Está en la página 1de 9

Infecciones de los recién nacidos y de los lactantes

El recién nacido puede contraer una infección a través de su madre antes del parto o durante el
mismo. Después del nacimiento, el origen de la infección del recién nacido suele estar en la
guardería del hospital.
Al nacer, el bebé pasa de un medio estéril, dentro del útero de la madre, a otro lleno de
microorganismos. Lo normal es que algunos de estos microorganismos comiencen a crecer en el
bebé. En efecto, la digestión normal depende de la presencia de ciertas bacterias que viven en el
intestino durante la primera infancia. Además, algunos microbios presentes en el ambiente
pueden causar enfermedades. Los bebés prematuros son especialmente vulnerables a ciertas
bacterias perjudiciales porque su sistema inmune no está desarrollado aún. Además, deben ser
sometidos a más tratamientos y procedimientos que otros bebés y, por lo tanto, corren mayores
riesgos de contraer infecciones.

Conjuntivitis

La conjuntivitis del recién nacido (conjuntivitis neonatal, oftalmía neonatal) es una infección de la
membrana que rodea los párpados y la parte visible del ojo.
En la mayoría de los casos, la conjuntivitis neonatal se contrae al atravesar el canal del parto y
los organismos responsables son, en general, las bacterias que habitualmente habitan en la
vagina. Las Clamydia, un tipo de bacteria pequeña, constituyen la causa más frecuente de
conjuntivitis neonatal. Sin embargo, también pueden causarla otras bacterias, particularmente el
Streptococcus pneumoniae, el Hemophilus influenzae, y la Neisseria gonorrhoeae (bacteria que
causa gonorrea). Lo mismo sucede con los virus. El herpes simple es la causa vírica más
frecuente.

Síntomas y diagnóstico

La conjuntivitis causada por Clamydia habitualmente se desarrolla entre 5 y 14 días después del
nacimiento. La infección puede ser leve o grave y puede producir pequeñas o grandes cantidades
de pus. La conjuntivitis causada por otras bacterias puede comenzar de 4 a 21 días después del
nacimiento y puede o no producirse pus. El virus del herpes simple puede infectar sólo el ojo, o
tanto el ojo como otras partes del cuerpo. En casos graves, puede desarrollarse una infección
potencialmente mortal que afecta a todo el cuerpo y el cerebro. La conjuntivitis causada por la
bacteria de la gonorrea aparece entre 2 y 5 días después del nacimiento, o incluso antes si las
membranas se rompieron prematuramente y la infección tuvo tiempo de comenzar antes del parto.
Habitualmente, sea cual sea la causa, los párpados y la parte blanca de los ojos (conjuntiva) del
recién nacido se inflaman mucho. Cuando se separa el párpado puede verse la salida de pus. Si
el tratamiento se retrasa, se pueden formar llagas en la córnea que dañan la vista de forma
permanente. Para identificar el organismo infeccioso, el médico extrae una muestra de pus y la
examina al microscopio o bien realiza un cultivo.

Prevención y tratamiento

Para prevenir la conjuntivitis sistemáticamente se instila nitrato de plata, eritromicina o bien un


ungüento o gotas de tetraciclina en los ojos del recién nacido. Ninguno de estos medicamentos,
sin embargo, es siempre capaz de prevenir la conjuntivitis por Clamydia. Si la madre del recién
nacido tiene gonorrea, el niño recibe una inyección del antibiótico ceftriaxona para prevenir la
infección gonorreica en los ojos y en cualquier otra parte del cuerpo.
Para tratar la conjuntivitis bacteriana se aplica un ungüento con polimixina y bacitracina,
eritromicina o tetraciclina sobre los ojos. Debido a que al menos la mitad de los niños con
conjuntivitis por Clamydia también presenta una infección del mismo tipo en otra parte del
organismo, la eritromicina se suele administrar por vía oral. La conjuntivitis causada por el virus
del herpes simple se trata con gotas o ungüento de trifluridina y con idoxuridina en pomada.
También se le administra el fármaco antivírico aciclovir, por si el virus ya se ha expandido hacia
el cerebro y otros órganos o está a punto de hacerlo. Los ungüentos con corticosteroides no son
utilizados en los recién nacidos porque pueden empeorar gravemente las infecciones por
Clamydia y las causadas por el virus del herpes simple.
Sepsis

La sepsis del recién nacido (sepsis neonatorum) es una infección bacteriana grave que se
propaga por todo el cuerpo durante el primer mes de vida.
La sepsis afecta a menos del uno por ciento de los recién nacidos, pero es responsable del 30
por ciento de las muertes producidas durante las primeras semanas de vida. La infección
bacteriana es cinco veces más frecuente en los recién nacidos que pesan menos de tres
kilogramos, que en los nacidos a término, con peso normal. La sepsis afecta al doble de niños
que de niñas. Las complicaciones durante el nacimiento, como la rotura prematura de las
membranas, una hemorragia o una infección en la madre, exponen al recién nacido a un mayor
riesgo de contraer este tipo de infección.

Síntomas

En más de la mitad de los casos la sepsis comienza aproximadamente 6 horas después del
nacimiento y dentro de las 72 horas en la gran mayoría. La sepsis que comienza a los 4 días del
nacimiento, o con posterioridad a este período, es probablemente una infección contraída en la
maternidad del hospital (infección nosocomial).
El recién nacido con una sepsis suele estar apático, no succiona con energía, tiene una
frecuencia cardíaca lenta y una temperatura corporal fluctuante (baja o alta). Otros síntomas
incluyen dificultades respiratorias, convulsiones, nerviosismo, ictericia, vómitos, diarrea e
hinchazón del abdomen.
Los síntomas dependen del lugar en que se ha originado la infección y hacia dónde se ha
extendido. Por ejemplo, la infección del muñón del cordón umbilical (onfalitis) puede causar una
salida de pus por el mismo o una hemorragia umbilical. La infección de la membrana que recubre
el cerebro (meningitis) o un absceso cerebral pueden causar coma, convulsiones, encorvamiento
y rigidez de la espalda o abombamiento de las fontanelas sobresalientes (los dos espacios
blandos localizados entre los huesos del cráneo). La infección de un hueso (osteomielitis) puede
limitar el movimiento del brazo o la pierna afectados. La infección de las articulaciones puede
causar hinchazón, calor, enrojecimiento y dolor sobre la misma. La infección del revestimiento
interno del abdomen (peritonitis) puede causar una hinchazón del abdomen y diarrea con sangre.

Diagnóstico

El organismo que causa la infección puede identificarse tomando muestras de sangre y cultivando
una muestra de tejido de cualquier parte del cuerpo que esté claramente infectada. Determinadas
pruebas de análisis de anticuerpos pueden ayudar a identificar el organismo. También se examina
microscópicamente y cultiva una muestra de orina en busca de bacterias. Si el médico sospecha
que la persona puede tener meningitis se extrae líquido de la médula espinal (punción lumbar).
También pueden tomarse muestras de los oídos y del estómago para examinarlas
microscópicamente.
Pronóstico y tratamiento
La sepsis del recién nacido se trata con antibióticos que se administran por vía intravenosa. El
tratamiento comienza antes de tener los resultados de los análisis de laboratorio, los cuales
determinarán más tarde si es necesario cambiar de antibiótico. En casos poco frecuentes, el bebé
también puede recibir un preparado de anticuerpos o glóbulos blancos purificados.
A pesar de los antibióticos modernos y el cuidado intensivo, el 25 por ciento o más de los recién
nacidos con sepsis muere. El índice de mortalidad es dos veces más alto en los recién nacidos
prematuros pequeños que en los nacidos a término y con peso normal.

Neumonía

La neumonía es una infección pulmonar a raíz de la cual los pulmones se llenan de líquido,
produciéndose dificultades respiratorias.
La neumonía de los recién nacidos suele comenzar cuando la rotura prematura de las membranas
hace que se produzca la infección del líquido amniótico (amniotitis). El feto está rodeado de
líquido amniótico infectado y puede aspirar líquido en sus pulmones. De este modo contrae la
neumonía, en ocasiones con sepsis. La neumonía también puede aparecer incluso semanas
después del nacimiento, sobre todo en los bebés con respiración asistida por un respirador
artificial.
Síntomas

En el momento del nacimiento los síntomas pueden variar desde una respiración rápida hasta un
distrés respiratorio acompañado de una presión arterial extremadamente baja (shock séptico).
Cuando la neumonía se produce después del parto, los síntomas pueden comenzar de forma
gradual. Si sucede cuando el bebé está respirando con la ayuda de un respirador artificial, el
médico puede notar que por un tubo respiratorio colocado en la tráquea se aspira una mayor
cantidad de secreciones y que el pequeño necesita cada vez más ayuda para respirar. Sin
embargo, a veces, el bebé enferma de forma repentina, con oscilaciones de la temperatura, que
sube y baja.

Diagnóstico y tratamiento

El médico sospecha que se trata de una neumonía si aparecen síntomas en un bebé nacido
después de una rotura prematura de las membranas. Se envían muestras de sangre y
secreciones de las vías respiratorias al laboratorio para su cultivo. También se determina el
número de glóbulos blancos y plaquetas a partir de una muestra de sangre. Se pueden realizar
radiografías de tórax y a veces se toma una muestra de líquido de la médula espinal mediante
una punción (punción lumbar) que se envía igualmente al laboratorio para su cultivo.
La neumonía se trata con antibióticos por vía intravenosa. El tratamiento se inicia lo antes
posible. La elección del antibiótico puede modificarse una vez que las pruebas de laboratorio han
identificado el tipo específico de bacteria responsable de la enfermedad.

Meningitis

La meningitis es una inflamación de las membranas que rodean el cerebro como consecuencia de
una infección bacteriana.
La meningitis afecta a 2 de cada 10 000 recién nacidos a término y con peso normal y a 2 de
cada 1 000 recién nacidos con bajo peso. Los niños se ven afectados más a menudo que las
niñas. En la mayoría de los casos, la meningitis de un recién nacido es una complicación de la
sepsis (la infección de la sangre se extiende hasta el cerebro).

Síntomas y diagnóstico

Los síntomas de la meningitis consisten en fiebre o una temperatura corporal anormalmente baja,
dificultades respiratorias, ictericia, somnolencia, convulsiones, vómitos e irritabilidad. En
aproximadamente el 25 por ciento de los recién nacidos afectados, la mayor presión del líquido
alrededor del cerebro puede hacer que las fontanelas (las partes blandas localizadas entre los
huesos del cráneo) abulten o se noten tensas al tacto. En aproximadamente el 15 por ciento de
los casos el cuello del bebé puede estar rígido debido al dolor que le provoca el mover la cabeza.
Los nervios que controlan algunos movimientos oculares y faciales pueden resultar dañados,
haciendo que un ojo se desvíe hacia dentro o hacia fuera, o que la expresión facial se deforme
(no sea simétrica).
Es posible que se acumule pus (abscesos) dentro del cerebro del bebé. A medida que éstos
crecen, aumenta la presión sobre el cerebro, lo que produce vómitos, agrandamiento de la cabeza
y abombamiento de las fontanelas. Un repentino empeoramiento de estos síntomas indica la
rotura de un absceso dentro del espacio que rodea al cerebro, lo cual hace que la infección se
extienda.
El médico diagnostica meningitis bacteriana examinando una muestra de líquido cefalorraquídeo
(de la médula espinal) y enviándola al laboratorio para su cultivo. Dicha muestra se obtiene por
punción a través de la columna vertebral (punción lumbar). Puede realizarse una ecografía o bien
una tomografía axial computadorizada (TC) para determinar si existe un absceso responsable de
la meningitis.

Pronóstico y tratamiento

Se aplican grandes dosis de antibióticos por vía intravenosa para eliminar lo antes posible las
bacterias del líquido cefalorraquídeo. El médico escoge el antibiótico en función del tipo de
bacterias que causan la meningitis, lo cual se determina mediante las pruebas de laboratorio.
Incluso con los tratamientos modernos, el 30 por ciento de los bebés afectados de meningitis
bacteriana muere. Cuando se produce un absceso cerebral, el índice de mortalidad se acerca al
75 por ciento. De los bebés que sobreviven, del 20 al 50 por ciento presenta lesiones cerebrales
y de los nervios, como un agrandamiento de los ventrículos (hidrocefalia), sordera y retraso
mental.

Listeriosis

La listeriosis es una infección causada por la bacteria Listeria, que puede contraerse a partir de
la madre antes o durante el parto, o después del nacimiento en la maternidad.
Aunque la listeriosis puede causar una enfermedad parecida a la gripe con ausencia de síntomas
en la madre, puede resultar mortal para un feto o un bebé. El líquido amniótico puede infectarse y
es frecuente que se produzcan nacimientos prematuros, que el bebé nazca muerto o que se
desarrolle una infección en el flujo sanguíneo del recién nacido (sepsis). Los síntomas pueden
comenzar al cabo de algunas horas o días después del nacimiento o bien después de varias
semanas. Se trata con antibióticos, como ampicilina y gentamicina.
Para evitar la listeriosis de su bebé, la embarazada debe evitar los productos lácteos no
pasteurizados, así como las verduras crudas que han sido abonadas con estiércol de ganado
vacuno u ovino. Estos productos pueden estar contaminados con bacterias del tipo Listeria.

Rubéola congénita

La rubéola congénita es una infección que se produce durante el embarazo por el virus que causa
la rubéola y que puede derivar en un aborto, muerte fetal o anomalías congénitas.
Se cree que la rubéola se transmite al inhalar las partículas víricas del aire o por mantener un
estrecho contacto físico con una persona infectada. El virus entra en el flujo sanguíneo y se
difunde hacia otras partes del cuerpo, incluyendo la placenta en la embarazada. Si la infección se
produce durante las primeras 16 semanas de embarazo, sobre todo de las 8 a las 10 semanas, la
mujer tiene del 40 al 60 por ciento de probabilidades de abortar o tener un bebé con anomalías
congénitas. La infección producida en las primeras semanas puede causar defectos cardíacos o
de los ojos. Si aparece durante el tercer mes conlleva de un 30 a un 35 por ciento de riesgo de
anomalías congénitas, como sordera o defectos cardíacos. El riesgo desciende a un 10 por ciento
si la infección sucede durante el cuarto mes.
Las mujeres infectadas en el comienzo del embarazo pueden recibir inmunoglobulina, a pesar de
que su efectividad no está totalmente probada. La vacunación contra la rubéola antes del
embarazo puede prevenir la rubéola congénita. Todas las mujeres jóvenes que no han tenido la
enfermedad deberían vacunarse; sin embargo, deben esperar 3 meses antes de quedar
embarazadas. El número de bebés nacidos con rubéola congénita ha descendido
considerablemente desde que en 1 969 se creara una vacuna contra la infección.

Herpes

El herpes simple del recién nacido es una grave infección vírica que afecta a los órganos más
importantes (cerebro, hígado, pulmones) y suele causar daño permanente o incluso la muerte.
El virus del herpes simple infecta a uno de cada 2 500 o 5 000 recién nacidos. El bebé puede
resultar infectado antes o después de nacer. Las madres de los recién nacidos afectados de
herpes simple no suelen saber que están infectadas y no tienen ningún síntoma en el momento
del parto.

Síntomas y diagnóstico

Los síntomas generalmente aparecen por primera vez entre la primera y la segunda semana de
vida, pero puede que no aparezcan hasta la cuarta. La enfermedad puede comenzar con una
erupción cutánea formada por unas pequeñas ampollas llenas de líquido; sin embargo, cabe
señalar que el 45 por ciento de los recién nacidos infectados no presenta esta erupción. Si no se
inicia el tratamiento, en un plazo de 7 a 10 días suelen presentarse síntomas más graves como
oscilaciones de la temperatura, somnolencia o convulsiones debido a una infección cerebral, tono
muscular escaso, dificultades respiratorias, inflamación del hígado (hepatitis) y coagulación de la
sangre dentro de los vasos sanguíneos.
El médico reconoce fácilmente que se trata de una infección por herpes por las ampollas llenas
de líquido, pero existen otros síntomas que no son tan específicos. La infección suele confirmarse
enviando una muestra del líquido de las ampollas al laboratorio para su cultivo. Este proceso dura
entre 24 y 48 horas. El virus también puede identificarse en las muestras de orina, en las
secreciones de los párpados o de los orificios nasales y en la sangre o el líquido cefalorraquídeo.

Pronóstico y tratamiento

El 85 por ciento de los recién nacidos que han desarrollado la enfermedad y que no reciben
tratamiento fallecen. Cuando la infección se limita a la piel, a los ojos y a la boca, es muy raro
que el bebé muera, pero alrededor del 30 por ciento de ellos desarrolla alguna lesión cerebral o
nerviosa, que puede no resultar evidente hasta que cumplen los 2 o 3 años de edad.
El tratamiento con fármacos antivíricos, como el aciclovir, administrados por vía intravenosa,
disminuye el índice de mortalidad al 50 por ciento y aumenta, en gran medida, el número de
bebés que se desarrollan con normalidad, aun teniendo herpes. La infección de los ojos suele
tratarse con gotas o pomada de trifluridina y ungüento de idoxuridina.

Hepatitis

La hepatitis es una infección del hígado, casi siempre provocada por el virus de la hepatitis B.
El origen más habitual de la hepatitis B del recién nacido es la propia madre. El bebé se infecta
durante el parto y no durante el embarazo, porque el virus no atraviesa fácilmente la placenta. Es
difícil que su madre le contagie después del parto.

Síntomas y diagnóstico

La mayoría de los recién nacidos con virus de la hepatitis B desarrolla una infección crónica del
hígado (hepatitis crónica) que habitualmente no produce síntomas hasta la edad adulta. Sin
embargo, la infección es grave, ya que una cuarta parte de los infectados finalmente muere a
causa de una enfermedad hepática. En algunos niños el hígado puede agrandarse, se acumula
líquido en el abdomen (una enfermedad llamada ascitis) y la concentración de bilirrubina en
sangre puede ser elevada y producir ictericia.

Pronóstico y tratamiento

Se desconoce el pronóstico a largo plazo. La infección por el virus de la hepatitis B en la infancia


aumenta el riesgo de contraer una enfermedad hepática con el paso de los años, como hepatitis
crónica activa, cirrosis y cáncer de hígado.
Para detectar esta infección se hacen análisis sistemáticos a las mujeres embarazadas. Como el
bebé no suele contagiarse hasta el momento del parto, el hijo de una madre infectada puede
recibir una inyección de inmunoglobulina contra la hepatitis B dentro de las 24 horas posteriores
al parto, antes de que la infección se manifieste. Este tratamiento le protege. Al mismo tiempo, es
inmunizado con la vacuna de la hepatitis B con el fin de brindarle protección a largo plazo.
La lactancia no parece incrementar de forma significativa el riesgo de la hepatitis B, en particular
si el bebé recibió tanto la inmunoglobulina como la vacuna. Sin embargo, si la madre tiene los
pezones con heridas u otro trastorno mamario, es posible que al amamantar al bebé le transmita
el virus.
Los recién nacidos con hepatitis crónica asintomática no reciben ningún tratamiento. Los
lactantes con síntomas de hepatitis reciben una atención especial según la gravedad de los
mismos.

Infección por citomegalovirus

La infección por citomegalovirus es una enfermedad vírica que puede causar lesiones cerebrales
o incluso la muerte del recién nacido.
El citomegalovirus puede ser adquirido antes del nacimiento o a cualquier edad después de éste.
Uno de cada 50 a 500 recién nacidos resulta infectado por citomegalovirus antes de nacer. Se
cree que este virus proviene de la madre y atraviesa la placenta. Si la madre se infecta durante la
primera mitad del embarazo, la infección del feto tiende a ser más grave.
Tras el parto, el recién nacido puede infectarse por citomegalovirus al ingerir leche materna
infectada o bien al recibir sangre contaminada en una transfusión. La mayoría de los bebés
nacidos a término de madres infectadas no presenta síntomas y los que son amamantados están
protegidos por los anticuerpos que posee la leche. Los bebés prematuros que no son
amamantados y que reciben una transfusión de sangre contaminada pueden infectarse
gravemente porque no tienen anticuerpos contra este virus.

Síntomas y diagnóstico

El 10 por ciento aproximadamente de los bebés nacidos con infección por citomegalovirus
presenta síntomas al nacer, que incluyen peso escaso, nacimiento prematuro, cabeza pequeña,
ictericia, pequeñas magulladuras, bazo e hígado agrandados, depósitos de calcio en el cerebro e
inflamación del interior de los ojos. Alrededor del 30 por ciento de estos bebés fallece. Más del 90
por ciento de los que sobreviven y el 10 por ciento de los que no presentan síntomas al nacer
desarrolla anomalías nerviosas y cerebrales con posterioridad, como sordera, retraso mental y
visión anormal. Un niño infectado por citomegalovirus después del nacimiento puede contraer una
neumonía, sufrir agrandamiento e inflamación del hígado y presentar un aumento del tamaño del
bazo.
El médico habitualmente puede diagnosticar una infección por citomegalovirus en la madre
realizando un análisis de anticuerpos. Muchas mujeres que se infectan por citomegalovirus
durante el embarazo no presentan síntomas, pero algunas desarrollan una enfermedad similar a
la mononucleosis infecciosa. En el bebé, el diagnóstico suele confirmarse realizando un cultivo
del virus a partir de una muestra de orina o de sangre.

Prevención y tratamiento

Las mujeres embarazadas siempre deben lavarse bien las manos después de haber tocado la
orina o las secreciones nasales y bucales de estos niños, ya que la infección por citomegalovirus
es frecuente entre los niños que permanecen en guarderías. En la actualidad se está
desarrollando una vacuna contra este virus.
La infección por citomegalovirus del bebé no puede ser curada. A pesar de que las infecciones de
los adultos se suelen tratar con el fármaco antivírico ganciclovir, éste tiene graves efectos
colaterales. Su administración en el recién nacido se está estudiando.

Toxoplasmosis congénita

La toxoplasmosis congénita es una infección que se produce durante el embarazo causada por el
parásito Toxoplasma gondii, que pasa de la madre al feto.
El organismo Toxoplasma gondii existe en todo el mundo e infecta aproximadamente entre 1 y 8
recién nacidos de cada 1 000. Alrededor de la mitad de las mujeres infectadas durante el
embarazo tienen un hijo con toxoplasmosis congénita. El riesgo de que el feto se infecte es mayor
si la mujer contrae la infección al final del embarazo, pero la enfermedad es generalmente más
grave si el feto se infecta al comienzo de la gestación.
El Toxoplasma infecta a los gatos y los huevos del parásito pasan a las defecaciones de estos
animales. Los huevos tienen capacidad de infectar durante muchos meses. Las mujeres pueden
infectarse al manejar los recipientes en los que defecan los gatos u otro material contaminado
con heces de este animal. Comer alimentos mal cocidos (carnero, cerdo o carne vacuna) también
puede provocar la infección.

Síntomas y diagnóstico

Por lo general, las mujeres embarazadas y los recién nacidos que están infectados por
toxoplasmosis no presentan síntomas. Sin embargo, el feto puede crecer en el útero de forma
muy lenta y nacer prematuramente. El bebé puede tener la cabeza pequeña, ictericia, el hígado y
el bazo agrandados, inflamación del corazón, de los pulmones o de los ojos, erupciones, una
presión del líquido cefalorraquídeo elevada debido a un incremento de la cantidad del mismo que
rodea el cerebro o a la presencia de depósitos de calcio en el cerebro, y convulsiones.
Algunos bebés que presentan estos síntomas enferman gravemente y mueren poco después.
Otros presentan lesiones permanentes, incluyendo inflamación del interior del ojo (coriorretinitis),
retraso mental, sordera y convulsiones. Estas anomalías pueden aparecer años más tarde en los
niños que parecían sanos al nacer.
Para diagnosticar la toxoplasmosis se realizan análisis de sangre, tanto en la madre como en el
bebé. En los bebés también se realizan radiografías de la cabeza, análisis del líquido
cefalorraquídeo y una completa revisión ocular. En el momento del nacimiento, el médico puede
examinar la placenta para comprobar si está infectada.

Prevención y tratamiento

Las mujeres que están embarazadas o que pueden estarlo deben evitar el contacto con las cajas
de los gatos y otras zonas contaminadas con heces de estos animales. Los alimentos deben
cocerse completamente para destruir los posibles parásitos y es necesario lavarse las manos
después de manipular la carne cruda o los alimentos que no han sido lavados.
La transmisión de la infección al feto puede prevenirse si la madre toma el fármaco espiramicina.
En una etapa más avanzada del embarazo, si el feto está infectado, puede tomar pirimetamina y
sulfonamidas. Los recién nacidos con esta enfermedad que presentan síntomas son tratados con
pirimetamina, sulfadiacina y ácido folínico. Los bebés que presentan algún tipo de inflamación
también pueden ser tratados con corticosteroides.

Sífilis congénita

La sífilis congénita es una enfermedad infecciosa causada por la bacteria Treponema pallidum,
que se transmite de la madre al feto.
Una embarazada con sífilis tiene alrededor de un 60 a un 80 por ciento de probabilidades de
infectar al feto. La sífilis suele transmitirse cuando se encuentra en su primera fase y no ha sido
tratada, pero no ocurre lo mismo con la latente o la que se halla en su última fase.

Síntomas y diagnóstico

Un recién nacido con sífilis puede tener grandes ampollas llenas de líquido o una erupción plana
de color cobrizo en las palmas de las manos y las plantas de los pies, con bultos alrededor de la
nariz y la boca, así como en la zona del pañal. Por lo general se observa un agrandamiento de los
ganglios linfáticos, del hígado y del bazo. El bebé puede no crecer bien y tener un aspecto de
“anciano”, con hendiduras alrededor de la boca. Puede salirle moco, pus o sangre por la nariz.
Algunos bebés pueden desarrollar una inflamación de las membranas que rodean el cerebro
(meningitis) o del ojo (coroiditis). Estos bebés pueden tener convulsiones y la presión dentro del
cerebro puede incrementarse de tal manera que ocasione un agrandamiento de los espacios que
contienen líquido (hidrocefalia). Otros niños pueden sufrir retraso mental. En los tres primeros
meses de vida, la inflamación de los huesos y los cartílagos puede causar un cuadro donde
aparezca parálisis de los brazos y las piernas del bebé.
Muchos niños con sífilis congénita permanecen en la fase latente de la enfermedad durante toda
su vida y nunca presentan ningún síntoma. Otros, finalmente, presentan síntomas, como llagas
(úlceras) dentro de la nariz y el paladar. Pueden aparecer bultos redondeados (protuberancias) en
los huesos de las piernas y en el cráneo. La infección del cerebro no suele provocar síntomas en
la niñez, pero con el tiempo puede quedar sordo o ciego. Los dientes incisivos pueden tener
forma puntiaguda (dientes de Hutchinson).
Los síntomas característicos constituyen una base importante para el diagnóstico. El médico
confirma el diagnóstico examinando al microscopio una muestra de la erupción, de las ampollas o
de la mucosidad nasal y solicitando pruebas de anticuerpos.

Prevención y tratamiento

La sífilis congénita se puede prevenir casi por completo inyectando penicilina a la madre durante
el embarazo. Sin embargo, el tratamiento en la última etapa del embarazo no revierte totalmente
las anomalías que ya pueda haber sufrido el feto. Después de nacer, el bebé afectado también es
tratado con penicilina.
El tratamiento puede causar una reacción grave (reacción de Jarisch-Herxheimer) en la madre y
puede hacer que el bebé nazca muerto. Esta reacción suele ser leve en los recién nacidos.

Tuberculosis

La tuberculosis es una infección persistente causada por el Mycobacterium tuberculosis, que


afecta a diversos órganos, pero particularmente los pulmones.
Un feto puede contraer tuberculosis a través de su madre antes de nacer, al respirar o tragar
líquido amniótico infectado antes o durante su nacimiento, o después de nacer, al respirar aire
con microgotas infectadas. Alrededor de la mitad de los hijos de madres afectadas de tuberculosis
activa desarrolla la enfermedad durante el primer año de vida si no reciben tratamiento con
antibióticos o si no se les vacuna.

Síntomas y diagnóstico

Los síntomas de tuberculosis en el recién nacido incluyen fiebre, somnolencia y dificultades


respiratorias. Pueden aparecer otros síntomas dependiendo de si la infección está extendida o
no. El hígado y el bazo pueden aumentar de tamaño ya que estos órganos filtran las bacterias de
la tuberculosis, lo que causa la activación de los glóbulos blancos en estos territorios. El bebé
puede crecer muy poco y no aumentar de peso (falta de progresión en el desarrollo).
A las embarazadas se les practica sistemáticamente una prueba cutánea para detectar la
presencia de tuberculosis (prueba de tuberculina). Si se observa una reacción positiva, se debe
realizar una radiografía de tórax.
A los niños cuyas madres les ha dado positiva la prueba de tuberculina también se les practica
este análisis. Sin embargo, algunos niños tienen falsos resultados negativos. Si se sospecha de
una tuberculosis, se envían al laboratorio muestras de líquido cefalorraquídeo y de líquido de los
conductos respiratorios y del estómago para su cultivo. Una radiografía del tórax suele mostrar si
los pulmones están infectados. Puede ser necesario realizar una biopsia del hígado, de algún
ganglio linfático o de los pulmones y de la membrana que los rodea (pleura) para confirmar el
diagnóstico.

Prevención y tratamiento

Si una embarazada presenta una prueba de tuberculina positiva, pero no tiene síntomas y la
radiografía del tórax es normal, debe tomar el fármaco isoniacida por vía oral, ya que
habitualmente es el único tratamiento que se necesita para curar la enfermedad. Sin embargo,
para empezar dicho tratamiento suele esperarse hasta el último trimestre de embarazo o hasta
después del parto, porque el riesgo de lesión hepática por este fármaco en la mujer es más alto
durante el embarazo.
Si una mujer embarazada tiene síntomas de tuberculosis, se le administran los antibióticos
isoniacida, pirazinamida y rifampina. Si se sospecha de una variedad de tuberculosis resistente,
pueden administrarse otros fármacos adicionales. Aparentemente, todos estos fármacos no dañan
al feto. La madre infectada es aislada de su bebé hasta que deja de ser contagiosa. El bebé
recibe isoniacida como medida preventiva.
El recién nacido también puede ser vacunado con la vacuna BCG. Ésta no necesariamente
previene la enfermedad pero, en general, reduce su gravedad. Como la vacuna BCG no es
efectiva al cien por cien, en algunos países no se aplica de forma sistemática ni a los niños ni a
los adultos. Una vez que una persona ha sido vacunada, siempre le darán positivo las pruebas de
tuberculosis, por lo que no se podrá detectar una nueva infección. Sin embargo, a pesar de ello,
en muchos países con un alto índice de tuberculosis se aplica la vacuna BCG de forma
sistemática.
Un bebé con tuberculosis recibe tratamiento con los antibióticos isoniacida, rifampicina y
pirazinamida. Si el cerebro también se ve afectado, pueden administrársele corticosteroides al
mismo tiempo.

Diarrea infecciosa aguda

La diarrea infecciosa aguda es la expulsión frecuente de heces líquidas y amorfas como resultado
de una infección.
La infección por bacterias o virus es la causa más frecuente de la diarrea aguda en los bebés, a
pesar de que este trastorno puede tener muchas otras causas. Un bebé puede resultar infectado
si traga organismos mientras atraviesa el canal del parto infectado o bien si es tocado por manos
contaminadas. Otras causas menos frecuentes son los artículos del hogar infectados y los
alimentos o los biberones contaminados. En algunas ocasiones la infección puede producirse al
inhalar organismos en suspensión en el aire, especialmente durante brotes de infecciones víricas.
En las maternidades demasiado pobladas suelen producirse brotes de diarrea infecciosa. La
diarrea es más probable cuando la higiene es escasa o cuando una familia numerosa con pocos
recursos vive hacinada en un espacio reducido. La diarrea infecciosa también es muy frecuente
en las guarderías.
Síntomas y diagnóstico

La infección puede causar diarrea súbita, vómitos, sangre en las heces, fiebre, falta de apetito o
inquietud. En general, la diarrea produce deshidratación que, si es leve, reseca la boca del bebé
y si es moderada hace que la piel pierda su consistencia. Los ojos y las fontanelas (las partes
blandas que se encuentran en la parte superior de la cabeza) pueden deprimirse. La
deshidratación grave, que puede producirse rápidamente, pone en peligro la vida del bebé y, por
lo general, provoca una considerable caída en la presión arterial (shock).
La diarrea puede causar la pérdida de líquido y electrólitos, como sodio y potasio, lo cual puede
provocar somnolencia o irritación en el bebé o, aunque es más raro, anomalías en la frecuencia
cardíaca o hemorragia cerebral.
Los valores de electrólitos y el número de glóbulos blancos, que aumenta durante una infección
bacteriana, se determinan mediante un análisis de sangre. El médico intenta identificar el
organismo que causa la diarrea realizando un examen microscópico de una muestra de materia
fecal y enviando otras al laboratorio para su cultivo.

Tratamiento

El primer paso, y el más importante, en el tratamiento del bebé consiste en reemplazar el líquido
y los electrólitos perdidos a causa de la diarrea y los vómitos. Si el pequeño está muy enfermo,
los líquidos suelen administrarse por vía intravenosa en el hospital. En casos más leves, el bebé
puede beber cualquiera de los preparados comerciales que están disponibles en la actualidad. Es
muy importante que toda persona que toque al bebé se lave cuidadosamente las manos para
evitar contagiar la infección.
Se continúa con la lactancia para evitar la desnutrición y mantener la producción de leche en la
madre. Si el bebé no se alimenta con leche materna debe tomar leche preparada sin lactosa en
cuanto se haya corregido la deshidratación. Pocos días después puede ofrecérsele gradualmente
la papilla habitual, pero si la diarrea reaparece, es necesario utilizar la papilla sin lactosa durante
varias semanas.
A pesar de que la diarrea infecciosa aguda puede ser causada por bacterias, por lo general no se
necesitan antibióticos, porque suele desaparecer sin tratamiento. No obstante, algunas
infecciones se tratan con antibióticos para evitar que se propaguen más allá del intestino. De
todos modos, la administración de medicamentos para detener la diarrea realmente puede dañar
al bebé, ya que éstos evitan que el cuerpo elimine los organismos infecciosos a través de las
deposiciones.

Copyright ©2005 Merck Sharp & Dohme de España, S.A.


Madrid, España. Todos los derechos reservados.

También podría gustarte