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LOS REYES TAUMATURGOS MARC BLOCH aF OND O:DE.CULTURA-ECONOMICA-¢ 70 ANOS Il. LOS ORIGENES DEL PODER DE CURACION DE LOS REYES: LA REALEZA SAGRADA EN LOS PRIMEROS SIGLOS DE LA EDAD MEDIA 1, LA EVOLUCION DE LA REALEZA SAGRADA; LA CONSAGRACION L PROBLEMA QUE OCUPARA AHORA NUESTRA ATENCION ES DOBLE. El. milagro real se presenta ante todo como la expresién de una cierta concepcién del poder politico supremo. Desde este punto de vista, explicarlo serd referirlo al conjunto de ideas y creen- cias de las que fue una de las manifestaciones més caracteristicas. Pero hacer entrar un caso particular en un fenémeno mis general gno es en definitiva el principio de toda “explicacién” cientifica? Sin embargo, con llevar nuestra busqueda hasta este punto, no habria- mos concluido nuestra tarea. Si nos detuviéramos alli, dejariamos escapar precisamente lo particular, pues quedaria por explicar por qué razones el rito de curacién, surgido de un movimiento de pen- samientos y sentimientos comunes a toda una parte de Europa, apa- recié en determinado momento y no en otro, tanto en Francia como en Inglaterra, y no en otra parte. En definitiva, las causas profundas por un lado, y por el otro la oportunidad, el papirote que da naci- miento a una institucién que desde hacia tiempo se encontraba en potencia en los espiritus, Pero quizds tenga sentido preguntarse si verdaderamente hace falta una investigaci6n para descubrir las representaciones colectivas que originaron el tacto de las escréfulas. ;No es por demas eviden- te que este rito, de apariencia tan singular, fue en las sociedades me- dievales y modernas apenas el tiltimo eco de estas creencias “primi- no LOS REYES TAUMATURGOS fas tivas” que la ciencia de hoy, gracias al estudio de los pueblos salvajes, ha logrado reconstruir? ;No basta para comprenderlo con recorrer los grandes catélogos de hechos elaborados con tanto cuidado como ingenio por sir James Frazer, hojear La rama dorada o Los origenes madgicos de la realeza? “;Qué habria dicho Luis XIV —escribe Salomén Reinach— si se le hubiera demostrado que, al tocar las escr6fulas, actuaba como un jefe polinesio?”! Y ya Montesquieu, bajo el disfraz del persa Usbeck y hablando del mismo principe, decia: “Este rey es un gran mago; ejerce su imperio hasta sobre el espiritu de sus sbditos... Llega incluso a hacerles creer que los cura de cualquier clase de mal con sélo tocarlos: tan grandes son la fuer- za y el poder que tiene sobre los espiritus”? En el pensamiento de Montesquieu, la palabra “mago” no pasaba de ser una écurrencia. Pero hoy solemos darle de buena gana su sentido escrito. Yo elegt esta breve frase para epigrafe de este libro; y se habria podido insczi- bir, aun més justamente, al frente de las obras de sir James Frazer, quien nos ensefié a encontrar vinculos, ignorados por mucho tiem- Po, entre ciertas concepciones antiguas sobre la naturaleza de las cosas y las primeras instituciones politicas de la humanidad. Si, el milagro de las escréfulas se emparenta incontestablemente con todo un sistema psicolégico que se puede calificar de “primiti- vo”, por dos razones. En primer término, porque Ileva la marca de un Pensamiento todavia poco evolucionado Y muy sumergido en lo irracional; y también porque se lo encuentra en estado particular- mente puro en las sociedades que hemos convenido en lamar “pri- Mitivas”. Pero cuando decimos esto, ;qué hacemos més que indicar de una manera aproximativa el género de representaciones mentales hacia el cual conviene dirigir nuestra investigaci6n? La realidad his- térica es menos simple y mas rica que ese tipo de formulas. Sir James Frazer escribié: Se les atribuye a algunos reyes, en las islas del Pacifico y en otras partes, vivir en una atmésfera cargada de una especie de electricidad espiritual * Cultos, maitos y religiones, 1, p.21. 2 Cartas persas, i, p. 24. w=) MARC BLOCH que, mientras fulmina a los indiscretos que penetran en su circulo mégico, posee también, por un efecto feliz, el privilegio de dar la salud por simple contacto. Podemos suponer que ideas semejantes prevale- cieron en tiempos antiguos respecto de tos predecesores de los monar- cas ingleses: fa escréfula recibié verosimilmente el nombre de mal del rey, porque se creia que el tacto de un rey era capaz de produciria tanto como de quitarla? Pero entend4monos: sir James Frazer no pretende que en el siglo x10 en el x11 se pensaba que los soberanos ingleses o franceses eran capaces de difundir a su alrededor las escréfulas al igual que curar- tas; lo que 4 imagina es que en otro tiempo, en la noche de las eda- des, sus antepasados habian manejado esta arma de doble filo. Poco a poco habria quedado olvidado el aspecto temible del don real, y sélo permanecié el poder bienhechor. De hecho, y como ya vimos, los reyes taumaturgos de los siglos x1 0 xu no tuvieron que rechazar una parte de esa herencia ancestral, porque no habia nada en sus vir- tudes milagrosas que les viniera de un pasado muy remoto. Este argumento, al parecer, podria bastar. Pero vamos a descartarlo por un instante, y supongamos que el poder de curar de los principes normandos o Capetos tuvo origenes muy lejanos. jLa hipétesis de sir James Frazer adquiriré por ello mds fuerza? No lo pienso asf. Tal hipétesis se basa sobre el caso de las islas Tonga, en la Polinesia, don- de se dice que ciertos jefes ejercen una homeopatia de esta clase. Pero jde qué vale este razonamiento por analogia? E] método comparati- vo es extremadamente fecundo, mas con la condicién de no salirse de lo general; no puede servir para reconstruir también los detalles. Algunas representaciones colectivas, que afectan a toda la vida so- cial, aparecen en un gran mimero de pueblos, y siempre muy seme- } The Golden Bough, t, p. 371: “...royal personages in the Pacific and elsewhere have been supposed to live in a sort of atmosphere highly charged with what we may call spiritual elec- tricity, which, if it blasts all who intrude into its charmed circle, has happily also the gift of making whole again by a touch. We may conjecture that similar views prevailed in ancient times as to the predecessors of our English monarchs, and that accordingly scrofula received its name of the King’s Evil from the belief that it was caused as well as cured by contact with a king” Las cursivas son mias. Cf. ibéd., ur, p. 134. Bdicién del ree. LOS REVES TAUMATURGOS «fa 133, Jantes al menos en sus grandes lineas. Se dirian sintomaticas de estados de civilizaci6n determinados, y varian con éstos. En el seno de otras sociedades conocidas solamente por documentos relativamente recien- tes, o incompletos, no estan atestiguadas hist6ricamente; spero falta- rian en realidad? Es probable que no; la sociologia comparada permite reconstruirlas con mucha verosimilitud. Pero estas grandes ideas co- munes a toda la humanidad, 0 poco menos, recibieron evidentemen- te aplicaciones diferentes segtin los lugares y las circunstancias. El estudio de las tribus de Oceania aclara el concepto de la reale- za sagrada, tal como florecié bajo otros cielos, en Ja Europa antigua e incluso medieval; pero no cabe esperar que encontremos en Euro- pa todas las instituciones de Oceania. En un archipiélago polinesio —+s e] unico ejemplo mencionado— los jefes son causantes de en- fermedades y a la vez médicos. De ambas formas se manifiesta la fuerza sobrenatural de que estén dotados; pero en otras partes la mis- ma fuerza pudo manifestarse de otra manera: por hechos bienhe- chores, verbigracia, sin contrapartida negativa o funesta. Muchos de los primeros misioneros creyeron encontrar entre los “salvajes” toda clase de concepciones cristianas mas o menos borrosas. Cuidémonos de cometer el error inverso y no transportemos las antipodas enteras a Paris o a Londres. Tratemos, pues, de volver a trazar en toda su complejidad el mo- vimiento de creencias y sentimientos que ha hecho posible en dos paises de Europa occidental la instauracién del rito del tacto. Los reyes de Francia e Inglaterra pudieron convertirse en médi- cos milagrosos porque eran ya, desde hacia tiempo, personajes sa- grados: “sanctus enim et christus Domini est” [“en verdad es santo y ungido del Sefior”], decfa Pedro de Blois de su sefior Enrique I, con el fin de justificar sus virtudes taumaturgicas. Convendrd exponer, pues, en primer término, cémo el cardcter sagrado de la realeza llegd a ser reconocido, antes de explicar la asociacién de ideas que de una manera muy natural extrajo de este cardcter, como una especie de conclusi6n evidente, el poder de curacién de aquellos que de él esta- ban revestidos.* ‘ Para todo e! desarrollo que sigue Je debo mucho al valioso libro de Kern, Gottesgna- 324 # MARC BLOCH Los Capetos siempre se presentaron como los herederos auténti- cos de la dinastia carolingia; y los propios carolingios, como los de Clodoveo y sus descendientes. Los reyes normandos de Inglaterra rei- vindicaron, como bien patrimonial, la sucesion de los principes anglo- sajones. Desde los jefes de los antiguos pueblos francos, anglos 0 sajo- nes, hasta los soberanos franceses 0 ingleses del siglo xu, la filiacién es directa y continua. De modo que debemos dirigirnos antes que nada hacia las antiguas realezas germdnicas, pues con ellas estaremos tocando un fondo de ideas ¢ instituciones extremadamente arcaicas. Desgraciadamente las conocemos muy mal. Toda la Germania anterior al cristianismo nos quedaré irremediablemente a oscuras para siempre, porque carecemos de una literatura escrita. S6lo se pueden entrever algunos vislumbres. Pero éstos son suficientes para asegurarnos de que la concepcién de la realeza estaba impregnada de un cardcter religioso, tanto entre los germanos como en todos los pueblos en idéntico estado de civilizacién.$ Tacito observaba ya que, dentum, En esta obra se encontraré una abundante bibliografla (desgraciadamente desprovista de ordenaciGn) que me permitiré redueir aqui, en gran medida, las indicaciones biblingraficas, especialmente respecto de la consagracién. Quizds se peste un servicio a los investigadores si se les seitala que no encontrarin nada wtil en el articulo de Jos. von Held, Kénigtamt und in Ur-Quell, Monatschrift fiir Volkskunde, ui (892). Sobre la consagraci6n, apa- recieron después del volumen de Kern la util obra de Reginald Maxwell Woolley, Coronation Rites (The Cambridge Handbooks of Liturgical Study), en 12, Cambridge, 1915, y una tesis de la Facultad de Derecho de Tolosa, Georges Péré, Le sacre et le couronnementt des rois de France duss ours rapports avec les lois fondamentales, 2921, donde se encontrarin algunas indicaciones acer- tadas,a las que desgraciadamente perjudica una sorprendente ignorancia de la literatura sobre eltema, Cf. también Ulrico Stutz, Reims und Mainz in der Kénigswabl des X. und zu Beginn des XI. Jahrhunderts; Siteungsber, der preussischen Akademie, 1921, p. 414. 5 El cardcter sagrado de Ja antigua realeza germanica fue ihustrado en diversas oportunida- des. Se podré consultar con provecho sobre todo a H. Munro Chadwick, The Ancient Textonic Priesthood; Folk-lore, 1900; of. del mismo autor, The Origia of the English Nation, Cambridge, 1907, p. 320. Sugestivas indicaciones aparecen en J. Flach, Les origines de l'ancienne France, w, Pp. 236 y 237, y Paul Vinogradoff, Ouitines of Historical jurisprudence, t, Oxford, 1920, p. 352. ‘Aqui utilizaremos algunas informaciones tomadas del grupo escandinavo, No ignaro que, ‘entre estas poblaciones, el cardcter sagrado de la realeza se encontraba fuertemente acentuado coma consecuencia de la falta de un sacerdocio especializado, que en cambio parece haber existido en muchas tribus germénicas, Los reyes del norte siguieron sienda siempre sacerdo- tes; la mayorfa de los reyes de Germania propiamtente dicha, en la épaca de las invasiones, no tenian © hablan dejado de tener funciones de esta naturaleza. Pero estas diferencias, por importantes que sean, no nas interesan para nuestro tema, ya que tanto en el sur como en el norte Ja nacién fundamental era a misma, y esto es lo que debemos tener en cuenta, LOS REYES TAUMATURGOS #125 a diferencia de los jefes de guerra temporarios, libremente elegidos en razon de su valor personal, los reyes, entre los germanos, salian unicamente de algunas familias nobles: lo que debe entenderse, sin duda, como de algunas familias dotadas en forma hereditaria de una virtud sagrada.* Los reyes pasaban por seres divinos, @ al menos des- cendientes de dioses. “Los godos —nos dice textualmente Jorda- nés— atribuian sus victorias a la influencia positiva que emanaba de sus principes, y jamés quisieron ver en éstos simples hombres. Les daban el nombre de “Ases’, es decir, semidioses.”” Esta palabra, Ases, aparece también en las antiguas lenguas escandinavas y servia, en efecto, para designar a los dioses, 0 a ciertas categorfas de ellos. Conservamos varias genealogias reales anglosajonas y todas se remontan a Wotan. De esta fe en el origen subrenatural de los reyes provenia un sentimiento de lealtad general, no referido a tal o cual individuo: la primogenitura no existia; el derecho hereditario en el seno de la dinastia estaba mal establecido. Era posible cambiar al soberano, pero con la condicién de que el nuevo perteneciera siem- pre ala misma dinastia. “Asi como el que nace de vosotros esta con- ° Germ, vir: “Reges ex nobilitate, duce ex virtute sumunt”, Con frecuencia se ha relaciona- do acertadamente esta frase de Tcito con la que se lee en Gregorio de Tours, Histor. Franc., u, 9,4 propésito de los orfgenes francos: “ibique iuxta pagos vel civitates reges crinitos super se creavisse de prima, et ut 1a dicam, de nobitiori familia”. 7 Getiea, c. xun, ed. Mommsen (Mod. Germ. A.A., v), p. 76, a propésito de la familia real de los Amales: “iam proceres suos, quorum quasi fortuna vincebant, non puros homines, sed semideos id est Ansis yocaverunt’. Sobre el sentido de la palabra “Ase”, of. Maurice Cahen, Le niet “Dieu” en vieux-scandinave (Collec. Linguistique Soc, Linguistique de Parls, x, y Tesis de ta Facultad de Letras, Parts), 1921, p. 10, 1.1. E. Mogk, articulo “Asen”, en Hoops, Reallexikor: der germ, Altertumskunde, parece creer que la palabra sélo se aplicaba a los reyes muertos y divini- zados después de su deceso. Pero yo no encontré nada semejante en Jordanés. En un texto curio- so de Justin, Histor. Philippi, vu, 12, se ve a los macedanios llevanda al combate a su r¢y todavia : “tanquam deo victi antea fuissent, quod bellantibus sibi regis sui auspicia defuissent”. Se encuentra aqui una creencia andloga ala que el texto de Jordants testimonia entre los godos. * Cf, entre otros, Kemble, She Saxons in England, ed, de 1876, Londres, 1, p. 336; W. Golther, Hartdbuch der deutschen Mythologie, 1895, p. 299; }. Grimm, Deutsche Mythologie, 4% ed., Berlin, 1878, 111, p. 377. El estudio mils reciente sobre fas genealogias es la disertacién de E, Hackenberg, Die Stammtajein der anglo-stichsischen Kénigreiche, Berlin, 1918. Yo no pude verlo; sus princi- pales conclusiones aparecen resurttidas pot Alois Brand), Archiv fiir das Studium der neweren Sprachen, t. 137 (1938), pp. 6 ss. {especialmente p. 18). Quiz4s se encuentre una alusién al ori- gen pretendidamente divine de los merovingios cn una frase de la célebre carta escrita por Avitus, obispo de Viena, a Clodoveo, en ocasién de su bautismo. Cf. Junghans, Histoire de Childerich et de Chiodovech, trad. Monod (Bibl. Hautes ftudes, fasc. 37), p. 63,11. 4, 126 4 MARC BLOCH siderado de origen senatorial —le escribia Atalarico al Senado roma- no—, cl que proviene de la familia de los Amales —frente a la cual toda nobleza se borra— es digno de reinar” Y en otro momento el mismo principe, mezclando nociones germanicas con un vocabula- tio romano, hablaba de Ja “sangre de los Amales, consagrada a la Purpura’? Unicamente estos linajes predestinados eran capaces de dar seftores verdaderamente eficaces, pues sdlo ellos poseian esa vir- tud misteriosa, quasi fortuna, como decia Jordans, en la que los pueblos vefan la causa de sus éxitos, mas que en el talento militar de tal o cual capitan. La idea de Ja legitimidad personal era débil; la de la legitimidad dindstica, muy fuerte." En el siglo vi, un grupo separado de la na- cién hérula se habia establecido en la regién danubiana. Una rama del linaje tradicional Ia habia seguido y le suministraba sus jefes. Pero un dia toda ella desaparecid. Su ultimo retofio, como tantos otros principes en estos tiempos de violencia, fue asesinado por sus Propios stibditos. Mas estos barbaros, que habian masacrado a su Tey, no se resignaban a prescindir de la sangre real, y decidieron mandar a buscar a un representante hasta la lejana patria de la que habia partido la migraci6n; a “Thule”, dice Procopio, por la que debe entenderse, sin duda, la peninsula escandinava. El primer elegido murié en el trayecto; entonces los embajadores volvieron sobre sus pasos y fueron a buscar a otro. Mientras, los hérulos, cansados de €sperar, habian terminado por poner a su frente a uno de ellos desig- nado por su valor individual. No atreviéndose quizas a elegirlo ellos mismos, habjian pedido al emperador que lo nombrara. Pero cuan- do legé el heredero legitimo, a pesar de que era desconocido de todos, en una noche casi todo el pueblo vino a ponerse de su lado"! * Casiodorn, Variae, vu, 2; “quoniam quaevis claritas generis Hamalis cedit, et sicut ex vobis qui nascitur, origo senatoria nuncupatur, ita qui ex hac familia progreditur, regno dig- nissimus approbatur”s 1, t:“Hamali sanguinis purpuream dignitatenn” "Es lo que los historiadores alernanes expresan cuando contraponen el Gebiittsrecht al Exbrecht. . * Procopio, De Betlo Gothic, u, 15. Cf. Kern, Gattesgnadentum, p, 22. Para Procopio, los hérulos establecidos en “Thule” son un grupo que legé tardfamente desde la regién del Mar Negro, donde el pueblo hérule habia vivido “desde la mayor antigtedad” (x, 14); error eviden. te y undnimemente rechazado. LOS REYES TAUMATURGOS fa 27 Se consideraba que estos reyes verdaderamente divinos posefan un cierto poder sobre la naturaleza. Segin una concepcién que se encuentra en muchos otros pueblos (y que se desarrollé con parti- cular fuerza en el seno de las sociedades chinas), se los consideraba responsables de] orden de las cosas. E] rey de Noruega, Halfdano el Negro, segtin relata la leyenda recogida en el siglo xu en la Heims- kringla, fue “de todos los reyes el que obtuvo mejores cosechas”. Cuando muri, su caddver, en lugar de ser enterrado entero en un solo lugar, fue partido en cuatro y cada pedazo sepultado debajo de un tamulo en cada uno de los cuatro distritos principales del pais, pues “la posesién del cuerpo” —o de uno de sus fragmentos— “des- pertaba en quienes lo tenian la espera de buenas cosechas”? Los daneses atin crejan en el siglo xi que un principe excelente podia procurarles a los hombres una hermosa Progenitura o buenas cose- chas, con sélo tocar a los nifios o el trigo.’? A veces, cuando la cose- cha fracasaba, se destituia al rey. Tal era la suerte de los reyes burgun- dos cuando ese caso se daba, segtin el testimonio de Amiano Marce- lino, El historiador romano, con su habitual inteligencia, nos invita a vincular esta costumbre con las tradiciones del antiguo Egipto, patria clasica de la realeza Sagrada, E idéntica practica parece haber estado en vigencia en la Suecia pagana.'4 © Heimskringla, ed. Finnur Jonsson, 1, Halfilana Saga Svarta, K. 9, Para la traduccién de est texto y de los de la misma fuente que se citarén més adelante, debo mucho a la ayuda que tuvo a bien prestarme mi colega Maurice Cahen. "Esto es lo que surge de un pasaje del historiador danés sajén el Gramético (lib. xiv. ed Holder-Egger, Estrasburgo, 1886, p, 537), Seguin este texto, cuando Vaidemaro I de Dinamarca atroves6 Alemania en 1164 para asistir a la dieta de Dole, las madres querian que les tocase sus bijos y los campesinos sus granas, esperando obtener asi un buen crecimiento para unos y tros. Incluso en el extranjero se crefa en el poder maravilloso de Valdemaro; exageracién manifiesta, de la quue es responsable sin duda el chovinismno de Sajén el GramAtico. Esta histo- iets, sin embargo, ¢s muy instructiva: nos informa no tanto sobre el estado de espiritu de los alemanes, sino sabre el de los daneses. Para alabar a un rey de stt pals, squé imagin6 Saj6n? Que hasta los pueblos vecinos recurrian a la mano sagrada del principe. Es posible que este gesto de parte de sus compatriotas les parecid demasiado trivial como para que mereciera mencionarlo. El no invents, por cierto, la creencia que describe: gde donde extrajo la idea? Se debe supaner que, a los efectos de su relato, simplemente ln cambié de pais. Quizds compar. tia €l mismo esa creencia, pues habla de ella con evidente simpatia, aunque sin duds, por res- Peto g las doctrinas de la Iglesia, no pudo dejar de indicar que tenia un caticter supersticioso: “Nec minus supersticiosi aprestes... “Amm, Marcellin, xxv, 14: “Apud hos generali nomine rex appellatur Hendinos, et ritu 128 #* MARC BLOCH Los reyes germdnicos, sefiores de los afios abundantes, ;también extendian su poder a las enfermedades? La Heimskringla, redactada recién en el siglo xi en Islandia por el sacerdote Snurre Storleson, atribuye algunas curaciones al rey Olaf, hijo de Haraldo, que reindé en Norucga a comienzos del siglo x1.'° Pero Olaf, san Olaf, era un santo del cristianismo. Los milagros que le atribuye la saga islandesa son quizds sélo el eco de un tema hagiografico. Sin duda, nuestros textos son demasiado pobres para permitirnos afirmar que jamds ningtin pueblo germanico vio en su rey a un médico. Mas vale que- darse en la duda, tal como aconseja una sana prudencia. Conviene observar también que en la sociologia comparada, a la que siempre es legitimo recurrir cuando faltan documentos feha- cientes, nada nos obliga a admitir que los reyes, en la antigua Ger- mania, a pesar de estar dotados de una virtud divina, tuviesen todos o en su mayoria el don de curar, pues los reyes que curaban parecen haber sido siempre y en todas partes bastante raros. Al menos es la impresién que producen las obras de sir James Frazer. Son muy poco numerosos los ejemplos de esta modalidad de la magia real que se ueteri potestate deposita remouetur, si sub eo fortuna titubauerit belli, vel segetum capia negauerit terra, ut salent Aagyptii casus eiusmodi suis adsignare rectoribus”: Para Succia, véase Heimskringla, 1, Yngtinga, K. 15 y 43: obsérvese en el segundo de estas pasajes Ia aparicion de la idea de que las malas cosechas se deberian no a ta ausencia de este poder misterioso en el rey, de esta quasi-fortune de que habla Jordans, sino a una falta precisa cometida por él (dese do en Ja realizacion de sacrificios). Es un comienzo de interpretacién racionalista, que defor- ma una antigua creencia. Se encuentran supersticiones andlogas entre los primitivos. A este respecto existe una literatura abundante; véase en ultima lugar a L. Lévy-Bruhl, La mentatité Primitive, 1922, pp. 366 ss. "5 Heimskringla, 11, Olafs Saga Helga Konvengs,n, K. 155 y #89. Olaf murié en 1030. W. Ebstein, Zur Geschictite der Krankenbichandlung; Janis, 1910, p. 224, sac6 partido de estos textos (en el segundo de ellos se ve a Olaf curando a un nifio de un tumor en el cuello) para atribuirle al tacto de las escréfulas un origen escandinavo: tal practica habria pasado de los palses del norte a Inglaterra durante el reinado de Eduardo, y de allf a Francia, Esta teoria no necesita ser refu- tada, Bastard con recordar las fechas: el poder de curacién de Olaf est atestiguado recién por un documento del siglo xiu, sin que haya nada que permita creer que entre los reyes de Noruega apareci6 el ejercicio de un don dinéstico, Los mifagros de san Eduardo son conaci- dos recién por un texta de comienzos del siglo x1, muy sospechoso en todo sentido. Ea Fran- cia, el rito estd en vigencia con seguridad a mediados del siglo xn (Felipe I) y muy probable- mente el poder taumatiirgico de los principes franceses se remonta a fines del siglo x, ¢s decir, a una época todavia anterior, no sélo a la Saga a la que le debemos cl relato de las curaciones efectuadas por san Olaf, sino al reinado mismo de este monarca, asi como el de san Eduardo. LOS REYES TAUMATURGOS fe 129 encuentran en esas grandes recopilaciones. Los jefes ualos del Sene- gal, los polinesios de las islas Tonga, reaparecen continuamente en ellas, como esos figurantes de teatro que girando una y otra vez alre- dedor de los mismos elementos escenograficos Tepresentan la ima- gen de un ejército desfilando.'® En rigor, no hay nada sorprendente en esta escasez. La fuerza milagrosa que los “primitivos” atribuian a los reyes solia ser concebida para ser empleada con fines colectivos y para procurar bienestar al grupo entero, y no para dirigirla hacia fines individuales. Su papel es hacer que llueva o asegurar la regula- tidad de las cosechas, mas que curar las enfermedades particulares. ¥, en efecto, es sabido que podrian llenarse f4cilmente paginas y paginas con los casos de jefes “que hacian Ilover” que nos suminis- tran los testimonios etnograficos, Asi se explica, quiz4s, que el rito de tocar se haya desarrollado con mayor facilidad en sociedades donde la religion prohibia atribuir a los reyes una influencia sobre los gran- des fendmenos césmicos que rigen la vida de las naciones. Una revoluci6n religiosa, en efecto, asestard un golpe muy duro ala antigua concepcién de la realeza sagrada, tal como florecié entre los germanos: e] advenimiento del cristianismo, que la privé de su apoyo natural, el paganismo nacional. Los reyes subsistieron en cuanto jefes de Estado; incluso por un momento, con posterioridad a las invasiones, su poder politico fue mas fuerte que nunca. Pero al menos en el plano oficial dejaron de ser considerados personajes divinos. Sin duda que las viejas ideas no se borraron de golpe y es probable que persistieran, de manera mds 0 menos solapada, en la conciencia popular. Los textos que poseemos permiten extraer algu- “Se podrian agregar algunas familias nobles de Arabia, cuyo poder de curar, especializa- do en la rabia, parece remeontarse al periods preislimico: ¢f. infra, p. 86, n. 64. Para la antigue- dad clisica, los textas son oscuros. Un pasaje de Plutarco, Pyrrhus, cm, nos muestra que se le atribufa a Pirro el don de curary que el asiento de este poder maravilloso se ubicaba en el dedo gordo del pie: pero nada nos indica que hubiera compartido este privilegio con los demds reyes del Epiro. Quizés debemos ver aqué un caso anétogo al del merovingio Gontrin: aplica- ci6n propia a un individuo particularmente ilustre —pero no a todo un linaje— de la creen- cla general en el cardcter magico de la realeza. Por otra parte, dos enfermedades —-la lepra y la ictericia— aparecen calificadas en los textos antiguos como morbus regius (referencias espe- cialmente en Law Hussey, On the Cure of Scrofulous Diseases, p, 188), sin que de ninguna ma- nera sea posible determinar si, en sus origenes, esta denominacién tenia alguna relacién con el “milagro” real. yo f= MARC BLOCH nos rasgos que las caracterizan, y es verosimil que encontrariamos muchos otros si nuestros documentos no fueran de origen eclesias- tico y por consiguiente hostiles al pasado en este punto.” La larga cabellera que constituia el atributo tradicional de la dinastia franca (todos los demas hombres libres usaban los cabellos cortos no bien llegaban a la edad adulta) habia sido en su origen un simbolo de orden sobrenatural; 0 mejor, estos cabellos que jams se cortaban debieron ser primitivamente como el asiento mismo del poder ma- ravilloso que se les reconocia a los hijos de la raza elegida. Los reges criniti eran otros tantos Sansones. Esta costumbre, conocida desde muy antiguo, perduré tanto como los merovingios mismos, sin que podamos saber si siguié teniendo un valor mégico hasta el final, al menos entre el pueblo.’ Muchos personajes pertenecientes a las " Me limito aqui a las supervivencias seguras. Se han invocado otras. Segiin algunos historiadores (por ejemplo Grimm, Deutsche Rechisaltertiimer, 4+ ed.,., pp. 314 85. ¥ Mun- 10 Chadwick, loc. cit.}, los carros tirados por bueyes sobre lox cuales Binhard nos mostré a los dltinios merovingios, serian carros sagrados, andlogos a los que servian segin Tacito (Germ, 40) para las procesiones de la diosa Nertus; hipétesis quizés seductora, pero que no pasa de ser una pura hip6tesis. Una leyenda, atestiguada por primera vez por el seudo- Fredegario (1), 9), hace de Meroveo el hijo de un monstruo marino: jes la huella de un viejo mito pagano o bien una pura leyenda etimotégica nacida en Gatia, cuyo principio seria un juego de palabras a propésito del nombre de Meroveo? ;Qunén podra saberlo nunca? Hay que set muy prudente. Permitaseme indicar aqui un ejemplo divertido de los excesos en que pue- den incurrir los folkloristas demasiado ardientes. Se lee en Grimm, loe. cit. p. 339 esla frase que apoya una ceferencia al poema provenzal de Fierabrds: “Der Kénig, der ein Pferd todtet, hat kein Recht. im Reich’. ;Se trataria de un “taba”? Vayamos a los textos. Kierabrés es un rey pagan, pero un caballero valiente. Combate con Oliverio y por accidente mata ef caballo de su enemigo: grave falta a las reglas de las justas cortesanas, pues nada habia peor considerado que triunfar sobre un adversario suprimienda su cabalgadura. De ahf los reproches de Oliverio: un rey que hace semejante cosa no merece rear: “rey que caval auci non a dreg en Fegnat’, dice el texto provenzal citado por Grimm (I. Bekker, Der Raman von Fierabras, Berlin, 4829, ¥. 1388); “Rois ki ceval ocist n'a drait en ireté’ dice et poema francés (ed. Guessard, en Les anciens postes de Ia France, 1860, v. 1119). Fierabrés entonces desciende de su caballo; los dos héroes estan ahora en igualdad de condiciones y el combate puede proseguir sin incorreccién. El verso que acabo de citar, aislado de su contexto, parece aportar la mas curiosa informacion sobre la magia real; y fue asi como lo entendié Grimm. Pero leamos la escena entera y encon- traremos que se trata de indicaciones bastante triviales sobre la esgrimia caballeresca. ** Los testimonios m4s antiguos son sir) duda los de Claudien IV, Consul. Honor, 446; Laud. Stilic., L, 203; Avitus, carta a Clodoveo a propésito de su bautisma, ed. U, Chevalier, Oeuvres de St. Avit, Lyon, 1890, ep. xxxvin, p. 192; Priscus, lozpota To@fy7 c. 16. EI cadaver de Clodamiro, en el campo de batalla de Vézeronce, fue reconacido por sus largos cabellos, “honor de la estirpe real”. Véase el muy curioso pasaje de Agathias, Histor, ,c. 3. La costum- bre que imponia a los francas adultas el uso de cabetlos cortos esté atestiguada por Gregorio LOS REYES TAUMATURGOS fa 31, casas reales anglosajonas fueron venerados como santos después de su muerte; lo mismo ocurrid, aunque en menor escala, entre los me- rovingios. Y no es que estos linajes hayan sido particularmente fe- cundos en virtudes religiosas 0 privadas; lo que pasa es que se ponia de buena gana en los altares a los miembros de las familias que la gente estaba acostumbrada a considerar sagradas."® A partir de Dagoberto, la dinastia merovingia perdié su poder efectivo, y sin embargo estos reyes, simples fantoches, siguieron rei- nando nominalmente durante mas de un siglo y medio. El primer golpe de Estado que se intent6 contra ellos, el de Grimoaldo, fraca- sé miserablemente. E] propio Carlos Martel se creyé bastante fuerte para suprimir durante un tiempo la realeza, pero no para usurpar el titulo real. Sin duda, este fracaso y esta prudente abstencién se expli- can en parte por las rivalidades entre los grandes, pero s6lo en parte. ‘Tenemos que pensar que la dinastia legitima conservaba una especie de prestigio, aun en su declinacién. Se lo ha ‘comparado a veces con la situacién de los descendientes de Clodoveo, reducidos por los ministros a una existencia puramente decorativa, 0 con lo que fue la vida de los mikados al tiempo de los shogunes en el antiguo Japén. Y en efecto, salvadas las distancias, es verosimil que tanto los princi- pes francos como los emperadores japoneses hayan sido protegidos por largo tiempo, si no precisamente por su naturaleza sagrada, al menos por los oscuros recuerdos que su antiguo papel habia impre- so en los espiritus. Sin embargo, hasta ¢l siglo vi, si nos atenemos a las apariencias oficiales, los reyes francos o ingleses no fueron otra cosa que cristianos como los demas, y hasta podriamos decir que lai- cos puros. Ninguna ceremonia eclesidstica consagraba su adveni- de Tours, Histor., wt, 18. No es éste el lugar para investigar si en otras pueblos germanicos tam- bién ia larga cabellera era un distintivo real. Pero al menos es seguro que, en algunos de ellos, cl privilegio de usazla era conmin a todos los hombres libres. Para los suevos en tiempos de Tacito, véase Germ. xxxvins para los godos, F. Dahn, Die KOnige der Germanen, ih, P- 26. Sobre el valor migico de ios cabellas largos, of J, Frazer, Folk-lore in the Old Testamet., Londres, 1919, Pp. 480 ss. [Et folklore en el Antiguo ‘estamento, Fen, 1981.) "* El mismo hecho fue observada en al caso de Rizancio por Bréhier (en la obra que se menciona mds adelante, p. 132 n. 21). p. 72: “Otro hecho significativo {de la supervivencia del culto imperial} es Ia frecuencia de canonizaciones imperiales” 32. f MARC BLOCH miento, y las solemnidades que rodeaban a éste se hallaban regula- das por una costumbre bastante imprecisa. Ningtin sello religioso particular venia a inscribirse en su frente.2° A aquellos soberanos germanicos que, come los merovingios, se encontraron reinando después de las invasiones sobre un pais pro- fundamente romanizado, la tradicién del pueblo conquistado les ofrecia todos los esplendores de la religién imperial. Sin duda que también por alli el cristianismo habia pasado; pero, aunque poco a poco modificé algunas formulas, casi no tocé el fondo de las cosas. En Bizancio, la religié6n imperial perduraria casi tanto como el Im- perio.?! Conocemos sus pompas oficiales, pero no podemes com- prender bien el ascendiente que ella pudo tener sobre las almas. Algunos emperadores fueron considerados taumaturgos: Vespa- siano, proclamado en Oriente, en un medio cargado de esperanzas mesianicas, hizo algunas cutaciones; pero ello ocurrié en Alejandria, tierra acostumbrada desde hacia milenios a venerar a sus jefes como a dioses, y ademds se sospeché siempre que los sacerdotes del Sera- peo, cuya ubicacién bien se conoce, fueron los que maquinaron estas manifestaciones milagrosas. También se dice que Adriano curé a un ciego;” pero tales ejemplos son aislados. Jamas sabremos si la con- cepcion del cardcter divino de los emperadores era tan fuerte como para que la masa creyera corrientemente que su poder milagroso era ® Se encontrardn textos relativos al ceremonial del advenimiento en las dinastias bérbaras, comodamente reunidos c inteligentemente comentades en W. Schuecking, Der Regierungsan- rritt, Leipzig, 1889. En suma, entre los merovingios la toma del poder por el nuevo rey va acompatiada de practicas diversas, variables, que no parecen haber sido agrupadas y fijadas jams en un ritual ordenado: elevacién sobre el escudo, investidura por la lanza, gira solemne a través del reino... Todas estas practicas poseen un caracter comin: siguen siendo estricta- mente laicas (en cuanto se las considera vacfas de su antiguo caracter religinso, que era paga- no); le Iglesia no interviene en ellas. Cf, para una opinién expresada recientemente en senti- do contrario por Germain Morin, infra, apéndice m, p. 566. » Véase Louis Bréhier y Pierre Batiffol, Les survivances du culte impérial romain, 1920; espe- cialmente pp. 35, 43 59: of lc. 1. de J. Ebersolt, Moyen Age, 1920, p. 286. ® Para Vespasiano, Tacito, Hist, w, 81 Suetonio, Vesp.. 7; Dion Cassius, ixvi, 8. Para Adriano, Vita Hadriani, c. 25. Cf. Otto Weinreich, Antike Heilungswunder (Religionsgeschich- tliche Versuche, vm, 1), Giessen, 1909, pp. 66, 68, 75; H. Dieterich, Archiv. fir Religionsuwi- ssensch., Vin, 1905, p. $00, n. 1. Sobre Vespasiano y ef mesianismo, véanse las hermosas paginas de Renan, LAntichrist, capitulo 1x. LOS REYES TAUMATURGOS fm 133, realmente operante. Pero no cabe duda de que la religién imperial fue un maravilloso instrumento para reinar. Los barbaros lo dejaron perder. Tampoco los merovingios se presentaron como sucesores del Imperio. Es verdad que Clodoveo —segtin nos relata Gregorio de Tours, cuyo testimonio no me parece que deba rechazarse—, aun aceptando una magistratura de manos del soberano de Bizancio, se hizo llamar Augusto por una especie de usurpacién.” Pero sus des- cendientes no utilizaron jamés ese titulo. Sin embargo, habrian po- dido sentirse mds libres que él frente al Augusto de los bordes del Bésforo, Las conquistas de Justiniano, volviendo a introducir en Occidente las armas “romanas”, Hevaron a los reyes francos a liberar- se definitivamente de toda dependencia de los antiguos duefios del mundo. Hasta entonces habian consentido, por cierto, en aceptar la supremacia imprecisa de un emperador lejano; mas no querfan per- manecer atados a un vinculo de sujecién, por difuso que fuese, res- pecto a un vecino excesivamente prdoximo y amenazador por demas. Pero cuando afirmamos su autonom{a —especialmente por el acu- fiamiento de monedas con su nombre— se cuidaron muy bien, ya fuera por un resto de respeto o por indiferencia, de no utilizar los titulos antiguos, a pesar de que eran ricos en términos que evocaban el cardcter sagrado del principe. El culto imperial desaparecié en la Galia conjuntamente con la dominacién de Roma. A lo sumo cabe suponer que no desaparecieron los habitos mentales a que habia dado origen, ni cierta tendencia a confundir las categorias de lo poli- tico y de lo divino, » M. Batiffol (loc. cit, p. 17, n. 2) observa acertadamente que se encuentran en el reine ostrogodo de Italia vestigios del culto imperial. Con Teodorico se adoraba en él la prirputa: Casiodoro, Variae, x1, 20 y 31. Pero el reinada de Teadorico, desde el punto de vista del dere- cho potitico, estaba en situacién incierta: todavia formaba parte del Imperio, al menos teéri« camente; y s6lo en cuanto magistrados imperiales los primniscrini y los primicerii, menciona- dos en las formulas de Casiodoro, cumplian los ritos tradicionales. + Sin querer entrar en una discusién sobre este punto, que aqui estarfa totalmente fuera de lugar, me bastard con observar que una inscripci6n italiana le daba a Teodotico —del que no se puede dudar que fuera magister militum, es decir, funcionario imperial— el titulo de “semnper augustus”: C. EL. x, 6851, Como se ve, el uso no impedia tales confuusiones de len- guaje en paises romanizados sometidos a los barbaros. Por supuesto, queda mas de un punto oscuro —especialmente en lo referente al titula preciso que el emperador Anastasio le discer- nia a Clodoveo— en el texto de Gregorio de Tours. 34 f& ~~ MARC BLOCH Mas tarde, Carlomagno reanudé el vinculo con la tradicién ro- mana. E] Imperio resucité.” Pero fue un Imperio totalmente cristia- no. La religion imperial, pagana en su esencia, ademas interrumpida por una protongada prohibicién, no podia renacer con él. En Bizan- cio, los emperadores no habian dejado de califtcarse de divinos. Car- lomagno, 0 aquel de sus consejeros que redact6 en su nombre el pre- facio de los Libros del rey Carlos, no dej6 de reprocharles su orgullo desde lo alto de su ortodoxia.?5 Sin embargo, en esta época se vieron reaparecer algunas expresiones mas inofensivas, tomadas del lengua- je obsequioso del Bajo Imperio. Se volvié a hablar de los sagrados emperadores, del muy sagrado Augusto, del palacio sagrado.”” Hasta el propio Hincmaro, tan preocupado por negar a Jos soberanos tem- porales todo cardcter sacerdotal, llegé a escribir en cierta ocasién: “los ojos sagrados” del emperador.?* Sin embargo, no debe engafiarnos este vocabulario que, por lo de- més, y a] menos en Francia, no sobrevivié casi ala época carolingia.” Sobre las teorfas politico-religiosas de In €poca carolingin, se encontraré tina recopila- cibn dtil de referencias ¢ indicaciones inteligentes en H. Lilienfein, Die Aschawurigen von Staat und Kirche im Reiche der Karolinger: Heidelb, Abh, zur mittlerer und neueren Gesch. 1, Hei- delberg, 1902, Desgraciadamente el autor tiende a explicarlo todo valiéndose de la antitesis del “romanismo” con el “germanismo”. ;Cudndo se decidira a dejarse de lado esta dicotomia puc- til? Yo pude extraer poca cosa de W. Ohr, Der karalingische Gottesstaat in Theorie und in Praxis, Leipzig, 1902. %1,1,3: Migne, BL. t.98, cols, 1or¢ y 1015. Mucho mas tarde, Federico Barbarroja, que bas- tante tendria que reprocharse a este respecto, no vacilaba en quejarse por el empleo de la pala- bra “santo”, aplicada al emperador bizantino: véase Tageno de Passau en Monum, Germaniae, $S.. XVII, p. $10, Kineas 51 ss. ””€, Eichmann, en el Festschrift G. v. Hertling dargebrackt, p. 268, n. 3, cita algunos ejem- Plos; se podrian agregar muchos més. Bastard con remitir a los indices de los Capitularia regauim Francorum y de los Concitia en las ediciones de los Monumenta Germ.; of. también Sedulius Scottus, Liber de rectoribus christianis, c. 9, ed. S. Hellmann (Quellen und Unters, zur tatein. Philologie des Mittelalters, 1,1) p. 47% Paschase Radbert, Epitaphium Arsen, 1, u, ¢.9 26, d. Duemmaler (Kgl. Preassische Akadensie, Phil. -hist. Klasse, Abhandl, 1900, n), PP. 72, 85. * De ordine palatii, c. x00uy, ed. Prou (Bibl. Ee. Hautes Etudes, fase, 58), p. 90: “in sacris ejus obtutibus”, Es sabido que este tratado de Hincmaro no es mas que la actualizaci6n de una obra anterior compuesta por Adalardo de Corbie y que se ha perdido. La expresién que acabo de recoger se adecuaria mejor a las ideas de Adalardo que a las de Hincmaro; quizds éste la reco- gid en la fuente misma. ® Se le encuentra en uso en Alemania en tiempos de los emperadores sajones; Waitz, Ver= fassungsgeschichte, 2* ed., Vi, p. 155, 9. $; ¥ por Supuesto alcanzé una boga nueva con los Hohenstaufen; ef, Max Pomtow, Ueher den Einfluss der altrémischen Vorstellungen vom Staut auf die Politik Kaiser Friedrichs 1, Halle, 1885, especialmente pp. 39, 61. Véase infta, pp. 444-445. LOS REYES TAUMATURGOS fe 135 Ya en Roma se le habia despojado de su valor original: estas f6rmu- las piadosas se habian convertido mds bien en términos de simple cortesia, Entre los escritores del siglo 1x sélo traducen una fami- liaridad puramente verbal con los textos latinos. O bien, aun cuando a estas palabras de apariencia antigua los contempordneos de los pri- meros emperadores francos les adjudicasen su estricto sentido, ellos ho pensaban en el viejo culto caduco, que en otro tiempo se habia expresado en esos términos, sino en un ceremonial reciente y autén- ticamente cristiano. Los soberanos de Occidente se habfan vuelto ofi- cialmente sagrados, gracias a una institucién nueva: la consagracion eclesidstica del advenimiento, Y mas particularmente su rito funda- mental, Ja uncién. La uncién aparecié, como veremos, en los reinos barbaros de los siglos vir y vin. En cambio, en Bizancio se introdujo mucho més tarde y por evidente imitacién de las costumbres extran- jeras. En tiempo de Carlomagno, las gentes bizantinas se burlaban de este gesto que no comprendian; y relataban, presumiblemente mofandose, que el papa habia ungido al emperador franco “de la cabeza a los pies” Los historiadores se han preguntado a veces de donde proviene esta diferencia entre las pompas monarquicas de Occidente y de Oriente. La razén me parece clara: la religién imperial, siempre muy presente en la Roma del este, hizo intitil el rito nuevo. En suma, en los reinos surgidos de las invasiones, una multitud de recuerdos de origen diverso, germanico 0 romano-oriental, man- tenia en torno a la realeza una atmésfera de veneracién casi religio- sa; pero ninguna institucién regular dio sustentacién a este vago sentimiento, Y en definitiva fue la Biblia la que proporcioné el me- dio de reintegrar a ta legalidad cristiana la realeza sagrada de las vie- Jas épocas, ya que clla aporté comparaciones utiles. Asi, en el capitu- lo xiv del Genesis, se lee cémo Abraham recibié el pan y el vino de manos de Melquisedec, que era a la vez rey de Salem y sacrificador det Dios poderoso; episodio misterioso que atin hoy los exégetas °° Véase infra, p. 568. Para la controversia relativa a la introduccién de la uncién en Bizancio, véase infra, p. 578. * Gents x1¥s 18; ef. Salm., cx, 4. El papel simbélico de Melquisedec qued6 abundantemen- te aciarado en la Epistola a tos hebreos. 136 4 =~ MARC BLOCH tienen dificultad en explicar. Los primeros comentaristas trataron de sortear el obstacule atribuyéndole un sentido simbédlico. Melquise- dec seria una representacién de Cristo, y por esta razén se lo ve re- presentado en tantas catedrales. Pero esta figura enigmatica también debia tentar a los apologistas de la realeza. Este rey-sacerdote hacia remontar a un pasado prestigioso el ideal de los que reconocian en los reyes un cardcter sobrehumano. En épocas de la gran controver- sia entre el Sacerdocio y el Imperio, en los siglos xi y xn, Melquisedec ——san Melquisedec, come dice el sacramentario carolingio de san Amand—” se puso de moda. Y se solia invocar su ejemplo en la épo- ca merovingia. Fortunato decfa de Childeberto: “Nuestro Melqui- sedec [al que se le denomina] con justicia rey y sacerdote, laico, ha consumado la obra de la religion”* Pero el Antiguo Testamento no era sdlo una fuente de simbolos: también suministraba el modelo de una instituci6n muy concreta. En el viejo mundo oriental, los reyes eran considerados, por supues- to, personajes sagrados. Su cardcter sobrenatural quedaba sefialado en muchos pueblos por una ceremonia de sentido muy claro: en oca- si6n de su advenimiento eran ungidos en ciertas partes de su cuerpo con un 6leo santificado previamente. Las tabletas de Tel-el- Amarma nos han conservado una carta que un dinasta de Siria, Adu-Nirari, dirigié al farasn Amenofis IV hacia el afio 1500 a. C., para recordarle el dia en que “Manahbiria, rey de Egipto, tu abuelo, hizo rey a Taku, mi abuelo, en Nouhassché, y esparcié el dleo sobre su cabeza” El dia en que se reconstruya la recopilacién que hoy nos falta de Jos documentos sobre la conmemoracién de nuestros reyes podra 3 Mémoires de PAcad. des Inscriptions, xxXu, 1 p. 361. St, 10: “Melchisedek noster, merito rex atque sacerdos, Complevit taicus celigionis opus’: Sobre el papel iconogrifico de Melquisedec en los primeros tiempos de la Edad Media, puede verse an articulo de F Kern, Der Rex und Sacerdos in biblischer Darstellung: Forschungen und Versueche aur Gesch. eles Mittetalters und der Neuzeit, Festschrift Dietrich Schiffel.. dargebracht, Jena, 1915. La palabra “sacerdos” aplicada a un soberano taico recuerda ciertas férmulas de adulacién oficial de las que se encuentran rastros en el siglo v en Bizancio y a las que no deja= ba de recurtir la propia cancilletfa pontificia, en la misma época, cuando se dirigia at empera- dor. Cf. infra, p. 176, n. 3, y sobre todo p. 320, Pero entre las versos de Fortunato y el lenguaje que solia usarse mas de cien afios antes, respecto de Teodosio II, Marciano o Leén I, no: hay otro Jazo que los habitos mentales corrientes implantados en Tas personas luego de siglas de religién imperial. LOS REYES TAUMATURGOS «f= 337 figurar al frente de la obra la transcripcién de este venerable frag- mento de arcilla, pues la uncién real nos ha venido de estas antiguas civilizaciones sirias o cananeas a través de la lectura de la Biblia, que las hizo tan extrafiamente familiares a los cristianos de los siglos vu y vill. La practicaban, entre otros, los hijos de Israel. Pero entre ellos, como probablemente en pueblos vecinos, la uncién no era exclusiva de los reyes: tenia un lugar de primer orden en todo el ceremonial hebraico; constituia el procedimiento normal para trasladar a un hombre o a un objeto de la categoria del profano a la categoria del sagrado.™ Con este alcance de aplicacién general, los cristianos la tomaron de Ja Antigua Ley, y ella desempefié un papel importante en el ritual del culto nuevo, sobre todo on Occidente y mas particu- larmente en los paises de rito galicano: Espaiia, Galia, Gran Bretafia, Italia del norte. En ellos sirvié especialmente para la confirmacién de los catecmenos y para la ordenacién de sacerdotes y obispos.5 Y debe pensarse que resulté muy natural que se afincara en los espi- titus la idea de retomar, en su integridad, las viejas costumbres israe- litas, es decir, de pasar de la uncién catecuménica o sacerdotal a la uncién real. El ejemplo de David y de Salomon permitia restituirles a los reyes, ahora cristianamente, su cardcter sagrado.* * Texta de la carta de Adti-Nirari, J. A, Knudtzon, Die El-Amarna Tafeln, Leipzig, 1915, 1, nim. 51; ft p.1103, y también p. 1073. Sobre la uncidn en el culto hebraico, que se puede ver entre otros a T. K. Cheyne y a J. Sutherland Black, Encyclopaedia Biblica, en la palabra “Anointing” La carta de Adi-Nirari nos lleva a preguntarnos con toda naturalidad sila unci6n real era practicada en el antiguo Egipto. Mi colega Montet me ha escrito a este respecto lo que sigue: “En Egypte, dans toutes les cérémonies, on commence par laver le héros de la te, dieu, roi, ou défunt; puis on l'oint avec une buile parfumée... Apres commence la cérémonie propre- ment dite. A la féte du couronnement les choses ne se passent pas autrement: d’abord les puri- fications et onctions; puis on remet &Phéritier du trine ses insignes. Ce west done pas Ponc- tion qui transfornte cet héritier, ce candidat royal, en un Pharaon, maitre des Deux Terres”. La tableta de Tell el Amarna parece hacer alusidn a un rito en el que la uncién desempefiaba un papel més importante; era sin duda un rite sirio, al que quizds recurriria el faraén consagrador. *L, Duchesne, Origines dit culta chrétien, 3* ed., 1920; ¢f, Liber Pontificalis, 1, en 4°, 1892, P-38, n. 35. Sobre el cardcter de la unci6n que se daba a los catectimenas en ¢l rite galicano —la uncién que Clodoveo recibis en Reits—, se entablé una cantroversia entre liturgistas, 0 mas bien entre te6logos, que no nos interesa aqui; véanse los articulos de dom de Puniet y del padre Galtier, Révue des questions historiques. t. 72 (1903), y Rev. d'histoire ecclésiastique, xn Gou2). . Para todo lo que se refiere a los comicnzos de la uncisn real, véanse referencias y discu- siones infra, apéndice mi, p. 563. 8 f@ =~ MARC BLOCH La nueva institucién cristaliz6 en primer lugar en el reino visig6- tico de Espafa, donde, después de la desaparicion det arrianismo, la Iglesia y la dinastia vivian en una unién particularmente intima. Aparecié alli en el siglo vu y después surgié en el Estado franco. Los merovingios no habian sido ungidos jamas como reyes. Casi no vale la pena recordar que, como los demés, no Jo fue Clodoveo: Ja nica uncién que recibié fue Ja que el rito galicano Je imponia a los catecttmenos. La leyenda, como tendremos ocasién de verlo, sdélo tardiamente hizo de la ceremonia realizada en Reims por San Remi- gio la primera consagracién real, la que, en rigor, solo fue un simple bautismo. Pero cuando en el afio 751 Pipino dio el paso que su padre Carlos Martel no se haba atrevido a dar y se decidié a desembara- zarse de los ultimos descendientes de Clodoveo y adoptar para si mismo, junto con el poder, los honores reales, sintid la necesidad de decorar su usurpacién con una especie de Prestigio religioso. Sin duda, los antiguos reyes jamas dejaron de ser considerados por sus stibditos personajes muy superiores al resto de los demas; pero la vaga aureola mistica que los envolvia la debieron nicamen- te al imperio ejercido sobre la conciencia colectiva por las oscuras reminiscencias que databan de los tiempos paganos. La nueva dinas- tia, en cambio, linaje auténticamente santo, iba a obtener su consa- gracién de un acto preciso, justificado por la Biblia, plenamente cris- tiane. Los tedlogos en Ja Galia estaban preparados para aceptar esta resurrecci6n de una prdctica judia, pues la tendencia entre ellos era Por entonces favorable al Antiguo Testamento, ya que, como conse- cuencia en parte de influencias irlandesas, las leyes mosaicas ha- bian penetrado en la disciplina eclesidstica..” De ese modo, Pipino ” Cf. P. Fournier, Le Liber ex lege Moysi et les tendances bibliques du drait canonique irlan- dais: Revue celtique, xxx (1909), pp. 231 88. Cabe observar que la compatacién del rey con David y Salomdn es un lugar cormin de todas los rituales de consagracién, Les papas, por su parte, Ja usaban corrientemente en su correspondencia con los soberanas francos; véanse algunos ejemplos recogidos en Epistolae aevi carolini (Monum. Germ.), m, p. 505, n. 2. Gf también E. Eichmann en Hestschrift G. von Hertling dargebracht, p. 268, n. 10, Entre sus mds préximos, a Carlomagno se le daba el sobrenombre de David. Se debe relacionar la historia de la uncién real con la del diezmo; esta institucién fue tomada tambiéa del cédigo mosaico. Por mucho tiempo siguié siendo una simple obligaci6n religiosa, sancionada inicamente con penas ccle- sidsticas. Pipino le dio fuerza de ley. LOS REYES TAUMATURGOS = Ja. Bg fue el primero de los reyes de Francia que recibié la uncién de ma- nos de tos sacerdotes, a 1a manera de los jefes hebreos. “Es manifies- to —proclama orgullosamente en uno de sus diplomas— que me- diante ta uncién, la divina Providencia nos ha elevado al trono”™ Sus sucesores no dejaron de seguir su ejemplo. Hacia fines del si- glo virt se implanté cl mismo rito también en Inglaterra, posiblemmen- te como imitacién del que acababa de instaurarse en el pais franco. Y poco después se generalizé en casi toda la Europa occidental. Al mismo tiempo, un segundo rito de origen diferente vino a unirse al primero. El 25 de diciembre del afio 800, en la basilica de San Pedro, el papa Leén Hf colocé sobre Ja cabeza de Carlomagno una “corona”, proclaméndolo emperador. Sin duda, esa corona cra un circulo de oro, semejante al que, cifendo Ia frente de los sobera- nos bizantinos, sustituyé después de varios siglos a la diadema, que era una banda de género adornada de perlas y piedras preciosas, que usaron en otro tiempo Constantino y sus sucesores inmediatos. La corona y la diaderma —que los emperadores tomaron de las mo- narquias orientales (la diadema, casi seguramente, de la monarquia persa)— tuvieron en su origen una virtud religiosa; pero a los ojos de un cristiano de la época de Carlomagno, la corona no tenia otro caracter sagrado que el que le conferian las manos de quien se la ce- fifa al principe —en Bizancio, las del patriarca y en Roma las del papa—, asi como el ritual eclesidstico de que se rodeaba entonces el prelado. Una vez ungido rey, Carlomagno no volvié a serlo como empe- rador. Por primera vez en 816, en Reims, su hijo Luis el Piadoso reci- bid del papa Esteban IV, como titulo imperial, la marca del dleo santo junto con la corona. Desde entonces, los dos gestos rituales pasaron a ser inseparables. Para consagrar a un emperador era pre- ciso cumplir ambos, y luego Jo fue también para consagrar a un rey. Desde la época de Carlos el Calvo en Francia y desde el siglo ix en Inglaterra, el rey fue, sucesivamente, ungido y coronado. En torno a los dos ritas fundamentales se desarroll6é répidamente en todos los 2 Monum. Germuniae, Diplomata Karolina, 1, nim, 16, p. 22: “divina nobis providentia in solium regni unxisse manifestum est” 440 te ~~ MARC BLOCH paises un amplio ceremonial. Muy pronto se multiplicaron las insig- nias reales conferidas al nuevo soberano. Ya con Carlos el Calvo apa- recié el cetro junto a la corona; y lo mismo se ve en los mas antiguos textos liturgicos ingleses. Estos emblemas, en su mayorfa, eran anti- guos; la innovacién consistié en darles un papel en las pompas reli- giosas del advenimiento. En suma, la solemnidad reunié siempre los dos aspectos: por un lado, la entrega de las insignias, entre las cuales la corona siguié siendo la principal; y por el otro, la uncién, que se mantuvo, hasta el final, como el acto santificado por excelencia. De ese modo nacié la consagracién.# Los reyes se convirtieron, pues, segtin la expresién biblica, en “Cristos del Sefior”, protegidos contra las acciones de los malvados por el precepto divino, pues Dios mismo dijo: “Nolite tangere Chris- tum meun” [“no toquéis a mi Cristo, a mi ungido”]. En 787, el Con- cilio de Chelsea —en cuyo transcurso, segiin toda probabilidad, tuvo lugar la primera uncidn real que se haya visto en Inglaterra— recor- d6 este mandato.” En virtud de él, los enemigos de la realeza pasa- ban a transformarse en sacrilegos; protecci6n bastante ilusoria, sin duda, a juzgar por los hechos histéricos, llenos de violencia, que ocurrieron en estas épocas tumultuosas.”’ Quién sabe, sin embargo, si los principes no le atribuirian més valor que el que hoy le adjudi- camos, y si el deseo de poder beneficiarse con estas palabras del Li- bro Sagrado no Ilevé a més de uno de ellos a buscar la consagracion ofrecida por la Iglesia. El leo santo elevaba a los soberanos muy por encima del co- mun, pues s6lo compartian tal privilegio con los curas y los obispos. Pero también estaba el reverso de la medalla. En el curso de la cere- monia, el oficiante que conferia la uncién parecia por un momento superior al monarca, que devotamente la recibia. Se padia pensar, pues, que se necesitaba a un sacerdote para que hubiera rey: signo » Gf. infra, apéndice m, p. 563. “ Infra, pp. 570-571. “\ Cabe observar que en Francia, a pesar de los conflictos dindsticos de los siglos 1 y x, el nico rey que murié de muerte violenta —y ademas en el campo de batalla— fue un usurpa- dor notorio, Roberto I. Entre los anglosajones, Eduardo II fue asesinado en 978 0 979, pero se hizo de él un santo: san Eduardo el Mértir. LOS REYES TAUMATURGOS fe 1a evidente de la preeminencia de lo espiritual sobre lo temporal. Muy poco tiempo después de Carlomagno, tales ideas eran ya sostenidas por algunos prelados. Por ejemplo, Hincmaro de Reims. Nadie le ad- F judicd mayor valor a la consagraci6n real. Esta ceremonia tenia tras de si sélo un corto pasado. Hincmaro —como tendremos ocasion de verlo mas adelante— supo encontrarle un antecedente milagroso e ilustre, adaptando, si no inventando, al menos una leyenda de una manera ingeniosa, ;Por qué este hombre, capaz entre todas de los mis vastos designios, demostré tal interés en estos gestos liturgicos? Para entender las razones de su actitud, basta con relacionar dos pasajes de sus obras: “Vos debéis la dignidad real —le escribia en 868 a Carlos el Calvo— a Ja unci6n, acto episcopal y espiritual, y a la bendicién, mucho mas que a vuestro poder terrenal”. Por lo tanto, sin la consagracién no habria verdadero rey, cualesquiera que fueran, por otra parte, sus titulos “terrenales” al trono; y ya era ése el pensa- miento aceptado en ciertos medios eclesidsticos, menos de cien aiios después de la primera unci6én franca. Por otro lado, decia Hincmaro en las actas del Concilio de Sainte-Macre, redactadas por él, quien } ademas presidié la asamblea: “La dignidad de los pontifices es supe- tior a la de los reyes, pues los soberanos son consagrados reyes por los pontifices, mientras que los pontifices no pueden ser consagra- dos por los reyes”? En verdad, no se podria ser mas claro. Quizas fue el temor a una interpretacién de esta clase lo que impulsé un siglo después al rey de Alemania, Enrique 1, a rechazar la uncién y la corona que le proponia el arzobispo de Maguncia —caso finico entre los monarcas de su tiempo y de su linaje—, y a reinar f i t b * Quaterniones, Migne, P: L., 125, col. 1040: “Quia enim — post illam unctionem qua cum caeteris fidelibus meruistis hoc consequi quod beatus apostolus Petrus dicit ‘Vos genus electum, regale sacerdotium, — episcopal et spirituali unctione ac benedictione tegiam dig- nitatem potius quam terrena potestate consecuti estis". Concilio de Sainte Macre, Mansi, xvii 538:"Ft tanto est dignitas pontificum major quam regum, quia teges in culmen regium sa¢ran- tur a pontificibus, pontifices autem a regibus consecrari non possunt’. Cf. en el mismo senti- do una bula de Juan VIII, dirigida en 879 al arzobispo de Milén, Menu, German, Epist vii 1, nim. 163, p. 133, L 32. La importancia que Hincmara le atribuyé a la consagracion se taduce especialmente en el Libellus proclamationis adversus Wenilonem, redactado en nombre de Carlos el Calva, pero cuyo verdadero autor fue sin duda el arzobispo de Reims: Capitularia, ed. Boretius, 1, p- 450.¢. 3. 1442 fe ~=MARC BLOCH “sin la bendicién de los pontifices”*? como se le reproché por boca del apéstol san Pedro, autor de una vida de santo, El nuevo rito era, pues, un arma de doble filo. Sin embargo, fue tan sdlo algunas centenas de afios mds tarde, al iniciarse la gran querella gregoriana, cuando pudo apreciarse real- mente ese riesgo. Durante los dos o tres primeros siglos, la consa- gracién contribuyé a confirmar en el espfritu de los pueblos —con excepcién de algunos teéricos eclesidsticos— la nocién del caracter sagrado de los reyes. Digamos mejor: de su caracter mas que semi- sacerdotal. Esto no significa, por supuesto, que ciertos espiritus pe- netrantes no hayan previsto los peligros que semejante confusién entre una dignidad fundamentalmente temporal y la del sacerdocio podria acarrear para la Iglesia y hasta para el cristianismo. ‘También aquf volvemos a encontrar a Hincmaro, quien nunca dejé de repetir que ningtin hombre, desde el advenimiento de Cristo, padia ser ala vez sacerdote y rey.“ Pero esa misma insistencia suya nos prueba cudn extendida se encontraba la idea en su momento. Y la antigua liturgia de la consagraci6n nos demuestra, con mas elocuencia que cualquier documento, cémo lleg6 a convertirse en doctrina oficial. En efecto, hojeemos esos antiguos textos. Comprobaremos sin ninguna dificultad que se procuré reunir en ellos todo lo que pudie- ra favorecer la confusién entre los dos ritos casi semejantes, que daban acceso, uno al sacerdocio, el otro ala realeza. Y fue ta Antigua Ley la que, en general, proporcioné las férmulas necesarias: “Que tus manos sean ungidas con el dleo santificado que ungié a los reyes y a los profetas’, dice un ritual muy antiguo, contemporaneo de los pri- meros tiempos de la dinastia carolingia. Una oracién, sin duda més * Conviene no alvidar que en Francia oriental, 0 Alemania, la tradicién en esta época parece haber impuesto la consagraci6n con menos fuerza que en Francia propiamente dicha, Sin embargo, el predecesor inmediato de Enrique I, Conrado, fue consagrado con seguridad: ¥ sus descendientes y sucesores debieran serlo todos. Sobze el rechazo de Enrique i, véanse referencias y discusi6n infra, apéndice m, p. 563. “Cf Lilienfein, Die Anschatuingen vom Staat und Kirche, pp. 96, 109, 146. La misma iden habia sido expresada ya con vigar —a propésito de las pretensiones de los emperaclores bizan- tinos-— por el papa Gelasio I en un pasaje de De anathematis vincuo, citado con frecuencia en el transcurso de las grandes polémicas de los siglos 1a y xn: Migne, PL, 59, cols. 108-109. Cf también, en la propia época de Hincmaro, Nicolés I: Mansi, Concitia, xv, p. 214. LOS REYES TAUMATURGOS fe 143, reciente, desarrolla y precisa el mismo pensamiento. No sabemos cuando fue compuesta; aparecié por primera vez en la historia con motivo de la coronacién de Carlos el Calvo como rey de Lorena. Por una curiosa coincidencia, fue Hincmaro en persona quien ese dia efectus el gesto de la consagracin. Y una tradicién ya establecida le impuso sin duda el empleo de las siguientes palabras: “Que Dios te corone con ta corona de gloria... y te haga rey mediante la uncién otorgada con el éleo de la gracia del Espfritu Santo; con este dleo con el cual E] unge a Jos sacerdotes, a los reyes, a los profetas y a los mar- tires’. Y decia el viejo ceremonial anglosajén: jOh, Dios!... Tu, que por la uncién con el 6leo consagraste sacerdote a Aarén, tu servidor, y que més tarde, aplicando ese mismo ungiiento, estatuiste para reinar sobre el pueblo israelita a los sacerdotes y a los reyes y a los profetas... te rogamos, Padre tedopoderoso, que condes- ciendas en santificar con tu bendicién por medio de este unto, tamado a una de tus criaturas, a este tu esclavo... y le permitas imitar diligente- mente los ejemplos de Aarén en el servicio de Dios. * Todavia nos falta, para todos los paises, un inventario realmente critico de los ardines de la consagracién. Aqut tuve que limitarme a indicaciones rapidas, por cierto muy incompletas, pero en defimtiva suficientes para el objeto que me habia prapuesto. El antiguo ritual galica- no publicade por dom Germain Morin, Rev. béneédictite, xxix (1912), p. 188, da Ja bendicién: “Unguantur manus istae de oleo sanctificato unde uncti fuerant reges et profetae” La oracién “Coronet te Dominus corona gloriae... et ungat te in regis regimine olea geatiae spiritus sanc- tisui, unde unxic sacerdotes, reges, prophetas et martyres”, fue empleada para Carlos el Calvo (Capitularia regum Francorum, ed. Boretius, tl, p. 457) y Luis el Tarlamudo (ibid., p. 464). Se la vuelve a encontrar en un pontifical de Reims: G, Waitz, Die Formeln der deutschen Kénigs— und der rBrnischen Kaiser—Kronung; Abh. der Geselisch. der Wissensch. Gottingen, xvm (1873), p. 80. Quizds tuvo su origen en una Benedictio olei dada por el Sacramentaire Gélasien (por supuesto que sin aplicacin a la uncién real), ed. H. A. Wilson, Oxford, 1874, p. 70. La oracién anglosajona “Deus... qui... iterumque Aaron famulum tuum per unctionem olei sacerdotem sanxisti et postea per hujus unguenti infusionem ad regendum populum Istaheleticum sacer- dotes ac reges et prophetas perfacisti...; ita quaesumus, Oninipotens Pater, ut per hujus crea- turae pinguedinem hunc servum tuum sanetificare tua benedictione digneris, eumque... et exempla Aaron in Dei servitio diligenter imitari... facias”: en el Pontifical de Egbert, ed. de ta Surtees Society, xvi (1853), p. 101; el Bénédictional de Roberto de Jumidges, ed. H. A. Wilson, Bradshaw Society, xxrv (1903), p. 14% el Missel de Léofric, ed. FE. Warren, en 4°, Oxford, 1883, p. 230; con algunas diferencias en el ordo llamado de Etelredo, ed. J. Wickham Legg, Three Coronation Orders, Bradshaw Soc., xix (1900), p. 56. En las dos ultimas recopilaciones, esta ora- ci6n va precedida de otra que recuerda mucho a Ja oracién carolingin, empleada para Carlos el Calvo y Luis el Tartamudo; quists habria que elegir entre las dos. El poeta de Gesta Be- 144 f ~~ MARC BLOCH Como se ve, no era sélo la imagen de los reyes de los judios, sino también la de los sacerdotes y los profetas y la gran sombra de Aarén, fundador del sacerdocio hebraico, lo que se invocaba, como fueron sus antepasados, ante los soberanos ingleses y francos en el dia de su consagraci6n. ;Cémo sorprenderse, entonces, de que un poeta de la €poca, al celebrar la consagracién de un emperador —aunque fuera un pobre emperador, Bérenger de Frioul, spero qué importa esto? se haya atrevido a decir de su héroe, cuando Jo representa en el mo- mento de avanzar hacia la iglesia donde tendra lugar la ceremonia: “pronto sera sacerdote’, mox quipe sacerdos ipse futurus erat?" Pero no siempre los jefes del clero hablaron el lenguaje de Hinc- maro. En el momento en que éste planteaba con tanta nitidez la incompatibilidad bajo la Nueva Ley de las dignidades reales y pres- biterales, la debilidad creciente de la dinastia invitaba a los prelados a aspirar al papel de mentores de los reyes. Este tono no hubiera sido concebible en fos mejores dias del Estado carolingio. En 794, los obispos de Italia del norte presentes en el sinodo de Francfort publicaron una defensa de la doctrina ortodoxa contra los adopcionistas espafioles; y esta declaracién teolégica se cerraba con un Ilamamiento al soberano como protector de la fe. En ese texto vemos llamar a Carlomagno no sélo “sefior y padre” y “prudentisi- mo gobernador de todos los cristianos”, sino también, literalmente, “rey y sacerdote”."” ¥ algunos afios antes, el papa Esteban III, cuando quiso halagar a Carlos y a Carlomén, de los que tenfa necesidad, no vacilé en tomar de la primera epistola de Pedro una expresién que rengarii, parafraseando Ia liturgia de la consagracién, menciona que el 6leo santo servia a los hebreas para ungir a los reyes ya los profetas (wv, v. 180: Mortum. German., Pactae Latini, tv, 1, p-401). * Gesta Berengarii, w, pp. 133-134 (Monumn. German., Poetite Latini, vss p.399)- © El fibelltss fue redactado por Paulin d’Aquilée, Monuz. German., Concilia, m1, p. 142: “Indulgcat miseratus captivis, subveniat oppressis, dissolvat fasciculos deprimentes, sit conso- latio viduarum, miserorum refrigerium, sit dominus et pater, sit rex et sacetdos, sit omnium Christianorum moderantissimus gubernator...” Debe observarse que, por una especie de con- tradiccién que no es rara en esta materia, los abispos, en la frase anterior, oponen al combate librado por el rey contra enemigos visibles de la Iglesia la lucha de los obispos contea sus ene- ‘migos invisibles, lo que lleva a aponer muy claramente lo temporal y lo espiritual. Cf infra, p.274. LOS REYES TAUMATURGOS =f 145 el apéstol aplicaba a los elegidos, modificandole un tanto su senti- do original para honrar a ta dinastia franca: “Vos sois el linaje santo, teal y sacerdotal”.* A pesar de cuanto pudieron alegar mds tarde todos los Hincmaros del mundo, tales expresiones no se olvidaron jams. Asi, las monarquias de la Europa occidental, herederas de un largo pasado de veneraci6n, estaban marcadas definitivamente con et sello divino, Y lo siguieron estando siempre. La Francia capeta o la Inglaterra normanda, al igual que la Alemania de los emperadores sajones o salianos, no renegaron nunca de la tradicién carolingia en este aspecto. Por el contrario: en el siglo x1 hubo toda una tendencia que pugné por aproximar la dignidad real a la sacerdotal de una manera més nitida atin de Io que habia sido hasta entonces. Estos esfuerzos, de los que algo diremos mas adelante, no nos importan en este momento. Nos basta con saber que, independientemente de toda asimilacién precisa con el sacerdocio, a los reyes se les siguio considerando sagrados en los dos paises que nos interesan en este estudio. ¥ los textos nos lo demuestran sin equivoco posible, Hemos conservado algunas cartas dirigidas a Roberto el Piadoso por uno de los més respetables prelados de su época, el obispo de Chartres, Fulberto; y en ellas el obispo no teme dar al rey Jos titulos de “santo padre” y de “santidad”, las mismas expresiones que hoy los catdlicos le reservan al jefe supremo de su Iglesia.” Ya vimos antes cémo Pedro de Blois hacia provenir de la uncién la “santidad” de los reyes. ¥ no cabe duda de que la mayoria de sus contempordneos pensaban como él. “ Jaffé-Wattenbach, 2383; texto original, Prima Petri, u, 9. La cita se encuentra en Hinc- maro, Quaterniones (pasaje ya reproducido, p, 141, n. 42), pero aplicada a todos los fieles con los que el rey compartia su primera uncién (la uncion bautismal). De ese modo Hinemara, no hay duda de que muy conscientemente, le restituye a Ja frase bfblica su sentido primitive, para la instruccién de Carlos el Calvo. © Histor. de France, x, carta x1, p. 464 Ei 1x0, p. 474. B. Fulbert (1, uv, p. 470 E, y tv, p. 472 €) llama también “sagradas” a las cartas reales, segdn una antigua usanza imperial romana, actualizada en la época carolingia (por ejemplo: Loup de Ferridres, Monurn. Gerr., Epist., vi i.ntim. 18, p. 25). Més tarde Eudes de Deuil (De Ludavici Francorum Regis profectione in Orien- tem, Migne, PL, t. 185, 113 y M19) parece reservar esta frase a las cartas imperiales {se trata del emperador bizantino). 46 fe ~~ MARC BLOCH Pero Pedro de Blois iba todavia més lejos: mi seftor, decia, pala- bras mds o menos, es un personaje sagrado; por lo tanto, él puede curar a los enfermos. Deduccién singular, pero vamos a ver que en ella no podia concebir nada de sorprendente un espiritu normal del siglo xm. 2. BL PODER DE CURACION DEL CONSAGRADO Los hombres de la Edad Media, o cuando menos su inmensa mayo- ria, se formaban una imagen muy material, y hasta demasiado pro- saica, de las cosas de la religi6n. sY cémo podia ser de otra mancra? El mundo maravilloso al que los ritos cristianos los transportaban no estaba separado a sus ojos por un abismo infranqueable del mun- do en que vivian. Los dos universos se interpenetraban. ;Cémo su- poner que el gesto que operaba sobre el més allA no iba a extender su accién también aqui abajo? Por lo tanto, la idea de intervenciones de esta clase no chocaba a nadie, pucs nadie tenfa una nocién exac- ta de las leyes naturales. Los actos, los objetos o los individuos sagra- dos eran concebidas no sdlo como receptaculo de fuerzas aptas para ejercerse més alld de la vida presente, sino también como fuentes de energia capaces de proporcionar ya en esta tierra una influencia inmediata. Por lo demas, se tenia una imagen muy concreta de esta fuerza, puesto que se llegaba a representarla a veces como dotada de peso. Asi, segtin decta Gregorio de Tours, un paiio colocado sobre el altar de un gran santo —como Pedro 0 Martin— se volvia por ello mas pesado, siempre y cuando el santo hubiera querido manifestar de ese modo su poder.” Los curas, encargadas de los efluvios sagrados, estaban conside- tados por mucha gente como especies de magos, y como tales, tan venerados como execrados. En algunos lugares se persignaban al verlos pasar; encontrarlos se consideraba un mal presagio.*' En el reino de Dinamarca, en el siglo x1, se les tenia por responsables de las » In gloria martyrin, c. 27; De virtutibus 8. Martini, 1.6.11. 3 Jacques de Vitry, Exempla ex sermonibus velgaribus, ed. Crane (Folk-lare Society), Lon- dees, 1890, p92, nm, ccLxvIn. LOS REYES TAUMATURGOS fe 147 intemperies y de tos contagios al mismo titulo que las brujas, y a ve- ces se les perseguia como causantes de estos males en forma tan agresiva que Gregorio VII tuvo que protestar. Pero no tenemos por qué trasladarnos tan al norte: es en Francia, y sin duda en el siglo xin, donde encontramos esta instructiva anécdota: el predicador Jacques de Vitry, que nos la relata, la conaci6 —dice— “de fuente segura” Haba una epidemia en un poblado. Para hacerla cesar, los campesi- fos no tuvieron mejor idea que sacrificar a su cura; y un dia en que éste, con vestimenta sacerdotal, estaba enterrando a un muerto, lo arrojaron a la fosa junto con el cadaver. Y después de todo, estas locuras —bajo formas mas anodinas—-, no sobreviven todavia hoy? Asi, el poder que la opinién comun le otorgaba a lo sagrado po- dia revestirse en ocasiones de un cardcter temible y pernicioso; mas corrientemente, sin duda, se le veia como bienhechor. Pero, jexiste un bien mayor y més sensible que la salud? De ahi que fuera fécil atribuirle un poder de curacién a todo lo que participara de una consagracién cualquiera, aunque fuese en escasa medida.™ La hos- tia, el vino de 1a comunisén, el agua del bautismo, el agua en que el oficiante mojaba sus manos después de haber tocado las santas espe- cies y hasta los dedos del sacerdote constituian verdaderos remedios. Todavia en nuestros dias, en ciertas provincias francesas, el polvo barrido de la iglesia, el musgo que crece en sus paredes, poseen igua- * Jaffé-Wattenbach, nim, 5164. Jaffé, Monumenta Gregoriana (Bibliotheca rerum germa- nicarum, 1), p, 413: “Tllud interea non practereundum, sed magnopere apastolica interdictione prohibendum videtur, quod. de gente vestra nobis innotuit: scilicet'vos intemperiem tempo- rum, corruptiones aeris, quascunque motestias corporum ad sacerdoturn culpas transferre... Praeterca in mulieres, ob eandem causam simili immanitate babari ritus damnatas, quicquam impietatis faciendi vobis fas esse, nolite putare”. » Jacques de Vitry, loc. cit. * Sobre las supersticiones médicas relativas a las cosas sagradas se encontraré una muy ati tecopilacién de hechos en las dos obras de Ad. Franz, Die Messe im deutschen Mittelalter, Friburgo, i.B., 1902, pp. 87, 107; y Die Kirchlichen Benediktionen im Mittelalter, Friburgo. i. 1909, especialmente 1, pp. 329, 603. Cf. también A. Wuttke, Der devcische Volksaherglanbe, 2 ed., Berlin, 1869, pp. 131 $8.; y para la eucaristfa dom Chardon, Histoire des sacrements, libro 1, sec- i6n Mt, cap. xv. en Migne, Theologiae cursus completus, xx, cols. 337 55. Se crey6 que ta eucaristia yelagua bendita eran aptas para servir a finnes mAgicos dafiines, y con este caricter desempe- faton un papel considerable en las practicas, reales o supuestas, de la brujerfa medieval. Véanse numerosas referencias en J. Hansen, Zauberwalin, Inquisition und Hexenprozess im Mittclalter (Histor, Bibliothek, xn), 1900, pp. 242, 243, 245, 294, 299, 332, 387, 429, 433, 450. 448 #@ = MARC BLOCH les propiedades.* Este género de ideas lleva a veces a los espiritus Sroseros a extrafias aberraciones. Gregorio de Tours relaté la histo- ria de esos jefes barbaros que, como sufrian de los pies, los bafiaban en una patena.* El clero condenaba, por supuesto, semejantes exce- sos pero dejaba subsistir las practicas que no consideraba atentato- rias contra la majestad del culto. Por lo demas, las creencias popula- res escapaban en buena medida a su control. Entre todas las cosas de la Iglesia, los santos leas, por ser el vehiculo normal de las consa- graciones, parecian particularmente fecundos en poderes. Los acu- sados los absorbian para hacer favorable a ellos la ordalia. Pero més que nada ¢onstituian un maravilloso recurso contra los males del cuerpo, al punto de que habia que proteger los vasos que los guarda- ban de la indiscrecién de los fieles.” En rigor, en estas épocas, el que decia “sagrado” decia “apto para curar® Y ahora recordemos qué eran los reyes. Casi todo el mundo creia en su “santidad”, como decia Pedro de Blois. Pero hay mas. ;De dén- de les venfa esa “santidad”? En su mayor parte, sin duda, y a los ojos del pueblo, de esa predestinacién en la que las masas, guardianas de las ideas arcaicas, no habian dejado de creer jamds; pero también, desde los tiempos carolingios, y mds precisa y cristianamente, de un Tito religioso: la unci6n. En otros términos, de este dleo bendito que, por otra parte, les parecia a tantos enfermos el més eficaz de los re- medios, +P. Sébillot, Le paganisme conteniporain, en 12, 1908, pp. 140, 143A. Wattke, foc. Cf. para el vino de la misa, Elard Hugo Meyer, Deutsche Volkskunde, 1898, p. 265. % In gloria martyrum, c, 84. Se trata de un “conde” bretén y de un “duque” lombardo, a quienes se les habrfa ocurrido esta singular fantasia, independientemente uno del otro. + Ademas de tas obras antes citadas, n. 54, véanse Vacant y Mangenot, Dictionaire de théo= logie catholique, en Ia palabra “Cheéme”; dom Chardon, foc. eit, libro t, seccién tt, cap. th, col. 174% ¥ para el uso del dleo santo en los maleficios, Hansen, Zaxberwaliti, pp. 128 (1.3); 245,271, 294, 332, 387. Cabe recordar que Luis XI moribundo se hizo transportar hasta Plessis-les-Tours Ia Santa Redoma de Reims y el bilsamo milagroso que #e crefa que la Virgen habia enviado a san Mattitt, y se hizo ungir con los dos ungllentos, esperando recibir de ellos la santidad: Prosper Tarbé, Louss XI et la sainte arnpoulle, Reims, 1842 (Soc. des bibliophiles de Reims), y M. Pasquier, Bullet, histor, et philolog., 1903, pp. 455-458. La relaci6n entre el poder de curacion rei- vindicado por los reyes con el que s¢ le atribuia corrientemente ala Santa Crisma, ya fue esta blecida por Leber, Des cérémonies du sacre, pp, 485 88. Pero, por supuesto, la uncién no era la nica fuente de este poder, o de la idea que se hacian de él, puesto que todos los reyes ungidos no lo ejercieron; se pensaba que hacia falta ademds un poder hereditario: of. infra, p. 308. P1385. LOS REYES TAUMATURGOS fe ag Asi, los reyes se hallaban doblemente designados para el papel de bienhechores taumaturgos: primero, por su cardcter sagrado visto en si mismo; y mds particularmente por la mas visible y respe- table de las fuentes de las que provenia en ellos este cardcter. ;C6mo no iba a vérselos tarde o temprano como capaces de impartir cura- ciones? Sin embargo, no estuvieron preparados para curar de inmediato, tan pronto fue establecida la uncién real, ni en los estados de Europa occidental ni en cualquier pais. Las consideraciones generales que acabamos de exponer no bastan para explicar la aparicién en Fran- cia e Inglaterra del rito del tacto, S6lo nos muestran que los espiri- tus se hallaban preparados, unos para imaginar, otros para admitir tales prdcticas. Para explicar su nacimiento en una fecha precisa y en un medio determinado hay que recurrir a hechos de otro orden que se pueden calificar de mas fortuitos, ya que suponen, en un grado mis alto, el juego de voluntades individuales. 3. LA POLITICA DINASTICA DE LOS PRIMEROS CAPETOS Y DE ENRIQUE I BEAUCLERC E] primer soberano francés al que se le atribuy6 el poder de curar enfermedades fue Roberto el Piadoso. Ahora bien, Roberto era el segundo representante de una nueva dinastia. Recibié el titulo real y la uncién en vida de su padre Hugo, en 987, es decir, en el mismo afio de la usurpacién. Los Capetos se afirmaron posteriormente; por eso nos cuesta imaginarnos hasta qué punto parecia fragil su poder en esos primeros afios. Sahemos también que ese poder fue cuestiona- do. El prestigio de los carolingios era grande: desde el afio 936 nadie se habia atrevido a disputarles la corona. Para que cayeran, tuvieron que ocurrir un accidente de caza (donde Luis V encontré la muerte) y una intriga internacional, En 987, y aun més tarde, ;quién podia estar seguro de que esta caida fuese definitiva? Sin duda, para mu- chos, el padre y el hijo asociados en el trono sélo eran reyes inte- tinos, como escribié Gerbert en 989 0 990, 0 “inter-reyes” (interre- 430 f= MARC BLOCH ges). Durante mucho tiempo hubo centros de oposicién, en Sens y en diversos lugares del sur. A decir verdad, un golpe de manos feliz, el Domingo de Ramos de 991, que puso en poder de Hugo al preten- diente que descendia de Carlomagno, hizo inutiles todos los esfuer- zos en que habrian podido complacerse los partidarios de una dinas- tia cuyo jefe estaba ahora prisionero y cuyos ultimos retohies queda- rian perdidos en el olvido. Pero este éxito inesperado no aseguraba el porvenir. La fidelidad que les siguieron profesando algunos legiti- imistas a sus antiguos sehores quiz4s no habria constituido jamas para la familia de los Capetos un peligro extremadamente grave. La verdadera amenaza estaba en otra parte: en el golpe muy rudo que esos mismos acontecimientos de 987, a los que los nuevos reyes de- bian el trono, asestaron a la lealtad de los suibditos y sobre todo a la hereditariedad monarquica. Las decisiones de la asamblea de Senlis amenazaban con consagrar el triunfo del principio electivo. Por cier- to que este principio no cra nuevo. Al menos en la antigua Germania tuvo como correctivo, segiin vimos, la necesidad de escoger al rey siempre en la misma casta sagrada. ;No empezaria ahora a operar sin obstaculos el derecho a la libre eleccién? El historiador Richer pone en boca del arzobispo Adalberén, arengando a los grandes en favor de Hugo Capeto, esta frase temible: “La realeza no se adquiere por derecho hereditario” Y en una obra dedicada a los reyes Hugo y Roberto, Abbon escribié: “Conocemos tres clases de elecci6n gene- ral: la del rey 0 el emperador, la del obispo y la del abate”® Esta tilti- ma frase debe ser recordada como especialmente significativa: el clero, acostumbrado a considerar la elecci6n como la tinica fuente * Lettres, ed. ). Havet (Coliection pour l'étude... de Phistoire), nim. 164, p. 146. Sobre la opo- sicion a los primeros Capetos, véase especialmente Paul Viollet, La question de la tégitimité a Pavénement de Hugues Caper. Mém. Académ. Inscriptions, wouv, t (1892). No hace falta recor- dar que siempre hay que remitirse a los libros clésicos de M. E. Lot, Les derniers Carolingiens, 1891, y Enudes sur le régne de Hugues Capet, 1903, para todo Jo que se refiera a los acontecimien- tos de 897 y los primeros tiempos de la dinastia capeta. Ww, 1: “Sed si de hoc agitur, nec regaum iure heredi ario adquiritur, nec in regnum pro- movendus est, nisi quem non solum corporis nobilitas, sed et animi sapientia illustrat, fides muni, magnanimitas firmat”. “ Canones, w (Histor. de France, x, p. 628): “Tres namque electiones generales novimus, quarum una est Regis vel Imperatoris, altera Pontificis, tertia Abbatis” LOS REYES TAUMATURGOS = f@ ast canénica det poder episcopal o abacial, tendia a ver también en ella el origen més valedero del poder politico supremo. Ahora bien: lo que una eleccién habia hecho, otra podia deshacerlo, incluso sin aguardar la muerte del primer elegido, y despreciando las reivin- dicaciones de sus hijos. Ciertamente no se habia olvidado lo que ocurrié durante los cincuenta afios que siguieron a la deposicién de Carlos el Gordo. Y para santificar al candidato triunfante, cualquiera que fuese su origen, se recurria siempre a la uncién. En suma, la tarea mds urgente que se imponfa a los Capetos era la de reconstruir una legitimidad en su beneficio. Por poco que fueran conscientes de los peligros que los rodeaban y de los que no podian dejar de caer sobre su descendencia, debieron sentir la necesidad de realzar el esplendor de su nombre por alguna manifestacién inédita. En con- diciones casi semejantes, los carolingios habian recurrido a un rito biblico: la uncién teal. La aparicién del poder de curacién con Ro- berto II, jno se explicaria por preocupaciones parecidas a las que en otro tiempo Ilevaron a Pipino a imitar a los principes hebreos? Afir- marlo seria presuntuoso; pero suponerlo tiene al menos fundamento. Por supuesto, no todo debié ser célculo. Roberto tenia un gran Prestigio personal por su piedad religiosa. Probablemente por esto el milagro capeto comienza con él y no con su padre, Hugo. El cardc- ter de santidad que se le conferfa al rey en cuanto hombre, junto con fa santidad inherente a la dignidad real, condujo con toda natura- Iidad a sus sitbditos a atribuirle virtudes taumatargicas. Cabe supo- ner que los primeros enfermos que, en fecha que siempre ignorare- mos, solicitaron ser tocados por él actuaron de modo espontaneo. aY quién puede saber, después de todo, si otros hechos andlogos no se habrian producido ya, aisladamente, durante los reinados ante- riores, como en otro tiempo con Gontran? Pero cuando se ve tomar cuerpo a estas creencias, hasta entonces irresolutas, en un momento tan oportuno para una dinastia todavia mal consolidada, cuesta creer que no hubiera una segunda intencién politica, no ciertamen- te en su formacién original, pero si acaso —para decirlo asi— en su cristalizacién. Por lo demds, nadie duda de que Roberto haya tenido fe, y con él sus consejeros, en la eficacia de las fuerzas maravillosas

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