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Cavilaciones sobre la muerte en México: Época prehispánica,


El Día de Muertos y La Santa Muerte

Autora: Dra. Patricia González


Smith College, Massachussets y
Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP)
pgonzale@email.smith.edu

Hay evidencia que en el México prehispánico existía tanto el culto a la muerte y


sus dioses, seres responsables del ciclo que perpetuaba la vida, como el culto a
los difuntos y antepasados, palpable por las múltiples tumbas, urnas funerarias y
restos encontrados en ellas. Ambos fenómenos se manifiestan hoy en día en el
México del siglo XXI. En este trabajo abordaremos el tema con énfasis en la
celebración del Día de Muertos en Oaxaca y el culto a La Santa Muerte en gran
parte del territorio mexicano.

La muerte en el México prehispánico

En la cosmovisión de los pueblos que habitaron México ya había una idea de


dualidad entre cuerpo y alma. El primero era un envoltura que se perdía al morir y
la segunda una esencia o espíritu que poseía la posibilidad de trascender.

Siguiendo el ciclo de la vida, la religión mesoamericana le ofrecía al individuo la


posibilidad de continuar a otra vida después de la muerte. Lo más importante era
la forma de morir, no las acciones realizadas durante su vida, como después
predicaron los sacerdotes católicos a su llegada a estas tierras.

Después de la muerte, de acuerdo con la visión azteca, los espíritus de los


difuntos podían ir a tres lugares, La casa del Sol, El Tlalocan o lugar de Tlaloc y El
Mictlan. El primero era el destino deseado por todos porque acompañar al sol en
su recorrido diario aseguraba la vida en la tierra y se contribuía al equilibrio en el
universo. Allí iban los guerreros caídos en combate, los sacrificados en honor al
sol, las mujeres que morían de parto. El segundo lugar era también deseado y allí
iban los espíritus de las personas que morían a causa de un rayo, ahogadas o por
alguna enfermedad relacionada con el agua. Era el espacio de los tlaloques o
ayudantes de Tlaloc, el dios de la lluvia. Un lugar de verano, lleno de alegrías y
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falto de penas donde nunca faltaban las mazorcas de maíz, las calabazas, chiles
verdes, jitomates, frijoles y flores. El tercer lugar, El Mictlan, era el destino de
todos los que morían de una enfermedad común y por lo tanto era una muerte sin
gloria. Es descrito como un lugar oscuro, frío, maloliente y en permanente
descomposición. El dios de Mictlan era Mitlantecuhtli, el dios de los muertos y se
encontraba al final de los nueve pisos que conformaban el inframundo junto a su
esposa, Mictecacihualt. Para llegar allí, había que pasar obstáculos en cada nivel
y el camino se hacía largo. En las crónicas Primeros Memoriales se dice: “El que
aquí sobre la tierra comía guisado caldoso, allá en Mictlan comía huesos de frutas.
Todos los que van al Mictlan comen abrojos. Todo lo que aquí sobre la tierra no es
comido, allá se come en el Mictlan. Se padece mucha pobreza allá en el Mictlan.”

Parece ser que Mictlantecuhtli era un devorador insaciable de carne y sangre


humanas, a la vez que tenía facultades generativas como otorgar y fomentar la
vida.

Destruía y construía con lo se constituía en un dios completo de dos caras que


se complementaban en un eterno ciclo de vida y muerte.

De la época de la colonia hemos recibido historias de los cronistas de la Nueva


España en las que se describen rituales relacionados con la muerte, rituales que
seguían los habitantes de las tierras “descubiertas” al momento de ocurrir una
muerte. Las crónicas constan que había funerales, cantos, bailes y ofrendas. Por
ellos sabemos que los aztecas le rendían culto al difunto ya fuera por medio del
entierro o de la quema. También aparecen observaciones que indican que los
festejos a los difuntos se celebraban cíclicamente cada cierto tiempo, no
solamente al momento de morir.

En cuanto a los festejos que hacia a los difuntos, Fray Bernardino de Sahagún
dice en sus crónicas (en referencia a los mexicas también llamados aztecas) lo
siguiente: “hacían unas saeticas pequeñas a honra de los difuntos. Eran largas
como un jeme o palmo, y poníanlas resina en las puntas, y en el cabo el casquillo
era de un palo. De por ahí ataban cuatro saeticas y cuatro teas con hilo de
algodón flojo, y poníanlas sobre las sepulturas de los difuntos. También ponían
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juntamente un par de Tamales dulces. Todo el día estaba esto en las sepulturas,
y a la puesta del sol encendían las teas, y allí se quemaban las teas y las saetas.”

Otras crónicas hablan de: “....y en este día hacían fiesta de los defunctos,
porque ofrecían por ellos ante el Demonio muchas gallinas y maíz y mantas y
vestidos y comida e otras cosas y en particular cada uno hacía en su casa gran
fiesta y las imágenes que tenían de sus padres o papas defunctos sahumaban con
encienso e sacrificabanse las lenguas y orejas y piernas y brazos y sus partes
(genitales) y con la sangre untaban estos ídolos de sus pasados y cubríanlos con
un papel, y cada año hacían lo mesmo, de manera que en ellos se parecía
cuantos años había que acordaban, tenían memoria de ellos por los papeles que
cada año les ponían.”

Por la descripción anterior, parecía ser que desde entonces existía una época
en la que se hacían ciertas ceremonias a los muertos. Se sabe que la de los niños
se celebraba en el mes octavo y la de los adultos en el mes décimo. Luego esas
dos fiestas se fundieron en una y pasaron a celebrarse en el Día de difuntos de la
iglesia católica, o sea el 1 de noviembre, como todavía se celebran hoy en día en
Oaxaca, zonas rurales y el resto de México.

Además de las observaciones que parecen en las crónicas, los rastros


arqueológicos dejados por los mesoamericanos confirman los rituales a la muerte
desarrollados en esas épocas. Las múltiples tumbas encontradas no dejan duda
que los antepasados de los mexicanos establecieron una relación espiritual, ritual
y religiosa con la muerte. Las tumbas encierran vasijas, ofrendas, comida, objetos
preciosos y preciados como tejidos y joyas, además de restos de humanos y
animales enterrados junto al difunto. Se conjetura que el propósito de todas las
ofrendas era la de acompañar al muerto durante su travesía al mas allá.

Hoy en día en el México contemporáneo del siglo XXI, todavía existen muchas
costumbres y manifestaciones de esta herencia y respeto hacia la muerte. Por un
lado existe la tradición del Día de Muertos que se celebra en la mayor parte del
territorio mexicano desde que hay memoria cultural con diferentes
manifestaciones. El Día de Muertos en Oaxaca ha tomado una relevancia mayor
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que en otros lugares y se ha convertido en un centro de peregrinación a los


panteones tanto de locales como de extranjeros y turistas. Una segunda
manifestación de la reverencia hacia la muerte viene desarrollándose con más
auge desde los años sesenta y es el culto a la muerte misma, denominada, La
Santa Muerte. Aunque “La Muerte” no exista en el santoral católico, en México se
le venera como a uno de los santos. Su culto ha aumentado paulatinamente hasta
llegar a tener muchos seguidores en todo México, incluyendo sacerdotes que le
celebran misa y fieles que le hacen ofrendas. A diferencia de otros santos que
tienen un día especial en el calendario, La Santa Muerte se celebra todos los días
porque cualquier día estamos expuestos a sucumbir ante ella.

El Día de Muertos

“Hay que reafirmar que la celebración del Día de Muertos es una celebración a
la memoria. Los rituales reafirman el tiempo sagrado, el tiempo religioso. Ese
tiempo es un tiempo primordial. La memoria reafirma el tiempo de retorno, las
almas de los desaparecidos vienen a convivir con sus familiares. El ritual de las
animas que nos visitan es un acto que privilegia el recuerdo sobre el olvido.”

Cabe señalar aquí que los días son varios. Ya la iglesia católica declaró el 1 y
dos de noviembre como los días de Todos los Santos y de los Fieles Difuntos,
pero también se celebra en México el 28 de octubre como el día de los
accidentados, ahogados, o muertos de violencia; el 30 de octubre como el día de
los niños que van al limbo porque han muerto sin bautizo; el 31 de octubre como el
día de los que han muerto niños o jóvenes, día de los “angelitos,” y el 1 de
noviembre como el día cuando llegan los adultos.

Las campanas de las iglesias repican a mediodía para darles la bienvenida y a


media noche para despedirlos.

Dos son los espacios que sirven para unir a la comunidad durante estas fiestas
de muertos. Uno es el espacio familiar, de la casa, donde se construyen los altares
para la vista del público y el otro es el panteón o cementerio, donde la familia
limpia y decora la tumba de sus seres queridos, y pasa la noche rezando,
charlando, a veces hasta tocando y bebiendo en tertulia con sus muertos. Las
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familias llevan a cabo la celebración de días de muertos con el propósito de recibir


las ánimas de sus difuntos. Los vivos reciben a los muertos en sus hogares para
compartir con ellos los alimentos y estar con ellos en ambiente familiar. Luego los
acompañan al cementerio en su retorno al lugar de los muertos.

Para los días de muertos, los mexicanos se preparan para recordar, recibir y
festejar a sus muertos y antepasados. Es una fiesta anual en la que participan
todos. Esta celebración en pleno otoño, época de cosecha, es un ritual agrícola
que incorpora elementos de las tradiciones prehispánicas y las católicas de origen
español. Las fiestas se abrazan con tal vigor que constituyen una fuente grande de
ingresos y egresos económicos en la comunidad, sobre todo en las comunidades
rurales. Los panaderos pasan todo el mes de octubre preparándose para el pan de
muertos. Los dulceros, reproduciendo calaveritas de azúcar, los horticultores,
cosechando las flores y así sucesivamente. Hay un derroche de mercancía, todas
ellas con el fin de agradar a los muertos.

Los altares de los muertos

Hay elementos indispensables en todo altar de muertos que son sagrados. Se


utilizan porque en su conjunto todos ellos abren las compuertas de energía que
dividen, a la vez que equilibran, los planos de los vivos y de los muertos. El
empleo de los elementos del altar de cierta manera tiene un función mágica y ritual
que es comunicativa, o sea que los altares construidos con ciertos elementos
abren los vasos comunicantes a energías diferentes. Energías que a veces
pueden ser hasta contradictorias, presentes en un mismo espacio. Los altares son
umbrales en el camino que de vez en cuando abren la comunicación entre túneles
paralelos. Los altares son los espejos donde nos miramos en pasado y presente.
Los altares ritualizan la repetición del espacio donde nos acordamos por fuerza de
nuestros muertos y acogemos sus espíritus.

Para construir un altar primero hay que utilizar cajas o bloques para tener
diferentes niveles en forma piramidal. Arriba se colocan las imágenes religiosas y
las fotos de los muertos a los que se rinde homenaje. En los otros dos o tres
niveles que le siguen se colocan las ofrendas de comida y bebida. Hay comidas
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tradicionales de cada región y hay comidas rituales. El agua para refrescar al


ánima que viene de lejos y cansada, la sal para bendecir el alimento, las múltiples
velas para iluminar el camino, las flores de cempoalxochitl o flor de muerto que
invaden el aroma y decoran los caminos y las superficies, la flor roja llamada
cresta de gallo que también ayuda a decorar el espacio, los dulces en forma de
calavera y catrinas de dulce. Igualmente se coloca ropa nueva, sombrero,
pañuelos y guaraches que el muerto necesita llevarse para usar en la otra vida.

Según los entendidos, o sea el pueblo mexicano, un altar de muertos debe


tener: pan de muerto, alfombras de cempoalxochitl, velas, comida, incienso como
copal, un plato de sal, mezcal, tabaco o cigarrillos y ropa del difunto u objetos
queridos que los identifiquen. Más recientemente se ha añadido las fotos de los
muertos a los altares. En el pasado prehispánico se hacían mascarillas del difunto
o estatuillas que lo representaran. Ahora tenemos fotos enmarcadas que los
recuerdan y que anuncian a los que visiten, a quién pertenece el altar. Además de
todos estos otros elementos se unen al altar los elementos del catolicismo como
los ángeles y las imágenes de santos y vírgenes. La cruz como símbolo
transciende los significados culturales porque como tal no sólo representa Cristo
sino también los 5 puntos cardinales del mundo prehispánico. El quinto esta arriba
en la misma encrucijada como eje de comunicación entre el arriba y el abajo.

Visita al panteón

La visita al panteón para arreglar las tumbas une a la comunidad en una acción
colectiva que invita a la reflexión sobre el más allá. Por lo general se celebra la
noche del 31 de octubre para el primero de noviembre, pero en algunas
comunidades también se celebra la noche del 1 de noviembre porque a media
noche se despiden a los muertos. La familia acompaña a sus muertos durante
toda la noche. La actividad empieza tal vez unos días antes con la limpieza de las
tumbas, el encargo y recolección de velas y flores y llegado el día señalado, la
familia se dirige al panteón. Allá se une a la comunidad que está en el mismo
quehacer. Las visitas son a los muertos pero también a los vecinos. Las familias, o
por lo general la madre, con la ayuda de sus hijos empieza a decorara con flores
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la tumba. Muchas veces se coloca una cruz de cempoalxochitl, flores amarilla de


muerto, y velas alrededor. Estos serían los más simples. Hoy en día se utilizan
otras flores como gladiolos, rosas, pero la flor predominante es la amarilla de
muertos. Se deshoja la flor y se rellenan los espacios con los pétalos creando
maravillosas alfombras de flores. Luego se colocan las velas, muchas por todo
alrededor de la tumba, ya que ellas iluminan el espacio. Se coloca también un
incensario negro y se quema copal, el aroma que convida a los seres de más allá
y a los dioses a la tierra.

Las tumbas también se decoran con figuritas y calaveras de azúcar, figuras de


esqueleto y con catrinas. Últimamente se añaden a estas figuras el folclor del
Halloween norteamericano y se colocan en los panteones brujas, duendes y
calabazas. En algunos lugares se les lleva a los muertos música en vivo, sea
conciertos organizados por las municipalidades como en Oaxaca o conjuntillos
más pequeños, inclusive mariachis o simples solistas con guitarra. El panteón es
una gran fiesta con mucho ruido y bullicio. Los niños corren y juegan por entre las
tumbas mientras los familiares hablan entre sí, hablan con los muertos y rezan.

No se esconde la muerte, se vive con ella y se aprende de ella. Desde el mundo


prehispánico los paralelismos entre los dos mundos están siempre presente y se
viven simultáneamente en uno y en otro plano. “¿Acaso se percibe la vida como
un instante, un derroche de energía, en la inmensidad profunda y
voluptuosamente sabia? ¿Acaso es la muerte el estado natural y la vida la
anomalía pasajera?”

Los anteriores versos escritos en aquella época mesoamericana encaran el


misterio y nos recuerdan la brevedad de la vida y magnitud de la muerte. Pero
además de reverenciar, respetar y recordar a los ancestros, en el México de hoy
se venera la Muerte.

La Santa Muerte

Existe hoy en día en México un culto a la muerte misma que prolifera


rápidamente. Se dice que sus primeras manifestaciones públicas se dieron en la
década de los sesenta, pero es muy probable que su origen date de épocas
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mucho más remotas. Se ha venturado a asociar a la diosa azteca de la muerte,


Mictecacihualt como la figura ancestral de La Santa Muerte. También se dice que
a finales del siglo XIX, en Córdoba, Veracruz, vivió un brujo-chaman a quien se le
apareció la muerte para pedirle que difundiera su culto. Una vez cumplida la
petición de la muerte, el culto se extendió por todo el territorio nacional.

Otra fuente indica que el culto tal y como se conoce ahora se originó en
Hidalgo alrededor de 1965, y que se fortaleció durante la ultima década.
Actualmente se practica en estados desde el norte hasta el sur como en Veracruz,
Guerrero, Tamaulipas, Campeche, Morelos, Nuevo León, Chihuahua, y el Distrito
Federal principalmente en el barrio de Tepito.

La Santa Muerte tiene otros nombres y también se le conoce como la Señora, la


Niña, la Dama Blanca, la Santísima, la Muerte Blanca, Guapa, la Hermana Blanca,
Doña Blanca, la Flaca, la Parca, Señora de las Sombras, Señora Blanca, Niña
Santa, Niña Blanca o simplemente Muerte.

Las personas que desarrollan una devoción por La Santa Muerte son aquellas
que trabajan en ambientes nocturnos y se enfrentan a la muerte a diario. Entre
ellos conductores de taxis, prostitutas, guardaespaldas, narcotraficantes,
delincuentes y toda persona que tenga empleos de alto riesgo. Existe el temor de
morir de forma horrenda y la adoración a La Santa Muerte parece darles la
protección necesaria para que sus temores no se hagan realidad. También se han
unido a este culto, amas de casa y mujeres porque se dice que La Santa Muerte
castiga la infidelidad y protege a los desvalidos. Los afectados por SIDA que
enfrentan la muerte inmediata se envuelven en el manto de la Santa Muerte para
evitar ser consumidos por ella. El culto se ha extendido a las gangas de jóvenes
latinos en California y Chicago que enfrentan la persecución de la policía e
inmigración a diario, y la muerte violenta en las calles por gangas enemigas. Es
tan grande el número de personas que se acogen a la Santa Muerte hoy en día
que parece ser que su culto esta opacando el de Juan Diego, el indígena que se
encontró con la Virgen de Guadalupe en el cerro de Tepeyac donde cortó las
rosas que formaron la milagrosa imagen de su manto.
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“Hoy el mundo padece una guerra “fría” donde la inseguridad, la pobreza, las
drogas, la muerte y los vicios se subliman y ese miedo ha sacado a relucir a la
imagen ex católica de la muerte; la gente demanda su protección contra el nuevo y
más antiguo temor, el dejar de ser.”

La Santa Muerte, también denominada “Niña Blanca,” es un culto que expresa


anhelos sociales e individuales. Su figura se ha convertido en la mejor arma para
sobrellevar las situaciones de riesgo tan generalizadas en la vida del México
moderno. Es importante mencionar, el alto riesgo que el mexicano común corre en
la región de la frontera debido al incremento del narcotráfico y al abuso existente
en el corredor fronterizo con Estados Unidos.

En la zona de Ciudad Juárez, donde se han cometido múltiples homicidios


(llega a 500) de jovencitas, casi todos ellos sin resolver, el culto a la Santa Muerte
ha alcanzado proporciones desbordantes tanto entre las jóvenes que trabajan en
las maquiladoras de la frontera, las prostitutas de los bares, los policías que
patrullan y los narcotraficantes de menor escala. Todos ellos viven una en una
zona de conflicto continuo, zona de guerra no declarada, zona sin ley que
amenaza llevarse la vida de todos en cualquier segundo.

En marzo de 2005, los seguidores de la Santa Muerte aparecieron en las


noticias mundiales debido a una manifestación efectuada en El Distrito Federal
contra el gobierno del Presidente Fox por emitir un documento oficial que retiraba
el registro de la asociación religiosa y la declaraba no oficial. Las entidades del
gobierno declararon que la “asociación cambió su objetivo religioso de catolicismo
tradicional con culto tridentino por la advocación a la Santa Muerte violando así el
artículo 29 de la ley de asociaciones religiosas.”

Al ser removida como asociación oficial, no puede solicitar donaciones


legalmente ni poseer propiedades. Desde entonces, el culto a la Santa Muerte es
cada día más visible en México, la frontera y “los barrios” de latinos en ciudades
de los Estado Unidos. Se ha convertido en la Santa de últimos recursos y a ella se
le pueden pedir cosas que no se le podrían pedir a la Virgen de Guadalupe, como
la muerte o la derrota de enemigos o contrincantes, favores sexuales, potencia
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sexual, la caída de rivales en el amor, buen augurio en un secuestro, asesinato o


el contrabando. De acuerdo con sus seguidores, esta Santa exige un pago por sus
favores, sea ofrendas, dinero, velas, joyas, etc., y de no ser concedido, reclamará
para sí, llevándose a su reino, uno de los llegados del feligrés que pide sus
favores.

Formas de culto y veneración

La Santa Muerte está representada por un esqueleto humano ataviado con una
túnica por lo general blanca que la cubre hasta los pies. Sobresale solo el rostro,
las manos y los pies del esqueleto. El blanco se relaciona también con el color de
los huesos y simboliza pureza, espiritualidad y virginidad en el aspecto material o
físico. La túnica puede ser también negra, roja, dorada o de diversos colores que
se le viste para rituales específicos y dependiendo de la época del año. La imagen
está encapotada, carga una guadaña y porta una sonrisa escalofriante por ser el
amplio hueso de la mandíbula y sus dientes.

Se recomienda que se le dedique un altar en casa en lugar visible donde todos


los miembros de la familia puedan tener acceso a orarle. La base del altar debe
ser de material natural. La imagen debe colocarse en posición privilegiada y el
altar no debe ser compartido con ninguna otra deidad. Los colores más comunes
para los altares y sus adornos son el blanco hueso, el negro y el rojo. Las ofrendas
necesarias del altar deben ser, una luz, sea veladoras, foco o lámparas de aceite;
un vaso de agua, incienso, flores blancas, licor de cualquier tipo, pan, cigarro o
puro, dinero y frutos. Se personaliza el altar con la fragancia que le guste al
devoto y ofrendas escogidas por este.

Delante del altar se llevan a cabo diferentes rituales dependiendo de las


necesidades del orante. Hay rituales para que se cumplan los anhelos, para alejar
malas amistades de la pareja, contra la magia negra, para alejar a un amante,
para que paguen deudas, para evita chismes, para obtener fidelidad, para los
presos, para resolver problemas legales, para un amor difícil, para ligar a una
persona, para que los hijos estudien, para obtener dinero, etc. Hay también
diferentes oraciones y novenas a la Santa Muerte, y estas se basan en las
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oraciones católicas. Los devotos de la Santa Muerte niegan cualquier asociación


con otros cultos o con cultos satánicos y prefieren la celebración de las misas, solo
que pocos sacerdotes se animan a celebrarle misas porque no esta consagrada
por la iglesia católica con Santa oficialmente. Algunos le rinden culto con la misma
devoción como si fuera Cristo.

A la Santa Muerte se le celebra el 1 de noviembre, el Dia de Muertos. Una


noche antes, el 31 de octubre, se reza un rosario para vestirla de novia. Ese dia y
los lunes de cada mes, se rezan rosarios nocturnos para bendecir las imágenes
que llevan sus fieles.

En la ciudad de México se le venera todos los 1 de mes hasta tal punto que
ocasiona trastornos de transito en los lugares de culto.

Los devotos de La Santa Muerte afirman que ella es una entidad espiritual que
ha existido siempre y como tal maneja una energía muy fuerte, la energía de la
muerte. Como energía se materializa en una figura que concentra la fuerza
creadora y destructora del universo. Según Juan Ambrosio, la “Santa Muerte es la
encargada de cerrar y abrir ciclos, de cortarlos o alargarlos; ella nos conducirá por
la puerta de un nuevo conocimiento, en otro plano y en otro cuerpo que ya no
corresponden al físico.”

CONCLUSIONES

Como podemos apreciar, los atributos atribuidos a la Santa Muerte son muy
parecidos a los que se le otorgan a la dualidad de dioses que habitaban el noveno
inframundo del Mictlan: Mictlantecuhtli y Mictecacihualt. Eran devoradores y
constructores. La vida se gestaba en la silenciosa dimensión telúrica-nocturna de
la muerte, en lugares como el Mictlan, el Xibalba del Popol Vuh, y otros.

La Santa Muerte se ha convertido en el envés de la Virgen de Guadalupe, cuyo


ancestro prehispánico es Tonantzin, diosa azteca hermana de Mictecacihualt.
Ambas, la Virgen y la Santa Muerte, se relacionan desde un origen común en la
mitología mexica y en esa relación se afianzan sus seguidores para defender su
culto.
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La estatua de la Coatlicue en el museo arqueológico de México presenta esta


dualidad con su falda de cráneos, corporizada por una mujer decapitada.
Procedente de Tenochtitlan, se le percibe como la diosa azteca de la tierra y de la
muerte. La representación dual de vida-muerte se encuentra también al final del
periodo clásico y es en Oaxaca donde se muestra con mayor profusión la
representación de la muerte.

Los mexicas eran considerados “el pueblo de la muerte.” Las hileras de


cráneos encontrados, llamados Tzompantli escandalizaron a los españoles y
desaparecieron con la conquista, pero fueron reemplazados por las calaveras de
dulce que se fabrican y comen durante la celebración del Día de Muertos.

A finales del siglo XIX, José Guadalupe Posada, maestro del grabado reanimó
el culto a la muerte con su toque humorístico al representar a la cotidianeidad
mexicana en figuras de esqueleto. Inmortalizo la imagen de la calavera, la Muerte
catrina, en el mundo del arte.

El renovado culto a la muerte, manifestado hoy en la Santa Muerte en México,


no es otro que una metamorfosis de la misma espiritualidad del pueblo mexicano
adaptada a los peligros y crisis del mundo moderno, azotado por crímenes,
drogas, pobreza y necesidad. Para nosotros los observadores, es curiosa esta
manifestación social del culto a la muerte, sincretizado como un miembro más del
santoral católico. Los elementos que se utilizan para rendir culto a la Santa Muerte
en los altares, no solo son los que se usan en la iglesia ecuménica, agua, velas,
incienso, etc., sino que también son los que se colocan en las ofrendas a los
muertos en el Día de Muertos y los que aparecen en las crónicas coloniales de los
sacerdotes observadores de las costumbres de mesoamericano común. Es un
mismo fenómeno que evoluciona respondiendo a las necesidades del mexicano
común, que también evolucionan con el tiempo.
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BIBLIOGRAFÍA

Arqueología Mexicana. Vol. VII, Num.40 “El simbolismo de la muerte, La muerte


en el México prehispánico,” Pág. 11
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Mexicana. Vol. VII, Num.40 La muerte en el México Prehispánico, Pág. 10.
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Costumbres, fiestas, enterramientos y diversas formas de proceder de los indios
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2003, Pág. 9
Oriana Velásquez, La Santa Muerte, Milagros, Ofrendas y Oraciones, Editores
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