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Josue Yrion - Testifica Esa Es Tu Mision
Josue Yrion - Testifica Esa Es Tu Mision
Josué Yrion
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Primera edición 2018
PRÓLOGO
«Jesús nos ha llamado y nos ha llenado de poder para ser sus testigos. Él
nos usa a fin de formar parte en el adelanto de su propósito de redención
en la historia. Desde luego, la pregunta se hace: “¿Cómo podemos ser
testigos de Cristo?”. La respuesta es: “¡A través de la proclamación del
evangelio!”».
Daniel Myer
Cuando leemos en la Palabra el mandato de llevar a cabo la Gran Comisión,
casi siempre queremos pasarlo por alto aludiendo que no recibimos este
llamado. En verdad, no todos los creyentes tienen el llamado a servir de
manera específica en algunos de los cincos ministerios descritos en Efesios
4:11. No obstante, la Biblia nos declara que todo creyente tiene un llamado a
trabajar para el Señor. Dios nos llama a todos para llevar a cabo la Gran
Comisión, y una forma de lograrlo es cuando testificamos. En el Evangelio
de Marcos tenemos la historia del mandato de Jesús a testificar. La Biblia nos
dice que cuando Jesús calmó la tempestad y llegaron al otro lado del mar, a la
región de los gadarenos, le salió al encuentro un hombre en completa
posesión demoníaca. Después que Jesús dejó libre a ese pobre hombre de su
tormento, este quería seguirle, pero el Señor no se lo permitió, como lo
vemos en el siguiente pasaje:
Al entrar él en la barca, el que había estado endemoniado le rogaba que le
dejase estar con él. Mas Jesús no se lo permitió, sino que le dijo: Vete a tu
casa, a los tuyos, y cuéntales cuán grandes cosas el Señor ha hecho
contigo, y cómo ha tenido misericordia de ti. Y se fue, y comenzó a
publicar en Decápolis cuán grandes cosas había hecho Jesús con él; y
todos se maravillaban.
Marcos 5:18-20
Como vemos en la Palabra, Jesús no permitió que este hombre le siguiera
porque tenía otros planes. El Señor mandó al gadareno que testificara, que
contara lo que Dios hizo a su favor. Dios también nos dio a nosotros este
llamado a testificar. Nuestra responsabilidad es hablarle al perdido de Jesús.
Todos los redimidos por la sangre del Cordero tenemos un testimonio que
dar. Todos, como el gadareno, somos testigos del poder de Dios en nuestra
vida. «Testificar» significa contar las Buenas Nuevas de salvación, decirles a
todos nuestros familiares, conocidos y desconocidos cuán grandes cosas
Cristo ha hecho con nosotros.
Josué y yo llevamos treinta años de casados, y en todo este tiempo yo he sido
testigo de la pasión que él tiene por la evangelización, por ganar almas. Él le
habla del amor de Cristo a todo el que se encuentra a su paso, y trata de ganar
las almas perdidas en cualquier momento que se le presenta la oportunidad.
Por ejemplo, el año pasado fuimos a predicar a Tijuana, México. Habíamos
quedado con el pastor que organizó el evento de encontrarnos en un
restaurante McDonald’s que quedaba a la entrada de la ciudad, para desde ese
lugar ir juntos hacia donde se celebraría el evento.
Llegamos y estacionamos el auto. Josué se bajó para ver si el pastor ya nos
estaba esperando. Al cabo de un rato, me preocupé, pues Josué se demoraba
en regresar. Cuando miré por el espejo retrovisor, allí estaba Josué
evangelizando al guardia de seguridad. Y es que así es él, no pierde una
oportunidad para hablar de Cristo.
Queridos hermanos, la voluntad de Dios es que todos testifiquemos del amor
de Cristo. La voluntad del Señor es que le hablemos al perdido de las Buenas
Nuevas de salvación. La Biblia nos dice que el gadareno obedeció el mandato
del Señor, y comenzó a publicar en el área de Decápolis, o sea, en todas las
ciudades vecinas, cuán grandes cosas había hecho Jesús con él.
Asimismo, la voluntad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo es que
nosotros, al igual que el gadareno, cumplamos nuestro llamado a testificar.
Por eso es que recomiendo en gran manera este libro escrito por mi querido
esposo, Josué, llamado: Testifica. También le pido al Señor en oración que, al
leer, el Espíritu Santo te contagie y llene de esta pasión para contarle al
perdido cuán grandes cosas Cristo ha hecho en tu vida. Por eso es que las
palabras que cité de Daniel Myer siguen vigentes hoy: Tenemos que
proclamar, evangelizar y testificar del evangelio a quien esté a nuestro
alcance. ¡Amén!
Dámaris Yrion
LISTA DE ABREVIATURAS
En torno a esto, vemos que son muchos los puntos de vista teológicos
respecto al procedimiento de Dios con el pecador y la necesidad que este
tiene de salvación. Diferentes concilios, denominaciones, organizaciones y
maneras de pensar y creer han nacido en nuestros medios. Además, teólogos,
eruditos y estudiosos han tenido sus divergencias en cuanto a la doctrina de la
salvación. Todos han expuesto sus comentarios y respuestas sobre este gran
dilema relacionado con la parte de Dios en su intento de salvar a alguien, así
como con la parte del pecador de lo que debe hacer para heredar la vida
eterna.
Algunos creen en la predestinación, la cual afirma que si Dios quiere salvar a
alguien lo hará. De lo contrario, no lo hará. Otros creen en la predestinación
parcial, donde Dios toma su decisión, mientras que el pecador toma la suya.
Es más, hay quienes solo creen en el libre albedrío de la persona sin la
intervención divina. En otras palabras, el pecador debe decidir aceptar la
salvación sin que Dios tenga que ver en su determinación. También otros
creen que Dios actúa junto con su Espíritu trayendo convicción al pecador, y
que este tiene la última palabra en su decisión personal a lo que llamamos de
libre albedrío o voluntad propia. El hecho es que en las Escrituras, desde el
punto de vista teológico, existen todas estas opciones y, como resultado, se
entablan muchos debates y discusiones sobre este tema doctrinal de la
salvación. Entre los puntos de vista están los siguientes:
1. El destino final del pecador en cuanto a su salvación se decide
mediante un acto de justicia por parte de Dios
Aunque nos resulta muy difícil explicar este punto, el hecho es que Dios, en
su soberanía, les abre los ojos espirituales a algunos (Mt 13:14-17) y les
cierra los ojos a otros (Ro 11:8). Dios endureció el corazón del faraón (Éx
7:3), pero le abrió el corazón a Lidia para escuchar la Palabra (Hch 16:14).
El hecho es que las personas se añadieron a la iglesia mediante un acto de
Dios (Hch 2:47) y solo creyeron los que «estaban ordenados para vida
eterna» (Hch 13:48). Este asunto es muy difícil de entender y mucho más
difícil tratar de explicarlo. Por ejemplo, Cristo dijo:
Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí; y al que a mí viene, no le echo
fuera.
Juan 6:37
En un solo versículo Jesús habló de las dos opciones: la predestinación y el
libre albedrío. Es decir: «Todo [o toda persona] que el Padre me da, vendrá a
mí», esto es predestinación. Entonces, «al que a mí viene», esto es decisión
propia o libre albedrío, «no le echo fuera».
Algunos teólogos dicen que Dios quiere salvar a toda persona, así que, por la
convicción de su Espíritu, Él pone en el corazón del hombre la necesidad de
salvación: «El Padre me da». Aun así, la decisión y la palabra final, de si
quiere o no, es de la persona por su libre voluntad o albedrío. La Biblia habla
bien claro de estas dos opciones.
2. Si Dios lo desea, se salvarán quienes le abran su corazón al venir a
Cristo
Jesús lo dejó bien claro: «Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió
no le trajere» (Jn 6:44). Si al pecador se le deja por su propia voluntad venir a
Dios, tal persona nunca lo hará, jamás irá a dejar sus malos caminos (Ro
3:10-18). Entonces, Dios es el que tiene que tomar la iniciativa, por eso
Cristo vino al mundo para salvar al pecador que se «había perdido» (Lc
19:10).
Una vez que Jesús ascendió a los cielos, Dios envió al Espíritu Santo para
que trajera convicción de pecado, justicia y juicio (Jn 16:8). Sin la búsqueda
del Gran Pastor, las ovejas nunca se hubieran encontrado; y sin la convicción
del Espíritu, tales ovejas nunca se hubieran salvado. Dios desea salvar al
pecador, pero este debe abrirle su corazón al escuchar que se predica y
testifica el mensaje sobre el Salvador. Después, debe venir a Cristo en
arrepentimiento y confesión.
3. La fe de la persona que cree para salvación es un don de Dios
Pablo define muy bien este concepto en su carta a la iglesia de Éfeso:
Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros,
pues es don de Dios.
Efesios 2:8
La fe es un «don» o «regalo» de Dios. Nunca debemos olvidar que Dios es
quien salva. Él trae a toda persona para que escuche el evangelio. Es más,
Dios es el que lleva a toda persona a Cristo. Si Dios de su propia voluntad no
pone la fe en el corazón del hombre y lo abre a través de la convicción de su
Espíritu, la persona no puede ejercer por sí misma la fe para creer en Cristo.
Podrá creer desde el punto de vista intelectual en el Cristo histórico. Sin
embargo, solo Dios puede hacer que crea para salvación. Es lógico que Dios
quiera traer esta fe a un sinnúmero de personas. En cambio, lo han rechazado
y, por lo tanto, se han rebelado en contra de la voluntad de Dios que es
salvarlas. La revelación que llevó a Pedro a decir que Jesús era el Hijo de
Dios no fue suya, sino que vino de parte de Dios. Así lo dijo Cristo (Mt
16:17), y el mismo Pablo corroboró que nadie puede llamar a Cristo «Señor»,
a no ser por el Espíritu Santo (1 Co 12:3).
4. Solo los que son salvos y están unidos a Cristo por medio del Espíritu
Santo se mantendrán en la fe, pero los demás se apartarán
El camino a Dios es por medio de Cristo (Jn 14:6), mientras que el camino a
Cristo es por medio del Espíritu Santo (Jn 16:13-14), debido a que solo por el
Espíritu Él puede unir las almas a Cristo (1 Co 12:13). En mis libros séptimo
y octavo llamados Espíritu Santo, necesito conocerte más, pues los escribí en
dos tomos, hablo ampliamente sobre el Espíritu Santo con relación a estos
aspectos que responden a la salvación del hombre.
5. La salvación no es obra humana, sino de Dios
La religión es el hombre que intenta ir a Dios a través del esfuerzo propio. El
cristianismo es Dios que vino al hombre por medio de Jesucristo al morir en
la cruz y resucitar al tercer día. La salvación es un regalo de Dios (Ro 6:23),
así que no es necesario comprarla con dinero (Is 55:1), y se basa en la gracia
divina (Ef 2:8).
6. La salvación está arraigada en la moralidad
Dios es un Dios santo. Él no puede perdonar el pecado solo por perdonar. Él
no puede impartir misericordia a expensas de su justicia. Él tiene que
mantenerse justo y al mismo tiempo justificar al pecador (Ro 3:26). Él no
puede salvar al pecador, independientemente de cuánto lo ama, sin solucionar
el problema del pecado. Las Escrituras enseñan la teología de la redención y
esta abarca una serie de principios en cuanto a la santidad de Dios.
El alma que peca va a morir (Ez 18:20).
Sin el derramamiento de sangre no hay perdón de pecados
(Hebreos 9:22).
La vida de toda carne está en la sangre (Lv 17:11).
La sangre de toros y corderos jamás pueden quitar el pecado (Heb
10:4).
Jesús entró una sola vez en el Lugar Santísimo y nos dio redención
eterna (Heb 9:12).
De un lado están los que insisten en que todos deben tener lo que
denominan «el llamado macedonio», como Pablo experimentó en
Troas (Hch 16:9-10). Esto siempre se relaciona con la persona que
escucha voces o tiene visiones, sueños y otras revelaciones misteriosas.
Así que este grupo de personas admite que tales manifestaciones
vienen de Dios y que, por lo tanto, se refieren a la voluntad divina que
se les imparte a la conciencia de dichas personas.
Según su opinión, sin estas «experiencias exotéricas» es imposible
recibir un llamado evangelístico o misionero, y que las personas tienen
que esperar con paciencia hasta que «reciban» tal llamado o
«revelación». Como dije antes, todo cristiano tiene el llamado a
testificar y predicar la Palabra. Aun así, hay un llamado específico para
ministros, pastores, evangelistas y misioneros que Dios les hace a
personas concretas para llevar a cabo una obra determinada en un
preciso lugar.
Por otro lado, están quienes se van al otro extremo de este pensamiento
sobre el llamado, pues afirman que debido a que todos los cristianos
son misioneros, no hace falta un llamado en sí, y que el trabajo
misionero no es diferente de ninguna otra obra en el servicio cristiano.
Es más, muchos hacen justo esto: Como no necesitan un llamado
específico, toman un avión, van a donde les parece, y cuando llegan a
ese determinado lugar, hacen lo que quieren también. ¿El resultado?
¡No hacen nada! Los tales no querían verse involucrados en cuanto a
un llamado, lugar, tiempo, sumisión y obediencia a un ministerio,
iglesia o pastor. Solo pensaban que Dios los guiaría. Sin embargo,
como Dios es un Dios de orden y sus vidas estaban en desorden, nunca
hicieron nada, no hacen nada y jamás harán nada.
¿Qué sucede con estas dos posiciones? Que están equivocadas por completo.
No es una cosa ni la otra. Los que abogan por la primera, terminan en sus
casas, pues nunca les llega la tal «revelación o sueño, y no escuchan ninguna
voz». Los que defienden la segunda posición, casi siempre le hacen más daño
que bien a la obra de Dios. Así que regresan a la casa con sus vidas
frustradas. Lo que es peor, les invaden un sentimiento de derrota debido a que
intentaron hacer algo que Dios no les llamó a hacer. ¡Estos dos puntos de
vista los he visto alrededor del mundo! La verdad reside en el punto medio de
estos dos pensamientos extremos. Ahora bien, esto nos lleva a una pregunta
importante: «¿Es necesario un llamado?».
DIFERENTES LLAMADOS EN EL NUEVO TESTAMENTO
La palabra «llamado» se usa de varias maneras en el Nuevo Testamento. En
la mayoría de los casos, solo se refiere a la vida cristiana, pero también se
relaciona con un servicio en sí mismo para el reino de Dios.
1. Todos sabemos que Dios nos llamó a la salvación (Ro 9:24-26), y que
esta se manifestó por Cristo (Lc 5:32)
Todos los cristianos tenemos el llamado a ser santos (Ro 1:7), y el propósito
final de este llamado es que seamos conformados a la imagen de Cristo (Ro
8:29). Mientras esto sucede, todos los creyentes tenemos el llamado por la
gracia (Gl 1:6) a la paz (1 Co 7:15), la luz (1 P 2:9), la esperanza (Ef 4:4), la
gloria (1 Ts 2:12), la santidad (1 Ts 4:7), la libertad (Gl 5:13) y el sufrimiento
(1 P 2:21).
2. Hay un llamado al servicio cristiano que está ABIERTO PARA
TODOS
Este es el primer llamado de los cuatro llamados de Hechos 1:8 que dice:
«Pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo,
y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último
de la tierra». Este es el llamado a tu Jerusalén, a evangelizar a quienes están a
tu alrededor. Entonces, sin dejar tu trabajo ni tus ocupaciones, debes
evangelizar a tu familia, a tus amigos, a tus compañeros de escuela y trabajo,
a los de tu barrio y de tu ciudad. (De los otros tres llamados no hablaremos
ahora, sino más adelante).
Cualquier creyente puede llevar a cabo este llamado al servicio cristiano,
pues todos debemos testificar y evangelizar. Jesús ya lo dijo en Marcos
16:17: «Y estas señales seguirán a los que creen: En mi nombre». No dice
que será para ministros, pastores, evangelistas ni misioneros, sino «a los que
creen». ¡A TODOS! Este es un llamado general que está a la disposición de
cada uno de nosotros. Tú puedes ganar almas para Cristo, hacer
evangelización personal, y predicarle a alguien en la calle y en cualquier
lugar. ¡Tú eres importante para Dios! ¡Eres valioso!
En general, puedes marcar la diferencia al servir a Cristo mismo aunque no
tengas un llamado específico. Puedes alabar a Dios en el coro de tu iglesia. O
tal vez puedes cantar y, mediante tu voz, Dios podrá tocar los corazones con
una voz ungida bajo el poder del Espíritu Santo. Puedes ayudar a distribuir
folletos de evangelización en la calle, en el edificio de apartamentos donde
vives, al cartero, etc. Puedes trabajar de voluntario en tu iglesia, ser parte del
grupo o equipo de evangelización, etc. Puedes ayudar a alimentar a los
pobres en tu comunidad. Puedes disponer de tus entradas económicas y
colaborar con tus finanzas para extender el reino de Dios al sostener
misioneros o apoyar a uno de los centenares de ministerios de tu elección y
preferencia. Puedes ser un voluntario y hacer muchas cosas para el reino de
Dios. Ora al Señor y Él te guiará. Sin duda, puedes hacer muchas cosas. ¡No
hay excusas! ¡Así que empieza hoy mismo a testificar de Él!
3. Hay un llamado único, especial, específico y definitivo
Cuando hablo de este llamado, me refiero a ese en el que dejas profesión,
ocupación, trabajo, planes, estudios, etc. Sea lo que sea que estés haciendo, lo
abandonas para entregarte a tiempo completo al trabajo del Señor. Esto es a
lo que Pedro se refería cuando dijo con la convicción que todos le
conocemos: «Y nosotros persistiremos en la oración y en el ministerio de la
palabra» (Hch 6:4). En el Evangelio de Mateo, vemos que Jesús llama a
Pedro, Andrés, Jacobo y Juan para que le siguieran:
Andando Jesús junto al mar de Galilea, vio a dos hermanos, Simón,
llamado Pedro, y Andrés su hermano, que echaban la red en el mar;
porque eran pescadores. Y les dijo: Venid en pos de mí, y os haré
pescadores de hombres. Ellos entonces, dejando al instante las redes, le
siguieron. Andando Jesús junto al mar de Galilea, vio a dos hermanos,
Simón, llamado Pedro, y Andrés su hermano, que echaban la red en el
mar; porque eran pescadores. Y les dijo: Venid en pos de mí, y os haré
pescadores de hombres. Ellos entonces, dejando al instante las redes, le
siguieron.
Mateo 4:18-22
Hablando de lo mismo, Lucas enfatiza lo siguiente: «Y cuando trajeron a
tierra las barcas, dejándolo todo, le siguieron» (5:11). Por estos versículos
está claro que Jesús les hizo un llamado único, especial, específico y
definitivo a estos hombres. Como resultado, estos dejaron sus ocupaciones de
pescadores para seguirlo a Él, ser sus discípulos y convertirse en «pescadores
de hombres».
Al parecer, no les era posible ser pescadores de peces y al mismo tiempo ser
«pescadores de hombres». Esto no quiere decir que hubiera algo equivocado
en sus labores anteriores, solo que ahora sus ocupaciones las desempeñarían
para el Reino de Dios, donde pondrían tiempo, esfuerzos y energías para
adelantar y testificar de la obra que comenzaba Cristo.
Es interesante notar que estos cuatro hombres nunca más regresaron a sus
antiguas ocupaciones. Lo contrario de esto es que muchos cristianos también
han recibido el llamado para predicar, pero siguieron en sus ocupaciones de
motoristas, camareros, pilotos, psicólogos, siquiatras, médicos, dentistas,
abogados, ingenieros, empresarios, etc. Por lo que trabajan en torno a sus
profesiones. También están los que han tenido todas estas ocupaciones y más,
pero cuando Dios los llamó y cambió, Él los envió a tierras lejanas, a pueblos
y lenguas que no conocían. Nunca un llamado es igual a otro, siempre habrá
diferencias entre sí. Todos somos distintos y únicos a los ojos del Señor, con
diversos dones, talentos y ministerios. Y a todos Él nos puede usar como
«medios poderosos en sus manos».
Esta idea de un llamado específico para servir a Cristo está relacionada con la
voluntad del individuo. En un momento de entusiasmo, alguien le dijo al
Señor:
Yendo ellos, uno le dijo en el camino: Señor, te seguiré adondequiera que
vayas. Y le dijo Jesús: Las zorras tienen guaridas, y las aves de los cielos
nidos; mas el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar la cabeza. (Lucas
9:57-58)
Al parecer, el hombre desistió del compromiso. En otro caso, alguien se
ofreció de voluntario, pero mira lo que sucedió: «Y dijo a otro: Sígueme. Él
le dijo: Señor, déjame que primero vaya y entierre a mi padre» (Lc 9:59).
También parece que la prioridad de este hombre era su familia. Y uno más
quería una fiesta familiar de despedida para después seguir al Señor:
«Entonces también dijo otro: Te seguiré, Señor; pero déjame que me despida
primero de los que están en mi casa» (Lc 9:61). En todos estos casos, la
respuesta de Jesús para estos tres hombres y candidatos al servicio cristiano
fue la misma:
Y Jesús le dijo: Ninguno que poniendo su mano en el arado mira hacia
atrás, es apto para el reino de Dios.
Lucas 9:62
EL LLAMADO SECULAR O MATERIAL, Y EL LLAMADO SAGRADO O ESPIRITUAL
Están los creyentes que se niegan a hacer una distinción del llamado secular o
material, al llamado sagrado o espiritual. El cristiano consagrado dice:
«Todas las vocaciones ministeriales son sagradas, pues todo lo que hago es
para Dios». Al decir esto se apoya en pasajes como este:
Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para
los hombres.
Colosenses 3:23
Esto dicen y tienen razón: «Serviré al Señor en mi profesión y ocupación».
Por supuesto, esto es cierto. En cambio, tampoco invalida la distinción que el
Nuevo Testamento hace entre quienes realizan ministerios seculares por
mantener sus ocupaciones, y los que llevan a cabo el ministerio sagrado
cuando lo abandonan todo debido a que recibieron un llamado específico,
único, especial y definitivo. Los dos tienen validez, y los dos son para dos
clases de llamados a testificar diferentes por completo entre sí, aunque en
ambos se sirve al Señor.
En varios versículos, Pablo parece establecer una diferencia entre el «llamado
secular o material» del llamado «sagrado o espiritual» (Ro 15:27; 1 Co 9:11).
En el propio caso de Pablo, este era consciente de «un llamado especial,
espiritual, específico y único en cuanto a cómo debía testificar de Cristo»,
pues esto es a lo que se refiere cuando dice que Dios lo puso en el ministerio
(1 Ti 1:12). En 2 Timoteo 2:11 dice que su llamado era el de ser apóstol,
predicador y maestro al enseñar la Palabra. Reconocía que podía fallar en el
ministerio (1 Co 9:27), pero expresó la esperanza de poder completarlo (Hch
20:24). Esto lo comprobamos cuado lo hizo realidad al terminar la carrera (2
Ti 4:7). En sus epístolas, Pablo fue claro al decir que era un genuino apóstol
(1 Co 9:1), pues así lo dispuso Dios por su voluntad (1 Co 1:1). Además, su
llamado radicaba en anunciar el evangelio de Dios (Ro 1:1).
Pablo no eligió este llamado (1 Co 9:16-18), ni se lo concedieron otras
personas, sino que lo llamó Dios mismo (Gl 1:1). Por lo tanto, Pablo dice que
era un apóstol por «la voluntad de Dios», y que fue hecho ministro del
evangelio (Ef 3:7). Es cierto que trabajó con sus propias manos para
mantenerse y ayudar a sus compañeros (Hch 20:34), pero nunca se refirió al
trabajo de hacer tiendas como su vocación ni que «este oficio fuera por la
voluntad de Dios», sino que era un apóstol, predicador y maestro por la
«voluntad de Dios», ya que «hacer tiendas» solo lo hizo para pagar sus gastos
por un tiempo. Pablo estaba sorprendido por la gracia de Dios que le hizo
predicador y apóstol, debido a que antes fue un perseguidor de la iglesia (1
Co 15:9-10; 1 Ti 1:12-14).
Pablo habló de Tíquico y de Epafras como «fieles ministros de Cristo» (Col
4:7, 12), una distinción que obviamente no se la daba a todos. En cuanto a
Timoteo, recordó el día de su ordenación y consagración al ministerio cuando
los presbíteros le impusieron las manos (1 Ti 4:14). En cambio, no hay
evidencia en el Nuevo Testamento que sugiera que se eligieran hombres en
trabajos seculares, ni que los líderes, ancianos o presbíteros les impusieran las
manos al ordenarlos al ministerio para que luego siguieran en sus trabajos
seculares. Esta exclusividad solo se ajusta a Cristo, que llamó a sus apóstoles,
como fue el caso de Leví o Mateo (lee Mt 9:9). Esto parece que solo se
reservó para quienes Él llamó de manera específica, a fin de que predicaran el
evangelio y sirvieran en la iglesia de Cristo. Como resultado, los tales dejaron
sus trabajos seculares cuando se les llamó al ministerio.
Al parecer, los apóstoles sintieron que había algo «especial» con relación a
sus «ministerios», porque cuando la distribución de los alimentos amenazó la
unidad de la iglesia en Jerusalén, se negaron a participar en el servicio a las
mesas, pues solo se dedicarían a la predicación de la Palabra y la oración
(Hch 6:1-4). Es difícil escapar a la convicción de los apóstoles y líderes de la
iglesia primitiva, pues «la predicación de la palabra y la oración» equivalen a
lo que hoy llamamos «el llamado completo al ministerio o al servicio
cristiano».
Todos los cristianos tenemos el llamado a servir a Cristo y testificar de Él, sin
importar la vocación o el trabajo secular, pues solo «unos pocos» tenemos el
llamado para dejarlo todo con el propósito de entregarnos por completo al
ministerio, y dedicarnos a la oración y predicación de la Palabra de Dios. Es
importante mantener esta distinción entre los laicos, quienes sirven a Cristo
en sus trabajos y profesiones seculares, de los que son clérigos o llamados,
ordenados y consagrados al servicio o ministerio a tiempo completo.
¿QUÉ CONSTITUYE EL LLAMADO AL SERVICIO CRISTIANO?
El llamado al servicio cristiano no viene como un rayo ni un meteoro ruidoso
cayendo del cielo. En gran parte, es una convicción que crece basada en
ciertos principios estipulados en la Palabra de Dios. A medida que
caminamos y maduramos en el Señor a la luz de su Palabra, descubrimos que
paso a paso Él nos guía al lugar conveniente y al llamado apropiado, al
ministerio preciso y en el tiempo oportuno; y escucharemos lo que nos dice la
Palabra en este pasaje:
Entonces tus oídos oirán a tus espaldas palabra que diga: Este es el
camino, andad por él; y no echéis a la mano derecha, ni tampoco torzáis a
la mano izquierda.
Isaías 30:21
Una vez aclarado esto, debemos preguntarnos: «¿Qué constituye este
llamado?».
1. El reconocimiento del señorío de Cristo
Esto constituye el primer paso en el proceso de este llamado: Reconocerlo
como «Señor» en todas las esferas de nuestra vida.
Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien
vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo.
Hechos 2:36
Con estas palabras el apóstol Pedro resume la gran afirmación de la iglesia
primitiva, pues el señorío de Cristo debe ponerse siempre como una
prioridad. Puesto que Jesús nos redimió con su sangre, nos salvó por su
gracia y nos guarda por su poder, Él tiene el primer lugar y el señorío en
nuestra vida como cristianos. Nosotros somos de su propiedad. Nuestro
cuerpo, alma, mente y espíritu son suyos. Él tiene el derecho de hacer lo que
quiera y desee en nuestra vida. Así que nosotros somos sus siervos. Cuando
Él habla, debemos escuchar. Cuando Él llama, debemos responder. Cuando
Él ordena, debemos obedecer. Solo tenemos el derecho de hacerle una
pregunta: «Señor, ¿qué quieres que yo haga?» (Hch 9:6). Si Él nos quiere en
el servicio cristiano, no tenemos opción alguna, sino solo obedecer y
testificar de Él.
2. El reconocimiento de la confirmación de la iglesia local
Esto constituye el segundo paso en este llamado, el cual era muy importante
y prominente en el Nuevo Testamento. En sí, se refería a la aprobación y
confirmación del liderazgo de la iglesia sobre los llamados al servicio
cristiano y al ministerio.
Había entonces en la iglesia que estaba en Antioquía, profetas y maestros:
Bernabé, Simón el que se llamaba Niger, Lucio de Cirene, Manaén el que
se había criado junto con Herodes el tetrarca, y Saulo. Ministrando éstos al
Señor, y ayunando, dijo el Espíritu Santo: Apartadme a Bernabé y a Saulo
para la obra a que los he llamado. Entonces, habiendo ayunado y orado,
les impusieron las manos y los despidieron. Ellos, entonces, enviados por
el Espíritu Santo, descendieron a Seleucia, y de allí navegaron a Chipre.
Hechos 13:1-4
Hoy en día, esto casi no existe en las iglesias cristianas. Vivimos en una
época donde hay «divisiones» y casi «cualquiera tiene un llamado», por no
decir de quienes, en realidad, nunca «han recibido un llamado alguno».
Entonces, al estar en desacuerdo con el liderazgo de su iglesia local, o con su
pastor, se levantan para ejercer un ministerio al cual nunca los llamó el Señor,
y esto provoca destrozos, divisiones, enemistades y dolor en el pueblo de
Dios.
El clásico ejemplo de sujeción de un candidato al ministerio fue el de Pablo y
Bernabé, quienes recibieron la orden imperativa del Espíritu Santo:
«Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra a que los he llamado» (Hch
13:2). Por lo tanto, esta es la pregunta que se debe hacer: «Si el Espíritu
Santo ya les llamó, ¿esto no era lo suficiente?». ¡No! «¿Y por qué la iglesia
debe opinar sobre esto y dar su aprobación?». Sencillo: Porque Dios es un
Dios de orden, y Él respeta y no pasa por alto la autoridad de los pastores y
líderes que Él pone y constituye en su Iglesia. Además, ¡nunca viola los
principios de sujeción de los llamados! La razón es que la iglesia, como
menciona este pasaje, «es la iglesia del Dios viviente, columna y baluarte de
la verdad» (1 Ti 3:15).
La iglesia es el canal por el que fluye la gracia salvadora de Dios hacia un
mundo necesitado de evangelización (Hch 1:8). La evangelización y las
misiones no son obras de algunos individuos, sino que son la responsabilidad
de la iglesia como un todo. El Espíritu Santo envió a Pablo y Bernabé a los
viajes misioneros, pero ellos estaban «sujetos» a la iglesia local, la iglesia de
Antioquía. Así que a su regreso, le informaron a la iglesia todo lo que
llevaron a cabo, así como las cosas que le sucedieron.
En varios pasajes de la Biblia vemos que todos los ayudantes de Pablo
estaban sujetos también a sus iglesias locales. De Timoteo se dice que «daban
buen testimonio de él los hermanos que estaban en Listra y en Iconio» (Hch
16:2}. De manera directa o indirecta, a Tíquico, Onésimo, Aristarco, Marcos,
Jesús (llamado Justo), Epafras, Lucas y Demas se les menciona y vincula a la
iglesia en Colosas, debido a que prestaron sus servicios en la misma (Col 4:7,
9-12, 14, 17). De igual manera, se afirma:
Y le acompañaron hasta Asia, Sópater de Berea, Aristarco y Segundo de
Tesalónica, Gayo de Derbe, y Timoteo; y de Asia, Tíquico y Trófimo.
Hechos 20:4
Todos estos mencionados, y muchos otros también, eran miembros de sus
iglesias locales. Así que estaban sujetos a las mismas, aunque actuaban en el
ministerio junto con Pablo. Cuando la iglesia en Antioquía daba sus primeros
pasos, la iglesia de Jerusalén envió a Bernabé para que ayudara a los
creyentes allí a establecerse y afirmarse en Cristo (Hch 11:22).
La persona que dice que tiene el llamado a pastor, evangelista, misionero,
maestro o cualquier otra ocupación ministerial, pero sin sujeción a nadie, no
responde a nadie, ni le rinde cuentas de sus actos a un superior en cuanto a lo
espiritual. Así que actúa por su cuenta, se comporta de manera individual y
no se sujeta a su iglesia local ni a su pastor. En realidad, no tiene el llamado
al ministerio de acuerdo a la norma bíblica y los parámetros establecidos en
el Nuevo Testamento respecto al llamado y la sujeción.
Lo cierto es que esta persona se ha llamado sola y no tiene base alguna en las
Escrituras para ministrar a otros. Lo que es peor, no tiene carta de
recomendación de algún concilio, denominación, organización, corporación
ni de alguna junta directiva de un ministerio establecido como es debido. De
modo que no responde a las autoridades civiles y mucho menos está bajo la
autoridad divina y humana de sus líderes espirituales. Hay quienes dicen:
«Yo solo respondo ante Dios». ¡Esto no existe y no es bíblico! Hasta Jesús
estuvo sujeto al Padre. Basta con que leas el Evangelio de Juan y te enterarás.
El llamado al servicio cristiano, al ministerio a tiempo completo, viene del
Espíritu Santo, esto es obvio. Sin embargo, debe existir alguna forma de
sujeción del candidato a su iglesia local y la confirmación de esta a su
llamado, pues su iglesia lo conoce más que nadie debido a que forma parte de
su membresía. El pastor local y el liderazgo lo conocerán y estarán en
posición de percatarse o no del llamado de esta persona. Al final, le podrán
dar su bendición y aprobación, o también su rechazo y desaprobación por
falta de testimonio en su iglesia o comunidad. Un aspecto necesario de este
llamado es entender cuál es la voluntad de Dios y ser susceptible a la guía del
Espíritu Santo. Más adelante hablaremos de esto.
LA INTERPRETACIÓN «DEL LLAMADO MACEDONIO»
Muchos han interpretado la visión del varón macedonio como un llamado al
trabajo misionero:
Y se le mostró a Pablo una visión de noche: un varón macedonio estaba en
pie, rogándole y diciendo: Pasa a Macedonia y ayúdanos. Cuando vio la
visión, en seguida procuramos partir para Macedonia, dando por cierto
que Dios nos llamaba para que les anunciásemos el evangelio.
Hechos 16:9-10
La mayoría de los expertos, eruditos y estudiosos de las misiones cristianas
dicen que esto NO fue un llamado misionero y lo interpretan de otra manera.
¿Por qué? Porque antes que esto sucediera, ¡ya Pablo había sido misionero
durante muchos años! ¿Cuál es la razón? ¡La razón es que su llamado al
servicio misionero vino junto con su conversión y coincidió con la misma!
¿Cuándo fue su llamado? Cuando Dios le dijo a Ananías lo siguiente:
Ve, porque instrumento escogido me es éste, para llevar mi nombre en
presencia de los gentiles, y de reyes, y de los hijos de Israel.
Hechos 9:15
Y este llamado, como ya vimos antes, lo confirmaron el Espíritu Santo y la
iglesia local de Antioquía (Hch 13:1-4).
Entonces, ¿cuál fue la naturaleza de este «llamado macedonio»? Solo fue una
cuestión de dirección divina, pues Pablo recibió su llamado mucho tiempo
antes y ya hacía varios años que estaba a tiempo completo en la obra
misionera. Incluso, ya había llegado al extremo occidental del continente
asiático, y tenía varias opciones abiertas y disponibles. Al parecer, no tenía
pensado visitar Europa, pero es posible que decidiera ir de nuevo hasta allá y
entrar en la provincia romana de Asia hasta llegar a Bitinia. Aun así, el
Espíritu Santo se lo impidió dos veces. ¿Adónde irían? Es obvio que tanto él
como sus compañeros necesitaban la dirección divina, a fin de que llevaran el
evangelio por primera vez a Europa.
Debido a que la decisión que Pablo estaba a punto de tomar era de suma
importancia, el apóstol necesitaba de una guía muy especial en un momento
crucial de su vida y ministerio. Entonces, Dios le mostró en visión al hombre
de Macedonia. Como es natural, todos entendieron que esta era la voluntad
divina, pues así lo dice muy claro la Escritura: «Cuando vio la visión, en
seguida procuramos partir para Macedonia, dando por cierto que Dios nos
llamaba para que les anunciásemos el evangelio» (Hch 16:10).
EL LLAMADO ÚNICO ANTE LA DIRECCIÓN DIVINA
Debemos hacer una clara distinción entre el llamado a tiempo completo al
ministerio y al servicio cristiano, y la dirección divina. Ya dijimos que «el
llamado macedonio» de Hechos 16:9-10 no fue «misionero» en realidad, sino
solo una cuestión de la dirección de Dios. EL LLAMADO VIENE Y
SUCEDE UNA SOLA VEZ EN LA VIDA DE UNA PERSONA, y cuando
se entiende y obedece, no necesita que se repita. En cambio, LA
DIRECCIÓN DIVINA SE REQUIERE Y NECESITA TODA UNA
VIDA. Una vez que el Señor llama a alguien, Él la guiará a lo largo de su
vida en las decisiones que deba tomar esta persona.
Así que surgen preguntas similares a estas: ¿Dónde el Señor quiere que le
sirva y testifique de Él? ¿En la evangelización o en las misiones? ¿Cómo
evangelista, pastor o misionero? ¿En mi país o en el extranjero? ¿En cuál
misión o denominación? ¡No se puede estar en dos lugares al mismo tiempo!
Entonces, ¡se necesita la dirección divina! Lo mismo sucede contigo y
conmigo. Debemos saber dónde debemos servir al Señor, por eso siempre
necesitaremos su dirección en las múltiples e innumerables decisiones que
debamos tomar. Todos estos aspectos son muy relevantes y no se deben
analizar a la ligera. Por ejemplo, recuerda que Dios escogió a Pablo para
enviarles su mensaje a los gentiles, mientras que a Pedro lo eligió para que
les llevara su mensaje a los judíos (Gl 2:7-8).
Cuando consideramos los grandes misioneros del pasado, vemos que Dios
guio a Hudson Taylor a la China, a David Livingston al África, a William
Carey a la India, a Raymund Lull al Oriente Medio, a los musulmanes, a
Adoniram Judson a Birmania, a Juan Paton a las Nuevas Hébridas, solo por
mencionar a algunos. Además, el mismo Dios envió a los ingleses, escoceses
y estadounidenses al mundo entero, y ha enviado, está enviando y enviará
ahora a los hispanos y brasileños. ¡Este es nuestro tiempo! ¡Alabado sea su
nombre! Él te guiará hacia el lugar en el que debes predicar, ya sea en tu
ciudad, nación o en otro país.
En mi caso, lo he hecho en todas estas esferas. En el tuyo, tendrás que
decidir, o mejor dicho, Dios decidirá si serás misionero, evangelista o pastor.
Yo fui misionero en Brasil y España, pero soy un evangelista internacional.
Hay quienes tienen el llamado a enseñar en una escuela bíblica, un seminario
o en una universidad cristiana. ¿Qué tal si Dios te llama a pastorear? ¿Dónde?
¿En cuál ciudad? ¿Por cuánto tiempo? En todo esto se requiere la dirección
divina. ¿Cómo la podemos encontrar? En ayuno y oración, ¡y bajo la guía del
Espíritu Santo y la Palabra de Dios!
¿CÓMO SE RECIBE EL LLAMADO A LAS MISIONES Y A LA EVANGELIZACIÓN?
Dios es soberano en cuanto a la elección de sus siervos que irán a servirle
para testificar en la evangelización y las misiones. Esto no quiere decir que
nos sentemos de brazos cruzados a esperar que la voz del Señor suene como
trompeta y nos llame a la mies. Tiene que haber de nuestra parte una actitud
de receptividad, apertura y disposición para lo que Él decida en nuestra vida.
Luego, debemos responderle de acuerdo a lo que nos guíe. En realidad, ¿qué
necesitamos para atender a este llamado?
1. Una mente abierta y obediente
Muchos cristianos deciden con antelación que hay ciertas cosas que harán o
no en la obra del Señor. Esto es una oposición y resistencia a los planes de
Dios, y puede incurrir en desobediencias. Si ya has premeditado y
determinado lo que vas a hacer sin tener una palabra específica de parte de
Dios, estás en serios problemas. Si Dios decide lo contrario, habrá conflicto.
Otros deciden que servirán al Señor, pero que no lo harán en «misiones
extranjeras» ni en lugares donde su vida corra «peligro». También están
quienes deciden lo contrario, pues quieren ir al extranjero. Entonces, si Dios
decide otra cosa, no estarán de acuerdo. Cuando albergamos ideas
preconcebidas en cuanto a la voluntad de Dios y con una mente cerrada a la
sensibilidad del Espíritu, esperaremos en vano para recibir el llamado.
El otro lado de la moneda es que si tienes una mente abierta y eres obediente
a lo que decida Dios, harás más fáciles las cosas para Él, pues pondrá en tu
corazón el deseo, la voluntad, el amor y la entrega de servirle donde
determine. He visto a muchos cristianos alrededor del mundo que esperan y
esperan, y según su opinión, el llamado nunca llega. En cambio, el llamado sí
llegó, sí vino, pero ellos eran los que no estaban dispuestos a obedecer la
plena voluntad de Dios. Allí es donde tienes que ser sincero por completo
contigo mismo al considerar tus opciones y mantener tu mente abierta para
ser obediente a lo que el Señor decida para ti.
También he visto a muchos creyentes decepcionados y frustrados porque
esperaron por un largo tiempo que sucediera «algo sobrenatural» en sus
vidas, y esto nunca se hizo realidad. No necesitamos de esto. Tenemos la
Palabra de Dios, el ayuno, la oración y la guía divina por su Espíritu. Al tener
una mente abierta y obediente en el llamado y la dirección del Señor, ahora la
tal persona debe asumir la responsabilidad de realizar la obra de Cristo que se
le encomendó al testificar de Él.
2. Un oído sensible y atento
Una mente abierta es algo muy bueno, pero todavía necesitamos otra cosa
más. Se trata de un oído sensible, atento y dispuesto a escuchar la voz del
Espíritu Santo. Todos sabemos que la facultad de oír se puede abrir y cerrar
casi al mismo tiempo. En esos momentos es donde tenemos que aprender a
escuchar «el silbo apacible y suave de la voz de Dios» por medio de su
Espíritu.
Tenemos la costumbre de usar esta frase: «Ten siempre el oído atento». Esto
es cierto en lo que respecta al mundo espiritual y al llamado. Muchos, al no
discernir su llamado a una vocación, ocupación o un ministerio específico,
pierden la oportunidad, o muchas oportunidades, de servir al Señor en el
centro de su voluntad. Algunos cristianos dicen a menudo: «¿Cómo Dios les
habla a los demás y a mí nunca me habla?». Es posible que Dios haya
hablado más de una vez y que tal persona no lo escuchara, como está escrito
en este pasaje que confirma lo que decimos:
Sin embargo, en una o en dos maneras habla Dios; pero el hombre no
entiende. Por sueño, en visión nocturna, cuando el sueño cae sobre los
hombres, cuando se adormecen sobre el lecho, Entonces revela al oído de
los hombres, y les señala su consejo [...] He aquí, todas estas cosas hace
Dios dos y tres veces con el hombre.
Job 33:14-16, 29
¡Allí esta! ¡Dios habló, habla y hablará siempre! Nosotros somos los que no
lo escuchamos hablar y no le prestamos atención, pues Él nos habla por
medio de su Palabra, un sermón, un consejo, una canción, un sueño. También
lo hace mediante nuestra autoridad espiritual, nuestros líderes o pastores,
poniendo paz en nuestro corazón, etc. Él habla y confirma el llamado de
muchísimas maneras diferentes, pero nosotros somos los que no sabemos
escuchar. Por lo tanto, tenemos que «afinar» nuestros oídos, tanto físicos
como espirituales, siendo susceptibles a la voz del Espíritu, debido a que
Dios sigue hablando hoy. Al tener un oído sensible y atento al llamado y la
guía del Señor, ahora tal persona debe asumir la responsabilidad de realizar la
obra de Cristo que se le encomendó, a fin de que testifique de Él.
3. Un corazón puro y sincero
Además de una mente abierta y obediente, un oído sensible, atento y
dispuesto, se necesita tener un corazón con motivos puros y sinceros delante
de Dios. La motivación de nuestro corazón debe estar alineada con su
voluntad para servir al Señor de una manera adecuada. Aceptar la verdad de
Dios no solo se hace con la mente de una manera intelectual, sino también de
una manera espiritual y moral con el corazón. Dios no se le revela a cualquier
persona que solo razona con su mente, sino que Él les habla a quienes están
dispuestos a servirle con un corazón puro y sincero, y con buenas
motivaciones para honrarlo y glorificarlo. Dios no les habla a los que solo
quieren «saber», sino que se les revela a los que quieren «obedecer». El
Salmo 99:5 dice que Dios es santo, y que quienes desean tener comunión con
Él, deben buscar la santidad. Así lo expresa el libro de Hebreos cuando dice
que debemos buscar «la santidad, sin la cual nadie verá al Señor» (12:14).
En el Salmo 24, David se hace dos preguntas importantes respecto a quién se
podrá acercar al Señor, y él mismo las responde:
¿Quién subirá al monte de Jehová? ¿Y quién estará en su lugar santo? El
limpio de manos y puro de corazón; el que no ha elevado su alma a cosas
vanas, ni jurado con engaño.
Salmo 24:3-4
Se necesita un corazón puro y sincero por completo para tener comunión
íntima con el Señor, y para servirlo entre los hombres a los cuales
testificamos y ministramos. Más adelante, una vez más David deja en claro lo
siguiente:
Si en mi corazón hubiese yo mirado a la iniquidad, el Señor no me habría
escuchado.
Salmo 66:18
El cristiano, de cualquier edad, que alberga algún pecado sin confesar en su
corazón, no podrá servir al Señor con entera libertad y esperará en vano por
el llamado de Dios en su vida para servirle, excepto el llamado al
arrepentimiento como lo dice Isaías 55:7 y Santiago 4:8. Para el llamado de
Dios al servicio cristiano, ya sea en la evangelización o las misiones, se
necesita la pureza de un corazón sincero, pues sin esto nadie verá a Dios (Mt
5:8). Examina tu corazón delante del Señor y tus motivos al servirle, como lo
dice este pasaje de manera contundente:
Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para
los hombres; sabiendo que del Señor recibiréis la recompensa de la
herencia, porque a Cristo el Señor servís.
Colosenses 3:23-24
Al tener un corazón puro y sincero en el llamado y la guía del Señor, ahora
tal persona debe asumir la responsabilidad de realizar la obra de Cristo que se
le encomendó, a fin de que testifique de Él.
4. Manos ocupadas y disponibles
Para recibir el llamado, no solo hacen falta una mente abierta y obediente, un
oído sensible y atento, y un corazón con motivos puros y sinceros delante de
Dios. También es imperativo estar con las manos ocupadas y disponibles para
servirlo en cualquier lugar. El diablo siempre encontrará un sitio en la vida de
un cristiano que no hace nada. Bien lo dice el refrán: «Mente vacía, oficina
del diablo». Hay cierta verdad en esta afirmación. Si hay algo que hace
distinción al llamado que menciona las Escrituras, todas estas personas
hacían algo cuando Dios las llamó:
Moisés: Cuidaba las ovejas de su suegro
Josué: Era el ayudante de Moisés, pero que más tarde llegó a ser
un gran general
Gedeón: Trabajaba en el trigo
Débora: Profetiza y jueza
Rut: Trabajaba en el campo de Booz
David: Cuidaba las ovejas de su padre
Pedro y los hijos de Zebedeo: Eran pescadores
Mateo: Cobraba impuestos
Pablo: Hacía tiendas
Estos son solo algunos ejemplos, pues hay muchos otros personajes bíblicos
que estaban ocupados cuando Dios los llamó a una tarea específica. Dios
quiere trabajadores en su viña y no ociosos (Pr 6:6-11). Jesús mismo dijo:
«Mi Padre hasta ahora trabaja, y yo trabajo» (Jn 5:17). Además, mencionó lo
siguiente al respecto:
Me es necesario hacer las obras del que me envió, entre tanto que el día
dura; la noche viene, cuando nadie puede trabajar.
Juan 9:4
Cualquier creyente que esté considerando recibir un llamado específico del
Señor en cuanto a un ministerio, debe estar ocupado sirviendo a Dios en su
iglesia local y esperando la dirección divina. Tú puedes enseñar en la Escuela
Dominical, hacer alguna obra evangelística, visitar hogares, hospitales o
casas de ancianos, distribuir folletos cristianos, ayudar de alguna manera con
los niños en la guardería, los jóvenes en sus cultos, en un centro de
recuperación o solo ayudando a tu pastor en cualquier cosa que lo necesite.
Así empecé yo en Brasil, ayudando a mis pastores y distribuyendo folletos
para evangelizar en las calles, en autobuses, trenes, plazas, hospitales, etc.
Jamás pasó por mi mente que me dedicaría a la evangelización y las misiones
mundiales, que predicaría en todos los continentes del mundo a millones de
personas, que escribiría libros, editaría DVD de predicación, ayudaría
financieramente a cincuenta y dos misioneros (hasta ahora) en todos los
continentes, que tendríamos un Instituto Teológico en la India, etc. Empecé
de jovencito en Juventud Con Una Misión sirviendo de cualquier manera que
se me pidiera, tanto en Brasil como en España. Después, me ordenaron como
ministro de las Asambleas de Dios. Así le sucedió a Felipe, quien empezó
sirviendo las mesas (Hch 6:5) y más tarde se convirtió en predicador (Hch
8:5), para llegar a ser el evangelista Felipe (Hch 8:26-40; Hch 21:8). Así que,
¡trabaja en la obra del Señor! Lo que tu pastor y tus líderes espirituales te
pidan que hagas, llévalo a cabo de la mejor manera posible. Siembra tu
tiempo y esfuerzo, y Dios te indicará lo que debes hacer en el futuro, paso a
paso. Al tener las manos ocupadas y disponibles en el llamado y bajo la
dirección del Señor, tienes la responsabilidad de realizar la obra de Cristo que
se te encomendó para que testifiques de Él.
5. Pies listos y dispuestos
Ya vimos que para la obra del Señor se necesitan una mente abierta y
obediente, un oído sensible y atento, un corazón con motivos puros y sinceros
delante de Dios para recibir y actuar en el llamado, y que también es
imperativo que se esté con las manos ocupadas y disponibles. Por último,
tenemos que tener nuestros pies listos y dispuestos para ir y hacer la obra de
testificar donde nos indique Dios.
Todo cristiano correrá el peligro de equivocarse de dos maneras: Una es
correr delante del Señor fuera de su tiempo y perfecta voluntad, y la otra es
perder la oportunidad y quedarse atrás de lo que Dios determinó para su vida.
Por todos los que caen en la primera trampa, hay muchos más que sucumben
en la segunda.
Están los que, al parecer, nunca podrán tomar una decisión final en servir o
no al Señor a tiempo completo. En realidad, sus pies, vidas y corazones no
están listos ni dispuestos a obedecer sin reservas al Señor de la mies. Muchos
especulan demasiado al examinar todas las posibilidades y aspectos de su
llamado, tales como lugar, nación, tiempo, edad, estado civil, etc. Estos oran,
hablan con los demás, analizan con sus mentes un llamado que es divino y
sobrenatural, y acaban perdiendo grandes oportunidades, pues parece que
nunca llegan a una conclusión definitiva.
El problema que afronta esta clase de personas es que no entienden la
verdadera naturaleza de la guía divina y no están preparadas para actuar por
fe. Todo lo analizan con sus mentes y quieren tener la respuesta para cada
una de las preguntas que le hacen al Señor. De modo que desean estar
seguros al ciento por ciento de todo, y esto por supuesto nunca ha pasado,
pasa ni pasará. ¡Esto no funciona de esa manera! En su carta a la iglesia de
Corinto, Pablo lo define así: «Porque por fe andamos, no por vista» (2 Co
5:7). Si esperamos estar absolutamente seguros de nuestro llamado, tarea y
ministerio, esto nunca sucederá, y quien lo crea así, esperará por siempre.
Tenemos que actuar en fe. Yo lo hice con dieciocho años de edad. Podrás leer
con más detalles acerca de esto en mi segundo libro: Heme aquí, Señor,
envíame a mí, donde relato mi llamado, perseverancia, fe y total confianza en
la provisión del Señor para cumplir paso a paso, y en completa obediencia, la
tarea y el llamado que me hizo Él.
La guía divina siempre es perfecta, pero al filtrarla en nuestra mente, deja de
ser perfecta y es allí donde tenemos que creer. De lo contrario, ¿cuál es el
papel de la fe en la guía del Señor? Debemos actuar en fe, día a día, paso a
paso, revelación por revelación, todo a través de su Palabra, con el objetivo
de conocer su perfecta voluntad para nuestra vida. También es vivir por la fe
y creer que Él tiene el control absoluto de todo y que requiere de nuestra vida
una obediencia, entrega, consagración y tener siempre nuestros pies listos y
dispuestos para servirle.
En algún momento de tu vida tendrás que aceptar esto en tu mente y corazón,
para después decidir actuar en fe y confianza sin precedentes, y esto te tomará
toda una vida. Recuerda: El llamado se recibe solo una vez, y este queda
para siempre, como lo confirma este pasaje: «Porque irrevocables son los
dones y el llamamiento de Dios» (Ro 11:29). Entonces, recibimos el
llamado de parte de Dios una sola vez, pero la guía del Señor se recibe
toda la vida de diferentes maneras y en circunstancias favorables o no
favorables para nosotros.
La conclusión de todo es: Tener una mente abierta y obediente, un oído
sensible y atento, un corazón con motivos puros y sinceros delante de Dios,
estar con las manos ocupadas y disponibles, y por último tener nuestros pies
listos y dispuestos para ir donde nos indique Él. Esto requiere de nosotros fe,
entrega y total confianza en el Señor. Al tener los pies listos y dispuestos en
el llamado y la guía del Señor, ahora te toca asumir la responsabilidad de
realizar la obra de Cristo que se te encomendó para que testifiques de Él.
¿CÓMO RECONOCER EL LLAMADO A LAS MISIONES Y LA EVANGELIZACIÓN?
Esta quizá sea la pregunta más crucial e importante de todos los cristianos de
cualquier edad, sobre todo de la juventud que quiere servir al Señor. Veamos
algunas preguntas similares a esta:
¿Cómo viene el llamado?
¿Cómo recibirlo?
¿Qué debo esperar?
¿Es una cuestión de conocimiento o sentimiento?
¿Debo aguardar hasta escuchar una voz o tener una visión?
¿Seré capaz de reconocer la llegada del llamado?
¿Sabré cuándo ya lo tenga?
En cuanto la persona transita por estos pasos, no hay más vuelta atrás.
Ya sabe que su llamado es ser evangelista o misionero. Incluso, sabe
sin ninguna sombra de dudas que el Señor Jesucristo le llamó al
servicio cristiano de la evangelización y las misiones. En este punto es
que la convicción conduce a la decisión. Tal persona está lista para
actuar en fe y se hace el propósito de servir a Cristo. Por lo tanto, no
habrá oposición que podrá detener a tal persona, sin importar que sea la
de sus amigos, familiares y hasta de algunas personas de la misma
iglesia.
3. La evangelización sistemática
Las Escrituras están llenas de ejemplos como los antes citados. Hay quienes
contradicen y se oponen a este método diciendo que muchos no permanecen
en las iglesias después de la campaña, que es costoso, que es mucho trabajo,
etc. Les diré que a nosotros los evangelistas Dios nos ha puesto para predicar
en las campañas masivas. Después que las almas se convierten a Cristo, el
trabajo de los pastores es visitar y discipular a esta gente. Esta no es nuestra
tarea ni nuestra responsabilidad. ¡Cada uno en su función!
Los evangelistas pescamos los peces en la red del evangelio. Los pastores, en
cambio, lavan, cortan y preparan esos pescaditos después de la pesca; es
decir, discipulan a esta gente ya salva. Este método se critica a menudo, pero
es bíblico, y aun Dios lo usa en nuestros días. ¡Dímelo a mí!
En este enero pasado de 2017, estuvimos en Chile con Dámaris, quien
también predicó. La asistencia fue de más de treinta mil personas, contando la
que tuvimos en las ciudades de Temuco, Chillán, Concepción y Santiago. En
febrero, fuimos a Cali, Colombia, y también tuvimos miles y miles de
personas donde Dámaris predicó también. En marzo, prediqué a más de
quince mil personas, contando a todas las personas que vinieron a la campaña
en Melchor de Mencos, en el departamento de Petén, Guatemala. El jueves
tuvimos tres mil personas, más tres mil quinientos el viernes, cuatro mil el
sábado y cinco mil el domingo. En todas estas actividades tuvimos centenares
y centenares de personas que rindieron sus corazones a Jesucristo. ¡Aleluya!
¡Ah, qué gran bendición es ganar almas para Jesús!
En resumen, este método se utiliza para alcanzar a las personas con el
evangelio en el contexto de un lugar público de reunión, como en un
gimnasio, auditorio, plaza, coliseo o estadio. Entonces, un evangelista
presenta el mensaje y se invita a las personas a responder, y la atención
posterior de los nuevos creyentes, el DISCIPULADO, se deja bajo la
responsabilidad de las iglesias locales y sus pastores. Las reuniones son de
carácter masivo y se caracterizan por el entusiasmo del pueblo de Dios. Con
tal fin, todos se movilizan y cada creyente invita a una persona diferente cada
día de la campaña y la lleva a estas reuniones para que escuche la Palabra de
Dios.
Basta leer los libros cristianos actuales y verás cómo Dios usa este método
masivo de alcanzar naciones enteras, como sucedió en 1985 durante la
cruzada de los evangelistas Billy Graham y Luis Palau en Inglaterra. En
1986, Billy Graham celebró una cruzada en París, la cual se transmitió a
todas las ciudades de Francia vía satélite desde las pantallas del estadio. Otro
caso lo vemos en el evangelista Reinhard Bonnke, quien en África ha
alcanzado naciones enteras para Cristo con cruzadas de más de cinco
millones de personas. Además de los evangelistas, Dios usa conciertos
musicales o películas cristianas a fin de atraer grandes multitudes que
después escuchan la Palabra que predica un evangelista o pastor.
Pasos de la evangelización masiva
Este tipo de evangelización cuenta con tres pasos importantes: Preparación,
proclamación y preservación o conservación. A continuación, veamos
algunos detalles de los mismos.
1. Preparación
La preparación incluye la propaganda a través de la radio, la televisión, los
periódicos, el uso general de las redes sociales, folletos, invitaciones a todas
las iglesias, consejeros, etc. También es de suma importancia la preparación
espiritual en ayuno y oración, donde participan los miembros de las iglesias.
Por supuesto, en esta etapa se requiere un comité de finanzas, los grupos
musicales, los ujieres, etc. En fin, toda la programación se realiza con mucha
anticipación y la participación de todos los creyentes movilizados para un
mismo propósito: alcanzar las almas a través de la predicación del evangelio.
2. Proclamación
Este paso se refiere de manera específica al mensaje poderoso de la Palabra
de Dios por medio de un evangelista, pastor local o invitado. Su preparación
espiritual en ayuno y oración es muy importante antes del evento, a fin de que
las multitudes sean salvas.
3. Preservación
La preservación o conservación de los resultados se hace a través del trabajo
del comité de discipulado. La tarea de este comité es atender los nuevos
convertidos, de manera que se les pueda ayudar a madurar en su nueva vida
como creyentes. Para esto, se necesita tener un registro con sus nombres y
teléfonos para visitarlos después del evento y llevarlos al templo. Si falla este
aspecto de la preservación o conservación de los resultados, es muy difícil
que las almas perseveren en la iglesia y con Cristo, pues necesitan crecer
espiritualmente mediante el discipulado. No se olviden que estas personas
nuevas en Cristo son «bebes espirituales» que necesitan la leche de la Palabra
para crecer y madurar como cristianos en lo espiritual.
Obstáculos en la evangelización masiva
En este método de evangelización hay muchos obstáculos que bloquean su
puesta en práctica. Algunos de estos son:
Falta de iniciativa de los líderes y del pueblo cristiano.
Tradicionalismo, o sea, estos se acomodan y no quieren cambios.
Indiferencia y falta de interés por parte del liderazgo y los
miembros.
Ausencia de planes, capacidad, técnicas, estrategias, etc.
Hesíodo, poeta griego del siglo VIII a. C., dijo: «Desdichado el que duerme
en el mañana». Los cristianos debemos despertar y no postergar el mandato
de la Gran Comisión. De lo contrario, ¿qué le responderemos al Señor
cuando estemos en su presencia?
LO QUE NOS DICE LA BIBLIA SOBRE LA DILACIÓN Y LAS EXCUSAS
La Biblia nos tiene mucho que decir en cuanto a la negligencia y la dilación,
así como los deseos que tienen algunos cristianos de postergar, atrasar o dejar
para después lo que se debe hacer hoy. Por eso, nos advierte muy en serio
respecto a las consecuencias que tendremos que afrontar:
1. Si Dios nos llama a hacer algo como sus siervos y no lo hacemos,
tendremos serias consecuencias
Lucas 9:62: «Y Jesús le dijo: Ninguno que poniendo su mano en el arado
mira hacia atrás, es apto para el reino de Dios».
Lucas 12:46-47: «Vendrá el señor de aquel siervo en día que éste no espera, y
a la hora que no sabe, y le castigará duramente, y le pondrá con los infieles.
Aquel siervo que conociendo la voluntad de su señor, no se preparó, ni hizo
conforme a su voluntad, recibirá muchos azotes».
2. Dios sabe que no conocemos el día de mañana, así que hagamos lo que
debemos hacer hoy y no dejarlo para más tarde
Proverbios 27:1: «No te jactes del día de mañana; porque no sabes qué dará
de sí el día».
Santiago 4:14: «Cuando no sabéis lo que será mañana. Porque ¿qué es
vuestra vida? Ciertamente es neblina que se aparece por un poco de tiempo, y
luego se desvanece».
3. Dios nos da el día de hoy para vivir, así que tenemos que hacer lo que
Él nos demanda hoy
Salmo 90:9, 12: «Acabamos nuestros años como un pensamiento [...]
Enséñanos de tal modo a contar nuestros días, que traigamos al corazón
sabiduría». (Lee el Sal 39:4-5).
Salmo 118:24: «Este es el día que hizo Jehová; nos gozaremos y alegraremos
en él».
Como dice este salmo, «este es el día» que tenemos ahora. Ni siquiera
sabemos si lo tendremos completo, mucho menos si lo vamos a tener
mañana. Debemos trabajar en este momento, pues el propio Jesús lo dijo de
manera terminante:
Me es necesario hacer las obras del que me envió, entre tanto que el día
dura; la noche viene, cuando nadie puede trabajar.
Juan 9:4
Repito, tenemos que trabajar, proclamar, anunciar y testificar de Cristo hoy,
ahora, en este día, mientras podemos, y ganar el mayor número de personas
posibles arrebatándolas del infierno y llevarlas a la cruz de Cristo. Además de
la dilación y los pensamientos, también están las excusas y las disculpas que
muchos ministros y cristianos le dan al Señor cuando se niegan a testificar.
Por eso, el teólogo Emil Brunner dijo:
El trabajo misionero no surge de ninguna arrogancia en la iglesia
cristiana; las misiones son su causa y su vida. La Iglesia existe por las
misiones, así como el fuego existe al arder. Donde no hay misiones, no
hay iglesia; y donde no hay ni iglesia ni misiones, no hay fe.
EXCUSAS Y NEGLIGENCIAS PARA NO TESTIFICAR DE CRISTO
Hudson Taylor, quien diera cincuenta años de su vida a la obra misionera en
China, acertó y dio en el clavo cuando dijo estas palabras en contra de todo el
que cree que Dios no puede cumplir con lo que dijo ni sostener a quienes
trabajan para Él. Expresó su credo misionero en solo cuatro puntos:
Hay un Dios vivo.
Él habla en su Palabra.
Él quiere decir justo lo que dijo.
Él siempre mantendrá y cumplirá sus promesas.
¿Te identificas con alguna de estas cincuenta excusas? De seguro que la lista
podría aumentar, pues cada cristiano tiene sus propios obstáculos en cuanto a
este tema de testificar del Señor personalmente. Aun así, esto no te da el
«derecho ni la razón de excusarte y disculparte» de tan grande e importante
obra: ganar a los perdidos para Cristo. Estos que dan «excusas» se olvidan de
lo que Pablo expresa en cuanto a nuestra responsabilidad, la cual no deja
lugar para excusas ni negligencias:
Que prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo;
redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina.
2 Timoteo 4:2
¡A tiempo y fuera de tiempo! Es decir, ¡a cualquier hora y en cualquier lugar!
Recuerda que Proverbios 11:30 lo dice bien claro: «El que gana almas es
sabio». Entonces, ya sabes lo que es para el Señor la persona que no gana
almas. Como dice el refrán: «Para buen entendedor, ¡con pocas palabras
basta!». Alguien dijo: «Hay dos tipos de cristianos: Los ganadores de almas y
los que abandonan la fe».
En cierta ocasión, dos amigos conversaban durante el receso de ambos en la
empresa donde trabajaban. Uno de ellos dijo: «Lo que más me gusta hacer
durante las vacaciones es cazar. Además de gustarme mucho, me alimenta
por varios días». El otro, que era cristiano, le comentó: «A mí también me
gusta mucho cazar, pero mi caza es diferente a la tuya. A mí me gusta salir,
buscar y cazar a los perdidos, y llevarlos a Cristo. Cazo los que no tienen
alegría, paz, amor, felicidad, los que no tienen esperanza, los que están en
drogas, atados a la bebida o al sexo ilícito, matrimonios que están
destrozados, familias y personas que están en pecado y que necesitan del
Salvador. Yo no hago esto solo en las vacaciones, lo hago siempre que
puedo, y también me siento muy alimentado del privilegio y gozo de servir al
Señor, y de ver vidas trasformadas por el poder de Dios». ¡Oh, el Señor
permita que podamos ser como este hombre!
EL PRECIO QUE DEBEMOS PAGAR PARA SEGUIR A CRISTO EN LAS MISIONES Y EN LA
EVANGELIZACIÓN
Por favor, lee Lucas 9:57-62 para que tengas una idea de lo que analizaremos
a continuación.
1. Un hombre le dijo a Cristo que iría a donde Él fuera
Lo interesante del pasaje que nos habla de este hombre es que a Jesús lo
llamó Señor, pero el señorío de Cristo no estaba en él.
Yendo ellos, uno le dijo en el camino: Señor, te seguiré adondequiera que
vayas.
Lucas 9:57
Si no estamos bajo su control, señorío y voluntad en todos los aspectos de
nuestra vida, incluyendo el de testificarles a los demás de Cristo, estamos en
falta, pues no basta con ir a la iglesia. Así que tenemos que dejar de ofrecer
excusas. Aquí tienes la respuesta que recibió este hombre:
Y le dijo Jesús: Las zorras tienen guaridas, y las aves de los cielos nidos;
mas el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar la cabeza.
Lucas 9:58
Con estas palabras, Jesús se refería a la pobreza, la necesidad humana, la
renuncia que debemos tener y el precio que, a la larga, tenemos que pagar
para seguirlo. Aun así, a veces nos emocionamos y nos identificamos de
veras con la misión de testificar. Esto nos sucede cuando:
Escuchamos a un misionero hablar de su misión y de lo que está
haciendo.
Vemos una película sobre las misiones.
Escuchamos una predicación sobre las misiones y la necesidad de
ganar almas para el Reino de Dios.
Sin embargo, Jesús habló de una verdadera renuncia personal donde no hay
lugar para disculpas, sean las que sean, o excusas egoístas de nuestra parte.
Justiniano von Welz poseía el título de barón, pero estaba tan dedicado a la
idea misionera que después de plantearle sin éxito a la iglesia que debía ir a
los paganos y alcanzarlos para Cristo, renunció a sus títulos, propiedades y
tierras, y se ofreció a pagar sus propios gastos para ir a la Guayana
Neerlandesa (hoy Surinam), y después formó un grupo misionero. Von Welz
justificó su decisión de renunciar a sus títulos diciendo lo siguiente:
¿De qué me sirve el título de BIEN NACIDO HUMANAMENTE si yo
nací de nuevo en Cristo? ¿Qué importancia tiene para mí el título de
SEÑOR si soy un siervo de Jesucristo y Él es el verdadero Señor? ¿De qué
me sirve que me llamen SU GRACIA, SU MERCED, si yo tengo la
necesidad de la gracia y de la merced de Dios? Todos estos títulos y
vanidades los pongo a un lado, y los deposito a los pies de Cristo, pues
solo quiero servirle a Él de todo corazón y alma.
2. Jesús le dijo a otro hombre que le siguiera
Este también le llamó Señor a Jesús, pero tampoco vivía su señorío. Así que
dio una excusa:
Y dijo a otro: Sígueme. Él le dijo: Señor, déjame que primero vaya y
entierre a mi padre.
Lucas 9:59
Este tipo de persona es semejante al que se describe en Apocalipsis: «Yo
conozco tus obras, que tienes nombre de que vives, y estás muerto» (3:1).
¿Cuántos cristianos apagados, derrotados y muertos en lo espiritual tenemos
en nuestras iglesias? No evangelizan, no ganan almas, no oran, no ayunan, no
leen la Biblia... He aquí la respuesta:
Jesús le dijo: Deja que los muertos entierren a sus muertos; y tú ve, y
anuncia el reino de Dios.
Lucas 9:60
¡Tú ve, y anuncia el reino de Dios! Yo estaba en África en 2001 predicando
con Dámaris, Kathryn y Joshua Jr. cuando mi padre murió en Brasil. Fue un
gran dolor para mí, pero estaba ministrando en nuestra cruzada en Ghana,
país del oeste de África, así que no pude ir a su funeral. ¡Esto se llama
renuncia, pagar el precio y abnegación personal!
En cambio, tal parece que los humanos somos especialistas en dar excusas
cuando se trata de algo personal con relación a nosotros. Parafraseando los
siguientes pasajes bíblicos, veamos algunos casos:
Adán: «La culpa la tiene la mujer que me diste» (Gn 3:12).
Moisés: «Yo no sé hablar y, además, ¿quién soy yo?» (Éx 3:11;
4:10).
Aarón: «El pueblo me dio el oro y yo solo lo eché en el fuego»
(Éx 32:24).
Saúl: «El pueblo quería ofrecer sacrificios» (1 S 15:21).
Gedeón: «Mi familia es pobre y yo soy el hijo menor de la casa»
(Jue 6:15).
Los perezosos: «Un león está afuera en la calle y me matará» (Pr
22:13).
Jeremías: «Ay, Señor, yo soy apenas un niño y casi no sé hablar»
(Jer 1:6-7).
El miedoso y desobediente: «Como tuve miedo, fui y escondí tu
dinero» (Mt 25:24-25).
No obstante, siempre habrá los que obedecen, como fueron los casos de Elías
y Eliseo (1 R 19:19-21). Lo mismo sucedió con Mateo que, cuando recibió el
llamado de Jesús, respondió de inmediato:
Pasando Jesús de allí, vio a un hombre llamado Mateo, que estaba sentado
al banco de los tributos públicos, y le dijo: Sígueme. Y se levantó y le
siguió.
Mateo 9:9
En las Escrituras vemos muchos otros más que dejaron atrás las excusas y
obedecieron el llamado. Entonces, ¿qué haremos nosotros?
Mientras estudiaba en la universidad a principios de la década de 1720, el
gran misionero Nicolás von Zinzendorf y su pequeño grupo de moravos se
sintieron inspirados para realizar la obra misionera. Estos pocos hombres
empezaron más misiones en veinte años que todas las iglesias protestantes
juntas en doscientos años anteriores. En 1888, fundaron el movimiento
voluntario estudiantil que puso a veinte mil personas en el campo misionero
mundial. Nunca dieron una «excusa» ni una «disculpa» para decir que no
podían hacer lo que Dios los llamó a hacer. Solo lo hicieron. ¿Y tú?
3. También otro se ofreció para seguir a Jesús
En esta oportunidad, vemos a otro hombre que, al parecer, quería seguir a
Jesús, pero en seguida le presentó su excusa:
Entonces también dijo otro: Te seguiré, Señor; pero déjame que me
despida primero de los que están en mi casa.
Lucas 9:61
Aunque este hombre llamó Señor a Jesús, tampoco respondió en obediencia.
¿No es lo mismo que hacen muchos cristianos hoy? Siempre tienen un
«PERO». Lo llaman Señor, pero no le obedecen. Los tres hombres de los
pasajes bíblicos que vimos llamaron a Jesús Señor, pero ninguno obedeció
sus palabras. Bien lo dijo el propio Jesús:
No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos,
sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos.
Mateo 7:21
¿Y cual es la voluntad de Dios? Que testifiquemos de su Palabra para que no
se pierdan las almas (2 P 3:9). Por eso hay que renunciar a nosotros mismos.
Pedro le dijo a Jesús que él y los demás discípulos lo habían dejado todo y
que lo habían seguido (Mt 19:27). Entonces el Señor le contesta que
cualquiera que lo dejare todo, recibiría cien veces más y, lo que es más
importante todavía, la vida eterna (Mt 19:29).
Abraham fue un hombre que también lo dejó todo, y se fue de su tierra y de
su parentela para obedecer a Dios (Gn 12). Por favor, lee el pasaje de Lucas
14:25-27, 33, y analiza lo que hay que dejar para seguir a Cristo. Ahora viene
la pregunta difícil: «¿Qué debemos dejar nosotros?». ¡Lo más importante que
debemos dejar es lo de darle excusas inútiles al Señor!
El predicador Taylor Smith, en un momento de gran sufrimiento en una cama
de un hospital y ya muy anciano, fue un gran ganador de almas hasta el final.
Al cabo de algunos días, murió muy enfermo en dicho hospital de la ciudad
de San Francisco. Un día, su amigo, el Dr. Philpot y otro amigo lo fueron a
visitar en el hospital antes que él se fuera con el Señor. Eran las once de la
noche, y cuando llegaron a la puerta del cuarto, miraron a una enfermera
arrodillada junto a la cama de Taylor y este con su mano sobre su cabeza. Los
amigos sintieron que no debían interrumpir este momento. Al final, la
enfermera se levantó y entre lágrimas les dijo a los visitantes: «Yo soy la
tercera persona que este viejito lleno de amor lleva a Cristo hoy». Smith
pudiera haber dado la excusa al decir que estaba muy enfermo y todos lo
hubieran entendido. Pudiera haber dicho: «Me gustaría hablar de Cristo, pero
es que no me siento bien, estoy enfermo, me encuentro en esta cama
imposibilitado para hablar de mi Señor. Yo quisiera, pero...». ¡No! Él hizo lo
que debía hacerse y llevó muchas almas al Señor. ¡Alabado sea el Nombre de
Cristo!
4. Una aclaración importante para los que se excusan
En el siguiente pasaje, el Señor deja bien establecido que, para seguirlo,
tenían que ser aptos para el reino de Dios.
Jesús le dijo: Ninguno que poniendo su mano en el arado mira hacia atrás,
es apto para el reino de Dios.
Lucas 9:62
Si se mira hacia atrás, no se es apto para el reino de Dios. Tampoco lo merece
ni debe recibirlo, pues no se tiene la calidad de discípulo, no se ha renunciado
a todo. Repito, no se es apto. Entonces, ¿somos aptos tú y yo? Los tres
candidatos al ministerio que vimos antes, digamos a las misiones y a la
evangelización, ilustran lo que cuesta seguir a Cristo.
El primer incidente enseña que el entusiasmo emocional del hombre que no
ha calculado el costo de abandonar las comodidades materiales no es
suficiente. La lealtad a Cristo tiene preeminencia sobre todas las demás
lealtades.
El segundo hombre trataba de excusarse diciendo que debía cuidar de su
padre hasta que este muriera. Los muertos espirituales deben enterrar a sus
muertos, pero los seguidores de Jesús deben cumplir la urgente tarea de
proclamar las buenas nuevas de vida en Cristo. Este no es un argumento en
favor de la insensibilidad de cuidar de los padres ni de la falta de respeto
sobre lo apropiado de celebrar funerales. Es una lección contra la dilación en
el cumplimiento de una encomienda.
El tercer hombre se excusó diciendo que quería «despedirse» de su familia.
Ahora bien, la respuesta de Jesús respecto al arado no debe interpretarse
como una enseñanza sobre dejar de lado las cosas ni de perder la propia
salvación. En su lugar, Jesús centra su atención en una verdad: servir a su
causa demanda completa dedicación. El «no apto» para el reino de Dios
significa que una dedicación a medias hace que el Señor no pueda utilizarnos
de manera óptima. Él lo dejó bien claro cuando dijo:
El que no es conmigo, contra mí es; y el que conmigo no recoge,
desparrama.
Mateo 12:30
Más adelante, Jesús sigue hablando de las excusas de esos hombres cuando
afirma:
Mas ellos, sin hacer caso, se fueron, uno a su labranza, y otro a sus
negocios.
Mateo 22:5
Esto es justo lo que muchos cristianos hacen hoy. Cada uno tiene sus propias
responsabilidades que cumplir, así que dejan a Dios y su obra en último
lugar, y dicen: «Lo haré si es que me sobra tiempo».
El capitán del barco donde llevaba a su destino al misionero Juan G. Paton,
quien evangelizó tribus de remotas islas conocidas como Nuevas Hébridas, le
dijo:
—Sr. Paton, ¡no vaya allí! Los caníbales se lo van a comer.
—¡Yo ya morí! —le respondió Paton.
—¿Cómo es eso? —le preguntó el capitán.
—¡Yo ya morí en Cristo! —le respondió Paton haciendo referencia a Gálatas
2:20.
Juan Paton le pudo dar la excusa al Señor de que no iría al campo misionero
porque creía que moriría comido por los caníbales. Sin embargo, fue y
obedeció. No le presentó excusas al Dios que lo llamó a testificar de Cristo en
tierras lejanas. ¿Y tú?
Lo único que Dios te demanda es que les hables y les testifiques de Cristo a
los que te rodean: familiares, vecinos, amigos, compañeros de trabajo y de
estudio, y en lugares como tu ciudad, barrio, estado y nación. Por tanto, si
Dios te llamó a testificar en alguna otra nación, Él también te dará la
capacidad para hacerlo. Isobel Miller Kuhn, quien fuera misionera en
Birmania, dijo una vez:
Dios ha llamado a hombres y mujeres para evangelizar, pero todavía
tenemos tribus no alcanzadas. ¿Por qué yo creo esto? Porque a donde
quiera que voy, a cada momento encuentro cristianos que me dicen:
«Cuando yo era joven, quería ser misionero, pero me casé», y oigo
también a otros decir: «Mis padres me disuadieron e influyeron en mí
para que no fuera». Yo diría: «No, no es que Dios no llame, somos
nosotros los que no respondemos».
Aquí está lo que hemos hablado en este capítulo: Hay una enorme lista de
excusas que tienen muchos cristianos. El único problema es que Dios no
acepta ninguna, a pesar de que los creyentes se encargan de dar todo tipo de
excusas para no obedecer y testificar de Cristo. Incluso, muchos se oponen a
que los demás sirvan al Señor, pues C.T. Studd dijo una vez: «Si yo fuera a
dar oídos al comentario de la gente, nunca hubiera sido misionero». Así que
debemos resistirnos a la oposición y no dejar de atender a nuestro llamado de
testificar de Cristo sin importar la persona que trate de impedir que
obedezcamos.
Tenemos que participar en las actividades cotidianas de cada día, pero sin
desperdiciar ninguna oportunidad que Dios nos conceda de testificar en
cualquier lugar. El pastor británico Tim Chester dijo en una ocasión: «La
evangelización es hacer las cosas y ocupaciones normales de la vida con una
personalidad evangelizadora». En otras palabras: Aprovechemos la
oportunidad para testificar de Cristo en cualquier circunstancia, sin importar
con la persona que estemos hablando ni lo que estemos haciendo tanto ella
como nosotros. No debemos perder este momento único que nos proporciona
Dios, cuando se nos permite hablar del Señor por la razón que sea. A esto lo
llamamos evangelización personal, pues alertamos a la otra persona lo que
significa la vida eterna con Jesús o una vida de perdición para siempre sin
Jesús. ¡Tan sencillo como eso!
El pastor J.D. Greear nos cuenta el siguiente episodio:
Tarde en la noche, un hombre conducía su auto por una autopista en Los
Ángeles. Un gran terremoto sucedió y de inmediato él puso su auto al lado
de la carretera para esperar. El severo terremoto duró algunos segundos y
entonces terminó. Después que pasó el temblor, el hombre entró de nuevo
a la carretera e hizo una izquierda para pasar un puente. Cuando el hombre
empezó a conducir sobre el puente se dio cuenta de que las luces traseras
prendidas de los autos que estaban yendo delante de él desaparecían de
repente. Detuvo su auto, salió y se percató de que una parte del puente
cayó en el río. El auto delante del suyo cayó a toda velocidad por la parte
del puente que ya no existía, y se fue río abajo a unos veinte metros.
El hombre se volteó y vio que unos cuantos autos más venían por el
mismo camino. Así que empezó frenéticamente a hacer señales con sus
manos para evitar más tragedias. Sin embargo, la gente conducía a las tres
de la mañana por una autopista de Los Ángeles donde no hay costumbre
de parar a lo que parecía una persona loca en medio de la carretera. El
hombre miró horrorizado cómo unos cuatro autos pasaron a su lado y
cayeron hacia abajo a la muerte.
En ese momento, vio un autobús que venía por la misma carretera que los
demás vehículos. Así que decidió que si este autobús iba a caer del puente,
tendría que llevárselo a él también. Se paró en medio de la autopista
haciendo señales con sus manos para que el conductor se detuviera. El
autobús le tocó el claxon y accionó sus luces de emergencia, pero él no se
movió de su lugar en medio de la carretera. Entonces, el chofer se detuvo,
salió, vio el peligro y puso el autobús atravesado en medio de la autopista
para que nadie más cayera del puente3.
Al leer sobre el acto heroico de este hombre, me quedé muy impresionado.
¿Y qué nos enseña este hombre con ese gesto de amor por los demás? Solo se
detuvo en medio de la carretera y decidió que no vería más gente conducir
hacia el vacío, caer y morir al hundirse en el río. ¿Será que tú y yo estamos
dispuestos a hacer lo mismo desde el punto de vista espiritual? ¿Estamos
dispuestos a pararnos en el medio de la batalla espiritual e impedir que
muchos más caigan a la perdición eterna al hundirse para siempre en las
llamas de fuego? ¡A esto llamamos amor, entrega y pasión por las almas!
¿Será que estamos dispuestos a alertar a los demás del juicio venidero a
través de la proclamación y predicación? ¿Será que estamos decididos a
testificar sobre el Señor e intentar que sus almas sean salvas y que no caigan
eternamente en el pozo de perdición? ¡La decisión es nuestra!
Si lo analizamos, al ver que alertaba a la gente del peligro y que nadie le
hacía caso, el hombre de nuestra historia pudo optar por no avisarle a nadie
más. Pudo haber dado la excusa de que nadie respondía a su intento frenético
de evitar más tragedias. Pudo haber desistido. En cambio, arriesgó su vida al
pararse en medio de la carretera y alertar al chofer del autobús, pues este le
pudo haber pasado por encima. Esto es lo que nos está faltando a nosotros
hoy como iglesia: Correr riesgos, tomar decisiones, adoptar una posición y
decidirnos a evangelizar, testificar y alertar a los demás de la manera que sea,
a fin de librarlos de la fatalidad eterna. (Por favor, lee los siguientes
versículos, pues son importantísimos en cuanto a nuestra responsabilidad de
alertar a los demás: Ez 3:17-21; 33:1-9). Dios permita que podamos dejar las
excusas a un lado y testificar.
Lo lamentable es que muchos cristianos en las iglesias de hoy desean un
ministerio visible, reconocido, de aplausos y estar por encima de los demás
hermanos sencillos y comunes de la congregación. Así que la tarea de
testificarles de Cristo a los perdidos les resulta pequeña, pues nadie les da
recompensas, nadie les ve, no reciben premios ni reconocimientos públicos y,
por consiguiente, no evangelizan.
Una hermana una vez invitó a otra hermana para que formara parte del grupo
de evangelización de la iglesia a fin de salir a evangelizar los domingos por la
tarde.
—Yo no estoy preparada para eso —respondió la hermana invitada—. Yo
quiero un ministerio público y que todos vean lo que estoy haciendo.
—Entonces, ¿por qué no empiezas a hacer algo para el Señor? —le preguntó
la hermana—. Ora a Dios y Él te lo indicará. Ya te he visto aquí otras veces y
no participas de ningún ministerio en la iglesia.
—Te diré de nuevo que no quiero ser apenas una participante más en este
grupo de evangelización —fue la respuesta de la hermana invitada—. No
quiero hacer las cosas pequeñas y que nadie se dé cuenta. Quiero hacer cosas
grandes que marque mi presencia en la iglesia.
¿Lo ves? Esa señora quería reconocimiento público, aplausos, ser grande y
sobresalir entre los otros hermanos. Nuestras iglesias están llenas de tales
«cristianos» soberbios, altivos, orgullosos, carnales. Es obvio que buscan
títulos, que el hombre les vea, que el pastor y la congregación les pongan en
un pedestal. Por eso les gustan las primeras sillas en las «sinagogas», que los
saluden en público, etc. ¿Jesús no habló sobre esto en cuanto a los fariseos?
Tal vez esta hermana nunca había leído lo que Pablo les escribió en su carta a
los hermanos de Galacia, cuando aclaró:
Pues, ¿busco ahora el favor de los hombres, o el de Dios? ¿O trato de
agradar a los hombres? Pues si todavía agradara a los hombres, no sería
siervo de Cristo.
Gálatas 1:10
Ten la seguridad que, tanto esta hermana como nosotros, algún día tendremos
que darle cuenta y razón al Señor en cuanto a la tarea de testificar. Delante de
Él se revelarán todos nuestros motivos en intenciones al servirlo. Entonces, se
comprobará si lo hicimos para que nos reconocieran o si lo hicimos para su
honra y gloria. Como bien dijera el apóstol Pablo:
La obra de cada uno se hará manifiesta; porque el día la declarará, pues
por el fuego será revelada; y la obra de cada uno cuál sea, el fuego la
probará.
1 Corintios 3:13
¡Pon esta Palabra en tu corazón, pues le daremos cuenta al Señor!
7. LA RENDICIÓN DE CUENTAS AL NO TESTIFICAR
«Y no hay cosa creada que no sea manifiesta en su presencia; antes bien
todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien
tenemos que dar cuenta».
Hebreos 4:13
«Señor, aquí en tu preciosa Palabra me entrego a mí misma, mi esposo,
mis hijos, y todo lo que tengo o llegaré a tener, todo a ti. Seguiré tu
voluntad, aun hasta China. Señor, abre las puertas, e iré, y les hablaré a
los chinos de tu gran amor. En tiempo de necesidad, suple para nosotros;
en tiempo de angustia, concédenos paz; en tiempo de gozo envíanos a
alguien con quien compartirlo. Ayúdame a nunca murmurar. Te amo,
Señor».
Tanna Collins
Como cristianos, todos debemos saber que sin importar la oposición que
tengamos, daremos razón y cuenta al Señor si no hablamos ni testificamos de
Cristo a los demás mediante las misiones y la evangelización. El hecho y
razón por los que daremos cuenta se deben a que Él nos promete estar con
nosotros. Por lo tanto, no tenemos que presentarle alegatos al Señor si no
cumplimos con nuestra tarea de testificar.
Jonathan Goforth, quien fuera misionero presbiteriano canadiense en China,
dijo una vez: «¡Todos los recursos de la Deidad están a nuestra disposición!».
Dios nos prometió estar con nosotros, pero muchos creyentes todavía
muestran una gran indiferencia, falta de voluntad y compromiso en cuanto a
testificar. Es más, no sirven a Cristo con toda su alma, corazón, fuerza y
entendimiento, sino que son creyentes sin compromiso, sin entrega y sin
amor por los perdidos. Son cristianos nominales, sin propósito y sin causa
con el Señor que murió por ellos. Así que pasan días, semanas, meses y años
sin llevar siquiera un alma a los pies de Jesucristo. Escuchan sermones
domingo tras domingo, pero nunca con relación a la evangelización.
Si vuelves la vista atrás, en cuestión de tiempo, ¿cuánto hace que no testificas
y le llevas un alma al Señor? ¿Qué impacto ha hecho tu vida en los demás al
ser cristiano? ¿Cuánto ha influido tu vida en quienes no tienen al Salvador?
¿Cuál fue la última vez que le testificaste a alguien en necesidad que Jesús le
podía y le puede ayudar? La mayoría de los creyentes no piensan en estas
preguntas. En cambio, hay otros cristianos que sí testifican de su Señor en
agradecimiento por lo que Él ha hecho en sus vidas. Mantienen una relación
personal con Dios. Aman a las almas perdidas e intentan conquistarlas para
Jesús.
Los que no están agradecidos con el Salvador, los que solo están para recibir
y no dar de su tiempo y disponibilidad, no están evangelizando. Estos
cristianos y sus iglesias nunca crecen. No hay gozo, felicidad y alegría por los
que se salvan, sino solo rutina, reglas, normas, y son siempre los mismos día
tras día, semana tras semana, mes tras mes y año tras año. No hay cambio.
Están fríos, secos y muchos en pecado, sin importar el que sea. No oran, no
ayunan, no leen la Biblia, no testifican, no ganan almas, no visitan a los
necesitados, pobres, enfermos y rechazados por la sociedad. Estos no son
cristianos y mucho menos estas son iglesias, pues solo son símbolos de un
cristiano y de una iglesia en derrota.
Tanto estos «ministros» como dichos «cristianos» deberían leer las cartas a
las siete iglesias de Asia en los capítulos 1 al 3 de Apocalipsis, y ver las
amonestaciones que Cristo les hizo a estas «iglesias» y a estos «cristianos».
¡Que Dios nos libre! Bien decía Spurgeon sobre el amor que debemos sentir
por las almas perdidas:
Si los pecadores van al infierno, que sea sobre nuestros cuerpos. Si van
a perderse, que lo hagan, pero con nuestros brazos alrededor de sus
rodillas. Que nadie vaya para allá sin que se le avise y sin que alguien
haya orado por ellos.
¡Dios permita que tengamos esta misma pasión! ¡Ayúdanos, Señor!
¿CUÁNTO AMAMOS AL SEÑOR EN VERDAD?
Si has pasado por alto el gran mandamiento de Marcos 16:15 de ir y predicar,
o testificar, anunciar y proclamar, ¿amas de veras al Señor Jesús? ¿Cómo
podemos ver a las almas perderse y no hacer nada para evitarlo? Tal vez tu
corazón y vida necesiten de una nueva unción, un nuevo encuentro con
Cristo, una experiencia de real conversión. Quizá te haga falta que Jesús
derrame sobre ti un amor especial hacia los perdidos. A lo mejor es que te
encuentras desanimado con tu vida espiritual.
Te diré que debes buscar a Dios, orar y arrodillarte en su presencia. Puedes
hacerlo en tu casa, pero a solas con Él, y después serle sincero en cuanto a
que, en realidad, no le amas como pensabas. Tus palabras no son lo
importante, sino tus frutos. Jesús dijo que por los frutos nos conocerían a ti y
a mí. Las palabras sobran, pues los hechos son los que marcan la diferencia.
En el capítulo 15 del Evangelio de Juan, el Señor habló sobre cuatro tipos de
creyentes y sus frutos:
1. Para que tengan fruto.
2. Para que tengan más fruto.
3. Para que tengan mucho fruto.
4. Para que su fruto permanezca.
¿A cuál de los cuatro perteneces tú? En la iglesia que eres miembro, ¿cuántas
personas han venido a Cristo en los últimos doce meses? ¿Hay
evangelización y, por lo tanto, conversiones y discipulado de nuevos
creyentes? Si ni tú ni tu iglesia ganan almas, ¿cuál es el retrato espiritual que
muestran ante Dios? ¿Crees que tú, tu iglesia o sus líderes no darán razón y
cuenta delante de un Dios Todopoderoso al cual todos tendremos que
responderle algún día? ¿Crees de veras que Dios no ve tu familia, tus amigos,
colegas, tu vecindario o tu barrio?
Pon esta palabra en tu corazón: ¡Tú y yo daremos razón y cuenta si no
testificamos! La triste realidad es que miles y miles de cristianos, y miles y
miles de iglesias alrededor del mundo no ganan almas para Cristo. Así que
viven en un estado de autonegación. En otras palabras, no creen que darán
razón y cuenta de sus hechos y de su negligencia al no obedecer el mandato
del Señor en la tarea de testificar.
Si todavía crees que no tendrás que rendir cuentas por no testificar, te
recomiendo que leas Ezequiel 3:17-21 y 33:1-9. Aquí verás lo serio de esta
tarea de hablar y alertar del Señor a los demás sobre la eternidad. En realidad,
el termómetro que mide nuestra espiritualidad y lo mucho que amamos al
Señor es el número de almas que le llevamos cada año. ¡Esa es la verdad!
Con el corazón de un hombre apasionado por las almas, te digo con amor,
ética y respecto que la mayoría de las iglesias y los cristianos no aman de
veras al Señor, de modo que solo viven un cristianismo nominal y de
apariencias, sin ganar siquiera un alma para Cristo durante todo un año.
Incluso, muchos no han ganado al menos un alma en toda su vida. ¡Esa es la
verdad!
En cierta ocasión, una hermana dijo estas palabras en público durante un
culto de misiones en su iglesia: «Yo he subido al monte a orar durante toda la
semana». Cuando terminó, el misionero, que era el predicador invitado, le
preguntó: «¿Cuántas personas llevó a Cristo el mes pasado?». Sorprendida, la
hermana no pudo contestar. El misionero hizo otra pregunta: «Y en el año
entero, ¿cuántas vidas ha llevado al Señor?». La hermana dijo que no sabía.
Entonces, el misionero concluyó: «Una vida que sube al monte todas las
semanas, pero que no produce frutos de su salvación al no ganar las almas
perdidas, es tan vacía como la vida de quien no sube el monte y no ora». ¡Y
es cierto!
NECESITAMOS UN DESPERTAR
¿Por qué daremos razón y cuenta al no testificar? Razón, porque sabíamos lo
que debíamos hacer y no lo hicimos; y cuenta, porque tendremos que decirle
al Señor todo lo que no hemos hecho con los talentos que nos dio. Pablo lo
dijo bien claro:
La obra de cada uno se hará manifiesta; porque el día la declarará, pues
por el fuego será revelada; y la obra de cada uno cuál sea, el fuego la
probará.
1 Corintios 3:13
Aquí está bien establecido que Dios nos probará en aquel día al recibir los
galardones. La situación de la iglesia de hoy necesita un despertar, un
avivamiento, y volver a ganar al perdido para ver una gran cosecha de almas
para el Reino de Dios. El prolífico escritor Dave Davidson dijo una vez en
cuanto a esto:
Si encuentras una cura para el cáncer, ¿no sería inconcebible
esconderla del resto de la humanidad? Cuánto más inconcebible es
callar la cura para la paga de la muerte eterna.
Tenemos que testificar y que Cristo salve las almas que están condenadas
para siempre a una eternidad de fuego que jamás se apagará llamado infierno.
Jesús habló sobre el infierno en Marcos 9:43-48. En la actualidad, hay
iglesias que ya no mencionan la palabra «infierno», mucho menos «pecado»
o «diablo». Son iglesias apóstatas que, con la excusa de no ofender a nadie,
niegan al Señor al omitir la verdad, y dejar de predicar y testificar la verdad.
¿Cómo alguien sabrá que es pecador si no escucha primero lo que es el
pecado? ¿Cómo las personas sabrán que tienen un enemigo mortal que odia
sus almas si no saben quién es el diablo? ¿Cómo alguien sabrá que está
perdido a una eternidad sin Cristo si no sabe que se llama infierno y que se
dirige para allá? Algún día, tales «iglesias» y «ministros» que no predican el
evangelio como se debe, tendrán que dar razón y cuenta delante del Señor.
Jesús les dijo a personas como estas:
Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de
maldad.
Mateo 7:23
¿Cómo alguien sabrá que el pecado es algo horrible a los ojos de Dios si no
confronta su pecado, se arrepiente, lo confiesa, se convierte a Cristo y
abandona su maldad? Por eso es que, como iglesia, necesitamos un despertar,
un nuevo mover del Espíritu Santo, y volver a predicar y testificar del
evangelio como lo es de verdad. Los que todavía ministramos la sana
doctrina, a veces nos critican, ridiculizan y nos llaman de muchas maneras,
cuando todo lo que hacemos es testificar de la verdad de la Palabra de Dios.
Pablo también dijo:
Porque es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de
Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba
en el cuerpo, sea bueno o sea malo.
2 Corintios 5:10
¡Ten por seguro que tendremos que rendir cuentas!
En cierta ocasión, una señora cristiana criticó a D.L. Moody por los métodos
que usaba para la evangelización de las almas. La respuesta del gran
evangelista no se hizo esperar:
—Yo estoy haciendo todo lo mejor que puedo, ¿y usted? —le preguntó—.
¿Cuál es su método para ganar las almas perdidas?
—¡Yo no lo tengo! —respondió la señora.
—Siendo así, a mí me gusta más los métodos que uso para evangelizar que el
suyo que no tiene ninguno y no gana ningún alma para el Señor —le
respondió Moody de inmediato.
Esto es lo que digo: Los cristianos que no evangelizan, hablan, critican y
desperdician su tiempo en cosas sin importancia o relevancia para el reino de
Dios. Al igual que esta hermana que solo criticaba, pero que no ganaba
almas, varias iglesias con sus ministros, líderes y muchísimos cristianos de
hoy solo se han enfocado en montar «espectáculos», «entretenimientos»,
«conciertos» o «eventos» para pasar el tiempo. Así que hoy en día es muy
raro que veamos una campaña de evangelización con el enfoque solemne de
ganar al perdido, cuando esta es la tarea de la iglesia.
Hoy en día ya casi no vemos, ni tenemos como en el pasado, evangelistas que
prediquen para la salvación de las almas, y que Dios usa para hacer
sanidades. Tampoco vemos que hay avivamientos ni un gran despertar en la
iglesia. Hoy solo quedan escombros de lo que antes era la iglesia, la cual
amaba las almas, sentía pasión por Cristo, estaba viva y tenía un propósito
específico: ver la salvación de todo el que no tuviera a Cristo todavía.
En este tiempo, necesitamos un despertar, porque muchas iglesias están
dormidas. El mundo las ha contaminado y, como resultado, han perdido su
celo y primer amor. Están como las cinco vírgenes insensatas que cabecearon
y se durmieron, sin estar preparadas para la venida del Señor. Lee lo que
Jesús relata en la «Parábola de las diez vírgenes» (Mt 25:1-12). Aquí se nos
dice que cinco de las vírgenes fueron negligentes y no se prepararon para la
venida del esposo, como les sucede a muchos cristianos de hoy:
Las insensatas, tomando sus lámparas, no tomaron consigo aceite.
Mateo 25:3
Esto es justo lo que le falta a la iglesia actual: Unción, el poder del Espíritu
Santo para testificar, predicar y proclamar a los que no son salvos que Cristo
todavía puede salvarlos, perdonarlos y restaurarlos. Paul Borthwick, escritor
y capacitador de líderes, dijo una vez estas palabras al referirse a los
cristianos que no evangelizan:
Si la invitación amable de Dios hacia la vida eterna no nos motiva a
testificarles las buenas nuevas a los demás, ¿qué te parece contarles las
malas nuevas entonces? ¿Qué tal si le avisamos a la gente que huya de
la ira venidera?
Haremos bien al confrontar a la gente con la realidad, como lo dijera C.S.
Lewis: «Las personas pueden escoger seguir a Jesús y decir: “Que tu
voluntad sea hecha”, o que tales personas rechacen a Jesús que como el Gran
Juez les dirá en ese día: “Que la voluntad de ustedes sea hecha”, dejando que
vayan a su destino de elección, que será el fuego del infierno». Así que,
hermanos, nuestra responsabilidad es testificar, la de Dios es traer convicción
por medio del Espíritu Santo a los corazones, mientras que el de las personas
es decidir en cuál de los dos lugares desean pasar la eternidad.
¿NOS PRESENTAREMOS DELANTE DE ÉL CON LAS MANOS VACÍAS?
Jeremy Walker, en su libro The Brokenhearted Evangelist [El evangelista con
el corazón quebrantado], nos narra lo siguiente:
Charles C. Luther fue un ministro de Nueva Inglaterra que escuchó a un
predicador llamado A.G. Upham contar una historia de un joven que
sufrió un grave accidente tan solo un mes después de conocer a Cristo. Se
supo que la herida era fatal. Antes de que muriera, un creyente al lado de
su cama le preguntó: «¿No tienes miedo de morir?». A lo que el joven le
contestó: «No, hermano, no tengo miedo de morir, porque Jesús me
salvó». Lo único que el joven lamentaba era que no había logrado ganar
un alma para el Reino de Cristo, dado el corto tiempo que vivió como
cristiano. Así que dijo: «No, no tengo miedo de morir, ¿pero cómo me
presentaré delante de Él con las manos vacías?»1.
Muy emocionado y conmovido por esta narración, Luther escribió el
siguiente himno:
¿Debo irme tan vacío
Ante Cristo, mi Señor.
Sin haberle consagrado
A su gloria mi labor?
¿Debo irme solitario,
Sin cosecha, sin servir,
Con talentos malgastados?
¿Cómo a Cristo he de ir?
¿Debo irme tan vacío
Sin presentes al altar,
Con el tiempo derrochado
Sin por mi Señor actuar?
¡Cuántos años, en pecado,
He pasado sin la Luz!
Si volverlos yo pudiera,
Los daría a mi Jesús.
¡Oh, hermanos!, sed constantes,
No durmáis, perseverad,
Hoy es día, noche viene,
Pecadores rescatad.
¡Qué triste realidad y verdad vemos en este himno, mis hermanos! ¿Cuál es
tu respuesta después de leer estos versos? ¿Será que solo nos encogemos de
hombros en completa indiferencia, apatía, pereza, dejadez e ignoramos
nuestra tarea y la realidad de las almas perdidas? Si nuestra actitud es la de
voltear el rostro ante la desesperación de las almas sin Cristo y no socorrerlas
de una perdición eterna, debemos arrepentirnos, confesar, humillarnos y,
delante del Señor, buscar con lágrimas su perdón y restauración por la dureza
de nuestros corazones.
Recuerda que nuestro Salvador lloró sobre Jerusalén (Lc 19:41-43). Esta era
su ciudad y a la que Él envió sus profetas y mensajeros, pero Jerusalén no
quiso escuchar, aceptarlo ni arrepentirse. Él mismo dijo con el corazón en la
mano:
¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas, y apedreas a los que te son
enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina a sus
polluelos debajo de sus alas, y no quisiste!
Lucas 13:34
Jesús tenía, y tiene, un corazón apasionado por las almas, por los pecadores y
por quienes no le conocen todavía. Por eso Él vino al mundo, y por eso
nosotros estamos aquí ahora. Debido a que nos rescató, salvó, perdonó,
restauró, sanó, llamó, envió y respaldó, estamos aquí para anunciar las
Buenas Nuevas y testificarles a los demás. Si Jesús lloró sobre Jerusalén, ¿no
deberíamos nosotros llorar por nuestros familiares, amigos, colegas, vecinos,
barrios, ciudades, estados, naciones y el mundo que no le conocen?
La mayoría de los corazones de muchos cristianos se han endurecido con
relación a los pecadores. Por eso debemos saber que tendremos que dar razón
y cuenta delante del Señor en aquel día final. Nuestra responsabilidad es
testificar, hablar, proclamar y anunciar el glorioso evangelio, pero también
nos deberíamos alarmar cuando los pecadores escuchan las buenas nuevas y
no se arrepienten. Aun así, dejémosle los resultados al Señor y cumplamos
nuestra obligación de testificar, pues como ya dijimos, la responsabilidad del
Señor es traer convicción por medio del Espíritu Santo a los corazones de los
inconversos. Por lo tanto, debemos hacer nuestra tarea y preocuparnos por
testificar, Dios hará lo demás.
Pon esta palabra en tu corazón: Si Cristo lloró sobre Jerusalén, ¿no
deberíamos nosotros llorar por los inconversos y estar preocupados por su
destino eterno? ¿No deberíamos ser diligentes y persistentes al insistir en
testificarles aun a los que no quieren oír? ¿No deberíamos tener un corazón
quebrantado, triste y sensible a las almas que no le conocen? ¿Cuán duro es
nuestro corazón que ignoramos los gritos desesperados de quienes están
condenados al infierno? Si pasaras ahora a la eternidad, ¿te presentarías
delante del Señor con las manos vacías? ¿Qué le dirías sobre tu fervor,
entrega y devoción cristiana por los perdidos? ¿Serías capaz de ir con las
manos vacías a su presencia?
NUESTRA RESPONSABILIDAD EN LA TAREA DE TESTIFICAR
El Dr. Oswald Smith dijo cierta vez: «Hemos predicado tanto sobre la
Segunda Venida de Cristo que la mayoría del mundo todavía no conoce sobre
su primera venida». ¡Es verdad lo que dijo! Como cristianos, seamos
conscientes que el Señor vendrá otra vez, ¿pero saben los inconversos que Él
vino una primera vez? La mayoría de las personas en el mundo desconoce
este hecho. Aquí tienes la exhortación y la advertencia que nos hace la
Palabra de Dios:
Libra a los que son llevados a la muerte; salva a los que están en peligro
de muerte. Porque si dijeres: Ciertamente no lo supimos, ¿acaso no lo
entenderá el que pesa los corazones? El que mira por tu alma, él lo
conocerá, y dará al hombre según sus obras.
Proverbios 24:11-12
Nuestra responsabilidad es testificarles a las personas que están sin Dios, sin
Cristo, sin esperanza y perdidos en este mundo a la espera del juicio y del
castigo divinos. Por consiguiente, analicemos los aspectos más relevantes que
vemos en este pasaje del libro de Proverbios:
1. «Libra a los que son llevados a la muerte».
Cada día, millones de millones de personas van a la muerte eterna, a la
perdición, al sufrimiento, a la condenación del cual no hay regreso, vuelta o
segunda oportunidad. Bien dice el dicho: «Mientras hay vida hay esperanza».
¡Y esto es verdad! De acuerdo con la Palabra de Dios, la Biblia, no hay
reencarnación, no hay purgatorio y no hay oportunidad después de la muerte.
El diablo tiene engañados a los que dicen y predican cosas como estas.
Un muchacho hablando con otro chico de su misma edad que vivía en la calle
como él y que tenía igual infortunio, se lamentó: «Creo que Dios no existe,
porque si existiera, no estuviéramos viviendo aquí sucios, sin casa y con
hambre. Si en verdad existiera, hubiera enviado a alguien para que nos
ayudara». Con el rostro muy triste, el otro chico comentó: «Tal vez Dios sí
exista y haya enviado a alguien para que nos ayudara, pero ese ALGUIEN no
vino».
¿Te das cuenta? Tal vez esa persona pasara por alto el llamado y no lo
obedeció... ¿A cuántos Dios les ha llamado pero no han obedecido?
Recuerda: Nuestra responsabilidad es la de librar a los que son llevados a la
muerte eterna. ¡Nuestra responsabilidad es testificar!
2. «Salva a los que están en peligro de muerte».
¿Cuántos ahora mismo están en peligro de muerte cerca de ti? ¿Ya no piensas
en la cantidad de personas que tienen contacto contigo cada día, cada semana,
cada mes y cada año? De seguro que son personas que han estado a tu
alcance para testificarles del Salvador y no lo has hecho, pues no te
preocupan, no te conmueven el corazón para solo decirles: «Jesús te ama».
En mi caso, no solo predico en iglesias, estadios, coliseos y gimnasios,
también les testifico a otros en los aviones, semana tras semana, mientras
viajo tanto aquí en Estados Unidos como alrededor del mundo para cumplir
con el ministerio evangelístico. Les he testificado a miles de personas de
manera personal. Aunque es probable que nunca más las vuelva a ver aquí en
la tierra, no pierdo esas oportunidades. Unos han recibido a Cristo, otros no,
pero cumplí, y cumplo, con mi obligación como cristiano y como ministro.
Esto se llama: «¡Pasión por las almas!».
Cierto hombre que visitaba un faro en la costa, le preguntó al guardián:
—¿Usted no tiene miedo de vivir aquí? ¿Usted no cree que este sea un lugar
terrible para quedarse por mucho tiempo?
—¡No, yo no tengo miedo! Este no es un lugar malo para vivir. ¡Aquí nunca
nos preocupamos por nosotros mismos! —le contestó el hombre.
—¿No se preocupan por ustedes mismos? —preguntó espantado el visitante
—. ¿Cómo puede ser eso?
—Nosotros sabemos que estamos seguros aquí y solo nos preocupamos en
mantener nuestras lámparas brillando y reflejando con claridad la luz para
quienes están en peligro y puedan ser salvos —le respondió el guardián de
manera convincente.
Y tú, hermano, ¿mantienes tu lámpara brillando? Al igual que este guardián,
nuestro papel es alumbrar las vidas de los demás con la luz del evangelio de
Cristo. Recuerda: Nuestra responsabilidad es salvar mediante la predicación a
los que están en peligro de muerte eterna. Es más, ¡nuestra responsabilidad es
testificar!
3. «Porque si dijeres: Ciertamente no lo supimos».
Esto es una excusa engañosa, pues todo verdadero ministro, líder y cristiano
sabe su responsabilidad espiritual delante de Dios. El problema es que
muchos creyentes o se hacen que no saben o no les importa. Lo que es peor,
saben, pero ignoran de veras sus obligaciones sin importarles los perdidos.
Tales cristianos son una lástima y una tristeza. También son una completa
derrota de manera personal y espiritual en todo lo que respecta al Señor y su
vida cristiana, si es que la tienen en realidad. Recuerda que en el Reino de
Dios «el que no vive para servir, no sirve para vivir». Servir es trabajar en la
obra, testificar, ganar almas, etc.
Cuando en el pasaje se dice: «Ciertamente no lo supimos», se pone de
manifiesto una autonegación y mentira conscientes de un cristiano sin
compromiso, sin causa, que sí «sabe» de su responsabilidad y obligación,
pero a pesar de eso no hace algo al respecto, no cumple, no realiza lo
necesario y niega la real y urgente tarea de testificarles a los perdidos.
Un pastor caminaba por un lugar muy difícil. Su meta era visitar a un
hermano que hacía mucho tiempo que no se aparecía por la iglesia. Los
hermanos de la iglesia dijeron que no iban a visitarlo porque vivía en un lugar
muy difícil para llegar. Algún tiempo atrás, las lluvias destruyeron el único
camino que conducía a su casa. A pesar de eso, el pastor decidió, con mucho
amor en su corazón, intentar llegar hasta la aldea del hermano.
En un determinado momento, el pastor vio que la única manera de llegar
hasta allá sería descendiendo por un precipicio para subir después. Se detuvo
y pensó: ¡No lo voy conseguir! ¡Es muy peligroso llegar hasta allá!
Entonces, escuchó una voz que le dijo: ¡Sí, tú podrás! El pastor miró para ver
si veía a alguien, pero no había nadie. Así que decidió continuar y, al poco
tiempo, ya estaba del otro lado.
Al llegar, encontró al hermano enfermo, el cual se alegró muchísimo al ver a
su pastor: «Dios le envió aquí», dijo el hermano entre lágrimas. «¡Alabado
sea el Señor!». El pastor le entregó los alimentos y las demás cosas que le
llevaba, y después le leyó la Palabra y oró por el hermano. El pastor regresó
feliz y contento debido a que pudo llevar a cabo la tarea que Dios le
encomendó de hacerle la visita al hermano. ¿La razón? ¡Sabía lo que tenía
que hacer y lo hizo! ¡Aleluya!
¿Y tú? ¿Estás cumpliendo con lo que Dios te llama a hacer? En cuanto al
hermano de la historia, ya era salvo, pero necesitaba ayuda. ¿Cuánto más la
necesitan quienes no conocen todavía al Señor? Recuerda: Nuestra
responsabilidad es no pasar por alto el llamado de Dios, pues sabemos que
muchas almas van rumbo a la muerte eterna. ¡Nuestra responsabilidad es
testificar!
4. «¿Acaso no lo entenderá el que pesa los corazones?».
¿Crees que Dios no sabe si ganamos almas o no? Él pesa, sabe, ve, observa,
entiende, reacciona, y creo que se emociona al ver que se salva un alma.
También creo que muchas veces Él llora al ver nuestra negligencia espiritual
en cuanto a la tarea de testificar. Entiende nuestras ocupaciones, tanto en lo
secular como en lo espiritual, y sabe que todos estamos ocupados. Aun así,
nuestros quehaceres diarios no son comparables a la perdición eterna de una
persona sin Cristo. En realidad, ¡no hay comparación! Todo aquí es temporal,
pero una persona tiene un alma eterna y pasará su eternidad en el cielo o en el
infierno.
El finado pastor y autor Harold Fickett Jr., escribió sobre un cristiano de
negocios y muy rico que en su lecho de muerte estaba lleno de un profundo
remordimiento. Cuando su pastor lo fue a visitar, le abrió su corazón y le
contó acerca de la carga que llevaba sobre sus hombros. Le dijo que diez años
antes lo invitaron para enseñar en una clase de la Escuela Dominical para
niños de nueve años de edad. Creyendo que no tendría tiempo, rechazó la
invitación y el llamado que le hacía el Señor. Ahora, diez años después,
plenamente consciente que su vida terminaría pronto, le confesó a su pastor
que su mayor remordimiento era haber perdido la maravillosa oportunidad
que Dios le ofreció de invertir su vida en la vida de estos niños de nueve años
de edad. Creía que al menos unos cien niños hubieran pasado por esa clase de
la Escuela Dominical y que él hubiera hecho un impacto eterno en la vida de
estos muchachitos. Entonces, concluyó con mucho dolor en su corazón:
«Todas mis inversiones en acciones, propiedades y títulos quedarán atrás
cuando muera. ¡Qué necio fui!».
Hermanos, yo les diría que se preguntaran: «¿Acaso Dios no sabe hasta qué
punto podemos marcar la diferencia en la vida de los demás? ¿De qué nos
servirá dejar de servir al Señor por servirnos a nosotros mismos?». ¡Así que
recapacita hoy! Recuerda: Nuestra responsabilidad es la de pesar nuestro
corazón, tener conciencia de cuán breve es la vida y de librar a los que van
rumbo a la muerte eterna. ¡Nuestra responsabilidad es testificar!
5. «El que mira por tu alma, él lo conocerá».
Dios lo sabe todo y nos observa, pues sus ojos están en toda la tierra. Él
conoce a cada creyente, sus motivos, corazones, intenciones, etc. Los
atributos más conocidos de Dios son:
Omnisciente
Omnipotente
Omnipresente
Inmutable
El inglés Sir Isaac Newton fue el más brillante matemático y físico de sus
días. En 1687, se publicó su obra Principios matemáticos de la filosofía
natural, la cual dio expresión a las inmutables leyes de la física y de la fuerza
en el universo. El fin de este trabajo era deducir los verdaderos movimientos
a partir de los aparentes y viceversa.
En el mundo espiritual, todos sabemos que nuestras acciones tienen
consecuencias, pues cosechamos lo que sembramos (lee Gl 6:7). Al igual que
las leyes de la física, nuestras acciones nos mueven a una de las dos
direcciones: hacia Dios o lejos de Él, nos acercamos a Dios o nos apartamos
de Él. Piensa hoy en tus acciones y pensamientos con relación a la tarea de
testificar. ¿Vives en obediencia o desobediencia? El prolífico autor Charles
Colson dijo una vez: «Dios no demanda nuestras conquistas para Él, pero sí
demanda nuestra obediencia» (lee Heb 5:8).
2. Dios pide que sepas que es un honor y un privilegio ganar almas
Cuando les testificamos a otros del amor de Dios y ganamos esas almas para
Cristo, esto es algo que no merecemos, sino que es un regalo que nos da el
Señor al poder trabajar en su obra.
Porque de cierto os digo, que muchos profetas y justos desearon ver lo que
veis, y no lo vieron; y oír lo que oís, y no lo oyeron.
Mateo 13:17
En mi caso, testificar de Cristo no es una obligación, aunque sea un mandato
del Señor. No, para mí es un gozo, alegría y felicidad hablar de las maravillas
del Señor y ver las almas salvadas.
Una hermana le comentó a otra en la iglesia: «¿Qué puedo hacer para llevar
las personas a Cristo? ¡Yo no sé hacer nada!». La otra hermana le contestó:
«Tú puedes hacer muchas cosas: Visitar a una persona enferma en su casa o
en el hospital, distribuir tratados. También puedes visitar a alguna persona
que viva sola, leerle la Biblia a alguien que no sabe leer o no entiende las
Escrituras. Puedes darle ánimo a alguien que afronta pruebas y tribulaciones.
Incluso, puedes orar por alguna persona necesitada. Puedes testificarles a los
demás en las calles. Puedes hablarle al cartero, a quienes te rodean en el
supermercado o a tus vecinas. Puedes ayudar a un adolescente o a alguien
que deba hacer lo bueno. Puedes formar parte del grupo de evangelización y
salir a testificar en un día determinado. Puedes llamar a alguna persona por
teléfono y evangelizarla... ¡Tú puedes hacer muchas cosas! Además, todo lo
que hagas será un privilegio para ti, pues servirás al Salvador y ganarás almas
para Él».
3. Dios pide tu amor, pasión y entrega para ganar almas
La pasión por las almas es el termómetro que mide nuestra entrega y
abnegación en cuanto a las almas perdidas. Nuestro amor por el Señor refleja
lo que hacemos o dejamos de hacer para Él. Es una pasión creciente, va en
aumento, es interminable.
Y has sufrido, y has tenido paciencia, y has trabajado arduamente por
amor de mi nombre, y no has desmayado.
Apocalipsis 2:3
Yo empecé muy jovencito distribuyendo folletos (tratados) evangelísticos en
las calles. Entonces, para empezar una conversación, solo decía: «Jesús te
ama». Así gané a centenares de personas para Cristo. Mi pasión por las almas
nunca ha disminuido, sino que siempre va en aumento hasta el día en el que
termine mi carrera. ¡Y lo amaré por toda la eternidad!
El papá y su hijo pequeño salían todos los domingos a repartir tratados.
Cierto día frío y lluvioso, después del servicio de la iglesia, el papá no pudo
salir con su hijo, pero el niño le pidió permiso y se fue solo. Se trataba de un
pueblo pequeño donde casi todo el mundo se conocía. Así que tomando los
tratados en sus manos, el niño se fue a evangelizar.
El muchachito de once años recorrió todas las calles de su pequeño pueblo,
puerta por puerta, visitando a todos los que le recibían. Después de estar
caminando dos horas bajo la lluvia y el frío, solo le quedaba un tratado. Se
detuvo en una esquina esperando a que pasara alguien, pero no venía nadie.
Las calles estaban desiertas por completo.
Así que al dar la vuelta para marcharse, vio una casa, se dirigió hacia la
puerta del frente y tocó el timbre. Lo tocó varias veces, pero nadie abría la
puerta. Cuando se dispuso a marcharse, algo lo detuvo. El niño se volteó de
nuevo hacia la puerta y tocó otra vez el timbre varias veces, pero en esta
ocasión empezó a tocar también la puerta con insistencia. Él esperó y
esperó...
De repente, la puerta se abrió despacito. Salió una señora con la mirada muy
triste y le preguntó con suavidad: «¿Qué puedo hacer por ti, muchachito?».
Con los ojos radiantes y una sonrisa hermosa, el niño le dijo: «Señora, perdón
por molestarla, pero vine a decirle que JESÚS LA AMA, ¡y la ama mucho!
También vine para darle mi último tratado que habla sobre Jesús y su gran
amor por usted». Y el niño se marchó.
El domingo siguiente por la mañana, el pastor desde el púlpito preguntó:
«¿Alguien tiene algún testimonio que le gustaría darnos?». Despacio, en la
última fila de la iglesia, una señora mayor con la felicidad retratada en el
rostro, se puso de pie y con voz suave empezó a hablar:
«Nadie en esta iglesia me conoce. Nunca antes he estado aquí y hasta el
domingo pasado no era cristiana. Mi esposo murió hace un tiempo atrás
dejándome sola por completo en este mundo. El domingo pasado fue un día
de mucho frío y lluvia, y también fue el día en que yo había llegado al final
de la línea de mi vida. Ya no tenía deseos de vivir. Entonces, tomé una silla y
una soga, y subí hasta el ático de mi casa. Até la cuerda alrededor de mi
cuello y la aseguré a las vigas del techo, pues iba a suicidarme ahorcándome.
Ya parada en la silla, y con el corazón destrozado, estaba a punto de tirarme
cuando de repente escuché el sonido del timbre de la puerta.
»En ese momento pensé: Esperaré un minuto y sea quien sea se irá pronto.
Yo esperé y esperé, pero el timbre tocaba una y otra vez. Es más, alguien
empezó a tocar la puerta con fuerza e insistencia. Me pregunté: ¿Quién podrá
ser en este día tan frío y lluvioso? Nadie toca a mi puerta ni viene a verme.
Entonces, solté la cuerda de mi cuello y me fui hasta la puerta mientras el
timbre seguía tocando una y otra vez sin parar. Cuando abrí la puerta, no
podía creer lo que veían mis ojos. Frente a mí tenía al más radiante ser
angelical que hubiera visto jamás: Un niño con una mirada de amor y una
sonrisa que me conmovió mucho. Las palabras que salieron de su boca
hicieron que mi corazón muerto, por tanto tiempo, volviera a la vida cuando
me dijo: “¡Señora, perdón por molestarla, pero vine a decirle que Jesús la
ama, y la ama mucho!”. Luego, me entregó un tratado y se marchó en medio
de la lluvia y del frío.
»De inmediato, leí palabra por palabra ese tratado, y subí al ático para quitar
la silla y la soga. Ya no las necesitaría. Como pueden ver, ahora soy una
señora feliz y una hija de Dios. Como la dirección de la iglesia estaba atrás
del tratado, vine a darle las gracias personalmente a este pequeño niño que
fue el ángel que Dios envió justo a tiempo, en el último momento, para salvar
mi alma».
Toda la iglesia lloraba de felicidad desde el primer banco hasta el último. Los
padres del niño lo abrazaron, y la familia lloraba sin control. ¡Aleluya!
Recuerda, hermano, tú también puedes cambiar la vida de muchas personas al
testificarles este mensaje de amor, fe y esperanza a los corazones perdidos y
tristes. Nunca te avergüences de predicar el mensaje del gran amor de Cristo
y de su gran sacrificio en la cruz por nosotros. ¿Ya ves? Para este pequeño
niño evangelizar era una pasión y lo hacía con entrega, amor y cariño.
Testificaba de puerta en puerta, repartía tratados y les hablaba a todos sobre
el amor del Señor. ¡Haz tú lo mismo!
4. Dios pide que prediques y testifiques para ganar almas
Testificar es una cuestión de convicción, amor y conciencia al saber que las
personas sin Cristo irán a perderse si no les predicamos la Palabra. Esa es
nuestra responsabilidad, y debemos hacerlo tal y como lo hizo Jesús cuando
estuvo aquí en la tierra:
Y recorrió Jesús toda Galilea, enseñando en las sinagogas de ellos, y
predicando el evangelio del reino.
Mateo 4:23
La Palabra dice que Pablo y Bernabé hablaron, predicaron y testificaron con
tanta eficiencia que creyó un gran número de judíos y gentiles (lee Hch 14:1).
Solo Dios les pudo dar a estos hombres estrategias y métodos en cuanto a la
evangelización, las misiones y la obra de testificar en su Nombre. Al igual
que a ellos, Él puede hacer lo mismo por nosotros hoy.
Un joven se levantó cierta vez para dar un testimonio en su iglesia. Contó que
había encontrado una botella flotando en el agua de cierto río. En el interior
de la botella había un mensaje del evangelio que lo llevó al conocimiento de
Cristo. A medida que testificaba, las lágrimas le corrían por el rostro al
pastor. Tomando la palabra, dijo: «A mí me encarcelaron una y otra vez por
predicar acerca del Señor. Entonces, cuando estaba en la cárcel, encontré una
manera de seguir evangelizando. Así que para eso agarraba unas botellas, les
metía dentro versículos bíblicos o un pequeño mensaje del evangelio, y las
cerraba con un corcho. Después, las echaba por entre las rejas de la prisión al
río». ¡El Señor usó una de esas botellas para salvar a este joven!
Dios permita que nosotros también podamos predicar y testificar usando los
métodos y las estrategias que Él nos dé, y que las aprovechemos para ganar a
los perdidos para Cristo.
5. Dios pide que tú interés y énfasis sea ganar almas
Lo más importante de la vida de Pablo y lo que de veras le interesaba era su
ministerio, su carrera, y lo hizo con gozo dando testimonio y testificándoles
de la gracia de Dios a todos los que estuvieran a su alcance. Su vida no era
preciosa ni importante para él, excepto para cumplir lo que Dios le llamó a
hacer cuando le dio esta gran tarea de testificar acerca de las Buenas Nuevas
de salvación y su Palabra.
Pero de ninguna cosa hago caso, ni estimo preciosa mi vida para mí
mismo, con tal que acabe mi carrera con gozo, y el ministerio que recibí
del Señor Jesús, para dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios.
Hechos 20:24
Un creyente hablaba con otro sobre los talentos y lo que Dios puede hacer
con los mismos. El primero dijo: «Yo no sé cuál es mi talento. Siempre estoy
criticando. Así que mi interés es encontrar los errores que cometen los demás
hermanos, y creer que son falsos e inútiles». El segundo le contestó: «Si tu
talento es el de criticar a los demás y no hacer nada para Dios, es todo lo
contrario a lo que dice la parábola de los talentos que aparece en la Biblia.
¡De seguro que el Señor te dirá que lo entierres de inmediato!». No seas
como el primer hermano, ¡sino que tu interés sea el de testificar de Jesucristo!
6. Dios pide tu perseverancia para ganar almas
Si perseveramos, alcanzaremos la meta que es la de ver miles y miles de
personas a los pies del Señor.
Y perseverando unánimes cada día en el templo, y partiendo el pan en las
casas, comían juntos con alegría y sencillez de corazón.
Hechos 2:46
No debemos desanimarnos ni desistir jamás en la tarea de testificar. En
realidad, debemos hacer lo mismo que la iglesia primitiva: trabajar en unidad,
olvidar nuestras diferencias teológicas y dejarlas para el cielo. Es más,
debemos trabajar ahora mientras podemos, y hacerlo con sencillez de
corazón, humildad y perseverancia.
Cuando en la Segunda Guerra Mundial el general Douglas MacArthur perdió
la batalla de Bataán ante la ofensiva japonesa, se retiró de Filipinas y
transfirió su cuartel general para Australia en 1942. En esa oportunidad, le
habló al pueblo filipino por la radio y le prometió que regresaría. Lo hizo con
esta famosa palabra: «¡Volveré!». Durante su ausencia, los ejércitos
japoneses destruyeron el archipiélago y establecieron un sistema de hierro y
opresión en contra del pueblo filipino.
Dos años y medio después, MacArthur, cumpliendo su palabra, desembarcó
con las fuerzas aliadas en la isla de Leyte el 20 de octubre de 1944. En
cuestión de horas, las buenas nuevas se esparcieron por toda Filipinas:
«¡Regresó MacArthur!». Las viudas que perdieron a sus esposos lloraron de
felicidad y los hombres fuertes temblaron de emoción. Los estudiantes
universitarios se reunieron en pequeños grupos para hablar de la noticia.
¡MacArthur estaba en camino! La liberación y la libertad estaban cerca. La
herencia más prestigiosa del hombre estaba a punto de lograrse de nuevo: ¡Su
libertad!
Al igual que el general MacArthur perseveró, regresó a Filipinas y, más tarde,
ganó la batalla, nosotros debemos perseverar en ganar almas al traerles
libertad espiritual a miles y miles de personas que están cautivas del diablo y
atadas con terribles cadenas espirituales que solo puede romper Jesucristo. Si
predicamos la Palabra y testificamos del Señor, el Espíritu de Dios obrará de
tal forma que les traerá libertad a muchas personas que están aún en tinieblas.
7. Dios pide tu tiempo para ganar almas
Una cosa es muy cierta, tendremos que rendir cuentas por lo que hicimos con
nuestro tiempo, ya sea que lo desperdiciáramos en cosas sin importancia o si
lo usáramos para testificar a quienes no conocen del Señor todavía.
Y no hay cosa creada que no sea manifiesta en su presencia; antes bien
todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien
tenemos que dar cuenta.
Hebreos 4:13
Miles de cristianos pierden la preciosidad de su tiempo en cosas irrelevantes,
efímeras, pasajeras y sin ningún provecho. Lo triste es que lo hacen mientras
un sinnúmero de personas mueren sin Cristo y van a una eternidad de
sufrimiento. ¿Por qué? Porque no asumen la responsabilidad de ser buenos
administradores de su tiempo.
Toda persona que puede sonreír y extender la mano, puede darle un folleto, o
tratado, evangelístico a alguien. Es solo hacer el tiempo. El negociante
cristiano puede poner un folleto adentro de cada cosa que haga para su
cliente. Tú puedes dárselo a toda persona que venga a la puerta de tu casa.
Puedes pagar tus cuentas y poner un tratado adentro. De soltera, Dámaris
usaba la guía telefónica para enviarles cartas a las direcciones de personas
que estaban allí y les incluía un folleto de evangelización.
Sé sabio con tu tiempo y úsalo para ganar almas para Cristo. Redime y
aprovecha tu tiempo, no lo desperdicies. Debemos trabajar ahora mientras
podemos y el tiempo nos lo permite. (Lee Ef 5:16; Col 4:5).
Cuando fue a la guerra, un soldado llevó algunos instrumentos de su oficio.
Era relojero y pensó en hacer algún dinero extra arreglando algunos relojes
mientras estaba en el campamento. Al poco tiempo, ya tenía muchos relojes
para arreglar y casi se olvida de que era un soldado.
Cierto día, recibió órdenes de sus superiores para que saliera a cumplir una
misión. La pregunta del soldado que le vino a avisar fue un poco
desconcertante: «¿Cómo voy a salir ahora de aquí si tengo más de diez relojes
que arreglar?». A lo que le respondió el soldado que le enviaron para
asignarle la tarea: «¡Usted aquí es un soldado y no un relojero!». Hermanos,
eso es lo que somos: ¡Soldados de Cristo! Por lo tanto, debemos redimir el
tiempo y aprovecharlo con sabiduría, a fin de testificarles a los demás acerca
de esta salvación tan grande.
8. Dios pide tu colaboración financiera para ganar almas
En la obra misionera y de evangelización, las almas se salvarán por medio de
quienes oran, ayunan, testifican y colaboran de manera económica.
Asimismo, hermanos, os hacemos saber la gracia de Dios que se ha dado a
las iglesias de Macedonia; que en grande prueba de tribulación, la
abundancia de su gozo y su profunda pobreza abundaron en riquezas de su
generosidad. Pues doy testimonio de que con agrado han dado conforme a
sus fuerzas, y aun más allá de sus fuerzas, pidiéndonos con muchos ruegos
que les concediésemos el privilegio de participar en este servicio para los
santos. Y no como lo esperábamos, sino que a sí mismos se dieron
primeramente al Señor, y luego a nosotros por la voluntad de Dios.
2 Corintios 8:1-5
En mi libro «Dad, y se os dará», encontrarás bases sólidas y establecidas en
las Escrituras sobre las finanzas. Te recomiendo que lo obtengas y lo leas.
¿Por qué es importante leerlo? Porque somos mayordomos y administradores
de los recursos que Dios pone en nuestras manos.
En los últimos cinco o seis años, nuestro ministerio ha dado más de un millón
de dólares solo para las misiones, aparte de los gastos normales de las
operaciones del ministerio, los libros y todo lo demás. Tenemos un grupo de
hermanos fieles, a los cuales llamamos «SEMBRADORES», que están
comprometidos con el Señor en ayudarnos con un dólar diario. Es decir,
treinta dólares al mes, para ayudar al sostenimiento de nuestro ministerio, así
como a los cincuenta y dos misioneros que tenemos en cada continente, más
los gastos del Instituto Teológico J.Y. que tenemos en la India. Aquí, nuestra
responsabilidad es sostener a los maestros, estudiantes y misioneros.
También estos hermanos nos ayudan a solventar los gastos de las cruzadas
que hacemos en África y Asia, donde tenemos que pagar por todo. En
resumen, pagamos los pasajes de avión, el hotel, la alimentación y el
transporte de los pastores que apoyan la campaña. Asimismo, pagamos el
alojamiento en los hoteles y la alimentación de todos involucrados en la
campaña. También pagamos el estadio, coliseo o gimnasio donde será la
cruzada. En cuanto a la parte musical, pagamos por el alquiler de los
instrumentos, los ingenieros de sonidos, etc. Lo cierto es que fuera de los
Estados Unidos, quienes viven en los continentes de África y Asia no pueden
dar una ofrenda y nosotros tampoco podemos llevar nuestro material.
Claro, no damos treinta dólares, sino que damos miles y miles de dólares
cada mes para las misiones y la evangelización. Por lo tanto, ten en cuenta
que Dios nos pedirá, tanto a nosotros como a ti, que les rindamos cuenta de lo
que hemos hecho con las finanzas y los recursos que Él puso en nuestras
manos.
Si quieres más información acerca de lo que estamos haciendo en nuestro
ministerio, visita www.josueyrion.org y lee las noticias que publicamos sobre
la obra misionera. Allí también encontrarás una galería de fotos que te
mostrarán parte de todo el trabajo misionero que realizamos alrededor del
mundo.
Juanito era un niño de cinco años. A él le gustaba ir a la iglesia con sus
padres y participaba de la Escuela Dominical, la iglesia infantil y la Escuela
Bíblica de Vacaciones. Un día, vino un misionero de otro país a hablarles a
los niños y Juanito lo escuchó con mucha atención. El hombre de Dios dijo
que había una gran necesidad en cierto pueblo de una nación muy lejana. La
campaña misionera se realizaba en muchas iglesias y en varias ciudades, por
lo que se necesitaba casi un millón de dólares para llevarla a cabo.
Juanito se fue a la casa pensando en los niños de esa distante nación. Al día
siguiente, llenó una bolsa con sus juguetes y se fue de casa en casa a
ofrecérselos a sus vecinos.
—Juanito, ¿por qué quieres vender tus juguetes? —le preguntó intrigado uno
de los vecinos.
—Es para ayudar a los niños pobres de cierto pueblo en una nación muy lejos
de aquí. Yo necesito conseguir un millón de dólares —le respondió Juanito.
—¿Y crees que vas a conseguir un millón de dólares tú solo? —le preguntó
sorprendido el vecino.
—¡Qué va! —contestó Juanito con una sonrisa contagiosa—. Mi hermanito
está en la otra calle más arriba ayudándome con sus juguetes.
Hermanos, ¡lo que es la sencillez, la inocencia y el corazón de un niño! Pon
estas palabras de Jesús en tu corazón:
Dad, y se os dará; medida buena, apretada, remecida y rebosando darán en
vuestro regazo.
Lucas 6:38
Entonces, ¿cuál es el resultado?
Tú das al Señor y Él te dará de vuelta.
Quizá tú des de cualquier manera, pero Él te dará una medida
buena.
Su medida es apretada para que quepa más.
Además, es remecida, para que quepa mucho más.
Estará rebosando, a fin de que sobre cuando des y siembres.
Esa medida te la pondrán en tu regazo, de modo que recibas lo que
sembraste.
Ahora, te pregunto: «¿Cuánto vale un alma para ti? ¿Un dólar al día?». El
valor de un alma es incalculable, pues costó la preciosa sangre de Cristo en el
Calvario. Cuando damos al Señor para la obra misionera y de evangelización,
reconocemos lo que Cristo hizo por nosotros y ponemos en práctica nuestra
responsabilidad como cristianos. Es más, hacemos nuestra parte al entender
el propósito de las misiones mundiales y la evangelización, la teología de las
misiones y la filosofía de las misiones. Como bien dijera el ya fallecido Dr.
Oswald Smith, quien fuera el pastor de la Iglesia del Pueblo en Toronto,
Canadá:
Dios nunca nos ha dicho que debemos edificar grandes catedrales
espléndidas e invitar a la gente para que nos venga a escuchar. Dios nos ha
dicho que debemos enviar el mensaje. El mensaje es una dinamita. En
nuestra iglesia, lo hemos hecho una regla: Cada dólar que invertimos aquí
a nivel local, vamos a invertir y enviar siete dólares a las misiones en otras
naciones lejos de nosotros. Por eso Dios nos ha bendecido tanto en nuestro
trabajo. Creo que esta es una proporción adecuada y apropiada. Daremos e
invertiremos siete dólares a las misiones y a la evangelización mundial por
cada dólar que invirtamos en nosotros aquí a nivel local.
¡Y esto fue justo lo que hizo! ¡Qué visión tan extraordinaria! Dios permita
que nosotros podamos invertir de la misma manera en el campo misionero y
que más pastores tengan una visión como la de este gran hombre de Dios que
envió millones y millones de dólares a las misiones. A través de esta
inversión, sostuvo financieramente a centenares de misioneros alrededor del
mundo. ¡Aleluya! Esta también es nuestra visión: «Enviar miles y miles de
dólares a las misiones, y sostener a los misioneros». ¡Dios nos ha ayudado,
nos está ayudando y nos ayudará siempre! ¡Aleluya!
En cierta ocasión, una hermana en Cristo le enseñaba a su amiga una bolsa
nueva.
—Mira la nueva bolsa que tengo. La compré en una tienda muy famosa del
centro comercial. Allí se venden las principales marcas del mundo.
La amiga se dio cuenta que traía los billetes de más valor en una cartera muy
bonita, pero en otra cartera vieja y usada traía los de menos valor y algunas
monedas.
—¿Por qué tú separas los billetes mayores y menores en carteras diferentes?
Una es bonita y nueva, y la otra fea y vieja —le preguntó la amiga intrigada y
curiosa por este hecho.
—Yo uso los billetes mayores de la cartera nueva en los restaurantes y en las
tiendas caras, y uso los billetes menores de la cartera vieja para la iglesia en
el momento de dar las ofrendas —le respondió la hermana.
Hermanos, es lamentable que muchos cristianos piensen así. Claro, ¡no se
trata de la mayoría! Sin embargo, para muchos creyentes, lo primero son
ellos y después es Dios, la iglesia y por último su obra. ¡Qué triste!
E. Stanley Jones decía: «Si yo tengo algo que mi hermano necesita más que
yo, mi obligación como cristiano es darle lo que tengo». ¡Y esto es verdad!
Así es que vivía la iglesia primitiva (lee Hch 2:44; 4:32, 34-35). Muchos años
después, el apóstol Juan dijo lo mismo y lo aplicó con relación al amor (1 Jn
3:17-18). Santiago también lo expresa en su epístola respecto a las obras (Stg
2:14-17).
Los misioneros alrededor del mundo han tenido que renunciar a la comodidad
de su país, su comida, las medicinas para su familia y para él, las escuelas
para sus hijos y todo lo demás por amor a Cristo y a las almas. Hombres y
mujeres de Dios en naciones tan distantes como Nueva Indonesia Occidental
o la jungla en el Amazonas de Brasil, han tenido que sacrificar sus gustos por
amor a Aquel que dio su vida por ellos. De la misma manera, estos
misioneros estuvieron dispuestos a dar sus vidas por los demás. Y muchos lo
dieron todo en realidad, incluyendo sus propias vidas al morir asesinados en
muchas naciones debido a que amaban a Cristo.
El cristiano maduro sabe que todo le pertenece a Dios: posesiones, terrenos,
casa, muebles, comida, ropas, autos, libros, etc. Sabe que todo esto y todo lo
demás es del Señor. Por lo tanto, el creyente tiene presente sus
responsabilidades financieras para expandir el Reino de Dios sobre la tierra y
está dispuesto a compartir, ya sea su dinero, tiempo, sus talentos espirituales
o naturales, etc. Billy Sunday, el gran evangelista, acostumbraba decir que lo
último a convertirse en una persona es su chequera, y afirmaba también que
la mejor manera de observar si de veras alguien era cristiano o no, lo único
que necesitaba era revisar su chequera para saber a dónde estaba yendo su
dinero...
Cuando en 1937 murió el multimillonario John D. Rockefeller, que hizo su
fortuna con el negocio del petróleo, a un hombre le dio una gran curiosidad
saber cuánto dejó de sus bienes. Interesado en esto, marcó un encuentro con
uno de los asesores que fue uno de los más cercanos a Rockefeller. En la
reunión, le preguntó al hombre: «¿Cuánto dejó el Sr. Rockefeller?». El asesor
le contestó: «¡Todo!». Hermanos: Esto es justo lo que dice la Palabra. No
vamos a llevar nada con nosotros (1 Ti 6:7). Debemos contentarnos con lo
que tenemos y compartirlo con los demás (Heb 13:5).
Recuerda: Cundo das y abres tu mano, dejas tu mano abierta para recibir del
Señor de regreso. Si tu mano está cerrada, Él no puede darte, pues con tu
mano cerrada no tienes cómo recibir. En cambio, si abres tu mano y la dejas
abierta, Él podrá darte de vuelta.
William White habló sobre las tres emociones o alegrías del dólar: «La
primera es cuando lo recibes, esta es tu primera alegría; la segunda es cuando
lo ahorras, esta es tu segunda alegría; y la tercera y la más importante es
cuando lo das para la obra del Señor, esta es tu tercera y más grande alegría».
Recuerda también que Dios no necesita el dinero para gastarlo en el cielo,
pero sí necesita dinero para sustentar su obra. Y, por último, recuerda que el
mundo dice: «¡Lo que tengo es mío!», pero el cristiano dice: «¡Lo que tengo
lo comparto!». Estas dos filosofías, ideas o líneas de pensamiento pueden
resumirse en cuatro palabras: Mantenerse y aferrarse, o compartir y bendecir.
¿Y tú? ¿Compartes y bendices a los demás? ¿O te mantienes y te aferras a lo
que tienes?
Amy Carmichael, la gran misionera que abrió orfanatos en Dohnavur, Tamil
Nadu, India, y que trabajó con los niños y desamparados de esta nación por
más de cincuenta y cinco años, dijo: «Tú puedes dar sin amar, pero es
imposible amar sin dar». ¿Y tú? ¿Amas a los demás y la obra de Dios? No te
olvides de este pasaje bíblico:
En todo os he enseñado que, trabajando así, se debe ayudar a los
necesitados, y recordar las palabras del Señor Jesús, que dijo: Más
bienaventurado es dar que recibir.
Hechos 20:35
A este pasaje se le llama el versículo del boxeador: ¡Es mejor dar que recibir!
Y para terminar este capítulo, me gustaría hacer referencia al libro
Revolución en el mundo de las misiones, donde su autor, K.P. Yohannan,
relata la siguiente historia que nos enseña que algún día tendremos que darle
cuenta al Señor de nuestras finanzas:
Durante los días que predicaba en el sudoeste de la India, conocí a una
misionera de Nueva Zelanda que había estado involucrada en el
ministerio cristiano de la India por 25 años. Durante su último período,
la asignaron a una librería cristiana. Un día cuando mi equipo y yo
fuimos a su negocio a comprar algunos libros, encontramos la librería
cerrada. Cuando fuimos a su residencia misionera, que quedaba en una
mansión amurallada, le preguntamos qué pasaba. Ella contestó: «Me
vuelvo a mi hogar para siempre».
Le pregunté qué pasaría con el ministerio de la librería. Ella contestó:
«Vendí todos los libros al costo, y cerré todo».
Con gran dolor, le pregunté si podría transferir la tienda a alguien para
continuar con el trabajo.
«No, no pude encontrar a nadie», contestó. Me preguntaba por qué,
después de 25 años de estar en la India, se estaba yendo sin tener una
persona que haya ganado para Cristo, ningún discípulo, que continuara
su trabajo. Ella, junto con sus compañeros misioneros, vivían en
complejos amurallados con tres o cuatros sirvientes cada uno para
atenderlos según su estilo de vida. Pasó toda una vida y gastó
incalculables sumas del precioso dinero de Dios, que podrían haber
sido usados para predicar el evangelio [...] Si ella lo hubiese hecho,
habría llevado a cabo el llamado de Dios en su vida y cumplido con la
Gran Comisión2.
Que Dios nos ayude a cumplir con nuestro llamado y a rendirle cuenta algún
día de nuestros dones, talentos y finanzas, ya sean personales o ministeriales,
y que Él encuentre integridad, honestidad y transparencia en nosotros. Tan
cierto como que el Señor vive para siempre, ¡daremos cuenta a Él de nuestras
finanzas, dones, talentos, llamado y ministerio!
Os Guinness, autor o editor de más de treinta libros, dio su punto de vista
sobre esto:
En el entendimiento bíblico de la superdotación, los dones nunca son
para nosotros en realidad. Es para usarse para los demás, porque son de
Dios y nosotros solo somos sus mayordomos. La verdad no es que Dios
está buscando un lugar para nuestros dones, sino que nos creó y nos da
nuestros dones para su uso personal en un lugar escogido por Él.
Yo diría que sin importar dónde el Señor te vaya a usar para testificar, ya sea
dentro de tu país o fuera del mismo, teniendo el llamado y los dones Él
suplirá siempre tu necesidad financiera. Como bien dijera David Sills: «Dios
no irá a guiarte adonde Él no pueda suplirte». Pon esta palabra en tu corazón:
Todos los cristianos y ministros daremos cuenta ante el Señor por cada una
de las cosas antes mencionadas (Heb 13:17). Además, con el respaldo del
Señor, llevaremos a cabo la tarea de testificar. Dejemos a un lado la falta de
convicción al hablarles de Cristo a los demás. ¡Y hagámoslo hoy!
8. LA FALTA DE CONVICCIÓN AL NO TESTIFICAR
«Conforme al propósito eterno que hizo en Cristo Jesús nuestro Señor, en
quien tenemos seguridad y acceso con confianza por medio de la fe en él».
Efesios 3:11-12
«¡Ah, si yo tuviera mil vidas y mil cuerpos! Ninguno lo dedicaría a otro
empleo que no fuera predicarles a Cristo a los perdidos y despreciados,
pero a la vez amados mortales».
Roberto Moffat
Todos afrontamos oposición en las misiones y la evangelización, pero si
tenemos una convicción sólida y personal en cuanto al llamado de testificar,
como la tuvo Moffat, alcanzaremos nuestro objetivo. La convicción es
indispensable y necesaria. Sin esta, no puedes afrontar los problemas,
pruebas, desánimos, dificultades, luchas, tribulaciones y tentaciones que
vienen en contra de todo el que quiere testificar. La convicción es lo que nos
hace despertar todas las mañanas y trabajar para el Señor.
Lo lamentable es que hay quienes les falta convicción personal para testificar,
y por eso no hacen esta tarea tan importante de hablar de Cristo. Si alguien no
tiene convicción por lo que hace, nunca tendrá éxito en sus estudios, trabajo,
vida espiritual como cristiano o vida ministerial, si es un ministro del
evangelio.
En Efesios 3:12 encontramos la palabra «seguridad», que es sinónima de
«certeza», «confianza», «evidencia» y «convicción». En los siguientes
pasajes, vemos reflejadas estas semejanzas:
Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no
se ve.
Hebreos 11:1
Pero deseamos que cada uno de vosotros muestre la misma solicitud
hasta el fin, para plena certeza de la esperanza.
Hebreos 6:11
Cuando hablamos de «certeza», decimos que es un conocimiento seguro y
claro de algo, mientras que la «convicción» es la idea a la que alguien se
adhiere fuertemente. Por lo tanto, ambas palabras tienen mucho en común,
pues la «certeza» que se tiene en determinados conceptos conduce a la
«convicción» de los mismos. Si no tenemos convicción para servir al Señor,
todo lo demás es en vano. ¡Y muchos cristianos no la tienen! Respecto a la
convicción, el legendario estratega misionero estadounidense Ralph D.
Winter dijo una vez: «Los que conocen bien a Dios pueden saber el intento
del propósito de Él». ¿Y cuál es su propósito? ¡Que tengamos convicción al
testificar!
La convicción fue una de las armas más poderosas que tuvieron los grandes
hombres y mujeres de Dios del pasado, y lo que permitió que el Señor los
usara para su gloria. Lo mismo sucede en la actualidad. Un creyente sin
convicción al testificar de Cristo no tiene propósito, meta, ánimo, voluntad,
decisión, empuje, valentía, determinación ni un sentido de terminar y llevar a
cabo con excelencia esta gran tarea de evangelización. Tal persona quizá diga
ser cristiana, pero no vive como los cristianos de la iglesia primitiva, quienes
testificaban de manera real, auténtica y extraordinaria (lee Hch 8). Es más,
predicaban y testificaban adondequiera que iban.
Recuerda: Todos somos imperfectos, pero perdonados y santificados, así que
podemos testificarles a los demás de lo que Dios hizo por nosotros. Nunca
digas que no puedes testificar o que no estudiaste en alguna escuela bíblica.
¡Eso no tiene relevancia! ¡Tú sí puedes testificar! Tan sencillo como que
hagas tuyas las palabras de Filipenses 4:13.
Dios fue el que nos escogió y aceptó para servirle, no los hombres. Si
hubiéramos esperado la aprobación humana, nunca hubiéramos hecho nada
para el Señor. Incluso, si fuera así, ¿qué habría pasado con estos hombres de
Dios?
A Pedro lo habrían dejado fuera del servicio debido a su carácter
voluble e inconstante.
A Tomás lo hubieran rechazado, pues no creía, y hasta lo hubieran
calificado de «escéptico».
A Juan y Jacobo no los aceptarían, pues uno quería estar a la
derecha y el otro a la izquierda de Cristo en su Reino.
A Pablo ni siquiera lo hubieran considerado para servir, pues fue
perseguidor de la iglesia, agresivo, intolerable y renuente.
Por lo tanto, cree que Dios te escogió para testificarles a los demás de su
Palabra y que lo hagas con convicción, denuedo, ahínco, valor, intrepidez y
entrega en la tarea de las misiones y la evangelización. Por lo tanto:
1. Dios escoge la persona para que la tarea se testifique con convicción
Jesús escogió a los discípulos (Mt 4:18-22; Mr 3:13) y, de igual manera, a
Pablo. Con este propósito, aquí tienes la misión que le encomendó a su
discípulo Ananías en la ciudad de Damasco:
El Señor le dijo: Ve, porque instrumento escogido me es éste, para
llevar mi nombre en presencia de los gentiles, y de reyes, y de los hijos
de Israel.
Hechos 9:15
El Señor nos escogió a nosotros también (Jn 15:16). Cada cristiano tiene el
llamado a ser testigo para Cristo, a dar testimonio en su diario vivir y en su
trabajo. Aun así, Él no llama a todos los cristianos para que sean misioneros
ni para que se dediquen al ministerio a tiempo completo. ¡Esto es obvio! Él
dijo que todos seríamos sus testigos, pero que no todos seríamos ministros,
pastores, evangelistas o misioneros. En otras palabras, todos podemos ganar
almas y testificar, pero Dios no escoge y llama a todos para ser misioneros,
como bien comentó sobre esto David Sills:
Cuando Dios llama a algunos de sus hijos para ser misioneros, Él
también les da el deseo junto con este llamado.
Incluso, tampoco todos los cristianos reciben el llamado para ser pastores o
evangelistas, aunque tenemos el llamado a testificar de Cristo. (Lee Is 43:10,
12; 44:8; Hch 1:8).
2. Dios escoge la tarea para que se testifique con convicción
Cada uno de nosotros tenemos dones espirituales diferentes y Dios sabe la
tarea específica que debemos hacer. Pedro y Pablo fueron dos hombres a
quienes el Señor usó en gran medida, pero al primero lo envió a los judíos y
al segundo a los gentiles:
Pero me dijo: Ve, porque yo te enviaré lejos a los gentiles.
Hechos 22:21
Como vemos, el poder, la unción y los dones que tenían estos hombres
venían del Espíritu, pero para llevar a cabo dos tareas diferentes. Por eso es
que los dones equipan a la persona para la tarea que se le delegó, y el éxito de
la tarea depende de estos dones dados por el Espíritu Santo. En cuanto a esto,
C.S. Lewis nos dice que debemos tener una meta, un propósito, una causa,
una tarea específica, y nos asegura lo siguiente: «He descubierto que la gente
que cree con más firmeza en la otra vida, hace lo mejor en esta vida
presente». Lo que se nos encomendó es que vivamos y testifiquemos con
convicción, de acuerdo con los dones que nos ha dado Dios, pues todos
tenemos dones diferentes para tareas diferentes (lee Ro 12:6).
3. Dios escoge la tarea específica para que se testifique con convicción
El Señor envió a los apóstoles para que predicaran en todo lugar. Tenían que
empezar en Jerusalén, ir a Judea y Samaria, y después hasta los confines del
mundo.
Pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu
Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y
hasta lo último de la tierra.
Hechos 1:8
Nuestro campo misionero es el mundo, pero es obvio y lógico que una
persona solo puede trabajar en un determinado lugar. No hubiera sido sabio
tener a todos los apóstoles en Judea ni a todos en Samaria a la misma vez. Si
se tenía que evangelizar al mundo, necesitaban un plan de acción. Entonces,
¿quién decidía dicho plan de acción y trabajo? ¡El Señor y su Espíritu, por
supuesto! Veamos: Cuando Pablo llegó a la provincia romana de Asia, el
Espíritu Santo le prohibió que entrara allí (lee Hch 16:6). Después, el apóstol
trató de ir a Bitinia, pero de nuevo el Espíritu no se lo permitió (lee Hch
16:7). A continuación, tuvo una visión donde un macedonio le pedía ayuda.
Pablo y sus compañeros interpretaron que se trataba de la dirección y la
voluntad de Dios, así que debían ir en ese momento a Europa para plantar y
establecer iglesias allí (lee Hch 16:9-10). Como resultado, Europa se
transformó en un continente cristiano, mientras que el de Asia permaneció
pagano.
¿Qué hubiera pasado si Pablo y sus compañeros hubieran seguido las
inclinaciones de sus corazones y hubieran ido al este en vez de hacerlo al
oeste? Es intrigante saber que el budismo entró en la China desde la India
más o menos en el mismo tiempo en el que Pablo llegó a Roma. Allí el
budismo echó raíces y se transformó en la gran religión de China y Asia.
Supongamos que en ese tiempo se hubiera llevado el cristianismo, y no el
budismo, a la China. ¿No hubiera sido Asia hoy cristiana y Europa pagana?
¡Solo Dios sabe la respuesta para esta pregunta! Quizá los asiáticos no
recibieran la Palabra ni que, más tarde, fueran tan buenos misioneros como
los europeos que llevaron el mensaje de salvación alrededor del mundo. ¡Solo
Dios lo sabe! Y solo en la eternidad sabremos estas razones.
El hecho es que el Señor dirigió a Pablo para que fuera a las regiones que Él
quería que por el momento escucharan el evangelio y que se testificara de su
Palabra en esos lugares. Pablo no podía opinar y decidir sus propios planes de
viaje. La dirección de Dios lo condujo a través de lo que el Espíritu Santo
decidió en ese entonces. Es lógico que el apóstol también usara de su sentido
común al viajar por los abiertos y muy buenos caminos romanos, y que se
concentrara en testificar en las grandes ciudades y sus cosmopolitas
poblaciones. Durante todos sus viajes y esfuerzos misioneros, Pablo fue
consciente de la completa dirección de Dios en su vida. El pastor Charles
Price, de La Iglesia de los Pueblos, en Toronto, Canadá, que enviara a
centenares de misioneros y diera millones de dólares a las misiones, nos deja
claro la relación que tiene la tarea con nosotros:
Dios ve primero nuestra disponibilidad, después ve nuestra movilidad
y, por último, nuestra habilidad.
Tenemos que estar listos para obedecer el llamado de Dios y realizar la tarea
que Él nos dio, a fin de que proclamemos y testifiquemos de su Palabra.
4. Dios escoge el tiempo de la tarea para que se testifique con convicción
El Señor Jesús siempre tuvo presente la obra de salvación que vino a realizar
a este mundo. Además, nunca perdió la oportunidad de testificar acerca de la
misma:
Me es necesario hacer las obras del que me envió, entre tanto que el día
dura; la noche viene, cuando nadie puede trabajar.
Juan 9:4
Algunos misioneros, como William Axling en Japón y Stanley Jones en la
India, testificaron por más de sesenta años en sus respectivos países. Otros,
como John y Betty Stam, murieron en su primer término de servicio en la
China. Las circunstancias se presentan sin que podamos entender el porqué.
Esteban fue el primer mártir cristiano, pero su compañero en el diaconado,
Felipe, se convirtió en un gran evangelista que sirvió a Cristo toda su vida
(Hch 21:8). Por otra parte, el rey Herodes decapitó a Jacobo, mientras que a
Pedro, a quien le esperaba el mismo destino, en una oportunidad el Señor lo
libró de forma milagrosa de la prisión (Hch 12:1-18).
Nunca sabremos los detalles de por qué sucedió una cosa y no la otra. Esto
solo lo sabe Dios. No podemos cuestionar las decisiones que Él toma.
Además, si se lo preguntáramos, tampoco nos contestaría ni nos daría razón
de sus determinaciones (lee Job 33:13). El hecho es de que sabemos que
tenemos que trabajar mientras podemos, tenemos salud, vida, posibilidades y
puertas abiertas. Llegará el momento en el que, por diferentes razones, ya no
podremos hacer lo que hacemos hoy. En cuanto a esto, Donald Anderson
McGavran nos reafirma lo siguiente:
En los campos que están blancos para la siega, la evangelización es que
cada uno lleva su cuota de gavillas a la era del Maestro. La
evangelización no es una ponderación sobre lo que es acertado o
equivocado. La evangelización es una enorme convicción de la
preeminencia de Cristo fluyendo a la vida humana como un río que se
desborda.
Y por eso tenemos la necesidad de usar y redimir el tiempo con sabiduría (lee
Jn 5:17; Ro 13:11; Ef 5:16; Col 4:5).
5. Dios escoge el éxito que tendrá la tarea para que se testifique con
convicción
¿Quién podrá determinar lo que es y lo que no es el éxito en la obra del
Señor? ¡Cristo es el Señor de la cosecha! Él es quien envía a sus obreros a las
diferentes partes del mundo para el trabajo en su viña y allí testificar. Les
ordena a unos que planten y empiecen una tarea, y a otros los envía a recoger,
segar o a cosechar los frutos de esta tarea.
Y el que siega recibe salario, y recoge fruto para vida eterna, para que
el que siembra goce juntamente con el que siega. Porque en esto es
verdadero el dicho: Uno es el que siembra, y otro es el que siega.
Juan 4:36-37
Sin embargo, la mayoría de las veces solo identificamos el éxito con quienes
cosechan, pues a toda la iglesia le encanta escuchar historias de éxito de sus
misioneros al cosechar las almas. En cambio, el trabajo de los pioneros es el
que rompe el hielo y quiebra el poder del diablo en una determinada región.
Después, el evangelista solo viene a cosechar lo que ya se plantó con
esfuerzo, entrega y dedicación.
Aunque hay algunos que prefieren cosechar los frutos, el Señor es el que
decide quién debe ir a plantar y quién debe ir a cosechar. Al fin y al cabo,
Dios es el que da el crecimiento, y algún día todas las intenciones de servirlo
se revelarán, ya sean de los que plantan como de los que cosechan también.
El misionero Samuel Marinus Zwemer, que en su época se consideró el
apóstol al islam, observa lo siguiente con relación a la tarea:
El desafío de los campos desocupados del mundo es uno de gran fe y,
por lo tanto, de gran sacrificio. Nuestra disposición a sacrificarnos por
una empresa [tarea] siempre guarda proporción con nuestra fe en esa
empresa. La fe tiene el genio de transformar lo apenas posible en
realidad. Un hombre dominado por la convicción de que una cosa debe
hacerse, no se detendrá ante nada hasta que se lleve a cabo1.
Además, recuerda que en la tarea que se debe realizar, el éxito depende de
nuestra entrega y de Dios, por supuesto, pero solo Él puede bendecir y dar el
crecimiento, pues nosotros solo somos sus siervos (lee 1 Co 3:5-15).
NECESITAMOS CONVICCIÓN
En la segunda carta que Pablo le escribe a su hijo espiritual, Timoteo, la cual
registra la Biblia, dice lo siguiente:
Pero tú sé sobrio en todo, soporta las aflicciones, haz obra de
evangelista, cumple tu ministerio.
2 Timoteo 4:5
Todos podemos ganar almas, ser evangelistas de corazón, o sea, testificar y
evangelizar. Claro, hay un ministerio específico de evangelista, pero toda la
iglesia tiene el llamado a ganar almas. La evangelización eficaz vendrá de
«evangelistas» y cristianos eficientes, tanto en la comunicación del evangelio
como en sus propias vidas.
Para que podamos testificar con eficiencia, nuestra vida necesita de una
profunda convicción personal. De esta manera, ganaremos almas para el
Señor con más facilidad, pues nuestro celo, entrega y amor hacia Él
determinarán el éxito que alcancemos. Hudson Taylor aclara esta idea:
Que no haya ninguna reserva, debes entregarte de manera total y
absoluta a Él si deseas servirlo, y no tendrás ninguna desilusión.
¡Y esto nos habla de convicción! Por lo tanto, como cristianos, evangelistas,
misioneros o pastores, ¿de qué manera debemos ser para ganar almas con
eficacia?
1. Con toda convicción, debemos ser cristianos de una vida devocional
profunda de ayuno y oración
En cierta ocasión, un general del ejército chino hizo la siguiente declaración:
«Si el mundo necesita orden, mi nación necesita transformarse primero. Si mi
nación necesita transformación, mi ciudad natal necesita renovación. Si mi
ciudad natal necesita un cambio, mi familia necesita disciplina. Y si mi
familia necesita corrección, yo necesito someterme y subordinarme primero».
Si queremos testificar y cambiar el mundo, tendremos que empezar con
nosotros primero, y hacerlo de manera que tengamos una vida devocional
profunda cada día.
Pedro y Juan subían juntos al templo a la hora novena, la de la oración.
Hechos 3:1
Siendo aún joven, cuando fui misionero en España con Juventud Con Una
Misión, me despertaba todos los días a las tres de la mañana para orar.
Después leía la Palabra y a continuación seguía con la lectura del libro que
leía en ese momento. Todavía hoy oro por las madrugadas. Ya no como
antes, debido a tantos viajes, pero lo hago. ¡Es algo maravilloso! Siempre,
desde jovencito, he mantenido una vida diaria devocional para estar a solas
con Dios en alabanza, oración, ayuno, la Palabra de Dios y libros cristianos
muy buenos. ¡Esto es lo que me mantiene espiritualmente!
En 1985, visité la iglesia de David Yonggi Cho en Corea del Sur, que oraba y
ora sin cesar. Allí vi lo que es el poder de la oración a nivel colectivo. ¡Fue
extraordinario! Durante una campaña que prediqué en 2002 en Temuco,
Chile, los pastores me llevaron a una montaña donde todos los domingos,
muy temprano, ellos y su equipo oran por nosotros, nuestra familia y
ministerio. La llaman «la montaña de la oración». Respecto a esto te
recomiendo mi quinto libro llamado El secreto de la oración eficaz, que de
seguro te haría bien adquirirlo.
La vida devocional junto con la disciplina diaria (lee 1 Co 9:25-27; Gl 5:23)
de una vida con Cristo, te transformará en un cristiano fuerte y saludable que,
a su tiempo, podrá testificar y evangelizar a los demás. El prolífico escritor,
maestro y pastor sudafricano, Andrew Murray, dijo:
Los grandes avances en las misiones siempre están conectados con un
avivamiento profundo de una vida espiritual con una alta devoción al
Señor Jesús.
Sin duda, la oración te dará el poder y la convicción para testificar (lee Hch
4:31; 13:2-3; 1 Ts 5:17).
2. Con toda convicción, debemos ser cristianos que conocen las
Escrituras de manera profunda
Por experiencia, puedo decirte que la lectura de la Biblia es indispensable
para el cristiano con amor por las almas y con la disposición para testificar.
Analiza lo que el apóstol Pablo le dice a Timoteo:
Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que
no tiene de qué avergonzarse, que usa bien la palabra de verdad.
2 Timoteo 2:15
La esposa del mundialmente conocido evangelista Billy Graham, Ruth Bell,
nos dice cómo desarrolló un apetito deseoso por la Palabra de Dios. Todo
empezó con su padre, el Dr. Lemuel Nelson Bell, y su madre, Virginia
McCue. Dijo:
Cada mañana, cuando bajaba para el desayuno, mi padre, un excelente
cristiano y muy ocupado cirujano y misionero, siempre estaba sentado
en su silla favorita leyendo la Biblia. Por la noche, ya después de su
trabajo, mi madre hacía lo mismo. Pensaba que la devoción por la
Biblia de quienes más amaba debía ser algo importante y digno de
investigarse. Entonces, a mi corta edad, empecé a leer las Escrituras y
encontré que son, según las palabras de un cristiano escocés, «pastos
dulces y deleitosos»2.
Conoce las Escrituras y te darán seguridad al testificar, y sabiduría,
conocimiento y convicción al hablar de Cristo. No hay tamaño de
conocimiento humano que sustituya la Palabra de Dios. Primero, lee y estudia
la Biblia. Después, lee muy buenos libros sobre las misiones, la
evangelización y las otras religiones del mundo, a fin de alcanzar a estas
personas con eficacia. Tienes que conocer al detalle la Palabra de Dios y
tenerla siempre en la punta de la lengua. Para esto, debes memorizar y llevar
en tu corazón pasajes tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento.
Las Escrituras son la fuente para tu vida espiritual y para ganar a los demás
para Cristo. Te proveerán el mensaje que debes predicar. Marcarán la
diferencia en tu vida respecto a la fe, moral, rectitud, integridad y todo lo que
necesites. Es más, de las Escrituras obtendrás sabiduría, consejo, consuelo,
ánimo y limpieza espiritual. Serán el fundamento para tu vida a la hora de
testificar, así como para tu llamado y ministerio. En fin, serán tu guía.
Ten presente que debes conocer las doctrinas básicas de la Biblia, lo más
importante. Entonces, para no desviarte de la sana doctrina, debes conocer
sobre la iglesia, el hombre, el diablo, el pecado y la salvación. Lo que es más
importante, debes conocer sobre Dios, Cristo y el Espíritu Santo. El prolífico
autor y evangelista John Stott, refiriéndose a nuestro trabajo con el Señor en
conexión con el amor por las Escrituras, citó:
Si el amor de nuestros corazones es el amor de Cristo, no
disminuiremos nuestro servicio que es costoso en energía, dignidad y
tiempo.
Así que, trabaja, testifica con convicción sobre Cristo, ama y estudia las
Escrituras, y Él te bendecirá. (Lee también el Sal 119; Jn 5:39, Ro 10:17; Col
3:16; 1 Ti 4:13; 2 Ti 3:16; 4:2, 13; Heb 13:9).
3. Con toda convicción, debemos ser cristianos con un gran amor,
disposición y dedicación por la obra de Dios
Sin importar lo que debamos afrontar, los cristianos nos debemos distinguir
por el amor, la determinación y la consagración a la obra del Señor.
Yo conozco tus obras, y tu arduo trabajo y paciencia [...] y has sufrido,
y has tenido paciencia, y has trabajado arduamente por amor de mi
nombre, y no has desmayado.
Apocalipsis 2:2-3
El célebre misionero y explorador David Livingstone nació en Blantyre,
Escocia, pero dejó literalmente su corazón en África, aunque su cuerpo está
sepultado en la gran abadía de Westminster en Londres. Al morir, los nativos
sacaron con bondad su corazón y lo sepultaron en su querida África, pero su
cuerpo lo enviaron de vuelta a Inglaterra por barco. Él nunca midió esfuerzo,
dedicación y amor por la obra de Dios.
Después de dieciséis años de trabajo en África, regresó a su país natal para
hablarles a los estudiantes de una universidad en Glasgow. En todo su cuerpo
había marcas de cuánto había sufrido y padecido en el África. Macilento y
delgado, como consecuencia de haber sufrido más de treinta fiebres malignas
en las selvas africanas, su rostro se veía envejecido por su exposición al sol.
Incluso, uno de sus brazos lo llevaba en cabestrillo, como resultado de un
encuentro con un león. Además, tenía el corazón destrozado por el comercio
de esclavos y, sobre todo, por la muerte de su querida esposa, Mary, lo cual
detalló con mucho dolor en su diario. Entonces, los alumnos se dieron cuenta
de que el que hablaba no era una persona común y corriente. En esa
oportunidad, Livingstone les dijo a sus oyentes:
Les preguntaré y yo mismo les daré la respuesta acerca de lo que me ha
sustentado por tantos años en medio de innumerables pruebas,
tribulaciones, aflicciones, soledad y dolor. ¿Saben lo que me ha
sostenido? La promesa de un Caballero de más alto honor y palabra
que dijo: «He aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del
mundo». Y les digo más: Volveré al continente de mi amor, al calor
insoportable, a las lenguas que no entiendo, donde mis piernas ya no
soportan el peso de mi cuerpo, y desde ahí, sí, desde ahí, iré a mi hogar
para encontrarme con mi Señor.
Alguien le preguntó a Livingstone si creía que había hecho un gran sacrificio.
A lo que contestó:
La gente habla del gran sacrificio que he hecho en pasar tantos años de
dolor en África. Yo solo estoy devolviéndole un poco a Dios y al gran
sacrificio que Cristo hizo por mí en la cruz, lo cual nunca podré pagar
en realidad. ¡Yo diría que, en lugar de ser un sacrificio, para mí es un
privilegio!
Años más tarde, al lado de su cuerpo doblado en oración, pero ya muerto, los
nativos encontraron un Nuevo Testamento ya muy viejo y usado abierto en
Mateo 28, con una nota al margen que decía: «Palabras de un Caballero».
Cuando el cuerpo de Livingstone lo llevaban por las calles de Londres en su
camino para ser sepultado en la abadía de Westminster, un hombre lloraba sin
consuelo. Un amigo le preguntó si conoció a Livingstone en persona.
Entonces, la respuesta no se hizo esperar: «Yo no estoy llorando por
Livingstone, sino por mí mismo, porque él sí vivió con un propósito y causa,
pero yo he vivido para nada».
¿Y tú? ¿Por qué o para quién estás viviendo? No midas tu entrega, amor,
esfuerzo y dedicación por el Señor y su obra. Todo lo que hagas, sea lo que
sea, hazlo con convicción y amor para el Señor, y Él te bendecirá. No mires
el esfuerzo que haces. Tampoco midas tu determinación, trabajo, desvelos,
angustias, aflicciones, tribulaciones y lo que tengas que pasar. Recuerda todo
lo que Cristo hizo por amor a nosotros al enfrentar la horrenda cruz y sufrir
allí por ti y por mí. Testifica con amor y convicción, y no midas esfuerzo
alguno para servir al Señor. Andrew Murray habló también sobre las
experiencias de Hudson Taylor en China:
Esto nos enseña que Dios prepara al hombre para creer en Él, esperar
en Él, y darse por completo a Él y su obra, sin importar cuán grande
sea la dificultad. La iglesia necesita aprender esta lección en nuestras
reuniones misioneras, y nuestros sermones deben enseñar esto.
Debemos ser personas que nos demos por entero a Dios, y Él nos
equipará para ser útiles en el servicio de su Reino. Esto requiere una
comunión cercana con Dios, y una total rendición a Él y su dirección,
de modo que nos enseñe a llevar a cabo su obra.
En resumen, debemos hacer la obra de Dios con amor y entrega, y
amándonos los unos a los otros (Jn 13:35; lee también Hch 15:26; 1 Co
15:58; 2 Co 5:14; Ef 4:15-16; 5:2; 1 Ts 2:8; 1 Co 13; Col 3:23-24).
4. Con toda convicción, debemos ser cristianos con un gran deseo de
alcanzar a los perdidos para que seamos ganadores de almas
La convicción es muy importante a la hora de rendir nuestra voluntad a fin de
ganar almas para Cristo, pues como bien dice la Palabra, «el que gana almas
es sabio» (Pr 11:30).
Dos periodistas gnósticos pasaron tres meses con los misioneros en el este de
África para descubrir sus puntos débiles. Al final, en su informe escribieron
la siguiente observación:
Cuando hablas con los misioneros, es obvio que el fenómeno del éxito
en su trabajo está en que creen de veras y hacen su obra de corazón.
Con cada misionero que hablamos y observamos, vimos que
renunciaron a sí mismos y sus voluntades para otro tipo de vida, y que
ahora viven para servir, como dicen, a su Señor3.
Con este mismo deseo de alcanzar a los perdidos, como el de estos
misioneros, es que debemos trabajar para ganar las almas para Cristo.
Bob Pierce, quien fuera evangelista y fundador de World Vision
International, afirmó en cuanto a ser ganadores de almas y alcanzar a los
perdidos: «Permitan que mi corazón se quebrante por las cosas que
quebrantan el corazón de Dios». ¿Y qué más duele y quebranta el corazón de
Dios? ¡Un alma que se pierde para siempre! De esta manera, gana almas, ama
al perdido, testifica, evangeliza, habla, predica y sé un testigo fiel de Cristo
con convicción, amor y pasión enormes por los que todavía están en tinieblas
espirituales. Entonces, ganarás muchas y muchas almas para Cristo y para el
Reino de Dios (lee Jud 22-23).
5. Con toda convicción, debemos ser cristianos sencillos y humildes en la
comunicación
El apóstol Pablo experimentó de primera mano lo que significaba ser sencillo
y humilde en la comunicación del evangelio:
Porque nuestra gloria es esta: el testimonio de nuestra conciencia, que
con sencillez y sinceridad de Dios, no con sabiduría humana, sino con
la gracia de Dios, nos hemos conducido en el mundo, y mucho más con
vosotros.
2 Corintios 1:12
Adoniram Judson tuvo una inteligencia fenomenal. A los tres años de edad
aprendió a leer. Con solo doce años ya traducía del griego. Se matriculó en la
Universidad Brown cuando tan solo tenía dieciséis años. Mientras estudiaba
en la universidad, entabló amistad con un joven llamado Jacob Eames, un
devoto deísta y escéptico. Este hombre no creía en los milagros de la Biblia.
En 1807, a Judson le tocó dar el discurso de graduación y despedida. Sin
embargo, por la influencia de Eames, Judson llegó a negar a Cristo.
En cierta ocasión, mientras estaba hospedado en un hotel, escuchó a un
hombre gemir toda la noche en el cuarto al lado del suyo. Al otro día,
preguntó en el hotel sobre el enfermo que escuchó durante la noche, y le
respondieron que el que acababa de morir se llamaba Jacob Eames. La gran
casualidad de haber estado cerca de alguien que conocía y que estaba a punto
de morir causó un gran impacto en Judson. Esto lo llevó a ahondar en su
propia alma delante del Señor, así que buscó su perdón y reconciliación por
haber negado antes su fe en Dios.
Desde entonces, empezó a vivir para Dios. Más tarde fue al Seminario
Bautista de Andover, en Massachusetts; y a los veinticinco años de edad,
Dios lo envió a una obra pionera en Birmania. Cuando llegó, la tribu de los
karens lo recibió con los brazos abiertos.
Judson tuvo una gran educación, tanto en la universidad como en el
seminario, pero siempre fue humilde. Los que le conocieron dicen que jamás
dejó de predicarles y testificarles a los demás con sencillez. En Birmania
soportó prisión, torturas, enfermedades, tristeza, dolor, soledad, muerte de
seres queridos y sufrió mucho por el Señor, pero siempre mantuvo su
compostura. Durante treinta y siete años perseveró y, a finales de su
ministerio, había establecido sesenta y tres iglesias en Birmania. Incluso,
capacitó y dejó otros ciento sesenta y tres misioneros y asistentes, y bautizó a
más de siete mil convertidos.
Hoy en día, como mencioné antes, puedes ir a Malden, Massachusetts, y leer
una placa de mármol que dice:
En memoria del Rvdo. Adoniram Judson. Nació el 9 de agosto de
1788. Murió el 12 de abril de 1850. Malden: Su lugar de nacimiento. El
mar: Su sepulcro. Sus trofeos: Los birmanos convertidos y la Biblia en
birmano. Su historia: Escrita en los cielos
El gran misionero Judson cumplió su misión y su arduo trabajo que hizo por
casi cuarenta años con una convicción increíble. Partió con el Señor mientras
navegaba por el mar de la bahía de Bengala. El Dr. Oswald Smith dijo: «Él
fue el más grande de todos los misioneros estadounidenses». Entonces,
pregunto: «¿Qué es lo que Dios puede hacer con una persona humilde y
sencilla?». ¡La puede usar para trasformar naciones enteras!
Debemos hablar, testificar y predicar con toda humildad, sencillez y
dependencia del Señor, dejando a un lado todo orgullo, sabiduría humana,
arrogancia, soberbia y prepotencia, y saber que Dios nos usa por su gracia y
misericordia. Como Billy Graham dijera una vez: «Si hablas con tanta
elocuencia que tus oyentes no te pueden entender, tienes muy mala puntería».
En 1965, durante una conferencia sobre evangelización en Berlín, al terminar
un «gran predicador» de exponer su mensaje, los africanos vinieron a verle y
le dijeron: «No entendimos nada de lo que usted dijo, pero por lo menos
sabemos que está de nuestro lado». ¡Qué trágico! Por lo tanto, testifica con
sencillez y convicción, y no seas como muchísimos predicadores que he
escuchado hablar en un nivel tan alto que nadie los entiende. El escritor
James A. Michener declara sobre esto:
Si rechazas la comida, ignoras las costumbres, temes a la religión y
evitas a las personas, es mejor que te quedes en casa. De esta manera
serás como los guijarros, que al ser echados en el agua, se mojan solo
por arriba, pero nunca serán parte del agua.
Aquí Michener se refería a las costumbres, cultura e idioma para hablar,
evangelizar y testificar con humildad y sencillez. Pablo, que era «Pablo»,
hablaba con sencillez y humildad, ¿qué haremos nosotros? (Lee 1 Co 2:1-5;
Ro 12:16; 1 P 5:5).
6. Con toda convicción, debemos ser cristianos seguros bajo la dirección
y la voluntad del Señor
Si como cristianos queremos testificar, debemos pedirle a Dios que nos haga
aptos para llevar a cabo la obra de evangelización con seguridad.
[Dios] os haga aptos en toda obra buena para que hagáis su voluntad,
haciendo él en vosotros lo que es agradable delante de él por Jesucristo;
al cual sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén.
Hebreos 13:21
En su autobiografía, Our Incredible Journey [Nuestro viaje increíble], el
cofundador del ministerio Palabra de Vida, Harry Bollback y su esposa
Millie, escribieron sobre sus años de misioneros en Brasil donde vivieron en
condiciones primitivas. Dijeron:
Vivir de esta manera era muy difícil para nosotros, pero en ese
entonces nadie pensaba que era incómodo ni dificultoso. Habíamos
tomado la decisión de servir al Señor y hacíamos lo que Él nos
encomendó. Solo teníamos que disfrutar de la mano de Dios y sus
bendiciones.
También Bollback escribió lo siguiente:
Estoy convencido que cuando sirves el Señor, no es una cuestión de
sufrimiento. Solo es hacer lo que se supone que hagas para la gloria de
Él. No piensas que es un sacrificio, sino que piensas que esa es tu
misión.
Y esta es nuestra misión: ¡Testificar de Cristo a todos!
A. Jack Dain, veterano misionero a la India, escribió algunas palabras de
sabiduría y consejo para los jóvenes y los demás en cuanto al llamado
misionero, la dirección y la voluntad del Señor:
Me parece que en estos días, cuando se enfatiza tanto en el servicio
misionero, tenemos que guardarnos de ponerles presión a nuestros
jóvenes y los demás cuando, en realidad, no saben si tienen o no este
llamado de Dios para su vida. No es una cuestión de que se dude de su
integridad, su discipulado ni su amor por Dios. Sin embargo, ¿son
llamados de veras? Si no lo son, estarán destinados al fracaso y el
resultado será algo serio para cada uno4.
En cuanto a mí, diría como el misionero y erudito escocés Stephen Neil: «Si
todos son misioneros, nadie es misionero». Y yo añado a lo que dijo Neil:
«Es acertado decir que todos los cristianos son testigos, pues pueden testificar
de Cristo, pero no todos los cristianos son misioneros». Así que todos no
tienen el llamado al ministerio, a ser misionero. Si no hay un llamado
específico, debemos ser guiados por Dios en su perfecta voluntad, que es la
de ganar almas para Cristo, al testificarles a los demás.
Los llamados pueden decir: «Soy misionero bajo la dirección y la voluntad
del Señor». Y los que no son llamados de manera específica al campo
misionero, pueden decir: «De cualquier manera, tengo el llamado a testificar
de Cristo. Por lo tanto, soy alguien que testifica bajo la dirección y la
voluntad del Señor».
Gladys Aylward, quien fuera misionera en China, señaló acerca del servicio
al Señor bajo la dirección de Él, y de estar seguros de su voluntad:
Si Dios te ha llamado a China o a cualquier otro lugar, y en tu corazón
te sientes seguro de esto, no permitas que nada te detenga... recuerda
que Dios es quien te llamó y es lo mismo como cuando llamó a Moisés
o a Samuel.
Si un cristiano o un misionero que testifica tiene una profunda convicción y
seguridad que está en la perfecta voluntad de Dios para su vida, no importa si
se encuentra en Brasil, la isla de Borneo o Burundi, tal persona no huirá a la
primera señal de peligro, no desistirá cuando lleguen las dificultades y no
abandonará el centro de la voluntad de Dios para su vida al dejar todo atrás.
Se quedará en su lugar, firme, seguro y victorioso, trabajando para su Señor.
Lo que importa es su convicción de que está bajo la dirección y la voluntad
de Dios (lee Hch 13:36; 22:14; Ro 12:2; Gl 1:4; Ef 1:1; 5:17; 6:6-7; Heb
10:36).
7. Con toda convicción, debemos ser cristianos embajadores de Cristo
¿Te has puesto a pensar lo que significa en que los cristianos somos
embajadores en nombre de Cristo? Sin duda, esas son nuestras credenciales
para presentarnos ante el perdido, a fin de testificarle de Él.
Así que, somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase
por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos
con Dios.
2 Corintios 5:20
El trabajo protestante misionero empezó en China con Robert Morrison,
enviado por la Sociedad Misionera de Londres en 1807. Mientras estaba en
Washington, recibió de las manos del entonces secretario de estado, James
Madison, una carta de presentación para el Consulado Estadounidense en
Cantón, China. Con esta carta abordó un barco que le conduciría hasta el país
asiático, a fin de conquistar a los chinos para Cristo. El dueño del barco, que
consideraba la aventura de Morrison un tanto precipitada, le dijo con una
sonrisa cínica: «Entonces, Sr. Morrison, ¿usted espera de veras causar algún
efecto en medio de la idolatría del gran Imperio chino?». De inmediato,
Morrison respondió: «¡No, señor, yo no, pero espero que Dios sí lo haga!».
Morrison ya era un embajador de Cristo cuando sintió el llamado de ir a la
India, pero que Dios lo cambió a China. Lo que es más, después que recibió
la carta del gobierno estadounidense, y al llegar a China con mucha
convicción y esfuerzo, se dedicó a aprender el idioma y la cultura de este
pueblo que le resultaban muy difíciles. Al igual que Morrison, todos somos
embajadores de Cristo. Todos tenemos el llamado a testificar.
Henry Venn, clérigo anglicano reconocido como uno de los principales
estrategas de las misiones protestantes del siglo XIX, define bien lo que es
ser un embajador de Cristo:
Con el mundo bajo sus pies, con la mirada en el cielo, con el evangelio
en su mano y Cristo en su cabeza, va como un embajador para Dios.
No conoce a nadie, sino solo a Jesucristo. No disfruta de nada, excepto
de la conversión de los pecadores, y no espera nada más, solo ser
promovido al Reino de Cristo. No se gloría de nada a no ser de la cruz
de Cristo, con quien está crucificado para el mundo y el mundo para él.
El Rey Jesucristo ha enviado a sus embajadores, lo cuales somos nosotros, a
predicar, anunciar y testificar sobre su poder y autoridad a cada nación (Mt
28:19). Todos los hombres deben arrepentirse y creer en el evangelio (Hch
17:30), al hacer esto saldrán de las tinieblas (Col 1:13). Por eso nosotros, los
embajadores de Cristo, no nos conformaremos a no ser con la victoria final
de una conquista de almas a nivel mundial para nuestro Señor y su Reino (Ap
11:15).
Por consiguiente, somos embajadores del Dios soberano del universo. Para
nosotros o un misionero, ya sea que su choza esté en un lugar fangoso del
África, una casa cubierta de nieve en Alaska, una cabaña en la jungla del
Amazonas en Brasil, una tienda en el desierto de Gobi en el sur de Mongolia
y al norte de China, ahí mismo el misionero levanta una bandera sobre su
residencia y un ángel del Señor mantiene la guardia.
Sobre esto escribieron Mildred Cable y Francesca French en su libro
Ambassadors for Christ:
Su casa siempre será un lugar santo, aunque esté cercada de maldad,
pues es tierra privilegiada donde está la embajada y ahí el embajador
disfruta de derechos extras de territorio. Nadie puede interferir entre su
correspondencia y su Rey [...] Su comunicación con su Soberano está
guardada con tanta seguridad que ningún espía puede escuchar ni
interceptar sus palabras e informes. A cualquier hora del día o de la
noche, puede tener una audiencia con su Rey, asegurando sus consejos
y sus instrucciones, y recibir la complacencia de su Rey5.
Así que nosotros, hermanos, somos embajadores de Cristo (lee Ef 6:20).
8. Con toda convicción, debemos ser cristianos que testifican la verdad
Si se trata de testificar, nuestra convicción debe guiarnos siempre a predicar
la palabra de verdad:
En él también vosotros, habiendo oído la palabra de verdad, el
evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en él, fuisteis
sellados con el Espíritu Santo de la promesa.
Efesios 1:13
En cierto acuario, un pez intentaba con mucha insistencia atacar a otro pez.
Sin embargo, no podía alcanzar a su presa debido a que dentro le tenían
colocada una barrera de vidrio que mantenía separados a los dos peces.
Después de golpear de manera insistente con su boca la barrera divisoria,
acabó por desistir de llegar al otro pez. Más tarde, el personal del acuario
retiró el vidrio de separación, y el pez nadaba hasta el punto en que sabía que
«estaría todavía» la barrera, de modo que paraba allí y no intentaba cruzar. El
instinto del pez le hacía ver que la barrera seguía allí.
Hay cristianos que son como ese pez, y tienen una barrera imaginaria creada
con limitaciones y falta de convicción. Saben que lo pueden hacer, pues Dios
les ha dado su poder, pero no quieren llevar a cabo la tarea de testificar de la
verdad. Es más, ¡muchos de nosotros somos como ese pez! Así que te
pregunto: «¿Qué tipos de barreras tienes que te impiden obedecer con
convicción la tarea de testificar?». Cuando tus circunstancias dicen «no», la
fe dice «sí puedo».
Siempre que te sientas frustrado o que no tengas a alguien que te ayude en tu
labor de evangelización, ora y ayuna. Dios te dará a las personas que
necesitas para llevar a cabo la tarea de evangelización. No permitas que te
detenga alguna «barrera imaginaria». Testifica del Señor y Él te ayudará.
Muchas cristianas piensan que no pueden servir al Señor, y se crean a sí
mismas barreras imaginarias en sus mentes pensando que Dios nos las puede
usar. Helen Barret Montgomery, autora y promotora de misiones bautistas
estadounidenses, nos enseña sobre esto:
Los peligros de los misioneros pioneros fueron compartidos por sus
esposas pioneras. Judson en su prisión, Moffat con los salvajes en
Sudáfrica, Chalmers en el desierto de Nueva Guinea, Hunt y Calvert en
el Fiyi manchado de sangre, Paton en las Nuevas Hébridas, todos estos
y cientos más tenían a una mujer que estaba hombro con hombro a su
lado, compartiendo cansancio, peligro, soledad, enfermedad, muerte6.
Dámaris, mi querida esposa, escribió un libro tremendo sobre esto llamado
Mujer, Dios te ha llamado. Joven y cristiana, ¡el Señor te puede usar en gran
medida!
Acuérdate que todos, sin importar a qué género pertenezcamos, somos
heraldos de la verdad, pues:
Cristo es el camino, la verdad y la vida (Jn 14:6), y nosotros somos
testigos de esto.
Él prometió que los hombres conocerían la verdad, y que la verdad
los haría libres (Jn 8:32).
Su propósito para venir al mundo fue para dar testimonio de la
verdad (Jn 18:37).
Su Reino es un Reino de la verdad (Jn 18:36-37), y está fundado
en el entendimiento de la verdad (Jn 8:32).
Como señalamos antes, esta era otra característica del ministerio de Cristo:
Él enseñaba. Nosotros no solo debemos enseñar con palabras al testificar,
sino también con nuestra vida al ser ejemplo para los demás, tanto para los
cristianos como para los que todavía no conocen al Señor.
5. Debemos discernir como Jesús: «Cuando ya era muy avanzada la
hora, sus discípulos se acercaron a él, diciendo: El lugar es
desierto, y la hora ya muy avanzada» (v. 35)
Ya está tan avanzado el tiempo que nos apremia ganar almas cuanto antes
según nuestras posibilidades. Jesús dijo estas alarmantes palabras: «¿No
decís vosotros: Aún faltan cuatro meses para que llegue la siega? He aquí
os digo: Alzad vuestros ojos y mirad los campos, porque ya están blancos
para la siega» (Jn 4:35). (Lee también Ro 13:11-12 y Ef 5:14).
6. Debemos tener en cuenta a las personas como Jesús: «Despídelos
para que vayan a los campos y aldeas de alrededor, y compren
pan, pues no tienen qué comer» (v. 36)
Es evidente que con esta frase: «Dadles vosotros de comer», nosotros los
cristianos y ministros tenemos la responsabilidad de darles de comer el
alimento espiritual a las multitudes que no conocen al Señor. También
tenemos que prepararnos de manera espiritual y teológica para satisfacer
las necesidades espirituales de quienes nos escuchan cuando les
testificamos. Se dice que Spurgeon hacía trescientos nuevos sermones al
año.
La respuesta de los discípulos ante la orden que les dio Jesús para que
alimentaran a las multitudes, no se hizo esperar: «¿Que vayamos y
compremos pan por doscientos denarios, y les demos de comer?». Los
discípulos miraron sus limitaciones físicas, y muchas veces nosotros nos
comportamos de la misma manera. Por lo tanto, no debemos olvidar que
nuestra capacidad para predicar, testificar y alimentar espiritualmente a las
multitudes viene del Señor. No solo eso, también tenemos que darles
alimentos físicos a los pobres, mendigos, desamparados, etc.
En nuestro ministerio, esto lo hacemos cada día en la India, Tailandia,
Birmania y otras naciones. También ayudamos financieramente a Fred
Jordan Missions, que radica en Los Ángeles, y da alimentos a los
desamparados y visten a los menos afortunados en el famoso Skid Row.
8. Debemos usar los recursos que tenemos como Jesús: «Él les dijo:
¿Cuántos panes tenéis? Id y vedlo. Y al saberlo, dijeron: Cinco, y
dos peces» (v. 38)
Tenemos que compartir con los demás lo que nos ha dado Dios. Nuestro
ministerio ha bendecido a un sinnúmero de ministerios alrededor del
mundo que han necesitado de nuestra ayuda. Y nosotros no damos para
ser bendecidos, damos porque ya somos bendecidos.
12. Debemos cumplir con la tarea de testificar como Jesús: «Y
comieron todos y se saciaron» (v. 42)
Dios envió a Jesucristo: Lucas 4:18, 43; 9:2; 10:1; Juan 3:17, 34; 5:37-
38; 6:38-40, 57; 7:16, 18, 28-29, 33; 8:16, 18, 26, 29, 42; 9:4; 10:36;
11:42; 12:44-45, 49; 17:3, 8, 18, 21, 23, 25).
Jesucristo nos envió a nosotros: Mateo 9:38; 10:5, 16; Marcos 3:14;
Juan 4:36-38; 20:21).
Estos pasajes nos muestran que tenemos que enviar a la iglesia a testificar
tanto a nivel local, nacional como internacional. Con este propósito en mente,
debemos tener claros los dos métodos más usados en las Escrituras para esta
tarea: La evangelización personal y la evangelización masiva. Recuerda lo
que dijo Pablo:
Y cómo nada que fuese útil he rehuido de anunciaros y enseñaros,
públicamente [evangelización masiva] y por las casas [evangelización
personal], testificando a judíos y a gentiles acerca del arrepentimiento
para con Dios, y de la fe en nuestro Señor Jesucristo.
Hechos 20:20-21
En el capítulo 3, «Métodos bíblicos de testificar», ya hablamos de manera
más amplia y específica de estos dos métodos. Así que solo recuerda que en
el libro de los Hechos estos son los dos sistemas más usados para testificar.
La Palabra es nuestra base para la evangelización, pues aunque los tiempos
cambien, la Palabra nunca lo hará. ¡Aleluya! Y una de sus premisas es que
debemos preparar y enviar a la iglesia para que testifique. Por eso lo
importante es que tenemos que enviar. ¡Y enviarlos con la Palabra de verdad!
El erudito y autor Samuel H. Moffet (1916-2015) decía: «Sin que los hechos
nos acompañen, las Buenas Nuevas es apenas creíble; y sin la Palabra, las
nuevas no son comprensibles siquiera». Que Dios nos use con poder para
predicar con señales, milagros y prodigios. ¡Aleluya! ¡Que la iglesia sea
enviada con la Palabra por el poder del Espíritu! Que sean enviados de
manera local, nacional o internacional para la gloria del Señor.
Con relación a los enviados a las misiones foráneas y al desafío de testificar,
el muy conocido misionero escocés Juan G. Paton (1824-1907), quien sirvió
al Señor en las islas de Nuevas Hébridas, habló cierta vez respecto a la
oposición y al desafío que afrontó con un hombre que quiso detenerlo para
que no fuera al campo misionero:
Entre los muchos que intentaron disuadirme, estaba un querido y
anciano caballero cristiano, cuyo argumento principal siempre era:
«¡Los caníbales! ¡Te comerán los caníbales!». Al final, le contesté:
«Señor Dickson, ya está avanzado en años, y su propio futuro es que
pronto lo colocarán en la tumba para que lo devoren los gusanos. Le
confieso que si puedo vivir y morir sirviendo y honrando al Señor
Jesús, no me importará que me coman los caníbales o los gusanos, pues
en el Gran Día mi cuerpo de resurrección surgirá tan justo como el
suyo a semejanza de nuestro Redentor resucitado».
¡Qué respuesta! Tenemos que vencer todos los desafíos que podamos
encontrar cuando Dios quiere enviarnos, sin importar la oposición que
tengamos por delante. Debemos actuar en fe sabiendo que Él nos dará la
victoria al testificar de su Palabra a los pueblos no alcanzados aún, o en
nuestro propio vecindario, calles y barrio.
EL DESAFÍO DE PLANTAR NUEVAS IGLESIAS PARA TESTIFICAR
Doy por sentado que, al leer estas líneas ahora, ya valoraras el hecho de lo
que es «enviar» o «ser enviado». La iglesia está para salir afuera y testificar,
ganar a los inconversos y traerlos para la iglesia. Luego, prepararlos para
hacerlos discípulos, como lo dijo Jesús y ya vimos antes. No obstante,
también enviamos a los líderes, a los hermanos más maduros, ¿a qué? ¡A
testificar y plantar nuevas obras!
Ante esto, quizá me preguntes: «¿Ya no hay suficientes iglesias en los
Estados Unidos para empezar otra mientras las más antiguas necesitan
ayuda?». ¡No! Aquí hay millones de millones de anglosajones e hispanos que
todavía no son cristianos. Es lógico que plantar nuevas obras e iglesias no
excluya la necesidad de revitalizar la iglesia ya existente. Basta leer el libro
de los Hechos con Pedro, los apóstoles y Pablo, y después leer las cartas del
propio Pablo, y verás cómo la iglesia primitiva estableció nuevas obras e
iglesias por todo el territorio del Imperio romano. Considera lo que le dijo
Pablo a Tito:
Por esta causa te dejé en Creta, para que corrigieses lo deficiente, y
establecieses ancianos en cada ciudad, así como yo te mandé.
Tito 1:5
No debemos detenernos solo en la evangelización, sino que tenemos que
plantar nuevas obras. Tal vez preguntes de nuevo: «¿Por qué otra iglesia aquí,
si hay una en cada esquina en los Estados Unidos?». ¡Sí, pero existe un
declive muy grande! Si lo dudas, veamos lo que nos dicen las estadísticas.
En los años de la década de 1900, había veintiocho iglesias para cada diez mil
personas. Así que en promedio deberían asistir trescientas cincuenta y siete
personas a cada una de las veintiocho iglesias. Para el año 2004, la iglesia
declinó y el número bajó a once iglesias para cada diez mil personas; es decir,
novecientas nueve personas tendrían que asistir a cada una de las once
iglesias. Los expertos en plantación de iglesias dicen que solo para ir a la par
en el crecimiento de la población dentro del territorio estadounidense, se
necesitan plantar cerca de siete mil doscientas nuevas iglesias cristianas cada
año. En realidad, afirman, las nuevas iglesias son de seis a ocho veces más
evangelizadoras que las iglesias ya existentes.
Mi pregunta es: «¿A qué se debe esto? ¿Por qué las iglesias nuevas son más
ganadoras de almas que las antiguas?». Porque los nuevos convertidos son
los que están llenos del Espíritu y del primer amor, así que son los que
evangelizan y ganan almas. En su mayoría, los cristianos de más tiempo están
fríos, secos y tibios, donde gran parte ha perdido su primer amor, de modo
que hace muchos años que dejaron de ganar almas para Cristo. Se trata de
cristianos tradicionales, nominales y sin compromiso con el Señor. Por eso
solo se preocupan por sí mismos y no por los inconversos. En realidad, tales
creyentes han creado más dificultades y barreras para alcanzar al perdido
debido a sus «costumbres».
Pon esta palabra en tu corazón: Las nuevas iglesias no dañan a las existentes.
¡Muy por el contrario! Las nuevas iglesias traen un renovado sentido y
enfoque en cuanto a la evangelización en el vecindario, pues los nuevos
convertidos hablarán de Cristo a sus vecinos y amigos. El efecto sería similar
a esto: «Cuando las aguas suben en el puerto, todos los barcos suben». Las
iglesias nuevas traen consigo de manera maravillosa el ánimo, la expectativa
y la entrega de los recién convertidos. Así que influyen de manera positiva en
la comunidad. También muchas personas que se convierten cuando se abren
nuevas obras e iglesias, más tarde van y se hacen miembros de iglesias ya
establecidas donde están sus familiares y amigos. Los pastores de estas
iglesias no tienen nada que perder, sino que deben apoyar las nuevas obras, a
fin de que crezcan las suyas. Tampoco los pastores de las obras nuevas no
tienen nada que perder, pues sin importar a donde va la persona a
congregarse, lo importante es que está en Cristo. Trabajamos para el Señor y
no para nosotros mismos (Col 3:23-24).
Las nuevas obras e iglesias pueden empezar en la sala o el garaje de una casa,
como yo lo he visto muchas veces, por medio de una mujer o un hombre
llamado por Dios y que no se llamó a sí mismo. También una nueva obra e
iglesia pueden empezar cuando la planta una iglesia ya existente o establecida
con anterioridad. He visto alrededor del mundo que muchos pastores se
oponen a abrir obras nuevas porque dicen que se gasta mucho dinero y que se
retira el esfuerzo de grandes causas como ayudar a otros misioneros, la
evangelización local, la evangelización a los estudiantes universitarios, la
alimentación de los pobres, etc., etc. No es menos cierto que tal vez se usen
grandes sumas de dinero para establecer una nueva iglesia. Incluso, puede
que el trabajo sea agotador, se tenga que movilizar a muchas personas y que
también tome mucho tiempo, pero si se planta una nueva iglesia de la manera
adecuada, tales iglesias van a recibir su inversión de vuelta. ¿Por qué? Porque
los nuevos convertidos en esos nuevos lugares empezarán a contribuir de
manera financiera y, más tarde, prepararán a otros también para que estos a
su vez abran otras nuevas obras.
Cuando uno pone en una balanza lo que se entrega y lo que se recibe con las
nuevas obras, nos damos cuenta que la iglesia sede, madre o principal,
recupera el doble o triple de su inversión en todo lo que hace. Esto sin contar
el gozo de ver centenares y centenares de personas que vienen a Cristo, se
salvan y restauran. ¡Aleluya!
Sé que para muchos pastores es muy intimidante, amedrentador e
impresionante todo el trabajo que implica fundar una nueva iglesia, así como
los grandes desafíos que deben afrontar en esta tarea. Los plantadores de
iglesias tienen los mismos problemas, pruebas, tribulaciones, aflicciones y
desafíos que cualquier otro ministro, pero pon esta palabra en tu corazón:
Cada cristiano tiene el llamado a reproducirse y ganar a otros para Cristo; y
cada iglesia tiene el llamado a reproducirse a sí misma al plantar nuevas
obras por difícil que sea esto.
Por lo tanto, cada iglesia tiene el deber de reproducirse también en la
plantación de una iglesia. Luego, esta plantará otra iglesia, y la otra plantará
otra... y así sucesivamente hasta que Cristo venga. Esto se llama hacer nuevos
discípulos, prepararlos hasta que sean líderes y enviarlos para que estos
hagan otros discípulos, de modo que estos lleguen a ser líderes y les envíen a
hacer otros discípulos... ¡Esto se llama «reproducción»!
Los buenos líderes plantan iglesias saludables, pues según los expertos en
este tema, el cuarenta y cinco por ciento está en hacer discípulos, mientras
que el otro cuarenta y cinco por ciento tiene que ver con un liderazgo
maduro. Luego, el diez por ciento restante se relaciona con las habilidades
que se necesitan para fundar una nueva obra, y esto se puede lograr mediante
la lectura de un manual de instrucción acerca de cómo fundar una iglesia. Lo
que es más importante, debe tenerse siempre presente que en esta tarea se
recibirá la dirección del Señor al buscarlo en ayuno y oración.
Las iglesias maduras que desean hacer un impacto en el mundo espiritual, no
solo ganan a los convertidos, los hacen discípulos, los hacen líderes y los
envían. Estos plantan iglesias y, las que se plantaron, irán a plantar a otras en
una reproducción activa, permanente e impactante. En realidad, la clave para
el crecimiento numérico no es la cantidad de cuántas iglesias se plantan, sino
la calidad de los líderes que se envían, pues todo se hará con líderes maduros
y de carácter. Como resultado, la fundación de nuevas obras e iglesias se hará
con mucha más facilidad.
Hay pastores que no se sienten cómodos a la hora de liberar a sus líderes para
que vayan y empiecen su ministerio al plantar nuevas iglesias. ¡Lo entiendo!
Los ministros invierten mucho tiempo en consejería y todo lo demás para
hacerlos líderes de carácter y madurez. Sin embargo, también entiendo que es
necesario delegarle autoridad al liderazgo. Si vemos que alguien tiene dones
y llamado, ¿por qué no enviarle? De seguro que Dios enviará de vuelta a
otros líderes que se sembraron para la obra de Él.
Nosotros sabemos, y es lógico, que ni todos los cristianos serán líderes ni que
serán líderes de líderes, pues Dios no los equipó para esto. Seguirán
creciendo en la fe y en el conocimiento de Cristo, pero tal vez nunca funden
nuevas obras. Para ser enviados como discípulos y transformarse en un
fundador de iglesias, la persona necesita tener un llamado para hacer tal cosa
y no solo salir de su iglesia sin dirección divina o apoyo espiritual para irse a
fundar una nueva obra. ¡No existe tal cosa! Solo lee Hechos 13:2 y verás que
el Espíritu debe llamar a la persona, a fin de que haga algo para el Señor en lo
que respecta a este trabajo en especial:
Ministrando éstos al Señor, y ayunando, dijo el Espíritu Santo:
Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra a que los he llamado.
Si ya recibiste el llamado para servir a Cristo para fundar una nueva obra,
Dios te dará la visión, la capacidad, los recursos, la habilidad, los dones, la
preparación, la experiencia y el apoyo adecuados. Se sabe que cuando a
muchos buenos vendedores se les promueven a gerentes, acaban haciendo un
trabajo terrible y fracasan. ¿Por qué? Porque tienen la habilidad y el talento
para ser vendedores, pero no para ser gerentes. Así somos cada uno en la
iglesia de Cristo: todos tenemos diferentes dones y habilidades.
La iglesia que envía no debe abandonar a las personas enviadas, sino que
debe apoyarlas de cualquier forma, ya sea de manera espiritual o financiera,
siendo su mentora en todo tiempo y conociendo las necesidades que tienen
para poder ayudarles. A nivel espiritual, la iglesia madre sabe que, a su
tiempo, los enviados dejarán de ser «dependientes de la sabiduría de la iglesia
principal», sino que serán sus «propios capitanes de la nueva misión». A
nivel familiar es lo mismo, pues como buenos padres, no abandonaremos a
nuestros hijos después que crezcan; y aunque se casen, no dejaremos de
apoyarles con consejos, sabiduría y en todo que necesiten.
Pablo no veía el fin de su trabajo después que plantaba una iglesia. Por el
contrario, se mantenía conectado a las iglesias, las apoyaba, las visitaba, les
recogía ofrendas, les escribía, las aconsejaba, era su mentor. Las llevaba a su
autonomía, pero nunca las dejaba solas hasta que tenían la suficiente
madurez. Como lo expresara en la carta que dirigió a la iglesia de Galacia:
Hijitos míos, por quienes vuelvo a sufrir dolores de parto, hasta que
Cristo sea formado en vosotros.
Gálatas 4:19
Este era el corazón paternal de Pablo.
Como evangelista, y después de haber predicado en más de setenta y cuatro
países en todos los continentes del mundo por más de treinta y seis años, te
digo lo siguiente: «No es salir ni ir a un viaje lo que determina tu victoria,
sino volver a la casa triunfante es lo que marca tu premio y el éxito de tu
viaje». Se trata de traer las «almas», las gavillas (Sal 126:6). No solo es «ir»
y plantar nuevas iglesias, sino «ir» en la dirección que te da el Espíritu y el
respaldo divino, con la convicción y el llamado del Señor para hacerlo y dar
fruto (Jn 15:1-5, 16). Este es el trabajo de cualquier iglesia.
Así que plantar iglesias no solo es trabajo de las megaiglesias, ni de una
persona en particular, sino que es trabajo de todos nosotros. Cada cristiano y
cada iglesia tienen el llamado a reproducirse. Jesús puso esto en el ADN de
los discípulos y, al mismo tiempo, les dio grandes promesas si solo se lo
proponían. Somos pescadores de hombres, hacedores de discípulos y
enviamos a los obreros. Por lo tanto, nuestra seguridad está en Él que dijo
que las puertas del infierno no prevalecerían contra nosotros, su Iglesia.
Si como líder recibes el llamado a plantar iglesias, sométete a tu pastor,
supervisor o superintendente de tu denominación. A su tiempo, y al ver tu
madurez, en su momento orarán por ti y te enviarán. Por otra parte, si ya te
enviaron, da el primer paso en fe y camina fuera del barco, al igual que
Pedro, sobre el temeroso y desafiante mar de plantar iglesias. Al final, te
sorprenderás del poder de Dios que te mantendrá caminando sobre las aguas,
así como me ha sostenido a mí como evangelista alrededor del mundo. Por
consiguiente, tenemos que asumir el desafío y plantar la semilla de obras
nuevas y transformarlas en iglesias nuevas. Tú puedes empezar hoy.
Esto hace que recuerde la ilustración de un hombre que miró el letrero en el
departamento de semillas en una tienda cuando buscaba una clase de semillas
que deseaba plantar. Dicho letrero decía: «El mejor tiempo para plantar esta
semilla fue hace quince años atrás, pero el segundo mejor tiempo es hoy».
Así que planta la semilla de una nueva obra, una nueva iglesia. ¡Y empieza
hoy! Tenemos que salir fuera de nuestro propio templo para evangelizar y
establecer nuevas obras para el Señor. Gene Edwards, en su libro llamado
How To Have A Soul Winning Church [Cómo tener una iglesia que gana
almas], afirmó:
Tratamos de evangelizar el mundo [...] pero realmente evangelizamos
el edificio de la iglesia, cada salón y cada banco. La iglesia es el lote
más evangelizado del mundo, pues de la manera en que trabajamos,
podríamos pensar que el edificio necesita convertirse [...] es como si
toda la gente perdida del mundo estuviera allí.
A nivel nacional, en cuanto a lo que a los hispanos se refiere, todavía
tenemos un gran desafío por delante. Hay más de cincuenta y siete millones
de hispanos en Estados Unidos que representan el diecisiete por ciento de la
nación, y solo de estos tenemos seis millones de evangélicos. ¡Necesitamos
predicar, testificar y fundar nuevas obras! A nivel internacional, también
tenemos el enorme desafío de la evangelización global. Puedes leer más en
cuanto a las misiones, la evangelización mundial y la Ventana 10/40 en mi
segundo libro Heme aquí, Señor, envíame a mí. Así que, si tienes el llamado
para plantar, fundar y establecer nuevas obras e iglesias, hoy es tu mejor
oportunidad. ¡Empieza y hazlo en el Nombre de Cristo!
Un artículo escrito por Miriam Testasecca, sobre el establecimiento de la
iglesia en el Congo de las Asambleas de Dios, nos narra lo difícil que fue al
principio. Aquí tienes solo un resumen:
A principios del siglo veinte, muy pocas personas conocían a Cristo en el
Congo. El clima espiritual de la región lo había documentado el Dr. David
Livingston y Henry Stanley que desafiaron a los creyentes de modo que
llevaran el evangelio a esta nación en África en respuesta al llamado del
Señor. Muchas luchas, sacrificios y desafíos marcaron el inicio de las
Asambleas de Dios en el Congo. En medio de tantos obstáculos, oposición
gubernamental, condiciones climáticas severas, privación de viviendas,
peligro de animales salvajes, como las serpientes, y las dificultades con el
idioma, hacían casi imposible fundar iglesias allí.
Las más de doscientas etnias y culturas dificultaron mucho el trabajo
misionero de evangelización. Los primeros misioneros que llegaron fueron
Joseph Blakeney y Jesse Barney en 1921. También los misioneros Arthur y
Ana Berg, Fred y Lulu Leader, y Julia Richardson también arribaron al año
siguiente. Para 1930, ya se habían plantado muchas iglesias. Sin embargo,
cuando las Asambleas de Dios se establecieron de manera formal en el
Congo en 1956, ya se habían reportado más de dos mil quinientos adultos
cristianos adorando al Señor en sesenta y dos iglesias. Muchos fueron los
pioneros y misioneros que entregaron sus vidas para ver este hecho glorioso.
En 1960, cuando el Congo ganó su independencia de Bélgica, estalló la
violencia y los misioneros tuvieron que evacuar, pero regresaron al año
siguiente. Los militantes izquierdistas de inspiración maoísta se llamaban
«Simbas», quienes tenían su fortaleza en Kisangani. El 14 de noviembre de
1964, asesinaron al misionero J.W. Tucker, pero las tropas belgas rescataron
a su familia y los niños. A pesar de eso, la obra continuó y se abrieron nuevas
iglesias y muchos fueron salvos, sanados y llenos del Espíritu Santo.
Para 1970, los misioneros Vernauds llegaron a plantar quince iglesias más
con una membresía de quince mil cristianos adultos. Wayle y Silvia Turner,
que fueron misioneros en el Congo por más de treinta años, dijeron estas
palabras:
Una de las características más sobresalientes de la iglesia congolesa es
su celo y entusiasmo. En la alabanza, son ruidosos y exuberantes, y a la
vez melancólicos; en la evangelización son entusiastas, y en el dar son
gozosos y generosos.
Las Asambleas de Dios Americana les han ayudado a nuestros hermanos del
Congo a plantar nuevas iglesias que establecen cristianos nativos. El norte
sigue teniendo problemas políticos y violentos, pero los misioneros Ernie
Jones y su esposa, Marge, ministraron en el norte por más de veintidós años e
iban con frecuencia a predicar, enseñar y asistir a la iglesia nacional para
plantar nuevas obras. Jones dijo:
Aun en la falta de recursos, sin calles pavimentadas, más de dos
millones y medio de personas asesinadas durante los cuatro años de
guerra, en medio de bandidos o soldados, la iglesia está creciendo. Se
siguen plantando nuevas iglesias en las aldeas. Se construyen con
barro, palos y hierba, porque no tienen otros materiales, pero el Señor
sigue edificando su iglesia en el Congo en medio de condiciones
imposibles.
El crimen, el miedo, el hambre, la enfermedad, la falta de trabajo, la pobreza
y las guerras continuas no han detenido el crecimiento de la iglesia en el
Congo6. Hermanos, nada ni nadie puede estancar la plantación de nuevas
iglesias, ni detener el mover del poder de Dios. No hay condiciones adversas
ni desafíos que no podamos vencer. ¡Sé un plantador de nuevas iglesias!
Siempre tendremos dificultades y muchísimos obstáculos, pero es posible.
William Carey ya nos lo había advertido: «Hay serios desafíos en cada
momento y muchos se nos avecinan; por lo tanto, tenemos que seguir
adelante».
DIOS USA AGENTES HUMANOS EN EL DESAFÍO DE TESTIFICAR
Todos sabemos que hay dos agentes que actúan para testificarles a los
hombres: el agente divino y el humano. Las Escrituras enseñan en detalles
tanto la soberanía de Dios como la responsabilidad humana en el intento de
salvar a los pecadores. Entre ambos puntos no hay conflicto alguno, pues se
delimitan bien la soberanía divina y nuestra responsabilidad. Dios no hará
nada en el mundo excepto por medio de nosotros, ya sea ganar almas,
testificar, predicar, fundar iglesias, obras misioneras, etc. Todo lo hará el
Señor por medio de nosotros.
Sabemos que Dios es Omnipotente y que puede hacer todo lo que quiere. Él
es el Señor y el Soberano del universo entero, así que actúa de acuerdo a su
voluntad, poder y gloria. Además, Él es justo y misericordioso en todo lo que
hace (Sal 145:17). Él es absolutamente perfecto y sus decisiones son la
referencia de sus principios morales eternos, lo cual es su naturaleza y se
expresan con claridad en las Escrituras. Desde la creación, sus juicios y
redención se llevan a cabo de acuerdo a su plan y propósito. Él es
autosuficiente y siempre existente, el Supremo Gobernador del universo que
sostiene todo bajo el poder de su Palabra (Heb 1:3).
Por alguna razón que desconocemos, que solo la sabe Él, Dios decidió poner
ciertas limitaciones sobre sí mismo en el ejercicio de su propia Soberanía.
Ordenó que ciertas prerrogativas o cuestiones solo le pertenezcan a Él, de ahí
que no lo podamos entender desde el punto de vista teológico ni tampoco
espiritual. De la misma forma, Él ordenó que el hombre tuviera ciertas
responsabilidades que solo se ajustan a nosotros de manera exclusiva, ya sean
cristianos o no.
El milagro sucedió cuando Dios hizo los cielos y la tierra, dándole al hombre
la responsabilidad de cuidar del huerto. También vemos la obra milagrosa de
Dios cuando después que creó al hombre y a la mujer, les dio la encomienda
de que se reprodujeran y multiplicaran. En cada caso, el trabajo de Dios
incluyó un poder sobrenatural, no así en el hombre, pues Él no le dio algún
poder sobrenatural. Por lo tanto, el milagro pertenece a Dios y la obediencia
al mandato le pertenece al hombre.
El hombre fue la cúspide de la creación divina, fue la obra maestra de Dios.
Él estableció un compañerismo con el hombre, lo puso como su representante
en la tierra y le dio el dominio sobre la misma. Dios creó el huerto, pero
después de la caída, Adán tuvo que plantar la semilla en el verano y cosechar
su fruto en el otoño.
El general William Booth, del Ejército de Salvación, acostumbraba a decir:
«Se necesitan dos agentes para hacer crecer una papa: Dios y el agricultor».
Por supuesto, Dios puede hacerlo solo, pero nunca se ha visto que lo hiciera.
Él hace el milagro de hacerla crecer, pero el hombre es quien tiene que regar
la planta. Dios provee el sol, la lluvia y la semilla, pero no hará nada más,
excepto hacerla crecer. Sin embargo, el hombre tiene que asumir su
responsabilidad al preparar el suelo, plantar y cosechar. Nunca se ha visto a
algún agricultor que ignore estos principios ni coseche algo que no plantó. Lo
cierto es que están los que no creen en los milagros, pero también están los
que creen que no tienen que hacer nada, liberándose de ese modo de sus
obligaciones y responsabilidades, pues según dicen, Dios es el que tiene que
hacer siempre los milagros. Los dos puntos de vista están equivocados por
completo y son bíblicamente erróneos.
Como ya dijimos, Dios creó la tierra y se la dio al hombre para que la
dominara. El hombre no podía haberla creado. Así que lo primero que Dios
hizo fue un milagro, pero lo segundo fue un mandato para el hombre. Es un
hecho asombroso pensar que Dios invitara al hombre para tener
compañerismo con Él. ¡Esto es maravilloso! El Antiguo Testamento está
lleno de ejemplos de cómo Dios usa los agentes humanos para llevar a cabo
sus propósitos. Basta con mencionar solo algunos como Noé, Moisés, Josué,
Samuel, David, los profetas, los reyes de Judá y de Israel, Ester, Esdras,
Nehemías, etc., etc.
Al abrir las páginas del Nuevo Testamento, vemos también el milagro de
Dios y el mandato del hombre. El milagro involucró tres eventos: La
encarnación de Jesucristo, su muerte expiatoria y su resurrección corporal. Es
imposible que la salvación del hombre se pudiera haber realizado de alguna
otra manera, sino solo por medio de Cristo, el Hijo del Dios viviente. El
propio Cristo dijo que vino a buscar y salvar al perdido (Lc 19:10). Pablo
testifica de esto y dice que Jesús vino a salvar a los pecadores (1 Ti 1:15).
También el apóstol Juan dijo que el Padre envió a su Hijo como el Salvador
del mundo (1 Jn 4:14). Si no hubiera sido por la crucifixión, muerte y
resurrección de Cristo, no hubiéramos tenido salvación, evangelio, iglesia ni
misión.
Ya vimos el milagro que fue la venida de Cristo. Ahora bien, en el mandato
al hombre, es aquí donde entramos nosotros y nuestra responsabilidad con
relación a la obra de Dios y la salvación de las almas, como dijo Pablo:
Porque nosotros somos colaboradores de Dios, y vosotros sois labranza
de Dios, edificio de Dios.
1 Corintios 3:9
Dios no le puede testificar y predicar por nosotros al pecador. Esa es nuestra
tarea. Como es lógico, Dios tiene todo el derecho y el poder para hacerlo, por
supuesto. Aun así, esta obligación nos la entregó a nosotros, pues se trata de
nuestra responsabilidad. Somos sus agentes humanos, como bien dijera
Pablo:
Agradó a Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicación.
1 Corintios 1:21b
¿Y quien debe predicar, testificar y proclamar el evangelio? ¡Tú y yo! ¡Así de
simple! Cuando el moderador del culto histórico de ministros en Nottingham,
Inglaterra, le dijo al joven William Carey, una vez que este predicó, que si
Dios quisiera salvar a los paganos lo haría sin él, este hombre y todos los
demás estaban equivocadísimos. Esto fue lo que se había enseñado después
de la Reforma protestante en Europa. Y por más de doscientos años no hubo
trabajo misionero por causa de este pensamiento absurdo de que si Dios
quería salvar a los paganos lo haría solo.
No obstante, Dios sí convirtió a los paganos en la India, pero lo hizo por
medio de la ayuda de Carey. El gran misionero pasó en la India casi cuarenta
años e hizo cosas maravillosas para el Señor. Entre otras, se abolió leyes tan
brutales como quemar vivas a las mujeres junto con sus fallecidos esposos.
Incluso, ayudó a traducir las Escrituras a treinta y cinco lenguas de esa parte
del mundo. Estas lenguas y la gente que las hablaban, estaban allí desde
centenares y centenares de años atrás.
Las Escrituras ya estaban disponibles por más de mil ochocientos años hasta
entonces. Sin embargo, no fue hasta el siglo XIX que llegaron a estos
pueblos. Si no fuera por Carey, y los que vinieron después, quienes
afrontaron grandes desafíos, estas personas todavía estarían sin el
conocimiento de Cristo. No es la mayoría, pero muchos cristianos aún
ignoran su responsabilidad de testificar y anunciar el evangelio. Por eso
dicen: «Dios cuidará de los paganos y salvará a los pecadores». ¡Esto es
absurdo! ¿Cómo podemos cerrar los ojos y dejarlos perecer para que se
pierdan eternamente cuando tenemos bien claro el mandato en la Biblia de
«ir», sin importar los desafíos que tengamos? Como ves, la pregunta no es si
Dios irá a cuidar o no de los paganos, sino: ¿Cómo lo irá a hacer Él? ¡El
Señor dice con mucha claridad en su Palabra que los cuidará por medio de su
iglesia que somos nosotros!
Cristo llevó a cabo el MILAGRO de la reconciliación (Ro 6:23), y el
MINISTERIO de la reconciliación se le entregó a la iglesia (2 Co 5:19-20). Si
por alguna razón la iglesia falla en cumplir y realizar su tarea, quien tiene la
culpa es la propia iglesia y no Dios. La iglesia no puede anular ni abolir su
responsabilidad para echarla de vuelta a Dios, pues en las Escrituras están su
mandato, orden y comisión. La obra y tarea de la evangelización mundial
solo puede realizarse por medio de nosotros, la Iglesia de Cristo.
Sería imprudente, necio y erróneo pensar, o esperar, que Dios haga algo
sobrenatural cuando la iglesia lo puede hacer humanamente. Así que tenemos
que realizar nuestra parte con la ayuda del Señor y de su Espíritu, por
supuesto. David Sills ya hablaba en cuanto a esto:
El mundo necesita escuchar el evangelio, y Cristo nos lo encargó a
nosotros. Entonces, ¿por qué las naciones no han oído el evangelio
después de dos mil años? No es porque Cristo no proveyera el número
suficiente de cristianos para hacerlo ni que no les haya llamado a las
misiones. Dios ha llamado a muchos más de los que quieren ir en
realidad.
Con esto de las «misiones» se refería también a la evangelización mundial, y
como es natural, los cristianos somos los agentes de Dios, sin importar los
desafíos que tengamos que afrontar. Con solo leer el Nuevo Testamento, nos
damos cuenta de cómo Dios usa a los agentes humanos.
Pablo es un buen ejemplo, pues la entrega del apóstol fue magnífica en
cuanto a la evangelización del Asia Menor, la cual fue y es para nosotros algo
inaudito, según se relata en este pasaje:
Así continuó por espacio de dos años, de manera que todos los que
habitaban en Asia, judíos y griegos, oyeron la palabra del Señor Jesús.
Hechos 19:10
En dos años, todos en el Asia Menor escucharon el evangelio, y eso que
Pablo no tenía computadora personal ni portátil, fax, teléfono, radio,
televisión, periódico, vídeos, DVD, CD, Biblias, pues solo poseía algunos
pergaminos. Tampoco tenía avión, películas cristianas, imprenta, auto, tren,
autobús, celular, internet, wifi, Facebook, Instagram, Twitter, correo
electrónico, satélite, ni todos los demás avances de la tecnología actual. No
tuvo nada de esto, pero lo hizo en dos años. ¿Cómo lo hizo? ¡Debido a que
entendía su responsabilidad! ¡Tuvo una entrega impresionante! ¡Trabajó de
manera incansable! Y nosotros que tenemos toda esta tecnología de hoy, ¿qué
estamos haciendo? De nuevo les digo: ¡Somos los agentes de Dios y
podemos hacer lo que se nos encomendó! ¡Basta con que trabajemos en lo
que Dios nos llamó a hacer!
James Cantelon escribió sobre un encuentro con una viuda en una villa de
chabolas en Sudáfrica:
Estaba parado con una viuda afuera de su casa. Por cierto, la «casa»
necesita calificarse: era una caja de hojalata oxidada, con tierra por piso
y una lámina inestable de fibra de vidrio corrugada por techo.
Albergaba a dieciocho huérfanos, y esa mujer estaba delgada hasta los
huesos, cansada y desbordada. Se echó a llorar.
Le habían traído otro huérfano esa mañana. Al igual que los demás,
este pequeño pertenecía a la familia extendida de la viuda; esta vez, de
una sobrina que murió de sida, y la casa de la viuda era la única opción
para el pequeño [...] «No puedo soportar más», gritó, «no tengo nada,
ni nadie, ni esperanza. Solo quiero morir». Entonces, hizo una pausa,
como si escuchara una conversación interna. Me miró a través de sus
lágrimas y, luego, miró hacia el cielo. Levantando sus manos hacia el
cielo, dijo, en un susurro: «Ah, pero tengo esperanza. Puse mi
confianza en mi Padre celestial»7.
Esta mujer muy pobre, pero de un corazón millonario, estaba siendo el agente
humano que Dios usaba para ayudar a esos niños desamparados. De seguro
que Dios le siguió dando fuerzas para continuar realizando aquella obra tan
grande en indecibles circunstancias. ¡Dios permita que podamos ser agentes
humanos, a fin de que Él nos use al igual que a esta mujer!
A LA IGLESIA PERSEGUIDA LA DESAFÍAN CADA VEZ MÁS POR TESTIFICAR
Los ministerios que están enfocados en asistir y ayudar a nuestros hermanos
perseguidos por causa del evangelio, Puertas Abiertas y La Voz de los
Mártires, informan que se han incrementado las persecuciones en contra de la
iglesia del Señor. Nuestros hermanos, líderes y pastores le hacen frente a
grandes desafíos y sufren por su fe y la causa de Cristo en muchas partes del
mundo. Entre los países que más persiguen a los cristianos están Corea del
Norte, Somalia, Afganistán, Pakistán, Sudán, Siria, Irak, Irán, Yemen, la
India, Egipto, Libia, Cuba y muchas otras naciones. Estos ministerios
informan que en el año 2016 hubo mil trescientas veintinueve iglesias
destruidas, y en 2017 encarcelaron, torturaron y asesinaron de muchas
maneras a casi un millón y medio de cristianos por testificar de su fe.
Por cosas como estas, no debemos olvidar a la iglesia perseguida y orar por
ella, pues hay que tener presente el gran desafío que afrontan cada uno de
nuestros hermanos y ministros al testificar. En el mejor de los casos, puede
que a todos los misioneros de occidente que sirven al Señor en las lejanas
tierras de las naciones del Tercer Mundo, en lugar de asesinarlos, los declaren
«personas no gratas» y se tengan que marchar. Entonces, los misioneros
latinos, hispanos, africanos y asiáticos ocuparían su lugar, como ya lo están
haciendo.
Si acaso expulsaran también a estos misioneros de un país determinado,
como ya lo han hecho antes, todavía se quedaría la iglesia nativa o nacional
para sustituirlos. Y si aun la iglesia se viera obligada a la clandestinidad,
todavía quedaría el Espíritu divino que no vive en templos ni edificios, sino
en los corazones del pueblo de Dios. Esto no es nada nuevo, pues ya lo vimos
en la antigua Unión Soviética y en los países del este europeo que se
encontraban tras la conocida cortina de hierro. También lo vemos ahora en
China y otros países totalitarios del Asia que se encuentran tras la cortina de
bambú.
Por lo tanto, nunca debemos subestimar el poder del Señor para ayudar a su
pueblo. Una cosa es que un gobierno declarare la iglesia ilegal, o fuera de la
ley, y la empiece a perseguir, como ha pasado y está pasando en muchísimas
naciones, pero otra cosa muy distinta es si tratan de deshacerse del Dios
Todopoderoso. El cielo todavía es su trono y la tierra continúa siendo el
estrado de sus pies. Es imposible quitarlo y deshacerse de Él, porque todo el
universo es suyo y está bajo su control. Así que debemos seguir adelante con
la obra de evangelización que se nos encomendó, ya sea local, nacional o
mundial, a fin de testificar, predicar, proclamar y anunciar el evangelio de la
gracia salvadora de Dios por medio de su Hijo Jesucristo. No importa los
desafíos ni las persecuciones que tengamos que afrontar, pues tenemos este
respaldo divino en nuestra vida al testificar de su Palabra.
En China, durante los años de 1910 a 1935, los jefes militares dominaron con
crueldad las áreas rurales de esta nación. En ese tiempo, centenares de
misioneros sufrieron el encarcelamiento a manos de bandidos. A algunos los
mantenían para pedir una recompensa por sus vidas, a otros los asesinaban
con violencia, mientras que muchos otros morían en cautividad. En medio de
tal situación tan terrible, muchos misioneros se mantenían en sus puestos. A
menudo ofrecían sus servicios y conseguían una tregua entre jefes militares
opuestos que impedían más destrucción. En 1923, en el auge de la
convulsión, un grupo de misioneros firmó la siguiente declaración:
Los misioneros estadounidenses abajo firmantes, estamos en China
como mensajeros del evangelio de la fraternidad y la paz. Nuestra tarea
es llevar a hombres y mujeres a una nueva vida en Cristo que
promueva la hermandad y elimine todas las ocasiones de guerra. Por lo
tanto, expresamos nuestro ferviente deseo de que no se ejerza ninguna
forma de presión militar [...] y que, en el caso de nuestra captura por
personas sin ley o nuestra muerte en sus manos, que no se pague dinero
por nuestra liberación, ni se envíe ninguna expedición punitiva, ni se
exija indemnización alguna8.
¡Qué misioneros tan valientes y extraordinarios! En medio del dolor, del
sufrimiento y de la persecución, se mantuvieron firmes por Cristo al hacerles
frente a tantos desafíos y tribulaciones. John Piper se refiere a esto cuando
afirma:
El plan de Dios para las naciones es que su propósito salvador triunfará
a través del sufrimiento de su pueblo, en especial de quienes están en la
primera línea del frente en su ejército. Son ellos los que invaden las
tinieblas y la ceguedad puesta por el diablo a los no alcanzados.
Dios permita que podamos tener esta disposición al ser parte de su ejército
para alcanzar a los perdidos. Los ministros, pastores, evangelistas y
misioneros son los que están en la primera línea más cerca del embate furioso
del enemigo.
Queridos hermanos, estamos a las puertas del último capítulo. Ya puedo
escuchar el latir de sus corazones que arden por la evangelización y las
misiones locales, nacionales y mundiales. Ustedes desean ser ganadores de
almas perdidas y ya están preparados para afrontar los desafíos. Sin embargo,
para esto se necesita poseer una profunda pasión personal al evangelizar y
testificar por Cristo mientras se anuncia su Palabra.
12. LA PASIÓN NECESARIA PARA TESTIFICAR
«Pero de ninguna cosa hago caso, ni estimo preciosa mi vida para mí
mismo, con tal que acabe mi carrera con gozo, y el ministerio que
recibí del Señor Jesús, para dar testimonio del evangelio de la gracia
de Dios».
Hechos 20:24
«Tengo una sola pasión: es Él, es solo Él. El mundo es el campo y el
campo es el mundo; y desde ahora en adelante, mi lugar estará en la
nación donde más me puedan usar, a fin de ganar almas para Cristo».
Nikolaus Ludwig von Zinzendorf
Llegamos al último capítulo de este libro. Mi esperanza es que Dios ya le
hablara a tu vida a través de estas páginas en cuanto a esta extraordinaria
tarea que tiene todo cristiano de testificar, anunciar y proclamar a Cristo a los
demás. Como cristianos, además de tener una relación personal con Cristo y
su Palabra, necesitamos pasión para testificar y ganar almas perdidas
mediante las misiones y la evangelización. Así que debemos asumir esta
responsabilidad, pues de seguro que el Señor nos respaldará en todo lo que
emprendamos para llevar a cabo esta gran tarea. Como parte de nuestra
responsabilidad, debemos sentir pasión por las almas perdidas de tal manera
que estemos dispuestos a salvar a otros «arrebatándolos del fuego» (Jud 23).
Cuando era muy joven, leí un libro que me impactó mucho, su título es
Pasión por las almas, del pastor Oswald J. Smith, de Toronto, Canadá. Trata
sobre el primer amor y la pasión por ganar almas, lo cual nunca debemos
perder. Sin embargo, la realidad actual es que muchos cristianos están secos,
vacíos y sin amor para servir a su Señor. Consideran al cristianismo como
una cuestión de cultura, y no de convicción y pasión. Quizá esto se deba a
que crecieran en un país que dice ser «cristiano» y que algunos fueran de
niños a la iglesia de sus padres o abuelos cristianos. Como resultado, dieron
por sentado que heredaron esa fe. De modo que no es una fe real, legítima,
genuina ni de alguien nacido de nuevo con pasión por Cristo.
La fe de esta clase de «cristianos» es nominal, sin responsabilidad, sin
entrega o abnegación por el Señor. Digamos que es una cuestión de tradición,
no una relación íntima por conocer a Cristo y su Palabra. En resumen, es una
fe sin discipulado, sin paga por el precio y sin compromiso. De ahí que venga
la declinación espiritual en la que muchos viven hoy. Aunque van a la iglesia
cada domingo y oyen la Palabra, son simples oidores, pero no hacedores de la
misma. Por eso es que la palabra de alerta que el Señor le dio a la antigua
iglesia de Éfeso es para hoy también:
Pero tengo contra ti, que has dejado tu primer amor.
Apocalipsis 2:4
No solo muchos creyentes han perdido el primer amor, sino también muchos
ministros alrededor del mundo han perdido la pasión por las almas y el amor
por alcanzar a quienes viven en pecado y sin Dios. Con relación a esto, la
iglesia mundial está en una crisis y un gran problema. Debemos volver a ser
lo que éramos antes. ¿Y cómo volver? En este versículo está la respuesta:
Recuerda, por tanto, de dónde has caído, y arrepiéntete, y haz las
primeras obras; pues si no, vendré pronto a ti, y quitaré tu candelero de
su lugar, si no te hubieres arrepentido.
Apocalipsis 2:5
¿Cuáles son las primeras obras? Cuando orábamos, ayunábamos, leíamos la
Palabra, testificábamos y ganábamos almas, así como evangelizábamos en las
calles, parques, barrios, hospitales y vecindarios, hablándoles a familiares y
amigos, etc. Muchas iglesias han perdido la pasión, el primer amor por
Cristo.
El Tercer Congreso de Lausana para la Evangelización Mundial, celebrado en
ciudad de El Cabo, Sudáfrica, declaró:
El núcleo de nuestra identidad es nuestra pasión por las buenas noticias
bíblicas de la obra de salvación de Dios a través de Jesucristo. Estamos
unidos por nuestra experiencia de la gracia de Dios en el evangelio y
por nuestra motivación de hacer conocer ese evangelio de la gracia
hasta los confines de la tierra por todos los medios posibles1.
El sentir de Pablo era semejante a este. El versículo que encabeza este
capítulo habla de la gran pasión del apóstol, donde no le temía a ningún
problema, ningún desafío, ningún obstáculo, a nada ni nadie, ni siquiera a su
propia vida, pues su pasión y gozo eran terminar bien su carrera. Si quieres
más información acerca de la pasión y convicción de Pablo, la encontrarás en
mi libro Pablo: Su vida, llamado y ministerio.
LA PASIÓN POR GANAR LAS ALMAS
Imagina que una casa se esté quemando y un hombre esté dentro. Su vida
pende de un hilo, pero duerme sin darse cuenta del gran peligro que corre. El
fuego sube y arde por las paredes, pero el hombre sigue durmiendo en su
cuarto y nadie lo despierta ni viene a rescatarlo. El humo está penetrando en
sus pulmones y haciendo que su corazón lata más despacio. Así que su mente
se entorpece por instantes debido al humo. La intensidad de las llamas
queman el oxígeno del aire y su fuerza devora todo lo que está en su camino.
Sin embargo, el hombre sigue durmiendo... sin darse cuenta de que está a
punto de morir. Es cuestión de segundos para que el fuego lo consuma todo y
la casa le caiga encima. Lo cierto es que necesita con urgencia que alguien lo
rescate y lo salve del fuego. A pesar de eso, ¡nadie lo hace! ¿Qué haríamos tú
y yo? ¿Estaríamos dispuestos a arriesgar nuestra vida por él?
Lo interesante de todo esto es que, desde el punto de vista espiritual, hay
millones de millones de personas que duermen en el sueño espiritual y el
fuego de la perdición eterna está a punto de consumirlas, pero no lo saben...
siguen durmiendo... ¡y nosotros no hacemos nada por despertarlas ni vamos
en su rescate para intentarlas salvar! Lo lamentable es que esta es la
indiferencia en la que están sumidos casi todos los cristianos que viven sin
pasión por Cristo y que no les interesa ganar a las almas perdidas.
¿Qué tal si fuéramos tú y yo los que estuviéramos adentro de esa casa
envuelta en llamas? ¿Nos hubiera gustado que alguien viniera a socorrernos
para salvarnos la vida? Ahora bien, ¡imagínate el fuego eterno! Si tú y yo
estuviéramos parados delante de esa casa considerando la situación del
hombre adentro, ¿vacilaríamos en si debemos ayudarlo o no? ¿Atenderíamos
sus gritos de socorro pidiendo desesperado que alguien fuera a ayudarlo? ¿O
solo tú y yo estaríamos hablando con los vecinos analizando qué
posibilidades tendría el pobre hombre de salvarse del fuego? ¿Será que tú y
yo haríamos lo que esté a nuestro alcance para salvarlo? ¿O solo seríamos
simples espectadores? Es más, ¿nos importaría poco si se salva o no?
Lo triste del caso es que, en el ámbito espiritual, esa ha sido la reacción de
gran parte de la iglesia ante esta situación. La iglesia se niega a entrar en la
casa y arriesgarse, mucho menos intenta sacar al hombre que está en medio
del incendio. ¿Por qué no lo hace? ¡Porque ha perdido su pasión por Cristo!
Dejó de ser una iglesia evangelizadora y ganadora de almas. Se ha enfriado,
ha perdido su primer amor. Así que sobrevive de los escombros de su antigua
fe y de sus pasadas experiencias, mientras que millones de personas están a
punto de quemarse en el fuego eterno. Entonces, ¿qué sucede con la iglesia?
Ah... ¡duerme el sueño de la indiferencia! Esta realidad la encontramos en la
Palabra cuando nos advierte:
Despiértate, tú que duermes, y levántate de los muertos, y te alumbrará
Cristo.
Efesios 5:14
¿Será que como iglesia estamos haciendo todo lo posible por salvar al
hombre? ¿O será que nos hemos descuidado? Entonces, analicemos esto en el
ámbito natural. ¿Qué persona con sentido común se quedaría parada
observando mientras la otra persona se consume en el fuego a solo pocos
pasos de ella? Mi opinión es que cualquier persona en sus plenas capacidades
mentales, y ante esta terrible situación, se metería en la casa a despertarlo,
alertarlo del peligro y lo ayudaría a salir del fuego. De no poder hacerlo por
alguna razón, llamaría de inmediato a los bomberos y, a la vez, saldría dando
gritos en busca de ayuda. Ahora bien, ¿qué te parece si analizas la escena
desde el punto de vista espiritual? Por lo tanto, ¿alguna vez has pensado si
amas a las almas perdidas? Es más, ¿cuántas almas has ganado para el Señor
desde que te convertiste? Sobre la pasión por las almas, el pastor George
Sweeting, expresidente y rector del Instituto Bíblico Moody, dijo:
Cuando voy a la cruz [...] y entro en su pasión, mi pasión se revive y mi
visión se renueva. Nuestro llamado como evangelistas no es nada más
que trabajar, llorar y sudar [...] nuestra entrega necesita de veras ser así
de completa.
Cierta vez, el evangelista Billy Sunday estaba predicando en una cruzada en
Nueva York y un reportero de un periódico secular fue a su cuarto del hotel
para entrevistarlo.
—¿Cuál es la razón de su éxito en el ministerio? —le preguntó el reportero.
Billy Sunday estaba sentado en una silla cerca de la ventana de su cuarto. Al
oír la pregunta, se levantó de su silla y abriendo la cortina llamó desde la
ventana al periodista.
—Contestaré su pregunta con otra pregunta: “¿Qué ve allá abajo en la
calle?”.
—Veo personas, autos, semáforos, edificios, casas —le respondió el
reportero.
—¿Qué más ve? —le preguntó de nuevo el evangelista.
—Ya se lo dije —contestó el hombre—. Veo todo eso... ¿Hay algo más que
ver?
—Cuando observa a las personas, ¿qué ve? —le preguntó Billy.
—Veo caballeros, damas, niños —dijo de inmediato el entrevistador
perdiendo la paciencia—. ¿Qué más puedo ver?
—Pues ve mal, porque los ve por fuera nada más. Sin embargo, yo las veo
diferente —le respondió el evangelista—. Yo veo en cada persona un alma, y
esta alma está perdida y va rumbo a una eternidad sin Cristo. La razón del
éxito de mi ministerio es que amo a las almas y tengo pasión por alcanzarlas
para Cristo. Esa es la diferencia entre usted y yo. Usted ve el exterior, yo veo
el interior, el alma dentro de cada una de las personas que vemos allá abajo.
Yo las veo con los ojos espirituales de mi corazón y de mi espíritu. Usted las
ve con sus ojos físicos. Yo siento pasión por ganarlas para Cristo, yo amo las
almas.
¡Aleluya! ¡Qué tremendo hombre de Dios!
En cierta ocasión, me encontraba predicando en una iglesia, y al subir las
escaleras leí un letrero que decía: «Permite que Dios reencienda la pasión por
las almas en ti». ¡Qué palabras! El pastor de la iglesia a la que fui a predicar,
ama a las almas, es un ganador de almas, es apasionado por las almas y
trabaja sin cesar para salvar a las almas por medio de Cristo. ¿Y tú? ¿Crees
que el Señor necesita reencender esta pasión en tu vida por Él? Como
cristianos, tenemos una obligación innegable, tal y como dice el apóstol
Pablo en este pasaje:
A griegos y a no griegos, a sabios y a no sabios soy deudor.
Romanos 1:14
Cuando Pablo dijo «soy deudor», se refería a la obligación que sentía por
predicar, anunciar, proclamar y testificar el evangelio de Cristo. En otras
palabras, se consideraba un deudor a todo el que todavía no había escuchado
el evangelio. Entonces, ¿qué tal de nosotros? ¿Somos deudores también? Más
adelante, Pablo reafirma su pasión:
Y de esta manera me esforcé a predicar el evangelio, no donde Cristo
ya hubiese sido nombrado, para no edificar sobre fundamento ajeno.
Romanos 15:20
Entonces, ¿cuál fue el resultado de esa pasión? En el siguiente versículo lo
expresa:
Aquellos a quienes nunca les fue anunciado acerca de él, verán; y los
que nunca han oído de él, entenderán.
Romanos 15:21
¡Tenemos que testificar como lo hizo Pablo! Por esa razón debemos
preguntarnos: «¿Estamos haciendo lo que nos corresponde y se nos asignó, o
nos hemos descuidado?». Una vez que consideremos esto, debemos hacernos
otra pregunta: «¿Cuál es nuestra responsabilidad?». La respuesta obvia es la
siguiente: «¡Testificar! ¡Predicar!».
LA PASIÓN POR TESTIFICAR Y PREDICAR
Dios es poderoso para bendecir nuestros esfuerzos al predicar, ya sea como
ministros, o como cristianos, con pasión por testificar. Tenemos que predicar
con pasión, entrega y amor por las almas. Tenemos que hacerlo con el
corazón como lo dice Colosenses 3:23-24.
El problema que he visto en varias iglesias alrededor del mundo es este: Se
sustituye el poder de Dios de una predicación ungida por el Espíritu Santo
con el esfuerzo humano por intentar atraer almas a la iglesia de otras
maneras. ¿Qué hacen en su lugar? Emplean métodos y sistemas sin la
autoridad divina y sin el respaldo del Señor. Iglesias como estas que carecen
de pasión por Cristo, así como de la unción y el poder de Dios, realizan una
infinidad de intentos y de cambios humanos esperando que las personas
vengan al templo sin darse cuenta de que nada sustituye una predicación de
un hombre o una mujer de Dios que están bajo el poder del Espíritu.
A veces, los ministros, líderes y miembros en general de estas iglesias no
buscan a Dios, quien es el que puede darles el poder que necesitan, y se hacen
preguntas como estas tratando de buscar soluciones:
¿Qué sucedería si cambiamos la alabanza y la hacemos más corta?
¿Qué tal si cortamos también la lectura de la Palabra? ¿Atraería
esto a la gente?
¿Qué ocurriría si los sermones son más cortos y menos aburridos?
¿Y si contratamos una banda y hacemos las cosas más
contemporáneas para los jóvenes?
¿Nos daría resultado si invitáramos a una «celebridad» para que
venga a testificar?
¿Y si nos vistiéramos más a la moda?
¿Nos sería útil si movemos los asientos?
¿Y si acaso cambiamos las luces del templo y lo hacemos más
atractivo?
¿Podemos mover los muebles y arreglarlos de otra manera?
¿Y si organizáramos un concierto para atraer a la gente?
¿Qué tal si no ofendemos a la gente mencionándoles las palabras
pecado, diablo o infierno para que así venga a la iglesia?
¿Podríamos dejar de enfatizar tanto en la ofrenda?
Hermano, tal vez quienes piensan así tengan buenas intenciones al plantearse
cosas como estas. Aunque su deseo es ver sus comunidades alcanzadas, tales
personas, líderes y hasta ministros no se dan cuenta de que introducen todo
tipo de carnalidad para atraer a la gente cuando es muy sencillo lograr el
crecimiento de una iglesia. Entonces, ¿qué debemos hacer para no caer en
errores como estos? ¡Salir a las calles, parques y barrios con el evangelio de
la paz, y testificarles a familiares, amigos y vecinos a fin de ganarlos para
Cristo! Luego, cuando los invitemos y vengan a la iglesia, hay que
predicarles con poder y autoridad. ¿Por qué hacer esto? Porque hoy en día las
personas ya no vienen a la iglesia, a no ser por alguna necesidad. Porque hay
que ir a ellas, hay que buscarlas, hay que ganarlas. Repito, ¿por qué? Porque
la gente ya no viene a la iglesia, excepto en Semana Santa, Navidad, una
boda, un funeral o alguna otra ocasión especial. En cierta ocasión, el célebre
teólogo, poeta y escritor de himnos, Richard Baxter, declaró desde lo más
profundo de su corazón en cuanto a la predicación:
Yo prediqué como si no tuviera la certeza que predicaría de nuevo.
Lo hice como un hombre muriendo a otro hombre a punto de morir2.
Algo similar podemos decir de Pedro que, una vez que el Señor lo restauró
después que lo negara y recibiera la plenitud del Espíritu Santo, predicó con
poder al decir palabras como estas:
Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús a
quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo.
Hechos 2:36
¡Qué predicación! ¡Qué mensaje! ¡Qué convicción, autoridad y valentía! Esto
también lo vemos en el apóstol Pablo que, con una gran pasión por predicar,
dijo: «¡Ay de mí si no anunciare el evangelio!» (1 Co 9:16b). Tanto Pedro
como Pablo, los demás en la iglesia primitiva, al igual que los primeros
cristianos, predicaron con pasión y denuedo. En cuanto a Pablo, podemos
decir que, después de Cristo mismo, fue el predicador más extraordinario en
el Nuevo Testamento. (Puedes leer acerca de esto en algunos versículos como
Hch 9:20; 14:7, 15; 17:18; 20:25; 28:31; Ro 10:8; 1 Co 1:17, 23; 15:1-2, 11-
12; 2 Co 1:19; 11:7; 1 Ts 2:9, etc.). Si a Spurgeon lo llamaron «el príncipe de
los predicadores», ¿qué no sería Pablo? Las palabras que le dirigió a su hijo
espiritual, Timoteo, lo ratifican:
Que prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo;
redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina.
2 Timoteo 4:2
Juan Bunyan, el autor del famoso libro El progreso del peregrino, quien
estuvo preso en Bedford, Inglaterra, debido a sus convicciones, testificó lo
siguiente:
Yo prediqué lo que sentía, lo que de manera inteligente y profunda
sabía. En verdad, me enviaron a ellos como uno de entre los muertos.
En efecto, yo mismo fui en cadenas, les predicaba en cadenas, y tenía
en mi propia conciencia el fuego del que les advertía que se libraran3.
Hermano, ¿ves con qué pasión predicaba Bunyan? ¿Cuánto ardía su corazón
por testificar y entregar el mensaje del Señor a quienes no lo conocían? ¡Dios
permita que nosotros podamos hacer lo mismo!
Ahora bien, ¿procuramos ser eficientes a la hora de comunicar el evangelio?
¿Predicamos a Cristo, y a este crucificado y resucitado? Los cristianos somos
los que les tenemos que llevar a los hombres la revelación de Dios que es su
Palabra. Por lo tanto, tenemos sus palabras en nuestra boca, así como en
nuestro corazón, mente y espíritu. A ese libro lo llamamos la Biblia, que es
infalible, poderoso e inmutable. Lo tenemos en nuestras manos y el poder de
Dios en nuestras vidas. Predicamos este evangelio del Dios soberano con
valentía, osadía y sin temor. No necesitamos de favores de ningún hombre,
gobierno, país o nación, tampoco necesitamos la adulación de nadie. ¡Somos
únicos!
Nuestro mensaje es sencillo, claro y dice que en el pasado Dios permitió que
las naciones anduvieran en sus propios caminos (Hch 14:16), pero que ahora,
por medio de Jesucristo, Él les ordena a todos los hombres en cualquier lugar
que se arrepientan (Hch 17:30), se vuelvan de sus ídolos sin vida, vacíos y
huecos al Dios vivo y verdadero (1 Ts 1:9), y que reconozcan el Señorío
universal de Cristo (Flp 2:9-11). ¡Aleluya! ¡Ese es nuestro mensaje! Por lo
tanto, ¡tenemos que testificarlo y predicarlo con pasión, entrega, esmero y
dedicación! Con la misma pasión que predicaba George Whitefield, a quien
su amigo John Gillies lo describiera de la siguiente manera:
Su deseo ardiente de ganar a los demás con el mensaje de la gracia
sobrepasó cualquier desafío o prueba que pudiera tener. Testificó sobre
la ayuda divina que experimentó mientras aprendía la tarea de predicar
al aire libre sin tener notas [un bosquejo escrito]. Expresaba el gozo
que tenía cuando predicaba y comentaba: «A veces tenía delante de mí
veinte mil personas, y yo no tenía ni una sola palabra que decir tanto a
Dios como a ellos. Aun así, nunca estuve desamparado, sino que
muchas veces recibí ayuda, pues sabía lo que significaba cuando
nuestro Señor quiso decir “de su interior correrán ríos de agua viva”»4.
¡Qué predicador! Dios permita que podamos predicar con la pasión de
Whitefield y otros.
Sin embargo, hoy muchas iglesias se han acomodado y ya no predican como
en el pasado. ¿La razón? Muchos han perdido la pasión por Cristo y la visión
de alcanzar las almas mediante la evangelización. ¡Qué tristeza! Cuando
dejamos a un lado las misiones y la evangelización, ya sean locales o
mundiales, cuando la iglesia pierde su enfoque, énfasis y visión, empieza a
experimentar la muerte espiritual.
Hemos estado tan involucrados en asuntos administrativos, organizativos y
burocráticos que hemos dejado a un lado lo primordial, lo más importante y
la pasión del corazón de Dios que es la evangelización y las misiones.
Incluso, en muchas partes del mundo me he encontrado con algunos
misioneros que no participan en la evangelización, sino que se encuentran
confinados a un trabajo para estructurar su denominación y mantener su
propia existencia como concilio e iglesia local sin importarles las almas y las
necesidades de quienes están a su alrededor.
Muchos miembros de estas iglesias, como dije antes, han perdido su primer
amor, su pasión por Cristo y la evangelización ya no es una opción para ellos.
Están enfrascados en lo suyo y pocas veces, o quizá nunca, salen a pelear
contra las tinieblas para rescatar un alma, mucho menos para combatir con
sus propias vidas al mundo, la carne y el pecado. Viven vidas sin propósito,
causa, ni razón. Ya no testifican, ni predican, sino que están derrotados,
fracasados, secos, vacíos y sin ningún motivo para que se les pueda llamar
«iglesia» dentro de lo que es el contexto del Nuevo Testamento. Cristo ya no
es un hecho ni realidad en sus vidas. ¡Qué lástima! Lo contrario a esto es lo
que dijera Spurgeon sobre la pasión de predicar:
Creo que los sermones que están llenos de Cristo son los más
propensos a ser de bendición para la conversión de los oyentes. Permite
que tus sermones estén llenos de Cristo, henchidos de principio a fin
del evangelio. En cuanto a mí, hermanos, no puedo predicar otra cosa
que no sea de Cristo y su cruz, porque no sé nada más, y hace mucho
tiempo, al igual que el apóstol Pablo, decidí no saber nada más que de
Jesucristo y este crucificado. La gente a menudo me pregunta: «¿Cuál
es el secreto de su éxito?». Siempre respondo que no tengo otro secreto
más que esto: que he predicado el evangelio, no sobre el evangelio,
sino sobre el evangelio completo, libre y glorioso del Cristo viviente
que es la encarnación de las Buenas Nuevas. Prediquen a Jesucristo,
hermanos, siempre y en todas partes; y cada vez que prediquen,
asegúrense de tener mucho de Jesucristo en el sermón5.
¡Qué palabras las de Spurgeon! ¡Cuánta pasión!
Cada creyente tiene el llamado a testificar de Cristo. Además, estamos los
que tenemos el llamado específico de predicar. Si a esto nos llamó el Señor,
tenemos que hacerlo con pasión, dedicación, ahínco y amor. Los ministros
tenemos que tomar la iniciativa, la vanguardia y el liderazgo, y avanzar con el
evangelio y extenderlo, ya sea de manera local o hasta lo último de la tierra.
Si Dios nos llamó para estar en la primera línea del combate espiritual, de
seguro que Él nos respaldará.
Por otra parte, si cada cristiano tomara en serio esta tarea de testificar y lo
hiciera con pasión a todos los que conoce, tuviéramos un impacto increíble.
Sin embargo, los que lo hacen son muy pocos. Repito una vez más: Si una
iglesia no gana almas, no tiene razón de existir. Por eso es que Dios ha puesto
en el corazón de cada verdadero creyente este deseo y pasión de ver salvos a
los seres humanos. Muchos pastores saben que si la iglesia mantiene una
visión global de las misiones, inspirará a sus miembros a que evangelicen en
su propio barrio. Además, los pastores sabios también saben por experiencia
que cada dólar que se invierte en el sostenimiento de los misioneros en las
misiones mundiales, regresa el doble o triple para la iglesia local. Poseen una
mentalidad global, abierta, y la generosidad marca sus vidas y ministerios.
Por eso tenemos que aceptar el desafío de predicar la Palabra, y transmitir
esta pasión y visión a la iglesia local para que sus miembros salgan a
testificarles y predicarles a los demás con pasión. El resultado será
extraordinario, pues verán un avivamiento en su iglesia al recibir almas
nuevas, así como la salvación de familiares, vecinos y amigos, lo cual
repercutirá en los barrios, vecindarios, trabajos, escuelas, etc. Hay que ganar
almas, hay que evangelizar y hay que predicar. Aunque al predicar la Palabra
verdadera y el evangelio como es en realidad tendremos oposición,
obstáculos, resistencia e impedimentos, al final nos regocijaremos al
presentar las gavillas ante el Señor (Sal 126:5-6).
El destacado pastor, predicador y maestro, E.V. Hill (1933-2003), en su libro
A Savior Worth Living, escribió:
De todos los nombres en la tierra hoy en día, un nombre es más
poderoso que cualquier otro. Los cristianos saben que Él tiene el poder
de cambiar vidas, salvar almas perdidas, sanar cuerpos enfermos y
asegurar la eternidad. Es el nombre de nuestro amado Salvador, Jesús6.
En ese mismo libro, el pastor E.V. Hill narra la experiencia que tuvo con un
grupo radical que lo amenazó diciéndole que le quedaba un día de vida. ¿La
razón? ¡Por predicar acerca de Jesús! Esto no sucedió en otro país, sino que
fue aquí mismo en Los Ángeles, Estados Unidos. La policía le comunicó que
no debía predicar el siguiente domingo, pero el pastor Hill respondió: «El
trabajo de ustedes es mantenerme vivo, y mi trabajo es seguir predicando». El
peligro de muerte que afrontaba el Dr. Hill no lo amedrentó y, llegado el
momento, predicó sobre el Nombre de Jesús. Así relató este hecho:
Ese domingo, llegaron mis diáconos y me dijeron: «Todos nos
sentaremos en la primera fila». Les dije: «Siéntense donde lo deseen.
Recibí mi mensaje. Quiero hablar sobre este gran Cristo, el poderoso
Salvador. Quiero ponerle el nombre de Jesús, ¡y quiero decir su
nombre en voz alta! Entonces, si esta es mi última vez y una bala me
mata, quiero salir diciendo: ¡Jesús!»7.
¡Aleluya! ¡Qué pasión la del pastor Hill! Este grupo radical que lo amenazó
debió saber lo que leí una vez: «La tarea principal de un predicador es
inquietar a quien está tranquilo y tranquilizar a quien este inquieto». Las
tinieblas siempre se inquietan cuando escuchan el Nombre de Jesús.
Tuve la oportunidad de escuchar en persona la predicación del Dr. E.V. Hill
en Ámsterdam, Holanda, durante la Conferencia Internacional de los
Evangelistas Itinerantes de Billy Graham en 1983. Su sermón lo terminó con
más de cuatro mil evangelistas de pie aplaudiendo al Señor mientras él decía:
«Predique, predique y predique en las calles, en su vecindario, en su barrio, a
sus vecinos, a sus familiares, a sus amigos, a sus colegas, a sus compañeros...
predique en su trabajo, predique en los parques, predique en los autobuses,
predique en los aviones, predique en los hospitales, predique en todas partes,
en todo tiempo, predique, predique y predique». ¡Aleluya! ¡Fue una
experiencia maravillosa para mí!
Por eso, hermanos, tenemos que predicar en el Nombre de Jesucristo, y
hacerlo con pasión y denuedo. Ningún otro nombre puede salvar al pecador,
sanar enfermedades, dar fuerza a todo ser viviente, resucitar a los muertos,
derrotar a los demonios, ayudarnos en tiempos de pruebas. Solo Jesús se
ofreció como un sacrificio santo y justo por el pecado y derramó su sangre
como una alianza perpetua. ¡En Hechos 4:12 se nos dice bien claro que no
hay otro Nombre! Así que tenemos que predicar y traer las ovejas
descarriadas de vuelta al Señor. Juan, en su Evangelio, cita:
También tengo otras ovejas que no son de este redil; aquéllas también
debo traer, y oirán mi voz; y habrá un rebaño, y un pastor.
Juan 10:16
El teólogo William Barclay (1907-1978), comentando sobre este versículo y
la predicación, dijo:
Los hombres no pueden escuchar sin un predicador; y las ovejas no
pueden reunirse a menos que alguien salga a traerlas. Aquí tenemos
ante nosotros la tremenda tarea misionera de la Iglesia. Y no debemos
pensar en eso solo en términos de lo que solíamos llamar las misiones
extranjeras. Si conocemos a alguien aquí y ahora que está fuera de su
amor, podemos buscarlo para Cristo. De nosotros depende la misión de
Cristo; nosotros somos los que podemos ayudarlo a hacer del mundo
un rebaño con Él como su Pastor.
Quiero poner en perspectiva lo que dijo Barclay en cuanto a predicar, pero
aplicado al ministerio de las cárceles, lo cual vamos a tratar de seguir.
Nosotros tenemos que predicarles a los que están tras las rejas. Los
capellanes lo hacen de manera física y nosotros lo hacemos enviando
materiales a las prisiones. La gran tarea misionera de la iglesia en cuanto al
ministerio carcelario es la realidad que cada prisión es un campo misionero
fértil para predicar. Y lo tenemos que hacer aquí y ahora en Estados Unidos y
en cualquier país donde vivamos. Tenemos que buscarlos, es nuestra
responsabilidad. Tú y yo podemos ayudar a salvar a los presos. Somos los
que van a alcanzar las almas perdidas que están detenidas en las prisiones
estatales y federales. Y depende de nosotros traer estas ovejas descarriadas al
rebaño de Cristo y hacer del Señor su único pastor.
LA PASIÓN POR BUSCAR TESOROS ESCONDIDOS
En Isaías 45:3 se declara: «Y te daré los tesoros escondidos, y los secretos
muy guardados». Una vez, un hermano que estaba preso en una cárcel me
envió una hoja con un escrito de Bill Yount titulada «Treasures» [Tesoros].
Aquí tienes lo que resumí:
Era tarde y yo estaba cansado, y quería dormir. Sin embargo, el Señor
deseaba hablar conmigo. Era cerca de la medianoche, pero Dios no
duerme. Me preguntó: «Bill, ¿en la tierra es donde los hombres
guardan sus tesoros y valores más preciados?». Le dije: «Creo que
guardan su oro, plata y joyas en cofres y caja fuertes bien seguros».
Entonces, vi a Jesús parado delante de miles de prisiones y cárceles, y
Él me dijo: «A estos casi los destruye el enemigo, pero tienen un gran
potencial de manera que se usen para traer gloria a mi Nombre. Tras
estas paredes se levantará un ejército de gigantes espirituales que
tendrán el poder contra el infierno y de vencer los poderes satánicos.
Dile a mi pueblo que un gran tesoro está detrás de estas paredes que
son esos vasos olvidados. Mi pueblo necesita salir y venir a rescatarlos,
pues una gran unción vendrá sobre sus vidas. Ellos necesitan
restauración».
Entonces, vi al Señor parado con una llave y se acercó a las puertas
para abrirlas. Una sola llave servía para abrir todas las puertas. Y las
puertas se empezaron a abrir. Luego, escuché una explosión similar a la
causada por dinamita que salía de detrás de las paredes indicando que
se había provocado una guerra espiritual. Y Él me dijo: «Dile a mi
pueblo que venga a buscar a estos para hablarles y rescatarles».
Entonces, de inmediato vi que estos brillaban como oro y plata, y que
se levantaban como gigantes espirituales vistiendo la armadura de
Dios, donde cada pieza era de oro puro, incluyendo los escudos.
Después vi que el Señor les hablaba a estos guerreros y les decía que
fueran en contra del diablo. Así que vi que estos salían de las paredes
de las prisiones sin que hubiera alguien que los pudiera detener, y
fueron a la primera línea del frente de batalla contra el enemigo.
Los vi salir y cruzar las líneas enemigas, donde empezaron a dejar
libres a muchos que estaban atados por el enemigo. Todo esto sucedía
mientras los demonios temblaban y huían. Incluso, vi que nadie se daba
cuenta, pues ni siquiera la iglesia sabía de dónde salían estos gigantes
espirituales del Señor. Todo lo que se podía ver era que estaban
vestidos con la armadura de oro de Dios de pies a cabeza. Hubo gran
victoria y regocijo.
Entonces, vi que unos estaban vestidos con la armadura de tesoros
preciados, otros de oro y el resto de plata. Aun así, nadie los conocía.
Eran los rechazados por la sociedad, personas de la calle, los
marginados, los pobres, los despreciados y menospreciados. El Señor
me dijo: «Estos son mis tesoros que faltan en mi Iglesia, pues son
necesarios para que vayan a los hospitales, las calles, misiones y
prisiones. Diles que mi Iglesia vaya a buscarlos, pues serán juzgados de
acuerdo a mi Palabra: “Estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me
visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí [...] Porque tuve hambre, y no
me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber; fui forastero, y
no me recogisteis; estuve desnudo, y no me cubristeis; enfermo, y en la
cárcel, y no me visitasteis”» (Mt 25:36, 42-43).
Ahora, mi pregunta es: «¿Dónde están escondidos los reclusos?». ¡En las
tinieblas de las prisiones! «¿Y dónde están guardados?». ¡En las tinieblas de
las cárceles! No obstante, estos presidiarios son un tesoro en las manos de
Dios. Como una joya necesitan que se les pula, arregle, y sean salvos y
restaurados, pues tienen un gran valor a los ojos del Señor. ¡Así que nosotros
debemos buscar esos tesoros escondidos!
Phil Roberts relata la historia de un misionero, Tom Tipton, que fue para una
aldea en Uganda, África, a fin de testificar de Jesús. La única persona que
estaba dispuesta a escuchar el evangelio era un leproso que perdió las dos
piernas y parte de un brazo. El leproso aceptó a Cristo y Tipton le enseñó
algunos versículos de la Biblia y algunos himnos para que cantara.
Tipton tuvo que viajar y regresó un mes después. Cuando volvió, encontró un
número de personas reunidas cantando los himnos que les enseñó el leproso.
Cuando Tipton investigó lo sucedido durante su ausencia, le dijeron que el
leproso fue arrastrándose de cabaña en cabaña, usando apenas un brazo que
todavía tenía, y en cada una les había hablado del amor de Cristo y del
evangelio de salvación. ¡Qué entrega tan extraordinaria! El leproso fue en
busca de los tesoros escondidos, pues él mismo era un tesoro que estaba
escondido y que fue encontrado. Es increíble que los cristianos teniendo dos
piernas y dos brazos carezcan de la pasión para testificar como la del leproso.
¿Alguna vez has oído hablar de Nick de Australia? Nicholas James Vujicic,
más conocido como Nick, es un evangelista internacional y motivador
australiano, de descendencia serbia, que nació sin los dos brazos y las dos
piernas. Ha viajado alrededor del mundo presentando el evangelio y el amor
de Cristo. ¿Y tú que tienes dos piernas y dos brazos qué estás haciendo para
el Señor? ¡Que Dios tenga misericordia de nosotros!
LA PASIÓN POR EL MINISTERIO CARCELARIO
La Palabra de Dios nos enseña acerca de la pasión que, como cristianos,
debemos tener por quienes se encuentran privados de su libertad física. Por
eso, entre otras cosas, afirma:
Acordaos de los presos, como si estuvierais presos juntamente con
ellos; y de los maltratados, como que también vosotros mismos estáis
en el cuerpo.
Hebreos 13:3
En nuestro ministerio, casi a diario recibimos cartas de los hermanos que
están en las cárceles. Al leerlas, a Dámaris le corren las lágrimas por leer
sobre sus problemas y por el amor que sienten por la Palabra de Dios, la
Biblia; después, me pasa las cartas a mí. Durante muchísimos años, nuestro
ministerio ha enviado material gratuito a las prisiones, pues creemos que son
«tesoros escondidos» y que todavía muchos están en «tinieblas». ¡El
resultado ha sido extraordinario! Hemos enviado Biblias regulares, Biblias de
estudio, como la Biblia Plenitud, y las que se publican de forma exclusiva
para los presos llamada Libre entre rejas: La Biblia. Los hermanos se reúnen
en estudios bíblicos y necesitan Biblias, así que se las enviamos con gusto.
También les hemos enviado todos los libros que hemos escrito, y los DVD se
los enviamos a los capellanes para que se los pasen a ellos y así escuchen la
Palabra de Dios.
Es interesante notar que muchos cristianos que están libres no tienen el amor
ni el deseo de leer la Biblia, mientras que los presos la consideran un tesoro
de mucho valor. Hemos recibido fotos, cartas y testimonios de varios
centenares de presos que se salvaron, restauraron y liberaron de manera
espiritual gracias al gran poder de Cristo. Un hermano nos escribió
diciéndonos que le envió una carta a cierto ministerio pidiendo una Biblia y
que, en respuesta, este «ministerio» le envió un «catálogo» para que
comprara la Biblia y otros materiales.
¿Cómo es posible algo semejante? ¿No se dan cuenta que el hermano está
preso y no puede comprar una Biblia? Nosotros le enviamos la Biblia y
nuestros libros. Después de un tiempo, nos escribió diciendo: «Muchas
gracias por enviarme la Biblia y sus libros, han cambiado mi vida. Estoy
preso físicamente, pero libre en el Espíritu». Otro hermano nos escribió:
Hermano Yrion:
Nunca deje de escribir. Usted no tiene idea del gran número de
personas que se han convertido y del ejército de ministros que Dios
está levantando aquí en la cárcel a través de sus libros para predicar.
Siga adelante.
Junto con su carta nos envió fotos de los hermanos alabando al Señor en sus
cultos en la prisión. Después, cuando salió en libertad, me llamó por teléfono.
En nuestra conversación me contó de la gran bendición que han sido las
Biblias que les enviamos. Además, me dijo cómo el Señor ha usado nuestros
libros para transformar vidas por el poder de la Palabra escrita. Así que me
repitió de nuevo: «¡Nunca deje de escribir!». Qué hermoso es oír estos
testimonios que nos animan a seguir adelante. Es más, tenemos miles de
cartas y testimonios de lo que Dios ha hecho en las prisiones. ¡Alabado sea el
Señor! ¿Y cuál es ese ejército? Se trata del ejército que describió antes el
hermano. Así que somos parte de esta gran cosecha de almas y de una
generación de ministros que se están levantando «detrás de las paredes de la
prisión».
Muchas de las cartas que hemos recibido de los presos son para pedir
materiales, pero también recibimos otras de agradecimiento. El 24 de
diciembre de 2017 nos llegó un correo electrónico de un expresidiario que ya
estaba en libertad y nos decía:
Muchas gracias por todo su apoyo. Hay miles de personas en la prisión
que su ministerio ha ayudado como no se imaginan. Los libros que
envían gratis a la prisión son de gran bendición. Yo estuve preso
noventa meses, y fui testigo de cómo sus libros han ayudado a miles de
prisioneros. Así que puedo decir: «Estuve en prisión y ustedes me
visitaron. Tuve hambre y me dieron de comer alimento espiritual con
sus libros». Muchas gracias, pastor Josué Yrion. Lo amo. Jesucristo le
bendiga en gran medida.
Más adelante, el 26 de febrero de 2018, este hermano nos envió otro correo
electrónico que dice:
Su ministerio ha sido de mucha bendición para todos los presos que
recibimos este material gratis junto con las Biblias. Esos libros los
utilicé para discipular a otros presos; y muchos, después de leer un
libro, me preguntaban si podía regalárselo, así que se los obsequiaba.
Después, les proporcionaba la dirección y, uno tras otro, me pedían el
material. No saben cuánto ayudaron a miles de presos. Muchas gracias
por toda su ayuda.
Por favor, no dejen de hacer esto. Todavía hay muchas personas en la
prisión que necesitan este material. Antes, había personas que no
querían saber nada de Dios, pero a través de sus libros, pastor Yrion,
muchas almas vinieron a los pies de Jesucristo. Muchas gracias.
Pastor Ubaldo Sierra Briones
¿Lo ves? Ayudamos a este hermano cuando estaba preso y hoy es pastor.
Este es el fruto que hemos visto. Además, al igual que él, hay muchísimos
otros. Cuando escribió: «Sus libros han ayudado a miles de prisioneros»,
¿esto no fue lo que el hermano Bill Yount dijo del gran ejército que vio?
¡Somos parte de esto! ¡Alabado sea el Señor!
El ministerio carcelario ha afrontado varias oposiciones y diversos
obstáculos. Creo que uno de estos es por la falta de iniciativa, compasión y
misericordia por parte de la iglesia y del pueblo de Dios. Creo que uno de los
impedimentos es que muchas iglesias no sienten el gozo ni la alegría de
visitar y evangelizar a los presos, excepto por los familiares, por supuesto.
Creo que no han tenido la actitud de ser agradecidos con el Señor por lo que
Él ha hecho en sus vidas y de ser de bendición a quienes lo necesitan. A esto
le llamamos ingratitud. Creo que la barrera está en que todavía no han
desarrollado una medida de compasión por medio de la cruz de Cristo y, por
lo tanto, no ven la necesidad de amar, cuidar y bendecir a estas
desafortunadas personas que están detenidas.
Muchos de los estorbos desaparecerían si la iglesia amara como Jesús. Sin
embargo, lo cierto es que no llevamos a cabo este ministerio de misericordia
y compasión. La dificultad reside en nosotros mismos que ponemos
limitaciones a lo que Dios desea hacer, de modo que muchos de los
programas semanales de nuestras iglesias no incluyen el ministerio carcelario,
porque tal vez no haya cristianos dispuestos a iniciarlo ni a tomar las riendas
de esta gran tarea de visitar y testificarles a los presos. El mismo Jesús nos
advirtió que esta actitud se condenará en el juicio final de las naciones (Mt
25:36, 42).
En cierta ocasión, un hombre estaba muy lejos de su casa y por eso
necesitaba ayuda. Alguien, con mucho cariño y generosidad, le extendió la
mano y le ayudó. El hombre que recibió la ayuda le dijo a este buen
samaritano: «Cuando visite mi ciudad, trate de localizarme, por favor. Tendré
un gusto enorme en retribuir lo que usted hizo por mí». El ayudador, con un
semblante alegre, le contestó: «No, no espere por mí. Cuando alguien lo
necesite de la misma manera que usted lo necesitó de mí ahora, atienda a esa
persona y me estará retribuyendo el favor que le hice».
¿Lo ves? Debemos hacerles a los demás lo que el Señor hizo con nosotros al
transformar nuestra vida. ¡Es una cuestión de compasión! Como Donald G.
McGavran, que fue hijo y nieto de misioneros en la India y que deseaba ver
una evangelización eficaz de parte de cada cristiano mediante la compasión,
dijo:
Dios misericordioso, tú eres todo el amor que nos envuelve [...] Entre
todas las miles de piezas del mosaico humano, toca nuestros ojos para
que podamos ver la verdad, y toca nuestros corazones, y el acero de
nuestra voluntad, a fin de que podamos arder de compasión, buen
Señor, para que podamos hacer esas cosas que sabemos que debemos
hacer.
Con estas palabras, McGavran se refería a «las miles de partes del mosaico
humano», a las vidas rotas, despedazadas, tristes, angustiadas, sin Dios y sin
esperanza. Siempre abogó por la responsabilidad de la iglesia en alcanzar al
perdido y establecerle en una iglesia local. Estas vidas son tanto nuestros
hermanos que están presos por alguna cosa que hicieron, como todos los
demás que, a pesar de que disfrutan de libertad física, están en su misma
situación al no conocer a Jesús como su Salvador. El gran misionero a los
indios aucas, Nate Saint, también habló sobre la compasión:
Que nosotros, los que conocemos a Cristo, escuchemos el clamor de
los condenados cuando se precipitan hacia una noche sin Cristo sin
siquiera tener una oportunidad. Que nos mueva la compasión como
nuestro Señor. Que derramemos lágrimas de arrepentimiento por estos
que no hemos podido sacar de las tinieblas [...] Que Dios nos dé una
nueva visión de su voluntad con respecto a los perdidos y nuestra
responsabilidad.
En cuanto a este tema, mi opinión es que podamos ser cristianos llenos de
compasión en nuestros corazones. Así que, como hijos de Dios, debemos
amar a la población carcelaria. Que podamos ser amables, gentiles y
generosos con estas personas menos afortunadas que nosotros. Tal vez la
única manera de que vean el amor de Cristo sea a través de nuestras vidas,
actitudes y testimonios. Que podamos brillar al hacer las obras de amor y
compasión como dijo Jesús (Mt 5:16). Recuerda, no somos salvos «por»
obras (Ef 2:8-9), pero sí somos salvos para «hacer» buenas obras (Ef 2:10).
LA PASIÓN NECESARIA Y LA COMPASIÓN REQUERIDA
El Señor nos dice bien claro que necesitamos pasión al testificar, al igual que
la tuvo el apóstol Pablo (lee Hch 20:18-21). Ahora bien, esta tarea requiere
que también la pongamos en práctica entre los presidiarios y, para eso,
debemos sentir «compasión». En la Epístola a los Hebreos, se alienta a los
primeros cristianos que recuerden los días pasados, pues en medio de sus
tribulaciones, fueron capaces de sentir compasión por quienes estaban
privados de su libertad física: «Porque de los presos también os
compadecisteis» (10:34).
Durante sus años de estudiante en la Universidad de Oxford, Juan Wesley
siempre dedicó parte de su tiempo para ministrar a los que estaban en prisión.
Más tarde, durante el gran avivamiento de la década de 1730 en Inglaterra,
Juan y Carlos Wesley, así como Jorge Whitefield, desempeñaron un papel
muy importante que no solo transformó sus almas, sino también a la
sociedad. Este avivamiento se centró en las personas que ya eran miembros
de la iglesia, y lo vemos reflejado en las dos cosas que sucedieron: Volvieron
a predicar bíblicamente, y hubo un gran despertar en cuanto a la
responsabilidad social de la iglesia hacia la gente necesitada.
Esto llevó al célebre filántropo inglés, John Howard, a visitar las prisiones
con un corazón lleno de compasión. Es evidente que trabajó sin descanso y
de manera apasionada y compasiva, pues su influencia fue crucial en la
reforma penitenciaria europea de finales del siglo XVIII. Como resultado, el
Parlamento Británico realizó dos reformas que mejoraron las condiciones
sanitarias y el cuidado de la salud de los presos.
No solo debemos hablarles a los presos acerca del amor y de la compasión de
Dios, tenemos que ser un reflejo de ese amor y esa compasión. Es más,
tenemos que pensar en que si el padre de la familia era el único proveedor y
ahora está preso, toda la familia está afectada y debemos ayudar en las
necesidades básicas tanto de los presos como de sus familias. Me acuerdo de
una vez en que un preso nos escribió pidiendo ropas, camisas, cinto, ropa
interior, pantalón, medias, etc. ¿La razón? Iba a salir en libertad y no tenía
nada que ponerse. ¡Se lo enviamos!
La iglesia debe visitar las prisiones, pero también necesita sentir compasión
por los familiares que están fuera de la cárcel, pues uno de sus familiares está
detenido. Cuando alguien en la cárcel se entrega a Cristo, la iglesia carcelaria,
o la iglesia local, necesita ayudarle en su crecimiento en la fe. De ahí que sea
imperativo que la iglesia visite al preso con pasión, determinación y
compasión, a fin de apoyarle en su nuevo caminar con el Señor, a la vez que
contribuye en suplirle las necesidades básicas de la vida. ¿Por qué? Porque
quizá esté solo y sus familiares vivan en su país de origen, como son los
relatos de muchas cartas que recibimos.
Recuerda lo que hablamos en el capítulo 9 acerca de la compasión de Jesús.
Incluso, vemos que la puso en práctica de muchas maneras, como en el caso
de un leproso:
Jesús, teniendo misericordia de él, extendió la mano y le tocó, y le dijo:
Quiero, sé limpio.
Marcos 1:41
Jesús tuvo misericordia, palabra que es sinónima de «compasión». Entonces,
veamos lo siguiente:
1. Él leproso vino a Jesús: Muchos presos vienen a Cristo.
2. El leproso se humilló, pues vino de rodillas: Muchos presos se
humillan y encuentran a Cristo.
3. Jesús tocó al hombre y fue limpio de su lepra: Muchos presos
quedan limpios de la lepra del pecado por la sangre de Cristo y son
restaurados.
¿A qué se debe todo esto? ¡A la compasión de Jesús! ¿Por qué? Porque Jesús
mismo dijo que quería verlo limpio de su lepra. También el Señor desea que
los presos sean perdonados y limpios de la lepra destructiva del pecado. Son
tesoros escondidos que Él usará en gran medida para testificar y predicar.
El Dr. Billy (Jang-hwan) Kim, de Seúl, Corea del Sur, más conocido como el
pastor Billy King, nos relata la siguiente historia:
En Corea del Sur, un joven mató a diecisiete personas, así que lo
arrestaron, juzgaron y sentenciaron a la pena de muerte. Mientras
estaba en el corredor de la muerte, una cristiana lo visitó en la cárcel.
Al principio, no respondió a su visita. Después, cuando tenía hambre,
la mujer le enviaba comida. Cuando tenía frío, ella le enviaba ropa
caliente. Cuando quería algún dulce, ella le enviaba chocolate. Durante
las Navidades, le envió una tarjeta muy hermosa expresándole su
atención y amor cristianos. Por fin un día, el joven se quebrantó, se
humilló y recibió a Cristo como su Salvador personal. Antes de
marchar a la horca, le escribió once cartas a esta hermana cristiana
diciéndole que había confiado en Cristo y que creía firmemente que
Dios lo había perdonado. Antes de su ejecución, los oficiales le
preguntaron si quería decir algunas últimas palabras. Aprovechando el
momento, dijo: «Señores, he aceptado a Cristo como mi Salvador. Hoy
voy a encontrarme con el Señor Jesucristo. Mi deseo es que ustedes
también crean en Él para que nos podamos ver en el cielo».
Este joven tuvo la oportunidad de evangelizar y testificarles del Señor a
muchos guardias y reclusos antes de cumplir su condena. ¡Aleluya! Ese es el
amor de Dios que perdona y salva a un asesino y criminal. La pasión de esta
hermana por Cristo y testificar de Él, así como la compasión de su corazón y
su amabilidad, alcanzaron a este joven para que le entregara su vida al Señor.
Hoy está en el cielo gracias a esta fiel y compasiva hermana. ¡Oh, cuánto
necesita de esto la iglesia hoy! Bien decía David Sills sobre el testimonio y la
compasión:
Todo creyente debe comprender y aceptar la Gran Comisión, los
Grandes Mandamientos y la Gran Compasión. También son
componentes importantes cuando se busca evidencia de un llamado
misionero. Al examinar tu corazón en busca de evidencia de un
llamado misionero, busca una carga para cumplir con la Gran
Comisión y obedecer los Grandes Mandamientos guiado por la Gran
Compasión8.
En cierta ocasión, un misionero caminaba por una calle durante un muy
rigoroso invierno y se encontró con un mendigo que pedía limosnas. Se dio
cuenta que el pobre hombre se estaba congelando. Entonces, el misionero le
dio al hombre lo que tenía. Se quitó el abrigo y, dándoselo, cubrió al hombre.
Esa noche el misionero tuvo un sueño. Vio el cielo abierto y a Cristo sentado
en su trono. Uno de los ángeles le preguntó al Señor: «¿Por qué estás vestido
con ese abrigo?». De inmediato el Señor respondió: «¡Porque mi siervo lo
regaló para mí!».
¿Ves, hermano? Cualquier cosa que hagamos para demostrarles humanidad y
caridad a los demás lo hacemos para el Señor y no para los hombres. Al igual
que la hermana en Corea del Sur lo hizo al visitar en la prisión al joven
condenado a muerte, este misionero lo hizo al demostrarle el amor, la
misericordia y la compasión de Cristo a este pobre mendigo. ¿Tú y yo
hacemos lo mismo? ¡Cuántas personas en las cárceles sienten frío debido a
que necesitan un abrigo! Lo cierto es que lo que nos sobra a nosotros, les
falta a ellos. Tengamos compasión por los demás y demostrémosles el amor
que sentimos por el Señor, a fin de no caer en lo que señalara William
Wilberforce en esta cita:
Si no hay un amor apasionado por Cristo en el centro de todo, solo
produciremos un tintineo y nos abriremos paso a través del mundo
haciendo ruido a medida que avanzamos.
LA PASIÓN POR DAR LO MEJOR DE NOSOTROS
Todos sabemos que junto a Jesús crucificaron también a dos ladrones: uno a
su derecha y el otro a su izquierda. Debido a la reacción de ambos, hubo dos
respuestas diferentes, pues uno rechazó al Señor, mientras que el otro se
convirtió. Alabamos a Dios por ese ladrón que se humilló y reconoció su
error al escuchar las palabras de Cristo que le afirmaron: «Hoy estarás
conmigo en el paraíso» (Lc 23:43).
En la actualidad, todavía el Señor sigue salvando a quienes se arrepienten
aunque sea en el último minuto de su vida. La autora Joannie Yoder (1934-
2004) escribió sobre esto en la revista Nuestro Pan Diario:
Una de estas personas fue Lester Ezzel, que estaba en el corredor de la
muerte en la Florida. Cuando su antiguo maestro de la Escuela
Dominical, Curtis Oakes, viajó más de mil doscientos kilómetros para
visitarlo en la prisión, Lester le dijo: «Usted no se rinde, ¿verdad?».
Aunque Lester todavía no quería escuchar del evangelio, Curtis le dio
un Nuevo Testamento y lo instó a que lo leyera.
Más tarde, Lester le escribió varias cartas a Curtis. La primera le daba
la noticia de su conversión. Su última carta, a principios de 1957,
decía: «Para cuando reciba esta, ya me habrán quitado la vida. Habré
pagado por el error que cometí. Aun así, deseo que sepa esto: Con ese
pequeño Nuevo Testamento, y por la gracia de Dios, he guiado a
cuarenta y siete personas al conocimiento salvador de Jesucristo. Solo
le agradezco por no rendirse».
Cuando les testificamos a otros acerca de Jesucristo, algunos quizá no
se arrepientan hasta tarde en la vida. Entonces, nunca nos rindamos con
nadie.
Como ves, hermano, cuando testificamos acerca del Señor, ya sea a los
presos o a cualquier otra persona, algunos tal vez se conviertan más tarde
durante su vida. Así que nunca debemos desistir de alguien. Siempre tenemos
que evangelizar, predicar y testificar, pues todos tenemos el llamado a hablar
del Señor. ¡Imagínate qué hubiera pasado si ese maestro de la Escuela
Dominical no se hubiera esforzado, viajado, hablado del evangelio y regalado
un Nuevo Testamento a este hombre! ¿Dónde estaría hoy? ¡Perdido! Sin
embargo, Curtis Oakes se preocupó por Lester Ezzel, le buscó y le testificó
del amor del Salvador. Por eso tenemos que darles de lo mejor de nosotros a
los demás.
Se cuenta que un capellán hablaba con un soldado en una cama de un
hospital. El capellán le dijo: «Usted perdió un brazo, pero fue por una gran
causa». Entonces, el soldado le contestó con una sonrisa: «¡No, yo no lo
perdí, yo lo di». ¡Qué respuesta tan tremenda! Esta debe ser nuestra reacción
siempre. Pon esta palabra en tu corazón: No hemos perdido nada... ni tiempo,
ni dinero, ni recursos al testificar. Al contrario, hemos invertido, pues con
Dios no perdemos, sino que invertimos. Esa es la actitud adecuada. Esa es la
mentalidad apropiada. Esa es la motivación conveniente. Debemos dar de
nosotros mismos a los demás, ¡y servir!
La consagración de nuestra vida debe ser sin reserva y total. Esta fue la
manera en que el Señor usó a los grandes hombres del pasado, como a D.L.
Moody. Al referirse a este hombre de Dios, el afamado pastor, escritor y
educador R.A. Torrey dijo:
Lo primero que explica que Dios usara a D.L. Moody de una manera
tan poderosa es que fue un hombre rendido por completo. Cada gramo
de ese cuerpo de ciento veintisiete kilos le pertenecía a Dios; todo lo
que era, y todo lo que tenía, le pertenecía por entero a Dios.
Hermanos, ¡este es el secreto! Tenemos que tener una vida entregada y
consagrada al Señor, de modo que le rindamos a Él cada parte de nuestra
vida. En otras palabras, hacer siempre lo mejor para Él... ¡y esto incluye
testificarles a nuestros familiares!
LA PASIÓN POR GANAR A NUESTROS FAMILIARES
Al testificar, nuestra prioridad siempre debe ser nuestra casa y nuestros
familiares. Después, podemos testificarles a los demás, pues tenemos la
promesa que dice:
Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa.
Hechos 16:31
Basado en esta Palabra es que debemos testificarles a los miembros de
nuestra familia. Se sabe que la Sra. Mónica, la madre de Agustín de Hipona,
valoraba en gran medida el alma de su hijo y se lamentaba mucho por su
condición espiritual. Oraba por él, le hablaba y hasta le seguía físicamente.
Un cristiano, de quien buscó consejo, la animó a que siguiera orando y le
dijo: «Es imposible que un hijo de tantas lágrimas a su madre perezca»9.
Ustedes, mis queridos hermanos, sigan orando por sus cónyuges e hijos que
están lejos del Señor y, por supuesto, descarriados de su camino. Nosotros
recibimos muchas llamadas telefónicas, cartas y correos electrónicos de
hermanos pidiéndonos oración por sus familiares y hemos orado por ellos.
Varios han llamado o escrito de nuevo para contarnos el milagro que el Señor
hizo en la vida de sus seres queridos al salvarles, sanarles, restaurarles y
traerles de vuelta a Cristo. ¡Aleluya! Así que ora, ayuna, habla y testifica del
Señor. Luego, deja los resultados en las manos de Dios, pues de seguro que
Él hará el milagro. Spurgeon, hablando también sobre su fiel madre que
oraba y le enseñaba la Palabra, dijo:
Era costumbre los domingos por la noche, cuando éramos todavía
niños muy pequeños, que ella se quedara en casa con nosotros, y luego
nos sentábamos alrededor de la mesa, y leíamos versículo por versículo
la Biblia y ella nos explicaba las Escrituras. Después que terminaba
esto, empezaba su súplica [...] Ella nos preguntaba a cada uno de
nosotros cuánto tiempo pasaría hasta que buscáramos al Señor y nos
diéramos cuenta de nuestro estado espiritual. Entonces, venía la
oración de una madre, y algunas de las palabras de esa oración jamás
las olvidaremos ni aun cuando nuestro cabello se vuelva gris. Recuerdo
que, en una ocasión, oró así: «Ahora, Señor, si mis hijos continúan en
sus pecados, no será por ignorancia que perecerán, y mi alma testificará
pronto en su contra en el día del juicio si no se entregan a Cristo». Esa
idea de mi madre testificando en mi contra traspasó mi conciencia y
conmovió mi corazón10.
Hermanos, testifíquenles a sus hijos y enséñenles la Palabra. Así lo hizo
Dámaris con nuestros tesoros Kathryn y Joshua Jr. Mientras yo viajaba
alrededor del mundo ministrando, ella se quedaba y los instruía, les enseñaba,
les predicaba y les testificaba con las Escrituras. Hoy, son hijos sabios,
inteligentes y temerosos del Señor. Así que educa a tus hijos en el temor del
Señor, tal y como dice Efesios 6:1-4. (Puedes leer más acerca de la educación
de los hijos en mi libro La crisis en la familia de hoy). Además, no solo debes
testificarles a tus familiares e hijos, también necesitas hablarles a tus vecinos,
amigos y colegas del trabajo, así como a quienes viven en tu barrio o
vecindario. Es más, no solo debes hacerlo a nivel familiar, sino también
trabajar y testificar ayudando a tu pastor y a tu iglesia en la tarea de testificar.
El Dr. Lee Roberson, en su libro Touching Heaven, expresó:
Algunos cristianos nunca han tenido una carga real por las almas.
Cuando se salvaron, tuvieron un deseo temporal de ver a otros
convertidos. Hubo una breve preocupación por los miembros de sus
familias; entonces, esta preocupación desapareció. En tales casos,
nunca hubo una carga real de su parte por las almas de los demás.
Si no sientes una carga, haz lo siguiente: 1) Obtén una nueva visión de
nuestro Salvador muriendo por ti [...] 2) Lee tu Biblia y adquiere una
nueva visión de lo horrible del infierno eterno [...] 3) Ora por los
pecadores por nombre [...] 4) Prepárate para testificarles a los demás
cuando tengas oportunidad11.
Hermanos, para ganar a nuestros familiares y los demás, debemos empezar
con una carga, una pasión legítima, real y profunda de verles salvos.
LA PASIÓN DE LA IGLESIA LOCAL POR LA EVANGELIZACIÓN
En lo particular, he predicado alrededor del mundo en estadios, coliseos,
gimnasios, auditorios, centros de convenciones, campos abiertos, complejos
deportivos, parques, calles, etc., pero también he predicado, y predico, en
muchas iglesias, sin importar que sean grandes, medianas o pequeñas en
membresía. A las iglesias «pequeñas» o de «poca membresía», no
acostumbro llamarlas «pequeñas», sino «iglesias en crecimiento» o «iglesias
en desarrollo».
Muchas de estas iglesias en diversos lugares aquí en Estados Unidos, y en
todos los continentes del mundo, son conscientes que aunque tienen una
membresía limitada y pequeña en cuanto a números se refiere, y que a la vez
poseen recursos limitados, pueden hacer un gran impacto respecto a la
evangelización a nivel local, nacional y mundial.
Tenemos que testificar y predicar a quienes no conocen al Señor todavía. Al
menos hay diez maneras en las que cada cristiano puede llevar a cabo la tarea
de las misiones y la evangelización, y hacerla con pasión y amor para
alcanzar a las almas a través de su iglesia local. De seguro que hay más, pero
solo mencionaré diez. Entonces, las iglesias «pequeñas», «iglesias en
crecimiento» o «iglesias en desarrollo», se caracterizan por lo siguiente:
14. Estas iglesias tienen una gran pasión por promover las
misiones y la evangelización en su comunidad, así que tanto la
iglesia como su liderazgo poseen una visión global para extender
el Reino de Dios.
15. Estas iglesias sienten una gran pasión por las misiones y la
evangelización, y cierto número de sus miembros son parte de un
grupo dedicado de manera exclusiva a testificar para extender el
Reino de Dios.
16. Estas iglesias sienten una gran pasión por las misiones y la
evangelización, y afrontan pocos problemas administrativos, de
modo que pueden moverse con mucha rapidez para responder a las
oportunidades que se les presentan para extender el Reino de Dios.
17. Estas iglesias sienten una gran pasión por las misiones y la
evangelización, y casi todos sus miembros saben cómo contribuir
y dar para extender el Reino de Dios.
18. Estas iglesias sienten una gran pasión por las misiones y la
evangelización, y se les enseña a ser fieles en sus finanzas,
diezmos y ofrendas para extender el Reino de Dios.
19. Estas iglesias sienten una gran pasión por las misiones y la
evangelización, y no vacilan en responder a enormes desafíos,
pues aun con su limitada membresía se aventuran a hacer cosas
grandes para extender el Reino de Dios.
20. Estas iglesias sienten una gran pasión por las misiones y la
evangelización, y tienen un deseo profundo, real y genuino de
alcanzar al pecador, de ahí que trabajen sin descanso para extender
el Reino de Dios.
21. Estas iglesias sienten una gran pasión por las misiones y la
evangelización, y sus pastores son hombres y mujeres de fe que
con decisión y carácter están listos para extender el Reino de Dios.
22. Estas iglesias sienten una gran pasión por las misiones y la
evangelización, y junto con sus líderes están dispuestas a pagar el
precio en oración y ayuno para extender el Reino de Dios.
23. Estas iglesias sienten una gran pasión por las misiones y la
evangelización, y están llenas del Espíritu Santo al ser parte de un
avivamiento personal y corporativo para extender el Reino de
Dios.
Dedicatoria
2. Ibidem.
1. Consulta www.dailyhelmsman.com/news/procrastination-leads-to-
lower-grades-study-says/article.
1. John Stott, «The Great Comission», One Race, One Gospel, One
Task, edit. por C.F.H. Henry y W.S. Mooneyham, World Wide
Publications, Minneapolis, 1967, p. 37.