El proceso de masificación, popularización y cotidianización de la televisión empieza a acelerarse de forma notoria a partir de la segunda mitad del siglo XX tanto en los países llamados del primer mundo, como en aquellos integrados en el sistema-mundo en posiciones periféricas. Este irónico paralelismo de un desarrollo tecnológico dentro un contexto de relaciones geopolíticas caracterizadas, precisamente, por la asimetría y la dependencia fue resultado, en gran medida, de los acontecimientos precipitados por la Segunda Guerra mundial, hecho que conllevó la parálisis de las principales economías y su estancamiento en avances sociales y tecnológicos diferentes a los bélicos. Por lo tanto, el establecimiento de una programación diaria, constante y predecible que permitiera la conformación de un potencial universo televidente en Estados Unidos, Inglaterra, así como en la mayoría de los países europeos, no distó mucho de contextos latinoamericanos como el Cuba, México, Venezuela, Brasil e incluso Colombia. No obstante, la velocidad con que esta invención técnica empezó a transformar las rutinas, los gustos y los sistemas de expectativas sí fue radicalmente diferente en aquellos contextos nacionales con hábitos y capacidad de consumo más consolidados, así como en donde los intereses suscitados en torno a la televisión lograron coordinarse, a pesar de las pugnas, para ampliar y diversificar cada vez más una oferta de servicio y fomentar el consumo televisivo. En todo caso, a partir de la segunda mitad del siglo XX las expectativas generadas en torno a la televisión como herramienta masiva y, sobre todo, persuasiva de transformación cultural parecía ser una verdad indiscutible. Independiente del enfoque, dirección u orientación que se le quisiera dar a la televisión como proyecto de gestión e intervención de la sociedad, así como de las visiones optimistas u apocalípticas que este dispositivo generaba a su alrededor, lo que no se ponía en duda era el poder que este medio de comunicación tenía para transportar y proponer nuevos hábitos, modos de vivir, usos del tiempo, formas de identificación y preferencias de consumo. En particular, en Colombia el proceso de conformación de la televisión como tecnología comunicativa se modeló en el marco de discusión establecido alrededor un modelo de prestación de servicio que intentó, por lo menos retóricamente, equilibrar, los afanes de divulgación política y cultural de los gobiernos de turno, con el imparable interés de la empresa privada en convertir a la televisión en un potente escenario de explotación comercial. El interés, las preocupaciones, los temores y las expectativas que despertaba la televisión permitió que a su alrededor se fuera articulando un denso campo de producción y disputa discursiva que de ninguna manera fue homogéneo, armónico, ni simétrico. Este espacio discursivo se conformó a partir de diferentes voces y posicionamientos con intereses muchas veces contrapuestos y, sobre todo, con poder de incidencia y negociación disímil y desigual. Aunque no de forma absoluta, se pueden identificar por lo menos tres clivajes claves que ayudan a organizar y hacerle seguimiento a los cambios que va experimentado esa formación discursiva que la televisión empieza a generar a su alrededor. Cómo se desarrolló anteriormente, dichos clivajes tienen que ver, primero, con el lugar social de producción desde el cual se defendió un conjunto de ideas, concepciones e intereses en relación a la televisión. Dentro este espacio discursivo se puede identificar, a su vez, un conjunto de posicionamiento cuya voces e intereses tuvieron un mayor poder de incidencia que otros en el diseño, planeación, dirección y orientación de los valores, hábitos y modelos de lo deseable que se deberían impulsar y proponer a través de la televisión, en la medida que esta iba llegando a sectores cada vez más amplios de la sociedad colombiana. Entre estos lugares de producción de discursos “fuertes” se identifican, inicialmente, tres tipos de posicionamientos claves: las programadoras, el Estado (representado en funcionarios concretos, principalmente ministros de comunicaciones, directores de INRAVISIÓN y los respectivos presidentes de turno) y los agentes mediadores de opinión. Valga decir, que estos últimos de ninguna manera conforman un bloque homogéneo, ni encarnan una posición u opinión unificada respecto al significado, influencia o función que debía tener la televisión en la sociedad colombiana. Por el contrario, este espectro de voces configura un espacio de disputa, por sí mismo, en donde el posicionamiento regional, la orientación político- ideológica, así como el enfoque y enmarcación genérica de cada medio impreso condiciona la visión y la lectura que reproducen y proyectan en torno a la televisión. Dentro de estos lugares de enunciación “fuertes” también podría incluirse el discurso publicitario, el cual es en su gran proporción visual lo que le otorga un gran poder persuasivo en la construcción de imaginarios y símbolos de lo deseable entre las personas que poco a poco se fueron integrándose dentro del universo televidente. El discurso publicitario en torno a la televisión se conforma tanto por las representaciones y mensajes específicamente producidos para promocionar, fomentar y estimular el consumo de televisores y de la televisión, como por las publicidades de otros bienes o servicio que empiezan a incluir de forma cada vez más frecuente la imagen del “televisor” como símbolo de una domesticidad y vida familiar moderna. Estos cuatro tipos posicionamientos pueden considerarse, desde cierta perspectiva, como los que encarnan un mayor poder de intervención e incidencia dentro la configuración de la televisión como un objeto de discurso. No obstante, también es cierto que no son los únicos. Particularmente, otras dos posiciones de suma pertinencia para pensar de forma compleja y multidimensional el proceso a través cual se fueron definiendo las singularidades del discurso en torno a la televisión son las representadas tanto por los que en un momento se auto reconocieron como “trabajadores de la televisión", como por aquellos que fueron asumiendo y, quizás, identificándose como televidentes. El segundo clivaje que se considera central para poder pensar la producción y disputas discursivas alrededor de las cuales la televisión en Colombia fue modelando sus características principales como tecnología comunicativa, productora de sentidos y articuladora de prácticas, es el de la perspectiva regional. Esta dimensión de la producción del discurso televisivo llama la atención sobre posicionamiento regional desde el cual se producen ciertas lecturas y miradas con respecto a un sistema de televisión y su programación que, aun cuando se presenta como nacional, refleja un proyecto, un ideario, unos valores y unos intereses vinculado con una espacialidad específica: la capital del país. Particularmente, este diacrítico enunciativo se hace sobre todo visible en la producción discursiva que realizan “intelectuales” o expertos -en general agentes productores de opinión- vinculados con los medios impresos más relevantes de los diferentes contextos regionales del país en calidad de columnistas, articulista y, en algunas ocasiones, desde las opiniones expresada a través de las editoriales de los respectivos periódicos. Finalmente, el tercer clivaje que se considera relevante para poder pensar el proceso a través del cual el discurso en torno a la televisión fue modelando una materialidad concreta – la televisión como una tecnología comunicativa- es el posicionamiento temporal. Con esto se quiere desatacar a la dimensión temporal o la periodización como una de las variables claves que modifican y troquelan las diferentes posiciones e intereses que van conformado este espacio de conversación en torno a la televisión y que, por lo tanto, la van produciendo como dispositivo social y cultural. Este criterio principalmente permite ver cómo las posiciones de los diferentes participantes de este campo discursivo se van modificando en la medida que las relaciones de fuerza también se reorganizan de acuerdo con cambios instituciónales, políticos y sociales tanto del contexto nacional, como el regional e, incluso, global. Los amarres o tropos discursivos Una vez identificada esta aproximación cartográfica al juego de posiciones que le dio vida a la televisión como un objeto discursivo y de producción de conocimiento, surge la pregunta por cuáles fueron los ejes de conversación en torno a los cuales dicha invención técnica fue transfigurándose en una tecnología productora de sentido de uso doméstico y, en. la mayoría de los casos, cotidiano. Al respecto, lo que se puede notar es que a pesar de las posiciones, énfasis y prioridades hay por lo menos cuatro tipos discusiones centrales en torno a las cuales gravita la mayoría de la producción discursiva que la televisión generó a su alrededor durante su proceso de emergencia y consolidación como tecnología social y medio de comunicación visual dominante. La primera es la discusión política que se suscita en torno a la televisión una vez inaugurada en el país en el marco del gobierno de Gustavo Rojas Pinilla. Como es sabido, el origen de la televisión en Colombia deviene de una iniciativa estatal, la cual justificó su pertinencia a partir del potencial que se le atribuía a este medio de comunicación, característico de las tecnologías modernas, como herramienta de integración nacional, así como de difusión cultural, capacitación y alfabetización. En este marco, la televisión en Colombio fue imaginada inicialmente como un servició público que debía tener, ante todo, una función social clave en el desarrollo, educación y modernización de la población colombiana. Desde esta perspectiva, el Estado, como representante del bien común, debía ser el responsable directo y legitimo no solo de orientar la producción de contenidos televisivos, sino el productor directo de los mismos. Una vez puesta en funcionamiento la primera parte del proyecto televisivo en el país bajo este modelo, esta visión utópica de la televisión como un servicio público puesto al servicio del bienestar general y no del lucro privado, rápidamente evidencio no solo sus inconsistencias, sino también su inviabilidad económica y logística. Por una parte, la visión estatalista de la televisión en un contexto de dictadura militar terminaba funcionando como el encubrimiento del interés propagandístico y populista que había tras el proyecto de conectar al país a través de una las herramientas más novedosas de las “comunicaciones modernas”. Por otra parte, la precariedad institucional y económica del Estado colombiano a mediados del siglo XX hacía inviable el desarrollo de un sistema de televisión, cien por ciento estatal, que tuviera la capacidad de mantener una programación diaria y, mucho menos, de proporcionar una infraestructura mínima por lo menos para llegar a las principales ciudades del país. Así fue como el Estado, poco a poco, fue abriendo las puertas al capital privado, interesado en hacer de esta novedad técnica una potente vitrina de explotación comercial de alcance masivo y con una poderosa capacidad persuasiva a través del todavía escaso y novedoso lenguaje audiovisual. Este fue el origen de una de las disputas en torno a las que se fue modelando la televisión colombiana como tecnología comunicativa. Es decir, la discusión por quién debería tener el control, dirección y orientación del medio: sí la empresa privada guiada por un principio fundamentalmente comercial y de lucro personal o sí, por el contrario, la televisión debería permanecer en manos del Estado como supuesto garante del interés general. La institucionalización del famoso sistema mixto en 1963 fue precisamente una apuesta por intentar dirimir dicha disputa a través de un pretendido punto medio en la definición de cuál debía ser el tipo de televisión más apropiado para un país todavía con fuertes anclajes en una sociedad tradicional, aunque troquelada en algunos contextos más que en otros por lógicas de modernización tanto económica como cultural y social. Sin embargo, la disputa no quedo resulta a través del diseño e implementación de este modelo de prestación de servicio a través del cual se intentó combinar el lucro privado y la iniciativa comercial, con la propiedad, orientación y potestad estatal sobre el medio. La pugna por la privatización y liberación de la televisión dentro de las lógicas del mercado y la competencia privada, lo que se conoció como "la libertad de canales", nunca dejó de ser un fantasma que no solo alimento el debate público a través de la prensa y los mismos televidentes, sino que mantuvo en una constante tensión y puja a las programadoras más grandes con los representantes y funcionarios estatales encargados del tema. Las posiciones y argumentos fueron cambiando en la medida que la sociedad colombiana se transformaba alrededor y a través de la televisión, las programadoras ganaban mayor poder de negociación y los gobiernos de turno mostraban mayor o menor favorabilidad a la privatización de dicho medio. En todo caso, fue uno de los temas más problemáticos, si no el más, que aunó gran parte de la producción discursiva que la televisión suscitó a su alrededor en su proceso de incorporación y apropiación como tecnología comunicativa dentro del contexto colombiano de los años sesenta y setenta de siglo XX. Articulada alrededor de la anterior discusión, se derivó un segundo tópico de conversación que de igual manera también fue cambiando de matices, argumentos y características, pero que también terminó constituyéndose en medio posiciones dicotómicas y aparentemente excluyentes entre sí. Esta otra discusión obedece al enfoque y vocación que debería tener la televisión en la sociedad colombina. Es decir, en una sociedad que a comienzos de la década los sesenta se caracterizaba todavía por altas tasas de analfabetismo, una estructura demográfica que seguía siendo en una gran proporción rural -aunque ya en un proceso de transición demográfica en ascenso-, en un contexto con fuerte tensiones y asimetrías regionales en términos de acceso a bienes y servicios, sin una capacidad de consumo consolida ni siquiera en los contextos urbano y todavía una sociedad articulada, en gran medida, a través de estructuras tradicionales de poder como la iglesia, la familia y las lealtades partidistas. A nivel discursivo la disputa se desenvolvió a partir de la oposición dicotómica y esquemática entre dos formas de concebir a la televisión como medio de comunicación y herramienta de transformación cultural. Por un lado, se concebía un servicio de televisión pública cuya función debía ser fundamentalmente la preparación y formación de la población colombiana en los saberes, oficios, materia y gusto de una sociedad en proceso de modernización, que además se imaginaba cada vez más conectada con otros escenarios transnacionales. A esta función educativa, informativa y cultural de un modelo idealizado de televisión pública, a su vez, se le opuso una visión de la televisión comercial como un servicio dedicado casi que exclusivamente al entretenimiento o como a comienzo de los años sesenta se le llamada de “sana dispersión”. Este esquema sirve para pensar y organizar los diferentes intereses que gravitaban en torno a televisión y que en gran medida suscitaban las tensiones discursivas que se generaban alrededor de la disputa por el control y hegemonía sobre dichos medios. Sin embargo, en la práctica, tanto en las parrillas y los programas, como en las formas y los motivos por los cuales público televidente en formación se relacionaba con este tipo de narrativas audiovisuales dicha frontera no resultaba clara y, mucho, menos estable y unívoca. Más aun, se puede incluso llegar a proponer que fue precisamente la televisión uno de los dispositivos culturales claves que en el país ayudo a configurar un sentido común de “entretenimiento” como lo opuesto y excluyente de lo “cultural” y lo “educativo”. Esta construcción semántica de una televisión cultural y educativa (para muchos relacionado con lo aburrido, para otros con lo digno de ver), enfrentada a una televisión cuya misión principal era la de promover un sano entretenimiento empieza a evidenciarse aproximadamente a partir de 1965 con la aparición de las primeras revistas especializadas en “farándula” televisiva y la aparición del primer canal enfocado a promover la televisión comercial. - Imperialismo cultural vs producción nacional -La tecnológica: - La social: la televisión como objeto de distinción social o como herramienta de democratización de la cultural Todas estas discusiones y producción discursiva en torno a la televisión se materializan en un conjunto de políticas, programas o decisiones concretas que fueron modelando y conformado las políticas de programación y, finalmente, las parrillas que terminan consumiendo las primeras generaciones de televidentes del país. Es decir que los criterios a partir de los cuales se establecía la programación que se podía en la televisión “nacional” no derivó de decisiones neutras o ingenuas, sino que, por el contrario, los “textos culturales” a través de los cuales dicho dispositivo llegaba a la gente, operaban como vehículos simbólicos de un conjunto de imaginarios normativos sobre el deber ser del televidente. Las parrillas, por lo tanto, no solo transportaba una propuesta sobre las formas en que se espera que los novatos televidentes viesen televisión. A su vez, dichas propuestas sobre las formas “oficiales” de ver y usar dicho dispositivo llevaban consigo un sistema de valores, imaginarios de mundo, unos hábitos y unas rutinas a través de las cuales se espera modelar y darle vida a un sujeto televidente ideal que, a su vez, iba cambiando a partir de las transformaciones en las relaciones de fuerza entre el Estado y las programadoras que se iban dando. Ahora bien, estos procesos no se pueden pensar como el resultado de una dinámica unidireccional, completa y absoluta. Mucho menos se puede asumir que las formas de ver y consumir televisión que en la práctica se dan responden al ideal disciplinado de los proyectos de modernización que encarnan tanto el Estado, como las programadoras e inclusos los agentes mediadores de opinión. Más aún si se teniendo en cuenta que el contexto colombiano dentro del cual se esperaba aplicar todo ese conjunto de operaciones politico-culturales a través de la televisión era mucho más complejo, diverso y conflicto al que se imaginaba desde la capital del país. Por demás el espacio geográfico, cultural, intelectual y político desde el cual se diseñó y se decidió de forma exclusiva, por lo menos hasta 1985, el devenir la televisión como tecnologías comunicativas capaz de articular a su alrededor un espacio de comunicación compartido a escala nacional.