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Fuiste tú

- ¡Déjame en paz, no empieces con sermones vieja mustia!

No era la primera vez que Arturo replicaba con reproche estas palabras a su joven
esposa Hortensia quien – afligida y falta de energías por el cansancio que le
provocaba el hecho de tener un marido alcohólico desde hace años – se aferraba
a la esperanza, quizás inútil, tal vez provechosa de poder, con sus reprimendas,
lágrimas y desvelos provocar un cambio en las conductas nocivas de su amante.

Por desgracia, el vicio había hombre envilecido al hombre, pues ningún


atisbo de aquel esposo amoroso que otrora había sido quedaba en él: ya no más
detalles ni cartas de amor en un día especial; ya no más desayunos sorpresa en
cama al despertar ni besos nuevos al amanecer; las caricias que en otro tiempo
encendían y satisfacción la pasión de la pareja se habían disipado por carácter
gélido del marido; las palabras en el almuerzo o la comida eran escasas
limitándose al nivel más básico de comunicación cual si su relación fuese cordial,
pero no de amor; los tiempos de ocio y esparcimiento ya no existían entre aquel
par, pues la distancia los había separado, mintiéndolos unidos, al parecer, solo el
contrato social de las nupcias contraídas frente a iglesia y los hombres.

Era tal la deshumanización de Arturo que ningún rapapolvo ni lamento, por


parte de su esposa, lograban ni el más mínimo reparo en su proceder. No había
remedio, pues nada parecía hacerle entrar en razón. Por desgracia, los estragos
de su vicio habían ido más allá de su relación marital: en su círculo familiar – con
sus padres, hermanos y suegros –, en el trabajo, en la amistad e incluso en el
ámbito social – entre sus vecinos y cercanos –, Arturo era ya bien conocido por
sus groserías, espectáculos y altanerías cuando se dejaba dominar por el placer
bacanal.

Algunos, los menos interesados en los asuntos ajenos, ignoraban al pobre


hombre; otros, los más inmiscuidos en cuestiones que no competían a su
incumbencia, traían al hombre de boca en boca, ya fuese para maldecirlo o bien,
para sentir lástima por la decadencia en que se hallaba. Cualquiera que fuese el
caso, todo terminaba en lo mismo: todos los que conocían a Arturo sabían su
suerte.

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