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EL ELOGIO DE SEVILLA EN LA LITERATURA DE LOS SIGLOS DE ORO: LOS «VARONES ILUSTRES» ROGELIO REYES CANO Universidad de Sevilla El esplendor y la magnificencia alcanzados por Sevilla en pleno siglo XVI es un hecho verificado y undnimemente reconocido por la investigacién histérica. Prueba de ello son algunas de las ponencias de este mismo Simposio que estamos celebrando. A la critica histérica debemos, en efecto, la estimacin mis precisa de lo que fue en verdad aquella singular Sevilla del Quinientos que atrajo y asombré a tanta gente de la época: comerciantes y banqueros, viajeros curiosos, artistas y literatos de muy diversas procedencias. Pero si Ia historia nos ha desve- lado cémo era la vida sevillana de aquella centuria, también la investigaci6n lite- raria tiene mucho que decir a este respecto, pues nos ayuda a entender una clave nada desdeftable del problema, a saber, cual era la conciencia que de si mismos y de su ciudad tenfan los sevillanos de aquellos siglos, qué pensaban de ella, qué imagen —por decitlo con palabras de nuestra poca— tenfan de su propio papel histérico y de su realidad contemporinea. Pocos vehiculos mfs eficaces que el ar- te literario para proyectar la conciencia del propio yo individual o colectivo. Alli donde la escueta cr6nica histérica no suele llegar, llega con frecuencia la creacién literaria, la efusi6n lirica o la Iucidez de Ja ficcién. Y en ese sentido hemos de decir que entre los hijos mis preclaros de la ciudad, la grandeza de Sevilla era sentida con una rotundidad indiscutible. Su condici6n de «Nueva Romas («Roma ttiunfante en nimo y nobleza> Ia llamaria Cervantes en su famoso soneto al tti- mulo catedralicio de Felipe II), de puerto y puerta de América, de nticleo comer- cial y mercantil de primer orden, de enclave cultural y artistico... estaban en la conciencia de sus habitantes mis cultos y era motivo recurrente de orgullo y complacencia, Baste como ejemplo lo que Rodrigo Caro dice al frente de sus Va- Tones insignes: ! A la creacién —y sobre todo a la divulgacién— de esa complacencia auto- laudatoria contribuy6 en alto grado la literatura. No cn balde la Sevi del XVI era uno de los centtos literarios mas importantes de la nacion, en el que prolifera. ron academias y cenfculos, justas y certamencs y una intensa actividad editora que sustentaba y proyectaba ese espiritu de creacion, Buena parte de esos artistas de la palabra —desde Fernando de Herrera a Rodrigo Caro o al pintor y poeta Francisco Pacheco— pondrén también su pluma al servicio de esa autocstimaci6n sentida por la propia ciudad y contribuiran a trazar una imagen clogiosa que hoy pode- mos leer en varios textos significatives. Tal imagen discurre por los géneros mis vatiados y desborda, como ¢s bien sabido, el ambito de la literatura local para ha- cerse patente en las obras de grandes cscritores no sevillanos del Siglo de Oro: Cervantes, Lope, Quevedo, Tirso... Cumplid entonces Sevilla un papel de espacio literario en el que se desarrollaron lances ¢ historias contadas por esos ¢levados in- genios, una funcién andloga a la de otras grandes ciudades del mundo en tantos otros momentos angulares de su historia: la Florencia medicea, la Roma renacen- tista o el Paris decimonénico y «fin de siglo». Todas fueron referente directo de la ceeacion literaria y artistica a su amparo nacidas. Ahi quedaron, para testimo- niarlo, Ia Sevilla de Don Juan, definitivamente ligada al mito literario del burla- dor, 0 Ja que sirve de soporte espacial a los grandes libros de picaros. Pero no es de esa positiva presencia de la ciudad en la literatura espanola aurea de lo que ahora pretendo hablar a ustedes sino de algo mucho mas conereto y acota- do: cémo esa autoestimacién y esa tendencia al clogio de Sevilla y de lo sevillano que entonces animaba a sus hombres cultos encuentran un cauce rerdrico adecuado, unos modelos genéricos precisos por los que hacerse operativas. Modelos de probado prestigio clasico, revitalizados por el Renacimicnto y pucstos al servicio de un ideal de ciudad a la que se le otorgaba un papel superior cn el ambito de la vida es- pafiola. Me refiero al géncro de la /aus 0 clogio, con dos variantes diferenciadas: el elogio de la propia ciudad (/aus urbis natalis); y cl de sus hijos, la /aus de personas, o —por decitlo con una formula retorica consagrada— la Aas de los «varones ilus- tres». Ambas conocerin en Ia Sevilla de los siglos XVI y XVII un cultivo y un esplen- dor muy notables que en el breve tiempo de estas comunicaciones apenas si podti esbozatse, pero que merecen, sin duda. mayor atencin. Puesto que una y otra son dos caras complementarias de una misma intencién panegirica, sera conveniente desglosarlas a efectos expositivos. De la /aus urbis natalis se ocupa en este mismo simposio otro especialista. Yo me centraré ahora sélo en Ja presencia que la /aus de personas tuvo en la literatura local de aquella época. De esa manera quedari esboza- da una duplicidad retética de mucho significado en la Sevilla del Renacimiento. La formula retética de los varones ilustres, en la que cristaliza la Jaws de petso- nas, conoce en Ja época renacentista un alto desartollo pero tiene detras una larguisi- 1 Varones insignes en letras naturale: de la ilustrisima ciudad de Sevilla. Bd, de Santiago Monto- to, Sevilla, Real Academia Sevillana de Buenss Letras, s. i, 1915, pags. 7-8 24 ma tradicién y un gran prestigio, pues la usaron, como es bien sabido, los gran- des esctitores clasicos: Jenofonte, Nepote, Plurarco, Valetio Maximo... y natural- mente otros autores medievales —como Fernan Pérez de Guzmin 0 Hernando del Pulgar— que siguieron los moldes clasicos. La prictica de confeccionar sinopsis y repertorios de personajes modélicos es una consecuencia mas del ideal humanistico que, en pleno Siglo de Oro, quiere seguir también en eso la prictica de los anti- guos. A estos efectos se redactaban biografias tanto de hombres de armas como de letras (las conocidas «laudes litterarum»), siguiendo las dos virtudes clisicas: la for- vitudo (encarnada por Aquiles) y la saprentia, por Ulises. Fortitudo y sapientia constituyen la base de la moderna distincién entre armas y /etras, que son los dos grandes grupos en los que se integrarin los revratos o biografias modélicas de los varones ilustres de un lugar, en este caso de Sevilla. En el ambito de los chombres de armas se prestara especial atencién —como veremos tanto en Fernando de Herrera como cn Rodrigo Caro o Francisco Pacheco— al tema de los linajes. Y en el de las letras, a los modclos 0 autoridades en los que el literato se apoya. Todo de acuerdo con una concepcién aristocratica de la moral, propia del Renacimien- to, que pondera el valor de los mayores, vistos como un espejo en el que han de mirarse los descendientes. No otra cosa era, en el plano de Ia acci6n literaria, la doctrina renacentista de la imizatio, que propugnaba una fuerza de creacién sus- tentada en los modelos excelsos. La /aus de personas, al cristalizar, como hemos dicho, en la formula retérica de la biografia cjemplar, supone en realidad la traslacién al ambito literatio de una técnica procedente del campo del arte: el retrato (y nego vetemos hasta qué punto ambas perspectivas —la del pintor y la del literato— intentaran integrarse en la obra de Francisco Pacheco). No hay que olvidar que aunque refrafo es un tétmino que pertenece primariamente al dominio de las artes plasticas, se ha in- tegrado analégicamente en el de la literatura. «Se lama retrato —leemos en el Diccionario de Autoridades— la relacién, que regularmente se hace en verso, de las partes y facciones de una persona». El retrato literario de los «varones ilustres» del Renacimiento sevillano que ahora nos ocupa puede esctibirse en verso (como es el caso de Herrera) pero sobre todo en prosa (como en Rodrigo Caro y Francisco Pacheco) y va mis alla de la descripci6n fisica (prosopografia) 0 moral (etopeya), pues no se configura como un pasaje fragmentario integrado en el curso de una obra literaria sino de una autén- tica unidad literaria que, relacionada con otras, constituye un verdadero repertorio o galeria de biografias sucesivas. Son, en efecto, verdaderas biografias cjemplares escritas con intencién pane- girica y de acuerdo con una técnica que recuerda otros modelos hagiograficos contemporaneos: sinopsis biografica, retrato fisico, moral y psicolgico, y cursus honorum del personaje, del que dimana con harta frecuencia una vértws moral predominante. Ese esquema de las vidas de santos puede dar ciertas claves parz entender mejor el funcionamiento literario de los varones ilustres, y mas atin en una ciudad como Sevilla, donde se publicaron en esos mismos afios abundantes hagiografias. Seria interesante indagar en esa linea analégica, que aqui no puedo més que sugerir de pasada. 25 Por otra parte, el retrato literario renacentista, como las mismas vidas de san- tos, son deudores de una tradicién retorica prestigiosa que en los ambientes aca- démicos del humanismo sevillano del XVI era conocida y sin duda venetada, En coherencia con la mentalidad humanistica, que quiere cefiirse al ejemplo de los __antiguos para ponderar lo nuevo, esa uradicién retérica se pondra ahora al servicio de la exaltaci6n de Sevilla y de los sevillanos, siguiendo, nacuralmente, las exigen- cias formales de las preceptivas vigentes. En ese sentido, ¢l fundamento tetdrico del moderno retrato literario hay que buscarlo en la técnica de la descriptio (edescripcién detallada de una persona o de un objeto)», que ¢s una funcién pro- pia de la aus 0 elogio, conocido en la tradici6n literaria medieval con el nombre téenico de Jor; uno, de los géneros poéticos «que se hazian en alabanca de hombres. En el ejercicio del arte de la retérica, la /aus posee sus proplos modi o argumentos, «a base de los cuales es elogiado el objeto del elogio». En el caso del elogio personal, la tradicién retérica (Quintiliano, Cicer6n, los retéricos medieva: les...) traz6 un amplio cuadro de argumenta a persona o rcferencias probatorias de la excelencia del personaje descrito que han de afectar, entre otros datos, a los “de genus, natio, patria, sexus, actas, educatio et disciplina, habitus corporis, for- tuna, animi natura, studia, etc. Dentro de esos amplios esquemas de referencias creados por los ret6ricos, cada modalidad de /aus personal escogia los argumenta convenientes. Los tratados renacentistas recogen generosamente los géneros poéti- éos laudatorios. Tal vez la referencia mas préxima a los autores sevillanos —por haberlo sido en primer lugar para el prestigioso Fernando de Herrera— sean los famosos Poetices Libri Septem de Julio César Scaligero. Para este te6rico, el elogio podria disigirse a personas vivas o muertas, peo también a hechos y lugares, . Los varones insignes de Caro son, pues, el resultado de un proceso que comenz6 por las vidas de los antiguos (lo mismo los emperadotes omanos nacidos en Itilica que los santos Isidoro y Leandro, entre otros) y que se completa al final con persona- jes casi contemporineos (Malara, Herrera, Arguijo, etc.). Responde esta duplicidad de vidas a la idea, tan renacentista, de que lo antiguo dignifica a lo moderno. Recor- demos la fruici6n y el orgullo con que los humanistas italianos de los siglos XV y XVI descubrian y elogiaban los textos o las esculturas clésicas halladas en su pais pues eran, como se ditfa hoy, signos de identidad que explicaban y legitimaban su grande- za presente. De la misma manera Caro estima que esos ilustres valores de la anti- giledad sevillana dan prez y honra a los de su tiempo, quienes —también desde una mentalidad renacentista— han de imitar y aun superar a aquéllos. Los antiguos, ues, como modelos de imitatio, y los modernos como igualadores y aun superadores de esa grandeza antigua. El mismo topico de Sevilla como nueva Roma, tan bien es- tudiado por Vicente Lle6 5, responde igualmente a esa preocupaci6n renacentista por reconocerse y legitimarse en lo antiguo, en el prestigioso paradigma de la clasicidad. El esquema tetérico de estas biografias de Caro se ajusta a un patron entonces vi- gente. Comienza con un exordio, pasa luego a unas referencias genealdgicas, des- pués a la vida del personaje y a una semblanza cultural y moral del mismo, adobada con detalles y anécdotas. Por tiltimo introduce un elogio, que puede ser en verso 0 n prosa, propio o ajeno, o a través de una inscripcién encontrada. Caro se orienta cada vez mis a la informacion erudita sobre los personajes, acercndose asi a los dos modelos ret6ricos que posteriormente sustituirian al de varones ilustres, a saber la Ziblioteca (a la manera de las dos famosas de Nicolas Antonio) y el diccionario de autores, que ha legado hasta nuestros dias. Caro manifiesta en el prologo su inten- cién de hacer una ebreve sinopsis o catélogo» de petsonajes, pero no habla de reéra- 40s, Sera Francisco Pacheco el que, por las mismas fechas, usar claramente ese tér- mino como referencia de su conocido Libro de descripcion de verdaderos retratos de ilustres y memorables varones. No tenemos tiempo para hablar con detalle de esta obra‘, sin duda la mas alta muestra del médulo de varones ilustres en el Ambito del Siglo de Oro no sélo se- 4 Vid. Luis Gomez Canseco, Rodrigo Caro: un humanisia en la Sevilla del Seiscientos, Sevilla, Diputaci6n Provincial, 1986, > Nueva Roma: Mitologia y bumanismo en el Renacimiento sevillano, Sevilla, Dipuracién Pro- vincial, 1979. Para una informacién més extensa sobre la misma véase la elntroducci6n> a F. PACHECO, Libro de description de verdaderos retratos de ilustes y memorables varones, ed. de Pedro M. Pitiero y Ro- gelio Reyes, Sevilla, Diputaci6n Provincial, 1985, pégs. 11-49. 28 villano sino espafiol. La superioridad de este texto procede en gran parte de la doble condicién —literato y pintor— de su autor, Francisco Pacheco, sobrino del canénigo del mismo nombre, suegro de Velazquez y figura notable dentro del mundo de las academias sevillanas, herederas del humanismo renacentista. Su Libro de los retratos es hoy obra de obligada consulta para historiadores del arte y para especialistas en la historia literaria. Su singularidad procede de su ambi- valencia pict6rico-literaria. En cuanto obra de arte, oftece una espléndida muestra de la técnica del retrato en la transicién del Renacimiento al Batroco. Como docu- mento literario, aporta una riquisima informacién sobre los més importantes auto- tes sevillanos de la Epoca (y algunos no sevillanos, como Fray Luis de Le6n) y un corpus poético de gran valor. La galeria de personajes ilustres no se reduce al domi- nio artistico-literario sino que incluye figuras modélicas de otfos campos (la politica, la ciencia, la vida religiosa...) cuyos elogios o /audes facilitan informa- ciones y juicios fundamentales para entender la vida sevillana de Ja €poca tanto en su dimensi6n cultural como en otros aspectos sociales, religiosos y politicos. Pero el Libro de Jos retratos es sobre todo una unidad ret6rica, un solo libro, una obra unitaria donde arte y literatura no constituyen dos referencias separables sino dos ingredientes juntamente concebidos segiin el viejo t6pico horaciano del «Ut pictura poesis...», t6pico que e! humanismo renacentista hizo suyo y que circu- 16 con profusién por las academias y cenculos sevillanos de los siglos XVI y XVII. El Libro de /os retratos no supone, pues, una mera colecci6n de resratos més elogios (0 retratos literatios), sino un conjunto donde uno y otro se integran arménicamen- te formando una unidad retorica. Esa igualdad de rango entre pincura y literatura explica que también los textos de los e/ogios sean realizados por la mano del pintor con exquisito primor, compla- ciéndose en la ejecuci6n formal de la letra y cuidando mucho una estudiada dispo- sicién espacial: distribuye convenientemente la prosa y el verso; calcula los espacios en blanco; remata los textos con algtin dibujo sencillo; sitéa los poemas en lugares de fécil visualizaci6n..., es decir, concibe la parte escrita también con ctitetios pic- t6ricos. En sentido contrario, puede decirse que otorga significaci6n literaria —es decir, primordialmente simbélica— a los retratos pict6ricos, que aparecen en el libro no ya con incrustaciones textuales (frase latina y nombre del personaje) sino como simbolos o emblemas de una condicién social o profesional decerminada. Guarda este hecho una evidente relacién con las formas de la emblematica, prictica que conocié amplio desarrollo en nuestro Siglo de Oro. Por ello el:Libro de verdaderos retratos ha de ser interptetado también en relacién con el mundo de los emblemas y con la acci6n integradora de arte y literatura que éstos suponen. De ahi la costumbre de colocar inscripciones en los cuadros, inscripciones que a veces constitufan toda una historia abreviada del personaje 0 motivo pintado. También se relacigna el libro con las colecciones o galerias de figuras ilustres, que a Pacheco debieron serles muy familiares. No ya el arte, sino la misma litera- tura contemporanea abundaba en ellas, y como verdaderas galerias de varones n0- tables hay que leer E/ laurel de Apolo o El viaje del Pamaso cervantino. En Italia, pais que habia impuesto el gusto nobiliario por los retratos simbélicos, Marino y otros esctitores escriben también gallerie en verso. Sin salir de Sevilla, Pacheco pu- 29 do hallar no pocas muestras de esa prictica artistica. Su amigo Rodrigo Caro esta- ba escribiendo, como ya hemos visto, un haz de biografias ejemplares bajo cl titulo de Varones insignes en letras naturales de la Iustrisima ciudad de Sevilla, y ¢l mismo pintor nos cuenta que Argote de Molina tenia en su casa de la calle Francos, entre otras cosas,

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