricos del Parque de Berrío, los
gobernantes y el hombre de la calle, desfilan en un ambiente de vivos colores y con tan
perfecta naturalidad, que el lector se convierte en copartícipe de cada una de las escenas,
descritas brillantemente y con desfachatez gonzalina. Insuperable observador (en un país
que carece de literatos observadores), fino psicólogo, sutil humorista, Fernando González
cala hondo en las entrañas de su pueblo, combinando al filósofo vivencial con el sociólogo.

Hombre práctico, inteligente, amante del hogar y del trabajo, cualidades que adornan su
personalidad, el antioqueño es también hábil para urdir engaños («paradas», en su
lenguaje). Atraído sobremanera por el dinero, la estafa o latrocinio ejecutado con paradas,
se convierte en el delito prototipo de estos hombres ambiciosos. «Pero no somos judíos —
había precisado en Don Mirócletes, sino que los judíos son antioqueños degenerados».

153
Es «gente verraca» y muchos se han ido por el país demostrando su capacidad de
colonizadores, es decir, «atisbando» fincas y muchacha rica con quien casarse.

Pero como Antioquia no tiene verdaderas escuelas y universidades (pues a ésta se va a


aprender lo que otros vivieron y no a verificar lo que ya hemos vivido), los genios han
surgido de la Plaza de Mercado de Medellín, de los corrales de la Feria de Ganados y de las
operaciones financieras del Parque de Berrío. De allí salieron sus grandes hombres: Pedro
Nel y Tulio Ospina, Pepe Sierra, Jesús Mora, Luis Fernando y Jorge Escobar, Lino y Rubén
Uribe, algunos Echavarrías gordos y otros Echavarrías flacos.

Con la «Pequeña biografía de la república de Antioquia para los niños», muchos de sus
conciudadanos se sintieron escandalizados. Mas es lo cierto que ahí está el retrato vivo de
esa inimitable psicología, indispensable para entender los orígenes y características raciales
del antioqueño.

También en Los negroides se refiere a esta gente rara, en la cual aunque advierte todavía
muchas limitaciones, destaca su personalidad prometedora.

El tipo racial representativo del antioqueño, en efecto, es «fondillón y carrielón» y no es


capaz sino de aquello que se refiera a él mismo. Por eso tiene conciencia individual y
orgánica; ésta, según Fernando González, se manifiesta en los medellinenses en tres
momentos estelares: el primero es para retirar de su almacén con qué comprar local en el
«cementerio de los ricos»; el segundo es para comprar manga en El Poblado, y el tercero
para comprar el cielo a los Reverendos Padres…

Pepe Sierra, Clodomiro Ramírez, Esteban Jaramillo, etc., son individuos que buscan
dinero, comodidades para ellos y sus hijos. «Sus conciencias no alcanzan siquiera a los
nietos».

El antioqueño, empero, es lo único prometedor que tiene Suramérica. Las obras de


progreso en Colombia son de él o de extranjeros. El punto débil, su deficiencia, reside en la
falta de cultura. Cuando eleve las motivaciones, influirá decisivamente en la política, la
diplomacia, el periodismo, la ciencia.

En Antioquia los pueblos con personalidad son Envigado, Marinilla, Rionegro, Santo
Domingo y Abejorral.

¿El tipo de la juventud impetuosa y enamorada? José María Córdova.

¿Jurisconsultos? Dionisio Arango, genio del sentido común.

154
¿Artistas? Ricardo Rendón, Pedro Nel Gómez, León de Greiff (pero éste sólo en los
poemas publicados en Bogotá desde que se fue de Medellín en 1931).

¿Y literatos? Tomás Carrasquilla. Único en Colombia. Sobre este historiador inimitable


de las costumbres de su pueblo, escribió uno de sus ensayos de más penetrante belleza
formal y psicológica, suscrito en Envigado en octubre de 1935; allí destaca que Carrasquilla
«es uno de los tres únicos motivos de orgullo para Suramérica, en cuanto a humanidad».

No puede dejar de mencionarse a Luis López de Mesa. Fernando González lo admiraba


por ser «todo íntegramente él mismo», así fuese rey del mundo mental, poderoso razonador
y asceta de la apariencia. «Es el que más amo y respeto yo en Colombia», afirmaba en
19592, y tres años después resaltaba sus cualidades con estas palabras: «López de Mesa es
lo más definido y limpio de por aquí […]. Los demás son el animal que se revuelca»3.

ANTIOQUIA contiene novela mística, cuadros costumbristas, esbozos sociológicos,


ensayos filosóficos y autobiográficos, y panorama político.

Del género de novela mística son Don Benjamín, jesuita predicador, Poncio Pilatos
envigadeño (Semana Santa en Envigado) y los relatos breves titulados Casiano, presbítero
y El entierro de Valerio Suárez en San Jerónimo. Dentro de la misma temática: la vida
sobria y varonil de los curas en propiedad, las costumbres eclesiásticas, la religiosidad de
nuestras gentes, todos estos estudios revelan a un agudo observador que demuestra poseer
una natural inclinación y un especial cariño por los asuntos de la Iglesia. Más que otras
facetas de su personalidad filosófica y literaria, es en la narración mística donde Fernando
González posee cualidades excepcionales que lo convierten en escritor único e inimitable.
¡De qué manera deleitan Don Benjamín, jesuita predicador y Poncio Pilatos envigadeño, y
cómo producen suaves y reiteradas emociones!

En las entregas de la revista correspondientes a los meses de septiembre, octubre y


noviembre de 1939, publicó con el título «La primavera» una novela vivida y escrita en
Marsella durante la estación respectiva de 1934. Complementada con anotaciones dejadas
por el maestro en sus libretas de aquella época, fue editada en 1984 por el departamento de
Antioquia como parte de su Colección de Autores, ya con la denominación de Salomé,
nombre que alude a la gatica blanca —virgen, juguetona y anhelante— que le regalara
madame Taylor, su vecina del consulado marsellés.

La meditación filosófica surge en la revista en forma de ensayo, o entreverada con


comentarios de corte sociológico o político. De este género son, entre otros, «La

2
Libro de los viajes o de las presencias, op. cit., p. 125.
3
La tragicomedia del padre Elías y Martina la velera, op. cit, t. II, p. 27.

155
supervivencia del yo», «Diario de Atehortúa», «Frases para 1938», «De magia»,
«Linderos»… Pero tal vez no se halla uno mejor concebido que el dedicado a Segismundo
Freud con motivo de su muerte, ocurrida en Londres en septiembre de 1939. Es joya
perdurable, lección de humanismo y culto a las ideas madres, en donde relaciona a Freud
con Darwin, Lamark y Mesmer; explica cómo el creador del psicoanálisis recogió en un
sistema coherente el progreso psico-fisiológico que iniciado por hindúes con las doctrinas
acerca de la eternidad del alma, la metempsicosis y la unidad última del ser o nirvana, había
sido introducido a Europa por Schopenhauer, el célebre autor de El mundo como voluntad y
representación. Demuestra, además, que la terapéutica psicoanalítica en el fondo coincide
con el confesionario y cree hallar antecedentes de la libido —aplicando el mismo método
freudiano de interpretación psíquica— en el mundo hebreo, en la actividad de Elías,
Samuel y en los amores inhibidos de José con la mujer de Putifar. Admite que el hombre
tiene de común con los otros seres la libido y el hambre, pues aunque posee instintos
propios, estos se encuentran condicionados por aquéllos; y de ahí esta peculiar manera de
definirlo: «Animal que se siente inmortal y que sonríe».

En los comentarios políticos —acerca de personajes de la política, sobre todo— es


donde Fernando González se muestra particularmente mordaz. Entiende por política «la
conducción de la patria hacia sus destinos latentes» y es duro con los políticos que trabajan
o medran al margen de esa línea de conducta. Blanco frecuente de sus dardos son Alfonso
López, Darío Echandía («paje número 1 de López»), Lleras Camargo («paje número 2 de
López»), Olaya Herrera («Olayita»), Eduardo Santos, Laureano Gómez, Ospina Pérez,
Esteban Jaramillo, el general Berrío, Francisco de Paula Pérez (Pacho Pérez o «Pacho
Nalgas»), Luis Cano («Luisito» Cano). Es decir, muchas de las principales figuras de la
política colombiana en el período comprendido entre 1930 y 1945. La situación a veces
llega al punto en que decide suspender la crítica y exclamar: «¡Traigan el vomitivo…!».

Ciertamente experimentaba una inocultable satisfacción cuando contribuía al ocaso de


ciertos ídolos. De aquellos ídolos cuya parte social le parecía falsa y, por ende, deleznable.
Entonces procedía a la manera de Federico Nietzsche, como filósofo con martillo.

En la presentación de ANTIOQUIA había advertido a los hombres públicos que no se


enojaran. Debían recordar, más bien, que el pueblo tiene los derechos de espectador y que
la vida de los pobres sería infernal si les prohibieran la risa. E invocaba a monsieur
Voltaire: «Marchad siempre por el camino de la verdad…, burlándoos».

No todos los comentarios, por supuesto, son negativos. Experimenta también admiración
por algunos hombres de la clase política, cuyo trabajo honesto reconoce y exalta. A esta
lista de selección pertenecen Carlos E. Restrepo, creador de la concordia nacional;
Alejandro López, personalidad superior y agudo analista de problemas nacionales; Carlos

156
Uribe Echeverri, su candidato a la presidencia en 1938, si bien después le criticaba no
haberse preparado para estudiar los fenómenos de cada pueblo de acuerdo con la causalidad
(marginado éste de la campaña electoral, decidió apoyar a Darío Echandía con la esperanza
de que hubiera «escuela varonil, recta, justa y sin caridad» y, al mismo tiempo, hacer desde
la prensa una despiadada oposición a Eduardo Santos); Rafael Arredondo y Román Gómez,
a quienes consideraba los únicos antioqueños dignos de ser tenidos como jefes políticos; y
aunque la admiración deviene ocasional y fragmentaria, es posible agregar los nombres de
Jorge Eliécer Gaitán, Carlos Arango Vélez y Gabriel Turbay. De los pertenecientes a
generaciones anteriores, salva del naufragio a Tomás Cipriano de Mosquera, Murillo Toro,
Uribe Uribe y Benjamín Herrera.

Pero su verdadera predilección estaba en cantar al héroe, «al que no sirve a gobiernos y
honores, al que busca el mañana…».

Método similar empleó con respecto al clero. Solía distinguir entre el clero varonil, de
personalidad y sentido cristiano de la vida, y cierto clero que ha cambiado los valores
tradicionales tornándose intrigante y vanidoso.

Denunció sin reticencias esa conducta indigna de los representantes de Cristo en este
mundo, así se tratase del cura de aldea o de las relaciones interesadas del Papa con
Mussolini. Pero se deleitaba asumiendo la defensa de los perseguidos o destacando la
posición de dignidad de muchos sacerdotes. A modo de ejemplo, experimentó una especial
admiración por monseñor Juan Manuel González Arbeláez; lo veía como un árbol en medio
del rastrojo, a quien le ha tocado sufrir, solitario, el vendaval. Verdadero príncipe de la
Iglesia y hábil seminarista. Los párrafos que sirven para dar una explicación de este último
calificativo, merecen ser copiados:

Un seminarista de veras es obra refinada de humanidad; es el fruto mejor que ha


dado Roma católica a la variedad humana. Es creación exclusiva de la Iglesia, y con
ella enriqueció a la psicología: un verdadero seminarista es la educación de la
humildad formal y de la soberbia y firmeza de los propósitos, llevadas hasta
profundidades misteriosas; es la habilidad para caminar hacia el triunfo y hacia el
Cielo por los vericuetos de la obediencia, la castidad, la simulación, gozando de la
belleza sin caer en el abuso. El seminarista es el arte de dominar a los hombres,
encarnado y vestido de negra sotana. Un seminarista de verdad es el arte de las
maneras. Sólo él sabe que la vida se reduce a medios y a fines; medios para llegar al
fin propuesto. Es ló-gi-co. Jamás toma el medio como fin. ¡Qué diferencia entre
Monseñor González y estos borrachos que gobiernan y creen que en modificar a

157
cada día los métodos está el secreto del triunfo! No, el triunfo pertenece a la
4
habilidad constante .

Más que en sus libros, en ANTIOQUIA Fernando González es poeta. Trasunto de su


pensamiento filosófico, en los poemas se revela a veces místico, a veces mundano. Tienen
todos una construcción peculiar, que imprime fuerza y cierta musicalidad. En los distintos
números de la revista aparecen los titulados «A la Virgen María», «Canto al Señor», «A mi
tumba», «Bajo los guayacanes», «Mi hijo», «¿Idolatría?», «Poema a la vida carnal», «De
música» (dedicado a Enrique Vargas Nariño, maestro de rectitud, y escrito en francés
«porque mi alma se va alejando cada día más de por aquí»), «Vejez», «Himno a la juventud
casta», «A Benito Amilcar Mussolini», «Una dentroderita», «Los mitos» e «Hiro-Shima».

Desde joven había encontrado en la poesía una manera de suavizar la aridez de la


filosofía tradicional. Por eso su prosa nunca dejó de estar exenta de contenido poético. En
la versificación había incursionado apenas esporádicamente. Ahora este acento es mucho
más marcado, aprovechando las posibilidades de expresión que le ofrece la revista. Son
pensamientos dirigidos a penetrar el alma más que a herir los suaves pliegues del corazón.

Una composición imbuida de elación mística y dedicada a su hijo Álvaro, el poema «A


la Virgen María», resulta ser un buen modelo de poesía filosófica:

Estás muy lejos, fuera del pequeño tiempo


que hay y habrá entre mi nacer y mi morir;
por eso te llamo en mi ayuda, gran señora
que pariste a Jesucristo en el pueblo de Belén.

Muy grande serás, dulce María, que pariste


a uno que conocía a su Padre y su Reino


4
Revista Antioquia, n.º 1, mayo de 1936, p. 46. Monseñor Juan Manuel González Arbeláez (1892-1966) es tal
vez la figura más carismática del clero colombiano de todos los tiempos. «No creo que haya nacido nunca en
Colombia un hombre mejor hecho que Juan Manuel González a imagen y semejanza de Dios», fueron las
palabras con que lo calificó Guillermo León Valencia, su amigo personal y entonces Presidente de la
República, durante los actos que tuvieron lugar en Rionegro (Antioquia), la ciudad natal del inolvidable
Arzobispo, con motivo de la repatriación y entierro de sus restos. Después de estudiar durante cuatro años en
el Seminario de San Sulpicio de París y en el Ateneo Latenarense de Roma, fue rector del Seminario de
Medellín (1926-1933), Obispo de Manizales (1933-1934), Arzobispo Coadjutor de Bogotá, con derecho a
sucesión con respecto al Arzobispo Primado monseñor Ismael Perdomo (1934-1942) y Arzobispo de
Popayán… «Apenas cambiaré de surco, pero la semilla es la misma» (1942-1943). Víctima de una implacable
persecución, desde fines de 1943 hasta su muerte ocurrida en Roma el 4 de enero de 1966, vivió en Europa un
heroico destierro, que soportó con ejemplar silencio. (Véase El Arzobispo Juan Manuel González Arbeláez y
selección de sus poesías por Humberto Bronx, Editorial Gran América, segunda edición, Medellín, julio de
1966). Conocedor profundo del alma humana, Fernando González asume su defensa en época en que ya se
insinuaba la dramática lucha del pastor en defensa de sus creencias y de los derechos de la Iglesia Católica.

158
y que venció a la fría muerte. El único que
mostró que se vive en donde no se come.

Porque Buda, ni Mahoma ni Confucio


y Zoroastro dejaron de podrirse
ni se comunicaron con los terrícolas
después. El único fue el hijo que pariste en Belén.

Muy buena, lucífera, celestial, debías ser


para parir a semejante Rabí;
porque un ser que hablaba del Padre
con esa certeza, procedía de un sol.

Eres pues un ser más grande


que esos cuya luz demora 48 años
de luz. Envíame tus rayos y ablándame
y rehazme: ¡yo soy como polluelo!

Quiero ser blando a tus rayos, como polluelo


que no ha roto el cascarón. ¡Reniego
de mis durezas de hombre estúpido,
prevaricador, ladrón y codicioso!

Ayer y anteayer recorrí las calles


en busca de mi vida pasada:
no hallé ni un solo día luminoso;
¡todo oscurecido por mis codicias!

No encontré en las calles de mi recuerdo


ni un solo ser que se levante a defenderme
el día en que comparezca ante el jurado
que distribuye las consecuencias.

Por eso te escribo este poema


dedicado a mi primogénito
Dame diez años y sé mi guía,
5
para rehacerme como si fuera óvulo .


5
Revista Antioquia, n.º 7, noviembre de 1936, pp. 19-20.

159
Otro ejemplo es este poema que, escrito «Bajo los guayacanes», dedica a la salud:

SALUD: adorámoste;
también a tus hijos:
la belleza
y el proteico dinero.
¡Eres madre prolífica!

Tuyos los frutos todos


que alimentan al guerrero:
concentración, irradiación
y la bella serenidad.

Pero ¿cuál ese bailarín,


ágil como lagarto luciente
y duro como vergajo…?
Es
el claro concepto mental.

Y como tú, Salud, eres mía,


yo soy EL JOVEN,
soy el irresistible
bailarín cósmico;
soy
6
¡EL BRUJO!

Expresión de sus sentimientos más íntimos es el titulado «El canto del maestro»:

Colombia será escuela de trabajo.

Me daré todo a Ti, en ellos,


los niños, mañanas tibias de la Patria.

Los viejos serán niños porque Te verán;


sentados cabe dinteles y sombras de los árboles,
conversarán de los trabajos de los hombres
y darán consejos como frutos jugosos.
Sus bocas serán como panales.


6
Revista Antioquia, n.º 6, octubre de 1936, p. 8.

160
Qué bellos los viejos, sentados
cabe dinteles y sombras de los árboles
¡aconsejando!

Qué bellos mis viejos


con sus bocas con todos los dientes
como granadas maduras,
o sin dientes,
pero sin vergüenza,
¡como Gandhi!

Yo no sé nada, pero Tú, Señor,


lo sabes todo y algo más.

Bendice, pues, este viejo tronco


¡en donde canta un cucarachero!

Acéptala, pues, la escuelita, ¡Señor!


Acéptala en mí, que Tú no temes ni esperas;
sentado estás en Ti mismo;
nadie te puede dar ni quitar
y tu goce son los jóvenes
que tienen pelusa en la nuca.

Yo me doy a Ti en ellos,
7
los niños, mañanas tibias de la Patria .

Por último, cuando murió su alter ego el padre Elías, quiso un epitafio poético que
recordara a quien se hizo amente o beato. Fue grabado en un rincón del cementerio de
Entremontes, en piedra plana del río Cañafístol, por don Florín, el escultor de Las Alfardas:

¡Cielo eres, pobre Elías!


¡Cielo del ojo simple!
¡Cielo hermafrodita!
Ni Bien ni Mal:
8
¡El sueño sáfico!

En esa compenetración con su tierra, en ese interés por analizar a Antioquia en sus
diversos aspectos y hacer ostensible su personalidad, en tomarla como fuente de


7
Arengas políticas, Editorial Universidad Pontificia Bolivariana, Medellín, 1997, pp. 55-56 (poema publicado
en 1945 en el periódico El Correo).
8
La tragicomedia del padre Elías y Martina la velera, op. cit., t. II, p. 153.

161
inspiración, son arquetipos —lo que no significa olvidar a Gutiérrez González, a Robledo
Ortiz y otros— Fernando González y Tomás Carrasquilla. A ambos los unió una sólida
amistad y admiración recíproca. Mientras González afirmaba: «Este Carrasquilla tan mirón,
tan escuchador, tan sastre de ropas y de almas, tan realista, tan semidiós que se nutre de las
energías de su patria antioqueña […], es único en Colombia; es orgullo colombiano, es el
que puedo enviarle a M. Bréal para que vea que somos iguales a los europeos»,
Carrasquilla le interrogaba: «¿Sabe usted lo que me gusta más de sus obras?», dando
enseguida esta respuesta: «Pues el antioqueñismo, un antioqueñismo pasado y repasado por
muchos libros y por muchos cedazos».

162
14. DESPEDIDA DEL MAESTRO DE ESCUELA

Decir todo lo que sentía y pensaba fue la inmunda


práctica de Manjarrés. Eso lleva al nudismo y al vivir
a la enemiga. (F. G.)

El estado de ánimo de Fernando González comenzó a decaer y se agudizaron los efectos


del «vivir a la enemiga», a medida que avanzaba en la publicación de Antioquia.

Los esfuerzos que realiza para poder editarla, en una época en que su situación
económica atravesaba dificultades; la dedicación de buena parte de su tiempo a la redacción
de los ensayos y comentarios que vierte en una revista mensual, íntegramente a su cuidado
y bajo su responsabilidad intelectual; la incomprensión de los lectores y hasta las amenazas
que recibe de parte de personas que no admiten críticas. Todo esto se va conjugando para
formar un opaco marco de referencia a sus aspiraciones de contribuir al ascenso en
conciencia de la juventud y a la formación de una Colombia guiada por valores de justicia y
autenticidad.

En febrero de 1938 aparece en Antioquia un artículo titulado «El idiota», en el cual cree
haber hallado en qué consiste lo que llaman suerte en la vida social de los hombres.
Descubre esta verdad: que el hombre con suerte se robustece, crece y domina en la sociedad
cuando ésta es apropiada a su modo de ser, y viceversa. Por eso con los inadaptados, o
idiotas, la sociedad es dura, inflexible, cruel.

Y así va adobando el juicio de los jóvenes, hasta el punto de que ellos terminan por
aceptar las reglas tradicionales, convivir con el orden establecido y decidirse a practicar las
mismas artimañas de los ambiciosos.

El peso de los acontecimientos produce entonces un desgarramiento humano, imposible


de soportar. Ya no quedaba sino admitir lánguidamente:

De hoy en adelante el rey será mi gallo, todo poder viene de Dios, y no escribiré
1
más contra los gobernantes, etc.

La anterior afirmación representa el preludio a los años más difíciles de su vida; el


pensador adquiere plena conciencia de la imposibilidad de luchar con éxito en medio de la
incomprensión y el predominio de intereses diametralmente opuestos a los suyos.


1
«El idiota», publicado en Antioquia, n.º 10, febrero de 1938, pp. 73-75, es después reproducido como
capítulo final de El maestro de escuela.

163
No es extraño, por tanto, que en el mismo año de 1938 decidiera irse a vivir a Chile, en
procura de un ambiente propicio para su trabajo intelectual y atendiendo la amable
sugerencia de la poetisa Gabriela Mistral, con quien desde la publicación de Viaje a pie
sostenía correspondencia epistolar.

Procedió entonces a vender casi todos los libros que constituían su biblioteca; el
comprador fue La Pluma de Oro, librería que los adquirió con el fin de revenderlos al
público. Quince días antes de la fecha señalada para el viaje, sin embargo, un violento
terremoto ocurrido en el país austral impidió que el proyecto se convirtiera en realidad.

¡El viaje se frustra y ha vendido su biblioteca! Pudiera pensarse que debió ser honda su
nostalgia, producida por el hecho de haberse visto precisado a la enajenación de libros
adquiridos en el transcurso de varias décadas… Pero tal vez ese sentimiento no trascendió
los límites normales, a juzgar por la siguiente descripción hecha años después por su alter
ego, Lucas Ochoa:

Una verdadera biblioteca no contiene sino unos cincuenta libros, debajo del
Sancta Sanctorum; unos doscientos en los misterios especializados, y… algún día te
enseñaré mí biblioteca: hay unos diez; encima de ellos, alto, Benedicto Spinoza,
2
con sus satélites, Bruno y Maimónides .

En medio de dificultades y frustraciones, un nuevo y doloroso acontecimiento sacude su


espíritu: la muerte de su padre, don Daniel González, ocurrida el 1.º de febrero de 1939.

Uno de los pocos hechos reconfortantes es el viaje que emprende a la zona arqueológica
de San Agustín. Su compañía son dos amigos, almas gemelas por su amor al arte, los
notables pintores Pedro Nel Gómez y Carlos Correa. Como resumen de la inquietante
correría por esas tierras del Huila, Fernando González consideró entonces —según el
testimonio de sus acompañantes— que las doscientas esculturas de piedra que allí se
encuentran son el mayor patrimonio artístico de Colombia y por tanto deben ser enterradas
nuevamente, para que las futuras generaciones las reciban como herencia…

El proceso de descomposición del yo —así puede llamarse, siguiendo su terminología—


llega a sus últimas consecuencias a principios de 1941, cuando escribe El maestro de
escuela, obra que al interrumpir su actividad filosófica y literaria divide ésta en dos grandes
etapas: la iniciada veinticinco años atrás con los pensamientos de un «niño envejecido» y la
subsiguiente, que se prolonga casi por el mismo lapso y, tras un prolongado silencio,
retorna al metafísico en su más alto vuelo.


2
Libro de los viajes o de las presencias, op. cit., p. 62.

164
Convencido de la inutilidad de continuar el enfrentamiento con la sociedad en que vive,
decide bajar la guardia y reconocer su derrota. ¡Cómo es dolorosamente cierto que no
podía, por más tiempo, seguir nutriéndose únicamente dentro de sí mismo! Brota entonces
una íntima y dramática confesión:

El que haya aguantado más de los cuarenta y seis años que yo aguanté debajo de
la fría alcarraza, en actitud de sapo nocturno, atisbando lo que no dijo que vendría,
que me arroje la primera piedra.

Admite que apenas en la edad madura logró asimilar ciertas verdades útiles, que otros
incorporaron a su comportamiento vital desde la niñez o la juventud. Quizá la más
protuberante de esas verdades es la que puede enunciarse así:

La felicidad terrena está en proporción de la adaptabilidad social del individuo.

Sí, ha sido un inadaptado. ¿De qué han servido los trece libros que ha escrito pensando
en la juventud colombiana y americana (incluido éste donde el frustrado maestro abandona
su «escuelita»)?3

¿Para qué una revista que es también libro, por cuanto todos sus artículos reconocen una
misma y única paternidad responsable y obedecen a un criterio de análisis vivo de la
cotidianidad, que sugiere, persuade y trasciende?

¿Para qué sus prédicas acerca de la personalidad, la cultura, el conocerse y aceptarse, el


método emocional, las ideas madres, la autoexpresión de individuos y pueblos, la muerte de
toda vanidad?


3
Fernando González había considerado indispensable la formación de una escuelita, colombiana y
suramericana, de autoexpresión; donde se formara la juventud del futuro, libre de prejuicios y completamente
adaptada a su tierra y su medio. Es decir, que enseñara una filosofía-camino que, partiendo de la educación,
condujera a la cultura. El método es de ritmo y sobriedad, como corresponde a caminantes a pie, y el objetivo
consiste en que cada discípulo encuentre su propio e intransferible camino. Hallado éste, el caminante estará
en condiciones de manifestar su personalidad y coadyuvar a la creación de una cultura auténtica, fundamento
del desarrollo social. Pero nada hay nuevo bajo el sol. O en otros términos, nada hay original a menos que se
le juzgue en relación con determinados lugares y circunstancias. Así, por ejemplo, LinYutang en La
importancia de vivir (Editorial Suramérica, sexta edición, Buenos Aires, 1943, pp. 514-518), menciona que
los tres hermanos Yuan iniciaron a fines del siglo XVI la Escuela de Autoexpresión, llamada también Escuela
de Hisingling, de Hising que significa «la naturaleza personal» y ling, el «alma» o «espíritu vital». Al
reaccionar contra la literatura ortodoxa china que tendía expresamente a manifestar las mentes de los sabios y
no las mentes de los autores y, por tanto, carecía de dignidad e independencia, la Escuela de Autoexpresión
exigía que expresemos por escrito solamente nuestros pensamientos y sentimientos, nuestros amores
genuinos, odios genuinos, temores genuinos y caprichos genuinos, pues hay que expresarlo todo… sin miedo
de contradecir a los sabios antiguos o las autoridades contemporáneas.

165
En ese ambiente psíquico y frente a presiones sociales que habían ido debilitando su yo
—su poderosa capacidad de introspección—, Fernando González produce El maestro de
escuela. Es un libro-resumen de su biografía, vivencial, sincero y lleno de paradojas, cuyo
personaje central, Manjarrés, un maestro de escuela primaria escalafonado en quinta
categoría, se cree «un filósofo» y un «postergado». Tímido y carente de naturalidad en sus
movimientos, usaba bigotes colgantes y, en el bolsillo interior izquierdo del saco, un cepillo
para dientes, «condecoración de todo maestro de escuela»; donde los jesuitas se graduó en
introspección y estos eran los problemas en los cuales meditaba: si tiene «espíritu», si
progresa, si siente a Dios, si posee capacidades y si le odian o aman…

Casado con Josefa Zapata, y padre de doce hijos, su mujer soportaba al «grande hombre
incomprendido» y éste se sentía opinado por ella y decía: «Un hombre opinado por la
cónyuge es como planta orinada, que se marchita. Josefa tiene la culpa».

Con su actitud consistente en creerse un grande hombre incomprendido y, como


consecuencia, objetivar la culpa, soportaba y contagiaba al mismo tiempo el drama del
proletariado intelectual.

Objetivaba la culpa en su mujer y en el gobierno. Estos eran los causantes de todos sus
males. Y la causa, por supuesto, de que no hubiese podido cumplir sus mayores anhelos:
ser director de educación pública y redactar una teoría del conocimiento.

(Objetivar la culpa —dice el autor— es la finalidad oculta de las filosofías morales, la


raíz del arte y de los mitos, y quien quiera que tenga por encima a otro, es «grande hombre
incomprendido»).

Manjarrés, convencido de que para dirigirse y salir triunfante requería acudir a otros
medios, creó su doble, su otro yo, al que puso por nombre Jacinto. Él sería la inteligencia y
Jacinto el ejecutor.

Con todo, la pobreza, la angustia, los problemas en su trabajo, la incomprensión,


aceleraron el proceso de disolución del yo. Terminó por aceptar que «él tenía la culpa» y su
destino humano quedó consumado.

Cuando Josefa Zapata, después de veintidós años de estar al lado del maestro de escuela,
agonizaba, un inspector de educación acusó a Manjarrés de ser «un godo hijo de tal» y fue
declarado insubsistente. Obligado por las circunstancias, empeñó los vestidos y los libros.

166
Viudo, sin empleo y con una docena de hijos, algunos amigos le ofrecieron ayuda. Esta
se concretó —¡oh manes del destino!— en una carbonería, en la que fracasó vendiendo al
fiado.

Convertido en un hombre melancólico, definitivamente derrotado, murió poco después y


el médico dio este diagnóstico: «Se le acabó la voluntad de vivir». Recibió entierro de
tercera clase.

Aparecieron, entonces sí, las damas caritativas: las de «la gota de leche», las de «la
columna de choque contra el mal», las «vírgenes del altar»… a implorar por los pobres
huérfanos. Cristianismo tardío, falso y blandengue, que no hizo sino irrespetar la memoria
de Manjarrés. Y sobre todo sus creencias, porque era hombre de fe, que con motivo de la
enfermedad de Josefa había entonado este canto sublime:

Necesito sentir a Cristo en mí. Entra, Señor, entra y barre y embellece… ¡Tú que
llamaste a Lázaro de la podre, Tú que resucitaste y comiste luego pescado! ¡Qué
hermoso eres, que no robaste, no opinaste, no te disfrazaste! ¡No pesas y
trasciendes, no te corrompes y renaces! ¡Empuja, pues, y derrumba! ¡Llámame con
voz más urgente! Yo no puedo ir a Ti, pues «venga a nos tu reino». De mí voy a la
prostitución. Empuja, urge, incita; todos son tus símbolos que me llaman, me hacen
guiños. Estoy preñado de ganas de realidad.

En el epílogo, que expresa una penetrante psicología de la condición humana, campea la


incertidumbre. El cadáver de Manjarrés hace surgir a don Tinoso, el adaptado social, el
calculador, el realista, aquel que no cree sino en la plata, la salud y el amor. Don Tinoso ha
renunciado a filosofías y se hace profeta… de lo que vaya sucediendo. Reconoce que sin
adaptabilidad social no existe la energía vital, indispensable para tener «éxito». Por tanto,
será capaz de todo, ¡hasta de convertirse en el gran lambón del presupuesto! Y como
comprende que debe desdeñar la «gloria» futura, quiere que el busto le sea anticipado en
dinero: «¡Denme el busto en plata!», grita el nuevo hombre.

El idiota había muerto, dejando tras sí una dura lección: la de que no es posible
contradecir impunemente la fría causalidad, ni desconocer la verdad aparente.

Luego de una confesión conmovedora: «Tengo la sensación nauseabunda de que el


cadáver de Manjarrés era de los dos», el autor firmaba su libro en La Huerta del Alemán,
Envigado, a 12 de febrero de 1941, con el nombre de ex-Fernando González.

167
***

La dedicatoria de El maestro de escuela está redactada con estas palabras:

Homenaje a Thornton Wilder,


el creador del drama eterno
Our Town.

Durante los meses de marzo, abril y mayo de 1941, Thornton Niven Wilder, novelista y
dramaturgo estadounidense, realizó una gira por Colombia, Ecuador y Perú en
cumplimiento de una misión de buena voluntad en relaciones culturales, conferida por el
Departamento de Estado de los Estados Unidos.

Precedido de merecida fama como ganador en dos ocasiones del Premio Pulitzer (en
1928 con The Bridge of San Luis Rey y en 1938 con Our Town), Wilder, profesor de
Literatura Comparada en la Universidad de Chicago, fue recibido con respeto y entusiasmo
en los países mencionados, en los cuales tuvo la oportunidad de entrevistarse con
numerosos literatos, entre otros, Guillermo Valencia, Baldomero Sanín Cano, Eduardo
Caballero Calderón, Rafael Maya, Jorge Icaza, Demetrio Aguilera, Ciro Alegría, José
María Arguedas, Jorge Fernández, Humberto Salvador, Romero Castillo, Xavier Abril,
Jorge Basadre y Héctor Velarde.

Los días domingo 30 y lunes 31 de marzo, en La Huerta del Alemán, sostuvo intensos
diálogos con Fernando González. De éste dijo haber leído, con gran admiración, tres de sus
libros: El remordimiento, El Hermafrodita dormido y Los negroides. Después de conocerlo
personalmente, expresó su interés por estudiar en profundidad el conjunto de la obra del
pensador antioqueño. Fue así como, en el transcurso de sus viajes, dijo haber leído Mi
Simón Bolívar, Viaje a pie y desde luego, todavía fresco, El maestro de escuela. (Los
demás libros y la revista Antioquia le fueron enviados por el autor a su residencia
norteamericana).

Constituye el antecedente más inmediato de aquella entrevista una carta suscrita en


Bogotá el 21 de marzo de 1941, en la cual Wilder manifiesta a Fernando González el deseo
de tener una conversación sobre asuntos literarios y filosóficos. «Yo hablo francés y alemán
—precisaba— y estoy haciendo diariamente progreso en la lengua española».

Por razones de afinidad idiomática, los dos escritores se entendieron en francés; pero
matizaron la charla con expresiones al margen, ya en inglés, ya en español.

168
Una vez más en Bogotá, Wilder dirigió una nueva carta a Fernando González con fecha
4 de abril, en la cual consigna este sentimiento: «Mi experiencia más viva, estimulante y
feliz en Colombia es haberlo conocido a usted, su trabajo y su casa».

Gratamente sorprendido con la dedicatoria de El maestro de escuela, le escribe desde


Quito el 11 de abril: «Es el primer libro que me ha sido dedicado», y agrega: «Non dignus
sum, non dignus sum».

Tras la lectura, Wilder consideró que era al mismo tiempo «brillante y terrible», «cruel y
piadoso». Impresionado por la fuerza expresiva y, ante todo, por la originalidad, en el
sentido grande: cada momento completamente uno mismo, sintetizó su pensamiento con
este elogioso y revolucionario concepto:

Usted ha re-inventado la novela.


Usted ha creado la novela: Siglo veinte.
La narración ha muerto. «El pasó aquello y después
pasó aquello y después pasó aquello», ha muerto.

4
Esta es la Nueva Novela .


4
«You have re-invented the novel.
You have created the Novel: Twentieth century.
Story-telling is dead. “That happened and then happened and then that happened is dead”.
This is the New Novel». (Carta fechada en Quito el 21 de abril de 1941).

169
15. NOCHES CARGADAS DE SILENCIO

Estuve en el Hoyo de los Animales


Nocturnos… (F. G.)

A partir de 1941, año de publicación de El maestro de escuela, Fernando González abre


un prolongado paréntesis en su fecundo trabajo de escritor y pensador.

Solamente en las postrimerías de la década de los cincuenta, con la aparición del Libro
de los viajes o de las presencias (1959), clausurará aquel intervalo del que brota como
corolario una última novela —novela del hombre— escrita desde el imperio invisible de
Entremontes: La tragicomedia del padre Elías y Martina la velera.

Desde el retiro de la literatura, anunciado en el epílogo a la biografía de Manjarrés, hasta


la presencia de los viajes, transcurrieron dieciocho años, caracterizados por una intensa
lucha consigo mismo, en la cual aprendió a padecer y consumir sus vivencias.

Aquel período de aislamiento presenta, no obstante, algunos aspectos que aminoran la


severidad de su perfil: escribe por encargo oficial un Estatuto de Valorización, intercambia
una sentida correspondencia epistolar con un sacerdote jesuita, emerge de nuevo con su
revista Antioquia y dirige una serie de hermosas cartas a su hijo Simón, estudiante en los
Estados Unidos.

En efecto:

a. En 1942, siendo Asesor Jurídico de la Junta de Valorización de Medellín y por encargo


del Concejo de la ciudad, procede a recopilar y comentar las disposiciones existentes
sobre la contribución de valorización en un libro al que, por este motivo, denominó
Estatuto de Valorización1.

b. En 1943 conoce al sacerdote jesuita R. P. Antonio Restrepo Pérez, quien en ese año
era profesor de Literatura de su hijo Fernando en el Colegio San Ignacio de Loyola, de
Medellín.


1
GONZÁLEZ, Fernando. Estatuto de Valorización. Imprenta Municipal, Medellín, 1942, 121 páginas.

170
De esa amistad, que se prolongará hasta su muerte, surgió una correspondencia
epistolar recogida en Mis cartas de Fernando González2, donde se agrupan cuarenta y
una de ellas, escritas entre 1944 y 1963.

El padre Restrepo obsequió uno de los ejemplares a su amigo el historiador Eduardo


Lemaitre. Éste, después de leer el libro, escribió un artículo titulado «Una gran
sorpresa», en el que deduce que «el filósofo de Envigado, el demoledor, el rebelde, el
irreverente, no sólo era un místico angustiado por la incógnita de Dios y del Hombre,
sino un católico convencido y, encima de ello, un practicante».

c. En febrero de 1945 escribe en el periódico El Correo, de Medellín, una serie de


dieciocho artículos titulados «Arengas políticas». Y entre julio y septiembre publica de
nuevo la revista Antioquia, en sus cuatro últimas entregas. Y:

d. Las Cartas a Simón. Corresponden principalmente a los años comprendidos entre 1950
y 1953, época en la que su hijo menor, Simón González Restrepo, cursó estudios de
ingeniería mecánica en los Estados Unidos; se agregan cinco cartas de 1958, escritas
en «La Huerta», y una, la última, del 10 de febrero de 1959, desde Otraparte, dirigidas
a Simón, quien por entonces estuvo trabajando primero en Cali y después en
Barranquilla. Permanecieron inéditas hasta abril de 1997 cuando fueron editadas por la
Universidad Pontificia Bolivariana, de Medellín. Plenos de ternura y amor filial, los
consejos al joven estudiante (a quien llama indistintamente Simón, Simoncito, hijito, y
con más frecuencia Moncho, Monchito o Monchín) versan en torno al inagotable tema
de la vida y aspectos tales como la personalidad, la formación del hombre, la amistad,
la disciplina, la psicología, la intimidad, e insiste en el método: «No estudies
demasiado, sino metódicamente. La salud mental y corporal ante todo». Son
reflexiones que se entreveran con las narraciones del padre acerca de lo que ocurre en
su entorno familiar, en su trabajo, en sus negocios (época de atracción por las fincas y
el ganado), y con sus alegrías y depresiones. También, a veces, con cariño le menciona
a María Eugenia, la novia que Simón dejó por estos lares. Como contraprestación, le
pide que le escriba una carta semanal, y mientras más extensa, mejor; cuando cuenta
pocas cosas, no vacila en incitarlo a la actitud contraria: «Escribe largo, hombre».

En esas cartas insiste en la aceptación plena de nuestro destino y, como consecuencia, en


la importancia de asimilar esta máxima: «Nada que sea o vaya a ser mío podrán quitarme y
nada que no sea mío podré conseguir». Mas consciente de la hondura de la lucha interior y


2
RESTREPO PÉREZ, Antonio. Mis cartas de Fernando González. Consorcio Editorial Colombiano, Bogotá,
sin fecha, aunque debe ser de 1983 (comentarios de pie de página del profesor Germán Marquínez Argote).

171
la necesidad de trascenderla, la invocación preferida es la siguiente: «Bendice, Señor, a este
viejo tronco en donde anidan los cucaracheros…».

Su interés principal reside en que Simón sea «cada vez más hombre». Tarea que consiste
en ser más frío pasionalmente y más ardiente en inteligencia y en fortaleza humana.
«Debemos ser fríos en cuanto a pasiones animales y ardientes en amor a la idea y forma en
que se nos revele el Infinito». Por eso el verdadero sabio se dedica a amar a Dios y a
conocerse y conocer a los hombres. Sólo en cuanto inteligentes, somos libres, pues «la
gloria más grande es entender; el que entiende y en cuanto entiende, es libre y amo del
universo».

En la carta fechada el 15 de mayo de 1953, le responde con entusiasmo: «Simón, ilustre


ingeniero mecánico: acaba de llegar tu carta en que cuentas del retrato con toga».

Una segunda edición de Cartas a Simón, en la que se agregan veinte cartas inéditas, es
de Editorial EAFIT y Corporación Otraparte, Medellín, 2017. De ella destacamos las
siguientes observaciones y pensamientos:

«No te aburras. Observa, goza, estudia, medita, ama todo lo bello; en fin, solo
los bobos se aburren».

«Cultiva tus amores y déjate conducir por ellos; graba bien en ti esta idea: que
todo lo que nace, nace del amor: todos los descubrimientos y obras de arte son hijos
del amor. Y atiende a tu vocación, que eso es amor».

«Simón, el secreto está en amar, amar siempre: ama la vida: aire, noche y día,
lluvia y dolor».

«Sé un señor, jamás un “señorito”, un remilgado; vive en tu conciencia, en tu


tuétano, la verdad de que todo lo que sale de nosotros plenamente, de nuestro amor,
es divino».

«Yo sigo gomoso por la homeopatía; es como si hubiera conseguido una novia.
No hago sino recetar y ya he curado como a 20. […] No dejes de enviarme los
libros de homeopatía que encuentres».

«Sigue mi pasión por las plantas venenosas y por las olvidadas: las plantas
salvajes, las de los rastrojos, ignoradas, bellísimas y amantes encantadoras. Los
sábados y domingos y festivos me voy a los montes, caminos, solares y quebradas a
verlas, a recogerlas y a traerlas a casa. […] Cuando veas libros curiosos sobre
plantas, pues envíamelos».

172
«Respecto de tu enojada, recuerda también esto que dice: “El que es pendejo, al
cielo no va: lo joden aquí, lo joden allá…”».

«Lo único que no hastía, ni desilusiona, ni cambia es lo que uno en-tien-de.


Entender es la beatitud. A mí no me interesa sino entender. […] Sólo en cuanto
inteligentes, somos libres».

«Se ve que tú no te vas a varar. Eres vivo y nada pendejo. Muy bien, hijo».

Le recomienda leer a Shakespeare y a Dostoievski, de quienes dice: «Son para mí las


dos cumbres de la psicología». Así como a Whitman, despacio, poema por poema: «A cada
instante vive en Dios, vive religiosamente: o sea, con verdad, seriedad y nobleza».

***

La muerte de Manjarrés, equivalente a la muerte literaria de Fernando González, cierra


el primer gran ciclo de su vida que abarca desde 1916 hasta 1941, como tratando de unir
por sus extremos los Pensamientos de un viejo con El maestro de escuela. Y abre,
simultáneamente, el que se extiende desde aquel último año hasta 1959, período en el que
predomina el supremo valor del silencio. Un silencio que es beatitud y sin el cual resultaría
imposible entender que de allí pudiera haberse desprendido una tercera etapa, la que suelen
llamar mística pero que realmente fue la del metafísico, donde el conocimiento vivo
aparece expresado en un lenguaje al que el gerundio (entendiendo, padeciendo, amando,
agonizando), empleado con acento intimista, confiere fuerza de vuelo cósmico. Dos obras,
unidas por el estilo y los propósitos, constituyen la parte final de ese proceso kafkiano que
es su propia vida de agonista: descripción la una del viaje y del viajero, en unicidad
dialéctica; y la otra, narración de la tragicomedia de un cura de aldea que padece y
trasciende las hermosas manos de Martina, al mismo tiempo que ese mundo con que la
soberbia del yo nos atormenta y que es preciso entender y glorificar.

Al segundo ciclo pertenecen dos descripciones en las cuales se resalta su personalidad.


Corresponde la primera al padre Restrepo Pérez, quien se complace en presentarlo como un
cristiano completo, ciudadano ejemplar, de costumbres austeras, de maneras exquisitas,
lleno de bondad y delicadeza. Además, «original y elevado en el pensar y en el decir, jamás
de su conversación agradable y vivaz se escapó una palabra de mal gusto. […] Yo no
recuerdo haber hablado antes ni después con un hombre que tuviera un sentido de la vida
tan original y profundo». Más aún: sostiene que el Fernando González que conoció era no

173
sólo completamente distinto al que aparece en sus libros sino superior a sus obras. «Éstas
son apenas un esbozo de lo que realmente era. Un hombre extraordinario, fabuloso»3.

El segundo enfoque es un estudio artístico de su antiguo compañero panida, Félix Mejía


Arango (Pepe Mexía), autor de un hermoso y complicado retrato de Fernando González,
que éste analiza en un breve ensayo firmado en Envigado el 6 de septiembre de 1944.

Es una descripción de los demonios cuya síntesis soy yo —dice acerca del
retrato que le hizo Pepe Mexía—. El primero y el segundo daimones son la
tentación y el remordimiento; sigue una llave, que es «la llave de la puerta de la
casa de la coja»; ésta y el pescado son el diplomático o proteo; hay un sapo de
tinajero, que es el sentimiento de madre patria, pues mi familia se vino a las
Américas dejando los muebles por allá; hay las banderitas rojas (¿cuándo llegarán?
Pronto, porque el dos de septiembre último, en un discurso, el Papa se hizo
cristiano. ¡Ya el Papa se hizo cristiano!); hay un entierro, que es mi inocencia, que
se llama Manjarrés, y hay un pajarito que está emperrado cantando y que es lo
mejor, la síntesis, ese algo que va a quedar después de la muerte.

Y prosigue este interrogador por vocación:

¿Qué sería de mí sin ese cucarachero, alias ruiseñor, alias teología? Una raya —
continúa— me divide de arriba a abajo en dos mitades asimétricas, y significa
campo de contradicciones, pocos dineros, muchas culebras.

Para concluir la explicación, no podía faltar el ironista con su toque de humor:

Pero no veo en mi retrato si me van a restituir a mi consulado en el Puerto Viejo


de Marsella… Podría irme también a París… ¿Dónde estará aquella muchacha que
se me quedó en el manzano…? […] ¿Dónde estará mademoiselle?

En 1942, impulsado por la necesidad de sostener a su mujer y cinco hijos, acepta ser
Asesor Jurídico de la Junta de Valorización de Medellín. Este cargo público lo
desempeñará hasta mediados de 1945, cuando a causa de haber denunciado un robo
cometido en dicha oficina es despedido.

Ante la molesta situación creada, le correspondía asumir una posición decorosa. Como
en otras circunstancias difíciles, no encontró más alternativa que organizar su propio bufete
de abogado. (Instalose en la pieza n.º 6 del Edificio Córdoba, situado en el centro de la
ciudad de Medellín: carrera Bolívar, diagonal a la sede de la Gobernación). Y en algún


3
Ibidem, op. cit., pp. 12-14.

174
aviso aparecido en su revista Antioquia, se anunciaba como «especialista en juicios de
sucesión».

En carta de fecha 2 de agosto de 1945, dirigida al padre Antonio Restrepo, reitera que no
es nada fácil ganar la vida. Pero se muestra contento y optimista: «Así vivo, enamorado de
todo, en paz con Dios en cuanto se puede… Y no se puede, porque es infinito y nos dio
infinita posibilidad»4.

Al mismo tiempo analiza su situación anterior, y manifiesta: «Ser empleado es estar en


el infierno».

Pues de ese «infierno» en la oficina de Valorización, que se prolongó por un poco más
de tres años, quedó, como se deja expresado, un notable testimonio: el Estatuto de
Valorización. Así haya sido escrito en los primeros meses de su gestión como asesor
jurídico y por encargo del Concejo de Medellín, corporación que se interesó en promover y
respaldar la elaboración de una especie de código sobre la materia, Fernando González no
se limitó a un trabajo mecánico de recopilador. Además de atinados comentarios, incluyó
una segunda parte en donde reflexiona acerca de la propiedad privada de la tierra, las
razones por las cuales se ha guerreado en Colombia (aparentemente en defensa de «los
buenos principios», pero en realidad para atisbar fincas; y apenas ganada la guerra, emitir
títulos de baldíos y adjudicarse los «lotes» encontrados…), y de cómo las leyes sobre
valorización se parecen a los presidentes en cuyas administraciones se dictaron.

La frase cáustica, penetrante, resalta como el grafito de hoy en día, pero no dibujada en
los muros sino intercalada en las páginas del libro. Es la concisión aforística, de la cual hizo
siempre un elevado elogio. Su predilección por el aforismo era a causa de que lo
consideraba el fruto, la esencia de una larga meditación. Es forma de expresarse que tiene
las características singulares de mar profundo, pues según Fernando González: «Sólo puede
comprenderlo el que lo haya vivido; un aforismo no enseña: hace que el lector se descubra
a sí mismo. Si éste no tiene en la alforja de su experiencia el porqué, el alma de la
sentencia, ésta es para él una cosa vacía».

En su primer libro, que data de 1916, se encuentra este hermoso aforismo que, al mismo
tiempo que es autobiográfico, le sirvió para definir prematuramente ciertas fronteras en el
campo de la literatura: «Nosotros, los escritores de aforismos, sólo escribimos para los
espíritus nobles. Los escritores del vulgo son los grandes masticadores de las ideas. Un
escritor plebeyo es siempre orador».


4
Ibidem, op. cit., p. 63.

175
Volviendo a la valorización, dice acerca de ella:

Este impuesto duele, pero beneficia. No le hace que insulten, con tal de que
paguen. Pagarlo es ganar.

Y justifica dicho gravamen:

No tiene más utilidad que hermosear las ciudades y valorizarlas, sin que haya
enriquecimiento sin causa para los particulares. Es ley de rigurosa justicia en el
régimen capitalista.

En relación con los ricos, expresa:

Todo gobierno es para los ricos. Detrás de cada obra decretada hay ricos
escondidos.

Respecto del tratamiento dado a los obreros por el autor de la Rerum novarum:

León XIII apareció como el genio de los remiendos: dijo que había que darles
algo, por caridad, a los trabajadores; remendó el capitalismo, para que viviera otros
sesenta años.

En cuanto a la función social de la propiedad:

El porvenir está en la expropiación de tierras no explotadas aún y en prepararlas


para el trabajo comunal y dirigido.

Y con otra perspectiva, yendo más lejos todavía:

Existe un gobierno que es de la sociedad, por la sociedad y para la sociedad.


Nace cuando la tierra y las máquinas son propiedad colectiva: entonces a los niños
se les cría y educa para el amor, fuente del servicio.

***

La segunda parte de la década de los años cuarenta nos muestra a un Fernando González
cada vez más solitario. ¡Y buscando a los más altos solitarios! Jesucristo, Pablo de Tarso,
Sócrates, Francisco de Asís, Dante, el príncipe Hamlet, Søren Kierkegaard, Kafka,
Unamuno…

Cómo le seduce el silencio. De ahí que crea firmemente en este pensamiento: «Si
conoces algo mejor que el silencio, ¡escribe!».

176
Para entonces, abstraído en la lectura y la meditación, es relevante su interés por un tema
eterno y profundamente humano. El del dolor y el placer. Enuncia, a modo de ley divina de
este mundo, la proposición según la cual el dolor es el padre de la alegría, y el placer, el
padre de la tristeza.

Curiosamente, pronto le tocará soportar en lo íntimo de su alma la verdadera dimensión


del dolor humano, con motivo del viaje definitivo de dos de sus seres más queridos. El
primer viajero será su hijo Ramiro, y dos años después su hermano Alfonso.

La muerte de Ramiro, acaecida el 28 de enero de 1947, constituyó un hecho


particularmente doloroso. Para la primera quincena del mes de febrero estaba programado
el acto de su graduación como médico de la Universidad de Antioquia, pero una cruel
leucemia minó rápidamente su organismo. «Era mi columna», confesó Fernando González,
quien lo lloró honda y desconsoladamente.

Incluso llegó hasta reemplazar el nombre de La Huerta del Alemán; en efecto, llamó a su
casa campestre, así fuese de modo transitorio, «La colmena de Ramiro». Y les dijo a mujer
e hijos que Ramiro sería «el capitán de nuestro buque».

Joven de excepcional personalidad, Ramiro convirtiose en una de las presencias que


inspiraron al padre Elías de La tragicomedia… El autor destaca su mano hermafrodita y ojo
inconfundible en estos delicados versos:

¡Quietos, quietos, artesanos!


¡No toque a Perraflaquita
sino la mano hermafrodita
del Horatius Longasmanos!

[…]

El rincón del cementerio


de Entremontes,
capital del gran imperio
invisible,
para el ojo inconfundible
5
del Horacio Longasmanos .


5
Fernando González rememora en estos versos, introductorios a su Tragicomedia, la mano hermafrodita de su
hijo Ramiro, así como su ojo inconfundible, características físicas sobresalientes de esa personalidad juvenil,
seria, generosa y atrayente. El motivo inmediato de inspiración, sin embargo, parece ser el pintor y dibujante
Horacio Longas, quien con mano maestra y visión certera trazó en admirables caricaturas los aspectos más

177
De la situación de amargura y postración que le dejó la muerte de su hijo, logró salir con
dificultad. Resultó definitiva la ayuda de Zaqueo, aquel publicano de pequeña estatura que
«hacía diligencias para conocer a Jesús de vista».

Zaqueo se convirtió en su modelo, porque le parecía la figura más simpática y humana


de los amigos del Señor. E implorando su presencia, consiguió recuperar la fe, diluida en
medio de sus preocupaciones.

Trascendió por ese camino uno de los abismos más acuciantes, persistentes y agobiantes
en la vida del hombre: el misterio de los infiernos.

Su amor por Zaqueo llegó hasta el punto de firmarse Fernando Zaqueo Ochoa.

Es época en que dice estar «enamorado, pero muy enamorado de la muerte que es Cristo,
es decir, la vida».

Sólo así se comprende que hubiese logrado asimilar con resignación cristiana el
fallecimiento de su hermano mayor —y el preferido de siempre— Alfonso, ocurrido en
Bogotá de una enfermedad del corazón a la edad de 57 años. Precisamente el 22 de enero
de 1949.

Durante la enfermedad de Alfonso, demostró un especial interés por la salud espiritual


de su hermano, de quien decía que no obstante ser muy inteligente, artista y anticuario
(dueño de una verdadera casa-museo, de las más bellas y admiradas de Bogotá), estaba
alejado de Dios, por sibarita. Insistiendo amablemente ante el padre Antonio Restrepo
Pérez, domiciliado por entonces en aquella ciudad, obtuvo de este sacerdote que le prestase
toda la ayuda espiritual necesaria. Así Alfonso pudo morir abrazado a su crucifijo y
recordando a ambos: al padre Restrepo y a Fernando6.


sutiles de su variada actividad intelectual. Quizá sea también una manera de rendir homenaje conjunto a
Ramiro y al maestro Longas, inspirado en la similitud de ojos y manos.
6
Mis cartas de Fernando González, op. cit., pp. 92 y 97.

178
16. SEGUNDA TEMPORADA EN EUROPA

Esta memoria no me permite sino


conservar las emociones. (F. G.)

Un envigadeño amigo de la familia González Restrepo, quien en el segundo semestre de


1953 se desempeñaba como Secretario General de la Presidencia de la República, tomó la
iniciativa de conseguir para Fernando González Ochoa un nuevo cargo consular en Europa.

Obrando a la manera de generoso promotor de la idea, al igual que veinte años atrás lo
hiciera Carlos E. Restrepo, este otro Carlos obtuvo del jefe del Estado una concesión
especial: que el escritor, en uso de buen retiro, escogiera la ciudad europea de su agrado
para retornar a las funciones consulares.

Fernando González respondió a Carlos Mario Londoño que aceptaba irse para el norte
de Europa, desde donde podría entrar en comunicación vivencial con una nueva cultura1.

Prontamente convinieron que el país sería Holanda, y la sede, Róterdam.

Escogencia justificable en tratándose de la patria de Baruch Spinoza y el terruño de


Erasmo. Filosofía y humanismo. ¡Ea, bravo!

Oportunidad excepcional para abandonar su ya prolongado encierro en La Huerta del


Alemán, donde en los últimos doce años pasara tantas noches «cargadas de silencio», luego
de haber tomado la decisión de enterrar al maestro de escuela que con tanta intensidad
había vibrado en su mundo interior.

En Róterdam, puerto comercial de situación privilegiada en el delta del Rin y


tradicionalmente el más activo del mundo, renovaría sus intensas emociones de pensador
vivencial, esas emociones a las que consideraba el producto superior de su memoria.
Aquella ciudad era para él, además y principalmente, la tierra natal de Erasmo. Y con el
célebre humanista se identificaba a plenitud en su manera de concebir el elogio de la locura,
de ese género de locura (estulticia), perfume de la vida, que se manifiesta como un alegre
extravío de la razón. De ahí que resulte ser la genitora de la vida picaresca o filosofal, la
misma que había convertido en ejercicio cotidiano de sus inquietudes intelectuales.


1
Carlos Mario Londoño Mejía (1918-1991), abogado, especializado en el Instituto de Estudios Superiores de
la Empresa (IESE) de Barcelona, fue banquero, líder del cooperativismo, representante a la Cámara y
Embajador en Portugal. Wikipedia recoge este perfil de su personalidad: «Socialista en lo económico,
progresista en lo social, independiente en lo político, aperturista en lo humano, artista en lo cultural,
renovador en lo espiritual y ante todo un cooperativista y solidario institucional».

179
En el mes de octubre de 1953 emprendió viaje a Róterdam, acompañado de doña
Margarita y de sus hijos Pilar y Fernando. Este último, de veintitrés años de edad y quien el
año inmediatamente anterior había terminado sus estudios de abogacía, recibió del gobierno
el nombramiento de vicecónsul honorario, con el fin de que se desempeñara como
secretario del consulado.

También llevó consigo, según cuenta don Benjamín Correa, los restos de su hijo Ramiro.
Fernando —agrega— quiso mucho a sus hijos2.

La importante ciudad holandesa de otros tiempos, no ofrecía sin embargo sus


tradicionales atractivos. Los devastadores efectos de la Segunda Guerra Mundial todavía se
prolongaban, dándole un cierto aire de nostalgia y pesimismo. A este ambiente de tensión
se sumó el intenso frío de los meses finales del año y no faltaron tampoco las dificultades
para conseguir vivienda. Todo lo cual influyó negativamente sobre la salud del recién
posesionado cónsul, quien terminó por enfermarse.

El gobierno colombiano, presidido por el teniente general Gustavo Rojas Pinilla, quien
había accedido al poder el 13 de junio de 1953 como consecuencia de un «golpe de
opinión», estimó prudente ordenar el traslado de Fernando González. Y una vez más, fue
consultado respecto de sus preferencias.

Por su mente debieron pasar, en rápida sucesión de imágenes, el ancestro vasco del
pueblo antioqueño…, los orígenes de San Ignacio de Loyola, el guerrero de Cristo…, la
ascendencia vasca de Simón Bolívar… y el embrujo seductor de la región vascongada.

Esas consideraciones facilitaron la toma de decisión, que resultó lógica: España. Y


concretamente, mirando siempre al norte, Bilbao.

En El Hermafrodita dormido (1933), había escrito:

Hay que volver a España. Organizar nuestro continente y tener amistad con ella;
volver a la fuente limpia, que somos centenar de millones, propietarios de la mayor
riqueza espiritual de los pueblos modernos. ¿Qué literatura supera a la española?
3
¿Quién tiene esos clásicos, esos místicos, esos conquistadores?

La nueva sede será Bilbao, donde podrá evocar también a don Miguel de Unamuno, el
sentimiento trágico de la vida y «la grandeza del acento y del tono» del pensamiento
español.

2
CORREA, Benjamín. «Había nacido para genio solitario». Revista IMAGO, Casa de la Cultura de
Copacabana, n.º 5, agosto de 1989, pp. 43-46.
3
El Hermafrodita dormido, op. cit., p. 220.

180
Bilbao, la atractiva capital de la provincia de Viscaya, situada a orillas del río Nervión y
a pocos kilómetros del mar, de ese golfo de Viscaya desde donde España se asomó durante
siglos al comercio con Inglaterra, los Países Bajos y Francia.

A la gran ciudad del País Vasco se trasladó a principios de 1954, en unión de su esposa y
su hija Pilar, dejando encargado del consulado a Fernando González Restrepo, quien debió
permanecer durante cuatro meses en Róterdam, antes de reencontrarse con sus padres y
hermana.

Un hecho de singular importancia se presentó en el año siguiente, así hubiese pasado


inadvertido no solamente para los colombianos sino, en su momento, para el mismo
protagonista. Sucedió, en efecto, que dos grandes figuras del mundo literario, el
existencialista francés Jean Paul Sartre y un viejo amigo de Fernando González, el
estadounidense Thornton Wilder, incluyeron su nombre en un selecto grupo de candidatos
al premio Nobel de Literatura.

Un colombiano, en 1955, candidato a la más significativa distinción que se confiere en


el mundo de las letras, y postulado por dos ilustres escritores representativos de Europa y
América, resultaba algo inusitado. Tan sorprendente —sobre todo para sus compatriotas—,
que cuando la Real Academia Sueca de Ciencias solicitó su opinión a la Academia
Colombiana de la Lengua, esta corporación conceptuó que González carecía de los méritos
necesarios para aspirar al excelso galardón.

Presidida entonces por el padre Félix Restrepo, la Academia de la Lengua fue aún más
lejos: sugirió el nombre del octogenario escritor y filólogo español Ramón Menéndez Pidal,
por considerar que éste reunía los requisitos, para ella esenciales, de larga trayectoria y
reconocida erudición.

Ciertamente un escritor-pensador, desfachatado, vivencial, paradójico, incapaz de ceder


ante las apariencias y que para exponer sus ideas no solía investigar en libros sino en la
realidad y en su propio yo, mal podía convertirse en profeta de un país cuyos prejuicios y
complejos él mismo había analizado con tanta perspicacia; menos aún, sometido a la
severidad conceptual de los moldes académicos.

Con todo, aquel original exponente de las letras hispanoamericanas figuró como
candidato al Nobel de Literatura, y no una sino dos veces. Así se desprende de la versión
que nos suministrara el embajador de Colombia en Suecia en los años subsiguientes a esa
época, Guillermo Mora Londoño. Según este diplomático, cuando asistía en compañía de
su señora esposa, doña Luz de Mora, a una recepción ofrecida por la embajada alemana en
Estocolmo, en 1960, fueron gratamente sorprendidos por uno de los miembros del Comité

181
encargado de seleccionar a los aspirantes, con la información de que «un compatriota de
ustedes», el escritor Fernando González, había sido incluido en dos ocasiones, y «a
propuesta de personalidades no colombianas», en la respectiva lista de candidatos. «El
distinguido informante nos dijo algo más —agregó Mora Londoño—: que Fernando
González había sido un candidato “con posibilidades”, lo cual me llenó de emoción y así lo
comuniqué al Ministerio de Relaciones Exteriores».

Fueron los años en que ganaron el máximo premio literario el estadounidense Ernest
Hemingway y el islandés Halldór K. Laxness. Nuestro país había tenido la primera
oportunidad de aspirar a la conquista de un Nobel.

Entretanto, Fernando González seguía en Bilbao, quizá recordando con Unamuno que
«un alma vale por todo un universo». Convertido en el centro de sus actividades, desde allí
se movilizaba hacia sus lugares preferidos del interior: Ávila y Loyola; y allende las
fronteras recorrió territorios de Francia y Suiza, incluyendo una visita a su añorada
Marsella y otra a Lourdes, a donde prometió no volver, pues no quería contemplar las caras
de los niños paralíticos después «de la inmersión y de la oración y de la última
esperanza…», ante lo cual reflexionaba sobre dos infinitos, Dios, el Señor único, y la
angustia humana, también única. Siempre al ritmo de sus emociones, convivía con el
recuerdo de San Ignacio y Santa Teresa, con los jesuitas, las órdenes monásticas, el
ancestro vasco de Bolívar y de los antioqueños.

En cuanto a la cultura española, su predilección de entonces se inclinaba por El Quijote


y El Diálogo de los Perros, La Celestina, El Lazarillo de Tormes, El Libro del Buen
Amor… y por Cervantes, el Arcipreste de Hita, Fernando de Rojas y el sefardita cristiano,
descendiente de éste, Abraham de Rojas y Ochoa.

Pero el escritor continuaba sin abandonar su línea de conducta: el silencio. La única


manifestación literaria la constituían libretas y cartas. Las primeras, muy numerosas, para
anotar las reflexiones al unísono con sus vivencias4, y el género epistolar, como medio
artístico de comunicación con familiares y amigos. Ahora más que nunca odiaba al
publicista, al Fernando González publicista, tan duramente criticado por Lucas Ochoa en el
Libro de los viajes o de las presencias, de cuya edición aseguraba su alter ego que


4
A su regreso a La Huerta del Alemán, una vez cumplida su misión como cónsul en Bilbao, Fernando
González disfrutó con la destrucción de libretas. Actitud que no era extraña en este envigadeño descalzo.
¿Estaría incluida en esas libretas la supuesta «biografía inédita» de Ignacio de Loyola? Algunos apuntes, a lo
sumo, pues si bien estudió en España con el interés de siempre la vida del santo, no tuvo entonces el propósito
de escribir su biografía. «Quemé más de veinte libretas, varios libros… “Vamos, Claudia, le decía a mi nieta;
vamos a quemar libretas…”, y ella era feliz en el incendio…». (En: Viaje de un novicio con Lucas de Ochoa,
op. cit., p. 192).

182
produciría un «desastre económico», pues no estaba concebido para venderse hoy, sino para
los que vendrán, para un lejano mañana.

En España revaluó viejos conceptos, y algunas ideas expresadas en sus libros. Empero
no quiso proceder a hacer rectificaciones, admitiendo con sana lógica que esta tarea habría
significado tanto como intentar vivir de nuevo en antiguas coordenadas.

De esas experiencias o modos diferentes de apreciar hechos históricos, fenómenos y


conductas, quedó un aspecto esencial y profundo, destinado a la formulación de un nuevo
enfoque filosófico. De conformidad con éste, el conocimiento conceptual (sabiduría
conceptual que llamaba de «pingofríos»), cuyo fundamento se encuentra en la razón y en
las distinciones entre contrarios u opuestos: bien y mal, belleza y fealdad, católicos y
cristianos…, merece ser reemplazado por el conocimiento vivo y los juicios verdaderos,
que no pueden ser sino de identidad.

En septiembre de 1957 regresó a Colombia, por el puerto de Cartagena.

Después de permanecer por tres días en aquella ciudad amurallada y colonial, estaba de
nuevo en Envigado. En La Huerta del Alemán —que pronto se llamará Otraparte—. Era un
hombre diferente al que cuatro años atrás había abandonado un ambiente de soledad y
aislamiento. Se sentía renovado por los vientos de España y por un proceso de maduración
intelectual. Iniciado en los Grandes Misterios, ya no deseará para acabar con las novelas
sino escribir LA NOVELA, la única, la del hombre, aquella que principió en el Paraíso
cuando con motivo de la perturbación original… fue echado a la Tierra.

Será un trabajo en dos etapas o movimientos: el uno de viajes o presencias y el otro de


tragicomedia, dramática y dialéctica. Tarea fundamental, pero que no puede juzgarse
novedosa sino en el lenguaje empleado y la manera extensa de presentación. Porque sus
antecedentes se encuentran, por una parte, en el principio suyo enunciado en 1932: NO
PIENSO, LUEGO SOY, y, por la otra, en aquella figura humana que empezó a rondarlo aun
desde antes, como fuerza suprema de ambición o modelo, o sea desde las páginas de Viaje
a pie y Mi Simón Bolívar: el padre Elías, «ese bendito» padre Elías, cuya prolongada
presencia en la vida de Fernando González sirve para demostrar que su misticismo no fue
obra exclusiva de la edad senil; por el contrario, representó una constante que obró a
manera de estímulo para ascender en grados de conciencia y entender el contraste entre el
Ser y la nada.

Para la elaboración de dicho trabajo recurre primero al reencuentro con Lucas de Ochoa,
que le sirviera de inspiración al escribir Mi Simón Bolívar y ahora es el viejo maestro de
quien logra obtener las libretas que contienen la teoría de los viajes; y luego, en forma

183
sucesiva, van apareciendo personajes nuevos, pero nada imaginarios o abstractos, sino
sacados del fértil ambiente envigadeño, de modo que con su ayuda esté en condiciones de
construir una singular tragicomedia, compendio de su vida y exaltación de los mundos
pasional, intelectual y espiritual. Estos actores son, además del padre Elías, Fabricio
Sacristán, el padre Restrepón, el arzobispo Marco Tulio, el médico don Pío, Palillo Elías,
Jovino, el rico don Bedús, el abogado Sinsonte, el juez Lagartija, el chofer Julio Buche, el
escultor don Florín y, desde luego, Martina la velera, la de las «manos salutíferas», cuyo
padre Ildefonso es velero: «… tiene en la casita su fábrica de velas a mano; mil quinientas
diariamente…».

De ahí el nombre dado a su última obra: La tragicomedia del padre Elías y Martina la
velera.

***

Envigado, sábado 12 de marzo de 1988. Hoy hemos conocido a Martina la velera,


personaje central de La tragicomedia. Fernando González la vio por primera vez a los
pocos meses de su regreso de España, siendo ella una jovencita. E inspirado por «esas
manos», la convirtió en el motivo conductor de sus «mundos».

En su casa, la misma en donde funcionó la fábrica de velas, nos recibió en compañía de


su familia. Su padre, el velero Ildefonso —Luis Alfonso Restrepo— hace unos años murió,
pero le sobrevive su esposa, de quien sólo se dice en la Tragicomedia que es «pálida y
flaca». Con nosotros fue gentil y muy conversadora.

La descripción que hace el maestro coincide plenamente:

Martina tiene cara larga, nariz larga, dientes largos y feos; manos, ¡oh, las
manos…! Tiene cicatrices de vacunas y heridas en los hombros… […] Le pregunté
a Martina si le gustaba pintar, y me mostraron las acuarelas infantiles que hizo…
¡Intuí, pues, el destino revelado por sus manos moribundas ya…! Pero todavía
díjeles que hablaría en la Escuela de Bellas Artes de Cañafístol para que pudiera
estudiar. ¡Qué beatitud (pensé al decirlo) que la Inteligencia guiara así LA NOVELA
5
mía!

Sí, ¡qué familia «buena»! Con dos compañeros de la junta asesora de la Casa Museo
Otraparte dialogamos con Martina —Magdalena Restrepo Arango—, su madre y tres
hermanas, evocando aquellos años de finales de la década del cincuenta y principios del
sesenta, cuando el maestro solía visitarlas con frecuencia y al tiempo que degustaba un café

5
La tragicomedia del padre Elías y Martina la velera, op. cit., t. I, pp. 39-40.

184
tinto —«porque no aceptaba sino tinto»— conversaba con ellas sobre temas triviales. Y en
ocasiones hacía referencia a la pintura, la afición de Martina, quien nos enseñó algunos de
sus cuadros, exhibidos en los muros de la sala.

Quizá el nombre de Martina se le haya dado por el autor, pensando en su tía Martina
Ochoa. Pero está fuera de duda que doña Magdalena es «Martina la velera».

Esta mujer sencilla, obrera de una fábrica industrial, tan sólo en fecha reciente ha sido
convencida de su papel de inspiradora de la Tragicomedia, realidad que aceptó
difícilmente. Por eso nos dijo:

—Nunca me imaginé que don Fernando, que aquí en la casa hablaba con mis padres, con
mis hermanas y conmigo, mientras veía hacer las velas, y que nos traía frutas de regalo,
fuera un hombre tan importante y menos aún que se interesara de tal manera por mi
persona…

Y aludiendo al libro que le ha sido obsequiado por mis compañeros:

—Pues llegó el momento de leer la Tragicomedia… ¡Debe ser muy interesante!

185
17. EXISTENCIA Y SER

Este pleito que somos es el único negocio serio


que uno maneja. (F. G.)

La única guerra cristiana es la que el Señor


mete dentro de nosotros mismos. (F. G.)

Los interrogantes eternos de la sabiduría: ¿quién es Dios?, ¿qué es el hombre?,


constituyen permanente motivo de interés, búsqueda y angustia en la temática filosófico-
vital de Fernando González.

Al contemplar en compañía de don Benjamín el majestuoso cráter del nevado del Ruiz
—a cinco mil metros sobre sus conciudadanos y sin que nada limite su horizonte— hace
una evocación de Afrodita, diosa griega del amor, en procura de ayuda para exponer su
metafísica, que por ende no puede ser sino metafísica del amor. Respecto de ella escribe,
entonces, en Viaje a pie (1929), lo siguiente:

Somos, querida lectora, metafísicos, y algo poetas debido a la concreción y


dureza de nuestras glándulas de treinta años. Quizás en la vejez no quede sino el
metafísico. Pero ahora somos amantes aficionados a la filosofía. El amor es para
nosotros lo que está detrás de las formas, la médula de lo fenoménico o, para
decirlo en forma bárbara, el nóumeno. […] Nosotros no hemos podido llegar a la
posición beata de los doctores filósofos para quienes la mujer nada importa. Somos
en un noventa y nueve por ciento amantes, y el resto filósofos, pero filósofos del
amor. ¡Qué estúpidos e insinceros estos enormes libros, casi siempre en latín, que
tratan de la vida, de la esencia de las cosas y que no citan el amor! ¿Estos filósofos
serios no sabían que la más pura elación espiritual es amor, ya sea religiosa,
artística? Se ha creído que el amor es únicamente el amor sexual; pero en verdad
1
esa es la materia bruta de todo lo hermoso y grande .

Emocionado ante la contemplación del paisaje que excita su vocación filosófica,


exclama:

¡Cuán bella es la vida para el metafísico! Es él quien percibe lo que hay debajo
de los fenómenos; el que adivina el hilo madre que sirve de eje para la tela efímera
del devenir. ¡Y generalmente se percibe a sí mismo como esencia! Imaginaos una
muchacha variada y ricamente vestida. Pues el metafísico es el único para quien ella


1
Viaje a pie, op. cit., pp. 122-123.

186
se desnuda. Los demás, el físico, el matemático, etc., están ocupados en examinar
2
sus vestidos. ¡Nosotros somos los verdaderos amantes de esta muchacha!

Ahí está también el profeta de su futuro: en la vejez no quedará sino el metafísico. Es


decir, aquel que contempla «las sombras misteriosas que aparecen más allá del mundo y de
sus conceptos limitados», según había expresado ya en Pensamientos de un viejo.

(En este libro de juventud es sorprendente detectar cómo sus anhelos de enamorado se
inclinan por el silencio y la belleza, sobre todo la belleza desarmónica, que es belleza
metafísica; y por la posesión de la absoluta libertad, sólo posible con la muerte, «porque
entonces se liberta uno de sí mismo»)3.

Sigamos ese camino, el que conduce hacia la metafísica:

Cuatro años después del Viaje a pie, Fernando González observa, desde Italia, un
horizonte nuevo: el de la milenaria Europa. Confiesa que en Génova, donde trabaja como
cónsul, acostumbra salir a la ventana de su apartamento, mirar al cielo y llamar a Dios.
Quiere tener relaciones divinas. Cuando entra a los templos, permanece parado durante
horas contra una columna. ¡Cuán bella y conmovedora esta actitud! Es la época en que
busca a Dios, «como mi mamá buscaba las agujas, en Envigado…».

Al mismo tiempo considera que su etapa de escritor debiera terminar, ceder el paso…
Pero no acierta a saber el cómo darla por terminada, ni de qué modo proceder a
reemplazarla. ¿Acaso estará deseando ser un filósofo puro, un teólogo contemplativo? ¿O
habrá comprendido, al recordar a Jesús, Sócrates, Gandhi, que escribir es una forma
humana de limitarse?

En todo caso afirma: «Por mi parte, pasó mi período de escritor y tengo ansias de volar,
de darme, pero no encuentro a qué darme4.

Así, en medio de incertidumbre y ansias divinas, brota de su mente un apotegma. Parece


concebido para rectificar el primer principio de la filosofía de Descartes, pero es ante todo
un postulado que tiene sentido de ausencia, de irse yendo, de superar el pensamiento y
encontrar a Dios en sí mismo:

«NO PIENSO, LUEGO SOY».


2
Ibidem, op. cit., p. 123.
3
Pensamientos de un viejo, op. cit., pp. 76 y 134.
4
El Hermafrodita dormido, op. cit., p. 44 (cursivas del texto).

187
Ese principio constituye el punto de apoyo de su concepción metafísica. Y aunque
nacido en 1932 a orillas del mar Mediterráneo —en la época efervescente vivida en
Génova— tiene atisbos sorprendentes en Pensamientos de un viejo, dieciséis años atrás. En
este libro de juventud, en efecto, al meditar acerca del misterio de la muerte, se califica de
escéptico, mas advirtiendo que jamás podrá haber un escéptico verdadero, porque el
escepticismo está en el silencio absoluto. «Mientras lleves en ti la vida, estarás repleto de
afirmaciones y negaciones». No obstante, llegará un día en que el pensador experimentará
odio hacia sí mismo, lo exasperará el bullicio de su alma, el tormento de la razón, y querrá
suprimir el pensamiento…

El desarrollo de la teoría será obra de un largo proceso de maduración.

Dada a conocer en apretada síntesis en las páginas de El Hermafrodita dormido, en la


parte dedicada a presentar sus primeras impresiones sobre Italia, surge como un sentimiento
obsesivo. La explicación inicial es somera, excesivamente escueta:

Con esto quiero decir que sólo el que es capaz de dominar el pensamiento, es
individuo. Se refiere a mi teoría de que el olvido es una facultad que se adquiere en
5
los grados altos de civilización .

Sin embargo, en la misma obra sostiene que el fin de la vida es luchar para hacerse
consciente. Y que a medida que va elevando su conciencia y adquiriendo mayor
conocimiento de sí mismo, el hombre se acerca a la totalidad del Ser.

Por este camino resulta imposible eludir el supremo interrogante. Para obtener una
respuesta a la pregunta «¿quién es Dios?», acude primero a su amigo Lucas Ochoa —su
alter ego de aquella época—, quien le contesta: «Es la esencia, lo que no es hecho. Dios no
es formal»6.

Cediendo luego al subjetivismo, en Mi Compadre (1934) entona un canto a las ideas


madres y pide a éstas que vengan a sacarlo de las apariencias y conducirlo a Dios. A ese
Dios a quien concibe

… tan sencillo, tan simple, que cuando lleguemos a Él, diremos: ¡Vean, pues, lo
que era Dios! ¡Es tan inocente como un niño! Pero si Dios es como los niños, que
7
son bellos aunque no se bañen .


5
Ibidem, op. cit., p. 44.
6
Ibidem, p. 8 (cursiva del texto).
7
Mi Compadre, op. cit., p. 11.

188
Acerca del tema hay también notables intuiciones en El remordimiento (1935) y El
maestro de escuela (1941).

En el primero, sobre la premisa de que el hombre no es libre pero la inteligencia lo


libera, explica:

No hay premios ni castigos. El cielo consiste en el estado de conciencia


adquirido a tiempo de morir. Lo mismo, el infierno. Es un estado-resumen de la
conciencia. Al morir, cesa la posibilidad de ascender. Cesa la apariencia; no
existimos después de la muerte, sino que somos. La inteligencia liberta al hombre
por medio del siguiente mecanismo: conocimiento (ideal); remordimiento
(desprecio del instante presente); arrepentimiento, tentación, etc. Fenómenos
8
morales .

Al exponer en aquel último libro su «Teoría del conocimiento», distingue entre conocer
(familiarizarse con lo fenoménico llamado universo, hasta asimilarlo al «yo»), conciencia
(es objetivar lo que conocemos) y razonamiento (expresión de lo conocido por medio de
palabras escritas o habladas), tras lo cual sostiene que el culminar del conocimiento es el
sentimiento de un solo ser (Dios). Unión divina; ascenso a Dios. Ahí desaparecen los
sentimientos de bien, mal, pecado, dolor y placer, todos los entes morales, entes de la
imaginación.

Pero es indudablemente en sus dos últimas obras, las posteriores al consulado en Bilbao
y escritas en «Progredere» u Otraparte, en las cuales profundiza y amplía sus ideas respecto
del ser y el existente. En ellas emplea distintos nombres para referirse a Dios: es el Ideal, el
Ojo Simple, el Ser único, la Intimidad, el Inefable o Padre que sólo existe en los entes, en
presencia-ausencia. Por tanto no necesita del pensamiento. No piensa, luego ES.

El hombre, en cambio, es la criatura, el existente. Atormentado como devenir pensante,


perturbado por el mundo fisiológico. Enceguecido por los dos ojos: Bien y Mal, Mío y
Tuyo. Piensa, luego no es sino que existe.

Por supuesto que la facultad de pensar no es inútil, pues sirve al hombre para desear otra
realidad, superior a la que vive. A ella llegará, tras largo y dificultoso camino, en la medida
en que sea capaz de hacer innecesaria aquella facultad pensante. Sólo entonces adquirirá la
plenitud de la conciencia cósmica.

El hombre es ñudo —síntesis de pasado y futuro—, pleito enredado, un sucediéndose.


Tiene vergüenza de ser animal y vive desterrado, como si en algún lugar hubiese cometido

8
El remordimiento, op. cit., pp. 37-38.

189
un horrible crimen. Atormentado por el remordimiento, es un ser moral. Da la impresión de
que no se siente bien en la tierra, de que no es poseedor de ella sino habitante pasajero,
impulsado a ceder su puesto.

La vida fenoménica, con todo, es posibilidad: cumplida la misión de cultivar la


conciencia, se produce con la «muerte» una liquidación y cada hombre tiene
definitivamente la cantidad de conciencia adquirida; ya no existimos sino que somos9.

Consumidos los instintos y en virtud del remordimiento, el hombre asciende. Depura su


espíritu. Se liberta.

El hombre abandona la tierra y se mete dentro de sí mismo a buscar el espíritu, la parte


inmutable, la indestructible, aquella que no es el deseo, ni la pasión, ni el pensamiento,
aquella que no pueden encadenar ni matar10.

Por tanto, «a cada progreso se nos hace más odioso el hombre que fuimos, el animal que
vamos matando en nosotros»11.

La vida es representación. Representación de la Perturbación Original, de lo que Adán


quiso ser: dios de su mundo. El hombre conoció «el bien» y «el mal» y sólo cuando consiga
superarlos y unificarlos —así como a los demás opuestos: dolor y alegría, riqueza y
pobreza, belleza y fealdad…— mediante el nacer de nuevo, reconciliándose con ellos,
habrá trascendido su yo, glorificado su cuerpo por obra de la Inteligencia. De la Inteligencia
en gerundio, que es el entendiendo. El entendiendo-liberando. «Somos el animal que tiene
en gerundio la Inteligencia o Espíritu Santo»12. Por eso la Inteligencia no la conocemos ni
es cognoscible; pero es vivible. El secreto está, pues, en que cada uno digiera, padezca y
entienda su yo, todo su yo.

En el desarrollo de este proceso moral, Fernando González no menosprecia sino que, por
el contrario, exalta la función de la mujer como forma de belleza y deleite espiritual. Sin
duda que ella es fuente de tormento pero nos sirve para hacer sacrificios al espíritu y
adquirir conocimiento de nuestra nada y posterior destino. Se torna camino hacia el Ser, nos
va acercando a Dios.


9
Ibidem, pp. 33-115.
10
Ibidem, p. 154.
11
Ibidem, p. 117.
12
La tragicomedia del padre Elías y Martina la velera, op. cit., t. II, p. 27.

190
Como es vida santa condicionada por el estímulo sensual, dicha situación se nos
presenta en general con las pasiones. Por eso no hay que huir de ellas sino aprovecharlas.
Padecer entendiendo.

Es un proceso de liberación lento, difícil, zigzagueante. Pero el único capaz de


conducirnos a la verdad, a participar de la beatitud, una vez cumplida la trilogía agonística
formada por los viajes pasional, mental y espiritual. Esto es, después de que el
sucediéndose haya trascendido el padeciendo, entendiendo, angustiándose y atisbando la
Presencia13, que por esencia no está sometida a leyes ni a representación.

El hombre cristiano cumple su misión cuando lleva su cruz y Le sigue. El existente


como nada supera por este sendero sus coordenadas del espacio y el tiempo, que se acaban
o mueren; elimina el pensamiento (estado de amencia) y puede vivir en el Ser, eternamente.

Eternamente, porque la eternidad es categoría de la Intimidad.

El concepto que la gente tiene de la eternidad es el de un permanente presente, un no


sucederse… La imagen la representa Fernando González por dos trenes a la misma
velocidad, siempre así durante toda nuestra vida. Pero la eternidad no puede entenderse por
la duración. La verdadera eternidad es la Presencia como esencia, o sea, Dios vivo en cada
hombre. De ahí que éste sea síntesis de eternidad y tiempo.

(Al percibir esa verdad en los últimos años de su vida, se autocalificó de Viajero en la
Presencia).

Creado de la nada y, por tanto, nada, el hombre encuentra el reino de Dios, asciende a la
categoría de la beatitud, cuando la Presencia o Intimidad vive en él. Habrá entonces
cumplido con el precepto dado por Jesucristo a Nicodemus de que es necesario nacer de
nuevo14.

El hombre, el existente, la nada (representación), logra reconciliarse cuando se convierte


en Nada con Intimidad. Porque entonces es verdaderamente el Hijo de Dios. Pero ante el
peligro de caer en la nada (infierno), es necesario observarse, amente, entendiendo; y
glorificar el entendiendo por medio de la cruz.


13
Debido a lo imaginero del idioma español, a la Presencia la llama también Néant, palabra con la cual los
franceses entienden el no ser cosa, ninguna cosa, nada objetivo para la imaginación; lo que está en el todo y
en cada parte, pero que no es la parte ni el todo (Libro de los viajes o de las presencias, op. cit., p. 207).
Expresiones equivalentes son el Padre, la Intimidad, el Inefable. Pero…: «Son tartamudeos. La palabra no
sirve en esas regiones, y el usarla es impropio» (Ibidem, p. 65).
14
Libro de los viajes o de las presencias, op. cit., p. 142.

191
La disyuntiva es a la vez terrible y llena de esperanza: «Somos posibilidad de nada o de
dioses»15.

Tal es el marco conceptual de la tesis filosófica de Fernando González respecto de la


evolución de la existencia humana. Tesis profundamente vivencial e inspirada en un
cristianismo renovado; y que, además, es menester entenderla como producto de un largo
proceso iniciado con la aparición del padre Elías y el postulado NO PIENSO, LUEGO SOY.
Excluye, por lo tanto, la posibilidad de ser considerada como correspondiente a una etapa
específica de pensamiento místico-filosófico, identificada con las postrimerías de su vida.

González es el primer americano —asevera el sacerdote católico, padre Alberto


Restrepo— que se empeña en encontrarse viva y personalmente con el Dios cristiano, en
una lucha de toda su vida; e insistiendo en la idea: «Es el primero en plantearse como
problema radical de América el problema de Dios»16.

***

El propósito central del trabajo de Fernando González, en el campo de la metafísica,


consistió en elaborar un modo de comunicación que lograra sustituir el mundo ideológico
(artificial) del Occidente «cristiano». En este arte nuevo, destinado a transmitir la desnudez
de las presencias, cada uno es al mismo tiempo el viaje y el viajero. O expresando la acción
con el empleo de gerundios, es el itinerario que se recorre mediante el padeciendo-
entendiendo-siendo.

En el proceso tendiente a hacer de la filosofía una sabiduría («Retorno al Paraíso o


Inocencia»), siguió un hilo conductor que sólo después de tres lustros de silencio logró
expresión plena en dos obras estelares: Libro de los viajes o de las presencias (1959) y La
tragicomedia del padre Elías y Martina la velera (1962).

De ambas decía que habían sido escritas por la Inteligencia y no por el yo.

En la primera de aquellas obras explicó la teoría de los viajes y las reglas para hacerse
viajero, guiado como Dante por un maestro (Lucas de Ochoa) y teniendo como ejemplo
vivo a Pablo de Tarso, a quien llama el patrono de los viajeros. La principal innovación, en
tratándose de reaccionar contra el lenguaje racionalista que toma los conceptos como
definitivos, convirtiéndolos en ídolos que producen la quietud (rémoras), consistió en el uso


15
Ibidem, p. 233.
16
RESTREPO GONZÁLEZ, Alberto. Testigos de mi pueblo. Editorial Argemiro Salazar y Cía. Ltda.,
Medellín, 1978, p. 23. Ver el ensayo «Fernando González, testigo de la madurez de la fe».

192
del gerundio, con el que intenta dar a los vocablos una sensación o proyección de «amago
de vuelo», impregnada de una especial connotación en que cada uno va siendo los viajes.

La Tragicomedia…, por haber sido concebida como versión andina de la similar


española de Calixto y Melibea, está dedicada en primer término al autor de ésta, Fernando
de Rojas y Montalbán. Pero deseoso de reconocer los valores del existencialismo, en el
primer tomo incluye también como destinatario al escritor francés Sartre, mientras reserva
el segundo para el filósofo alemán Martín Heidegger17.

Convertido el padre Elías en cura del pueblito de Entremontes, vivió pasionalmente las
hermosas manos de Martina y todo el conflicto causado por las perturbaciones a su huerto
Progredere, instigado por la dureza del instinto de propiedad: «lo mío y lo tuyo». Pero
después de suspendido del curato por el arzobispo Marco Tulio (a causa de haber
escandalizado en una conferencia dirigida a jóvenes universitarios con la exposición
pasional de sus tentaciones, presencias psíquicas o daimones), el padre Elías, viviendo-
entendiendo-glorificando su sacerdocio campesino, trascendió las manos de Martina a
quien le regaló el huerto para que se casara con Jovino, el causante de aquellas
perturbaciones a la propiedad privada. Y así, poco a poco (agonizando, muriendo y
viviendo muerto), logró entender el «suicidio cristiano» y conocer la Inocencia
(comprensión de todo en uno), hasta habitar el singular y bello mundo de la Amencia.

El superhombre —aquel personaje nietzscheano que había tratado con desdén en


Pensamientos de un viejo, porque no nos hace más felices ni más grandes, y luego creyó
encontrar en el Libertador Simón Bolívar—, ahora lo advierte con claridad en el amente. El
amente es el superhombre, porque en él se reconcilian la Intimidad y la nada, y se realizan
las palabras de Cristo: «Seréis uno solo conmigo; y, cuando todo se haya cumplido,
entregaré todo al Padre, y seremos uno solo en Él y Él en nosotros».

El amente, que ya no piensa sino que vive, es al mismo tiempo el inteligible y la


Inteligencia.

Convencido del fracaso de la metafísica tradicional, entregada por entero a la


conceptualización, Fernando González demostró que la metafísica es posible, pero no como
concepto, ente de razón, construcción mental, sino como VIDA y proceso dialéctico.


17
Fue sólo en sus últimos años cuando Fernando González descubrió y admiró profundamente al pensador
alemán, a juzgar por las palabras de incrédulo que intercala en el Libro de los viajes o de las presencias: «En
el librito de Heidegger que me trajeron de Bogotá acerca del ser y de la nada, veo que es conceptual y muy
pretencioso (filosofía de “maestro consagrado”). Pero apenas lo he hojeado. […] Lo de Heidegger es una
carta para un libro editado en homenaje a otro “maestro” que cumplió 60 años. Me suena mal eso» (Ibidem, p.
212).

193
Fue por ese camino —el menos paradójico de todos los suyos— como consiguió lo que
anhelaba: descubrir y conquistar su propio mundo. Poseerse, vivir la paz de su intimidad.
Es decir, ser brujo. Más aún: brujo o mago reconciliado, para quien todos los reinos son
sagrados.

Para entonces, casi tres décadas después de haber enunciado aquel extraño «no pienso,
luego soy», sobre el que edificara toda una metafísica no conceptual, escribió su mejor
autobiografía:

Yo propiamente no soy novelista, ni ensayista, ni filósofo (¡qué asco la filosofía


conceptual!), ni letrado, sino brujo: brujería, el mahatma, el dios, el hijo de Dios.
¡Oh felicidad!18

Ciertamente es un pensamiento que trasciende la tarea del novelista, del ensayista o del
letrado, y que tiene la virtud de expresar dialécticamente, en forma de viajes, el lenguaje
conceptual de la filosofía perenne. Por eso el SER es la Presencia; la Presencia como
esencia, categoría de Dios, o sea del Inefable, del Ojo Simple; el hombre, un sucediéndose;
la glorificación del hombre por la Intimidad mediante el llevar su cruz, Jesucristo; el
Paraíso, participación de la Beatitud (lugar existente antes de nuestro nacimiento y en
donde se tenía directamente la Presencia); el infierno, la nada; y el poder del Espíritu Santo
en nosotros, la Inteligencia.

De allí deduce una profunda y sencilla verdad: que es cristiano todo el que ame a la
Intimidad y la busque y vaya realizándola en cada instante de su vivir; y que cuando se
supere el dualismo entre cristianos y católicos, todos seremos COMUNISTAS (uno en todos y
todos en uno).

***

El núcleo desde donde el autor vierte sus vivencias en La Tragicomedia se llama


Perturbación Original, sin la cual cree que no es posible concebir el espacio-tiempo, ni la
mente, ni los entes del mundo mental. «La dialéctica o historia no existiría —dice— sin
aquel Paraíso en que están los Árboles de la Vida y del Bien y del Mal».

¿Pero cómo entiende el Paraíso? Nos lo revela en el Libro de los viajes… Conviene leer
con ritmo lento y suave:

El Paraíso no fue en esta tierra y bajo estos cielos, en estas categorías espacio-
temporales. En todo caso, había la presencia de La Intimidad en los cuerpos de


18
Libro de los viajes o de las presencias, op. cit., p. 99.

194
Adán y Eva, o sea, eran cuerpos glorificados… Sus almas eran la idea de sus
cuerpos glorificados en La Intimidad: veían a Dios. No había el mismo sucederse,
tiempo y espacio, que hay aquí. No había muerte. Otras coordenadas, otro mundo.
Y lo mismo eran los elementos, minerales, plantas y animales: «Toda la creación
espera angustiada la segunda venida del Hijo de Dios» (Pablo de Tarso). En nada
había dolor, placer, bien y mal, sino participación de la beatitud, que es
19
aquiescencia y contentamiento en La Intimidad .

Solamente unos cuantos privilegiados han vislumbrado el Paraíso y la Perturbación


Original: Moisés, Saulo de Tarso, Søren Kierkegaard… También tuvo esa sublime
intuición el padre Elías, en cuya vida, descripción de su apariencia, logró patentizar los
variados instintos: el de reproducción, inducido por las hermosas manos de Martina; el de
propiedad o noción absorbente de «lo mío» y «lo tuyo»; el de dominio, mediante el cual el
donante busca hacer felices a los otros y, núcleo de todos los anteriores, el instinto de vivir.

Si aquel tema es el fundamental de la metafísica, y accesible sólo para privilegiados,


entonces habrá que explicar el porqué se quedaron en mitad del camino pensadores de la
talla de Kant y Fichte, así como aquellos a quienes admiró como sus maestros, Spinoza y
Nietzsche. Responde que estos son viajeros conceptuales que casi olieron el Paraíso, pero
como en brumas, las brumas de la mente.

De Spinoza dice que no obstante haber subido al Inefable, se quedó en el vacío a causa
de que no fue, no pudo hacerse la Perturbación Original. Murió prematuramente,
desgastado en el esfuerzo de hallarle explicación «lógica», «racional» a lo que él llamaba
NATURA NATURANTA, o sea, a los mundos estético y mental (Natura Naturans
manifestada).

De Kant afirma que fue la culminación del mundo mental, y concluyó con esta
tautología, que en su tiempo fue genial deposición del orgullo satánico: el mundo mental es
humano; la Mente es racional y no conoce sino la Mente; no están a su alcance o en su
jurisdicción EL SER, LA LIBERTAD ni LA ETERNIDAD. Para el filósofo alemán, nada sabemos
mentalmente del Ser, ni podemos saberlo, porque el espacio y el tiempo son categorías de
la mente humana. De tal manera que la metafísica no se halla al alcance del hombre, pero
«del actual hombre, de este sucediéndose racional que somos», explica el pensador
colombiano. (Si la mente endiosa esas limitaciones nacidas del aparecer a los sentidos, los
«conceptos» y estos le sirven tan sólo para construir juicios y razonamientos, los convierte
en obstáculo para la realización del proceso dialéctico de conocimiento vivo. Según F. G.,
los «conceptos» son material para el camino y la mente no es un ente, sino el procedimiento
reconciliador de los mundos de cada existiéndose).

19
Ibidem, pp. 258-259).

195
De Fichte, continuador de Kant: «Creyó encontrar explicación en el salto del Ser al
Aparecer y concluyó con la soberbia ignorancia hindú de YO igual a Ser; Yo soy Él.
Cuando, precisamente, el yo es la ausencia de La Presencia, ausencia en presencia. Pero
Fichte olió el entendiendo, el Mediador en nosotros. Estuvo cerca: podría decírsele, como
en el juego del escondite de los niños: “¡Por ahí humea!”».

Respecto de Nietzsche, el maestro de su juventud, considera que le faltó ese pasito


milagroso y que viene por Gracia, de vivir que Cristo no es OTRO, un «rey externo» que
premia y castiga, sino que es nuestra INTIMIDAD20. O en términos más explícitos: que la
Inteligencia o Espíritu Santo no es presente, ni pasado, ni futuro, pero se manifiesta en
nosotros como entendiendo, en gerundio, de modo que «no la conocemos ni es cognoscible;
es vivible; es lo más íntimo nuestro, lo más cercano, como si fuéramos en Ella, como si
fuera nuestra madre que nos gesta»21.

Con cuánta deleitación disfrutaba, por lo demás, del lema nietzscheano: «¡Cava hondo,
cava hondo! Deja que los oscurantistas digan que debajo está el infierno».

Ahora, al retornar tras largo silencio a su vida de escritor —que por ningún motivo
quiere que sea tarea de publicista—, se sitúa de nuevo en esa línea de pensamiento que
alguna vez llamara «la ciencia nueva del espíritu», a la que pertenecen no solamente Kant,
Fichte, Spinoza y Nietzsche sino también Schopenhauer, Freud, Einstein y Bergson, de
todos los cuales llegó a decir que eran «hijos de Buda», porque es al hindú a quien debemos
los conocimientos del subconsciente y del superconsciente y la afirmación de que al
Espíritu se llega por todos los caminos…22

La idea central consiste en mostrar y demostrar, mediante la narración pasional, mental y


espiritual de su propia vida, la manera como va realizando su tragedia individual —porque
no puede ser de otro modo—, en pleito constante consigo mismo, cada hombre. Éste quiso
tener un mundo, ser su dueño y señor, conocer el bien y el mal… y desde entonces vive
como un ser pretencioso, tentado, angustiado, insatisfecho y muy avergonzado; tiene
vergüenza hasta de su cuerpo. Por eso, colocado en posición de perturbado-perturbador,
«inventó (encontró en sí mismo) la de-co-ra-ción; el arte decorativo, todas las artes
(ocultarse avergonzado)».

La vida del hombre y su destino, según Fernando González, serían inexplicables sin el
Paraíso y la perturbación en el Paraíso: de allí proceden el árbol del bien y del mal (los dos
ojos), el espacio-tiempo, el yo y los otros, el manejo del concepto de culpa (la posición

20
Las cartas de Ripol, op. cit., pp. 70-71.
21
La tragicomedia del padre Elías y Martina la velera, op. cit., t. II, pp. 39-40.
22
Los negroides, op. cit., pp. 88-89.

196
orgullosa y facilista que consiste en buscar siempre un culpable, distinto de uno mismo), y
el razonar… Arrojado del paraíso a un mundo de vanidades, el ser humano debe emprender
un largo camino de retorno. El proceso de liberación exige digerir el mundo pasional con la
ayuda de La Inteligencia o Espíritu Santo y sustituir el mundo mental, creador de
ideologías, por el mundo del entendiendo en el cual el viajero y el viaje son uno mismo, de
manera que en ese itinerario dialéctico, originado en el contraste entre Ser y nada, el
hombre se convierta en un padeciendo-entendiendo-siendo.

Y como para explicar esos temas trascendentales es preciso utilizar un lenguaje diferente
del tradicional, el empleado tanto en el Libro de los viajes como en La Tragicomedia gira
esencialmente en torno del gerundio, forma verbal en la que se apoya para tratar de
comunicar la dialéctica pasional-mental y el destino espiritual del hombre. Su uso «ya es de
por sí expresión de amago de vuelo fuera de lo conceptual imaginativo…».

Por eso La Tragicomedia, concebida como segunda versión de aquella española de


Calixto y Melibea, es trilogía agonística: el padre Elías amando (primer acto), el padre Elías
novelando (segundo acto) y el padre Elías agonizando, muriendo y viviendo (tercer acto),
de modo que la novela no es narración imaginativa sino experiencia viva, representación
del pecado original. Esa novela «es el padre Elías», patentizado en sus coordenadas espacio
temporales y entendiendo.

Como ser histórico, el hombre es un sucediéndose23. En la medida en que entiende, se va


liberando, convirtiéndose en viajero que se identifica con el viaje o proceso de
reconciliación. Al final, trascendidos los cuerpos pasionales y mentales, el existente
adquiere su estado más alto. Surge entonces el auténtico superhombre: aquel en quien se
reconcilian el Hijo de Dios y el Hijo del Hombre, la Intimidad y la nada. (Es el éxtasis de la
completa unificación: la vivencia del juicio de identidad).

Por obra del hombre que ha entendido que el último criterio de verdad es Cristo y que
luego de áspero proceso ha logrado unificarse con Él, la metafísica —la esquiva, abstracta y
lejana señora que había querido mantenerse más allá de la realidad humana— habrá podido
cumplir su misión.

Para lograr tal propósito y dar una nueva dimensión a los atisbos que como pequeñas
colinas emergen de sus libros anteriores, ha sido necesario construir una antiteoría, a la vez
ontológica y existencial y mística, en la cual el «yo» es glorificado por el entendiendo.

23
Del mismo modo que Dios es trino: Intimidad (Néant o Padre), Nada (Manifestación o Hijo) y Espíritu
Santo (Conciencia de la Intimidad en la nada o creación), el hombre es un sucediéndose trismegisto:
Extensión (cuerpo), Intimidad (pensamiento) y Espíritu (Conciencia de la Intimidad). Libro de los viajes o de
las presencias, op. cit., 316-318.

197
Mediante esa forma de conocimiento el autor comunica sus mundos en forma viva y
dialéctica. Reconoce, empero, que la palabra es un instrumento inadecuado para expresar
ese ir desnudándose, digiriendo su propia nada hasta alcanzar el reino de la Intimidad o
presencia infinita; la palabra es adorno engañoso que sirve más bien para esconderse, como
medio de defensa… Por eso con sinceridad metafísica y elación poética, expresa a modo de
conclusión: «El temblor de las espigas en la brisa matinal es lo único apropiado».

Durante esos viajes insondables que constituyen el proceso de representación de la vida,


el viejo maestro en ningún momento dejó de ser ni temperamental ni sarcástico. A tal
punto, que al final se tornó excluyente. De ahí esta frase, rotunda y además irónica: «Lo
demás es paja filosófica-mental»24.

Ciertamente en esa frase resurge el yo, su enemigo —nuestro enemigo— de todas las
horas. Y ello ocurre a pesar de que una de las oraciones favoritas de Fernando González es
aquella que concibe de este modo: «Señor, ¡líbrame de mi yo! Líbrame de esta carga, pero
que se haga tu voluntad y no la mía, o sea, líbrame de mi yo» (libreta n.º 10).

Por eso, para dar término a este capítulo, es preferible no apartarnos de la idea medular
de su concepción metafísica, en la cual Dios es El Ser y los seres humanos «los
sucediéndonos». De donde el nacimiento y la muerte no son sino sucediéndonos en El Ser.
O en otros vocablos: «Realmente no hay muerte ni vida sino viaje en el Ser, historia
infinita…». E historia que no es temporal, pues este concepto es tan sólo una de las
categorías del ente.

En el Paraíso, el hombre «era en el Ser», pero la perturbación original lo llevó a vivir,


como rey de burlas, «en su mundo». Tras dura experimentación (trascender sus estados
pasionales y mentales), sólo el «volver a nacer» le permitirá reencontrarse con el Padre, en
la semejanza del Espíritu. Con ese Ser a quien la mente humana no puede darle ningún
atributo, ni siquiera decir que está sometido a las leyes de su naturaleza, como pretendió
Spinoza, pues en Él desaparecen «las ciencias» y «este mundo», que es tan sólo el
escenario para realizarnos y volver a La Nada, o sea al Cielo o infinita beatitud.

Esos viajes, eminentemente vivenciales, en permanente pleito consigo mismo, los


emprende en el seno del Creador —la Intimidad—, nunca por fuera de Él. Constituyen la
exposición de la metafísica de nuestro autor, que, por ello, es diametralmente opuesta a las
concepciones racionalistas o conceptuales imaginativas.


24
En carta al padre Antonio Restrepo Pérez, 28 de mayo de 1963.

198
18. OTRAPARTE

La sabiduría viene con la vejez. Esta es la hermosa e


indiscutible ley: aprendemos la lección cuando se
desgastó el vestido. (F. G.)

Nosotros, los destructores, lo que desearíamos


destruir es a nosotros mismos (F. G.)

Otraparte es el nombre que Fernando González dio en 1959 —el año de publicación del
Libro de los viajes o de las presencias— a La Huerta del Alemán.

Con tal motivo hizo colocar en el pórtico una verja de hierro, cuya elaboración encargó a
su sobrino Javier Restrepo González (el don Florín de La Tragicomedia). La inscripción
que la misma lleva en su parte superior, en hermosas letras de bronce, confiere al cambio de
nombre de la Huerta un profundo significado, aparentemente enigmático, pero que se
refiere a sí mismo, a su convicción acerca de los peligros del yo: CAVE CANEM SEU DOMUS
DOMINUM, que quiere decir: «Cuidado con el perro, o sea, con el dueño de la casa».

Por el simbolismo que entraña, Otraparte fue considerado en su época por los
conciudadanos del maestro como una denominación novedosa y tenida como signo de
rebeldía. Efectivamente representa, ante todo, la evocación del vivir a la enemiga («¿Por
qué afirmo que vivo a la enemiga? Porque he luchado contra todo lo existente»). Denota,
por tanto, una actitud de independencia, de distanciamiento social y de búsqueda de sí
mismo; e incluso, en lenguaje metafísico, el escenario escogido para continuar la
realización existencial de ese «irse yendo», que por lo demás define de modo tan preciso la
vida del hombre.

Desde el punto material de apreciación, es casa campestre situada en Envigado, en la


margen izquierda de la carretera que une a este municipio con Medellín.

Los terrenos correspondientes los adquirió Fernando González en 1937, tres años
después de su regreso del primer viaje por Europa. Resulta curioso señalar que fueron
también de propiedad de Lucas de Ochoa, su tatarabuelo materno, quien los compró en
1798 a Francisco de Isaza y Atuesta.

En una pequeña casa de tejas de zinc y paredes de bahareque que tenía junto a su huerta,
vivió allí durante varios años de las décadas del veinte y el treinta un alemán llamado
Walterio Niederheiser, al parecer refugiado de la Primera Guerra Mundial. Un día en que se

199
movilizaba en un bus de escalera entre Envigado y Medellín, murió en accidente de tránsito
con su cargamento de hortalizas.

Desde su regreso de Marsella, en el segundo semestre de 1934, Fernando González


habitaba en calidad de arrendatario a Villa Bucarest, cuyo ambiente describe de este modo:

La casa es de corredores que la rodean separados del prado por baranda de un


metro de alto. Al frente del corredor delantero, por donde me paseo recordando, y
soñando con la juventud que voy a crear, hay un prado de sesenta metros en donde
organan los mayos y en donde le doy de beber a la vaca. Ahí estoy, sentado en el
brocal del pozo, revolviendo la aguamasa. La vaca bebe y bebe, despacio, y de vez
en vez levanta el testuz, saca la lengua áspera y la introduce en las húmedas fosas
nasales, me mira y me suelta el vaho que huele a leche, a ternero, y yo me acuerdo
de mademoiselle Tony… […] Del prado sigue la carretera y luego una casa con
huerto lateral, en donde hay un balso, árbol alto, ramas separadas, hojas grandes,
sinvergüenza como un hermano cristiano de las colonias, o como mi alma
cuarentona. […] Al otro lado de tal casa hay un madroño, como verdioscuro, árbol
religioso, que produce frutos amarillos, agridulces y de corteza amarga. Mira usted
esos dos árboles y le sale involuntariamente esta pregunta: ¿por qué no hay
1
hombres bellos en Colombia?

En Villa Bucarest le fue creciendo el instinto de «tener finca raíz», aunque advertía que
no le gustaban sino las que no venden, o las de precio imposible. Y en torno de este deseo,
filosofaba: «El placer lo causa la resistencia, la serie de resistencias que oponen los objetos
a nuestra conquista, hasta llegar al sí».

El anhelo se convirtió en realidad en el año de 1937, cuando en un remate judicial


adquirió unos terrenos situados cerca de Villa Bucarest. Eran los mismos que habían
pertenecido al agricultor alemán. Y poco a poco, en ellos fue construyendo una nueva casa
(en este período de construcción la llamó «Managrú»).

Cuando concluyeron los trabajos y la habitó con su familia, transcurrían los meses
finales de 1940.

Haciendo reminiscencia de su anterior dueño, la casa finca, una vez terminada, recibió el
nombre de La Huerta del Alemán.

En el proceso de planeación y construcción participaron tres amigos suyos: el arquitecto


Carlos Obregón, el ingeniero Félix Mejía Arango (Pepe Mexía) y el pintor (ingeniero y
arquitecto, además) Pedro Nel Gómez. Este último diseñó el patio, el hermoso patio que

1
Cartas a Estanislao, op. cit., pp. 196-198 (cursivas del texto).

200
semeja una alfombra adornada por un pozo circular construido de cemento y piedra;
Obregón hizo los planos y Mejía Arango dirigió la obra.

De estilo predominantemente colonial, tiene un segundo piso que consta de una alcoba y
su correspondiente balcón, aspecto que resalta su belleza y le confiere un atractivo especial.

El sentimiento de euforia que aquella feliz circunstancia le producía, era contrarrestado,


entretanto, por factores negativos. Al sabor amargo dejado por el hecho de tener que
suspender las ediciones de la revista Antioquia, se agregaba ahora la tempestad desatada
por la publicación del libro Santander. Ante el peligro de que el mito del héroe nacional
fuese derruido, la prensa capitalina y académicos de la historia acudieron prestos a hacer la
defensa más vehemente del «Hombre de las Leyes». Sobre Fernando González cayó una
lluvia de críticas, que lo dejaron solo e impotente.

Es entonces cuando decide escribir su libro más hondo, dramático y doliente: El maestro
de escuela.

Aquella novela autoanalítica, que termina de redactar el 12 de febrero de 1941, es


publicada en escasos tres meses por la Editorial ABC, de Bogotá, gracias a la colaboración
siempre decisiva de su hermano Alfonso. En el intervalo resuelve dedicar el libro a
Thornton Wilder, quien visitara la casa durante los dos días finales del mes de marzo.

Expone allí las razones que lo obligan a retirarse de la literatura. Una es la imposibilidad
de seguir nutriéndose de métodos introspectivos, y la otra, la desazón producida en su
espíritu por las reacciones de un medio hostil que considera idiotas e inadaptados sociales a
quienes proceden a enfrentársele.

La Huerta del Alemán se convierte en el refugio de un perseguido.

Con todo, la labor de decoración de la casa no se detiene. A ella procede con exquisito
gusto: coloca a la entrada una fuente que adornó la plaza principal del vecino municipio de
Caldas; de Cali hace traer los vitrales, obra del artista Leandro Velasco; de la capilla de
Envigado, las lámparas; y consigue las rejas forjadas a mano que pertenecieron a la Casa de
la Moneda. Un capitel, tallado en piedra caliza, sobresale ostentando la figura mitológica de
un sátiro; es escultura importada de Centroamérica, obsequio de su hermano Jorge. Y en el
corredor, una banca que perteneció a la iglesia de Cartago, servirá para el diálogo amistoso,
la lectura y el solaz del pensamiento.

201
Ello explica por qué Thornton Wilder, poco después de visitarla, expresó este elocuente
concepto, que sirve para definirla en la amplia perspectiva de su entorno: «La casa nueva de
Fernando González en Envigado encierra más gusto que todo Chapinero».

Seguirán años de soledad. El pensador no hallará consuelo sino en su familia y en el


placer que le proporciona La Huerta con la siembra y cuidado de plantas, el ordeño de su
vaca, la poda de árboles…, así tenga que ganarse la vida como asesor jurídico de la Oficina
de Valorización de Medellín o acudir al ejercicio independiente de la abogacía. Y, por otra
parte, disfrutará con los experimentos homeopáticos, en los cuales encontraba un estímulo a
su vocación, a su preferencia por la antítesis y al método emocional concebido para «vibrar
al unísono con el biografiado»2.

De cuando en cuando medita en la posibilidad de vivir fuera de Colombia. Del mismo


modo que en 1938 había pensado establecer su domicilio en Chile, hacia 1950 estuvo
tentado por trasladarse a México. Pero las dificultades económicas representaban un
obstáculo y faltaba, también, en tratándose de esta última aventura, el apoyo de su familia.

Resultó sensata la decisión de quedarse en Envigado. Amaba esta tierra, así tuviese en
Colombia enemigos que lo trataban con acerbia. Ciertamente había que preferir a los
amigos entrañables, los paisajes paradisíacos, la invitación a pensar y el placer de mirar
esas muchachas «que se salen por la piel».

Este gusto suyo por la homeopatía, función vital con la cual vinculaba filosofía y
medicina en la brega por mostrar los males e incitar reacciones, inspiró una interesante tesis
de grado elaborada para optar al título correspondiente en la Facultad de Filosofía del
Colegio Mayor del Rosario. Titulada La filosofía homeopática de Fernando González3,
adopta como tema conductor una anécdota del Viaje a pie en donde se narra que un yanqui,
agente viajero, decía a peones arrieros que el clero colombiano era una peste y que el país
estaba en la barbarie; es cuando Fernando González, que presenciaba la escena, golpea al
mister en la cabeza y le replica airado: «Sólo nosotros, los colombianos, podemos hablar
mal de Colombia, y sólo nosotros, los católicos, podemos renegar de los curas».

El autor sostiene que en dicha verdad asoma el sentido primordial del pensamiento
filosófico de Fernando González, en el que hay coincidencia con la ley homeopática que se
expresa así: sólo lo semejante cura lo semejante. Es una filosofía que crece en medio de un
malestar generalizado y el tratamiento que a éste le otorga evoca una terapéutica
homeopática. En tal sentido, por ejemplo, si Suramérica padece de una grave enfermedad,

2
A la alabanza de la homeopatía dedica el capítulo IX del Libro de los viajes o de las presencias (op. cit., pp.
45-48).
3
NÚÑEZ TRUJILLO, Germán José. Bogotá, 1983.

202
adquirida por la imitación de modelos provenientes del exterior, el remedio será una
medicina homeopática que le incite a vivir a semejanza de sí misma, buscando en su tierra,
en sus raíces, en la exaltación del orgullo propio, el modo de recuperar su estado de salud.

Digamos que son igualmente de corte homeopático el método emocional, en el cual la


intuición pretende hacer converger sujeto y objeto, así como numerosas frases,
desparramadas en sus libros: «En la naturaleza, cada cosa crea su remedio, hasta la vida,
cuyo remedio es la muerte»; «La muerte, única y necesaria solución al problema de nacer»;
«Lo bello es lo sencillo y que arroja vida de dentro; la belleza es centrífuga», y aquella con
que se dirige a Cosme el viejo: «¡Somos dioses cagados, muy respetables y despreciables,
Cosme!», etc.

Correlativamente, consideraba que los hombres también tienen su ubicación dentro de la


dialéctica histórica que comprende tesis, antítesis y síntesis. A la primera pertenecen los
que dominan este mundo y acaparan sus honores; hay quienes viven la síntesis, con
capacidad de irla trascendiendo, pues están más allá de bienes y males, como idos, como
locos en absoluto… (Aquí sitúa, por ejemplo, a Einstein y a Lucas de Ochoa). Pero otros
nacieron para la antítesis: «Somos los anarquistas, rotos y pobres».

Así vivirá hasta 1953, cuando se le brinda una segunda oportunidad de viajar a Europa y
representar a Colombia en calidad de cónsul.

Regresa en la mitad del segundo semestre de 1957. Y entonces:

Me di nuevamente a callejear, caminar por la carretera, sentarme en las


barrancas y en los cafés de las aceras, para atisbar agonías, entierros y mujeres, que
son mi vocación. Primero son las agonías; segundo, los entierros; tercero, las
4
muchachas…

Se siente incitado a abandonar el ya prolongado silencio literario, por un optimismo que


es cada vez más visible. Desea volver a escribir. Esta idea lo obsesiona: sueña con tener en
sus manos un libro «duro, límpido, vivido» y que quepa en el bolsillo de la chaqueta. Pero
no quiere convertirse en publicista, por cuanto está convencido de que el mensaje de su
nueva obra (un manual para viajeros de mundos interiores) sólo podrá ser entendido una
vez desaparezcan los intereses predominantes en Colombia.

Guiado por esos sentimientos escribe el Libro de los viajes o de las presencias, y tres
años después La tragicomedia del padre Elías y Martina la velera. En esta última obra,
inspirada por sefarditas cristianos, el huerto del padre Elías es denominado Progredere, para

4
Libro de los viajes o de las presencias, op. cit., p. 9.

203
indicar los progresos del entendiendo, que es la Inteligencia en gerundio; pero el día del
entierro de quien fuera cura de Entremontes, el padre Restrepón hizo un apartado del
rincón del cementerio, prohibió que ahí se hicieran nuevos entierros, y en la puertecita
traída de Progredere inscribió la palabra Otraparte.

En los últimos años de la vida de Fernando González, Otraparte se convirtió en un lugar


casi mítico. El nombre se hizo popular, y solía ser pronunciado con admiración y respeto.
Al maestro empezaron a llamarlo, unos «El mago de Otraparte», y otros «El brujo de
Otraparte». Con frecuencia era visitado por jóvenes ansiosos de conocerlo, por intelectuales
(Félix Ángel Vallejo, Carlos Castro Saavedra, Manuel Mejía Vallejo, Carlos Jiménez
Gómez, Alberto Aguirre, Oscar Hernández, Leonel Estrada, León Posada, Darío Ruiz,
María Helena Uribe, Regina Mejía, Rocío Vélez, Olga Helena Mattei…) y por sacerdotes,
siendo notable entre estos últimos el padre Andrés Ripol, benedictino, con quien sostuvo
una intensa y bellísima correspondencia epistolar5.

Exquisito anfitrión, recibía a sus visitantes con amabilidad y cariño, siempre sentado en
la banca iglesial del corredor, invitadora al solaz, a mirar hacia la calle y la montaña.
Gustaba del diálogo, de la conversación fluida, de la palabra aguda y cálida. Nada de
palabras «vulgares», pues las reemplazaba por la ironía y una sonrisa picaresca. Al respecto
llegó a decir con plena validez: «Cuando hablo nunca digo esas palabras. Cuando escribo sí
las necesito».

Fue también sincero, tenía que serlo, cuando dijo: «Yo amo a todo el que pasa las
aduanas de Otraparte…».

Entre los jóvenes que por entonces se acercaron al maestro estuvieron muchos de los
integrantes del grupo de los nadaístas. Principalmente el jefe de estos, Gonzalo Arango
Arias, a quien dedicó la «primera libreta regalada» de la cuarta parte del Libro de los viajes
o de las presencias6, elogiando en él ese infinito desamor a «los cascarones sin intimidad».
Gonzalo, por su parte, que de ese libro aprendió «la santidad de ser uno mismo en la verdad
de las presencias», empezó a llamarlo «mi querido maestro».


5
El padre Ripol se domicilió más tarde en España. El 29 de octubre de 1987 visitó de nuevo a Otraparte,
convertida ya en Casa Museo, y en el libro de visitantes escribió: «A mi mago, que transformó mi alma por el
amor en la Presencia». (Murió en su Cataluña natal el 20 de diciembre de 2002).
6
Libro de los viajes o de las presencias, op. cit., pp. 205-218.

204
Inicialmente creyó en los nadaístas, en quienes veía a una juventud rebelde, con ansias
de cambio y en proceso de liberación. «Aparecieron las náuseas por ese mundo de la nada
en que vivimos», llegó a decir, entusiasmado7.

Pero la disyuntiva era clara: «Suceso prometedor o desastroso». Había llegado la hora de
nacer o de ser nada. Sólo una actitud vital muy definida podía legitimar la rebeldía. Por eso
sus palabras tienen carácter de premonición: «Si reniegan del mundo, de su mundo, sin que
se despeguen de él, entendiendo, enloquecerán o serán mera vanidad»8.

Como consecuencia de su desprecio por el mundo de la nada, que es un inferorum


(abismo terrible), Fernando González no admitía sino el nadaísmo absoluto o muerte
absoluta de la vanidad, puesto que solamente ésta (la Nada Real) conduce al juicio de
identidad y nos permite volver a nacer mediante el bautismo del fuego y del amor.

De ahí su prevención respecto de la literatura existencialista, cuando es promovida por


jóvenes cuya actitud resulta ser meramente de arrebato y ensoñación. Ello por cuanto «van
en busca de tesoros, impetuosos y juveniles, y vuelven con una muchacha de Montmartre»9.

Gonzalo Arango, fundador del movimiento nadaísta del que formaron parte jóvenes
poetas pletóricos de rebeldía contra la retórica de la literatura colombiana, dejó expresado
su pensamiento sobre Fernando González en los términos siguientes, cuando él mismo se
encontraba viajando por un camino introspectivo como el de su maestro:

Fue odiado por quienes no lo comprendieron, por quienes se escandalizaron con


su verdad desnuda. Él no odió a nadie, no quiso ofender a nadie: sus ofensas no
eran a personas o instituciones, sino a la vanidad en ellas. Si la verdad duele es
porque mata en nosotros la mentira de que vivimos. Eran, entonces, heridas de
resurrección».

Gonzalo Arango, que había fundado el nadaísmo en 1958, abandonó este movimiento en
1971, cinco años antes de su trágico fallecimiento en accidente de tránsito. Convencido de
que «el inventico cumplió su ciclo», cambió también radicalmente de motivaciones e
intereses. Su novia inglesa, «Angelita» (Angie-Marie Hickie), al romper un largo silencio
de 30 años, en octubre de 2006 explicaba en la revista Semana:

Renunció al alcohol, a sus tres paquetes diarios de cigarrillos Nacional sin filtro,
apartó de sí la vanidad, la soberbia, las mujeres, la libido, las aspiraciones al poder,
la mentira, y sobre todo: cambió la razón por el sentir. Dijo que si seguía leyendo

7
Revista Colombia Nueva, Medellín, junio de 1959, p. 24.
8
Libro de los viajes o de las presencias, op. cit., p. 103.
9
Ibidem, p. 314.

205
se enloquecería; que no le cabía un libro más en su cabeza. Fue por eso que él
mismo decidió vender su biblioteca y sólo dejar unos diez libros de cabecera, entre
ellos la Biblia.

Fue entonces cuando Gonzalo escribió en uno de sus poemas:

¡Hermanos, buscad, buscad!,


hay una luz que brilla más que el oro;
el amor puro, la felicidad.
Es Jesús que nos guía hacia el tesoro.

Extraña coincidencia final entre el viejo maestro y el nuevo discípulo…

Así se llega al año de 1964. Una intensa vida interior guiaba sus actos; parecía haber
conseguido aquel estado de beatitud del padre Elías, su alter ego superador, encarnación de
un ideal al cual aspiró desde su juventud.

El 16 de febrero, domingo, a eso de las siete y treinta minutos de la noche, sufrió un


infarto cardíaco que lo trasladó definitivamente al verdadero Otraparte… o reino del
Silencio. A ese Silencio al que llamaba bendito, pues es lo único inmortal que le es dado en
este mundo al hombre, cuando nace de nuevo. Allí debió encontrarse con los amigos que
llenaron casi todo su espacio vital: Jesucristo, Pablo de Tarso, Zaqueo, el padre Elías,
Nicodemus, San Ignacio, San Francisco, Bolívar, Estanislao, Carlosé y don Benjamín.

Estaba próximo a cumplir 69 años de edad.

Cuando le sobrevino el infarto, la taza de café que tenía a su lado se derramó sobre la
hoja de papel en la cual estaba escribiendo sus más recientes deseos y haciendo al mismo
tiempo un examen acerca de su existencia:

… pero fundaré el seminario nuevo, el seminario en que los textos de Teología


sean los mismos seminaristas… ¿Libros? Si los libros son muertos, mientras que los
seminaristas son moribundos en Dios… […] ¿Qué soy yo? ¿Yo? Nada, Creatura.
Acepte o no acepte soy nadie en Dios.

Así, la última palabra que escribió fue precisamente esa: Dios. Al único SER sustantivo
lo había buscado con ansiedad desde joven y en los últimos años de vida consiguió hacerlo
habitante de su intimidad. Como enseña Buda, Dios no baja hasta los hombres, sino que
estos deben elevarse hacia lo divino.

206
Sabía que no iba a morir. Pero inexorablemente «algún día nos hacemos cadáveres». Y
como lo único vacío es ese cadáver, es necesario darle sepultura o convertirlo de una vez en
ceniza. El de Fernando González fue enterrado en el cementerio de Envigado, al día
siguiente, lunes, en las horas de la tarde; previamente, en la iglesia parroquial de Santa
Gertrudis —la misma donde había sido bautizado—, tuvo cumplimiento la ceremonia
religiosa.

En la plaza principal, frente a la iglesia, con antelación se reunieron familiares, amigos,


parte de la ciudadanía y, en riguroso desfile, los alumnos de la escuela que en Envigado
lleva su nombre10.

Fueron actos sobrios, pero cálidos y emocionantes.

Uno de los asistentes al entierro fue el escritor y poeta Gonzalo Arango. El inquieto jefe
del movimiento nadaísta, que había encabezado desde 1958 la rebelión contra toda la
literatura colombiana anterior a su época (posteriormente de ella no salvaría sino la obra de
Fernando González), andaba en busca del silencio, bregando por encontrarse a sí mismo y
realizar la belleza absoluta. Su vivencia la tradujo de este modo:

Vi su cadáver: ¡qué paz! ¡Qué consentimiento con la muerte! Qué dichosa


beatitud. Descansaba con una serenidad y una confianza de santo. Yacía pleno de
amor divino, como si al morir hubiera realizado sus bodas con Dios. Ni un rastro de
turbación, ni de duda, ni de espantosas incertidumbres. Estaba todo él identificado
con la Otra Vida.

Y agregaba:

Él se había hecho digno de Dios, porque lo había buscado con pasión, con fe y
desesperación. Para mí era un espíritu inmortal, el más santo y el más humano de
los hombres que conocí. A él le debo lo mejor que hay en mí, espiritualmente. Su
11
presencia me elevaba hasta lo más profundo y puro de mí mismo .

(Narra también Gonzalo Arango que, al salir del cementerio, un estudiante curioso le
preguntó si Fernando González había sido nadaísta… «No —respondió—, es eternista»).


10
Cabe destacar que la Escuela Fernando González (escuela urbana integrada) fue declarada Monumento
Nacional por el Gobierno, según el decreto 1913 del 2 de noviembre de 1995, en consideración a su valor
histórico, urbanístico, ambiental, paisajístico y sobre todo arquitectónico, pues fue diseñada por el célebre
arquitecto belga Agustín Goovaerts.
11
Carta a Amparo Arango, su hermana misionera residente en el Vaupés, escrita una semana después de la
muerte de Fernando González y que permaneció inédita hasta su publicación en el periódico El Mundo, de
Medellín, el 11 de abril de 1990.

207
Otro testimonio pertenece al sacerdote español Andrés María Ripol, de la Orden de San
Benito, convertido en los últimos meses de la vida del maestro en su más próximo y
entrañable amigo. Domiciliado en Medellín desde marzo de 1953, había fundado un
monasterio en compañía de David Pujol y otros benedictinos, y anexo al mismo un colegio,
situado en los límites con Envigado y, por tanto, cercano a Otraparte, circunstancia que le
permitió conocer a Fernando González en los meses previos al viaje de éste a Europa.
Durante los años posteriores, el padre Ripol continuó dedicado con entusiasmo a la labor
evangélica y docente; pero llegó el día en el que un nuevo superior, enviado desde España,
empezó a crearle dificultades que resultaron insalvables. Soportaba esta angustiosa
situación, cuando en agosto de 1963 se encontró de nuevo con su viejo conocido, quien
apenas comenzaba a recuperarse de un espasmo cerebral y fue como si dos almas gemelas
vivieran el milagro del amor, sub specie æternitatis. Desde entonces sostuvieron una
intensa y nobilísima amistad, traducida además en un frecuente intercambio de cartas, todas
ellas plenas de misticismo.

Pues bien, el padre Ripol hacía 24 horas que se había despedido de su «Mago», como le
llamaba, y de Medellín, cansado como estaba de soportar el ejercicio despótico de la
autoridad por el prior de Santa María, el monasterio que fuera escenario de sus luchas y
anhelos durante cerca de once años; iba, pues, camino del destierro, en busca del «hueco
donde caer muerto», cuando encontrándose en Cali recibió la sorpresiva y dolorosa noticia.
Sin pérdida de tiempo preparó su retorno y al mediodía del lunes, de nuevo en Otraparte,
celebró la Santa Misa como preludio a los diversos actos religiosos. (Luego continuó su
viaje, su incierto viaje que lo llevaría por Centroamérica, por los Estados Unidos y
finalmente al seno de su amada Cataluña. Pero había de cumplirse su dolorosa profecía,
expresada en una de las cartas dirigidas a su amigo, después de que éste fracasara en el
intento de hacer entrar en razón al prior: «Temo que tendré que abandonar mi orden que
tanto amé, pues creo con fundamento que ni quieran aceptarme en Montserrat, mi casa-
madre»).

No quiso flores (y se cumplió), la caja más sencilla de la mortuoria, como había


vivido. El que había contemplado tanto con lupa todas las flores y que tanto las
amaba, había prohibido que las pusieran junto a su cadáver, porque ahí eran
vanidad. Y nada odiaba él tanto como la insinceridad de la vanidad. Pero todo el
pueblo de Envigado que lo recibió en su seno, el mismo que lo vio nacer en la calle
con caño, estaba en la calle. A la entrada del cortejo un grupo escolar de niños con
suéter rojo y un gorrito blanco ostentaba una pancarta que decía: Escuela Fernando
González. […] En la parroquia de Santa Gertrudis, la mística benedictina que tan
bien él conocía y amaba, colocaron su féretro… Atrás, en la bancada, ricos y
pobres; las señoras que se habían «escandalizado» por sus «palabras» escritas —tan
bien aplicadas y certeramente filosofadas—, estaban también ahí. Doctores por él

208
amados pero también insultados en su «representación no entendida»,
procesionaron igualmente. Semejaba aquello comunitario acto de fe a toda la vida y
enseñanzas de aquel «universal» de la Verdad, de la Vida, de la Valentía, de la
Pureza de Intención, de la Autenticidad. […] Y luego llevamos lo que no era él, lo
12
que de él eran reliquias no más, a donde llega el olvido .

(En las últimas cartas, que datan de fines de enero y principios de febrero de 1964,
Fernando González le manifiesta al padre Ripol sus sentimientos de tristeza y soledad por
la próxima, irremediable y definitiva despedida del amigo y compañero, mas no deja de
infundirle fe y esperanza, y expresarle su renovada solidaridad ante el drama humano que
vive, y así le dice: «El Señor lo está pescando a Ud., con toda su divina maestría… Y
cuando Ud. menos lo espere, se hallará en La Abadía del Abad, en donde no hay arrugas, ni
lejanías, ni opiniones… y estaremos todos hechos uno solo en Caridad…, incluso los
pájaros bobos o priores».

Las cartas están escritas en Otraparte o en Ningunaparte o en la Abadía Chiquita —que


ya todo es una sola y misma cosa— y Fernando González se firma con el nombre de Etza-
Ambusha que le pusiera el padre Ripol, evocando en su «Mago» a algún supuesto dios
amerindio).

Allá, en la española Cataluña, Ripol habría de morir el 20 de diciembre de 2002, a la


edad de 92 años.

Nueve años después del entierro, un acontecimiento de inusuales características produjo


en las gentes estupor e indignación: el robo del cráneo del maestro. En la prensa
colombiana el insólito hecho suscitó variados comentarios. Según El Tiempo, los autores de
la violación de su tumba habían sido «hippies» admiradores suyos, quienes en vida
frecuentaban la residencia del escritor, situada en el municipio de Envigado y conocida con
el nombre de Otraparte; los mismos habían sido impulsados a actuar de semejante manera
por el deseo de estudiar la capacidad cerebral del notable pensador13. El Espectador, por su
parte, aludía «al robo sacrílego perpetrado por sujetos no identificados, quienes violentaron
la bóveda que guardaba los despojos mortales del prominente escritor», y explicaba: «De la
sepultura sólo se llevaron los profanadores el cráneo de Fernando González y los otros
restos los dejaron premeditadamente. Esto dio pie a reforzar la hipótesis de las autoridades,
en el sentido de que quienes cometieron el desafuero sabían plenamente qué era lo que
buscaban»14.


12
Las cartas de Ripol, Editorial El Labrador, Bogotá, 1989, pp. 218-219.
13
Edición del 16 de enero de 1973, p. 8-A.
14
Edición del 16 de enero de 1973, p. 7-A.

209
Creen los familiares —escribía algunos días después un periodista— que los culpables
son jóvenes que admiraron profundamente la personalidad del filósofo y profeta y aprecian
demasiado sus obras literarias15.

Sólo a un hombre como Fernando González podía sucederle que le robaran el


cráneo deliberadamente —escribía, con indignación, María Helena Uribe—. Se
entregó de tal modo al lector, que alguno, corto de entendimiento, se sintió con el
derecho de apoderarse de él y en eso está equivocado, equivocadísimo. Aceptando
que quien lo robó sea un fanático y morboso admirador, debe admitir que no conoce
en absoluto la filosofía de quien cree su maestro. Permanecerá estancado en el
desarrollo conciencial que le recomienda el escritor mientras no devuelva la última
cáscara que guardaba la nuez vana de quien hoy vive en el espíritu de los
16
colombianos .

Gonzalo Arango atribuyó el «asalto metafísico» a un joven idealista que nos dio con su
aventura una macabra lección sobre nuestros valores.

La investigación oficial, como suele ocurrir en estos casos, no suministró ninguna


evidencia sobre los autores, ni sobre las circunstancias que rodearon la violación de la
bóveda en donde se guardaban los restos mortales del ilustre envigadeño.

Al margen de dicha investigación, el autor de este libro conoció de fuente fidedigna que
jóvenes estimulados por la euforia etílica —al parecer eran cuatro—, fueron quienes en la
noche del sábado 13 de enero de 1973 penetraron sigilosamente en el cementerio (burlando
la vigilancia del sepulturero, pues éste sólo advirtió lo ocurrido al amanecer del domingo),
y tras llegar a la tumba del maestro sustrajeron el cráneo guiados por el propósito de
conservarlo y evocar su grande y poderoso cerebro. También incluyeron dos largos huesos,
dizque en «homenaje al Viaje a pie».

Aquellos jóvenes tenían entre sí inquietudes comunes, literarias y hasta metafísicas, y


alguno vínculo de sangre con Fernando González —era uno de sus sobrinos—, pero
estaban viviendo una profunda crisis existencial.

Al ser enterado de lo sucedido, Simón González Restrepo hizo este poético y


desprevenido comentario: «Son formas de amor, un poco equivocadas».

15
MUÑOZ, Héctor. El Espectador, 29 de enero de 1973, ensayo titulado «Profanación e idolatría: cráneo del
filósofo».
16
«Fernando González, su cráneo y su nada» en El Espectador (Magazín Dominical), 4 de febrero de 1973, p.
11. Cfr. también San Fernando González, Doctor de la Iglesia, Daniel Restrepo González —sacerdote—,
Editorial Lealon, Medellín, 2008, «Cuestión de la calavera», pp. 50-52; «Su calavera estuvo en otra parte»,
John Saldarriaga, y «Un cráneo, un robo y un misterio resuelto», José Monsalve, en Otraparte.org, aunque
este último artículo presenta algunas inexactitudes.

210
Demostraba así que era discípulo fiel de su padre, quien en Don Mirócletes había
discurrido con cierta benevolencia, no exenta de ironía, acerca del destino de su cadáver:

¿Será bueno dejar mi cadáver a los estudiantes de medicina? Son muchachos


juguetones que tienen la inteligencia cruda. Mejor es disponer que me hagan la
autopsia y dejar trescientos pesos para ello y que les dejen a mis hijos los datos para
efectos de sus enfermedades hereditarias. El corazón no lo puedo legar, a pesar de
mi amor por los colombianos, porque quizá será engorroso para la gente, para la
sirvientica que tenga que sacudirle el polvo al frasco; y si éste cae y se rompe, es
17
fastidioso .

La calavera, inicialmente, permaneció guardada con especial cuidado en la alcoba de


uno de aquellos jóvenes exaltados por el drama de la vida, pero después recorrió un cierto
itinerario. Y fue devuelta a la familia del maestro, mediando el secreto de confesión,
precisamente el 7 de junio de 1979, día en el que murió doña Margarita Restrepo de
González. (Hoy los restos de Fernando y Margarita reposan en el osario de la iglesia de San
Marcos, en Envigado).

En el mes de noviembre siguiente, la Asamblea de Antioquia, por medio de la ordenanza


número 76 de 1979, declaraba monumento departamental a Otraparte.

A pesar de la declaración oficial, la casa-finca no fue adquirida por el departamento de


Antioquia y estuvo a punto de desaparecer, absorbida por los planes de urbanización de la
zona en que se encuentra.

Con todo, en el mes de febrero de 1984 pasó a ser propiedad del municipio de Envigado,
luego de una transacción en la cual intervinieron los herederos del maestro (en su calidad
de propietarios, en proindiviso, del predio denominado Otraparte), la sociedad Inversiones
y Proyectos Limitada y el Departamento de Valorización de Envigado. El inmueble fue
desenglobado en dos lotes, con el fin de que los herederos pudieran vender el lote número
dos (2) a Inversiones y Proyectos Limitada, y esta sociedad transferir a título de cesión a
favor del municipio de Envigado el derecho de dominio y la posesión efectiva del lote
número uno (1), donde se encuentra la casa con su zona de retiro, cuya superficie es de
1.260 metros cuadrados y está alindado así:

Por el frente y oriente, en longitud aproximada de 24.50 metros con la carrera 43


A (Avenida El Poblado-Envigado); por el sur, en línea quebrada de 49 metros de
longitud aproximada, con terrenos de Inversiones y Proyectos Ltda.; por el
occidente, en una línea de 28.30 metros de longitud aproximada, con terrenos de


17
Don Mirócletes, op. cit., p. 223.

211
Inversiones y Proyectos Ltda.; y por el norte, en longitud aproximada de 43.65
18
metros, con el lote número 2 de propiedad de los señores González Restrepo .

En la actual nomenclatura urbana corresponde a la carrera 43A (hoy Avenida Fernando


González), número 27A Sur - 11.

(La entrada se hizo siempre por camino en dirección diagonal. Pero desde cuando la casa
dejó de ser habitada por la familia González Restrepo y el terreno adyacente quedó
reducido a su frente hacia la carretera, se ingresa en línea recta por un caminito de piedra
que divide en dos partes el jardín en cuyo centro se destaca una fuente de agua, mientras a
ambos lados los árboles purifican el aire y dan al entorno un ambiente de naturaleza).

Meses después se constituyó una Junta Asesora de la alcaldía municipal de Envigado,


encargada de promover la restauración de la casa y su adecuación como museo biográfico y
filosófico.

La apertura de la Casa Museo Fernando González tuvo cumplimiento el 6 de agosto de


1987 y desde entonces se dispone de un escenario apropiado para estudiar su obra y
percibir su presencia.

Sometida a indispensables obras de refacción, que comprendieron el mejoramiento de su


planta interior y el cambio de la fachada de entrada al antejardín, por otra más alta, segura y
artística, de estilo colonial, Otraparte fue reinaugurada el 16 de febrero de 2000, día del
trigésimo sexto aniversario del fallecimiento del maestro. Pero poco después fue convertida
en sede del proyecto que lidera el municipio de Envigado a nivel nacional, denominado
Ciudad Educadora. La función de museo abierto y de casa de estudio que propiciaba la
creación filosófica y literaria alrededor de la obra de Fernando González, antes desarrollada
con exclusividad, se conservó en condición subalterna, con lo cual la voluntad expresada
por sus herederos en los años previos al nacimiento de la casa museo quedó también
parcialmente desvirtuada.

Afortunadamente, a partir del mes de septiembre de 2002 la recién fundada Corporación


Fernando González - Otraparte, impulsada por los herederos del filósofo, se hizo cargo de
manera integral de la administración de la Casa Museo, previo contrato de comodato


18
La escritura es la número 245 del 18 de febrero de 1984, otorgada en la Notaría Segunda de Envigado, y
contiene una cláusula cuarta plagada de inexactitudes, que dice: «… la casa de habitación existente en el lote
fue declarada MONUMENTO NACIONAL (sic) por haber sido residencia del ilustre escritor y filósofo
maestro Fernando González Ochoa según la ordenanza No. 16 (sic) de 1979, del Concejo Municipal de
Envigado (sic)…». En la misma escritura la familia González Restrepo dejó constancia de que con la aludida
transacción «hace en realidad un aporte fundamental en beneficio de la comunidad y contribuye a perpetuar la
memoria del maestro Fernando González Ochoa».

212
celebrado con el Municipio de Envigado. Desde entonces viene siendo dirigida por el
antropólogo Gustavo A. Restrepo Villa, un apasionado cultor de la obra del maestro.

La mencionada corporación fue constituida exactamente el 10 de abril de 2002, al


cumplirse el primer aniversario de la muerte de Fernando González Restrepo, hijo del
maestro y solícito curador de su obra, siendo conformada inicialmente por 57 miembros
fundadores. Su labor de divulgación incluye hoy una excelente página en Internet
(Otraparte.org), la realización semanal de conferencias y actos culturales en la sede de
Otraparte, y el proyecto de construir, anexo a la Casa Museo, un formidable Parque
Cultural en colaboración con el municipio de Envigado, el departamento de Antioquia, la
empresa privada y, a partir de la expedición de la ley 1068 de 29 de julio de 2006, también
con la entidad central de derecho público, la Nación.

Mediante aquella ley, el Congreso de la República exalta la memoria de Fernando


González «como uno de los más importantes pensadores colombianos de todos los
tiempos»; declara su Casa Museo como Bien Cultural de Interés Público de la Nación;
autoriza no solamente al gobierno nacional para incluir las partidas presupuestales que
permitan contribuir a la financiación del Parque Cultural Otraparte y a la conservación de
aquel Museo, sino a la Asamblea Departamental de Antioquia y al Concejo Municipal de
Envigado para trasladar determinado monto de los recaudos que se obtengan con la
estampilla Procultura, con el fin de dar cumplimiento a los propósitos indicados; además, y
«para dar testimonio ante la historia de sus aportes a la construcción de la filosofía de la
autenticidad para el pueblo americano», ordena realizar una serie de actividades culturales
y cívicas en el municipio de Envigado, todos los 24 de abril de cada año —aniversario de
su natalicio—, con el fin de difundir su vida y obra.

Pocos días antes de ser constituida la corporación, en entrevista para el periódico El


Colombiano, Simón González había dicho: «Mi padre, quien soñaba con Otraparte como
una escuelita de solitarios, decía que sólo cuando uno se siente solo vive y tiene fuerzas
para dar. Eso queremos que pase en la Corporación Fernando González - Otraparte. Que
sea una vacuna, algo que construya, que a ella vengan los niños y sientan que están solos y
tienen que conquistar el mundo y las ideas y la vida, que es lo que Dios nos dio».

Por su parte, el periodista Ernesto Ochoa Moreno explicaba en el mismo diario que la
corporación: «No pretende ser un culto a un personaje que durante su existencia quemó
humildemente, y angustiadamente, su orgullo en aras de la intimidad. Lo que va a nacer en
Otraparte es la búsqueda de respuesta a la urgencia de un pueblo (Latinoamérica,
Colombia, Antioquia, Envigado) por mantener vivo el acicate hacia la superación de sus
propias miserias, hacia la efloración de sus inmensas posibilidades. Porque en Otraparte
debe estar encendida, en silenciosa iluminación, una llama que es la de todos, porque es del

213
pueblo, necesitado hoy más que nunca de luz en la oscuridad» (columna de opinión Bajo
las ceibas).

214
19. FILOSOFIA Y VIDA

La filosofía es viva y es nutricia. (F. G.)

Ocho por ciento tengo de filósofo. El resto está


entregado al mundo y al demonio, pero nunca
he dicho una mentira. (F. G.)

Mis libros han sido mi espacio-tiempo. (F. G.)

El interrogante acerca de si Fernando González fue un filósofo —y no tan sólo un


escritor o ensayista—, requiere definir previamente el concepto y el ámbito de la filosofía.
Y hacer luego la imbricación en este espacio de la temática y dimensión de su obra.

Tarea, por supuesto, nada fácil. Máxime si se emprende en relación con un hombre que
pensó y escribió, entre la segunda y la séptima década del siglo XX, en un país sometido
todavía a moldes rígidos y formas retóricas de expresión; condicionantes que impiden el
pensar filosófico, o lo obstaculizan seriamente.

Un sector predominante del pensamiento tradicional ha creído que la filosofía es amiga


de la razón y enemiga de la vida. Que para ser filósofo es indispensable construir un
sistema abstracto de conocimiento, y mientras más riguroso, mejor. Que sólo las teorías
nacidas de construcciones mentales lentamente elaboradas pueden respaldar el espléndido
nombre de filósofo.

La filosofía, empero, es por esencia un amor a la sabiduría. Su fundamento es una


actitud inquisitiva y de búsqueda, y su objetivo el discernimiento de las causas radicales y
últimas de las cosas naturales. Por eso representa una posición reflexiva ante nuestra
existencia; o en palabras de Fernando González, «filosofía es el cultivo del yo».

Sin dejar de ser profunda, posee una lógica admirable. Tiene amistad permanente con la
verdad, pero se niega a identificarse con ella, porque la reconoce retozona e inasible.
Aunque universal por su dimensión y la proyección de las ideas, respeta las ciencias
particulares, las artes, las reflexiones parciales, que rodean como satélites su campo de
influencia. Y por sobre todo es natural, alejada de artificios y de cuanto choque con el
torrente de la vida.

La filosofía socrática fue antes que nada un pensar introspectivo, escuchando voces
interiores, percibiendo daimones, y en la relación vivencial con el interlocutor, un constante
interrogarse acerca de hechos y cosas (mayéutica). Con el transcurso del tiempo y cada vez

215
en mayor grado, la filosofía discurrió como un pensamiento crítico, interpretativo, que se
plantea con asombro los grandes problemas del hombre y de la vida.

De ahí que reserve sus secretos a los espíritus escogidos, a los buscadores de tesoros.

Se comprende entonces que un sistema como el racionalista y abstracto, que suele huir
de la naturalidad, del mundo vivencial y de las ideas redondas y duras, no coincida con los
orígenes de la filosofía, ni constituya atributo esencial de la misma.

Los alemanes fueron los que vinieron a dañarlo todo —conceptúa Eduardo Lemaitre,
notable escritor e historiador— cuando crearon un lenguaje especial para expresar el
pensamiento filosófico, y cada cual tuvo el suyo propio, y encima de eso creyeron que no se
podía escribir sobre filosofía en menos de cuatro volúmenes. De esta manera esa disciplina
se convirtió como en una montaña que nadie se atreve a escalar…

La filosofía no es el estudio de las últimas causas, ni Dios es la última causa —insiste


nuestro personaje—. Explica: «Si Dios fuera causa, sería un eslabón, el último de la cadena.
Un dios así es un fenómeno, el último fenómeno encadenado». Y recalca: «Dios es Creador
de la nada» y, por tanto, «creó las causas, el tiempo, y el espacio y todo». De donde
«filosofía es viajar en Dios, partiendo de nuestro yo original, concienzándonos, y el viaje es
infinito y de infinita beatitud». Lo cual explica la frase del epígrafe: «La filosofía es viva y
es nutricia»…, y permite, además, entender el hilo conductor de sus libros, desde
Pensamientos de un viejo (1916) hasta La tragicomedia del padre Elías y Martina la velera
(1962).

«El materialismo que todo quiere acomodarlo a la razón —le decía Teresa de la Parra en
carta fechada en Villard, Suiza, el 26 de agosto de 1930— se parece al Concilio de Trento y
a sus padres jesuitas del Viaje a pie. Lo limitan, todo. Son antipoéticos».

Si se tratase de situarlo en una tendencia filosófica moderna, quizá podría decirse que
prefirió aquella que, libre de sistemas, trató de comprender y valorar la vida por sí misma,
intuitivamente, acudiendo a la capacidad de atisbar, sentir y emocionarse, de la cual en
Alemania fue representante eximio Friedrich Nietzsche (1844-1900) y a la que
pertenecieron el precursor Søren Kierkegaard (1813-1855), Tolstoi, Maeterlinck1, además
de Unamuno, Heidegger, Sartre…

Miguel de Unamuno postula que el sujeto y el supremo objeto a la vez de toda filosofía
es el hombre concreto, de carne y hueso, «quiéranlo o no ciertos sedicientes filósofos». De

1
DILTHEY, Wilhelm. Historia de la Filosofía. Fondo de Cultura Económica, primera reimpresión de la
segunda edición, 1997, p. 225.

216
donde quienes tienen ese sentimiento trágico de la vida, al que dedicó uno de sus más
hermosos libros, son los hombres cargados de sabiduría más bien que de ciencia;
sentimiento que hace residir en lo antitético de la razón y la fe, constituyendo el punto de
partida personal y afectivo de toda filosofía y de toda religión. Lo vital se vuelve
antirracional y lo meramente racional, antivital. De esos presupuestos hace derivar la
filosofía, así ella responda a la necesidad de formarnos una concepción unitaria y total del
mundo y de la vida, en un producto humano de cada filósofo. El hombre filosofa, pero no
con la razón solamente, «sino con la voluntad, con el sentimiento, con la carne y con los
huesos, con el alma toda y con todo el cuerpo»2.

El filósofo alemán Karl Jaspers (1883-1969) expresa sobre el filosofar las siguientes
ideas:

Desde los antiguos sofistas, y en especial en los dos últimos siglos, se consideró
como criterio de pertenencia el carácter de «ciencia», esto es, en la filosofía, la
forma lógica y la condición de sistema. Excluíase a los ensayistas, a los autores de
aforismos, a los poetas y a los escritores filosóficos. Tal criterio ha terminado por
volverse problemático.

Tras referirse a las dos opuestas alternativas que excluyen toda filosofía grande —el
cientificismo positivista y logístico y aquella pretendida escuela que disuelve la filosofía en
un decir hostil a la ciencia—, puntualiza:

Merced a los filósofos hemos cobrado conciencia de nuestra existencia, del


mundo, del ser, de la divinidad. Iluminan en totalidad, más allá de los fines
particulares, nuestra trayectoria vital; se ocupan de los interrogantes que plantean
los límites que nos rodean; persiguen lo último.

Su esencia es la universalidad. Realizan la idea del todo, aunque solamente en la


contemplación y en la historicidad simbólica de su existencia, diríase a modo de
sustitutivo. Lo propio del filósofo como tal adquiere grandeza por virtud de la
substancia del todo que este modo encierra.

Explica que la universalidad del filósofo puede manifestarse de modo diverso y que es
propio del gran filósofo ser instancia normativa. Y hace énfasis en que «a diferencia de la
autoridad asentada en el poder, el pensar filosófico quiere llevar al oyente a convencerse a
sí mismo, a pensar por su cuenta, para que la propia responsabilidad se identifique por la
comprensión y no se rebaje a imitación»3. Lineamiento este último que coincide con el

2
Del sentimiento trágico de la vida. Serpe, Madrid, 1983, pp. 26-27, 48, 51-52, 57, 59.
3
JASPERS, Karl. Los grandes filósofos - Los hombres decisivos: Sócrates, Buda, Confucio, Jesús. Editorial
Tecnos, Madrid, 1993, pp. 39-40.

217
expresado en páginas anteriores: «Es propio de la grandeza filosófica no querer discípulos,
sino hombres que sean ellos mismos. De modo, pues, que nuestra actitud reverente sólo ha
de acercarnos a ellos si nosotros mismos filosofamos»4.

Después, Jaspers alude a la necesidad y evolución histórica de la selección y ordenación


en grupos de los grandes filósofos. Es así como distingue tres grupos fundamentales. Al
primero pertenecen los hombres que, por su vida y por la esencia de su personalidad, han
determinado históricamente, como nadie, la condición humana. Lo reduce a cuatro
nombres: Sócrates, Buda, Confucio y Jesús, e incluso señala que difícilmente podría
nombrarse a un quinto de idéntica trascendencia histórica, a ningún otro que hasta el
presente nos hable a semejante altura. El segundo grupo está integrado por los grandes
pensadores unánimemente calificados de filósofos, a los que clasifica en cuatro subgrupos.
El tercer grupo fundamental «comprende el pensamiento filosófico en los ámbitos de la
poesía, la investigación, las letras, la práctica de la vida y la enseñanza de la filosofía»5.
Este último grupo tiene sentido en el hecho de que el autor ni entiende la filosofía
estrictamente ni la reduce a mero dominio de la racionalidad. Por eso están ahí, entre otros,
Dante, Shakespeare, Goethe, Dostoievski, Kepler, Galileo, Darwin, Einstein, Max Weber,
Maquiavelo, Montesquieu, Rousseau, Marx, Humboldt, Séneca, Lucrecio, Marco Aurelio,
Francisco de Asís, Hipócrates, Paracelso, el apóstol Pablo, Escoto Erígena.

Jorge A. Livraga Rizzi, el fundador de la Organización Internacional Nueva Acrópolis,


asevera:

El concepto de Filosofía se ha degenerado de tal manera, que ese término suele


involucrar tan solo una forma de la Naturaleza y de la Lógica en su sentido estricto.
[…] La verdadera Filosofía o Amor al Conocimiento, es Sabiduría y no puja de
valores colectivos o individuales. Es una divina armonía de medios que nacen en la
música de la Naturaleza, entendiéndose por ella el Todo en Acción, o sea, la Vida-
Una. Tal sería la Filosofía Interna o Esotérica, la Filosofía de las Causas, que es
síntesis divinizada de toda religión, ciencia y arte, no quedándole nada excluido,
6
porque es total .

Por lo demás, el pensar filosófico no requiere necesariamente ser sistemático. La


rigurosidad conceptual y más aún la formulación de un sistema de ideas por algunos
privilegiados, son sin duda relevantes, pero no son requisito esencial para ser llamado
filósofo. El «vivir entendiendo» es una actitud filosófica que puede elevarse a niveles
superiores de pensamiento, con aptitud para formular leyes sobre las cosas que nos rodean.


4
Ibidem, pp. 20-21.
5
Ibidem, p. 47.
6
Introducción a la sabiduría de Oriente. Editorial Nueva Acrópolis, 1960, p. 10.

218
Quien ha sido uno de los exponentes más representativos del quehacer filosófico en
Colombia, Rafael Carrillo, ya en 1945 sostenía —y después de estudiar en Alemania
durante varios años, su criterio al respecto permaneció inalterado— que «es un error vulgar
eso de que el filósofo es el que tiene un sistema. Tanto más vulgar cuanto que la actualidad
filosófica es antisistemática. No tienen sistema propiamente dicho ni Husserl, ni Heidegger,
ni Hartmann, ni menos Scheler, ni menos Guillermo Dilthey. No sólo no son sistemáticos,
sino que son antisistemáticos por excelencia»7. Posición consecuente con su concepción de
la filosofía, «la ciencia de un indagar infinito, un permanente preguntar y un permanente
intento de responder»8. Cuarenta y dos años después, en 1987, volvía sobre el significado
de la filosofía como un amor a la sabiduría, cuyo fundamento es el saber, sin finalidad
específica. «En todas las grandes definiciones de la filosofía, a través de la historia —
afirmaba— , la palabra filosofía significa sencillamente un saber por el saber, un conocer
por conocer, un investigar por investigar». Y concluye de manera contundente: «La
filosofía es una ciencia inútil, pero de esa ciencia inútil se ha derivado toda la cultura
occidental y toda la técnica que hoy nos invade y todos los conocimientos que hoy tenemos
de las cosas y de la naturaleza»9.

Todavía en nuestros días es posible formular el interrogante heideggeriano de ¿Qué es


eso de la filosofía? A pesar de su larga evolución y amplitud temática, la respuesta sigue
siendo inspirada por los griegos y su trilogía orientadora, sin desconocer que, como el
estilo, la filosofía depende del hombre que la profesa y que el punto de partida es la
ignorancia. Porque, como sostiene Aristóteles en su Metafísica, el que plantea un problema
o se admira, reconoce su ignorancia… Por ende, se filosofa para huir de la ignorancia, y esa
es su aparente exclusiva utilidad. Pero al convertirse en la «única ciencia libre» es, también
y principalmente, una disciplina para vivir mejor.

Ese objetivo de «vivir mejor» implicó para González, en sus últimos años, un análisis
riguroso y en proceso dialéctico de sí mismo, de su intimidad, el que condujo a un viaje
«infinito y de infinita beatitud», expresión de vitalismo metafísico, en el cual encontró la
manifestación más honda y vital de la filosofía. Fue entonces cuando la definió como «un
viajar en Dios, partiendo de nuestro yo original, concienzándonos», de donde la necesidad
de entenderla como un camino que se recorre en tres largas y difíciles etapas que, no
obstante sus altibajos, permite ir ascendiendo a «mundos» superiores; así del mundo
pasional, pasando por el mental, se puede llegar al mundo espiritual o de la beatitud. Ese
camino, empero, no era completamente nuevo. Seguía el recorrido iniciado por
Pensamientos de un viejo y que tiene su máxima expresión en el Libro de los viajes o de las

7
Summa Filosófica - El filósofo Rafael Carrillo Lúquez. Compilación: Beethoven Arlantt Ariza, primera
edición, Valledupar, 2012, p. 394.
8
Ibidem, p. 370.
9
Ibidem, pp. 360-361.

219
presencias; sólo que ahora había sido pulimentado, expurgado y era estrictamente intimista.
Por eso puede decirse que, en general, es el camino de sus libros, explicado en estos tres
movimientos que se complementan y retroalimentan:

1.º No mentir (no aparentar ser otro; no pretender ser otro. O sea, matar toda
vanidad).

2.º Conocer y aceptarse (Toda apariencia es voluntad del Padre). Y,

3.º Cumplir la Voluntad de Dios impresa en uno y realizarse en el universo


10
(concienzarse)

***

Fernando González se atrevió a romper con la tendencia colombiana a la imitación, la


formulación de ideas desprovistas de profundidad conceptual (que por lo tanto no son ideas
sino opiniones), la investigación sin contacto con la realidad y la carencia de proyección
hacia el futuro; mientras, simultáneamente, empleaba un lenguaje limpio, claro y directo,
ausente de circunloquios y de construcciones barrocas.

Guiado por su cónyuge, la verdad, la expresó íntegra en todos sus libros. Por eso esta
frase explica su comportamiento como pensador y escritor: «Soy un hombre, espíritu que
desde la carne y por medio de los sentidos atisba con fruición a la verdad desnuda».

Creyó apasionadamente, ante todo, en la ley que concibió con su manera de ser y de
pensar. La ley de que todo tiene que estar vivo en uno para que pueda ser vivo en la
manifestación. Es ley de la que dijo que debía grabarse y vivirse muy bien, «antes de que se
principie a filosofar, a legislar, a esculturar o pintar, a cantar o danzar», como lo sostuvo
con plena convicción al responder el interrogatorio que le formulara el sacerdote jesuita
Jaime Vélez Correa, interesado en incluir su nombre en la obra Proceso de la Filosofía en
Colombia (carta fechada en Envigado el 29 de noviembre de 1960). Fue así como adquirió
la capacidad de asombro, «el único origen de la filosofía», al decir de Platón.

Y con Goethe creyó que mientras la teoría es gris, el árbol de la vida es eternamente
verde.

En vez de los temas abstractos o de las divagaciones eruditas, prefirió siempre el estudio
de los problemas concretos. Primeramente los relacionados con su individualidad, hasta el
punto de que hubiera podido decir con San Agustín y repetido con Unamuno: «Me he


10
Carta a Jaime Vélez Correa, S. J., fechada el 29 de noviembre de 1960.

220
convertido en problema para mí mismo». Después abordó aspectos fundamentales de la
realidad colombiana y, posteriormente, penetró en la sociología y psicología del hombre
latinoamericano. En el orden indicado emprendió desde muy joven una anhelante búsqueda
de conocimiento. Quería que a cambio de todos los goces sensuales, se le diera sabiduría y
belleza, mediante la expansión de su conciencia. Es decir, concienciándose, proceso que
definió como un infinito aumentar su presente a expensas de pasado y futuro.

Para medir a sus personajes —y mirar como en un espejo la proyección humana de


estos— inventó el metro psíquico o concienciámetro, cuya escala más alta está
representada por la conciencia cósmica, a la cual han logrado llegar algunos seres
privilegiados (santos o sabios) que incorporaron el universo a su propio yo. ¡Pero cómo son
de comunes las conciencias familiares y, en mayor grado aún, las simplemente orgánicas!
De ahí su propuesta de una pedagogía de la cultura, concebida de dentro para afuera, con el
fin de elevar el nivel de conciencia de los individuos y la motivación de los pueblos.

Tentado por la carne —y «tentación es la vida del hombre en la tierra» (Job)— nos
mostró con absoluta veracidad su mundo pasional (y luego el mental y espiritual), hasta
construir una teología moral todavía no suficientemente comprendida, pero verídica y nada
artificial ni engañosa. En todos sus libros —así haya dedicado uno en especial, El
remordimiento, al desarrollo del proceso moral que vive el hombre—, la exposición de su
intimidad cautiva al lector, porque ese arte que es «modo de comunicar la desnudez de la
vivencia» se refleja en cada uno de nosotros en la doble faz de grandeza y de miseria que
caracteriza los actos humanos.

Por ese camino intimista y de desprecio por la mentira, encontró su verdad. Él, que tanto
gustó del uso de los posesivos, pudo entonces expresarla con dureza y sinceridad, haciendo
que la palabra fuese trasunto de su vida y «sucedáneo del confesionario».

A diferencia de los escritores colombianos de su generación, y anteriores, ni escondió el


animal que todos llevamos dentro ni ejerció la hipocresía. Sus escritos son reflejo fiel de su
intimidad y del producto de la unión entre lo vivencial y su pensamiento, una vez sometida
esta interrelación al proceso consistente en extraer la vivencia, padecerla y digerirla. Por
eso su obra constituye un testimonio humano de tal intensidad y prolongación, que es difícil
hallarle par en nuestra literatura.

Caminante hacia lo Absoluto, su anhelo estuvo en la «búsqueda casta del goce» que se
opone a la «esclavitud del alma por los deseos», desde luego con las naturales vacilaciones
y caídas. En comunión con el padre Elías nos dio a conocer un estado superior del ser
humano: el de amencia, al cual llegó como culminación de un proceso en el cual incursionó
en la sociología, en la historia, en el ensayo, en la novela (o nivola unamuniana), teniendo

221
como punto de apoyo una psicología natural, intuitiva y penetrante. Como la vida y la
verdad misma, pues el tiempo y el espacio condicionan el devenir incesante, fue con
frecuencia paradojal y contradictorio. Pero mantuvo una línea de autenticidad (ser siempre
él mismo) y, despreciando las posiciones conceptuales y áridas, una actitud de desfachatez.
E incluso de desvergüenza:

Digo lo que pienso; digo que Dios está también en el excusado; digo las palabras
que viven en el interior de mis compatriotas y no pronuncian porque tienen
11
vergüenza. Soy ¡un desvergonzado!

Su lema padezco, pero medito sirve para comprender cuál fue la dimensión de su lucha
interior, tan solitaria y prolongada. Y de qué modo sacrificaba, en favor del entendiendo,
las posibilidades de caer en el facilismo, en la atracción del halago, o en la mentira. Por esta
sintió una particular repugnancia. Las palabras crudas y fuertes que utilizó fueron
precisamente para «insultar la mentira».

Pero cuán temeroso y desconfiado de sí mismo. Porque se sabía «una inmundicia», un


«santurrón hideputa envigadeño descalzo». Cuando su heterónimo, el padre Elías, regala su
huerto a Martina la velera y tiene que irse a vivir a la casa de su sacristán Fabricio, llevó
consigo una Biblia vieja, una edición antigua de la Imitación de Cristo y la verja que estaba
colocada a la entrada de Progredere, en la cual había hecho inscribir esta leyenda: CAVE
12
CANEM SEU DOMUS DOMINUM

La traducción: «Cuidado con el perro, o sea, con el dueño de la casa», expresa una
advertencia del padre Elías a sí mismo: la necesidad de estar prevenido respecto a su propio
yo. Por eso decía: «Tengo que vigilar al perro que soy», y con ello nos indicaba a todos:
«¡Ten cuidado contigo mismo!».

Aquella inscripción es demostrativa, también, del sentido y proyección que daba a la


vida filósofa y la manera como se entregó a ella.

Veinticinco años antes, hacia mediados de la década de los treinta, en el prólogo escrito
para el libro de un joven que se iniciaba en la filosofía, explicó con las siguientes palabras
el trabajo correspondiente a su profesión:

Entiendo por filósofo el que se rebuja en las cosas de la vida, las revuelve,
parece que vaya a tumbar el edificio del universo, y luego se para al pie de los

11
Cartas a Estanislao, op. cit., p. 195 (cursiva del texto).
12
La tragicomedia del padre Elías y Martina la velera, op. cit., t. II, p. 102. La frase del texto es la que
corresponde a la inscripción colocada en 1959 a la entrada de Otraparte. En la página 150 del mismo tomo se
utiliza también el hipérbaton: «Cave canem seu dominum domus!».

222
árboles o en los rincones de la casa, como a escuchar, bregando por encontrar una
sinergia entre él, el universo mundo y lo desconocido que está por detrás o por
13
dentro .

Como consecuencia, el raciocinio ocupa un lugar secundario, reservado para los que «no
han flotado en la emoción divina». Reconoce, sin embargo, que lo racional también es
verdad, «si estuviese vivo».

De modo que «la peculiaridad del pensar no está en el contenido». Así lo enseña un
estudioso de la filosofía, el jesuita Jaime Vélez Correa, para quien los grandes temas de esta
disciplina han sido siempre los mismos: el pensar en sí, el ser en sí, el cosmos, el hombre y
su obrar y «la última causa de todo». Lo que hace la diferencia es la manera peculiar de
pensar por parte de sus cultores, de enfocar el pensamiento y exponerlo, de plantearse
problemas e intentar resolverlos y la aplicación de un método al devenir vital. En este
campo es precisamente donde Fernando González asumió una posición auténtica, sin
pretender ser otro o admitir ser «colonizado» por ninguna de las doctrinas provenientes del
extranjero, pues «el que es colonia por dentro, concibe la libertad como cambio de amo».
Desde ahí emprendió el conocimiento de sí mismo, y con fundamento en éste, o sea
«partiendo de su personita», analizó su entorno —que es, ante todo, su Antioquia natal y se
va extendiendo a lo colombiano y suramericano—. Por ese camino, eminentemente libre,
construyó su realización personal y fue ascendiendo en los niveles de conciencia hacia
estados mentales y espirituales superiores, teniendo como guía las dos disciplinas que
elaboró principalmente en Los negroides como mensajes de comportamiento: la pedagogía
de la cultura y la filosofía de la personalidad.

Aquella es activa y creadora, en crecimiento de dentro hacia afuera (nace del mundo
interior con el propósito de influir en el mundo exterior) y denota una posición de
evolución superior, mientras que esta última se manifiesta en la capacidad cada vez más
neta de autoexpresión.

***

Una constante de su tarea intelectual merece ser destacada: es la del pedagogo que
quiere transmitir un mensaje. Sus libros contienen una lección de sinceridad, de
autenticidad, de análisis original y de pensamiento crítico. Tuvo como destinatario
preferido a la juventud, e intuyó su realización como promesa, condicionada a la liberación
de prejuicios y el encontrarse a sí misma. Atormentado desde niño por el sentimiento de la


13
Cartas a Estanislao, op. cit., p. 139.

223
vejez y la idea de la muerte, anheló después con vehemencia la juventud, «bella aunque no
se bañe», y la valoró en cuanto posibilidad.

¿Qué hacer, empero, con los jóvenes envejecidos que tienen el vicio solitario de opinar y
opinar? Hacerles ver que lo importante no es opinar sino convencer, que deben ser
guerreros y seguir cada uno su camino, sin dejarse absorber por el rebaño, por el anonimato
que surge de la «masa» y despersonaliza. Para ellos es esta doctrina que, nacida en las
quebradas de Sonsón, tiene el perfil de una actitud plena ante la vida:

Somos contenidos para ser potentes; castos, para poder amar; sobrios para poder
comer y beber; reposados, para poder caminar; tranquilos para poder matar con un
14
amago de acto .

«A mis jóvenes les ofrezco la cultura —escribió con convicción—. Los haré dueños de
los métodos, de sí mismos. Sus personalidades serán sus instrumentos. Los honores les
vendrán de dentro para afuera».

Y también para esos jóvenes es este mensaje de dureza y claridad, escrito con
mayúsculas para darle énfasis:

PROPOSICIONES CLARAS; SIN DISCURSOS; AGARRAR LOS PROBLEMAS; DAR LA


MENTE A UNA COSA, A TODA ELLA Y SÓLO A ELLA. NO DISPERSARSE. IDEAS DURAS,
15
CONCRETAS. PROPÓSITOS Y AMORES DUROS .

«Dadme diez años —es el grito que en 1936 lanza desde la revista Antioquia— y veré el
fruto de mi obra: una juventud honrada».

Así como creyó en la juventud-promesa, amó con convicción a la Colombia del futuro.
Al país que surgiría una vez se despojara de vanidad, trascendiera su complejo imitador e
hiciera posible, mediante la mezcla científica de las razas, el nacimiento del hombre echado
para adelante, producto superior de una nueva Suramérica: el Gran Mulato. Entretanto
declaró la guerra al complejo de ilegitimidad y al legado histórico de un personaje a quien
llamó falso héroe nacional: Santander, porque le pareció leguleyo, hipócrita, jugador, hábil
para tomar prestado dinero (más ambicioso de dinero que de gloria), hombre de discursos,
sombra de sotanas.

Como facetas múltiples tuvo su personalidad, fue de variada la temática de sus libros.
Estos son reflejo de aquélla (del envigadeño «airado, lleno de amor y remordimientos») y


14
Ibidem, p. 155.
15
Ibidem, pp. 49-50.

224
por lo mismo verdaderamente intuitivos. Además escritos en una prosa que resulta
subyugante por la ágil y profunda expresión de las ideas, retocadas a menudo de un
agradable sentido del humor, de ese humorismo superior propio de los grandes escritores,
que Pío Baroja definiera como arte de contrastes en donde se expresa, con gusto agridulce,
«lo cómico serio, lo trivial trascendental, la risa triste filosófica y cósmica»16.

La variedad temática procede también de su presencia ancha y libre, que le permitió


adquirir la conciencia de que encarnaba los modos de ser de sus antepasados. «Entendí que
tenía todas las personalidades —revela en el Libro de los viajes o de las presencias—: del
asesino, del cleptómano, del sacristán, del santón, del ladrón, del perseguido-perseguidor,
del coleóptero, del chacal, del Gandhi y del Buda»17. Ciertamente fue intenso su amor por
el mundo de Epicteto: que nada humano me sea extraño.

Tenía que ser un espíritu así, multiforme y contradictorio, el que expresara en una
conversación sostenida en 1959 con el novicio Ángel Ríos este deseo, a la vez realista y
diabólico, pero antes que nada pleno de vitalidad:

Uno no se muere sino cuando ya no tiene ganas. Las… ganas que tengo de
cometer los pecados y delitos que me faltan, son las que no me dejan morir.

Y agregaba:

Al cielo no puede entrar sino el inocente… Allá no llegan ni los vanidosos ni los
18
bobos .

La inocencia. ¡Cómo amaba, en medio de todo, la inocencia! Quiere decir «no saber»; es
el estado de quien no conoce la «ciencia» del bien y del mal. Una de sus formas de
representación en la época antigua fueron los falos pompeyanos. Pues este ciudadano del
mundo de Pompeya quería verlo todo, saborearlo todo, tocarlo todo, decirlo todo, convivir
con todo, pero con mesura e inocencia.

Nutriéndose del gran libro de la vida, trabajó para ser amigo de la sabiduría y del reino
insuperable del amor (Ciencia Amorosa), guiado por su método emocional. Ello le permitió
construir un sistema con coherencia lógica (que no ideológica, pues sus ideas son un oleaje
desbordante); y nada racionalista y abstracto, desde luego, sino vital.


16
Jaime Mejía Duque, aunque crítico despiadado de la obra de González, se atreve a afirmar que es «el primer
humorista antioqueño desde 1920». Otorgándole en este sentido una importancia desmedida, con la cual
tiende a opacar las cualidades del pensador, agrega: «En su humorismo no cede ante los caldenses Arango
Villegas y Luis Donoso…». (Literatura y realidad, op. cit., p. 62).
17
Libro de los viajes o de las presencias, op. cit., p. 275.
18
Viajes de un novicio con Lucas de Ochoa, op. cit., pp. 94 y 148.

225
Cuando se encontró con una realidad social donde predominaban la vergüenza y el
sentimiento de pecado, los intereses creados y los complejos…, intentó cambiarla con la
energía de un hombre joven, intuitivo y a veces visionario. Esta misión la cumple con
admirable decisión y coraje hasta la muerte del maestro de escuela en 1941. La etapa
siguiente es la de un silencio enriquecedor, sobre el cual construye la fase final, la del
hombre creyente y enamorado de Dios, para quien la metafísica preside y explica el
proceso vital que conduce de la nada a la Intimidad.

El quehacer filosófico subyace en sus obras con la fuerza de un temperamento


excepcionalmente dotado, para quien las vivencias quedaron plasmadas en conceptos y
juicios, y estos generaron nuevas vivencias, siguiendo el ritmo de una hermenéutica en
constante evolución.

Por supuesto que careció del rigor conceptual y metodológico de los pensadores de
academia y de los discípulos sobresalientes de la filosofía tradicional. Por eso, en un
principio, se consideró un filósofo «aficionado»; llamose más tarde filósofo de la
personalidad; y, por último, filósofo desnudo (gimnosofista).

Así hubiese él mismo clasificado su trabajo intelectual, contra este insular exponente de
la todavía embrionaria filosofía colombiana, seguirá esgrimiéndose una estereotipada
objeción, formulada en estos o parecidos términos: «No fue un filósofo, porque no creó un
sistema y menos una doctrina»19.

Críticos severos han dicho también, desde sus particulares puntos de apreciación, que
carece de un pensamiento sólido, de un hilo lógico en sus meditaciones, de una seriedad
intelectual auténtica para confrontar sus problemas fuera de ser grotesco su humorismo y
un mito su originalidad20, y, en otro sentido, que en una fácil y elemental filosofía de la
vida, creía encontrar el secreto de la existencia y la clave para la formulación de conceptos
anarquizados y anarquizantes, razón por la cual se quedó en el término medio de las
preocupaciones intelectuales y sus libros no traspasaron las fronteras regionales de su
medio nativo21.

A Jaime Mejía Duque, autorizado crítico literario, Fernando González no lo convence y


menos su rebeldía. Al respecto dice que actuó de modo anárquico y hasta ideológicamente

19
SALDARRIAGA V., Alberto. De la parroquia al cosmos - Los viajes de Fernando González. Separata de
la Revista Universidad de Antioquia, Medellín, 1964, p. 380. El autor agrega que Fernando «quiso filosofar,
pero prefirió buscar a Dios» (Ibidem, p. 381).
20
RODRÍGUEZ GARAVITO, Agustín. «La tragicomedia del padre Elías y Martina la velera». En: Boletín
Cultural y Bibliográfico, X: 4, Bogotá, 1967, pp. 832-833.
21
MORENO GÓMEZ, Alberto. «¿Qué fue intelectualmente, Fernando González?». Ibidem, XI: 1, enero de
1968, pp. 114-116.

226
reaccionario, aunque a primera vista sus ideas seducen porque parecen críticas en
comparación —agrega— con la satisfecha medianía de nuestros figurones literarios. Esta es
su conclusión: «Al autor de Viaje a pie (su mejor libro) hay que estudiarlo como un
momento histórico, lo mismo que a los costumbristas». Y previene: «Pretender recomendar
sus perspectivas y métodos, no es sino comulgar a sabiendas con el anacronismo».

Con más severidad aún, el profesor Rafael Gutiérrez Girardot critica el escogimiento que
hace Fernando González para practicar su método propio, el emocional o emotivo, y
diferenciarse de Emil Ludwig y Stefan Zweig, a quienes de paso llama «autores triviales»,
pues se trata —según él— de escritores que no son historiadores. Agrega que en realidad
los métodos de aquéllos, el narrativo y el filosófico, son uno solo. González, además,
prescinde de tener en cuenta otros métodos, de autores magistrales como J. G. Droysen, por
sólo citar un ejemplo, y concluye diciendo que el método adoptado por el colombiano no es
otra cosa que una manera desafiante de subrayar un aspecto propio de toda exposición
histórica. Asevera que existe un abismo entre el «mundo del espíritu» y lo que Fernando
González conoció de él. Estima en general que su pensamiento carece de rigor, de
coherencia y de adecuada fundamentación crítica, llegando incluso a calificarlo de
«semidiletante y ampulosamente desaliñado»22.

Aquella posición es comprensible en un hombre como el profesor Gutiérrez Girardot,


cuyo temperamento y su formación filosófica muy influida por autores alemanes permiten
provocar arduos e interesantes debates. Pero si retomara sus propias palabras, según las
cuales «el filósofo es el que se sorprende y pregunta», quizá podría encontrar en la obra
gonzaliana a un exponente andino de esa exquisita disciplina del conocimiento, presentada
en forma vivencial y dialéctica, partiendo de su rico mundo interior, al que somete a
riguroso análisis mental y a la final vivencia en el espíritu.

Aunque la faceta del Fernando González polemista es la que menos convence a


Gutiérrez Girardot, paradójicamente es a este autor a quien se atribuye esta hermosa frase:
«La polémica es la vida de la inteligencia»23.

Contrasta la situación precedente con la actitud positiva y abierta que asume Marquínez
Argote, para quien, mientras en literatura hemos sido capaces de autoexpresarnos dejando
atrás los malos hábitos imitativos y vanos, en filosofía los exponentes criollos de esta rama
del saber siguen, todavía, «movidos por libros europeos». Concluye diciendo que es
justamente por apartarse de esa manera de actuar, por no haber hablado como un libro
europeo, que F. G. es uno de los pocos pensadores que hemos tenido en Colombia. Y

22
Boletín Cultural y Bibliográfico, vol. 27, n.º 23, Bogotá, 1990, pp. 69-71.
23
ROCA, Juan Manuel; ÁLVAREZ, Iván Darío. Diccionario Anarquista de Emergencia. Grupo Editorial
Norma, Bogotá, 2008, p. 114.

227
explica: «Su dispersión y anecdotismo, si bien se lee, es más aparente que real, sus análisis
adquieren una tensión que no se logra sin una gran concentración, que le permite filosofar
caminando, viajando, tocando aspectos múltiples de la cultura, de la política, de la estética,
de la historia patria o biográfica de diversos personajes, de la vida cotidiana y de su propia
experiencia»24.

Para otro de sus analistas, en Fernando González hay un filósofo por dos razones
protuberantes: su aspiración a lo trascendental, «fundamentadora», universal, y porque
aunque proclamó la relatividad de sus conclusiones, es válido sostener que la relatividad
puede adquirir carácter de verdad universal. Por consiguiente, toda esa expresión de
filosofía clamante, hiriente, viviente, que no dogmatiza y que suelta ideas «madres», es
susceptible de ser articulada como un «sistema»25.

Gonzalo Arango, el fundador y jefe del movimiento nadaísta, encontró en Fernando


González al maestro, compañero y padre espiritual. Por eso sus frases son sonoras y
cálidas: «Con este escritor se inician nuevos rumbos en la literatura colombiana y
continental. Su aparición marca un renacimiento espiritual, funda un nuevo ser y un nuevo
pensamiento». «Su obra de escritor es un himno glorificador de todo lo existente». «Era un
espíritu metafísico y al mismo tiempo el más identificado con este mundo». «Es el más
profundo, el más viril, el más vital de los escritores colombianos de todos los tiempos».
«Ya es hora de que el país descubra a su descubridor». «Lo amé y fui testigo de su terrible
búsqueda de Dios, y a su lado padecí el peso de su cruz, en la que quería redimirse y
redimirme». «Fernando González fue el más santo y el más humano de los hombres que
conocí».

El escritor colombiano William Ospina considera que «llamarlo filósofo es una


comodidad para nosotros, pero muchos sentirán la tentación de decirle místico, de decirle
poeta, y yo no dudaría demasiado en llamarlo simplemente un hombre». Sobre esta
premisa, agrega: «Alguien que aspira menos a ejercer un oficio, a practicar una disciplina, a
cumplir una tarea, que a ser consciente de su vida minuto a minuto y permitir que de la
abundancia del corazón hablen los labios»26. Ampliando la perspectiva: «Él utilizó el
lenguaje de todos los días, intentó aliar las aventuras del pensamiento con la fluidez y la
eficacia del habla popular, no se fingía erudito, era algo más hondo, un colombiano
tratando, casi por primera vez, de pensar su mundo, sus virtudes, sus defectos, de desnudar
las incoherencias de un orden social demasiado lleno de conflictos, de atropellos y de


24
Sobre filosofía española y latinoamericana. Universidad Santo Tomás, Bogotá, 1987, pp. 169, 174, 175.
25
GÓMEZ BUENDÍA, Hernando. Un viajero locuaz. Edición mimeográfica, Bogotá, 1968, p. 23.
26
Conferencia en la Casa Museo Otraparte el 4 de mayo de 2006.

228
imposturas» 27 . Y a manera de corolario: «Estoy seguro de que pocos guías pueden
ayudarnos tanto a encontrar la madera de nuestro propio sueño como este soñador tan
reciamente colombiano, tan reciamente antioqueño y a la vez tan de otra parte».

Harry Davidson estima conveniente hacer una distinción, para lo cual divide la obra de
González en dos partes: lo verde y lo claro. «Entiendo por verde —dice— la parte de sus
escritos destinada a poner de ese color todo cuanto se ha atrevido a colocarse bajo el rayo
de su cinismo, porque este autor no respeta ni familia, ni religión, ni las personas, ni nada.
Contra todo lanza sus invectivas con una frescura primaveral, invectivas tanto más
demoledoras, cuanto que van expresadas con un “humor” amargo y realista. En cambio de
la parte clara de su obra pueden sacarse granos de oro, diamantes purísimos de la expresión
y verdades más contundentes que pedazos de hierro».

Benjamín Correa Fernández, el «don Benjamín» de Viaje a pie, opina que «… para nada
lo tuvieron en cuenta ni gobiernos ni prensa de su patria. Más bien daban la sensación de
aborrecerlo e ingrata les era su presencia. Parece que tal inquina tenía sus raíces en que
Fernando les hacía sombra. Estoy seguro de que si él hubiera acomodado su ingenio a
cortejarlos y adularlos, y plegándose a tanta bajeza, revestida de oropel moderno, lo habrían
llevado en hombros».

Ernesto Ochoa Moreno: «El pensamiento de González no admite medias tintas. Tiene en
sí gérmenes de destrucción de todo lo que suene a componenda, indefinición, diplomacia
mental. Con el loco de Otraparte, o se va hasta las últimas consecuencias o todo se vuelve
añicos».

Luis López de Mesa, tras afirmar que es indefinible y encantador motivo de análisis,
asevera: «Esas narraciones seudorrealistas que no siguen congruencia de episodios, que van
y vienen deshilachadamente, que terminan en el prólogo, o en la mitad o en ninguna parte,
son cautivadoramente legibles, esencialmente vivas, embrolladamente artísticas». Y
también: «Sin poder nunca estar de acuerdo con sus tesis, y aun repugnándolas dentro de
mí, casi casi, en absoluto me cautivan sus torcimientos de la ideación, sus esguinces de la
historia y sus transposiciones filosóficas».

Carlos Castro Saavedra: «Cuánta autenticidad en Fernando González, cuánta sencillez,


cuánta sabiduría, cuánto amor y a la vez cuánto odio —amor también— por todas aquellas
cosas que desvirtúan a la nación, que contradicen a la vida y cierran el paso a la mañana y
su escolta de soles y de pájaros».


27
“Estanislao Zuleta: la amistad y el saber”. En: ¿Dónde está la franja amarilla?, Editorial Norma S. A.,
Santafé de Bogotá, abril de 1997, pp. 127-154.

229
Arturo Guerrero: «El poder de González está en sus ideas, que son fibra, y en la forma
en que las narra, que es incendio. Cada libro es un espasmo de existencia. […] El
colombiano que más se ha burlado de sí mismo. […] Es la conciencia fulminante de este
siglo entre nosotros».

Alberto Aguirre: «Fernando González, que sabía el libro, pensó desde la cosa, no desde
el libro. Y pensó sumergido en la energía vital, no en el concepto. […] Tan sólo hay que
dejarse inducir por su vida (que está en su obra)». «Hay que leer a González con los ojos y
el alma y el corazón abiertos. Para aprehenderlo se necesita la disposición generosa de todo
el ser». «A Colombia no le ha pasado nada tan grande como Fernando González».

Manuel Mejía Vallejo: «Con él aprendimos a ver el gallo, el gato, el perro, el árbol, un
niño, un crepúsculo, con ojos recién inaugurados. Él nos enseñó esta honrada tarea de mirar
cómo el mundo se crea cada día y renace en la pupila clara».

Eduardo Escobar: «Fernando González sirve para todo, a todos, a todas las causas y
contracausas: es un escritor místico para los beatos de camándula, un aguerrido
librepensador de revoltosos, un idealista descalificado por los materialistas dialécticos, un
panfletista ilegible para los sacristanes, un filósofo sin sistema a la manera de Nietzsche, un
crítico social irreductible, un educador revolucionario, un fascista, el más grande de los
escritores colombianos para unos y un loquito de aldea para otros». Y en relación con su
estilo literario: «La prosa de Fernando González es una prosa sublime, tiene un equilibrio
entre lo hablado y lo literario que ningún otro escritor en América ha conseguido».

Rufino Blanco Fombona: «Todos sus libros revelan a Fernando González, no como un
literato más de nuestra América, sino como uno de los que representan otra América y otra
literatura».

José María Velasco Ibarra: «Los libros de Fernando González merecen ser estudiados
por la juventud indoamericana. En ellos aprenderán los jóvenes lo que es la verdadera
historia, lo que significa rebeldía, audacia. Y en ellos se estimularán a pensar y a tener sed
de justicia».

Carlos Jiménez Gómez: «Si me viera forzado a no poder salvar de un hundimiento


imaginario de toda la cultura colombiana sino una obra, un autor, yo escogería sin vacilar a
Fernando González».

El sacerdote nicaragüense Ernesto Cardenal pregunta: «¿Quién es Fernando González?».


Y él mismo responde: «Es un escritor inclasificable: místico, novelista, filósofo, poeta,
ensayista, humorista, teólogo, anarquista, malhablado, beato y a la vez irreverente, sensual

230
y casto… ¿Qué más? Un escritor originalísimo, como no hay otro en América Latina ni en
ninguna otra parte que yo sepa».

Jorge Girado Ramírez y Efrén Giraldo, en el prólogo al libro en el que hacen de


coordinadores académicos: la de González es «una de las obras más vitales y orgánicas de
la creación verbal del siglo XX en Colombia y América Latina»28.

Desde otro espacio geográfico, el profesor polaco Stanislaw Pazurkiewicz conceptúa que
«por su profundidad de reflexión y por su fuerza artística», su obra es única en la literatura
hispanoamericana.

También el doctor en Filosofía y profesor de la Universidad Complutense de Madrid,


Antonio García Ramos, sostiene que González al tratar de establecer un estrecho vínculo
entre todo lo relacionado con lo subjetivo y todo lo relativo al ámbito racional de lo
objetivo y genérico, lo cual equivale al intento de unir dos categorías heterogéneas, por una
parte, y por la otra tomar ese procedimiento como causa última de un estilo híbrido, mulato,
mestizo, esférico, de la filosofía con el discurso literario que se abre a la multiplicidad
natural, logra que su obra sea «una de las filosofías más originales de Latinoamérica»29.

Por último, alguien que ha estudiado a profundidad y sobre bases filosóficas y teológicas
el pensamiento de Fernando González, asevera que éste, «fenómeno humano único entre
nosotros […], en un lenguaje totalmente suyo, sin otra intención que vivir intensa y
auténticamente cada instante, fue consignando sus vivencias en libretas que siempre lo
acompañaron y constituyen el germen de sus libros». Agrega que nos legó «una filosofía
viva, hermosa, integral y original, cimentada en la convivencia con el medio, los
fenómenos, los hombres, la historia y la sabiduría latinoamericanos». Este autor es un
destacado coterráneo suyo, el sacerdote Alberto Restrepo González, quien, para dar
respuesta a la pregunta por el carácter filosófico de su obra, estima indispensable tomar
posesión previa respecto de una concatenación de proposiciones condicionales, las cuales
enuncia en los términos textuales siguientes:

Si la filosofía de la intuición es inválida, González no hizo filosofía. Si la


filosofía de la intuición es válida, la obra de González constituye una auténtica
filosofía de la intuición.

Si la lógica de la filosofía tiene que ser racional-conceptual, enunciable a través


de juicios, y reductible a lógica matemática, evidentemente González no realizó


28
Fernando González - Política, ensayo y ficción. Fondo Editorial EAFIT, Medellín, marzo de 2017.
29
«La filosofía política de Fernando González: la lucha por la personalidad del pueblo suramericano». En:
Ibidem, op. cit., p. 137.

231
obra filosófica alguna. Si la lógica vital, es decir, el ritmo vital que preside los
dinamismos de la vida, es lógica filosófica válida, ciertamente González desarrolló
una filosofía vivencial, desde la lógica del ritmo vital.

Si el esfuerzo por patentizar las raíces instintivas y pasionales del pensamiento y


la experiencia de la realidad trascendental es filosóficamente inválido, González no
filosofó. Si la filosofía integra la vida, la instintividad, el drama existencial y las
exigencias axiológicas y místicas, la filosofía gonzaliana de los viajes o de las
presencias constituye una filosofía seria.

Si la búsqueda filosófica se reduce a reflexionar sobre el universo fenoménico o


a establecer la validez lógica del lenguaje, es claro que González no hizo filosofía.
Si la búsqueda filosófica es el empeño por trascender lo fenoménico hasta llegar a
lo metafísico, esencial o nouménico, que decía Kant, la obra de González es
auténticamente filosófica.

Si la dialéctica de las vivencias pasionales, conceptuales y espirituales, es


filosóficamente inválida, no hay duda posible de que González jamás hizo filosofía.
Si la dialéctica realizada como viaje pasional - viaje mental - viaje espiritual es
filosóficamente válida, la obra de Fernando González es radicalmente filosófica.

Si la experiencia religiosa y mística es incompatible con la experiencia


filosófica, González jamás fue filósofo. Si filosofía, religión y mística constituyen
un todo indisoluble, de manera que, según la concepción hindú o índica, la
separación entre filosofía, religión y mística es imposible, González siempre hizo
filosofía.

Si la actividad filosófica tiene que realizarse como metafísica conceptual,


González sin duda alguna, no hizo filosofía. Si la filosofía, como superación de la
metafísica racional-conceptual, puede realizarse como metafísica de las vivencias,
30
Fernando González es un renovador de la filosofía universal .

Sea de ello lo que fuere, conviene precisar algunas nociones:

La relatividad en Fernando González es consecuencia directa de sus ideas, que son


explicación de sus estados de espíritu. Por eso no pueden ser sino inmediatistas, vitalistas,
intimistas y cambiantes. Es conmovedora la manera como expresa su posición ideológica,
en la plenitud vital de sus Pensamientos de un viejo: «Hoy digo esta doctrina y mañana diré
la contraria. En ninguna de ellas creo sino durante el instante en que está en mi alma. La
vida es limitación, y por eso vivimos limitando, es decir, afirmando o negando. Toda

30
«¿Fernando González filósofo?». El Colombiano, Literario Dominical, 16 de abril de 2000, pp. 8-9. El
autor presenta su pensamiento completo en el libro Para leer a Fernando González, op. cit.

232
doctrina es la expresión de un movimiento del alma. Cesa el movimiento, pues muere la
doctrina». Cuando diecisiete años después, en El Hermafrodita dormido, se interroga
acerca del juicio, tampoco duda en responder dentro de la misma línea de convicción
intelectual: «¡Va! Eso es matar el proceso filosófico… Lo único que sé es que la filosofía es
un camino, una amistad y no un matrimonio con la verdad. Ésta no se ha casado, es virgen,
una virgen juguetona». Es que la brega del hombre por aclimatarse a la vida —asimilar
seres y acontecimientos— es un proceso caracterizado por la fluidez y el constante devenir:
«Jamás cesamos de filosofar; quien posee otra cosa que opiniones, conclusiones
provisionales, es un demente».

Él mismo se pregunta y responde, en el transcurrir de su Viaje a pie: «¿Que nos


contradecimos? Lo que pasa es que nuestro interior es un hervidero de contradicciones». Sí,
contradictoria su intensa vida pasional. Mas no así en el análisis intelectual de aquélla y
menos aún en la vivencia del mundo espiritual.

El derecho a contradecirse suele formar parte del pensamiento de hombres superiores. El


científico español Santiago Ramón y Cajal, por ejemplo, en el prólogo a la tercera edición
de sus deliciosas Charlas de café, advierte con orgullo: «Me reservo el precioso e
inalienable derecho de evolucionar o de retrogradar al compás de las enseñanzas de los
tiempos». Y en el prólogo a la cuarta edición, con satisfacción parodia a Descartes: «Varío,
luego existo». Aunque sostiene que casi todos los grandes creadores fueron casi solitarios,
este Ramón y Cajal se autocalifica de «incansable fantaseador e irrefrenable parlanchín»;
de ahí ese libro, que es resumen de pensamientos, anécdotas y confidencias, expuestos
durante cuarenta años de asidua asistencia a las que él denomina «peñas de café o de
casino». «Para el pensador —el legítimo pensador— ningún punto de vista es
absolutamente verdadero o falso», asevera Spengler en su Decadencia de Occidente. Y
Hegel casi grita: «Protesta incansablemente contra los pensamientos fijos, cristalizados,
rígidos, endurecidos».

Charles Baudelaire fue contundente cuando escribió: «En la declaración de los derechos
del hombre se olvidaron de incluir el derecho a contradecirse».

En el ámbito nacional, el acta de fundación de la Universidad Autónoma


Latinoamericana, redactada en 1967 en Medellín por un grupo de profesores y estudiantes
en rebeldía con el orden educativo establecido, al hacer referencia al desarrollo personal del
potencial humano en forma integral, incluyó este pensamiento que se inscribe en la misma
línea ideológica de nuestro biografiado: «Somos lo que elegimos ser hoy y no lo que antes
elegimos ser, porque no somos lo que éramos ayer y mañana no seremos lo que somos hoy,
pues todos los días es un empezar, un seguir, un caminar».

233
En medio de ese variadísimo juego de colores —el mismo que incitó al corazón de
Zarathustra a llamar a su ciudad amada «La Vaca de Muchos Colores»—, las ideas madres
y su hija, la verdad desnuda, guiaron su pensamiento. Convertidas en las dos columnas de
su relación amistosa con la filosofía, le sirvieron para rendir culto al carácter universal de
ésta —«el hermoso estudio de las causas»— y de adehala le impidieron precipitarse en el
abismo caótico que suelen crear las ideas generales y su medio de expresión preferido, la
metáfora. Con ellas y el vitalismo, o el presentismo, o mejor, el movimiento del alma,
formó su doctrina (?), que obviamente nada tiene de abstracta, lo cual no significa que sea
de igual modo asistemática. De ahí la contundencia de su confesión, que nos hizo en una
tarde de sol, mientras recorríamos las mangadas de Otraparte: «Todo lo que he escrito lo he
vivido…».

Por eso creemos que en este pensador vitalista las ideas madres acerca de la
autenticidad, la expansión de la conciencia, la pedagogía de la cultura, el juicio de
identidad, la teoría de los viajes y la metafísica como vida, forman un legado presidido por
un existencialismo de profunda raigambre andina que habrá de ser juzgado, con la
perspectiva del tiempo, como un valioso aporte al conocimiento y la superación del
hombre.

El existencialismo, como doctrina filosófica, si bien fundamenta el conocimiento de toda


realidad «sobre la experiencia inmediata de la existencia propia» (surgió como una reacción
«existencial» contra la abstracción y el teoricismo), admite modalidades, signos, matices y
disímiles creencias. Aplicado a Fernando González es menester vincularlo con su capacidad
de introspección, la utilización de métodos intuitivos, el gusto por el análisis de sus
vivencias, la extensión analítica al hombre colombiano y latinoamericano —
particularmente al grancolombiano y, por extensión, al andino—, como también con las
formas de expresión que utilizó como creador literario, para quien todo conocimiento
auténtico, con raíces telúricas propias, sólo puede ser consecuencia de un proceso vital,
opuesto tanto al racionamiento conceptual o abstracto como a las concepciones
imaginativas.

Allí lo importante son las características y actitudes, intrínsecas y peculiares, que sirven
para expresar un pensamiento vivo. En modo alguno la eventual ubicación en sistema
imbricado en determinada ideología.

Quien ha sido considerado uno de los más célebres «existencialistas» del siglo XX, el
francés Jean Paul Sartre, no obstante sus meditaciones en torno al ser para sí
específicamente humano, en quien lo esencial es su existencia, despojada ésta de valores
fijos, o eternos y de normas preestablecidas —ambiente de libertad, propicio para el

234
conocimiento creativo—, coloca a muchos en posición de retirada cuando expresa (en cita
que conservo entre mis apuntes, sin respaldo bibliográfico preciso):

Mi filosofía no es existencial, ni el llamado existencialismo tiene vida propia en


filosofía. El hecho de que yo gire en torno a la problemática filosófica, política y
literaria del ser humano en su existencia como tal, no significa que yo sea
existencialista o que el llamado existencialismo tenga patente de uso. Por lo menos
su vigencia no se presenta a través de mí mismo ni de mis modestos aportes a la
ciencia, a la filosofía y al humanismo radical.

Vuelvo sobre una anécdota verídica, la misma que apenas me atreví a revelar en la
edición inmediatamente anterior de este libro, pues predominaba cierto temor reverencial y
la consideración que podía ser mal interpretada, peligro por lo demás imposible de evitar.
Me fue contada por Fernando González Restrepo y a éste por uno de los asistentes a la
reunión que se menciona a continuación y, por tanto, testigo de excepción. A finales de la
década de los años cincuenta, egresados de la Facultad de Filosofía de la Universidad
Nacional de Colombia, que se encontraban celebrando su grado con un viaje por Europa, en
París fueron recibidos en su residencia por Jean Paul Sartre. Al término de la reunión, a
nombre del grupo uno de los visitantes se despidió en estos términos: «Maestro, gracias por
su generosidad. Ha sido un inmenso honor para nosotros haber conocido al padre del
existencialismo…». A lo cual Sartre, que había leído en francés el Viaje a pie y otros
escritos de nuestro biografiado, respondió: «No, joven, a quien puede llamarse padre del
existencialismo es a Fernando González, un compatriota de ustedes…»31.

La consideración que no ofrece duda posible es la que asevera que Fernando González
es todavía, en nuestra América, un «gran desconocido». En este sentido se pronuncia, entre
otros, el sacerdote y poeta Ernesto Cardenal, quien en 1961, a la edad de treinta y seis años,
empezó a estudiar Teología en el Seminario de Cristo Sacerdote, de vocaciones tardías, en
La Ceja (Antioquia), situado a cuarenta kilómetros por vía terrestre de Medellín. Allí, poco
después de la muerte del maestro, comenzó a leer «algunas de las cosas que él decía de
Dios […], y ahí fue mi entusiasmo». Después leería con delectación sus libros, los mismos
que incorporó a la biblioteca de Solentiname, cuando decidió organizar esta comunidad en
su Nicaragua natal. Años después, en carta dirigida a un destacado intelectual, amigo suyo
de aquella época de vivencias en tierras colombianas, revela la opinión expresada por su


31
Helena Araújo de Albrecht, en ensayo publicado el 8 de septiembre de 1959 en la revista Semana, alude
tangencialmente a la misma anécdota en los términos siguientes: «“Ustedes tienen el único escritor
existencialista de América”, dijo Jean Paul Sartre en una entrevista concedida en París a estudiantes
latinoamericanos. El pontífice existencialista se refería a Fernando González, “el filósofo de Envigado”, como
se le llama por aquí». (Cfr. Otraparte.org, sección Fernando González - Vida, ensayo titulado «¡Manjarrés
resucita!»).

235
compatriota José Coronel Urtecho: González es tan importante en la literatura como Vallejo
y Borges, «aunque más profundo que Borges»32.

(Sorprendente, ¿verdad? Empero, el primero en rechazar cualquier comparación con el


argentino universal, fundamentada en eso que llaman profundidad, sería el propio Fernando
González. Así algunos críticos la ponderen como una cualidad, de ella prefirió burlarse,
considerándola falta de madurez en el pensamiento. Explicaba con agudeza: «Yo he escrito
profundidades, pero veo que consisten en ofuscación de mi inteligencia. Un pensamiento
completo, es bello y fácil: gracioso. ¿Hay, por ventura, bellezas difíciles? La belleza se
impone a todos los seres; hasta los minerales y las plantas parecen dominados por ella, y los
acontecimientos le rinden homenaje»33. Si de referirse a ambos pensadores se tratara, tal
vez sería mejor asimilarlos por su espíritu rebelde y la independencia y originalidad de sus
ideas y opiniones, que chocaron en su momento con intereses políticos o sociales. A la
manera de los grandes solitarios, creyeron en sus propias verdades y las supieron exponer
con sinceridad y valentía. Por eso, curiosamente, resultaron unidos en torno al apotegma
borgiano: «Todo escritor que vale es una figura solitaria», y esta realidad febril marcó la
verdadera dimensión de su grandeza).

Resulta paradójico que su importancia y desconocimiento se condicionen


recíprocamente. Las razones explicativas, sin embargo, es posible hallarlas en
circunstancias tales como haber expresado un mensaje nuevo, vitalista y pletórico de
sinceridad, tras una ardua lucha solitaria; intuido problemas individuales, los suyos propios,
con sentido de trascendencia; incitado a la juventud a la liberación de prejuicios, y el haber
penetrado en el análisis despiadado de la situación de su época, de sus protagonistas e
incluso de héroes nacionales, a la manera de Nietzsche, esto es, como filósofo con martillo.

Pero creyó en la Colombia y Suramérica del porvenir, cuya grandeza únicamente será
posible por medio de la aplicación de métodos. De estos, fueron dos los que utilizó con
preferencia, haciéndolos confluir con miras a la formación de un hombre nuevo en un
subcontinente nuevo. El uno destinado a inducir a la autoexpresión americana, de carácter
pedagógico e influido por las ideas de Bolívar y por el pensamiento de Rousseau expuesto
en Emilio o de la educación; esta trascendental tarea es todavía incipiente en las naciones
colonizadas por España, si bien muestra un largo recorrido histórico desde La República, de
Platón, considerado por Rousseau el tratado de educación más bello que se haya hecho
jamás, pasando por aquella Escuela de autoexpresión que los hermanos Yuan fundaran en
la China de finales del siglo XVI y por diversos pedagogos de renombre. El otro método de


32
Carta de Ernesto Cardenal a Leonel Estrada Jaramillo, odontólogo, pintor y poeta por entonces domiciliado
en Medellín (26-VI-67), suministrada por este último en fotocopia al autor.
33
Mi Simón Bolívar, op. cit., p. 251.

236
análisis, étnico-biológico, es empleado para obtener con la orientación de institutos
biológicos la mezcla en proporciones adecuadas de las tres razas que confluyen en el
territorio latinoamericano, en la esperanza de hacer surgir al Gran Mulato, hombre egoente,
adaptado a su medio y orgulloso de la misión que le incumbe.

El compendio es una lección de intimidad. Ésta, como expresión de cultura, nos permite
entender, es decir, ascender en grados de conciencia hasta la cima de lo humano:
autoconciencia o completa posesión de uno mismo.

(Es un ascenso lento y complejo por los siete peldaños ideados por Fernando González,
que van desde la conciencia fisiológica hasta la conciencia cósmica. Allí el filósofo
encuentra su mejor camino y adquiere su exacto significado: «¡El esencial, despreciador de
todo, menos de la conciencia!»).

La filosofía se convierte así en instrumento al servicio de sus amantes… para hacer la


revolución individual, la de cada uno de nosotros.

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12-85, 3-01-89, 12-02-89, 16-02-89, 16-02-91, 17-11-91, 5-01-92, 16-02-92, 15-05-92,
21-06-92, 18-07-92, 16-02-93, 27-03-93, 23-04-93, 19-09-93, 18-02-94, 20-02-94, 14-
04-94, 2-05-94, 10-03-95, 21-04-95, 23-04-95, 24-04-95, 30-04-95, 21-05-95, 24-09-95,
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